El Renancimiento y Nacimiento Del Estado

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El renacimiento

El Renacimiento marca el inicio de la Edad Moderna, un período


histórico que por lo general se suele establecer entre el
descubrimiento de América en 1492 y la Revolución francesa en
1789. Otros historiadores sitúan la fecha de inicio en 1453, caída
de Constantinopla, o bien remarcan un hecho trascendental como
la invención de la imprenta (hacia 1440 aproximadamente, de la
mano de Johannes Gutenberg).
El término «Renacimiento hace alusión al renacer de la cultura
clásica tras el oscurantismo medieval. Abarcó todo el continente
europeo durante los siglos XV y XVI.
Los antecedentes históricos del Renacimiento cabe situarlos en la
decadencia del mundo medieval ocurrida a lo largo del siglo XV
por diversos factores, como el declive del Sacro Imperio Romano
Germánico, el debilitamiento de la Iglesia católica a causa de los
cismas -que era la separación de la iglesia, varios obispos se
disputaban el papado-, y los movimientos heréticos —que darían
origen a la Reforma protestante—, la profunda crisis económica
derivada del parálisis del sistema feudal, y la decadencia de las
artes y las ciencias, lastradas por una teología escolástica sumida
en el escepticismo.
Frente a esta decadencia, los principales centros académicos
europeos buscaron regenerarse a través del retorno a los valores
de la cultura clásica grecorromana. A su vez, comenzó a fraguarse
una nueva sociedad fundamentada en el auge de los nuevos
estados centralizados, con poderosos ejércitos y administraciones
burocratizadas —inicio del autoritarismo monárquico exaltado
por Maquiavelo—, así como en el crecimiento demográfico y una
economía centrada en una nueva clase social emergente, la
burguesía, que puso los cimientos del capitalismo y una economía
mercantil y preindustrial; todo ello coadyuvado por el progreso
técnico y científico experimentado durante este período,
fundamentado en la imprenta y la consiguiente velocidad de
difusión de las novedades. Surgió así una visión del mundo más
antropocéntrica, desligada de la religión y el teocentrismo
medieval, en la que el hombre y los avances científicos supondrán
la nueva forma de valorar el mundo: el humanismo, un término
inicialmente aplicado a los especialistas en disciplinas
grecolatinas (derecho, retórica, teología y arte), que se haría
extensivo a filósofos, artistas, científicos y cualquier estudioso de
las diversas ramas del conocimiento que comenzaron entonces a
aglutinarse en un concepto de cultura general.
En Italia, el epicentro de la cultura renacentista, la división del
territorio en ciudades-estado con diferentes regímenes políticos —
repúblicas como Florencia o Venecia, estados monárquicos como
Milán y Nápoles o el dominio papal en Roma— propició el
ascenso de una élite económica que patrocinó la cultura y el arte
como instrumentos de propaganda del estado, cada uno
rivalizando con los demás en magnificencia y esplendor. La
educación se volvió más accesible, dejando de estar circunscrita
al clero, y se favoreció el debate intelectual, con la fundación de
universidades y el patrocinio de la literatura.
En la Edad media todo giraba en torno a Dios, a partir de ahora
hay una vuelta hacia lo humano. El ser humano va a hacer el
centro del mundo. El renacimiento será la época del humanismo,
inspirados en la literatura, filosofía y arte antiguo. Estudiaron los
textos originales en latín y griego.

El humanismo fomentó el desarrollo de la ciencia. En el siglo


XVI Nicolás Copérnicoa desarrollo la teoría heliocéntrica que
defendía que el Sol era el centro del Universo mientras que la
Tierra y los demás planetas giraban en torno a él. La Iglesia negó
la teoría de Copernico por razones religiosas. También se avanzó
en el estudio del cuerpo humano, gracias a los estuidos de
anatomía de Andrés Vesalio y de la circulación de la sangre de
Miguel Servet.

POLITÍCA:
En la Edad Media existían los nobles independientes, que estaban
al servicio del señor feudal pero con la entrada de la Burguesia,
quien se asienta en el poder es el rey, ya que se difunde el modelo
de monarquía absoluta. La nobleza pasa a someterse a la
autoridad del rey y se hace cortesana, abandonando sus
costumbres guerreras y sus señoríos feudales.

ECONOMÍA:
En la Edad Media, la economía se basaba en la agricultura, pero
con la entrada de la burguesía se empieza a basar en el
mercantilismo, que es un sistema económico en el cual los
metales preciosos constituyen la riqueza esencial de los Estados.
El mercantilismo se enriquece gracias al comercio. El comercio
europeo crece espectacularmente gracias a la abundancia de oro,
plata y de la moneda, llegada de América.

La sociedad feudal, durante el siglo XIV sufrió una grave crisis


debido a un descenso demográfico generado por el retroceso de la
producción agraria (malas cosechas, guerras, mal clima), lo cual
produjo una escasez y carestía de alimentos, y las consecuentes
hambrunas y epidemias por una mal alimentación e higiene de la
población, donde cabe destacar la Peste Negra o Bubónica , una
peligrosa infección bacteriana que provocaba dolorosas lesiones
de aspecto negruzco que exudaba sangre y pus, y que afectó a
Europa a partir de 1348.
- Decrecimiento de la Población Por Enfermedades y Falta de
Alimentos
- Disminución Producción Agrícola
- Retroceso Comercial
- Renovación Ideológica, Cuestionamientos a la Iglesia
Esta crisis influyó en la relación entre los señores feudales y los
siervos, donde a los primeros les disminuyó la población
campesina y les fue más difícil obtener los tributos de sus siervos
o retenerlos en sus tierras.
También, a consecuencia de las prolongadas guerras por el
continente, la población se redujo mucho aún más.
Otro factor que influyó en la crisis del feudalismo fue el cisma
religioso: la división de la Iglesia Católica, llegando a haber dos
Papas al mismo tiempo; lo cual hizo que la gente perdiera la fe en
el cristianismo y buscara en otros lados soluciones más eficaces a
sus problemas.
Estas situaciones ocurridas durante el siglo XIV y XV originaron
las reformas ocurridas en la sociedad europea.
Se generó un conflicto entre dos fuerzas opuestas (la búsqueda de
lo nuevo y reforma de lo viejo) donde la expansión del comercio
y del poder económico de los burgueses, junto con las
disconformidades de los campesinos con su nivel de vida, eran
dos fuerzas sociales que potenciaban la crisis del feudalismo.
La aristocracia de los señores, principales beneficiarios del orden
feudal, reaccionó para conservar sus privilegios.
Este conflicto fue el origen del mundo moderno. Los cambios a
partir del siglo XV no siguieron una sola dirección.
No resultó fácil modificar la rígida sociedad feudal. Muchos
europeos actuaron en favor de ese cambio, pero otros tenían
fuertes intereses para que el antiguo orden se mantuviera.
- Las nuevas formas de organizar el trabajo rural y urbano
A lo largo del siglo XV la agricultura europea se reconstituyó.
Muchas de las tierras abandonadas durante la crisis del siglo XIV
fueron puestas otra vez en producción y se incorporaron otras
nuevas.
Una gran novedad fue que los productos rurales se convirtieron en
una atracción para los hombres de negocios, quienes comenzaron
a invertir su dinero en la compra de tierras.
La comercialización de esos productos tuvo un gran impulso
debido al aumento de sus precios.
La producción rural comenzó a ser vista como un negocio, como
una fuente de enriquecimiento, por parte de algunos comerciantes
urbanos y propietarios de tierras.
El país europeo en el que más se notaron estos cambios fue
Inglaterra. Muchos propietarios se interesaron por comercializar
lo que se producía en sus tierras.
Esto los llevó a introducir innovaciones técnicas para aumentar la
productividad.
En muchos casos los adelantos técnicos provocaban
desocupación, ya que reducían la necesidad de mano de obra.
Por lo tanto, gran cantidad de campesinos se vieron obligados a
abandonar sus tierras, condenados a refugiarse en los bosques o a
emigrar a las ciudades para hallar un modo de subsistencia.
Estas transformaciones en la producción agrícola hicieron más
profunda la desorganización de la sociedad feudal.
Un cambio fundamental comenzó a gestarse en la Europa de los
siglos XV y XVI.
El trabajo rural, orientado hasta entonces exclusivamente hacia la
autosubsistencia, comenzó a organizarse en una forma diferente,
orientada hacia el comercio.
Los señores se propusieron obtener un excedente de producción
cada vez mayor para venderlo en el mercado.
Pero la economía continuó siendo básicamente agrícola:
permanecieron los señoríos y [os campesinos sobrevivieron tan
pobremente como antes.
Estas transformaciones comenzaron en los campos ingleses.
En las ciudades la mayor parte de la producción artesanal siguió
controlada por los gremios.
Con su rígida estructura de maestros oficiales y aprendices, los
gremios fijaban los precios, la cantidad y la calidad de los
productos.
Pero a partir del siglo XVI en algunas ciudades europeas hubo
cambios en la producción artesanal. Algunos gremios —entre
ellos el textil— comenzaron a producir mayor cantidad de
artículos de menor calidad y menor valor que los que producían
anteriormente.
Los artesanos de Inglaterra y Flandes se especializaron en la
producción de paños de lana, mientras que las ciudades italianas
mantuvieron su producción de telas de seda de alta calidad.
La lana para la producción de paños provenía de las zonas rurales
de Inglaterra y España, en donde cada vez fue mayor la extensión
de tierras dedicadas a la cría de ovejas.
Otro cambio que permitió aumentar el volumen de la producción
artesanal para el mercado fue que algunos comerciantes urbanos
emplearon como mano de obra artesanos que vivían en las zonas
rurales.
Producían distintos tipos de manufacturas y luego esta producción
era vendida por esos comerciantes en los mercados urbanos.
Así el trabajo urbano se relacionaba con el rural: el crecimiento
del comercio en las ciudades provocó modificaciones en la
economía rural.
Sistema político
En el contexto político, los señores feudales vieron disminuido su
poder, en tanto que los reyes aumentaron su autoridad, así mismo,
desaparecieron los feudos, para dar paso a los estados o países
cuyos habitantes reconocían como jefe único al rey.

Para lograr esto, los monarcas crearon la Teoría del Derecho


Divino, mediante la cual justificaban que eran reyes porque así lo
había dispuesto Dios y ni siquiera los señores feudales podían
oponerse.
El Estado

En la Edad Media, no existió el Estado en el sentido de una


unidad de dominación, independientemente en lo exterior e
interior, que actuara de modo continuo con medios de poder
propios, y claramente delimitada en lo personal y territorial.
Casi todas las funciones que el Estado moderno reclama para sí
hallábanse entonces repartidas entre los más diversos
depositarios: la Iglesia, el noble propietario de tierras, los
caballeros, las ciudades y otros privilegiados. Mediante el
enfeudamiento, la hipoteca o la concesión de inmunidades el
poder central se vio privado, poco a poco, de casi todos los
derechos de superioridad, siendo trasladados a otros depositarios
que, según nuestro punto de vista, tenían carácter privado. Al
soberano monárquico del Estado feudal le vienen a quedar
finalmente sólo muy pocos derechos inmediatos de dominación.
En lo sustancial, no cabe ya prescindir de los servicios de los
poderes locales, ampliamente autónomos, que han sometido a su
autoridad a todos los habitantes del territorio sustrayéndolo a las
órdenes inmediatas del poder central.
Los reinos y territorios de la Edad Media eran, tanto en lo interior
como en lo exterior, unidades de poder político, por decirlo así,
sólo intermitentemente e incluso, durante siglos, sólo
excepcionalmente. El “Estado [de entonces] no podía mantener su
ordenación de modo ininterrumpido, sino sólo temporalmente,
interviniendo de vez en cuando para eliminar la perturbación del
orden estatal que se deseaba mantener” (Hartmann, p. 16). Su
poder estaba limitado, en lo interno, por los numerosos
depositarios de poder feudales, corporativos y municipales y, en
lo exterior, por la Iglesia y el emperador.
En la Edad Media, la Iglesia reclamó una obediencia, aunque
extraestatal, política, de todos los hombres, incluso de los que
ejercían poder político, obligando a ella, en muchos casos, por
eficaces medios coactivos espirituales y aun físicos. De esta
suerte, la Iglesia limitaba el poder político medieval no sólo
exteriormente sino, de modo aún más intenso, en lo interno,
indirectamente, valiéndose del clero. El hecho de que la Iglesia
representara durante siglos la única organización monista de
autoridad, en un mundo en que el poder estaba disgregado a la
manera feudal, no fue la causa menos poderosa de su supremacía.
El punto culminante, y a la vez el comienzo de la quiebra de la
supremacía papal lo constituyen la bula Unam sanctam, de
Bonifacio VIII (1302) y la negación de obediencia por parte de
Felipe de Francia, que tuvo lugar al año siguiente. La Reforma
trajo como consecuencia la emancipación definitiva y total del
poder del Estado respecto a la Iglesia, incluso en los Estados
católicos.
El Estado feudal no conoció una relación de súbdito de carácter
unitario, ni un orden jurídico unitario, ni un poder estatal unitario,
Las guerras de los señores territoriales tienen a menudo el
carácter de meras contiendas privadas en las que luchan con la
ayuda de los pocos vasallos sometidos a obediencia y obligados a
servicio, de su servidumbre y de soldados mercenarios. Los
príncipes tratan con sus estamentos como si se tratase de aliados,
en plano de igualdad, y con frecuencia tienen que aliarse con
otros señores territoriales para imponerse a sus propios súbditos.
Desde el punto de vista de los conceptos actuales sobre el Estado
no es una exageración lo que dice Laband de que desde el siglo
XIII no hubo en Alemania un verdadero poder estatal
Una manifestación precoz del Estado moderno fue el creado en la
primera mitad del siglo XIII en Sicilia por el genial Federico II,
quien sustrajo en forma radical al sistema feudal el ejército, la
justicia, la policía y la administración financiera, centralizándolo
todo de modo burocrático. Los orígenes propiamente dichos del
Estado moderno y de las ideas que a él corresponden hay que
buscarlos, sin embargo, en las ciudades-repúblicas de la Italia
septentrional en el Renacimiento. De Florencia era Nicolás
Maquiavelo, cuyo Príncipe introduce en la literatura el término lo
stato para designar el nuevo status político
La nueva palabra “Estado” designa certeramente una cosa
totalmente nueva porque, a partir del Renacimiento y en el
continente europeo, las poliarquías, que hasta entonces tenían un
carácter impreciso en lo territorial y cuya coherencia era floja e
intermitente, se convierten en unidades de poder continuas y
reciamente organizadas, con un solo ejército que era, además,
permanente, una única y competente jerarquía de funcionarios y
un orden jurídico unitario, imponiendo además a los súbditos el
deber de obediencia con carácter general.
A consecuencia de la concentración de los instrumentos de
mando, militares, burocráticos y económicos, en una unidad de
acción política —fenómeno que se produce primeramente en el
norte de Italia debido al más temprano desarrollo que alcanza allí
la economía monetaria— surge aquel monismo de poder,
relativamente estático, que diferencia de manera característica el
Estado de la Edad Moderna del territorio medieval.
Los grupos políticos de la Edad Media eran defendidos,
dominados y administrados por personas a las que pertenecían, en
su mayor parte como propiedad, los medios administrativos, ya
fuesen de carácter militar, judicial o de otra clase, tales como
productos naturales, dinero, armas, caballos, edificios, etc. El
viejo ejército sólo constaba de tropas de a pie. Cuando, debido a
la forma de luchar de los sarracenos y húngaros, fueron precisas
tropas de a caballo, el príncipe se las aseguró mediante el
enfeudamiento de la propiedad agraria y de los derechos de
superioridad. Estos feudatarios montados constituían una “tropa
privada” de su señor feudal (Below, Staat, p. 287). El feudatario
cubría los gastos del equipo militar para sí y sus vasallos y
subordinados a expensas de los bienes de su feudo y, asimismo,
las costas y derechos que se pagaban por las funciones de
superioridad que ejercía, y singularmente por la jurisdicción,
pasaban, en lo sustancial, a su peculio. La base de su poder era la
propiedad feudal que se había hecho hereditaria. Gracias a ella le
fue económicamente posible llevar a cabo la gestión privada de la
administración militar y civil; pero también por medio de ella se
hizo el feudatario independiente en lo económico, y en muchos
casos también en lo político-militar, del señor feudal,
especialmente por causa del armamento de la gente de guerra, de
la que el señor necesitaba ineludiblemente. El derecho del
feudatario sobre el objeto del feudo, incluidos los derechos de
superioridad, vino a convertirse casi en una propiedad de derecho
privado, y el señor feudal, en la esfera de funciones del
feudatario, vino a perder finalmente por completo el derecho al
ejercicio de la función. Como la organización feudal consistía en
una jerarquía de privilegios, con numerosos grados, y el señor
feudal sólo podía mandar sobre los vasallos y subordinados de
rango inferior a través del feudatario inmediato, vino así a
depender aquél de la lealtad de éste, lealtad a la que con bastante
frecuencia se faltaba. Con lo que sucedía que la supremacía del
poder del señor feudal se apoyaba, en no exigua parte y
prescindiendo de los vínculos ético-políticos, en el hecho de
disponer en propiedad de un gran territorio sobre el que ejercía su
propia administración de superioridad.
La evolución que se llevó a cabo, en el aspecto organizatorio,
hacia el Estado moderno, consistió en que los medios reales de
autoridad y administración, que eran posesión privada, se
convierten en propiedad pública y en que el poder de mando que
se venía ejerciendo como un derecho del sujeto se expropia en
beneficio del príncipe absoluto primero y luego del Estado
Mediante la creación de un ejército mercenario permanente, cuya
existencia depende del pago de la soldada, el señor se hace
independiente del hecho aleatorio de la lealtad de sus feudatarios,
estableciendo así la unidad de poder del Estado en lo militar. La
caballería había perdido ya su función político-militar a causa de
la transformación de la técnica guerrera. Desde la guerra de los
husitas es desde cuando, probablemente, decae el papel de la
caballería en el combate, a causa del empleo creciente de cañones
y armas de fuego portátiles, de la infantería y de las tropas
mercenarias. Los gastos que imponía la nueva técnica de las
armas exigen la organización centralizada de la adquisición de los
medios necesarios para la guerra, lo cual suponía una
reorganización de las finanzas. De este modo, la necesidad
política de crear ejércitos permanentes dio lugar en muchas partes
a una transformación, en sentido burocrático, de la administración
de las finanzas. Gracias a ella las tropas feudales, intermitentes y
ocasionales, con su servicio inseguro y limitado, se ven
sustituidas por una organización firme y continua del ejército
cuyos medios de guerra se concentran en las manos del Estado
Por otra parte, el perfeccionamiento de la técnica administrativa
sólo era posible mediante una división del trabajo. El instrumento
más eficaz para lograr la independización de la unidad de poder
del Estado fue la jerarquía de autoridades, ordenada de modo
regular, según competencias claramente delimitadas y en la que
funcionarios especializados, nombrados por el superior y
económicamente dependientes, consagran su actividad de modo
continuo y principal a la función pública que les incumbe,
cooperando así a la formación consciente de la unidad del poder
estatal
Mediante la burocracia se elimina la mediatización feudal del
poder del Estado y se hace posible establecer el vínculo de
súbdito con carácter general y unitario. Los apoyos burocráticos
dan a la moderna construcción del Estado sus netos contornos y
condicionan el carácter relativamente estático de su estructura.
Gracias a la jerarquía de los funcionarios la organización
pudoextenderse ahora también al territorio, es decir, abarcar a
todos los habitantes del mismo, y asegurar de este modo una
unificación universal, central y regida por un plan, del obrar
relevante para el Estado. La gran extensión que alcanza el
territorio de los Estados, cosa que en la Edad Media había
contribuido grandemente a la emancipación de los poderes
locales, no constituye para la burocracia moderna un obstáculo
que se oponga a una labor administrativa sumamente intensa y,
sin embargo, dirigida desde el centro. A la manera como, en lo
económico, vino la fábrica a superar el taller, así también,
respecto al despliegue del poder político, el aparato burocrático
del Estado actual, rígidamente disciplinado y controlado, vino a
estar por encima de los territorios, administrados a la manera
feudal, de la Edad Media.
Según se dijo, el ejército permanente y la burocracia de carácter
continuo suponen la planificación de la administración financiera
del Estado. Pues la permanencia y seguridad de la concentración
de poder mediante funcionarios civiles y militares se halla
garantizada sobre todo —por muy alto que se estime su sentido
del deber y su conciencia de responsabilidad— por el hecho de
que el funcionario depende, para su subsistencia económica, del
sueldo mensual.
La emancipación económica del poder estatal tiene su expresión
en el hecho de que el patrimonio del Estado, con todos los medios
reales de la administración, no pertenece a nadie, ni al soberano ni
al funcionario.
Merecen ser destacados los fuertes motivos políticos de esta
evolución económica. Pues el desenvolvimiento de la forma
económica capitalista se ve acelerado por el hecho de que la
concentración estatal de poder, sin proponérselo, actuaba de modo
tendiente a tal resultado. Así la circulación del dinero se vio
estimulada por el establecimiento regular de tributos, y la
producción de mercancías por el hecho de que los grandes
ejércitos mercenarios uniformados, con sus armas cada vez más
tipificadas, creaban la posibilidad de enormes ventas, en masa.
La codificación dispuesta por el príncipe y la burocratización de
la función de aplicar y ejecutar el derecho eliminaron, finalmente,
el derecho del más fuerte y el de desafío, e hicieron posible la
concentración del ejercicio legítimo del poder físico en el Estado,
fenómeno que, con razón, se señala como una característica típica
del Estado moderno.
Pero si esta unidad de autoridad, especialmente desde el
advenimiento del absolutismo, había de suponer un status, una
ordenación de autoridad de carácter continuo, no era bastante que
sólo estuvieran sometidas a una regulación central y planificada
las relaciones de derecho privado, sino que tenía que suceder lo
mismo con aquellas en que interviniera la autoridad. Habrá, por
esto, que buscar el origen específico de las constituciones escritas
en estas exigencias de carácter organizador. Lo que en tales
constituciones hay de nuevo no es la determinación en un
documento de los derechos de libertad individual, como por
bastante tiempo se ha creído, pues tal determinación responde a la
forma, en toda época conocida, por la que se hacen constar ciertos
derechos políticos subjetivos por escrito en una carta. En cambio
sí es completamente nueva la regulación consciente y planificada
de la estructura concreta de la unidad política en una ley
constitucional escrita. Así, pues, por causa también de la ratio
status, había que establecer un jus certum que ordenara las
actividades futuras del Estado, eliminara las discordias e hiciera
posible la orientación requerida de modo duradero y seguro. Son
esenciales a este nuevo concepto de constitución tanto el carácter
autoritario de la ley constitucional, en oposición a los documentos
que registran un contrato entre príncipe y estamentos, v. gr., la
Carta Magna de 1215, como el de que tal normación se realiza
con el propósito de que permanezca, el que sea inviolable. El
Instrument of Government (1653) de Cromwell es el primer
ejemplo de un documento constitucional moderno; su mismo
nombre revela su naturaleza. Lo que Cromwell pretendía con esta
constitución fue expresado por él muy claramente: “En todo
gobierno —dice—, tiene que haber algo fundamental, semejante a
la Carta Magna, permanente, invariable” (Jellinek, p. 511).
La unidad jurídica y de poder del Estado fue, en el continente
europeo, obra de la monarquía absoluta.
La cuestión que se planteó fue la de cómo había que hacer para
que el poder del Estado afirmara su independencia política frente
a las amenazas de los poderes económicos privados que habían
crecido poderosamente. Puede decirse que hasta el siglo XIX los
poderes de dominación política y económica estaban reunidos
siempre en las mismas manos. Durante toda la Edad Media y aun
en los primeros siglos de la Moderna, las clases propietarias del
suelo, y al lado de ellas la burguesía ciudadana poseedora del
dinero, tenían también los poderes de mando político. El
absolutismo, que por medio de la política mercantilista convirtió
al Estado en el más fuerte sujeto económico capitalista, hizo de
los medios de dominación política un monopolio del Estado y
arrebató a los estamentos sus privilegios públicos de autoridad.
Pero no sólo dejó a los señores feudales el capital agrario sino que
fomentó, lo que pronto había de ser más importante, el nacimiento
de un poder económico burgués muy potente, en la forma del
capital móvil financiero, comercial e industrial, al que el Estado
liberal dio luego casi absoluta libertad de ación.
Es con el Renacimiento cuando empieza a desarrollarse el pensar
empírico, también en lo político. El moderno Estado soberano
nace de la lucha de los príncipes territoriales para la consecución
del poder absoluto dentro de su territorio, contra el emperador y !
a Iglesia, en lo exterior, y con los poderes feudales organizados en
estamentos, en lo interior. Ciertamente que el pensamiento de la
Edad Moderna continúa, todavía, justificando el poder del
príncipe, que entonces se había fortalecido considerablemente,
con argumentos ético-religiosos; junto a ellos aparece, con
creciente fuerza, una teoría de la política completamente secular.
De manera especial, se emancipa el derecho natural de la teología
y ya no se le considera como un mandato divino, sino como
interna necesidad de la razón.
Maquiavelo y todos los autores de la razón de Estado que de él
arrancan llegan, incluso, a eliminar toda clase de límites
normativo-morales que puedan trabar la autoridad del príncipe, y
sólo lo someten a las normas técnicas del poder, a la ratio status.
En cuanto a Bodino, si es verdad que admite, todavía, el jus
divinum et naturale, como obligatorio para la suprema potestas,
no acepta, en cambio, que pueda serlo el derecho positivo. La
cuestión de las relaciones entre el poder espiritual y el temporal
pasa a un segundo plano, y el problema que se plantea entonces y
que viene siendo, hasta hoy, el fundamental, tiene carácter
político inmanente, y es el de la disputa por el poder entre el
soberano y el pueblo.
Los modernos Estados territoriales fueron desconocidos en la
Antigüedad y en la Edad Media. Una organización comparable al
status político actual sólo podía desarrollarse entonces en aquellos
lugares donde, como consecuencia de los mercados, se
concentraban en un breve espacio división de trabajo e
intercambio, a saber, en las ciudades. Por esta razón también,
encontramos los inicios del Estado moderno en aquellas ciudades
donde se dan, al grado máximo de desarrollo, el trabajo y el
intercambio, es decir, en las ciudades-repúblicas del norte de
Italia.
Pero la segunda dirección, completamente nueva, que da al poder
del Estado y del soberano una fundamentación esencialmente
independiente de la ético-religiosa, se inicia con Hobbes (De cive,
1642), quien puede ser considerado como el fundador de las
modernas ciencias políticas. Aunque de tendencia absolutista,
Hobbes renuncia, por completo, a la tesis de que el soberano sea
de institución divina. En su tiempo era, sin embargo, la tradición
bíblica todavía tan fuerte que el capítulo XI del De cive está lleno
de citas de la Sagrada Escritura; pero estos testimonios bíblicos
referentes al poder ilimitado del soberano tienen en Hobbes valor
secundario y más bien cumplen una finalidad decorativa. Lo
primario y decisivo en este autor es su fundamentación
absolutamente inmanente partiendo del fin del Estado, que es,
para él, la ley suprema de su ser y deber ser.
Lo importante es que, con la doctrina contractual de Hobbes, el
Estado recibe, por primera vez, una fundamentación inmanente,
es decir, referida a la función de la organización estatal en el seno
de la totalidad social. Hobbes no pretendió explicar
empíricamente, con su doctrina contractual, el nacimiento
histórico del Estado, sino que sólo quiso afirmar que la necesidad
de un poder político absoluto debía justificarse partiendo de la
esencia del propio Estado. Lo más genial de su teoría fue su
método, tomado de las ciencias naturales de la época, que aspira a
explicar y justificar lo existente partiendo, únicamente, de las
fuerzas que laten en su interior.
La Reforma, sin embargo, con las guerras de religión a que dio
lugar, y aun prescindiendo de la ética económica del calvinismo,
contribuyó en grado importante a la secularización de la
conciencia general. Los hombres esperaban, después de tanto
sufrimiento, la seguridad y la paz únicamente de un poder estatal
que fuese independiente de toda legitimación eclesiástica. En la
historia del pensamiento, la vieja idea de la libertad y de la
igualdad recibe ya antes un contenido profano; se la entiende ya,
de una manera política y, poco después, tal vez con Tomás Moro,
también económica, en el sentido de un derecho de la razón.
Surge así una legitimación temporal y humana del Estado y del
derecho en lugar de la trascendente-religiosa.
La Reforma trajo como consecuencia la emancipación definitiva y
total del poder del Estado respecto a la Iglesia, incluso en los
Estados católicos.
La nota más característica de las relaciones de poder, en la Europa
de la Edad Moderna, la constituye la disolución de la unidad del
imperio medieval en una multiplicidad de Estados independientes,
nacionales y territoriales.

El parlamento ingles
Bajo un sistema de gobierno monárquico, los monarcas necesitan
consultar las decisiones que toman, pues de otra manera nadie les
obedecerá a ellos ni a sus decisiones. El Parlamento inglés
evolucionó en un momento en que la monarquía estaba falta de
algún tipo de fuerza policial o militar para respaldar sus leyes.
En 1341, la nobleza y el clero fueron convocados de manera
separada por primera vez, creando lo que sería efectivamente una
Cámara Alta y una Cámara Baja, con los caballeros y los
burgesses ocupando esta última. La Cámara Alta se conocería
como la Cámara de los Lores desde 1544 y la Cámara Baja como
la Cámara de los Comunes, colectivamente conocidas como
Cámaras del Parlamento.
La autoridad del parlamento creció bajo Eduardo III; se estableció
que ninguna ley podría proclamarse, ni ningún impuesto
aplicarse, sin el consenso de las dos Cámaras y del Soberano. Esto
fue un desarrollo durante el reino de Eduardo III; estuvo
involucrado en la Guerra de los Cien Años y necesitaba recursos
financieros. Eduardo intentó evitar el parlamento lo más posible,
lo que causó que se promulgara este edicto.
Los Comunes comenzaron a actuar con mayor fuerza durante este
periodo. Durante el Buen Parlamento (1376), el Oficial Presidente
de la cámara baja, sir Peter de la Mare, se quejó de los altos
impuestos, demandó una auditoría a los gastos reales y criticó la
administración del ejército por parte del rey. Los Comunes
incluso cuestionaron a algunos de los ministros del rey. El rudo
oficial fue encarcelado pero fue liberado rápidamente después de
la muerte de Eduardo III. Durante el reino del siguiente monarca,
Ricardo II, los Comunes de nuevo comenzaron a cuestionar a los
errantes ministros de la Corona. Insistieron en que no podían
controlar sólo los impuestos, sino también el gasto público. A
pesar de esas ganancias en autoridad, los Comunes permanecieron
mucho menos poderosos que la Cámara de los Lores y que la
Corona.
Este periodo también vio la introducción de una franquicia que
limitaba el número de personas que podían votar en las elecciones
para la Cámara de los Comunes. A partir de 1430, la franquicia
estaba limitada a los Poseedores de Cuarenta Chelines, es decir
los hombres que tenían propiedades que valían cuarenta chelines
o más. El Parlamento de Inglaterra legisló esta nueva franquicia
uniforme en el estatuto 8 Hen. 6, c. 7. La Tabla Cronológica de
los Estatutos no menciona tal ley de 1430, ya que fue incluida en
los Estatutos Consolidados como un recital en el Acto sobre los
Electores de Caballeros de la Comarca (10 Hen. 6, c. 2), el cual
enmendaba y reproclamaba la ley de 1430 para hacer claro que un
residente de un condado debía tener una propiedad de cuarenta
chelines en ese condado para ser un votante ahí.
La Revolución inglesa (English Civil War en inglés) es el periodo
de la historia del Reino Unido que abarca desde 1642 hasta 1688.
Se extiende desde el fin del reinado de Carlos I de Inglaterra,
pasando por la República británica y el Protectorado inglés de
Oliver Cromwell y finaliza con la Revolución Gloriosa, que
destituye a Jacobo II.
En este contexto se incluye una serie de conflictos armados
denominados Guerra civil inglesa o Guerras civiles inglesas, que
se libraron entre realistas y parlamentarios entre 1642 y 1651, con
una gran victoria de Cromwell y la derrota de Carlos II de
Inglaterra al término del tercer y último de los enfrentamientos.
Política[editar]
Hasta la revolución, Inglaterra era una monarquía absoluta de
derecho. El Parlamento inglés era tan solo un comité consultivo
temporal que estaba convocado y disuelto a discreción por el
monarca.
A pesar de estas restricciones, para el siglo XVII el Parlamento
había ganado poderes significantes de hecho, y el monarca ya no
podía ignorarlo. En particular, el monarca necesitaba
consentimiento parlamentario a fin de implementar nuevos
impuestos. El Parlamento no podía anular las acciones del
monarca, pero si podía rehusar implementar nuevos impuestos,
que era su único poder de negociación. Enrique VIII ordenó
ejecuciones arbitrarias sin resistencia pública significativa,
mientras que su tentativa de implementar un nuevo impuesto sin
Parlamento estuvo contrariada por una rebelión.1
El Parlamento tenía dos cámaras. La Cámara de los Lores
comprendió los miembros más importantes de la nobleza y del
clero. La Cámara de los Comunes comprendió diputados elegidos.
El sufragio estaba limitado a los ciudadanos más adinerados,
aunque unas circunscripciones (potwalloper boroughs) elegían sus
diputados con sufragio universal masculino.2 La Cámara de los
Comunes representaba la gentry – la nobleza baja y la burguesía
alta. Los poderes de hecho del Parlamento derivaban de la
importancia de la gentry inglesa. Nuevos impuestos eran
imposibles sin su cooperación. Escocia e Irlanda tenían
parlamentos, pero ellos eran menos poderosos.34
En 1603 muere Isabel I de Inglaterra sin descendientes. Jacobo I,
hijo de María I de Escocia, sube al trono como el primer rey
Estuardo de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Jacobo I era un defensor
del derecho divino de los reyes y era acostumbrado a gobernar en
Escocia. A veces tenía relaciones malas con el Parlamento inglés.
No obstante, moderaba sus ambiciones de absolutismo a fin de
sostener relaciones buenas con sus súbditos.5
Religión[editar]
Durante el siglo XVI, la Reforma protestante hubo penetrado
Inglaterra y Escocia de maneras distintas, mientras que la mayoría
de los irlandeses se mantenía católicos. Después de la turbulencia
de la Reforma inglesa, Isabel I recreó la Iglesia de Inglaterra
como un equilibrio precario entre catolicismo y calvinismo.6
Había un movimiento de puritanismo, que deseaba una iglesia sin
obispos y sin elementos otros de catolicismo.7 Mientras tanto, los
movimientos de Caroline Divines, anglocatolicismo y iglesia alta
desaba restablecer elementos de catolicismo.8 La Iglesia de
Escocia era también protestante sino tenía tradiciones
presbiterianas separadas. Jacobo I y Carlos I deseaba unir las
religiones de Inglaterra y Escocia.9 Jacobo restableció
exitosamente obispos en Escocia.
Primera Guerra Civil Inglesa (1642-1646)[editar]

Bandera del Protectorado (1658-1660)


El enfrentamiento entre el poder legislativo y el poder real se
saldó a favor del primero, moderando el rey su política absolutista
y viéndose controlado por el Parlamento. Fue entonces cuando
este aprobó numerosas leyes anti-absolutistas. Por ejemplo, se
eliminó la Corte de la Cámara estrellada, se retiró el poder al rey
de disolver el parlamento y se condenó a muerte a William Laud,
arzobispo de Canterbury y al conde de Strafford, gran aliado del
rey.
Dos años antes, Oliver Cromwell había vuelto al Parlamento tras
su retiro en 1628. Cuando estalló la guerra civil en 1642, reunió
un regimiento de caballería para combatir en favor de la causa
parlamentaria. Con este contingente logró un enorme prestigio
como militar durante la primera fase de la revolución.
Segunda Guerra Civil Inglesa (1648-1649)[editar]
Artículo principal: Segunda Guerra Civil Inglesa
Las disputas entre los partidarios del rey Carlos I, que se
encontraba encarcelado por las fuerzas parlamentarias, y los del
«Parlamento largo» persistieron. Sin embargo, los escasos apoyos
monárquicos entre los propios parlamentarios cesaron cuando el
rey escapó, se alió con los escoceses y desencadenó de nuevo la
guerra civil en 1648.
Cromwell reprimió una rebelión en Gales y derrotó a los
escoceses en Preston (agosto de 1648). De nuevo se puso de parte
del Ejército en contra del Parlamento, que intentaba reanudar las
negociaciones con Carlos. En el mes de diciembre, autorizó la
expulsión de la oposición, dejando sólo a unos pocos miembros
que estaban de acuerdo con la designación de una comisión que
juzgara al rey por traición.
Fue una guerra caballeresca, que Oliver Cromwell terminó
venciendo con su Batallón de los Santos (Ironsides), a los pro
monárquicos. El fin del enfrentamiento supuso el enjuiciamiento
por alta traición del rey y su posterior decapitación, teniendo
como consecuencia la proclamación de la única república en la
historia inglesa.
La primera tarea de Cromwell durante la República —proclamada
después de la ejecución de Carlos el 30 de enero de 1649— fue la
pacificación de Irlanda y Escocia frente a las fuerzas realistas que
apoyaban al sucesor legítimo, el futuro Carlos II de Inglaterra.
Sus principales objetivos eran lograr un gobierno estable y
tolerancia para todas las sectas puritanas. Cromwell aplastó a los
partidarios monárquicos en Irlanda y Escocia y controló
Inglaterra.
Protectorado de los Cromwell (1653-1659)[editar]
Artículo principal: El Protectorado
La necesidad de que el ejército controlara la situación provocó
pronto que la República se convirtiera en una dictadura militar
comandada por Cromwell bajo el puritanismo intransigente.
Abolió la Cámara de los Lores y centró su poder en el ejército y la
Cámara de los Comunes. Una de las leyes más significativas de
este período fueron las Actas de Navegación. El éxito de
Cromwell se debió a que supo mantener la paz y la estabilidad, y
a que proporcionó los medios necesarios para la tolerancia
religiosa de grupos no católicos. Por ello, los judíos, que habían
sido expulsados de Inglaterra en 1390, pudieron regresar en 1655.
La enérgica política exterior de Cromwell y los éxitos del Ejército
y la Armada otorgaron a Inglaterra un gran prestigio en el
extranjero. Los ingleses, en alianza con Francia, arrebataron
Dunkerque y Fort-Mardyck a España el 25 de junio de 1658.
Vendiendo estas dos ciudades 4 años después al Reino de Francia.
Sin embargo la situación política siguió inestable, lo que enfrentó
al Lord Protector con el Parlamento restringido del Protectorado,
que trataban de alterar los principios de la Constitución escrita. En
1657 aceptó la Humilde Petición y Consejo: petición de crear una
segunda cámara parlamentaria y potestad de nombrar a su
sucesor, pero no aceptó el título de rey. Tras la muerte de Oliver
Cromwell en 1658 le sucedió su hijo, Richard Cromwell, quien no
poseía el carisma y el liderazgo que su padre, por lo que acabó
renunciando. Así, el Parlamento Largo se reunió y, bajo el
impulso del general George Monck, se declaró rey de Inglaterra a
Carlos II, terminando así la República y restaurando la
monarquía.
En 1660, Carlos II restablece la monarquía y la dinastía Estuardo
en Gran Bretaña, manteniendo una relativa y circunstancial
tranquilidad después de terminada la guerra civil.
Jacobo Estuardo (hermano de Carlos II) pasó a ser lord almirante
supremo de Inglaterra. En 1672 Jacobo anunció públicamente su
conversión a la fe católica en medio de un clima anticatólico
apoyado por el Parlamento y extendido a la sociedad. Al año
siguiente, el Parlamento inglés aprobó el Acta de Prueba, por la
que los católicos quedaban inhabilitados para el desempeño de
cargos públicos, y Jacobo dimitió como almirante supremo. En
1679, la Cámara de los Comunes trató de excluir a Jacobo del
trono, sin éxito.
A la muerte de Carlos en 1685, Jacobo se convirtió en rey. Apartó
a muchos de sus seguidores con sus severas represalias, sobre
todo como consecuencia de una serie de juicios represivos
conocidos por el nombre de «Juicios Sangrientos». Jacobo trató
de ganarse el apoyo de los disidentes y de los católicos en 1687,
poniendo fin a las restricciones religiosas, pero solo consiguió
aumentar las tensiones. El nacimiento de su hijo, Jacobo
Francisco Eduardo Estuardo, el 10 de junio de 1688, pareció
garantizar la sucesión católica. Poco después, los líderes de la
oposición invitaron al yerno de Jacobo, Guillermo de Orange, más
tarde Guillermo III de Inglaterra, a hacerse con el trono inglés,
desencadenando así la Revolución Gloriosa.

La Carta de Derechos o Declaración de Derechos (en inglés Bill


of Rights) es un documento redactado en Inglaterra en 1689, que
impuso el Parlamento inglés al príncipe Guillermo de Orange para
poder suceder al rey Jacobo II.
El propósito principal de este texto era recuperar y fortalecer
ciertas facultades parlamentarias ya desaparecidas o notoriamente
mermadas durante el reinado absolutista de los Estuardo (Carlos
II y Jacobo II). Constituye uno de los precedentes inmediatos de
las modernas «Declaraciones de Derechos», incluyendo:
el preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos (1776),
la revolucionaria Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano (1789) y
la internacional Declaración Universal de los Derechos Humanos
(1948).
La Revolución Gloriosa fue el derrocamiento de Jacobo II en
1688 por una unión de Parlamentarios y el Estatúder holandés
Guillermo de Orange. Algunas veces también se llama la
Revolución Incruenta, aunque hubo combates y pérdida de vidas
humanas en Irlanda y Escocia.1 Los historiadores católicos y
tories prefieren el término «Revolución de 1688», ya que
«Gloriosa» o «Incruenta» reflejarían los prejuicios de los
historiadores whig.2

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