Proceso Intelectual Del Uruguay-Ti

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ALBERTO ZUM FELDE

P R .O .C E S O
INTELECTU-AL
·DEL . URUGUAY
Y CRITICA DE SU LITERATURA

TOMO 1 1

EDICION SUBVENCIONADA POR LA COMlSION


NACIONAL DEL CENTENARIO. = MONTEVIDEO 1930
ALBERTO ZUM FELDE

PROCESO
INTELECTUAL
DEL URUGUAY
Y CRITICA DE SU LITERATURA

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Imprenta Nacional Colorada


MONTEVIDEO
1 9 3 o
ANDRES LAMAS. - ADOLFO BERRO. -
J UAN CA R LOS GOMEZ

Tomo I. 11
11
Por su vasta cultura, por su equilibrio de fa-
cultades, por su firmeza de estilo, y hasta por de-,
recho de primacía pudo ser, don ANDRES LA-
MAS, el centro intelectual de aquella época; pero,
circunstancias adversas determinaron su aleja-
miento espiritual del medio. .
Hr 'hiendo levantado en ''El Iniciador'' del 38,
la bandera ideológica y literaria del romanticismo,
el influjo de los sucesos desvió muy pronto sus ac-
tividades intelectuales hacia el terreno de la polí-
tica activa y de la diplomacia, en aquella lucha lar-
ga y azarosa de la Defensa. Después de la Paz del
51, permaneció siempre alejado del país, y acer-
bamente combatido por su pasada actuación di-
plomática. N o corresponde al historiador de nues-
tras letras, juzgar la conducta política de Lamas,
en aquella ardua gestión en la Corte de Río J aneiro
que fué uno de los últimos episodios del gran dra-
ma que terminó en Caseros. Bástenos anotar que
se le acusaba de haber cometido graves errores y
que ello le obligó a mantenerse en ostracismo hasta
el día de su muerte, acaecida en el 91.
Durante cuarenta años permaneció en Buenos
Aires, dedicado a la cátedra y al estudio de las cues-
tiones históricas y jurídicas del Plata, rodeado de

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respeto y simpatía, congregando en su casa a un


numeroso grupo de amigos, entre lo más destacado
de la intelectualidad argentina. Allá escribió, entre
numerosos artículos, aplmtes y páginas sueltas, sus
dos trabajos de más aliento: lm estudio sobre Ri-
vadavia y su época y otro sobre Génesis de la Re-
volución hispano- ame1··icana~ inconcluso este últi-
mo, pues le sorprendió la muerte cuando ordenaba
sus papeles, a más de los ochenta años ele su edad.
Escasos son, pues, y fragmentarios, sus escri-
tos ele crítica literaria que datan ele su primera épo-
ca, la anterior a la Defensa, habiéndose dedicado
casi por entero, más tarde, a trabajos de jurista y
de historiador. Entre esos escritos literarios me-
rece especial atención - por su importancia - el
que aparece como prólogo de la primera edición
de las poesías de Adolfo Berro, y en el que se
plantea, por primera vez en nuestras letras, el pro-
blema del americanismo literario, estudiando los
factores históricos y sociales que concurren a ello,
con amplia visión de la realidad; arriba en él a la
conclusión - tantas veces repetida después por
otros escritores, aun mismo hasta nuestros días -
de que, ''careciendo todavía nuestras sociedades de
rasgos definidos, propios, no hemos tenido ni po-
dido tener lite1·atu1·a nacional en la acepción plena
y ajustada de estas palabras".
Fué en verdad la Historia su vocación predi-
lecta, y aun cuando su trabajo mayor en esa mate-
ria - Génesis de la Revolución americana - ha
quedado en apuntes, correspóndele el mérito de
haber sido el primer intelectual platense que enca-
ró el estudio de la realidad histórica de estos paí-

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ses, con un amplio criterio sociológico. Tenía visión


bastante certera ; fué el primero en interpretar la
tiranía de Rosas, como una reacción del espíritu
colonial frente al espíritu enciclopedista - el Pa-
sado contra el Presente, la Tradición contra el
Progreso, etc. - adelantándose en cierto modo a
Sarmiento, aun cuando le faltaba su vigor de ex-
presión.
Puede decirse que, en términos generales, An-
drés Lamas había planteado ya los problemas de
nuestra formación literaria e histórica, tal como
ellos han venido presentándose más tarde, a la con-
sideración de críticos e historiólogos; pudiéndose
establecer más aún: que después de Lamas, duran-
te todo el decurso del siglo XIX y hasta llegar a la
época actual, no volvieron a tratarse a fondo esos
problemas, quedando vacío el puesto de historió-
lago- de crítico y filósofo de la historia- que él
ocupó por primera vez, aunque de modo incom-
pleto.
Juntamente con José María Gutiérrez dirigió
durante muchos años, en Buenos Aires, la Revista
del Río de lct PlateL - Historia, Literatura y Cien-
cias Sociales - que ha sido una de las publicacio-
nes platenses más importantes en su género. Su
asociación con Gutiérrez no fué casual: un vínculo
de profunda afinidad espiritual unía a ambos es-
critores; los dos tenían el mismo temperamento
mental, y su acción y su obra está sellada por un
idéntico carácter.
En medio a los carácteres apasionados y a las
luchas radicales de su tiempo, Lamas, como Gutié-
rrez, representa la serenidad, la prudencia y la

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moderación. Adoptó siempre una posición conci-


liadora y ecuánime, así en filosofía, como en lite-
ratura, como en política. Su romanticismo se
armonizaba con la mesura clasicista, y respetaba
ciertas normas académicas; su liberalismo enciclo-
pedista se aliaba con su respeto a la tradición ca-
tólica. En sus primeras actitudes y en sus primeros
escritos de mocedad, Lamas aparece, naturalmen-
te, más radical y apasionado; pero después, y así
que avanza en años, su criterio se va tornando en
todo más templado y ecléctico. De ahí que, más que
un factor dinámico haya sido, dentro de su época,
un factor moderativo, tal como lo fué Gutiérrez,
cuya vocación por las labores eruditas y didácticas
atemperó muy luego sus pujos románticos del 40; y
acaso por ello, siendo superior en cultura a casi
todos los intelectuales uruguayos de su generación,
Lamas no ejerció el influjo activo y directivo que,
en los días de "El Iniciador" se pudo esperar de
él. De todos modos, es lamentable que tampoco ha-
ya podido legar a nuestras letras, una obra orgáni-
ca de la importancia de su ((Génesis de la Revo-
lución}}.

*
* *
Cronológicamente sigue a Lamas, en la inicia-
ción del movimiento romántico, ADOLFO BE-
RRO, discípulo de Echeverría, a quien dedicó, en
oda fervorosa, sus primeros versos ingenuos. Be-
rro aparece y cruza fugazmente el cielo de la poe- .
sía, como un azulado meteoro, para morir tísico, a

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los 22 años, llevándose una de las más generosas


promesas de nuestra literatura. Por su pálida y
delicada figura juvenil, por su culto de los princi-
pios y los sentimientos altruistas, por la ternura y
la melancolía de sus primeros cantos, Berro es la
más pm·a encarnación de aquella alma romántica
que amanecía, blanca aún antes del sangriento bau-
tismo de la Defensa.
Habiendo terminado sus estudios en la a Aca-
demia de J u1·isprudenc·ia - que hacía, entonces,
las veces de Facultad de Derecho - y tras la prác-
tica forense, hecha en el estudio de Florencio Va-
rela, - fué designado por el gobierno en 1839,
para el cargo de .Asesor del Defensor de Esclavos,
dedicando a la redención de esos humildes todo
su fresco saber jurídico y los fervores humanita-
rios de su corazón. Fruto, en gran parte, de su
campaña en pro de la raza negra, fué la total abo-
lición de la esclavatm·a, al año siguiente de su
muerte.
Como poeta, le conmueven los motivos del des-
amparo y del envilecimiento humano, y canta el
sufrimiento de las víctivas del egoísmo, en sus
composiciones dedicadas al Mendigo, al Expósito,
a la Ramera. En sus poemas de motivo íntimo, en
sus confesiones líricas, se expresa esa melancolía
sentimental que hizo crisis en la poesía romántica
de su tiempo, en todo el mundo, pero ahondada en
él acaso por el presentimiento seguro de su próxi-
mo fin. "Morir, cuando en redor todo respira ... "
gime en uno de sus últimas estrofas el pobre mu-
chacho tísico.
La estrofa lírica de Berro es aún más floja y

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ripiosa que en la mayoría de sus congéneres, pa-
reciendo casi un balbuceo ; y su lenguaje está de-
masiado plagado de tropos prestados por los ro-
mánticos mayores, incluso Echeverría, quien tam-
poco, a su vez, los tenía muy propios. Acaso con la
madurez mental, que luego hubiérale venido, se
hubiesen desarrollado en modo más completo sus
facultades literarias, y hallado expresión más fir-
me su temperamento, indudablemente poético. Lo
mejor que llegó a realizar fueron sus dos breves
ensayos de romance americano: ''Liropeya'', cuyo
aslmto es el famoso episodio desglosado del viejo
cronicón de Barco de Centenera; y, "Población de
:Montevideo", que describe y celebra la fundación
de esta ciudad por Bruno de Zabala. En ambos, el
romance español está manejado con bastante soltu-
ra y el relato tiene plasticidad; pero ambos ado-
lescen- y más "Liropeya",- del grave defecto,
común por lo demás a su generación literaria, de
dar a los personajes los rasgos y el lenguaje falsos
de los heroes del poema europeo, en lo cual no ha-
cía sinó seguir a su maestro, el autor de "La Cau-
tiva".
La muerte juvenil de Adolfo Berro acaecida
en el 41, - provocó una gran manifestación de
duelo público en el ambiente intelectual de 1fonte-
video, y su entierro fué lma especie de apoteosis.
Toda la juventud - confundidos uruguayos y ar-
gentinos - acordó levantar por suscripción un se-
pulcro a su 1femoria ; y dedicáronle exaltadas es-
trofas todos los poetas: :Mármol, JYiitre, Rivera

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Indarte, Cantilo, Juan Carlos Gómez, 1\1agariños


Cervantes, Acuña de Figueroa.

*
* *
El vacío que dejó en el ambiente literario la
desaparición prematura de Adolfo Berro, fué ocu-
pado por JUAN CARLOS GOMEZ, quien inició
su carera el día mismo en que aquel fuera ente-
rrado, y jtmto a su tumba, írecitando un poema
elegíaco.
Gómez, tan joven en aquel año 41 como su
amigo muerto, continúa a Berro, por así decirlo, y
llega a ser más plenamente lo que aquel sólo alcan-
zó a esbozar: el tipo representativo y simbólico del
romanticismo, en el Uruguay: y sinó por la obra,
por la persona, al menos.
Juan Carlos Gómez es, en efecto, el más ge-
nuino representante de su generación romántica,
así en las letras como en la política ; y no por que
haya realizado obra literaria de valor permanente,
ni su acción política haya sido poderosa, pues en
lo uno y en lo otro su talento se perdió en las en-
crucijadas de aquella "selva oscura" que dijera el
Dante, sin encontrar ni la derecha vía de la reali-
dad, ni la sombra sublime de Virgilio. Sus versos
fueron blandas lamentaciones que se llevó el viento
de la época : su prédica, quimeras racionalistas,
sin arraigo positivo en la vida nacional. Poseyó al-
tas cualidades intelectuales de polemista y de poe-
ta, pero no dieron frutos sustanciales y duraderos :
las dispersó en efímeras quejas y en empresas utó-
picas. Padeció toda su vida - desde la mocedad

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hasta la vejez, sin que ni la madurez ni la expe-


riencia llegaran a curarlo- el mal de un idealismo
soñador que no tocó jamás en la tierra. A los cin-
cuenta años, Gómez era el mismo "joven románti-
co'' que a los veinte.
Dijimos que las biografías de aquellos hom-
bres del 40, son más interesantes que sus obras; y
que, más que sus escritos, vale lo que vivieron. Y
a qlúen, de ellos, más atañe esa observación, es a
Juan CaJ.'los Gómez, perfecto héroe de novela ro-
mántica, encarnación del resurrecto idal caballe-
resco que Cervantes había enterrado.
El idealismo ele la nueva andante caballería,
cabalgando en sus quimeras sentimentales y ar-
mado de sus paralogismos racionalistas, vivía cho-
cando y desgarrándose doloramente contra la rea-
lidad del mlmdo ; del fracaso diario de sus ilusio-
nes proviene del pesimismo romántico. El román-
tico puro era un quijote, que cada noche volvía a
su casa maltrecho y desengañado. Por eso los ro-
mánticos vieron en Don Quijote el símbolo del
Idealismo, cosa que, antes, los humanistas no vie-
ran; ni viera, a todo lo que se sabe, el mismo Cer'~
vantes. El bueno de Don Quijote empezó a ser per-
sonaje sublime sólo al entrar en relación con la
conciencia romántica; en relación con la conciencia
clásica o realista sólo es un personaje burlesco,
como lo es, en opuesto sentido, el buen Sancho.
Pero, es natural que al resucitar la vieja ideali-
dad caballeresca del ~1:eclioevo, - aun vestida ele
racionalismo liberal - los románticos vieran en
el personaje de la sátira cervantina, el símbolo de
su conciencia. Cada poeta - y no poeta - román-

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tico, se veía reflejado, como en un espejo convexo,


en aquel andante caballero de la triste figura, qui-
mérico paladín de todas las causas nobles y gene-
rosas, el más pulcro de los gentilhombres y el más
razonador de los locos. Don Quijote, más que una
sátira del viejo idealismo caballeresco, era un sím-
bolo del nuevo idealismo romántico; y Cervantes,
al escribir su novela, se anticipó dos siglos a aquel
fenómeno de psicología histórica que comprende
todo el Ochocientos. Sólo una época como la nues-
tra - la de este segundo cuarto del Novecientos -
que ha empezado a dejar de ser romántica, puede
ver a Don Quijote como sátira trágica del Roman-
ticismo, a don Quijote devuelto a su significado
original ...
Juan Carlos Gómez es, en el ambiente pla-
tense, la más fiel encarnación de ese quijotismo.
Otros, de su tiempo, fuéronlo en la juventud; mas,
en la madurez, tornáronse casi cuerdos. Gómez
permaneció quijote recalcitrante hasta sus días
postreros; y más irreductible que el propio héroe
cervantino, ni aun en su lecho mortuorio dió ra-
zón al ama y al barbero. Gómez murió - exilado,
olvidado y pobre- con la celada puesta y leal a
la memoria de su Dulcinea.
rroda su vida pública y privada es un roman-
ce caballeresco. Sus primeros versos juveniles ins-
pirados por la muerte temprana de su amigo
.Adolfo Berro, son recitados ante esa tumba. Ado-
lescente aún, se enamora de una mujer, despidién-
dose de ella, al expatriarse cuando el Sitio, en ri-
mas acongojadas. La pálida doncella de sus sue-
ños, su ideal Dulcinea, se convierte luego en la

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esposa de un personaje del Cerrito, Don Carlos


Villademoros, de quien ya dijimos su afición a las
letras clasicistas. Muerta poco después, de una con-
moción nerviosa provocada por un bárbaro epi-
sodio del Sitio, Gómez, en su lejano exilio, per-
manece por siempre fiel al culto de aquel frus-
trado amor, llevando sobre el pecho el medallón
con el retrato y el riso de la amada, cuyo recuerdo
le acompañó hasta el fin ele su desolada soltería~~
Cuando vuelve a JYfontevideo, su primera visita es
para la tmnba de Elisa, cuya memoria evoca en
tiernas y dolidas estrofas.
Como otros jóvenes ele su generación, pere-
grinó, errante, por ciudades extrañas, sin poder
hallar hogar ni reposo, perseguido por la fatali-
dad de su destino, aliado, al parecer, de su enemi-
go, el tirano Rosas. Al cabo, logra establecerse en
Chile, donde, por varios años, ocupa un eminente
lugar en el periodismo y en el foro. Vuelto al país,
después ele la Guerra Grande, funda ''El Orden'',
abriendo desde sus colmnnas campaña decidida en
pro ele los puros Principios republicanos. Tal
puro principismo - de cepa genuinamente román-
tica - está en radical oposición con las condicio-
nes .<le la realidad político-social del país, en aque-
llos osclU'OS y confusos tiempos ele caudillismo.
Gómez piensa y escribe sin tener en cuenta el me.:
dio, como si se tratara ele hacer política en los
países de Em'opa o en los Estados U nidos ele N or-
te América. Naturalmente, es la suya de entonces
una lucha en las nubes; y después ele efímero mi-
nisterio, fracasa prácticamente, expatriándose por
segunda vez. Transcurridos tres años, Don Quijo-

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te hace nueva salida: vuelve al país - que gobier-


nan los blancos - y emprende nueva campaña
principista, tan irreal en sus términos como la
primera. Deportado esta vez por el gobierno, su
expatriación es ya definitiva. Se radica en Bue-
nos Aires; y su idealidad política, navegando
siempre a velas desplegadas por los mares de la
utopía, se consagra a predicar, en vano, la rein-
tegración del antiguo virreinato platense, fusio-
nando el Uruguay y la Argentina.
El romanticismo político de Gómez fué ideo-
logía pura, y puro paralogismo, sin relación al-
guna con la realidad nacional. Despreciaba .esa
realidad, y esto fué, en política, su error funda-
mental. N o estudió los fenómenos sociales propios
del país, sólo quiso aplicar los principios de su
derecho constitucional abstracto. N o fué un esta-
dista, fué sólo lm andante caballero de los Prin-
cipios, que agotó sus bríos y sus armas en com-
bates quiméricos. Son famosas sus frases, tan va-
~ías como grandilocuentes : ''Yo soy una Idea que
avanza triunfahnente al Capitolio de la Libertad",
dijo una vez; y esa frase resume toda su política.
De su acción sólo queda una serie de brillantes
artículos, que convencen de lo eficaz que hubiera
sido su talento de polemista, de haberlo orientado
en más positivas rutas; pero, entonces ya no sería
Juan Carlos Gómez ...
Sus últimas energías fueron para condenar
al repugnante realis'ino que había invadido las le-
tras y la filosofía ; con su lanza en ristre, al pie del
ruinoso castillo romántico, invocaba los enlutados

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ALBERTO ZUM FELDE

númenes de su ensueño y desafiaba al combate a


los vestiglos groseros del Positivismo ...

*
* *
Considerada en un plano de severidad críti-
ca, la producción poética de Gómez es de valor es-
caso ; como la de casi todos sus contemporáneos,
carece esa su producción de toda originalidad y de
todo vigor, siendo solo en sus motivos, en sus
sentimientos, en sus figuras y hasta en su lengua-
je, lm reflejo del romanticismo europeo en boga;
y sin que, dentro de ello, ofrezca ningún rasgo
propio; hasta en el desaliño y trivialidad de la
forma, se confunde con la turba romántica que en
España y en toda bispanoamérica llenaba el am-
biente con sus quejumbres. Lo que acaso singula-
riza relativamente la poesía de Gómez dentro del
ambiente platense - y no en sentido encomiable,
por cierto - es haber representado en grado má-
ximo, ese lirismo lúgubre y plañidero en que de-
generó la dulce tristeza de Lamartiné y el rebelde
pesimismo de Byron.
Verdad que, hacia el 40, toda la poesía vestía
de luto. Era la época de los cementerios, de los
cipreses y las tumbas, de las viudas veladas por:
crespones, de las amantes tísicas y de las novias
muertas, de los amores desventurados, de los poe-
tas exangües, desesperados y suicidas. Se vivía en
pleno funeral romántico. El mal venía desde los
orígenes; el primer héroe popular del Romanti-
cismo, el joven W erter, fué un suicida. Desde

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entonces se pusieron de moda los cementerios; y


los poet;:ts se paseaban por ellos, solitarios, hacia
el atardecer, vestidos de riguroso luto. N o se pue-
de leer a un poeta de aquel tiempo - aún a los
mejores - sin tropezar a cada estrofa con la
muerte, la tumba, el ciprés. Parece aquella una
poesía de necróforos. Hamlet era querido por los
románticos, especialmente por su monólogo en el
cementerio, con el cráneo de Y orik en la mano.
Padecieron de esa manía hasta los poetas de ma-
yor fuste. Musset pedía que plantaran un sauce
junto a su tumba.
Mas no era sólo en la postura y en los versos
que la manía del sufrimiento y del luto se mani-
festaba . .Aquella neurosis literaria era, asimismo,
real ; y los poetas no se suicidaban sólo en las no-
velas, ni sólo en las novelas las novias morían tí-
sicas. U na epidemia de suicidios románticos pasó
entonces por el mundo occidental, desde .Alemania
a Italia, y desde Rusia a Hispanoamérica. .Al ba-
lazo de Larra en España respondió, como un eco,
el de .Asunción Silva, en Colombia . .A la tisis que
en Europa consumió a Musset, a Chopin, a Leo-
pardi, correspondió la tisis que en el Plata mató
prematuramente a .Adolfo Berro y a Esteban
Echeverría. Un estado psicológico sombrío - y
un mucho ingenuo - hecho de exaltación idea~
lista y pesimismo sentimental, cundió por el mun-
do así que se rompieron los diques intelectuales
que el humanismo clasicista había construído en
los siglos anteriores.
Juan Carlos Gómez fué, aquí en el Plata, el
corifeo de ese lirismo luctuoso y gemebundo, que
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ALBERTO ZUM FELDE

del 40 al 75, hizo de la poesía uruguaya un mar


de lágrimas. N o se concebía al poeta sino lloran-
do. Se iba al teatro a llorar con "Flor de un día".
Para que un personaje interesara era forzoso que
hiciera gemir. Como el héroe del drama de Cam-
prodón, que hizo las plañideras delicias de nues-
tras abuelas, Juan Carlos Gómez no hacía sino
repetir en todos sus cantos : '' . . . sólo nací para
llevar en mi alma - todo lo que hay de tempes-
tuoso y triste". Los versos ele Gómez son del mis-
mo corte ele los de Camprodón; y él mismo tenía,
para su época, no sólo el prestigio de sus versos -
que las damas uruguayas recitaban al piano, se-
cándose las furtivas lágrimas con el pañuelo -
sino el prestigio de su propia vida desdichada,
que le daba perfiles romancescos.
Sólo como documento psicológico - de su
persona y de su época - pueden leerse y reedi_:
tarse los poemas ele Gómez; literariamente carecen
de categoría. Su "Canto a la Libertad", una ele
sus primeras composiciones, anterior a su expa-
triación del Sitio, y que gozó ele gran predicamen-
to en su hora, no resiste, por su enfatismo y su
trivialidad, a la más moderada exigencia crítica.
Por lo demás, dióle la pauta a ese canto 1 - segúri
informa el más adicto y cloclimentado de sus bió-
grafos, Luis :Mellan Lafinur - un poetastro es-
pañol ele aquel tiempo infelice, el señor Bermúdez
de Castro, que también fué retumbante orador
parlamentario y embajador pomposo en Roma, y
cuyo olvidado reposo lamentamos tener que tur-
bar con esta cita.
"Figuereclo", romance de asunto patriótico,

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PROCESO INTELECTUAL DEL URUGUAY

leído en aquella tertulia literaria de su salón antes


del Sitio, carece también de enjundia y de alien-
to; es ingenuo y pesado, e inferior aún a los ro-
mances del mismo género que escribió .Adolfo Be-
rro, Su asunto es la tribulación ele un viejo gau-
cho, Figueredo, en la guerra contra la dominación
brasileña; y pertenece a aquella falsa laya de na-
tivismo en que los románticos del 40 malograron
sus ambiciones de americanismo literario.
En los años que siguieron, durante sus andan-
zas y penurias en el Brasil, en Chile, en Buenos
.Aires, Gómez sólo cultivó el lirismo personal, des-
esperado y, quejumbroso, sin lograr, empero, nin-
guna realización poética capaz de subsistir y
sostenerse fuera de aquel ambiente sentimental de
su tiempo, cuando eran sabidos ele memoria y re-
citados - al son de alguna triste melodía - en
las tertulias de los salones montevideanos. Todas
sus estrofas son - como ya dijimos - lejanas
reminiscencias de Lamartine y Byron, pasadas a
través de la mala poética española.
.Al regresar a Montevideo, en el 52, compuso,
junto a la tumba de su amada Elisa, el poema de
aquel amor desventurado; y no obstante ser este
sentimiento uno de los más profundos y perclu-
rables en su vida, las estrofas a Elisa son, como
realización literaria, de lo más deficiente. Queda,
pues, de don Juan Carlos Gómez, ya que no su
obra, su figura característica en la historia de
m1estras letras.

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Tomo I. 12
1 N D 1 e E
INDICE GENERAL DEL TOMO I

PRE\1ER.A. PARTE

La Formación Colonial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
La Poesía Gauchesca. - Bartolomé Hidalgo . . . . . . . . 67
La Poesía Académica. "El Parnaso Oriental" . . . . . . 81
A-cuña de Figueroa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

SEGUJ\TDA PARTE

El Movimiento Romántico ........................ . 135


Andrés Lamas. - Adolfo Berro. - Juan Carlos Gómez 135
Magariños Cervantes. - Otros Escritores 179

TERCER.A. PARTE

La segunda Generación Romántica . . . . . . . . . . . . . . . . . 199


La Pléyade del Ateneo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225
Zorriila de San Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
A-cevedo Díaz 273'

INDICE ANALITICO

Brevedad de nuestro -ciclo ·colonial . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11


Opulencia de los antiguos virreinatos . . . . . . . . . . . . . . . . 13
INDIO E
Trasplante y desarrollo de la .cultura hispana en México
y Perú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 y 22
Caracteres de la .cultura .colonial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Diferencias de modalidad entre la .colonización andina
y la platense . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Vida embrionaria de nuestra ·colonia durante el siglo
XVIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Indigencia -cultural de nuestro .coloniaje . . . . . . . . . . . . . 39
La enseñanza en el convento de San Bernardino . . . . . . 43
La imprenta en las postrimerías de la colonia . . . . . . . . 47
La primera generación intele-ctual nativa . . . . . . . . . . . . 49
Pérez Castellanos, primer doctor uruguayo . . . . . . . . . . 51
Larrañaga y su acción cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Fray Benito Lamas, primer -catedrático . . . . . . . . . . . . . . 56
"La Lealtad más A-cendrada", obra ini-cial de nuestro
teatro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Nacimiento de la poesía payadores.ca . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Cara-cteres del folk=lore platense . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
El academismo en la literatura urbana . . . . . . . . . . . . . . 83
Figueroa, poeta burlesco y cortesano . . . . . . . . . . . . . . . 103
"La Malambrunada" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116 al 130
Carácteres del movimiento romántico . . . . . . . . . . . . . . . 135
Los románticos frente al espíritu -colonial . . . . . . . . . . . 139
La tiranía de Rosas y el romanticismo platense . . . . . . 143
El americanismo intelectual y 1a influen-cia fran-cesa... 148
Montevideo, ·centro del movimiento románti-co .. 154 y 158
Andrés Lamas, primer críti-co e historiólogo uruguayo 163
Don Quijote, héroe romántico . . . . . . . . . . . . . . . . 121 y 170
La poesía, vestida de luto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
Auge del melodrama y del novelón ...... , . . . . 186 a 192
Una balada popular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Persistencia del romanticismo en el Uruguay . . . . . . . . 201
INDIO E
El Ateneo, .centro de la cultura uruguaya, hacia 1880 . . 205
El principismo político de los ateneistas .· . . . . . . . . . . . 207
El movimiento liberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212
La Reforma Vareliana ........................ 215 a 220
El Positivismo científico y el Ateneo . . . . . . . . . . . . . . . . 220
La literatura .cívica de los ateneistas . . . . . . . . . . . . . . . . 227
El drama .criollo popular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
Poesía y periodismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
Tabaré, indio romántico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258
"La Epopeya de Artigas" y el .concepto romántico de
la Histolria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
La novela histórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275 y 282
Ismael, tipo representativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
El tradicionalismo político en nuestras letras . . . . . . . . . 294
La épica na-cional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297
"Soledad", poema de nuestra barbarie pastoril . . . . . . . 298

INDICE POR AUTORES


Pérez ·Castellanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
' Dámaso Larrañaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Fray Benito Lamas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
El -canónigo Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Prego de Oliver ................................... , 62
Bartolomé Hidalgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 67
Francisco Araucho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Valdenegro ....................................... , 90
l\fanuel Araucho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Villademoros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
Bernardo Berro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Petrona Rosende . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 94
hcuña de Figueroa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Andrés Lamas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135 y 163
INDIO E
Adolfo Berro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
Juan Carlos Gómez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
lVIagariños Cervantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
Eduardo :NI. Gordom . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190
Heraclio Fajardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191
Ramón de Santiago . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Ferreira y Artigas 194
Pedro Bustamante 208
José Pedro Varela 216
Carlos María de Pena ............................ . 220
Julio Herrera y Obes ............................. . 231
Carlos María .Ramírez ............................ . 231
Pruden<:io Vázquez y Vega ........................ . 232
Juan Carlos B'lanco ............................... . 232
Melián Lafinur 235
Daniel i\1 uñoz ................................... . 237
Teófilo Díaz ..................................... . 238
Elías Regules .................................... . 239
Orosmán Moratoria .............................. . 240
\V áshington Bermudez ........................... . 242
José G. del Busto ................................ . 244
Francisco Bauzá ................................. . 246
J. de Salterain ................................... . 246
Sienra Carranza ................................... . 246
Zorrilla de San Martín ........................... . 251
Acevedo Díaz .................................... . 275

OBRAS CONSULTADAS

Como, por razones de estética, se han evitado las. dtas


documentarías al pie de las páginas, hacemos constar aquí
las siguientes obras consultadas, que no figuran ya en el tex-
INDIO E
to : - :i\!Ienéndez y Pelayo, "Historia de la Poesía Hispano
Americana", (de la época Colonial). - "Fray Padfico Ote-
ro . ''I·:íist. de la Orden Franciscana en el Uruguay". - Ri-
cardo Rojas, "Hist. de la Literatura Argentina. - Falcao Es-
palter, "El poeta Oriental Bartolomé Hidalgo". Dardo Es-
trada, "Hist. y Bibliografía de la Imprenta en el Uruguay".
:i\I OJ'tero Bustamante, "Ensayos".

Erratas. - Se han anotado, luego de impreso este vo-


lumen, las dos erratas siguientes:
Pág. 28: - dice logofrigo; debe decir logogrifo.
Pág. 237, última línea: - dice "Cristiana"; debe dedr
"Cristina".

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