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ibliotecas

públicas

Conchi Jiménez Fernández

R O S
E S O O S
T D A D
V I
OL OS
EN OS L
LI B R

Los libros de una biblioteca guardan en su interior historias que


no se pueden buscar en los catálogos ni en las estanterías sino que
llegan solas y por casualidad a las manos del bibliotecario, como si
de mensajes en una botella se tratasen. Gracias a los variados objetos
olvidados entre las páginas de un libro podemos crear mil y una
historias sobre aquellos que disfrutaron de su lectura con anterioridad.
Puede parecer un tanto romántico, pero ¿por qué no entretenerse
imaginando otras vidas, otras esperanzas, otras ilusiones a través de los
tesoros dejados por los lectores dentro de los libros?
Románticos, pasen y lean.

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Sin saber qué contestar, iba a prosternar-


me, lo cual debe agradar lo mismo a dioses que
a los reyes, al no suponerles compromiso alguno,
que un incidente vino a dar un nuevo rumbo a la
conversación.
Advertimos la presencia de un grasiento
pergamino que, soltándose del libro, vino a caer
al suelo.
Mi tío se arrojó sobre aquella baratija
con el ansia que se puede comprender. Un antiguo
documento, reservado desde tiempo inmemorial
en un libro antiguo, no podría dejar de tener para
él un altísimo valor…

Viaje al centro de la tierra


Julio Verne

S
olo los que tenemos el vicio de coleccio-
nar todo tipo de cosas que para otros son
invisibles podemos entender la relación de
seducción que se establece con esos objetos que
día a día vamos guardando. Muchos, sobre todo guardan a posta con el fin de ocultar o recordar
los que nos rodean, piensan que tanto chisme más adelante y que luego no se sabe dónde se
no sirve más que para acumular cachivaches en colocaron, y si no que se lo digan a aquel in-
casa, poco menos que como Diógenes. No les cauto que olvidó dos preservativos dentro de un
quito la razón, pero la verdad es que la tenden- manual de medicina del siglo XVI ubicado en la
cia a guardarlo todo o casi todo es una adicción universidad de Salamanca ¿se acuerdan?
de la que cuesta mucho desengancharse. Por
este motivo los coleccionistas vamos haciendo Hace años que voy desenterrando y acumulan-
acopio de posavasos, chapas, tarjetas magnéti- do estos utensilios cómplices de las lecturas de
cas, sellos, monedas, llaveros, marcapáginas y
un sinfín de curiosidades que auto convertimos
en pequeños tesoros no medibles en dinero pero
sí en sentimientos.

No resulta extraño, por tanto, que trabajando


en una biblioteca en la que se pasan horas y ho-
ras en compañía de los libros, la curiosidad se
apodere de nosotros y lo que en principio pudie-
ra parecer una anécdota, con el tiempo llega a
convertirse en un hábito, una conducta diaria.
Sí, me refiero a la costumbre de husmear entre
las páginas de los libros que los usuarios han de-
vuelto o los que se encuentran reposando en las
estanterías desde hace años, aquellos del Servi-
cio Nacional de Lectura, que todavía los hay…

Buscamos trozos de vida dentro de los libros, po-


lizones olvidados por los usuarios, pequeñas jo-
yas que al igual que para el profesor Lidenbrock,
protagonista de Viaje al centro de la tierra, no
dejan de tener un altísimo valor para algunos bi-
bliotecarios. Muchos colegas curiosos entenderán
la emoción o, mejor, el gozo que se siente cuando
vemos que hay algo dentro de un libro, que ya
saben que por pequeño que sea siempre deja un
espacio entre las páginas que se puede observar
a simple vista. A veces son improvisados marca-
páginas, objetos que tenemos al alcance de la
mano en el momento en que leemos un libro.
Otras veces pueden ser papeles u objetos que se

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otros y que en nuestras manos dejan de ser mu-


dos para hablarnos de quienes disfrutaron de
esos libros con anterioridad. Esas huellas inve-
rosímiles dejadas por los lectores se transfor-
man en pistas a partir de las cuales se pueden
imaginar historias ajenas, intimidades de otros
que ni siquiera conocemos. Es el valor adicional
de los libros de una biblioteca, que guardan en
su interior una segunda historia jamás contada
gracias al descuido de los lectores.

Siempre he querido organizar esta singular co-


lección de voces ajenas clasificándolas según la
materia –deformación profesional, creo. Sepa-
raba por un lado los objetos relacionados con la
flora; por otro los recibos bancarios y facturas;
los recortes de prensa; las fotografías varias;
los anuncios de publicidad; los prospectos de

perdura dentro de un libro, cobijo de un amor


pasado pero siempre recordado. Quizá estas pá-
ginas hayan durado más que el amor que guar-
daban en su interior. Una flor marchita, una rosa
arrancada en un parque desconocido siempre
delata secretos de algún adolescente, ¿pudo ser
para conquistar, para reconciliarse con la pare-
ja? Si se guardó como recuerdo, seguro que fue
por alguno de estos motivos ¿por qué no?

Camuflados también solemos encontrar papeles


doblados torpemente que son capaces de de-
volvernos vivencias ya dormidas o ilusiones de
otros que no sabemos si llegarían a cumplirse.
Me refiero a recortes de publicidad o de propa-
ganda como se solía decir. Uno de los más llama-

Hace años que voy


medicamentos; las cuentas del supermercado;
los billetes de tren, autobús o metro; las ano- desenterrando y acumulando
taciones varias de números de teléfono o direc- estos utensilios cómplices de
ciones postales; los envoltorios de bombones,
caramelos o chicles; los calendarios de bolsillo; las lecturas de otros y que
las entradas a museos, cines, teatros… Pero la en nuestras manos dejan de
falta de espacio hizo que este intento de or-
ganización y ordenación fuera una misión casi ser mudos para hablarnos de
imposible. Igual que para la confección de este quienes disfrutaron de esos
artículo, que he debido seleccionar algunos de
los hallazgos si no quería que todas las páginas libros con anterioridad.
de este número de la revista estuviesen dedica-
das a mi colección. Veamos cuáles son y qué nos
pueden decir sin palabras. tivos que he encontrado ha sido el del Seat 131.
¡Qué buen coche, con cuatro puertas y con un
Comencemos por una de las cosas más habitua- amplio maletero! El sueño de muchos españoles
les: las flores secas. Si la persona que las encon- de la época. Comprarse un coche de esta cate-
trase fuese un botánico seguro que trataría de goría sería un acontecimiento para nuestro lec-
determinar el nombre de la planta, su estruc- tor anónimo y seguro que despertaría la envidia
tura, la especie… Los bibliotecarios o amantes y la admiración de todo el barrio. Qué amplitud
de los libros lo vemos desde otra óptica, la de en comparación con otros coches más pequeños
la imaginación, la de un posible desengaño que

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que tampoco todos podían tener, como eran el


850 o el famoso 600, ¿lo recuerdan? Lástima que
ahora solo se vean en rallies…

Y qué me dicen de las etiquetas de productos


archiconocidos como la Nocilla. Quizá se guar-
dase esa etiqueta para recordar que en la próxi-
ma compra del super habría que reponerla, o a
lo mejor la idea proviene de un nostálgico que
la guardó en el libro porque al verla le vino a
la cabeza aquello de leche, cacao, avellanas y
azúcar… En mis tiempos tomar una rebanada de
Nocilla en la merienda era casi un premio del
que no podíamos disfrutar todos los días. Hoy
contamos con miles de competidores que susti-
tuyen a la merienda pero no me podrán discutir
que para los que ya tenemos unos añitos, posi-
blemente lo mismo que para la persona que se
dejó la etiqueta mientras leía, cuando hablamos
de este símbolo de la infancia, el de la Nocilla, nas de una novela no deja de llamar la atención
podemos afirmar que no hay otra igual. y casi te sientes como Charlie cuando se topó
con el billete dorado que le daba acceso a la
fábrica de chocolate de Willy Wonka. Pero no
Una flor marchita, una rosa demos tanta rienda suelta a la imaginación. No
soy tan afortunada como Charlie ni, por desgra-
arrancada en un parque cia, existe un señor Wonka. El papel dorado al
desconocido siempre delata que me refiero es el envoltorio del incompara-
ble, inconfundible Ferrero Rocher, la expresión
secretos de algún adolescente, del buen gusto. A lo mejor quien se lo dejó ol-
¿pudo ser para conquistar, vidado también quiso conquistar a sus invitados
como lo hace la esposa del embajador y es que,
para reconciliarse con la ya saben, qué haría sin el oro de mi tierra, el
pareja? Si se guardó como oro de mis recuerdos, de mis atardeceres, de
mis veladas, el oro de mi Ferrero Rocher… ¿Les
recuerdo, seguro que fue por suena esto de algo?
alguno de estos motivos.
Insignificantes pueden parecer los trozos de
papel con nombres misteriosos y números de
Otro tipo de etiquetas que podemos encontrar teléfono apuntados de cualquier manera. Ante
son esas que vienen colgadas de un hilo en las estas notas que hacen la función de improvisa-
bolsitas de té, manzanilla, tila o cualquier otra das agendas no se puede evitar la tentación de
infusión. Un objeto tan habitual en la vida de
cualquiera cobra una dimensión diferente cuan-
do aparece dentro de un libro y, por supuesto,
cae en manos de un bibliotecario. En el caso que
nos ocupa se trata de una bolsita de tila. Todos
sabemos que la lectura, entre otras cosas, sirve
para evadirse, para pasarlo bien o entretener-
se. Nos imaginamos pues a este lector sentado
cómodamente tras la cena en un sillón orejón,
con luz tenue y acompañado de una tilita que le
ayuda a relajarse, a olvidar las preocupaciones
del trabajo, las vejaciones, el egoísmo o los de-
sastres de los que tanto nos hablan los informa-
tivos. Seguro que su lectura le proporcionó un
placer doble gracias a la infusión…

También damos con un tipo de marcapáginas no


muy corriente como pueden ser los envoltorios
de chicles, caramelos o bombones. No se puede
negar que hallar un papel dorado entre las pági-

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atrapadas entre las páginas. Tal vez la intención


era contar con fotos de una persona especial
que estaba lejos pero que, por lo menos, estaría
presente mientras se leyera ese libro. Es como
buscar en el baúl de los recuerdos y encontrar
confidencias y vidas de otros que ahora seguirán
un camino distinto.

Y así podríamos continuar describiendo secretos


ocultos, intimidades de un momento compartido
con los libros, objetos que nos permiten asistir a
una especie de tráiler de otras vidas o construir
historias que los lectores invisibles nunca sabrán
y que jamás serán contadas.

intentar adivinar cómo será esa persona de la


que solo sabemos su teléfono o su nombre. ¿Será
mayor, joven, rubio, moreno, de ojos claros?
Este tipo de hallazgos es cada día más escaso
puesto que ya no hay humano que no cuente con
un teléfono móvil, esa prolongación electróni-
ca de nuestro brazo, donde se guardan cientos
de teléfonos de amigos, familiares, conocidos,
compañeros de trabajo…

Llamativas son las recetas de cocina recortadas


de la prensa o las revistas. Los engranajes de
la imaginación comienzan a funcionar y en la
mente aparece la imagen de alguien que, como
la autora de este artículo, no cuenta con dotes
culinarias y ni mucho menos tiene complejo de
Ferran Adrià. Ya quisiera. Una receta así serviría
entonces para ayudarnos, paso a paso, a prepa-
rar algún que otro plato y poder alimentarnos. Son elucubraciones que forman parte del encan-
Pero siendo menos práctica, también puede ser to de pasar gran parte del día entre anaqueles
una receta de una lectora que desea sorprender con libros impresos, usados, manoseados y con-
a su pareja en una ocasión especial con una co- vertidos en entes vivientes. Posiblemente, en
mida o un postre delicioso, porque ya conocerán un futuro no muy lejano, con el libro electróni-
ese dicho de que al hombre se le conquista por co, el famoso e-book, estos encantos tangibles
el estómago… desaparecerán y para entonces puede ser que
muchos bibliotecarios lleguemos a decir no sin
Muy comunes son las fotografías sin fecha, ama- cierta aflicción aquello de que cualquier tiempo
rillentas y de desconocidos que se encuentran pasado fue mejor…

AUTORA: Jiménez Fernández, Conchi.


FOTOGRAFÍAS: Revista Mi Biblioteca.
Ficha Técnica

TÍTULO: Tesoros olvidados en los libros.


RESUMEN: La autora de este artículo evoca el descubrimiento que suponen los variados objetos que los usuarios olvi-
daron entre las páginas de un libro que algún día leyeron. Se comentan, a modo de ejemplo, algunos de esos detalles
que hablan del pasado y también de las personas a quienes pertenecieron.
MATERIAS: Bibliotecas / Curiosidades en las Bibliotecas.

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