(Elemire Zolla) - Los Misticos de Occidente II
(Elemire Zolla) - Los Misticos de Occidente II
(Elemire Zolla) - Los Misticos de Occidente II
LOS MISTICOS DE
OCCIDENTE
Volumen II
Misticos medievales
PAIDOS
Barcelona
Buenos Aires
Mexico
Sumario
Uno de los mayores misticos del siglo XI. Su obra nos ha llegado
bajo nombres diversos, dispersa en varias recopilaciones. Benedictino,
influyo tambien sobre los cistercienses y los celestinos.
Las consideraciones que siguen sobre el demonio meridiano
probable-mente no son suyas, pero si ciertamente de su escuela.
[27] Una vez se hubo hecho monje, observo una abstinencia tan
rigu-rosa que solo comia los domingos y los jueves; ademas, si veia una
espesu-ra de ortigas o de espinos, inmediatamente se tiraba dentro y se
revolcaba en ella. Y como un hermano le reconvenia diciendole: «Hipocrita,
obras asi para atraerte el favor de la gente», le respondio: «Sirvante a ti de
guia los confesores, a mi los martires».
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY
[VI, 383b] Ante todo, a las cosas de Dios les debemos, sin
retractation ni vacilacion, el simple y puro asentimiento de la fe; luego, para
entender lo que creemos, con respeto y obediencia a los mandamientos de
Dios, debemos confiar al Espiritu Santo todo nuestro espiritu y
entendimiento, no tanto con el esfuerzo de la razon ambiciosa, cuanto con el
afecto del piado-so y simple amor. Asi mereceremos, mas con las practicas
de la humildisima piedad, que con las fuerzas del poderoso ingenio, que
Jesus comience a con-fiarsenos; [383c] con la gratia iluminadora del
entendimiento de la razon, que el asentimiento de la fe se vuelva
sentimiento de amor, el cual, para conocer el sacramento de la interior
voluntad de Dios, no tiene necesidad de los sacramentos exteriores. Pero,
mientras vivamos aqui abajo, que nuestras partes exteriores permanezcan
ligadas a la sacrosanta religion y, por tal medio, tambien nuestras partes
interiores, para que no se derramen en las cosas ajenas; por eso religio
proviene de religare.
DE «SOBRE LA CONSIDERACION»
mi opinion personal, sino la del mismo Apostol, que dice: «Si vosotros vais
a juzgar al mundo, ^sereis incapaces de juzgar esas otras causas mas
pequenas?» (1 Co 6,2)...
[7] Lo primero que purifica la consideration es su propia fuente; es
decir, el alma, de la cual nace. Ademas, controla los afectos, corrige los
excesos, modera la conducta, ennoblece y ordena la vida y depara el cono-
cimiento de lo humano y de los misterios divinos. Es la consideration la que
pone orden en lo que esta confuso; concilia lo incompatible, reune lo
dis-perso, penetra lo secreto, encuentra la verdad, sopesa las apariencias y
son-dea el fingimiento taimado. La consideration preve lo que se debe
hacer, recapacita sobre lo que se ha hecho; asi no queda en el alma
sedimento alguno de incorreccion ni nada que deba ser corregido. Por la
consideration se presiente la adversidad en el bienestar, tal como lo dicta la
prudencia, y casi no se sienten los infortunios gracias a la fortaleza de
animo que infunde.
[V, 12] d Q u e es Dios? Es tambien castigo de los soberbios y
gloria de los humildes. Efectivamente, es como una regla recta de equidad,
inflexible e indeclinable, que llega a todas partes. Toda perversion debe
estre-llarse necesariamente contra el. ^Como no ha de chocar y quebrarse en
el todo lo hinchado y retorcido?
Desgraciado el que se atraviese en su camino frente a su rectitud
into-lerante. Nada contraria y repugna tanto a una voluntad inocua como
luchar y darse constantemente contra la pared sin conseguir nada. jPobres
voluntades, las que siempre se resisten para conseguir solamente el castigo
de sus rebeldias! ^Hay castigo mayor que estar siempre deseando lo que
nunca se ha de conseguir y rechazando lo que jamas se puede eludir?
No hay condena mayor que la de no poder sustraerse al deseo
inevitable de querer y no querer, sin poder elegir mas que lo perverso y
miserable. Nunca alcanzara lo que desea ni se librara de lo que rechaza.
Justo es que quien nunca apetecio lo que debia, jamas llegue a lo que
ardientemente desea.
({Quien hace todo esto? Nuestro Senor, el Senor recto, que se
compor-ta duramente con los duros de corazon. No podran ponerse de
acuerdo nunca el recto y el depravado; mutuamente se oponen, aunque no
pueden danarse entre si. De los dos, el que pierde es el depravado: «Dura
cosa es para ti revolverte contra el aguijon» (Hch 9,5). No es duro para el
aguijon, sino para el que se revuelve.
Dios es el castigo de los malvados, porque es la luz. ({Hay algo que
odien tanto los espiritus obscenos y viciosos como la luz? «Todo el que
obra perversamente detesta la luz» (Jn 3,20). < J Y no podran esconderse de
i
ella? Jamas. Brilla en todas partes, aunque no para todos. Porque «brilla en
las tinieblas y las tinieblas no la han comprendido» (Jn 1,5). La luz ve las
ti-nieblas, porque para la luz lucir equivale a ver. Pero, reciprocamente, las
tinieblas no ven la luz, porque las tinieblas no la han comprendido. Los
viciosos son descubiertos para su confusion; pero ellos no pueden ver para
que no puedan consolarse. No solo son delatados por la luz; tambien son
descubiertos en la luz. ^Por quien o por quienes? Por todos los que pueden
ver, para que aumente su vergiienza ante tantos que los ven.
Pero entre todos aquellos que los contemplan, nadie les resulta tan
moles to como ellos mismos. Ni en el cielo ni en la tierra encontraran otra
mirada que tanto deseen evitar como la de su propia conciencia tenebrosa.
Las tinieblas no pueden contentarse ni en ellas mismas; los que no ven
abso-lutamente nada se ven en si mismos. Les acompafiaran las obras de las
tinieblas y no podran ocultarlas ni encubriendolas entre las tinieblas.
El recuerdo del pasado es un gusano que no muere nunca. Una vez
que se introduce, o mejor, que nace en el alma por el pecado, se agarra a ella
fuertemente y jamas podra ser arrancado. Roe incesantemente la conciencia:
vivira perpetuamente alimentandose de ella como de un pasto inago-rable.
Me horroriza este gusano voraz y esta muerte en vida. Es horrendo caer en
manos del Dios vivo y de la vida siempre agonizante.
Esta es la segunda muerte que nunca acaba de matar y siempre mata. ;
Quien le diera morir para no estar muriendo eternamente! «Los que piden a
los montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"»
<Lc 23,30), ^que pueden pedir sino el beneficio de morir a su muerte y la
gracia de acabar con ella? Ansian una muerte que no llega.
Vamos a explicarlo mejor. Sabemos que el alma es inmortal, que
jamas perdera la memoria, porque dejaria de ser el alma. Mientras ella viva,
vive su memoria. Pero <{que memoria? Una memoria deformada por los
vicios, espantada por los crimenes, hinchada de soberbia, resentida y
rechazada por el desprecio. El pasado paso por ella sin acabar de pasar: se
alejo del presente, pero no del pensamiento. Lo hecho, hecho queda para
siempre. Se realizo en el tiempo, pero permanece como realizado para
siempre. Lo que sucedio en el tiempo no se desvanece con el tiempo. Sera un
tormen-to eterno el recuerdo del mal que hiciste para siempre.
Es como experimentar la verdad de aquellas palabras: «Te acusare, te
lo echare en cara» (Sal 50,21). Las dijo el Senor y nadie podra contradecirle
sin contradecirse a si mismo. Sera demasiado tarde para poder quejarse
contra el Senor como Job: «Centinela del hombre, ^por que me has tornado
por bianco de tus enojos, hasta hacerme intolerable a mi mismo?» (Jb 7,20).
i
Asi es, Eugenic Nadie puede ser enemigo de Dios y vivir en paz
con-sigo mismo: el que es acusado por Dios, es tambien acusado por si
mismo. Entonces la razon no podra ocultar disimuladamente la verdad, ni el
alma podra esquivar la mirada de la razon cuando se encuentre despojada de
las ataduras corporales y recogida dentro de si misma. ^Como podra hacerlo
despues de haberse adormecido y extinguido por la muerte aquellos sentidos
por los que se alejaba de si misma y salia a curiosear las apariencias de este
mundo que pasa?
^;Ves como a los impudicos todo se les viene encima para su
confusion, dandolos como espectaculo a Dios, a los angeles, a los hombres y
a si mismos? [Que incomodos han de encontrarse todos los injustos frente al
que es un caudal de rectisima justicia, expuestos a la luz de la verdad
manifies-ta! ^No es verse golpeados y avergonzados eternamente?
«Quebrantalos con doble quebranto, Senor, Dios nuestro» (Jr 17,18).
Con mayor razon, quien ame a Dios no buscara otra recompensa para
su amor que no sea el mismo Dios. Si espera otra cosa, no ama a Dios, sino
aquello que espera conseguir.
rational. Sigues tras los instintos como los animales, y la razon permanece
inac-tiva, sin oponer resistencia.
Aquellos, pues, cuyos pasos no estan iluminados por la luz de la
razon, corren, es cierto, pero sin rumbo y a la deriva; desprecian el consejo
del Apostol y no corren de modo que puedan alcanzar el premio. ^Como lo
van a conseguir si antes quieren poseer todo lo demas? Sendero tortuoso y
lleno de rodeos, querer gozar primero de todo lo que se les ofrece.
2 . El t radu cto r [italiano], L uigi A j me, a nota: «"Montes de Dios", h eb raf smo
por "monies altisimos"» (vease Bernardo d e Cla raval , De diligendo Deo ed altri opuscoli,
a c a r g o de L . Ajme, A l ba , San Paolo, 1946 , pag . 76 , nota 1 ) .
i
[14] Asi pues, tampoco los hijos estan sin ley, a no ser que alguien
piense otra cosa por aquello de la Escritura: «La ley no es para los justos» ( 1
Tm 1,9).
Tengamos en cuenta que una es la ley promulgada por el espiritu de ser-
vidumbre en el temor, y otra la ley dada por el espiritu de libertad en el amor.
Los hijos no estan sometidos a aquella, ni privados de esta.
i
Quieres oir que los justos no tienen ley? «No habeis recibido el espiritu
de siervos, para recaer en el temor» (Rm 8,15). <jY quieres oir que no estan
exentos de la ley de la caridad?: «Habeis recibido el espiritu de hijos
adoptivos» (Rm 8,15).
Escucha por fin al justo, que confiese lo uno y lo otro. No esta
some-tido a la ley, ni privado de ella: «Con los que viven bajo la ley, me
hago como si yo estuviera sometido a ella, no estandolo. Con los que estan
fuera de la ley, yo hago como si estuviera fuera de la ley, no estando yo fuera
de la ley, sino bajo la ley de Cristo» (1 Co 9,20-21).
Por eso no se dice: «Los justos no tienen ley», o «los justos estan sin
ley», sino: «la ley no es para los justos». Es decir, no se les ha impuesto a la
fuerza, sino que la reciben voluntariamente y les estimula dulcemente.
Por eso dice tan hermosamente el Senor: «Tomad mi yugo sobre voso-
tros» (Mt 11,29). Como si dijera: «No os lo impongo a la fuerza, tomadlo
vosotros si quereis; porque de otro modo no hallareis descanso, sino fatiga en
vuestras almas».
La v i g a y la paja
[7] <;Te das cuenta de como a los que primero hace humildes el Hijo
con su palabra y ejemplo, despues el Espiritu derrama sobre ellos la caridad,
y el Padre los recibe en la gloria? El Hijo forma discipulos. El Para-clito
consuela a los amigos. El Padre enaltece a los hijos. Verdad no se llama el
Hijo en exclusiva. Tambien lo son el Padre y el Espiritu Santo. Por eso,
respetada la propiedad de cada una de las personas, una es la verdad que obra
estas tres realidades en los tres grados.
En el primero, ensena como maestro; en el segundo, consuela como amigo y
hermano; en el tercero, abraza como un padre a sus hijos.
C u a r t o g r a d o d e soberbia: l a jactancia
S e p t i m o g r a d o d e soberbia: l a presuncion
[18] Aunque todos estos tipos de excusa son malos y el prof eta los
llama «palabras malevolas» (Sal 141,4, LXX), sin embargo, la enganosa y
soberbia confesion es mucho mas peligrosa que la atrevida y porfiada excusa.
Hay algunos que, al ser reprendidos de faltas evidentes, saben que, si
se defienden, no se les cree. Y encuentran, los muy ladinos, un argumento en
defensa propia. Responden palabras que simulan una verdadera confesion.
Como esta escrito, «hay quien se humilla con malicia, mientras dentro esta
lleno de enganos» (Si 19,26). El rostro se abate, el cuerpo se in-clina. Se
esfuerzan por derramar algunas lagrimillas. Suspiran y sollozan. Van mas
alia de la simple excusa. Se confiesan culpables hasta la exagera-cion. Al oir
tu de sus mismos labios datos imposibles e increibles que agra-van su falta,
comienzas a dudar de los que tenias por ciertos...
El que... se acusa con fingimiento, puesto a prueba por una injuria
in-cluso insignificante, o por un minusculo castigo, se siente incapaz de
apa-rentar humildad y disimular el fingimiento. Murmura, brama de furor, le
invade la ira y no da senal alguna de encontrarse en el cuarto grado de hu-
mildad. Mas bien pone de manifiesto su situation en el noveno grado de
soberbia, que, segun lo descrito, puede ser llamado, en sentido pleno, con-
fesion fingida.
i
Conclusion
DE «L OS SACRAMENTOS»
[I, 1, 11] No se diga que antes de la creacion del Sol no pudo existir
el dia, porque antes de que fuese hecho el Sol ya existia la luz: «Y vio Dios
que la luz era buena... y llamo a la luz dia y a las tinieblas noche» (Gn 1,4-5).
Y creo la luz como tal en los primeros tres dias, antes de que fuese hecho el
Sol e iluminase el mundo. Pero ^que significa que no fuera hecho
inmedia-tamente el Sol del cual debe nacer la luz, sino mas bien que antes de
la clara luz existiera la luz? Quizas la confusion era indigna de la primera luz;
sin embargo obtuvo cierta luz para poder ver el camino por el que debia
pro-ceder hacia el orden y la justa disposicion.
[12] Yo creo que aqui se nos encarece algun sacramento; en efecto,
toda alma, durante el tiempo que esta en pecado, se encuentra en las tinieblas
y en la confusion.
Pero no puede escapar a su confusion, ni disponerse al orden justo y a
la forma, si antes no es iluminada para ver sus males, distinguiendo la luz de
las tinieblas, es decir, la virtud de los vicios, para disponerse al orden y
confor-marse a la verdad. Esto no puede hacerlo un alma que yace en la
confusion, sin luz; por eso es necesario que antes sea hecha la luz para que se
vea a si misma y reconozca el horror y la torpeza de su confusion, saiga de
ella y se dirija a la disposicion racional y al orden de la verdad. Despues de
que ha-yan sido ordenadas todas sus cosas, y dispuestas segun el ejemplo de
la ra-zon y la forma de la sabiduria, comenzara inmediatamente a
resplandecer el sol de la justicia; porque asi esta dicho en la promesa:
«Bienaventurados los puros de corazon, porque veran a Dios» (Mt 5,8). Ante
todo, pues, en ese mundo racional del corazon humano se crea la luz, y se
ilumina la confusion para que sea llevada de nuevo al orden. Luego que
hayan sido purificadas
i
sus partes internas, surge la clara lumbrera del Sol y la ilumina. No es, en
efecto, digna de contemplar el sol de la eternidad hasta que no este limpia y
purificada, y tenga por materia la especie y por justicia la disposition.
Asi, la ley precedio a la gratia, la letra al espiritu; asi, Juan precedio a
Cristo, la luz a la lumbrera, el candil al Sol; y el mismo Cristo mostro pri-
mero su humanidad para despues manifestar la divinidad, y en todas partes la
luz precede a la luz... Por tanto, fue hecha la luz antes que se mani-festase la
claridad del Sol, y fue el dia y hubo tres dias en que fue la luz y no existia
aun el Sol. El cuarto dia refulgio el Sol, y ese dia era claro, porque tuvo una
verdadera luminaria, y no habia en el tinieblas en absoluto. Asi, ninguna
alma merece recibir la luz del Sol, ni contemplar la claridad de la suma
verdad, si esta no va precedida por esos tres dias. El primer dia es hecha la
luz, y se separan luz y tinieblas, y se denomina y se hace dia a la luz, noche a
las tinieblas. El segundo dia, el firmamento es creado y co-locado entre las
aguas superiores e inferiores, y se le llama cielo. El tercer dia se recogen las
aguas que estan bajo el cielo en un solo lugar, y se ordena a las partes secas
que se manifiesten y se revistan de su grama. Y todas es-tas cosas ofrecen
testimonios espirituales.
Ante todo: en el corazon del pecador se crea la luz cuando comienza a
conocerse, hasta el punto de separar la luz de las tinieblas, y comienza a
11a-mar a la luz dia y a las tinieblas noche, y no es de aquellos de los que
habla Isaias: «jAy de los que llaman al mal bien y al bien mal; que dan
tinieblas por luz y luz por tinieblas» (Is 5,20). En efecto, cuando uno
comienza a separar las tinieblas delaluz ly el dia dela noche]... queda todavia
por crear en el el firmamento, es decir, se debe confirmar en su buen
proposito: separar las aguas superiores de las inferiores, o sea, los deseos de
la carne y del espiritu, para que aquel que esta en el medio y es mediador no
permita mezclas ni transposiciones, a fin de que no coexista lo que se debe
escindir, n i este encima lo que se ha de colocar debajo... Sigue, por ultimo,
en el or-den de la disposition, la obra del tercer dia, por la cual se recogen las
aguas que estan bajo el cielo en un solo lugar, para que no sean fluidos los
deseos de l a carne ni se extiendan mas alia del signo de la necesidad, de
suerte que el hombre entero, Uamado de nuevo al estado de naturaleza y
dispuesto segun el orden de la razon, recoja en un unico lugar todo deseo, y
asi la carne quede sometida al espiritu, y el espiritu al Creador. Cualquiera
que este de tal modo ordenado es digno de la luz del Sol, a causa de la mente
elevada hacia lo alto y del deseo fijo en las cosas de arriba, y la luz de la
suma verdad irradia al que contempla, el cual ya conoce y sabe la verdad, no
«en un espejo, en enigma» ( 1 Co 13,12), sino en si misma y tal como es.
Pero tampoco se debe descuidar lo siguiente: «Vio Dios que la luz era
buena y separo la luz de las tinieblas y llamo a la luz dia y a las tinieblas
no-che» (Gn 1,4-5). Hizo y vio; despues separo y llamo. ^Por que vio?...
Dios quiso ver si la luz era buena, para que «no nos fiemos inmediatamente
i
de cualquier espiritu, sino que pongamos los espiritus a prueba para ver si
provienen de Dios» ( 1 Jn 4,1).
[2] El animo humano utiliza cuatro humores [lo mismo que el mundo
se compone de cuatro elementos]: como sangre la dulzura, como bilis roja la
amargura, como bilis negra la tristeza, como linfa la serenidad de la mente.
Dicen los medicos que los sanguineos son dulces, los colericos, amargos, los
melancolicos, tristes, los flematicos, de cuerpo bien ordenado. En la
contemplation, junto a l a dulzura debe estar tambien la amargura por el
recuerdo del pecado, la tristeza por su comision, la serenidad por la
enmienda. Tambien se debe cuidar de que la dulzura espiritual no sea
tur-bada por la amargura temporal y de que la amargura recibida del pecado
no se corrompa por la dulzura carnal, de que la util tristeza no sea turbada por
la ignavia... y de que la mente serena no sea destruida por cosas ilicitas. El
alma tiene tambien sus estaciones, y como calor estival usa la caridad, como
rigor invernal el entorpecimiento de la tentacion, como otono y pri-mavera la
templanza y l a discretion. Sea, pues, moderada en el corazon, discreta en las
obras: el alma que guarda la atemperacion vive con salud.
el hedor de los pecados. Sube hasta Piscis, que es el tercer signo, y toca el
final del invierno, para que, como el pez en el agua, asi viva el pecador en las
lagrimas.
[6] [La cólera negra o atrabilis] domina el lado izquierdo, tiene su sede
en el bazo, es fría y seca, vuelve iracundo, tímido, somnoliento, a veces vi-
gilante. La purgación acontece a través de los ojos... Se puede entender...
como atrabilis la tristeza, y nos pone tristes el mal que hicimos. Pero la
tris-reza puede ser también de otras clases, cuando la mente está atormentada
por el deseo de pasar a Dios. Domina el lado izquierdo porque está sujeta a
los vicios que se encuentran en la parte izquierda, tiene su sede en el bazo
porque, aun cuando se entristezca por la lejanía de la patria celeste, goza, sin
embargo, de esperanza en el bazo. Recuerdo haber leído que los médicos
sitúan el origen de la risa en el bazo. Por eso considero natural que los
melancólicos rían unas veces y lloren otras. Es fría y seca, y las dos cosas
tienen un sentido, ora bueno, ora malo. En la acepción mala se usa k palabra
frío diciendo: «Ya ha pasado el invierno, las lluvias se han ido» Ct 2,11),
entendiendo el entorpecimiento de la devoción. En la acepción buena, en
cambio, donde ;>e dice: «Pasamos por el fuego y el agua, y nos sacaste al
refrigerio» (Sal 66,12 LXX), es decir: tras la quemazón y la disolución
pasamos a la quietud. El fuego, en efecto, quema, el agua disuelve. Quema la
adversidad de la tribulación, disuelve la prosperidad del mundo que nos
ablanda. El recipiente consolidado con fuego no teme al agua. Tras el rránsito
de la tentación, el Señor nos conduce al refrigerio de la mente.
i
Así, también lo seco tiene dos acepciones. El salmista dice: «Y seca la for-
maron sus manos [de Dios]» (Sal 95,5). Llama seca a la tierra de nuestro
corazón desecada de los malos humores. Pero lo seco se puede entender
también de otro modo, cuando la aridez de la mente carece del rocío celeste,
del Espíritu Santo. Ella hace a los hombres iracundos según está dicho:
«Airaos y no pequéis» (Sal 4,5); tímidos, porque «dichoso el hombre que
teme siempre» (Pr 28,14). Unas veces somnolientos, otras vigilantes, es
decir, ora cargados de preocupaciones, ora vigilantes y atentos a los deseos
celestes, semejantes al otoño, a la tierra, a la vejez, para que se imite en la
tierra la estabilidad de la tierra, y de ahí le llegue al viejo la gravedad de los
ancianos, al otoño la madurez de las cosechas. La purgación acontece a tra-
vés de los ojos: de los vicios que nos ponen tristes y que hemos extirpado por
medio de la confesión, nos purgamos por medio de lágrimas...
En este tiempo aprovecha usar de cosas cálidas y húmedas. Para con-
servar la salud del alma, no basta, en efecto, ser desecados del humor de las
voluptuosidades y refrigerados tras el bochorno de los vicios, si no se te in-
funde también el rocío de la contemplación suprema y no te ves encendido al
mismo tiempo por el amor del Espíritu Santo. En otoño, el Sol toca tres
signos. Primero Libra, en medio Escorpio y al final Sagitario. Sabes que en
otoño se recogen los frutos que han llegado a su plena madurez. Y en este
tiempo cae el equinoccio. Si has llegado, pues, a la madurez, si por tu propia
iniciativa no te resistes a expresarte así, si eres vino, y de buen sabor, si
deseas llegar a la bodega del Rey supremo para decir «quiero partir y estar
con Cristo» (Flp 1,23), presta atención al signo de Libra y al solsticio. La Ba-
lanza, en efecto, con aguja igual pesa las noches y los días, es decir, las obras
buenas y las malas. El Escorpión amenaza con la cola y pica con el aguijón.
El aguijón está en la cola como el dolor en el final. Cuando llegas, en efecto,
a la vejez, temes el peligro de muerte inminente. Después, efectivamente, el
Sol entra en Sagitario, que tiene dos naturalezas, la humana y la ferina. La
parte superior es humana, animal la parte inferior. Quienes viven racional-
mente, en efecto, son dignos del cielo, del infierno quienes viven como
animales. Sostiene el arco, dispara la saeta. La realidad es doble: existe el
arco de Dios y existe el arco del demonio. En aquél se apoyan los espiritua-
les, en éste los animales. «Los pecadores tensan su arco para asaetear a es-
condidas al inmaculado [los rectos de corazón]» (Sal 11,2 LXX). A aquellos
a quienes esconde el lugar y el hábito de la religión, el diablo no cesa de hos-
tigarlos con insidias ocultas. Los pecadores, en efecto, tienen un arco de
oculta malicia con cuerda de nequicia. Tienen también una aljaba donde lle-
van las saetas, es decir, los pensamientos perversos, «porque los pecadores
i
tensaron su arco, prepararon sus saetas en la aljaba» (Sal 10,2 LXX). Pre-
paran saetas porque los perversos se aplican con ahínco a subvertir. Pero «el
Señor quebrará el arco y romperá las saetas» (Sal 46,10 LXX). El arco
espiritual de los justos es la inteligencia espiritual, la cuerda es la doctrina;
las saetas, las palabras de la doctrina; la aljaba, la memoria.
El Señor tensa este arco y lo ha preparado... Este arco lanza «las flechas
afiladas del poderoso» (Sal 119,4); hieren traspasando el corazón; «El Señor
sabe asaetear el amor», dice Agustín. Ninguno asaetea mejor el amor, que
quien asaetea con la palabra. Asaetea, en efecto, para convertir en amante.
Por esta saeta es herida la esposa. «Estoy herida», dice, «de caridad [languor
de amor]» (Ct 2,5). ¡Oh, muera a este mundo quien sea alcanzado por tal
proyectil!
ALMA: ¿De qué modo se puede demostrar lo que no se puede ver? Y lo que
no se puede ver, ¿de qué modo puede ser amado? Ciertamente, si no hay
un auténtico y duradero amor temporal y visible, no puede ser amado lo
que no se puede ver; miseria eterna persigue siempre el viviente que no
encuentra nunca amor duradero. En efecto, nadie puede ser feliz sin amor;
y se garantiza la propia miseria al amar lo que no es. ¿Quién podría
llamar dichoso, no a aquel a quien me he referido, sino al que, olvidando
la humanidad y despreciando toda paz social, se amase sólo a sí mismo
con cierto amor mísero y solitario? Es necesario, pues, que apruebes el
amor de las cosas visibles o que, si lo excluyes, muestres las otras cosas
que se pueden amar más sana y jovialmente.
HOMBRE: Si te parece que se deben amar las cosas del tiempo y de la vista
porque tú ves que a ellas pertenece cierta gracia particular, ¿por qué no te
amas más bien a ti misma, que, con tu belleza, superas totalmente la
gracia y la belleza de todo lo que es visible? ¡Oh, si te mirases a ti misma!
¡Oh, si vieses tu aspecto, sabrías ciertamente de cuánta reprensión has
sido digna al considerar adecuada a tu corazón alguna cosa fuera de ti!
ALMA: El ojo ve todas las cosas, pero no se ve a sí mismo, porque con la vista
con la que vemos las demás cosas no vemos nuestro propio rostro, en el
cual se encuentra ella. Los hombres conocen su rostro por signos
exteriores, y conocen la belleza de su semblante más a menudo con el
oído que con la vista. A menos que se quiera tomar un espejo de tipo
particular en el cual se pueda conocer y amar el aspecto del propío
afecto del amante. Además, haces a su caridad mayor ofensa todavía si re-
cibes sus dones y, sin embargo, no le restituyes el amor. Rechaza, si puedes,
sus dones; si no puedes, dale el amor.
Amale, ámate a causa de él, ama sus dones a causa de él. Amalo de
manera que goces de él, ámate porque eres amada por él. Amalo en sus
dones, pues te son dados por él. Ámalo por ti y ámate por él, ama sus dones
en cuanto te vienen de él, en cuanto son para ti. Tal es el amor casto y puro,
nada tiene de sórdido, nada de amargo, nada de transitorio, pues es agraciada
su castidad, risueña su dulzura, duradera su eternidad.
HILDEGARDA DE BINGEN
DE «SCIVIAS»
[II, 2] Vi una luz fulgidísima y en ella una figura de hombre color zafiro
que inflamaba todo con un suavísimo fuego ruinante, y esa luz espléndida se
difundió por el entero fuego rutilante, y este fuego rutilante por la entera luz
esplendente, y la luz fulgidísima y el fuego rutilante por la entera figura del
hombre, produciendo una sola lumbrera de una única virtud y potencia.
Y oí a esa luz viva que me decía: «Este es el sentido de los misterios de
Dios: que con discreción se vea y comprenda cuál es la plenitud sin naci-
miento y a la que nada le falta, que con virtud potentísima trazó todos los
cursos de los fuertes. Si, en efecto, el Señor estuviese vacío de su virtud, ¿qué
necesidad se tendría de El? Ninguna, ciertamente; por eso en su obra
i
nuestros pecados" (1 Jn 4,9-10). ¿Qué significa esto? Puesto que Dios nos
amó, brotó una salud distinta de la que en el próximo nacimiento tuvimos
como herederos de la inocencia y santidad, porque el Padre supremo mostró
su caridad en nuestros peligros, cuando estábamos afligidos por la pena,
mandando a su Verbo solo entre los hijos de los hombres, en perfecta
santidad, por suprema virtud, a las tinieblas de los siglos, donde el mismo
Verbo, habiendo obrado todo lo bueno, llevó de nuevo a la vida por medio de
su mansedumbre a quienes estaban abatidos por la inmundicia de la
prevaricación y ya no eran capaces de volver a la santidad perdida. ¿Qué
significa eso? De la misma fuente de vida vino el amor paterno del abrazo de
Dios, educándonos en la vida, y fue nuestra ayuda en los peligros como
profundísima y suavísima claridad, instruyéndonos en la penitencia. ¿De qué
modo? Dios recordó con misericordia su gran obra y preciosísima alegría, al
hombre, digo, al que El formó del limo de la tierra y en el cual inspiró el
aliento de vida. ¿De qué modo? Lo instruyó para vivir en penitencia, y la
eficacia de ésta no perecerá jamás, porque la astuta serpiente engañó al
hombre con soberbia invasión, pero Dios la echó con la penitencia que
muestra humildad, y que el diablo no conoció ni hizo, porque no supo
levantarse al camino recto. Por tanto, esta salvación a través de la caridad no
salió de nosotros, pues ni sabíamos, ni podíamos amar a Dios en la salvación,
sino que el mismo Creador y Señor de todos amó de tal modo al mundo, que
por la salvación de éste envió a su Hijo, príncipe y salvador de los fieles,
quien lavó y detergió nuestras heridas, rezumando aquella dulcísima
medicina de la cual dimana todo bien de la salvación. Por eso, oh hombre,
entiende que ninguna inestabilidad de mudanza afecta a Dios. En efecto, el
Padre es Padre, el Hijo Hijo, el Espíritu Santo Espíritu Santo: tres personas
en la unidad de la divinidad que están indivisiblemente vivas. ¿En qué
manera? Existen tres fuerzas en la piedra, tres en la llama y tres en la palabra.
¿Cómo? En la piedra están la virtud del humor, la virtud de la palpabilidad y
la virtud ígnea; mas la piedra posee la virtud del humor para no deshacerse ni
consumirse, la aferrabilidad palpable para ofrecer morada y defensa, y la
virtud ígnea para ser alimentada y consolidada en su dureza; la virtud
húmeda significa al Padre, cuya virtud nunca se seca ni acaba, la palpabilidad
comprensible designa al Hijo nacido de la Virgen, al que se pudo tocar y
comprender, y la virtud del fuego rutilante significa al Espíritu Santo, que
enciende e ilumina los corazones de los fieles. ¿Qué significa esto? Del
mismo modo que el hombre a menudo atrae con su cuerpo la húmeda virtud
de la piedra, y, por tanto, debilitándose enferma, así el hombre que por la
inestabilidad de
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sus pensamientos quiere temerariamente ver a Dios Padre cara a cara perece
en la fe. En la palpable aferrabilidad de la piedra hacen su morada los
hombres, con ella se defienden de los enemigos; así el Hijo de Dios, que es
verdadera piedra angular, es morada del pueblo fiel, lo protege de ios
espíritus malignos. Y, lo mismo que el fuego rutilante ilumina las cosas
tenebrosas quemando aquello en lo que se apoya, así el Espíritu Santo
ahuyenta la infidelidad, quitando toda herrumbre de iniquidad. Y lo mismo
que tales fuerzas están en una sola piedra, así la verdadera Trinidad está en
una sola divinidad.
»Lo mismo que una llama en un solo fuego tiene tres virtudes, así un
único Dios está en tres personas. ¿Cómo? La llama consta de una espléndida
claridad, de un ínsito vigor y de un ígneo ardor, pero la espléndida claridad la
posee para relucir, el ínsito vigor para mantenerse vivo, y el ígneo ardor para
quemar. Por eso, considera en la espléndida claridad al Padre que expande su
claridad sobre los fieles con paterna caridad; entiende a través del ínsito vigor
de la espléndida llama al Hijo, en el cual dicha Llama muestra su virtud, el
Hijo que tomó cuerpo por medio de una virgen en la cual la divinidad declaró
sus maravillas; y reconoce en el ardor ígneo al Espíritu Santo, que
suavemente quema las mentes de los fieles. Pero donde no haya ni espléndida
claridad, ni ínsito vigor, ni ígneo ardor, illí no se ve tampoco llama alguna;
igual que, donde no se adora ni al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, no se
tiene digna veneración. Lo mismo que en una llama se perciben estas tres
fuerzas, así en la unidad de la divinidad se deben entender tres personas. Lo
mismo que en la palabra o verbo se denotan tres fuerzas, así se puede
considerar la Trinidad en la unidad de la divinidad. ¿Cómo? En el verbo
están el sonido, la virtud y el ¿liento. Pero el sonido existe para ser oído, la
virtud para ser entendida, el aliento para ser completado. En el sonido
observa al Padre, que di-ronde todo con inenarrable majestad. En la virtud, al
Hijo, que maravillosamente fue engendrado por el Padre, y en el aliento, al
Espíritu Santo, que sopla donde quiere y por quien todo es consumado.
Donde no se oye sonido, ni tampoco opera la virtud ni se alza el aliento, allí
no se oye el verbo, precisamente igual que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo no es-zin divididos entre sí, sino que unánimemente realizan su obra.
De macera que, lo mismo que esas tres cosas están en el verbo, igualmente la
suprema Trinidad está en la suprema unidad... Así resuena el verbo desde la
boca del hombre, pero no hay boca sin verbo ni verbo sin vida. ¿Y dónde
permanece el verbo? En el hombre. ¿Y de dónde sale? Del hombre. ¿En zué
manera? Siendo el hombre viviente...
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FIGURA 1. Figura que pisotea al diablo. Miniatura del códice manuscrito Sanctae
Hil-legarais revelationes, Biblioteca estatal de Lucca, siglo XIII (n° 1942).
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FIGURA 4. La Ciudad celeste, la verdadera Iglesia o paraíso, dentro del marco, y diversos
acontecimientos místicos fuera de él.
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[I, 2,2] Oí una voz del cielo que me decía: «Dios, que por la gloria de su
nombre construyó el mundo con los elementos, lo consolidó con los vientos y
lo iluminó engastando en él las estrellas, lo llenó también de las restantes
criaturas, envolviendo y fortaleciendo al hombre con todas estas cosas, y le
infundió por todas partes un supremo poder, por cuanto ellas lo asistirían
siempre e intervendrían en todas sus obras, de manera que él atendería a sus
obras con su ayuda, ya que el hombre sin ellas no puede vivir ni existir, como
se te pondrá de manifiesto en la presente visión».
En efecto, sobre el pecho de la ya mencionada imagen apareció una
rueda, admirable de ver, con signos semejantes poco más o menos a aquella
construcción que hace veintiocho años viste en una figura oval de valor se-
mántico —como te fue mostrado en las visiones precedentes—; pues con tal
imagen se quiere decir que la forma del mundo existe inmersa, sin olvido, en
la ciencia del verdadero amor que es Dios; tal forma gira eternamente sin
deshacerse nunca (lo cual es admirable en comparación con la naturaleza hu-
mana) y... no es susceptible de aumento mediante novedad alguna, sino que,
tal como fue creada la primera vez por Dios, así durará hasta el fin de los si-
glos. La divinidad, en efecto, en su presciencia y su obra, está siempre intacta
en su totalidad y no está dividida en modo alguno, pues no tiene principio ni
fin, y no puede ser comprendida ni abarcada por nada, dado que se encuentra
en una esfera intemporal y eterna. Lo mismo que el círculo abarca todo lo
escondido y guardado dentro de sus límites, así la divinidad sacrosanta com-
prende en su infinitud todas las cosas y es excelsa sobre todo, pues nadie
pudo nunca dividirla ni fragmentarla en su potencia, ni superarla o agotarla.
[I, 2,5] Bajo el círculo de fuego oscuro hay un nuevo círculo semejante
al éter puro, de densidad igual a la del círculo de los dos fuegos precedentes.
Resulta que, por debajo del fuego luminoso y del fuego tenebroso está,
abrazando el mundo con su carácter circular, el puro éter, que procede de
ellos como el rayo del fuego llameante, cuando el fuego abre su llama para
mostrar la pura penitencia de los pecados, que es estimulada en el hombre a
través de la gracia divina como por un fuego luminoso, y a través del temor
de El como por un fuego oscuro. El éter es además tan denso como los dos
fuegos precedentes porque de uno y otro obtiene su esplendor, y por eso tiene
la densidad de ambos: no es más dulce en el fulgor de la luminosidad, ni más
áspero en la barrera de la tiniebla, que cuanto indique la justa sentencia
divina, ya que ni el día ni la noche muestran tampoco en sí mismos otra cosa
que lo que la voluntad divina dispone.
Así, el éter mismo refrena también las cosas superiores y las inferiores
para que no traspasen sus límites; y él no cae sobre ninguna criatura como
una sentencia de juicio de tribunal, sino que con su sutileza y equidad mu-
chas veces se resiste a ellas, justamente como la penitencia refrena la ven-
ganza de los pecados.
Que él [es decir, el éter] conserve, además, la misma densidad que esos
fuegos significa que el hombre penitente debe considerar en el fuego lu-
minoso la caída del primer ángel que fue luminoso; y debe considerar tam-
bién, en la densidad del fuego oscuro, la caída de los hombres que pecan por
incredulidad y audacia, y de ese modo, viendo el poder y el justo juicio de
Dios, arrepentirse de manera franca y decorosa.
[I, 2, 6] Sin embargo, también por debajo del círculo del puro éter se
manifiesta un nuevo círculo de aire húmedo de densidad igual, en su órbita, a
la del antedicho círculo de fuego luminoso; ello significa que, por debajo de
tal éter, a través de la órbita del firmamento, están esas aguas que, como
todos saben, se encuentran por encima del firmamento y tienen, en su órbita,
la misma densidad que el mencionado fuego luminoso.
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También ese aire húmedo manifiesta las obras santas en los ejemplos de los
justos; pues tales obras son transparentes y luminosas como el agua y
purifican las obras impuras del mismo modo que el agua lava toda suciedad;
pues, además, tales obras conservan, en su punto máximo de perfección,
tanta capacidad cuanta enciende en ellas la divina gracia con el fuego del
Espíritu Santo.
[I, 2, 7] Por debajo del círculo del aire húmedo se muestra un nuevo
círculo de aire potente [impetuoso] blanco y luminoso, semejante, en su ri-
gidez, a los tendones y a los nervios que hay en el cuerpo humano. Dicho
círculo, opuesto a los peligros de las aguas superiores, contiene con su fuerza
y tenacidad los desbordamientos de aquellas, para que no invadan la tierra
con una inundación imprevista e inoportuna. Otro significado es que la
discreción consolida las obras santas con un freno de esa índole, de suerte
que el hombre refrene su cuerpo para no arruinarse por una injusta
constricción. Tal círculo mantiene en su órbita, en cada punto, la misma
densidad que el antedicho círculo de fuego oscuro, pues está puesto para
utilidad de los hombres, lo mismo que aquél estaba puesto para vengar sus
pecados. Sin embargo, cada vez que, por justo juicio de Dios, las aguas in-
feriores son sacadas por un temporal para tomar venganza de los malos,
cierto humor del aire húmedo rezuma a través del aire fuerte, blanco y lu-
minoso, como si fuese bebida humana en la vejiga... y hace precipitar las
aguas en una inundación que es fuente de peligros.
De ahí se sigue que la virtud de la discreción discierne por doquier con
justa moderación las obras humanas por la salvación de los hombres mismos,
pues los juicios de Dios no sobrepasan, en su venganza, los pecados de
aquéllos, sino que juzgan con justicia, pues el protector y el rector [que es
Dios] ... se atemperan mutuamente.
Así, también estos dos círculos se combinan hasta el punto de parecer
uno solo; ya que con la humedad destilan e infunden en los demás círculos el
humor, del mismo modo que la discreción contiene en su medida equilibrada
las buenas obras para que no perezcan.
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[I, 2, 8] También bajo este último círculo, es decir, el círculo potente, blanco
y luminoso, está trazado un nuevo círculo, que es de aire sutil. Demuestra
que procede de los círculos y elementos superiores como un soplo de aire que
no está separado de los elementos mismos, del mismo modo que el aliento
del hombre sale de él sin que, no obstante, esté separado de él. Ese mismo
círculo de aire también parece portar sobre sí nubes a veces excelsas y
luminosas, a veces curvas y densas de sombras. El aire húmedo, del que
hemos hablado antes, arroja fuera las nubes y después las condensa, lo
mismo que el fuelle del herrero echa el aire y después lo recoge, de manera
que algunas estrellas colocadas en el antedicho elemento del fuego, al tiempo
que ascienden a lo alto en sus giros orbita-Ies> llevan también a lo alto esas
nubes. De ahí que éstas se hagan tan luminosas. Pero cuando descienden en
sus giros, las hacen caer de nuevo abajo, y entonces son oscuras y siembran
lluvias.
También el mencionado aire sutil parece como si se difundiera por la
entera rueda de la que hablamos, pues todas las cosas que están en el mundo
sacan de él la vida vegetativa y la subsistencia. Por otra parte, también bajo la
defensa de la discreción, los justos deseos de los hombres virtuosos y leales,
que moran en la más severa justicia, derivan evidentemente, por medio del
Espíritu Santo, de virtudes y fuerzas supremas, ya que no se separan de ellas,
sino que se les adhieren continua y devotamente. Esos justos deseos orientan
hacia Dios la intención, que se hace cada vez más clara en tales hombres
confiados y leales, aun cuando ahora, aquí abajo, está trémula a causa de la
humildad. Resulta que tal intención de la mente surge de las esferas santas y
de los ejemplos de los justos y se concentra en deseos y aspiraciones justos,
lo mismo que el obrero es remunerado por su misma obra. En efecto, al
tiempo que en los hombres la ciencia válida hecha ardiente por el Espíritu
Santo se eleva a las cosas celestes en sus justificaciones, arrastra consigo las
mentes humanas y las purifica. Al tiempo que luego, en las mismas
justificaciones, desciende a las necesidades corpóreas, tal ciencia cede y
devuelve a dichas necesidades ías mentes humanas, de manera que éstas se
muestran turbias y llevan consigo lluvias de lágrimas. Gimen ellas por tal
apego a las cosas terrenas, si bien se confían completamente a la potencia
divina.
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[I, 2, 9] Estos seis circulos estaban unidos entre si sin intersticio alguno,
pues si Dios no hubiese dispuesto que estuviesen asi soldados, el
firmamen-to se habria quebrado y no habria podido tener consistencia. Tales
circulos muestran que las virtudes perfectas en el hombre de fe, aliadas y
enlazadas por inspiration del Espiritu Santo, quedan asi reforzadas ademas
para rea-lizar Concordes toda obra buena luchando contra los vicios
diabolicos.
[I, 2, 10] El circulo supremo atraviesa casi con su fuego los restantes
cielos; a continuation, el circulo acuoso riega casi todos los demas con su
humedad, pues el elemento superior que es el fuego refuerza los restantes
elementos con su potencia y su luminoso ardor: el elemento acuoso, luego,
con su humedad infunde en los demas verdor, del mismo modo que tam-bien
la potencia de Dios, con las maravillas de su gracia, santifica a los fie-les,
mientras que la obra de estos, con verdadera y humilde santidad, alaba la
piadosa santidad del Creador,
partes donde el antiguo seductor decidio poner su morada, sino que las tiene
casi en descuido: esa es la razon por la que Dios le privo de la llegada del
Sol. Igualmente, desde el principio de las buenas obras existentes en el divino
poder, hasta su perfection final, el hombre de fe opone a la iniqui-dad la recta
justicia distinguiendo las artes diabolicas de las obras buenas y santas, ya que
quien quiera adherirse fielmente a Dios procurara evitar todo lo que ofenda a
su alma, para que esta escuche las Sagradas Escrituras.
[I, 2, 11] «A1 vencedor le dare mana escondido; y le dare tambien una
piedrecita blanca, y, grabado sobre la piedrecita, un nombre nuevo que na-die
conoce, sino el que lo recibe» (Ap 2,17). Este texto se debe entender,
evidentemente, asi: quien evita la parte siniestra debe combatir contra la
tortuosa serpiente, que intenta siempre arrastrarlo consigo a la parte siniestra.
Si aquel persevera en tal batalla y pone en fuga a Satanas no consin-tiendo en
su sugestion, yo que tengo la plenitud del ser le dare el pan vivo que baja del
cielo, el cual estaba escondido a todo engano de la antigua serpiente, y le
dare ademas la participation de Aquel que siendo piedra angular luminosa y
blanca es Dios y hombre a un tiempo. El es el Cristo, del cual proceden los
cristianos. Ninguno comprende bien este nombre, pues se en-cuentra en esta
vida caduca del tiempo, sino aquel que consigue la vida de la eterna felicidad
en la recompensa de los premios celestes.
bien y del mal; pues, lo mismo que el firmamento está reforzado por el Sol y
la Luna, así también el hombre habita aquí y allá con la ciencia del bien y del
mal. Pero, lo mismo que el Sol realiza su recorrido, sin reducir su giro
orbital, así la ciencia del bien hace su recorrido no deseando el mal, sino
reprimiendo y reprendiendo la ciencia del mal; puesto que no hay en ésta
utilidad alguna, se llama «infernal». En efecto, la ciencia del mal lleva a
término sus anhelos y malos deseos, y crece y mengua como la luna; así
también la ciencia mala desprecia la ciencia del bien, la trata de necia y la
nene en nada. Sin embargo la conoce, igual que el diablo conoce a Dios aun
oponiéndose a El.
[I, 2, 15] En el centro de esta rueda aparece la figura del hombre, cuya
cabeza está arriba y cuyas extremidades tocan, por debajo, el antedicho
círculo del aire fuerte, blanco y luminoso; al lado derecho, la extremidad de
los dedos de la mano derecha, y al lado izquierdo la extremidad de los dedos
de la mano izquierda, están tendidos hacia delante hasta el borde de la
circunferencia por una parte y por otra, pues la misma imagen tenía ex-
tendidos así los brazos. Tal figura quiere significar que, casi en el centro de la
estructura del mundo, está el hombre, pues es más poderoso que todas las
criaturas que habitan en ella; el hombre, digo, pequeño, sí, en estatura, pero
grande en poder y virtud de ánimo: él, quiero decir, endereza a lo alto la
cabeza, los pies abajo, y así se mueve hacia los elementos superiores e in-
feriores, y así también, en la parte derecha y en la izquierda, penetra en los
elementos con las obras de sus manos, pues entre las fuerzas íntimas del
hombre se encuentra tal poder operativo. En efecto, del mismo modo que el
cuerpo del hombre supera en grandeza a su propio corazón, así también las
fuerzas del ánimo superan en poder al cuerpo del hombre; y lo mismo que el
corazón del hombre está escondido en su cuerpo, así el cuerpo humano está
ceñido por las fuerzas del alma, pues éstas se extienden por todo el orbe
terrestre. Pero el hombre de fe también tiene su existencia edificada sobre la
ciencia de Dios y tiende a Dios, con sus razones de orden espiritual y
mundano; y aspira a El mismo, tanto en la prosperidad, como en
i
[I, 2, 16] Sin embargo, también hacia las mismas partes aparecen cuatro
cabezas: de leopardo, de lobo, de león y de oso, pues en las cuatro partes del
mundo cuatro son los vientos principales. No existen así en sus propias
especies, sino que son una imitación, en cuanto a fuerza, de la naturaleza de
las fieras que acabamos de mencionar. También el hombre, parado en el
cuadrivio de los cuidados mundanos, se ve asaltado por muchísimas
tentaciones, en las cuales se encuentra violentamente sacudido como un
leopardo... o como un lobo, con el recuerdo de las penas infernales, o como
un león... y un oso, en las diversas tribulaciones... y en las angustias.
mortuorio, yo, que escruto los pecados ocultos, he visto un espectáculo ine-
fable y abominable, a saber, que está implicado en la fornicación de culpas
inmundas y hediondas y se revuelca en el fango como un cerdo; habría de-
bido buscar la pureza, contemplarla y abrazarla, en cambio se hizo disoluto y
digno en todo de desprecio. La impureza, en efecto, enerva al hombre y lo
arrebata fuera de su mente, de manera que no sabe atender ya ni a las cosas
del mundo ni a las cosas divinas con corazón honesto; pues el incendio de la
carne inspira, y casi insufla, la soberbia, la vanagloria y todo mal.
[I, 4, 22] También desde el extremo más alto del receptáculo del cerebro
hasta el extremo más bajo de la frente del hombre se distinguen siete zonas
de igual medida, con las cuales se señalan siete planetas equidistantes entre sí
en el firmamento [del cuerpo humano]. En consecuencia, en el mencionado
ápice se observa un planeta sumo, y en el antedicho extremo de la frente se
muestra la Luna: en la mitad se muestra el Sol; en cuanto a los restantes
planetas, a una y otra parte de esta zona, dos están más arriba, dos están más
abajo, equidistantes entre sí, respecto al Sol y respecto a los demás planetas.
Resulta que los espacios [es decir, las partes] de la cabeza humana se
distinguen entre sí igualmente, lo mismo que distan igualmente entre sí los
planetas en el firmamento. En el ápice de la cabeza está señalado el planeta
sumo, porque éste tiene una órbita más amplia que los demás. Luego, a la
frente se le impone la Luna, pues, lo mismo que en la frente humana se nota
la verecundia, así también en la Luna, que en el cielo abierto aparece como
una frente, son discernibles las estaciones y sus cualidades. En medio de los
planetas está el Sol, pues es como su príncipe; y tiene, como si fuera un
escudo contra el fuego superior, la defensa de dos planetas por encima de él:
por debajo tiene luego el apoyo de sí y de la Luna. Lo mismo que el planeta
sumo dista del Sol, en su grado más alto, cierto intervalo espacial, otro tanto
espacio dista también de él la Luna en lo más bajo de su órbita, mientras que
los demás planetas, como se ha dicho ya, son equidistantes entre sí. Por tanto,
la parte superior e inferior del firmamento es redonda como una taza hecha
en el torno; y el Sol está colocado en la redondez hemisférica superior y
excede al mismo firmamento
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por arriba y por abajo; e irradia su calor igual que el vino se saca de la taza.
Todo esto quiere significar que el alma, desde el principio de sus obras hasta
el final, debe venerar con igual amor los siete dones del Espíritu Santo, de
manera que al comienzo de su obrar se acerque a la sabiduría, al anal tenga el
temor y en medio de la operación ponga la fortaleza, proveyéndose del
entendimiento y del consejo en las cosas celestes y ciñéndose con la ciencia y
la piedad en las cosas terrenas: dones todos ellos que se han de abrazar con
igual devoción como socorro del propio existir. Además, ella (quiero decir, el
alma) debe procurar al principio dilatarse y abrirse sabiamente, al final,
moderarse tímidamente y con pudor, y, entre tanto, adornarse de fortaleza
con decoroso entendimiento y consejo y proveerse cambien de ciencia y
piedad, como se acaba de decir. Luego, cada uno de rales dones se une al otro
en el cumplimiento decoroso de cualquier obra buena: en efecto, el espíritu
de sabiduría, el espíritu de fortaleza, el espíritu de temor de Dios empapan e
impregnan al alma humana de manera que ésta camine sabiamente en la
verdadera fortaleza y en ella tenga temor de Dios, y también con los restantes
cinco dones se comporte con el Creador superno con equidad. En efecto, el
movimiento del alma racional y la actividad corpórea con los cinco sentidos
(lo cual es todo el hombre) tienen igual comportamiento, pues el alma no
mueve al cuerpo más de lo que éste puede obrar, y el cuerpo no es más activo
de cuanto pueda ser movido por el alma; finalmente, los sentidos, aun
distintos uno del otro, no están separados entre sí, sino que con una fortaleza
superior se contienen mutuamente e iluminan al hombre entero hacia
cualquier bien, tanto en las cosas superiores, como en las inferiores.
[I, 4, 251 Puesto que el cerebro es húmedo, ligero y frígido, todas las
venas y todos los miembros del cuerpo le suministran calor. Lo mismo le
pasa también al Sol, que hace descender de cuando en cuando sobre la tierra
rocío y lluvia: todos los elementos superiores que resplandecen en el fuego,
para que no falte calor, le suministran calor y le asisten. Por otra parte, puesto
que está humedecido por los humores y reforzado por el calor, el cerebro
sustenta y rige todo el cuerpo lo mismo que la humedad y el calor, unidos,
hacen germinar la tierra entera. En efecto, la humedad sube al cerebro desde
el corazón, el pulmón, el hígado y desde todas las visceras, y lo llena; así,
mientras el cerebro se llena de su humedad, de esa misma humedad
desciende algo a los restantes órganos internos y se apresura a llenarlos. Así
mismo, la ciencia del alma extrae la humedad de las lágrimas, cuando los
pecados se hielan de nuevo debido al frío: y el comportamiento
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recto con las demás obras buenas insinúa en ella el calor de las aspiraciones
supernas; y así también las demás virtudes ayudan a la fortaleza que insinúa
en cada fiel la húmeda unción de la santidad. Cuando, de ese modo, al alma
se le infunde el rocío y el calor del Espíritu Santo, sometida a sí, la obliga a
servir, con ella, a Dios. Por tanto, el vigor y la fuerza de la santidad
—derivados de los buenos pensamientos, de las rectas con-lesiones, de la útil
justicia y de la plenitud de los deseos íntimos— tienden a la ciencia del alma
y la confortan de tal modo, que por la misma fuerza el hombre entero se
provee con la defensa de la paciencia contra todas las adversidades: y dicha
defensa es tan grande, que impide el engaño de los vicios. En efecto, lo
mismo que las estrellas supernas suministran fuego al Sol, así también todo
el interior del hombre aporta al alma vigor para el cumplimiento de sus
deberes. Así, al abandonar ésta los pecados y obrar según justicia, asciende a
lo alto hasta la racionalidad; pero, cuando se da cuenta de que el cuerpo
desfallece, condesciende con él para no dejar que le falten las fuerzas. Pues el
alma viva es fuerza espirante para excitar y despertar al entero cuerpo
humano; sin embargo, muchas veces se somete al gusto de la carne contra su
propia voluntad. Queriendo perseverar en el bien se asemeja al Sol, mientras
que la carne, persistiendo en su placer, es como la Luna. De ahí que cuando
el alma, al pecar, desfallece, siente que algo mengua, precisamente como la
Luna; pero la misma alma se eleva muy a menudo a lo alto, a guisa de Sol; y
así el hombre resurge en virtud de su propio arrepentimiento, lo mismo que
también la Luna es de nuevo iluminada en virtud del Sol. En resumen, por la
humedad se deleita la carne en los pecados, y en el arrepentimiento llora por
medio del calor: la humedad deriva de la carne, y el calor deriva del alma.
Por medio de estas dos cosas se realiza toda obra —sea buena o mala—, lo
mismo que la tierra por sí misma hace germinar con su poder plantas útiles e
inútiles. Tal es la condición humana: que la carne se goza en el pecado, y el
alma se aflige con ello; de manera que con la carne y con el alma se hacen
todas las obras humanas, pues al alma le disgustan las culpas que gustan a la
carne, ya que la carne es mortal, el alma inmortal; y el alma vive sin la carne,
la carne en cambio no puede vivir sin el alma. Ciertamente el alma es espíritu
racional v en la morada del corazón está su misma sabiduría, mediante la cual
cal-cula y dispone cada cosa, lo mismo que el padre de familia ordena en su
casa todas las cosas; y de aquí saca además el alma la prudencia con la cual
establece rectamente todo cuanto es útil al recipiente corpóreo que la con-
tiene, lo mismo que también el corazón está protegido y encerrado por los
pulmones y lo discierne y separa todo según el orden justo; lo mismo que
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viento del norte es inútil a todas las criaturas; también él tiene dos alas: una
se extiende hacia el este, y la otra hacia el oeste. Indican en el hombre la
ciencia del bien y del mal, por la cual él considera todas las cosas útiles e
inútiles en su ánimo como en un espejo, lo mismo que la tierra está regida
mediante el firmamento superior e inferior. El ala del viento oriental que se
vuelve al austro representa al hombre que a través de las buenas obras
asciende a Dios en el abrazo del amor veraz; el ala que mira al aquilón sig-
nifica al hombre atiborrado por las voluptuosidades de la carne. Lo mismo
que estos dos vientos colaterales están unidos, como dos alas, al viento
oriental, así lo están en el alma el bien y el mal. El bien consiste en alegría y
dicha, por las cuales él resplandece en su virtud ante Dios como un sol; el
mal consiste en el hecho de que las obras buenas y santas son oscurecidas por
la tiniebla de los pecados, lo mismo que la claridad del sol es oscurecida por
nubes tenebrosas. En realidad, el hombre teme mucho, en la buena intención
de su alma, las penas que, como sabe, se encuentran en la región aquilonal,
aun cuando el cuerpo, habituado a los deleites culpables, presione muchas
veces sobre el alma. Pero también esta intencionalidad del alma tiene dos
alas: una es el temor de Dios que se enciende en el hombre por exhortación
del Espíritu Santo; la otra es la renuncia a los pecados en los cuales, no
obstante, el hombre recae bastante a menudo, posponiendo el temor de Dios.
También el viento occidental tiene dos alas: una se extiende hacia la región
austral, la otra hacia la región aquilonal: significan que el hombre advierte el
bien y conoce el mal a través del bien. El ala derecha indica que el alma
aspira a las obras buenas y suspira por ellas; el ala izquierda muestra la necia
fatuidad del hombre, con la cual se atreve a perpetrar el pecado que contrajo
por deuda de la culpa original.
[I, 4, 61] El pecho del hombre muestra la plenitud y perfección del cielo
aéreo, pues, lo mismo que el pecho contiene en sí el corazón, el hígado y el
pulmón, y todo lo demás que está en el interior del vientre, así dicho cielo
aéreo comprende en sí la parte seca y húmeda de la esfera del aire. De modo
semejante, también el alma discierne y distingue, como si considerara y
escribiera en el pecho humano, los pensamientos de cualquier causa útil o
inútil; ella dispone incluso de qué modo debe predisponer el hombre racional
tal causa. Luego, la misma alma reúne y somete a discusión interna todas las
obras del hombre, sean cuales sean, suaves porque agradan a la carne, o duras
porque le son contrarias. Por el hecho de ser de fuego, el alma deseca con su
calor las lisonjas de la carne. Una vez desecadas, el alma suscita en el
hombre el arrepentimiento que se mani-
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fiesta con la humedad de las lágrimas: a través de éstas, el alma adorna sus
obras, haciendo toda clase de cosas buenas. En efecto, el alma odia los de-
leites de la carne por el hecho de que es de naturaleza aérea; muestra en su
misma carne las obras pravas y las heridas tempestuosas de la sugestión de-
moníaca, e incita al hombre a conocer cuáles son sus obras; así mismo con-
forta también con todos sus apéndices al hombre, el cual humedece con sus
aspiraciones todas las cosas.
por ninguna inundación de las aguas que la asaltan por todas partes. También
el hombre, cuando abraza el deleite de la carne, siente que su alma, en su
esencia espiritual, exclama: «¡Oh, ay de la molicie del gusto de la carne a La
que yo aflijo y por la cual soy afligido!». Por eso el hombre en sus pecados
inmediatamente gime exclamando: «¡Ay de mí, pues nací en tantos pecados,
que no consigo vencer en mí mismo!». Inmediatamente, apenas el alma haya
advertido tal tristeza, atrae a sí más que antes, castigándolo, al hombre
inmerso en pecados, y por medio de éstos le infunde tristeza, pues en él se
secan las fuerzas espirituales. A continuación, en efecto, el hombre, obrando
según la naturaleza espiritual, sumerge su alma en la mortificación de los
deseos carnales hasta reencontrarla en la aspiración celeste. Así también el
alma humana, allí donde no encuentra dureza de corazón, vence, del mismo
modo que la tierra dura y casi ferrosa sirve de sostén a la tierra blanda y tiene
poder sobre ella; y la misma alma, con la fortaleza de la fe semejante al
acero, refuerza al hombre para que no desfallezca a causa del mal que lo
asedia en el hábito de pecado. Por tanto, esta parte de tierra dura y casi
ferrosa tiene montes y collados con rocas y ríos que discurren divididos en
oriente en cuatro vertientes; sin embargo, esos ríos no consiguen romperla, la
sacuden a veces, pero no hacen mella en ella. Este movimiento deriva del
excesivo calor del sol en aquel lado del firmamento donde el sol asciende, y
si la tierra, por debajo, no fuese férrea, o casi de acero, se desharía
enteramente debido a tan excesivo ardor. También en el otro lado del fir-
mamento, donde se pone el sol, se rompería la tierra por exceso de frío. De
hecho, debido, tanto a ese desmesurado ardor del sol, como a ese desmesu-
rado frío, esas partes de la tierra resultan inhabitables. Por tanto, también el
alma de naturaleza humilde combate siempre contra la soberbia del hombre y
le dice: «¿Por qué subes a tanta altura como si te hubieses creado a ti mismo?
Si anhelas obrar y existir por ti mismo, caerás como el primer ángel». El
alma como tal conoce y siente a Dios, por el cual fue creada la propia esencia
espiritual, y comprende que nadie es semejante a El, y por eso odia la
soberbia que carece de alegría y pretende ser por sí misma y no obedecer a
nadie. De ahí que exclame contra la mente soberbia que pertenece al mundo
corpóreo: «Todas las cosas que buscas son vanas y falaces, y lo que tú llamas
honor es blasfemia; y cuando crees subir sin ayuda de Dios ni de los
hombres, caes». Pero el hombre suspira a menudo debido a la tristeza de su
alma y, alejándose de todas las obras hechas con soberbia, sube a la altura de
las santas obras de la humildad. Por medio de la humildad resiste aun in-
merso en pecados, del mismo modo que la tierra dura se mantiene firme y
sólida gracias a collados y peñas. El hombre realiza entonces las obras bue-
i
nas y santas como si resurgiera en modo diverso con sus elementos, para que,
condenado ya a las heridas mortales, no sea objeto de escarnio ante Dios y
los hombres, lo mismo que la propia tierra no se quiebra en su sólida
fortaleza, atravesada como está por esos cuatro ríos. El alma, que está hecha
de viento, pone en movimiento a toda criatura mediante el corazón y las ve-
nas mientras no comete los pecados que le son perjudiciales y contrarios; e
impulsa al hombre al llanto tras el placer de la culpa y, a continuación, muda
la seguridad de los hombres en gran confusión. El hombre todavía cae mu-
chas veces gravemente enfermo, cuando, pese a observar en su interior el ca-
mino recto, no obtiene lo que desea; así el alma es semejante a un torbellino,
tanto en el hombre inmerso en los pecados, como cuando aflige a éste con la
penitencia. Y en la medida en que el alma se apesadumbró en los pecados, en
esa misma medida lo impulsa a dolerse en la penitencia. En todo ese ardor de
pecar y arrepentirse, la propia alma sostiene al hombre casi como la tierra de
hierro y acero sostiene la tierra blanda que sobre ella está; y lo sostiene para
no dejarlo languidecer, pues ella es en sí la virtud vital del cuerpo, sea porque
no tolera nunca que las culpas se cometan con alegría, sea porque lo aflige de
tal modo cuando está en pecado, que a duras penas espera el hombre resurgir
de él. El alma, además, por ese medio lo despierta de nuevo para que el
hombre confíe en que ha de ser liberado por la gracia divina; y lo consuela
para que no caiga en el extravío de la desesperación. A ello alude el hecho de
que la tierra no se rompa por el excesivo frío occidental. En efecto, la tierra
que por exceso de frío o de calor no es habitable significa que el hombre, el
cual, por la expulsión de Adán, habita como peregrino una pequeña zona de
tierra habitable, entre guerras y luchas de pecado y penitencia, no puede
gozar nunca de seguridad. La razón es que él, en su deplorable exilio, no
puede ver la plena alegría de la patria celestial sino por el hecho de que hacia
ella tiende, desde lejos, en la sombra de la fe. De ahí que, al ver que no
poseía seguridad alguna, dijera [89] (palabras de David, en el Salmo 102,
llorando la fugacidad de sus días y su continuo desfallecimiento): «Mis días
declinaron como una sombra, y yo me sequé como la hierba» (Sal 102,12
LXX). El texto de David se debe interpretar así: el hombre, debido al pecado
original, está ciego en todo lo que respecta tanto al pasado como al futuro.
Por eso, en su saber, los tiene por sombra. El hombre, además, al no poseer
seguridad de ninguna clase, se seca como la hierba, desde el momento en que
todas sus obras le resultan inciertas. En efecto, todos los días del hombre, al
faltar, quedan sepultados en el olvido; en cambio, la vida eterna es siempre
nueva y estable, lo mismo que la estación estival produce también cada año
frutos nuevos.
i
HONORIO DE AUTUN
Vivió en la primera mitad del siglo XII. Según se cree, en torno a 1120 se
retiró a Alemania para hacer vida solitaria. Todavía vivía durante el pon-
tificado de Inocencio II.
[I, 79] El círculo portador de los doce signos se divide en doce partes,
debajo de las cuales están los siete planetas. El Sol, sólo debajo de los dos del
medio; la Luna, por toda su extensión; Venus, excediéndolo en dos partes;
Mercurio, debajo de ocho partes, dos en el medio; Marte, medio debajo de
cuatro; Júpiter, debajo de la media y encima de esas dos; Saturno, debajo de
los dos del medio, como el Sol.
[80] Estas siete esferas giran con armonía dulcemente y se forman sua-
vísimos conciertos con sus circuitos. El sonido no llega a nuestros oídos
porque se produce más allá del aire, y su grandeza excede nuestra limitada
capacidad auditiva. No captamos ningún sonido si no se produce en este aire.
Desde la tierra hasta el firmamento se mide la música celeste, y se dice que la
nuestra se inventó siguiendo su modelo.
[81] ... Si se asigna a a la Luna, b a Mercurio, c a Venus, d al Sol, e a
Marte, / a Júpiter y g a Saturno,4 se encuentra inmediatamente la medida de
la música, de suerte que se descubren, de la Tierra al firmamento, siete tonos.
De la Tierra a la Luna hay un tono; de la Luna a Mercurio, un semitono; de
Mercurio a Venus, un semitono, y de allí al Sol, tres semitonos. Del Sol a
Marte, un tono; de allí a Júpiter, un semitono; de allí a Saturno, un semitono;
de allí al Zodíaco, tres semitonos. Todos juntos suman siete tonos. En efecto,
el tono tiene 15.625 millas. El semitono, 7.812 millas. Por lo cual los
filósofos imaginaron nueve musas, porque de la tierra al cielo se captan
nueve consonancias que los hombres descubrieron ínsitas de forma natural en
sí mismos.
[82] Lo mismo que este mundo se divide en siete tonos, y nuestra música
en siete voces, así el conjunto de nuestro cuerpo se combina en siete modos,
pues el cuerpo une cuatro elementos y el alma tres fuerzas, que se concilian,
o naturalmente, o con el arte musical. Por eso el hombre es llamado
microcosmos, es decir, mundo menor, pues es conocido como parejo a la
celeste música por cónsono número.
[8] La Iglesia adoptó del rito de los gentiles el llevar candelas en la mano
durante la fiesta. El imperio romano había sometido al mundo entero, razón
por la cual todas las gentes debían obtemperar al censo romano. Y cuando
llegaban, iluminaban con antorchas toda la ciudad en honor de sus dioses o
démones, porque éstos les habían sometido, o así lo creían, el orbe entero.
Establecieron que eso sucediese en febrero, bajo el signo de Acuario, porque
el signo opuesto es Leo, pues los signos son opuestos entre sí seis a seis. De-
cían los filósofos que las almas eran creadas ab aeterno y colocadas en la
componente menos luminosa de las estrellas binarias, y que cuando veían
desde lo alto procrear en las madres cuerpecillos, anhelaban encarnarse y
caían de las regiones celestes por tal deseo. Los filósofos afirmaban además
como un dogma que eran dos las puertas del cielo, una situada en el signo de
Cáncer, por donde las almas salían, y la otra en el signo de Capricornio, a
través de la cual volvían; y que cuando las almas al salir de Cáncer llegaban a
Leo, comenzaban allí a descender enfrente de Acuario, y así caían por todos
los planetas, y de ese modo se encarnaban. Tras haberse despojado del
cuerpo a través del reino de Plutón, o sea, tenebroso —y precisamente se
adoraba a Plutón ese mes—, debían regresar, y así, en llegando a Acuario,
recibían de nuevo su antigua dignidad y [a través de Capricornio entraban en
la componente menos luminosa de la estrella binaria]... Con esta intención,
por tanto, llevaban luces, para que se les concediera un tránsito lúcido por los
lugares tenebrosos. Lo hacían así engañados por el error. Nosotros obramos
guiados por una señal divina. Al imperio de Cristo está sometido todo el
mundo, y por tanto todos obtemperan al servicio del censo. En la candela se
consideran tres elementos: la luz, la cera y la lumbre. La luz brilla, la cera se
licúa, la lumbre ardiendo se desvanece, y significan a Cristo. La luz es su
divinidad, como Él dijo: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). La cera es su
humanidad,
i
según dijo: «Estoy hecho como cera que se funde» (Sal 22,15). La lumbre es
su mortalidad, consumida por el fuego de la Pasión; a Simeón se le dio a
comprender esto en Cristo, y por eso dijo exultante... «Lumbre para la re-
velación de las gentes y gloria de tu pueblo...» (Le 2,32). Por este significado
lleva la Iglesia en este día la lumbre en la mano, para que con las cinco vír-
genes, mediante los cinco sentidos, encendidas las lámparas de la virtud, tras
k muerte de la carne nos sea dado escapar de los reinos tenebrosos y, en
vir-r¿d de la estrella clarísima, María, madre de Dios, ver en la luz del Padre
la lumbre de Cristo. Por eso, celebrad con alabanzas votivas a la Reina de los
Gelos, para que interceda por vosotros junto al Hijo, rey de los ángeles, para
que tras esta mísera peregrinación reinéis con ella por los siglos. Amén.
[I, 11] Los acólitos hasta el Kirieleyson sostienen luces, porque los doc-
tores que iluminan a la Iglesia con la palabra y el ejemplo deben ofrecer luz a
los fieles hasta que los hombres mismos comiencen a suplicar con sus cos-
tumbres y aprendan que Cristo ilumina con verdadera luz a toda alma.
Los siete cirios son los siete dones del Espíritu Santo. El cirio central es
Cristo. Después las luces se disponen ordenadamente hacia el obispo porque
los siete dones del Espíritu Santo son distribuidos a la Iglesia a través de
Cristo. El acólito que lleva el turíbulo representa a José, que llevó por
doquier a Cristo, y significa también al apóstol Pablo, el cual con su
predicación llevó por todo el mundo el olor de Cristo. A seis, cuatro o dos no
les es lícito ministrar, porque el número par es divisible, y la Iglesia no se
debe escindir, y por eso «Dios gusta del número impar».5
[I, 17] Del siervo que ara se lee en el Evangelio que vuelve a casa tras el
trabajo de los campos y que, después de servir a su señor, se sentará a [su]
mesa (Le 17,7-10). El campo de Dios son los corazones de los fieles, el
siervo que ara es el orden de los predicadores; los doctores son el lector de la
epístola: ellos, en efecto, cultivaron el campo de Dios predicando; mediante
la respuesta [se indica] a los fieles que dieron frutos de justicia respondiendo
con buenas obras. El arado es nuestro servicio. Los bueyes que tiran de él son
los que cantan al Señor con todas sus fuerzas. El prae-centor que con la
mano y la voz incita a los que cantan es el siervo que, amenazando con el
látigo a los bueyes, con dulce voz se regocija con ellos. El lector da la ley de
Dios a los oyentes que han sido llamados para entonar los cantos nupciales
en la escuela de Dios. «Escuela» se denomina a la condición de quien, aun
teniendo la vocación, permanece tórpido, con los oídos del corazón sordos, y
por eso el cantor toca en su oído con la trompeta grande la dulce melodía
para animarlo. Los cantores que responden al primer cantor son la voz de los
oyentes vigilantes que alaban a Dios. El versículo es el siervo que ara con la
dulzura de la modulación los corazones de los carnales, que se abren como
un surco en la confesión de la voz y de las lágrimas. Aran quienes con el
arado de la compunción hacen pedazos los corazones, y en la lectura el
oyente se nutre como un buey. El buey se nutre para poder realizar la obra
agraria. El buey es el predicador,
i
el cantor y, en cierto modo, el boyero que estimula a los bueyes para que
tiren con mayor contento, es decir, incita a los cantores a cantar con mayor
alegría. La tierra se hace pedazos cuando los corazones de los oyentes se
compungen. Estos operarios, cuando vuelven del campo de este mundo,
entran en el eterno banquete con el Señor.
[1,32] El cuerpo de Cristo se hace de pan, que está formado por muchas
migajas, porque la Iglesia es el cuerpo de Cristo que se reconstituye reco-
giendo a muchos elegidos. Las migajas, es decir, los elegidos, son desprendi-
dos con el látigo de la predicación de la urna de la vida vieja, desecados por
la penitencia, como molidos entre dos piedras, mientras son minuciosamente
instruidos en el escrutinio de dos leyes. Una vez cernidos, se mojan y se ama-
san; separados ya de los infieles, renacidos por el agua del bautismo, se unen
en la fe con el vínculo de la caridad por obra del Espíritu Santo, lo mismo
que los panes cocidos en el horno son trocados en blancura, mientras que
examinados en el camino de la tribulación son remodelados a imagen de
Dios. De ese modo se hacen pan del pan de Cristo quienes no mueren para
siempre.
[33] Este sacramento se hace con vino, porque Cristo dijo que era una
vid, y la Escritura lo llama vino de alegría. La uva, prensada con dos maderos
en el lagar, se deshace en vino, y cuando Cristo fue prensado con los dos
maderos de la cruz, su sangre fue derramada como bebida para los fieles. Por
eso la sangre de Cristo se hace con vino, porque es extraído de muchos
granos, porque la Iglesia es recreada por medio de ese cuerpo de Cristo,
siendo una congregación de muchos fieles. Esta es pisada por las angustias
del mundo, como bajo una prensa, y es incorporada a Cristo atravesando las
pasiones.
[I, 42] Los ángeles y los arcángeles alaban la majestad de Dios, las
dominaciones adoran. Las potestades y los principados tiemblan de
admiración. Los cielos, es decir, los tronos y las virtudes, se llenan de júbilo.
Los querubines y serafines dulcemente celebran. Este sacrificio del concierto
de los ángeles, David y Salomón lo imitaron instituyendo himnos en el
sacrificio del Señor, con órganos y otros instrumentos musicales y haciendo
gritar alabanzas al pueblo. Por eso al oficiar el sacrificio se suele todavía
hacer resonar los órganos, cantar al clero, gritar al pueblo. Así los ángeles
inmolan un sacrificio de alabanza, mientras consuena el Espíritu Santo. Tres
veces se repite «Sanc-tus» porque se alaba a la vez a toda la Trinidad.
«Dominus Deus» se dice una sola vez porque se venera la Unidad. Al
sacrificio de los ángeles se une el sacrificio de los espíritus de los justos, que
adoran la humanidad de Cristo, y por la redención del género humano se
canta: «Benedictus qui venit in nomine Domini». Este himno lo cantan juntos
en parte los ángeles, en parte los hombres, porque el género humano se une a
los ángeles a través de Cristo inmolado, y la alabanza de los ángeles es:
«Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et térra
gloria tua. Hosanna in excelsis» (Is 6,3). La alabanza de los hombres es:
«Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis» (Mt 21,9; Me
11,9-10; Le 19,38). Durante el canto se signan para indicar que reciben el
signo de Cristo, objeto de contradicción.
[I, 44] El quinto oficio se vela con las alas de los querubines, de ese
modo se representa el sacrificio del sumo pontífice y la lucha del Rey de la
gloria. Moisés lo prefiguraba cuando en el monte oraba con las manos ex-
tendidas mientras Josué, que es también Jesús, combatía con Amalee, de-
vastaba el reino del vencido y conducía de nuevo al pueblo con la alegría de
la victoria (Ex 17). Así Cristo, en el monte de la cruz, oró con las manos ex-
tendidas por el pueblo incrédulo y contradicente, y luchó contra Amalee, es
decir, el diablo, con el estandarte de la santa cruz, devastó el reino del ven-
cido y, tras haber desbaratado al maligno enemigo, saqueó el infierno y llamó
de nuevo a las cosas celestes al pueblo arrebatado a las tinieblas mediante la
gloria de la victoria.
[45] Todo esto lo representa y procura expresar el obispo con vestiduras
trágicas. Representa, en efecto, a Cristo clavado en la cruz, mientras recita el
canon con las manos abiertas; es como si combatiera contra Amalee cuando
recita la pasión de Cristo con las señales de la cruz. Los ministros se ordenan
en doble fila como una hueste de combatientes, mientras los diáconos se po
nen tras el obispo y los subdiáconos tras el altar. El ejército vuelve triunfante,
porque, recibida la comunión, vuelve con alegría a sus tareas.
i
pulcro, la patena representa la piedra que cerró el sepulcro. Los tres artículos:
«Oremus praeceptis», «Pater noster» y «Libera nos Domine» significan los
tres días durante los cuales Cristo descansó en el monumento...
[49] Este sacramento se realiza sólo por medio de la cruz, porque Cristo
colgó el sacrificio del Padre en la cruz, y redimió con la cruz el cuádruple
mundo. Se forman seis órdenes de cruces porque el mundo fue creado en seis
días y en el número senario es reanimado el cuerpo de Cristo. Mediante un
número impar, por no ser éste divisible en dos partes iguales, es bendecido,
porque el cuerpo de Cristo es permanencia indivisible. O bien hacemos tres
cruces y expresamos la fe de la Trinidad, o bien nos signamos cinco veces,
indicando con ello la quíntuple pasión de Cristo. Comprendemos, a través de
esos seis órdenes, todos los tiempos del mundo, que indicamos unidos por
Cristo por medio de la cruz.
[I, 56] A través de cinco órdenes de cruces se designan las cinco edades
del mundo, que son salvadas a través de la cruz y el cuerpo de Cristo. De ahí
que en el canon se diga cinco veces: «Per Christum Dominum nos-trum»,
porque el mundo es redimido por medio de las cinco heridas de Cristo. En el
sexto orden, el cáliz es tocado con la forma, porque así se sugiere que en una
edad determinada Cristo bebió sobre la cruz el cáliz de la pasión por todos.
Cuando decimos: «Per ipsum», trazamos cuatro cruces sobre el cáliz con la
forma, y la quinta la hacemos sobre el costado del cáliz, porque indicamos
que Cristo recibió cuatro heridas en las manos y los pies y la quinta en el
costado. Sumido el cuerpo de Cristo, tocamos los bordes del cáliz, porque,
tras haber formado el cuerpo del primer hombre, «Dios sopló el aliento de
vida en su rostro» (Gn 2,7) y dio vida a la mujer sacándola de él (Gn 2,22). Y
este «Deus per quem, cum quo, in quo om-nia» espiró al Espíritu Santo sobre
el rostro del género humano muerto, y con su cuerpo dio vida a la Iglesia. El
cáliz se toca en cuatro partes, porque el género humano está disperso en las
cuatro partes del mundo, vivificado por las cuatro partes de la cruz, y resucita
a la vida al fin del mundo por medio de Cristo.
[57] Se debe notar que en todo el canon se hacen veintitrés signos, por-
que en el Antiguo Testamento los justos existen bajo el decálogo de la Ley, y
en el Nuevo los justos existen a través del decálogo de la Ley, en la fe de la
Trinidad, partícipes de este sacramento... Si triplicas veintitrés, da sesenta y
nueve. Cuando decimos: «Pax Domini», no con los dedos, sino con las
partículas de la forma, hacemos tres signos sobre el cáliz; si los añades a los
ya mencionados, tendrás setenta y dos signos. Esto quiere decir que
i
[I, 63] La forma se parte porque en la cruz se nos parte el pan de los
ingeles, para que, al sumirlo, la rotura de nuestros pecados quede reparada. El
papa no parte la forma, sino que muerde una parte de ella, poniendo la otra
sobre el cáliz, porque Cristo mordió el infierno y después mandó al paraíso a
los redimidos. El diácono sostiene el cáliz mientras el papa sorbe la sangre,
significando al ángel que, en la resurrección, quitó la piedra del monumento
funerario. Una vez que haya comulgado el sacerdote, se quita
inmediatamente del altar el cáliz, porque Cristo, una vez resucitado, ya no
muere más, y su cuerpo no se encuentra en el sepulcro. El diácono distribuye
la sangre porque el ángel comunicó la resurrección del Señor. El subdiácono
recibe el cuerpo del Señor del diácono y lo lleva a los sacerdotes para que lo
repartan al pueblo, significando que las mujeres ryeron las palabras del ángel
sobre la resurrección de Cristo y las refirieron a los apóstoles, y éstos las
distribuyeron predicando a todo el pueblo. Cuando el apostólico desciende
del altar, da la comunión a los pueblos, porque, cuando Cristo desciende del
altar de la cruz y resucita de entre los muertos, el pueblo participa de la gloria
eterna. El obispo parte la forma, porque el Señor partió el pan a los discípulos
de Emaús (Le 24,30). Divide li forma en tres partes: una la conserva para sí y
ofrece dos al diácono y al subdiácono, porque el Señor, una vez partido el
pan, conservó una parte para sí y repartió dos entre Cleofás y Lucas.
[I, 83] Se debe saber que quienes recitaban tragedias en los teatros re-
presentaban para el pueblo los hechos de los combatientes. Así, nuestro ictor
trágico representa con sus gestos para el pueblo cristiano, en el teatro de la
iglesia, la lucha de Cristo, e inculca la victoria de la redención. Así, cuando el
sacerdote dice: «Orate», representa a Cristo sumido en agonía por nosotros,
cuando pidió encarecidamente a los apóstoles que oraran. Con el secreto
silencio indica que Cristo, como cordero sin voz, fue víctima silenciosa. Con
la extensión de las manos señala la extensión de Cristo en la cruz. Con el
canto de la praefatio expresa el grito de Cristo colgado en la cruz. En efecto,
El cantó diez salmos, desde «Deus meus réspice» (Sal 22,2) hasta «In manus
tuas commendo spiritum meum» Sal 31,6), y así expiró. Mediante el secreto
del canon alude al silencio del sábado. Mediante la paz y la comunión indica
la paz otorgada tras la resu-
i
[I, 145] En la iglesia, los varones están en la parte austral, para significar
que los más fuertes en la fe, fervientes por el ardor del Espíritu Santo, deben
convertirse en prelados a los que toca sufrir el embate de las tentaciones del
mundo. Las mujeres están en la parte boreal, para indicar que los más frágiles
deben estar debajo, ya que no pueden soportar el embate de la tentación, y
deben atemperar con la medicina conyugal el ímpetu de la carne.
Escocés, fue suprior de San Víctor en 1159 y prior desde 1162. Dedicó
muchas de sus obras a su amigo san Bernardo. Murió en torno a 1173.
[36] «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,21). Así, este gozo interior
que sólo los hombres espirituales poseen, la dulzura que se advierte en el
alma, es el quinto de los hijos de Lía. La alegría, como hemos dicho ya, es
uno de los afectos más importantes. Cuando está ordenada, puede perfec-
tamente ser computada entre los hijos de Jacob y Lía... Lía despreció las
mandragoras y las dio contenta para tener un hijo así.
Pues la mente que se alegra de la alabanza de los hombres no merece
conocer la alegría interior. Es justo que Lía lo concibiera tras el nacimiento
de Gad y Aser, porque la mente humana no puede llegar a la verdadera ale-
gría sino a través de la abstinencia y la paciencia. Quien quiera tener esta
verdad debe desterrar, tanto los falsos placeres, como la vana ansiedad. El
hombre que se deleita en cosas mezquinas es indigno de la dicha espiritual: y
si está turbado por vanos temores no puede gustar la espiritual dulzura. La
Verdad condena la alegría falaz: «Ay de vosotros, los que ahora reís» (Le
6,25). Y rechaza las vanas inquietudes diciendo: «No temáis a los que
i
matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28). Nosotros ven-
cemos aquélla con la abstinencia, y despreciamos éstas cuando las sopor-
tamos pacientemente. Estos son Gad y Aser, que ahuyentan la alegría falsa e
introducen la alegría verdadera. Ahora ciertamente no habrá ninguna duda
sobre el motivo por el cual a este hijo se le puso el nombre de Isacar, pues tal
nombre significa «recompensa».
[38] Aquellos que son batidos por las olas de los deseos carnales no
merecen ser embriagados por esta dulzura. «Tú has visitado la tierra y la has
embriagado» (Sal 65,10 LXX). ¿Por qué el Señor habla de embriagar a la
tierra sola y no al mar? Porque sabemos que una mente ondulante entre
muchos deseos, turbada por la tempestad, no puede ser admitida a esa alegría
interior; no bebe en ese torrente de delicia y no puede embriagarse de él.
Sabemos que el mar está perpetuamente inquieto, pero la tierra está firme
para siempre. También todos los demás elementos están en movimiento, sólo
la tierra está parada; ninguna otra cosa se encuentra en estado de quietud.
¿Qué otra cosa puede simbolizar la tierra, sino la fija estabilidad del corazón?
Por eso, si un hombre piensa y anhela embriagarse con ese cáliz de la
verdadera sobriedad, frene las ondulaciones del corazón y concentre los
movimientos de sus pensamientos y afectos en el deseo de la única verdadera
alegría. Esta es la tierra verdaderamente dichosa y la tranquila estabilidad de
la mente, cuando está toda recogida en sí, inmóvil y fija en este único deseo
de eternidad. Esta es la tierra que la Verdad prometió al decir:
«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,5)...
Esta es la tierra que vio Isacar, «asno robusto», y por la que se inflamó
admirablemente su deseo: «Isacar... asno robusto echado dentro de sus
confines. Ve que el reposo es bueno y que la tierra es óptima, y apresta su
lomo a la carga y acaba sometiéndose al tributo» (Gn 49,14-15). Si, en
efecto, queremos conocer por experiencia la verdadera alegría interior
debemos pasar de una tierra a otra, de una remota comarca a nuestra tierra,
del exilio a la patria, de las tribus a nuestra familia, del reino a otro pueblo,
de la tierra de los muertos a la tierra de los vivos.
dulzura es amarga. Por eso no puede reducir sus esfuerzos ni moderar su de-
seo. A eso se debe la gran ansia y el desmesurado dolor del parto. ¿De dónde
creéis que procede ese dolor apabullante, sino de la angustia incesante y del
impaciente deseo?... Raquel sabe que esta tarea es superior a sus fuerzas, y
sin embargo no puede alterar ni el esfuerzo ni el deseo. El alma, en efecto, no
alcanza nunca esta gracia en virtud de su propia actividad. Esto es un don que
viene de Dios, y no por los méritos del hombre. Pero, ciertamente, nadie
recibe nunca una gracia tan grande sin un inmenso esfuerzo y un ardiente
deseo. También esto lo sabía Raquel, y por eso redobla su esfuerzo y de día
en día va inflamando cada vez más, con ardor, sus deseos. En el afán coti-
diano de su angustia, en la inmensidad de su dolor, nace Benjamín y muere
Raquel. Cuando la mente del hombre es arrebatada fuera de sí, todos los lí-
mites del humano razonamiento quedan sobrepasados. Todo el sistema del
razonamiento humano sucumbe, en efecto, ante cuanto el alma percibe de la
luz divina, cuando es ensalzada por encima de sí y arrebatada en éxtasis.
¿Qué es la muerte de Raquel, sino el desfallecimiento de la razón?
[IV, 11] ¿Qué significa aguardar en la propia casa el paso del Señor, sino
comprender sabiamente, a partir de cuanto nos acontece por obra divina, el
gobierno de la divina Providencia, y tener la gracia de cooperar en él?
Mientras el terremoto sucede al viento impetuoso, el fuego al terremoto, la
voz todavía feble al fuego, se advierte la presencia del Señor que pasa.
Mientras que la mente se ve a menudo sacudida desde sus cimientos por
grandes y portentosos trastornos, y ora está deprimida por un exagerado te-
mor, ora quemada por un exceso de dolor o confusa por la vergüenza, otras
veces, más allá de toda expectativa y esperanza, el alma se compone en un
estado de gran quietud e incluso de seguridad y, lo quiera o no, considera el
efecto de la gracia que la visita y entiende más claramente que eso sucede por
disposición divina. Tenemos a Dios presente, pero como de paso, cuando no
conseguimos permanecer en la contemplación de esta luz durante mucho
tiempo seguido. Pero escuchar la voz admonitoria del Señor o de su
instrumento significa conocer por inspiración suya cuál es su voluntad y su
perfecto beneplácito. Pero quien es arrebatado fuera de sí en el éxtasis sale
como de una tienda al encuentro del Señor que llega, y lo ve cara a cara,
contemplando la lumbrera de la más alta sabiduría sin ningún velo o sombra
de imagen; no en un espejo ni por enigmas (1 Co 13,12), sino, como he
dicho, en su verdadera esencia. Un hombre vierte al exterior
i
por decirlo así, cuando, en esa alta condición el alma mora finalmente en la
mayor tranquilidad, de manera que no sólo abandona toda aprensión y an-
siedad, sino que casi trasciende los confines del sufrimiento humano. Es ad-
mitida a hablar con el Señor a una señal de éste cuando, por divina inspira-
ción y revelación, queda inmersa en el abismo de los juicios divinos.
Moisés entra en la nube cuando la mente humana, absorbida por la in-
mensidad de la luz divina, se adormece en un completo olvido de sí misma.
Bien os podéis sorprender, y con razón, de cómo se armoniza la nube con el
fuego y el fuego con la nube: la nube de la ignorancia con el fuego de la
inteligencia iluminada; la ignorancia y el olvido de cosas en otro tiempo sa-
bidas y experimentadas con la revelación y la comprensión de cosas antes
ignoradas y nunca experimentadas hasta el momento. En efecto, el enten-
dimiento humano es simultáneamente iluminado sobre las cosas divinas y
oscurecido en cuanto a las humanas.
Esta paz del alma elevada por encima de sí, esta tiníebla y esta luz son
descritas en algunas palabras del salmista, cuando dice: «En paz me acuesto
y enseguida me duermo» (Sal 4,9). El alma en verdad encuentra paz cuando
es conducida más allá de sí, y no siente ya en modo alguno el tormento del
sufrimiento humano.
Duerme en esa paz cuando es acunada en la máxima quietud y todas sus
graves consideraciones de antes se pierden en el olvido. Quien duerme no
tiene conocimiento de las cosas que lo circundan, ni tampoco de sí mismo.
Por eso, bien se expresa ese éxtasis del alma con la palabra «sueño». Pues, en
el éxtasis, la mente se sustrae a su ambiente habitual; inmersa, por decirlo así,
en el sueño, se mueve en la contemplación de las cosas divinas, lejos de las
humanas preocupaciones.
[V, 14] «¿Quién es esa», dice la Escritura, «que sube del desierto,
colmada de delicias, apoyada en su amado?» (Ct 8,5). Si por desierto rec-
tamente entendemos el corazón del hombre, ¿qué es este subir del desierto,
sino el pasar de la mente humana al éxtasis? El alma humana sube del
desierto cuando sale de sí por el éxtasis espiritual, cuando se abandona
completamente a sí misma y, pasando a los cielos, con la contemplación y la
devoción se sumerge en las cosas divinas. Pero el motivo de esta ascensión es
anejo y consecuencia de lo que se describe como un ponerse de pie
desbordante de delicias. ¿Qué significa este desbordar de delicias sino la
sobreabundante plenitud de las alegrías espirituales? ¿Qué es el desbordar de
delicias sino una abundancia de verdadera dulzura y de alegría infundida
desde lo alto? Los falsos bienes no pueden nunca producir la abundancia de
estas delicias como la produce la verdadera alegría: no serían falsos si
pudieran de verdad enseñarnos la verdadera delicia y su abundancia... Incluso
los incrédulos pueden gustar estos bie-
i
apasionado? Éstos son los cuatro grados del apasionado amor que pronto
vamos a considerar. Sed, oh hermanos, fervientemente solícitos de esa ca-
ridad que tanto anheláis obtener; aprended de ella, anhelad la que tan ar-
dientemente buscáis. ¿Queréis noticia de esta caridad vulnerante? «Me has
herido el corazón, hermana mía, esposa mía, me has herido el corazón con
uno de tus ojos, y con una trenza de tu cuello» (Ct 4,9). ¿Queréis noticias del
amor que encadena? «Yo los atraeré con los vínculos de Adán, con los
vínculos de la caridad» (Os 11,4). ¿Y del amor que languidece? «Hijas de
Jerusalén, si encontráis a mi amado, decidle que languidezco de amor» (Ct
5,8). ¿Queréis oír del deliquio de amor y de quien lo provoca? «¡Desfallece
mi alma por el anhelo de su salvación, pero grandemente ha esperado en tu
palabra!» (Sal 119,81 LXX). El amor hace desfallecer y languidecer; el amor
tiene sus cadenas, el amor hiere...
El primer grado era el amor que hiere, y el segundo es el amor que en-
cadena. El alma está seguramente y sin sombra de duda encadenada cuando
únicamente del amor no puede olvidarse, ni pensar en ninguna otra cosa. Sea
lo que sea cuanto haga o diga, siempre está vuelta a él en su mente, lo tiene
continuamente fijo en la memoria. Dormida, sueña el amor; velando, piensa
en él todo el tiempo. Me parece que es fácil comprender cómo este grado,
que no concede al alma humana ni una hora de quietud, supera al primero...
A menudo las heridas son menos gravosas que las cadenas.
Todos saben cómo a menudo sucede que un soldado golpeado y herido
en batalla escapa a su perseguidor y se salva pese a sus heridas. Pero después,
en medio de la pelea, el soldado herido cae, y cuando cae es hecho
prisionero, y como prisionero es llevado a juicio, encarcelado, puesto en
cepos y cadenas, y así tenido en cautividad.
¿Qué suerte, digo yo, es peor y más molesta? ¿Acaso no es más tolerable
huir, aun herido, que ser tenido en prisiones? Pero este grado, a diferencia del
primero, no entraña pausas de alivio, sino que quema al alma con continuo
ardor, como con una violenta fiebre.
Continuamente arde el alma en el fuego de sus deseos, sin encontrar
descanso ni de día ni de noche. Y, a semejanza de quien yace enfermo, o está
ligado a una cadena y no puede moverse de allí donde fue encadenado, aquel
que es absorbido por el segundo grado de amor apasionado, haga lo que
haga, se vuelva adonde se vuelva, no puede sustraerse a esta su única y
profunda preocupación por el objeto de su ansia. Por eso en el primer grado
podemos y debemos rechazar la atracción hacia los deseos malvados, no
tanto oponiendo resistencia, cuanto alejándonos de ellos, no con renuencia,
sino a todo correr. Si tenemos siempre cuidado de dedicar-
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GUILLAUME D'AUBERIVE
[Ms. Luxembourg 60, folios 16r-80v] Me agrada que vayas excavando con
piadosa avidez el sacramento de la penitencia. Esto conviene al monje, de
quien es propio el amor de ir al encuentro de la vida. La penitencia es el
camino que lleva a la vida que da frutos dignos de la penitencia y que huye
de la ira futura.
Captas, pues, en el número cuarenta el sacramento de la penitencia, tanto
en su parto, como en sus partes. Su parto son sus frutos, es decir, los
números, o al menos lo que está recogido en la igualdad de las partes. Los
submúltiplos del cuarenta los conoces, son siete: la unidad, el binario, el cua-
ternario, el quinario, el octonario, el denario, la veintena. Y hete aquí que el
fulgor del misterio nos sonríe, porque el septenario indica la virginidad. Y
quizás más que virgíneo se puede llamar al siete, porque no sólo en su límite
no genera, sino que tampoco es generado. Y así se observa que quienes de-
macran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan no llegan a los
números de la penitencia, ya que la integridad de su mente está corrompida
por la suciedad de la hipocresía. Oh, tres veces más cuatro dichosas las vír-
genes prudentes que «tomaron aceite en las alcuzas», porque «entraron con el
novio al banquete de boda» (Mt 25,4 y 10). Los siete submúltiplos de cua-
renta sumados dan el cincuenta,8 en el cual la heredad vuelve a su antiguo
propietario. El efecto de la penitencia va encaminado, tanto al sometimiento
del cuerpo, como a la dirección del corazón. Y el tres corresponde al espíritu
como el cuatro al cuerpo. Medito ahora de nuevo entre mí los siete sub-
múltiplos de cuarenta, que la esencia racional del sacramento impone que se
pongan en relación con el espíritu y después con el cuerpo.
Que el espíritu domine a la carne sometida es racional y necesario, y por
tanto es muy justo... que al espíritu corresponda la unidad, madre y principio
de todas las cosas, y a la carne el dos, signo de sujeción. El principado se
confía justamente al espíritu en caso de que éste no se vuelva atrás del cuatro
evangélico, es decir, de la ley de la gracia. En efecto, al príncipe le conviene
la libertad.
Por eso la ley de la letra, es decir, las obras exteriores, se las dejamos al
siervo, según está escrito: «Al asno, palo y carga» (Si 33,25). Este es el cinco
de la ley con la que el siervo debe cargar sensualmente. Si, en efecto, el es-
píritu ejercita un justo dominio sobre el cuerpo por su propia salvación y la
de su mismo subdito, y permanece sometido en libertad a la ley de Dios,
¿qué no podrá esperar del veinte, que es el diez doble, de Dios que da a cada
uno según sus obras? Por eso, salvado desde ahora en esperanza, obtiene la
promesa de la vida tanto presente como futura. El siervo que no se queda en
casa para siempre a causa de la humildad y fatiga de la sujeción conseguirá,
si alcanza el ocho, el diez [su recompensa]. Por eso el hombre exterior,
sometido en el dos, será afligido en el cinco, sin recibir el denario [el diez] de
su paga mientras no llegue el día de la resurrección. Considera, pues, si,
salvo error, son éstos, y por estas razones, los siete submúltiplos del cuarenta,
de los cuales tres atañen al espíritu y cuatro al cuerpo. Y no te asombres de
que, una vez sumados para formar el cincuenta, de ellos nazca como fruto el
diez, el denario, para que se cumplan las palabras de Jesús: «Haced
penitencia porque se acerca el Reino de los cielos» (Mt 3,2). Y tanto los tres
submúltiplos que atribuimos al espíritu, como los cuatro que hemos referido
al cuerpo, sumados separadamente entre sí forman dos múltiplos del quinario
de la ley, el uno material, el otro espiritual.
A causa de este misterio de la penitencia he dicho, a propósito del cua-
renta: «Su salario le acompaña y su paga le precede» (Is 40,10), porque no
sólo recibe como fruto el diez, sino que pare el número de la quietud. Por eso
la narración mística del Cuarto libro de los Reyes dice que, durante el asedio
de Samaría, aquellos que estaban atormentados por el hambre cambiaban una
cabeza de asno por cincuenta siclos. La cabeza de este manso animal que
somete su hombro a la carga, a quien la traza «ha sido puesta sobre la
espalda» (Is 9,5), supongo que designa el principio, la forma de la paciencia
y la humildad, o bien al siervo de Dios «que lleva sobre su cuerpo las señales
de Jesús» (Ga 6,17). Feliz y deseable hambre, no ya de pan y agua, sino de
escuchar al Verbo de Dios... cuando, no sólo se compra la cabeza del asno
para roerla con voracidad canina, sino que se asume la forma de la humildad,
del trabajo de penitencia y de la paciencia, con la esperanza de que sean
perdonados los propios pecados o de que sonría la quietud de la mente. Así,
encuentras escrito: «Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mt 5,6).
Abundando en esto, quiero ponerte de manifiesto el misterio de los cincuenta
siclos, en el cual con el cinco se hace referencia al dinero, en el cual hay cien
denarios y mil óbolos. El siclo del santuario, en efecto, tiene veinte
i
pollino sobre el que se dignó sentarse el Creador del siglo, se debe recurrir al
remedio de la doble penitencia, pública y privada, espiritual y corporal,
porque el ochenta contiene dos cuarentas.
Por mi parte, con esto que te he dicho en torno al sacramento del cua-
renta te basta. Sea ocupación de tu ocio indagar estos misterios en diversos
lugares de la Sagrada Escritura.
JOAQUÍN DE FIORE
El decacordio
Entre otras obras del Señor que ofrecen en símbolo el misterio de la Trinidad,
ocupa un puesto eminente el salterio de diez cuerdas. Se trata de un único
recipiente armónico, el cual, aun no siendo susceptible de división en partes,
dado que es un organismo, no por esto es indiviso, mientras es salterio y para
que sea salterio. Si es dividido en partes, no deja por ello de ser lo
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que era. Es un único recipiente y además por maravilla consta de tres cuer-
nos. Más aún: la misma unidad indivisa posee tan enteramente esos tres
cuernos, que los tres en unidad y la unidad en tres parecen identificarse.
No olvidemos que de un modo suena el uno y de otro modo la unidad.
«Uno» no se puede decir, en absoluto, más que de un individuo. «Unidad»,
en cambio, no se puede predicar sino de dos por lo menos. Pues cuando que-
remos y debemos detenernos sobre la unidad, no quiere decir que debamos
referirnos a una persona singular, sino a un pueblo, a una reunión, a una
masa. Cuando se dice, sin matización alguna, aquí o allí hay uno, en ese lugar
hay uno solo, entiendo una persona, sin vacilar. Cuando se dice, en cambio:
allí hay una unidad, de hecho únicamente entendemos un solo corazón y una
sola alma en muchos: es decir, una sola voluntad, un consenso solidario.
Sólo el Padre es genitor; sólo el Hijo es engendrado; sólo el Espíritu
Santo procede de ambos. Sólo el Padre manda al Hijo y al Espíritu Santo,
pero no es mandado por nadie. Y por esto la eterna divinidad del Padre es
común también al Hijo y al Espíritu Santo. La encarnación del Hijo, en cam-
bio, es propia del Hijo. La adopción de la paloma y del fuego es específica
del Espíritu Santo, aun cuando la obra de las tres Personas es única.
Y lo mismo que con el vocablo de temor entendemos al Padre, con el de
sabiduría entendemos al Hijo, así con el de amor entendemos al Espíritu
Santo. En la eficacia de la acción obra el temor del Señor, al amor de la
lectura impulsa la sabiduría, en la oración y en la confesión obra el amor.
Nos mantenemos en la obediencia en virtud del temor que es el Padre; en la
lectura, bajo el estímulo de la sabiduría, que es Cristo; en el canto y la
oración, en nombre de la caridad, que es el Espíritu Santo.
Y por el hecho de que Dios es Trinidad era necesario que el reino de este
mundo se deshiciese en su conjunto a través de tres grandes pruebas, por
donde al final fuese eternamente instaurado el Reino de Dios. Que si Dios
hubiese sido una sola persona, no habríamos tenido que ir a buscar tres ciclos
distintos de actuación, ya que se habría podido resumir su armonía en un
único epílogo.
La sabiduría y el amor
está el magisterio hay disciplina; donde hay amor, allí hay libertad .
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Él, que repudia toda vanidad de la superstición filosófica. Tras la cual van
esos escribas diseminados en el ámbito de la santa Iglesia, los cuales, hin-
chados y arrogantes de vanidad secular, de ciencia mundana, usurpando el
magisterio con dogmas perversos, vuelven su cerebro cual nido de aves de
mal agüero. Y son sus nombres Arrio, Eunomio, Macedonio, y sus secuaces.
El altar en llamas
Nuestra tarea es ésta: construir con Elias (1 R 18,31-38) un altar con los
elementos de la tierra. La tierra se debe colocar debajo de él, para que el agua
se pueda derramar por encima. Y después esperar del cielo el fuego que
devore y consuma la tierra y el agua, es decir, esperar la espiritual in-
teligencia que anule y vacíe esa superficie terrena de la letra, que viene de la
tierra y terrenamente habla, y al mismo tiempo transforme, rozándola, esa
doctrina evangélica que está aquí simbolizada por el agua, precisamente igual
que aquella agua espesa puesta por el sacerdote Nehemías (2 M 1,20-22)
sobre el altar fue transformada en fuego, o lo mismo que en el banquete de
Galilea el agua fue transformada en vino.
ALBERTO MAGNO
a los demonios de los vicios; con tu majestad que reina sobre mi alma; a fin
de exterminar en la tierra de mi ser carnal a los gentiles, es decir, los incir-
cuncisos; con el clamor confuso de la confesión, con el mar de la contrición y
con el oleaje del afecto; desecando la concupiscencia humana con el miedo
del infierno y con la espera de la gloria de la que se debe revestir iodo el
universo; obrando a favor del ejercicio de los buenos afectos y del amor de la
contemplación de las virtudes de mi cielo, es decir, de la parte superior y de
la inferior de mi razón.
Acércate a mí, oh Redención nuestra, hazme esperar y hazme levantar ia
cabeza de mi espíritu hacia ti, de manera que yo imite los signos que hay en
el Sol, la Luna y las estrellas; los ejemplos de buenas acciones que están en
ti, Sol de justicia, en tu madre la Virgen y en todos los santos, para que
conozca yo la dulzura de los frutos de la higuera de tu caridad y todas las
virtudes de los árboles que en mí producen sus frutos, y que me sea cercano
el verano del Reino de los Cielos cuando el sol del alma y la tierra de mi
cuerpo vayan a ti, Verbo inmutable.
Señor Jesucristo, soy un hombre pobre en virtud, cubierto con las úlceras del
pecado, que mendiga a la puerta de tu misericordia, ávido de saciarme en mis
tribulaciones de las migajas que caen de la mesa de tus ricos hijos, que se
revisten de la púrpura de los sentimientos y de las pasiones puras y se nutren
cotidianamente de las estupendas viandas de las virtudes: vienen los perros,
tus doctores, a lamer las úlceras de mis pecados, para que, muerto al mundo,
sea yo llevado por los ángeles de las buenas obras al seno de la
contemplación. Mándame a Lázaro, la ayuda de tu gracia, a que toque con la
punta del dedo el agua de la verdadera contrición para refrescar mi carne,
pues estoy atormentado por esta llama de la concupiscencia. Que estas cosas
sean testimoniadas a mis cinco sentidos, para que no vengan también ellos a
este lugar de tormentos, y escuchen a Moisés, evitando el mal y haciendo el
bien, y también a los
[III, 3,3] Maravilla de la santa comunión es que, al comer las almas fie-
les y castas el Cuerpo del Señor, éste se acrecienta. Lo que se demuestra de
dos maneras: por la razón y por comparación.
Se demuestra por la razón. El Cuerpo de Cristo no se convierte, como
cualquier otro alimento en la sustancia de quien lo come, sino al contrario:
quien lo come se muda espiritualmente en él. Pues el Señor hace que dig-
namente comulgue como miembro de su cuerpo místico, e incorporándolo a
sí mismo, lo une íntimamente al mismo Cuerpo que tomó en el seno de la
Virgen. Por eso dice el Apóstol: «Cuantos participamos en el mismo pan nos
hacemos un solo cuerpo» (1 Co 10,17). «Vosotros sois el cuerpo de Cristo y
miembros suyos» (1 Co 12,27). Y Oseas exclama y predice que
i
En cuanto al primer efecto, dice Dios por boca del profeta Isaías: «Yo
mandaré la lluvia sobre la tierra sedienta, y aguas abundantes sobre los
campos resecos» (Is 44,3). Lo que equivale a decir: el alma estéril como
tierra seca, y suelta en el mal, en virtud de la Sangre de Cristo, recibida en la
comunión, se restaura, reúne todas sus fuerzas y se confirma en el bien. En
cambio los impíos serán como polvo reseco, que el viento dispersa (Sal 1,4);
porque sus pensamientos, deseos y palabras son desviados por la tentación, y
encaminados a muchos vicios. Se hacen semejantes al pueblo hebreo
disperso por todo Egipto para recoger paja, es decir, las vanidades de la
tierra. Pero Jesús murió, y derramó toda su Sangre para reunir a los hijos de
Dios en la concordia de los afectos, en el refrenamiento de la lengua, en la
disciplina del sentido, en la religión de la vida, en el vínculo de la caridad.
«Ut filios Dei, qui dispersi erant, con-gregaret in unum» (Jn 11,52)...
En cuanto al segundo efecto que la Sangre de Cristo produce en el alma en la
santa comunión, aplica las palabras del Salmo... «Percussit pe-iram et
fluxerunt aquae» (Sal 78,20): estas aguas místicas, al fluir en el alma,
atemperan y refrenan el ardor de la mala sed, y extinguen el fuego ardiente
de las pasiones. Oh Señor mío Jesucristo, oraba san Agustín, escribe en mi
corazón tus heridas con tu preciosa Sangre, para que yo lea en ellas tu dolor,
tu amor; tu dolor para soportar por ti todo dolor; tu amor, para despreciar por
ti todo amor pravo.
En cuanto al tercer efecto, la Sangre de Cristo facilita la nutrición del
lima, moviéndola a obrar bien, lo mismo que el agua facilita la nutrición del
cuerpo y lo hace activo. El profeta Elias «comió de aquel pan y bebió,
i
El Hesicasmo
Diádoco, obispo del Épiro del siglo V, dio a conocer en Bizancio la doc-
trina de Evagrio y Macario: éste es el germen más remoto del hesicasmo.
En el siglo XI, Simeón el Joven, abad de Xerokerkos, enseñó en su De
sobrietate et attentione el modo de respirar concertado con la oración, y
quienes lo adoptaron fueron llamados i]OX)%á£OVT£<; O r\G\>%aaxaíy
hesi-castas, es decir, buscadores de quietud, de paz.
Entre ellos se encontraba Nicéforo el Hesicasta, un italiano convertido
del catolicismo, que fue monje en el monte Athos tras una estancia en
Bizancio durante el reinado de Miguel VIII Paleólogo (1261-1282); escribió
riepl véxj/ecoq xod cp\)A,axfj<; xapStaq, De sobrietate et coráis custodia,
obra erróneamente atribuida a Simeón, más tarde restituida a Nicéforo, donde
con tono confidencial, casi 'popular, responde a la pregunta: «;Cómo obtener
la atención?».
La doctrina de Nicéforo fue retomada en el Método de la santa atención,
obra anónima.
Gregorio del Sinaí fue monje en el Sinaí y después en Creta, donde su
hermano de religión Arsenio le enseñó la xapSiaxr) 7tpoao%r| o atención
del corazón, que él a su vez enseñó en un monasterio del Athos. Distinguía él
dos modos de oración, el hesicasta, fino y ágil, y el habi-
i
1. Con el himno nos dirigimos a uno de los entes intermedios, mientras que con el salmo se
penetra a través de todas las esferas: ésta es la doctrina común.
2. Barlaam Calabro, carta V, a Ignacio, 117-124, en Epistole greche, Palermo, Istituto
siciliano di studi bizantini e neogreci, 1954, págs. 323-324.
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tener experiencia sensible de las primicias del Reino de los cielos, preci-
samente en forma de esplendor: distinguía, no ya dos divinidades, sino un
Dios del que proceden tres personas, de una sola naturaleza o esencia. De él
proceden de forma natural propiedades o energías, distintas pero inseparables
de su naturaleza o esencia, la cual no se puede aislar de las tres personas
distintas. Invisible en sí y de por sí, como el rostro que se hace visible en el
espejo aun permaneciendo de por sí y en sí invisible, es la sustancia divina;
visible es su energía, o sus rayos. En 1351, el sínodo celebrado por Juan
Catacuzeno afirmaba como dogma ortodoxo la luz increada del Tabor.
A partir de entonces floreció libremente el misticismo bizantino, tanto en
la meditación minuciosa de los símbolos litúrgicos (Nicolás Cabasilas,
muerto en 1391, autor de De vita in Christo, tocó la cima de esta especu-
lación), como en la práctica hesicasta (cuya exposición más completa se
encuentra en la Centuriae de los monjes Ignacio y Calixto; la única noticia
sobre ellos es que Calixto, muerto en 1397, fue patriarca de Bizancio).
Dos son los rasgos que no tienen correspondiente en la tradición romana:
la fisiología mística y la teoría de la respiración.
Los puntos místicos del cuerpo, o lugares en los cuales se siente que va
teniendo lugar gradualmente la transfiguración, son cuatro: el primero entre
las cejas, donde se enciende el pensamiento totalmente abstracto y asediado
por las asociaciones y divagaciones arbitrarias; el segundo en la laringe,
donde el pensamiento se articula en distintas palabras, aunque sean mudas,
asediado a menos que se sepa unificar con la jaculatoria; el tercero en el
pecho, caja armónica afectiva del pensamiento articulado que, si resuena,
produce tal intensidad, que detiene las asociaciones y divagaciones; en cuarto
lugar, el que está bajo la mama izquierda, donde la atención vigila como
sobre una torre de vigilancia contra los intrusos. Pero quizás la tradición
oculta incluía otros lugares: ciertamente el ombligo, que está testimoniado
por el primer texto hesicasta; probablemente eran siete.3
La teoría de la respiración queda expuesta con suficiente amplitud en la
selección de textos que sigue, pero sus presupuestos son difíciles de
3. Una de las prescripciones tántricas referidas por Avalon en The Serpent Power, Madras.
Ganesh, 1931, dice que se comience con la introducción del Uno en el mütadhara,
svadhistkana y manipüra, sedes del anhelo, de la lujuria y de la cólera (bajo el ombligo),
para pasar inmedia
i
captar para una mente educada según los santos occidentales. Nicodemo el
Agiorita encontró muy pocos puntos de contacto, desde este punto de vista,
entre las dos cepas (fue él, junto con el obispo Macario de Corinto, quien
publicó en Venecia en 1782 la antología de monjes de la Tebaida y de santos
bizantinos titulada Phtlokalía, libro que transmitió el hesicasmo también a
los rusos a través de la reelaboración de Paisji Vielikoskji titulada
Dobrotoljubjé, publicada en San Petersburgo en 1793). Para establecer la
comparación oportuna convendrá examinar ante todo cuánto, y cuan poco, ha
meditado Occidente en toda su historia sobre la respiración.
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LA RESPIRACIÓN Y OCCIDENTE
se sostenga como una pluma en el aire, inmóvil entre las corrientes con-
trarias puestas en proporción.5
Es imposible respirar con un ritmo plácido y estar al mismo tiempo sa-
cudidos por la ira, la envidia, la gula, la lujuria, o impedidos por la acidia, la
soberbia, la avaricia, de manera que la actuación sobre la respiración tendrá
reflejos espirituales, pues veraz es la máxima age ut velis (y ut sis).
La respiración no es, pues, mero símbolo de la buena conformación del
alma; tiene capacidad sacramental. No es frecuente elevarla explícitamente a
sacramento, y sin embargo el lenguaje mismo establece la igualdad entre
contener el aliento y éxtasis. Santa Teresa {Castillo interior, IV, 3,6) observa
que las operaciones místicas «son todas suaves y pacíficas, y hacer cosa pe-
nosa antes daña que aprovecha. Llamo penosa cualquier fuerza que nos
queramos hacer, como sería pena detener el huelgo...». El alma debe aban-
donarse en las manos de Dios, para que El haga de ella lo que quiera, y hacer
lo posible para conformarse a la divina voluntad. Pero, si en la cuarta morada
del castillo interior, es decir, en el cuarto momento del perfeccionamiento
místico, se lee ese aviso, en la quinta santa Teresa advierte que ya no se
respira. La dificultad de hacer entender que la suavidad es condición de todo
acto interior, que un rasgo de fuerza, aunque sea exiguo, es ya exterioridad,
ha disuadido de impartir nociones sobre la facilitación del ritmo respiratorio,
nociones que se habrían tomado fatalmente por preceptos.
5. En el taoísmo se dice que la vida penetra en el cuerpo por medio del hálito, el cual se une
en el vientre a la esencia encerrada en el «campo de cinabrio» debajo del ombligo, y así de
ellos nace el espíritu. La muerte es separación de hálito y esencia. El iniciado hace
descender el hálito hasta el «campo», desde allí lo impulsa por la columna hasta el cerebro,
de donde lo hace bajar de nuevo al pecho y lo hace pasar en su caso a los lugares enfermos.
Estas operaciones son imposibles si no se nutre el espíritu con el consenso de los dioses del
cuerpo, atraídos por la vida pura y por las buenas obras, contrarios al hedor de sangre o
de aliáceos. Los demonios del cuerpo contrarios a esa obra son llamados «gusanos» o
«cadáveres» (Henri Maspéro, «Les procedes de nourrir le principe vital dans la religión
taoiste ancienne», Journal Asiatique, abril-septiembre de 1937).
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NICEFORO EL HESICASTA
al volver a ver a su mujer y sus hijos, así el espíritu que se reúne con el alma
desborda de alegría y de delicias indecibles...
[964b] Sábete que cuando tu espíritu se encuentre allí no debes, ni callar,
ni permanecer ocioso. No tengas otra ocupación ni meditación que el grito
de: «¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí!». Sin tregua, cueste lo
que cueste. Esta práctica, al mantener tu espíritu lejos de las divagaciones, lo
vuelve inaprensible e inaccesible a las sugestiones del enemigo, y cada día lo
eleva en el amor y el deseo de Dios.
[965a] Pero si no lograras, hermano mío, pese a todos tus esfuerzos, pe-
netrar en la parte del corazón según te he indicado, haz como te he dicho y
llegarás a ella con la ayuda de Dios. Sabes que la razón tiene su sede en el
pecho; allí, en efecto, permaneciendo mudos los labios, hablamos, decidimos,
componemos preces y salmos. Cuando hayas desterrado de esta región todo
pensamiento, puedes (y basta quererlo) decirle: «Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí», [966a] y obligarte a gritarlo interiormente,
excluyendo cualquier otro pensamiento. Cuando con el tiempo llegues a
dominar esta práctica, ella te abrirá sin duda la puerta del corazón.
6. La versión ofrecida por Gibbon en The History of ¿he Decline and Fall of the Román
Empire (2 vols., Londres, Benton, 1952, volumen II, pág. 476; trad. cast.: Historia de la
decadencia y ruina del Imperio Romano, Madrid, Hyspamerica, 1988) es típica e
iluminísticamente engañosa; la última frase se traduce allí: «No sooner has the soul
discovered the place of the heart, than it is involved in a mystic and ethereal light», lo cual
vuelve todo vago y sentimental.
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[17] Por encima de los mandamientos está aquel que los abarca todos: el
recuerdo de Dios. «Acuérdate del Señor tu Dios en todo momento» (Dt 8,18).
En relación con éste se quebrantan los demás mandamientos, y en virtud de
él se observan. El olvido originario destruyó el recuerdo de Dios ofuscando
los mandamientos y descubriendo la desnudez del hombre.
IGNACIO Y CALIXTO
DE LAS «CENTURIAS»
a través de la nariz —un método que en cierto modo sirve también para el
recogimiento espiritual...
Ese hombre divino, y muchos otros con él, que obtienen su autoridad de
los testimonios transmitidos de los santos, dicen lo que sigue: [19] «Tú sabes,
hermano, que el aliento que aspiramos es aire; pero nosotros lo aspiramos
sólo a causa de nuestro corazón. Porque el aire es el origen de nuestra vida y
del calor de nuestro cuerpo. Por eso el corazón atrae a sí el aliento para
expeler a su vez su propio calor a través de la respiración, y de este modo
procurarse un poco de frescor. El que origina o, mejor, desempeña esta
función es el pulmón, creado ciertamente por Dios como un órgano frágil,
pero también capaz de aspirar y echar fuera el aire circunstante como un
fuelle y sin dolor alguno. Así el corazón aspira el aire frío y echa fuera el
caliente y, para mantener con vida al hombre, le presta incesantemente este
servicio para el cual fue creado.
»Pero tú, cuando te sientes en tu celda silenciosa y quieras recoger tu es-
píritu, aspíralo por la nariz, a través de la cual el hálito va al corazón, ponió
en movimiento y empújalo hasta el corazón junto con el aire aspirado.
Cuando haya entrado, todo lo que siga a continuación estará colmado de ale-
gría y júbilo, lo mismo que un hombre ausente durante largo tiempo de su
casa no sabe qué hacer tras su regreso debido a la alegría, ya que entonces se
le concede de nuevo estar con su mujer y sus hijos: así el espíritu, una vez
que se haya unido con el alma, estará colmado de indecible alegría y placer».
Por eso, hermano, debes habituar al espíritu a no salir de nuevo de-
masiado rápido de allí; es verdad que al principio estará muy atormentado
por la limitación y estrechez que allí sufre; pero después que se haya habi-
tuado al lugar, ya no buscará distracciones exteriores. Porque el Reino de los
cielos está dentro de nosotros; quien una vez lo ha contemplado y lo busca
con oración pura, despreciará y odiará todo lo que es exterior. Y sigue: «Pero
ciertamente debes saber que no puedes dejar mudo y ocioso tu espíritu
cuando se encuentre en ese estado, sino que debes hacer que se ejercite con
estas palabras: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí", que
reflexione sobre ellas ininterrumpidamente y jamás se aleje de esta
meditación. Este ejercicio, que mantiene el espíritu dentro de límites muy
determinados, lo hace invencible e imbatible ante los ataques del demonio y
lo conduce cada día hacia el amor de Dios y el deseo de El»...
[20] También esto se debe dejar claro a quien desea aprender: cuando
guiamos nuestro espíritu para que baje al corazón con la respiración, de-
bemos tener muy presente que no se ha de volver a llamar afuera al espíritu,
que se ha abismado, antes de que quede liberado de toda reflexión ra-
i
zonada, hasta que se haga simple y desnudo y no abrace ningún otro pen-
samiento, sino la invocación de nuestro Señor Jesucristo; porque cuando el
espíritu salga y sea atrapado por pensamientos multiformes y cosas ex-
teriores, se verá de nuevo dividido, contra su voluntad.
[54] Ésta es, pues (y se llama), la pura y constante oración del corazón, de la
cual hemos hablado; de ella nace en el corazón cierto calor, según las
palabras: «Mi corazón arde en mi cuerpo y de mi meditación se alza un fuego
elevado» (Sal 39,4). El Señor Jesucristo puso fuego en el fondo de nuestro
corazón; éste, en un primer momento, producía sólo espinas, por sus deseos,
pero ahora se ha convertido en vehículo del espíritu mediante la gracia, como
dijo nuestro Señor Jesucristo: «He venido a encender un fuego sobre la tierra,
y sólo quiero que arda» (Le 12,49). También era un fuego lo que calentaba y
encendía a Cleofás y a cuantos estaban en torno a él, de manera que, fuera de
sí, gritaban: «¿No ardía nuestro corazón por el camino?» (Le 24,32).
También Juan Damasceno dice en uno de sus himnos a la bienaventu-
rada y purísima Madre de Dios: «El fuego escondido en mi corazón me im-
pulsa a cantar sobre el amor por la Virgen». Y san Isaac escribe: «Del trabajo
continuo nace un calor extraordinario que se inflama en el corazón sobre los
ardientes deseos que desbordan del pensamiento. Este obrar cauteloso vuelve
transparente el espíritu (voD(;) con su calor, de suerte que llega a la
contemplación». Y continúa: «De este calor, que nace del amor por la
contemplación, brota la fuente de las lágrimas».
Y un poco más adelante: «Del inagotable río de las lágrimas, el alma
obtiene la paz de los pensamientos, y se elevará a la pureza del espíritu; pero,
a través de esta pureza del espíritu, el hombre alcanza la visión de los
misterios de Dios»... Y san Elias Ecdico dice: «Cuando el alma se retrae de
las cosas exteriores y al alma se adhiere, toda envuelta por ella como por una
llama, se pone incandescente, como el hierro envuelto todo él por el fuego.
Ciertamente sigue siendo la mísma alma, pero ya no es posible tocarla, lo
mismo que nadie puede tocar un hierro incandescente». Y más adelante:
«Dichoso aquel que en esta vida sea digno de ser considerado como tal y vea
ya su propia imagen, que la naturaleza hizo de arcilla, volverse
resplandeciente de fuego en virtud de la gracia».
[59] Pero, para que uno llegue a ser digno de una de estas cosas, y de
todas las demás que a ella siguen,... está escrito: «No busquéis antes de
tiempo lo que debe suceder a su debido tiempo», y: «El bien no es bueno
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[68] Este obrar, que nace del esfuerzo propio, es exterior y busca recoger
y ordenar las imágenes a través del bien ordenado movimiento de las cosas,
en cuanto las desarrolla unas desde las otras y progresa, se extiende en la fe
hacia Dios. Pero el otro obrar, es decir, el que es aceptación pasiva, riace por
lo habitual de modo inmediato por acción de Dios, fundamen-:almente en el
corazón. Alguna vez también al cuerpo se le hace partícipe
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desde el exterior de este rayo luminoso, que va más allá de todo pensamiento
de esta luz muy divina, y se ve movido por el corazón de modo sobrenatural,
en cuanto se le da una deificación que no le era congénita. como dice el
sapientísimo Máximo: «Yo no llamo creada a esa deificación que es
resplandor de la esencia divina: dicha deificación no nace, sino que, en los
hombres dignos, aparece de manera incomprensible...». Y san Isaac:
«Tenemos dos ojos del alma, como dicen los Padres, y en el acto de ver no
hacen lo mismo. En efecto, con un ojo vemos las cosas que están escondidas
en la naturaleza, la potencia de Dios, su sabiduría y su providencia con
nosotros, que percibimos de su santa guía. Pero con el otro ojo contemplamos
la gloria de su santa esencia, cuando Dios se digna iniciarnos en sus
espirituales misterios». Y san Diádoco: «La sabiduría (aocpíoc) y la ciencia
(yvíúGiq) son dones que vienen únicamente del Espíritu Santo, lo mismo que
todos los dones divinos de la gracia. Cada uno de ellos tiene una fuerza real
suya propia. Por eso testimonia el Apóstol que a uno fue concedida la
sabiduría, pero a otro el entendimiento, en el mismo espíritu. Pues el
entendimiento une al hombre con Dios a través de la experiencia, y no induce
al alma al pensamiento razonado sobre las cosas. Por eso hay no pocos que
llevan vida monástica y son iluminados en sus sentidos a través del
entendimiento, pero no llegan hasta hablar de Dios. La sabiduría (aocpioc),
en cambio, cuando uno recibe con temor este don (cosa que, sin embargo,
rara vez acontece), explica las fuerzas del entendimiento (yvdboio), en cuanto
éste intenta iluminar a unos a través de sus obras, a otros con sus palabras.
Pero el entendimiento ayuda en la oración y también a llegar a una gran paz,
con plena tranquilidad. La ciencia, en cambio, ayuda en la meditación de las
palabras de Dios, que no tiene como fin la vanagloria; ante todo es una gracia
del Dios dador»... Y de nuevo san Diadoco: «Es difícil, en la mayor parte de
los casos, mover a la oración a nuestro espíritu, pues esta fuerza anhelada es
débil y pequeña. Pero muy a gusto se dedica a la ciencia de Dios, porque la
contemplación de Dios es vasta y libre. Sólo que nosotros no queremos
conceder a nuestro espíritu demasiada libertad de hablar, ni dejar que se
alegre sin medida, sino que lo queremos tener ocupado, por eso
especialmente, con oraciones, salmos y la lectura de la Sagrada Escritura»...
Del mismo modo no permitimos al espíritu que mezcle sus propias pa-
labras con las de la gracia, para que, transportado por una alegría y locua-
cidad demasiado grandes, no lo distraiga la vanagloria. En el momento de la
meditación lo queremos preservar de toda representación imaginativa. Por
eso «fluirán las lágrimas en todos sus pensamientos». Pero cuando el
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con Dios, que lee en el corazón como en un libro escrito y abierto y que, con
signos mudos, manifiesta su voluntad. Así Pablo fue elevado al tercer cielo,
sin que él supiera si estaba aún en el cuerpo o fuera de él (2 Co 12,2-4); así
Pedro, cuando subió a la azotea de la casa para rezar y tuvo la visión del
lienzo (Hch 10,9 y sigs.).
»La segunda clase de oración consiste en pronunciar las palabras, que el
espíritu sigue con compunción y sabiendo dirigir conscientemente su oración
apremiante. Pero si la oración es interrumpida y extraviada por pensamientos
terrenos, pierde su camino justo».
[90] San Isaac... dijo: «...El amor de Dios es por naturaleza ardiente, y
cuando acomete violentamente a un alma, la trastorna. Por eso el corazón no
la puede separar del amor que recibe, ni frenarla, sino que por su mismo ser,
y por el amor que la trastorna, se produce en el alma una insólita
metamorfosis. Estos son sus signos visibles: el rostro del hombre se vuelve
ardiente, sereno, su cuerpo se calienta y todo temor lo abandona; parece
haber perdido el juicio, la muerte tan terrible le parece alegre, y nunca le
sobreviene una interrupción de su contemplación. Aunque esté lejos del cielo
habla [con Dios] como si estuviese presente, sin ser visto por nadie.
Conocimiento y vista normales lo abandonan, no percibe ya sus movimientos
con los sentidos, con los cuales se mueve entre las cosas. Y si hace algo,
tampoco se da cuenta de ello, porque su espíritu da vueltas continuamente en
el remolino de la contemplación, y su pensamiento está en continua
conversación con aquel Otro, en otro lugar. Los apóstoles y los mártires
estaban embriagados por esta embriaguez espiritual; los unos vagaban por
todo el mundo, pasaban penalidades y se cargaban de maldiciones; los otros
derramaban como agua la sangre de sus cuerpos destrozados y, aunque
sufrieran tormentos espantosos, no se entibiaban en su ardor, sino que
aguantaban valerosamente; y aun cuando fuesen sabios, fueron considerados
locos. Otros erraban por desiertos y montañas, ruinas y cavernas, pero en esa
inquietud no enloquecían. ¡Dios nos conceda semejante demencia!».
[I, 36] El primer bautismo tiene el agua como signo de las lágrimas, y el
óleo de la unción prefigura el óleo intelectual del Espíritu. El segundo
bautismo no es símbolo (TÓ7CO£) de la verdad, sino la verdad misma.
[37] No sólo no se deben cometer actos malos, sino que es preciso que el
asceta se esfuerce por liberarse de los discursos e imaginaciones contrarias y
se vuelva a pensamientos espirituales y provechosos para el alma, a fin de
distraerse totalmente de las cosas que conciernen a la vida...
[70] No te maravilles si, prisionero de la cobardía, tienes miedo de todo
y tiemblas: eres todavía imperfecto, sin fuerzas, y como un niño pequeño
tienes miedo de los espantajos. La cobardía es, en efecto, una pasión infantil
y ridicula del alma soberbia. Contra este demonio no pretendas hacer
discursos ni confutaciones; de nada le valdrán los discursos al alma
temblorosa y turbada; prescinde de ellos, en cuanto te sea posible, empobrece
tu pensamiento, y pronto verás desvanecida tu cobardía...
[82] El Señor enseña cómo debemos cuidar de obrar sin cuidado, y cómo
sin cuidados debemos abstenernos de la obra que no nos conviene...
[85] Quien no ha llegado a ser impasible no puede saber lo que es la
apatía, ni tampoco creer que exista un hombre de esas características sobre la
tierra.
[III, 10] Hay una humildad creída tal, nacida de la pereza, de la ne-
gligencia o de un remordimiento, y quienes la poseen la consideran salu-
dable. Pero no es así; en efecto, no tienen, emparejada con ella, la com-
punción que alegra.
[11] Hay una compunción ajena a la humildad espiritual, y los que la
sienten dicen que purifica los pecados. Pero, ¡ay!, se equivocan. En efecto,
están privados de la dulzura del espíritu que se manifiesta místicamente en el
tesoro intelectual del alma y no gozan de la mansedumbre del Señor (Sal
34,9). Son prontos a la ira, e incapaces de despreciar el mundo y lo que en él
se contiene. Ahora bien, quien no lo desprecie completamente con toda el
alma no puede tener la esperanza de la salvación firme e indubitable; sino
que sin tregua es sacudido por la duda, porque no cimentó su casa sobre roca
(Le 6,48).
[12] La compunción posee una doble propiedad: tiene la del agua, a cau-
sa de las lágrimas que apagan todo fuego de pasión y purifican de sus man-
chas; tiene también la del fuego, a causa de la presencia del Espíritu Santo,
que vivifica y calienta e incendia el corazón con amor y deseo de Dios...
[14] Si echas polvo en el fuego de la chimenea, lo apagas; así pasa con
todas las preocupaciones de la vida (Le 21,34), y todo apego a un objeto vil,
por minúsculo que sea, apaga la llama encendida a los comienzos en el
corazón...
[21] Quien tiene dentro de sí el fuego del Espíritu Santo, y no soporta
verlo, se desploma rostro en tierra, alborota y llama con gran temor como
quien vislumbra y padece algo que supera el mundo natural, las palabras y el
pensamiento. Se hace semejante a un hombre cuyas visceras son lamidas por
la llama; devorado por el fuego e incapaz de controlar el ardor (Jr 20,9); está
trastornado, como fuera de sí. Pero entonces derrama lágrimas abundantes
que mitigan, y atiza la llama de su deseo. Entonces borbotean las lágrimas, y
así purificado resplandece con mayor fulgor, de suerte que, cuando está todo
inflamado y convertido casi en fuego, se cumple lo que se dijo: «Dios unido
a dioses y dado a conocer a ellos».7 De manera que qui-
ministros un fuego abrasador». Es probable que el enigmático final del párrafo de Simeón
se deba interpretar como la unión del hombre tocado por el fuego divino y convertido en
espíritu divino y luz en las luces de los ángeles. El alma por naturaleza ha de crecer, es de-
cir, arder cada vez más: «Quien progresa en la ciencia... lo sabe apenas llega a alguna es-
peculación o conocimiento de los misterios espirituales: el alma habita allí como bajo una
zienda apenas exploradas nueve regiones... Al replegar la tienda, sabe más y allí pone su
morada en la estabilidad de los sentidos. Pero partiendo de allí aún descubre otros sentidos
espirituales. Nunca llega el momento en que el alma, inflamada por el fuego de la ciencia,
pueda concederse descanso». Es el «viaje hacia la sabiduría de Dios» (Orígenes, In
\u-*neros homiliae, 4). Viaje hacia la sabiduría que es Cristo en cuanto arquetipo, por un
lace, e inflamación cada vez más luminosa, por otro, son metáforas equivalentes.
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NICETAS STETHATOS
Nació en torno al año 1005, hacia 1020 se hizo monje en Stoudios y sir-
vió como copista a Simeón el Nuevo Teólogo. En 1035 tuvo una visión que
lo impulsó a recoger las obras de su maestro. Polemizó con latinos y ar-
menios. Murió, tal vez, en 1090.
Se encuentra situado en la tradición mística oriental más secreta, hasta el
punto de exponer las concordancias entre la jerarquía celeste y la eclesiástica
y concluir, sobre esta última, que no es necesario el nombramiento por parte
del hombre para ser obispos (dominaciones), sacerdotes (virtudes), diáconos
(potestades), arzobispos (serafines), metropolitanos (querubines) o patriarcas
(tronos).
DE «DEL ALMA»
8. De los cuatro elementos, tierra, agua, aire, fuego, las cuatro virtudes: prudencia, for-
taleza, justicia, templanza.
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[29] Puesto que en cierto modo el Verbo tomó las cuatro virtudes car-
dinales para edificar el mundo inteligible sobre la base de los elementos del
mundo visible, se ha de saber que lo propio de aquéllas lo será necesaria-
mente de éstos. Lo mismo que los elementos del mundo visible tienen cada
uno algo como propio, lo cálido y lo seco así como lo húmedo y lo cálido, lo
frío y lo seco así como lo húmedo y lo frío, del mismo modo cada virtud ten-
drá un carácter particular propio. Así, son propias de la prudencia la realeza,
la libertad, la capacidad de sondear la profundidad de los pensamientos jui-
ciosamente y el ser asesor de las sensaciones desde lo alto del trono. Es pro-
pia de la justicia la ecuanimidad respecto a cada cosa en el juicio, de manera
que se distingan las concordancias y las discordancias de las cosas en con-
flicto entre sí (en efecto, el mal está en lucha con el bien), y en todo caso es
necesario un comportamiento recto y el hábito de pesar con precisión el con-
tenido de la conciencia, arrojando fuera de ella lo que es terrestre y empuja
hacia abajo, aceptando de la materia sólo lo que tiene de más ligero. A la
templanza corresponden la limpieza y la pureza, y además la alegría impe-
tuosa de la libertad del Espíritu Santo, la mirra de la purificación y el olor
perfumado de la inmortalidad. A la fortaleza le están bien la firmeza y la per-
severancia en las obras; y no sólo eso, sino también la audacia de truncar con
la espada de la razón (kóyoc) el movimiento contra natura de la naturaleza, y
de traspasar el miedo pueril con la lanza de la paciencia y la firmeza.
[30] Así fue edificado por Dios el cosmos grande en medio de aquel otro
visible y pequeño. En él fueron puestos para su gloria lo racional en lo
irracional, lo inteligible en lo aparente y sensible; lo divino, inmortal y
sublime en lo disociado y digno de conmiseración.
[1, 16] «No comáis del árbol del conocimiento del bien y del mal, por-
que el día en que comáis de él moriréis de muerte» (Gn 2,16-17). La ob-
servación de nuestro cuerpo9 y la contemplación de su composición por na-
turaleza les llevan a lo imperfecto... al conocimiento de la dulzura de la
voluptuosidad; y no sólo a este conocimiento, sino a los movimientos y a los
cuidados inconvenientes, como se ha dicho. Por eso justamente resuena el
9. Se dice antes (De contemplatione paradisi, 1, 14-15) que el árbol de la vida es Dios, y
también el hombre divinamente impasible y contemplativo, mientras que el árbol del co-
nocimiento del bien y del mal es el hombre común.
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[7,36] Decimos, por ejemplo: uno ve un rostro bello en una mujer di-
soluta y de costumbres disipadas, e inmediatamente alaba al Demiurgo re-
mitiéndole la gloria, a la vista de una belleza plasmada por El en la pútrida
materia, de suerte que la contemplación de aquélla lo conduce a la com-
punción y lo empuja todavía más al amor de Dios (áyá7iri)5 que la creó. Y
no sólo eso, sino que, en llegando a hablarle, transforma las malas costum-
bres de ella en hábitos de virtud, y a través de la compunción la lleva a
NICOLÁS CABASILAS
[VI, 12] Cuando el amor es intenso y más fuerte que nosotros, desborda
de nuestro corazón; así el amor de Dios por los hombres lo hizo desbordar de
sí mismo.
En efecto, no se conforma con asentarse en un lugar y llamar desde allí
al esclavo que El ha amado, sino que baja a buscarlo personalmente; siendo
rico, viene a la bajeza de nuestra indigencia. Se presenta y declara su amor, y
suplica correspondencia; ante un rechazo no se retira, ni se oculta ante la
injuria: expulsado, espera a la puerta y hace de todo para mostrarse verdadero
amante, soporta ultrajes y muere.
[13] Dos rasgos denotan al amante y le garantizan el triunfo: beneficiar
por todos los medios al objeto de su amor y, si es menester, sufrir por él
desdichas y tormentos. Esta es una prueba superior a aquélla. Dios no podia
12. Es, en cambio, doctrina de san Jerónimo, y después de Bona y de Scupoli, que de la
ocasión ofrecida por la belleza corpórea se ha de huir siempre. Para Stethatos todo de-
pende del grado de perfección alcanzado, del destino particular. El platonismo sigue ope-
rante en su doctrina. Nono, según la leyenda, convirtió a la cortesana Pelagia, presentán-
dola purificada y virginal a Jesús.
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propia gloria, pues él quería que Cristo atrajese todas las miradas, ganándose
al pueblo entero, de manera que todos le prestasen atención como la esposa al
esposo; en cuanto a él, habría querido permanecer junto a Cristo, y la voz del
Amado habría compensado toda fatiga...
[88] Pablo, considerando las ventajas de Cristo, no sólo se olvidó de sí,
sino que traicionó su propio destino. Se arrojó en el infierno, en cuanto de él
dependía, pues expresó el deseo de ello. Era una expresión simbólica: amaba
a su Amado tanto, que quería servirle incluso en perjuicio propio, y parece
que ese amor, no sólo lo quemaba más que el fuego del infierno, sino que era
más fuerte que la alegría que experimentaba con la posesión del Amado.
Dicho amor le inducía a renunciar a esa alegría tanto como a despreciar el
infierno.
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El Maniqueísmo
Se ignora qué textos leían los maniqueos que se extendieron por la Europa
medieval y fueron después aniquilados por una sangrienta cruzada. Poca
información se consigue recabar de los documentos de la Inquisición y de
otras fuentes. Desde Agustín hasta Alain de l'Isle, los polemistas eclesiásticos
hablan sólo del maniqueísmo tal como era presentado a los adeptos de
categorías inferiores. Dos escuelas estaban en el origen del pensamiento
maniqueo occidental de la edad Media: la del Ilírico y la de Bulgaria. Las
doctrinas de Valentín están estrechamente ligadas a la mística catara y
maniquea que sólo cabe descifrar a partir de raros fragmentos, como un
escrito encontrado en el Türfán, que establece las reglas para entrar en la
comunidad (reglas que se hacen eco de la exégesis de Génesis presente tanto
en la Qabbáláh, como en Hugo de San Víctor), algunos papiros descubiertos
en Egipto por Ches-ter Beatty en 1930 y el himno a Jesús del siglo VIH,
hallado en China. Cánticos no desemejantes, tal vez iguales, entonaban los
albigenses antes de su exterminio.
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1. El cuerpo.
2. El siglo presente.
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se abalanzaron a agarrarme,
como a oveja sin pastor.
La Materia y sus hijos
se me han repartido,
después me han quemado en su fuego
dándome amargo aspecto.
Los extranjeros entre los que yo estaba mezclado
no me conocían.
Sintieron mi dulzura
y quisieron tenerme consigo.
Para ellos era yo vida,
pero ellos eran muerte para mí.
Cruz de luz
Alabanza a Jesús
[estrofas 64-73]
Con fuerza entre lamentos y con corazón recto te invoco, oh misericordia y
firme defensa:
3. En otro himno se dice que Jesús se une al alma como la mantequilla a la leche caliente.
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mira con gracia todas mis culpas desde tiempos remotos y también a todos
los hombres y mujeres del pasado. Soy, oh Santo, un cordero de la luz,
derramé lágrimas, soporté la opresión, lloré y me lamenté por ella,
sufriendo entre los lobos y las demás fieras
que me arrebataron y alejaron de la buena familia de la luz.
¡Misericordia! ¡Recógeme y cógeme!
Hazme entrar en la grey suave y pacífica de la luz,
llegar a la amena y florida altura, al bosque de la ley
por donde pueda vagar libre y sin miedo.
Soy una olorosa semilla de luz
arrojada en el corazón de una floresta, entre zarzas.
¡Misericordia! Levántame
a la era de la ley, al receptáculo de la luz.
Soy, oh Santo, una vid
plantada en un campo puro, en el jardín de la ley,
pero después ahogada por los zarcillos, enredada por las lianas,
que me quitaron la fuerza mejor y me dieron el tormento de la aridez.
Soy, oh Santo, una tierra rica y ubérrima
donde fueron plantadas por los demonios cinco plantas venenosas.
¡Oh, te lo ruego, empuña la segur, la hoja afilada, la hoz de la ley,
y arranca, y quema y devuelve la pureza!
Y las demás malas hierbas y las zarzas,
te lo ruego, extírpalas con el fuego de la disciplina,
lleva a floración las quince especies de brotes
y haz crecer las quince especies de raíces, que se extiendan.
Yo soy, oh Santo, un vestido nuevo resplandeciente
que los demonios mancharon con porquerías.
Oh, te lo ruego, lávalo con el agua de la ley y renuévalo.
Que yo obtenga el cuerpo bienaventurado, trascendente, y los
[miembros puros.
La oración dominicana
Motivado santo Domingo por todo cuanto precede, se alzaba del suelo y
se disciplinaba con una cadena de hierro, diciendo: «Tu disciplina me
adiestró para el combate» (Sal 18,36). Esta es la razón por la que la Orden
entera estableció que todos los frailes, trayendo a la memoria el ejemplo de
santo Domingo, se disciplinaran con varas sobre sus espaldas desnudas, los
días de feria después de completas. Venerando este ejemplo, recitan el salmo
que comienza: «Misericordia, Dios mío» (Sal 51), o aquel otro: «Desde lo
hondo a ti grito, Señor» (Sal 130). La disciplina se toma para expiación de las
propias culpas, o por las de aquellos de cuyas limosnas viven.
En consecuencia, nadie, por inocente que sea, se debe apartar de este
santo ejemplo...
A veces se veía también orar al Padre santo Domingo, con las manos y
brazos abiertos y muy extendidos, a semejanza de la cruz, permaneciendo
derecho en la medida en que le era posible.
Oró de este modo cuando, por su oración, Dios resucitó al niño llamado
Napoleón; oró en la sacristía de San Sixto de Roma, y en la iglesia durante la
celebración de la misa, elevándose del suelo, como narró la devota y santa
sor Cecilia, que se hallaba presente y lo vio, al igual que una multitud de
personas; como Elias, cuando resucitó al hijo de la viuda extendiéndose sobre
el niño (1 R 17,17-24).
De modo semejante oró cuando, junto a Toulouse, libró a los peregrinos
ingleses del peligro de ahogarse en el río.
De este modo oró el Señor mientras pendía en la cruz, es decir, con las
manos y brazos extendidos, y con gran clamor y lágrimas fue escuchado por
su reverencial temor (Hb 5,7).
Pero santo Domingo no utilizaba este modo de orar sino cuando, inspirado
por Dios, sabía que se iba a obrar algo grande y maravilloso en virtud de la
oración.
Ni prohibía a los frailes orar así, ni se lo aconsejaba.
Cuando resucitó a aquel niño orando de este modo, en pie, con los
brazos y manos extendidos en forma de cruz, no sabemos qué diría. Pudiera
ser que pronunciara las mismas palabras del profeta Elias: «¡Señor, Dios
mío! Que vuelva, te ruego, el alma de este niño a entrar en él» (IR 17,21).
Los presentes observaban este modo de orar, pero los frailes y monjas,
los señores y cardenales, y los demás que contemplaron aquella manera de
orar desacostumbrada y admirable, no recogieron las palabras que pronunció.
Después no les fue permitido interrogar acerca de todo esto al santo y
admirable Domingo, quien en este punto se mostró para con todos muy digno
de respeto y reverencia.
Sin embargo, pronunciaba con ponderación, gravedad y oportunamente
las palabras del Salterio que hacen referencia a este modo de orar; decía
atentamente: «Señor, Dios de mi salvación, de día te pido auxilio, de noche
grito en tu presencia»; recitaba hasta aquel versículo: «Todo el día te estoy
invocando, Señor, tendiendo las manos hacia ti» (Sal 88,2-10). Y también:
«Escucha, Señor, mi oración, presta oído a mi súplica, etc.», hasta el
versículo que dice: «Extiendo mis manos hacia ti, etc., escúchame enseguida,
Señor» (Sal 143,1-7).
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Por todo ello podrá cualquier persona devota captar la oración de este
Padre, y su enseñanza al orar de este modo, cuando quería ser transportado a
Dios de modo admirable en virtud de la oración, o mejor, cuando sentía
desde lo más íntimo de su ser que Dios le movía con especial fuerza i una
gracia singular; a pedirla para sí o para otro, ilustrado por la doctrina de
David, por el fuego de Elias, por la caridad de Cristo y por la devoción de
Dios...
Nuestro Padre santo Domingo tenía otro modo de orar, hermoso, devoto
y grato para él, que practicaba tras la recitación de las horas canónicas, y
después de la acción de gracias que se hace en común por los alimentos
recibidos. El mesurado y piadoso Padre, impulsado por la devoción que le
había transmitido la palabra de Dios cantada en el coro o en el refectorio, se
iba pronto a estar solo en algún lugar, en la celda o en otra parte, para leer u
orar, permaneciendo consigo y con Dios. Se sentaba tranquilamente y, hecha
la señal protectora de la cruz, abría ante sí algún libro; leía y se llenaba su
mente de dulzura, como si escuchara al Señor que le hablaba, en conformidad
con lo que se dice en el salmo: «Voy a escuchar lo que dice el Señor, etc.»
(Sal 85,9), Y, como si debatiera con un acompañante, aparecía, ora
impaciente, a juzgar por sus palabras y actitud, ora tranquilo a la escucha; se
le veía disputar y luchar, reír y llorar, fijar la mirada y bajarla, y de nuevo
hablar bajo y darse golpes de pecho.
Si algún curioso hubiera querido observarle a escondidas, el Padre santo
Domingo se le habría asemejado a Moisés, que se adentró en el desierto,
llegó al monte de Dios Horeb, contempló la zarza ardiendo y oró con el
Señor, y se humilló a sí mismo (Ex 3,1-6). Este monte de Dios, ¿no es como
una imagen profética de la piadosa costumbre que tenía nuestro Padre, de
pasar fácilmente de la lectura a la oración, de la oración a la meditación, y de
la meditación a la contemplación?
A lo largo de esta lectura hecha en soledad, veneraba el libro, se incli-
naba hacia él, y también lo besaba, en especial si era un códice del Evan-
gelio, o si leía palabras que Cristo había pronunciado con su boca.
A veces ocultaba el rostro cubriéndose con la capa, o escondía la cara
entre sus manos, velándola un poco con la capucha; lloraba lleno de congoja
y de dolor; y también, como si agradeciera a un alto personaje los beneficios
recibidos, se levantaba un poco con toda reverencia e inclinaba su cabeza;
plenamente rehecho y tranquilo, leía de nuevo el libro.
i
a los demas de que no orasen de ese modo, excepto para pedir co-sas
dificiles. Y decia entonces con David: «Te he llamado, Senor, todo el dia, he
extendido mis manos a ti» (Sal 88,10) y cosas semejantes.
El undecimo es que oraba levantandose sobre las puntas de los pies
manteniendo las manos levantadas y juntas sobre la cabeza, como una fle-cha
que fuese disparada con impetu hacia el cielo...
En este modo no permanecia mucho, sino que despues de algun tiempo
volvia en si como si viniese de un camino largo y de un pais remoto, y como
un ciudadano celestial peregrino en este mundo. En dicho modo se le oia
decir: «Escucha, Senor, la voz de mi oracion mientras oro a ti, mientras
levanto las manos a tu santo templo» (Sal 28,2); y «llegue a tu pre-sencia mi
oracion, y el alzar de mis manos sea para ti sacrificio vespertino» (Sal 141,2).
El duodecimo es que oraba con un libro delante, signandose con la serial
de la cruz con gran reverencia, y leia en el como si hablase con Dios con gran
atencion, y decia: «Oire lo que hable en mi el Senor Dios» (Sal 85,9).
Despues parecia que disputaba con un compafiero, preguntandole y
respondiendole, ahora alterado ahora aquietado, ahora riendo ahora llo-rando,
ahora fijando su mirada en el libro ahora apartandolo, ahora gol-peandose el
pecho ahora hablando silenciosamente. Y tambien veneraba mucho el libro,
por lo cual inclinandose lo besaba. Y a veces se lo ponia en las manos o en el
escapulario. Y despues, como lleno de afecto, como si diese gracias a una
persona excelente por los beneficios recibidos, con reverencia se apartaba del
libro. Despues se inclinaba ante el como aquietado, y de nuevo leia en el
libro.
El decimotercer modo es que oraba arrodillado, pero al parecer no era
muchas veces...
Y entonces se le oia decir: «Escucha, Senor, mi oracion cuando te ruego,
y libra mi alma del temor de los enemigos» (Sal 64,2). Y como fuese
escuchado, todo contento anadia: «Me has defendido de la reunion de los
malignos, y de la multitud de los que obran la iniquidad» (Sal 64,3).
El decimocuarto modo es que oraba desnudo y arrodillado, y se hacia
disciplinar por un fraile, segun se cree, llamado Ispano, que fue uno de los
examinadores o de los delegados del papa a la hora de inquirir acerca de la
santidad de este santo.
Dicho fraile refirio que, mientras era disciplinado, oraba manteniendo los
brazos cruzados diciendo aquel salmo: «Miserere mei, Deus, secundum
magnam misericordiam tuam» (Sal 51,3). Y creo que por esto se
in-trodujo.en esta orden [la] costumbre de que en ciertos tiempos un fraile
i
disciplina a todos los demás reunidos, para que al menos puedan de algún
modo participar de las disciplinas de su Padre. Pero se debe advertir que, en
todos los modos antedichos que usaba santo Domingo en la oración, siempre
lloraba y derramaba abundancia de lágrimas, y también impetraba lo que
pedía. Y no se apartaba de su oración por ningún impedimento ni turbación.
i
El primer franciscanismo
que en ese momento parecía una reacción contra la escolástica, la cual estaba
degenerando, de sabiduría mística, tal como había sido en sus orígenes, en
una especie de dogmática jurídica. Prevalecía la organización del
pensamiento sobre el pensar, el monólogo judicial sobre el soliloquio con
Dios, actitudes que iban todas ellas emparejadas con el crecimiento del
espíritu usurario y del sistema bancario, con la difusión de falsas
necesidades. El estricto valor de uso de los bienes era restablecido por
Francisco como fundamento de la vida individual y social, el valor de cambio
de las mercancías, criticado como vicio, impostura, alienación; y él
naturalmente iba hasta el extremo a la hora de eliminar toda superfluidad,
siendo éste el único modo de poner freno a la civilización mercantil: quien
remonta la corriente presiona contra la fuerza opuesta. La astucia y la
curiosidad de la ciencia, la voluntad de poder o de honor o de bienes, aunque
fueran mínimos, eran los rostros diferentes de la misma hidra: la civilización
moderna en sus primeras escaramuzas en Europa, y Francisco aplicaba el
hacha a la raíz, enseñando a identificar el dinero con el estiércol.
En 1210 pidió la aprobación de las reglas de su orden al pontífice Ino-
cencio III. ¿Cómo proceder sin ritos y sacramentos? ¿Respecto a qué ob-
jetividad medir y destruir el propio yo? Era necesario fundar instituciones
naturales y soportar, por tanto, sus consecuencias; ni siquiera la sociedad
franciscana habría podido quebrantar las leyes de la fuerza y de la gravitación
terrestres, más poderosas que cualquier voluntad, por muy límpida que sea.
Todavía vivía Francisco cuando el fervor empezó a atenuarse debido al
número creciente de fraticelli. Con la tibieza comenzó a parecer excesivo el
rigor de las reglas primitivas; el experimento realizado para ver hasta dónde
se puede llegar en la purgación de lo superfluo ya no era compartido con un
entusiasmo capaz de eliminar toda otra preocupación ni codo dolor. A la
primera orden de los menores había seguido la orden femenina encabezada
por Clara, cuya alma fue amada delicadamente por Francisco. La tercera
orden fue la de los laicos que querían seguir las reglas en la medida en que
esto era posible para quien está en el mundo.
Francisco murió el 3 de octubre de 1226 en Asís; había vivido, al final
de sus días, en el Alvernia, donde recibió los estigmas.
El franciscano, al haber dejado en suspenso las reglas del mundo, se
encontraba de pronto, automáticamente, fuera de él, en la edad de oro. En
1219, la gracia de Francisco lo hizo acepto incluso al Sultán; hablaba con los
animales al modo de los santos taoístas, como sabían hacer los hombres antes
de la introducción de la educación; estaba en el estado de
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alegria perfecta que era propio de los primitivos sin avaricia. Tenia una
percepcion sensible del valor simbolico, es decir, intelectual, de los obje-tos
sustraidos a la maldicion de la posesion, de manera que todo aconte-cimiento
se convirtio de repente en signo: el vuelo de los pajaros a los cua-les
predicaba era signo de la difusion de la orden. Respeto el fuego como fuente
de la luz, y por eso se negaba a apagarlo, caminaba con sumo respeto sobre
las piedras porque reconocia su valor simbolico, como emble-mas de Cristo.
De acuerdo con esto, tenia tambien horror a todo edificio estable. Este estilo
sin preocupaciones de estilo continua en los grandes franciscanos.
San Francisco es conocido a traves de las celebres Florecillas. Mas
pu-ras son la Vida de Tomas de Celano, la Legenda trium sociorum
(atribuida a Leon, Angelo y Rufino), el Speculum perfectionis atribuido al
hermano Leon, la Legenda major de san Buenaventura o la Historia septem
tribula-tionum Ordinis minorum de Angelo Clareno.
Son obras por lo general celantes o espirituales, como eran llamados los
menores de estricta observancia, con los cuales pronto se ensanaron las
perse-cuciones. Con el generalato de san Buenaventura, en 1257, termlna la
epoca audaz, revolucionaria; Jacopone sera la ultima figura de rebelde por
humildad.
El beato Egidio acudio a san Francisco en 1209, fue predicando a
Palestina y en 1215 regreso a Asis; despues vivio en el eremitorio de
Fava-rone. Vivio como ermitano, salvo por un viaje a Tunez en mision
infruc-tuosa. Murio en 1262. La redaccion latina de los Dichos que se le
atribuyen se remonta a finales del siglo XIII.
Jacopone da Todi, tras la muerte de su mujer, se dedico a la penitencia y
la meditacion, entrando en la orden de los menores, y participo en la lu-cha
contra Bonifacio VIII, que lo encarcelo en Palestrina. Fue liberado con el
advenimiento de Benedicto XL Murio en 1306.
La autoria de AlianTA de san Francisco con da??ta Pobreza esta sujeta
a dis-cusion; la obra tal vez sea de Giovanni Parenti, y fuera compuesta en
1227.
TOMÁS DE CELANO
[II, 2, 39] Revestido como estaba este hombre de la virtud de lo alto, era
más el calor del fuego divino que sentía dentro que el que le daba por fuera la
ropa con que abrigaba el cuerpo. Execraba a los que en la Orden llevaban
vestidos por partida triple y a los que usaban sin necesidad prendas delicadas.
Y aseguraba que una necesidad expuesta más por el capricho que por la
razón es señal de un espíritu apagado. Decía: «Cuando el espí-
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ritu se entibia y llega poco a poco a enfriarse en la gracia, por fuerza la carne
y la sangre buscan sus intereses. Porque —observaba también—, si el alma
no encuentra gusto, ¿qué queda sino que la carne se vuelva a lo suyo? Y en-
tonces el instinto animal inventa necesidad, la inteligencia carnal forma con-
ciencia». Y añadía aún: «Convengamos en que mi hermano tiene necesidad
verdadera; que le afecta la falta de algo. Si se da prisa en remediarla y en
echarla de sí, ¿qué premio recibirá? Hubo, ciertamente, ocasión de merecer;
pero él ha dado bien a entender que le había disgustado».
Con estas y parecidas observaciones flageló a los que no querían sufrir
ninguna necesidad, pues no soportarlas con paciencia era, para él, igual que
volverse a Egipto.
plicada atención que hay que prestarles, sirve con solicitud al Señor sólo». El
diablo huye al instante confuso y el Santo se vuelve a la celda glorificando al
Señor. Un hermano piadoso que estaba en oración a aquella hora, fue testigo
de todo gracias a la luz de la luna, que resplandecía más aquella noche. Mas
el Santo, enterado después de que el hermano lo había visto aquella noche, le
mandó que, mientras él viviese, no descubriera a nadie lo sucedido.
[II, 2, 97] Decía muchas veces a sus hermanos: «Nadie debe halagarse,
con jactancia injusta, de aquello que puede también hacer un pecador». Y se
explicaba: «El pecador puede ayunar, orar, llorar, macerar el cuerpo. Esto sí
que no puede: ser fiel a su Señor. Por tanto, en esto podremos gloriarnos: si
devolvemos a Dios su gloria; si, como servidores fieles, atribuimos a él
cuanto nos dona. La carne es el mayor enemigo del hombre: no sabe
recapacitar nada para dolerse; no sabe prever para temer; su afán es abusar de
lo presente. Y lo que es peor —añadía—, usurpa como de su dominio,
atribuye a gloria suya los dones otorgados al alma, que no a ella; los elogios
que las gentes tributan a las virtudes, la admiración que dedican a las vigilias
y oraciones los acapara para sí; y ya, para no dejar nada al alma, reclama el
óbolo por las lágrimas».
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HERMANO LEÓN
DE «ESPEJO DE PERFECCIÓN»
[VIII, 95] Fue siempre sumo y principal afán del bienaventurado Fran-
cisco disfrutar continuamente de alegría espiritual interior y exterior aun
fuera de la oración y del oficio divino. Y lo mismo quería de modo especial
en sus hermanos; incluso los reprendía muchas veces cuando los veía
exteriormente tristes y desganados.
Decía que, si el siervo de Dios pusiera interés en conservar interior y
exteriormente la alegría espiritual, que trae su origen de la pureza de corazón
y se adquiere por la devota oración, nunca podrían los demonios dañarle,
pues dicen: «Cuando el siervo de Dios está alegre tanto en lo próspero como
en lo adverso, tenemos cerrada la puerta para acercarnos a él y causarle
daño». Pero los demonios saltan de gozo cuando logran matar o impedir de
alguna manera la devoción y alegría que proviene de la fervorosa oración y
de otras obras virtuosas.
«Pues cuando el diablo logra hacer suyo algo en el siervo de Dios y éste
no es prudente y solícito en borrarlo y arrancarlo cuanto antes por la virtud de
la santa oración, contrición, confesión y satisfacción, en breve el primer
cabello, al que irá sumando otros nuevos, se convertirá en viga. Hermanos
míos, ya que la alegría espiritual dimana de la limpieza de corazón y de la
pureza de una continua oración, es necesario poner todo el empeño posible
en adquirir y conservar estas dos virtudes, con el fin de que, para edificación
del prójimo y escarnio del enemigo, podáis tener esta alegría interior y
exterior que de todo corazón deseo y amo verla y sentirla tanto en mí como
en vosotros. A él y a su comparsa toca estar tristes; a nosotros, en cambio,
alegrarnos y gozarnos en el Señor».
[96] Decía el bienaventurado Francisco: «Sé que los demonios me tienen
envidia por los dones que el Señor me ha concedido; sé también y veo que,
cuando no pueden dañar directamente a mi persona, me tienden acechanzas y
tratan de hacerme daño a través de mis compañeros. Mas, si no logran
causarme daño ni directamente ni a través de mis compañeros, huyen muy
avergonzados. Es más, si alguna vez me siento tentado o desganado, en
cuanto contemplo la alegría de mi compañero, quedo libre de la tentación y
de la desidia y recobro la alegría interior y exterior».
Por eso, el mismo Padre reconvenía con firmeza a los que exterior-mente
se mostraban tristes. Una vez reprendió a uno de sus compañeros que
aparecía con cara triste y le dijo: «¿Por qué manifiestas en lo exterior dolor y
tristeza de tus faltas? Muéstrásela a Dios; pídele que te perdone por su
misericordia y devuelva a tu alma la alegría de su salvación, de la que has
sido privado por el demérito del pecado. Delante de mí y de los demás,
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procura siempre tener alegría, pues es indigno del siervo de Dios aparecer
ante sus hermanos u otros con tristeza y rostro turbado».
No se ha de pensar y creer que nuestro padre, amante de toda madurez y
honestidad, quería que esta alegría se manifestara con risas y exceso de
palabras vanas, porque así no se demuestra la alegría, sino más bien, la
vanidad y fatuidad. Es más, aborrecía, especialmente en el siervo de Dios, la
risa y la palabra ociosa. No sólo no quería que el siervo de Dios se riera, sino
que le desagradaba el que se procurase a los demás la menor ocasión para
reírse. En una de sus exhortaciones expuso claramente cómo tiene que ser la
alegría del siervo de Dios. Dice así: «Dichoso aquel religioso que no tiene
placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas
incita a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría. Y ¡ay de aquel
religioso que se deleita en palabras ociosas y vanas y con ellas incita a los
hombres a la risa!».
Entendía por alegría del rostro el fervor y la solicitud, la disposición y la
preparación de alma y cuerpo para hacer todo bien de buena gana, porque los
hombres más se mueven en ocasiones por este fervor y disposición que por la
misma obra buena. Es más; si la obra, aunque buena, no aparece realizada de
buen grado y con fervor, más engendra tedio que estimula al bien.
Por eso no quería ver caras tristes, que manifiestan muchas veces la desidia e
indisposición del alma y la pereza del cuerpo para toda obra buena. Amaba,
en cambio, en sí y en los demás, la sensatez y madurez en el rostro y en todos
los miembros del cuerpo y sus sentidos; y, en cuanto podía, inducía a esto de
palabra y con el ejemplo. Tenía experiencia de que esta gravedad y modestia
en el obrar eran como la muralla y escudo invulnerable contra las flechas del
diablo; de que el alma desprovista de esta defensa era como soldado sin
armas entre huestes de enemigos fortísimos y muy armados, siempre
deseosos de darle muerte y dispuestos al degüello.
rías a este monte: Vete de aquí allá, y se iría» (Mt 17,20). San Francisco res-
pondió al momento: «Señor, ¿cuál es ese monte?». Y oyó que se le res-
pondía: «Ese monte es tu tentación». Y el bienaventurado Francisco: «Pues,
Señor, hágase en mí como has dicho».
DE LOS «SERMONES»
no tiene nada bueno de sí, en sí y por sí mismo, sino que todo lo atribuye a
Aquel que es todo bien, sumo bien del cual, como del centro, todos los rayos
de gracias se difunden derechamente hacia la circunferencia. Esta tierra,
mientras está delante de El, es realmente jardín de delicias, porque en ella
está la rosa de la caridad, la violeta de la humildad, la azucena de la castidad.
No basta dar a Dios nuestra inteligencia y nuestra voluntad: es preciso
darle también nuestra memoria, de manera que El permanezca siempre en
nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Lo mismo que no hay instante en
el cual el hombre no sea objeto de su bondad, así debe ser continua la
presencia de El en nuestro espíritu.
En la esfera del Sol se ven flotar los átomos. Así en la vida del justo apa-
recen nuestros defectos. ¿Por qué no los vemos? Porque no nos miramos en
el espejo de la claridad de la vida del hombre justo.
La llaga del costado se puede llamar la «ciudad del Sol»; cuando fue
abierta por la lanza, se abrió para nosotros la «puerta del paraíso», a través de
la cual se derramaba sobre nosotros el esplendor de la luz eterna.
Por la historia natural sabemos que la sangre sacada del corazón de la
paloma tiene la virtud de curar ciertas enfermedades de los ojos. De modo
semejante, la sangre que la lanza hizo brotar del costado de Cristo curó los
ojos del ciego de nacimiento, es decir, del género humano.
Oh fieles, éste es el Corazón del que fuisteis sacados vosotros, que sois
la Iglesia de Cristo, lo mismo que Eva fue sacada del costado de Adán.
El costado de Cristo fue abierto con una lanza para que quedase abierta
de par en par la puerta del paraíso, cerrada herméticamente por la espada
flameante del querubín. La virtud de la sangre que manaba del costado de
Cristo alejó al ángel y rompió la espada, y con el agua se extinguió
i
quien ama; y porque esto no lo puede conseguir en esta vida, pues está tan
lejos, padece continuos excesos y sale fuera de sí por el amor extático, apro-
piándose las exclamaciones y palabras del santo Job: «La suspensión acogió
mi alma, y mis huesos la muerte» (Jb 7,15), porque «como el ciervo desea las
fuentes de las aguas, así, ¡oh Dios!, suspira por ti mi alma» (Sal 42,2).
[10] Tercer grado es la hartura, la cual procede de la avidez, porque,
siendo el alma empujada hacia arriba por el vehementísimo deseo que de
Dios siente, todo lo de abajo prodúcele náuseas y hastío. De manera que,
harta ya y cansada de todo lo que no es Dios, ningún sabor puede hallar fuera
del Amado; y así como al que está harto, la comida más bien le causa
repugnancia, lejos de proporcionarle alimento reparador, cosa parecida le
ocurre al alma en este grado de amor respecto de todas las cosas terrenas.
Cuarto grado es la embriaguez, que procede de la hartura. Y la embria-
guez consiste en amar a Dios tanto y con un amor tan grande, que ya no sólo
llega el alma a sentir hastío y náuseas de los consuelos y placeres terrenos,
sino que aun se goza y busca sufrimientos en vez de placeres; y por amor de
Aquel a quien ama, deleitase en los tormentos, oprobios y azotes, en padecer
y ser despreciado y flagelado, como el Apóstol. De manera que así como un
ebrio se desnuda sin vergüenza y sufre llagas y tormentos sin dolor, en forma
parecida procede aquí el alma.
[11] Quinto grado es la seguridad, que nace de la embriaguez. El alma
experimenta que su amor a Dios es tan fuerte, que se siente capaz de soportar
gustosamente por esta causa cualquier perjuicio y afrenta, por lo cual echa de
sí el temor, concibiendo tan grande esperanza del auxilio divino, que piensa
que de ningún modo puede separarse de Dios. En este grado se hallaba el
Apóstol cuando decía: «¿Quién será capaz de separarnos del amor de
Cristo?... Seguro estoy de que ni la muerte, ni la vida... podrá apartarnos del
amor de Dios, que es en Jesucristo Nuestro Señor» (Rm 8, 35-39).
Y sexto grado es una verdadera y perfecta tranquilidad, en que tanta paz
y reposo se siente, que el alma, en cierto modo, está en silencio y en sueño,
como si estuviera refugiada en el arca de Noé, sin que ninguna perturbación
llegue a ella. Porque ¿quién es capaz de alborotar el alma que por ningún
pinchazo de codicia es ya inquietada, ni por ningún aguijonazo de temor agi-
tada? Tal alma ha llegado a la paz, al estado último, a la meta sosegada, en
cuanto es posible en esta vida; y en esta alma descansa ya el verdadero Salo-
món, del cual se dice que «su morada se ha hecho en la paz» (Sal 76,3).
Y de aquí que estos grados se hallan figurados, y con muchísima propiedad,
por aquellos seis escalones por donde se subía al trono de Salomón. Y a este
propósito se dice en los Cantares: «Cubrió las gradas de púr pura,
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Prólogo
«Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que toda
paternidad toma el nombre en los cielos y en la tierra, a fin de que, según las
riquezas de su gloria, os dé que seáis corroborados en virtud en el hombre
interior por medio de su Espíritu, para que Cristo more por la fe en vuestros
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Ésta es aquella cruz dichosa, limitada por cuatro puntos, de la que tú, ;oh
Alma devota!, debes, mediante la meditación, estar pendiente de continuo
con Jesucristo, tu dulcísimo Esposo. Este es el carro de fuego, con cuatro
ruedas, en el que has de subir, en pos de tu fidelísimo Amigo, por continua
contemplación, al palacio del cielo. Estas las cuatro regiones, la del oriente,
poniente, aquilonal y meridional, por las que tú, ¡oh Alma!, debes peregrinar
cada día y, por medio de la especulación, buscar a tu especialí-simo Amado,
para que puedas decir con la esposa: «En mi lecho busqué por la noche a
Aquel a quien ama mi alma» (Ct 3,1). Estas cuatro cosas toca el Apóstol,
cuando añade: «Para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la
anchura, y la longitud, y la alteza, y la profundidad» (Ef 3,18).
Señala en tercer lugar el fruto de este saludable ejercicio. Si el ejercicio
mental se pone por obra digna y loablemente, el fruto es la felicidad eterna,
es decir, la cosa mejor, la más hermosa y por sí suficientísima, que no ha
menester de ninguna otra fuera de sí; en la cual «veremos y amaremos, des-
cansaremos y cantaremos»2 por eternidades sin fin al que es bendito en los
siglos. Este fruto promete el Apóstol cuando concluye su discurso: «A fin de
que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Ef 3,19). Plenitud que ha-
llaremos cuando «Dios sea para la voluntad abundancia de paz, para la razón
plenitud de luz, y continua eternidad para la memoria».3 Porque entonces
será Dios «todas las cosas en todos» (1 Co 15,28), cuando «sean desterrados
de la razón todo error, de la voluntad todo dolor y de la memoria todo temor,
y suceda aquella maravillosa serenidad, aquella divina dulzura y aquella
eterna seguridad que esperamos».4
sino que lo siente, porque este júbilo del corazón, quien lo tiene, lo siente y lo
conoce perfectamente en el entendimiento, pero no lo puede dar a entender a
los demás con palabras».8 Por lo cual bien dice san Bernardo: «Cuando
recibo este gusto, Señor, no me dejas con el ver corpóreo, ni con potencia
alguna del alma, ni con la inteligencia espiritual, comprender lo que es mío;
por lo cual, en recibiéndolo, como quiera yo rumiar o pensar o juzgar qué
sabor tenga, de inmediato se disipa toda su dulzura; ciertamente, yo lo recibo
y asumo en mí tal como es, y manteniendo mi esperanza en la vida eterna;
pero, pensando cuál sea la virtud de su obrar, deseo poner en las entrañas de
mi alma cierta dulzura y vital fuerza, por la cual ésa no ame ninguna otra
cosa, sino sólo saboree y guste aquello; pero veo que esto se va, y si quiero
imprimir y retener en la memoria alguna cosa del mundo como yo la adquirí,
o como yo la recibí, o verdaderamente ayudar a la memoria escribiendo, veo
que entonces puedo decir las palabras del Evangelio: "No sé de dónde viene
ni adonde va" (Jn 3,8)».9 Estas cosas dice san Bernardo. Oh Alma, ¿qué
piensas, pues, que es la divina consolación? Ciertamente, oh alma, esa
dulzura es tan grande y tan suave consolación, que sólo en el corazón parece
que esté la divina consolación; ciertamente, oh alma, esta dulzura es tan
grande y tan suave delectación, que sólo sintiendo en el corazón piensas lo
que es la divina consolación.
JACOPONE DA TODI
DE LAS «LAUDES»
No va a juez ni a notario,
a casa no lleva salario;
ríese del hombre avaro,
que está en tanta ansiedad.
Pobreza, alto saber,
a ninguna cosa someterse,
en desprecio poseer
todas las cosas creadas.
Quien desprecia, sí posee;
poseyendo no se daña:
nada le retiene
de hacer sus jornadas.
Quien desea es poseído:
a lo que ama se ha vendido;
si él piensa que ha tenido,
mala recompensa ha obtenido.
Demasiado escaso es mi coraje
si entro en vasallaje,
la semejanza de Dios que tengo,
la corrompiera en vanidad.
Dios no habita en corazón estrecho;
tanto es grande cuanto tienes afecto;
Pobreza tiene, sí, gran pecho,
donde alberga a la Deidad.
Pobreza es cielo escondido
para quien está en la tierra oscurecido;
quien en el tercer cielo suyo ha entrado,
oye arcana profundidad.
El primer cielo es el firmamento,
de todo honor despojamiento:
grande pone impedimento
a encontrar seguridad.
Para hacer al honor en ti morir,
las riquezas has de desterrar,
a la ciencia enmudecer
y huir la fama de santidad.
La riqueza el tiempo quita,
la ciencia en viento se hincha,
la fama alberga y acoge
la hipocresía de todas partes.
Paréceme cielo estrellado
quien de estas tres es despojado;
mira otro cielo velado:
aguas claras solidadas.
Cuatro vientos mueve el mar,
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________________
porqué: de la elevación al cielo cristalino, que no tiene su porqué en la
virtud, sino fuera del hombre, y esto es necesario para que no dejes nunca de
purificarte, pues de otro modo descansarías sobre tu propia rectitud; la casa
de toda impasibilidad, el alma es morada de toda impasibilidad; tercer cielo,
empíreo; atesora lo adquirido, acumula lo que has adquirido hasta ahora para
favorecer tu envilecimiento más profundo; la soberbia en el cielo está,
i
DEL «TRATADO»
[13] Cuando el alma está así cogida y colmada del amor divino —cosa
que acontece inmediatamente cuando Dios la ve vacía de todo otro amor,
incluido el amor a sí misma—, comienza a ser iluminada por la verdad
misma, que es Dios. [14] Y en esta verdad ve la verdad de todas las criaturas
y reconoce las cosas viles como viles y las preciosas como preciosas. [15] Y
en esta luz ve la vileza de todas las criaturas y cosas terrenas y el daño que
puede seguírsele de amarlas, de manera que no se deja engañar por ellas,
aunque vea a muchos ir en pos de ellas; del mismo modo que, si alguien
viese con certeza veneno en el alimento que se le pone delante, aun cuando
muchos comiesen de él y le dijesen: «Come, que el alimento es bueno», no
comería, sino diría: «Estoy seguro de que hay veneno en el alimento, por eso
no como. Vosotros que coméis de él sois necios, porque os procuráis la
muerte». [16] De modo semejante, sí alguno viese una torre a punto de
venirse abajo, por más que pudieran decirle: «Entra en ella y habítala con
confianza, porque también nosotros hacemos lo mismo», no entraría, sino
que se reiría de ellos. [17] Guiado, pues, por esta luz, uno no sólo no ama las
cosas terrenas, sino que incluso las desprecia y las odia, como portadoras de
muerte: en efecto, envenenan el alma y están ciertamente destinadas a
hundirse, arrastrando consigo a igual hundimiento al alma que se apega a
ellas. [18] Y si por casualidad parece que se le presenta alguna ventaja
temporal, esta luz, sin embargo, le enseña a dejarla a un lado, porque tiende a
mayores ganancias; del mismo modo que, si uno dijese al emperador: «Os
quiero vender un pedazo de tierra óptima junto a Asís por sesenta liras,
aunque valga setenta, de manera que ganaréis con ello diez liras»,
ciertamente él lo despreciaría y ni se dignaría siquiera escuchar, porque
atiende a la adquisición de ciudades y castillos y a otros grandes hechos; así,
el alma con la mirada puesta en las ganancias celestiales no se dignaría
atender a las ventajas temporales y terrenas.
[19] Con esta luz le es dada también al alma la perfección de todas las
virtudes. En efecto, ¿qué es la humildad, sino luz de verdad, qué es la ca-
ridad, qué la paciencia, qué la obediencia, qué todas las demás virtudes, sino
luz de verdad? [20] El alma es, pues, conducida por esta luz a discernir y
amar la fuerza y la eficacia de las virtudes mismas, y a abrazar su ejercicio y,
de este modo, a aprenderlas y poseerlas.
[21] Y, al contrario, en esa misma luz aborrece y detesta todos los vicios;
de manera que, si ante él se pusiesen las cien mujeres más bellas del mundo,
las consideraría un fastidio, iluminado por esta luz, y no se movería en ab-
soluto a lujuria. [22] También la gula: no sólo no se entregaría a ella, sino
que más bien iría a comer con pena y fastidio. [23] Así el alma aborrecería
todos los vicios, considerada y reconocida su malicia por medio de esta luz.
[24] Porlo general, el alma es dirigida por esta luz en cada una de las
cosas particulares que se han de hacer, porque es iluminada por Aquel del
i
cual está llena para que considere en todas las cosas que le acontecen el ho-
nor de Dios y su voluntad. [25] En efecto, a El sólo elige, a El sólo ama con
predilección, por lo cual atiende en todas las cosas a su honor y su voluntad.
[26] Y lo hace siguiendo el ejemplo de Cristo, que, en la oración que hizo en
el momento de la pasión, observó ambas cosas: en efecto, inclinándose en
oración como un hombrecillo cualquiera, honró al Padre, diciendo: «No se
haga mi voluntad, sino la tuya», pidió su voluntad. [27] Así el alma, con esta
luz, sigue el ejemplo de Cristo. [28] Y si ve que lo que acontece es conforme
al honor de Dios y a su voluntad, lo ejecuta y lo realiza; si ve, en cambio, que
va contra alguna de dichas cosas, lo desprecia y no lo hace por causa ni
persona alguna, de manera que también evita las palabras ociosas, los malos
pensamientos y todas las cosas viciosas; evidentemente, porque esta luz de
verdad le enseña más plenamente que esas cosas son contra el honor de Dios
y su voluntad.
[29] Y cuando el alma está avezada y fortalecida en este camino, esta luz
no se la estorban las ocupaciones buenas, es decir, el hecho de que se
presente una prelatura o el cuidado de predicar o de atender a otra utilidad del
prójimo. [30] En efecto, lo mismo que uno, teniendo ante los ojos un muro
algo apartado, ve el muro como tal y todas las cosas intermedias con la
misma mirada, así el alma iluminada por esta luz ve a Dios y todas las cosas
que se han de hacer, y no se aparta del camino en el que se ha puesto por las
ocupaciones mencionadas, aun cuando la contemplación se vea de vez en
cuando interrumpida.
[31] En esta luz, el alma conoce también la verdad de su vileza; y cuanto
más se une a Dios, tanto más vil se estima, porque se ve más claramente. [32]
Y puesto que no se reserva nada para sí, y no se apropia nada de lo que recibe
de Dios o hace por don suyo, sino que todo lo atribuye a El y lo reconoce
como suyo, como recibido de la benignidad divina sin mérito alguno por su
parte, no se exalta, ni por su ingratitud es privada de ello. [33] Al contrario,
Dios, viendo que no le sustrae nada, sino que le devuelve todas las cosas,
abundantemente pone de nuevo en ella sus tesoros y le otorga más de lo que
pide o desea.
[34] Todas estas cosas consigue el alma mediante esta expropiación,
porque, puestas en fuga las malas pasiones y ambiciones y afectos desor-
denados, y alejados todos los impedimentos creados que hacen tenebrosa al
alma, entra a continuación la luz divina y la llena, ilumina y adoctrina
como se ha dicho.
[35] Con tal expropiación consigue el alma, no sólo esa gracia de la luz
de verdad, sino también la gracia de la paz y de la estabilidad, y entonces
habita
i
supiese con certeza que por cada cien monedas se le iban a dar mil, no le
parecería oneroso dar cien, y hasta de mejor grado daría doscientas, [48] así
el cuerpo, como algo de lo que saca gran provecho, soporta jovialmente estos
trabajos, y de buen grado sigue al alma, y aun se esfuerza por adelantarse a
ella y prevenirla.
[49] Por tanto, es muy útil y sumamente saludable que rechacemos todos
los impedimentos y nos expropiemos y muramos a todas las cosas creadas, y
desesperemos totalmente de nosotros y de todas las criaturas y nos echemos
con confianza en brazos de Dios, que benignamente nos acogerá,
amorosamente nos guiará y nos conducirá a un fin dichoso. [50] Si, en efecto,
vemos que los mercaderes, por ganancias temporales se arriesgan y se lanzan
a empresas desesperadas, exponiéndose a los innumerables peligros de los
caminos y del mar, y los soldados por el honor mundano hacen lo mismo,
exponiéndose a las espadas, las guerras y la muerte, y sin embargo a menudo
ni aquéllos consiguen la ganancia, ni éstos el honor que desean, y, si lo
consiguen, están seguros de que lo perderán, cuánto más nosotros por
ganancia y honor espiritual y por premios verdaderos y ciertos y destinados a
durar para siempre debemos hacerlo, siendo así que además no nos
exponemos a ningún peligro. [51] Y ciertamente, si alguno hiciese la
mencionada expropiación bien y con fe y pureza, en breve tiempo y a los
pocos días empezaría a sentir lo que se ha dicho y a gustar la dulzura divina.
[52] Y perseverando en esa misma expropiación descubriría por experimento
certísimo que todas las cosas antedichas son verdad, de manera que, al salir
de la oración, con viveza y amor abrazaría sólo las cosas divinas, mirando
este mundo con ansiedad y estupor tales, como si estuviese atónito y
enajenado o convertido en otro; y, como si viniese de otro mundo,
despreciando totalmente éste, sufriría con pena y con trabajo el verlo, por
haber alejado de él el ánimo y por la jovialísima unión con Dios.
DE LOS «DICHOS»
[II b, 1] Lo mismo que el amor es de suyo causa y raíz de todos los vi-
cios y males, y del debilitamiento de todas las virtudes, así también el odio es
de suyo origen y fundamento de todas las virtudes y supresión de todos los
vicios. [2] Por lo cual, no sólo habría que odiarse, sino que también se
debería desear ser odiado por todos.
[3] A este odio se llega así: uno debe examinarse diligentemente y apli-
carse a conocerse a sí mismo; al hacerlo se verá y reconocerá malvado, se
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juzgará odioso y se odiará como malvado. [4] Y puesto que de este cono-
cimiento de sí es conducido al conocimiento de la verdad, comienza a amar
la verdad, no sólo en sí, sino en todos. [5] Por lo cual querrá que todos ten-
gan de él la opinión verdadera que él mismo tiene, y así, juzgándose según
verdad digno de odio, querrá ser odiado por todos y no podrá soportar ser
alabado, porque verá en ello confundida la verdad que ama.
[6] Con esto se mortifica el apetito de alabanza que tenía y todo otro
apetito desordenado, y en consecuencia queda exterminada la soberbia, la ira,
la envidia y todos los demás vicios.
[7] Con esto se adquiere también el desprecio de sí, y toda virtud y todo
bien: en efecto, de este modo sentirás que echan raíces en tu alma la
prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia y todas las demás virtudes, y
sobre todo la triple paciencia. [8] Por lo cual con esto se llega a la quietud del
alma.
[9] La primera virtud es la paciencia por la cual uno soporta paciente-
mente las adversidades. [10] La segunda es el don de la fortaleza, por el cual
uno soporta de buen grado. [11] La tercera es el don de la bienaventuranza,
por el cual uno soporta con alegría.
[12] La orden de odiar es que se odie la costumbre viciosa y se ame el
ser de la naturaleza, de manera que cada uno respete sus límites, a fin de que
para seguir la naturaleza no se caiga en los vicios, y para destruir los vicios
no se corrompa la naturaleza.
Escribió entre 1256 y 1263 las Meditationes vitae Christi; los pasajes
que se citan a continuación están tomados de una versión en lengua vernácula
del siglo XIV.
[54] Considera diligentemente las cosas que se han dicho de las virtudes
y de los vicios, y de qué modo has de esforzarte en vivir, cómo debes
examinarte a ti mismo y admirar e imitar las virtudes de los demás, y por ello
debes ser humilde y estar siempre con miedo de no tener tú virtudes
semejantes, como enseña san Bernado en el Cántica (54): «No sin razón me
asaltó la enfermedad del ánimo y de la mente, ayer y anteayer, con una
desusada pereza del espíritu. Corría bien, pero la piedra estaba en el camino;
tropecé y caí, se encontró en mí soberbia, y el Señor en su ira se alejó de mí.
De aquí procedía esa esterilidad de mi alma, y la pobreza de devoción que
padezco. ¡Cómo está de árido y seco mi corazón, apretado como leche! Se ha
vuelto como tierra sin agua, y no me puedo compungir
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DE LOS «DICHOS»
[3] Otro fraile le dijo: «Fray Egidio, ¿qué es lo que dice un profeta:
"Todo amigo procede con fingimiento" (Jr 9,4)?». Le respondió fray Egidio:
«En esto te engaño, en que no hago mío tu bien: cuanto más supiese hacerlo
mío, tanto menos engañoso sería para contigo. Cuanto más se goce uno del
bien del prójimo, tanto más se hará partícipe de él. Si, por tanto, quieres tener
parte en el bien de todos, alégrate del bien de todos».
[7] Yo podría con veracidad jurar que quien intenta hacerse más ligero el
yugo del Señor, lo siente más pesado; y quien intenta hacérselo más pesado,
lo siente más liviano.
Quien hizo el otro mundo también hizo éste, y las consolaciones que
prodiga en el otro también puede darlas en éste; y el cuerpo siente algo de los
bienes del alma, porque el bien y el mal de ésta desbordan en él.
[8] Los pájaros del aire, los animales de la tierra, los peces del mar,
cuando tienen su alimento, no buscan nada más; pero el hombre no se sa-
tisface con lo que hay sobre la tierra y siempre tiene hambre de otra cosa: con
ello se demuestra que no fue creado para eso, sino para otra cosa. En efecto,
el cuerpo fue hecho para el alma, y este mundo para otro mundo.
Este mundo es una campaña tal, que quien tiene el poder más grande
tiene el peor.
[9] Un fraile le dijo:' «¿A qué llamas tú castidad?». Respondió fray Egi-
dio: «Llamo castidad a custodiar los sentidos en la gracia de Dios».
[12] Los religiosos de vida santa son semejantes a los lobos, que sólo
salen por una gran necesidad y permanecen poco en lugar habitado.
[13] Una vez fray Egidio preguntó a un fraile: «¿Qué dicen los grandes
doctores que es la contemplación?». Aquél dijo: «No lo sé». Y él: «¿Quieres
que te diga lo que a mí me parece?». Y el fraile: «Dilo». Habló el
bienaventurado fray Egidio: «La contemplación tiene siete grados: fuego,
unción, éxtasis, contemplación, gusto, quietud y gloria. Por fuego entiendo
una especie de luz, que aparece primero para esclarecer el alma. Sigue la
unción del perfume espiritual, de la cual procede una especie de maravilloso
olor, recordado en el Cantar: «Tras el perfume de tus ungüentos» (Ct 1,3),
con lo que sigue. Después el éxtasis: el alma, gozado el perfume
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[15] Si quieres ver bien, sácate los ojos y sé ciego. Y si quieres oír bien,
hazte sordo. Si quieres caminar bien, córtate los pies. Y si quieres obrar bien,
ampútate las manos. Si quieres amar bien, odíate a ti mismo. Si quieres vivir
bien, mortifícate a ti mismo. Si quieres ganar mucho, aprende a hacer
echazón. Si quieres ser rico, hazte pobre. Si quieres estar en delicias, aflígete
a ti mismo. Y si quieres estar con seguridad, estáte siempre con temor. Si
quieres ser exaltado, humíllate a ti mismo. Si quieres ser tenido en gran
reverencia, desprecíate a ti mismo y reverencia a quien te desprecia. Si
quieres recibir mucho, soporta el mal. Si quieres estar en quietud, sufre
fatiga. Si quieres ser bendecido, desea ser vituperado. ¡Qué gran sabiduría es
saber hacer estas cosas! Pero, precisamente porque son grandes, son dadas a
pocos.
[17] Cuanto más lleno está un hombre de vicios, tanta más necesidad
tiene de oír razonar sobre las virtudes. Lo mismo que uno, por escuchar a
menudo palabras viciosas, cae con mayor facilidad, así, por el frecuente ra-
zonar en torno a las virtudes, el hombre se siente dulcemente conducido y
dispuesto a ellas. Pero ¿cómo hablar de tales cosas? No sabemos decir la
belleza del bien, no sabemos mostrar la fealdad del mal. Por lo primero no
llegamos a descubrir la excelencia, por lo segundo no conseguimos entender
la tristeza, pues ni una cosa ni otra pueden ser plenamente comprendidas por
nuestra mente.
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[23] Cierto hombre dijo a fray Egidio: «¿Qué podría hacer yo para señar
alguna dulzura de las cosas de Dios?». Respondió: «¿Te ha mandado alguna
vez Dios la voluntad de algo bueno?». Y él: «Muchas veces». Le dijo fray
Egidio, alzando mucho la voz: «¿Por qué no conservaste esa voluntad de algo
bueno, que te habría abierto el camino a otro bien mayor?».
Otro dijo: «¿Qué debo hacer? Tengo el corazón seco y sin devoción». Le
respondió burlón: «No hagas más oración ni lleves más tu ofrenda al altar».
[26] Una vez el beato Egidio se compadecía de una ciudad cuya ex-
pugnación sangrienta habían anunciado. Se dolía por la crueldad de los
vencedores y por la suerte de los vencidos, pero, después de haber dicho que
sobre éstos se debía hacer gran lamentación, añadió: «Sin embargo, fue Dios
quien permitió que los hombres de esa ciudad fueran castigados y
confundidos, porque muchas veces, cuando eran más fuertes que sus vecinos,
usaron con éstos de inhumana ferocidad». Un fraile le dijo entonces: «Si
Dios quiso que esto sucediera, no debemos, como tú dices, compadecernos
de esos ciudadanos, sino más bien alegrarnos de su castigo, porque todo
hombre debe conformar su propia voluntad a la divina». Respondió fray
Egidio: «Pongamos que un rey haya hecho una ley, según la cual quienquiera
que cometa cierto delito ha de ser decapitado o ahorcado. Supongamos que lo
comete precisamente el hijo del rey, y que, por sentencia de su padre, es
conducido al suplicio: ¿crees tú que al rey le agradaría que la gente hiciese
fiesta y gritase: "Gocemos, que el señor rey manda a la muerte a su hijo"?
Seguramente tal alegría no le sería agradable, sino que más bien lo heriría: lo
mismo pasa con este hecho».
[Códice 1/63, San Isidoro, Roma] Decía también: «Debemos tener más
miedo por el bien que por el mal: pues el hombre sigue éste alguna vez, pero
siempre se resiste a aquél».
[Códice 1/73, San Isidoro, Roma] Decía: «Cuanto más se alegra uno del
bien que el Señor hace a su prójimo, tanto más suyo se hace dicho bien, con
tal de que sepa hacerlo producir y rendir, y sepa guardarlo; porque el bien no
es del hombre, sino de Dios».
[Códice 590, Asís] Una vez dijo que el hombre debe amar a una criatura
más que a otra, considerando los dones que el Señor hace a un alma en
comparación con otra, y la mayor edificación que él puede sacar de allí.
Decía: «Dios daría con la mayor generosidad sus tesoros a los hombres,
si encontrase recipientes preparados».
MARGARITA DE CORTONA
[VI, 17] Una mañana, habiéndome llevado consigo fray Ubaldo, guar-
dián de los frailes, a visitar a Margarita, mientras él hablaba fervientemente
de la pasión de Cristo, ella, embriagada de dolor, respondió al fraile diciendo:
«Si yo hubiese estado entonces presente ante mi Señor crucificado, le habría
dicho que antes me pusiese en el infierno, que sufrir [él] esos tormentos en su
especiosísimo cuerpo». Ante tales palabras, en apariencia pronunciadas
contra la divina dispensación, el fraile, conmovido y temiendo el engaño de
ella, le dijo: «La Madre de nuestro Señor, que lo amó más que todos, estando
junto a la cruz oprimida por las angustias, se habría sacrificado a sí misma, si
hubiese sido oportuno para la salvación de todos»; y añadió que a Pedro,
debido a razón muy semejante, la de no querer que Cristo padeciese, le dijo
el mismo Cristo: «Aléjate de mí, Satanás». Después de eso, una vez que la
dejamos en éxtasis y volvimos al convento de los frailes, Cristo habló a
Margarita diciendo: «Hija, di al fraile que dijo la verdad y dijo bien. Pero esa
palabra la dije yo, no sólo a quien fervientemente me amaba, sino también a
Satanás mismo, el cual por temor que tenía de mi pasión, se esforzaba por
disuadirme de ella, al mismo tiempo que ardientemente la procuraba. El
mismo antiguo adversario, sin embargo, no me conoció plenamente, sino
cuando vio el despojamiento del infierno. Con dicho deshojamiento quedó él
tan lleno de dolor tan grande, que si hubiese sido capaz de morir, habría
muerto. Pero, en cuanto a Pedro, considerado el excesivo fervor de su
dilección, no lo amé yo menos debido a esa palabra. No pongan, por tanto, en
duda los frailes el amor de tu fidelísimo corazón, el cual corresponde a mi
inclinación, que mostré gratuitamente al mundo..Ya que si, mientras yo
padecía en la cruz, tú hubieses dicho esas palabras
i
tu fe, que es totalmente pura, te habría hecho salva. Pues tú eres mi planta,
que hará reverdecer las plantas secas: de ti saldrá un agua que servirá para
regar las raíces de los árboles agostados. Ya que tú eres mi hija, mi hermana,
mi compañera, a la que mi Padre concedió tal gracia que nunca perderás».
Ante tales palabras, la sierva de Cristo Margarita, pasmada por el temor,
respondió a Cristo diciendo: «No permitáis, Señor, que quede yo engañada;
porque nada encuentro en mí de virtud, por lo cual pueda esperar tales cosas
en el futuro, ni sea capaz en el presente de poseerlas». Entonces Cristo,
mostrándose a ella como crucificado, dijo: «Pon las palmas sobre los lugares
de los clavos de mis manos». Y al decir Margarita por reverencia: «No, mi
Señor», inmediatamente se abrió la llaga del costado del amante Jesús, y en
aquella caverna admiró Margarita el corazón de su Salvador. En esa visión
extática, abrazando ella a su Señor crucificado, era por él transportada hacia
arriba, hacia el cielo; y lo oyó decirle: «Hija, de estas llagas sacarás las cosas
que los predicadores no son capaces de referir. Dijo el veraz fray Ubaldo que
mi Madre, para cumplir la ley de la caridad, estaba dispuesta a ser crucificada
conmigo, si hubiese sido oportuno para el género humano. Yo dije también
aquella palabra a Pedro para recordar a los pueblos venideros que iban a
creer en mí que yo, no sólo había tomado por ellos de María Virgen carne
pasible y mortal, sino que también espontáneamente los había redimido».
ÁNGELA DE FOLIGNO
un leproso que las tenía muy dañadas o podridas y echadas a perder. Luego
bebimos de aquella agua.
»Sentimos tanta dulzura, que por todo el camino vinimos con gran suavi-
dad como si hubiésemos comulgado. Me parecía realmente haber comulgado,
pues sentía muchísima suavidad, como si hubiera recibido al Señor. Algunas
partículas de las llagas se me quedaron pegadas en la garganta, y yo hacía es-
fuerzos por tragarlas. Mi conciencia me impedía escupirlas, como si hubiese
comulgado. Yo en verdad no quería más que despegarlas de la garganta».
Yo, fraile, pregunté si allí había lágrimas, y ella respondió: «En absoluto,
no. Una vez a este amor se unió el recuerdo de precio inestimable: la preciosa
sangre por la cual le fue dada indulgencia. Me admiraba yo de cómo eso
podía ocurrir a la vez». La fiel de Cristo me dijo que en este punto es raro el
dolor de la Pasión, antes bien su consideración le sirve de camino y
enseñanza para mostrar cómo haya de comportarse.
«No estaba yo en oración. Reposaba para descansar, pues era después de
comer. No pensaba en ello. De repente el alma cayó en éxtasis y yo veía a la
santísima Virgen en la gloria. Entendiendo que una mujer estaba en lugar de
tanta nobleza, gloria y dignidad como ella se encontraba, y cómo la santísima
Virgen intercedía por todo el género humano, me deleitaba grandemente. La
veía dotada de humanidad, humildad y virtud indescriptible, lo cual me
causaba inefable deleite.
»Mientras yo miraba de este modo las cosas supradichas, se apareció de
repente sentándose junto a ella Cristo en su humanidad gloriosa. Yo
comprendía cómo aquel cuerpo ha sido crucificado, atormentado y lleno de
oprobios. Comprendía maravillosamente aquellas penas, injurias y des-
precios, pero en nada me hacían sufrir, antes bien me causaban inenarrable
gozo. Me quedé sin habla y pensé morir. El seguir viviendo me causaba
grande pena por no alcanzar inmediatamente aquel bien inefable que yo veía.
La visión duró tres días sin interrupción. No me impedía comer ni cosa
alguna; comía y lo pasaba en continuo reposo. Echada, no hablaba. Cuando
oía hablar de Dios no lo podía soportar por el deleite inmenso que encontraba
en él».
Ella me respondió que antes de comulgar, al momento de acercarse, le
fue dicho: «Amada, llena estás de todo bien y vas a recibir al Todo-Bien».
«Me parecía que entonces yo veía a Dios todopoderoso». Y yo, fraile
escribiente, pregunté si veía algo con alguna forma. Ella respondió: «Lo que
veo no tiene forma alguna... Veía una plenitud, una belleza donde me parecía
ser todo bueno. Todo me sucedió repentinamente, pues no había nada de eso
en mi pensamiento. Pero yo rezaba, meditaba y confesaba a Dios mis
pecados. Pensaba qué la comunión que estaba esperando no me serviría de
condenación, sino de misericordia. Seguidamente, la locución mencionada.
Entonces co-
i
meneé a pensar: "Si todo bien está en mí, ¿por qué quiero recibir a todo
Bien?". Al punto tuve la respuesta: "Una cosa no excluye la otra".»
Después de esto la fiel de Cristo me dijo a mí, fraile, que cuando Dios da
seguridad al alma, el cuerpo recibe al mismo tiempo seguridad y nobleza, se
rehace con el alma, aunque en menor grado. El cuerpo participa entonces de
los bienes que siente el alma. El alma habla al cuerpo y le hace partícipe. Con
mucha dulzura le muestra gracia que el cuerpo recibe por ella diciéndole
amablemente: «Ahora ves cuáles son los bienes de que disfrutas por medio
mío, y cómo son infinitamente mayores que cuantos puedas percibir por ti
mismo. Sientes que son aún mucho mayores los que se nos prometen, si te
muestras dócil conmigo; reconoce ahora cuáles son los bienes que hemos
perdido cuando, en vez de estar de acuerdo conmigo, has hecho lo contrario».
Entonces el cuerpo, avergonzado, se somete al alma y promete que la
obedecerá siempre en adelante; que está a su servicio por los bienes inmensos
del alma, siempre superiores a los que él podría desear por sí mismo e
incluso lo que imaginare poder percibir... El cuerpo responde al alma
diciendo: «Mis placeres eran corporales, viles. Pero tú, que eres tan noble, de
tan gran deleite divino, tú no debías obedecerme a mí, perdiendo tus bienes
inmensos».
Se lamenta el cuerpo contra el alma con largo y muy dulce lamento,
sintiendo la dulzura del alma por encima de la que él por sí mismo hubiera
podido sospechar.
Dijo la fiel de Cristo que hay algunas maneras según las cuales pueden
ser engañadas las personas espirituales.
«Una manera es cuando el amor no es puro, sino que la persona mezcla
de suyo, es decir, la propia voluntad. Y cuando una persona pone algo de sí
misma en aquel amor, cualquier cosa que fuere, mezcla algo del mundo. El
mundo la induce a vanagloria. Toda invitación del mundo es mentira, pues el
mundo no lleva consigo más que falsedad. Y en esto a que el mundo la invita
y seduce aumentan las lágrimas, gustos, temores y estridencias, propios del
amor espiritual impuro. Aunque en el amor espiritual impuro haya lágrimas y
dulzura, no se dan éstas dentro del alma, sino en el cuerpo. Este amor no
ahonda en el alma. Desfallece el amor y la persona pronto lo olvida. A veces,
cuando la persona se da cuenta de ello se vuelve amargada. Lo he
experimentado en mí misma.
i
«Por tanto, cuando te encuentres con alguno de ésos que tienen espíritu
de libertad y dice: "¿Por qué me juzgas? ¿Qué sabes tú lo que tengo en el
corazón?", responderás con firmeza reprendiéndole audazmente. Dirás que el
Espíritu Santo enseña a juzgar si son malas las obras. El mismo Espíritu, al
ser infundido en el alma, la ordena perfectísimamente, y conforme al orden
más perfecto establecido en el alma ordena también el cuerpo. De otro modo
sería falso.»
Por eso no se ensalza juzgando, antes bien esto la humilla, pues al ver los
defectos del prójimo vuelve sobre sí misma y ve con tanta claridad los males
y defectos en que ella ha caído o habría podido caer, si Dios no la tuviese de
su mano. Y si viera en el prójimo los males corporales, por efecto del amor
transformante los consideraría propios, doliéndose y compadeciéndose de
ellos como decía el apóstol: "¿Quién enferma que yo no enferme?" (2Co
11,29).
»Y como dice que la virtud de la caridad tiene su raíz en la humildad, lo
mismo puede decirse de la fe, de la esperanza y de cada una de las demás
virtudes que, teniendo propiedades diferentes, coinciden en el fundamento
común de la humildad, de donde todas proceden. Habría que tratar
ampliamente de cada una de ellas, pero guardando silencio sobre ellas las
podréis considerar mucho mejor.»
compañía con él y finalmente por la mutua intimidad del alma en Dios y Dios
en el alma.
»Ocurre la primera transformación cuando el alma se esfuerza por imitar
las obras de Dios-hombre en su pasión, pues por ellas se ve y pone de
manifiesto la voluntad de Dios.
»Se da la segunda transformación cuando el alma se une con Dios y de
él recibe grandes sentimientos de dulzura que pueden darse a entender por el
pensamiento y la palabra.
»Tercera transformación se dice la que sucede en perfectísima unión del
alma transformada en Dios. El está en el alma, se deja sentir y gustar de
manera inexpresable, ni por pensamiento ni por palabras.
»A1 tratar de amor aquí no nos referimos a la primera transformación.
La segunda, si es realmente viva, será suficiente para dirigir el amor. La ter-
cera es la mejor.
»En la tercera transformación, y también con la segunda, aunque no tan
perfectamente, se infunde gracia y cierta sabiduría en el alma mediante la
cual aprende a regular el amor de Dios y del prójimo. Porque el alma acierta
a moderar los sentimientos, dulzura y fervores de manera que el amor dure y
pueda continuar en lo que empezó sin que se manifieste por la risa, saltos ni
gestos corporales.
»De modo semejante con el amor del prójimo o devoto sabe comportarse
con tal madurez y discreción, que condesciende con el prójimo cuando hay
que condescender, y cuando no, no condesciende. La razón de esto es por ser
Dios inmutable, mientras que el alma no puede serlo; pero cuanto más unida
esté el alma con Dios, tanto menos movediza se muestra.
»Por eso, con tal unión el alma adquiere la sabiduría dicha y cierta ma-
durez y sabia gravedad, sabrosa discreción y cierta luz con las cuales acierta
a regular el amor de Dios y del prójimo sin que se dé engaño ni precipitación.
Quien no sienta haberle sido infundida tal sabiduría nunca debería admitir, ni
con mujer ni con hombre, amor particular y entrañable aun cuando fuere por
amor de Dios y con buena intención, pues son muchos los peligros que de
ello provienen. Nadie se aficione a otro si primero no aprende a desprenderse
de todos.
»E1 amor tiene varias propiedades. Por amor comienza el alma a enter-
necerse, luego languidece, pero termina fortificándose. Al contacto con el
calor divino grita y hace ruido como la cal echada al fuego, hasta que se cal-
cina; al tocarla el fuego, empieza a crepitar, pero después de cocida no hace
más ruido. Así el alma: al principio busca los consuelos divinos; si se los qui-
tan, se enternece, grita contra el mismo Dios y se queja de él diciendo:
i
"¿Por qué, Señor, tú me haces este mal?". Y cosas por el estilo. El enterne-
cimiento nace de cierta confianza que el alma había puesto en Dios, mientras
disfrutaba de semejantes consuelos; pero, al verse privada de ellos, crece el
amor y comienza a buscar al Amado. Si no lo encuentra languidece, no halla
contento en los consuelos y sentimientos y, cuanto más crece el amor, tanto
más languidece si no disfruta de la presencia del Amado.
»Pero cuando el alma se une perfectamente con Dios y está asentada en
la verdad, que es el trono del alma, no se queja de Dios ni se conmueve ni
languidece; más aún, se reconoce indigna de todo bien y don de Dios,
merecedora del mayor infierno. Le viene entonces tal sabiduría y madurez, y
se hace tan estable, ordenada y fuerte, que sufriría la muerte por ello.
»Posee a Dios con toda la plenitud de que es capaz. El le aumenta la
capacidad para cuanto quiera enriquecerla. Ve el alma a Aquel que es y ve
que todas las cosas no son nada más que en la medida que tienen ser de
Aquel que es. En comparación con el presente nada son las cosas que exis-
tieron antes ni todas las cosas creadas. Al alma ya no le preocupa ni muerte
ni enfermedad, ni honra ni desprecio.
»Queda con tanta paz y sosiego, que ya nada apetece ni desea, ni puede
resistir, pues está ya vencida. En aquella luz ve que Dios hace todas las cosas
justa y ordenadamente, por lo cual, cuando se ve privada de ellas no se
desalienta; se conforma de tal modo a la voluntad de Dios, que no le reclama
cuando El se ausenta, sino que halla contento en cuanto hace y todo lo
entrega a El.
»Entonces estas cosas resultan verdaderas, es decir, que el alma así
fortalecida y pacificada con este amor pierde deseos, queda en actitud pasiva
cuando recibe de Dios aquella visión en plenitud. Pero cuando se ve privada
de ella —a ninguna alma le es dado perseverar igual—, le viene un nuevo
deseo ardiente sin pena de practicar las obras de penitencia con más ardor
que antes. Ocurre así por este estado más perfecto que los demás. Es propio
de la perfección que, cuanto mayor ésta sea, tanto más se esforzará por imitar
al modelo de perfección, es decir, al mismo Dios-hombre paciente.»
mano sobre el pecho no siento nada. Pero cuando pongo la mano en la cabeza
al decir: "En el nombre del Padre", y luego sobre el corazón al decir: "del
Hijo", al punto siento allí amor y consuelo. Me parece que Aquel a quien
nombro lo encuentro allí». Y añadió: «No te habría dicho esto si no me fuese
advertido que te lo dijese».
«Oh hijo mío. deseo con toda mi alma que seas amante y seguidor del
dolor. Deseo asimismo que estés privado de toda consolación temporal y
espiritual. Este es mi consuelo, y pido que sea también el tuyo. No es mi
propósito servir y amar por premio alguno; mi intención es servir y amar por
la bondad inmensa de Dios. Deseo que renazcas y crezcas de nuevo en este
deseo, para que seas privado de todo consuelo por amor de Dios y hombre
Jesucristo, desolado. Esto es lo que únicamente te deseo: que crezcas siempre
en unión con Dios, y en hambre y sed de ser atribulado mientras vivas.»
«No debe el alma desear en esta vida consuelos de Dios si no es para re-
crear su debilidad. Debe apetecer solamente perfecta crucifixión de Cristo,
ser perfectamente crucificada con Cristo sufriente, pobre y despreciado.»
«El amor tiene varias propiedades. Por amor comienza el alma a en-
ternecerse, luego languidece, pero termina fortificándose. Al contacto con el
calor divino grita y hace ruido como la cal echada al fuego, hasta que se
calcina; al tocarla el fuego, empieza a crepitar, pero después de cocida no
hace más ruido.»
Esta obra anónima fue impresa en Florencia en 1496, pero pudo ser es-
crita originalmente en siciliano, como indica el manuscrito de la biblioteca
i
recibe, así se gasta. Muchos hay de los que se tropiezan con tales tesoros que,
por poco que excaven, encuentran una riqueza y, recibido cuanto les basta, ya
no excavan más, sino que depositan el tesoro a los pies del Rey. Recibida la
recompensa, se deleitan con las maravillas de su corte, y después vuelven al
trabajo.
»Hay muchos que, tropezándose con grandes tesoros, trabajan siempre,
incansablemente, ayudando a los demás, y amontonan riquezas para la corte
del Rey. Otros, que se encuentran con zonas pobres, se esfuerzan noche y
día, y siempre tienen necesidad de la ayuda ajena. El momento en que debe
terminar tal servicio lo establece el gran Rey: cuando le place, destina a unos,
hallados con méritos, a cargos superiores en su palacio real, y a uno le confía
los tesoros, a otro se complace en tenerlo en su presencia; siempre, quién
más, quién menos, según sus méritos. Y también los hay que parece en poco
tiempo hayan irrumpido nada menos que en el Reino bienaventurado.
»A menudo algunos, que pasan fatigas para vivir, aun trabajando mucho,
murmuran entre sí, al observar a quien vive mejor con pocos trabajos y
compararlo con quien vive peor trabajando mucho más. No murmuran, en
cambio, los que viven mejor, aun no recibiendo la paga según sus trabajos,
sino según el tesoro que depositan a los pies del Rey.
»Todo aquel que quiera servir al gran Rey en su Reino debe someterse a
estos trabajos, a esta regla necesaria denominada servicio en la corte del Rey.
Tras dicho servicio, y a juicio de nuestro Rey, que todo lo ve y que conoce
bien las condiciones de cada uno, se es llamado al palacio real para oírse
confiar el cargo más adecuado.
»Los cargos son muchos y están claramente distribuidos, y es costumbre
del Rey confiar primeramente los cargos menos importantes, para pasar
después a los de mayor grandeza. Esto no en orden cronológico, sino según
la bondad del servidor y de las gracias adquiridas ante EL
»Algunos, pues, no parecen pasar por los diversos grados, sino que, so-
brevolándolos rápidamente, alcanzan un puesto en su presencia y, como si
estuvieran habituados a sus confidencias, le hablan con sencillez.
»A nadie le es dado conocer toda la majestad y el esplendor de este Rey,
ninguna lengua puede hablar de ellos, ningún oído puede oírlos: están
reservados al ojo de su fiel combatiente. Quien quiere ponerse bajo el señorío
de este Rey es necesario que antes olvide la vida pasada, de manera que no la
recuerde ya y no se vuelva atrás a considerarla, sino que acreciente siempre
el deseo de las cosas que ha pedido al Rey.»
i
»"Ahora pues, hijos, escuchadme: ¡dichosos los que siguen mis cami-
nos!... ¡Dichoso el hombre que me presta oído y monta guardia a mis puertas
cada día, vigilando el umbral de mi casa!... Quien, en cambio, me ofende, se
hiere a sí mismo, y quien me odia elige la muerte" (Pr 8,32.34.36).
»No son necesarias muchas palabras: ¡ésta es camino, ésta es verdad,
ésta es vida! Es necesario, pues, orar siempre, sin cansarse nunca.»
«Te he hablado del Monte de la oración: ahora te hablaré de los que re-
zan, para mostrarte lo que quieren quienes encuentran metales y tesoros di-
versos, como debió de indicarte Humano, el primero que te habló de esta
corte. El utilizó figuras y comparaciones, yo te mostraré la verdad sobre esos
que son llamados buscadores del tesoro del gran Rey. No son otra cosa que
los verdaderos adoradores, los cuales, como dice Cristo mismo, deben ser
como el Padre los quiere, capaces de adorarlo en espíritu y verdad.
»Tú mismo verás la gran variedad existente entre quienes adoran. Hay
quien adora más y quien menos, quien lo hace en proporción al error en el
que se encuentra, quien progresa en su error hasta desbaratarse
espiritual-mente, y quien de ello saca enmienda. Algunos parecen hombres y
ángeles a la vez, otros en cambio aparecen desvestidos de toda humanidad y
transfigurados en Dios e hijos del Rey celeste, ajenos a todo amor y temor
humano, únicamente poseídos por el ansia de la gloria de Dios, sin preocu-
pación alguna de premio para sí.
»Te los haré observar de cerca porque es buena norma aprovecharse de
la enseñanza que nos viene de los mismos discípulos. Verás, en efecto, a
muchos que rezan largamente, pero que, al término de sus plegarias, en vez
de haber progresado en el camino de la perfección, se encuentran aún más
alejados que antes, y esto porque, en vez de considerar sus graves defectos,
observan y juzgan sólo los de los demás, murmuran sobre la conducta del
prójimo, de manera que el único fruto de sus oraciones es la impaciencia y la
indignación. Estos tales, aun afanándose sin medida, encuentran un material
más bajo que el plomo y viven a duras penas.
»Después hay otros que presumen de alcanzar con sus fuerzas la cima de
la perfección sin reconocer los dones del Señor, y en cambio permanecen en
su error y en su inútil y onerosa fatiga. Muchos rezan abundantemente por su
salud y, alguna vez, piden perdón de sus pecados, j^ero su: pensar nunca en
otra cosa que en sí mismos.
i
»Otros más hay que, de tal modo se despreocupan de sí, que en sus
oraciones no buscan más que el honor y la mayor gloria de Dios, y con tanto
fervor y transporte, que no cejarían aun cuando supiesen que servir al Señor y
cumplir íntegra su voluntad había de costarles la condenación eterna. Estos, a
poco que excaven encuentran tesoros tales, que les permiten todos los gastos,
y apenas se ponen en oración adquieren humildad y paciencia. Cuando, fuera
de la oración, se encuentren en la prosperidad o en la adversidad, y sólo
entonces, podrán ver lo que han ganado: serán capaces de decir
verdaderamente en toda ocasión "hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo" (Mt 6,10).
»Todos los que oran, pues, están en situación de conocer, según la mo-
neda que pueden gastar, qué tipo de oración han hecho. Y la necesidad de
gastar la tendrán en el tiempo de la tribulación, de la persecución, de la ve-
jación, de la lisonja, de la purificación, de la prosperidad; es decir, cuando no
puedan dejar de echar mano abundantemente de lo que han recibido. Habrá
muchos que a la prosperidad le responderán diciendo "no te quiero", y a la
adversidad, dándole la bienvenida, mostrando así el fruto de sus trabajos en
el Monte de la oración.
»Los hay que rezan con dolor de contrición por sus pecados: algunos se
duelen de sus carencias, espantados de la pena que, según saben, merecen, y
estos infelices, por más que se afanen, no encontrarán nunca un verdadero
tesoro y se verán obligados a ir tirando miserablemente; otros, en cambio,
lloran dolorosamente sus pecados, juzgándose dignos sólo de la máxima
pena, tan llenos de desprecio contra sí mismos que casi sienten la necesidad
de reclamar justicia, más que misericordia. Son aquellos que, juzgados por sí
mismos, no lo serán nunca por Dios; son aquellos en los que el llanto por el
amor será más abundante, más afligido que el del dolor, al considerar la
desmesurada e inmensa bondad y misericordia del Señor, y cada vez se
juzgan más duramente por haberlo ofendido, hasta llegar, si fuese lícito, a
renunciar a la gloria del paraíso por odio a sí mismos. Y esto por la
intensidad del amor hacia un Señor tan bueno y por el ardiente deseo de
imitarlo en la renuncia más absoluta de todo bien para sí mismos. Esos, en
compensación por tanto dolor, recibirán de Dios otro tanto amor, y podrán
servir de guía y de enseñanza a los demás, y decir con el Profeta: "Según la
multitud de las penas de mi corazón, tus consolaciones, Señor, han inundado
de alegría mi alma".
»Los hay que no desean recibir otra cosa que desprecio, pues saben bien
que nunca podrán despreciarse debidamente a sí mismos, y son siempre
i
«Hemos hablado del jardín espiritual que debe florecer en cada alma
para que ésta fije allí su morada, y ahora quiero mostrarte cómo está hecho
ese jardín», me dijo Renovamini, «así que sigúeme con confianza». Diciendo
esto, echó a andar delante de mí y juntos seguimos el camino hasta un lugar
de espesas tinieblas. En este punto me exhortó a agarrarme a él sin temor y a
tenerlo bien apretado, cosa que me apresuré a hacer. Fui conducido por
barrancos y despeñaderos oscurísimos —de manera que, temblando de
miedo, casi comenzaba a arrepentirme de haberl^ seguido— hasta que, en
cierto momento, se soltó de mi apretamiento^ inmediatamente nos
encontramos fuera de la oscuridad. «Levanta la cabeza v mira».
i
»Y estáte bien atento a que este perro no se distraiga con algún cebo que
le echen delante, o sea, que la razón no sea lisonjeada y corrompida en modo
alguno por regalos, compromisos y gracias mundanas, sino que se mantenga
siempre ferozmente en guardia, inaccesible, rígida, ante placeres, lisonjas y
amenazas».
Después que se nos abrió la puerta y mi guía hubo traspasado el umbral
conmigo, fue inmediatamente acogido con grandísimos honores y enorme
júbilo. Tras lo cual, tomándome de la mano dijo: «Visitemos el jardín co-
menzando inmediatamente por la entrada». La puerta se presentaba muy alta
y ancha; inmediatamente seguían tres bellísimas habitaciones espaciosas. A
mi pregunta sobre quién vivía allí respondió: «Esta puerta grande es la
conciencia, y se llama la puerta de la Trinidad. Las tres habitaciones son: la
memoria, el entendimiento y la voluntad.
»En la memoria habita el Padre, en el entendimiento el Hijo, en la volun-
tad el Espíritu Santo. Sea continuo en tu memoria el recuerdo de las gracias y
de los infinitos beneficios que has recibido del Padre; tu entendimiento esté
siempre vuelto al misterio de la Encarnación, meditándolo con el empeño de
toda tu inteligencia hasta la ignominiosa muerte en la cruz. Tu voluntad per-
manezca siempre encendida por la llama del Espíritu Santo; ¡no hay mayor
don para el hombre que la buena voluntad, porque con ésta ninguno puede
perecer, mientras que, sin ella, ninguno puede salvarse! Es un don tan grande,
éste de la buena voluntad, que nada puede reducir ni quitar, de manera que se
te consiente merecer cuanto quieres, y el mérito está en proporción a la buena
voluntad, lo mismo que en el infierno no se castiga sino la mala voluntad;
pero no se puede llamar voluntad si no hace lo que debe hacer».
Los muros del jardín eran altos y cuadrados, y alrededor se alzaban siete
torres altísimas y macizas que contenían una hermosa habitación cada una.
«Estos muros», explicó Renovamini, «son los muros de la verdad que está en
el alma; en las siete torres moran los siete dones del Espíritu Santo, uno por
cada torre, y todos juntos custodian el jardín del alma». Pasamos después a la
huerta, a admirar cosas maravillosas nunca vistas ni descritas por nadie.
Había en él siete órdenes de árboles, de ocho unidades cada uno. En
medio del jardín, un árbol grandísimo descollaba sobre los demás cu-
briéndolos todo alrededor con sus grandes ramas. A los pies de este árbol
manaba una maravillosa fuente de agua siempre fresca de la cual bebía
continuamente toda otra planta, manteniendo el jardín siempre lozano y
verde: las hojas no se marchitaban nunca, y los frutos llegaban perfectamente
a su maduración.
i
«Los siete órdenes de árboles», explicó Renovamini, «son los siete ór-
denes de virtudes que derivan de una sola: la humildad, que no se puede
adquirir más que por medio de la oración. El gran árbol del centro del jardín
y que cubre todo con sus ramas es la verdadera cruz donde encuentras toda
virtud.
»En la pasión de Cristo se encarnizaron contra El todos los vicios de sus
verdugos, mientras que en Jesús florecieron todas las virtudes: en este cho-
que, los primeros, a la vista de la muerte de nuestro Señor, creyeron haber
vencido a las virtudes, pero se engañaron, porque la muerte de Cristo fue, en
cambio, la muerte de ellos, en cuanto a cada vicio se contrapuso una virtud.
Lo mismo que, en efecto, la amargura es vencida por la dulzura, la en-
fermedad por la salud, el frío por el calor, así lo es la soberbia por la hu-
mildad, la ira por la paciencia. Al morir El, destruyó nuestra muerte, y con la
resurrección rehizo nuestra vida. Ves, pues, cómo aquel que quiere vencer a
los vicios debe dar la batalla sólo sobre la cruz donde, ya deshechos una vez,
no aceptan el combate, temiendo otra derrota. Esta Señal los ha aterrorizado
y hecho impotentes hasta tal punto, que basta su vista para ponerlos en fuga,
como confirma también la Escritura en muchos pasajes. Quien quiera obtener
la victoria, combata sólo en este campo.
»Que la memoria de la cruz no desaparezca nunca de tu corazón y sal-
drás siempre victorioso, porque, lo mismo que el gran árbol cubre y protege
con sus ramas todas las demás plantas del jardín, en ella encontrarás todas las
virtudes que necesitas para tu seguridad y protección. Son muchos los que,
aun dotados de virtudes, han combatido en vano, porque, ignorantes de la
virtud de la cruz, quedaron, en consecuencia, excluidos de su victoria. En
efecto, la Escritura amonesta: "Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de
Jesucristo nuestro Señor" (Ga 6,14); "El es la salvación, vida y resurrección
nuestra; en El hemos sido salvados y liberados".
»A ese árbol te conviene subir si quieres ver a Cristo, como sucedió en el
caso de Zaqueo, quien, minúsculo de estatura, no consiguió verlo sino
subiéndose al árbol, donde fue también visto por el Redentor, que se invitó a
comer en su casa. De modo semejante cada uno de nosotros, reducido a
minúsculas proporciones por el pecado, no consigue ver a Cristo debido a esa
pequenez. ¡Corre a ese árbol y crecerá tu estatura; sube a esa cruz y en ella
encontrarás a Cristo clavado que te espera con los brazos abiertos y la cabeza
humildemente inclinada!»
i
SANTA HUMILDAD
DE LOS «SERMONES»
[I, 2] Aquí estoy... dispuesta a correr a ti con toda confianza: pues tú eres
el Padre verdadero que no da la piedra en vez del pan, ni la serpiente en vez
del pez, ni el escorpión en vez del huevo, sino que cada uno recibe de tu
mano según su plegaria.
Nada te está oculto; todo está patente ante ti: también conoces mi deseo.
Dame, pues, lo que busco, dígnate abrir a los que llaman, conceder a los que
suplican.
Oh Padre justo, ábreme, pues, tu tesoro, para que pueda yo ver lo que
con tanto ardor anhelo conocer. Dame tú el pan vivo que del cielo desciende:
es precisamente de este pan del que yo quiero alimentarme jovialmente para
nutrir mi alma. Hazme don también del pez, no del que es generado y que
genera, sino del pez que es la virtud, para que la antigua serpiente no tenga
ya poder sobre mí y no cree el vicio, y yo pueda siempre ofrecerme a ti en
pura contemplación. Y lo mismo que el pez en el agua goza tanto más,
cuanto más lo envuelven las olas, pueda así yo regocijarme entre las adversi-
dades de esta tierra y gloriarme en Cristo Jesús, mi Señor, de mi enfermedad.
Así, oh Padre santo, dame también el huevo que es la conciencia in-
maculada y luminosa: dame el corazón íntegro, la mente pura y límpida, la fe
plena, el obrar leal que, precisamente como el huevo, no tiene mancha: así
podré ofrecerte en holocausto mi vida entera.
i
[1,10] ¿No fue acaso por obediencia por lo que vino él a este mundo? El
que era grande se anuló casi en un ser de corta edad: quien estaba en el cielo
descendió a la tierra: el creador se dignó venir en una criatura, el invisible se
hizo visible a los hombres, el impalpable se dejó tocar, el rico se hizo
ejemplo de pobreza en este mundo, y el inmortal se revistió de nuestra
mortalidad.
¡Oh caridad excelsa, incomparable y verdaderamente única!
¡Oh inmensa dilección y misteriosa amistad!
¡Oh excepcional obediencia y humildad profunda, que no puede ser
tocada ni vista!
En efecto, ¿quién podría celebrar, contemplar o tocar a aquel que colma
las profundidades y vence todas las alturas celestes, y abundantemente llena
el valle para que se multipliquen los frutos de los que él se alegra, y que
humilla y deja estériles las cumbres de los montes y collados, dejándolos sin
fruto?
Entended, hermanos, por valles a los humildes, los mansos y los amigos
de la obediencia, a los que se promete el placer y el gozo, la prosperidad y la
abundancia. ¡Oh, dichosos los humildes en cuya conciencia mora Cristo!
Ellos son los purificados de los vicios y de las concupiscencias de la carne:
ellos desprecian la pompa y la gloria del mundo como polvo que el viento
dispersa sobre la faz de la tierra. Amar a Cristo es ley para quienes
desprecian el mundo: y es ley para ellos llenar los recipientes vacíos con las
cosas celestes y no con las terrenas. Y por eso Cristo los ama con
predilección y les premia con su gracia: Jesús niño nace en ellos, y con ellos
permanece en virtud de la santa humildad; y crece en ellos por virtud de la
obediencia, por la paciencia veraz, por la celeste contemplación.
Estos son los valles de los que hablaban los profetas al decir: «Todo va-
lle será rellenado» (Is 40,4). De ellos canta el salmista: «Los valles abun-
darán en trigo» (Sal 64,14).
¿Cómo podían ser colmados los valles, sino por medio del nacimiento de
Cristo? Ellos anunciaban la alegría venidera del nacimiento del Salvador que
nosotros ahora vemos ya nacido, el niño Enmanuel, el que fue envuelto en
pañales y colocado en el pesebre entre los animales.
¿Qué podemos decir nosotros, míseros?
El buey conoció a su amo, el asno conoció el pesebre de su Señor. Y nosotros
no lo conocemos, ni tenemos anhelo de conocerlo, nosotros que somos sus
criaturas, y criaturas racionales.
¿Para qué, entonces, tenemos la razón?
¡Levantaos, hermanos, que ya es hora! Alejaos de toda suciedad; puri-
ficad los recipientes que son vuestro corazón y vuestra conciencia: no se
i
ROBERT DE BORON
De los varios libros del ciclo del Grial, siguen a continuación un pasaje
del prólogo y otro del cuerpo mismo del Santo Grial, reducción en prosa
francesa del poema de Robert de Boron, de la primera mitad del siglo XIII.
El graal o grial era una escudilla o recipiente en el que Cristo comió el
cordero pascual durante la última cena: José de Arimatea habría recogido
después en él la sangre de Cristo brotada de las heridas aún abiertas durante
el descendimiento.
El origen de las especulaciones en torno a ese recipiente se debe buscar
quizás en Gales, donde la mística druídica se fundió con la cristiana. El
nombre de la escudilla se extendió a cualquier alimento nutritivo y agradable
{gré) y también al «gradual», y poco a poco se fue formando una literatura
mixta cristiano-druídica, en la cual la caballería se convertía en medio de
conocimiento, en institución religiosa.
El Grial es un sacramental del Espíritu Santo que se superpuso a la eu-
caristía y entrañaba un rito particular en el que participaban mujeres con una
procesión, una ostensión y un banquete que debía renovar el acontecimiento
de Pentecostés. El fin último era la salida del espíritu del iniciado
i
DE «SANTO GRIAL»
Prólogo
culpa a su nombre, ya que hoy en día hay más bocas dispuestas a hablar mal
que bien, y más se censura por un solo mal, que cuanto se elogia por mil
cosas buenas; por eso no desea que se descubra demasiado pronto su nombre.
Pero, sea cual sea su deseo, será ciertamente descubierto más deprisa de
cuanto querría. Pero muy abiertamente os dirá cómo se le ordenó dar a
conocer la historia del santo Grial.
Aconteció el año 717° de la pasión de nuestro Señor Jesucristo que yo, el
más pecador de los pecadores, me encontraba en el lugar más salvaje que
jamás podría desear conocer, y lejos de todo pueblo cristiano. Pero, además
de decir que era muy salvaje, debería decir también que el lugar era muy
ameno y lleno de delicias, porque un hombre del todo dedicado a Dios ve
todo por contrarios. Estaba así sentado en el lugar que he mencionado, como
habéis oído, el jueves de la semana santa, y cuando llegó el viernes santo
recité la misa grata a Dios que se llama tenebrae\ después me entraron
muchas ganas de dormir y me puse a dormitar, pero no pasó mucho tiempo
antes de que una voz me llamara cuatro veces por mi nombre. Me decía:
«Despierta y comprende en una cosa tres y de tres cosas una, y que tanto
puede el Uno como el Tres». Inmediatamente me desperté y vi un resplandor
tal, que nunca había visto uno tan grande. Y después vi ante mí al hombre
más hermoso que nunca existiera, y cuando lo vi me quedé pasmado y no
sabía qué decir ni qué hacer, y El me dijo: «¿Comprendes las palabras que te
he dicho?», y temerosamente le respondí: «Señor, aún no estoy totalmente
seguro de ello»; y El me dijo: «Es el reconocimiento de la Trinidad lo que te
he ofrecido, y se debe a que», continuó, «has dudado de que la Trinidad
tenga tres personas, las cuales poseen una sola Divinidad y una sola
Potencia». «Nunca he tenido dudas salvo en este único punto». Y me dijo
aún: «¿Comprendes y sientes quién soy?». Y le respondí que el mío era un
ojo mortal y no podía ver un resplandor tan grande, ni soy capaz de decir lo
que todas las lenguas encuentran arduo expresar. Y El se inclinó sobre mí y
me sopló libremente en la cara y entonces comprendí que tenía ojos cien
veces más claros que antes, y sentí en la boca el milagro de las lenguas. Y El
me dijo: «¿Entonces no comprendes ni sabes quién soy?», y cuando quise
hablarle vi que una gran llama me salía de la boca. Tuve tal miedo, que no
pude decir una palabra; y El dijo: «No temas. Soy la Fuente de la Sabiduría.
Soy Aquel al que Nicodemo dijo: "Maestro, sabemos quién eres" (Jn 3,2).
Soy Aquel del cual la Escritura dice: "Toda Sabiduría viene de nuestro
Señor" (Si 1,1). Soy el Maestro perfecto. He venido a ti porque quiero que
seas instruido en todas las cosas de las cuales dudas: te daré certidumbre y
por medio de ti se expondrá a todos aquellos que lo
i
oigan decir». Tras estas palabras me tomó de la mano dándome un libro que
en ninguna dirección era más largo que la palma de la mano, y después de
dármelo me dijo que en aquel libro me había dado una maravilla mayor que
la que ningún corazón mortal podía pensar o conocer. «Nunca tendrás sobre
nada dudas que no puedas confirmar en este libro; aquí están mis secretos,
que ningún hombre puede contemplar si no es purificado por una veraz
confesión, y lo digo con el lenguaje del corazón y como con la boca cerrada y
sin palabras, porque con lengua mortal no es dado referirlo sin que se vean
turbados por ello los cuatro elementos, porque los cielos llorarán, el aire será
revuelto, la tierra será hendida y el agua verá mudado su color, y todo eso y
más aún está en este manual para que, si un hombre lo examina con fe
perfecta, le sea de provecho al alma y al cuerpo, porque nunca caerá un
hombre en error mirando en él, y además estará lleno de una alegría mayor
de cuanto un hombre pueda imaginar, y no morirá de muerte imprevista por
pecados que haya cometido; éste es el camino de la vida»; y después que así
hubo hablado, resonó una voz más vehemente que el trueno, y cuando hubo
resonado vino de lo alto un ruido tan fuerte, que me pareció que el
firmamento se venía abajo y que la tierra se hendía, y si antes había sido tan
fuerte la luz, ahora era cien veces más esplendorosa, y yo creía haber perdido
la vista a causa de ella; y allí estaba yo echado por tierra como en un
deliquio, y cuando el vacío en la cabeza hubo pasado, abrí los ojos y no vi a
mi alrededor nada de lo que había visto antes, y creía yo que todo había sido
un sueño hasta que me encontré en la mano el li-brito tal como el gran
Maestro me lo había puesto. Entonces, contentísimo, me levanté y con gran
alegría me dispuse a la plegaria y la oración deseando intensamente que
amaneciera; y cuando fue de día comencé a leer y encontré el inicio de mi
lenguaje que tanto había querido ver, y cuando lo hube visto, me maravillé de
que en un librito tan pequeño hubiese tantas palabras, y así leí una tercera
parte de él hasta hallar gran parte de mi genealogía, y allí vi las vidas y los
nombres de hombres que no habría osado decir que conocía ni que era su
descendiente, y cuando vi sus obras buenas y los trabajos que soportaron en
la tierra por el Creador, no sabía cómo enmendar mi alma para hacerme
digno de ser acompañado hasta ellos, y no me constaba que estuviera, en lo
relativo a mí, con un hombre, sino sólo con una apariencia de hombre.
Tras haber meditado esto por largo rato, miré delante de mí y vi que
estaba escrito: «Aquí comienza el santo Grial», y cuando hube leído tanto,
que había pasado el mediodía, vi: «Aquí comienza el gran Miedo». Entonces
continué leyendo y vi muchas cosas tremendas, y Dios sabe que tuve
i
si todas las lenguas mortales hablasen y todos los oídos las escuchasen,
ninguno comprendería tales alegrías sin recibirlas centuplicadas, y si dijese
que esto estaba en el tercer cielo adonde fue llevado san Pablo no creería
mentir. Pero no me atrevo a jactarme de ello, aun cuando pueda decir que me
fue mostrado el cetro del cual san Pablo dice que ninguna lengua mortal lo
puede desvelar, y, habiendo visto tales maravillas, el ángel me transportó
diciéndome: «¿Has visto grandes maravillas?», y dije que no creía que
pudiesen existir, y él me dijo que me mostraría mayores. Entonces me cogió
y transportó a otro sitio donde se veía cien veces más claro aún. Era más
colorido que cuanto un corazón pueda figurarse, y me mostró allí
abiertamente la potencia de la Trinidad, y vi distintamente al Padre, al Hijo y
al Espíritu Santo, y vi que estas tres Personas pertenecían a una sola
Divinidad y una Persona, y no obstante digo que vi allá arriba tres Personas,
una distinta de la otra; con esto haré airarse a los envidiosos, cuya obra es
censurar a los demás, pues dirán que voy contra la autoridad de san Juan, el
altísimo evangelista, el cual afirma que nunca hombre mortal alguno vio al
Padre, ni será nunca capaz de ello, en lo cual con-cuerdo perfectamente. Pero
quienes lo han escuchado no han entendido bien que él habla del hombre
mortal, mientras que el alma, una vez separada del cuerpo, es por esto una
cosa espiritual y bien puede remirar al Padre; y mientras contemplaba esta
gran maravilla se produjo un trueno y después otro medio trueno y cuantas
cosas celestiales habían sobrevenido antes, y yo yacía como en deliquio.
Entonces vi una maravilla que no sé referir. Y a su tiempo el ángel me cogió
llevándome de nuevo al lugar de donde me había tomado, y antes de volver a
meterme el espíritu en el cuerpo me dijo que yo había visto grandes
maravillas; le respondí que ningún mortal que oyera hablar de ello lo juzgaría
otra cosa que una patraña, y me dijo: «¿Estás todavía inseguro de aquello de
lo que dudabas?». Y le dije que no había hombre, por incrédulo que fuese, al
que, si me escuchase, no le hiciera yo comprender claramente todos los
puntos de la Trinidad, habiéndolo yo visto y aprendido. Entonces me volvió a
meter el espíritu en el cuerpo y me dijo que desde entonces en adelante no
debía ya estar en duda, y me levanté sobresaltado como quien se despierta y
me pareció ver al ángel, pero ya se había ido; miré a mí alrededor y vi a mi
Salvador ante mí como antes de que el ángel se me hubiese llevado;
resplandecía de buena fe. Entonces cogí el manual y lo puse en el lugar
donde estaba el sacramento, porque era un lugar bellísimo y aptísimo, y
cuando salí de la capilla me di cuenta de que era casi de noche, y entonces
entré en casa y comí el alimento que Dios me había dado.
i
La visión
José [de Arimatea] condujo hasta la cámara a nuestro Señor, de manera
que todo el pueblo lo vio entrar. Y vieron todos que la cámara creció, y tanto
se ensanchó, que estaban todos dentro de ella sin apreturas. Y veían a los
ángeles ir y venir delante de ellos. Allí celebró José el primer sacramento que
se celebró nunca en ese pueblo. Pero no lo hubiera tenido todo completo, si
no hubiese dicho las palabras que Jesucristo dijo a sus discípulos durante la
cena, cuando les dijo: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo que por vosotros y
por muchas gentes será entregado al tormento». Y también les dijo del vino:
«Tomad y bebed mi sangre, la de la nueva ley, la misma que por vosotros
será derramada para remisión de vuestros pecados». Estas palabras dijo José
sobre el pan y sobre el vino que encontró preparado como se ha dicho en el
relato... Y en cuanto las hubo dicho sobre el pan y sobre el vino que estaba en
el cáliz, de inmediato el pan se volvió carne, y el vino se volvió sangre. Y
entonces vio José manifiestamente que tenía entre sus manos un cuerpo,
semejante también a un niño. Y le parecía que la sangre que veía en el cáliz
era la del corazón del niño. Y como vio que así era, quedó tan terriblemente
espantado por ello, que no sabía qué podía hacer. Es más, se encogió
totalmente en sí, y comenzó con mucha angustia a llorar de sus ojos y a
suspirar de corazón por el gran miedo que tenía. Entonces le dijo nuestro
Señor: «José, te conviene desmembrar lo que sostienes, para que de él
resulten tres pedazos». Y José respondió: «Ay, Señor, ten piedad de tu siervo,
que mi corazón no podría sufrir que yo deshiciese tan bella factura». Y
nuestro Señor le dijo: «Si no haces lo que te digo, no tendrás parte en mi
herencia». Tomó entonces José la cabeza del niño y la partió por un lado. Y
la separó del cuerpo tan fácilmente como si la carne del bebé hubiese sido
bien cocida, al modo en que se cuece la carne [cuando está] sobre el fuego.
Después hizo dos partes de lo restante con grandísimo miedo, de manera que
suspiraba y lloraba intensamente. Y en el momento en que comenzaba a
hacer las partes, cayeron a tierra todos los ángeles que allá se encontraban y
se le pusieron todos a los lados y junto a las rodillas; mientras, nuestro Señor
dijo a José: «¿Qué esperas? Recibe lo que está ante ti y consúmelo, que en
ello está tu salvación». Pero José se puso de rodillas, se obstinó y gritó dando
gracias a Dios y llorando todos sus pecados. Y cuando se levantó no vio
sobre la patena más que un pedazo de pan, en apariencia; lo tomó y lo
levantó en alto. Cuando hubo dado gracias a su Creador, abrió la boca para
introducirlo en ella. Y miró y vio que era un corazón todo entero. Y aun
cuando quiso retirarlo no pudo; más
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HADEWIJCH
Nació a finales del siglo XII, quizás de una familia de Amberes. Murió
después de 1260 en la comunidad de beguinas de Nivelles. Escribió visiones,
cartas, poesías en dialecto brabanzón antiguo; esos documentos son los
máximos exponentes de la mística beguina.
DE LAS «CARTAS»
[I] Contempla qué alto amor es el Uno para el Otro y dale gracias con
amor, dígnate contemplar cómo Dios es todo esto, y obrar en El, disfrutando
de su luz en la gloria, y manifestándote en esa luz de modo que ilumines
todas las cosas o las oscurezcas, según la esencia de cada una.
Y como Dios es todo esto, conviene hacer de manera que El disfrute de
sí en todas las obras de su luz «sicut in coelo et in térra»; siempre, de palabra
y obra, diciendo: «Fiat voluntas tua».
Ah, cara hija, a medida que el selvático hace resplandecer más en ti su
poder, a medida que su santa voluntad se cumple mejor en ti y su refulgente
verdad relampaguea más de cerca en ti, no dudes en posponer la dulce
quietud a la plenitud grande de Dios. Enciende tu ser y adórnate de virtudes y
obras santas.
Abre los sentidos al alto deseo de la plenitud de Dios.
Y dispon el alma al goce grande del amor arrollador de nuestro dema-
siado dulce Dios.
Ah, cara hija, digo demasiado dulce, pero a mí esto me resulta del todo
desconocido, salvo en el deseo que de ello habría tenido el corazón: mi sola
dulzura ha sido sufrir de su amor. Para mí El ha sido más cruel de cuanto
diablo alguno ha sido nunca conmigo.
Los diablos nunca pudieron quitarme de amarle, ni lo consiguió otro con
el que El me mandaba ser caritativa. Me lo ha quitado El en persona. Lo que
El es, si lo goza El en dulce fruición, me hace así errar fuera del goce, me
deja siempre en angustia, oprimida por la carencia de fruición de amor, y me
deja a oscuras del goce de todas las alegrías que deberían ser mi parte.
i
[XI] Desde que tenía apenas diez años, estuve tan oprimida por el más
intenso amor, que desde que me entregué así sin duda habría muerto en
menos de dos años si Dios no me hubiese dado una fuerza singular, distinta
de la que reciben las personas comunes, y no hubiese Él restaurado mi
naturaleza con su Ser; además, Él me dio muy pronto la razón, iluminándola
en parte con más de un bello testimonio, y recibí de Él más de un hermoso
don, mientras Él me hacía sentirlo y se me mostraba. Por no hablar de todos
aquellos signos que yo descubrí entre él y yo en la relación íntima del amor,
de aquel modo en que el amigo al amigo bien poco suele esconder y mucho
revela, lo cual por lo regular sucede al sentirse próximos el uno al otro, al
saborearse por partes, hasta devorarse y beberse y absorberse el uno en el
otro.
Por todos estos signos —signos múltiples y muy variados— que Dios,
mi amor, me dio al principio de mi vida, me inspiró tanta confianza en él. que
la mayor parte del tiempo me sentía en mi ánimo como si nadie lo hubiese
amado nunca tan de corazón como yo. La razón, entre tanto, bien me hacía
saber que no era yo la más íntima, pero aquel vínculo de sentirme
estrechamente ligada a Él en el amor nunca me permitía sentirlo ni creerlo.
Así van mis cosas: por un lado, soy incapaz de creer íntimamente que sea yo
quien lo ama más íntimamente que todos; y por otro lado también soy
incapaz de creer que viva nadie por quien Dios sea tan amado. De modo que
a veces Amor me ilumina hasta el punto de hacerme conocer mi deficiencia,
pues no soy tanto que pueda bastar a mi dilecto en toda su dignidad; otras
veces, por contra, la dulce naturaleza de Amor me ciega tanto, a fuerza de
gustarlo y de sentirlo, que, a mí al menos, me sacia, y termino por
encontrarme tan rica para estar con Él, que en mi ser íntimo debo dar fe de
que me sacia y llena.
i
BEATRIZ DE NAZARET
Ella todavía no puede llegar allá arriba, y, sin embargo, aquí abajo no
puede gustar ni paz ni descanso, y su espera es tan penosa, que no puede
sufrir y pensar en su Amado. Estar privada de El le acrecienta el tormento del
deseo, y se ve reducida a vivir en gran abatimiento, y por eso no puede ni
quiere ser consolada, como dice el Profeta: «Renuit consolari anima mea»
(Sal 77,3).
Ella misma rechaza así toda consolación, a menudo de Dios mismo y de
las criaturas, pues toda la alegría que puede venirle de ellos la hace más
fuerte en el amor, suscita el deseo de una vida más desbordante y renueva el
anhelo de abandonarse al amor, de disfrutar establemente de él y de vivir en
este exilio sin consuelo. Ningún don gratuito puede satisfacerla ni aquietarla
debiendo ella pasarse sin la presencia de su Amor.
Esta es una vida muy penosa; el alma no quiere ser consolada aquí abajo
antes de haber obtenido lo que busca sin tregua.
DE LAS «REVELACIONES»
La caza
La danza
El Alma:
«Señor, yo soy un alma desnuda
y Tú, en Ti mismo, Dios rico en todo ornamento.
La comunión nuestra es amor
eterno, sin muerte.»
El libro de Matilde
Yo, indigna sierva de Dios, Jutta von Sangershausen, ordeno para todos
los tiempos que mis hijas lean este libro nueve veces según la voluntad de la
beguina Matilde, y nueve veces nueve según la mía propia.
SANTA GERTRUDIS
[III, 45] Teniendo ella una noche la mente más devotamente ocupada de
lo habitual en la pasión del Señor, y dejándose precipitar por ésta, como
desenfrenada, en el abismo de los deseos, sintió que su hígado, a causa del
gran ardor de sus deseos, estaba todo encendido; por lo cual dijo al Señor:
«Oh mi Amador dulcísimo, si los hombres supieran este efecto que siento en
este momento, dirían sin duda que lo razonable sería guardarme de este calor
para poder recobrar la salud del cuerpo, y no obstante también resulta
conocido para ti, conocedor de las cosas ocultas, que con todo esfuerzo de
mis fuerzas y de mis sentidos no habría podido evitar sentir esa alteración
que así me ha infundido tu suavidad». A estas palabras el Señor respondió:
«¿Quién será el que, si no está privado de sentido, no sepa de qué forma tan
inestimable la eficaz dulzura de mi divinidad excede de modo absolutamente
incomprensible a todo deleite humano y carnal? Pues toda dulzura corporal,
comparada con la divina, es como una pequeña gotita de rocío frente al agua
grande de todo el mar. Pero, con todo, los hombres con frecuencia están tan
fuertemente atraídos por el deleite humano, que en modo alguno se pueden
guardar de ciertas cosas, con las cuales saben ciertamente que han de incurrir
en eterno peligro, no sólo de cuerpo, sino también del alma: porque cuanto
menos es penetrada el alma por la dulzura de mi divinidad, tanto menos se
cuida de la gracia de mi amor, de la cual sabe que procede la felicidad
eterna». A estas cosas respondió ella: «Podrían quizás decir que, habiendo
hecho yo profesión monacal, vendría de hecho a estar obligada a atemperar
de tal manera este fervor de la devoción, que yo pudiese atender al servicio y
al rigor de la orden de nuestra religión». El Señor se dignó adoctrinarla sobre
esto con esta manera de comparación, dicién-dole: «Es como lo que sucede al
disponer bastantes camareros ante la mesa del rey, que deben servir a su
reverencia diligentemente; si se diera el caso de que el rey, muy consumido o
debilitado por la vejez, llamase a uno de dichos camareros designados para el
servicio de la mesa, y se deleitara en descansar en su seno y en ser sostenido
por un rato, ¿no sería inconveniente que ese camarero, sobre el cual hubiese
elegido descansar, retrayéndose prestamente lo dejase caer, diciendo que no
estaba designado para ese servicio, sino para el de la mesa? Así, sería
irrazonable también (y aun mucho más) que aquel a quien conduzco por mi
graciosa piedad a gozar de la contemplación, se retirase de ella para
proseguir con la aspereza de la observancia religiosa de cualquier profesión».
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RAMÓN LLULL
Si hay Dios
[I, 1] Pasó una gran serpiente por el lado de Félix, quien tuvo gran temor
y miedo de ella, y se maravilló cómo el ermitaño no había manifestado
tenerle; lo que conocido por éste, le dijo: «Amado hijo, si no hubiera Dios,
no hubiera resurrección, y el mundo fuera eterno, y fuera por sí mesmo, y el
hombre, después de muerto, sería en privación y no ser; de que se seguiría
que el mundo fuese para que los hombres estuviesen más en el no ser que en
el ser, pues en el no ser estarían sin fin, y en el ser sólo mientras viven en el
mundo. Por lo que puedes considerar y conocer en ti mesmo que, si no
hubiese Dios, tu naturaleza no hubiera tenido miedo de la serpiente, porque
en este caso sería cosa natural que el hombre desease morir, pues la muerte
sería ocasión de que el hombre consiguiese su mayor fin, esto es, el ser
perpetuamente en privación. Pero en que naturalmente has
i
tenido miedo de la muerte, conocerás que hay Dios, con el cual los hombres
justos estarán en gloria, que después de la resurrección no tendrá fin».
«Señor», dijo Félix, «según vuestras palabras, me causa más admiración
el que vos no hayáis tenido miedo de la serpiente, pues por naturaleza amáis
ser, y no venir en privación».
«Amigo», dijo el ermitaño, «es cosa tan gustosa el conocer y amar a
Dios, que todos aquellos que saben amarlo y conocerlo desean tener noticia
de él, considerándolo gran gloria y despreciando la vanidad de este mundo,
que poco dura. Por eso, hijo amable, no he tenido miedo de la muerte, antes
bien deseo morir y estar con Dios, deseo por el cual puedes deducir que hay
Dios, pues, si no hubiese Dios Rey, habría tenido miedo contigo, que has
tenido miedo porque no sabes ni amar ni conocer a Dios».
[VIII, 53] Dijo el ermitaño... «El hombre memora por la memoria y ol-
vida por la memoria, siendo el memorar su obra y similitud, y el olvidar, su
obra y disimilitud; en cuyas palabras te he significado la naturaleza por que
el hombre tiene placer en memorar, esto es, porque la memoria tiene placer
cuando engendra su semejantes, esto es, el acto de memorar, y tendría mayor
placer si su memorar le pudiese convertir en el ser de la memoria; así como
la esencia de Dios, en la cual Dios Padre tiene placer en entender lo que le es
semejanza de sabiduría, cuyo entender es Hijo, convertido por generación en
ser sabiduría, la cual es una cosa mesma con el Padre... La memoria quiere
memorar repetidas veces en muchas cosas, para que otras tantas engendre su
semejanza; y por esto quiere memorar cosas muy diversas, y las quiere
memorar mucho, para que su memorar sea grande, en que nos signifique que
la memoria es creada para memorar muy grandes cosas, y por ellas mucho a
Dios»...1
[26, 10] El pesar del hombre que no hace abstinencia te predica que
hagas abstinencia.
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de las cosas su verdadero y no arbitrario lugar en el edificio de la creación. Giulio
Cami-11o, llamado «el Delminio», fundió el Ars magna de Llull y la Qabbáláh en su Idea del
thea-tro (1550). En la Theologia mystica (1748) del franciscano Enrique Herp (Harphyrus)
se afirma: «Por obra de la consurrección o elevación de alma, la memoria, al final, después
de ejercitarse durante mucho tiempo, tras lograr para sí misma el sosiego, la claridad y la
calma en su conversión a las cosas divinas, y pura de toda imagen ajena, elevada sobre to-
das las cosas sensibles e imaginarias y sobre cuantas puedan obstaculizarla, es llevada a
una tranquilidad tan maravillosa que le resulta increíble a quien no la haya
experimentado; con semejante luz clara e infusa el hombre se encuentra recogido y bien
establecido, después de penetrar en el lugar donde está anclado en la unidad del Espíritu»
(II, 51, A). Ya en los mitos antiguos se identifica a los no iniciados con las danaides,
condenadas eternamente a llenar toneles agujereados, sin memoria (Platón, Gorgias 493b).
Es la disposición desordenada y malvada del alma lo que obstaculiza el recordar, hasta tal
punto que Lete en Hesío-do es hija de Eride, la Discordia.
i
[29] Así como [Dios] nos ha dado ojos para ver las cosas corporales, y
que por éstas le veamos espiritualmente, del mismo modo ha dado sen-
timiento al cuerpo para que mediante éste, el alma, que es forma del cuerpo,
tenga paciencia... Si algunos insectos nos están molestando sin dejarnos
dormir, bien claro se nos significa que poco tiempo habernos empleado en la
oración... En el concepto del entendimiento se corrompe la virginidad cuando
llega el alma a desear los carnales deleites, y se hace merecedora de sentir la
pena del infernal fuego el alma que desea corromperse en el tal deleite...
Cuando el alma, en las enfermedades, calenturas, dolores u otros trabajos que
siente el cuerpo, tiene paciencia, entonces usa de la virtud.
i
Arte de la contemplación
[114] Recordó Blanquerna los siete pecados mortales, los cuales tienen
desordenado al mundo, que es creado por las virtudes de Dios; y por esto
preguntó Blanquerna a la divina bondad de dónde habían venido esos de-
monios sobredichos, que pierden y destruyen al mundo... Contempló Blan-
querna la soberana bondad, eternidad, poder, sabiduría, amor y las demás
virtudes... y sintió en su alma que la memoria y el entendimiento se hablaban.
Y decía la memoria al entendimiento que ella se acordaba de que la voluntad
tiene en su querer a la gula, lujuria y a los demás. Y, por esto, el en-
tendimiento respondía, entendiendo que el querer que quería gula o lujuria u
otro vicio nace de la voluntad y enculpa a la voluntad, por cuanto produce
aquel querer que ama al pecado, y por aquel querer es culpado el en-
tendimiento que entiende el pecado, y el querer y la libertad de la voluntad
con que se inclina a querer el pecado; y, por esto, es también culpada la me-
moria que recuerda todas estas cosas. Y por cuanto la memoria, entendi-
miento y voluntad son criaturas de la soberana bondad y dan lugar a recordar,
entender y amar al pecado, por esto el entendimiento de Blanquerna dijo a la
memoria, excusando a la bondad de Dios, que los siete demonios referidos
toman principio y origen en las obras del recordar, entender y amar que tratan
de cosas desagradables a la bondad de Dios.
Prólogo
Metáforas morales
[34] «Dime, pájaro que cantas de amor: ¿por qué mi Amado me ator-
menta con amor, puesto que me ha recibido para servidor suyo?». Respondió
el pájaro: «Si por amor no padecías trabajos, ¿con qué amarías a tu
Amado?».
[53] Iba el Amigo como un loco por cierta ciudad, cantando de su Ama-
do, y preguntóle la gente si había perdido el seso. Respondió que su Amado
le había robado su voluntad y que él le había entregado su entendimiento, y
por esto le había quedado sólo la memoria, con que se acordaba de su
Amado.
[157] Los hombres que demuestran ser locos por amontonar dinero,
mueven al Amigo a ser loco por amor; y el rubor que el Amigo tiene de andar
como loco, entre las gentes, le da el modo de obtener el amor y el aprecio de
las gentes. Y por esto es cuestión cuál de los dos motivos es mayor ocasión
de amor.
[159] En los secretos del Amigo están revelados los secretos del Amado,
y en los secretos del Amado están revelados los secretos del Amigo. Y es
cuestión cuál de estos dos secretos es mayor ocasión de revelación.
[187] Los pensamientos del Amado estaban entre el olvido de sus tor-
mentos y el recuerdo de sus placeres; porque los placeres que logra del Amor
le hacen olvidar la fatiga de los trabajos, y los tormentos que por amor
padece le hacen recordar la felicidad que logra por amor.
i
[246] Propúsose al Amigo esta cuestión: ¿en dónde había mayor peligro:
en padecer trabajos por amor o en gozar felicidades? Convino el Amigo con
su Amado, diciendo que peligros por felicidades son por falta de conoci-
miento; y peligros por infelicidades son por impaciencia.
DURANDO DE MENDE
[IV, 47, 6] De los bienes eternos se dice: «Venga tu reino», de los es-
pirituales: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»; de los tem-
porales: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Las cosas eternas se piden en
premio, las espirituales por mérito, las temporales para sustento.
Se habla de los males pasados: «Perdona nuestras ofensas, etc.»; de los
presentes: «Líbranos del mal»; de los futuros: «No nos dejes caer, etc.». De
los pasados nos dolemos, los presentes se han de vencer, los futuros, temer.
[7] Siete son las peticiones para hacerse aceptos, y significan las siete pala-
bras de Cristo en la cruz.
En primer lugar: «Padre, perdónales». En segundo: «Mujer, ahí tienes a
tu hijo». En tercero: «Ahí tienes a tu madre». En cuarto: «Hoy estarás
conmigo en el paraíso». En quinto: «Eloí, Eloí». En sexto: «Padre, en tus
manos». En séptimo: «Consummatum est».
También significa las únicas siete palabras que, según está escrito, dijo
de Cristo la bienaventurada Virgen. En primer lugar, de discreción: que su-
cediese lo que debía. En segundo, de humildad: «He aquí la esclava del Se-
ñor» (Le 1,38). En tercero, de saludo: «He aquí que apenas la voz de tu sa-
ludo llegó a mis oídos» (Le 1,44). En cuarto, de acción de gracias: «En-
grandece mi alma al Señor» (Le 1,45). En quinto, de compasión: «Hijo, no
tienen vino» (Jn 2,3). En sexto, de instrucción: «Haced todo lo que él os
diga» (Jn 2,5). En séptimo, de amor: «Hijo, ¿qué nos has hecho?» (Le 2,48).
La primera petición es: «Santificado sea tu nombre». La segunda:
«Venga tu reino». La tercera: «Hágase tu voluntad». La cuarta: «Nuestro pan
de cada día». Quinta: «Perdona nuestras ofensas». Sexta: «No nos dejes caer
en la tentación». Séptima: «Líbranos del mal». [8] Y estas siete peticiones
son dichas, según el Apóstol, con siete postulaciones, de las cuales las tres
primeras atañen a la vida eterna, es decir, a la patria, de suerte que
i
el sacerdote en ciertos lugares las dice con el cáliz elevado, lo mismo que la
praefatio, «Praeceptis salutaribus, etc.», y lo alza de nuevo un poco al decir
«Como en el cielo», y al decir «Así en la tierra» lo deposita. Las tres últimas
peticiones atañen a la vida presente, es decir, a la vía por la que caminamos,
y por eso se dicen tras posar el cáliz. Pero la petición intermedia, «Nuestro
pan, etc.», en realidad pertenece a ambas. Las tres primeras suceden en el
orden temporal, pero preceden por orden de dignidad. Las tres últimas son
sucesivas por orden de dignidad, pero preceden en el orden del tiempo.
[9] Se observa, pues, un doble orden en la oración dominical, uno as-
cendente, que conviene con las virtudes, y el otro descendente, que con-
cuerda con los dones que descienden de lo sumo a lo bajo, por lo cual se
dice: «Pondrá sobre él un espíritu de sabiduría y entendimiento, etc.»
(Is 11,2), mientras que las virtudes suben de lo bajo a lo alto: «Bienaven-
turados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, etc.» (Mt 5,3 y sigs.).
En esta oración, el Señor siguió el orden de la dignidad, que es artificial,
descendiendo de lo mayor a lo menor; en cambio, en su exposición, los
doctores siguen el orden del tiempo, que es natural, subiendo de los menores
a los mayores, de los temporales a los eternos, y esto haremos también
nosotros en la exposición. Se adaptan las siete peticiones a las siete virtudes,
a los siete dones del Espíritu Santo, a las siete bienaventuranzas, contra los
siete pecados capitales opuestos a las siete virtudes.
En efecto, se obtienen los dones con las peticiones, las virtudes con los
dones, las bienaventuranzas con las virtudes. Los siete dones son: sabiduría,
entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor, de los cuales
habla el Profeta (Is 11,2).
[10] Las siete virtudes son: pobreza de espíritu, mansedumbre, luto, sed
de justicia, misericordia, pureza de corazón y paz. [11] Las siete bie-
naventuranzas son: Reino de los Cielos, posesión de la tierra, consolación,
saciedad, obtención de la misericordia, visión de Dios, condición de hijos de
Dios, de las cuales habla conjuntamente el Señor...
[12] Los siete pecados capitales son la vanagloria o soberbia, la ira, la
envidia, la pereza, la avaricia, la gula, la lujuria, que fueron significados por
los siete pueblos que poseían la tierra prometida de Israel: hititas, guirgaseos,
amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos (Dt 7,1). El hombre está en-
fermo, Dios es el médico, los pecados son las enfermedades, las peticiones
los lamentos, los dones los antídotos, las virtudes las curaciones, las biena-
venturanzas los placeres y los goces... Y observa que en ciertas iglesias,
mientras se enuncian las siete peticiones, el diácono está inclinado en espera
de la
i
comunión para significar a los apóstoles, que tras la muerte de Cristo espe-
raron durante siete semanas la confirmación del Espíritu. El subdiácono está
quieto, porque el sábado, que es el séptimo día, las mujeres callaban.
MARGARITA PORETE
[1] Y para que puedas comprender la paz de esta alma así dispuesta, te
digo que, si supiese que agradaba a Dios que ella estuviese en el infierno
condenada, no se dolería de ello. Ahora bien, ¿qué cruz podrá llevar en este
mundo que no esté contenta, pues no rechaza el estar condenada en el
infierno con tal de agradar a Dios? Busca, pues, oh alma, y aplícate a cargar y
llevar tu cruz, en seguimiento de la cruz de Cristo, que te quita toda cruz. Y
piensa que, si dejas la dulce cruz de Cristo Jesús, no podrás vivir sin cruz en
esta vida y después en la otra. Pues suponiendo que en esta vida tengas en
estas cosas de fuera algún refrigerio de estas cosas mundanas, si examinas
bien las fatigas y los afanes y peligros con que cada día en muchos modos
cargas y llevas por ellas, tanto en el cuerpo como dentro del alma, más bien
se pueden llamar guerra que paz. Y esto sucede porque el alma se aparta de la
vida y de la voluntad de su Creador. Por lo cual, poca verdadera paz ni
reposo puede tener, si no retorna a su obediencia. Y si todo el mundo le diese
paz exterior, se encuentra pena dentro, por la culpa cometida. Por lo cual
decía un santo doctor, dirigiéndose a Dios: «Señor, tú has hecho esta ley: que
todo ánimo desordenado sea pena para sí mismo». Entonces es el ánimo de-
sordenado, cuando se aparta de la obediencia de su Señor. Y si el alma es tan
necia que no quiere obedecer a Dios, sino seguir el deleite de las cosas
creadas, Dios la juzga alguna vez de tal manera, que en todo aquello en que
se deleita encuentra pena y dolor, de suerte que poca consolación o deleite
tiene en ello, y luego al final sigue tormento sin fin. Así te lo indica
Jesucristo en el santo evangelio, con el ejemplo del rico que pidió una gota
de agua y no la pudo conseguir. ¡Oh, qué vanidad es todo deleite mundano, y
de qué poco sirve!, ¡qué maldad, y qué pésimo fin tiene, a saber, pena
infinita!
i
[4] Caridad no obedece a ninguna cosa creada más que a Amor. Caridad
no tiene nada propio y, suponiendo que tuviese algo, no diría nunca que fuese
suyo. Caridad deja de lado su propia necesidad y acude a cumplir la de otro.
Caridad no pide remuneración a criatura alguna por el bien o el placer que ha
otorgado. Caridad no conoce vergüenza, ni miedo, ni dolor; es tan recta que
no puede quebrarse ante nada que le acontezca. Caridad no hace ni se
preocupa de nada de cuanto está bajo el Sol, todo el mundo es para ella lo
que le resta y lo que le sobra. Caridad da a todos cuanto tiene de valor y no se
queda con nada y a menudo promete lo que no tiene, a causa de su gran
generosidad y con la esperanza de que a quien más da más le queda. Caridad
es comerciante tan sabia que gana siempre allí donde otros pierden, escapa de
las ataduras que atan a otros y así abunda en aquello que place a Amor. Y
fijaros que aquel que tuviese caridad perfecta vería morir en él el apego a la
vida del espíritu por obra de caridad.
[5] Mas existe otra vida que llamamos paz de caridad en la vida anona-
dada. De ella queremos hablar —dice Amor— buscando poder encontrar un
alma <que no pueda hallarse>, que se salve por la fe sin obras, que se halle
sólo en amor, que no haga nada por Dios, que no deje de hacer nada por
Dios, que no se le pueda enseñar nada, a la que no se le pueda quitar nada, ni
dar nada, y que no tenga voluntad. ¡ Ah! —dice Amor— ¿Y quién dará a esta
Alma lo que le falta, pues es cosa que nunca fue ni será dada?
Esta Alma —dice Amor— tiene seis alas como los serafines. No quiere
nada que le llegue por mediación alguna; es lo propio del ser de los serafines,
para los cuales no existe mediación entre su amor y el amor divino. Ellos
tienen siempre <amor> nuevo, inmediato, y también el Alma, pues no busca
la divina ciencia entre los maestros de este siglo, sino despreciando al mundo
y a sí misma. ¡Oh Dios, qué gran diferencia entre un don inmediato del
amigo a la amiga y un don inmediato del amigo a la amiga!
Este libro ha dicho la verdad sobre esta Alma de la que dice que tiene
seis alas como los serafines. Con dos de ellas cubre el rostro de Jesucristo,
nuestro Señor. Esto significa que cuanto más conocimiento tiene el Alma de
la bondad divina, tanto más conoce que no conoce nada al lado de una sola
chispa de su bondad, pues él no puede ser comprendido más que por sí
mismo.
Con otras dos alas cubre los pies. Esto significa que cuanto más cono-
cimiento tiene de lo que Jesucristo sufrió por nosotros, tanto más conoce que
no conoce nada al lado de lo que él sufrió, pues él no puede ser conocido más
que por sí mismo.
i
Con otras dos alas vuela y se mantiene erguida y sentada. Esto significa
que cuanto conoce, ama y goza de la divina bondad son esas alas con las que
vuela; y se mantiene erguida porque está siempre mirando a Dios; y sentada
porque permanece siempre en la voluntad divina.
¡Ah ¿Y de qué o cómo podría tal Alma tener miedo? En verdad ella no
podría ni debería temer ni dudar nada, pues suponiendo que estuviera en el
mundo, y que fuera posible que el mundo, la carne, el diablo y los cuatro
elementos, los pájaros del aire y las bestias de la tierra la atormentasen,
despedazasen y devorasen, aun así ella no podría perder nada si le queda
Dios. Pues El es omnipresente, omnipotente, toda sabiduría y toda bondad. El
es nuestro padre, nuestro hermano y nuestro leal amigo. El es sin comienzo.
Incomprensible sino por sí mismo. El es sin fin. Tres personas en un solo
Dios; «y tal es», dice esta Alma, «el amigo de nuestras almas».
[6] «Esta Alma que posee tal amor» —dice el propio Amor— «puede
decirles a las Virtudes que ya ha estado largo tiempo y muchos días a su
servicio».
El valle
Cuando el Sol, desde el mediodía, arroja a plomo todos sus rayos dentro
de un valle profundísimo, encajado entre dos gigantescas montañas, el valle
recibe un esplendor, un ardor, una magnificencia, una fecundidad, que la
llanura no iguala.
Cuando el justo mora en el fondo de su pobreza, contemplando en sí
mismo su propia nada, su propia miseria y su propia impotencia; cuando se
ve totalmente incapaz de progreso y de perseverancia; cuando ve la multitud
de sus negligencias y de sus defectos; cuando se sorprende tal cual es en la
realidad de su propia indigencia; entonces ahonda el valle de la humildad.
Arrodillado con toda su miseria, consciente de su necesidad, él la ex-
tiende, gimiendo, ante la misericordia del Señor, y contempla la altura del
cielo y su propia mezquindad.
El valle se hace más profundo.
Por esto el Cristo-Sol, desde lo alto de su mediodía, sentado a la derecha
del Padre, lanza, a la profundidad de ese humilde, mil fuegos y mil res-
plandores. Cuando el humilde ofrece y prosterna ante Cristo su oración, es
imposible que éste no se sienta tocado en el corazón.
Entonces, a los dos lados del valle se levantan y descuellan dos monta-
ñas. Son dos deseos: el deseo de servir y de alabar, el deseo de obtener la ex-
celencia de la santidad. Estas dos montañas son más altas que el cielo. Tocan
a Dios de forma directa: solicitan su liberalidad. Y ésta no se contiene, sino
que fluye y se extiende, habiendo el alma llegado a poseer la aptitud para re-
cibir. La renovación de las potencias del alma anuncia de antemano la lle-
gada de Jesús. La profundidad que pide recibe entonces tres dones: es ilu-
minada por la gracia, es abrasada por el amor, es fecundada por la virtud.
Ascensión espiritual
Languidez e impaciencia
El combate
[1] Los asaltos del amor ponen frente a frente a dos espíritus: el espíritu
de Dios y el nuestro. Entonces comienza la lucha. Nuestro espíritu, que se
encorva como cuando nos hundimos, se adelanta hacia Dios y quiere
poseerlo. El movimiento del amor tiene por cómplice el acto secreto del Dios
codiciado. El duelo acontece en la profundidad. Las heridas que reciben los
combatientes son de una profundidad espantosa: se lanzan rayos que ponen al
rojo vivo su fuerza ardiente; y el ardor de su combate aumenta la avidez de
su amor. Así se funden ambos. El espíritu de Dios da, el nuestro devuelve; y
la fuerza del amor nace de este doble movimiento. Este flujo y reflujo hace
rebrotar sobre sí misma la fuente del amor. Así el contacto de Dios y el furor
de nuestro deseo se reúnen en la más inefable simplicidad. El espíritu,
invadido y poseído por el amor, llega con increíbles olvidos
i
La contemplación
abrazo infinito. Un solo Dios en tres personas que nos abraza en la unidad del
mismo amor. Unidad en la Trinidad, Trinidad en la unidad. Dios om-
nipotente, soberano de la altura suprema, que es preciso buscar, seguir y
poseer, por medio de la gracia de Jesucristo, con la sinceridad de un amor
absolutamente sin mentira. Vivir en él y él en nosotros; vivir con todos los
santos, estar unido a la gran familia del amor. Allí el Padre y el Hijo nos
abrazan en la unidad transformante del Espíritu, donde nos esperan el amor
de Dios y su alegría, alegría coronada en la esencia inconmensurable.
Ya no soy capaz de hablar de ninguna realidad perceptible: aquí está lo
simple, lo infinito. Hete aquí que me disipo y me filtro en la tiniebla sacra.
Aquí está lo sublime de la vida, lo sublime de la muerte, lo sublime del amor,
lo sublime de la alegría, lo sublime de la eternidad.
Rogad a Dios por aquel que, asistido por la gracia divina, ha escrito estas
cosas: y rogad por todos aquellos que me leerán. Y que Dios se nos dé,
abundantemente y para siempre. Amén.
El Tabor
Todos los que siguen a Jesús oyen la voz del Padre, el cual habla de to-
dos ellos cuando dice: «Estos son mis hijos amados en los que me he com-
placido». La cantidad de la gracia varía según la voluntad de Dios. En medio
de las alegrías del mutuo amor que va de Dios al hombre, cada uno goza de
su nombre, de su puesto, de su fruto. Allí se refugian los hombres de Dios,
desconocidos para quienes viven en el mundo.
Por el contrario, los amigos del mundo están muertos ante Dios; y su
nombre se pierde y no gustan ni sienten las maravillas de la luz. Ahora bien,
el contacto de Dios nos hace vivir en espíritu, nos dispensa su gracia, nos da
la luz y el discernimiento de las virtudes y consolida de tal modo nuestras
fuerzas, que podemos soportar lo que nos da y nos hace, y su misma
presencia, sin caer en deliquio. El contacto de Dios atrae desde dentro, opera
la unidad en lo más profundo y exige de nosotros esa gozosa muerte que
produce el espíritu cuando hace desfallecer al hombre en la bienaventuranza,
o sea, en el eterno amor que es el abrazo del Padre y del Hijo, y de ambos
única alegría. Cuando ascendemos con Jesús hasta la cima de nuestro
espíritu, a la montaña de la desnudez sin imágenes, si lo seguimos con
mirada simple, y con íntima complacencia, a lo largo del camino de la
llamada gozosa, sentimos el fuego del espíritu que nos hace arder y
disolvernos en el centro de la Unidad divina.
Cuando, por virtud del alma, nos adelantamos con el Hijo de Dios hacia
nuestro principio, oímos la voz del Padre que nos toca y dice: regresad. El
dice a todos sus elegidos con su palabra eterna: «Este es mi Hijo amado, en el
cual me he complacido». El Padre y el Hijo, el Hijo y el Padre, sienten por la
encarnación futura, y por la muerte de Jesús, y por el retorno de los elegidos
hacia su principio eterno, una eterna complacencia. Si somos transportados
por el Hijo hacia nuestro origen, oímos la voz del Padre que dice: regresad. Y
ésta es la iluminación de la vida eterna. La verdad misma nos muestra la
amplitud de la complacencia divina, principio y fin de toda complacencia.
Allá arriba, al faltarnos las fuerzas, caemos rostro en tierra ante la montaña
de nuestra desnudez, y la unidad se forma para nosotros en el abrazo sublime
de la unidad de las tres Personas. Entonces Dios comunica la vida y la
bienaventuranza, entonces todo es consumado, entonces todo es renovado.
Nosotros somos bautizados en el abrazo del amor. En la inmensidad de la
alegría, cada uno encuentra su parte propia; y el amor gozoso, que habita
todo en sí mismo, obra prodigios de unidad. ¿Encontrará tal vez alguna cosa
fuera de sí mismo? Ni tiene necesidad de ello, ni la fuerza para hacerlo.
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por encima de nosotros podemos aferrar el bien infinito, que gustamos sin
comprenderlo. Pobres en nosotros, ricos en Dios. En nosotros, el hambre y la
sed; en él, el pan y el vino.
La actividad eterna y el eterno descanso se abrazarán en la eternidad. La
posesión de Dios exige y supone una actividad eterna: quien crea otra cosa se
engaña y engaña. Toda nuestra vida está en Dios, inmersa en la bie-
naventuranza; toda nuestra vida está en nosotros, inmersa en la actividad.
Estas dos vidas no constituyen una sola, contraria a sí misma en sus atri-
buciones, rica y pobre, hambrienta, saciada, descansada, activa, sublime y
supereminente en el tiempo y en la eternidad, en medio del combate de sus
glorias. Devenir Dios mismo y perder nuestra sustancia creada es la impo-
sibilidad absoluta; permanecer en nosotros mismos, alejados de Dios, es la
miseria absoluta. La eternidad nos tendrá a igual distancia del panteísmo y
del infierno. Vida en Dios, vida en sí: gracia, actividad; el esplendor divino
que se abalanza desde el más alto sentimiento nos impulsa a todas las ac-
ciones de la justicia; luego, como regresamos a él tras haberle obedecido
obrando, lo seguimos al mismo abismo de que salió.
Pero nosotros no sentimos más que la inmersión del espíritu en el amor,
y nos sumergimos sin retorno en el océano sin riberas. Si, salidos de nosotros
mismos e inmersos en Dios, nos poseemos en el abismo, en el cual nos
hemos perdido, Dios está en nosotros y nosotros estamos en El; y hendimos
el mar sin riberas para encontrarnos en el fondo. Esta es la ingurgitación
esencial: vigilia o sueño, olvido o conocimiento, todo contribuye a ello,
siempre. Los ríos se precipitan continuamente en el mar, y cada uno busca su
lugar.
Cuando poseemos a Dios, la ingurgitación nos arrastra, con el peso del
amor, al sentimiento del abismo, del cual no se regresa. Si nuestra mirada
fuese eterna, nuestro sentimiento también lo sería. Esa ingurgitación
sobrepasa la potencia y las obras del amor: es la salida de nosotros mismos
que realizamos con antorchas encendidas, cuando, inmersos fuera de
nosotros, en otro, nos adelantamos hacia nuestra bienaventuranza.
Sentimos una especie de inefable propensión que nos transporta, desde
nosotros, a otro. El abismo que nos separa de Dios lo sentimos en el lugar
más secreto de nosotros mismos: es la distancia esencial, y, sin embargo, la
razón permanece, con los ojos abiertos, en el centro de la tiniebla, en la
ignorancia indeterminada; y del centro de la tiniebla brota una luz inmensa
que para nosotros se hace sombra a causa de su deslumbrante inmensidad.
Abrazándonos en su simplicidad, nos transforma en sí misma, y,
liberándonos de nuestro obstáculo, nos introduce en el amor absorbente
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[3] Lo mismo que el Sol visible ilumina, inunda y fecunda la tierra, así la
luz de Dios, reinando sobre la cúspide de nuestra alma, lanza sobre todas
nuestras virtudes sus espléndidos rayos. Dios arroja en nuestra alma todas las
maravillas de su reino. Unas veces, la caridad inmensa que es Dios mismo,
encendida en la pureza del espíritu como el incendio de dos pupilas ardientes,
lanza a lo hondo de sí misma como chispas inflamadas que abrazan,
tocándolos, los sentidos, la voluntad y todas las potencias del alma,
suscitando en ellas tempestades de caridad, raptos, delirios, impaciencias e
ignorancias. Otras veces, esas chispas son las armas con las cuales luchamos
contra el amor devorador del Señor, que posee una fascinación tal, que nos
engulle. Pero él nos arma con sus dones contra sí mismo: ilumina nuestra
inteligencia, nos exhorta a defendernos y nos dice: combatidme. Si nos
concede la ciencia y la sabiduría, si atrae todas nuestras virtudes al abismo
del sentimiento, si deja caer en lo hondo de nosotros la semilla del gusto y
del deseo, si nos confiere la contemplación y las llamas ardientes por las
cuales ascendemos por encima de nosotros mismos, si toca nuestra voluntad,
si quema y licúa nuestro espíritu con su presencia, es porque podemos
custodiar y defender, contra él, con todas nuestras fuerzas, nuestro derecho al
amor.
THEOLOGIA GERMÁNICA
¿Qué otra cosa hizo el diablo, qué otra cosa fue su alejamiento o su
caída, sino que se arrogó ser también él algo y quiso ser algo y pretendió o
presumió que algo era suyo o le era debido?
[3] Ese «atribuirse a sí mismo» este «yo» y «mío» y «de mí» fue su
caída y su alejamiento, y lo sigue siendo. ¿Y qué otra cosa hizo Adán sino
eso mismo? Se dice que cayó o que pecó por haber comido la manzana. ¡Pero
yo digo que eso sucedió por «atribuirse» él el «yo», «mío», «para mí» y
semejantes! Si hubiese comido siete manzanas, pero no hubiese habido un
«atribuirse», no habría caído. Pero apenas se atribuyó, cayó, ¡y tal habría
acontecido aun cuando no hubiese mordido nunca una manzana!...
[5] Cuanto menos se atribuye la criatura el conocimiento, tanto más
perfecto se hace éste.
Lo mismo pasa con la voluntad, el amor y el deseo y otras cualidades de la
misma especie: cuanto menos nos las atribuimos, tanto más perfectas, puras y
divinas se hacen; y cuanto más nos las atribuimos, tanto más toscas, turbias e
imperfectas se vuelven.
[2, 7] El hombre interior de Cristo estaba, según el ojo derecho del alma,
en perfecta participación de la naturaleza divina, en perfecto éxtasis, alegría y
paz eterna: pero el hombre exterior, con el ojo izquierdo, en pleno
sufrimiento, en toda turbación, miseria y trabajos. Pero, no obstante, de
manera que el ojo vuelto al interior u ojo derecho permaneciese inmoto, no
impedido, insensible a todo trabajo, sufrimiento y martirio que tocaban al
hombre exterior...
Ahora bien, el alma creada en el hombre también tiene dos ojos. El uno
es el don de mirar a la eternidad, el otro, el de mirar al tiempo y las criaturas,
de percibir la distinción que antes hemos dicho, de dar al cuerpo la vida y las
cosas necesarias, y de dirigirlo y guiarlo a lo óptimo. Pero estos dos ojos del
alma no pueden realizar juntos su obra, y si el alma debe mirar con el ojo
derecho a la eternidad, el ojo izquierdo es preciso que se despoje y se libere
de todas sus obras y se mantenga como si estuviese muerto. Y si el ojo
izquierdo debe atender a su obra, es decir, tiene que ocuparse del tiempo y las
criaturas, precisa, de rebote, que el ojo derecho sea impedido en su obra, en
su contemplación.
[3, 10] Los hombres iluminados con verdadera luz entienden que aquello
que podrían desear, o querer, es «nada» frente a lo que todas las criaturas (en
cuanto criaturas) desean, quieren y saben. Por eso dejan todo deseo y toda
voluntad particular y se abandonan con todas las cosas al Bien eterno.
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[7, 22] Pues aquel que fuese poseído y aferrado por el Espíritu de Dios
—aun cuando no supiese lo que hace o deshace, y no tuviese poder sobre sí,
sino que la voluntad y el espíritu de Dios lo tuviese bajo su dominio y obrase,
hiciese y deshiciese de él y con él lo que quisiera y como quisiera—, aquél
sería uno de esos hombres de los que san Pablo dice: «Los que son
gobernados y conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios y no están
bajo la ley» (Rm 6,14; 7,14), y a los cuales Cristo dijo: «No sois vosotros los
que habláis, sino que es el Espíritu del Padre el que
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habla en vosotros» (Mt 10,20). Pero yo temo que cien mil, y hasta innu-
merables, están poseídos por el diablo, mientras que ni siquiera uno está
poseído por el Espíritu de Dios; y esto se debe a que los hombres tienen
mayor semejanza con el diablo que con Dios. La separatividad, la seidad.
todo lo que es propio del diablo y por lo cual es «diablo».
Todo esto que aquí se ha dicho se puede resumir en este breve consejo:
«¡Mantente bien separado de ti mismo!».
«Como quiera que todo este mundo es vestíbulo de la eternidad, ¡se le
puede llamar, y puede muy bien ser, un paraíso! Y en este paraíso todo es
dado libremente, salvo un árbol y su fruto».
Esto se explica así. En todo lo que existe no hay nada «prohibido», nada
contrario a Dios, salvo una sola cosa: la voluntad personal, el querer de modo
diverso que la voluntad una y eterna de Dios. Esto se debe entender bien.
Dios dice a Adán, es decir, a todo hombre: «Lo que eres, haces y dejas de
hacer, todo es lícito y está permitido; ¡pero con tal de que no provenga de tu
voluntad, sino de la mía! Lo que proviene de tu voluntad está contra la
voluntad eterna». No es, pues, que todas las acciones realizadas por ti sean
contrarias a la voluntad eterna: que sean contrarias depende sólo de que
procedan de una voluntad distinta de la eterna y divina.
Ahora bien, se podría preguntar: «Si, pues, este árbol de la voluntad
personal es tan contrario a Dios y a la voluntad eterna, ¿por qué, entonces, lo
creó Dios y lo plantó en el paraíso?».
Respuesta. El hombre, la criatura que anhela conocer y ahondar el se-
creto consejo y la voluntad de Dios, de suerte que de buena gana querría
saber por qué Dios hace o no hace esto o aquello, y cosas semejantes, dicha
criatura no obra de manera distinta de Adán y el diablo, y mientras alimente
tal anhelo no podrá obtener el conocimiento que desea. ¡Sí, ciertamente este
hombre no es otra cosa que Adán y el diablo! Pues semejante deseo rara vez
proviene de otra causa que del anhelo de deleitarse y gloriarse en el
conocimiento; ¡y es propiamente presunción! Un hombre verdaderamente
humilde e iluminado no pide a Dios que le revele sus secretos, ni se pregunta
por qué Dios ordena, hace o no hace esto o aquello. Sino que, en vez de eso,
solamente desea saber cómo puede aniquilarse y estar sin voluntad, de
manera que la voluntad eterna viva y señoree en él sin impedimento de
ninguna otra, y en él y por medio de él se cumpla.
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MAESTRO ECKHART
DE «LA SOLEDAD»
Del amor
Muchos maestros celebran el amor como la cosa más alta; san Pablo
dice: «Por muchas obras que tenga en mi haber, si no tengo amor, no soy
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De la humildad
embargo, superior. Por eso dice el Profeta: «La hija del rey tiene todo su
esplendor en su interior» (Sal 45,14).
Una soledad perfecta no conoce referencia alguna a la criatura, no se
somete ni se realza, no quiere estar ni encima ni debajo, sino sólo apoyarse
sobre sí misma; no quiere ser, para nadie, elemento de amor o de dolor. No
anhela semejanza ni desemejanza con ningún otro, ni quiere esto o aquello;
sólo quiere ser una cosa sola consigo misma. No quiere ser esto ni aquello,
porque quien quiere eso quiere ser alguna cosa. La soledad, en cambio,
quiere ser nada; por eso no toca en modo alguno las cosas.
Se podría objetar que en la Virgen estaban todas las virtudes en su má-
xima perfección, por tanto también la soledad. Pero si ésta es superior a la
humildad, ¿por qué la Virgen estimó la humildad más grande que la soledad
cuando dijo: «Ha mirado la humildad de su sierva» (Le 1,48)? Respondo. En
Dios se encuentran soledad y también humildad, por lo que pueden significar
las virtudes atribuidas a Dios. Su humildad de amor precisamente lo llevó a
descender a la naturaleza humana; pero él permaneció, al hacerse hombre,
tan inmóvil, como cuando creó el cielo y la tierra, como diré más adelante.
Por tanto, ya que el Señor, cuando deseó hacerse hombre, permaneció
inmóvil en su soledad, la Virgen comprendió claramente que él aguardaba lo
mismo también de ella, aunque entonces se dirigiese a su humildad, no a su
soledad.
Por eso permaneció inmóvil en soledad y se glorió de la humildad y no
de la soledad, pues si hubiese indicado ésta, aun con una sola palabra, di-
ciendo: «El consideró mi soledad», ésta habría quedado con ello ya pertur-
bada, pues con ello habría salido de sí. Por leve que pueda ser tal salida, per-
turba siempre la soledad. Por eso dice el Profeta: «Quiero callar y oír lo que
mi Señor y Dios va diciendo en mí» (Sal 85,9). Como si dijese: «Si Dios
quiere hablarme, entre él en mí; yo no saldré». Y Boecio dice: «Oh hombres,
¿por qué buscáis fuera lo que está dentro de vosotros: la bienaventuranza?».
De la piedad
La muerte al mundo
Un maestro llamado Vicente dice: «Cuando el espíritu está solo tiene tan
gran poder, que lo que intuye es verdad, lo que quiere lo tiene, lo que manda
es ejecutado». En efecto, el espíritu liberado obliga a sí a Dios con su propia
soledad, y si fuese capaz de permanecer sin forma ni materia de naturaleza
extraña, arrastraría hasta sí la íntima esencia de Dios. Pero Dios no puede dar
eso a nadie fuera de sí mismo; con el espíritu en soledad no puede, pues,
hacer otra cosa que darse a él. El hombre del todo en soledad se traslada tan
enteramente a la eternidad, que nada de pasajero puede ya conducirlo a sentir
un instinto del cuerpo; se convierte en muerto al mundo, porque en lo
sucesivo nada le atrae ya. Este es el sentido de la frase de san Pablo: «Vivo
yo, mas no yo; es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20).
La verdadera soledad
Ahora preguntarás: ¿qué es, pues, esa soledad que tanto poder tiene en
sí?
La verdadera soledad implica que el espíritu, en todo lo que le sucede, de
bueno y de malo, de honor y de vergüenza, está tan inmoto como un monte
inmenso ante un leve vientecillo. Tal inmovilidad, sobre todo, hace al
hombre semejante a Dios: Dios es Dios precisamente por la inmota soledad
de la cual proviene su pureza, su simplicidad, su inmutabilidad. Por tanto,
dado que el hombre debe hacerse semejante a Dios (en cuanto es posible a
una criatura), sólo puede lograrlo con la soledad. La soledad traslada al
hombre a la pureza, después a la simplicidad, después a la inmovilidad;
virtudes todas que realizan una igualdad entre el hombre y Dios. Pero sólo
por gracia se realiza esta igualdad que por sí sola libera al hombre del tiempo
y lo purifica de lo contingente. Esto te digo: estar vacío de toda criatura
significa estar lleno de Dios; estar lleno de las criaturas significa estar vacío
de Dios.
En tal inmóvil soledad ha sido y es Dios eternamente. También cuando
creó cielo y tierra y toda criatura: todo eso alcanzó tan poco su soledad, como
si no hubiese creado nunca nada. Lo afirmo claramente: todas las plegarias y
todas las buenas obras que el hombre puede realizar en el tiempo alcanzan
tan poco la soledad de Dios, como si no existieran en absoluto; Dios no
queda con ellas más indulgente ni mejor dispuesto hacia el
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Dijo Moisés al Señor: «Si el faraón me pregunta quién eres tú, ¿cómo
debo responderle?». Y el Señor respondió: «Di: "Me ha mandado aquel que
es"» (Ex 3,13); eso significa: me ha mandado el que es en sí mismo
inmutable.
Aún podría decir alguno: ¿estaba Cristo todavía inmoto en soledad
cuando gritó: «Mi alma está triste hasta la muerte» (Mt 26,38; Me 14,34). Y
María, ¿se hallaba en soledad cuando estaba de pie junto a la cruz y, según se
cuenta, lloraba? ¿Cómo se armoniza todo eso con la inmóvil soledad? A eso
digo que en todo hombre hay, como enseñan los maestros, dos hombres
propiamente: ante todo, el hombre exterior, u hombre corpóreo, al que sirven
los cinco sentidos (que, sin embargo, también reciben efectivamente del alma
su energía); después el hombre espiritual, atento a su interioridad.
Todo hombre que ama a Dios dedica las fuerzas del alma al hombre ex-
terior sólo en lo que le es absolutamente necesario para los cinco sentidos:
dirige el hombre interior a los sentidos sólo para darles dirección y guía, para
preservarlos de hacer uso de su objeto de forma bestial, como hacen algunos
que viven según sus instintos corpóreos como animales irracionales (¡y, en
efecto, animales, mejor que hombres, se les debería llamar!).
Las restantes fuerzas, que en cambio no dedica a los sentidos, el alma las
asigna todas a la interioridad; es más, en caso de que tenga por objeto algo
muy noble y alto, retira también las fuerzas que tenía dadas a los cinco
sentidos; se dice entonces que el hombre es arrebatado fuera de sí. Pues su
objeto puede ser, o expresable por imágenes, pero racional, o superior a la
razón y superior a toda imagen. Dios exige de todo hombre espiritual que lo
ame con todas las fuerzas del alma, por eso dijo: «Ama a tu Dios con todo tu
corazón» (Me 12,30; Le 10,27). Pero hay hombres que malgastan totalmente
las fuerzas del alma en las exterioridades. Son los que entregan cada uno de
sus pensamientos y obras a los bienes pasajeros. Nada saben de un hombre
interior. Y, lo mismo que el hombre piadoso a veces quita todas las fuerzas
del alma a su ser exterior si el alma se dirige a un objeto alto, así los hombres
puramente animales quitan todas las fuerzas del alma a su interioridad para
malgastarlas en la exterioridad.
Más aún: el hombre exterior puede realizar una actividad, aun cuando el
hombre interior permanezca del todo libre e inalterado respecto a ella.
También en Cristo había un hombre exterior y un hombre interior, y lo
mismo en la Virgen; lo que ellos hacían en relación con las cosas exteriores
lo hacían sólo desde el punto de vista del hombre exterior, mientras el
hombre interior permanecía en su soledad. Así dijo también Cristo estas
palabras: «Mi alma está triste hasta la muerte» (Me 14,34). Y mientras la
Virgen lloraba y se lamentaba, permanecía, no obstante, inmóvil en solédad
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Objeto de la soledad
Por tanto, está vacío de toda oración; su oración consiste sólo en eso: en
conformarse a Dios. A tal propósito podemos también referir lo que Dionisio
observa sobre san Pablo: «Muchos corren tras la corona, pero sólo a uno le
corresponde» (1 Co 9,24). Todas las múltiples facultades del alma corren
hacia la corona, la cual corresponde sólo a su esencia. El añade que correr
detrás de la corona significa retirarse de todo lo que es creado y hacerse una
sola cosa con lo que no es creado. Cuando el alma llega a ese punto, pierde
su nombre: Dios penetra en ella tan perfectamente, que el alma se convierte
en nada, lo mismo que el Sol lleva consigo la aurora de manera que ésta de-
saparece. El hombre sólo puede llegar a esto con la pura soledad.
Aquí podemos referir también una frase de san Agustín: «El alma tiene
un acceso secreto a la naturaleza divina, en la cual todas las cosas se vuelven
para ella nada». Sobre la tierra, este acceso sólo se obtiene con la pura
soledad: cuando ésta es perfecta, el alma deviene para el conocimiento pri-
vada de conocimiento, para el amor deviene privada de amor, para la ilu-
minación deviene privada de luz.
Podemos añadir también el juicio de un maestro: bienaventurados son
los pobres de espíritu que han abandonado a Dios todas las cosas tal como El
las tenía cuando nosotros no estábamos. Sólo un corazón puro y libre puede
hacer esto.
Que Dios habite más a gusto en un corazón solitario lo reconocemos por
el hecho de que, si me preguntas qué busca Dios en todas las cosas, puedo
responderte con el libro de la Sabiduría, en el cual El dice: «En todas cosas
busco descanso» (Si 24,7). En ningún lugar hay plena quietud fuera del co-
razón en soledad. Por eso Dios está más a gusto allí, que en cualquier otro ser
o en cualquier otra virtud. Además, cuanto más apto es el hombre para abrir
plenamente su corazón a Dios, tanto más bienaventurado es; quien en esto ha
llegado a la más alta preparación ha llegado también a la más alta bie-
naventuranza. Pues el corazón sólo puede abrirse a Dios haciéndose seme-
jante a Dios, y cuanto más se abra a Dios, tanto más semejante a Dios será.
Tal adecuación se realiza en cuanto el hombre se somete a Dios; en cam-
bio, cuanto más se deja dominar el hombre por la criatura, tanto menos se
adecúa a Dios. El corazón en soledad está lejos de toda criatura, está some-
tido totalmente a Dios, es sumamente semejante a El, está dispuestísimo a
recibir en sí a Dios; eso quiso decir san Pablo con la frase: «Revestios de
Cristo Jesús» (Rm 13,14), refiriéndose a la semejanza con Cristo. Debes sa-
ber, por tanto, que cuando Cristo se hizo hombre, no tomó una determinada
naturaleza humana, sino la naturaleza humana en general. Cuando te despojas
de todo, queda sólo lo que Cristo tomó; así te revistes de Cristo.
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El dolor y la humildad
Hacia la nada
así la eleva fuera de su existencia de criatura. Pero con ello Dios se anula a sí
mismo en el alma, por lo cual ya no queda ni «Dios» ni «alma». Creedlo, eso
es esencial a Dios. Cuando el alma ha llegado al grado de sufrir la acción de
Dios, está también en situación de no tener ya Dios. Entonces se convierte
nuevamente en el eterno arquetipo en el cual Dios desde la eternidad la
contempló, su eterno Verbo. Cuando Dionisio dice: «No existe ya Dios para
el espíritu», quiere decir precisamente cuanto ahora he dicho.
Se puede, pues, preguntar si el alma, convertida de nuevo en su ar-
quetipo eterno, es lo que David entiende por la «luz», en la cual debe ver ella
la eterna «luz». ¡No!, respondemos, el alma no observa con esta luz la luz
eterna que la volverá bienaventurada. Decía, en efecto, Dionisio: «También
su arquetipo eterno se convertirá en nada para el espíritu».
Aclaro esto para que lo comprendáis con precisión. Cuando el espíritu
prorrumpe fuera de sí y por encima de sí, se anula como criatura y con ello,
como he demostrado, se libera también de Dios; entonces también el alma,
convertida de nuevo en su propio arquetipo eterno, pasa, por medio de ello, a
la esencia en cuanto puede manifestarse, al Padre. Este es el significado de la
frase. Así, también en el alma afluyen de nuevo todas las cosas al Padre, el
cual, como principio de su eterno Verbo, es también principio de todas las
criaturas.
¿Es tal luz, pues —cabe preguntar—, el Padre, en el cual el espíritu debe
ver la luz? ¡No!, respondo. Y ahora seguidme con atención. Sólo Dios obra y
sólo Dios creó todas las cosas; la divinidad no opera, no conoce ninguna
actividad creadora. Con relación a la imagen eterna, pues, Dios no es Dios,
porque no es considerado el creador; con el Padre, en cambio, mi alma está
en relación de igualdad.
En efecto, mi eterno arquetipo (o, respecto a la divinidad, «Hijo») es del
todo igual al Padre. Pero dice la Escritura: «Nada es igual a Dios». Para
hacerse, pues, igual a Dios, ¿debería el alma hacerse nada? ¡Justamente!
Nosotros, sin embargo, queremos decir que la igualdad no implica la unidad,
ya que el igual no es uno; donde hay unidad no hay igualdad, porque ésta
implica distinción y dualidad. Donde hay dos cosas iguales, no puede existir
el uno. Yo no soy igual a mí mismo, soy uno, el uno y el mismo que soy. Así
también en la divinidad el Hijo es igual, en cuanto Hijo, al Padre, pero no es
uno con él. Donde Padre e Hijo realizan la unidad ya no hay igualdad: en la
unidad de la esencia divina.
En esta unidad, el Padre nunca ha sabido del Hijo, ni el Hijo del Padre.
Pues en ella no hay ni Padre, ni Hijo, ni Espíritu Santo. Llegada al Hijo, a su
eterno arquetipo, igual al Padre, el alma supera su arquetipo y
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Eso, pues, quiso decir David con las palabras: «¡Señor, en tu luz vere-
mos la luz!». Con la esencia divina, toda la perfección llegará a ser nuestra;
en eso sólo consiste toda nuestra bienaventuranza, aquí como don de gracia,
allá arriba como plena posesión de la esencia.
[I, 1] Sostengo que, si en Dios hay algo que quieras llamar «ser», dicho
ser se debe entender como «conocer».
Además: el principio no es nunca lo principiado, lo mismo que el punto no es
nunca línea. Por eso Dios, siendo principio del ser o del ente, no es ente ni es
el ser de la criatura: lo que es en la criatura no es en absoluto en Dios sino
como en su causa, y no es en él formalmente. Por eso, si el ser conviene a las
criaturas, no está en Dios sino como en la causa: por eso en Dios no está el
ser, sino la pureza del ser. Lo mismo que, cuando de noche a alguno que
quiere permanecer desconocido y no decir su nombre se le pregunta: «¿Quién
eres?», responde: «Yo soy quien soy»; así el Señor, queriendo manifestar que
la pureza del ser está en él, dijo: «Yo soy el que soy» (Ex 3,14). No dijo
simplemente: «Yo soy», sino que añadió: «el que soy». Pues a Dios no
conviene el ser, a menos que llames ser a tal pureza.
Además: la piedra en potencia no es piedra, ni la piedra en su causa es
piedra; por eso el ente en su causa no es ente. Si Dios es la causa universal
del ente, nada de lo que está en Dios tiene valor de ente, sino que tiene valor
de entendimiento y de conocimiento, lo mismo que pertenece a la naturaleza
del ente el ser causado; y en el acto de conocimiento están virtual-mente
contenidas todas las cosas como en la causa suprema de todas ellas.
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[2] ...Un solo Dios es, con tal que las palabras se entiendan así: Dios es
uno. Muy convenientemente Proclo y el Líber de causis^ designan a menudo
a Dios con el nombre de uno o de unidad. Además: ese «uno» es negación de
la negación, y por eso pertenece sólo al ser primero y perfecto, cual es Dios,
del que nada se puede negar por el hecho de que posee de antemano e incluye
todo el ser...
[3] Observa finalmente que a Dios no se le debe rezar para que nos in-
funda la luz de su gracia, ni por otra cosa semejante, sino que se le debe rezar
para ser dignos de recibirlo. Porque Dios da siempre o nunca, da a todos o a
ninguno...
[5] El alma está íntegra e indivisa en el pie lo mismo que en el ojo y en
cada miembro. Si tomo un período de tiempo, éste puede ser el día de hoy o
el de mañana. Pero si considero el ahora, éste contiene en sí todo el tiempo.
El ahora, en el que Dios creó el mundo, es un tiempo tan próximo como este
momento en el que os hablo; y el último día está tan próximo a él como el
ayer...
Dice un maestro que Dios es algo que opera, indiviso, en sí mismo en la
eternidad, que no tiene necesidad de la ayuda de nadie, ni de instrumentos, y
subsiste en sí mismo, que de nada tiene necesidad y del cual todas las cosas
tienen necesidad y al cual tienden todas como a su último fin. Dicho fin no
tiene ninguna determinación, escapa a toda delimitación y se pierde en el
infinito. San Bernardo dice: «Amar a Dios es un modo sin delimitación»...4
Dios no es ni ser ni bondad. La bondad es inherente al ser, y no se extiende
más que el ser: si el ser no fuese, tampoco sería la bondad; el ser, en cambio,
es cosa más pura que la bondad. Dios no es bueno, ni mejor, ni óptimo.
Quien dijese que Dios es bueno le haría agravio, lo mismo que quien
calificase de negro al Sol.
Sin embargo, Dios dice: «Nadie es bueno, sino sólo Dios» (Me 10,18).
¿Qué significa «bueno»? Es bueno lo que se hace común a los demás. No-
sotros llamamos bueno al hombre que se prodiga y es útil. Por eso un ma-
estro pagano dice que un solitario no es ni bueno ni malo, porque no se
prodiga por los demás ni se hace útil. Pero Dios es lo que más se participa.
Ningún ser forma parte del suyo, porque todas las criaturas en sí mismas son
nada. Lo que participan lo reciben de otros. Y tampoco se dan a sí mismas. El
Sol difunde su luz y, sin embargo, permanece en su puesto; el fuego
expande su calor y, sin embargo, permanece fuego; pero Dios forma parte de
lo suyo porque el es para si mismo lo que es, y en todos los dones que hace
se da sobre todo a si mismo. El se da como Dios, tal cual es en todos sus
dones y en la manera en que es en aquel que puede recibirlo. Dice Santiago:
«Toda dadiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre
de las luces» (St 1,17).
Dios e identificarse con ella de manera que quiera lo que ella quiere, aunque
fuese su dano, e incluso su propia condenacion. Por eso san Pablo desea ser
separado de Dios por amor de Dios y en su honor (Rm 9,3).
Un hombre verdaderamente perfecto debe acostumbrarse a la muerte,
salir de si y transformarse de tal modo en Dios, que su bienaventuranza sea
solo no saber ya nada de si ni de ninguna otra cosa, sino solo de Dios, no
conocer otro querer que el querer de Dios y conocer a Dios como Dios lo
conoce, segun lo que dice san Pablo (1 Co 13,12). Dios conoce todo lo que
conoce y ama todo lo que ama solo en si mismo y por amor de si mismo. Y
nuestro Senor dice que la vida eterna es conocer solo a Dios (Jn 17,3).
Por eso los maestros ensenan que los bienaventurados en el reino de los
cielos no conocen las criaturas en sus imagenes de criaturas, sino en el unico
ejemplar que es Dios y en el cual Dios conoce, ama y quiere a si mismo y
todas las cosas. Este Dios nos ensefia a pedir en nuestra oracion, cuando
decimos: «Padre nuestro, que estas en el cielo, santificado sea tu nombre»; a
ti solo quiero reconocer. «Venga tu reino»: no tengo, no de-seo, no conozco
sino tu riqueza. Por eso dice el Evangelio; «Bienaventu-rados los pobres de
espiritu», es decir, la pobreza del querer. «Hagase tu voluntad en la tierra», es
decir, en nosotros, «como en el cielo», como en Dios mismo. Un hombre
semejante es tan conforme e identico a Dios, que quiere todo cuanto Dios
quiere y en la manera en que Dios lo quiere. Por eso, si Dios quiere que yo de
algiin modo tenga pecado, no deberia querer yo no haber pecado. Asi el
querer de Dios se cumple sobre la tierra, es decir, en el mal, como en el cielo,
es decir, en el bien. Asi el hombre quiere estar privado de Dios por amor de
Dios y estar lejos de el por amor suyo. Solo este es el recto arrepentimiento
de sus pecados, en cuanto es afliccion sin dolor. Tambien Dios recibe por
todos los males afliccion sin dolor. Afliccion y grandisima afliccion siento yo
por el pecado, y no que-rria cometer pecado por nada del mundo, aun cuando
debieran ser mios eternamente mil mundos; pero la afliccion sin dolor la
recibo y la alcanzo en la voluntad y de la voluntad de Dios: solo esta
afliccion es perfecta, porque procede y brota del puro amor de la purisima
bondad y alegria di-vina. De este modo se verifica y se prueba lo que he
dicho en este librito: que el hombre bueno, como tal, participa de todas las
propiedades de la bondad misma que es Dios...
Dice san Agustin: «Derrama fuera para ser colmado; aprende a no amar,
si quieres aprender a amar, encaminate alia para ser encaminado aqui».
Precisamente: lo que debe acoger y recibir, debe necesariamente estar vacio.
Los maestros nos dicen que el ojo no percibiria los colores, ni
i
estar maduros para acoger el espiritu. jPiensa, pues, que dano debe se-guirse
entonces de la convivencia humana! Antes de que uno los con-duzca a lo
interior, millares los Uevaran a lo exterior; antes de ser guia-dos una sola vez
por la buena doctrina, seran seducidos largo tiempo por los malos ejemplos.
Por decirtelo brevemente: lo mismo que la fria escarcha de marzo echa a
perder y destruye la deliciosa floracion de los huertos, asi el amor pasajero
destruye toda seriedad divina y toda dis-ciplina espiritual. Y si albergas aun
alguna duda a este respecto, mira los bellos vinedos florecientes, que tan
jovialmente estaban antes en su primera floracion y que ahora estan palidos y
desnudos, de suerte que apenas se siente su ferviente seriedad y su gran
devotion. Pero el mal irreparable nace porque lo que destruye ocultamente la
bienaventu-ranza espiritual se convierte en habito y costumbre espiritual.
Esto es tanto mas dariino, cuanto mas inocuo parece. Mas de un noble vergel
que estaba adornado con esplendidos dones, de suerte que parecia un paraiso
celeste en el cual Dios se deleitase en habitar, se ha convertido en un jardin
de hierbajos a causa del amor pasajero. Donde antes cre-cian las rosas y los
lirios, ahora esta lleno de espinos, de ortigas y de cardos; y donde una vez
moraban los santos angeles, hozan los cerdos. j Ay, que dolor en el momento
en que se haya de dar cuenta de las pa-labras inutiles, del tiempo perdido, del
bien que no se hizo, momento en el cual se leeran publicamente, ante Dios y
ante los hombres, todas las palabras inutiles dichas, pensadas o escritas,
ocultas o manifiestas, y se conocera su sentido, sin que nada de el
permanezca escondido!
RESPUESTA DEL SIERVO: ...Cuando soy abandonado por ti, mi alma esta como
el enfermo que no encuentra gusto en alimento alguno, y al que todas
las cosas le causan tedio. El cuerpo es perezoso, el espiritu, pe-sado; el
interior esta todo convulso, y el exterior, triste. Todo lo que veo y siento
me resulta tedioso, aun cuando sepa que es bueno —porque he perdido
todo apoyo—. Entonces soy tierno para mis vicios, debil en la resistencia
a los enemigos, frio e indiferente hacia todas las cosas buenas. Quien
viene a mi entonces encuentra la casa desierta, pues el dueiio que sabe
dar consejo en toda eventualidad, y que hace el bie-nestar de la familia
entera, esta ausente. Pero, oh Seiior, cuando la clara estrella matutina
sale en mi animo, todo dolor pasa, mi corazon rie, mi espiritu esta
contento y mi alma se alegra; me pongo entero de humor festivo, y todo
lo que esta en mi o conmigo se transforma en alabanza tuya. Todo lo que
era pesado y fatigoso, y que no se dejaba dominar, se vuelve ligero y
dulce: el ayuno, la vigilia, la oracion, el sufrimiento, la renuncia y toda
fatiga desaparecen ante tu presencia. Adquiero entonces un gran coraje,
que en el abandono me Uego a faltar. El alma se me
i
¡Vaya, como dejas vagar incautamente tus ojos y tu corazon, mientras tienes
ante ti, no obstante, la deliciosa imagen eterna, que no se aleja de ti ni por un
instante! ;C6mo te olvidas completamente, mientras el Bien eterno te
circunda totalmente con su presencia! lQu€ busca el alma en las pocas
exterioridades, contenidas tan ocultamente en el reino de los cielos?
JUAN TAULERO
cuenta de que valor tiene dicho amor. Lo que os falta es esto: no sois ca~
paces de penetrar en vuestra profundidad; si lo fueseis, oiriais a la gracia
llamaros sin descanso mas alia de vosotros mismos.
El hombre responde a esa llamada con tanta resistencia, que se hace
verdaderamente indigno de ella y la pierde para siempre; y asi lo tira todo por
el precipicio por complacencia del propio ser humano. Si, en cambio, el
hombre se hiciese obediente a las inspiraciones de la gracia, podria al-canzar
una union tal, que le haria gustar ya en el tiempo la eternidad.
Que Dios nos ayude para que eso nos sea concedido a todos. Amen.
DE LAS «PREDICACIONES»
[II] «Ego vox clamantis in deserto», «yo soy la voz del que clama en el
desierto» (Jn 1,23); preparad el camino al Senor y haced recta su senda.
Tenemos ahora ante nosotros una fiesta jocunda, en la cual el Verbo eterno
nace con naturaleza humana, y en la cual el mismo Verbo deberia renacer sin
descanso en toda alma santificada. El Verbo esta bastante cercano a la voz.
Dijimos ayer como el hombre debe llegar al verdadero desapasiona-mien to,
aniquilandose realmente hasta los fundamentos. Quien supiese en-contrar el
modo de llegar hasta alii siguiendo la via mas corta y mas cer-cana, y sin
errar, seria afortunado. Dicha via es la simplicidad de espiritu. que lleva al
desapasionamiento. Se llega a la verdadera simplicidad me-diante el
cerramiento de los sentidos, la ausencia de imagenes y el despre-cio de uno
mismo. En cada acontecimiento y en cada acto externo es pre-ciso ser
duefios de los propios sentidos, pues en realidad los sentidos sacan al hombre
fuera de si mismo y llevan hasta el imagenes extranas. Se lee de un padre de
santa vida que, debiendo salir de su celda en el mes de mayo, se echo sobre
los ojos la capucha del habito. Cuando le preguntaron por que hacia eso, dijo:
«Defiendo mis ojos de la vista de los arboles, para no ser impedido en las
visiones de mi espiritu».
Oh queridos hijos, si ya la vista del bosque silvestre suponia un impe-
dimento para aquel hombre, jcuan perjudicial debe sernos, pues, la varie-dad
de las cosas mundanas y frivolas! La segunda cosa que ayuda a alcan-zar la
simplicidad es amar a Dios sobre todas las cosas.
Existen tres generos de cosas: las perjudiciales, las vanas y casuales y,
finalmente, las buenas en si, que sin embargo provocan error e impedimento.
i
Las cosas son perjudiciales cuando el hombre atrae a si las criaturas con
placer y satisfaction, y cuando juega con ellas o cuando busca solaz en ellas
de modo desordenado y pecaminoso. Oh hijos mios, nadie puede decir
cuanto dafio procede de alii, pues indudablemente Dios se ve obligado a
alejarse, aun cuando tu no hayas querido hacer el mal con las obras: el placer
anheloso se posesiona en su propio palacio del que goza, y ensucia la noble
vina con un estiercol putrido y hediondo, de manera que quien goza no puede
decir de verdad con la esposa del Libro del amor: «Nues-tro lecho esta
sembrado de flores y banado de perfumes» (Ct 1,16).
Ahora os hablare de una diferencia. El hombre que ama a Dios y que
querria amarlo mas aun, a menudo queda disgustado por las criaturas en su
corazon, en su animo y en su humor, y ello le atormenta como la muerte y
como una tortura. Pero debe soportarlo con desapasionamiento o, si no hay
necesidad de ello, con el amor por todas las criaturas. jOh hijos, cuan feliz
seria, felicisimo, el hombre que permaneciera inalterablemente puro: eso
seria para el un tesoro purisimo!
Estan, en segundo lugar, las cosas vanas y recordadas casualmente, de
las que el hombre no se preocupa mas que del vuelo de los pajaros, o del
curso del Rin, y cosas semejantes. Nadie en este mundo puede liberarse enter
amente de estos recuerdos; solo hay quien lo hace mil veces mejor que otro.
Dice san Bernardo: «Si el corazon esta lleno del amor de Dios, la va-nidad no
encuentra lugar en el». Un clavo saca otro clavo: pon en lo pro-fundo del
corazon las ensenanzas de las altas cosas divinas para que las cosas infimas
sean expulsadas de el y puestas en fuga.
En tercer lugar estan las cosas utiles, pero que llevan al error y al impe-
dimento. Existen personas que tienen tantas tentaciones y tristezas como si
fluyese en ellas el Rin, y no pueden tener nunca en el corazon silencio ni paz,
porque, si de cuando en cuando se dan exteriormente a la alegria, y quisie-ran
permanecer internamente en quietud, les asaltan tantos pensamientos y
pesadumbres, que se asemejan a un arbol que este en pleno invierno con to-
das las hojas al viento, sin poder permanecer quieto. No pueden liberarse de
las obras que se han propuesto, y son tan diligentes en su voluntad de
realizarlas, que no consiguen estar calmos, ni tener paz en su corazon.
Queridos hijos, la diversidad de las opiniones impide la verdadera
unidad del espiritu. Hay algunos que permanecen mudos como peces, y esos
pasan primero; pero si los hombres inquietos fuesen constantes, si
que-brantasen su naturaleza impetuosa y se hiciesen violencia a si mismos,
afe-rrandose y encadenandose, si se aquietaran, llegarian a ser mucho mas
nobles de animo que esos otros.
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y mira de adoptar ese acto como ejercicio constante, hasta que quedes
des-figurado en ti mismo y en todas las imagenes, inmerso en el ser divino,
mas alia de todas las imagenes». Quiera Dios hacernos llegar a esto. Amen.
[VII] «Rogo, Pater, ut sint unum sicut et nos unum sumus», «Padre, te
ruego que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,11): asi dijo nuestro
amado Senor y Redentor —«pues es necesario»—. Por eso, deje el hombre a
su padre y a su madre, y habite en el Uno; es decir, cuando el hombre ha
dejado y perdido en Dios todas las cosas y su variedad, interna y
externamente, incluso a si mismo, sus sentidos y sus fuerzas, olvidese y
vaciese tambien de su padre y de su madre, o sea, de las cosas que
engen-draron en el la interioridad. Debe superar la virtud que lo creo, en
cuanto consiste en una diferenciacion, en obras y en imagenes; ella debe
llegar a ser desimaginada y esencial, y nuevamente imaginada alii donde
nacio y de donde salio, alii donde terminan las imagenes y las obras, es decir,
en Dios. Pues si en el alma existe la imagen de la virtud, podria estar tambien
en ella la imagen del vicio. Si no existiese el amor, no habria odio; si no
exis-tiese la soberbia, no se conoceria la humildad; si no hubiese nada bajo,
no existiria nada alto. Por eso, si se quiere llegar a ser, en un piano mas
ele-vado, totalmente uno con Dios y, por tanto, esencialmente desfigurado,
toda diferenciacion y construction debe perecer. Toda imagen se une a una
cosa u otra, y todo camino separa; pero, alcanzado el destino, no se tiene ya
necesidad de caminos. Nunca llegara la virtud a sernos tan propia, tan
verdadera y esencial, como cuando nos desfiguramos en este Uno frente a
ella, pues entonces la virtud misma no tendra ya un «aqui» ni un «alli», ni
tendra ya la apariencia de buscar un provecho propio, porque obrara desde si
misma y por si misma. Nada entendera fuera de si misma, es decir, fuera de
Dios, pues Dios es la esencia de toda virtud; dicha esencia hace el bien por el
bien, es la razon de si misma, y no conoce otro objetivo fuera del bien,
porque es buena. Ama por el amor mismo, es verdadera por la verdad y justa
por la justicia...
No se puede hacer lo mismo por cada hombre, y cada uno debe bastar a
los que le fueron encomendados para que no se corrompan ni se abando-nen,
y solo por esta razon, y no por ser su padre o amigo. El yo debe ser abolido, y
debes realizar las obras como las haria por ti un hombre de mas alia de los
mares, al que no has visto nunca: asi debes hacerlas con tu padre,
i
con tus amigos y contigo mismo. Deberas tener el mismo amor, animo e in-
clination por cada hombre, aun cuando lo que de ellos recibes a cambio no
los iguala en apariencia. Si eres de verdad constante y sales completamente
de ti mismo, de suerte que no piensas en tu provecho en cosa alguna,
en-traras directamente en la unidad de la que hemos hablado, respecto a todo
lo que Dios es o posee; su ser, su poder, su acto llegaran a ser tuyos tanto
como suyos, y todo lo que los hombres, los angeles y las criaturas poseen de
bienes, alegrias y bienaventuranzas llegara a ser tan tuyo como de ellos, ni
mas ni menos; pues si tienen algo de malo o de penoso, ellos se lo quedan;
pero si has salido fuera de ti mismo mas que ellos y piensas menos que ellos
en lo que es tuyo, en tu utilidad y tu provecho, su bien estara mas en ti que en
ellos, y haras de todo ello un uso mas placentero, adecuado y feliz que el de
ellos. En realidad, cuanto mas se aparta uno del amor de si mismo y de la
voluntad propia, tanto mas entra en la Unidad divina; pero no debe pen-sar
tampoco en este bien y utilidad, pues, cuanto menos se piensa en lo propio,
tanto mas se lo encuentra. Quien saliese completamente [de si mismo],
deberia entrar sin duda y enteramente [en la unidad con Dios], llegando a ser,
no solo igual, sino del todo Uno [con el], y todas las cosas serian com-
pletamente suyas, porque recibiria todas las cosas, el amor y el dolor,
direc-tamente de Dios, sin quedar afectado por la desigualdad en cosa alguna.
que para ellos fueron dias, para nosotros seran aiios, porque, estando
des-tinados los apostoles a ser el fundamento [de la Iglesia], su tiempo de
es-pera fue breve, a saber, un dia por cada aiio.
Haga lo que haga el hombre, no obtendra la verdadera paz, ni Uegara a
ser un hombre esencial, angelico, antes de los cuarenta aiios. Muchas son las
servidumbres que impiden al hombre, y la naturaleza lo persigue de tal modo,
por un lado y por otro, y son tantas las cosas en las que reina aque-11a,
aunque nosotros creamos que esta presente Dios, que antes de ese tiempo no
podra llegar el hombre a una verdadera paz divina, ni a hacerse celestial.
Despues de eso, sera preciso que espere otros diez aiios, antes de que
descienda sobre el el Consolador, el Espiritu Santo que enseiia todas las
cosas%lo mismo que los apostoles que tuvieron que esperar diez dias, hasta
que la prontitud para la vida, el dolor y todas las demas cosas, hasta las que
mas amaban, se apago en ellos, de suerte que nuestro Seiior pudo llevar
consigo al cielo todo el espiritu, el corazon y el amor de ellos, y hacer que
todo su juicio, su amor, su corazon y su animo permanecieran enteramente
con el en el cielo. Y despues de toda esta preparation y esta noble
amones-tacion, debieron aun aguardar diez dias antes de acoger al Espiritu
Santo.
Estaban ellos encerrados en su casa y, reunidos, aguardaban. Asi debe
hacer el hombre llegado a cierta firmeza en su cuadragesimo aiio de edad,
convertido en celestial y divino, superando hasta cierto punto la naturaleza.
Despues de eso, haran falta otros diez aiios, hasta llegar a los cin-cuenta, para
acoger del modo mas alto y noble al Espiritu Santo, que enseiia todas las
verdades. En esos diez aiios, llegados a una vida divina y superada la
naturaleza, nos concentramos y recogemos, fundiendonos en el bien puro,
divino, univoco, que es la pequeiia y noble chispa interior y un refluir a las
propias fuentes. Si el reflujo se produce de modo correcto, toda deuda
quedara suficientemente saldada, aun cuando hubieran sido tantas cuantas
contrajeron los hombres todos desde el principio del mundo; toda gracia y
toda bienaventuranza se confirmara en ella, y el hombre llegara a ser divino.
Estos son los pilares del mundo y de la Santa Iglesia. Dios nos ayude a
alcanzar este objetivo. Amen.
dejan recobrar aliento durante algunos instantes, para que recupere vigor y
soporte mejor la caza...
Cuando el ciervo ha superado a todos los perros y ha llegado al agua,
comienza a beber con todo el hocico dentro, y apaga su sed con gran fruition,
mientras puede. Tambien el hombre obra asi cuando, con la ayuda de Dios,
se ha liberado de la jauria de las tentaciones y, sediento, confiado, llega a
Dios. <[Que hara entonces? Sorbera a boca llena hasta quedar embriagado y
tan lleno de Dios, que en la fruition se olvida completamente a si mismo y le
parece que puede obrar prodigios y pasar con animo alegre a traves del fuego,
el agua e incluso millares de espadas. No teme ya ni vida ni muerte, ni placer
ni dolor, y eso pasa porque esta embriagado en Dios. A eso se le llama jubilo,
y en ese estado se grita o se llora unas veces, se canta o se rie otras.
»En la primera ciudad hay una copa que esta cerrada y no esta cerrada;
que es pequena y no es pequena; una copa que resplandece y no
resplan-dece; una copa que esta vacia y no esta vacia; una copa que esta
limpia y, sin embargo, no esta limpia. En la segunda ciudad nacio un leon
que fue visto y no fue visto; que fue oido y no fue oido; que podia ser tocado
y no podia ser tocado; que fue reconocido y no fue reconocido; que fue atado
y, sin embargo, no fue atado. En la tercera ciudad habia un cordero que fue
esqui-lado y no fue esquilado; herido y no herido; que balaba y no balaba;
que era paciente y no era paciente, que murio y no murio. En la cuarta ciudad
habia una serpiente que dormia y no dormia, que se movia y no se movia,
que oia y no oia, que veia y no veia, que sentia y no sentia. En la quinta
ciudad habia un aguila que volaba y no volaba, que fue a un lugar que ya
nunca abandono; que descansaba y no descansaba; que rejuvenecia y no
rejuvene-cia; que se alegraba y no se alegraba; que era honrada y no era
honrada».
Estas oscuras palabras son explicadas por el mismo Padre eterno.
La copa de la que te he hablado es Maria, hija de Joaquin y madre de la
humanidad de Cristo. Ella, en efecto, fue una copa cerrada y no cerrada:
cerrada para el diablo, pero no para Dios; pues lo mismo que un torrente
deseoso de desaguar busca otras salidas si se le pone delante un recipiente
insuficiente, asi el diablo, como torrente de vicios, deseaba acercarse con
todas sus astucias al corazon de Maria; pero jamas consiguio plegar el animo
de ella a un solo pecado, siquiera minimo. Pero el torrente de mi Espiritu
invadio su corazon y lo colmo de gracia espiritual.
Maria fue la madre de mi Hijo. Copa muy pequena y una nada en el
des-precio de su humildad; grande, y no pequena, en el amor por mi
divinidad.
Maria fue una copa vacia y no vacia. Vacia de toda voluptuosidad y pe-
cado; no vacia, sino llena de la celestial dulzura y de toda virtud.
Maria fue una copa luminosa y no luminosa. Luminosa porque, aun cuando
toda alma fue creada bella por mi, el alma de Maria fue creada con toda
perfection de luz por cuanto mi Hijo se establecio en su alma. De su belleza
gozan el cielo y la tierra. Pero entre los hombres esta copa no res-plandecia,
porque despreciaba los honores y las riquezas del mundo.
Maria fue una copa limpia y no limpia: limpia, porque fue toda her-mosa y
en ella no se encontraba ni la inmundicia donde pudiera clavarse la punta de
un alfiler. Pero no fue limpia porque salio de la raiz de Adan y nacio de
pecadores, aun cuando fuese concebida sin pecado para que de ella pudiese
nacer, sin pecado, mi Hijo.
Todos los que lleguen a la ciudad donde Maria nacio y fue educada, no
solo seran purificados, sino que tambien sus copas seran en mi honor
i
DE LAS «PREDICACIONES»
Asi, la huida de Cristo fue divinamente ordenada por el angel. Pero, ^por
que una cosa tan grande y solemne como la huida de Cristo de una tierra fiel
a otra infiel fue sugerida en suefios y no durante la vigilia, siendo
i
asi que no debemos dar fe a los sueiios, segun las palabras de la Escritura:
«Vosotros no observareis los sueiios» (Lv 19,26)?
Y en otro lugar se dice: «Cuidad de que no haya entre vosotros nin-guno
que observe los sueiios» (Dt 18,10); si no debemos observar los sueiios,
({como pudo ser que una cosa tan grave como una revelation divina fuese
hecha en sueiios? Sabed que para recibir las revelaciones divinas se requiere
un corazon preparado, tranquilo y no turbado por los quehace-res del mundo...
Ahora bien, san Jose tenia el corazon disipado a causa de la ansiedad que le
causaba el Hijo de la Virgen, sabiendo que el nifio era Hijo de Dios y que
Herodes buscaba su muerte.. Ademas, estaba atareado con su trabajo de
artesano. La revelation fue hecha en sueiios porque entonces tenia el el
corazon tranquilo; pero se dira: ^como se puede saber si una revelation hecha
en sueiios es divina? Se sabe que es de dia por la cla-ridad del Sol. Y cuando
una revelation esclarece y da fuerza, se sabe que viene de Dios. Si hay alguna
duda, el sueiio no proviene de Dios. El santo Job nos ensena que la revelation
se hace en sueiios: «En el horror de una vision nocturna» (Jb 4,13)...
La Virgen Maria tenia el corazon tranquilo, y por eso la revelation de la
conception y de la encarnacion de Cristo le fue hecha por el angel, no en
sueiios, sino durante la vigilia, y tuvo que ser hecha a ella y no a Jose.
Quien quisiere huir los lazos y tentaciones del anticristo y librarse de las
del demonio en los postrimeros dias, ha de procurar guardar dos cosas en el
conocimiento propio. La primera es que debe sentir de si como de un cuerpo
muerto lleno de gusanos, hediondo y tan asqueroso, que no solamente huyen
de poner en el los ojos los circunstantes, mas se tapan las na-rices por no
sentir el mal olor que de si echa, y vuelven el rostro por no ver tal y tanta
abomination.
Esto conviene, carisimo, a ti y a mi consideremos siempre. Empero mu-
cho mas a mi, porque toda mi vida es hedionda, y yo todo soy asqueroso. mi
cuerpo, mi alma y todo cuanto hay dentro de mi esta lleno de corruption y
podredumbre de los pecados y maldades que en mi hay, y asi todo soy
abominable. Y lo que es peor: que siento cada dia este hedor en mi que va
creciendo, y de nuevo aumentandose. Debe, pues, el alma fiel sentir de si tal
hedor con grandisima verguenza de la presencia de Dios, como de-lante de
Aquel que lo ve todo; o como si estuviese delante de un riguroso juez, y asi
se ha de doler grandemente de las ofensas hechas a su divina Ma-jestad, y de
haber perdido la gracia que le dieron por la sangre preciosi-sima de Cristo
cuando la lavaron con el agua del santo bautismo. Como considera que causa
mal olor a sus propias narices y a las de Dios, asi tambien se ha de persuadir
que tambien sienten el hedor no solo los angeles y almas santas, sino todos
los hombres de la tierra, delante de los cuales es abominable y hediondo. Y
todos abominan de ver no solo sus obras y oir sus palabras, empero que se
tapan las narices y vuelven el rostro por no verlo, y como a cuerpo muerto
hediondo lo echan de su compania. Y de esta suerte este apartado, como el
mas asqueroso leproso, hasta tanto que vuelva en si. Y si alguno Uegase a
hacer justicia de el y de su cuerpo, sienta de si lo que es justo, y crea de si lo
que queda dicho, aunque le sacasen los ojos y cortasen las manos, quitasen
las orejas, quebrasen la boca e hiciesen esto propio de todos sus miembros y
partes del cuerpo; porque con todos ellos ha ofendido al Seiior que le creo.
Mas adelante debe desear que lo desprecien y ultrajen de tal manera que
todos los vituperios, deshonras, infamias, injurias, blasfemias y, final-mente,
cuantas cosas adversas le vengan, con sumo gozo y grande alegria las abrace
y sufra con paciencia.
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GERLAC PETERSZ
lo que estos son intimamente, ni su razon de ser. Asi esta alma se retira vacia
y ayuna de la mesa abundantemente preparada, a la cual se sienta a menudo,
pero sin dejar de ser extrafia a ella.
El Senor que nos ha amado con tanto impetu desde la eternidad,
mos-trandonos signos tan grandes de su amor, y que, ademas, se nos da
entero, ¿como podrfa permitir que nos sucediese algo que no fuese para
nuestro progreso y por amor suyo? Y si por casualidad lo permite, ^causa
nuestra culpa y nos abandona en ella? Esta bien, porque debemos reconocer
que habriamos merecido infinitamente mas, y se debe soportar
voluntaria-mente lo que le plugo que sobrellevaramos.
Asi, debemos llegar al Seiior de modos diversos, sirviendonos de los
varios dones y acontecimientos, pero poseyendo en todo la gracia, y
di-ciendo ante cualquier molestia y tribulation, con el profeta Jeremias:
«Cierto, esta es mi enfermedad y la soportare» (Jr 10,19).
El amante que esta en estado de gracia comprende como el Seiior
or-dena todo para nuestro progreso, y encontrara igual beneficio, tanto en las
cosas minimas, como en las maximas, en las tinieblas lo mismo que en la luz,
y transformara las tinieblas en luz y la carestia en abundancia.
La gracia es en realidad como un circulo, sin principio ni fin; es
pro-ducida por Dios y desde El avanza hacia todas las criaturas; despues
tiende de nuevo, sin descanso, de las criaturas a su origen primitivo.
Cuando, pues, estamos unidos a Dios con nuestras fuerzas mas elevadas,
avanzamos con El, por medio de su gracia, hacia todas las cosas; y lo que El
permite lo permitimos tambien nosotros; y lo que El da lo damos tambien
nosotros, caminando, en cierto modo, fuera de los sentidos corporales. Es-
tando con El permitimos tambien que nos sobrevenga cualquier cosa que
tenga alguna causa externa o interior: los escandalos, el desprecio, las
fla-quezas, las pasiones, etc., y nos comportaremos como uno que dijese
durante sus propias pruebas: «Asi fue ordenado de antemano desde la
eternidad; asi debe suceder; asi quiero que suceda, y no elijo otra cosa. El
Seiior me ha dado flaquezas, sequedades, pasiones y tinieblas; quiero
ejercitarme en ellas para amar mucho a Dios y para sacar de ahi mi
excelencia, pues el Seiior, con gran amor, dispuso que me sobreviniesen estas
cosas para aumentar mi per-feccionamiento y darme la oportunidad de la
salvation eterna».
Entonces la luz surgira de las tinieblas, y mis tinieblas se transformaran
en luz meridiana (Is 58,10), alii poseemos a Dios, y El nos posee en el
es-condidisimo conocimiento, por lo cual todo lo que puede pasarnos desde
el exterior no tiene el poder de alcanzarnos; alii estamos escondidos en lo
intimo del rostro del Seiior (Sal 31,21).
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Sean dadas gracias a Dios omnipotente, que aqui nadie nos ve; seanle
dadas gracias porque al ojo mortal no aparece otra cosa que flaqueza; y esto
para que lo que de robusto se esconde en nosotros no nos sea arreba-tado al
ser visto. En tal union es necesario que consideremos todas las cosas, no
segun nosotros mismos, sino esforzandonos en salir siempre, y cada vez mas,
de nosotros.
Nadie nos considere angustiados, necesitados, miseros, innobles, porque
tal vez nos sea quitada toda consolation externa, es decir, porque nadie nos
busca, ni nos pregunta el motivo por el cual somos rechazados, abajados, no
tenidos en cuenta, ni por que nos despreciamos tanto a nosotros mismos, ni
por que escogemos ser pobres y, en cierto modo, la basura de todo.
iViva el Seiior, ante el cual paseamos en sinceridad y verdad! Obrando
asi no necesitamos de todo lo extraiio que nos falta y buscamos solo el sumo
Bien oculto, inconmutable, en el cual lo encontramos todo. Todo lo demas,
que este fuera de El, no tiene para nosotros casi ningun valor, y si Dios no
quisiera concedernoslo, podemos, y queremos de buen grado. prescindir de
ello como de algo superfluo.
Si la naturaleza se turba y se ve agravada, si de mala gana soporta las
molestias y contrariedades, y esta inquieta por no poseer una voluntad suya
propia, eso no nos ataiie: permanezca asi de inferior, con tal de que no
arrastre igualmente al animo. Pero por eso «el ungiiento que cae de lo alto y
que desciende sobre la barba», es decir, sobre las potencias superiores del
alma, alguna vez «va bajando tambien por la orla del vestido» (Sal 133,2),
hasta llegar a los sentimientos del corazon y a los sentidos corpora -les, de
manera que tampoco ellos desean otra cosa sino que Ta voluntad del Seiior,
que se hace en nuestro cielo, se haga tambien en nuestra tierra, y que cese su
murmullo e impaciencia y puedan soportar con mas facilidac las molestias y
las tribulaciones.
Si seguimos de esta manera a la gracia de Dios, no saliendo nunca de su
orbita, estaremos siempre en la luz, y si no en la luz sensible y amorosa o en
el gusto atrayente, al menos en aquella luz en la cual buscamos y de-seamos
solo lo que el Seiior quiera darnos, sea tiniebla o luz.
es decir los afectos, «estan Uenos de ilusiones» (Sal 38,8), y las ilusiones son
lo que en otro lugar el llama «vanidades y falsas locuras» (Sal 40,5) y
«fabu-las de iniquidad» (Sal 119,85). El poeta quiso oponerse a ellas
diciendo:
Si no
atiendes a inclinaciones y quehaceres honestos,
por envidia o amor alarmado te veras en la tortura.5
[5] Pero ^quien, pues, —digo yo— esta libre de todo eso hasta el punto
de no sufrir de cuando en cuando sus molestias? A mi parecer, ningun
«hombre vivo», ya que estan «todos impregnados de vanidad» (Sal 39,6). En
efecto, una cosa es volverse espontaneamente, o por amor, a tales
ocu-paciones, y otra alejarlas con todo el deseo de la mente y con la mano de
la discretion como aguijones inoportunos de moscas cargantes, semejantes a
los pajaros que revoloteaban en torno al sacrificio vespertino de Abraham
(Gn 15,11).
[6] ^Querra alguno indagar en torno a los muchos religiosos que se
pro-digan en las salmodias, y en los canticos sonoros multiplicados
armonica-mente, preguntandose si obstaculizan la adquisicion o el ejercicio
de la contemplation? Prefiero responder declarando lo que ellos mismos
sienten. El bienaventurado Agustin lloraba copiosamente al oir los cantos «de
la iglesia suavemente resonante, y, hondamente conmovido por esa voz,
aclaraba en su corazon la verdad».6 Pero, a mi parecer, de ahi no se sigue que
el fuese uno de los cantores. [7] De todos modos, puesto que vale mas la
gracia que la in-dustria para procurar la quietud de la contemplation, puesto
que nos distra-emos durante los cantos, tal vez alguno asi ocupado y que, sin
embargo, se es-fuerza en ello, sienta el rapto, especialmente cuando todo el
tiende a conver-tirse, de animal, en rational y finalmente, tras estos dos
estados, en espiritual.
[8] La multiplicidad de voces esta establecida mas bien para ocupar las
mentes de los hombres animales —que ciertamente no sabrian meditar las
cosas mas altas con quietud dentro de si, ni tampoco hacer uso del ocio—. y
no tanto para los espirituales, los cuales son raros y a los que quizas una
religion bien constituida podria liberar de ese yugo, para que el asno no tenga
que arar siempre con el buey (Dt 22,10), o para que a los pies de Jesus no se
encuentre Maria, sino Marta solamente (Lc 10,39-40). [9] Si el
TOMAS DE KEMPIS
DE «IMITACI6N DE CRISTO»
[I, 20, 2] Dijo uno: «Cuantas veces estuve entre los hombres, volvi me-
nos hombre» (Seneca, Bp. 7). Lo cual experimentamos cada dia cuando
hablamos mucho. Mas facil es encerrarse en casa que guardarse del todo
fuera de ella. Por esto al que quiere llegar a las cosas interiores y espirituales,
le conviene apartarse de la gente con Jesucristo. Ninguno se muestra seguro
en publico, sino el que se esconde voluntariamente. Ninguno habia con
acierto sino el que calla de buena gana. Ninguno gobierna con seguri-dad,
sino el que se somete con gusto.
De la conversion interior
[7] Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen o
estiman, es verdaderamente sabio y enseiiado mas de Dios que de los
hombres. El que no sabe andar dentro de si, y tener en poco las cosas ex-
teriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devo-tos.
El hombre interior presto se recoge; porque nunca se entrega del todo a las
cosas exteriores. No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupacion ne-cesaria
a tiempo, sino que asi como suceden las cosas se acomoda a ellas. El que esta
interiormente bien dispuesto y ordenado no cuida de los he-chos famosos y
perversos de los hombres. Tanto se estorba el hombre y se distrae cuanto
atrae a si las cosas de afuera.
[8] Si fueses recto y puro, todo te sucederia bien y con provecho. Por eso
te descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente, porque aun no
has muerto a ti del todo, ni apartado de todas las cosas terrenas. Nada
mantilla ni embaraza tanto el corazon del hombre cuanto el amor
desordenado de las criaturas. Si desprecias las consolaciones de fuera,
po-dras contemplar las cosas celestiales y gozarte muchas veces dentro de ti.
[III, 30, 2] <;Por ventura hay cosa dificil para mi? (Jr 32,27). lO sere yo
como el que dice y no hace? ^Donde esta tu fe? Ten firmeza y perseve-rancia.
Se varon fuerte ymagnanimo, y a su tiempo te llegara el consuelo. Esperame,
que yo vendre y te curare. Tentacion es la que te atormenta, y vano temor el
que te espanta. ciQue aprovecha el cuidado de lo que esta por venir sino para
tener tristeza sobre tristeza? Bastale a cada dia su ma-licia (Mt 6,34). Vana
cosa es y sin provecho entristecerse o alegrarse de lo venidero, que quiza
nunca acaecera.
[3] Pero es propio de la humana flaqueza engaiiarse con tales
imagi-naciones; y tambien es serial de poco animo dejarse burlar tan
ligeramente del enemigo. Pues el no cuida que sea verdadero o falso aquello
con que nos burla o engaiia; o si derribara con el amor de lo presente, o con
el temor de lo futuro. No se turbe, pues, ni tema tu corazon (Jn 14,27). Cree
en mi y ten confianza en mi misericordia. Cuando piensas que estas lejos de
mi, estoy mas cerca de ti regularmente. Cuando piensas que esta todo casi
perdido, entonces muchas veces esta la ganancia del merecer. No esta todo
perdido cuando alguna cosa te sucede contraria. No debes juzgar como
sientes ahora, ni embarazarte ni acongojarte con cualquier contra-riedad que
te venga, como si no hubiese esperanza de remedio.
[III, 47, 1] Hijo, no te quebranten los trabajos que has tornado por mi, ni
te abatan del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y con-suele
en todo lo que viniere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y
medida. No trabajaras aqui mucho tiempo, ni seras agraviado siempre de
dolores. Espera un poquito, y veras cuan presto te pasan los males. Vendra
una hora cuando cesara todo trabajo e inquietud. Poco y breve es todo lo que
pasa con el tiempo.
[2] Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi vina, que yo sere tu
galardon. Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo
ad-verso; la vida eterna digna es de esta y de otras mayores peleas. Vendra la
paz un dia que el Seiior sabe, el cual no se compondra de dia y noche como
en esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad infinita, paz firme y
descanso seguro. No diras entonces: «^Quien me librara de este cuerpo
mortal?» (Rm 7,24). Ni clamaras: «|Ay de mi, que se ha dilatado mi
destierro!» (Sal 120,5). Porque la muerte estara destruida, y la salud vendra
sin defecto; ninguna congoja habra ya, sino bienaventurada alegria,
compaiiia dulce y hermosa.
mas al pobre que al rico; se acomoda mas bien al inocente que al pode-roso;
se alegra con el veraz, no con el enganoso; exhorta siempre a los buenos a
que aspiren a gracias mejores y se asemejen al Hijo de Dios por sus virtudes.
[15] La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo; pero la
gracia lleva con buen rostro la pobreza.
[16] La naturaleza todo lo dirige a si misma, y por si pelea y porfia; mas
la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente mana; ningun bien se
arroga ni se atribuye a si misma; no porfia, ni prefiere su modo de pensar al
de los otros, sino que en todo dictamen y opinion se sujeta a la sabiduria
eterna y al divino examen. La naturaleza apetece saber secretos y oir
novedades; quiere aparecer en publico y observar mucho por los sentidos;
desea ser conocida y hacer cosas de donde le pro-ceda alabanza y fama. Pero
la gracia no cuida de oir cosas nuevas y curiosas, porque todo esto nace de la
corruption antigua, y no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra; ensena a
recoger los sentidos, a huir la vana com-placencia y ostentation, a esconder
humildemente lo que tenga digno de alabanza, y buscar en todas las cosas y
en toda ciencia fruto de utilidad, y la alabanza y honra de Dios; no quiere que
ella ni sus cosas sean pre-gonadas, sino que Dios sea glorificado en sus dones,
que los da con pu-risimo amor.
[17] Esta gracia es una luz sobrenatural y un don especial de Dios, y
propiamente la marca de los escogidos y la prenda de la salvation eterna, la
cual levanta al hombre de lo terrenal a amar lo celestial, y de carnal lo hace
espiritual. Asi que, cuanto mas apremiada sea la naturaleza, tanta mayor
gracia se infunde, y cada dia es reformado el hombre interior segun la imagen
de Dios con nuevas visitaciones.
DIONISIO EL CARTUJANO
Santa Cristina
7. Tambien Beda el Venerable habia de la avidez de calor ardiente y de agua helada de uno
que fue sepultado vivo y experimento una resucitacion, en Inglaterra, en el ano 806.
i
pinos una vez limpiada la sangre, no se veia en ella signo alguno de lesiones.
Asi se lacero a si misma con acerbisimos alfileres. Muchas veces, mientras
oraba y contemplaba se encendia por el amor divino, parecia como si todo su
cuerpo y todos sus miembros se licuasen como cera, y ella se convirtiese en
una forma nueva y admirable, y asi seguia hasta que, acabada la con-
templation, volvia a su ser primero.
El convite
esta de san Patricio: «jCristo conmigo! j Cristo delante de mi! ¥Cristo de-tras
de mi! jCristo en mi! jCristo a la derecha! jCristo a la izquierda! jCristo en la
anchura! ¥Cristo en la longitud! [Cristo en el corazon de quien me piensa! j
Cristo en el ojo que me ve!».
En cuanto al titulo de la obra, procede de los Salmos: «En torno al Seiior
hay una nube oscura» (Sal 97,2); «Por el gran esplendor de su presencia se
interpusieron nubes» (Sal 18,13).
[50] Cuando el amor es casto y perfecto, puede permitir que los sentidos
se nutran y fortalezcan por suaves emociones y lagrimas, pero nunca se turba
si Dios permite que desaparezcan. Sigue gozandose en Dios de la misma
manera.
Algunas personas experimentan cierto grado de consolation casi siempre,
mientras que otras solo raras veces.
Si sus ojos estan abiertos, pueden llegar a mirar fijamente como los de
un perturbado mental, o estar desorbitados de horror como quien ve al diablo,
y bien podria ser, porque no esta lejos. A veces sus ojos miran como los de
una oveja herida proxima a la muerte. Unos inclinan la cabeza hacia un lado,
como si llevaran un gusano en las orejas. Otros, cual espiritus, emiten
sonidos estridentes y plaiiideros que suponen sustituyen al habia.
Normalmente son hipocritas. Otros, finalmente, gimen y sollozan en su deseo
y ansia de ser escuchados. Estan a un paso de los herejes...
Hay algunos tan cargados con toda suerte de excentricidades y
ama-neramientos refinados, que cuando escuchan adoptan una forma
recatada de retorcer la cabeza hacia arriba y hacia un lado, quedando
boquiabier-tos. ¡Diriase que tratan de escuchar con la boca en lugar de
hacerlo con los oidos! Algunos, cuando habian, apuntan con los dedos hacia
sus propias manos o al pecho o hacia aquellos a los que estan sermoneando.
Otros no pueden estar sentados, ni de pie, ni acostados sin mover los pies o
gesticu-lar con las manos. Algunos reman con los brazos como si trataran de
atra-vesar a nado una gran extension de agua. Otros, finalmente, estan
siempre haciendo muecas o riendose sin motivo a cada momento como
chicos ato-londrados o payasos absurdos sin education.
Cuanto mejor es una postura modesta, un porte tranquilo y compuesto.
un candor alegre.
[9] Dime ahora, ^sigues todavia esperando que tus facultades te ayuden a
alcanzar la contemplation? Creeme, ciertamente no ocurrira asi. Las
me-ditaciones imaginativas y especulativas, por si mismas, nunca te llevaran
al amor contemplativo. Por muy extraordinarias, sutiles, hermosas o
profun-das que sean, y aunque se centren en tus pecados, en la pasion de
Cristo, los gozos de nuestra Senora o de los santos y angeles del cielo, o en
las cualida-des, sutilezas y estados de tu ser o del de Dios, son inutiles en la
oracion contemplativa. Por mi parte prefiero no tener nada mas que esa pura
y oscura perception de mi yo de que te hable arriba. Fijate que he dicho de mi
yo y no de mis actividades. Muchas personas confunden sus actividades con
ellos mismos, creyendo que son lo mismo. Pero no es asi. El agente es una
cosa y sus obras son otra. De la misma manera, Dios, tal como es en si
mismo, es totalmente diferente de sus obras, que son tambien algo distinto.
Pero, vol-viendo a mi punto, llegar a la simple conciencia de mi ser es todo
lo que deseo, aun cuando ello suponga el peso doloroso del yo y rompa mi
corazon con lagrimas, porque solo experimento mi yo y no a Dios. Prefiero
esto con su consiguiente dolor a todos esos sutiles y raros pensamientos e
ideas de que el hombre puede hablar o que puede encontrar en los libros, por
muy sublimes y agradables que puedan parecer a tu aguda y sofisticada
mente.
presenta simultaneamente con ese ciego deseo que, mientras tanto, sigue
creciendo silenciosamente en intensidad. El entusiasmo y el deseo pueden
parecer ser parte uno de otro. Tanto es asi, que llegaras a pensar que es so-
lamente un deseo lo que tu sientes, aunque dudaras en decir que es precisa-
mente lo que estas deseando. Tu personalidad quedara totalmente
transfor-mada, tu porte irradiara una belleza interior, y mientras lo sientas
nada te entristecera. Correrias mil kilometros para hablar con otro del que
supieras que efectivamente tambien lo siente, y, sin embargo, cuando llegaras
alii, te encontrarias sin palabras. Que otros digan lo que quieran, tu unica
alegria seria hablar de ello. Tus palabras seran pocas, pero tan fructuosas y
tan lle-nas de fuego que lo poco que dices Uenara al mundo de sabiduria
(aunque parezca tonteria a los que todavia son incapaces de trascender los
limites de la razon). Tu silencio sera pacifico, tu conversation provechosa y
tu oracion secreta en las profundidades de tu ser. Tu autoestima sera natural y
no estara estropeada por el engano, tu comportamiento con los demas sera
cor-tes y tu risa alegre, como quien goza de todo con la alegria de un nifio.9
Con que ansia amaras el sentarte aparte, sabedor de que otros, que no
compar-ten tu deseo y atraccion, solo te molestarian. Habra desaparecido
todo deseo de leer y escuchar libros, pues tu unico deseo sera oir hablar de la
contemplation. Asi el deseo creciente de contemplation y el gozoso
entusiasmo que te embarga cuando oyes o lees sobre ella se dan la mano y se
hacen uno.
RICHARD ROLLE
Nada se sabe de su vida; fue ermitano en Hampole y murio en 1349.
Quedan de el Incendium amoris y De emendatione vitae, entre otras obras.
9. El manuscrito bodleiano reza: «Thy list is liking to play with a child». El manuscrito de
Ampleforth: «Thy list to play with Jesu a child».
i
[2] A los amantes se les pone de manifiesto que en los primeros aiios de
la conversion nadie puede llegar a alta devotion sin estar plenamente
embebido de la dulzura contemplativa; solo rara vez, y como en un abrir y
cerrar de ojos, se les concede sentir algun barrunto de las cosas celestes, y
aquellos que profesan humildemente son al fin hechos fuertes en el espiritu.
Despues de que se hayan asumido maneras contristadas y, en cuanto lo
permite la presente mudabilidad, se haya uno elevado a la firmeza de mente,
se obtiene con grandes trabajos cierta perfection, de manera que se puede
sentir alguna alegria en el amor celeste. No obstante, no se dice que todos los
que sean de gran virtud sientan el calor de la caridad increada, ni que,
disolviendose en la desmesurada llama del amor, entonen el canto de la
alabanza de Dios. Este misterio esta en verdad oculto a muchos, y a po-cos
les es mostrado de modo especial; porque, cuanto es alto este grado. son
escasos aquellos que lo encuentran en este mundo. Rara vez (y no hay que
sorprenderse de ello) descubrimos un santo, o a alguien tan perfecto en esta
vida, tan absorto en el amor, que sea elevado en la contemplation a la dulzura
de la melodia, es decir, que pueda acoger el divino sonido que se derrama en
el y de rechazo restituir como con melodia alabanzas a Dios, y que con
muchas notas alee la alabanza espiritual de manera que sienta en si mismo
ese calor del amor de Dios...
Perfectos son los asumidos en la pureza extrema de la infinita amistad y
aquellos a los que se les enseiia, con dulzura inagotable, una vida nueva con
el calor limpido de la dulcisima caridad, y con santo espiritu de alegria traen
en sus almas el feliz calor del cual reciben enormemente alegres un consuelo
impensable, como de electuario espiritual.
WALTER HILTON
porque en estas materias no hay engafio. Pero las experiencias de ese ge-nero
pueden ser buenas, obra de un angel bueno, o bien ilusiones suscita-das por
un angel malvado, que se transforma en angel de luz. Y, pudiendo ser buenas
o malas, esta claro que no son las de mayor valor... El demonio, cuando Dios
le da licencia para ello, puede producir las mismas experiencias sensibles que
un angel bueno. Un angel bueno puede aparecer en medio de la luz, y lo
mismo puede hacer el demonio, y lo mismo vale para los demas sentidos. El
hombre que ha experimentado ambas cosas sabe dis-tinguir bien y mal, pero
facilmente puede ser enganado aquel que no ha experimentado ni lo uno ni lo
otro, o uno solamente. Son iguales por lo que concierne a los sentidos
exteriores, pero hay gran diferencia en lo que res-pecta a los efectos internos.
Por eso no se debieran desear con intensidad, ni recibir sin circunspeccion,
sino que el alma ha de tener discretion a la hora de distinguir bien y mal,
evitando asi el engafio.
[I, 15] Existen tres medios de los que hacen uso por lo general los
con-templativos: leer las Escrituras y libros de instruction espiritual, la
meditation y la oracion devota. No podeis usar la lectura de la Escritura,10
por eso os conviene ocuparos mayormente de la oracion y de la meditation.
Me-diante la meditation vereis cuanta necesidad teneis de la virtud, y con la
oracion la obtendreis. Con la meditation reconocereis vuestra miseria,
vues-tros pecados de soberbia, avaricia, gula y lujuria, los movimientos
malos de envidia, ira, odio, melancolia, rabia, amargura, ociosidad e
irrazonable de-presion. Vereis vuestro corazon lleno de insulsa vergiienza y
aprension por las necesidades de vuestro cuerpo y por lo que el mundo piensa
de vos. Todos estos movimientos rebulliran en vuestro corazon como agua
turbia en una fuente sucia. Y nublaran los ojos de vuestra alma de manera
que no ten-dreis vista ni goce del amor de Jesucristo. Estad segura de que,
mientras vuestro corazon no sea limpiado de estos pecados gracias al firme
agarra-dero de la verdad y a la observation de la humanidad de Cristo, no
podeis llegar a un verdadero conocimiento espiritual de Dios. El mismo lo
testi-monia en el Evangelio: «Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum
vide-bunt», «bienaventurados los limpios de corazon, porque ellos veran a
Dios» (Mt 5,8). En la meditation vereis tambien las virtudes que deberiais
tener: humildad, amabilidad, paciencia, justicia, fortaleza, templanza, pureza,
paz, moderation, fe, esperanza y caridad. Es en la meditation donde las vereis
[I, 41] Los santos padres que nos precedieron enseiiaron que se debe
aprender la medida del don dado por Dios, y actuar de acuerdo con ello, sin
pretender mas de lo que se tiene de hecho. Siempre podemos desear lo mejor,
pero no siempre lo obtendremos, si no hemos recibido la gracia
co-rrespondiente. Un galgo que corra tras la liebre solo porque ve correr a los
demas galgos, se para y vuelve a casa cuando esta cansado. Pero si corre
porque ve la liebre, no se parara, por cansado que este, hasta que no la haya
cogido. Lo mismo vale para la vida espiritual. Quien quiera que tenga una
gracia, por pequena que sea, y deliberadamente renuncie a obrar de acuerdo
con ella y vaya tras otra que todavia no le ha sido concedida, porque ve u oye
que otros hombres la tienen, tal vez pueda correr durante al-gun tiempo,
mientras no este cansado, pero despues se volvera a casa, y sera muy
afortunado si, debido a sus quimeras, no vuelve a ella cojo. Si, en cambio,
obra segun la gracia que tiene, y busca una mayor con la oracion humilde y
perseverante, cuando se sienta movido a seguir la gracia ansiada podra
hacerlo, a condition de que conserve su humildad. Por eso, en la medida en
que depende de vos, desead sin medida ni discretion obtener de Dios todo lo
que atafie a su amor o a la alegria del cielo...
[42] Hay una actividad que es de gran valor, cuya realization resulta, a
mi parecer, util, y que constituye la via principal a la contemplation, en la
medida en que puede serlo un esfuerzo humano. Y es que un hombre entre en
si mismo y llegue al conocimiento de su alma y de sus potencias, de su
belleza y de sus maculas. Con ello vereis la nobleza y dignidad que
per-tenecen por naturaleza al alma desde su creation, y la abyeccion y
miseria que son el resultado del pecado. Y de esa vision surgira un gran
deseo de recuperar la dignidad y nobleza perdidas. La experiencia os colmara
de horror y de odio hacia vos misma y, al mismo tiempo, de un proposito
muy firme de superaros destruyendo todo lo que se interpone entre vos y esa
dignidad y alegria. Esto es primeramente un trabajo dificil y doloroso para
quienes a ello se dedican seriamente. En efecto, es un esfuerzo realizado en
el alma contra la raiz de todos los pecados, grandes y pequenos, y tal raiz es
simplemente un amor propio falso y desencaminado.
i
[I, 48] Nadie enciende una lampara para ponerla debajo del celemin, sino
que mas bien la pone sobre el candelabro; es decir, vuestra mente no debe
preocuparse demasiado de asuntos mundanos, pensamientos inutiles y
afectos carnales, sino que debe elevarse sobre todas las cosas mundanas, en
la medida de lo posible, en consideration a Jesucristo. Y si levantais la mente
de este modo, vereis todo el polvo y porqueria, todas las maculas de vuestra
casa, o sea, todos los amores carnales y los anhelos de vuestra alma. No
todos, sin embargo, porque, como dijo David: «Delicta quis intelligit?»,
«¿quien puede conocer todos los pecados?» (Sal 19,13). Que es como decir:
«Nadie». Y arrojareis fuera de vuestro corazon todos vuestros pecados, y
barrereis el alma con la escoba del temor de Dios y la lavareis con vues-tras
lagrimas, y asi encontrareis vuestra moneda: Jesus. El es una moneda, un
sueldo. Es vuestra heredad. Es mas facil describir la recuperation de la
moneda, que realizarla. No es obra de una hora ni de un dia, sino de muchos
dias y anos con gran trabajo de cuerpo y de alma. Y si no os abando-nais,
sino que buscais con diligencia, dolor y profundos suspiros, lamentos
silenciosos, humillaciones, hasta que lloreis de afliccion por haber
extra-viado vuestro tesoro, Jesus, finalmente, a su tiempo, cuando El quiera,
lo encontrareis de nuevo.
[I, 53] Quizas os pregunteis como es la imagen [de Jesus]. Y para que no
os perdais en considerarlo largo tiempo, os digo que no es como ninguna
cosa material «<;Que es, entonces?», preguntais. En verdad, no es nada, y lo
descubrireis si haceis la prueba... Retraed el pensamiento de todas las cosas
materiales y no encontrareis nada en lo que pueda descansar vuestra alma.
Esta nada es solo oscuridad de la mente, carencia de amor y de luz; asi el
pecado es solo carencia de Dios. Si las raices del pecado es-tuviesen mar chit
as en vos, y vuestra alma estuviese de verdad reformada segun la imagen de
Jesus, al recogeros en vuestro corazon no encontrariais [esa] nada, sino a
Jesus, y no solo una remembranza de su nombre, sino a Jesucristo dispuesto a
instruiros dentro de vuestro corazon...
[II, 24] Estad segura de que cuando no querais desear ni pensar otra cosa
que a Jesus, y lo encontreis imposible porque os oprimen pensamientos
mundanos, ya estais fuera del falso dia y estais entrando en las tinieblas. Pero
esta tiniebla no es pacifica, porque no estais habituada a ella, y a causa de la
falta de comprension y de la impureza que hay en vos. Por eso entrad en ella
a menudo, y con la costumbre y por gracia de Dios se os hara mas facil y mas
pacifica. Es decir, vuestra alma sera asi, por gracia, liberada de impedimentos,
y tan robust a y recogida, que no sentira atraccion hacia los pensamientos
mundanos, y ningun objeto material le impedira pensar en nada. Entonces es
una oscuridad fructuosa.
JULIANA DE NORWICH
[10] Despues de esto vi, con mi vista mortal, sobre el rostro del
Cruci-ficado que estaba colgado delante de mi (sobre el cual se fijaba
continua-mente mi mirada), la expresion de una parte de los infinitos
sufrimientos de su pasion: odio, salivazos, inmundicias y bofetadas, lentos e
indecibles dolores y frecuente cambio de color. Y ora veia una parte del
rostro, co-menzando desde la oreja hasta medio rostro, rociada de grumos de
sangre. Ora, en cambio, la otra parte cubierta del mismo modo, mientras en la
pri-mera parte la sangre se desvanecia entre tanto, igual que habia venido.
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Esto vi yo con mis ojos, de forma confusa y oscura, y desee ver mas
cla-ramente, para tener una vision mas nitida del Santo Rostro. Y se me res-
pondio asi en mi razon: «Si Dios quiere mostrarte mas, El sera tu luz: solo
tienes necesidad de El». Por eso levante los ojos a El y lo busque.
Porque no somos ahora tan ciegos e insensatos, que no busquemos
siempre a Dios hasta el momento en el cual por su bondad El se nos
mani-fiesta. Y cuando algo de El vemos por su gracia, somos impulsados por
esa misma gracia a desear ardientemente conocerlo mas a fondo en su gloria.
Y asi levante a El mi mirada y mi prez, lo posei y continue anhelandolo.
Esta, a mi parecer, es y debe ser nuestra preocupacion continua.
Despues mi espiritu fue conducido al fondo del mar, y alii vi colinas y
vallejos verdes, como cubiertos de musgo, con algas y guijo. Entonces
en-tendi que si cualquier ser humano, encontrandose debajo de la vasta
extension de las aguas, pudiese tener la vision de Dios y la comprension de lo
que El representa continuamente para el hombre, seria salvo, en cuerpo y
alma, y no le sucederia mal alguno, y al morir podria gozar una consolation y
un descanso que nada en el mundo iguala. Porque es voluntad de Dios que
tengamos confianza de poderlo contemplar continuamente, aun cuando esto
nos parezca poca cosa, y en esta fe hace El de suerte que recibamos cada vez
mas gracias. Porque quiere El que lo busquen y le rueguen. Quiere que lo
esperen y que en El este puesta toda la confianza de sus criaturas.
Esta segunda vision fue tan humilde, pequena y simple, que mi espiritu
quedo, al considerarla, grandemente turbado por sentimientos de dolor, temor
y ardiente deseo, y permanecio durante algun tiempo en la duda de si era de
verdad una revelation. Despues, nuestro buen Seiior aun me conce-dio
repetidamente su luz, por lo cual entendi yo que era de verdad una revelation.
Era figura y semejanza del oprobio de nuestras repugnantes accio-nes que
nuestro amable, puro y bendito Senor llevaba por nuestros pecados; me hizo
pensar en el velo del Santo Rostro en Roma, en el cual imprimio El su rostro
bendito en el curso de su dura pasion, mientras iba voluntaria-mente al
encuentro de la muerte, cambiando a menudo de color. Muchos se maravillan
del color livido, de la triste expresion del rostro demacrado de esa imagen, y
se preguntan como puede ser esa la imagen de Aquel que es la belleza del
cielo, la flor de la tierra, el fruto del seno de la Virgen. ¿Como, entonces,
puede estar esta imagen tan empalidecida y tan lejos de la belleza del
original? Voy a decirlo tal como yo lo entendi por la gracia de Dios.
Sabemos por nuestra fe, y creemos por la ensenanza de la santa Iglesia,
que la bienaventurada Trinidad creo a la especie humana a su imagen y se-
mejanza. Del mismo modo sabemos que, cuando el hombre cayo tan bajo
i
gracia y la guia del Espiritu Santo. Porque un alma que solo se arrima a Dios
con veraz confianza, sea orando, sea contemplando, es la mas alta alabanza
que criatura humana pueda tributar a Dios, segun mi modo de ver.
Hay dos caminos que se pueden considerar en esta vision: uno es la
oracion, el otro, la contemplation. Orar es para todos, y toda alma puede
hacerlo con la gracia de Dios, y amoldandose a la enseiianza de la santa
Iglesia. Dios quiere que nuestra oracion tenga tres cualidades: que sea
es-pontanea y continua, sin indolencia, cosa que es posible por su gracia;
ale-gre y gozosa, sin torpe pesadez ni vano afan. Quiere que sea constante y
nos ayude a esperar constantemente su amor, con generosidad y sin rebe-lion,
hasta el termino de nuestra vida, que durara solo un instante. Quiere,
finalmente, que confiemos intensamente en El, con plena y segura fe, porque
tal es su deseo. Sabemos que El se aparecera de repente en toda su gloria a
aquellos que lo hayan amado. Porque su obrar es secreto, y es su voluntad
que lo sintamos con amor; su aparicion sera suave e inesperada, y en El
estara puesta nuestra confianza. Porque El es todo amabilidad y simplicidad
para nosotros: [bendito sea su nombre!
[56] Asi vi con suma certidumbre que es mas facil para nosotros llegar al
conocimiento de Dios, que conocer nuestra alma. Pues nuestra alma esta tan
firmemente fundada en Dios, y tan eternamente custodiada en El como un
tesoro, que no podemos llegar al conocimiento de ella si primero no tenemos
conocimiento de Dios, el Creador al que ella esta unida. Pero tambien
comprendi que, pese a eso, debemos desear sabia y verazmente conocer
nuestra alma: para lo cual se nos ensefia a buscarla alii donde esta, a saber,
en Dios. Asi, con la amable guia del Espiritu Santo, conoce-remos a ambos a
la vez: sea que nos sintamos movidos a conocer a Dios o a nuestra alma,
ambos impulses son buenos y veraces.
Dios esta mas cerca de nosotros que nuestra alma; pues El es el
funda-mento sobre el cual se apoya firmemente nuestra alma, y es el medio
que mantiene unidas entre si la sustancia y la sensibilidad, de suerte que
nunca podran ser separadas. En efecto, nuestra alma se encuentra en Dios, en
supremo reposo; nuestra alma se asienta en Dios, en suprema fortaleza. y esri
i
tanta seriedad lo que yo habia dicho, y con gran reverencia, llore, primero de
vergiienza, y habria deseado la absolution; pero en aquel momento no habria
podido repetir mis palabras a ningun sacerdote, ya que pensaba: «<{C6mo
podria creerme un sacerdote, cuando yo no creo a nuestro Senor?)*. En la
vision, en efecto, yo habia prestado fe firmemente mientras lo habia tenido
delante, y habia sido mi proposito e intention mantener dicha fe hasta el fin
de mi existencia; pero, necia como soy, la habia dejado des-vanecerse de mi
espiritu: jah, que miserable soy!, gran pecado fue el mio, gran ingratitud que
yo, por temor a un leve sufrimiento fisico, permitiese neciamente que se
perdiera en un momento la consolation de aquella vision bendita de nuestro
Senor Dios. Por esto podeis ver lo poco que valgo.
Pero nuestro amable Senor no quiso abandonarme en ese estado. Yaci
tranquila hasta la noche, confiada en su misericordia; despues se apodero de
mi el sueno. Y en el sueno me parecio al principio que el demonio me
atenazaba la garganta, pegando su rostro al mio, un rostro viril, largo y
de-macrado, como nunca habia visto. Su piel era roja como una teja recien
sacada del horno, punteada de negro, como con pecas, mas sucia que una teja.
Tenia los cabellos rojo herrumbre, cortos sobre la frente, pero col-gando en
largos mechones sobre las sienes. Se rio burlonamente miran-dome con
malignidad y mostrando los dientes; y me parecio todavia mas horrible. No
tenia ni cuerpo ni manos bien hechas, pero con las patas me apretaba la
garganta y me habria estrangulado si hubiese podido.
Esta vision horrible se me manifesto durante el sueno, a diferencia de las
anteriores. Pero en todo este tiempo no deje de tener confianza en ser
preservada y custodiada por la misericordia de Dios. Y nuestro amable Seiior
me concedio la gracia de despertarme; me parecia estar mas muerta que viva.
Las personas que estaban a mi alrededor me contemplaban, me humedecian
las sienes, y comence a sentirme mejor. De repente, un humo ligero comenzo
a penetrar por las puertas, junto con un gran calor y un hedor insoportable.
Dije yo: «Benedicite Domine. Aqui dentro va a arder todo». Y pense que se
trataba verdaderamente de un fuego material que nos iba a consumir a todos.
Pregunte entonces a los que tenia alrededor si advertian algun mal olor, y me
respondieron que no. Entonces dije yo: «Alabado sea Dios». Pues sabia bien
que el Maligno en persona habia ve-nido a atormentarme. Al momento me
volvi a las visiones que nuestro Seiior me habia manifestado ese mismo dia,
y con toda la fe de la santa Iglesia (pues vi que una es la fe) encontre en ellas
refugio y consolation. De pronto se disipo toda pena, y me senti llena de
profunda paz y serenidad: todo mal fisico o temor de conciencia habia
cesado.
i
MARJERIE KEMPE
La primera conversion
[I, 1] Cuando esta criatura tenia veinte anos de edad o poco mas, se caso
con un respetable burgues, y al poco tiempo estaba esperando un hijo. como
quiso la naturaleza. Tras haberlo concebido, se vio afligida por muchas crisis
hasta que lo dio a luz. Despues, fuera por el trabajo del parto o por la
flaqueza que lo precedio, desespero de su propia vida, pensando que no
podria sobrevivir. Mando llamar entonces a su padre espiritual, pues tenia
sobre la conciencia una cosa que nunca en su vida habia manifestado antes de
aquel momento. En efecto, siempre la habia retenido su enemigo, el demonio,
que le decia continuamente, mientras gozaba de buena salud, que no era
necesario que se confesase, sino que bastaba que hiciese penitencia a solas, y
todo le seria perdonado, pues Dios es muy misericordioso. Por eso esta
criatura hizo con frecuencia gran penitencia ayunando a pan y agua, y dio
limosnas acompanadas por devotas oraciones, pero sin confesarse nunca. Y
cuando alguna vez estaba enferma o indispuesta, el demonio le decia que se
condenaria, pues no se habia confesado de aquel pecado. Por eso, despues de
nacer el bebe, ella, desesperando de su propia vida, mando a llamar a su
padre espiritual con la firme voluntad de ser absuelta, en la medida de lo
posible, de toda su vida. Y cuando Uego el momento de decir lo que habia
mantenido oculto por tan largo tiempo, su confesor peco un poco de
precipitado y comenzo a reconvenirla asperamente antes de que ella hubiese
expresado completamente su pensamiento; y asi no afiadio nada mas, por
mas que el hiciese. Poco despues, en parte por el temor que tenia de la
condenacion eterna y en parte por las asperas reconvenciones de el, esta
criatura perdio el juicio, y fue asi extraordinariamente atormentada
i
y torturada durante medio ano, ocho semanas y varios dias. En aquel periodo
le parecia ver diablos que abrian su boca flameante de lenguas de fuego
como si fueran a engullirla; unas veces le amenazaban, otras tiraban de ella, y
durante todo ese tiempo la llamaron noche y dia. Ademas, los diablos
gritaban con grandes amenazas y le ordenaban que abandonase el
cris-tianismo, la fe, y que renegase de su Dios, de la Madre divina y de todos
los santos del cielo, de sus buenas obras y todas las buenas virtudes, de su pa-
dre, su madre y todos sus amigos. Y ella lo hizo asi. Desprecio a su marido, a
sus amigos y a si misma; se expreso con palabras reprobables y duras; paso
por alto toda virtud y bondad; deseo toda maldad. Segun como la tentaban los
espiritus, hablaba y obraba ella. En sus accesos quiso muchas veces
sui-cidarse y estar condenada con esos espiritus en el infierno; y como prueba
de ello se mordia la mano tan violentamente, que llevo las marcas toda la
vida. Ademas, se desgarraba la piel del cuerpo correspondiente a la zona del
corazon con las unas, por no tener otros instrumentos; y habria hecho co-sas
aun peores si no hubiese sido sujetada a la fuerza dia y noche para im-pedirle
hacer lo que queria. Cuando llevaba tiempo atormentada por est as y muchas
otras tentaciones, hasta el punto de que se pensaba que ya no se libraria de
ellas, un dia, mientras yacia sola, habiendose alejado de ella sus guardianes,
nuestro misericordioso Senor Jesus, en el cual se debe confiar siempre,
bendito sea su nombre, se aparecio a esa criatura suya, que lo habia
abandonado, bajo apariencia de un hombre lo mas digno, mas agra-ciado y
mas amable que se pudiese ver con ojos humanos, envuelto en una capa de
seda purpurea. Se sento al lado de su lecho y la miro con una expresion tan
bienaventurada, que ella se sintio inmediatamente confortada; le dijo: «Hija,
^por que me has abandonado, siendo que yo no te he abandonado nunca a
ti?». Y de pronto, apenas hubo El pronunciado estas palabras, vio ella
claramente que el aire se abria resplandeciente como un re-lampago, y que El
se levantaba en el aire, no con prisa, sino con tranqui-lidad y naturalidad,
tanto que ella pudo contemplarlo bien en el aire hasta que este se cerro de
nuevo. Y al momento la criatura quedo restablecida en su espiritu y razon
como antes, y rogo a su marido, apenas fue a verla, po-der tener de nuevo las
Haves de la despensa para servirse el alimento y las bebidas como antes
hacia. Las domesticas y los guardianes aconsejaron a aquel que no le diera
las llaves porque —decian— haria un dispendio con los bienes que
encontrara, pues creian que no sabia lo que decia. Sin embargo, su marido,
que seguia sintiendo por ella ternura y compasion, or-deno que le entregaran
las llaves. Ella tomo los alimentos y bebidas ade-cuados a sus exigencias
fisicas, y reconocio a sus amigos, a la gente de casa
i
y a todos los demas que iban a visitarla para ver como nuestro Senor Jesu-
cristo habia ejercitado en ella su gracia; bendito sea por estar siempre cerca
de nosotros en las tribulaciones. Cuando los hombres creen que El esta le-jos
de ellos, esta cerquisima con su gracia.
La tentacion
[1,4] Los primeros dos aiios despues de que esta criatura fue conducida a
nuestro Senor transcurrieron para ella en tranquilidad de espiritu por lo que
respecta a tentaciones. Podia perseverar en el ayuno sin sufrirlas. Odiaba las
alegrias del mundo. Su carne no se rebelaba lo mas minimo. Se consideraba
tan fuerte como para no temer a los diablos del infierno, pues hacia mucha
penitencia corporal. Pensaba que amaba a Dios mas de lo que El la amaba.
Estaba afectada por la herida mortal de la vanagloria, pero no lo advertia,
pues deseaba con frecuencia que el Crucificado desclavase sus manos de la
cruz y la abrazase en signo de amor. Nuestro misericordioso Seiior Jesus,
viendo la presuncion de esta criatura, le mando tres aiios de grandes
tentaciones. De una de las mas penosas me propongo escribir para ad-vertir a
los que vengan que no se fien demasiado de si mismos ni encuentren alegria
en si mismos, como le sucedio a esta criatura; pues no hay duda de que
nuestro enemigo espiritual no duerme, sino que activamente rebusca en
nuestra constitution y en nuestra indole, y donde nos encuentra mas fragi-les,
alii tiende su trampa para sufrimiento de nuestro Seiior; y nadie puede
escapar a ella con sus fuerzas. Asi tendio a esta criatura la trampa de la
las-civia, cuando ella creia que todo deseo de la carne estaba ya adormecido
en ella. Y siguio siendo tentada por el pecado de lujuria, por mas que hiciese.
Sin embargo, se confesaba a menudo, se ponia la crin, hacia grandes
peni-tencias corporales, lloraba lagrimas amargas y rogaba
frecuentisimamente a nuestro Seiior que la preservara y retuviera de caer en
la tentacion, pues pensaba que preferia morir antes que consentir en ella. En
todo ese tiempo no experimento ella placer en tener relaciones con su marido,
sino que le resulto penoso y horrible. En el segundo aiio de sus tentaciones
sucedio que un hombre que le era muy querido le dijo, la vispera de la fiesta
de santa Margarita antes de la oracion de la tarde, que a toda costa queria
acostarse con ella y satisfacer el anhelo de su carne; y que no debia
resistirsele, pues, si no triunfaba en su intento, lo conseguiria en otra ocasion,
que para ella no habia election. El lo hizo para ponerla a prueba, pero ella
creyo que ha-blaba en serio, y le respondio apenas. Se separaron y fueron
i
ambos a escuchar las visperas en Santa Margarita, que era la iglesia de ella.
Estaba la mu-jer tan atormentada por las palabras del hombre, que no pudo ni
oir las visperas ni decir su Pater noster, ni dedicarse a ningun otro
pensamiento pia-doso: estaba oprimida como nunca antes lo habia estado. El
demonio le metio en la cabeza que Dios la habia abandonado, que de otro
modo no ha-bria sido tentada de ese modo. Ella presto fe a las sugestiones
del demonio, y empezo a consentir en ellas, pues no conseguia pensar en
nada bueno. Por eso creyo que Dios la habia abandonado. Y cuando las
visperas hubieron terminado, fue a ver al hombre que antes le habia
expresado el deseo de acostarse con ella, pero el simulo hasta tal punto, que
la mujer no pudo comprender su intento; y asi se separaron por aquella tarde.
Esta criatura se vio tan vejada y atormentada toda la noche, que no sabia que
hacer. Se acosto con su marido, pero la relation conyugal le resulto tan
insoportable, que no pudo resistirla, aun cuando la cosa era legitima, y el
tiempo, opor-tuno. Mas su mente estaba ocupada por el pensamiento de pecar
con aquel otro hombre, como el le habia pedido. Al final se vio vencida por
la singu-laridad de la tentacion y por la falta de discernimiento y, habiendo
decidido dentro de si, fue a ver al otro hombre para saber si tambien el estaba
de acuerdo. El dijo que no la queria ni por todos los bienes de este mundo,
que preferia ser hecho pedazos. Ella se fue llena de vergiienza y de confusion,
considerando la fuerza de el y su propia debilidad. Entonces penso en la
gratia que antes le habia concedido Dios, en los dos afios de paz del alma que
habia tenido, de arrepentimiento de sus pecados con muchas lagrimas de
remordimiento, y de inqueb ran table voluntad de no recaer ya en el pe-cado,
pensando preferir la muerte. Y ahora veia que su voluntad habia con-sentido
en pecar. Entonces cayo en la desesperacion. Le parecia estar en el infierno,
por el dolor que experimentaba. Pensaba que no merecia miseri-cordia
alguna de Dios, pues su consentimiento en el pecado habia sido vo-luntario, y
que nunca seria ya digna de servirle, pues tan falsa habia sido con el. Sin
embargo, se confesaba a menudo, y hacia todas las penitencias que su
confesor le mandaba hacer, sometiendose a las normas de la Iglesia. Dios dio
la gratia a esta criatura, El sea bendko. pero no la privo de rentaciones, sino
que parecio aumentarselas. Por eso ella, cr even do que Dios la habia
abandonado, no se atrevia a confiar en su misericordia. Se vio atormentada
por horribles tentaciones de lujuria y de desesperacion casi todo el ano que
siguio; solo que nuestro Senor, en su misericordia, como se decia ella a si
misma, le concedio casi cada dia dos horas de arrepentimiento de sus peca-
dos, con muchas lagrimas amargas. Despues fue atormentada por tentaciones
de desesperacion, como ya le habia sucedido, y se sintio lejana de la gracia
i
deudas antes de ir a Jerusalem Concedeme que mi cuerpo sea libre para Dios,
y no pretendas ya, desde este dia y mientras yo viva, que pague mi debito
conyugal, y comere y bebere los viernes segun tus mandatos». Y su marido le
respondio: «Que tu cuerpo sea libre para Dios como lo ha sido para mi». Esta
criatura dio muchas gracias a Dios, alegrandose de haber lo-grado su intento,
y pidio a su marido que dijera con ella tres Pater noster en honor de la
Trinidad por la gran gracia que les habia sido otorgada. Y asi lo hicieron,
arrodillados al pie de una cruz, y despues comieron y be-bieron juntos con
gran alegria de espiritu.
para quien Dios las permite tan grandes, y no tendra menor tormento un justo
en una batalla que le de el Diablo o la carne, que el que tenga uno por las
cosas y el tener del mundo. Por eso estas tentaciones son calificadas de
fortisimas, de fuego; por lo cual muy a menudo estos santos varones las
tendran tales, que se afanaran demasiado en ellas. Estas penalidades, esta
purgation, este recocimiento da Dios a sus amigos para que con las
como-didades del mundo no se herrumbren y se echen a perder; asi se prueba
el oro fino, que no se muda, sino que siempre esta integro y lleno de virtud.
[De la tercera cosa, es decir, la fructification del arbol, no hablamos].
Deo gratias, amen.
viene, pues, que este ocupado con otra cosa; es mas, conviene que este todo
atento a el. Y por eso, cuando suena ese instrumento y uno habia, se le dice:
«Estate callado, no hables»; pues no hay cosa tan pequena que no lo impida.
Lo mismo pasa con aquel que es buen cantante y tiene una voz clara y
hermosa; de el se suele decir: «Este es un cantante de camara», es decir, que
su canto requiere que no haya ruido. Otras voces que se hacen a coro, fuertes
y broncas, no requieren esa cautela, porque ensordecen a las demas,
quieranlo o no; pero quien quiera deleitarse en aquel canto conviene que este
todo apretado, unido y atento a el, y que no oiga ni vea ninguna otra cosa, y
de este modo encuentra en el su deleite.
DANTE ALIGHIERI
DE LA «DIVINA COMEDIA»
12. Beatriz se aparece a Dante como la filosofia a Boecio (De consolationephilosophiae', 1,2).
13. Te has dignado: has conseguido.
14. «¿Quien subira al monte del Senor?... El hombre de manos inocentes y puro cora-zon»
(Sal 24,3-4).
15. Limpias ondas: aguas del Leteo; Dante mira el agua del olvido que le permitiria ser
puro.
16. La piedad rigida da amargura.
17. Cantan el Salmo 31,1-9: «Senor, en ti he confiado; no quede yo nunca confundido... Y
me abriste una senda segura»
i
de los vientos de Esclavonia, entre los arboles que crecen sobre el dorso de
Italia, y luego se licua por si misma, en cuanto la tierra que pierde la sombra
envia su aliento, semejante al fuego que derrite una vela, asi me quede sin
lagrimas ni suspiros antes que cantasen aquellos cuyas notas responden
siempre a la armonia de las esferas celestes. Mas cuando com-prendi por sus
dulces palabras que se compadecian de mi mas que si hu-biesen dicho:
«Mujer, ^por que asi lo maltratas?», el hielo que oprimia mi corazon se
deshizo en suspiros y agua y, junto con mi angustia, salio de mi pecho por la
boca y por los ojos. Estando ella, sin embargo, inmovil sobre el costado
izquierdo del carro, dirigio de este modo sus palabras a las compadecidas
sustancias angelicas: «Vosotros velais en el eterno dia, de modo que ni la
noche ni el sueno os roban ninguno de los pasos que da el siglo en su camino;
asi pues, respondere con mas cuidado, a fin de que comprenda el que alii
llora y sienta un dolor proporcionado a su falta.18 No solamente por
influencia de las grandes esferas que dirigen cada semilla hacia algun fin,
segun la virtud de la estrella que la acorn-pana, sino tambien por la
abundancia de la Gracia divina (cuya Uuvia desciende de tan altos vapores
que no puede alcanzarlos nuestra vista), fue tal ese en su edad temprana por
su natural inclination, que todos los buenos habitos habrian producido en el
admirables efectos; pero el te-rreno mal sembrado o inculto se hace tanto mas
maligno y salvaje cuanto mayor vigor terrestre hay en el. Por algun tiempo lo
sostuve con mi presencia: mostrandole mis ojos juveniles, lo llevaba
conmigo en direction del camino recto. Pero tan pronto como estuve en el
umbral de la se-gunda edad y cambie de vida, este se separo de mi y se
entrego a otros amores. Cuando subi desde la carne hasta el espiritu y hube
crecido en belleza y virtud, fui para el menos querida y menos agradable.
Encamino sus pasos por una via falsa, siguiendo tras enganosas imagenes del
bien, que no cumplen totalmente ninguna promesa. Ni siquiera me ha valido
impetrar para el inspiraciones por medio de las cuales lo llamaba en sueiios o
de otros modos, segun el poco caso que de ellas ha hecho. Tan bajo cayo, que
todos mis medios eran ya insuficientes para salvarlo, a menos que le
mostrase el mundo de las almas condenadas. Por el he visitado el umbral de
los muertos y dirigi mis ruegos y mis lagrimas al que lo ha con-ducido hasta
aqui. Se hubiera violado el alto decreto de Dios si hubiera
18. Mis palabras son dichas para que las entienda el que llora al otro lado del Leteo. a fin
de que su dolor sea proporcionado [d'una misurd) a la gravedad de su culpa.
i
19. Al levantar los ojos, Dante ve que las primeras criaturas, los angeles, ya no espar-cen
flores sobre Beatriz, la cual esta vuelta hacia una fiera.
20. La fiera es el grifo, mitad leon, mitad aguila. «Cristo... es leon a causa del Reino y de la
Fortaleza... aguila porque despues de la resurreccion volvio a los astros» (Isidoro de Sevilla,
Etimologias, VII, 2).
21. Es aun mas bella aqui de lo que era antes, cuando aventajaba en belleza a las demas
mujeres de la tierra; cuanto mas me habian desviado atrayendome a si en la tierra, tanto
mas me disgustan aqui las diversas seducciones (me punza la ortiga del arrepentimiento).
22. Dante es sumergido en el Leteo por la mujer que se le aparecio «solitaria» a la en-trada
del paraiso terrestre: Matilde, a la que algunos han identificado con Matilde von
Magdeburg o Matilde von Hackeborn; es una figura semejante a la Lia de la que habia
Ri-cardo de San Victor. Los angeles cantan el Salmo 51,9: «Asperjame con el hisopo y
que-dare limpio; lavame y sere mas bianco que la nieve».
23. Las cuatro virtudes cardinales protegen a quien ha bebido el olvido. Son ninfas en el
sentido que da a este termino Porfirio.
i
JACOPO PASSAVANTI
Nacio de familia noble, tal vez en Florencia, en 1302; a los quince anos
se hizo dominico. Estudio en Paris y despues ensefio en Pisa y Roma. Fue
prior de Santa Maria Novella, en Florencia, iglesia que contribuyo a edifi-car
y ornamentar. Escribio en latin, y despues en lengua vulgar, El espejo de la
verdadera penitencia, Murio el 15 de junio de 1357.
DE LOS «DICHOS»
Dijo fray Silvestre: «No le pidas a Dios gracia, sino venganza de ti»...
Dijo: «Yo no miro de recomendar la virtud, sino de hacer frente y de
inculpar al vicio. Cristo no recomendaba, sino que increpaba y mostraba y
descubria la malicia del vicio. Cristo obraba con rectitud, y no con doblez».
Decia: «Bien ciego es quien obra bien por dar buen ejemplo a los otros.
Ciego, hazte bien a ti mismo, y cuida primero de ti, y no de dar buen ejemplo.
No miras por que decia Cristo: "Sint lumbi vestri praecinti, etc", y "lo
i
que hace una mano no, etc.". Porque el hablaba y obraba rectamente, y no
con vicio; su vida fue un buen ejemplo, pero no hacia el bien ni era bueno
para dar buen ejemplo, como ciertos espirituales y escribas y fariseos»...
Dijo: «Si revelas tu pasion, o desaparece o mengua; y si, pese a todo,
regresa, no regresa tan fuerte»...
Decia: «E1 deseo del alma va en pos del cuerpo».
Decia: «La regla esta hecha para los viciosos, y no para los buenos, que
son regla para si mismos»...
No queria que el fraile en confesion declarase el sueno, sino que dijese
simplemente: «Me acuso de que tuve un sueno malo». Porque es peor la
memoria que el sueno.
[I, 10] El Senor Jesucristo... se presento ante ella y le dijo: «^Sabes, hija,
quien eres tu y quien soy yo? Si sabes estas dos cosas, seras dichosa. Tu eres
la que no es; yo, en cambio Aquel que soy»...
¡Mira, pues, oh lector, hasta que punto toda criatura esta rodeada por la nada!
Sacada de la nada, tiende naturalmente a la nada; con el pecado se reduce a la
nada, como dice Agustin; nada puede hacer por si misma, como afirma la
misma Verdad encarnada, que dice: «Sin mi no podeis hacer nada» (Jn 15,5).
Por tanto, se puede concluir que la criatura no es...
¿Que plaga de soberbia puede entrar en el alma que sabe que es nada?
¿Quien se puede gloriar de una obra hecha, si sabe que no es la suya? ¿C6mo
considerarse superior a los demas, si en lo intimo del corazon sa-bra que no
es? ^De que manera despreciara a los demas, o los envidiara, quien se
desprecia a si mismo hasta la nada? ^Como podra gloriarse de las riquezas
terrenas quien ya ha despreciado la propia gloria?... Aun mas: (jcomo osara
llamar suyas a las cosas del mundo quien sabe perfectamente que no le
pertenecen, y que son de Aquel que las hizo? Admitido esto, ;que alma podra
deleitarse en los placeres de los sentidos, si se aniquila a si misma con esta
consideration?
i
DE LAS «CARTAS»
Consuelos a un condenado,
de una carta a fray Raimundo de Capua
[CCLXXIII] Fui a visitar a quien sabeis: con ello recibio tanto alivio y
consolation, que se confeso y se preparo muy bien, Y me hizo prometer por
el amor de Dios que, cuando llegase el momento del ajusticiamiento, yo
esta-ria con el. Asi lo prometi, y lo hice. La manana antes de la ejecucion fui
a verlo, y recibio gran consolation. Lo lleve a oir misa, y recibio la santa
comu-nion, la cual no habia recibido. Aquella voluntad estaba acordada y
sometida a la voluntad de Dios: y solo habia quedado en el un temor, el de no
ser fuerte cuando llegara el momento. Pero la desmesurada y ardiente bondad
de Dios lo distrajo, creandole tanto afecto y amor en el deseo de Dios, que no
sabia estar sin el, diciendo: «Estate conmigo y no me abandones. Asi no
estare sino bien; y morire contento». Y mantenia su cabeza sobre mi pecho.
Entonces sentia yo jubilo y el olor de su sangre; y no era sin el olor de la mia,
que deseo derramar por el dulce esposo Jesus. Y, creciendo el deseo en mi
alma, y sintiendo su temor, dije: «Consuelate, dulce hermano mio; porque
pronto lie-garemos a las bodas. Tu iras lavado en la dulce sangre del Hijo de
Dios, con el dulce nombre de Jesus, el cual no quiero que se te vaya nunca de
la me-moria. Te espero en el patibulo». Ahora pensad, padre e hijo, que su
corazon perdio entonces todo temor, y su cara se mudo de triste en alegre; y
gozaba, exultaba, y decia: «<fDe donde me viene tanta gracia, que la dulzura
de mi alma me espere en el santo patibulo?». ¥ Ved que habia llegado a tanta
luz, que llamaba santo al patibulo! Y decia: «Ire todo alegre y fuerte; y me
pareceran mil anos el tiempo que tarde en llegar, pensando que vos me
esperais alli». Y decia palabras tan dulces de la bondad de Dios, que hacia
llorar.
Lo espere, pues, en el patibulo; y espere alii con continua oration y
presencia de Maria y de Catalina virgen y martir. Pero antes de llegar a ella,30
me arrodille y extendi el cuello sobre el tajo; mas no senti que yo tu-viese
pleno el afecto a mi misma. Alii arriba rece, y rogue encarecidamente, y dije:
«j Maria!», que yo queria la gracia de saber darle, al llegar el momento, luz
y'paz de corazon, y despues verlo volver a su fin.31 Llenose entonces mi alma
tanto, que, aun cuando habia alii una multitud del pueblo, no podia yo ver a
criatura alguna, por la dulce promesa que se me hizo.
30. A la ejecucion.
31. Volverse a Dios.
i
DE «EL DIALOGO
[8] ... Todas las virtudes se prueban y cobran vida en relation con el
projimo, lo mismo que los malvados dan el ser a todos los vicios en relation
con el projimo. Si lo analizas bien, la humildad es probada por la soberbia,
esto es, que el humilde mata la soberbia, razon por la cual el soberbio no le
puede hacer dafio espiritual; tampoco la infidelidad del inicuo, que ni me
ama ni espera en mi, al que es fiel le disminuye la fe; ni la esperanza, que ha
nacido en el por amor a mi, sino que, mas bien, las fortalece y deja todas
comprobadas por la dileccion del amor al projimo. Y, aunque se le vea sin fe
y sin esperanza ni en mi ni en si mismo —pues el que no ama no puede tener
esperanza en mi, sino que la pone en los propios sentidos, a los que ama—,
siempre queda la esperanza de que busque en mi la salvation. Asi .ves que en
su infidelidad y falta de esperanza se prueba la virtud de la fe. En esto y no
en otras cosas da pruebas de la fe, las da por sus obras y las que hace por el
projimo.
La justicia no se empequenece con la injusticia, sino, mas bien, intenta
dar pruebas de ella, es decir, desenmascara al injusto por la virtud de la
pa-ciencia; lo mismo que la benignidad y mansedumbre se manifiestan en el
tiempo de la ira por medio de la dulce paciencia; y en la envidia, el
des-precio y el odio muestran la dileccion de la caridad en cuanto al hambre
y deseo de la salvation de las almas.
i
Tratado de la discretion:
semejanza de como la caridad, humildad y discretion
estdn intimamente unidas;
a esta semejanza debe acomodarse el alma
Tratado de la oration
32. Quienes se dedican a la oracion han salido —despues del tiempo de la peniten cia—
fuera de la «casa del conocimiento de si mismos».
i
mostrandotelo abierto, para que vieses que yo amaba mas que lo que po-dian
demostraros mis sufrimientos finitos. Derramando sangre y agua, os mostre
el santo bautismo del agua, el cual recibis en virtud de la sangre. Tambien os
mostre el bautismo de la sangre de dos modos: uno es aquel en que son
bautizados en la sangre derramada por mi. Cuando no pueden recibir otro
bautismo, ese tiene valor en virtud de mi sangre. Otros se bau-tizan con el
fuego, deseando el bautismo con afecto de amor, y no lo pueden recibir. No
hay bautismo de fuego sin sangre, puesto que esta se halla entremezclada y
empapada con el fuego de la divina caridad, ya que fue derramada por amor.
Hablando figuradamente, recibe el alma de otro modo el bautismo de la
sangre. De este provee la caridad, porque conoce la enfermedad y la
fragili-dad del hombre, pues por ellas pierde la gracia, que recibio en el
bautismo en virtud de la sangre. (No es que el hombre se vea forzado, por su
fragili-dad o por otra causa, a cometer pecado en contra de su voluntad, sino
que, como fragil, cae en la culpa de pecado mortal.) Por eso fue necesario
que la caridad divina determinara dejarles un perenne bautismo de sangre,
que se recibe con la contrition de corazon y con la santa confesion,
declarando, cuando se puede, los pecados a mis ministros, que tienen la llave
de la sangre. Con ella rocia el sacerdote la cara del alma por la absolution.
Si uno no se puede confesar, basta la contrition de corazon. Entonces, la
mano de mi dementia os da el fruto de esta preciosa sangre; pero, pu-diendo
confesaros, quiero que lo hagais. Quien lo pueda hacer y no quiera, sera
privado del fruto de la sangre. Cierto que en el ultimo momento de la muerte,
si quiere el hombre confesarse y no puede, tambien recibira la sangre. Pero
ninguno sea tan insensato que por esta razon se deje llevar de la confianza
para poner en orden sus acciones en el ultimo extremo de la muerte, porque
no es seguro, en razon de su obstinacion, que yo, en mi divina justicia, no
diga: «Tu no te acordaste de mi en la vida, cuando te fue posible; yo no me
acuerdo de ti en la muerte». Por ello, nadie se abandone, y, si alguno lo ha
hecho, no debe dejar para el ultimo momento el confesarse pretextando la
confianza en la sangre.
Ves, por tanto, que este bautismo es perenne, por lo que el alma debe
bautizarse en el continuamente. Por el conoce que mi obra, esto es, el
su-frimiento en la cruz, fue finita, pero el fruto que de el habeis recibido por
medio de mi es infinito. Esto ocurre en virtud de la naturaleza divina, infinita,
unida a la humana, finita, que sufre en mi, el Verbo, que me hallo vestido de
vuestra humanidad. Pero, porque se hallan entremezcladas y fundidas una en
otra, no porque sea infinito el sufrimiento del cuerpo ni
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del deseo que tenia de terminar vuestra redencion, la eterna divinidad atrajo
hacia si la pena que sufri yo con tan ardoroso amor. Por eso puede llamarse
infinita a esta operation; no porque lo sea el sufrimiento del cuerpo ni la pena
de deseo que debia satisfacer por vuestra redencion, sino porque ella termino
en la cruz cuando el alma se aparto del cuerpo. Pero el fruto que produjo el
sufrimiento y el deseo de vuestra salvation es infinito, y por ello lo recibis de
modo infinito.
Si no hubiese sido infinito, el genero humano no hubiera sido
restau-rado, es decir, el presente y el porvenir. Tampoco el pecador podria
levan-tarse de su culpa si este bautismo de la sangre no se hubiera dado de
modo infinito, o sea, si no fuera infinito su fruto.
33. Quienes han llegado al cuarto grado, en el que se ambicionan los oprobios de Cristo.
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[91] ... ¿Hay otra clase34 que las lagrimas de los ojos? Si. Hay unas
11amadas lagrimas de fuego, esto es, de verdadero y santo deseo, el cual se
rea-liza por medio del afecto del amor. Quisieran derretir su vida en llanto
por aborrecimiento de si y para la salvation de las almas, y les parece que no
pueden. Digo que estos tienen lagrimas de fuego, en las que el Espiritu Santo
llora en mi presencia por ellos y por su projimo, es decir, mi divina caridad
enciende al alma con su llama para que ofrezca anhelantes deseos en mi
presencia, sin lagrimas en los ojos. Las llamo lagrimas de fuego, y por eso
dije que el Espiritu Santo llora. No pudiendo hacerlo con las lagrimas, ofrece
los deseos del llanto que su voluntad tiene por amor a mi. Aunque, si abren
los ojos del entendimiento, veran que el Espiritu Santo llora por medio de
todo servidor mio que derrama el perfume del santo deseo y de humilde y
continuada oration ante mi. A esta clase parece referirse el glorioso san Pablo
cuando dijo que el Espiritu Santo llora por vosotros ante mi, el Padre, «con
llanto inenarrable» (Rm 8,26).
Ves, pues, que no es menor el fruto de las lagrimas de fuego que las de
agua, sino que muchas veces es mayor en conformidad con la medida del
amor. Por eso, tales almas no deben llegar a la turbacion de espiritu ni les
debe parecer estar privadas de mi, ya que quieren las lagrimas, y no las
pueden tener de la clase que desean. Deben desearlas con su voluntad
con-cordada con la mia, dispuesta al si y al no, segun plazca a mi voluntad.
Algunas veces permito que no tengan las lagrimas corporales para obligarlas
a estar de continuo humilladas ante mi, saboreandome con perseverante
oration y deseo. Porque, si obtuvieran lo que piden, no sacarian el provecho
Tratado de la Providencia
[144] ^Por que tengo a esta alma rodeada de tantos enemigos, en tanta
pena y afliccion? No para que la tomen prisionera ni para que pierda la
ri-queza de la gracia; lo hago para demostrarle mi providencia, a fin de que
confie en mi y no en si, se levante de la pereza y se refugie en mi, su defensor.
Soy padre benigno que procura su salvation. Lo hago para que se hu-mille y
vea que ella por si misma no existe y que reconozca que su existen-cia y toda
la gracia que hay en su ser proviene de mi, que soy su vida. (fComo reconoce
esta vida y mi providencia en los combates? Recibiendo la gran liberation,
pues no la dejo que este continuamente en ellos, sino que van y vienen segun
veo que le son necesarios. Una vez le parecera hallarse en el infierno, y, sin
ella hacer nada, se vera liberada y gustara de vida eterna. El alma permanece
serena, toda inflamada de amoroso fuego. Lo que ve le parece que proclama
a Dios por la consideration que hace entonces sobre mi providencia al ver
que, sin haber ella hecho nada, sale no solo de ese infierno, sino que, por mi
inestimable caridad, me volvi a soco-rrerla en su angustia en el tiempo
oportuno, cuando ya casi no podia mas.
¿Por que, cuando se ejercitaba en la oration y otras cosas necesarias, no
respondi con la luz, librandola de la oscuridad? Para que, siendo aun im-
perfecta, no atribuyese a sus practicas lo que no era suyo. Ves, pues, que el
imperfecto, por el ejercicio en los combates, llega a la perfection al
experi-mentar en ellos mi providencia. Entonces creera en ella para lo
sucesivo. Se lo he mostrado con la experiencia, y de ahi que haya concebido
el amor per-fecto una vez conocida mi bondad y se haya elevado del amor
imperfecto.
Utilizo tambien otra santa argucia para levantarla de la imperfection.
Hare que conciba un amor particular a las criaturas, ademas del amor
es-piritual comiin. Por medio de este amor ordenado que le he inspirado,
arroja el desordenado con que amaba antes. Ves, por tanto, que es lo que
erradica la imperfection. Pero atiende a otro medio amoroso; por el se
muestra si me ama o no perfectamente. Se lo he dado con esa finalidad para
que lo tuviese como sefial de conocerlo y para que lo demostrase. Si no lo
conociera, no hallaria desagrado en si mismo y creeria que es suyo lo que
procede de mi. De este modo lo conoce, pues te he dicho que el alma es aun
imperfecta. No hay duda de que, siendo imperfecto el amor que me tiene, lo
es tambien el que tiene a la criatura rational, porque la caridad perfecta con el
projimo depende de la perfection de su caridad para conmigo; de modo que
en la medida en que me ama perfecta o imperfecta-mente, ama, en la misma
medida, a la criatura. ^Como lo conoce ella por este medio? De muchos
modos. En cuanto quiera abrir los ojos del entendimiento, no pasara mucho
tiempo sin que lo vea y experimente.
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[147] j Oh, como han ordenado sus sentidos por la buena y dulce
guar-dia que hizo el lib re albedrio en la puerta de la voluntad! Todos los
sentidos forman una suavisima armonia que sale de la ciudad del alma,
puesto que las puertas estan cerradas y abiertas. Cerrada se halla la voluntad
al amor propio, y abierta a desear y amar mi honor y la dileccion al projimo.
El entendimiento se halla cerrado para mirar desordenadamente las deli-cias,
vanidades y miserias del mundo, y abierto con la luz enfocada al ob-jeto de
mi voluntad. La memoria esta candada al recuerdo del mundo y de sus
sentidos y abierta para recibir y para que a ella vuelva el recuerdo de mis
beneficios. El afecto del alma experimenta entonces jubilo, y produce una
melodia de templadas y sintonizadas cuerdas con la prudencia y la luz,
logrando una musica para la gloria y alabanza de mi nombre.
En esta musica, en que estan sintonizadas las cuerdas de las potencias
del alma, se hallan tambien acordes los pequenos sentidos e instrumentos
corporales. Lo mismo que te dije, hablandote de los malos, que con ellos
todas las cuerdas tocaban a muerto, pues recibian a los enemigos, asi estas
suenan a vida recibiendo a los amigos, las verdaderas y reales virtudes:
ha-cen uso de los instrumentos [de los sentidos] con buenas y santas obras.
Cada miembro lleva a cabo el trabajo que se le ha encomendado, cada uno
con la perfection correspondiente a su importancia: los ojos, el suyo de ver;
los oidos, oyendo; el olfato, percibiendo el olor; el gusto, paladeando; la
lengua, con el habia; el tacto, con las manos y las obras; y los pies,
caminando. Todos concuerdan en unica armonia para servir a la alabanza y
gloria de mi nombre, y al alma con buenas, santas y virtuosas obras,
obedientes al alma, respondiendo como instrumentos. Me son agradables,
como a los angeles y a los bienaventurados, que con gran gozo y alegria
es-peran participar en conjunto de la felicidad. Lo quiera el mundo o no, los
malvados no pueden menos de sentir complacencia en esta armonia, y son
muchisimos los que quedan presos en este anzuelo e instrumento y se
apar-tan de la muerte y vienen a la vida.
Todos los santos han pescado a las almas por este medio. El primero que
se sirvio de esta armonia fue el dulce y amoroso Verbo tomando vuestra
hu-manidad, y con ella, unida a la divinidad, produjo la dulce musica sobre la
cruz, tomo a los hijos del genero humano, aprisiono al demonio y le quito el
dominio que por tanto tiempo habia tenido a causa de la culpa. Todos vo-
sotros componeis una musica aprendiendo del Maestro. De El lo hicieron los
apostoles, sembrando su palabra por todo el mundo; los martires, los
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confesores, los doctores y las virgenes, todos pescaban con esa musica. Mira
a la gloriosa virgen Ursula, que hizo sonar tan dulcemente su instrumento,
que solo de virgenes capturo once mil, y muchos mas, cautivados por la
misma armonia. Y asi todos los demas; unos de un modo, otros de otro.
<jCual fue la causa de esto? Mi infinita providencia, que determino darles los
medios y el modo de producir esa armonia. Lo que yo doy y permito en esta
vida les sirve para perfeccionar el instrumento, si ellos lo quieren aceptar y se
privan de la luz del amor propio, del placer y de su propio parecer.
SIMON DE CASCINA
Se sabe que en 1381 fue, en Pisa, prior del convento de Santa Catalina, y
que escribio muchas obras en latin y en lengua vulgar. Murio en torno a 1412.
A Arrigo Levasti se debe la publication de algunos pasajes del Colo-quio
espiritual, escrito en 1391.
El rapto
[7] De vueltas y mas vueltas... en la mente al amor de Dios por los hom-
bres, a la humanidad de Cristo... y a la felicidad futura de los elegidos. Con la
ayuda de la gracia, si perseverando siempre en ello se ocupa de estas cosas,
mortificando el afecto voluptuoso del alma con el amor del Creador y con la
suavidad de la patria celeste, se podra trocar el deleite de la carne en la
jovialidad del espiritu, que es mas que gloriosa. Otro movimiento perni-cioso
suele asaltar al soldado de Cristo sin instruction. Este, a causa de la
consideration de la perfection, de la elevation de las virtudes y de la santi-dad
de los padres del pasado, se vuelve pusilanime, atontado y frio. Se
su-gestiona con la hostilidad de los enemigos, su sagacidad y fortaleza, y por
otro lado con el numero de vicios que se han de debelar, con la gravedad del
conflicto entre la carne y el espiritu, prolongado y sin consuelo, siendo
desconocido para el el progreso del alma. Con estos pensamientos y tenta-
ciones forma una acumulacion bajo la cual la mente afeminada se desespera,
no ya de morir, sino de progresar. Y pasado este momento, y habiendose
rendido la mente a la desesperacion de la pusilanimidad, ^ quien contara sus
tentaciones desgarradoras y sus pensamientos desorbitantes? Ademas, piensa
en las tareas singulares como sustancias muertas, indaga sobre lo que se hace
en el mundo, en torno a lo que ella hace o habria podido hacer, me-dita con
asidua meditation, esta encerrado en la celda con el cuerpo, pero con la
mente (por llamarla asi) explora todo ambito del siglo. Quien esta agi-tado
por tales revolvimientos es insensible a las alabanzas en las cosas divinas, y
cuando quiere atender a Dios con el amor de la oration, esta mas bien
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[22] [El alma esposa] ama lo que ve, se arrima a lo que le gusta, quiere
poseer para siempre lo que capta en la contemplation, y no duda de que sera
dichosa si merece asociarse a los coros angelicos; por eso en sus deli-cias y
alabanzas no deja de repetir lo que dijo Tobias: «Sere dichoso si los restos de
mi semilla ven el esplendor de Jerusalen» (Tb 13,17). Cuando considera para
si la razon de tanta alegria, piensa que proviene de los te-soros de la
divinidad. Por eso, ferviente de amor y confiando en la caridad, lleva los ojos
del entendimiento a la esencia de la Majestad divina, sobre como es ilimitada
y poderosa, y admira las fruiciones que la colman, mas creyendo que
reconociendo, De aqui surge el indecible e insatiable apetito de alabanza que,
atrayendo a si cada dilecta virtud del animo, la aleja de los sentidos y,
habiendola vuelto insensible a lo de fuera, la hace desorbi-tar interiormente
con las delicias del Verbo.
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