Dolor Cronico y El Yo
Dolor Cronico y El Yo
Dolor Cronico y El Yo
Dolor Crónico y el YO
Un instrumento para el análisis de la relación entre neurociencia y la
noción de persona
Pablo Rodolfo Brumovsky
Universidad Austral, Argentina
¿Qué es el Dolor?
Para comprender el dolor, es oportuno comenzar con el análisis de la evolución
de su definición.
Desde un punto de vista etimológico, la palabra dolor deriva del Latin Poena,
que significa multa o penalidad. La elección del nombre es interesante, porque de algún
modo le adscribe una connotación emocional negativa que no será ignorada en
versiones más actuales de la definición del dolor.
En el sentido estricto, la primera definición del dolor se remonta a Hipócrates
(460 AC), quien define que “el dolor es estrictamente una percepción física”.
Por otro lado, años más tarde, Aristóteles (384 AC) se referirá al dolor como
“una emoción que predomina sobre todo procesamiento racional”. Lo físico quedó
relegado y en cierto modo menospreciado con tal apreciación del problema.
Desde esos primordios de definición, pasaron más de 2000 años antes de ser
expuestos a una nueva definición, basada además en evidencia científica. Tal fue el caso
de la definición del gran electrofisiólogo inglés Sir Charles Scott Sherrington (1857),
quien definió al dolor como “parte de un mecanismo de protección individual… una
función neural en la cual la percepción es un evento separado del procesamiento neural
asociado”. De alguna manera, Sherrington advirtió que el dolor es una entidad
fisiológica compleja que no es fácil o únicamente reductible a eventos físicos
(procesamiento neural).
Casi 140 años después, la International Association for the Study of Pain
(IASP), estableció la primera definición oficial del dolor como una “experiencia
sensorial y emocional displacentera asociada a daño tisular actual o potencial, o descrito
en términos de tal daño”.
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Más recientemente inclusive, se ha propuesto una nueva definición que lee: “El
dolor es una experiencia estresante asociada con daño tisular actual o potencial, con
componentes sensoriales, emocionales, cognitivos y sociales” (Williams y Craig, 2016).
Como se ve, IASP y la comunidad científica que estudia y trata el dolor, aún hoy
hacen grandes esfuerzos para definir de la manera más ajustada posible al dolor,
incluyendo la mayor parte de los aspectos que parecen caracterizar al fenómeno llamado
dolor. Por supuesto, y sobre todo las definiciones más recientes, deben resistir la
evaluación del tiempo para establecer su validez absoluta. Sin embargo, se ha recorrido
un camino interesante desde la primera aproximación de su definición, hasta el día
presente.
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inflamación del sistema nervioso. El dolor es dependiente del estímulo (es decir, es
evocado por estímulos de alta intensidad o nocivos). Y, finalmente, es un evento de tipo
adaptativo (lo cual permite determinar el potencial de daño tisular).
Por el contrario, el dolor crónico se caracteriza por presentar algún tipo de lesión
o enfermedad del sistema nervioso, presenta una respuesta neuroinmune marcada, se
manifiesta con dolor espontáneo y/o evocado por estímulos de baja y alta intensidad, y
posee carácter maladaptativo y persistente (se presenta como una amplificación anormal
y mantenida, independiente de la lesión original, que inclusive podría haber resuelto sin
mayores problemas).
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Figura 4. Matriz del dolor. PFC, corteza prefrontal; BG, ganglios basales; S1, corteza
somatosensorial primaria; S2, corteza somatosensorial secundaria; M1, corteza motora
primaria; SMA, corteza motora suplementaria; ACC, corteza cingular anterior; PAG,
sustancia gris periacueductal (Schweinhardt and Bushnell, 2010).
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A finales del siglo pasado, estudios en pacientes con lesión isquémica cortical
específicamente localizada en las áreas S1 y S2, refirieron algo que podría definirse
como “sentimiento” de dolor, sin “sensación” objetiva del mismo. Quizás se explica
mejor su experiencia citando sus propias palabras: “Algo me pasa que no me gusta, pero
no puedo decir qué es”. En cierto modo, los pacientes conservaban el procesamiento
afectivo del dolor, pero no la capacidad discriminativa. Esta observación condujo luego
a la identificación de un gran número de neuronas en S2, concretamente en el lóbulo de
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Dimensión afectivo-emocional
Así como los aspectos sensitivos-discriminativos del dolor parecen ser
procesados en las cortezas S1-S2, lo desagradable del dolor sería codificado en la
corteza cingular anterior y el tálamo medial (Figura 6).
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Dimensión cognitivo-evaluativa
Finalmente, el estado de atención y evaluación cognitiva también afecta el
procesamiento del dolor. Esto explicaría porqué un paciente o individuo es capaz de
resistir estímulos intensos que normalmente causarían dolor (por ejemplo, los faquires
en la India).
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Kevin: “Las partes que no son yo, no puedo ser yo. Lo peor es el dolor,
obviamente, pero el hecho de que soy este monstruo, me vuelvo malo, hago y
pienso cosas que son malas, cosas que no le diría a nadie y no le diré a Ud. Así
que no pregunte, … esa es la peor parte, ahora que Ud. pregunta”.
Simon: “Es como vivir con este “tipo” que te sigue todo el tiempo… Estás
condenado a vivir con él y se mete en tu camino, me avergüenza, no es sociable y
a veces hasta es desagradable. Si no puedo ser la imagen de lo que yo creo ser,
entonces estoy en problemas… Yo sé que cuando soy malo soy yo, y sé que no
hay ese “tipo”, no estoy loco, pero no soy yo, eso no es yo, no soy como eso”.
Frank: “Odio la manera en que soy ahora, nunca fui como esto antes, no, lo odio,
me vuelve loco… Si, estar miserable todo el tiempo, yo acostumbraba a reírme…
soy un tipo miserable y desagradable”.
Como parte de la evolución de la injerencia del dolor crónico en la percepción
personal, la exposición pública lo empeora:
Tony: “Me encantaría estar solo en una isla desierta… estar lejos de la gente y no
tener que ser algo que no quiero ser, eso sería genial… Seguiría siendo miserable
pero no importaría, sólo importa cuando hay otra gente a mi alrededor”.
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Frank: “Soy inútil, no puedo ayudar a mi madre, no puedo patear la pelota con
los chicos. Soy tan sólo una carga… de qué sirve si no puedo contribuir en nada?,
sería lo mismo que no estar, todos se pierden algo por mi… soy yo no ellos,
aunque estoy seguro que ellos están cansados, soy yo el que se siente inútil porque
no puedo hacer mi parte… Ahora bien, yo necesito a la gente, pero ellos no me
necesitan a mí, de hecho, su vida sería más fácil si yo no estuviera, tendrían
menos que hacer, por ende, soy una carga”.
Kevin: “Este dolor, duele pero contiene una maldad que me hace odioso,
irracional. Odio cuando todos se van por la mañana y me dejan solo, y odio
cuando todos regresan en la tarde… Si a alguien le pasa algo triste, no me
entristezco, a veces me satisface… Me satisface que alguien más esté miserable, y
uno tiene esas estúpidas discusiones por nada, y sabes que son estúpidas pero las
tienes de todos modos para desparramar un poco de odio a tu alrededor”.
Kevin: “Tengo que ser cuidadoso con la gente y estoy un poco preocupado por lo
que me pueda pasar a mí. ¿Nos van a reunir y llevar a algún campo de
concentración?”.
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Figura 8. Dolor psicológico y áreas que se activan del mismo modo que frente al
estímulo doloroso físico (Meerwijk et al., 2013).
Derrota mental
Finalmente, otro evento psicológico que se deriva del dolor físico es el de la
derrota mental, “constructo de origen reciente aplicado a la experiencia del dolor
crónico para caracterizar el impacto del dolor en el concepto del YO”. La derrota mental
puede ser descripta como un estado mental marcado por la sensación de pérdida de
autonomía, agencia e integridad humana. Finalmente, la derrota mental se conceptualiza
como un tipo de autoprocesamiento en dónde el dolor persistente resulta en un grupo
relacionado de creencias negativas acerca del YO en relación al dolor.
En última instancia, el paciente se ha entregado al dolor, y ya no es dueño de sí
mismo.
Todas las elucubraciones hechas más arriba podrían sintetizarse trayendo a colación una
observación reciente. Se ha determinado, a través del análisis de numerosos artículos
científicos controlados, que la corteza cingular anterior es capaz de procesar una gran
variedad de información y funciones incluyendo: lenguaje, atención, control cognitivo,
motricidad, memoria y aprendizaje, memoria de trabajo, toma de decisión, emoción,
cognición social, información sensitiva, y dolor, entre otros (Figura 9).
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análisis del estado de autoconciencia del paciente, con el fin de ofrecer un análisis
diagnóstico, así como para estudiar la evolución del paciente incluido en el programa
terapéutico.
Así, se ha generado un cuestionario de las Experiencias del YO. En el mismo, se
propone una serie de preguntas, de las cuales se elijen sólo algunas a modo de ejemplo:
Los resultados también sugieren que el estar siempre enfocado en los pensamientos
de uno puede contribuir a la depresión, mientras que el distanciarse de los mismos
puede ser beneficioso. En otras palabras, el distanciamiento de los propios pensamientos
es de hecho lo que define al YO como contexto.
Finalmente, más ejemplos provienen de la esfera de la meditación. Así, se observó
que la meditación en pacientes con dolor crónico permite (Figura 10):
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Figura 10. Efectos de la meditación en pacientes con dolor (Zeidan et al., 2012).
Conclusiones
La pregunta era: ¿Es el “YO” un puente adecuado entre los resultados de la
neurociencia y la noción de persona?
A esta pregunta se puede contraponer otra que es, ¿es realmente posible
responder esta pregunta hoy en día? Probablemente hoy aún contemos con una
neurociencia rudimentaria que nos permite sólo ejercer asociaciones intelectuales
informadas, sin necesariamente conocer en detalle los mecanismos íntimos de
procesamiento de la identidad a nivel cerebral.
Sin embargo, no dejamos de estar firmemente encaminados hacia una mejor
comprensión de todos estos procesos, con una perspectiva neurobiológica que podría
ayudar en la discusión filosófica sobre el YO.
Por lo pronto, la evidencia con la que se cuenta al momento es que la
modulación del evento neurobiológico llamado dolor también impacta sobre la
percepción acera de nosotros mismos.
En suma, es posible advertir un correlato neurobiológico entre el YO y la noción
de persona.
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