6 Prince of Agony (Perilous Courts) Tavia Lark

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Prince of Agony

PERILOUS COURTS, BOOK 6.

TAVIA LARK

Traducido por:

¡Sin fines de lucro!

2
SINOPSIS
El precio del poder de Kazia es el dolor.

El príncipe Kazia Dire no es amable. Ser amable permite que la gente se


acerque. Si se acercan, se arriesga a revelar su mayor secreto: el poder que lo
condena a toda una vida de abusos.
Hasta que la oportunidad aparece en forma de un mago enemigo cautivo.

Seguir a un dragón a través de la frontera encadena a Lucien Vaire, y a


partir de ahí las cosas no hacen más que empeorar. Lucien ha odiado a la Casa
Dire desde la última guerra. Ahora, está bajo el control directo del notorio
príncipe mocoso.
Sin embargo, bajo la feroz máscara de Kazia, Lucien percibe una
desesperada vulnerabilidad.

La dolorosa experiencia ha enseñado a Kazia a temer a los magos. Necesita


mantener a Lucien a distancia incluso cuando utiliza sus talentos. Pero esa
distancia se estrecha con cada amabilidad cuidadosa. Cada contacto accidental.
Lucien actúa más como un protector que como un prisionero, y Kazia se siente
tentado por la peligrosa dulzura de la confianza.

Pero Lucien sigue siendo un mago y Kazia sigue roto. Y los crueles padres
de Kazia aún pueden destruirlos a ambos.

Contenido: Príncipe de la Agonía es un romance gay de alta fantasía, con cautiverio,


dolor/comodidad y enemigos que se esconden juntos en un armario sabanas. Este es el
último libro de la serie Perilous Courts, que se disfruta mejor en orden.
Este libro incluye cautiverio, magia coercitiva, abuso físico y referencias a abusos infantiles
en el pasado. El abuso no es entre los dos protagonistas. También hay una diferencia de
edad, pero ese es realmente el menor de sus problemas.

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NOTA DEL STAFF

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro. Ninguno de los involucrados
obtuvo ganancia alguna. Somos sólo fans y lectoras compulsivas del contenido
MM y LGBTQ+ que deseamos hacer llegar estos libros a más lectores. Es un
trabajo de fans para fans.

Animamos a comprar este libro, si tienen la oportunidad. Esto ayudaría


mucho al autor. Si no pueden, también ayudan haciendo una reseña en inglés en
goodreads, amazon o su blog/foro; o recomendando el libro a amigos o
conocidos. Todo esto en beneficio único al autor o autora. Apoyar de cualquier
manera legal es importante. Ya que sin ellos no tendríamos libros para leer.

Por favor, no suban capturas o hablen de alguna traducción en los grupos


privados de los autores. Ni redes sociales donde ellos pueden fácilmente buscar
su nombre. Dado que esto nos causaría grandes problemas, y a su vez, a
ustedes. ¡Cuidémonos entre todos!

Ahora sí, ¡Disfruten!

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ÍNDICE

CAPÍTULO UNO.-------------------------------------------------------------------- 7
CAPÍTULO DOS.-------------------------------------------------------------------- 13
CAPÍTULO TRES.------------------------------------------------------------------ 20
CAPÍTULO CUATRO.--------------------------------------------------------------26
CAPÍTULO CINCO.---------------------------------------------------------------- 33
CAPÍTULO SEIS.--------------------------------------------------------------------40
CAPÍTULO SIETE.------------------------------------------------------------------48
CAPÍTULO OCHO.---------------------------------------------------------------- 56
CAPÍTULO NUEVE.--------------------------------------------------------------- 64
CAPÍTULO DIEZ.------------------------------------------------------------------- 73
CAPÍTULO ONCE.----------------------------------------------------------------- 79
CAPÍTULO DOCE.----------------------------------------------------------------- 88
CAPÍTULO TRECE.--------------------------------------------------------------- 102
CAPÍTULO CATORCE.----------------------------------------------------------- 108
CAPÍTULO QUINCE.--------------------------------------------------------------115
CAPÍTULO DIECISÉIS.------------------------------------------------------------ 121
CAPÍTULO DIECISIETE.--------------------------------------------------------- 129
CAPÍTULO DIECIOCHO.-------------------------------------------------------- 138
CAPÍTULO DIECINUEVE.------------------------------------------------------- 147
CAPÍTULO VEINTE.-------------------------------------------------------------- 157
CAPÍTULO VEINTIUNO.-------------------------------------------------------- 165
CAPÍTULO VEINTIDÓS.--------------------------------------------------------- 169
CAPÍTULO VEINTITRÉS.---------------------------------------------------------173
CAPÍTULO VEINTICUATRO.----------------------------------------------------179
CAPÍTULO VEINTICINCO.------------------------------------------------------183
CAPÍTULO VEINTISÉIS.--------------------------------------------------------- 190
CAPÍTULO VEINTISIETE.--------------------------------------------------------195
CAPÍTULO VEINTIOCHO.------------------------------------------------------ 199
CAPÍTULO VEINTINUEVE.-----------------------------------------------------205

5
CAPÍTULO TREINTA.------------------------------------------------------------ 210
CAPÍTULO TREINTA Y UNO.--------------------------------------------------- 215
EPÍLOGO.-------------------------------------------------------------------------- 222
¡Un saludo de Tavia Lark!----------------------------------------------------231
Sobre el Autor----------------------------------------------------------------- 232

6
CAPÍTULO UNO.
Kazia.

La invocación golpea el alma de Kazia con tanta fuerza que se interrumpe a


mitad de la frase. Nunca se acostumbrará a esa sensación. Como tropezar
mientras permanece en un sitio. Como si sus oídos zumbaran sin escuchar
sonido alguno.
Más insidiosos que la invocación son los propios pensamientos de Kazia.
Conciencia. Impotencia. Ya van cinco invocaciones este mes, y sólo es el
decimoquinto de Wyrming.
Esto es mucho peor que la última guerra.
—¿Su Alteza? —pregunta la heraldo1 Hyda, trayendo a Kazia de vuelta al
presente.
Correcto. Kazia sigue en su salón, recibiendo el informe de su heraldo. El
fuego parpadea entre las estatuas de dragones. Las ratas deambulan en su
imponente jaula, una de las muchas cosas que robó del laboratorio del difunto
Radovan Ark.
Kazia no puede recordar lo que estaba diciendo. —Terminemos con esto.
—Kazia salta de su sillón, a la caza del abrigo que tiró al suelo antes—. Olvidé
que tengo que ver a su Majestad esta tarde.
Hyda asiente. Lleva tres años a su servicio, una mujer sin pretensiones
que ni siquiera se tiñe el cabello negro. Estúpidamente alta, como la mayoría de
la gente. —Eso era todo lo que tenía que informar sobre Sabora. ¿Cómo quiere
que manejemos el informe de este trimestre?
Kazia encuentra la prenda de damasco2 negro y plata debajo de su mesa
de café. Se echa el largo cabello hacia atrás mientras lo pesca. —Otro descenso
en los ingresos de la hacienda. Un 4%.
—¿Además del descenso del 2% en el año fiscal? —Hyda frunce el ceño
cuando Kazia asiente—. Es excesivo, Alteza.
Mejor se olvida del abrigo. Kazia lo deja caer al suelo. —Sabora siempre
pierde ingresos este trimestre, y la gente apenas espera que aumenten los
1
Mensajero o vocero. En la antigüedad eran oficiales que llevaban órdenes de los monarcas,
convocaban a quienes eran citados por el rey o silenciaban a la gente para que los soberanos
hablaran en público.
2
Tela de seda o lana que tiene bordados en el tejido.

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beneficios bajo mi gestión. Un 4% ahora nos da margen para aumentar el
porcentaje más adelante.
Suponiendo que siga vivo y cuerdo para entonces. Kazia mete sus manos
en los bolsillos para que dejen de temblar. Joder. Debería estar acostumbrado a
esto.
Kazia no había planeado el desfalco cuando exigió la propiedad de
Sabora a su ex hermano adoptivo. Como la mayoría de los planes de Kazia, la
exigencia era más una daga lanzada en la oscuridad que un plan verdadero.
Arrojada al azar para ver si sangraba algo.
Entonces Vana de hecho le entregó Sabora en un juego de poder de
despedida que aún no ha comprendido. A Kazia no le importa por qué, en
realidad. Los fondos son útiles para afilar las dagas, aunque aún no sepa dónde
lanzarlas.
—¿Algún cambio en la distribución? —pregunta Hyda.
—Dobla los regalos a Tem, Bernek y Gabra. —Hay más. Kazia tenía más
en mente, pero no puede recordarlo—. Mantén el resto en reserva por ahora.
¿Algo más que sea urgente?
—Nada urgente. El drasgard Nevas preguntó por un despido temporal, su
madre está muriendo y a él se le ha acabado el permiso regular.
Bastardo con suerte. Kazia vuelve a tomar su abrigo, dejando su horquilla
más resistente en el bolsillo. —Bastante fácil. ¿Qué hicimos la última vez?
Hyda echa un vistazo al abrigo, pero no dice nada sobre el inquieto
movimiento de Kazia. —Egon se quedó dormido el mes pasado, y a Yudra se le
olvidó descorchar una botella de vino la vez anterior.
—Dile a Nevas que rompa una taza de té o algo. Yo le tiraré otra taza a la
cabeza.
Es una rutina bien practicada. La mayor parte de la casa de Kazia está
bajo el control de sus padres, pero a lo largo de los años, Kazia ha forjado una
facción de drasgard, heraldos y otros sirvientes que le son leales. Cuando
necesita mandar a alguien lejos, monta en cólera y lo despide. Su temperamento
es legendario por lo que el mayordomo del rey firma sin rechistar una generosa
indemnización por despido. La escasa rotación de personal también facilita la
recontratación.
Kazia aprieta con fuerza el abrigo. La sensación de invocación hace
tiempo que ha pasado, pero cada centímetro de su piel aún se retuerce. Quiere

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arrojar el abrigo lejos, pero Hyda es demasiado observadora. Es la tercera
invocación de la que es testigo.
—¿Cuándo fue la última vez que visitaste a tu familia? —pregunta
Kazia—. Te corresponde un mes de vacaciones. Toma el camino largo de vuelta
desde Sabora. Puedes acompañar al regalo de lord Tem.
La sorpresa calienta el rostro de Hyda. —Muy amable, Alteza.
Momentos después, ella se ha ido. Kazia se deja caer en el sofá y aprieta
sus párpados con las palmas. La oscuridad no ayuda.
Hyda es leal. Kazia le confía su plan de malversación y, aunque nunca se
lo ha dicho en voz alta, es inteligente. Seguramente ha adivinado el propósito de
sus regalos encubiertos a nobles y magos clave.
Demasiado leal. Demasiado inteligente. Y como prima lejana de una casa
en ruinas, Hyda no heredó ninguna magia pero… ¿y si eso no es cierto? ¿Y si es
secretamente una maga? ¿Y si intenta hacerle daño? ¿Y si ella intenta ayudarle?
Kazia no puede permitir que nadie se entere de su secreto.
Él tampoco puede llegar tarde. Maldiciendo en voz baja, se pasa el abrigo
arrugado por los hombros y saca la horquilla del bolsillo. No tiene tiempo para
cambiarse de ropa pero debería quitarse el cabello de encima. No necesita un
espejo para recogerse la larga melena lavanda y asegurar la horquilla de dos
puntas detrás de la cabeza. Desordenado, pero ese es el menor de sus problemas
en este momento.
Kazia se encuentra con la escolta drasgard en el pasillo justo cuando una
segunda invocación le sacude. No oculta su mueca. Qué innecesario, como si
alguna vez hubiera desobedecido las órdenes de su madre.
Las consecuencias de la obediencia ya son bastante malas.
En algún lugar de los aposentos de su madre se esconde una pequeña
botella de cristal con un tapón de piedra caliza. La botella contiene media taza
de sangre de Kazia, aún tan roja como el día en que Aliza la extrajo de sus
venas.
Su camino hacia los aposentos de su padre es demasiado corto y familiar.
Los drasgard permanecen abajo, en el salón, dejando que Kazia suba solo las
escaleras de la torre. Cuando llega a la sala de mapas sus padres ya le esperan.
Un techo de cristal encantado revela nubes grises cambiantes en lo alto.
La luz plateada difumina los colores de la cámara redonda, desde los murales de
la caza de wyrm hasta el mapa de Alantha incrustado en el suelo de baldosas.

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Sillas altas de madera rodean la cámara, para que el rey y sus confidentes
puedan observar el continente desde cualquier dirección.
Hoy, Imrik Dire está sentado al norte. El dobladillo de su capa se extiende
sobre la niebla, se ha quitado la gran corona de piedra caliza y sólo lleva un
circlet3 dorado con un colgante de piedra caliza.
Su reina Aliza está sentada a su lado. Esta semana lleva el cabello gris
tormenta y frunce el ceño sobre un libro hasta que lo oye acercarse. —Kazia,
querido.
Las botas de Kazia chasquean por el continente, subiendo desde el sur de
Fellrin y cruzando las Fauces acuosas. Camina sobre todo Draskora y el mar sin
nombre del norte. Conteniendo el aliento contra el perfume de humo y flores de
su madre, Kazia besa el aire por encima de su mejilla.
—Hola, madre —dice Kazia, sonriendo dulcemente—. Padre, ¿cómo
estuvo la corte hoy?
Imrik extiende la mano. —La corte fue tranquila. ¿Te has metido en algún
problema nuevo?
La sonrisa de Kazia se ensancha. —Por supuesto que no, padre. —Se
inclina, sus labios a un centímetro perfecto del anillo de sello de Imrik.
Un duro látigo de cuero descansa sobre el regazo de Imrik.
La mirada de Imrik es implacable mientras Kazia retrocede. A veces es
difícil creer que sean parientes. Imrik es pálido como Kazia, pero ahí acaba el
parecido. Rasgos anchos, manos anchas, cabello negro teñido de plata. Imrik es
un hombre grande, se parece más a Marek que a Kazia, aunque Marek sea
adoptado.
Y por supuesto, Imrik nació con la magia de tormenta de la Casa Dire
como un rey apropiado. Él probablemente preferiría no estar relacionado con
Kazia, tampoco.
—Una dotación de magos de guerra está en Ostomar esta semana —dice
Imrik—, cenarán en el gran salón esta noche.
—Yo cenaré en mis aposentos —dice Kazia. Es una lección en la que aún
cree: evita a los magos. Nadie fuera de esta habitación puede saber lo que es
Kazia.
Imrik se levanta, látigo en mano. —Acabemos con esto, entonces. Tengo
otra reunión en una hora.

3
Pieza de joyería o decoración que se coloca en la cabeza, es parecido a una diadema o una corona
sencilla.

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Con los ojos bajos, Kazia se quita el abrigo. Arroja la prenda arrugada al
suelo y se desabrocha las mangas. Sus manos están firmes ahora, aunque sus
pensamientos se desdibujan.
—Mi pobre muchacho —murmura Aliza—, como desearía que no
hubieras nacido así.
La sonrisa obediente de Kazia es un reflejo fácil y practicado. Él levanta
la vista mientras se afloja los cordones del cuello. —No pasa nada, madre. —La
mentira es tan fácil como la sonrisa—. Me alegro de ser un grial, así puedo
serles útil a ti y a mi padre.
Aliza suspira. Al menos no dice nada. Su simpatía es difícil de creer
cuando es ella quien lo invoca con una filacteria4 de magia de sangre. Cuando
probablemente es su maldita culpa que Kazia esté así.
Tal vez Kazia habría sido un grial a pesar de todo. Tal vez había otros
griales entre sus antepasados, o incluso en los de Imrik, ocultos durante mucho
tiempo de los registros familiares.
Pero Kazia nunca ha oído hablar de otro grial con un poder tan retorcido.
Los griales están hechos para ser utilizados. Nacen con reservas innatas
de poder que sólo los verdaderos magos pueden aprovechar. Los griales
normales se usan a través del tacto. Proximidad. Intimidad. Hábito. Placer físico
o emocional. El esposo grial de Marek parece asquerosamente encantado con el
acuerdo.
Kazia nació mal. Su magia sólo puede tomarse a través del dolor.
Sin camisa y con frío, Kazia no puede evitar el escalofrío reflejo cuando
da la vuelta, como tampoco puede frenar su pulso acelerado por el miedo.
Cuando sus rodillas golpean la baldosa, todo le parece inútil.
Planes. El caos. Dagas en la oscuridad. Por mucho que Kazia planee,
siempre acaba aquí. Convocado por su propia sangre, de rodillas, esperando a
que su padre le haga daño.
Su madre mirará sin decir nada. Después, le sanará con su magia de
sangre ardiente. Cuando termine, la piel de Kazia estará lisa y sin
imperfecciones, y todo eco de dolor será invisible.
Kazia sólo espera que la horquilla aguante, para no tener que volver a
lavarse la sangre del cabello.

4
Hace referencia a una botella con sangre que permite a su portador controlar al dueño de dicha
sangre.

11
Con el primer golpe del látigo, la magia de Kazia se abre en su interior,
un abismo infinito y vertiginoso. Con el segundo golpe, grita. Cae sobre sus
manos mientras su magia se derrama de él.
Con el tercero, deja de contar. Él no sabe para qué Imrik utilizará la
magia. Bajo el dolor candente, a Kazia no le queda mente para preocuparse.

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CAPÍTULO DOS.
Lucien.

El viento aparta las llamas de los dedos enguantados de Lucien, pero el calor
perdura en su tacto. Lo suficientemente caliente como para que su dragón
plateada y violeta sienta la señal a través de sus duras escamas, pero no lo
suficiente como para dañarla. El ejercicio de control sería más fácil si Lucien y
Pranim estuvieran unidos, pero si lo estuvieran, Lucien no necesitaría este
sistema de señales.
Lucien desliza una mano por delante de la silla de contacto cercano. Las
chispas se reflejan en las escamas dorsales plateadas de Pranim.
¿Arriba? pregunta Pranim en la mente de Lucien.
Cuando Lucien repite el gesto en señal de confirmación, ella se agita bajo
él. Unas enormes alas retumban detrás de Lucien, que se aferra a la silla de
montar. El frondoso bosque de la frontera norte se desvanece y el estómago de
Lucien cae con él. El cuero del arnés le muerde los muslos y el torso,
tranquilizadoramente seguro.
Pranim se estabiliza antes de la siguiente señal de Lucien. La parada
repentina es tan brusca como el movimiento repentino. Es una buena altura
para observar. O lo sería, si hubiera algo que observar más allá de las nubes.
Es bueno saberlo. Este es un vuelo de entrenamiento mutuo, y Lucien está
aprendiendo tanto como Pranim, si no más. Mira más allá de su hombro,
observando el diminuto tamaño de los árboles que hay debajo. El peso preciso
del aire en sus pulmones.
El único signo de civilización es el Fuerte Larsiay, más una casa de
muñecas que un castillo desde esta altura. Un ejército entero podría estar
escondido en la oscuridad al otro lado de la frontera, pero probablemente no
haya más que unos pocos exploradores. Las fuerzas de Draskora están
concentradas al sur, como las de Silaise.
Diez años atrás, ahí es donde Lucien habría estado. En cambio, él y
Pranim están muy al norte, a leguas del conflicto.
Pranim es la más reciente de los seis dragones de la Skyguard de Silaise,
sin contar a los tres dragones que no quisieron unirse a la Skyguard. A la reina
Margot no le entusiasmaba que los dragones salvajes anidaran en las cavernas

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de piedra caliza, pero no hay mucho que hacer al respecto. Pranim cruzó la
frontera la semana antes de que Draskora declarara lo que ya se llama la Guerra
de Invierno. No se ha unido a nadie, pero le interesó la técnica experimental de
señalización de Lucien.
¿Así que yo puedo decirte cosas y tú no puedes responderme? había
preguntado Pranim. Su tono alegre podría haber asustado a un hombre menos
temerario que Lucien. Estoy encantada de ayudar con esto.
Bromas aparte, Pranim ha sido una dragón cooperativa y estable. Ni la
mitad de la actitud de Sarka. Lucien está empezando a ver cómo sus primeros
vuelos fueron una desquiciada prueba de fuego de dragón.
Sin reproches. Esto es exactamente lo que él siempre quiso.
Casi.
Lucien traza un símbolo iluminado por el fuego a lo largo de las escamas
de Pranim, luego otro.
¿Caer en picada? pregunta Pranim. La confirmación es importante
mientras aún están resolviendo esto. Pranim no registra el calor con precisión,
siente la colocación y la dirección de la magia de Lucien más que reconocer las
formas.
Lucien repite los gestos y el grito mental de Pranim se pierde en su rugido
de placer. Juntos caen en picada a tal velocidad que Lucien casi olvida su
resentimiento. Cuánto preferiría estar en el frente, asando legiones de
draskoranos.
Han pasado diez años desde su primera guerra planeando cómo ganar la
siguiente.
Siempre asumiendo que habría una próxima mientras un bastardo Dire se
sentara en el trono de piedra caliza. Ellos le han quitado todo a Lucien antes. Al
diablo si Lucien va a sentarse y dejar que lo hagan de nuevo.
Los dragones eran la pieza que faltaba en una defensa integral silaisana,
hasta que hace tres años se descubrió la piedra caliza en Silaise. Los dragones
siguieron, y el sueño de Lucien de una Skyguard silaisana se hizo realidad. La
reina Margot incluso le dio a Lucien el mando de la misma.
Muy amable de su parte. Excepto que Lucien no es más que una figura
decorativa. Poner a un plebeyo al timón hace a la Skyguard más aceptable para
las otras casas nobles, comparado con las otras opciones. Rakos Tem, infame
desertor draskorano. Bellamy Sandry, tercer príncipe de Silaise, cuyo ascenso
extendería aún más el poder de la Casa Sandry.

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Lucien ni siquiera puede odiarlos a los dos. Rakos es decente para ser
draskorano, y él y Bellamy son competentes y cooperativos. Pero la guerra sacó
a la luz ciertas verdades: sin un dragonbond Lucien no puede volar en el campo
de batalla. Su método de señalización es útil para el entrenamiento, y se ha
vuelto lo suficientemente bueno como para volar patrullas de reconocimiento
como esta. Pero en combate real, contra magos enemigos y jinetes con
dragonbond, Lucien no puede competir.
Pranim se retuerce durante la inmersión. El impulso y el arnés mantienen
a Lucien pegado a su espalda.
Ahora, advierte Pranim, antes de salir de la inmersión.
A Lucien le duelen los muslos y los hombros por el rápido cambio. No
vuelve a respirar hasta que Pranim se estabiliza en el aire. Los dragones no
necesitan las mismas condiciones en el cielo que las aves: parte de su capacidad
de maniobra depende de su magia, alimentada por la piedra caliza.
¿Y ahora qué? pregunta Pranim. Estamos patrullando, no sólo jugando,
¿verdad? Ja, ¡entiendes! ¡Patrull-ando!
Entre risas, Lucien le hace señas para que siga adelante, hacia el norte, a
lo largo de la frontera. Inspeccionarán desde el Fuerte Larsiay hasta el
campamento principal del ejército del Norte, y luego regresarán a Larsiay antes
del anochecer.
Sin embargo, un mareo sacude la mente de Lucien. Un murmullo que no
puede oír. Familiar y aterrador. Él sabe la respuesta sin oír la pregunta: la
respuesta es Lucien en sí mismo.
La aceleración de Pranim devuelve a Lucien al presente. Un rayo de
escamas blancas se desvanece en las nubes lejanas.
¿Qué haces aquí, jovencita? grita Pranim.
La respuesta es ligera. No es asunto tuyo, vieja wyrm.
El enfado retumba en Pranim. Sus alas bombean con más fuerza a través
del aire cada vez más denso. Mocosa insolente. La perseguiré hasta el nido.
—Espera —grita Lucien por encima del viento, volviendo en sí. Mierda.
Se dirigen al oeste, hacia… nop. Doble mierda. Lucien invoca su magia,
calentando el hombro de Pranim, una señal desesperada para que den media
vuelta.
Porque ellos ya han cruzado la maldita frontera de Draskora.
Mierda de wyrm, jura Pranim, tirando de ellos. Espera, tenemos que...
¡Espera! ¡Joder!

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Una forma negra y verde se abalanza sobre ellos. Lucien se sacude en el
arnés mientras Pranim esquiva a duras penas al otro dragón. La magia salta del
alma de Lucien. Por supuesto. Cualquier dragón salvaje cerca de la frontera
atraerá al cuerpo de dragones de Draskora para intentar detenerlos.
Las llamas de Lucien se dispersan por las nubes. No puede apuntar, no
con Pranim moviéndose tan rápido. Pero si puede romper las nubes, eliminar la
cubierta de sus oponentes…
¡Allí! Pranim sisea cuando el sinuoso dragón negro y verde se retuerce
frente a ellos. Pranim se lanza hacia delante. Lucien no tiene ni puta idea de si
atacar o esquivar. Él no tiene el control.
Al instante siguiente, las sombras los consumen. Lucien pierde todo el
aire de sus pulmones y su visión se apaga. La conmoción apaga sus llamas
activas y, sólo en retrospectiva, el dolor recorre sus extremidades. Una presión
aplastante le rodea el torso.
Su visión se ilumina por un instante. Pranim está debajo de él.
Muy por debajo de él.
Con restos de arnés colgando de sus hombros, Pranim ruge y desaparece
de la vista de Lucien. Su voz roza la mente de Lucien, pero está demasiado
aturdido para entenderla.
Unas enormes garras le rodean y el dragón captor es lo único que le
mantiene sobre el implacable suelo. Las garras de acero y las escamas azul
oscuro son lo último que Lucien ve antes de perder el conocimiento.

La luz atraviesa los párpados de Lucien. Se sacude por reflejo, tratando de


alcanzar la espada o la magia, mientras sus ojos se abren rápidamente. Pero su
mano no alcanza ningún arma, y su magia se acurruca fría e inactiva en su
interior.
Los ojos violetas de un rostro ancho y pecoso desaparecen de su lugar,
llenando el campo de visión de Lucien. La mujer de la túnica se aleja, con un
trenzado de cuerda y cuero en la mano. Su retirada revela el resto de la
habitación, justo cuando Lucien recupera sus últimos recuerdos antes de que
perdiera el conocimiento.

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La habitación de piedra está bien iluminada. Espaciosa, por lo que puede
ver. A dos metros de distancia, relajado y con los brazos cruzados, se alza una
montaña que le resulta familiar. El cabello azul oscuro y el equipo de montar lo
identificarían aunque Lucien no lo hubiera visto antes: Marek Dire, mariscal de
ala y príncipe de Draskora.
Lucien conoció a Marek en un lujoso salón, compartiendo vino y una
insoportable charla diplomática. La última vez fue en la recepción de la boda de
Marek, donde éste estaba demasiado ocupado metiéndole la lengua en la boca a
su nuevo esposo como para entablar conversación alguna.
El nuevo esposo está en el límite de la visión de Lucien, un borrón de
cabello azul y rosa. Los guardias flanquean la puerta detrás de Marek, y el
movimiento detrás de Lucien sugiere que hay más guardias.
Lucien no puede verlos, aunque se atreviera a apartar los ojos de Marek.
El respaldo de la silla de piedra a la que está atado es demasiado ancho. Unas
esposas de hierro le sujetan las muñecas y los tobillos, pero la verdadera atadura
roza la garganta de Lucien. Un collar anulador suprime su magia.
El objeto que le quitó la mujer debió ser un somnífero que mantenía a
Lucien dormido hasta que los draskoranos estuvieran listos para jugar con él.
—Su hospitalidad se ha deteriorado, Alteza —dice Lucien con rudeza.
Marek se encoge de hombros. —Deberías haber traído otra botella de ese
tinto de Pellerin.
Maldición. Lucien está demasiado confuso para seguir el humor negro.
La celda es sencilla. No hay instrumentos de tortura visibles, pero detrás de su
silla hay toda una pared que Lucien no puede ver.
Marek es un blando por su nuevo esposo. Él no torturará a Lucien delante
de Sei, ¿verdad?
Al menos sólo está en juego el pellejo de Lucien. Sólo tiene que mantener
la maldita boca cerrada.… después de hacer unas cuantas preguntas. —¿Pranim
ha vuelto?
Marek no responde. Maldita sea, es bueno.
Lucien se lame los labios resecos. ¿Quemaduras de viento o
deshidratación? —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
Marek tampoco responde. Bien. Ha pasado el tiempo suficiente para que
Marek se duchara después de la captura, pero no para que Lucien muriera de
sed.
Eso lo reduce.

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Lucien se mueve en la silla de piedra. Su columna está bien. Su torso
tiene un enorme hematoma, pero los draskoranos deben haberle curado con
sangre cualquier cosa drástica mientras estaba fuera. Lo quieren vivo, o no se
habría despertado.
Suenan arañazos desde el lado de Sei en la habitación. Él está escribiendo
algo. Tomando notas para el interrogatorio.
—¿Por qué cruzaste la frontera? —pregunta Marek.
La joven dragón. La voz que hace cosquillas en la mente de Lucien.
—Por accidente. Todavía trabajando en la dirección.
—Uh huh. —Marek hace un gesto a la mujer de la túnica—. Vas a
cooperar en el resto de mis preguntas.
A pesar de todo su entrenamiento y orgullo, Lucien se estremece cuando
la mujer, la maga de sangre, le toca la frente. Sus dedos están fríos, su ceño
pecoso fruncido por la concentración.
Un horrible pensamiento retuerce la mente de Lucien. ¿Y si su propio
hechizo no funciona? ¿Y si está a punto de revelar todos los detalles de la
estrategia silaisana a un maldito príncipe Dire?
Pero tras un largo y temeroso momento, los ojos de la maga de sangre se
abren de par en par. Se aparta y hace una reverencia. —Te pido disculpas,
Stormrider. Otro hechizo de sangre me está bloqueando.
Al otro lado de la sala, el bolígrafo de Sei anota todos los
acontecimientos. Marek le fulmina con la mirada. —¿Qué hechizo llevas?
Lucien se siente aliviado. Logra esbozar una sonrisa alegre. —Al parecer,
no tengo que responder a eso.
Marek frunce el ceño. —Maldito Rakos.
Hombre inteligente.
Rakos Tem aportó a Silaise algo más que su experiencia en la conducción
de dragones. Gran parte de su información estratégica está obsoleta: Draskora
ha tenido tiempo suficiente para reestructurar los sistemas clave desde la
deserción de Rakos. Pero Rakos conocía suficientes detalles sobre los hechizos
de la verdad de Draskora como para que los hechiceros silaisanos pudieran
contrarrestarlos.
Los hechizos protectores son experimentales. Lucien es uno de los pocos
que los lleva. Tendrá que decirles a Ismay, Rakos y los demás que ha
funcionado.

18
Los pensamientos de Lucien se detienen. Bien. Suponiendo que salga
vivo de aquí. Porque seguro que Draskora no podrá sacarle ningún secreto por
arte de magia.
Todavía pueden quebrar a Lucien a la antigua.
La contemplación atenta de Marek es una mala señal. No se apresura a
reaccionar, que es probablemente la razón por la que Marek es el mariscal de ala
en lugar de Rakos.
Marek sabe esperar.
—Puedes hablar conmigo ahora —dice Marek—. O hablarás con el
drasgard de su Majestad más tarde. Adivina qué será más divertido.
—Deshonrarme ahora o más tarde. —Lucien respira tan hondo que le
duelen las costillas—. Difícil elección.
Se encuentra con los oscuros ojos draskoranos del príncipe e imagina
encontrar algún atisbo de comprensión. Sin embargo, se apaga cuando Marek
hace un gesto.
Lucien no se resiste cuando la maga de sangre le pone el collar de dormir
alrededor de la garganta. Hay un momento de oscuridad. Una soledad suprema y
vacía. Un silencio abismal en su alma. Un solo pensamiento tenue,
preguntándose si volverá a despertar.
Una voz débil y joven que pregunta: ¿Estás ahí?
Y luego nada.

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CAPÍTULO TRES.
Kazia.

Los pedestales llenan la sala de esculturas, pero sólo la mitad de ellos albergan
estatuas. El mármol tallado rinde homenaje a reyes, reinas y musas sin rostro.
Wyrms, lobos y dragones en miniatura. La estatua más grande se eleva sobre el
centro de todo, como si presidiera la corte sobre la dispareja colección: Buthel
el Desquiciado, con su sonrisa plácida.
La sala de esculturas sólo forma parte técnicamente del ala real, cerrada al
tránsito habitual pero apenas utilizada por sus majestades. Un lugar agradable
para cuando Kazia está demasiado inquieto para quedarse en sus aposentos,
pero no soporta ver a nadie más.
Lástima que hoy no funcione.
Kazia deja a Butterfly5 a los pies de Buthel. La regordeta rata se acerca,
moviendo los bigotes por los dedos de mármol. Butterfly es la rata más
aventurera de la colonia, y Kazia la saca a explorar cuando puede. Las ratas son
mucho mejores que las personas. Son suaves, directas, y no hacen preguntas
insoportables como…
—¿Cómo has estado? —pregunta Sei.
Ahí va otra vez. Sei Mallory, perdón, Sei Marek Dire, es una de las
peores personas del mundo. A Kazia le molesta que cualquier drasgard le dijera
a Sei que podía encontrarlo aquí.
Cuando Sei llegó de Fellrin hacía seis meses, era el grial más ingenuo que
Kazia había conocido. Asquerosamente ansioso por complacer. Debería haberlo
evitado, pero sintió una retorcida punzada de compasión por la difícil situación
de Sei. ¿Ser reclamado por Marek, que maneja la magia feroz con un poder sólo
superado por el de su padre?
Marek es el hijo que Imrik siempre quiso tener. Grande, poderoso, feroz y
sin ambiciones. A diferencia de Vana, que tan claramente quería ser heredero. A
diferencia de Kazia, que nació inadecuado.
Así que Kazia fue amable con Sei. Sólo unas pocas veces. Por desgracia,
Sei se dio cuenta, y ahora tiene la impresión equivocada de que son amigos. Ni
siquiera la implicación de Kazia en el incidente de Radovan le ha quitado esa
5
Nombre de la ratita. Mariposa.

20
idea. Siempre que Sei está en Ostomar le visita. Cuando no está en Ostomar,
envía alguna que otra carta alegre.
Kazia nunca responde, porque el empeño es absurdo. Aunque pudiera
arriesgarse a una amistad, no lo haría con Sei. El hombre lo comparte todo con
Marek.
Evitando el contacto visual, Kazia atiza la colita afelpada de Butterfly.
—He estado muy bien, sin mi odioso hermano apestando el palacio. ¿Cómo está
el zoquete?
Esperemos que sea la dosis correcta de veneno. Kazia no puede arremeter
demasiado, y no puede desviarse con un alegre, estoy bien. Sei es un idiota, pero
también es demasiado inteligente. Él presta atención.
Kazia no puede revelar que algo va mal.
—Marek ha estado bien. Hemos estado volando mucho y el apestoso olor
no es malo cuando estás en el aire. —Sei rodea a Buthel, el Desquiciado para
inspeccionar a un wyrm de piedra que duerme sobre una roca toscamente
tallada—. Esta es una colección bastante variada. Supongo que es de la reina
Aliza.
—Perdió el interés antes de llenar el resto de los pedestales. —Kazia
ofrece su mano a Butterfly, que le hace cosquillas en los dedos antes de volver a
la inspección de los pies de mármol—. ¿Dónde está Marek? Suele estar
esposado a ti.
—Tenía algo que discutir con su Majestad. Le veremos en la cena.
—Qué pena.
Sin inmutarse, Sei se une a Kazia y le tiende una mano. Butterfly se
levanta sobre sus patas para inspeccionar los dedos de Sei a continuación.
—Hablando de eso, ya casi es hora. ¿Bajamos juntos?
Kazia reprime una mueca. La apariencia de amistad puede ser la única
amenaza peor que la propia amistad. —Adelante. Prefiero quedarme mirando
los pies de Buthel cinco minutos más.
La leve pausa es la única señal de que Sei está sorprendido por la
reprimenda. Su respuesta es tan cortés como siempre. —Lo veré en la cena, su
Alteza.
Sei reúne a sus guardias en la puerta y se marcha.
Todo el mundo tiene un punto de ruptura. Tarde o temprano, si Kazia
sigue rechazándole, Sei dejará de tenderle la mano. No más preguntas sinceras
ni cartas alegres. No más interrogatorios poco sutiles en nombre de Marek.

21
Kazia tendrá que responder mejor a la próxima propuesta de Sei. O hacer
la suya propia. Ese era el plan: ganar un aliado potencial en Sei, una visión de la
casa de Marek y del cuerpo de dragones. La guerra tiene a Kazia en vilo. Es
difícil centrarse en sus planes anteriores, por desordenados que fueran.
Si algo le enseñaron sus padres es que nadie puede saber que es un grial.
El instinto más profundo e importante de Kazia es ahuyentar a cualquiera que
pueda averiguar lo que es.
Sei encabeza esa lista. Él también es un grial, y está terriblemente
contento con su servidumbre. Por supuesto, Sei es un grial normal. No le duele
cuando comparte magia.
Kazia no puede imaginarse siendo feliz con esta plaga en su interior.
Las ratas son mejores que los griales, los magos y la gente en general.
Kazia acaricia las grandes manchas lavanda de los hombros de Butterfly hasta
que su inquietud disminuye a un nivel manejable. Luego levanta a Butterfly y la
aleja de la galería semivacía.

Un rápido vistazo le dice a Kazia que esta noche no será una cena ordinaria. Es
extraño, no es un festival y no ha oído hablar de invitados especiales ni de
victorias que celebrar. Sin embargo, las largas mesas de caballete están
colocadas cerca de las paredes dejando un amplio camino hasta el estrado real,
como si se tratara de hacer sitio a los artistas. No hay juglares a la vista, pero el
público de comensales está abarrotado.
La mesa alta está dispuesta para que sólo se ocupe un lado, con el rey
Imrik en el centro, de cara a la sala. Kazia se acerca a hacer una reverencia, con
una postura perfecta, ahora es su momento de actuar. Todos lo observan, listos
para que escupa dagas o haga malabares con ensaladeras.
Pero el plato de ensalada está a salvo esta noche. —Hola, padre —dice
Kazia, con una sonrisa lo suficientemente brillante. No tiene que esforzarse
demasiado. Aliza no está aquí.
Al otro lado de la mesa, Imrik asiente. —Toma asiento. Llegas justo a
tiempo.

22
La anticipación de Imrik es clara, pero la chispa en sus ojos debe ser por
cualquier espectáculo que la cena tenga reservado. Para Kazia, Imrik sólo tiene
una calma que hace que quiera gritar.
Nada que decir sobre Kazia saltándose su lección de historia esta mañana.
Nada sobre Kazia lanzando una taza de té a Nevas la semana pasada. Nada
sobre Kazia llorando bajo su látigo el día anterior.
Hoy hay pocos asientos disponibles en la mesa alta, la mayoría ya
ocupados por cortesanos dispuestos a arriesgar sus cabezas por el favor real. El
asiento junto a Sei está vacío, y Marek no está por ninguna parte. Kazia se deja
caer en una silla del fondo. Él prefiere observar que participar.
El primer plato termina antes de que empiece el espectáculo. Pocos en el
público se dan cuenta del acto de apertura, pero el asiento de Kazia le permite
ver claramente a la heraldo Bretka entrando por una puerta de servicio. Es una
mujer sencilla, con el cabello blanco como el hielo recogido hacia atrás,
encargada de transmitir las palabras del rey por todo Ostomar. ¿Fuera de su
papel? Es como si no tuviera palabras propias. Kazia la ha conocido casi toda su
vida, pero rara vez han hablado.
Bretka se inclina para susurrar al oído de Imrik.
—Hazle pasar —responde Imrik. Cuando Bretka se retira, Imrik alza la
voz, como si los cortesanos no estuvieran ya pendientes de cada una de sus
palabras—. Esta noche tenemos un invitado especial. Aún no he decidido qué
hacer con él.
Con una bota taconeando sobre su asiento, Kazia mira fijamente a
cualquier otra parte. Puede que esté observando cada movimiento de Imrik,
incluso más de cerca que los demás cortesanos, pero prefiere que nadie se dé
cuenta.
Kazia no envidia al invitado especial. Tal vez lo atraparon por
contrabando de piedra caliza. O le incriminaron por contrabando de piedra
caliza, ya que es uno de los movimientos favoritos de Imrik. Nunca pasa de
moda. Sin embargo, Imrik no se molestaría en arrastrar a un criminal ordinario
al comedor, así que tal vez un noble está en problemas. O un líder de guerra.
Las luchas militares internas estarían bien.
Amontona las verduras a un lado de su plato de sopa como una represa
empapada. Sea quien sea el invitado especial, al final no importará. Nada
importa. Kazia simplemente no tiene suficiente influencia. Su padre se ha
asegurado de ello. Sin título, con poca formación, sólo la influencia que Kazia

23
ha conseguido arañar de las sombras. Ha hecho algunas incursiones con ciertas
familias, pero sería un tonto si las considerara leales. A excepción de Gabra,
todas ellas sólo están cubriendo sus apuestas.
Puede que Imrik no haya dicho nada sobre la sucesión, pero las Casas y
los caudillos están pensando en ello de todos modos.
Cuando la represa de verduras de Kazia vuelve a caer en la sopa, se oyen
pasos pesados y un tintineo metálico en el otro extremo de la sala. La heraldo
Bretka reaparece bajo la gran puerta, con los hombros erguidos y la voz sonora.
—Su Majestad, le presento al comandante de la Skyguard, Lucien Vaire.
La cuchara de Kazia se detiene sobre su cuenco. Como todos los
presentes, mira primero la leve sonrisa de Imrik antes de observar a la comitiva
que se aproxima.
Marek se pavonea a la cabeza, llamando la atención por su seguridad y su
corpulencia. Detrás de él, tres drasgard escoltan a un hombre pelirrojo
encadenado.
Kazia deja la cuchara y toma un tenedor limpio con el que juguetea.
Marek se inclina y dice: —Su Majestad. —Con una rápida mirada de
deseo hacia su esposo. Luego se hace a un lado, dejando ver a la estrella del
espectáculo de hoy.
El frío crispa los nervios de Kazia. El miedo instintivo a la vista de
cualquier mago, porque conoce el nombre de Lucien Vaire, como cualquiera que
preste algo de atención.
Lucien Vaire es un mago plebeyo que se convirtió en el azote de la
Guerra del Largo Verano y llegó a ser comandante del cuerpo de dragones
silaisanos. Ahora, es un prisionero vestido con una camisa harapienta y unos
pantalones de piel de wyrm desgarrados. Tres cadenas se enganchan en el collar
de Lucien, y los drasgard le sujetan con correas por detrás y a ambos lados.
Kazia aprieta el tenedor con la mano. Se inclina hacia delante, atento.
Hay algo fascinante en ver a un mago tan poderoso caer a la tierra. Toda esa
magia unida a encantamientos de anulación, convirtiendo al gran comandante en
un hombre más. Sólo otra herramienta.
Los drasgard empujan a Lucien hacia abajo. Cae de rodillas, pero
mantiene la cabeza alta. Con suciedad en su cabello rojo anaranjado, brazos
atados a la espalda, Lucien aún arde de desafío.
Tonto. Ese desafío es una invitación para que Imrik lo aplaste.

24
Imrik utilizará cualquier herramienta a su alcance. A Kazia le escuece la
espalda con la prueba invisible de ello. Este circo de cena tiene un propósito:
Imrik quiere que el mundo sepa que tiene a Lucien. Puede que aún no sepa qué
hacer con él, pero la decisión final sólo fortalecerá la posición de Imrik. En la
guerra. En la corte. En casa.
Kazia no quiere eso. Una idea le golpea como pedernal contra la piedra.
Es una idea terrible. Kazia no puede imaginar las consecuencias. Pero eso
no importa: nunca tiene en cuenta las consecuencias de sus caprichos. Lo
importante no es el resultado, sino el disturbio en sí.
Kazia no crea planes. Él crea problemas.
Mientras Imrik hace señas a un sirviente para que le rellene la copa, una
ostentosa muestra de anticipación, Kazia hace señas a la heraldo Hyda. Ella
escucha la tranquila orden de Kazia y se marcha sin hacer preguntas.
Sentado, Kazia juguetea con su cabello y contempla al mago en el suelo.

25
CAPÍTULO CUATRO.
Lucien.

La ira de Lucien arde tanto que pensaría que es su magia si no fuera por el
amuleto anulador en el lóbulo de su oreja. Apenas siente las cadenas que tiran
de su cuello, la losa bajo sus rodillas. La sutil y nauseabunda atracción de la
piedra caliza en sus sentidos. Todo lo demás palidece comparado con lo que
siente al ver a Imrik Dire.
Lucien no se esperaba esto. Eso es lo más extraño, ahora que está aquí.
No esperaba que el odio difuminara los bordes de su visión, hasta que todo lo
que ve son los oscuros ojos draskoranos de Imrik y el recuerdo de una tormenta.
—Bienvenido a Ostomar, comandante —dice Imrik desde el estrado—.
Lamentablemente, no me avisaron antes de su violación ilegal de nuestras
fronteras. Te habría preparado un lugar.
Las risas persiguen las palabras del rey. Lucien se arrodilla en silencio.
No está amordazado, pero no tiene nada que decir.
Nada que no le meta en más problemas.
Aunque el silencio también puede ser peligroso. Lucien es bueno leyendo
los estados de ánimo de los nobles, e Imrik parece molesto por la falta de
respuesta.
—Marek, únete a nosotros. —Imrik se da la vuelta como si Lucien no
estuviera por debajo de su nivel—. Terminaremos de cenar antes de ocuparnos
de nuestro invitado silaisano.
Hay más risas mientras Marek sube al estrado.
Entonces el plan es humillar a Lucien. Mantenerlo arrodillado ante el rey
Dire mientras todos los demás cenan, ríen y miran boquiabiertos. Al menos, es
mejor que la tortura y ejecución inmediata.
Las cadenas tintinean. El collar tira de la garganta de Lucien mientras una
drasgard ajusta su agarre. Lucien se esfuerza por aclarar sus pensamientos,
reducir su ira a una brasa. Podrá satisfacerla cuando sea libre. Ahora mismo,
todo lo que puede hacer es pensar.
Tiene un plan. Un gran plan: escapar, matar a Imrik Dire, y volver a
Silaise. Claro, los detalles necesitan trabajo. Como Audric diría: “Eso es más un

26
objetivo que un plan, Vaire”. Pero Audric todavía cubriría la espalda de Lucien
en todo el camino.
Lucien tendrá que averiguar los detalles por su cuenta esta vez. Escapar y
regresar a Silaise son las partes más importantes. Si Lucien tiene que dejar a
Imrik vivo, lo hará. Es una pena dejar pasar la oportunidad cuando está tan
cerca del bastardo.
Ahora no, por supuesto. Un drasgard le perforó el lóbulo de la oreja
izquierda mientras dormía, clavándole un pendiente anulador para contener su
magia. Lucien no ha tenido la oportunidad de inspeccionarlo, ya que aún tiene
las manos atadas.
Aunque no estuviera encadenado, no está en condiciones de luchar.
Lucien ha pasado la mayor parte de los últimos dos días, quizá tres, en estado de
inconsciencia forzada. Apenas ha probado el agua y la comida, y siente unas
extrañas náuseas con tintes mágicos. O bien es un efecto secundario del
encantamiento de sueño, o bien alguien intentó quitarle el encantamiento contra
los hechizos de la verdad mientras dormía. O ambas cosas. O algo igualmente
agradable.
La cena se reanuda alrededor, siguiendo el ejemplo del rey. Lucien no
reconoce a la mayoría de los comensales. Hay una silla vacía a la derecha de
Imrik, desde la perspectiva de Lucien. Marek y Sei se sientan al otro lado.
Marek observa la sala entre palabras tranquilas con su padre. Sei mira su plato y
a Marek. Nada más.
Media docena de nobles con peinados elaborados ocupan el resto de los
asientos. Lanzan miradas furtivas a Lucien, incapaces de igualar la indiferencia
de Imrik. Todos excepto la figura al final de la mesa.
La pálida mirada del joven no se aparta de Lucien.
Una vez que se ha fijado en él, es imposible ignorarlo. Su atención pica
como el metal que roza la garganta de Lucien. Presiona como la losa que
magulla sus rodillas. El joven se encorva con el pie sobre la silla, como si
estuviera descansando en un bar o en un granero, perfectamente a gusto en la
mesa de Imrik Dire. Una trenza suelta de color lavanda le cuelga del hombro y
juguetea con la punta.
Lucien nunca había conocido a Kazia Dire, pero la reputación errática y
desagradable del príncipe traspasa fronteras.
Una heraldo en uniforme púrpura pálido se agacha en el gran salón. Le
entrega algo a Kazia, que se endereza. Lucien no puede ver la entrega, porque es

27
entonces cuando Imrik deja el tenedor y se levanta de su asiento. La sala se
queda en silencio y Lucien se tensa.
—Lord Vaire —comienza Imrik, luego sonríe—. Mis disculpas. No
recuerdo su título.
—Comandante está bien —replica Lucien antes de controlarse.
Pero Imrik no vacila, Lucien debe de estar cooperando bastante bien con
su espectáculo. —Comandante, en efecto. Lo has hecho muy bien. Aunque tal
vez Margot esté reconsiderando permitir que los campesinos se eleven tan por
encima de sus posiciones, dado el lío que has hecho.
La provocación está bien hecha. Podría haber cabreado a Lucien si no
odiara tanto a Imrik. Ya está conteniendo toda la fuerza de su rabia de una
década. La pequeña burla de campesinos apenas se registra.
—Tal vez ella lo haga —responde Lucien.
Imrik se inclina hacia delante, con las manos sobre la mesa.
—Desgraciadamente, comandante, esta conversación es bastante inútil. Había
pensado decidir tu destino hoy, pero creo que careces de autoridad para tales
negociaciones.
Eso sorprende a Lucien. Se ha estado preparando mentalmente para la
tortura y la ejecución pública. No para negociaciones.
—He enviado un mensaje a Silaise —continúa Imrik—, tengo curiosidad
por ver lo que Margot cree que vales. Mientras tanto…
Un tenedor suena contra una copa de vino. Kazia se levanta de un salto y
sonríe alegremente al rey. —Disculpa, padre, pero tengo una pequeña petición.
A Lucien aún le da vueltas la idea de negociar. No se había dado cuenta
de lo seguro que había estado de su propia muerte hasta que el indulto brilló
ante él. Joder, ¿hay alguna posibilidad de que sobreviva a esto?
Imrik mira a su hijo. —¿Sí, Kazia?
—Es un pequeño favor, padre. —Kazia se desliza alrededor de la mesa.
Una caja dorada cuelga de su mano—. Mientras esperas a que los silaisanos
compren su cerdo de premio en el mercado, ¿podría quedármelo?
Los pensamientos de Lucien se detienen en seco. Absurdamente, el
primer detalle que percibe es la breve sorpresa en el rostro de Imrik.
—¿Por qué? —pregunta Imrik.
Kazia se sujeta las muñecas en la espalda. Cuando mueve su peso, la caja
dorada brilla. —He estado bastante estresado últimamente. Necesito un lugar
donde desahogarme.

28
En lugar de reírse y mandar a su mocoso a la mesa, Imrik parece escuchar
seriamente. —No puedo permitir eso. El riesgo para la seguridad es demasiado
grande.
—Lo entiendo, padre. Pero antes de que decidas, ¿puedo enseñarte algo?
—Kazia agita la caja dorada—. Estoy seguro de que todos disfrutarán del
espectáculo.
Lucien está seguro de que todos no le incluye a él. El frío le recorre la
nuca. No tiene ni idea de qué esperar de Kazia. Sólo sabe que no puede ser
bueno.
—Tienes mi permiso —dice Imrik, sentándose.
—Gracias, padre. —Kazia se inclina y salta del estrado. Sus pasos agudos
puntúan los murmullos crecientes.
Los captores drasgard de Lucien se enderezan al ver acercarse al príncipe.
Tal vez por accidente, las cadenas tiran del cuello de Lucien, forzando su
barbilla hacia arriba.
Kazia Dire es más pequeño de lo que Lucien esperaba. La arrogancia le
envuelve, mucho más llamativa que la ajustada vestimenta negra. De uno de sus
cinturones cuelgan una licorera y una daga ornamental. La licorera es más
reluciente que la daga, pues se usa con más frecuencia. Kazia no se mueve
como un luchador.
Pequeño y poco entrenado, nunca podría ser una amenaza, excepto que
Kazia es un príncipe y Lucien está encadenado.
La sonrisa dulce como el veneno se desvanece cuando Kazia se detiene
frente a Lucien, sustituida por un frío cálculo. Está lo bastante cerca como para
que Lucien pueda ver el pálido lavanda de sus ojos y los patrones geométricos
dorados de la caja barnizada.
Kazia alza la voz, claramente en beneficio de la sala. —Tomé este objeto
como… regalo de lord Radovan Ark antes de su desaparición.
Chasquea los dedos y su heraldo se acerca corriendo. Sostiene la caja
mientras Kazia la abre y extrae su contenido con ambas manos. Lenta y
dramáticamente. Lucien sólo vislumbra el oscuro metal mate y el cuero antes de
que Kazia lo muestre con una mano a la multitud.
El ademán es tan dramático que Lucien puede ser el único que se da
cuenta de que Kazia desliza un segundo objeto, mucho más pequeño, en su
bolsillo.

29
La mente de Lucien se acelera. Odia a Imrik, pero la negociación suena
mucho mejor que lo que sea esto.
—Ya tengo demasiadas joyas —dice Lucien—. ¿Por qué no quitas
algunas para hacer sitio a la nueva pieza?
—Lo siento, ¿alguien ha oído ladrar a un perro? —pregunta Kazia con
dulzura—. Esto no es un collar de silencio, pero es aún mejor. —Kazia mira
fijamente al drasgard—. Mantenlo quieto.
De nuevo, las cadenas tiran. Kazia desliza el nuevo collar suavemente
alrededor de la garganta de Lucien. El frío metal hace fuerza bajo su barbilla.
Unos dedos delgados rozan su mandíbula con movimientos fugaces e
incidentales. La hebilla hace clic y Kazia retrocede.
La visión de Lucien no se oscurece. La inconsciencia no se apodera de él.
No debe de tratarse de un collar para dormir, pero Lucien no consigue averiguar
el efecto.
—Permanece arrodillado —dice Kazia, y luego le dice al drasgard—:
Quiten el otro collar.
Ellos deben estar tan sorprendidos como Lucien, y no obedecen hasta que
Imrik confirma: —Quiten las cadenas. Si el silaisano se mueve fuera de lugar,
matenlo.
Lucien resiste el impulso de golpear mientras un drasgard le quita el
collar. Sus brazos siguen atados a su espalda. El pendiente aún suprime su
magia. Está rodeado de enemigos, y aunque tuviera su magia, sus posibilidades
no serían buenas.
Al menos su cuello está más cómodo sólo con el segundo collar, más
ligero.
Kazia vuelve a acercarse y se coloca a su lado. Una mirada socarrona
hacia la mesa alta y luego una orden para Lucien: —Ponte de pie y mírame.
Lucien da vueltas a la orden en su cabeza. Le pica la garganta bajo el
nuevo collar. Hay una trampa en alguna parte de las palabras de Kazia, tiene que
haberla.
Kazia intenta demostrar algo. ¿Es mejor que fracase o que triunfe? Tal
vez la custodia de Imrik sea la opción más segura. Esperar las negociaciones, o
una oportunidad de escapar. Tal vez Lucien no debería…
Él ya se ha puesto en pie, sus miembros se mueven sin que su mente
indecisa se los pida. Conmocionado, Lucien se gira hacia Kazia.

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El alivio suaviza el rostro de Kazia antes de que vuelva esa sonrisa cruel.
En ese instante, Lucien y Kazia son los únicos que saben lo que ha pasado.
Todos los demás, desde el drasgard hasta el rey, que tiene una vista perfecta
gracias a la maniobra de Kazia, creen haber visto algo ordinario. Un príncipe
ordenó a un prisionero que se pusiera en pie, y el prisionero se puso en pie.
—Te arrepentirás —gruñe Lucien.
Kazia sonríe. —Arrodíllate ante mí.
Preparado, Lucien intenta resistirse. El resultado es un instante de
vacilación que le eriza la piel antes de doblar las rodillas.
Arrodíllate, dijo Kazia, pero nada de permanecer arrodillado. En cuanto
toca la fría losa, Lucien intenta ponerse en pie de nuevo. Lo único que consigue
es un escalofrío y una lección aprendida: el encantamiento no es precisamente
literal.
—Inclínate ante mí —ordena Kazia—. La frente contra el suelo.
Los susurros de sorpresa se convierten en risas. Lucien reprime sus
protestas, su humillación, mientras se inclina. No se avergüenza de que le
obliguen a inclinarse, pero todo en él grita en señal de protesta. No quiere
inclinarse ante este mocoso extranjero.
No pasa nada. Lucien puede tolerarlo. Sólo tiene que concentrarse en el
dolor de sus hombros, el polvo clavándose en su frente.
—¿Ya has terminado? —pregunta Imrik desde el estrado.
Unos pasos repiquetean delante de Lucien. —Casi, padre. Sólo una
prueba más —dice Kazia en voz alta—. Bésame la bota, comandante Vaire.
Lucien se sacude, la repulsión se retuerce con la obediencia mágica. Por
un instante, mira a Kazia a los ojos y no encuentra más que la misma
repugnancia.
Entonces Lucien sólo puede inclinarse hacia delante, incómodo con las
manos en la espalda, para besar la punta de la bota de cuero negro de Kazia.
Termina tan rápido como puede, pero el polvo permanece en sus labios incluso
cuando se balancea sobre sus talones.
Los gritos se elevan a su alrededor. Los insultos chocan hasta que las
palabras se pierden en la discordia. Sólo queda la oleada de burla. Deleite.
Cómo les debe gustar ver a un jinete de dragón silaisano besando la bota de su
príncipe. Un plebeyo devuelto al lugar que le corresponde.
La multitud sólo se calma cuando Kazia aplaude.

31
Kazia le da la espalda a Lucien, que no es una amenaza en absoluto.
—Ves, padre, está perfectamente domesticado. Hará todo lo que yo diga.
—Una baratija fascinante —dice Imrik—. ¿Puede alguien usarlo?
—No, realmente fue un regalo de lord Radovan. Sólo funciona para mí.
Imrik guarda silencio durante demasiado tiempo. Como si realmente
estuviera considerando este absurdo.
Luego murmura algo a Marek, cuya respuesta también es inaudible.
Están demasiado lejos para que Lucien pueda juzgar sus expresiones.
—Por favor, padre, ¿no merezco divertirme un poco? —Kazia se retuerce
las manos a la espalda—. Lo devolveré cuando me aburra de él.
—Muy bien. —Imrik se levanta—. Mi drasgard revisará la seguridad en
tus aposentos. Haz lo que quieras con el comandante Vaire hasta que concluyan
las negociaciones, siempre que no lo mates.
A Lucien se le cae el estómago cuando Kazia se inclina ante el rey.
—¡Gracias, padre! Cuidaré maravillosamente de él. —Enderezándose,
Kazia chasquea los dedos—. Sígueme, perro. No, no te pongas de pie. Sígueme
de rodillas.
Kazia no ha mandado callar a Lucien, no lo necesita. La humillación
ahoga hasta la nada su voz.
Lucien avanza arrastrando los pies tres torpes pasos antes de que Kazia
gima. —No importa, eres demasiado lento. Levántate y sígueme. Caminando.
No corriendo. No te acerques a menos de metro y medio de mí.
Las rápidas órdenes hacen que Lucien se ponga en pie. Mientras sale a
trompicones del comedor, rodeado por dos equipos de drasgard vestidos de
negro y lavanda, Lucien se debate entre sus pensamientos. El pequeño tirano
que avanza a grandes zancadas es lo único en lo que puede pensar con claridad.
Cada paso que da Lucien le hace sentir la pérdida de control sobre su
propio cuerpo. Le arde la garganta bajo el collar. La violación es profunda, todo
por los caprichos del príncipe mocoso.
Por supuesto, así es como resultaría el hijo de Imrik Dire.
Lucien necesita repasar su plan. Antes de matar a Imrik y largarse a
Silaise, va a matar también a Kazia Dire.

32
CAPÍTULO CINCO.
Kazia.

El triunfo se desvanece rápidamente. Cuanto más se aleja Kazia del gran salón,
más fuerte claman sus dudas. Empuja algunas hacia atrás y aprovecha el resto,
entretejiendo el miedo con la estrategia. Cuando él y su prisionero llegan a sus
aposentos, Kazia está listo para ladrar órdenes a los drasgard y a los sirvientes.
Algunos se dispersan para preparar una celda. Otros van a consultar con el
capitán de la guardia de Kazia.
Sólo quedan los leales a Kazia cuando éste gira para mirar a su prisionero.
Las armas se alzan para golpear a Lucien al menor gesto de Kazia. La capitana
de drasgard, Salarin, no parece muy entusiasmada con el nuevo riesgo para la
seguridad.
Se encuentran en un lujoso salón que Kazia nunca utiliza. Nunca tiene
suficientes invitados como para necesitar dos salones. El cuarto sirve de paso
para los sirvientes. A veces, los heraldos toman el té en los sofás de encaje.
Lucien Vaire está totalmente fuera de lugar. Atado y desaliñado, parece
más un lobo salvaje encadenado que un perro. Sus brillantes ojos azules están
fijos en él, y a Kazia se le eriza la piel al pensar que Lucien ha estado
observándole todo este tiempo. Por supuesto que lo ha hecho. Kazia haría lo
mismo.
El cuero y el metal contrastan con la garganta de Lucien.
Afortunadamente, el collar de obediencia funcionó. Kazia no estaba muy
seguro, pero la mayoría de los experimentos de Radovan funcionaban. Ese era
el problema con Radovan Ark. Nunca sabía cuándo fallar.
El collar es uno de los objetos que reclamó antes de la partida de
Radovan. No era un regalo, pero Radovan sabía que Kazia lo iba a tomar. El
collar es un triunfo de la magia de control, mucho más compleja que los simples
encantamientos de sueño o anulación. Hasta cierto punto, el hechizo comprende
la intención del sentido común. Kazia debe tener cuidado, pero no tiene por qué
preocuparse de buscar lagunas.
Tiene otras preocupaciones, entre ellas la mentira que le dijo a su padre.
Ojalá nadie se haya dado cuenta de que Kazia metió la llave de plata en su

33
bolsillo. El collar no está sujeto al control de Kazia en absoluto; cualquiera con
la llave podría utilizarlo.
Además, sólo faltan tres meses para que desaparezca el encantamiento.
Kazia no tiene mucho tiempo para utilizar su nueva herramienta.
—Así que, ¿qué vas a hacer conmigo? —pregunta Lucien, con la barbilla
levantada en señal de desafío.
Gran jodida pregunta. —Lo que yo quiera. Ése es el punto.
—¿Trabajo doméstico? ¿Que alumbre las antorchas? —Lucien sonríe. El
odio puro se ha desvanecido de su mirada. Tal autocontrol es una mala señal—.
¿O quieres que te caliente la cama?
—No vas a tocarme, escoria. —Kazia saca la licorera de su cinturón.
Desenrosca la tapa. Reconsidera y vuelve a enroscarla—. Estas son tus órdenes
básicas. Sigue estas órdenes en todo momento. No te quites ni intentes quitarte
el collar. No te quites ni intentes quitarte las ataduras anuladoras.
—¿Estás seguro sobre lo de calentar la cama? —Lucien pregunta—. No
es por presumir, pero soy una gran jodida.
Kazia vuelve a desenroscar la licorera, jugueteando antes de que pueda
contenerse. —No me hagas daño. No hagas daño a nadie a menos que yo te lo
ordene. No escapes, no planees escapar, no intentes escapar. No dañes a mi
gente ni a mi propiedad. —Kazia se lleva la licorera a los labios, sin apenas
probar el dulce licor—. No me hagas daño.
Los mandatos duran al menos unos días. Kazia se propone repetir los
importantes tantas veces como haga falta.
La sonrisa de Lucien se vuelve quebradiza. —¿Eso es todo?
Por un instante, se siente culpable. Sabe lo que es ser convocado contra su
voluntad. Pero no puede permitirse la debilidad de la compasión. Lucien es un
mago. Es peligroso.
Kazia enrosca la licorera y la arroja sobre un sofá de encaje. Luego se
acerca a Lucien para demostrarle que no le tiene miedo. Tiene que estirar el
cuello para mirarlo a los ojos, pero eso sólo es un problema si Kazia deja que lo
sea.
—Dirígete a mí con respeto —ordena Kazia.
—¿Eso es todo, Alteza? —repite Lucien, con voz uniforme.
—Por ahora. —Kazia hace un gesto a su drasgard—. Estoy cansado de él.
Guárdalo por esta noche y búscale algo menos asqueroso que ponerse.
Sólo cuando Kazia se queda solo se echa en el sofá.

34
Con una mueca, saca la licorera de debajo del culo y la deja caer al suelo.
Luego saca la llave.
La pieza parece una moneda de gran tamaño. Una de las caras tiene
grabadas las mismas runas que el collar. La otra tiene un único símbolo,
cimentando el control de Kazia.
¿Qué hará con Lucien Vaire? Aún no lo sabe. Lo importante es que
Lucien es una herramienta, ahora en manos de Kazia, en lugar de Imrik. Un
pequeño cambio, tal vez. Pero Kazia conoce el poder del efecto dominó.

A Kazia le sorprende que Marek tarde tanto. Pasan dos horas desde el amanecer
cuando Marek irrumpe en la galería de esculturas y se detiene en seco en la
puerta.
—¿Qué demonios estás haciendo? —exige Marek.
Kazia mordisquea su pastel y se quita unas virutas de la camisa. Está
encaramado al pedestal del pobre Buthel, disfrutando del desayuno mientras su
nuevo prisionero friega el suelo. Lucien habrá hecho agujeros en las rodillas de
sus nuevos y limpios pantalones para cuando acabe con la galería.
—¿Qué te parece? —Kazia responde, y luego se da cuenta de que Lucien
hace una pausa—. Siga fregando, comandante.
Con una mirada complicada a Lucien, Marek pasa junto a los drasgard de
la puerta. Son los drasgard del rey, porque la galería está fuera del ala de Kazia
del palacio. Los propios sirvientes de Kazia se relajan junto al pequeño buffet de
desayuno que han montado en uno de los pedestales vacíos, disfrutando, o al
menos observando, el espectáculo junto con Kazia.
—Tenemos que hablar —dice Marek.
Lamentablemente, Kazia acepta. Abandona su plato de desayuno con
Buthel y sigue a Marek por la galería.
Kazia tenía seis años cuando la Casa Dire adoptó a Marek. Edad
suficiente para saber que, al igual que Vana, Marek era un rival por la atención
de su padre. Aún demasiado joven para entender lo que eso significaba.

35
Aliza se aseguró de que nunca estuviera a solas con sus nuevos hermanos,
al menos hasta que Kazia comprendió lo peligrosos que eran. Marek y Vana son
magos con aspiraciones al trono. Si descubren la naturaleza de Kazia, podrían
utilizarlo igual que Imrik. Kazia tiene que mantenerlos a distancia.
Apoyado en una estatua de la reina Eliska II, Kazia pregunta en voz baja:
—¿Cuál es tu problema esta vez?
—Tienes que devolver a Lucien a la custodia de mi padre —dice Marek
en voz baja. Se cierne sobre Kazia, que intenta no reprochárselo, Marek es aún
más estúpidamente alto que la mayoría de la gente—. Sea lo que sea lo que
estás planeando, no vale el desastre potencial.
—No estoy planeando nada. —Kazia salta sobre el pedestal de Eliska.
Sus pies cuelgan sobre el suelo—. He estado aburrido. Todo el mundo está
ocupado con esta pequeña Guerra de Invierno, y necesito algo para distraerme.
Hace un año, eso habría cabreado a Marek. Pero Marek se ha vuelto más
difícil de provocar desde que se casó con Sei. —Esto no es como con Gabra. Si
estás intentando…
Con el miedo golpeándole las costillas, Kazia alza la voz. —Todo el
mundo fuera. Excepto tú, Vaire. Sigue fregando.
Marek probablemente es lo bastante discreto, pero Kazia no puede
arriesgarse a que lo oigan.
Salvar a Gabra fue un momento de debilidad, impulsado más por la culpa
que por el habitual caos egoísta de Kazia.
El otoño pasado, la general Gabra cometió el error de mencionar a Vana
en un banquete real. Imrik podría haberla asesinado allí mismo si Kazia no la
hubiera humillado antes. A Imrik le gustan las consecuencias y el espectáculo.
Todo salió bien, salvo que el maldito Marek se dio cuenta.
Esforzándose por mantener la calma, Kazia espera a que los sirvientes
salgan. Los drasgard del rey siguen en la puerta, pero están más lejos.
Probablemente estarán bien.
Kazia aún baja la voz a un siseo tranquilo y furioso. —No vuelvas a
mencionar a Gabra. Sea lo que sea que creas que ha pasado, olvídalo. No soy
amable. No la ayudé. Se me cayó una ensaladera sobre ella porque me hizo
gracia. No hay otra razón.
El ceño de Marek está demasiado fruncido para el gusto de Kazia.
—Todavía tienes que devolver a Lucien.
Kazia balancea las piernas. —No.

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De nuevo, nada de la ira esperada. —Imaginaba que te negarías. Esto es
serio, Kazia. No es un prisionero ordinario. Lo que le hagas será un factor en las
negociaciones.
—Qué sórdido —dice Kazia. Pone los ojos en blanco cuando Marek
frunce el ceño—. Probablemente no voy a mutilarlo, ¿de acuerdo?
—Me parece bien. —Marek vacila, con esa mirada extraña que
últimamente tiene cada vez más. Algo horrible como la preocupación—. Ten
cuidado también. Él es peligroso.
—Yo también. —Kazia salta del pedestal de Eliska y se dirige de nuevo
hacia Buthel. De mala gana, añade—: Despídete de Sei por mi si van a volar
hoy.
—Lo haré —dice Marek, y afortunadamente se marcha sin decir una
palabra más.
Lucien sigue fregando el suelo. El agua jabonosa le empapa las rodillas y
lleva las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos. Su brazo se mueve
con movimientos potentes y firmes, aparentemente inagotables tras el esfuerzo
de una hora. Mientras Kazia lo observa, Lucien cambia el cepillo de la mano
derecha a la izquierda.
En ambas manos se aprecian dolorosas rozaduras rojas.
Kazia se siente culpable. Nunca ha fregado suelos él mismo, y no
esperaba que eso sucediera. Kazia no quiere hacer daño a Lucien, sabe
demasiado bien lo que es ser herido por alguien con quien no se puede luchar.
Pero se contiene antes de ordenarle que se detenga.
Este espectáculo es para los drasgard de la puerta. Informarán a Imrik de
que Kazia ha pasado la mañana divirtiéndose frívolamente, sádicamente, con su
nuevo prisionero. Descargando su estrés, jugando con el perro silaisano, tal y
como Kazia prometió. Ese informe se convertirá en un hecho en la percepción
de Imrik, junto con el resto de Ostomar.
Cualquier otra cosa que Kazia haga con Lucien se verá a través de ese
contexto establecido.
Entonces, Kazia se toma su tiempo. Llena su plato con más frutos secos y
vuelve a sentarse a los pies de mármol de Buthel. Sólo entonces ordena: —Deja
de fregar. Levántate.
Lucien se mueve lentamente, ya sea por resistencia o por el dolor de
rodillas. El cepillo resuena en la espuma de jabón. El rostro de Lucien no
muestra ningún signo de incomodidad. —¿Lo estás disfrutando? Alteza.

37
Kazia lame un poco de azúcar de su dedo. —Sí, lo estoy.
—¿Qué parte, Alteza? —pregunta Lucien—. ¿Que soy silaisano, o que
soy plebeyo?
Que Lucien es un mago. Excepto que Kazia no está disfrutando de esto,
no como Lucien debe pensar. Kazia está demasiado ocupado analizando cada
ángulo de la situación. Apariencias por el bien de Imrik… y Marek no se
equivocaba. Lucien es peligroso. Por muy poderoso que sea el collar de
obediencia, Kazia tiene que tener cuidado.
—Me da igual en qué pocilga hayas nacido —dice Kazia con pereza.
Lucien se tensa. Brevemente. —Mejor una pocilga que la Casa Dire.
La flecha da en el blanco. Kazia esboza una sonrisa. —No sabría decirte,
al no estar familiarizado con las pocilgas. Ven aquí y ponte a cuatro patas.
Necesito un taburete.
Un momento de repulsión… y luego hay una brillante diversión. —Más
pervertido de lo que esperaba, Alteza.
Es tan repugnante que Kazia casi le ordena que desaparezca de su vista.
Pero eso es lo que Lucien quiere. En lugar de eso, se limita a observar cómo
Lucien se tumba en el suelo. Algo en la proximidad, en las manos enrojecidas o
en el comentario de Lucien que aún calienta el aire, hace que Kazia sea
demasiado consciente de Lucien como persona física. Lucien parece incluso
más ancho tan cerca, sus músculos curvilíneos transparentes a través de la
áspera camisa.
Kazia planta sus botas en el centro de la espalda de Lucien. —No te
muevas hasta que yo te lo diga —dice Kazia, probablemente sin necesidad.
—Sí, Alteza —responde Lucien.
La galería se queda en silencio. Kazia se obliga a comer los restos de su
desayuno.
Puede que Lucien tenga razón en que la Casa Dire es peor que una
pocilga, pero se equivoca en esto. No hay nada pervertido o agradable en usar a
Lucien aquí. Es sólo profundamente, incómodamente incorrecto.
Kazia conoce a gente que disfrutaría con este tipo de cosas. Los
cortesanos de Ostomar son diversos, y hablan de ello. Pero incluso si las
fantasías de Kazia incluyeran la humillación, no contarían con la severa
supervisión del drasgard de su padre.

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Todas las fantasías de Kazia son irreales, por supuesto. La intimidad es
para otras personas. Kazia nunca confiaría en nadie lo suficiente como para
acercarse tanto.

39
CAPÍTULO SEIS.
Lucien.

La humillación de Lucien se convierte en un dolor sordo. Apenas lo nota,


excepto cuando toca. A medida que avanza la mañana, el dolor de rodillas le
distrae mucho más. Kazia come despacio. Lucien hizo de taburete durante al
menos diez minutos antes de que Kazia terminara o se aburriera. Mejor que
seguir fregando con las manos en carne viva quizá, pero las rodillas de Lucien
siguen muy descontentas con la situación. Sobre todo cuando ya le dolían los
huesos por el colchón duro como una roca de su celda.
Eso no es nada comparado con el collar que roza su garganta. Lucien
soporta bien el dolor, pero en sus momentos de mayor impotencia, siempre ha
tenido el control de sí mismo. Ahora ni siquiera puede estirar la mano para
rascarse el picor. Las órdenes de Kazia, repetidas esta mañana, le impiden
tocarlo.
Lucien pasa el resto de la mañana recorriendo lenta y ostentosamente el
ala real. Sigue la pista de las habitaciones y los pasillos lo mejor que puede, que
no es mucho. No hay muchas ventanas para orientarse y todas las gárgolas
parecen iguales.
Y mire donde mire, la piedra caliza despierta los sentidos de Lucien. Está
incrustada en estatuas, anclando sistemas de linternas. Los magos locales deben
estar acostumbrados a ella o este palacio sería enloquecedor.
No había esperado sentir la piedra caliza a través del pendiente anulador.
Por otra parte, tiene sentido. La anulación impide que su propia magia actúe, no
que otra magia actúe sobre él. Si no, este maldito collar no funcionaría.
—¿Pasa algo? —pregunta Kazia con engañosa dulzura.
Lucien se aparta bruscamente de una gárgola con dientes de piedra caliza.
—No, su Alteza.
Kazia lo mantiene ocupado. Está claro que le encanta darle órdenes para
tareas insignificantes. Sacar libros de las estanterías de la biblioteca, acercar una
silla a una lámpara para que Kazia pueda leer cómodamente. Cuando Kazia no
lo necesita, ordena a Lucien que se quede en un rincón, con la nariz pegada a la
pared.

40
Ésas son las peores partes: dar la espalda a su captor. Sin embargo, la
quietud le da a Lucien la oportunidad de centrarse en sí mismo. Despojarse de
emociones inútiles como el orgullo y la humillación. Recordarse lo que importa.
Escapar, matar a Kazia, matar a Imrik, volver a Silaise.
Tras varias horas, el tiempo suficiente para que su escolta drasgard
cambie de turno, Lucien sigue a Kazia a un gran comedor privado. Sólo hay dos
servicios en la mesa: uno en la cabecera y otro a tres sillas a la izquierda.
—Siéntate —ordena Kazia, señalando el segundo servicio—. No utilices
los utensilios ni los platos para otra cosa que no sea comer. No los tomes de la
mesa. No me hagas daño a mí, ni a mi gente, ni a mi propiedad.
El mocoso es más listo de lo que Lucien aprecia. Desechando sus grandes
planes de salir de Ostomar con un tenedor, Lucien retira su silla. —¿No en el
suelo?
Se arrepiente de las palabras inmediatamente. Lo último que quiere es
darle ideas a Kazia. Pero Kazia se queda mirando como si Lucien fuera
estúpido. —¿Tienes un fetiche o algo así?
—No por eso al menos, Alteza.
Kazia pone los ojos en blanco y se sienta. Una heraldo con uniforme
lavanda pone una caja junto a su plato. Lucien se tensa por reflejo, pero esta
caja no parece contener nuevos tormentos. Sólo cartas, papel y pluma. Kazia
abre un pergamino, lo aplana con su vaso de agua y lee mientras come.
Lucien mira su plato con cierta inquietud, pero vence el pragmatismo.
Morir de hambre le matará tan bien como el veneno. Además, envenenarlo
parece un desperdicio cuando Kazia se esforzó tanto por conseguirlo.
El primer bocado de pollo asado es una sorpresa diferente: está delicioso.
La carne se deshace en su boca. El plato de Lucien parece contener la misma
comida que el de Kazia, en lugar de las gachas que esperaba.
Probablemente Kazia no había pensado en ello. Apenas picotea su propia
comida, preocupado por el contenido del sobre. Es la primera oportunidad que
tiene de observar a Kazia sin ser observado a su vez. Kazia lee cada carta con
cuidadosa deliberación. Algo en la profundidad de su concentración le recuerda
a Audric, que tiene el mismo aspecto concentrado en su trabajo.
Sólo en la expresión. Kazia es demasiado pequeño, enojón y púrpura. En
las mismas circunstancias, Audric nunca maltrataría a un prisionero draskorano.
Audric ni siquiera es condescendiente con los sirvientes, cosa que la
mayoría de los nobles hacen sin darse cuenta.

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Aunque la heraldo no parece temer a Kazia. En todo caso, parece
preocupada. Es la misma mujer de cabello oscuro que trajo el collar de
obediencia, con rasgos en parte fellrianos que le recuerdan a Rakos Tem. Se
acerca para tomar el portacartas cuando Kazia lo cierra.
—Alteza, ¿aún quiere que tome vacaciones? —ella pregunta—. Puedo
visitar a la familia en otro momento.
—¿Por qué no iba a hacerlo? —La mirada de Kazia se dirige a Lucien—.
Nuevas órdenes, comandante. No repita, describa ni transmita a nadie nada de lo
que yo diga. No transmitas esta conversación a nadie más.
Lucien hace un gesto con el tenedor. —No quería hacerlo hasta que
dijiste que no.
—Cómete tu puto almuerzo —suelta Kazia, dejando caer su propio
tenedor. Se queda mirando a Lucien otro momento y luego se vuelve hacia su
heraldo, con la voz más controlada—. Nada importante ha cambiado. Dame eso
otra vez. Tengo que escribir otra cosa.
Aparta el plato y garabatea en un papel. Cuando la heraldo se lo lleva,
Kazia vuelve a picotear su comida y observa a Lucien con la misma atención.
Lucien termina su comida, resentido por la orden de comer cuando ya lo
estaba haciendo.
Luego la orden anterior, que le obliga a dejar los cubiertos en el momento
en que su plato está vacío. Lucien intenta tomar de nuevo el tenedor. Su brazo
no responde a sus pensamientos.
Kazia sigue mirando.
—¿Te gusta lo que ves? —Lucien se estira—. Supongo que por eso estás
mirando.
Kazia apoya la barbilla en la mano. —¿Por qué no te torturó mi padre?
La pregunta es tranquilizadora, aunque Kazia probablemente no quería
decir eso. Es un recordatorio de las únicas cosas que Lucien aún controla: sus
pensamientos.
Sus secretos.
—Tengo un encantamiento que contrarresta tus compulsiones de la
verdad —dice Lucien—. Así que no te hagas ilusiones. No va a hacer ningún
jodido efecto.
Los labios de Kazia se tensan. —Esas no son mis compulsiones. Creí que
los silaisanos odiaban la magia de sangre.

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—Claro que lo hacemos —dice Lucien con facilidad—. Pero hay magia
de sangre y magia de sangre.
Curación, protección, coerción, destrucción. Todo lo que influye en el
cuerpo humano cae bajo la misma etiqueta. Un sanador puede abrir una vena
con la misma facilidad con la que la cierra. Después de que la Casa Sandry
derrocara a la dinastía anterior, casi toda la magia de sangre fue prohibida en
Silaise. La prohibición fue demasiado drástica. Las últimas dos generaciones
han ido haciendo excepciones.
A Lucien le importan un bledo las categorizaciones teóricas. Cualquier
tipo de magia puede usarse para el bien. Cualquier tipo de magia puede matar.
Como las propias llamas de Lucien, y las tormentas de la Casa Dire.
—Qué progresista. —Kazia da golpecitos a su vaso de agua. Él parece
inquietarse mucho—. ¿Por qué mi padre no te torturó de todos modos?
Lucien aún está tratando de entenderlo. Aunque no le importaría que
Kazia también valorara más su bienestar. —Puede que haya nacido en una
pocilga, pero tengo algunos amigos importantes. Recuérdame que te cuente
cómo presenté a Audric a su marido. Él me lo debe, joder.
Kazia pone los ojos en blanco. —Por favor. No puedes haberte creído las
patrañas de mi padre sobre las negociaciones. Él no quiere nada de lo que
Margot ofrezca por ti.
A Lucien se le revuelve el estómago. La perspicacia es más aguda de lo
que esperaba, recordando no sólo a Audric esta vez, sino a la propia reina
Margot. La reina Sandry y su heredero tienen un don para sopesar el valor de las
personas.
Imrik Dire quiere territorio silaisano, piedra caliza y dragones. Nada de lo
cual Margot cambiaría por la vida de Lucien.
Lucien debería preocuparse por lo que eso significa para él. Pero sólo
puede pensar en su hogar y sus amigos, al otro lado de la agitada frontera.
—¿Cómo va la guerra? —pregunta Lucien.
Kazia se pone rígido y echa la silla hacia atrás con un chillido. —Como
van todas las guerras —dice, y sale a grandes zancadas de la habitación.

43
La escolta drasgard de Lucien es mucho menos habladora que su príncipe
mocoso. No han dicho a dónde lo llevan, aunque por lo que Lucien recuerda a
grandes rasgos, este pasillo conduce a la celda improvisada en la que durmió
anoche.
Apenas dos soldados, a los que podría abatir en dos segundos en
circunstancias normales. El corpulento cuerpo de una mujer va delante, y el
hombre delgado y gruñón le sigue lo bastante cerca como para que los dedos de
sus pies a veces rocen los talones de Lucien. Ambos llevan armas. Pueden o no
tener magia, no importa. Lucien podría incinerarlos con un chasquido de dedos.
Pero las circunstancias no son normales, así que Lucien decide tomar
medidas drásticas.
—¿Cómo se llaman? —Lucien pregunta alegremente.
No obtiene respuesta.
—Parece que vamos a pasar mucho tiempo juntos —continúa Lucien, sin
inmutarse—. Esto será más agradable para todos si no tengo que inventar
apodos para ustedes.
Ese tic de la mujer podría ser una risa reprimida.
Lucien se gira para mirar al hombre. —Pensé en llamarte Cabello Azul,
pero no te creerías la cantidad de tipos con el cabello azul que he conocido
este…
Lucien se tambalea cuando la pesada bota del hombre choca contra su
pantorrilla. El instinto impulsa a Lucien a darse la vuelta, con el puño cerrado.
Pero el impulso no llega a sus extremidades. Bajo la influencia del collar, lo
único que Lucien puede hacer es dar media vuelta. La furia le escuece más por
su propia impotencia que por el leve dolor.
No dañes a mi gente ni a mi propiedad.
El ceño ya fruncido de Cabello Azul se hace más profundo. Su sonrisa es
una malvada ranura de dientes. —¿Qué decías, silaisano?
—Decía que tienes suerte de que lleve este pendiente —balbucea Lucien.
La sonrisa de Cabello Azul se ensancha. Su siguiente patada apunta a su
estómago, que es cuando Lucien aprende que esquivar funciona. Mayormente.
La punta de la bota de Cabello Azul le alcanza el estómago, y trastabillando
hacia atrás cae justo en el sólido agarre de la mujer.
Una hoja corta presiona su garganta. Lucien se queda sin aliento.
—Basta —gruñe la mujer—. Nada de tonterías por parte de ninguno de
los dos.

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—No me mires, Yudra —protesta Cabello Azul—. No lo has visto.
Intentó atacarme.
Yudra se ríe y baja su espada. —Intentó. Su Alteza lo tiene bien
amordazado. Abre la maldita puerta.
Cabello Azul pasa de lado para abrir la puerta de la celda. Lucien se
muerde la lengua ante más burlas. Está claro que estos dos no están para bromas
casuales con el enemigo, y ser odioso sólo le hará sentirse mejor en el momento.
Pero el silencio no lo protege. Yudra empuja a Lucien a través de la
puerta abierta con tanta fuerza que se tambalea y cae de rodillas. Lucien
retrocede lo suficiente como para recibir la bota de Cabello Azul en el costado
en lugar de algo más importante. Sus brazos se levantan por reflejo, protegiendo
su cabeza…
La puerta se cierra de golpe. Lucien está solo.
La respiración vuelve lentamente a sus pulmones. El instinto de batalla
hace correr sangre caliente por sus venas, pero no hay nadie con quien luchar.
Ni siquiera le han pegado. Sólo un poco de rudeza contra un prisionero bocazas
que no podía defenderse.
Lucien se sienta con esa impotencia. Se obliga a sentirla hasta que su
autocompasión desaparece y sólo queda determinación. Entonces se levanta y
empieza a inspeccionar su celda. Anoche estaba demasiado agotado para hacer
un buen trabajo.
La primera vez que se sintió impotente fue hace diez años, cuando una
tormenta de magia Dire arrasó los restos de su infancia. Aquella noche lo
impulsó hacia el ejército silaisano, con fuego en sus espadas y venganza en su
corazón.
Hoy no es nada en comparación. Pero Lucien aún puede usarlo para
alimentar su determinación.
Él va a escapar. No hoy, pero pronto. Las órdenes de Kazia impiden que
Lucien escape o intente escapar, pero no que piense cómo podría escapar,
hipotéticamente. El collar no parece influir en los pensamientos de Lucien.
Su celda ni siquiera es una celda propiamente dicha. Es una simple
habitación de piedra sin ventanas, y la única luz proviene de una lámpara
mágica que cuelga del techo, fuera del alcance de Lucien. La puerta es pesada,
pero de madera simple. Si Lucien tuviera su magia, podría quemarla.
A juzgar por las rozaduras y las manchas, la habitación tuvo una cama y
alfombras. Ahora sólo hay un colchón duro como una roca en el suelo y un

45
orinal en un rincón… no. Lucien frunce el ceño ante el gabinete que, sin duda,
no estaba allí esta mañana. Encima hay un simple lavabo de cerámica y, cuando
abre el único armario, encuentra una jarra de agua y varios tarros pequeños.
Jabón. Enjuague bucal. Una loción de hierbas.
—Buen intento —murmura Lucien. Levanta el frasco de loción en la
palma de la mano. Sería un arma decente. Tiene buen peso. Podría arrojar una a
la cara de un drasgard y tener otra en la mano para apalear a su oponente.
La estrategia es obvia. Lo maltratas y luego le das algunas pequeñas
comodidades. La técnica podría ser mejorada. En lugar de Kazia, Lucien se
habría asegurado de que su prisionero supiera que le enviaba lujos. Un ligero
error de juicio.
¿O es un error?
Lucien frunce el ceño ante la loción. La concentración de Kazia durante
la comida sugiere una mente mucho más calculadora de lo que describe su
caótica reputación.
Pero Lucien también recuerda a Kazia inquieto. El sutil retroceso
ocasional ante la insistencia verbal de Lucien.
Lucien desenrosca el tarro y el movimiento le provoca tirones en las
manos agrietadas. Frotar la loción duele hasta que la crema medicinal empapa
su piel seca.
El collar parece perfecto. También el pendiente que sella su magia. Sólo
hay un eslabón débil en el cautiverio de Lucien: el joven que lo controla.
Una voz le salta a la cabeza tan de repente que se le cae el tarro.
Así no es como quería que esto fuera.
Es la misma voz que Lucien escuchó el día que fue capturado. La joven
dragón que llamó a Pranim vieja wyrm. Con el corazón acelerado, Lucien se
agacha para recoger el ungüento derramado.
—¿Cómo pretendías que fuera? —pregunta Lucien, bajando la voz. No
puede hablar mentalmente con un dragón con el que no está unido, pero hablar
en voz alta debería centrar mejor sus pensamientos.
Que lo escuche o no depende de su propia habilidad. Los talentos de los
dragones varían, al igual que los de los humanos y los fellcats.
Quería preguntarle a Pranim cómo era la vida al otro lado de la frontera.
¿Hay montañas por las que deslizarse y ríos en los que chapotear? ¿Hay
bosques nuevos que nunca he visto?

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La nostalgia que se esconde tras sus pensamientos llama a Lucien a
responder. Él se sienta en el suelo.
Luego quería hablar contigo, dice la dragón. Porque te sientes nuevo. He
hablado con Pranim antes. Siento que se supone que debo hablar contigo.
Lucien se apoya en la pared, dividido entre la emoción y la decepción.
Esa sensación de destino. Esa novedad. Nunca había oído la voz de un dragón
desde tan lejos. Cada dragonbond es diferente, pero esto tiene que ser así.
Y el vínculo está condenado a desvanecerse si Lucien sigue atrapado.
—¿Cómo te llamas? —pregunta Lucien.
Ella continúa, incapaz de oírle. Esta guerra es estúpida, igual que la
anterior. No quiero vivir al otro lado de la frontera como Pranim y Sarka. Sólo
quiero ir de visita y luego volver a mi nido.
Lucien echa la cabeza hacia atrás. —No es tan sencillo.
Hablar contigo también es estúpido. Debes de ser malo hablando
mentalmente: no te oigo nada. Su siguiente pensamiento es petulante. Yo soy
muy buena en el habla mental.
Como Lucien esperaba. Condenado a desaparecer. Es una lástima.
Hubiera deseado oír más sobre sus viajes.
Pero puedes oírme. Los otros humanos de la montaña no pueden oírme.
Volveré pronto. O después de pronto.
Sólo entonces su voz se escapa de la mente de Lucien, dejándole solo de
nuevo.
Toda su vida adulta, Lucien ha querido un dragonbond. Al principio como
una abstracción. Estrategia. Los dragones de Draskora eran una amenaza, así
que Lucien quería dragones para Silaise. Vincularse a un dragón hace que
montar sea más fácil, así que Lucien también quería eso.
El puto sueño hecho realidad arrastraría a Lucien al otro lado de la
frontera y lo encadenaría. Él ni siquiera sabe su nombre.
No es que importe si Lucien siente el nuevo vínculo tentativo. Puede que
el vínculo ni siquiera culmine, según Rakos, la atracción inicial es más una
posibilidad que otra cosa. Tienen que comunicarse, trabajar juntos para
fortalecerlo.
Imposible por ahora, porque el dragón de Lucien está ahí fuera y él está
atrapado aquí.

47
CAPÍTULO SIETE.
Kazia.

El arpa es el peor instrumento del mundo, al menos este mes. Cada nota sale a
trompicones de las cuerdas y se pasea por la acústica trágicamente perfecta de la
cámara. Kazia prefiere los conciertos en el jardín, donde las canciones pueden
perderse más fácilmente.
Sin embargo, culpar al arpa es injusto. El instrumento finamente tallado
no es más que la última víctima de las aficiones de la reina Aliza.
Kazia se inclina hacia delante en su banco acolchado, la viva imagen de
la atención. Sólo los sirvientes de Aliza pueden verlo. La propia Aliza se
concentra demasiado en el libro de música que tiene delante. Empezó a aprender
a tocar el arpa el mes pasado y no parece que vaya a mejorar. Al igual que con
el laúd y el órgano, Aliza se cansará del arpa antes de tener la oportunidad.
Mientras tanto, Kazia tiene que sufrir sus caprichos.
La canción hace una pausa lo bastante larga como para que Kazia levante
las manos. Pero la canción no ha terminado. Aliza se anima cuando encuentra su
lugar en la música y se tambalea en los últimos compases.
—¡Ya está! —exclama cuando las notas finales tiemblan en las
cuerdas—. Aunque no creo que lo haya tocado bien.
Kazia aplaude. Es lo bastante inteligente como para no estar de acuerdo
con su autodesprecio. —Ha sido precioso, madre. Deberías interpretarlo para el
equinoccio.
Radiante, Aliza se pone en pie. —Me halagas, querido.
Kazia se tensa al verla acercarse, pero se obliga a relajarse cuando ella se
inclina para besarle la mejilla. Al menos hoy no lleva los labios pintados, pero
el afecto sigue revolviéndole el estómago.
Si Aliza se preocupara de verdad por él, no se quedaría de brazos
cruzados mientras Imrik le hace daño.
No guardaría una filacteria de su sangre. La única dedicación que ella ha
mostrado ha sido a la Casa Dire y a su propia búsqueda de poder.
Aliza hojea el libro de canciones. —¿Por qué no trajiste a tu nueva
mascota?

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—Creí que no te gustaban los animales. —Kazia sonríe cuando se ríe.
A pesar de todo, momentos como éste son casi agradables. —Lo traeré la
próxima vez.
—Hazlo, por favor. Lucien Vaire de rodillas en nuestro comedor…
Lamento haberme perdido ese banquete. —Hace una pausa en una canción,
luego cierra el libro—. Sin embargo, debes estar a salvo. Él es poderoso para ser
un campesino.
Kazia se ha preocupado mucho por eso. Pero por el bien de Aliza, su
sonrisa no vacila. —Por supuesto, madre. El collar de obediencia funciona
perfectamente.
Aludir a Radovan ha sido un error. El rostro de Aliza se nubla. —Seguro
que sí. Querido… por casualidad no tendrás nada más de Radovan, ¿verdad?
¿Quizás algo que pudieras haber tomado por accidente?
La mejor cualidad de Aliza puede ser su disposición a creer las mentiras
de Kazia. Esta tiene más en juego que la mayoría. —No, no me atrevería a tocar
sus cosas. Sólo tengo el collar porque él me lo dio. —Kazia vacila y luego
pregunta—: ¿Por qué?
—Nada importante. —Aliza vuelve a abrir el libro de canciones y se
acomoda en el banco. Sus elegantes manos se alzan, listas para ejercer una lenta
violencia sobre las cuerdas del arpa—. Falta uno de sus cuadernos de
investigación. Espero que no se lo haya llevado.
Ella no debe estar familiarizada con la canción. Cada nota llega
demasiado despacio para desentonar con su precedente. Kazia se sienta a
escuchar, rezando para que se canse pronto.
Al menos no hay posibilidad de que Aliza encuentre el cuaderno de
investigación desaparecido de Radovan. Radovan se lo confió a Kazia antes de
partir de Ostomar, y Kazia lo quemó.

Una tercera carta de Vana espera en el buzón. No es el que clasifican los criados
de Kazia. Este, tiene que desenterrarlo del nivel inferior de la desparramada
jaula de ratas. La chimenea se refleja brillante y parpadeante en el cristal

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mientras Kazia aparta las virutas y abre la tapa. La caja está dividida en dos
estrechos compartimentos, uno forrado de terciopelo azul y el otro de rojo.
Kazia debería haber destruido la caja en cuanto Marek se la dio. Nada
bueno puede salir de la comunicación con sus hermanos. Usurpadores, cada uno
de ellos, Kazia perteneció a la Casa Dire antes que ellos. Pero como Vana y
Marek alcanzaron primero la mayoría de edad, Kazia fue relegado al título de
tercer príncipe.
Imrik podría haber ignorado la tradición, por supuesto. Podría haber
nombrado a Kazia primer príncipe de todos modos. Pero Imrik estaba tan
complacido de tener hijos más fuertes y mejores. Hijos a los que podía conceder
magia Dire, porque no eran griales. Hijos que podrían convertirse en
gobernantes, no en herramientas.
Esa puede ser la única ventaja de Kazia al final. Imrik no lo ve como una
amenaza.
Resignado, consternado, desesperadamente curioso, Kazia saca el
pergamino del lado rojo y vuelve a enterrar la caja. Cloud6 y Shoe7 se acercan
para investigar el tesoro enterrado de nuevo.
Kazia rompe el simple sello de cera. No hay insignias, pero la letra de
Vana es tan precisa como siempre. La carta es la misma que las dos anteriores.
Una encantadora anécdota sobre la vida en la isla de Tavoc, esta vez, Vana
escribe que Daromir intentó reparar él mismo las contraventanas en lugar de
contratar a un artesano. Algunas trivialidades sobre la esperanza de que a Kazia
le vaya bien. Vana espera tener noticias suyas. Normal. Amistoso. Como si de
verdad fueran hermanos.
Nada sobre la Guerra de Invierno. Nada sobre el silencio de Kazia en
respuesta a las dos cartas anteriores.
Por supuesto que Kazia no responderá. Vana no es solo un mago, es un
traidor.
Cualquier cosa que Vana averigüe, seguramente se lo comunicará a los
silaisanos. Las cartas han sido inofensivas, pero Vana solo intenta atraer a Kazia
a una falsa sensación de seguridad.
Casi funciona. A veces Kazia piensa que una respuesta breve y grosera no
estaría mal. Sólo para decirle a Vana que se vaya a la mierda y deje de
molestarle.

6
Nube.
7
Zapato.

50
Pero entonces Vana podría dejar de escribir. Como si arañara una costra,
Kazia no puede evitar mirar el buzón cada pocos días.
Kazia relee la carta, memorizándola, y luego la arroja al fuego. Mientras
se enrosca en las llamas, Kazia se gira para cerrar la jaula de las ratas, donde
Cloud y Shoe miran desde la puerta abierta. Han tirado algunas virutas a la
alfombra. Kazia extiende la mano.
Sus bigotes recorren su piel antes de que Shoe trepe por su brazo. Sus
garras tiran de su manga. Kazia salta, con cosquillas, cuando ella se posa junto a
su cuello, pero se queda quieto para que Cloud pueda seguirla. Las dos se
disputan la posición cuando Kazia cierra la jaula.
Con cuidado de sus pequeños pasajeros, Kazia se desvía hacia la puerta
exterior.
—Tráeme a Vaire —ordena Kazia al drasgard de guardia. Ella no
parpadea ante las ratas, sólo se inclina y hace una señal a otro guardia del
pasillo.
El tablero de aerie de Kazia está sobre la mesa de café. Se lo encargó al
mismo escultor que talló las estatuas de dragones junto a su chimenea,
incluyendo un número excesivo de lados. El tablero está engastado con los
tradicionales wyrms y wraiths actuales, en granate rojo y cuarzo púrpura.
Acomodándose con las piernas cruzadas en el sofá, Kazia desengancha
las ratas y las deposita junto al tablero. Cloud se desliza con garras chasqueantes
sobre el juego, investigando cada pieza. Shoe se pasea por el resto de la mesa,
probablemente esperando encontrar migas perdidas.
Kazia mueve las piezas al centro del tablero. No en un patrón estándar,
esto no es un juego. Sólo intenta pensar, y quizá la visualización le ayude.
Porque por una vez, Kazia necesita un plan adecuado.
El monarca wyrm granate y su consorte representan a sus padres.
Alrededor de ellos, Kazia dispone a sus aliados. Los ejércitos, la armada, el
cuerpo de dragones, la mayoría de las casas nobles. Utiliza los wraiths de
granate para representar a las partes neutrales. Los wraiths de cuarzo
representan a los enemigos de Imrik, a los amigos que esperan apuñalarle por la
espalda: el resto de las altas casas. Los clanes occidentales. Los magos
corruptos. Kaiskara. Silaise. Fellrin. Pero son sólo eso, enemigos de Imrik. No
aliados de Kazia.
Los aliados de Kazia son los wyrms de cuarzo y son pocos. Está la leal
servidumbre de Kazia, veintitrés en total y no todos soldados. La general Gabra

51
está retirada pero tiene su propio feudo y está agradecida. La Casa Bernek, tal
vez. La Casa Tem parece reacia y son débiles de todos modos.
Shoe vuelve al tablero, serpenteando entre las piezas sin moverlas.
Kazia deja el elemental de wyrm de cuarzo. Lucien puede ser su mejor
posesión: un aliado que no necesita ser persuadido. Un aliado que no puede
traicionarle, a menos que Kazia calcule mal. No necesita cortejar a Lucien con
regalos malversados. Simplemente puede decirle a Lucien lo que tiene que
hacer, y lo hará.
Sólo tiene que averiguar lo que quiere que Lucien haga, antes de que el
encantamiento de obediencia desaparezca en tres meses.
Y mientras Cloud intenta masticar una pieza de aerie, los únicos caminos
posibles se vuelven claros. Kazia no tiene recursos para un golpe de estado. Un
simple regicidio tendrá que ser suficiente.
O una cobarde huida.
Un golpe sacude a Kazia de sus pensamientos. Yudra llama a través de la
puerta: —El prisionero, como pidió, Alteza.
—Que pase —responde Kazia, jugueteando con un peón descolocado.
Lucien entra, con ojos cautelosos pero tan seguro de sí mismo como
siempre. Esa seguridad en sí mismo no ha flaqueado desde que Kazia lo
conoció. El hombre examina el salón, el tablero de aerie, las ratas y las estatuas.
—Buenas tardes, Alteza.
—Déjanos —le dice Kazia a Yudra, y luego suelta—: Tú quédate aquí,
comandante.
Yudra se marcha y Lucien ladea la cabeza. —Sabía lo que querías decir,
su Alteza. ¿Deberías estar despidiendo a tus guardias de esa manera?
Kazia arruga la nariz. Todo el mundo dice siempre eso. Como si cualquier
drasgard pudiera protegerle del verdadero peligro. —Gracias por preocuparte. A
menudo acepto consejos de seguridad de mascotas con collar. —Kazia señala el
sillón al otro lado de la mesa—. Ahora, siéntate.
Lucien sonríe, impávido. —Pensaba en el escándalo, no en la seguridad.
La ridícula y ofensiva idea apenas se tiene en cuenta, porque Lucien se
estremece al sentarse.
—Levántate —ordena Kazia.
Lucien parece más divertido que otra cosa. Se vuelve a poner de pie,
estremeciéndose de nuevo. —Puedo hacer un pequeño baile si quieres, Alteza,
pero advierto que será terrible.

52
Kazia se levanta también, rodeando la mesa. —Quítate la camisa.
Eso sorprende a Lucien, pero su sonrisa coqueta no hace más que
ensancharse. —¿Seguro que no quieres que me bañe primero? —Lucien se sube
la camisa. El escote se engancha en el cuello metálico—. Me inclinaré hacia
cualquier lado si tienes alguna preferencia pero por lo que dicen, mi polla es
fantástica.
Todo el aire abandona los pulmones de Kazia. Los moretones se
extienden por el costado y el estómago de Lucien, de un azul intenso que
contrasta con sus pecas rojas y doradas.
El primer pensamiento imposible de Kazia es que ha sido Imrik. El nítido
recuerdo del latigazo hace que los pulmones de Kazia vuelvan a moverse. Pero
Imrik no ha podido hacerlo. Alguien más lo hizo.
Lucien está bajo custodia de Kazia y alguien le ha hecho daño.
Atónito, Kazia alarga la mano y la de Lucien se cierra suavemente
alrededor de su muñeca.
El contacto sacude a Kazia. La piel desnuda contra la suya, la mano de
Lucien lo bastante grande como para partirle el brazo por la mitad. Ahora Kazia
se da cuenta de lo cerca que está. Puede oír cada una de las lentas y controladas
respiraciones de Lucien.
Las pecas se esparcen por el pecho de Lucien, entre rizos de cabello rojo
dorado.
Lucien baja la mirada, sin burlas. Como si sostuviera una serpiente
venenosa o un pájaro herido.
—Suéltame —gruñe Kazia.
Su muñeca se hiela con la ausencia inmediata. Lucien retrocede, sus
propias manos se levantan lentamente como para mostrar que está desarmado.
—Lo siento.
La palabra es demasiado verdadera, demasiado humana. Reconociendo el
límite entre una persona y otra, no arrastrándose ante su captor.
Kazia se aleja a trompicones, casi tropezando con la esquina de la mesa.
La distancia no es suficiente, pero no se permite correr más. —No me toques.
No me hagas daño. No te quites las ataduras. No escapes.
Lucien observa con recelo. El único sonido es el de Shoe golpeando un
Wraith granate de la mesa.
—¿Puedo volver a ponerme la camisa? —pregunta finalmente Lucien.

53
—Sí. —Con la muñeca aún ardiendo, Kazia se cruza de brazos. ¿Parece
demasiado a la defensiva? Pero parecerá más inquieto si los descruza ahora.
Repasa la lista de turnos de ayer—. ¿Fue Yudra o Egon?
La camisa de Lucien se desliza sobre su cabeza para revelar un ceño
perplejo. —No oí su nombre, así que debió de ser Egon. Sinceramente, apenas
me golpeó. He tenido moretones peores entrenando o cayéndome de un
taburete.
—Aumentaré el entrenamiento de Egon, entonces —murmura Kazia, y
Lucien se ríe. Lo silencia tan rápido que podría haber sido real. La mente de
Kazia sigue lejos, de rodillas sobre un mapa de Alantha.
No va a aumentar el entrenamiento de Egon, lo va a asignar a fregar los
lavabos. A Yudra también, si fue testigo y no dijo nada.
—Escucha, Alteza —dice Lucien con cuidado—. No estoy contento de
estar aquí, pero no soy idiota. Sé cuándo cooperar. Sería más fácil si supiera lo
que quieres.
La oferta es una trampa, por supuesto. Kazia ya le ha dado a Lucien
demasiadas razones para odiarle.
Incluso si Lucien está siendo sincero, Kazia no puede rendirse a esa
ficción. Kazia se niega a ser su padre, pero tampoco será su madre. Todas las
risas y cortesías no pueden cambiar el hecho de que Kazia controla a Lucien. La
llave que lleva en el bolsillo bien podría ser de cristal y estar llena de sangre.
A diferencia de Aliza, Kazia siente la responsabilidad inherente a ese
control. Le pesa en la garganta.
—No necesitas saber lo que quiero. Sólo lo que te ordeno. —Kazia
descruza los brazos. Piensa sus siguientes palabras—. Pero si alguien vuelve a
tocarte, puedes decírmelo.
No es una orden, y Lucien la capta. —Tal vez lo haga, su Alteza.
—Genial. —Kazia retira a las ratas del tablero de aerie—. Quédate ahí.
Lucien no responde esta vez.
Kazia resuelve evitar las órdenes innecesarias, pero las imprescindibles
son absolutamente necesarias.
Shoe se acomoda contra su pecho. Cloud intenta meterse bajo su camisa.
Haciendo una mueca contra los cosquillosos bigotes, los devuelve a la jaula.
Cuando se aferran, Kazia dice: —Jugaré con ustedes más tarde.
Ellos saltan de sus manos.

54
Kazia tendrá que dejarles salir a ellos y a los demás más tarde esta noche.
Ahora mismo, quiere probar algo con su mago cautivo, y para ello necesitarán
una visita al castillo.

55
CAPÍTULO OCHO.
Lucien.

Los nuevos conocimientos de Lucien sobre Ostomar le serán útiles si alguna vez
consigue quitarse este maldito collar. Los pasillos oscuros parecen todos
iguales, pero seguir la pista es más fácil después de dormir un par de noches. Si
Lucien no tiene la oportunidad de asesinar él mismo a Imrik Dire, tendrá que
dibujar un mapa para Whisper.
Si bien es cierto que al principio no era fan del amante del príncipe
Julien, tiene que admitir que los asesinos son útiles.
Suponiendo que Lucien regrese a Silaise. Por ahora, está atrapado
siguiendo a Kazia de habitación en habitación. Un par de drasgard los siguen,
con otros enviados por delante. Lo que significa que Kazia debe tener un
destino específico, incluso si su camino parece aleatorio.
Lucien haría un mejor trabajo memorizando los salones de Ostomar si no
estuviera tan concentrado en Kazia. El pequeño príncipe ha vuelto a su habitual
comportamiento rencoroso, pero Lucien no puede dejar de pensar en aquel
momento en el salón.
Las yemas de los dedos de Kazia, a escasos centímetros. Su muñeca fría y
estrecha. El rostro ceniciento y los ojos distantes. Lucien no se había dado
cuenta de que Kazia llevaba máscara hasta que la porcelana se fracturó.
Lo que significa que Lucien tenía razón. Su captor es la clave para su
escape. Normalmente, Lucien empezaría a curiosear por razones más altruistas.
Es un solucionador, como caritativamente lo describe Audric. Un entrometido,
algo menos caritativo, véase el incidente de la noche anterior a los esponsales de
Audric.
Aunque eso terminó jodidamente bien para Audric.
Pero Kazia Dire no es alguien a quien deba arreglar. Es el enemigo, y
Lucien tiene que pensar estratégicamente. La simpatía es algo que Lucien puede
explotar. También lo es la vulnerabilidad.
—¿Te tiñes el cabello? —pregunta Lucien al doblar otra esquina. Delante
de ellos, un par de pesadas puertas se abren. La luz gris se cuela sólo para
oscurecer las sombras entre los pilares.

56
Kazia echa un vistazo por encima del hombro. El movimiento ondula la
lisa cola de su cabello. —¿Crees que esto es natural?
Improbable. Las finas cejas de Kazia son del mismo negro que las de su
padre. —Tus raíces son demasiado buenas —dice Lucien—. Las de Rakos
crecen en medio día. Así que a menos que tengas tiempo para retocarte cada
mañana…
—Si tu nación fuera sensata con la magia de sangre, también podrían
tener tinte de cabello encantado. —Kazia le da un golpecito en un lado de la
cabeza—. Cambia los folículos. Yo me lo teñí cuando tenía trece años, y desde
entonces sigue igual.
Lucien pensaba que él era progresista, pero la idea le sigue dando que
pensar.
La magia de sangre para curar es una cosa, pero la cosmética es un riesgo
innecesario. Lucien tampoco ha oído hablar nunca de ella, y su conocimiento
del cuerpo de dragones draskorano es exhaustivo. —¿Por qué sus jinetes de
dragón no usan eso, entonces?
—Porque es muy caro. Supongo que hay que ser sensato y rico. —Kazia
se tensa cuando se acercan al final del pasillo. Sus siguientes palabras son más
agudas—. Basta de tonterías. Ya casi hemos llegado.
Los drasgard que flanquean la puerta permanecen tan inmóviles como los
pilares de mármol negro. Lucien empieza a reconocer las diferencias de
uniforme: son los soldados de Imrik, no los de Kazia. Sin mediar palabra,
permiten que Lucien y Kazia pasen al patio abierto.
Lucien entorna los ojos hacia el cielo plateado. Hace días que no sale y se
siente desequilibrado. El aire de Draskora entra de forma extraña en sus
pulmones.
Y la voz de la joven dragón se engancha fácilmente en su mente.
Ahí estás.
Lucien se sobresalta y mira a su alrededor. No hay rastro de escamas
blancas ni doradas. El patio, al aire libre y brumoso, tiene espacio suficiente
para albergar dragones, y es probable que así sea. Cerca del palacio montañoso,
el suelo es brillante y liso. Más lejos, generaciones de garras han surcado la
piedra.
La mirada de Kazia es tan aguda como para romper una piedra.
—Sígueme. Mantente a metro y medio de distancia en todo momento.

57
Lucien le sigue, prestando mucha menos atención a su captor de la que
debería.
¿Dónde está la dragón? ¿Le está observando ahora mismo?
—Alto —dice Kazia en el centro del patio.
Lucien se detiene como una marioneta. Algo más empuja y tira de los
bordes de sus sentidos. Un desequilibrio familiar y extraño. Está mareado por
algo más que la vuelta a la luz del día. Más que el pinchazo del habla de la
mente.
—¿Puedes sentirla? —Kazia pregunta.
No puede estar preguntando por el dragón, así que Lucien responde con
una pregunta propia. —¿Cuánta puta piedra caliza hay bajo nuestros pies?
La sonrisa de Kazia es sutil, un entrecerrar complacido de sus ojos. La luz
del día ilumina su larga cabellera. Es tan ilimitado como el cielo, tan bellamente
enfocado como una hoja. —No importa. Sólo tenía curiosidad por saber si aún
podías sentirla con ese pendiente.
Joder.
Quizá Kazia también esté intentando ablandar a Lucien, poniéndose
guapo al aire libre. Lucien debería saber que no hay que responder a las
preguntas con sinceridad.
—Supongo que tiene sentido —continúa Kazia, aún concentrado en
Lucien—. El pendiente sólo afecta a tu uso de la magia, no a nada que pueda
influirte. De lo contrario, el collar no…
Un movimiento brillante rompe las lejanas nubes. Un rayo brillante de
blanco y dorado. Lucien se da la vuelta, incapaz de sentir el escaso tirón de la
piedra caliza. Todo lo que importa es la llamada silenciosa y profunda del alma.
El mismo corazón que le empujó a cruzar la frontera vuelve a llamarle.
El dragón se lanza hacia el patio, un borrón de oro.
Incluso con el vínculo naciente, la primera reacción instintiva de Lucien
ante un dragón que se acerca es el miedo. Se lanza para apartar a Kazia de su
camino.
Pero el collar bloquea sus músculos cuando está a metro y medio del
príncipe.
Kazia salta, con la mano en su daga. —¿Qué demonios estás...?
El dragón se retira de la inmersión con un estruendoso batir de alas, y
estalla el caos. Los Drasgard gritan, y Kazia se echa hacia atrás.

58
Sólo Lucien permanece inmóvil mientras el dragón se cierne más allá del
borde del patio. Es la primera vez que la ve con claridad y es preciosa. Escamas
blancas salpicadas de oro, un tinte dorado en la extensión de sus alas. Es
pequeña, probablemente aún está creciendo, como una adolescente humana a la
que aún le queda un último estirón.
Llevo todo el día esquivando a los dragones del palacio, dijo ella con
suficiencia. Pero soy demasiado lista para ellos. Oh, ¡mierda de wyrm!
Ella gira en el aire y Lucien vuelve a ponerse en movimiento. Esta es su
oportunidad. Puede escapar. Si tan solo pudiera alcanzar…
Da un paso antes de que la orden de Kazia pique como el chasquido de un
látigo: —Alto.
Lucien recobra el sentido, con los pies firmes y horriblemente plantados
sobre la piedra desgastada. Unas pisadas blindadas se dirigen hacia ellos. Las
sombras se ciernen sobre ellos y Lucien capta cuatro formas de colores que
pasan como flechas. Cuatro dragones más grandes vuelan hacia la joven dragón
salvaje, alejándola, antes de que Kazia diga: —Mira al suelo.
—Déjame ver —gruñe Lucien.
—No hables —dice Kazia en su lugar, en voz más baja—. No intentes
escapar. Sígueme, entre uno y tres metros de distancia. —Levanta la voz cuando
los drasgard se acercan—. ¿Hay algún problema?
—El patio ya está cerrado, Alteza —dice una mujer con urgencia—.
Debo pedirle que entre.
—Ya nos íbamos. —Kazia chasquea los dedos—. Vamos, perro.
El collar nunca había pesado tanto. Con todos sus instintos en guerra
contra la compulsión, Lucien no tiene más remedio que seguir a Kazia de vuelta
al castillo. Lejos del cielo abierto.
Lejos de su dragón.
Cada paso es más fácil. Lucien lo resiente, hasta que se adentran lo
suficiente en el cavernoso Ostomar para que su cabeza se despeje. Para cuando
regresan a los aposentos de Kazia, Lucien puede pensar de nuevo.
Se detienen en una pequeña sala cuadrada que Lucien no había visto
antes. Su recuerdo aproximado de los aposentos de Kazia lo sitúa detrás del
salón. Forma parte de los aposentos privados de Kazia. Las paredes son de un
rojo intenso y los pomos de las puertas están tallados en forma de rostros
gruñones.
—Puedes volver a hablar —dice Kazia.

59
—Nada que decir. —Lucien no entiende las motivaciones de Kazia, pero
le hizo un favor haciéndole callar delante de los drasgard. Lo último que quiere
es que los draskoranos sepan que él y el dragón tienen un nuevo vínculo—.
Gracias por eso.
Kazia frunce el ceño. —No tengo ni idea de lo que estás hablando,
campesino. Ahora, recuerda, no escapes. No dañes a mi gente ni a mi propiedad.
No te quites las ataduras. No toques las protecciones. —Kazia hace un gesto a la
drasgard que le acompaña—. Salarin, apártalo.
Los insultos ruedan como el agua, dejando a Lucien preguntándose: ¿qué
protecciones?
Kazia desaparece por una puerta mientras la drasgard Salarin guía a
Lucien por el pasillo hasta un dormitorio mohoso pero bien amueblado. Cama
con dosel, papel pintado gris geométrico, incluso alfombras violetas de felpa.
Sería una habitación de invitados de la nobleza si no fuera por los
hechizos de protección grabados en las paredes. El papel estampado se
desprende de las láminas como la corteza de un árbol.
—Su Alteza te ha trasladado aquí —dice Salarin. Lleva el cabello rojo
oscuro recogido por encima de las orejas y todos sus movimientos indican que
sabe usar la espada. No es que su habilidad importe cuando Lucien no puede
defenderse.
—¿Dijo por qué? —pregunta Lucien. Cuando Salarin lo fulmina con la
mirada, Lucien suspira y entra en la habitación. La puerta se cierra, dejando a
Lucien a solas con sus pensamientos turbulentos.
El cambio de celda le deja aún más descolocado. No es que eche de
menos su antigua celda, ésta es claramente una mejora. Pero es un cambio más
sobre el que no tiene control. Ahora está más cerca de Kazia, ¿por qué? ¿Es una
recompensa o un castigo?
Lucien se fija en las paredes talladas, porque es más fácil enfrentarse a un
papel pintado en ruinas que a cualquier otra cosa.
Eso tampoco salió como yo quería, dice la dragón.
Lucien suspira. —Espero que no estés herida. Me alegré de verte.
Como debe ser, y por supuesto que no estoy herida, responde. Entonces
su voz mental se anima, mientras Lucien parpadea. ¡Oh! ¡Te he oído! ¿Has
estado practicando tu habla mental?
Lucien se aparta de las protecciones. —No sabría cómo. El vínculo debe
ser más fuerte desde que nos acercamos tanto hoy.

60
¿Vínculo? La dragón se burla. No estoy unida a ti, brillante humano. Los
dragones que me mantienen alejada son todos esclavos y estúpidos. Nunca me
convertiré en una mascota domesticada como ellos.
—¿No lo sientes? —Lucien se sienta en el borde de la cama. Mucho más
cómoda que la anterior—. Nunca he podido hablar con otro dragón así.
¿Por eso los humanos nunca responden cuando les grito? Creía que sólo
se acobardaban hasta la sumisión. Los padres del nido me lo habrán
explicado… pero no paran de hablar, es difícil acordarse de las partes
aburridas.
—El vínculo es más bien una asociación —dice Lucien—. Un dragón
difícilmente podría ser domesticado. Tanto los humanos como los dragones
obtienen algo…
Ugh, suenas como las madres del nido.
Lucien se ríe y recuerda a los guardias al otro lado de la puerta. Continúa
en voz más baja. —Disculpa. ¿Cómo te llamas?
Tezurit. ¿Y tú? No es que me importe.
—Definitivamente no es tan bonito como el tuyo. Soy Lucien.
¡Ja! Sabía que mi nombre era mejor.
Su alegría es contagiosa. Lucien no se siente tan solo en su celda con su
voz en la cabeza. —Si no quieres un vínculo, Tezurit, no deberías seguir
hablándome.
La indignación se extiende entre ellos. ¿Qué demonios...? ¿No quieres
hablar conmigo?
—Yo realmente quiero hablar contigo —admite Lucien—. Me siento
jodidamente solo aquí.
Bien. Soy una conversadora maravillosa.
—Me doy cuenta. —Lucien busca algo de lo que hablar. A ella le gusta
viajar, recuerda, y deslizarse por las montañas—. ¿Tienes una montaña favorita?
¡Tengo tres! exclama Tezurit.
Lucien se tumba en la cama y escucha.

61
Seis días después, Lucien se encuentra de nuevo en el salón de Kazia. El más
oscuro y acogedor, con estatuas de dragones y ratas. La jaula de las ratas es una
estructura magnífica que abarca toda una pared. Formas blancas y moradas
fluyen de un nivel a otro, o se amontonan. Al menos una docena. Quizá dos
docenas. Están mucho más cómodas en su jaula que Lucien en la suya.
Lo cual es bueno. Lucien no puede permitirse sentirse cómodo, aunque se
le acumulen más comodidades. Los últimos días han sido tan fáciles que Lucien
se pone nervioso. Sus magulladuras se han desvanecido y no ha adquirido
ninguna nueva. Se le ha permitido bañarse y afeitarse bajo la severa supervisión
de la drasgard Salarin. Es incómodo trabajar con el collar, pero se las arregla.
Tezurit no ha estado por aquí hoy. Ha venido de vez en cuando, cuando
no está jugando con los dragones de la guarnición o cazando en el Bosque
Amistoso. La conversación es cada vez más clara. Lucien le advierte sobre el
vínculo, pero ella sigue viniendo.
Él está desesperadamente agradecido por ello.
Tras devolver un montón de ratas a su jaula, Kazia le mira de arriba
abajo. Sobre todo hacia arriba, dada la diferencia de altura. —Supongo que
ahora no me avergonzarás.
—Me arreglo bien para ser un campesino —acepta Lucien, porque no
puede ir demasiado lejos, pero el coqueteo siempre desconcierta sutilmente a
Kazia. Lucien se sentiría mal por aprovecharse del joven si no fuera por, bueno,
todo lo demás—. ¿Qué hay en la agenda de hoy, su Alteza?
Kazia lleva el cabello recogido en un nudo trenzado. En su lugar, juguetea
con la manga. —Vamos a visitar unas cuantas bibliotecas. Necesito una escalera
para llegar a las estanterías más altas.
Al menos las rodillas de Lucien se han recuperado de fregar los suelos.
—Pedirme que las alcance por ti no es lo bastante divertido, ¿verdad?
Las delicadas cejas de Kazia se levantan. —Oh, ¿puedes leer los títulos?
La risa de Lucien los sorprende a ambos. —Puede que no, si están en
puto Draskoran.
—Puedo conseguirte lecciones —dice Kazia, venenosamente dulce, pero
da la sensación de que está bromeando con Lucien. No contra él—. Puedes
sentarte con los pequeños y aprender…
Kazia parpadea. Sus labios se separan, silenciosos, y luego se juntan en
una fina línea blanca. Por un momento, se encuentra en algún lugar lejano.

62
Cuando regresa, la risa ha desaparecido. No hay nada nuevo en su fría expresión
pero, por alguna razón, aparenta claramente su edad.
—Cambio de planes. —Kazia da vueltas como si buscara algo. Se
abrocha el abrigo, otros dos botones—. Quédate aquí hasta que vuelva.
—¿Me estás dejando plantado? —Lucien pregunta—. Estoy herido,
Alteza. —Kazia no reacciona a la burla. Vuelve a desabrocharse el botón
superior.
—No salgas de la habitación. No dañes nada ni a nadie. No te toques el
collar ni el pendiente. No escapes. No te escondas debajo del sofá.
Normalmente, las órdenes de Kazia son más inteligentes que esto. Lucien
no cabría debajo del sofá. —En serio, me afeité para ti y todo.
Kazia apenas parece reparar en él. Sin otra mirada, se dirige a grandes
zancadas hacia la puerta. Un golpe seco deja a Lucien solo en el salón.
Algo ha ocurrido. O Kazia ha recordado algo. Lucien no puede averiguar
qué, y es natural que le preocupe el misterio. Excepto que Lucien debería
preocuparse por sí mismo. No por Kazia.
Ambas preocupaciones son sensatas, justifica. Por supuesto, tiene que
prestar atención al humor de su captor.
Lucien da un paso adelante. Luego otro, y otra vez, hasta que llega
aliviado a la chimenea. Quedarse aquí no le retiene en el mismo sitio, puede
explorar la habitación.
Las estatuas de dragón parecen ásperas, pero la piedra es suave bajo sus
dedos. Son casi tan altas como Lucien, más frías en sus afilados hocicos y más
cálidas en sus flancos, más cerca del fuego. Lucien se imagina soplando las
llamas hasta convertirlas en un infierno. Quemando toda la maldita montaña.
Pero su magia no responde y el fuego permanece bajo. Hay una caja de
talismanes sobre el manto, del tipo que cualquiera puede usar incluso sin magia.
Lo que significa del tipo caro.
Lucien acaricia una vez más la estatua del dragón y se gira hacia la jaula
de las ratas.

63
CAPÍTULO NUEVE.
Kazia.

Kazia odia que Imrik se quede después. Esta vez, Imrik se sienta en la silla alta
al sur de las Fauces, mirando cómo Aliza arregla lo que él rompió. Su mirada
escuece como la magia de Aliza contra las franjas de la piel de Kazia. A Kazia
también le escuecen los ojos de tanto contener las lágrimas. Tiene que dejar de
llorar más rápido cuando Imrik se queda.
No es que Imrik piense mejor del estoicismo de Kazia. Imrik no espera
que sea fuerte. No espera que sea un digno príncipe Dire. Kazia nunca será más
que un grial.
Así que no pasa nada si Kazia llora, siempre que esté callado y no
moleste a nadie. Él intenta parar de todos modos, por un inútil sentimiento de
orgullo. Pero no puede dejar de temblar con cada punzada de magia contra sus
moretones.
—La heraldo Bretka informa que tienes a Lucien Vaire bajo control. ¿Ha
habido algún problema? —Imrik pregunta. Una pequeña mesa sostiene dos
copas de vino sin tocar y un pesado pergamino. El látigo se apoya en su silla.
Kazia inhala cuando la magia se enrosca bajo sus omóplatos. Una
punzada aguda, pero el dolor se desvanece después. Aliza nunca ha tenido un
tacto suave. Kazia está seguro de que la mayoría de las curaciones no duelen
así. El dolor penetra en las reservas de Kazia, uniendo su magia a la de Aliza.
Fortaleciendo su poder.
—Ninguno, padre. El perro ha sido de lo más entretenido.
Imrik levanta la copa de vino. Su mirada recorre el suelo estampado.
—Bretka dice que lo trasladaste a tus aposentos privados la semana pasada.
La diversión en su voz revuelve el estómago de Kazia.
Kazia no fingirá que se ha llevado a Lucien a la cama, aunque la idea
divierta a su padre. Pero tampoco admitirá la verdad: que quería a Lucien bajo
una supervisión más estrecha para que ninguno de sus guardias pudiera hacerle
daño. —Sigue en una habitación lateral. —Kazia se estremece cuando Aliza le
borra otra raya de la espalda—. La celda anterior no era lo bastante segura y
necesitaba paredes más grandes para los guardias. ¿Ya han ofrecido algo por él
los silaisanos?

64
Imrik sorbe su vino. —Un intercambio de prisioneros.
Aliza se levanta. —Como si hubieran capturado a alguien importante.
Su mano cae sobre el cabello de Kazia. Lo que pretende ser una caricia
reconfortante sólo hace que Kazia se sienta como un animal enjaulado. Su
afecto es un bozal que lo mantiene manso y callado.
Imrik sonríe. —He contraatacado ofreciendo al comandante Vaire a
cambio de los dragones que han robado. Margot aún no ha respondido.
—Estaría encantada de cambiarlo por Rakos Tem —dice Aliza,
caminando al lado de su marido. Su elaborado peinado sigue siendo perfecto.
Imrik le tiende la segunda copa. —Eso sería poético. Ella nunca estaría de
acuerdo.
Aliza se ríe. —Ganamos de cualquier manera.
Todavía de rodillas, Kazia se apresura a tomar su camisa. Se concentra en
cada movimiento deliberado para no tropezar, a pesar del tirón del dolor
fantasma. No todo lo que siente es reciente. El recuerdo de la sangre se desliza
por sus costillas, aunque su padre no le haya roto la piel hoy.
Kazia apenas conocía a Rakos Tem, pero ha pasado los últimos cuatro
años escuchando las quejas de sus padres. Un traidor desagradecido que apuñala
por la espalda. No importa que Rakos sólo huyera del país porque Imrik
conspiró para matarlo. Incriminado por contrabando de piedra caliza: el truco
favorito del tirano.
Vana tenía que entrometerse también, por supuesto. Todo por el bien de
fortalecer el control sobre el cuerpo de dragones. Es curioso cómo resultan las
cosas. Caos y efecto. Kazia aprendió mucho del incidente de Rakos Tem. El
más pequeño accidente puede tener tales consecuencias.
Una general enferma se retiró. Un rey conspiró para elegir a su sustituto.
Y ahora Silaise tiene dragones.
Respirando hondo, Kazia se pasa la camisa por los brazos doloridos sin
gritar. —Por cierto, padre, ¿qué pasa con el dragón salvaje dorado?
Hablar con Imrik después de las palizas siempre es muy extraño. La
conversación requiere la máxima concentración de Kazia. Pero quizá sea mejor
tener algo en lo que concentrarse.
Imrik ladea la cabeza. —¿Desde cuándo te preocupan los dragones?
Kazia se endereza las mangas. —Desde que adopté un jinete de dragón
como mascota. No lo habría sacado si hubiera sabido que había un problema.

65
—Tezurit se aburrirá pronto. —Imrik nunca admitirá que Kazia tiene
razón, pero responderá—. Mantén a Vaire dentro mientras tanto. Le diré a la
guarnición que te informe cuando ella ya no se encuentre.
—¿Tezurit?
—Marek dice que algunos de los dragones de la guarnición la conocen.
Una joven dragón salvaje que cree que está unida. —Imrik sorbe su vino—. Se
le pasará pronto.
Kazia se agacha a por su abrigo. Sus dedos se tensan y sus hombros se
bloquean. Esto es todo lo que puede soportar. Sin ponerse el abrigo, se inclina
ante sus padres. —Gracias, padre. ¿Necesitas algo más de mí hoy?
Imrik agita la mano. —Nada más.
—¿No te quedas a cenar, querido? —pregunta Aliza.
Kazia no puede negarse, pero es Imrik quien suelta: —¿Tú qué crees,
Aliza? Claro que el chico no quiere quedarse a cenar.
Aliza aprieta los labios. Ella aparta la mirada.
A la deriva entre el resentimiento y la gratitud, Kazia sólo puede
inclinarse de nuevo antes de abandonar la torre.
Aprovecha la ida a la planta baja para serenarse. Cuando encuentra a la
heraldo en jefe, Bretka en la antesala, ya lleva puesto el abrigo. No le escuecen
los ojos. Sólo le duele un poco la garganta.
El rostro pálido de Bretka es ilegible. —Su escolta le espera en el
vestíbulo, Alteza.
Kazia se ajusta el abrigo, aunque ya está perfecto. Igual que la piel intacta
de su espalda. —¿Qué sabes del poder de mi padre, Bretka?
Bretka no reacciona. —Sé lo que su Majestad desea que sepa, Alteza.
—Por supuesto. ¿Por qué pregunté? —Kazia recorre con los dedos los
marcos de los cuadros. Se detiene a mitad de la habitación bajo un paisaje del
pabellón de caza de la reina. Ha estado buscando una oportunidad para
mencionarlo. Quizá Bretka sirva de mensajera—. Eres casi tan mala como
Radovan, con tus tonterías misteriosas. No puedo creer que mi madre le diera
rienda suelta del pabellón de caza. Como si él fuera un verdadero lord.
Kazia no espera la respuesta de Bretka. Captará la indirecta o no. Kazia
no puede ser demasiado obvio, y si esto ha sido demasiado sutil, no pasa nada.
Ya encontrará otra forma de sacar a su madre de Ostomar durante unos días.
Su alegre sonrisa decae a cada paso. La cortés conversación le agota más
que la paliza. Un dolor fantasma le recorre la espalda. Kazia se pregunta si

66
Imrik siente los efectos persistentes. ¿Los nervios crispados de Kazia hacen aún
más fuerte a su padre?
La drasgard Salarin está de guardia en el vestíbulo fuera del salón. Ella
saluda. —El prisionero no ha causado ningún problema.
—Gracias —dice Kazia, luchando para que su cansancio no suene a
enfado. Su gente espera que sea gruñón, pero no le gusta desquitarse con
ellos—. Te agradezco que te hayas hecho cargo de las tareas de carcelero.
—Sólo hago mi trabajo, su Alteza —dice Salarin.
Kazia se detiene ante la puerta del salón. Siente culpa, rápidamente
sofocada, por haber dejado a Lucien solo tanto tiempo. Tenía la intención de
hacer desfilar a Lucien por algunas alas más del palacio, poniendo a prueba su
sensibilidad a la piedra caliza. Pero Kazia no puede enfrentarse al público ahora.
No está en forma para una actuación. Enviará a Lucien de vuelta a su celda y
luego se desmayará.
Basta de composiciones. Salarin está mirando, y Kazia confía en ella,
lleva seis años a su servicio, salvo algunos desvíos por espionaje. Pero ni
siquiera sus sirvientes de mayor confianza pueden conocer sus debilidades.
Al abrir la puerta del salón, el corazón de Kazia relampaguea de miedo.
Lucien podría estar presionado al otro lado, esperando para saltar sobre él.
Puede que las órdenes se le hayan pasado. Pero Lucien está sentado a la vista,
bastante lejos, con las piernas cruzadas en el centro de la habitación.
Y las ratas de Kazia trepan por los pies de Lucien.
El pánico hiela las venas de Kazia. —¿Qué estás haciendo? —Kazia está
tan angustiado que apenas se acuerda de dar órdenes. De que tiene el control—.
¡No les hagas daño!
Lucien se pone rígido, luego se relaja, no en calma, sino en un estado de
preparación, de espera. —No les he hecho daño. No tengo intención de hacerlo.
A Kazia le duelen las manos. No recuerda haberse agarrado al marco de
la puerta.
Hay cinco ratas con Lucien, y todas parecen felices. Butterfly está en el
hombro, Princess8 y Melloweed9 se arrastran por encima y por debajo de las
piernas cruzadas de Lucien. Cloud y Shoe intentan forzar la caja de golosinas
que hay junto a las rodillas de Lucien.

8
Princesa.
9
Es la mezcla de dos palabras, y refiere a su apariencia suavizada, relajada (mellow) pero como por
consumo de sustancias xd. O sea, drogado el muchacho.

67
Esas cinco son las más amigables de la colonia. Les encanta cualquier
atención. Detrás de Kazia, Salarin pregunta: —¿Va todo bien, Alteza?
—Bien —dice Kazia escuetamente. Luego, controlándose, dice—:
Gracias.
Al cerrar la puerta, Kazia resiste el impulso de ordenar a Lucien que se
ponga de pie. No puede permitir que Lucien se mueva demasiado deprisa y haga
daño a las ratas.
Incluso sentado, Lucien es demasiado alto. Demasiado peligroso, a pesar
del collar oscuro alrededor de su garganta. Cada nervio del cuerpo de Kazia es
demasiado frágil.
—¿Qué estás haciendo? —Kazia escupe.
Lucien se queda sentado. Está callado y vigilante mientras tiene como
rehenes a las ratas de Kazia. —Estaba aburrido esperándote y pensé que ellas
también podrían estar aburridas. —Butterfly olisquea el cabello de Lucien y éste
arruga la nariz—. Me levantaría y haría una reverencia, pero estoy un poco
ocupado.
Las ratas están bien. Shoe se sienta encima de la caja de golosinas,
inspeccionando las bisagras. Princess intenta meter su cabeza moteada dentro de
la bota de Lucien. Las ratas están bien, y Kazia está más cerca de las lágrimas
ahora que en la sala de mapas de su padre.
—¿Cuántas golosinas les diste? —pregunta Kazia, porque es la pregunta
más segura que se le ocurre.
—Una a cada una. —Lucien estira la mano para acariciar la espalda de
Princess—. Excepto que esta pequeña me robó otra, así que tuve que darles otra
a todas las demás también.
Agachándose, Kazia recoge la rata de las rodillas de Lucien. Se mueve
con cautela y no toca la pierna de Lucien. —No me sorprende. Princess es
voraz.
Lucien ladea la cabeza. Parece más cauteloso ahora que cuando Kazia
gritaba. —¿Tienen nombre?
—Por supuesto. —Kazia estrecha a Princess contra su pecho. Ella
presiona su nariz fría en el hueco de su garganta mientras señala a las demás—.
Esa es Butterfly. Esos son Cloud y Shoe. Ese es Melloweed.
—¿Shoe? —pregunta Lucien.
Kazia nunca ha tenido que explicarlo. La mayoría de la gente no
pregunta. —La gran mancha de su lomo parece un zapato de tacón.

68
—Si tú lo dices —responde Lucien dubitativo—. ¿Todas se llaman así
por sus marcas?
Hay dieciocho ratas en total, aunque todas son estériles. ¿Cómo diablos
iba a recordar Kazia sus nombres si no? —Excepto Melloweed. Parece
adormilado todo el tiempo, porque tiene los ojos muy pequeños.
Lucien levanta a Melloweed. La rata es diminuta en las manos del mago.
Después de un momento, Lucien dice: —Puedo verlo.
Su tono de voz es tan ordinario. Tan casual. Eso es lo que congela a Kazia
de nuevo. Él está demasiado cerca, demasiado a gusto con este mago silaisano.
Y ha visto lo suficiente de Lucien Vaire para saber que no es un accidente.
Kazia tiene la llave del collar de Lucien, pero ahora mismo es él quien se
siente atrapado. Indefenso.
Dolorosamente visto.
—¿Qué estás haciendo? —Kazia pregunta, no del todo la gestión de la
demanda feroz que pretendía.
—Sólo preguntaba por las ratas. —Lucien deja a Melloweed en el suelo y
empieza a soltar a Butterfly de su hombro. Difícil, cuando Butterfly sigue
contoneándose—. ¿Estás ocupado?
—¿Disculpa?
Lucien consigue forcejear con la rata regordeta. Más vale que su leve
sonrisa sea para Butterfly. —Me muero por un juego de aerie, y no creo que
Butterfly sepa jugar.
Kazia debería negarse. Nunca es sólo un juego de aerie, y el motivo de
Lucien no puede ser bueno. Pero joder, a Kazia le vendría bien una distracción.
Esto suena mejor que llorar hasta dormirse.
—Pediré la cena —dice Kazia, levantándose.
Mientras Kazia manda a buscar la cena y prepara el tablero, Lucien
guarda las ratas. Es cuidadoso pero no nervioso con ellas. Gentil. Las ratas se
sienten cómodas con él. Aún así Kazia ordenará a Lucien que se aleje de ellas la
próxima vez, por supuesto. Lucien debe estar preparando el terreno para
amenazar a las ratas más tarde.
Pero Kazia no quiere dar órdenes esta noche. No porque simpatice con
Lucien. Simplemente odia que le recuerden su propia esclavitud.
Las órdenes anteriores siguen vigentes cuando Lucien se reúne con él en
la mesa. Lucien no puede escapar. No puede quitarse el collar. No puede hacer

69
daño a Kazia. La luz del fuego arde en su cabello y acentúa las sombras de su
camisa mal ajustada.
El recuerdo de Lucien sin camisa aflora de improviso. La imagen es más
vívida que el presente. Kazia nunca debió haberle pedido que se la quitara.
—¿Qué ejército quieres? —pregunta Kazia. Ha colocado los cinco
ejércitos en sus bolsas de terciopelo. Hace unos años gastó una gran parte de su
paga en este juego de aerie. Quizá podría haber ahorrado el dinero para fines
más productivos, y en realidad sólo necesita dos ejércitos para una partida. Pero
no se plantea vender las piezas. Le gustan. Son suyas.
Lucien abre de un tirón las boquillas de terciopelo. —Esto es un poco
excesivo. De donde yo vengo, ya sabes, la pocilga, sólo usamos dos lados.
—Qué estrechos de mente —replica Kazia.
Lucien coloca en sus esquinas lobos de cuarzo y granate, en lugar de los
ciervos o wraiths que Kazia esperaba. Probablemente sólo sea un capricho.
Kazia no le da mucha importancia. Por capricho propio, Kazia pasa de los
tradicionales wyrms y coloca gatos en sus esquinas.
La mesa redonda es lo bastante grande para cuatro jugadores, pero sigue
pareciendo pequeña con ellos dos solos. Sobre todo cuando los sirvientes traen
comida casera para la cena.
Entonces el juego sumerge a Kazia y se olvida del tamaño de la mesa.
Media hora más tarde, Lucien y él siguen en mitad de su primera partida.
Pensando en su siguiente movimiento, Kazia dice: —No juegas tan mal
como esperaba.
Lucien apila los platos restantes a un lado. —Agradeceré el cumplido,
Alteza.
—Eres repugnante. —Kazia coloca su bestia granate con un chasquido
más fuerte de lo necesario para apoderarse de uno de los peones de Lucien.
—Audric me enseñó a jugar, para que encajara con los oficiales nobles.
—La leve sonrisa de Lucien debe de ser por el recuerdo—. Tuve que practicar
mucho. Las cartas fueron fáciles, pero no el aerie.
—¿Eres cercano a Audric? —Kazia pregunta, antes de darse cuenta de
que podría interpretarse como un interrogatorio. Da igual. Le sigue intrigando la
idea de príncipes con amigos. Marek tiene sus jinetes de dragón pero, al menos
en Draskora, Vana sólo tenía a Daromir. Aún más que lo que Kazia tiene.
—Más cerca que nadie que no se llame Sandry, ahora que Corin ha
tomado su nombre. —Lucien mueve un peón al alcance del jinete de Kazia. Es

70
una trampa obvia, con el hechicero de Lucien al acecho—. Tampoco juegas tan
terriblemente como esperaba, su Alteza. ¿Quién te enseñó?
Kazia se encoge de hombros, contemplando el tablero. —Nadie, en
realidad. Observé a mi padre y a mis hermanos.
Practicó con sirvientes antes de probar con cortesanos, y luego practicó
con los cortesanos antes de probar con sus hermanos. Aún así, perdió
estrepitosamente contra Marek y Vana durante los primeros años, lo que le
molestó. Imrik les enseñó a jugar.
Apoyado en los codos, Lucien baja la mirada hacia el tablero. Tiene las
mangas remangadas, dejando al descubierto unos finos vellos que brillan más
cerca del dorado que del rojo bajo la agradable luz. Un triángulo de piel cae en
la sombra entre el collar de obediencia y los cordones sueltos del cuello de la
camisa de Lucien.
A Kazia siempre le ha gustado la idea de los hombres altos. Tal vez por
conveniencia, ya que los hombres más altos que Kazia abundan más que los
más pequeños que él. Tal vez un delirante anhelo de cobijo o protección. Pero a
Kazia sólo le gusta la fantasía. La gente de verdad no es de fiar.
No hay ninguna buena razón para fijarse en el tamaño del pulgar de
Lucien en comparación con el peón que se retuerce entre sus dedos.
—Deberías hacerte otro ejército. —Lucien levanta el peón para que el
cuarzo brille a la luz—. Uno con ratas.
Kazia se resiente de lo atractiva que es la idea. Sólo había encargado los
ejércitos tradicionales de diferentes países, no había pensado en elegir un
emblema completamente nuevo. —Tal vez lo haga. Pásame la jarra.
Lucien deja el peón y alcanza la jarra de agua, que es cuando Kazia se da
cuenta de que le ha dado una orden.
Y es entonces cuando Kazia se da cuenta de que se ha pasado la última
media hora disfrutando. No había pensado en que su padre le había pegado
hasta el ruido sordo de Lucien dejando la jarra.
Él escapó. Pero esto no es un escape para Lucien.
—Oye —dice Lucien, como si lo entendiera—, está bien.
Nada está bien. Kazia no puede aferrarse a la versión de sí mismo que era
feliz hace unos momentos. El recuerdo hueco se desmorona entre sus dedos.
—Levántate —ordena Kazia, poniéndose de pie—. Sígueme.

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Lucien se levanta con una calma vigilante que le eriza la piel. Kazia saca
el llavero del abrigo cuando salen del salón y tiene que contenerse para no
juguetear con él.
El vestíbulo trasero está vacío, débilmente iluminado. —Para —dice
Kazia, y Lucien se detiene exactamente a metro y medio. Las llaves repiquetean
demasiado en el silencio antes de que Kazia abra la puerta de un empujón—.
Entra.
Lucien obedece, con las manos en los bolsillos. —Hubiera preferido
terminar la partida.
—No escapes. —Kazia recita las órdenes como un ritual—. No te quites
tus ataduras. No me hagas daño a mí, a mi gente o a mi propiedad.
—¿Algo más, su Alteza? —Lucien pregunta.
Ninguna orden puede restaurar el sentido del equilibrio de Kazia. Esto era
mucho más fácil antes de que Lucien preguntara los nombres de sus ratas. Pero
Kazia no puede cambiar de rumbo y no puede olvidar lo peligroso que es
Lucien.
Con el corazón palpitante, cierra la puerta de golpe y busca a tientas la
cerradura. Se desploma contra la barrera, con la espalda ardiendo de vergüenza,
miedo y dolor, entretejidos de recuerdos viejos y nuevos. Olvida los tres meses.
Kazia no esperaba lo débil que le dejaría esta guerra.
Él creía que estaba acostumbrado al dolor.

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CAPÍTULO DIEZ.
Lucien.

A la mañana siguiente, Lucien está doblando sábanas cuando Tezurit le habla.


Voy a estar fuera unos pocos días. O unos pocos de unos pocos. No sé cuánto
durará la aventura.
Lucien no puede responder. Está en el salón de Kazia, y Kazia está al otro
lado de la habitación. Todo lo que puede hacer es doblar la siguiente puta funda
de almohada.
Joder, he elegido un momento silencioso para despedirme. Tezurit ha
estado aprendiendo algunas de las palabrotas de Lucien. Por favor, llora y
laméntate en mi ausencia. Volveré, creo.
El consuelo es bienvenido. Lucien no sabe de lamentos, pero si estuviera
solo, estaría tentado a llorar. Las historias de Tezurit han sido un punto brillante
en su encarcelamiento.
No hables con otros dragones mientras yo no esté, ordena Tezurit. No
quiero que establezcas vínculos con ellos. Su agarre mental tiembla con el
equivalente a un tartamudeo. No es que quiera que te vincules a mí ni nada de
eso. ¡Ugh! ¡Hasta luego!
Lucien tiene que morderse el interior de la mejilla para ocultar su sonrisa.
Luego agarra la siguiente funda de almohada, mientras su tortura continúa.
Hay cuatro fundas perfumadas de lilas, tres sábanas y dos edredones.
Lucien las sacude una a una, las dobla en cuadrados perfectos y las amontona en
la misma mesa en la que jugó al aerie la noche anterior.
Luego Kazia empuja las sábanas al suelo y le dice a Lucien que las
vuelva a doblar.
El collar de obediencia ya no es lo peor. Lucien odia el pendiente
anulador que retiene su magia. Si sólo el odio pudiera incendiar, estas sábanas
serían una hoguera.
Lucien se da cuenta en el quinto asalto. Disminuye la velocidad, todo lo
que puede sin que el collar le empuje hacia delante, porque cuanto más despacio
trabaje, menos tendrá que volver a empezar. Cuanto más tiempo tiene para
pensar, más se calma su enfado.

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Es como si volvieran al punto de partida, pero Kazia ni siquiera parece
disfrutar del tormento. No se burla de Lucien durante los dobleces. No dice nada
aparte de ordenarle que vuelva a empezar. Lucien podría pensar que se trata de
una representación, salvo que él y Kazia son los únicos dos en el salón. Lo que
significa que, si hay un mensaje, o bien Lucien no entiende la lección que se
supone que debe aprender, o bien va dirigida al propio Kazia.
Se había preocupado anoche de que Kazia pudiera sorprenderlo
registrando la habitación. Jugar con las ratas era entretenido. Son criaturas
encantadoras. Pero Lucien las sacó primeramente para ocultar que había estado
hurgando en su jaula. Sobre todo porque, para su sorpresa, encontró algo.
La carta de Marek habría sido insignificante si no hubiera estado
escondida en la jaula de las ratas. Ni siquiera estaba sellada y no contenía
información militar ni política. Marek escribió que Sei quería invitar a Kazia a
su próximo picnic en el río arcoiris. Luego le deseó suerte a Kazia. Si había un
código en esas pocas líneas, Lucien no podía descifrarlo. Sólo era un mensaje
ordinario entre hermanos, tan ordinario y breve que Lucien no se imagina
gastando recursos para enviarlo desde Talorna.
Pero debe haber un secreto si Kazia la escondió después de leerla. Lo que
significa que no puede dejar que Kazia sepa que la encontró.
Al principio, Lucien se alegró de que su treta funcionara. Quizá Kazia
tenía tanto pánico de que Lucien lastimara a las ratas que no pensó en qué más
había en la jaula. Excepto que además de eso…
A Lucien le gusta pensar que está aprendiendo a conocer el
temperamento de su captor. Kazia es un mocoso paranoico y desconfiado, y al
ver la jaula revuelta, su primer pensamiento debió ser sus secretos.
Lo que significa que Kazia no estaba pensando con claridad.
Kazia regresó frágil anoche. Tan necesitado de compañía que casi se
sintió mal por ofrecérsela, cuando lo único que Lucien quiere son
vulnerabilidades que explotar.
Él está cautivo. Sus amigos están en guerra. Una dragón llamada Tezurit
ronda a Ostomar, fuera de su vista, si es que no se ha rendido. Lucien debería
deleitarse acercándose a las debilidades de Kazia.
Suponiendo que no haya arruinado su progreso por ir demasiado lejos.
Lucien frunce el ceño ante su funda de almohada menos favorita. Esta
nunca se dobla en ángulo recto, por muy preciso que sea Lucien.

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Él está doblando la funda de almohada desigual por decimoquinta vez
cuando Kazia dice: —Alto.
La funda cae al suelo. Lucien voltea, demasiado cauteloso para esperar
que haya terminado de doblar. —¿Estás seguro? Esa vez casi lo perfecciono.
Kazia salta al sofá, se encarama al rígido respaldo con las botas sobre el
cojín. Señala. —Ponte ahí, frente a mí, al otro lado de la mesa.
Lucien obedece. A un metro y medio de la mesa, le recorre un escalofrío.
Involuntariamente, se encuentra con los ojos de Kazia.
Kazia apenas parpadea ante su mirada. Están a la altura de los ojos, con
Kazia subido en el sofá. Quizá sea intencionado. Kazia no es tan errático como
Lucien pensó en un principio. Siempre es consciente de su posición y su
actuación.
Hay un chiste crudo escondido ahí, si Lucien pensara que podría contarlo
sin perder su cabeza.
Tres pequeñas cajas de hierro descansan sobre la mesita, alineadas con
tres centímetros de separación entre cada una de ellas. La caja de la izquierda
reclama la atención de Lucien. No hay nada diferente en su tamaño o forma,
pero sabe por la llamada de su magia que contiene un trozo de piedra caliza.
—Mira las cajas —dice Kazia, aunque ya está mirando. Lucien frunce el
ceño, desconcertado—. ¿Qué pasa con ellas?
Esto es una prueba. Una repetición más precisa de la prueba que los llevó
al patio. Kazia quiere saber si Lucien puede sentir la piedra caliza. Su propósito
es desconocido, pero probablemente terrible. Lucien debe fingir que no siente
nada.
—Abre la caja que contiene la piedra caliza —ordena Kazia.
Joder. Demasiado para fingir. —¿Vamos a hacer esto quince veces
también? —pregunta Lucien mientras toma la caja más a la izquierda. Al
levantar la tapa, descubre un par de pendientes, brillantes piedras calizas
talladas en pequeñas calaveras—. Te quedarán bien.
Kazia pone los ojos en blanco. —Un regalo de solsticio de Vana.
Supongo que lo eligió uno de sus ayudantes. Casi sería considerado, si no fuera
porque mis orejas no están perforadas. —Hace un gesto imperioso con la
mano—. Déjalos en el suelo y date la vuelta.
Lucien refunfuña mientras obedece. —Estaba bromeando con lo de las
quince veces. Puedo sentir la piedra caliza, ¿de acuerdo? Cualquier mago
podría.

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—No mires —dice Kazia, recuperando parte de su antigua diversión.
Hay un deslizamiento arrastrando los pies, luego los pequeños golpes de
cajas moviéndose.
—Pero tú no quieres a cualquier mago. Quieres uno al que puedas darle
órdenes como a un perro. —Lucien inspecciona las estatuas de dragón de la
chimenea. Notable y vívida artesanía—. ¿Cuál es tu propósito con la piedra
caliza?
Kazia vuelve a dejar las cajas sobre la mesa. —Elige la caja con la piedra
caliza. —Parece tranquilo, pero algo arde en sus ojos pálidos cuando Lucien
gira.
La evasión es su propia respuesta. El secretismo de Kazia no parece ser
simplemente un método de tormento, después de todo. Mantener secretos
significa que Kazia tiene enemigos, probablemente cercanos. Lucien no se
sorprendería con todo lo que Rakos ha dicho sobre las puñaladas por la espalda
en Ostomar. Ese puede ser un ángulo que Lucien puede explotar.
Lucien mira las cajas. Percibir la piedra caliza es más difícil esta vez.
—Dependiendo de contra quién estés conspirando, podría estar de tu lado.
Kazia espera en silencio hasta que Lucien vuelve a tomar la caja de la
izquierda y la del centro. Un pendiente brilla en cada una, casi tanto como la
sonrisa afilada de Kazia. —Mientras lleves ese collar, comandante, no importa
de qué lado estés.
—¿De verdad crees eso? —pregunta Lucien—. Mi cooperación es más
valiosa que mi obediencia. Pero mi cooperación depende de tus intenciones.
Kazia se sube a la mesa de café, invadiendo el espacio de Lucien. Se
cierne sobre él, quien se prepara para recibir un golpe o, peor aún, una orden.
En lugar de eso, Kazia saca un pendiente de las cajas que sostiene Lucien.
Lo sostiene a contraluz.
—Odias a Draskora. —El pendiente brilla cuando Kazia lo gira—. Odias
la Casa Dire en particular. ¿Me equivoco?
Lucien se tensa. Pasó diez años aprendiendo a luchar contra dragones
porque no podía luchar contra la tormenta.
La voz de Kazia es tranquila. Intensa. —Puede que estés acostumbrado a
trabajar con exiliados como Rakos Tem, pero mi nombre es Kazia Draskora
Dire. Soy leal a mi país, y soy el único príncipe verdadero de mi Casa. —Kazia
vuelve a dejar caer el pendiente en la caja. El pequeño sonido resuena como una
campana—. Tú no estás de mi lado.

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Lucien no está de parte de Kazia. Lo estrangularía antes de ayudarle. Pero
sólo por un momento, ante una determinación tan ardiente, Lucien se pregunta
cómo sería compartir bando.
—Entendido, Alteza.
Kazia toma ambas cajas y ordena: —Quieto.
Lucien se queda con la mente dándole vueltas mientras Kazia guarda las
cajas en algún sitio. Porque las palabras de Kazia sacan a relucir algo que
Lucien no entiende. Como hijo legítimo de Imrik Dire, ¿por qué no tiene magia
Dire?
Por supuesto, la magia no siempre se hereda de forma predecible.
Ninguno de los padres de Lucien tenía magia: el poder de su abuela materna se
saltó una generación. Lo único que nana sabía hacer era encender linternas, pero
eso es bastante útil en la vida común.
La magia noble es más fiable. Generaciones de linaje intencionado han
sustentado durante mucho tiempo el poder político y militar de las casas nobles.
Sin embargo, ni siquiera la nobleza puede garantizar la magia. Y tal vez haya
algo más sórdido que culpar: ¿quién puede decir que la reina Aliza siempre ha
sido fiel?
Pero el azar hereditario no debería importar. Incluso si Kazia nació sin
magia, Imrik debería habérsela concedido a través del hechizo de herencia. Eso
es lo que hizo la reina Margot con sus tres hijos, ninguno de ellos emparentado
con ella por sangre.
La única razón para no hacerlo sería la preocupación de que el niño sea
demasiado débil. El hechizo puede ser difícil, incluso peligroso. Pero no es tan
peligroso, especialmente para un niño de sangre mágica.
Los miembros de la realeza siempre están buscando más poder. Quieren
gobernar el pasado, el presente y el futuro por igual, y sus herederos son su
camino hacia el futuro. En la escala de la dinastía, los beneficios potenciales de
un príncipe con magia real superan con creces el riesgo.
Margot es decente para ser una reina. Su decencia no le impidió realizar
el ritual con su mimado y enfermizo hijo menor.
Kazia es pequeño y sin entrenamiento, pero no parece enfermizo. Tal vez
era más frágil cuando era más joven, el hechizo de herencia funciona mejor
alrededor de los trece años. Aún así…
¿Es Imrik Dire el tipo de hombre que protegería a su hijo, en lugar de
intentar el ritual de todos modos?

77
Quizá lo intentaron y no funcionó, razona Lucien, mientras Kazia llama a
la drasgard Salarin al salón. Conversan fuera del alcance del oído.
Un ritual fallido tendría sentido. Imrik difícilmente haría público el
fracaso, especialmente cuando ya tenía dos herederos adoptivos con magia Dire.
La puerta se cierra. Kazia voltea y las preocupaciones de Lucien vuelven
al presente. La sonrisa de Kazia es alarmantemente brillante.
—Maravillosas noticias —dice Kazia—. Mi madre pasará unas cortas
vacaciones en su pabellón de caza. Eso significa que mañana tú y yo tendremos
un día emocionante.
A Lucien no le gusta cómo suena eso. —Te preguntaría qué significa eso,
pero te deleitarás en no decírmelo.
Kazia sonríe. —Así que puedes aprender. Oh, y aquí tienes una orden. No
le digas a nadie lo que haremos mañana. Tampoco le digas a nadie que no
puedes contarle nuestros planes de mañana.
Estupendo. A Lucien no le gusta nada cómo suena eso.

78
CAPÍTULO ONCE.
Kazia.

Puede que Kazia nunca tenga una oportunidad mejor de encontrar su filacteria.
Aliza estará en su pabellón de caza durante los próximos días, e Imrik está
ocupado con peticiones nobiliarias. La mayoría de los sirvientes de Aliza
viajaron con ella, y quedan pocos guardias de servicio. Mientras Kazia tenga
cuidado, esta es la oportunidad perfecta para registrar las habitaciones de Aliza.
Siempre y cuando su cautivo buscador de piedras calizas coopere.
—Guarda silencio —ordena Kazia mientras caminan por el pasillo de los
sirvientes—, no hables con nadie más que conmigo. No llames la atención.
Kazia tiene un talismán de silencio en el bolsillo. Pero no puede usarlo
hasta que llegan al salón.
—Eso ya lo has dicho —dice Lucien, exactamente un metro por detrás de
Kazia—. También recuerdo no mover nada de su sitio, ni decir nunca a nadie lo
que vamos a hacer hoy.
El sarcasmo no es bienvenido, pero al menos Lucien está callado. Como
ordenó. Con la ansiedad retorciéndose entre sus costillas, Kazia no se atreve a
replicar. Esta es la mejor oportunidad que ha tenido nunca de encontrar su
filacteria, pero en lugar de esperanza, la idea le llena de pavor. El fracaso es una
opción demasiado probable.
Ostomar está plagado de pasillos como éste. Los sencillos pasillos
permiten a los criados correr de una tarea a otra sin arruinar el opulento
ambiente de las habitaciones propiamente dichas. Ayer, hubo un alboroto de
preparativos para el viaje de la reina. Esta mañana, como estaba previsto, el
salón está tranquilo. Al menos todo va según lo planeado.
Kazia se detiene ante una puerta de madera. Al asomarse por una estrecha
mirilla, comprueba que el ornamentado pasillo está despejado. Espera un
minuto más para asegurarse, intentando calmar sus propios nervios. Si no
encuentra la filacteria, al menos habrá eliminado los aposentos de su madre. No
importa que el progreso gradual le duela más cada vez que su propia sangre lo
convoca para el tormento.
Detrás de él, el aliento de Lucien es ligero. Ese es otro problema. Kazia
no puede relajarse con un mago a sus espaldas. No importa lo cooperativo que

79
Lucien pretenda ser, ni las tentadoras ofertas de alianza que le haga, el collar de
obediencia es lo único que contiene las llamas.
Ellos comparten enemigos, como Lucien insinuó ayer. Kazia no duda de
que Lucien estaría encantado de matar a Imrik. Ordenar a su mago mascota que
incinere a su padre es una idea atractiva.
Pero Kazia no es tan estúpido como para decir una traición en voz alta.
No a un mago que lo odia. Lucien podría denunciar a Kazia como una especie
de moneda de cambio. Las órdenes lo detienen ahora, pero no siempre.
—Sígueme en silencio —dice Kazia, y abre la puerta que da al pasillo
más luminoso.
El lado opuesto de la puerta está tallado con complejas formas
geométricas, y el picaporte es de latón tan ornamentado que Kazia se pregunta
si no se saldrá de su sitio con el peso.
—Espera —respira Lucien, con un movimiento brusco y abortado—. Hay
un drasgard.
Kazia se da la vuelta, erizado. Por supuesto que hay un drasgard al final
del pasillo. Estos son los aposentos de la reina, y poco vigilados es lo mejor que
puede esperar Kazia. Se aseguró de que Nekla estuviera de guardia antes de
partir esta mañana.
Mucho más chocante es darse cuenta de que Lucien intentó agarrarle el
hombro. Un gesto de protección equivocado.
—Nekla es de los míos —dice Kazia, con los pelos de punta—, tampoco
le digas a nadie que le has visto aquí.
Los ojos de Lucien son tan extraños. Un azul cielo tan claro, para ser tan
ilegibles. —Error mío. Este Nekla lleva el puto uniforme de los guardias de la
reina.
—¿Ahora te interesan los estúpidos uniformes? —Kazia no debería haber
dicho nada. Él frunce el ceño y se marcha por el pasillo.
Lucien le sigue, tirado por la correa invisible de la mano de Kazia.
El drasgard Nekla saluda. Es una de las pocas personas que Kazia ha
conseguido insertar en la casa de su madre. Aliza es despistada con sus manías,
pero dirige un barco hermético. La rotación es reducida.
—Buenos días, Nekla —dice Kazia. A la gente le gusta que recuerde sus
nombres—. ¿Cómo están los niños? ¿Tu hija sigue suplicando que le den un
gatito?

80
Nekla hace una mueca exagerada. —No, Alteza, sólo porque mi marido
ya le ha regalado tres. —Echa un vistazo más allá del hombro de Kazia, vacila,
pero no dice nada sobre Lucien—. Lo que necesites, tienes dos horas. Mi turno
cambia a mediodía.
—Gracias —dice Kazia, agradecido de no tener que charlar más. Él no
recuerda los nombres del marido ni de la hija.
Lucien le sigue hasta el salón de la reina sin necesidad de otra orden.
Cuando la puerta se cierra, Kazia gira y descubre que Lucien no está mirando
las paredes como debería. El salón de visitas de Aliza es un amasijo de tesoros
diversos. Estatuas de papel, jarrones de cristal y la pared multicultural de
máscaras espeluznantes. Instrumentos que ha dejado de aprender, degradados a
piezas de museo.
No, en lugar de mirar las espeluznantes máscaras como una persona
sensata, Lucien está mirando a Kazia.
—¿Qué? —exige Kazia, con la piel erizada por la atención.
Lucien tuerce la comisura de los labios. —Eres amable con los criados.
—No lo soy. —Kazia se tira de las mangas. No le quedan bien en las
muñecas—. La gente es más obediente cuando usas sus nombres.
No sólo presta atención. Lucien le mira con franca aprobación.
—Recordaste mucho más que su nombre.
Kazia tiene que saber sobre la gente. Es una cuestión de seguridad. De
poder. Sin embargo, Lucien tiene más razón de la que a Kazia le gustaría
admitir. Tener amigos es peligroso, porque todo lo que alguien ama puede ser
arrebatado. Mira lo que le pasó a Vana, que casi pierde a su guardia de sangre
mascota.
Afortunadamente, Kazia no tiene que responder a su prisionero. Mete una
mano en el bolsillo y pasa el pulgar por el centro del talismán. El desgarro
activa la magia, durante las próximas dos horas todo sonido que se produzca a
menos de metro y medio de Kazia será amortiguado hacía el exterior.
—Permanece en silencio —ordena Kazia a Lucien de todos modos—. No
muevas nada fuera de lugar ni dejes evidencia de nuestra presencia. ¿Sientes
alguna piedra caliza?
Lucien duda. —Sólo débiles rastros. No puedo decir de dónde viene.
Kazia envidia lo tranquilo que parece Lucien. Por supuesto, esta aventura
no significa nada para él. —Sígueme por la habitación y avísame cuando
encuentres algo, o si los rastros se hacen más fuertes.

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—¿Qué estamos buscando? —pregunta Lucien.
La tensión retuerce las venas de Kazia. Un odioso tirón fantasmal. —No
necesitas saberlo.
—¿Importa si lo sé? —Lucien extiende las manos, un gesto inofensivo.
Como si necesitara una espada para ser peligroso, cuando él mismo nació siendo
un arma—. Puedes ordenarme que no toque, o que no se lo cuente a nadie. ¿A
quién demonios se lo diría? Pero si estoy buscando algo, me ayudaría saber qué
diablos es lo que parece.
Tiene razón, maldita sea. Kazia se cruza de brazos, consciente de lo
defensiva que parece la postura. Cada palabra se arrastra a regañadientes. —Es
una botella de cristal del tamaño de la palma de mi mano. El tapón tiene una
pieza redonda de piedra caliza.
La sonrisa de Lucien es radiante. —Ya está, ¿tan difícil era?
Las uñas de Kazia se clavan en sus mangas. Si no vuelve a describir su
filacteria, será demasiado pronto. —Cállate y muévete, cerdo.
Frustrantemente, Lucien obedece sin problemas. Kazia no tiene excusas
para arremeter. Mantiene los brazos cruzados mientras merodea por el salón,
porque de lo contrario podría rendirse al impulso de derribar las estúpidas
estatuas de Aliza.
Kazia realiza una inspección lenta y minuciosa. Conoce todos los
cuadros, desde las obras maestras (importaciones de la costa) hasta las
mediocres imitaciones (de Aliza). Cuelgan entremezclados en finos marcos
dorados.
Lucien encuentra algunos objetos de piedra caliza. Un juego de dados. Un
jarrón con incrustaciones de fragmentos brillantes. Un pequeño tótem Wraith
con ojos de piedra caliza. Sin embargo, Kazia no espera encontrar la filacteria
sin más. Nunca ha encontrado planos de los aposentos de su madre, y está
seguro de que debe haber una cámara secreta en alguna parte.
—No creo que esta botella esté en el armario de sábanas —señala
Lucien—. Apenas hay espacio para respirar aquí.
Kazia bloquea la entrada, aún con los brazos cruzados. —Comprueba la
parte de atrás.
—Sí, Alteza. —El título no suena especialmente respetuoso mientras
Lucien se aventura los dos metros que le faltan para entrar en el armario. Los
estantes apilados con sábanas limpias ocupan la pared del fondo, dejando

82
apenas espacio para que Lucien se ponga de pie—. Aquí no hay piedra caliza.
Sólo recuerdos de mi trauma de ayer al doblar las sábanas.
—Oh, ¿así que no te gustó? —pregunta dulcemente Kazia, haciéndose a
un lado.
Lucien mueve el dedo al salir. —Eres un mocoso, su Alteza. Hemos
revisado todo el salón y no hay ninguna botella misteriosa. ¿Estás seguro de que
está aquí?
Extrañamente, el insulto no parece un insulto. En lugar de perder el
tiempo pensando en ese enigma, Kazia cierra la puerta del armario. —No.
Puede que esté en su dormitorio, que es donde vamos ahora.
Lucien maldice en voz baja. —Enhorabuena. Realmente no tienes que
preocuparte de que le diga a la gente que estuvimos aquí. Esto no es una baratija
cualquiera, ¿verdad? ¿La reina Aliza lo esconde a propósito?
Kazia apoya las manos en las caderas. —Será mejor que lo esté
escondiendo. Me enfadaré mucho si lo encuentro sobre una mesa después de
todo esto.
—Ella podría estar escondiéndolo en una caja anuladora, entonces
—señala Lucien—. Algo para evitar la detección mágica.
—No está en una caja anuladora. —Kazia se contiene antes de explicar
por qué. Una caja anuladora podría interrumpir o romper el encantamiento de la
filacteria. Kazia se echa el cabello por encima del hombro. El reloj enjoyado
más cercano indica que ha pasado una hora—. Vamos a su dormitorio. Sígueme.
Eliminar estas habitaciones será un progreso, se dice Kazia a través de su
creciente melancolía. Puede encontrar otros medios de distraer a Aliza para
futuras búsquedas. Otras salas también serán más fáciles de registrar. Kazia
puede visitar el jardín de piedra y las bibliotecas en cualquier momento.
Están casi en la puerta de los aposentos de Aliza cuando Lucien dice:
—Espera.
La esperanza salta al corazón de Kazia a pesar de sus mejores
intenciones.
Lucien señala un tapiz junto a la puerta. —Aquí hay algo.
El tapiz no es nada especial. Estrellas y lunas geométricas en negro y
plata. Kazia contiene la respiración mientras lo alcanza.
Sus dedos apenas rozan el borde cuando la voz de Nekla se eleva desde el
vestíbulo. —Su Majestad no está aquí hoy, heraldo.

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La respuesta es aún peor. —Estoy aquí por asuntos de su Majestad —dice
la heraldo Bretka—. Sólo será un momento.
Kazia se da la vuelta. El talismán de silencio no ayudará si están a la
vista. —Ella no puede vernos.
No es una orden, pero Lucien se mueve tan rápido como si lo fuera. Su
mirada recorre el desorden. —El armario de sábanas.
Tampoco es una orden, pero Kazia obedece por instinto. Vuela hacia el
armario de sábanas, con Lucien pisándole los talones. Arrimándose a la pared,
todo su cuerpo se convierte en sus acelerados latidos.
Lucien se desliza tras él y cierra la puerta con un control tan lento que
Kazia quiere gritar. Pero la puerta se asienta en el marco sin hacer ruido, justo a
tiempo. La siguiente declaración de Nekla queda amortiguada, y los pasos
acompasados de Bretka entran en la habitación.
El alivio de Kazia se convierte en un nuevo temor. Él está escondido,
atrapado en un espacio diminuto y cerrado con un mago enemigo. El armario
apenas es lo bastante grande para los dos. Kazia no tiene a dónde huir. Lucien
podría taparle la boca antes de dar nuevas órdenes. O la llave… ¿Y si Lucien
sabe lo de la llave? ¿Siguen vigentes las órdenes antiguas para proteger a Kazia?
Debería haberlas probado más a fondo, para ver cuánto duran.
—Ya sabes —murmura Lucien. Cada palabra roza la parte superior de la
cabeza de Kazia—. Esto me recuerda a un juego de fiesta que jugamos en
Silaise.
Kazia retrocede. —Eres repugnante.
La llamarada de ira hace que el pánico de Kazia vuelva a tierra firme. El
collar funciona. Las órdenes funcionan. El pendiente anulador funciona. Lucien
no es más peligroso de lo que era fuera del armario de sábanas. La única
diferencia es que ahora están apretados, y Kazia no puede pensar en otra cosa
que no sea el horno que es el cuerpo de Lucien.
Al menos el armario está oscuro, mientras la cara de Kazia se calienta a
juego.
Y al menos Lucien ha dejado de hacer bromas estúpidas. Kazia se
retuerce entre Lucien y la pared. Una pizca de luz perfila la puerta, y Kazia
podría ver a través de la rendija.
—Detente —sisea Lucien. Toca el hombro de Kazia y luego la aparta—.
No te muevas. Ella nos oirá.

84
Kazia reprime una orden. No me toques no funcionará ahora. —No nos
oirá mientras susurremos. Estoy usando un talismán de silencio.
Lucien exhala. Su cabeza golpea suavemente contra la pared. —¿Así que
me ordenaste que me estuviera callado por diversión?
Kazia lo hizo por redundancia o por si se separaban. Sin embargo, no le
debe a Lucien una explicación adecuada, aunque tuviera aliento para ello.
—Más o menos.
Contorsionándose torpemente, Kazia consigue asomarse por la rendija.
No hay nadie a la vista, sólo una estrecha porción del desordenado salón.
—¿Quién está fuera? —pregunta Lucien.
—Bretka. La heraldo de mi padre. —Kazia se tensa cuando Bretka cruza
su línea de visión. Ella se ha ido al momento siguiente, moviéndose más
profundamente en los aposentos de Aliza. Sus pasos se vuelven silenciosos.
Kazia se desploma contra la pared, intentando poner más espacio entre él
y Lucien. Imposible. No puede juguetear cómodamente con sus mangas, y en su
lugar tiene que juguetear con el dobladillo de su abrigo. Los cinturones se le
clavan en los huesos de la cadera con la presión del cuerpo de Lucien.
La presencia de Bretka es desafortunada, pero no demasiado extraña.
Seguro que hay una explicación razonable, si Kazia pudiera pensar con claridad.
Ni siquiera puede concentrarse en el misterio que se oculta tras el tapiz
estrellado. La filacteria de Kazia puede haber estado al alcance de su mano, y lo
único en lo que puede pensar es en el hombre que comparte aliento con él.
Entrar en pánico era mejor. Kazia sabe cómo vivir con miedo. No sabe
cómo vivir con la innegable intimidad de este momento. Cada expansión de sus
costillas los empuja más cerca el uno del otro. El pulso de Lucien late más
fuerte que el del propio Kazia allí donde se encuentran.
Esto debe de ser normal para Lucien, a menos que todo eso de que tiene
una gran polla no sea más que palabrería. Entre soldados, nobles y jinetes de
dragón, Lucien podría elegir pareja de cama lanzando dardos a ciegas. Juega a
juegos de fiesta silaisanos que implican acurrucarse en armarios. Él ha sido su
propio hombre desde…
Kazia frunce el ceño. —¿Cuántos años tienes?
—¿Qué diablos? —La cabeza de Lucien vuelve a golpear la pared. Suena
tenso—. Veintinueve.
Desde que Kazia era aún un niño aprendiendo a ser herido. Aprendiendo
a alejar a todo el mundo, excepto a las dos personas de las que no puede

85
escapar. Los draskoranos también juegan en fiestas así, pero Kazia nunca se
apunta.
El silencio de Lucien no ayuda ahora. Kazia sigue demasiado pendiente
de él. Se siente aliviado cuando vuelven los pasos de Bretka. Entonces se
detienen. Kazia se retuerce para asomarse de nuevo a la puerta.
Lucien gruñe. —¿Podrías quedarte quieto, por favor?
—La veo. —Kazia entrecierra los ojos por la rendija—. Creo que tiene un
libro. Ella está… ella se está sentando a leer. Joder.
—Razón de más para quedarse quieto, Alteza —espeta Lucien.
—No te preocupes. —Girarse para mirar a la puerta no es cómodo. Kazia
retrocede torpemente—. Tenemos otra hora a escondidas…
La mente de Kazia se queda en blanco cuando su cadera se desliza más
allá de la durísima razón por la que Lucien quiere que él se quede quieto.
Apoyarse contra la pared no ayuda. Ellos están demasiado juntos.
Ahora que Kazia se ha dado cuenta, no puede pensar en otra cosa.
—¡Deja de hacer eso! —exige Kazia, su susurro sube a un tono
embarazoso.
—Mis disculpas, Alteza —dice Lucien, tenso—. El collar de obediencia
no funciona con mi erección.
Oírlo en voz alta es peor. Kazia intenta aplastarse mejor contra la pared,
lo que sigue sin ayudar. —¡Para de todas formas!
—Tal vez si dejaras de retorcerte —le gruñe Lucien al oído, lo que aturde
a Kazia incluso antes de que unas manos anchas le aprisionen los hombros. La
tenue luz ilumina el perfil de Lucien, girado hacia la puerta—. Quédate quieto,
así. Jodidamente perfecto.
Su pulgar roza la piel desnuda del cuello de Kazia. Un terrible accidente,
y la indignación de Kazia se funde en algo mucho peor. El calor y las sombras
de la proximidad se enroscan alrededor de sus miembros. Al girar el rostro, su
ropa se mueve bajo las manos de Lucien, y el ritmo de su propia respiración se
vuelve traicionero.
Kazia intenta recordar el arpa de su madre. La melodía inconexa ayuda a
calmar sus nervios.
Varios tortuosos minutos después, una silla chirría fuera. Los chasquidos
de los pasos de Bretka la llevan por la habitación, hasta que se abre una puerta y
el drasgard Nekla declara amablemente: —Que tengas un buen día, heraldo.

86
La puerta se cierra. Kazia se mueve bruscamente hacia la puerta del
armario, pero Lucien lo sujeta con fuerza.
—Espera un momento —murmura Lucien—. Asegúrate de que ella se
haya ido.
—Déjame salir de este puto armario —sisea Kazia.
Con un último y horrible retorcimiento, Lucien abre la puerta a tientas.
Salen juntos y luego se separan tambaleándose. El frío se apodera de Kazia en
ausencia del tacto de Lucien.
Kazia no está acostumbrado a esta desorientación. Es incapaz de mirar a
Lucien a los ojos. Todas las órdenes sensatas mueren en los labios de Kazia. Él
no las necesita, está seguro de que Lucien nunca hablará de este incidente.
Lucien tampoco lo mira, y el rojo crece bajo sus pecas. Aún así se
recupera más rápido que Kazia. —Comprobemos detrás del tapiz.
Kazia vuelve en sí, agradecido por el recordatorio. Pero por mucho que
anhele continuar la búsqueda… —No tenemos tiempo. Volveré otro día.
—Espera —dice Lucien, haciendo que Kazia se detenga de nuevo.
Kazia se gira. —¿Y ahora qué?
Lucien por fin le mira a los ojos, con una cautelosa contención. Señala un
espejo cercano con marco de bronce. —Debería arreglarse el cabello, Alteza.
La implicación es tan atroz que Kazia ni siquiera puede hablar. Peor aún,
Lucien tiene razón, cuando Kazia se acerca al espejo, su reflejo es aún más
espantoso. Se le ha caído la mitad del cabello de la cola. Mechones sueltos
suavizan su rostro.
Tiene un aspecto libertino.
Con la cara rosada, Kazia se vuelve a atar el cabello en una nueva cola.

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CAPÍTULO DOCE.
Lucien.

Lucien nunca adivinaría que hay una guerra en curso a juzgar por la reunión de
esta noche. Luces doradas y azules danzan entre los árboles metálicos, tan
diminutas como luciérnagas pero lo bastante numerosas como para iluminar
todo el territorio. Los reflejos resplandecen en el lecho cristalino del arroyo y en
los invitados incrustados de joyas que celebran los caprichos de la reina Aliza.
Un techo de cristal translúcido cubre el jardín, y los cristales de marco
negro dejan entrever las estrellas. En el puente plateado, un par de músicos a
medio vestir tocan instrumentos que Lucien no ha visto nunca. Un conjunto de
campanas sobre marcos amontonados, tocadas y frenadas con baquetas. Al otro
lado del brillante arroyo, más allá de los árboles y los cortesanos, una maga de
luz y su grial se sientan en un pabellón. Su poder alimenta las partículas
danzantes.
Lucien no puede evitar su instintiva incomodidad. El último grial que
conoció fue Sei Dire, el cual parecía encantado con su suerte. Entusiasmado,
públicamente encantado. Pero Lucien es de Silaise, donde la ley prohíbe el uso
de griales, y con razón, joder.
Tal vez hay un equilibrio entre la utilidad potencial y el riesgo de abuso.
Igual que la magia de sangre, que puede curar tanto como dañar. Pero eso es
algo que gente como Audric debe descubrir.
Lucien no consigue ver bien el grial, porque una cadena de órdenes le ata
a los talones de Kazia. Los cortesanos despejan el camino de Kazia hacia la
reina, y Lucien se prepara para una nueva actuación humillante.
La piedra caliza brilla en las muñecas de Aliza. Parece embelesada con
los campanilleros y apenas mira a su hijo. —Aquí estás, querido. Te he echado
de menos esta semana.
—Deberías llevarme al pabellón la próxima vez, madre —dice Kazia, con
un tono meloso que Lucien no había oído antes.
—Cuando sea conveniente, sí, deberíamos ir todos. —Aliza acaricia la
mejilla de Kazia—. Diviértete esta noche, querido. Tu padre dice que mañana
no tenemos planes.
—Encantador —responde Kazia.

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Aliza vuelve su atención a los músicos, un claro despido. Durante toda la
conversación, no ha mirado ni una sola vez a Lucien. De algún modo, la
indiferencia escuece más que la humillación manifiesta. Como si Lucien no
mereciera la pena.
Al menos Aliza parece estar de buen humor. No debe haber notado
ninguna señal de la incursión de Lucien y Kazia en sus aposentos. No había
tapices ni sábanas desordenadas.
—Vamos, comandante —dice Kazia con ligereza—. Ya has oído a mi
madre, mañana puedo dormir hasta tarde, lo que significa que esta noche me
toca una copa de vino.
Lucien no responde y Kazia no espera que lo haga. Porque Kazia puede
darle órdenes, pero en realidad no está hablando con Lucien. Sin embargo, su
actitud despectiva es diferente a la de Aliza. Diferente incluso de la burla
habitual.
Kazia no quiere estar en esta fiesta más que Lucien. Sea lo que sea lo que
le distrae, no son las maravillas de la música.
Lucien lo sigue desde una mesa de vino hasta un banco de piedra. Ya hay
dos mujeres sentadas en el banco, pero se levantan y saludan con una reverencia
antes de dispersarse. Kazia apoya un pie y bebe un sorbo de vino.
La fiesta está demasiado abarrotada. Los drasgard deambulan por los
bordes del jardín, la mayoría de ellos de la reina. Sólo dos de los guardias de
Kazia están de servicio: Salarin y Yudra. Lucien no puede evitar desaprobar la
disposición. Puede que Ostomar sea el hogar de Kazia, pero esta fiesta sigue
siendo un entorno hostil. Si estuviera a cargo de la seguridad de Kazia, jamás
asignaría sólo dos guardias a este evento.
Sobre todo si Kazia insiste en mantener a un soldado enemigo a su lado
toda la noche. Kazia incluso envió un uniforme de color lavanda para que
Lucien lo vista, de modo que pareciera un heraldo o un sirviente de la casa.
Lucien debería resentirse por el simbolismo, pero la ropa limpia es bienvenida.
Incluso le quedan bien.
Kazia también se ha arreglado para la noche. Su cabello rodea su cabeza
en una corona trenzada, tan elaborada que Lucien habría supuesto que se la ha
arreglado un sirviente, si no fuera porque Kazia pasó una hora a solas
arreglándose. Un encaje violeta intenso suaviza sus muñecas y su garganta en
un raro toque de color. El resto de su ropa es negra, como de costumbre, su

89
abrigo estampado con diferentes patrones en la tela, como costillas y alas,
ceñido a lo largo de su cuerpo.
Lucien es libre de examinarlo a placer, porque Kazia ha estado evitando
el contacto visual desde que escaparon del armario de sábanas la semana
pasada.
Ninguno de los dos ha mencionado el incidente, lo cual no debería
parecer tan extraño. Si Lucien se hubiera quedado atrapado en un armario con
cualquier otra persona, habría sido divertidísimo. Algo de lo que reírse durante
una noche, con un nivel de histeria que dependería de la embriaguez general de
la habitación. Lucien se ha metido en líos mucho más estúpidos con sus amigos,
sin contar cuando era adolescente.
Pero Kazia estaba tan afectado, que tiene alterado a Lucien también.
Como si Kazia nunca hubiera tocado a otro hombre.
Una pregunta quema la mente de Lucien antes de que pueda erradicarla.
¿Cómo sería Kazia en la cama?
Kazia se mantiene a tal distancia que es una sorpresa cuando alguien se
acerca: un hombre con botas de piel de wyrm y mechones verdes en el cabello
oscuro.
—Buenas noches, Alteza —dice el jinete de dragón. Levanta una botella
entera de vino en señal de saludo, en lugar de una copa—. Y a usted,
comandante Vaire. No hemos tenido el placer de conocernos en tierra.
Lucien ubica la combinación de colores. Él ha luchado contra esa dragón
antes, y ella era parte del ala que lo capturó. —Tú debes ser el jinete de Yavran.
—Bien, ya sabes el nombre importante. —Kamil Ivo sonríe,
acercándose—. Esto es tan, tan extraño. ¿Este collar realmente funciona como
dijo Marek?
—Kamil —suelta Kazia, y Kamil retrocede bruscamente—. ¿Te gusta
tener dos manos?
—¿Disculpe, Alteza? —dice Kamil, acunando su botella de vino.
Kazia apura el resto de su vino y hace un gesto con la copa vacía. —Si se
te ocurre tocar a Lucien, le ordenaré que te corte la mano.
Lucien se tensa, dividido entre la diversión que le produce la cara de
Kamil y el repugnante recuerdo de lo lejos que Kazia podría llevar este
encantamiento.
Al cabo de un momento, Kamil se echa a reír. —Lo siento, Alteza. No me
había dado cuenta de que le tenías tanto cariño.

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—Nunca me ha gustado compartir mis juguetes. —Kazia chasquea los
dedos—. Comandante. Tráigame otra copa de vino.
Lucien toma el vaso de Kazia. —Lamento interrumpir —le dice a Kamil,
cuya expresión mezcla fascinación, repulsión y embriaguez ordinaria.
Todos miran a Lucien de reojo. Esperaba más burlas esta noche, como los
abucheos de la noche en que llegó a Ostomar. Pero Kazia no fue silencioso
cuando amenazó a Kamil. Los cortesanos de alrededor deben creer que hablaba
en serio.
Cuando Lucien vuelve la vista, Kamil se ha ido y una cortesana está
hablando con Kazia. Lucien no puede verle bien la cara. Cuando regresa, Kazia
está solo de nuevo. Su humor es tan amargo que ni siquiera insulta a Lucien.
Sólo toma el vino y se bebe un gran sorbo. Luego otro.
Una gota de líquido oscuro se pega al labio superior de Kazia. Él la lame.
Desesperado por pensar en otra cosa, Lucien se arriesga a hacer una
pregunta. —¿Quién era esa?
—¿Te gustaría saberlo? —Una sonrisa de satisfacción se desliza por el
rostro de Kazia. Se levanta y ordena—: Quieto, perro.
Dos canciones más tarde, la copa de Kazia vuelve a estar vacía. Él ordena
a Lucien que vaya a buscar una tercera copa.
Lucien obedece porque no tiene más remedio, pero se toma su tiempo.
Mientras avanza hacia la mesa, la compulsión no lo apresura. Divisa a las
drasgard Salarin y a Yudra. Están observando a Kazia, pero no parece
preocuparles que esté solo, alterado y bebiendo demasiado deprisa.
Lucien es un soldado, no un guardia, pero ha trabajado con el primer y el
segundo capitán de la guardia juramentada en Silaise. Nunca permitirían que sus
protegidos perdieran el control en un entorno hostil.
Un sonido discordante empaña la música. Un músico intenta enseñar a
Aliza a tocar las campanas. Así que Aliza tampoco está pendiente de su hijo.
Nadie detiene a Kazia. Nadie se hace cargo de él.
Eso es malo, porque Lucien no quiere ser controlado por un príncipe
borracho y enfadado. No porque él se preocupe por el bienestar de Kazia o algo
así. Así que cuando Kazia manda a Lucien por la cuarta copa, Lucien toma
también un pequeño plato de misteriosos pasteles de carne de Draskora.
—Aquí está la comida que querías —dice Lucien a su regreso, en voz lo
bastante alta como para que los cortesanos más cercanos lo oigan.

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Kazia parpadea ante el plato y luego mira a Lucien. Es la primera vez que
mira a Lucien en días, lo que no debería parecerle una victoria. El vino no le ha
dado color en la cara, pero sus ojos están oscuros y dilatados.
—¿Por qué has tardado tanto? —pregunta tomando un pastelito.
Lucien no tiene que responder. Se queda de pie con el plato y el vino en
la mano, aliviado de que Kazia se haya tragado su mentira. O tal vez Kazia se
olvidó de que no había pedido comida.
Todo el mundo está distraído con la música chocante. Nadie se da cuenta
de que Kazia intenta dejar el pastel a medio comer y Lucien levanta el plato
para evitarlo.
—Deberías terminar eso —dice Lucien—. Luego puedes llevarte el vino
a tu habitación.
Kazia mira, desenfocado. —Que te jodan.
Grosero, pero silencioso, sin montar una escena. Lucien puede trabajar
con eso. —Esta fiesta es terrible, ¿no? Puedes irte en cuanto termines ese
pastelito.
—Es terrible. —Kazia da un mordisco, traga—. Aún así, mañana te
arrepentirás de esto.
—Lo estoy deseando —dice Lucien.
Cuando Kazia termina el pastel, Lucien deja que se tome el vino, pero le
mete otro pastel en la mano libre. La comida o la pausa en la bebida parecen
agudizar los pensamientos de Kazia. Se come el segundo pastel sin protestar y
luego se limpia los dedos en la camisa de Lucien, dejando residuos grasientos.
—Gracias, comandante —dice Kazia alegremente—. Vámonos.
Conteniendo la risa, Lucien agradece abandonar el plato y seguir a Kazia
desde el jardín de piedra. Para cuando los drasgard del príncipe les siguen,
Kazia parece ser él mismo. Menos por algún que otro tropezón.
Cuando se acercan al salón favorito de Kazia, Lucien retrocede lo
suficiente para hablar con la drasgard Salarin. —Su Alteza me ordenó que
pidiera una jarra de agua fresca.
—¿Lo hizo ahora? —dice Salarin con escepticismo. Pero cuando llegan
al salón, ella toca la campanilla de un sirviente a pesar de todo.
Kazia no protesta por la llegada del agua, sólo ordena a su drasgard y a
sus sirvientes que vuelvan a salir una vez entregada. Entonces Lucien vuelve a
quedarse a solas con él.

92
—Quédate —ordena Kazia, así que Lucien permanece en el centro de la
habitación mientras Kazia se sirve un vaso. Su garganta se estremece con cada
trago. Finos cabellos se le pegan a la nuca, rozando el borde del encaje.
A Lucien le disgusta el cambio en su propia conciencia. Kazia es una
persona, con un cuerpo físico real que contiene las sombras de sus secretos. Es
más complicado que un simple príncipe o el captor de Lucien.
—¿Qué estás mirando? —pregunta Kazia desde el otro lado de la
habitación.
Lucien no puede decir la verdad. —Las estatuas de dragones.
Por la mirada de Kazia, es la respuesta equivocada. —¿Qué pasa con
ellos?
Lucien se encoge de hombros. —Son realmente geniales.
Kazia parpadea y se sirve otro vaso de agua. —Estás bromeando.
—No, son realmente geniales. —La nostalgia se apodera de Lucien. Un
nostálgico recuerdo del cielo—. Capturan cómo se sienten los dragones, para
mí.
Kazia espera, como si esperara un chiste. Luego bebe un sorbo de agua.
—Se las encargué al mismo artesano que hizo mi conjunto de aerie. Trabaja
sólo con sus manos y sus herramientas, no con magia. —Kazia bebe otro sorbo
de agua—. La mayoría de la gente piensa que las estatuas son feas.
Las estatuas tienen una energía cruda y áspera. Sus formas no son
precisamente realistas y tienen un estilo diferente al de las gárgolas que infestan
Ostomar. Lucien entiende que la gente sin gusto pueda pensar que son feas.
—La opinión de la mayoría de la gente no importa —dice Lucien.
—¿Verdad? —El humor de Kazia se anima, tanto que Lucien casi se
arrepiente de haber elogiado a las estatuas. Kazia es el enemigo, por muy
cautivadora que sea su leve sonrisa—. Te contaré algo gracioso, sin embargo. El
año pasado, mamá se olvidó de comprar un regalo para el cumpleaños de Vana,
así que tomó las estatuas para regalárselas. Pero las recuperé.
Lucien no logra controlar su expresión. —¿La reina es siempre tan cruel?
—La sonrisa de Kazia vacila, como si se diera cuenta de que la historia no era
tan divertida después de todo.
—No importa. —Kazia frota el borde del vaso con el pulgar y lo deja en
el suelo. Toca la jarra, pero no la levanta—. Las recuperé.
La mente de Lucien oscila como si él fuera el borracho esta noche. Media
habitación se extiende entre ellos, pero de algún modo este Kazia suavizado por

93
el vino parece incluso más cercano que en el armario de sábanas. Una verdad se
desplaza en la oscuridad, justo fuera de su alcance.
—¿Por qué estabas enfadado en la fiesta? —pregunta Lucien.
—Porque los griales me parecen repulsivos. —Kazia sonríe, su máscara
cayendo en su lugar—. ¿Algo más? ¿Alguna otra pregunta indiscreta,
aprovechando mi embriaguez?
—Sólo una. —Lucien ya ha hecho esta pregunta antes—. ¿Por qué me
has llevado?
—Porque algo tiene que cambiar —responde Kazia esta vez. Él señala la
puerta—. Vuelve a tu celda. Salarin te encerrará.
Lucien se siente casi aliviado al volver a la celda. El malestar lucha con la
culpa. Escudriñar el estado de ánimo de Kazia no es útil. Lucien no debería
husmear, como acusaba Kazia, salvo para encontrar una salida.
Quizá debería cabrear a Kazia mañana. La enemistad es más fácil de
recordar cuando el mocoso está siendo un mocoso.
La puerta se cierra tras Lucien, dejándole en la oscuridad. Se queda
quieto, saboreando la tranquilidad, hasta que una sombra se mueve.
Los reflejos de combate hacen retroceder a Lucien, pero sus reflejos
incluyen magia que ahora no puede invocar. Sólo se mueve un paso antes de que
una hoja le aprisione la garganta.
Una voz baja murmura: —No hagas una escena.
A través de su adrenalina, Lucien reconoce la voz. Aunque no debería ser
posible. —¿Whisper?
La hoja cae. —Encenderé una lámpara.
Lucien permanece atónito mientras Whisper se mueve en la oscuridad. El
leve sonido de sus pisadas debe de ser deliberado, destinado a tranquilizar a
Lucien. La tela se mueve en dirección a la cama y luego a la puerta.
—¿Cómo es que estás aquí? —pregunta Lucien, atento a los guardias del
pasillo.
—Dato curioso —dice Whisper en voz baja—. Nadie vigila bien las
celdas cuando están vacías.
La luz de la lámpara de la mesa de noche revela la forma familiar de
Whisper cerca de la puerta, no tan familiar como de costumbre. Viste un
uniforme de sirviente de Ostomar y, en lugar de rubio, tiene el cabello castaño
con mechas rojas. Con sus profundos ojos violetas, Whisper encaja
perfectamente en Draskora.

94
Las vainas de los cuchillos ocultas bajo sus mangas sólo son visibles
porque Lucien las busca. Una manta enrollada se apoya en la base de la puerta,
amortiguando la luz y el sonido.
Lucien es el primero en admitir que sospechó cuando Whisper se mudó al
castillo de Greenhaven. Sobre todo después del intento de asesinato real, que
Julien perdonó demasiado rápido. Ahora, Whisper es un regalo para la vista.
Whisper también mira a Lucien. —¿Estás bien?
—Sí. —Las razones por las que él no lo está no importan en este
momento.
Whisper asiente, cortante. Su siguiente pregunta es lo que realmente
importa: —¿Qué han aprendido de ti?
—Nada importante —responde Lucien—. El hechizo funcionó.
—¿Incluso con ese collar? —pregunta Whisper.
Lucien se tensa. Enfrentado a alguien que conoce, cada humillación le
escuece de nuevo. Él tuvo que arrodillarse ante Imrik Dire. Tuvo que actuar
como un taburete. Tuvo que doblar esa puta funda de almohada quince putas
veces.
Pero la mirada de Whisper es puramente profesional.
—El collar no afectó el hechizo —confirma Lucien—. Kazia puede
ordenarme que me calle, pero no puede usar el collar como hechizo de la
verdad.
—¿Algo más que deba saber sobre el collar? —pregunta Whisper.
A Lucien se le hunde el estómago, como si estuviera en el cielo y la
pregunta de Whisper le cortara el viento. Una esperanza que no había procesado
del todo, escape, libertad, se oscurece.
Kazia repitió hoy tres veces las órdenes habituales.
—Es jodidamente efectivo. Este Radovan es un genio, dondequiera que
esté ahora, y Kazia es más inteligente de lo que la mayoría de la gente le
atribuye. —Lucien fuerza una sonrisa—. Me ha ordenado no tocar el collar, ni
dejar que nadie lo toque tampoco. También me ha prohibido escapar. Ni siquiera
puedo tocar los talismanes de las paredes.
Frunciendo el ceño, Whisper saca un par de guantes de su bolsillo. —Eso
es problemático.
—No tienes ni idea. —Lucien se restriega la mano por la cara, sin llegar a
tocarse el collar ni el pendiente—. ¿Cómo está… todo el mundo? ¿Pranim ha
regresado bien?

95
—Pranim está bien —dice Whisper—. También el resto de nuestros
dragones y los jinetes. Todos los demás están bien, según lo último que oí.
—Bien. Eso es bueno. —Lucien quiere más detalles, pero Whisper no
tendrá mucho tiempo aquí. ¿Margot envió a Whisper tras Lucien, o esto es obra
de Audric y Julien? ¿Con o sin el permiso de la reina?
De repente, Whisper levanta una mano enguantada. Ladea la cabeza y
baja la voz. —Alguien viene, toma la manta y yo estaré debajo de la cama.
Lucien se mueve, impulsado más por la culpa que por el miedo. Si
alguien encuentra a Whisper aquí, Lucien no tiene ningún poder para protegerlo.
La captura de Whisper podría tener consecuencias mucho peores que la de
Lucien.
No es probable que la reacción del príncipe Julien sea sensata.
Cuando Lucien se agacha para tomar la manta, el movimiento se
desdibuja sobre unos pasos silenciosos. Una mano enguantada le golpea la nuca.
Lucien gira por reflejo y luego se tambalea, ahogado, cuando unos dedos
enguantados se enganchan bajo el cuello. —Para —sisea Lucien—. No
quiero…
No pasa nada.
Whisper está justo detrás de él, agarrado al collar con tanta fuerza que
Lucien apenas puede respirar. Pero Lucien no tiene que moverse. No está
obligado a luchar contra Whisper.
Tras otro momento inmóvil, Whisper se suelta y pega la oreja a la puerta.
—Creo que estamos bien. —Vuelve a colocar la manta en su sitio—. Ya puedes
quitarle el collar.
Lucien jadea lo más silenciosamente posible. —¿Qué hiciste?
Whisper agita la mano y su guante capta la luz. Cuero y piel de wyrm,
con sigilos grabados en la palma. —Destruí el encantamiento. También hemos
estado innovando.
Whisper no mentiría. Bueno, Whisper miente mucho, pero no es cruel.
No se burlaría de Lucien con esto. Pero Lucien desea tanto quitarse el collar que
tiene miedo de creerlo. En lugar de quitarse el collar, toca las paredes.
El papel pintado se enrosca bajo su mano. Luego traza las runas grabadas
en el propio muro de piedra. Lucien no tiene permiso para hacer esto. Sólo hoy,
Kazia se lo ha ordenado tres veces. Pero los surcos son reales.
Lucien se toca la garganta, anticipando la insidiosa compulsión.

96
Nada lo detiene y con un simple movimiento, el collar está allí, bajo sus
dedos. Sólido, de cuero y metal, cálido tras semanas en su garganta.
La hebilla se desabrocha con facilidad. El collar se desprende en una sola
pieza articulada, pesada en su mano. El exterior de cuero le resulta familiar,
pero Lucien nunca había visto las runas grabadas en el interior del metal.
Lucien traga y el movimiento le resulta extraño sin el peso en la garganta.
Quiere tirar el collar al suelo, pero haría ruido. Aturdido, lo deja caer sobre la
cama.
—Puedes tomarte un minuto —dice Whisper. Cuando Lucien levanta la
vista, se encoge de hombros—. Sé lo que es que te controlen.
Así es. Cuando Whisper llegó a Greenhaven, estaba controlado por una
filacteria de magia de sangre. Lucien nunca supo todos los detalles. —¿Era así?
¿Barnaby podía ordenarte hacer cualquier cosa?
—Había diferencias —dice Whisper—. No había obediencia directa y
forzada. Pero podía cegarnos con un pensamiento, así que hacíamos cualquier
cosa que dijera. —Whisper saca una pequeña bolsa de cuero de debajo de la
cama y empieza a rebuscar en ella—. Bien, se acabó tu minuto. Vamos a repasar
el plan.
Lucien se frota la garganta. —¿Qué plan?
—Sacarte de aquí —dice Whisper pacientemente—. ¿Cuál es la rutina
matutina habitual aquí?
Es entonces cuando Lucien se da cuenta de que está a punto de escapar.
No más órdenes. No más humillaciones. No más doblar la ropa. No más
persuadir a un príncipe draskorano borracho para que coma. Lucien nunca
aprenderá los nombres del resto de las ratas. Nunca sabrá lo que Kazia quiso
decir cuando dijo: “Porque algo tiene que cambiar”.
Lucien puede irse a casa. Tal vez incluso pueda encontrar a Tezurit por el
camino.
—En realidad —dice Lucien—. Creo que debería quedarme.
Whisper hace una pausa. —¿Disculpa?
Lucien señala con la mano el papel pintado, ornamentado, caro, antes de
que lo destrozaran. —Estoy en el palacio real de Draskora. Sin el collar, si
puedo quitarme el pendiente también… hay oportunidades.
Whisper se endereza, con los ojos entrecerrados por la sospecha. —¿Qué
oportunidades?

97
Las oportunidades parecen obvias. Arden con fuerza, iluminando por fin
el camino hacia su objetivo. —Podría matar al rey.
—Claro —dice Whisper, poco impresionado.
—¿Qué pasa? —Lucien esperaba más entusiasmo. Al menos algo de
consideración. No esta incredulidad francamente insultante—. Por si lo has
olvidado, soy jodidamente poderoso. Si Imrik cree que aún estoy controlado,
puedo acercarme a él.
—Lo siento, es que ya he visto esto antes. —Whisper mira al techo como
preparándose para algo. Luego mira a Lucien con una mirada violeta oscura—.
¿A quién te estás follando?
Lucien se queda boquiabierto. —¿Qué mierda?
Whisper apoya las manos en las caderas. —¡Ya sé cómo va esto! Arriesgo
mi vida infiltrándome en Draskora para rescatar a alguien. Luego se niegan a ser
rescatados ¡porque se están divirtiendo demasiado follando draskoranos!
—Yo no soy Bellamy —protesta Lucien, apenas conteniendo la voz.
—¡Al menos Bellamy iba disfrazado! —Whisper respira hondo—. Bien,
acabemos con esto de una vez. ¿Quién es?
La expresión dulce como el vino de Kazia le viene a la mente sin
proponérselo. Su hermosa indignación arreglándose el cabello después de que
salieran del armario. Su aroma mezclándose con el de las sábanas limpias.
—Esto no es así —dice Lucien, esperando que la verdad dé convicción a
su voz. Aunque así fuera, que no lo es, Lucien tiene otras razones para
quedarse. La tormenta que lo llevó a las llamas y al cielo—. ¿Crees que me falta
motivación para matar a Imrik Dire?
Los ojos de Whisper se suavizan. —Sé que no. Y sinceramente… no es
un mal plan. —Vuelve a su bolsa, buscando—. Audric y Julien hablaron de algo
parecido antes de que me fuera.
—¿Hay algo que yo no sepa? —pregunta Lucien.
—Margot quiere ganar esta guerra de forma definitiva. No se va a
conformar con defender el territorio silaisano.
Lucien sisea entre dientes. Joder. Esta guerra no acabará en siete meses
como la anterior. A menos que algo drástico cambie. —Si consigo disparar a
Imrik Dire, eso sería definitivo, ¿no?
—Que así sea. —Whisper se endereza, con una bolsa de cuero en la
mano—. Julien y Audric no te pedirían esto.

98
—Menos mal que Julien no me manda. —Lucien sonríe—. Y Audric me
dejaría hacerlo de todos modos.
Whisper saca un pequeño objeto negro. Se lo entrega a Lucien.
El pendiente es negro brillante, fijado por delante y por detrás con
tachuelas aplanadas. Es idéntico al que Lucien lleva ahora en la oreja,
suprimiendo su magia.
—Es falso —explica Whisper, sacando también unas herramientas
metálicas de la bolsa—. Quería que te lo pusieras mientras escapábamos, por si
alguien nos veía. Siéntate. Rakos me explicó el truco para quitártelo.
Lucien se sienta en el borde de la cama. —Me alegro de que estés de
nuestro lado.
Whisper apoya un pie en el colchón e inspecciona la oreja de Lucien. Su
tacto es frío, impersonal. —Agradéceselo a Julien. Nunca podría amar a una
nación tanto como lo amo a él.
Sus palabras son claras. Sin vergüenza. Lucien no puede entenderlo,
ningún romance podría alejarlo de Silaise. Por otra parte, Whisper no tenía
mucho a lo que ser leal en casa.
Whisper toma una herramienta estrecha, parecida a una llave. —No vas a
quemar la habitación cuando te quite esto, ¿verdad?
Lucien siempre ha tenido un buen control, pero nunca había tenido su
magia suprimida durante tanto tiempo. Sólo unas breves pruebas durante el
entrenamiento militar, para ver cómo se sentía la cuerda anuladora. —Sólo hay
una forma de averiguarlo.
Whisper parece despreocupado. La herramienta chasquea en el metal,
resonando con fuerza en el oído de Lucien. —Procura que no sea así. Siempre
puedo meterte el pendiente anulador por la garganta si es necesario.
—Realmente me alegro de que estés de nuestro lado —dice Lucien.
Entonces, el pendiente anulador se desliza por el lóbulo de su oreja y la
magia se expande por su alma. La visión de Lucien se vuelve blanca y dorada,
como si hubiera prendido fuego a la habitación. Pero el fuego permanece en su
interior, retorciéndose y saltando como un gato ansioso.
Él levanta la mano y llama a una hebra de magia a su palma. Una chispa
se convierte en llama y luego se desvanece a su orden.
Joder. Qué bien sienta. Lucien cierra los ojos y disfruta de su plenitud.

99
La mañana siguiente es surrealista. Lucien está sentado en la mesa de Kazia
para desayunar, con un collar en el cuello y un pendiente en la oreja. Igual que
la mayoría de los días de su encarcelamiento. Excepto que ahora, su magia
descansa a salvo en su interior. Y obedece todas las órdenes por elección
pragmática, no por necesidad.
La libertad conlleva su propia ansiedad, haciéndole consciente de cada
movimiento. Porque no es realmente libertad. Lucien sigue rodeado de
enemigos y si alguno de ellos se da cuenta de que ya no lleva bozal, su vida está
perdida.
Es de esperar que Whisper ya esté saliendo de Ostomar. Pasó la noche
aquí y se escondió cuando el drasgard del príncipe sacó a Lucien por la mañana.
Le dio a Lucien una daga corta y el pendiente anulador, así como una ruta de
escape. Cuando Lucien abandone el palacio, puede buscar a una mujer llamada
Petunia en una posada llamada el Árbol Borracho.
La advertencia es tácita: suponiendo que Lucien sobreviva a su atentado
contra el rey Imrik.
A varias sillas de distancia, Kazia está de mal humor. Su resaca acentúa
las ojeras y picotea su desayuno.
Kazia Draskora Dire. Como él mismo dijo, es el verdadero hijo de Imrik.
¿Lamentará la muerte de su padre? ¿Dónde le dejará la lucha por el poder?
Marek tiene el cuerpo de dragones, si se hace con el trono, ¿tratará a Kazia con
justicia? A Lucien le gusta pensar que sí, basándose en la carta oculta. Pero el
poder se le sube a la cabeza a la gente. Ellos dejan de pensar en los demás como
personas.
O la reina Margot podría intentar forzar a Vana al trono. Probablemente le
gustaría un rey draskorano que estuviera en deuda con ella. Lucien no sabe
mucho sobre Vana. Si es amable o cruel, o un poco de ambos.
Hoy no hay agitación. Sólo un príncipe exhausto mirando su desayuno.
—Sabes que hacen elixires para eso —dice Lucien, porque es el tipo de
cosa que habría dicho antes de que Whisper rompiera el collar.
Kazia apuñala un trozo de queso. —No tengo resaca. Tu cara es tan fea
que me hace perder el apetito.

100
El insulto cae por su propio peso. Controlar su risa es más difícil que
controlar su magia. —Mi error.
Entonces Kazia mira hacia la puerta, donde hay un drasgard de guardia. Y
la risa de Lucien se apaga. Por eso los guardias de Kazia nunca cuidan de él
como es debido: no saben que deben hacerlo.
Lucien nunca ha conocido a alguien tan aterrorizado de mostrar
debilidad.
Él no se queda por Kazia. Eso sería absurdo. Pero ya que Lucien está
aquí, puede abrir las grietas de esa máscara despiadada.

101
CAPÍTULO TRECE.
Kazia.

Kazia se estremece bajo el tercer golpe.


Debería estar en una clase de economía ahora mismo. Aliza
probablemente lo ha olvidado. Incluso los tutores de Kazia lo habrán olvidado:
no ha asistido a ninguna clase desde que empezó la guerra. Él habría faltado
incluso si Aliza no lo hubiera convocado a la sala de mapas.
El tiempo de Kazia está mejor empleado revisando los papeles de Sabora
o planeando una segunda oportunidad con su filacteria. Aunque cuando Aliza le
llamó hoy, Kazia estaba tumbado en su sofá, despotricando sobre los Tem
mientras Lucien jugaba con Butterfly.
Kazia ya sabía que la Casa Tem no estaba dispuesta a respaldar su
reclamación. Qué mezquino enviar a una prima a decírselo en la estúpida fiesta
de Aliza. Lord Tem tiene la culpa de que Kazia bebiera esa noche. Además de la
estúpida maga de luz y su estúpido grial.
Y el estúpido Lucien tramando algo. Dándole comida y agua. El hombre
es un actor peligrosamente bueno. En su borrachera, Kazia casi había creído que
Lucien estaba preocupado.
Si Imrik se ha dado cuenta de alguna mala conducta de Kazia
(intoxicación pública, allanamiento de morada, faltar a clase) no ha dicho nada.
A Imrik nunca le ha importado lo que Kazia haga, siempre y cuando sirva a su
propósito.
Como lo hace ahora, con las rodillas entumecidas contra las baldosas y la
espalda ardiendo bajo el látigo.
Hoy la tortura es lenta. Las pausas entre golpes dan a Kazia demasiado
tiempo para sentir. Trozos de piel arden más que el resto, hormigueando por
encima de sus huesos. Imrik debe estar aprovechando al máximo cada doloroso
pulso de magia que arranca del alma de Kazia.
—No vayas demasiado lejos hoy —dice Aliza de repente.
Su interrupción es tan chocante que el siguiente golpe de Imrik sale
desviado. Kazia se ahoga, tambaleándose cuando el latigazo le muerde el brazo
en lugar de la espalda. A través del inesperado dolor, apenas oye las palabras de
su madre.

102
—Estoy demasiado cansada para arreglar algo serio.
La pausa es terrible. Kazia tiene demasiado tiempo para sentir los golpes
que ya ha recibido.
—Podrías haberlo dicho antes de que empezara —dice Imrik, claramente
molesto.
El látigo sisea en el suelo.
Pasa una página. —Mis disculpas, querido. Creí que lo había hecho.
—¿Esto es demasiado, querida? —Imrik pregunta.
Los ríos y las carreteras se desdibujan bajo los ojos de Kazia mientras sus
padres hablan de sus heridas. Entre sus respiraciones superficiales, pasa otra
página.
—Está bien —dice Aliza—. Toma más si necesitas magia, pero mantenlo
superficial.
El dolor vuelve a crujir detrás de las costillas de Kazia. Tres veces más
mientras gime, herido, pequeño y sin valor. Imrik actúa como si no oyera a
Kazia. Como si Kazia no fuera una persona, y mucho menos su hijo. Sólo una
piedra de afilar su propio poder.
Kazia se esfuerza por recobrar la compostura mientras Imrik besa a Aliza
en la mejilla y sale a grandes zancadas de la habitación.
Aliza mira a Kazia a los ojos. El libro que tiene en el regazo está cubierto
de cuero roto, andrajoso contra su seda gris tormenta. Ella lo deja a un lado.
—Oh, mi pobre Kazia. Veamos qué puedo hacer hoy.
Cuando Aliza se agacha detrás de él, su magia se filtra por sus venas más
despacio de lo habitual. Cuando el fuego superficial se enfría, un nuevo dolor se
apodera de su interior. Pero no se detiene. Las peores heridas se desvanecen, las
que pulsan como latidos. Las abrasiones desaparecen de la piel y los moretones
se ablandan en el músculo. Los verdugones restantes aún tensan la piel de Kazia
cuando Aliza vuelve a levantarse.
—Eso tendrá que bastar —dice Aliza.
La incredulidad hace que Kazia proteste patéticamente. —Todavía me
duele.
—No se puede evitar, cariño. —Aliza le da unas palmaditas en la cabeza,
sin notar que se estremece—. Curaré el resto mañana. Para esta noche, ¿tienes
algún ungüento en tu habitación?
Ella habla en serio. Va a dejarlo así.

103
—Tengo ungüentos —dice Kazia en voz baja, y toma su camisa.
Colocársela es una nueva agonía. La magia de Kazia surge en respuesta, una
especie de anhelo nauseabundo, pero nadie lo está usando ahora.
Este dolor no tiene propósito. Sólo es dolor.
Kazia se retuerce el cabello, ignorando las quejas de su brazo derecho, y
se marcha.
Al pie de la escalera la heraldo en jefe, Bretka, espera de nuevo. Parece
más translúcida que nunca y las raíces rubio-ceniza asoman bajo su cabello
blanco como el hielo.
—Su Majestad dice que mañana estás excusado del tribunal —dice
Bretka.
Qué bien. Kazia no había planeado asistir. —Vete a la mierda.
La expresión serena de Bretka no cambia. Si sabe que Kazia se infiltró en
los aposentos de Aliza mientras ella estaba allí, no da ninguna señal. Si sabe que
su rey golpea a Kazia por el poder, tampoco da señales de ello.
Dos de los drasgard de Kazia le esperan en el pasillo. Kazia se concentra
en aparentar normalidad, aunque cada paso le haga temblar la espalda. Cada
respiración tira de su ropa contra los verdugones irritados. La piel no está rota,
pero la sangre fantasma fluye caliente por sus atormentados nervios. Kazia
imagina que va dejando huellas rojas y húmedas hasta llegar a sus aposentos.
La sangre es el problema. Kazia necesita su filacteria y un plan más
simple. Entrar, romper la filacteria y desaparecer. Averiguar qué significa
escapar, dónde podría ir, puede esperar. Si espera hasta tener un verdadero plan,
esperará demasiado.
Esta noche, lo único que quiere es meterse en la cama y gritarle a la
almohada. Romper cosas. Llorar, donde nadie pueda oírle.
La rutina le lleva a sus aposentos. Se detiene en el pasillo y le dice a su
drasgard: —Ocúpate de que no me molesten esta noche. Ya he cenado con sus
majestades.
—Sí, Alteza —dice Yudra, y ocupa su lugar junto a la puerta.
Excepto que nada es rutinario, porque ha vuelto a dejar a su prisionero en
el salón. Kazia exhala. Le duele enderezar los hombros. Lo hace de todos
modos y entra en el salón.
Lucien está en el sofá, con un libro en el regazo y Melloweed dormitando
sobre su hombro. El libro es un bestiario que Kazia le robó a Radovan sobre
polillas escorpión y otras criaturas antinaturales. Esta noche, Lucien no tiene

104
nada de antinatural. Tiene un aspecto suave y dorado, extrañamente doméstico.
Pero sus ojos son penetrantes cuando Kazia cierra la puerta.
—¿Qué está mal? —pregunta Lucien, dejando el libro a un lado.
A Kazia le molesta que le lean tan bien. —No me toques. No te acerques.
Quédate en esta habitación.
Frunciendo el ceño, Lucien mueve a Melloweed hacia el sofá. —Kazia…
—¡Quieto! —Kazia gruñe. Se desvía hacia su dormitorio, sin apartar la
vista de la amenaza. El pomo de la puerta resbala bajo su mano. La abre al
segundo intento y la cierra de golpe. El crujido de la madera le sobresalta.
Con las rodillas dobladas, Kazia apoya el brazo sano contra la puerta. Un
sollozo queda atrapado en su garganta y se tapa la boca para impedir que se
escape.
Los pasos se acercan, silenciosos sobre las alfombras. Al otro lado de la
puerta, a escasos centímetros, Lucien dice: —Kazia, ¿debería llamar a alguien?
Lucien no debería llamarle así. Debería dirigirse a él como Alteza, y
Kazia debería estar furioso por la falta de respeto. No desesperadamente tentado
por la preocupación.
Es falso. Una trampa. Como todo lo demás.
—¿Puedo entrar? —pregunta Lucien, tan cerca que podría estar
respirando en su oído.
Kazia se aparta. —No llames a nadie. No abras la maldita puerta.
Debería regresar a Lucien a su celda, pero no tiene energía para hablar
con los guardias. Ahora que está solo, ya no puede controlar su expresión. Se
curará las heridas y encerrará a Lucien toda la noche. O por una semana, se lo
tiene merecido por entrometerse en los asuntos de Kazia.
Kazia no necesita ayuda. Esto apenas le duele. Su autocompasión es
patética. Su padre le ha hecho mucho más daño que el de esta noche. Kazia
debería ser capaz de manejar esto.
Sólo que, por lo general, el dolor ya habría pasado.
Un tocador de madera oscura domina la pared frente a la puerta. Kazia se
mueve rígidamente hacia él, evitando su propia mirada en el espejo. El atisbo de
ojos muertos y piel pálida ya es bastante malo.
Quitarse la camisa es más doloroso que ponérsela. Levantar los brazos es
horrible. Deja caer la camisa en la silla acolchada y se gira frente al espejo,
intentando ver a pesar del incómodo ángulo. Unas ronchas rosas le atraviesan la

105
espalda. Al menos una docena. No parece tan grave como se siente, Aliza curó
los golpes más fuertes.
Kazia se apoya en la silla. Sus nudillos se blanquean en el borde, y
respirar hondo no le calma. No cuando sólo estira su piel escocida.
Los ungüentos están en el cajón superior del tocador. Su frasco de
ungüento de hallabark está medio vacío, pero queda suficiente. Aferrándose a
él, Kazia vuelve a apoyarse en el respaldo de la silla.
El hallabark ayudará pero Kazia sólo quiere dormir. Olvida los gritos y
sollozos. Él mismo no es más que un frasco medio vacío, y no quiere seguir
despierto. Joder, ¿cuánto ayudará el hallabark? Kazia no será capaz de alcanzar
a todos los…
La puerta cruje y Kazia se gira. Lucien está de pie justo al otro lado de la
puerta.
Todo el dolor de Kazia se confunde con el pánico y se abalanza sobre su
camisa. El frasco de hallabark cae sobre la alfombra y se aleja rodando. Lucien
no puede verlo. Nadie puede saberlo. Si alguien ve a Kazia herido, preguntará
por qué.
Si descubren la verdad, le harán daño también.
—¿Qué diablos es eso? —pregunta Lucien, tranquilo y peligroso. Él no
se mueve, una llama situada en el umbral.
Por supuesto, porque Kazia le ordenó quedarse en el salón. Excepto que
esa no es la única orden que Kazia ha dado esta noche.
Se agarra la camisa, demasiado temeroso de apartar los ojos de Lucien
como para ponérsela. —Te dije que no abrieras la puerta.
—¿Lo hiciste? Supongo que las órdenes no funcionan si no puedo oírte
murmurarlas. —La mirada de Lucien se desvía hacia Kazia—. Ahora que puedo
oírte bien, puedes ordenarme que vuelva a cerrar la puerta. Pero no puedes
ordenarme que olvide lo que ya he visto. Así que mejor déjame ayudarte con ese
ungüento.
—Yo no necesito ayuda —dice Kazia.
Lucien sólo vuelve a mirar detrás de él. El espejo. Kazia está de espaldas,
pero Lucien aún puede ver las heridas en el espejo.
—Todo el mundo necesita ayuda, jodido mocoso —dice Lucien.
El insulto es tan suave, tan cariñoso, que traspasa las defensas de Kazia.
Y le duele la espalda, está jodidamente cansado y él no puede llegar a todas los
verdugones de todos modos.

106
—Está bien —susurra Kazia—. Puedes entrar.
Él reza para que este momento de debilidad no sea un error.

107
CAPÍTULO CATORCE.
Lucien.

Ahora que tiene permiso para entrar, Lucien duda. Se esfuerza por recordar las
órdenes que se supone que deben detenerle, su horror es demasiado visceral.
Incluso cuando Kazia se aparta de la despiadada visión del espejo, Lucien sigue
viendo las rayas que marcan su delgada espalda.
Pero Lucien no puede dar rienda suelta a su horror ahora. Kazia está tan
tenso y frágil que no puede soportar su propio peso.
Lucien cruza el umbral y vuelve a dudar, con la mano en la puerta.
—¿Debería dejarla abierta?
¿Kazia quiere intimidad o una vía de escape?
La pregunta endereza los hombros afilados de Kazia. —Ciérrala. —Las
palabras desatan las órdenes rituales—. No le cuentes a nadie sobre esto. No
toques tu collar. No toques tu pendiente. No escapes. No me hagas daño a mí, a
mi gente o a mi propiedad.
Kazia no sabe que sus palabras ya no son cadenas. El collar está roto. El
pendiente es falso. Están solos y nada podría impedir que Lucien le hiciera
daño.
Lucien cierra la puerta. Cuando se acerca, Kazia retrocede dando vueltas,
siempre de cara a Lucien.
—Voy a retirar la silla —dice Lucien antes de hacerlo.
La silla acolchada no es pesada, pero sus patas de garra se arrastran
contra la alfombra. Él la mueve fuera de la vista del espejo, pero aún cerca del
tocador. Lentamente, sin brusquedad, Lucien se inclina hacia el frasco caído.
El Draskoran de Lucien es limitado, pero conoce la palabra hallabark.
—¿Tienes algo más fuerte?
—No.
Mejor que nada. Lucien deja el frasco junto a un cepillo para el cabello
con un gato grabado en su reverso plateado. El gato está acurrucado, durmiendo,
mientras Kazia revolotea en su propia piel, a punto de huir.

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Lucien quiere estrangular al mocoso perverso que le utilizó como
taburete. No al joven herido y receloso que tiene ahora delante. Pero incluso el
insensato afán de Lucien por arreglar las cosas puede hacer más mal que bien.
Y esto no funcionará si Kazia se resiste a cada paso.
—Si de verdad no me quieres aquí, me iré —dice Lucien—. Ni siquiera
hace falta que sea una orden.
Kazia cruza los brazos alrededor de su camisa, exponiendo más de sí
mismo en la postura defensiva. —Quiero que vuelvas al salón.
Lucien exhala, asiente y se da la vuelta. Es considerado por parte del
mocoso no ordenárselo, pero Lucien lamenta la oferta. Duda que vaya a dormir
esta noche, sabiendo…
—No —dice Kazia antes de que Lucien de dos pasos. Él baja la
mirada—. Quiero que te quedes.
La admisión parece más dolorosa que sus heridas. Lucien quiere
preguntar si ha cambiado de opinión o si ha sido una prueba. Probablemente una
prueba, dado lo que ha aprendido de Kazia estas últimas semanas. Kazia es
precavido, está a la defensiva. No confía en nadie.
En lugar de preguntar, Lucien da su propia orden. —Siéntate, entonces.
De cara a la pared.
La camisa se desliza de los dedos de Kazia como una sombra de seda. Él
se reclina hacia atrás en la silla con movimientos rápidos y valientes. Sus
antebrazos se pliegan sobre el respaldo acolchado. Un pasador le sujeta el
cabello, dejándolo expuesto desde la nuca hasta la cintura.
La piel de Kazia está surcada por claras marcas de latigazos. Un
verdugón se curva a lo largo de su brazo derecho, el único error en el metódico
patrón. Esto no es un accidente ni una herida de entrenamiento. El daño es
deliberado.
La tensión endurece la columna vertebral de Kazia bajo las heridas.
Lucien teme perder la mano si se acerca así. Los animales heridos muerden.
Él toma el hallabark y lo hace girar para abrirlo. —Tal vez deberías
pararte sobre una mesa. Eres demasiado bajito.
—Que te jodan —gruñe Kazia, pero sus hombros se ablandan cuando
Lucien calienta el ungüento entre sus dedos. Sin magia, sólo el calor de su pulso
furioso.
De cerca, las heridas de Kazia no son tan graves como pensó al principio.
Las que tiene cerca de los hombros están mejor curadas que las que tiene por

109
debajo de la cintura, pero ninguna es reciente. El descubrimiento no es
tranquilizador. Lucien no tiene mucha experiencia con marcas de latigazos, sus
padres no optaron por esa práctica y la flagelación no es un castigo habitual en
el ejército silaisano. Sin embargo, está familiarizado con las heridas en general,
y éstas son de hace varios días.
Pero Lucien se habría dado cuenta de las heridas más temprano. Con lo
dolorosamente que se movió Kazia por el salón, él no pudo haber ocultado las
marcas cuando estaban frescas.
El ungüento está suficientemente caliente. Lucien hace una pausa,
pensando en órdenes pasadas. Son más difíciles de recordar cuando el collar no
las impone. Cuando la tarea que tiene entre manos tira tan desesperadamente de
su conciencia.
—No puedo tocarte a menos que me lo permitas. Me ordenaste que no lo
hiciera.
Kazia aprieta la frente contra sus brazos. Suaves cabellos sueltos se agitan
contra su cuello. —Puedes tocarme la espalda. Sólo eso.
—Y tu brazo —puntualiza Lucien, tanto por necesidad como por el deseo
de molestar a Kazia.
—Puedes tocarme la espalda y la parte superior del brazo derecho
—gruñe Kazia, la agravación animando su voz.
—Gracias, Alteza —dice Lucien, con una alegría que sabe que Kazia
odiará—. Empezaré por tu hombro izquierdo.
El verdugón está más caliente que la piel de al lado. Más caliente que los
dedos resbaladizos de Lucien, a pesar de su cuidado, y Kazia se estremece al
primer contacto. Y también al segundo. Lucien sigue aplicando el ungüento.
Empezar por las heridas más leves preparará a Kazia para las peores.
—Parecen medio curadas —dice Lucien, sin esperar respuesta.
Pero Kazia está lleno de sorpresas hoy. —Aliza lo hizo. Estaba demasiado
cansada para terminar el trabajo.
Lucien exhala. La lista de posibles culpables es pequeña. ¿Quién más se
atrevería a levantar una mano contra el hijo mimado del rey?
—¿Todo esto fue obra de Aliza? —pregunta Lucien, pasando al siguiente
verdugón.
Bajo el contacto de Lucien, las costillas de Kazia se elevan y luego caen.
—Imrik es el que tiene el látigo. Aliza cree que eso la hace mejor que él.

110
La claridad del análisis es desconcertante. No es el proceso mental del
shock. Kazia es una maraña de nervios, pero su terror proviene del hecho de que
Lucien haya sido testigo. No quiere ser descubierto. No hay confusión ni
traición por las heridas en sí. Como si Kazia estuviera acostumbrado a esto.
—¿Ellos te lastiman a menudo? —pregunta Lucien.
La resignación de Kazia también es desconcertante. —¿Importa?
—Sí, jodidamente importa.
—Tienen sus razones. —Kazia se encoge de hombros, luego se estremece
ante su propio movimiento—. No es asunto tuyo.
—Sea lo que sea lo que te han dicho, no es verdad. —Lucien sigue
trabajando suavemente—. Ninguna razón justifica esto.
Kazia se ríe. —¿Creíste que estaría de acuerdo contigo? Estamos en
Ostomar, comandante. Nuestras opiniones no importan aquí.
Lucien no se imagina a ninguno de sus padres haciéndole daño. Si papá le
hubiera levantado la mano, mamá la habría metido en el horno. Papá tampoco lo
habría tolerado. La vez que Lucien perdió el control encendiendo una vela, papá
ni siquiera gritó. Sólo descorrió las cortinas y le enseñó a Lucien a arreglarlas.
Entonces entró mamá y les regañó por malgastar hilo en cortinas
carbonizadas. Tuvieron que cortar las mejores partes en trapos en su lugar.
Recordar a mamá y papá y la luz de las velas es un error. Trae demasiado
humo y sombras de años pasados, irritando los pulmones de Lucien. Cuando
frota hallabark en una magulladura furiosa en la cintura de Kazia, su magia se
enciende. Una pequeña pluma de fuego candente exige atención.
Lucien se aparta bruscamente mientras Kazia se estremece. Control. Él
empuja la magia hacia abajo. Control. Kazia no puede saber que el pendiente no
funciona.
Kazia se da la vuelta, su mirada aguda como hielo roto. Como si
sospechara algo, aunque debería ser imposible. El silencio atraviesa la
habitación.
—Lo siento. —Lucien frunce el ceño, preocupado. Por cualquier cosa
que no sea miedo a ser descubierto—. ¿Te he hecho daño?
—¿Has…? —Kazia se encoge, perdido—. Estás tardando demasiado.
—Lo siento —repite Lucien, lo cual es cierto. La siguiente parte no lo
es—: Casi he terminado.

111
Kazia no le llama la atención. Simplemente se da la vuelta de nuevo y se
queda inmóvil hasta que Lucien reanuda el tratamiento. Él se estremece bajo el
toque de Lucien…
Cuando la magia de Lucien vuelve a forzar su control.
Lucien está preparado esta vez y apaga el fuego antes de que pueda
desprenderse del horno de su alma. La mayor parte de su entrenamiento tuvo
lugar durante la Guerra del Largo Verano, cuando era un recluta de dieciocho
años empujado al campo de batalla. No, no empujado. Deseoso de hacer arder la
sangre de las venas draskoranas, Lucien exigió ese campo de batalla. Tenía la
misma edad que Kazia ahora, cuando aprendió a controlarse las fauces del caos.
Controlarse es fácil ahora. Él puede concentrarse en distinguir el patrón
de la tercera sacudida de Kazia.
Cuando Lucien toca una roncha especialmente oscura, su magia vuelve a
latir. Empuja contra sus paredes, anhelando…
El pozo de magia que aguarda más allá. El montón de leña empapada en
aceite esperando a encenderse.
—¿Ya has terminado? —dice Kazia, tenso.
Los pensamientos acelerados de Lucien son mucho más difíciles de
controlar que su magia. —A la mayoría de los hombres les gustan mis masajes.
Quieren que les dé más fuerte.
Tras otro momento de tensión, Kazia murmura: —Eres repugnante.
Pero su corazón no está en ello. La burla no ha aliviado su miedo en
absoluto.
—Soy gracioso —dice Lucien, sin atreverse a abandonar su alegre
fachada. Su voz se mantiene firme mientras aplica el ungüento sobre el peor de
los verdugones, mientras contiene su magia—. Soy guapo, encantador y bueno
con las manos.
—Eres escoria.
—Y he terminado. —Lucien retrocede, esperando que Kazia salte de la
silla.
En lugar de eso, Kazia descansa un momento, recuperándose. El
hallabark resplandece en su espalda, y el brillo llama aún más la atención sobre
las ronchas. Kazia se levanta vigilante, buscando la revelación que Lucien está
decidido a ocultar.

112
O Lucien es bueno escondiéndose, o Kazia está demasiado cansado para
ver a través de él. El agotamiento profundiza cada delicada sombra de su rostro.
—¿Por qué haces esto?
No hay una buena respuesta. Lucien no quiere una buena respuesta.
Prefiere ofrecer la verdad: —No lo sé. —Luego, antes de que ninguno de los
dos revele más debilidades sobre las que agonizar por la mañana—: Deberías
irte a dormir.
—¿Puedes alimentar a las ratas? —pregunta Kazia. Una pregunta, no una
orden.
—Lo haré ahora, su Alteza —dice Lucien, utilizando el título como una
barrera. Le da la ligera distancia que necesita para separarse.
En el salón, bajo decenas de ojos negros y brillantes, Lucien se frota las
manos contra las mangas. El aroma del hallabark sigue pegado a sus dedos,
herbáceo y dulce. Sigue moviéndose, llenando los comederos para Cloud, Shoe,
Princess y el resto. Luego comprueba sus platos de agua.
Entonces acecha los bordes del salón, y aunque el collar funcionara, no lo
habría detenido. Porque los instintos de Lucien no lo llevan a escapar. Está
patrullando el perímetro. Vigilando.
Esta debería ser la oportunidad perfecta para registrar las habitaciones de
Kazia. Lucien no está encerrado en su celda, y el obediente y descuidado
drasgard de Kazia no lo revisará sin órdenes. Pero incluso la idea de revisar el
buzón oculto se siente como una violación.
Kazia ya ha sufrido demasiado de eso esta noche.
Más que sólo esta noche. Los fragmentos se aglutinan en formas
desagradables y Lucien observa el fuego del salón hasta que se apaga. Entonces
lo alimenta con el más pequeño hilo de magia, sólo lo suficiente para que arda
hasta que los sirvientes lleguen por la mañana. Ahora las llamas de Lucien son
obedientes.
La puerta del dormitorio de Kazia sigue abierta. Lucien debería cerrarla.
—Kazia —dice en el umbral.
La habitación está a oscuras. No hay respuesta a su voz ni a sus pasos.
Apenas se ve la imponente cama con cortinas, pero Lucien recuerda lo que le
rodea. Envuelto en sombras, Lucien se acomoda en el sofá frente a la cama. Se
apoya en el respaldo mullido y su cuello y hombros se relajan con el
estiramiento.

113
Cuando retiene la respiración, los suspiros de Kazia atraviesan la
oscuridad.
Lucien desearía no estar solo. Que Whisper no hubiera abandonado el
palacio. Que pudiera hablar con Audric o Corin, porque ellos tienen algo de
conocimiento de este tipo de cosas. Que Tezurit estuviera al alcance, que
hubiera tenido la oportunidad de forjar algo parecido a la relación que Rakos
tiene con Sarka. Según Rakos, pensar es más fácil cuando dos de ellos están en
la tarea.
Sobre todo, Lucien desea a Bellamy, con su talento para ver la magia.
Bellamy podría confirmar o refutar las sospechas de Lucien.
Quizá Lucien sólo desea una confirmación. Él está demasiado seguro,
aunque nunca lo ha experimentado antes. No hacen este tipo de cosas en Silaise.
Kazia no puede saber que Lucien siquiera sospecha. Lucien está aprendiendo a
leer la cara de su captor y también está seguro de ello: Kazia está más
aterrorizado de revelar esto que de revelar las marcas de los latigazos.
Kazia es un grial. Y por razones que Lucien no puede comprender, es un
secreto.

114
CAPÍTULO QUINCE.
Kazia.

Voces suaves despiertan a Kazia. Nadie debería hablar en su habitación a estas


horas. Si los criados deben entrar, se callan, si tienen que despertarle para el
desayuno familiar o algún otro tormento, hacen sonar una campanilla.
Y lo que es más importante, Lucien Vaire no tiene nada que hacer al otro
lado de las cortinas de su cama, pidiendo el desayuno a uno de los criados de
Kazia.
—...en el salón está perfecto. Y si la cocina tiene esta mañana, su Alteza
quiere extra de esos panecillos de salchicha hojaldrados. Los arremolinados. No
sé cómo los llaman.
—¿Ojos de Wyrm?
—Jodidamente encantador. Sí, ojos de wyrm extra.
Kazia no puede soportarlo más. Se incorpora demasiado rápido,
olvidando sus heridas hasta que el dolor le estira la piel. Por una vez, el dolor es
bienvenido, algo físico y normal con lo que poner los pies en la tierra en esta
locura. Abriendo de golpe la cortina, abre la boca…
Y su mandíbula vuelve a cerrarse ante los ojos desorbitados del sirviente.
Nada de lo que Kazia pudiera decir mejoraría la situación. Lucien parece
increíblemente cómodo con su desaliñada vestimenta. Ya no lleva abrigo y la
camisa blanca resplandece sobre su piel pecosa. Lleva el cabello despeinado.
No es que Kazia tenga experiencia en este terreno, pero si alguna vez se
acostara con alguien, imagina que podría parecer tan engreído como Lucien
ahora mismo.
Está claro que el sirviente, con los ojos muy abiertos, también tiene
imaginación.
—Café —dice Kazia a mordiscos y vuelve a cerrar las cortinas. Con la
cabeza dándole vueltas, espera a que el sirviente se marche. Espera otro minuto
más. Levantarse le parece un error. Mejor quedarse en la cama, aislado tras el
terciopelo púrpura. No le dolerá la espalda si no se mueve y no tendrá que
hablar con…
—Buenos días, Alteza —dice Lucien alegremente.

115
Kazia salta de la cama y echa las cortinas a un lado. Demasiado pesadas,
vuelven a su sitio sin una floritura satisfactoria. Señala con un dedo a Lucien.
—¿Qué mierda haces aquí?
Lucien ni se inmuta. —Me quedé donde me dejaste, siguiendo varias de
tus órdenes. ¿O prefieres que me mueva libremente por el lugar?
—¡Nunca te dije que te quedaras en mi maldita habitación! —Kazia
manotea hacia la puerta—. Él pensó que yo-que nosotros…
Kazia no puede terminar la frase. No cuando los estúpidos ojos azules de
Lucien centellean, joder. No cuando Lucien lleva zapatos y Kazia está descalzo
en ropa de dormir.
—¿Eso te molesta? —Lucien pregunta—. No es el primero en pensarlo.
Kazia se queda boquiabierto. —¡Disculpa!
Lucien se pasa una mano por el cabello y su sonrisa es cegadora. —Soy
un jodido partido. ¿Por qué si no me querrías a tu entera disposición?
Congelado, vacío, Kazia no puede responder.
Porque Lucien está a su entera disposición. Todo lo que Kazia tiene que
hacer ahora es ordenar que se calle. Que vuelva a su celda, y estas atroces
palabras cesarán. Pero abusar de las órdenes es el problema.
¿Cuánta gente cree que Kazia se folla a un hombre que no puede
rechazarle?
—No es por eso por lo que te quería —dice Kazia al final.
Lucien pierde la sonrisa. —No importa lo que piensen, mientras piensen
algo. Mejor que en tu casa preguntándose qué otra razón podrías tener para no
encerrarme anoche.
Por supuesto, Lucien llevaría la horrible conversación a un sitio peor.
—No quiero hablar de anoche —dice Kazia.
—Claro. Pero sólo si me dejas mirarte la espalda.
De ninguna manera. Kazia no sobrevivirá a ese dolor y esa ternura otra
vez. —No importa. Aliza me curará.
—¿Cuándo te curará? —Lucien pregunta, demasiado razonable. Un poco
exasperado, como si le importara—. Dolerá hasta entonces.
Kazia frunce el ceño. —Vas a seguir molestando hasta que acepte, ¿no?
Lucien se limita a sonreír. —Eres tan perspicaz, Alteza.
Estar de acuerdo será más rápido que discutir. Echar a Lucien sería aún
más rápido, pero Kazia no quiere abusar de su poder más de lo necesario. Lo

116
peor de todo es que Lucien tiene razón. Le duele la espalda, y Kazia no puede
alcanzar todo por sí mismo.
—Bien —responde Kazia, y se mueve para cerrar la puerta. Intenta no
pensar en lo que pensarán los sirvientes o los guardias si intentan abrirla.
Quitarse la camisa es a la vez más fácil y más difícil que anoche. Los
hombros de Kazia se mueven mejor, ya lo ha hecho antes. Pero esta mañana no
está conmocionado ni desequilibrado. Es mucho más consciente del aire frío
contra su piel desnuda. La forma en que Lucien encuentra cuidadosamente el
frasco de hallabark en lugar de mirarle a él.
Tal vez Lucien no está siendo cuidadoso. Quizá Kazia está demasiado
autoconsciente y a Lucien no le interesa su desnudez. Kazia es escuálido,
anguloso, nada impresionante.
Lucien hace bromas lascivas para molestarlo. Su reacción en el armario
de sábanas fue simplemente eso, una reacción. Ahora sólo es amable con Kazia
porque…
Kazia aún no está seguro. Lo demás no importa, porque a Kazia tampoco
le gusta Lucien. Apoya las manos en la superficie de madera del tocador y dice:
—No tengo todo el día.
Lucien mira a Kazia a los ojos en el espejo. Es fácil cuando es tan
jodidamente alto. Sus músculos de soldado no han disminuido en el cautiverio,
y Kazia se siente aún más pequeño que antes.
—Voy a moverte el cabello —dice Lucien.
La advertencia es cortés pero insuficiente. Kazia no está preparado para el
tierno roce contra su nuca. Reprime órdenes instintivas y deja que Lucien le
empuje el cabello suelto por delante del hombro. Las puntas le hacen cosquillas
en el pecho desnudo.
Lucien no dice nada antes de empezar.
Al menos el pendiente anulador bloquea la magia de Lucien como se
supone. Anoche, cada vez que Lucien le hacía daño, la magia de Kazia se
despertaba. Pero ninguna otra magia buscaba la suya, dejando que el poder de
Kazia se disipara en un indoloro hilo de humo.
Hubo un momento en que imaginó que el pendiente había fallado. Un
toque fantasmal de calor. Pero desapareció al instante siguiente, un artefacto de
su propio miedo.
Kazia no está a salvo. Nunca está a salvo, y Lucien sabe mucho más de lo
que debería. Pero al menos Lucien no sabe qué es Kazia.

117
No hay dolor esta mañana. O Lucien es más gentil, o Kazia está mejor
curado. Kazia agacha la cabeza, escondiéndose de su propio reflejo en lugar de
enfrentarse a la ternura. Unas manos cuidadosas alivian cada nervio retorcido.
El hallabark alivia la inflamación y disminuye el dolor persistente.
Tal vez el miedo sería mejor que el calor que aumentaba con cada
contacto. Lucien tenía razón, maldita sea, es bueno con las manos. A Kazia le
gusta tanto que le da asco.
Lucien es un prisionero. Le daría asco saber que su captor disfruta esto.
Demasiado pronto, Lucien cierra el frasco. Lo deja en el suelo sin apenas
hacer ruido. —No se lo diré a nadie. Incluso sin el collar, no lo haría.
Kazia mira el reflejo de Lucien. Es más fácil que mirarle directamente.
—Odio cuando finges ser amable conmigo.
Lucien tuerce la boca. —No estoy fingiendo, mocoso.
—¡Eso, ahí! —acusa Kazia—. Joder. Marek me advirtió de que eras
peligroso, pero no tenía ni idea de cuánta razón tenía.
—Probablemente. —La boca de Lucien vuelve a crisparse, como si
intentara no sonreír—. Me han subestimado antes. Apuesto a que a ti también.
Cierto. Nadie conoce el alcance de sus errores y fracasos. Kazia se apoya
en el tocador para mirar a Lucien. El collar marcado contra su garganta le
recuerda el propósito de Lucien aquí.
La bondad, el consuelo y las promesas no importan. Lo único que importa
es si Kazia puede utilizar a Lucien como herramienta para liberarse de la prisión
en la que nació.
—Pronto volveremos a los aposentos de Aliza —dice Kazia—. Necesito
tu ayuda para encontrar la-la cosa.
Lucien se pasa un dedo por la oreja. —Perdona, ¿podrías repetirlo? Sonó
como si dijeras que necesitabas ayuda.
—Eres insufrible —replica Kazia, que se queda paralizado al oír un ruido
en el salón. Luego otro: el suave ruido de la vajilla.
El desayuno que ha pedido Lucien, con extras de los pasteles favoritos de
Kazia. Debe de ser una coincidencia, porque Kazia nunca lo había mencionado
delante de Lucien. Excepto que Lucien ya ha demostrado darse cuenta de
demasiadas cosas.
Kazia no puede desayunar con Lucien esta mañana. No cuando aún siente
el roce de los dedos bajo su cabello. Los criados hablarán demasiado. Kazia
pensará demasiado. —Lo discutiremos más tarde. No hables de nada de lo que

118
pasó en esta habitación. Vuelve a tu celda. No toques los talismanes, no escapes,
y no me hagas daño a mi, a mi gente o a mi propiedad.
Lucien se endereza y pierde la sonrisa. Pero parece menos enojado que
preocupado, el bastardo. —Sí, Alteza. —Toma su abrigo del sofá al salir. Por
encima del hombro, dice—: Deberías volver a ponerte la camisa.
Kazia maldice y vuelve a ponerse la camisa antes de que Lucien abra la
puerta. Esta vez el lino no le escuece en la espalda, el hallabark y el tacto de
Lucien le calman los nervios.

Kazia pasa el resto del día aturdido. Aliza lo invoca a mediodía… con un
heraldo en lugar de magia de sangre, como una maldita persona normal. Le cura
la espalda, lo que está bien porque apenas le duele. Entonces comienza el
verdadero tormento de Kazia:
Fingir que no odia los primeros intentos de Aliza con las campanas de los
dos clanes.
En sus manos siempre inexpertas, las pilas de campanillas tintineantes
bastan para que Kazia eche de menos el arpa. Peor aún, sus pensamientos no
dejan de desviarse hacia el armario de sábanas que se cierne tras él.
Cuando por fin le suelta, Kazia regresa a sus aposentos y duerme durante
tres horas. Cuando despierta, ya no siente tanto frío y desasosiego. La cena de la
corte no es hasta dentro de una hora. Tal vez asista, insulte a algunos cortesanos.
Obligue a Imrik a mirarle.
Primero, Kazia abre la enorme jaula para ratas. Butterfly corre hacia la
puerta abierta, como de costumbre. Kazia lo levanta, y el bulto blando y cálido
le tranquiliza el pulso mientras saca el buzón de cartas. La ligera diferencia de
peso revela la nueva carta incluso antes de que Kazia la lleve a la mesa y la
abra.
Otra carta de Vana. Otra encantadora anécdota sobre la vida en Tavoc.
Otra incómoda y formal esperanza de que a Kazia le vaya bien.
Kazia se lleva a Butterfly a la mejilla. La rata se contonea, luego se
calma.

119
Vana ha conseguido lo que Kazia quiere ahora. Escapar. Lo ha hecho
parecer jodidamente fácil. Pide a Marek que le lleve a él y a su guardaespaldas
al sur. Toma el barco que le espera. Navega lejos.
Y Vana es un mago, por supuesto. También lo es Daromir. Son lo
suficientemente poderosos para protegerse a sí mismos y entre sí. Su valor no
proviene de su propio dolor.
Probablemente no fue fácil. Hubo todo el ataque del sabueso y eso, sobre
lo que Kazia advirtió a Daromir porque le gusta desbaratar los planes de Imrik.
No porque se preocupe por Vana o algo así.
Así que no es fácil. Kazia aún no puede imaginarse simplemente
pidiéndole a Marek que le lleve a algún sitio. Marek se negaría o, peor aún,
haría preguntas. Todavía peor, conseguiría que Sei hiciera preguntas en su lugar.
Kazia tampoco se imagina pidiéndole ayuda a Vana. A pesar de que Vana
le dijo que lo hiciera durante ese último juego de aerie.
“Si alguna vez necesitas ayuda y está en mi poder, puedes recurrir a mí”.
Mentira.
Kazia no se imagina pidiendo ayuda a nadie. Excepto, por alguna
estúpida razón, a Lucien Vaire.
Cerrando los ojos, Kazia aprieta Butterfly contra su otra mejilla. Una
nariz fría y húmeda le pincha el párpado.
—Buena rata —susurra Kazia, y luego acerca a Butterfly a su hombro.
Butterfly se sienta satisfecha mientras Kazia relee la carta. Entonces Kazia parte
la carta en dos y arroja una mitad al fuego.
Kazia lleva la otra mitad al escritorio de su dormitorio. Garabatea una
sola línea en el reverso en blanco del pergamino. Una vez seca la tinta, lo
guarda en la caja.
Hola, Vana, ¿Cuál es tu maldito problema?

120
CAPÍTULO DIECISÉIS.
Lucien.

Lucien se está volviendo bueno diferenciando los golpes en su celda. La única


patada fuerte de esta mañana anuncia a la drasgard Salarin antes de gritar:
—Lejos de la puerta.
—Ya lo tienes —responde Lucien desde la cama. Apaga las llamas
flotantes con las que ha estado jugando y se sienta. Mueve las piernas hacia el
suelo, pero se queda quieto. A Salarin no le gustan los movimientos bruscos, y
Lucien no la culpa.
Entra en la habitación, con los ojos fijos en Lucien y la mano en la
espada, como de costumbre. A diferencia de lo habitual, cierra la puerta tras de
sí.
—¿Necesita algo, capitán? —pregunta Lucien. Pone las manos sobre la
colcha, a la vista.
Evitar una pelea sería preferible. Salarin es una maga, aunque no una
fuerte, y Lucien no sabe de qué tipo. Incluso la magia menor, combinada con
una espada y una buena cabeza para el combate, sería difícil de combatir sin
revelar el poder liberado de Lucien.
Sin embargo, si abandonara su acto indefenso, sería fácil. Pensar en
planes de escape lo mantiene calmado. Primero le metería una bola de fuego por
la garganta a Salarin, para que no pudiera gritar pidiendo ayuda. Luego tomaría
su espada. Si se cubre el cabello, su uniforme de sirviente podría llevarlo lejos
por los pasadizos menos transitados.
—No tengo nada personal contra ti —dice Salarin en lugar de atacar,
aunque la expresión sombría de su rostro pone en duda sus palabras—. Mi
familia procede de Nirava, y los silaisanos no nos importan mucho allí. Eso es
una buena noticia para ti, porque yo no tengo ninguna motivación más allá de
cumplir las órdenes de su Alteza.
—Estoy seguro de que Kazia aprecia tu lealtad —dice Lucien, y se da
cuenta de su error cuando Salarin frunce el ceño.
—Ese es el tipo de cosas que podrían causar problemas entre tú y yo.
—Los ojos de Salarin se entrecierran tanto que apenas se distingue una pizca de

121
violeta—. No quiero problemas. Así que te pregunto, de soldado a soldado,
¿estás jodiendo con la cabeza del príncipe Kazia?
La palabra jodiendo desconcierta tanto a Lucien que se toma un momento
para procesar lo que Salarin le ha preguntado en realidad. No está seguro de qué
pregunta sería peor, pero piensa mejor de Salarin por preguntar.
—No estoy jodiendo con él —dice Lucien—. Por si no te has fijado en el
collar de obediencia, está claro que es él quien me está jodiendo a mí.
—Pediste sus pasteles favoritos —acusa Salarin, su tono de voz implica
que Lucien ha cometido un crimen de guerra—. Ni siquiera sabía que eran sus
favoritos hasta que me preguntó si te lo había mencionado.
Bien, quizá había sido un poco prepotente. Lucien acababa de darse
cuenta de que siempre que se servían ojos de wyrm, Kazia los reservaba para el
final. Normalmente picotea de los diferentes platos sin un orden concreto, pero
le gusta acabar con sus favoritos. Y después de ver a Kazia tan herido y
disgustado la noche anterior…
¿Sabe Salarin lo de los abusos? ¿La magia? Probablemente no. Kazia es
bueno manteniendo a la gente a distancia.
—Tal vez sólo los quería para mí. Saben bien. —Lucien levanta las
manos, aún sentado, mientras Salarin le fulmina con la mirada. Joder, ¿cómo se
defiende de la acusación de amabilidad?—. Escucha, capitán. De soldado a
soldado. No quiero estar aquí, pero mis otras opciones no son buenas. Prefiero
estar bajo custodia del príncipe que del rey. Así que, sí, estoy en mi mejor
comportamiento.
—Definitivamente no quieres estar bajo la custodia de su Majestad
—permite Salarin. Aún parece escéptica.
Justo. Lucien también se mostraría escéptico. —Te agradecería… no, te
importa una mierda lo que yo quiera, y así es como debe ser. Pero estoy seguro
de que su Alteza apreciaría más rumores sobre cómo me maltrata y humilla.
Menos rumores sobre sórdidas estupideces.
—Estupideces, ¿no es así? —Salarin alcanza el pomo de la puerta sin
apartar los ojos de Lucien—. Volveré más tarde esta noche. Su Alteza quiere
verte después de cenar.
En cuanto se cierra la puerta, Lucien se desploma sobre el colchón con un
gemido.
Luego se levanta sobresaltado al oír la voz en su cabeza.
Ha sido divertido, dice Tezurit.

122
Con una mano sobre el corazón palpitante, Lucien vuelve a tumbarse más
despacio. —Me alegro de que alguien disfrute con esto. ¿Cuánto tiempo llevas
escuchando?
Desde que volví a Ostomar al amanecer. Tus pensamientos han sido…
confusos. Abstractos. Nebulosos.
Eso lo resume todo. Kazia no le ha llamado en dos días. El lado positivo
es que Lucien ha tenido tiempo para pensar. Por desgracia, sus pensamientos no
le han llevado a ninguna parte. Quiere matar a Imrik Dire más que nunca, una
escalada que Lucien no había creído posible. Ese es el único hecho claro al que
puede aferrarse. Todo lo demás es confuso.
¿Por qué que Kazia sea un grial es un secreto? ¿Por qué Lucien pudo
sacar su magia con tanta facilidad?
Lucien nunca ha usado un grial. El ejército silaisano ni siquiera entrena
a magos en eso, porque usar griales es ilegal en Silaise. Lucien apenas sabe
nada de ellos: su investigación sobre Draskora se centró en los dragones.
Que es su enfoque ahora, también.
—Me alegro de volver a saber de ti —dice Lucien. En voz baja, lo justo
para organizar sus pensamientos en palabras—. No estaba seguro de que
volverías.
Yo tampoco estaba segura. Si fuera humana, tendría una sonrisa
mostrando los dientes. Tal vez todavía la tiene, una sonrisa de colmillos
afilados. Pero es divertido posarse en el cañón. Los humanos del castillo envían
tropas a acampar cerca, esperando captar mi interés. Los dragones del castillo
me han indicado los mejores lugares para cazar. Yavran es molesta, sin
embargo. No para de decirme que vuelva a mi nido, como si fuera una cría.
Un trasfondo de tristeza recorre su voz. Tezurit está hablando de todo
menos de su propósito al marcharse: su aventura.
—¿Qué ocurre? —pregunta Lucien.
Nada, por supuesto. Excepto la molesta de Yavran.
Lucien espera. Cuando el silencio se alarga, levanta la mano. Una chispa
brota en la punta de su dedo y pinta con ella patrones sin rumbo. Lento,
hipnotizante, quemando la tensión. El fuego siempre le calma. Es algo que
puede controlar.
Después de un silencio tan largo que Lucien se pregunta si está solo,
Tezurit dice: Volví a la frontera. Hace tres días vi morir a un dragón.
Lucien exhala. —¿Quién era?

123
Raiba. Apenas la conocía.
El fuego parpadea, luego se extingue. Raiba era un dragón de Draskora,
pero Lucien no siente alivio. El dolor de Tezurit inunda su conexión, un breve
atisbo de la fuerte tormenta, antes de cerrarse.
Suena más joven que nunca cuando dice: No lo entiendo.
—Lo siento. —Lucien se frota la garganta bajo el collar, deseando haber
escapado cuando Whisper se lo ofreció. Que no hubiera un castillo y un ejército
entre él y la voz triste en su cabeza—. Estas son guerras humanas. Quizá nunca
debimos involucrarlos…
También son guerras de dragones, dice Tezurit. Elegimos nuestras
alianzas. Elegimos nuestras batallas. ¿Podrían ustedes, humanos
insignificantes, obligarnos a luchar contra nuestra voluntad? Es absurdo. Su
indignación disminuye en otra ola de dolor. Sólo desearía que nuestras dos
clases eligieran diferente, a veces. ¿No hay suficiente piedra caliza aquí? ¿No
hay suficiente piedra caliza allí?
No es tan sencillo, pero Lucien tiene la sensación de que Tezurit lo sabe.
O tal vez sea así de sencillo.
—A mí también me gustaría que eligiéramos otra cosa, Tezurit —dice
Lucien—. Deberías alejarte de la frontera por un tiempo.
Ella aún debe estar molesta. No lo acusa de ser un regañón. Hoy vuelo
hacia el sur. Viene una tormenta fuerte esta noche. Del tipo que sacude a los
wyrms de las laderas de las montañas.
Lucien se pone rígido mientras se sienta. —¿Hay magia en la tormenta?
No hay magia. Sólo una tormenta. Mantente seco, frágil humano.
Eso debería ser un alivio. Pero la tensión ya se anuda en los hombros de
Lucien.

La lluvia azota los cristales oscuros. Las ventanas del salón de Kazia son tan
pequeñas que Lucien apenas ha reparado en ellas. Pero ahora no puede apartar
la vista de ellas. Están bien hechas y no se mueven en sus marcos, pero Lucien
imagina su traqueteo y crujido con cada trueno.

124
Su magia parpadea, anhelando una salida. Lucien echa de menos su
habitación sin ventanas. No puede volver hasta que Kazia termine con él.
Lucien no sabe cuándo será eso, porque Kazia aún no ha empezado. Mientras
Lucien permanece de pie junto a la puerta, Kazia se posa en el sofá.
El príncipe está inmerso en una enigmática conversación con la heraldo
medio fellriana, a quien Lucien no ha visto desde sus primeros días en el
castillo. La mayor parte de la discusión consiste en que ella señala pergaminos y
dice: —¿Y esto?
Kazia responde con un número, un sí murmurado o un gracias.
Están siendo lo bastante vagos por lo que probablemente sea algo que
Lucien debería escuchar a escondidas. Pero controlar su estremecimiento a cada
trueno requiere toda su concentración.
—Gracias, Hyda —dice Kazia con más claridad, y le devuelve la caja de
pergaminos—. Es tarde, hablaremos de Sabora mañana.
Hyda hace una reverencia. Su mirada se desliza sin disimulo hacia
Lucien. —Por supuesto, Alteza. ¿Llamo a un guardia?
—No es necesario. —Kazia juega con el extremo de su trenza—. El
perro es manso.
Lucien no se siente manso cuando Hyda sale de la habitación. Se siente
salvaje, atrapado. Su alma está lista para atacar a un enemigo contra el que no
puede luchar.
Hablar con Kazia ahora mismo es un error. Lucien necesita su ingenio
para eso.
—Deberíamos hacerlo por la mañana. —Lucien hace un guiño
descarado—. Es tarde, y la heraldo Hyda ya se está haciendo una idea
equivocada.
Por desgracia, Kazia no muerde el anzuelo. Apoya los pies en la mesa
baja. —Hyda sabe guardarse sus pensamientos. Tenemos que hablar.
Si no puede evitar la conversación, será mejor que acabe de una vez.
Lucien cruza la habitación lentamente para no asustar a Kazia. La luz parpadea
a través de la ventana y Lucien intenta no ponerse tenso.
—No confío en ti —empieza Kazia. Sus ojos son pálidos en la
penumbra, casi plateados—, pero para eso está el collar. He estado pensando en
lo que dijiste, sobre nosotros compartiendo enemigos.
Los truenos gruñen bajo en el exterior. Las paredes no tiemblan. Es la
imaginación de Lucien. Joder, no está lo bastante sereno para esta conversación,

125
pero no puede perder esta oportunidad. —No digas nada de lo que te
arrepientas, Alteza. Pero ambos tenemos razones para odiar a tu padre.
—Mi madre no es mejor. Puede que sea peor. —En el siguiente
relámpago, Kazia se pone en pie. Sus brazos se cruzan en su habitual postura
defensiva, pero la determinación afila su rostro—. Por eso me gustaría
proponer…
Lucien se estremece al oír el siguiente trueno. Lo suficientemente obvio
como para que Kazia frunza el ceño.
—¿Cuál es tu problema? —exige Kazia.
Joder. —Nada.
La intensa atención de Kazia vuelve a recordar a Lucien a Audric. La
brillante atención que Lucien admira, excepto cuando se vuelve contra él.
—La tormenta —dice Kazia.
—Sí, me he dado cuenta de la tormenta —suelta Lucien, con arriesgada
insolencia—. ¿Qué te gustaría proponer?
Lucien está demasiado desequilibrado para dirigir una conversación,
cada movimiento es demasiado torpe. O Kazia está demasiado concentrado. Su
contemplación es silenciosa.
—Eso puede esperar hasta mañana —dice Kazia finalmente—, como tú
has dicho. Hay tiempo. —Despliega los brazos y se desliza junto a Lucien. Al
alcance de la mano, si Lucien se atreviera a moverse.
Kazia desaparece en su dormitorio. Regresa instantes después con una
botella en el brazo y un vaso reluciente en cada mano. Se inclina para dejar cada
uno sobre la chimenea, y la luz del fuego ilumina el contenido de la botella de
un rosa brillante. Zalvin, probablemente. Lucien sólo lo ha probado una vez.
Una alfombra afelpada y oscura se extiende frente a la chimenea. Kazia
se deja caer sobre ella, de espaldas a Lucien. Abre la botella y vierte dos dedos
de licor en cada vaso. El aroma floral le cosquillea desde el otro lado de la
habitación. Sin duda, zalvin.
Kazia deja la botella a un lado y espera.
Ninguna orden. Ni siquiera un insulto. Está de espaldas a Lucien, y la
luz del fuego brilla aún más en su cabello que en la botella, y Lucien apenas ha
oído los tres últimos truenos.
Es una invitación calculada. Vulnerabilidad afilada hasta los huesos. A
Lucien le pican los dedos por desenredar el cabello de Kazia y frotar la tensión
de su cuello.

126
Se pregunta a qué huele el cabello de Kazia.
—Por el amor de Dios —murmura Lucien, y se sienta junto a Kazia. A
varios metros de distancia, sin tocarse.
Kazia no le habría dado la espalda de haber sabido que el collar está
roto. Tampoco habría dicho esto: —Nunca te di las gracias.
Por tratar sus heridas. Por guardar su secreto. Lucien casi protesta
diciendo que cualquiera lo habría hecho, pero cada momento que ha pasado con
Kazia es una prueba de que eso no es cierto. Kazia está rodeado de personas que
le hacen daño y de otras a las que no permite que le ayuden. Salarin parece una
buena mujer. Se horrorizaría si lo supiera.
Puede que por eso Kazia no le permita saberlo.
—No deberías darme las gracias —dice Lucien—. Soy presuntuoso y
prepotente. Desarrollé un fuerte sentido del decoro para poder ignorarlo cuando
se me antoje.
—Prepotente y autoconsciente. —Kazia se lleva un vaso a los labios.
Inhala—. A veces no me molesta tanto como debería.
Lucien levanta el segundo vaso. Probablemente Kazia no lo ha
envenenado. La luz parpadea y el trueno le muerde los talones. El licor tiembla
hasta que Lucien detiene su mano.
La mirada de Kazia es tan implacable como la lluvia. —Me toca a mí ser
entrometido y prepotente.
Sin embargo, Kazia se limita a sentarse, observar, esperar. De vez en
cuando sorbe su zalvin. Lucien intuye que no preguntará. Lucien podría
desviarlo con una mentira. Podría guardar silencio. Pero ya sabe demasiado de
Kazia. Compartir un pedazo de su propia alma es lo justo.
Y no es que su pena sea un secreto.
Lucien bebe un sorbo de zalvin. El vaso está frío contra sus labios y el
licor quema dulcemente. —Mi familia murió en una tormenta. Su pequeña
granja fue arrasada. Mi abuela vivía arriba, era la madre de mi mamá. La
hermana de papá vivía al otro lado de la carretera con su familia, y su casita
también fue arrasada. Yo tenía tres primos.
La luz del fuego se refleja en el vaso que sostiene, como si una llama
desnuda bailara sobre su palma. Sentarse junto al fuego calma su magia. Tal vez
Kazia lo ha hecho a propósito. Hace un mes, Lucien nunca lo habría
sospechado.

127
Su dolor es viejo y confortable. Ha desgastado lugares blandos en su
alma donde puede descansar sin doler. Pero hace tiempo que Lucien no cuenta
la historia.
—Yo no estaba allí —dice Lucien—. Estaba celebrando el cumpleaños
de un amigo en la ciudad y, cuando llegó la tormenta, nos quedamos a pasar la
noche. Bebimos hasta dejar seca la taberna mientras la lluvia arrasaba las
granjas de las laderas.
—No fue culpa tuya —dice Kazia en voz baja.
La culpa llevó a Lucien al campo de batalla. La furia avivó su magia de
una chispa a un infierno. Pero quemar draskoranos hasta hacerlos cenizas nunca
cambió la verdad: Lucien siempre ha estado indefenso ante la tormenta.
—Lo sé —dice Lucien ahora—. Me costó admitirlo, pero si hubiera
estado allí, yo también me habría ahogado. Estábamos a mediados de Aramy, la
tierra estaba seca. No tenemos ese tipo de tormenta en Greenhaven. No en esa
época del año.
—En mitad de Aramy —repite Kazia. Vuelve a levantar el vaso. Lo deja
en el suelo—. Lucien, ¿en qué año fue esta tormenta?
—Eres muy listo. —Lucien apura el resto de su zalvin, y el ardor del
alcohol hace juego con las brasas de su alma—. Hace ahora casi once años. Fue
la primera descarga de la Guerra del Largo Verano.
—Magia Dire —susurra Kazia, en voz tan baja que Lucien apenas le oye
bajo el crepitar del fuego. La lluvia torrencial—. Una tormenta de magia Dire
mató a tu familia.
Lucien levanta la vista y descubre que Kazia ha perdido todo el color de
su rostro.

128
CAPÍTULO DIECISIETE.
Kazia.

El recuerdo resuena en los oídos de Kazia. Conoce la noche exacta. Era el trece
de Aramy, y Kazia tenía ocho años. No se enteraría de que la guerra había
comenzado hasta la mañana siguiente. Todo lo que sabía era que su padre
necesitaba ayuda con algo muy importante.
Y que dolería.
Lucien aparta la mirada, retraído. —Lo peor es lo jodidamente inútil que
fue. Todavía no sabemos qué diablos quería Imrik.
Kazia aprieta las manos entre las rodillas para detener el temblor. Para
dejar de arañar su propia piel, como si pudiera encontrar la magia en su interior
y arrancársela.
La magia Dire mató a la familia de Lucien. La magia de Kazia. Sin
Kazia, la tormenta nunca podría haber llegado tan lejos. —Sé para qué fue la
guerra.
Lucien levanta la cabeza. —¿Qué?
Con el pulso acelerado, Kazia se pone en pie. —Olvídalo. No debería
decirte esto.
Lucien se levanta con más cuidado. Mantiene la distancia, y el ángulo
proyecta su rostro en la sombra. —No dices nada que te meta en problemas.
Un gemido de risa se atasca en la garganta de Kazia. —No es eso. —Se
aprieta debajo del ojo. Le escuece la nariz, pero no siente lágrimas—. Es sólo
una mala razón. No quieres saberlo.
—No es que hubiera una buena razón. —Lucien acorta la distancia.
Lentamente, toca la muñeca de Kazia. Le aparta la mano de la cara y lo
mantiene quieto—. Dímelo.
¿Cuándo fue la última vez que Kazia le ordenó a Lucien que no lo tocara?
Presuntuoso. Prepotente. Kazia no puede forzar una nueva orden más allá de sus
labios, porque el toque de Lucien es lo único que impide que se haga añicos en
el recuerdo.
¿Cuánto poder podría extraerse de un cuerpo tan pequeño? No el
suficiente. Mejor esperar hasta que pudiera soportar más dolor.

129
—Era una prueba —dice Kazia.
Los ojos de Lucien brillan como si comprendiera. —¿De qué?
De mí. Pero Kazia no puede decir eso, y no es la respuesta completa. —El
heredero de Margot era mayor de edad. Imrik quería tomarle la medida a
Audric. Era una prueba del poder silaisano. El poder de Draskora. El del propio
Imrik. Creo que también quería probar a Vana, pero nunca se atrevió.
Demasiado arriesgado templar al rehén kaiskarano con experiencia de combate.
—¿Eso es todo? —la voz de Lucien es dura, pero su tacto sigue siendo
suave.
—Imrik consiguió lo que quería —dice Kazia—, información, por lo que
podría prepararse para la próxima vez. Esta guerra no terminará tan fácilmente
como la anterior.
Soltándose, Lucien mira fijamente al fuego. —Tienes razón. Es una mala
razón. No debería decirte esto, pero la reina Margot tampoco tiene intención de
una simple paz. Va a morir mucha gente.
Soldados. Enemigos. Amigos. Familias. La muñeca de Kazia está fría. Se
la toca y se aleja de sí mismo.
Hay una razón por la que Kazia intenta no pensar en para qué utiliza
Imrik su magia. Ahogarse en su propio sufrimiento es más fácil que salir a
respirar con claridad.
Pero Kazia no puede ignorar el daño cuando Lucien se planta frente a él.
Fuerte, sólido, ardiente y preguntando: —¿Te molesta tanto como a mí? Porque
creo que podríamos hacer algo al respecto.
De nuevo, esa oferta de asociación. Es falsa. Tiene que serlo. El collar es
una cruda sombra sobre la garganta de Lucien. Lucien sólo ofrece una alianza
porque Kazia le tiene encadenado.
No sabe lo que ha hecho la magia de Kazia, y Kazia ya no puede hacer
más esto.
Utilizar a Lucien como herramienta era una cosa cuando los objetivos de
Kazia eran más elevados. Ahora, sólo quiere huir. No necesita a Lucien para
eso.
—Arrodíllate —dice Kazia.
Lucien se sorprende. Duda un instante antes de doblar las rodillas, pero
sonríe. —¿Esto otra vez? Sé lo que estás haciendo, mocoso.

130
Kazia debe estar mal de la cabeza. Puede que incluso eche de menos esta
insubordinación. Sin responder, da vueltas detrás de Lucien. La llave le pesa en
el bolsillo.
—Me apartas cuando crees que me acerco demasiado —dice Lucien—.
¿Necesitas que friegue el suelo para sentirte mejor?
Kazia toca el collar. —No importa lo que yo necesite.
El exterior de cuero se ha vuelto más suave desde que lo cerró alrededor
de la garganta de Lucien. El conjunto está tan caliente como la piel de Lucien.
Lucien parece dejar de respirar cuando Kazia desabrocha el broche. El
collar se afloja y Kazia lo deja caer sobre la alfombra.
El miedo más estúpido se apodera de él mientras se aleja. Debería estar
aterrorizado por el mago enemigo desatado en su salón. En lugar de eso, lo
único que puede pensar es que ahora Lucien se marchará, y tal vez Butterfly y
Melloweed le echen de menos.
Lucien se toca la garganta. Sus brillantes ojos azules se fijan en Kazia,
ilegibles. Buscando. —Okay, bien. Jodidamente no me lo esperaba.
—Puedes levantarte —dice Kazia, y luego hace una mueca de dolor—.
Mierda. Quiero decir, no necesitas mi permiso ahora.
Lucien permanece de rodillas. Nada le impide arrancarse el pendiente de
la oreja, pero sus manos permanecen sobre sus muslos. —Si te lo hubiera
pedido, me habrías dejado levantarme, ¿no?
Si nadie estaba mirando. Si Kazia pensara que a Lucien podrían dolerle
las rodillas. —Me he cansado de tus estúpidas preguntas. Haz lo que quieras.
Escapa. Incinera lo que sea o a quien sea al salir.
Lucien se levanta. —Y yo que pensaba que nos estábamos conociendo.
Kazia da un paso atrás. Joder, qué estúpido es. Pero no se arrepiente. Pase
lo que pase, esto era lo correcto.
—No quiero escapar, y sólo hay una persona a la que quiero incinerar.
—Lucien frunce el ceño—. Quizá a dos personas, con tu permiso.
El dolor retuerce el corazón de Kazia con la misma fuerza que una
invocación. Pero las invocaciones nunca son tan agudas. No se trata de magia,
sino de una nostalgia insoportable. —Si te hubiera conocido hace dos años.
Habría sido… útil.
El fuego crepita en el silencio. Lucien se acerca a la chimenea. —Voy a
servirnos otra copa. Luego hablaremos de lo útiles que podemos ser el uno al
otro. ¿De acuerdo?

131
Kazia parpadea. —¿No te irás?
Oh. Eso sonó demasiado a súplica.
—Podemos hablar de eso también, si es necesario —dice Lucien—. Ve a
buscar un par de ratas, ¿de acuerdo?
—¿Por qué? —exige Kazia, con los nervios a flor de piel. A Lucien le
gustan las ratas, ¿verdad? No puede querer hacerles daño.
—Para que puedas sostenerlas mientras hablamos —dice Lucien.
La idea suena irritantemente reconfortante en este momento. Kazia ignora
la instrucción y se sienta en el sofá. Recapacita sobre lo atrapado que se siente
junto a la mesa y se desplaza al brazo del sillón en su lugar.
Lucien le da un amplio margen. El pendiente sigue en su oreja, y es lo
único que tranquiliza a Kazia. Lucien no lanzará ninguna bola de fuego hasta
que el pendiente desaparezca. No puede tomar la magia de Kazia.
Lucien deja el zalvin sobre la mesa, cerca de Kazia, sin entregárselo
directamente. Muy considerado por su parte. Kazia podría haber ardido de
pánico si Lucien se hubiera acercado tanto.
Una decepción absurda se retuerce en las agotadas emociones de Kazia.
No había pensado con tanta antelación. Quitarle el collar a Lucien era una
cosa. Hablar de ello es otra cosa muy distinta.
Lucien se sienta en el sofá. Está alejado de Kazia, pero su presencia llena
la habitación. Hace una mueca al sentir el sabor del zalvin. —Podría
acostumbrarme a esto.
—A la mierda la pequeña charla —dice Kazia, porque cada cosa
agradable y normal que dice Lucien lo desconcierta más. Como si Lucien
esperara que creyera que nada ha cambiado desde que le quitaron el collar—.
¿Por qué sigues aquí?
Lucien vuelve a sonreír, como el psicópata encantador que es. —Eres
grosero. Detestable. Mezquino. Eres un maniático del control —las palabras no
suenan como insultos cuando Lucien los dice—. Tienes tanto miedo de ser visto
que si sigo hablando vas a salir corriendo de la habitación.
Kazia no puede responder. El vaso tiembla en su mano.
—Y quitaste el collar, aunque tenías miedo. —Lucien gira su vaso—. Lo
que quiero decir es que no me importa nada de eso como debería. Así que voy a
darte una última oportunidad de trabajar conmigo. O si no. Me iré y haré lo que
tenga que hacer yo solo.

132
El cambio de tema es bienvenido. Hablar de alta traición es mucho más
seguro que hablar de los miedos de Kazia. —Querías ponerme en contra de
Imrik. Pero sólo querías mi cooperación porque estabas atrapado.
—Al principio, sí —admite Lucien—. Ahora sé lo inteligente que eres. Te
fijas en todos los pequeños detalles. Me gustaría contar con tu ayuda. Y…
Kazia da un sorbo a su zalvin. Lo deja, porque Lucien está a punto de
decir algo horrible.
—Si trabajamos juntos, será más fácil mantenerte a salvo —dice Lucien.
Ahí está. Kazia aparta la mirada, aunque Lucien le dará demasiada
importancia. Que se joda Lucien por ofrecer mentiras tan tentadoras. Que se
jodan también los delirios de Kazia, por aceptarlas. —No puedo sólo matar a
mis padres.
El rostro de Lucien hace algo complicado y suave. —Lo siento. Siguen
siendo tus padres.
Kazia pone los ojos en blanco. —No seas un jodido idiota. Con gusto los
tiraría por un precipicio, pero necesito más recursos para asegurar el trono. No
estoy listo.
—Quieres el trono —dice Lucien, sobresaltado.
Bien. Kazia casi se olvida de sí mismo. No es un poderoso contendiente
por la corona. Es un grial débil y patético con una reputación miserable.
Estúpido de su parte pensar que Lucien no se había dado cuenta. —¿O qué?
¿Dejar que Marek lo tenga? ¿Dejarlo vacío para que los magos y señores de
guerra se peleen por él? Estoy seguro de que a Margot le encantaría patrocinar a
una marioneta, si puede moverse lo bastante rápido.
—Sin ánimo de ofender. —Lucien deja el vaso. Su expresión es
calculadora y, de repente, Kazia recuerda que este hombre no es sólo un mago.
Es el comandante de la Skyguard silaisana, y es mucho mejor estratega de lo
que dice—. Si no tienes recursos, ¿cuál era tu plan?
—Me iba a ir —dice Kazia—. Después de encontrar el-el objeto en la
habitación de Aliza, puedo irme. Voy a averiguar cómo construir el poder en la
clandestinidad, y luego volver.
Suena estúpido cuando lo dice en voz alta. Kazia no está acostumbrado a
tener planes, y mucho menos a describirlos.
Lucien frunce el ceño. —Soy experto en planes inestables, y este es más
inestable que la mayoría.

133
—No tengo elección. El… está empeorando. —Kazia no se atreve a
nombrar el dolor. Tampoco está acostumbrado a describirlo—. Ya no puedo
pensar. No puedo quedarme aquí.
Lucien se mueve para sentarse en la mesa de café frente a Kazia. Cerca,
pero sin tocarse. —Si pudieras elegir, ¿preferirías escapar o luchar?
—Los quiero muertos. —Otra cosa que Kazia no está acostumbrado a
decir en voz alta, pero lo desea tanto que las palabras le resultan fáciles.
—Mi plan era matar a Imrik yo solo —dice Lucien, como si estuviera
confesando un accidente infantil al trepar a un árbol—. Como he dicho, soy un
experto en planes inestables. Pero creo que si combinamos nuestros recursos…
juntos, podríamos hacer mucho más que separados.
Kazia no puede evitarlo. Quiere creer en la certeza adictiva de los ojos de
Lucien. Olvida todo el falso coqueteo. Ofrecerse a matar a Imrik y Aliza es lo
más dulce que le han dicho nunca.
—Deja de ser tan amable —dice Kazia, porque Lucien ya puede elegir si
obedece la orden—. Es repugnante.
—Por favor. Soy jodidamente encantador. —Lucien mira el reloj y se
levanta de nuevo—. Es tarde. Estoy cansado, ese zalvin es jodidamente fuerte, y
si me quedo aquí más tiempo, tus sirvientes chismearán. Hablemos de estrategia
por la mañana, ¿bien?
La tormenta se ha calmado. Lucien no parece cansado. Está tramando
algún plan estúpido y manipulador para que Kazia descanse un poco.
Kazia decide permitirlo. —Claro. Me saltaré mi lección de equitación.
—¿Dragones o caballos?
—Ponis extremadamente lentos. —Aliza nunca le dejaría montar nada
emocionante. Kazia también se levanta, se frota la nuca y se queda paralizado
cuando Lucien se inclina para tomar el collar—. ¿Qué haces?
Lucien cuelga el collar. —Si tus drasgard me ven sin esto, se acabó el
juego.
Kazia se tambalea.
Lucien tiene razón. Si se queda, tiene que quedarse así. La necesidad no
cambia la importancia. Lucien está dispuesto a volver a ponerse el collar.
Someterse al control de Kazia una vez más.
Tiene sentido, pero Kazia no está seguro de que él fuera capaz de hacerlo.
Si encuentra su filacteria, no dejará que otra alma la toque.

134
—Espera —dice Kazia, antes de que Lucien se ponga el collar. Saca la
llave de su bolsillo—. Toma esto.
Presionar el disco de plata en la mano de Lucien requiere tocarlo. Una
piel cálida besa las yemas de sus dedos, que permanece después de que Kazia
los suelte.
Lucien observa a Kazia en lugar de la ficha. —¿Qué es?
—Es la llave —dice Kazia—. Quien la tiene controla el collar.
Lucien levanta la ceja. Sostiene la llave a la luz del fuego. —En el gran
salón, aquella primera noche, dijiste que el collar estaba sintonizado sólo
contigo.
—Mentí. —Kazia se encoge de hombros—. Mantenla a salvo. Mientras
la tengas, el collar no te afectará.
Lucien mira fijamente la llave, con el rostro en sombras. La mete en su
bolsillo y deja el collar sobre la repisa en lugar de ponérselo. —Gracias por
confiarme esto.
—¿Qué pasa? —exige Kazia.
—Si vamos a cooperar, hay algo que debo decirte. —Lucien da un paso
atrás, como dándole espacio a Kazia. No es una buena señal—. ¿Puedes
prometer que escucharás sin enloquecer?
Realmente no es una buena señal. —Tal vez.
—Suficientemente bueno. —Lucien respira hondo—. Sé que eres un
grial.
Las palabras se precipitan a través de Kazia como una piedra a través de
un vacío, pozo sin fin. Entonces le entra el pánico y se abalanza sobre la mesa.
La botella de zalvin es el arma que tiene más a mano. Si la rompe, tal vez
pueda degollar a Lucien antes de que éste se arranque el pendiente y se lleve su
magia. Sorprendido, Kazia apenas oye a Lucien jurar…
Un brazo pesado le rodea. Una mano ancha le cierra los labios para
impedirle gritar. Pero Kazia no puede respirar lo suficiente como para gritar.
Está demasiado aterrorizado por el hombre que le murmuraba al oído.
—Shh, Kazia, está bien. —Lucien ajusta su agarre para inmovilizar los
brazos de Kazia a su lado—. Siento sujetarte así. Sólo necesito que estés
tranquilo, ¿de acuerdo?
Kazia tira del brazo de Lucien, pero no consigue nada. El fuerte agarre le
impide hacer palanca con el codo. Lucien tampoco reacciona cuando Kazia le
pisa el pie. Joder, no debería haberle dado a Lucien unas botas apropiadas.

135
El aliento de Lucien es caliente en su oído. —No entiendo por qué tienes
tanto miedo, pero también lo siento. Quiero soltarte ahora, para que podamos
hablar más cómodamente. O para que me des una bofetada. Pero tengo que
volver a ponerme el collar antes de que hagamos ruido y atraigamos a los
guardias.
Todo muy razonable, si Lucien estuviera del lado de Kazia. Pero Lucien
está mintiendo. Es un mago, ha descubierto su secreto, y eso significa que es un
enemigo.
Pero Kazia tampoco puede dejar que sus guardias sepan de su condición
de grial. Nadie puede saberlo. Kazia tiene que cooperar con Lucien lo suficiente
para silenciarlo, de alguna manera. Para recuperar la llave.
El cuerpo de Lucien es un horno. Su mano cubre la mitad de la cara de
Kazia. —Si te destapo la boca, ¿te quedarás callado?
Kazia asiente con la cabeza.
—Buen chico. Muy bien. —Lucien suelta la mano y luego el brazo.
Sujeta a Kazia por los hombros y luego lo suelta.
Kazia se queda quieto hasta que está seguro de que no se caerá. Luego
corre hacia su dormitorio. Esta vez no hay persecución, sólo la respiración
entrecortada de Kazia acosándole. Toma una daga de un cajón del tocador y se
encoge, apretándose la boca. Su mano es mucho más pequeña que la de Lucien.
No amortigua tan bien el gemido ahogado.
Enfocarse. Pensar. Kazia es el hombre más estúpido de Alantha por
liberar a un mago enemigo. Pero Lucien debe querer algo más que la magia de
grial de Kazia. De lo contrario, podría haberla tomado sin más. No tenía que
revelar nada.
Kazia se endereza y estabiliza su respiración. Aferrando la daga
envainada, regresa al salón. —Bien, habla. ¿Cómo te has enterado? ¿Alguien te
lo dijo?
No tiene sentido fingir que no es cierto.
Lucien está exactamente donde Kazia lo dejó, en medio de la habitación.
Echa un vistazo a la daga, y algún truco de la luz le devuelve esa horrible y
tierna mirada de preocupación. —Nadie me lo dijo. El pendiente dejó de
funcionar hace una semana. Me sentí atraído por tu magia mientras trataba tus
heridas.
—Joder. —A Kazia le duele la palma alrededor de la empuñadura de la
daga, pero el arma es inútil contra la magia de Lucien.

136
—No lo siento por eso, pero sí por cómo ha ido esto esta noche —dice
Lucien, todavía con esa horrible ternura—. ¿Te he hecho daño?
Eso arranca una carcajada de Kazia. —Lo sabrías si me hicieras daño.
Lucien entrecierra los ojos y Kazia aprieta la daga. Joder. Lucien es
demasiado perspicaz, y Kazia ha dicho demasiado.

137
CAPÍTULO DIECIOCHO.
Lucien.

A Lucien se le cae el estómago cuando todo encaja en su sitio. Menos una


revelación que una sospecha cristalizada. El trueno ha pasado, pero la lluvia es
implacable. —Por eso Imrik te hace daño.
Kazia asiente.
—Y por eso es un secreto —dice Lucien.
—Si algún mago se entera… —Los labios de Kazia se contraen en una
línea.
Lucien no puede culpar a Kazia por querer una daga, aunque su
empuñadura hace evidente que no tiene entrenamiento con ella. La empuñadura
parece ornamental, y Lucien apostaría a que no tiene filo. Quizá Lucien pueda
enseñarle a Kazia lo básico alguna vez.
Como si Kazia fuera a permitirle acercarse tanto de nuevo. Joder, esto no
está saliendo como había planeado. Excepto que él no planeó esta confesión.
Fue un impulso. Lo correcto.
Igual que Kazia tampoco planeaba quitarle el collar.
Lucien no puede revelar el collar roto sin comprometer a Whisper. El
pendiente convenientemente roto es bastante inverosímil, si Kazia no está
demasiado asustado para cuestionarlo.
Por una buena razón. Si el dolor activa la magia grial de Kazia…
—No sé mucho sobre griales —dice Lucien en voz baja—. Pero no creí
que funcionaran así.
—No funciona así. —Los nudillos de Kazia se blanquean alrededor de la
empuñadura ornamental—. Sólo soy un bicho raro.
Lucien considera su siguiente pregunta. —Dijiste que la última guerra fue
una prueba. ¿Cuántos años tenías?
—Podría haber sido peor. —El encogimiento de hombros de Kazia no es
lo bastante casual—. Tenía ocho años.
Lucien no está preparado para la furia que enciende su sangre. Se le
entumece la cara. Le duelen los huesos. Respira, controlando la ira y la magia
por igual, porque los responsables no están aquí. Kazia no necesita su ira ahora.

138
En lugar de eso, Lucien se imagina arrancando la daga de las garras de
Kazia. Masajeando la tensión de su delgada mano. Soltando el cabello de Kazia
y acariciándolo hasta que toda la tensión desaparece.
Pero Kazia no quiere que lo toquen ahora, como tampoco necesita la ira
de Lucien. Cada momento en presencia de Lucien lo empeora. Así que Lucien
vuelve a la repisa. El collar aún está caliente y se ajusta perfectamente a su
garganta. Se detiene, flanqueado por las gruñonas estatuas de dragones, y se
obliga a abrocharse la hebilla.
Lo odia. Pero cuando levanta la vista, hay algo fascinante en la angustia
de Kazia. Incluso dolido y asustado, no le gusta ver cómo se pone el collar.
—Hablemos por la mañana. —Lucien esboza una sonrisa—. Suponiendo
que no hagas que me maten mientras duermo.
Los ojos de Kazia se abren de par en par y luego se entrecierran. —Puede
que lo haga.
Lucien hace una reverencia exagerada. —Estoy deseando trabajar
contigo, si sobrevivo a la noche.
Está casi en la puerta cuando Kazia dice: —Espera.
El collar está roto y Lucien tiene la llave. Aún así se gira y espera.
La garganta de Kazia se estremece. —Sé que ya no puedo controlarte.
Pero, por favor, no se lo digas a nadie.
Hay otra súplica más importante. Lucien la escucha en cada respingo
defensivo. Está escrito en los bordes rojos de los ojos pálidos de Kazia. Órdenes
pasadas garabateadas como un ritual en el alma de Lucien.
—No voy a hacerte daño, Kazia —dice Lucien.
Kazia se queda con la mirada perdida y responde: —Ya veremos.

La piedra caliza zumba sobre la biblioteca. Una fortuna de fragmentos brillan en


el candelabro. Es casi tan molesto como el pequeño príncipe de ceño fruncido al
otro lado de la habitación.
Lucien toma un libro al azar y vuelve. El libro exacto no importa. Kazia
le envía de vez en cuando a hacer recados inútiles por el bien de los guardias de
fuera, que podrían asomarse por la puerta abierta.

139
—¿Deberíamos hablar en un lugar más privado? —pregunta Lucien,
dejando el libro. Horripilante poesía fellriana, por lo visto.
—No es necesario —dice Kazia, sin levantar la vista—. Siéntate.
Kazia se sienta con las piernas cruzadas sobre la mesa, rodeado de libros
abiertos. Una pluma y un tintero anidan precariamente bajo su rodilla. Butterfly
lo explora todo, y Kazia le da un codazo cada vez que intenta comer papel.
Kazia lleva hoy el cabello recogido, la larga cola rozándole el cuello con
cada movimiento. Vestido de negro como de costumbre, parece más distante que
nunca. No hay rastro del pánico de anoche, pero por lo que Lucien sabe, Kazia
tiene facilidad para las máscaras.
Lucien acerca una silla y se sienta. La llave arde en su bolsillo. Ambos
saben que la magia de Lucien está desencadenada. No es de extrañar que Kazia
quiera estar en algún lugar público.
Aunque eso complicará los planes de traición.
Kazia suspira y saca una tira de pergamino bordeada con láminas de
plata. La rompe en dos y luego arruga los trozos para que Butterfly juegue con
ellos. —Talismán del silencio.
Eficaz, pero mucho más caro que una habitación privada, como las que
usa la mayoría de la gente para conspirar. —¿Cuántos de esos tienes?
—Tenemos una hora —dice Kazia—, para hablar de estrategia.
—En primer lugar, tengo que saber con qué estoy trabajando —dice
Lucien—. ¿Con qué recursos y aliados cuentas ya?
Kazia no duda. No habría venido a esta reunión si no quisiera hablar.
—Veintitrés miembros de mi casa me son leales, no a mis padres. Dieciséis de
ellos son soldados entrenados, y cuatro de los soldados son magos menores.
Son pocos, pero a Lucien le sorprende que haya tantos. La confianza de
Kazia es escasa. Por otra parte, Kazia inspira lealtad con mucha más facilidad
de lo que Lucien imaginaba.
—Sé que no es mucho —dice Kazia—. Tengo algunos nobles aliados, y
también mucho dinero.
—¿Cuánto dinero?
—Mucho. —Kazia juguetea con la coleta de su cabello—. Vana me dio
una de las fincas más ricas del sur cuando se fue. He estado malversándola
durante los últimos seis meses.
Lo dice con toda naturalidad, enroscándose un mechón de cabello en el
dedo, pero malversar no es un delito sencillo. Al menos, no cuando se hace

140
bien. Requiere una planificación mucho más cuidadosa que las rabietas
impulsivas que caracterizan a Kazia.
Y de repente, Lucien quiere sustituir la mano de Kazia por la suya para
jugar con su cabello.
Atónito, se queda mirando tanto que Kazia frunce el ceño. —¿Qué?
Lucien traga saliva. ¿Desde cuándo tiene un fetiche por malversadores?
No es el momento de darse cuenta de lo atractivo que es Kazia. —Muy
inteligente por tu parte.
Kazia parece sorprendido por el cumplido. Recoge a Butterfly de un libro
y esconde una golosina bajo un trozo de pergamino.
Por supuesto, Kazia ha sido atractivo todo este tiempo. Todo bordes
filosos y energía, ira y tranquilidad. Pero Lucien no se ha sentido atraído por él,
está bastante seguro. Eso sería una locura. Un abuso de poder, aunque Lucien no
está seguro de por parte de quién.
—¿Quiénes son tus aliados? —Lucien pregunta, porque no necesita
pensar en el delicado filo de la mandíbula de Kazia.
—La Casa Bernek, la mitad de la Casa Komar, y la Casa Gabra.
—¿Gabra? —Qué sorpresa. Lucien luchó contra la general Gabra en la
última guerra, y ella casi lo mata unas cuantas veces. No tan rápida como
Rakos, pero sí despiadada—. Impresionante. ¿Cuánto te costó?
No se suponía que fuera una pregunta capciosa, pero Kazia baja la
mirada.
—¿Tanto? —Lucien pregunta.
—Cree que me debe un favor. —Kazia retira la hoja de pergamino, que
Butterfly no ha conseguido arrancar—. Gabra ofendió a Imrik el año pasado, y
yo desvié su ira. Pero no sabe el daño que le he hecho. Nunca podré
compensarlo.
—No tienes que decírmelo —dice Lucien, aunque quiere saberlo todo
sobre Kazia.
—Ya sabes más que suficiente para matarme. —Kazia se echa hacia atrás
y estira las piernas. Sus botas se acercan a los libros antiguos—. Cuando tenía
catorce años, envenené a la general Gabra. No murió. Sólo se puso muy
enferma y los sanadores de sangre no fueron capaces de curarla del todo. La
debilidad persistió.
Bueno, eso explicaría el repentino retiro de Gabra. —¿Por qué la
envenenaste?

141
Kazia baja de la mesa al suelo, poniendo la mesa entre él y Lucien.
—¿No vas a regañarme? Marek me regañó la última vez que estuve a punto de
envenenar a alguien.
—A veces hay buenas razones para envenenar a la gente —dice Lucien,
sin siquiera pensar. Joder, tiene que dejarse de tonterías de atracciones. Pero
seguro que envenenar puede estar justificado a veces.
—Está bien, puedes regañarme. —Kazia hojea un libro, demasiado rápido
para estar leyendo alguna de las palabras—. La envenené porque fue
condescendiente conmigo en una fiesta. “Por supuesto, el principito no
entendería la realidad del combate”. Lo cual no está mal, pero es la forma en
que lo dijo, ¿sabes? Así que la envenené a la semana siguiente. Pero lo
realmente interesante es lo que pasó después.
Lucien está fascinado. Kazia es precioso, agudo, reflexivo.
—Gabra era mariscal de ala, pero no podía volar con el vértigo. Decidió
retirarse. —Kazia pasa a otro libro. Su cabello se agita, tan luminoso con el
candelabro de piedra caliza que hay encima—. Había dos opciones obvias para
sustituirla. Marek, por supuesto. Es un idiota, pero se le dan bien los dragones.
—El cumplido suena de mala gana—. Pero la otra opción era aún más obvia.
Lucien exhala. —Rakos.
—Era perfecto. Un héroe de guerra popular, con una magia peligrosa.
Sólo había un pequeño problema. —Kazia levanta un dedo—. Rakos Tem se
estaba convirtiendo en un maldito pacifista. A mi padre no le gustaba eso, así
que se las arregló para que otro jinete incriminara a Rakos por contrabando de
piedra caliza.
—Espera, ¿Imrik estaba detrás de eso? —pregunta Lucien, tratando de
reconstruir lo que ha oído de Rakos—. ¿Cómo lo sabes?
—Soy un niño bueno y obediente que se calla y escucha durante la cena
familiar. —Kazia agita la mano—. Por supuesto que fue Imrik; ¿quién más se
atrevería? Pero Rakos era tan popular, y el cuerpo de dragones es lo bastante
independiente como para que no pudiera ejecutarlo al azar. Le gusta mantener
las manos limpias, al menos en público. —La sonrisa de Kazia se torna
hueca—. Ya sabes lo que pasó después. Vana intentó rescatar a Rakos. Rakos,
comprensiblemente, malinterpretó el secuestro. Conoció a Bellamy Sandry y
jodidamente se fueron a Silaise.
—Descubriendo por el camino la piedra caliza silaisana —dice Lucien—.
Y ahora tenemos dragones.

142
—Ahora tienen dragones. —Kazia mira a Lucien a los ojos—. Porque no
pude soportar un insulto leve.
La biblioteca se queda en silencio. Lucien se echa hacia atrás en su silla,
aún fascinado por ese pequeño príncipe grial al que todos subestiman.
Joder. Esto no es sólo atracción.
Kazia levanta a Butterfly. —Eso es lo que me enseñó el poder del caos.
Cualquier pequeña acción puede tener consecuencias tan perturbadoras. No
tengo los recursos ni las conexiones de Vana. No tengo el poder de Marek. Pero
se me da muy bien ser un problema y arruinar los planes de los demás.
—¿Con qué fin? —pregunta Lucien—. ¿Sólo por el amor al caos?
Los hombros de Kazia se ablandan. Su voz también es suave cuando
responde: —Intentaba ganar tiempo. No funcionó muy bien, pero después de
que Silaise encontrara la piedra caliza, mi padre tardó cuatro años enteros en
declarar la guerra.
Lucien pasó diez años averiguando cómo ganar una guerra. Kazia pasó
ese mismo tiempo luchando para evitarla. —Intentabas evitar la guerra.
—No porque me importaran los demás —se apresura a añadir Kazia—.
Tenía razones egoístas.
Cicatrices invisibles. Toda una vida de secretos y terror. No hay nada
egoísta en querer escapar del abuso. Lucien no está seguro de que poner a Kazia
en el trono sea lo correcto, pero sería mejor que el rey actual.
Definitivamente debería preocuparse por dar el paso correcto. No por su
impulso insoportable de satisfacer todos los deseos de Kazia, grandes y
pequeños.
—La gente empieza guerras por razones egoístas todo el tiempo —dice
Lucien—. Me gusta más tu enfoque.
Kazia aparta la mirada, como si la mirada de Lucien fuera demasiado
para él. —En fin. Tengo a mis drasgard y heraldos, a Sabora, Bernek, Gabra y
parte de Komar. Eso no es suficiente para asegurar la capital, mucho menos el
país. Así que mi siguiente plan era esconderme con la general Gabra, y luego…
hacer un nuevo plan a partir de ahí.
—No es mala idea —dice Lucien—. ¿Por qué no te has ido todavía?
—Necesito encontrar el objeto que esconde mi madre. —Kazia parece
muy interesado en rascar los hombros de Butterfly—. ¿Sabes lo que es una
filacteria?

143
A Lucien se le calienta la sangre. Necesita mucha más concentración que
de costumbre para guardar la llama de su alma. —Sí. ¿Para qué la usa Aliza?
La mayoría de los magos de sangre necesitan tocar o ver a una víctima
para controlarla. Lucien sólo sabe lo que ha aprendido de Whisper, lo cual ya es
bastante malo. Una filacteria de sangre hace que el control sea permanente, y
permite a un mago de sangre débil realizar hechizos mayores y más horribles.
Kazia se encoge de hombros, aún agachando la cabeza. —Sólo la usa
para invocarme. Pero podría usarla para otras cosas. Si lo necesitara. Si quisiera.
Tengo que romperla antes de irnos.
—Dilo y la romperé ahora. —Lucien lucha por su mentalidad
estratégica—. No, tienes razón. Sólo podemos romperla cuando estemos listos
para irnos.
Aliza no puede encontrar la filacteria rota si Kazia aún no se ha
marchado. Lucien baraja otras posibilidades (sustituir la filacteria por una falsa
suena prometedor), pero se contiene.
Kazia ya ha vivido esta pesadilla. Necesita ayuda con la estrategia más
amplia, pero está claro que conoce los instrumentos de su abuso.
—Nos iremos —promete Lucien—. Ahora, ¿cuáles son el resto de tus
recursos?
—No hay nada más. —Kazia frunce el ceño—. Aparte de ti.
Ese añadido es gratificante, pero incompleto. Lucien se frota el cuello.
—Puede que tenga un dragón.
Kazia desvía la mirada. —¿Te uniste a Tezurit?
Su memoria para los detalles es notable. —No. Sólo hablamos a veces.
—¿Desde dentro del palacio? —Kazia pregunta dudoso—. Suena como si
te hubieras unido a ella.
—Es que es muy buena con la telepatía.
—Está bien.
—Nos lo estamos tomando con calma —explica Lucien.
—Bien —repite Kazia—. Así que puede que tengas un dragón.
—Una mejora sobre definitivamente no tener un dragón. —Lucien se
levanta, con ganas de dar una vuelta. Pero Kazia se estremece ante su
movimiento, así que Lucien permanece en su sitio—. ¿Y Marek?
Kazia devuelve a Butterfly a la mesa y se sienta en el borde. Sus pies se
balancean sobre el suelo. —Marek es una amenaza. No un aliado.

144
—¿Estás seguro? —pregunta Lucien.
—No quiere el trono, pero es un mago. Es mariscal de ala. Es el primer
príncipe, ahora que Vana se ha ido. Si Imrik muere sin declarar heredero, Marek
tiene derecho al trono. —Kazia juguetea con su cabello—. Además, Marek me
odia…
¿Cuántas confesiones puede hacer Lucien en veinticuatro horas? —Puede
que haya husmeado en tu salón y haya encontrado un buzón en la jaula de las
ratas.
Kazia parpadea y se desploma sobre la mesa. Su cabeza cae sobre un
libro abierto. —Ugh. Por supuesto que sí.
—No parece que Marek te odie.
Kazia mueve la mano mientras Butterfly se sube a su estómago. —Está
jugando. Igual que Vana. Siguen enviándome esas estúpidas cartas, aunque no
respondo. Excepto que una vez le contesté a Vana para preguntarle qué mierda
le pasaba. ¿Sabes lo que me contestó?
Lucien no puede ni empezar a adivinarlo.
Kazia deja caer el brazo a su lado. —Dijo “me alegro mucho de saber de
ti”. Maldito psicópata.
Lucien no conoce a Vana. Sólo ha visto a Marek un par de veces, pero el
hombre parece bastante honorable. —Tal vez sólo están tratando de llegar a ti.
Kazia aprieta los labios. —Eso es peor, ¿no? No puedo fiarme de ellos.
Son demasiado peligrosos.
—Marek ya tiene un grial —dice Lucien en voz baja. Como Kazia no
responde, continúa—. Si tuviéramos al cuerpo de dragones de nuestro lado, o si
Marek se limitara a mantenerlos alejados, tendríamos la oportunidad de ponerte
en el trono. Sin el cuerpo de dragones, tienes razón, tenemos que sacarte de
aquí.
Con un suspiro, Kazia se levanta para sentarse. Butterfly se desliza hasta
su regazo. —Realmente no le caigo bien a Marek. He sido extremadamente
molesto durante mucho tiempo.
—Conoces a Marek desde hace más tiempo que yo —dice Lucien—.
Sabes la clase de hombre que es. Si supiera lo que Imrik te hace, ¿de qué lado se
pondría?
Los ojos de Kazia se abren de par en par, pálidos y translúcidos. —No
puedo.

145
—No te obligaré a decirle nada. —A Lucien tampoco le gusta la idea. No
confía en Marek y odia la idea de que alguien más invada los secretos de Kazia.
Como si tuviera la responsabilidad de proteger su intimidad, ahora que la ha
violado tanto. Pero hay demasiado en juego, y Marek sería un aliado demasiado
útil—. Marek es un blando, basándonos en cómo trata a su marido. Sólo actúa
lindo, pide ayuda, y se quebrará.
Acurrucando a su rata, Kazia frunce el ceño confuso. —No sé cómo
actuar lindo.
Lucien sonríe. —Siempre eres lindo, mocoso. Será fácil.
Kazia se sonroja y salta al suelo. —Guarda los libros. Ya casi es la hora.
—Se mete a Butterfly en el bolsillo del abrigo y empieza a apilar libros al azar.
Lucien toma una pila y se gira antes de que Kazia vea que su sonrisa se
ensancha. Luego casi los deja caer ante la repentina voz en su cabeza.
Eso ha sido bastante interesante.
Lucien no responde, porque no está solo. Se dirige a la estantería más
cercana con espacios vacíos y mete un libro al azar.
Tezurit continúa. No soy una experta en comportamiento humano, pero
creo que el enano quiere aparearse contigo.
Lucien no está seguro, pero la idea no le horroriza. Joder, ¿cuánto tiempo
lleva Tezurit rondando en su cabeza?
Pero también quiere que le dejes en paz, reflexiona Tezurit. Muy confuso.
Esa parte no es confusa. Kazia está cooperando por desesperación. Ya ha
revelado demasiado a Lucien, así que no tiene nada que perder. Pero Lucien es
un mago, y Kazia ha vivido toda su vida viendo a los magos como amenazas.
En un mundo mejor, Lucien se tomaría su tiempo para ganarse lenta y
pausadamente la confianza de Kazia. Pero no tiene tiempo. La gente está
muriendo. Kazia está sufriendo. Lucien necesita que Kazia confíe en él lo
suficiente como para trabajar juntos. Necesita que no se estremezca cada vez
que él se mueve.
Y tiene una idea.

146
CAPÍTULO DIECINUEVE.
Kazia.

Kazia sólo piensa en su cabello estropeado. El último golpe de hoy le tiró al


suelo y le soltó la horquilla. Volvió a enroscarlo después de que Aliza lo curara,
pero se precipitó. Seguramente alguien notará los mechones caídos alrededor de
su cuello. Tiene que arreglarlo antes de llamar a Lucien.
Pero cuando llega a sus aposentos, la drasgard Salarin y la heraldo Hyda
están esperando. Por sus caras, tienen algo que decir.
—¿Hay algún problema? —Kazia se empuja un mechón de cabello detrás
de la oreja, esperando que no lo deje todo fuera de su sitio.
Hyda mira a Salarin, inusualmente nerviosa —Deberías empezar tú.
Salarin se encoge de hombros. —Ha sido idea tuya, pero claro. —Respira
hondo—. Su Alteza, Hyda y yo estamos preocupadas por su relación con el
prisionero.
Kazia se queda paralizado, con la boca entreabierta. —No tenemos
ninguna relación.
Salarin vuelve a respirar hondo. —No es lo que quería decir, Alteza, pero
también es bueno saberlo.
—Nos preocupa que pases tanto tiempo a solas con él —dice Hyda—. Es
arriesgado. Peligroso.
Oh. Eso es más fácil de abordar. —Soy muy consciente de los riesgos, y
estoy tomando todas las precauciones necesarias.
También es más fácil mentir, porque Kazia está descuidando
absolutamente las precauciones.
—Estoy encargada de su seguridad —dice Salarin con seriedad—.
Teniendo en cuenta todo lo demás en lo que estamos trabajando, me sentiría
más cómoda si tuviera más información sobre sus intenciones con el prisionero.
Hyda hace un gesto de dolor junto con Kazia, pero Salarin parece no
darse cuenta de cómo podrían interpretarse sus palabras.
Kazia apoya las manos en las caderas para no inquietarse. Odia que
Salarin tenga razón. Salarin y Hyda son sus principales agentes orquestando su
ruta de escape de Ostomar. Tarde o temprano, tendrá que decirles ciertas cosas.

147
Es consciente de los riesgos, pero los corre de todos modos. El pendiente
de Lucien no funciona y él tiene la llave del collar. Kazia es esencialmente
impotente ante Lucien. Es lo suficientemente estúpido como para correr ese
riesgo por sí mismo, pero poner a su gente en peligro no es justo.
—Lucien ha demostrado ser más cooperativo de lo que esperaba —dice
Kazia—. Se unirá a nosotros cuando salgamos de Ostomar.
Salarin se queda mirando el techo un momento. —Entendido, Alteza.
—Si se pasa de la raya, te ordenaré que lo mates —dice Kazia.
—Entendido, Alteza —repite Salarin, pero esta vez parece más contenta.
Kazia se vuelve hacia Hyda. —¿Llegó la confirmación de Gabra?
—Sí, Alteza —dice Hyda—. Estamos listos para partir a su orden.
La perspectiva no parece real. No, no es real. No hasta que haya roto la
filacteria. —Tengo cosas de las que ocuparme aquí primero, pero nos iremos
dentro de un mes. —Kazia necesita decir más. Las sutilezas son mucho más
difíciles cuando son serias—. Gracias a ambas por su servicio. No podría hacer
esto sin ustedes.
Salarin y Hyda no saben lo que es. No saben lo que le hace Imrik. Lo
único que sospechan es que Kazia no quiere esperar su herencia, y ellas le son
leales a él, no al rey.
—¿Hay algo más? —pregunta Kazia.
—Eso es todo, Alteza —dice Salarin.
Kazia entierra su alivio. —Entonces pueden retirarse. Que pase Lucien.
Salarin e Hyda se miran con nueva consternación. Pero afortunadamente
no cuestionan las órdenes de Kazia antes de dejarle solo.
Hundido en alivio, Kazia se retira a su dormitorio para arreglarse el
cabello. Retorcerlo con la horquilla es algo natural. Se siente mejor cuando se lo
quita del cuello. No quedan cabellos sueltos de la caída. Va a guardar el cepillo
y se fija en el frasco de ungüento de hallabark.
Hoy no debería dolerle la espalda. Su madre le ha curado. Incluso le ha
curado el moretón de la mano que se hizo al golpearse contra el suelo. ¿Por qué
sigue sintiendo ese dolor desgarrador cada vez que deja de moverse? Cuando
cierra los ojos, ve ciudades lejanas, ríos y montañas, todo perfilado en azulejos.
Una pisada pausada precede a un ligero golpe en el marco de su puerta.
—¿Kazia?
Kazia se mueve bruscamente, evitando darse la vuelta. Debería imponer
el decoro, pero le gusta la forma en que Lucien usa su nombre. —Dame un

148
momento. —Una mirada al espejo le dice que su cabello no está perfecto.
Necesita arreglarlo de nuevo—. Espera en el salón.
Saca la horquilla y el cabello le cae sobre los hombros. Pero la mano le
tiembla demasiado para recogerlo. La horquilla cae estrepitosamente sobre el
tocador.
Claramente visible en el espejo, Lucien no se mueve. Aprieta los labios y,
cuando vuelve a hablar, su voz es áspera. —Te ha vuelto a hacer daño.
Joder. Kazia está bien mientras no hable de ello. —Estoy bien.
Lucien frunce el ceño. —Déjame ver.
Kazia se da la vuelta. —Mi madre me ha curado esta vez. No hay nada
que puedas arreglar.
Lucien exhala, conteniendo claramente su ira.
Una parte de Kazia resiente esa ira. El resto de él la ansía. Lucien no tiene
derecho. Sin embargo, tiene todo el derecho. La magia de Kazia se usó para
matar a la familia de Lucien. Y Kazia está cansado de estar enfadado solo.
Hay una parte patética y ridícula de Kazia que quiere quitarse la camisa
de todos modos. Dejar que Lucien unte bálsamo en las heridas invisibles, como
si la ternura pudiera aliviar las magulladuras de su alma.
—Tal vez deberíamos irnos —dice Lucien—. Olvida el golpe de estado.
Podemos deshacernos de Imrik una vez que te haya sacado de aquí.
Olvídate de decírselo a Marek. Eso es exactamente lo que Kazia ha
estado planeando, pero se encuentra reacio. —Tan pronto como consiga la
filacteria.
—Puedo encontrarla yo mismo —dice Lucien—. ¿Cuándo podrás salir?
No te quiero aquí ni un día más.
Kazia no puede irse, se da cuenta. Si se va, nunca tendrá el valor
suficiente para volver. Vivirá toda su vida escondido, en el exilio, con todo su
ser en secreto, no sólo la peor y más débil parte de él.
Kazia quiere vivir, escapar del dolor, pero no quiere desaparecer.
—Sobreviviré una semana más —dice Kazia en voz baja—, mi padre
siempre me necesita intacto para la próxima vez. No te preocupes por mí.
Lucien se acerca. —Esa es una orden que no puedo obedecer, mocoso.
Tal vez puedas aguantar, pero eres más fuerte que yo. Estoy a un paso en falso
de incinerar todo este puto palacio.
Kazia ríe, agudo y rápido. —Tentador.

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Lucien no devuelve la sonrisa.
Kazia no se siente fuerte. Desea más que nunca apoyarse en la fuerza de
otro. Destruir a Imrik y a Aliza de una vez por todas. Pero Lucien tiene razón.
Para ello, Kazia tendría que acercarse a Marek.
Lucien suspira. —Muy bien, ¿para qué me querías?
Kazia abre la boca y se da cuenta de que no lo sabe. No tiene ni órdenes
que dar ni estrategia que discutir. Su único motivo para llamar a Lucien esta
noche es que quiere verle.
Por razones de seguridad realmente importantes. No porque Kazia
disfrute de la compañía de Lucien.
Joder. Quizá sólo quería que Lucien supiera que le duele. Lucien le llama
fuerte, pero cerca de él, Kazia se siente más débil que nunca. —Nada. He
cambiado de opinión. Vuelve a tu habitación.
Lucien se apoya en el marco de la puerta. —No.
Kazia se eriza. —¿Cómo dices?
—No —repite Lucien—. Si vamos a trabajar juntos, tenemos que ser
socios. No soy tu súbdito ni tu prisionero. Ya no puedes convocarme y
despedirme así.
Kazia se estremece. —No quería decir eso.
—Lo entiendo. —Lucien no parece enfadado. Sólo pensativo. No hay
fuego hirviendo bajo su piel—. No confías en mí. No hay razón para que lo
hagas. Pero me gustaría enseñarte algo. Ven al salón.
Kazia le sigue, confundido tanto por su propia conformidad como por la
petición de Lucien. Quiere que Lucien se vaya y se quede al mismo tiempo. Y
hay algo en la voz de Lucien que le pone nervioso.
Lucien se coloca en el centro de la habitación y se desabrocha el collar.
A Kazia le palpita el corazón.
El collar es inútil cuando Lucien tiene la llave. A pesar de todo, una
extraña mezcla de terror y alivio recorre las venas de Kazia.
—Quiero que te pongas esto —dice Lucien.
—¿Qué mierda? —Kazia da instintivamente un paso atrás—. Estás loco.
—Si quieres mi cooperación, necesito que confíes en mí. —Lucien gira el
collar alrededor de su dedo. Las piezas metálicas chocan entre sí—. Ponte esto
durante cinco minutos mientras yo tengo la llave.

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Kazia vacila, con los nervios como ortigas. No debería planteárselo.
Debería llamar a Salarin ahora para meter a Lucien en su celda. No debería
preguntar: —¿Por qué mierda iba a hacer yo eso?
—Porque te lo pido —dice Lucien con sencillez.
Por la expresión solemne de su rostro, Lucien sabe lo que está pidiendo.
Es un mago, lo que Kazia siempre ha temido, y quiere que Kazia le ceda todo el
control.
Ni más ni menos que una devolución del poder que Kazia ejercía sobre él.
La venganza por fregar suelos y doblar fundas de almohada deformes y besar la
bota de Kazia delante de toda la corte de Draskora.
Kazia querría lo mismo en el lugar de Lucien. Esa podría ser la parte más
extraña: la decepción. Kazia había pensado que Lucien era mejor que él.
—¿Qué harás si me niego?
—Te enterarías si te negaras. —Lucien ladea la cabeza—. Pero no vas a
negarte, ¿verdad?
No lo hará. Ambos lo saben. Kazia necesita la ayuda de Lucien. Más que
eso, quiere la ayuda de Lucien.
—No puedes obligarme a hacer nada raro —dice Kazia.
—No lo haré —la voz de Lucien se suaviza—. Sé que tuviste cuidado
conmigo.
—Que te jodan. No lo tuve. —Kazia se da la vuelta, de cara al fuego bajo
que arde.
La presencia de Lucien a sus espaldas es más cálida que las llamas.
—Voy a mover tu cabello —dice, como en advertencia, pero ninguna
advertencia podría preparar a Kazia para el cosquilleo de calor en su nuca.
En otro mundo, en otra vida, donde Kazia es una persona diferente,
intacta, esto estaría bien.
Hasta que Lucien le rodea la garganta con el collar.
El metal liso aún está caliente por la piel de Lucien. Es demasiado grande
para Kazia y parece mucho más pesado de lo que es. Los nervios de Kazia se
aceleran tanto que Lucien tarda una eternidad en cerrar la hebilla. El sonido es
tan fuerte que Kazia se sobresalta.
Cerrar la hebilla bloquea el encantamiento. Kazia está a merced de
Lucien.
Unas manos anchas aprietan los hombros de Kazia y luego la sueltan.
Lucien se aleja. Kazia se prepara para la primera orden.

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Pero el silencio se extiende, roto únicamente por el crepitar del fuego, los
suaves ruidos de la colonia de ratas. Kazia se da la vuelta. Se lleva la mano a la
garganta y luego la baja. —¿Y bien? ¿Cuál es su primera orden, comandante?
Lucien estira la mano lo bastante despacio como para que Kazia pueda
apartarse y le toca la cara. Las yemas de sus dedos se sienten como pequeñas y
dulces llamas contra la mejilla de Kazia. Luego sacude la cabeza sin decir
palabra.
El silencio continúa y a Kazia le tiemblan los labios.
No habrá ninguna orden.
Lucien pidió el control total sobre Kazia y, como un maldito idiota, se lo
cedió. Pone la correa en la mano de Lucien, y Lucien la sujeta sin tirar.
Lucien asiente al reloj. Luego se dirige a la licorera de Kazia.
Kazia palpa el cálido metal mientras Lucien sirve dos vasos de zalvin.
Siente la piel caliente bajo el cuello. Lucien no era capaz de hacer esto al
principio. Kazia le prohibió siquiera tocar sus ataduras. Pero lo único que
mantiene atado a Kazia es su propia voluntad de obedecer.
Podría quitarse el collar ahora, pero aún no han pasado cinco minutos.
—Sírveme uno a mí también —dice Kazia en voz baja.
Lucien lo hace. Deja un vaso en la mesa y se lleva el suyo al sofá.
Es un momento de ensueño. Kazia recupera su vaso y se lo bebe de un
trago, imaginando que saborea las huellas dactilares de Lucien en el borde. El
licor apenas quema cuando Kazia ya está ardiendo.
Deja el vaso en el suelo y se coloca junto a Lucien, que le observa con
una calma intrépida.
—Tengo una orden para ti —dice Kazia suavemente—. Detenme si no
quieres esto.
Luego se desliza en el regazo de Lucien. Toca la mejilla de Lucien,
exactamente donde Lucien le tocó a él. Las pecas parecen bailar bajo las yemas
de sus dedos. Entonces Kazia se inclina y lo besa.
El corazón de Kazia se calma, esperando.
Lucien respira entrecortadamente y le devuelve el beso.
Kazia probablemente lo está haciendo mal, pero le importa una mierda.
Al abrir la boca para Lucien, Kazia descubre una mecánica extraña. Los labios
se mueven tan extrañamente entre sí, una suavidad húmeda, el sabor del zalvin,
un miedo incómodo a que se le haya enganchado algo entre los dientes.

152
Las manos de Lucien caen sobre los muslos de Kazia. No le sujetan, sólo
hacen que sea consciente de dónde están. De lo que están haciendo. No puede
creer que Lucien esté permitiendo esto.
Cuando se separa, los ojos de Lucien brillan.
—Tengo una confesión —dice Lucien, antes de dar un suave beso en el
labio inferior de Kazia.
Kazia se esfuerza por pensar. —Si es terrible, déjalo para mañana.
Lucien pasa una mano por la espalda de Kazia, quemándola por detrás de
la cintura. Toca la garganta de Kazia y recorre la piel sensible bajo el metal.
—El collar ya no funciona. Alguien de Silaise intentó rescatarme y lo desactivó
al mismo tiempo que el pendiente.
Boquiabierto, Kazia vuelve a sentarse en el regazo de Lucien. ¿Estuvo
aquí un silaisano? ¿Cuánto tiempo llevaba Lucien libre en secreto? Pero lo más
importante…
—Maldito bastardo —sisea Kazia.
Lucien sonríe tímidamente. —Perdón por el secretismo. No quería
ponerlo en peligro.
Tal vez Kazia debería preocuparse más por la aparente infiltración
silaisana, pero está demasiado preocupado por el metal que rodea su garganta.
Toca el collar, rozando los dedos de Lucien. —No… quiero decir… realmente
no podías obligarme a hacer nada.
—Pero pensaste que podía, porque soy un maldito bastardo. —Lucien
enrosca la mano en el cabello de Kazia. Su tacto es casi tan tierno como su
mirada, que amenaza con arrancar cada pieza de la armadura de Kazia—. Fuiste
tan jodidamente valiente por mí.
Kazia se retuerce con los elogios, al sentir la mano de Lucien en su
cabello. No es nada parecido a Aliza acariciándole el cabello, nada de derechos
y desprecio. Lucien lo toca con reverencia. Como asombrado de que Kazia lo
permita.
Kazia no puede decir nada. No lo necesita. Porque Lucien lo atrae hacia
sí y vuelve a besarlo.
Cada movimiento de Lucien es confiado, seguro, suave. El calor recorre
el cuerpo de Kazia, tan bueno que casi duele, pero es todo lo contrario al dolor.
Su polla se llena dentro del pantalón con cada presión de la lengua de Lucien.
Kazia no se había dado cuenta de lo terrible que era besando hasta que
Lucien le mostró las posibilidades. La sensación es insoportable, pero Kazia

153
quiere más y más. Los tiernos besos expulsan todos los pensamientos de su
cabeza, excepto uno.
—¿Por qué te quedaste? —pregunta Kazia.
Lucien tiene los labios húmedos. Sus ojos arden azules como la llama.
—Tengo muchas razones buenas y sensatas. Hay una guerra que quiero detener
y un rey al que quiero matar. —Lucien toca los labios de Kazia, y una pequeña
sonrisa le calienta la cara—. Pero la verdad es que me gusta cuidar de ti.
—Wow —respira Kazia, con toda el alma en vilo—. Eres un jodido
idiota.
La sonrisa de Lucien se ensancha. —Me siento jodidamente inteligente
ahora mismo. —Sus manos recorren los muslos de Kazia y se posan detrás de su
culo. Lucien le mira, esperando permiso, como si intentara leer la reacción de
Kazia.
Kazia sólo se retuerce. Cada roce es casi demasiado, y es lo mejor de
todo. Cuando Lucien le besa la garganta por encima del collar, Kazia no puede
contener un gemido. La sensación es casi cosquilleante, pero perfecta, y se mece
en el regazo de Lucien.
Lucien gime contra el cuello de Kazia. Está igual de duro bajo Kazia.
Por un momento, simplemente respiran juntos, mejilla contra mejilla.
Como si Lucien también se sintiera abrumado.
—¿Esto es demasiado? —pregunta Lucien.
Kazia intenta confiar en sí mismo. —¿Demasiado? Apenas estás haciendo
nada.
Lucien se ríe. —Podría hacer más. ¿En qué estás pensando?
Kazia piensa en la polla de Lucien.
Todas sus fantasías se entrelazan. Un sueño de ser abrumado por el placer
desde dentro hacia fuera hasta que no quede espacio en él para el dolor y el
miedo. Pero eso es demasiado peligroso. No puede dejar que Lucien le haga
daño.
Lucien suspira. —Lo siento —dice, como si estuviera a punto de dejar de
tocar a Kazia.
No pueden parar. Kazia ha expuesto demasiado de sí mismo y no puede
retirarse ahora. Se endereza en el regazo de Lucien y dice: —Dijiste que eras
bueno con las manos. ¿O era sólo palabrería?
—Hay una forma de averiguarlo. —Lucien cambia su agarre en el culo de
Kazia—. En realidad, hay varias maneras.

154
Kazia se sonroja, su mente se acelera. No puede creer que esté haciendo
esto. No puede creer que Lucien también quiera esto… pero, de algún modo, no
le cabe duda de que Lucien lo quiere. Lucien le desea. Aunque Kazia sea
grosero, despiadado y débil.
Esto es un error. Todo lo que Kazia quiere es algo que puede perder. Pero,
joder, toda la vida de Kazia ha sido un afilado laberinto de peligro y dolor. Por
una vez, quiere correr el riesgo que le hace sentir bien.
—Sólo si quieres —dice Kazia. No porque tenga dudas. Sólo quiere oír a
Lucien decir…
—No creerás cuánto lo deseo. —Lucien mete la mano entre los dos, su
mirada es ardiente mientras tantea a Kazia a través de sus pantalones.
Los nervios de Kazia están a flor de piel. La fricción y el calor nunca se
habían sentido tan bien. No se parece en nada a tocarse a sí mismo. No se
parece a nada que haya sentido antes.
Su respiración se acelera, pero Lucien no tiene prisa. Rastrea la polla de
Kazia a través de la tela, su atención llega incluso más profundo que sus dedos.
Kazia se mece en el agarre de Lucien. Está controlado por la necesidad y el
instinto, no por el miedo.
El pulgar de Lucien encuentra la cabeza de su polla, provocando un pulso
de semen. El placer y la urgencia tensan los nervios de Kazia. Tiene que ir más
despacio o esto acabará demasiado pronto.
Pero todo lo que puede decir es: —Lucien.
Y ya es demasiado tarde. Ahogando su gemido contra el hombro de
Lucien, Kazia se estremece en la mano de Lucien. El placer lo abrasa,
incinerando cada pensamiento. Todo recuerdo de dolor.
Los labios de Lucien le aprietan el cabello. —Joder, Kazia. Eso ha sido
tan jodidamente caliente.
Las palabras arrastran a Kazia de vuelta a la conciencia… y a la
humillación. Acaba de correrse en sus pantalones como un puto virgen. No
importa que sea virgen. No se suponía que fuera así.
Kazia esconde la cara contra el hombro de Lucien y murmura: —No te
burles de mí.
Los brazos de Lucien le rodean con fuerza. —Te lo digo en serio. Me
gustas tanto que me das miedo.
—Maldito lunático —murmura Kazia.

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—Lo sé, lo tengo mal —dice Lucien, la sonrisa es clara en su voz—. Eres
hasta lindo cuando me insultas.
Es la segunda vez que Lucien llama lindo a Kazia, está bastante seguro.
El hombre está claramente indispuesto.
Lucien sigue duro. Kazia debería hacer algo al respecto, aunque
probablemente lo estropee. Esperando que no se le noten los nervios, se
endereza. —Haré que termines.
Lucien lo besa de nuevo, dulce y lentamente. —Estoy bien. —Sonríe
cuando Kazia le mira dubitativo—. Siento que quizá sólo tenga una oportunidad
aquí, y no quiero que se acabe. Prefiero abrazarte un rato.
En su aturdimiento post-orgasmo, Kazia quiere hacer todo tipo de
promesas tontas. Pero también le gustaría que Lucien siguiera abrazándole.
—Marek tenía razón. Eres peligroso.
—Mira quién habla, mocoso. —Lucien le besa la frente. Sus labios son
suaves cuando toca la garganta de Kazia. El chasquido del metal resuena cuando
le desabrocha el collar.
Ligero y libre, Kazia sigue el tirón de Lucien y se apoya en su pecho. No
sabía que los latidos de un corazón pudieran ser tan fuertes.
—Tienes razón —dice Kazia en voz baja—. Enviaré una carta a Marek
con una condición.
Lucien acaricia el cabello de Kazia. —¿Cuál es?
—Tienes que incinerarlo si se acerca a mí.
La mano de Lucien se detiene. Luego continúa. —Puedo hacerlo.
Kazia sonríe y cierra los ojos. No se atreve a dormirse, pero puede
descansar aquí y olvidar el dolor durante un rato.

156
CAPÍTULO VEINTE.
Lucien.

Dos días después, Lucien observa el paso de Kazia y espera tener razón sobre la
clase de hombre que es Marek.
Están en el segundo salón de Kazia, el más elegante y poco utilizado.
Lucien descubre que los espacios privados son importantes para Kazia. Permitir
que la gente entre en las capas internas de sus aposentos se siente como una
amenaza.
Así que el segundo salón es mejor para la reunión de hoy. Sobre todo
porque, como dice Kazia, se enfadará menos si tienen que destruir esta
habitación.
—Te vas a quedar sin aliento para cuando lleguen —dice Lucien en el
decimoséptimo circuito de Kazia.
Kazia mueve el dedo. —Es de mala educación señalar cuando alguien
está teniendo un ataque de nervios.
—Lo siento. —Lucien se apoya en la mesa—. No aprendí buenos
modales en la pocilga.
No es lo correcto para decir. La cara de Kazia se fractura.
Tal vez eso signifique que es lo correcto, porque es otra cosa más que
tendrán que aclarar. Lucien medita sus palabras. No porque tema enfadar a
Kazia, sino porque quiere transmitir la verdad. —Me gusta hablar de mi familia.
Tenerlos cerca, en cierto modo. Mamá se habría reído con el chiste de la
pocilga.
Kazia no parece más contento. —Lo siento.
—¿Qué está mal? —Lucien dice, extendiendo la mano.
Kazia coloca su mano en la de Lucien. Con cuidado, como si estuviera
agarrando una serpiente. —Nada está mal.
Lucien acerca a Kazia unos centímetros más y espera.
—Deberías odiarme por ello, pero no lo haces —dice Kazia finalmente.
—Tengo muchas razones para odiarte, pero no esa —dice Lucien,
intentando sonreír.

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Kazia parpadea demasiado rápido. —Intento no pensar en lo que hace con
mi magia. Sé que no es culpa mía, pero desearía que la tormenta hubiera ido a
otro sitio aquella noche.
Lucien exhala. —Yo también. Ven aquí.
Tira de Kazia aún más cerca, y Kazia levanta la vista, cauteloso pero sin
miedo. La esperanza se posa recelosa en su rostro, y Lucien se queda atónito
ante lo fácil que es esto. Joder, ¿cómo es posible que nadie haya seducido antes
a este chico?
Lucien no puede permitir que nadie más sepa lo indefenso que está Kazia
ante el afecto.
Lucien no esperaba que las cosas fueran así. El pequeño ejercicio con el
collar, una estratagema desesperada y tremendamente inapropiada, sólo debía
ayudar a Kazia a confiar en él. Como persona, como mago, como compañero de
alta traición. El beso lo tomó por sorpresa, pero quizá no debió haber pasado.
Lucien no se va a quejar. No puede creer que Kazia le permita tomarle la
mano en este momento. Nunca ha sentido nada parecido a esta oleada de
adoración protectora.
Pero Lucien es codicioso. Quiere aún más. —¿Puedo besarte?
—¿Por qué? —Kazia mira hacia la puerta—. Quiero decir, supongo que
sí. Pero hazlo rápido.
A Lucien le encantaría demorarse, pero sólo necesita la más mínima
probadita para dejar a Kazia distraído. Una suave y superficial presión de labios,
y un picoteo extra en la nariz de Kazia, porque no puede resistirse. —No es
culpa tuya, pero es agradable que te importe.
Kazia arruga la nariz. —No soy agradable.
—Claro que no. Eres espantoso. —Lucien coloca un mechón de cabello
detrás de la oreja de Kazia…
La puerta se abre de golpe y el aire crepita con energía.
—¿Qué mierda estás haciendo? —exige Marek Stormrider desde la
puerta.
Lucien se paraliza. No hay respuesta aceptable a esa pregunta.
Kazia reacciona primero. Se gira, lanzando su cabello por encima del
hombro. —Nos preguntábamos de dónde venía ese horrible hedor. Hola, Marek.
Detrás del bulto que es Marek emerge Sei, con el cabello aún rosa y azul,
aunque las raíces le han crecido. —Hola, Kazia.

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—Hola, Sei. —Kazia se cruza de brazos—. ¿Podrías ponerle un bozal a
tu ladrador marido?
Las manos de Marek se flexionan a los lados. Sólo lleva una daga larga,
pero el aire está cargado de magia Dire contenida. Lucien se mueve frente a
Kazia, esperando cualquier movimiento brusco.
—Aléjate de Kazia —dice Marek.
Antes de que Lucien pueda moverse, Kazia le agarra la muñeca.
—Lucien no responde ante ti.
Lucien sonríe y se queda quieto. —Ya le has oído, Stormrider. No
respondo ante ti.
Sei se mete en medio de todo. —Marek, está bien. Lucien tiene el collar
puesto. —Sei no parece entusiasmado con el collar—. Kazia lo tiene bajo
control.
—¿Lo tiene? —pregunta Marek, y Lucien jura en silencio.
Marek es un soldado demasiado observador. Sabe cómo evaluar un
campo de batalla. Sei e incluso Kazia probablemente piensen que Marek está
exagerando, pero eso es sólo el instinto de Marek. Un soldado enemigo está
demasiado cerca de su hermano menor. ¿Se mueve Lucien de forma diferente
ahora que el collar y el pendiente no funcionan? ¿Alguna sutil distinción que lo
convierta en una amenaza?
Lucien no puede culpar a Marek, porque también está evaluando a Marek
y Sei como amenazas. Tendría que acabar primero con Marek, confiando más en
la velocidad que en la fuerza bruta. Uno contra uno, Lucien cree que podría
vencer a Marek, pero Marek tiene un grial. Tal vez una treta a Sei para distraer a
Marek, antes de enviar toda la fuerza de sus llamas.
Tan pronto como Kazia dé la orden.
Marek se dirige a Kazia. —Dile que haga algo. Haz que vuelva a besar tu
bota.
A Lucien eso le importa una mierda. Si ayuda a Kazia, claro. Pero Kazia
aprieta los labios. Mira a Lucien y luego a Marek. —No. Hoy llevo mis botas
bonitas.
A Lucien le importa una mierda… pero a Kazia sí, así que Lucien esta
poniendo fin a esto ahora. —Kazia te llamó aquí por una razón. Esto ya es
bastante difícil. No lo hagas más difícil.
—Vete a la mierda —murmura Kazia con una mirada envenenada.

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Sei señala a Lucien. —Estoy de acuerdo con el silaisano encarcelado.
¿Alguien quiere té? —Mira a su alrededor—. ¿Hay siquiera un juego de té en
este salón?
No hay juego de té. Marek y Sei se sientan juntos, Sei casi encima de
Marek a pesar que hay espacio de sobra, aunque el sofá de encaje parece un
mueble de muñecas debajo de Marek. Kazia se sienta al borde del sofá de
enfrente, tenso.
Una parte de Lucien quiere cancelar todo esto. Kazia se siente claramente
miserable. En lugar de eso, Lucien se agacha frente a él. —Hey. —Está de
espaldas a Marek y Sei, pero se arriesgará a un ataque por la espalda.
Tranquilizar a Kazia es más importante—. Puedes parar cuando quieras.
Pálido y aterrorizado, Kazia es el hombre más valiente y hermoso que
Lucien ha conocido. Todo lo que dice es: —Recuerda lo que prometiste.
Lucien aprieta la mano de Kazia y luego se aparta a regañadientes. Se
coloca a la izquierda de Kazia, donde puede vigilar a todo el mundo. —Para que
estemos de acuerdo, mariscal de ala, Kazia me ha ordenado que te mate si te
acercas a él. Recomiendo que permanezcas sentado.
Marek se queda quieto ante la amenaza. Luego le pregunta a Kazia:
—¿Ese pendiente es falso?
Kazia se revuelve el cabello. Su humor parece haber mejorado. —Hay
una forma de averiguarlo.
—No estropeemos los bonitos sofás —dice Sei esperanzado—. Ya temo
que de sólo sentarme en ellos se rompa el encaje.
—El encaje es una estupidez. —Kazia mira a Lucien, que tarda un
momento en darse cuenta que Kazia quiere que le tranquilice de nuevo. Sólo
cuando Lucien asiente, Kazia respira hondo y empieza.
No empieza por donde Lucien espera.
—Aliza siempre ha querido poder. —Las uñas de Kazia se clavan en el
encaje—. Está más dedicada a la Casa Dire que Imrik, y siempre ha sido
innovadora.
—Esa es una palabra para describirlo —murmura Marek.
Kazia se encoge de hombros. —Cuando quedó embarazada, quería hacer
de su hijo el mago Dire más poderoso de todos los tiempos. Los guías de parto y
los hechiceros le dijeron que no había forma de influir en la magia de forma
segura en el útero. O no les creyó, o no le importó. Comió piedra caliza durante
todo su embarazo.

160
—¿Ella qué? —Marek exige.
Lucien no puede haberlo oído bien. —¿Está jodidamente loca?
La piedra caliza ya es lo bastante poderosa y extraña. Lucien apenas se
está acostumbrando a estar en su presencia todos los días. No puede imaginar
consumirla.
—Hizo que su hechicero mascota la convirtiera en un elixir. —Kazia
sonríe sin alegría—. La piedra caliza líquida fue un invento genial pero, por
supuesto, Aliza la usó para la cosa más estúpida posible.
Sei se inclina hacia delante. —¿Fue Radovan?
—No, esto fue antes de Radovan. Aliza mandó matar a este después de
que resultara en… —Kazia mira a Lucien con clara desesperación.
Ignorando a Marek y Sei, Lucien se acerca al sofá y toma la mano de
Kazia. Los delgados huesos de Kazia casi vibran por la tensión, hasta que se
relaja en el apretón de Lucien. El gesto revela demasiado, pero Lucien se siente
demasiado abrumado de que Kazia esté dispuesto a pedir ayuda. A cualquiera, y
mucho menos a él. Ya se ocupará del enfadado hermano mayor más tarde.
—Tal vez si yo hubiera tenido la magia Dire, la piedra caliza habría
funcionado como ella quería —continúa Kazia—. O tal vez habría salido peor.
Pero yo no era un mago. Era un grial.
Lucien vuelve a dirigir su atención alrededor, para ver las reacciones de
Marek y Sei. Sei parece suave, vacilante. —En cierto modo pensé que podrías
serlo. Sigo sin entender por qué era un secreto.
—Porque eso no es todo, ¿verdad? —dice Marek, con sus ojos violetas
intensos.
Kazia vuelve a estar rígido. Lucien quiere llevárselo de aquí. Quemar el
castillo hasta las cenizas a su paso.
—La piedra caliza me hizo… mal. —Kazia traga saliva y agacha la
cabeza—. ¿Puedes decir el resto, Lucien? No creo que pueda.
Lucien frota círculos en la palma de la mano de Kazia, sin reparar en la
atención de Marek. —Típico, haciéndome hacer todo el trabajo.
Kazia le recompensa con un pequeño respingo. Casi una sonrisa.
Lucien mira a Marek a los ojos. —Al poder de Kazia se accede a través
del dolor, y sólo a través del dolor. Para usar su magia, un mago tiene que
hacerle daño.
Sei comprende primero, tapándose la boca.

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Cuando Marek vuelve a hablar, su voz es más lenta, controlada. —Kazia,
¿es eso cierto?
Kazia se encoge contra el costado de Lucien.
Lucien responde en su lugar. —Su poder es un secreto porque le han
enseñado que cualquier mago que lo descubra le hará daño. —Lucien se prepara
para moverse. Para destensarse, con suerte—. Igual que Imrik y Aliza le
hicieron daño.
Marek no explota como Lucien espera. Se limita a mirar fijamente y en
silencio entre los dos, a sus manos enlazadas. —Kazia, me gustaría hablar
contigo a solas.
Kazia aprieta la mano de Lucien con fuerza suficiente para cortar la
circulación.
La advertencia no es necesaria. Y una mierda si Lucien va dejar a Kazia
solo con otro mago. —Eso no va a pasar.
Marek no parece sorprendido. —Entonces me gustaría hablar contigo a
solas, Lucien.
Un mejor plan, aunque Lucien odie la idea de soltar la mano de Kazia.
—¿Kazia?
Kazia se desenrosca y le dice a Marek: —No puedes hacerle daño. Es
mi… prisionero.
—Sólo vamos a hablar —dice Marek, aunque la promesa claramente le
duele.
Sei se levanta, recompuesto de su conmoción. —Kazia y yo iremos al
otro salón. Creo que nosotros también deberíamos hablar.
El suspiro disgustado de Kazia suena más propio de él. —De acuerdo.
—Retira la mano y mira entre Lucien y Marek—. No destruyas el salón a menos
que sea necesario, ¿bien? O lo que sea. Me importa una mierda.
Sale de la habitación dando un portazo. Sei le da un beso en la mejilla a
Marek y le sigue.
El silencio resuena a su paso.
El aire es claro, sin la inminente presión de la magia de la tormenta. El
rostro de Marek se endurece, sin una mueca evidente, sólo la intensificación de
las líneas de la risa en algo más áspero. Es más joven que Lucien, pero parece
más viejo que sus años.
—Al principio no quería usar a Sei —dice Marek—. Tenía miedo de
hacerle daño.

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Lucien se echa hacia atrás. El encaje rígido pica a través de su uniforme
de sirviente. —Tu padre no tiene miedo de eso.
—¿De verdad le están haciendo daño? —Marek pregunta.
—Cada vez que Imrik blande una tormenta en la frontera.
Marek es mariscal del cuerpo de dragones de Draskora. Incluso cuando
no está estacionado en la frontera, sabe cuántas tormentas ha habido desde que
comenzó esta guerra.
—Entonces tenemos un rey que matar —dice Marek simplemente.
Más fácil de lo que Lucien esperaba. Pero tiene sentido. Como mago
Dire, Marek conoce mejor que nadie la fuerza de su padre. Conoce el
temperamento de Imrik. Medidas a medias como el encarcelamiento no
funcionarán.
—Kazia tiene un plan para eso —dice Lucien. Sólo discutirá lo que él y
Kazia ya acordaron decirle a Marek—. Un plan bastante mejor si contamos con
el apoyo del cuerpo de dragones.
—Lo hablaré con él cuando se haya calmado. —Marek se frota la barba
con la mano y se levanta. Lucien se tensa, pero Marek se mueve, como si ya no
pudiera permanecer sentado—. Ojalá me lo hubiera dicho. Ojalá me hubiera
dado cuenta.
Lucien también tiene ganas de moverse, pero no quiere asustar a Marek.
—Ha hecho todo lo posible para que no te dieras cuenta. Para mantenerte a
distancia. A ti, al príncipe Vana y a todos los demás magos de tu maldito país.
—Excepto tú —dice Marek, con una mirada de reojo.
Lucien prefiere no tener esta conversación. —A mí también me mantiene
a distancia.
—Claro. —Marek señala—. ¿Desde cuándo es inútil ese collar?
Lucien se sienta, con la magia preparada. —Ni idea de lo que estás
hablando.
—¿Qué llevas en el bolsillo? —pregunta Marek.
Joder. Lucien se impide tocar la llave de plata.
—Le vi palmear esa ficha en el salón de banquetes —dice Marek. Pero su
magia permanece en silencio y no parece enfadado. Sólo pensativo—. Kazia te
dijo que era un grial antes que a mí. ¿Por qué?
Lucien se encoge de hombros contra el incómodo sofá. —Porque yo
estaba allí. Porque el abuso está empeorando, y yo era el único lo bastante cerca
como para verle quebrarse.

163
Marek ladea la cabeza. —No creo que sea eso, pero lo que importa es
esto. —Su mirada es mortalmente seria—. Estoy dispuesto a matar a mi propio
padre por esto. Si te atreves a respirar en Kazia, eres el siguiente.
Una declaración elogiable. Lucien se abstiene de mencionar que ya ha
hecho mucho más que respirar sobre el hermano pequeño de Marek.
—Entendido, Stormrider —dice Lucien con una sonrisa—. Pero antes de
que nadie mate a nadie, necesito un favor.

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CAPÍTULO VEINTIUNO.
Kazia.

Distante y tembloroso en su propio cuerpo, Kazia se acurruca en su sillón, con


las botas sobre los cojines. La preocupación le punza a través del
entumecimiento. Más vale que Marek no haga daño a Lucien.
Y joder, dejando a un lado la charla sobre incineración, Kazia se enfadará
si Lucien hiere también a Marek.
Sei deja reposar la tetera encantada y acerca otra silla. Se sienta
correctamente, con las manos cruzadas, como si siguiera siendo el mismo grial
dolorosamente educado. —Cuando llegué por primera vez a Ostomar, pensé que
eras un imbécil.
Kazia se encoge de hombros. —Sabías juzgar bien a la gente.
—Estaba completamente perdido —dice Sei, con una seriedad
nauseabunda—. Cuando estoy en una situación estresante, lo compenso con
cortesía. Tú pareces hacer lo contrario.
—Mentira —dice Kazia—. Siempre soy un imbécil.
—Siempre estás en una situación estresante —señala Sei en voz baja—.
Pero a veces yo tengo que ser grosero, y a veces tú tienes que ser amable.
A Kazia le duelen los brazos y los hombros. Estresante es una palabra
para describirlo. —Me gustó la vez que le tiraste la cerveza a Marek.
Sei se ríe. —Mal ejemplo. En realidad resolvimos ese incidente con
palabras. —Su sonrisa se ensancha—. Y otras cosas.
Kazia no quiere oírlo. Sei y Marek son enfermizamente cariñosos. Lo
cual ya sería asqueroso de por sí, pero a Kazia le molesta aún más teniendo en
cuenta que Sei es un grial y Marek un mago. —Antes de conocerte, nunca
imaginé que alguien pudiera ser feliz como grial. Pensé que estabas fingiendo.
—No se supone que duela —dice Sei, retorciéndose las manos—. Tus
padres… ¿no intentaron curarte?
Kazia odia y a la vez ansía la expresión de dolor en el rostro de Sei. Se
siente expuesto bajo la compasión, aunque hay una satisfacción enfermiza en
ver reconocido su dolor.

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Pero Sei no lo entiende. Su definición de arreglo no es la misma que la de
Kazia. Sei habla de curar de la misma forma que su madre solía hacerlo:
cambiando a Kazia para que su magia pudiera tomarse sin dolor.
Eso sería mejor, pero Kazia sigue sin quererlo.
—Aliza tenía muchas ideas. —Kazia retuerce una de las muchas hebillas
de sus botas—. Sin embargo, Imrik la detuvo. Temía que más experimentos me
arruinaran aún más.
Pequeñas cosas por las que estar agradecido.
—Seguro que se puede hacer algo. —Sei se ilumina—. Podría ver si el
Gremio de Porcelana tiene alguna investigación. Por supuesto, no les diría que
es para ti.
—No —suelta Kazia, e intenta contar hasta diez. Llega a tres—. No
quiero ser un grial en absoluto. Aunque no me doliera, no quiero que nadie me
utilice.
Sei se marchita, luego se levanta para servir el té. Parece más maduro que
antes. Kazia solía pensar que Sei era más joven, aunque en realidad Sei es unos
años mayor.
Eso no es todo. Kazia pensaba en Sei como una versión más estúpida e
inocente de sí mismo. Si nunca le hubieran hecho daño. Si las cadenas de ser
grial fueran tan suaves que nunca se hubiera dado cuenta de que estaba
atrapado.
Pero Sei no es como Kazia. Ser un grial ni siquiera es una jaula para él.
Sei vuelve a sentarse, con el vapor saliendo de su taza. —¿Sabías que
Radovan usó un collar de control conmigo?
Kazia da un respingo. —No me sorprende.
No conocía los detalles. Ni siquiera estaba seguro de que Radovan
intentaría secuestrar a Sei. Lo ideal era que Marek detuviera las cosas antes de
que llegaran demasiado lejos, pero Kazia había estado consciente de los otros
resultados.
Había metido la idea en la cabeza de Radovan a pesar de esas
posibilidades.
—Esa fue la parte más aterradora —dice Sei, sin avergonzarse de admitir
su miedo—, la pérdida de control. El momento en que me di cuenta de que a
Radovan no le importaba lo que yo quería. Con Marek, confío en que dejará de
usar mi magia si yo lo digo.

166
Kazia conoce ese miedo. Lo vive cada vez que Aliza lo invoca. Se lo
infligió a Lucien durante semanas. —Lo siento.
Sei sopla el vapor de su taza. —La disculpa es bienvenida, pero tú no
hiciste que Radovan me secuestrara. Tuvo todas las oportunidades para no
hacerlo.
—Yo le di la idea —dice Kazia, poco dispuesto a renunciar a la
responsabilidad.
—Tenías una razón, recuerdo —dice Sei—. El misterioso y exitoso
experimento de Radovan. ¿Estaba relacionado contigo?
Kazia sacude la cabeza. —Él sabía lo que yo era, pero Imrik no dejó que
él y Aliza experimentaran conmigo.
Sei hace una pausa como si se recompusiera antes de dar un sorbo a su té.
—Eso está bien. Creo.
No está bien. El experimento de Radovan fue peor que eso. Pero eso es
irrelevante ahora. Kazia se deshizo de Radovan y quemó sus notas. Ya nadie
tiene que preocuparse por eso.
Kazia se despliega lo suficiente como para agarrar su taza de té, luego la
vuelve a dejar. La gira sobre el platillo. —¿Crees que se están asesinando entre
ellos?
—Seguro que Marek y Lucien mantienen una conversación civilizada.
—Sei deja el té y endereza los hombros, como si se preparara—. Lucien Vaire
es un mago, ¿sabes?
Kazia se tensa. —Lo sé perfectamente.
—¿Estás a salvo con él? —pregunta Sei.
Una pregunta que Kazia se ha hecho una y otra vez desde el día en que
puso ese collar alrededor de la garganta de Lucien. Pero, por primera vez, está
seguro de la respuesta. —Sí.
Tiene que estarlo.
—Estoy seguro de que no tengo que decirte que tengas cuidado —dice
Sei—. Es silaisano y eso importa, por mucho que le gustes.
Kazia no puede evitar inclinarse hacia delante. —¿Crees que le gusto?
¿Cómo puedes saberlo?
La boca de Sei se abre, luego se cierra. —¿Tengo ojos?
Un golpe en la puerta interrumpe las importantes preguntas de Kazia. Se
prepara para más entrevistas, enfrentamientos y expresiones complicadas. Pero

167
sólo tiene que sobrevivir a un minuto más de miradas incómodas y acuerdos
para verse por la mañana. Entonces, Marek y Sei se van.
Kazia está solo con Lucien. Toda su energía nerviosa se desvanece,
dejándole frío y vacío.
Hasta que los brazos de Lucien se cierran a su alrededor.
—Has sido muy valiente ahí dentro —murmura Lucien por encima de su
cabeza.
Con los ojos escocidos, Kazia se aferra a él. Le tiemblan los hombros y,
cuando la camisa de Lucien se humedece bajo su mejilla, Lucien no dice nada.
Se limita a acariciar el cabello de Kazia y a abrazarlo.
Más tarde, cuando los ojos de Kazia están secos, escribe una carta a Vana.

168
CAPÍTULO VEINTIDÓS.
Lucien.

Con la ansiedad pisando sus talones, Lucien llega al nido de dragones. Aún no
ha amanecido y las sombras persistentes son frías a través del cuero de montar
de Lucien. El equipo no le queda del todo bien, pero es cómodo de llevar. A
Lucien también le es cómodo no tener el peso del cuello. Dejó el collar en los
aposentos de Kazia, porque no quiere encontrarse con su dragón encadenado.
Salarin se queda en la entrada, con clara desaprobación. No cree que
Lucien deba abandonar el palacio, ni siquiera bajo la supervisión del príncipe
Marek. Sobre todo sin llevar el collar.
La parte nerviosa de Lucien está de acuerdo, aunque por razones
diferentes. No puede evitar preocuparse de que dejar solo a Kazia sea un error.
Pero la reunión de hoy ha tardado mucho en llegar y, por eso, Lucien no
está ansioso en absoluto.
Tres sombras oscuras aguardan en la amplia cornisa, una de las cuales
sobresale por encima de las demás. Loska es el dragón más grande que Lucien
haya visto jamás. Apenas puede distinguir a Marek y Sei hasta que se acerca.
Sei parece muy alerta, mientras que Marek parece somnoliento.
—Hola, su Alteza. Ayudante Sei. —Lucien tiene la intención de
comportarse lo mejor posible hoy. Marek no tiene que ayudarlo. Probablemente
no debería ayudarlo—. Encantado de conocerte de nuevo, Loska.
La enorme cabeza de Loska se acerca. Sus brillantes garras son aún más
enormes de lo que Lucien recuerda de su último encuentro lamentablemente
íntimo.
Pareces muy ordinario, retumba Loska dentro de sus cabezas. No
entiendo por qué Tezurit está tan interesada en ti.
Marek se ríe entre dientes. —¿Estás celoso? ¿Es Tezurit tu nueva
enamorada?
No seas absurdo. Tezurit es un niña pequeña, de apenas cinco décadas.
Las rocas suenan con el movimiento de la cola de Loska. Prefiero dragones
mayores.
—¿Qué pasa con Yavran? —Sei pregunta—. Yavran es más joven que tú.

169
Loska baja al suelo, poniendo el arnés al alcance de su mano. Debes de
estar equivocado. El violento ingenio de Yavran sólo puede provenir de una
mente madura. Hablando de Yavran, sus ojos son agudos. Deberíamos partir
pronto.
Marek reparte cascos. Lucien toma el suyo, con el corazón palpitante.
Espera que Kazia esté bien. Espera que Kazia crea que volverá.
Mientras sube por el arnés, otra voz se cuela en su cabeza. Ligera,
familiar, curiosa.
Loska dice que vienes a verme. Has tardado bastante.

El amanecer transforma el paisaje cuando aterrizan en el río arcoiris. Las aguas


resplandecen en dorado, rojo y violeta, con toques de verde y azul danzando
bajo la superficie. Lucien está al borde del acantilado, casco en mano,
asombrado. No había visto tanto color desde que llegó a Draskora. El
espectáculo rivaliza con los mejores jardines de Sandrelle.
—Sin nadar —dice Sei—. El agua es muy venenosa.
—Eso tiene mucho más sentido —dice Lucien. Pero los bellos venenos
no importan cuando la presencia familiar de Tezurit le atenaza la mente.
No es un mensaje deliberado. Es la misma onda mental que Lucien sintió
en la frontera. La pregunta sin palabras de un alma aventurera que trajo a Lucien
aquí. Escuchar esa pregunta fue un error. Un desastre. Lo mejor que Lucien ha
hecho.
En lo alto, las escamas blancas y doradas brillan al amanecer.
—Habla todo lo que quieras, pero no te vayas volando —dice Marek—.
Te llevaré de vuelta a Ostomar al mediodía, aunque Loska tenga que traerte
entre sus dientes.
Oh, no. Eso sería terrible, dice Loska alegremente.
Por alguna razón, Sei parece un poco mareado.
—No dejaré que Kazia se preocupe —dice Lucien.
Marek le mira. —Me refería a una cuestión de seguridad nacional. Pero
eso también está bien.

170
Lucien se abstiene de asegurar a Marek que no ha respirado sobre Kazia.
Sabe lo poco convincente que sería. Entonces, la figura que rueda por encima
empieza a descender y Lucien deja de prestar atención a alguien más en el
acantilado.
Tezurit aterriza suavemente, sin apenas remover la tierra. Es una criatura
de elegantes líneas doradas, cada parte de ella en perfecto equilibrio. Pequeña
para un dragón, quizás un tercio del tamaño de Loska. Como mucho podría
llevar a dos jinetes. Sus escamas brillan con el amanecer, blancas y doradas
reflejando el arcoiris de las aguas, y sus ojos son oscuros como un cielo
estrellado.
Con las alas sueltas, Tezurit está lista para salir volando en cualquier
momento. Pero se queda quieta mientras Lucien camina solo.
—Hola, Tezurit —dice Lucien.
Su cabeza se inclina hacia arriba. Eres más pequeño de lo que esperaba.
Lucien se detiene a tres metros. Tiene que levantar la cabeza para mirarla
a los ojos. —Siento decepcionarte. Puede que tus expectativas sean demasiado
altas.
No lo creo. Tu alma es tan brillante. Ilumina más el cielo de lo que
esperaría de una persona tan insignificante.
A Lucien no le han llamado insignificante desde… bueno, nunca. Sonríe.
—¿Es eso lo que te atrajo de mí? ¿Mi brillo?
Sí, eres brillante.
—No tan brillante como tú —dice Lucien.
Su voz mental suena complacida. Por supuesto. Soy la más gloriosa.
La presencia de Tezurit resuena en Lucien. Es como ninguna magia que
haya sentido antes. Ni un compartir ni un tomar. Sólo una conexión. Rakos dice
que la unión con un dragón puede intensificar el poder de un mago y el poder
del dragón también. Explicó porque los dragones se unen: estabilidad.
Compañerismo. Pero es difícil imaginar a una criatura como Tezurit necesitando
a un humano.
Excepto que hay fuerzas más grandes que cualquiera de ellos que
necesitan ser detenidas. Todo el mundo necesita ayuda a veces.
—Si no quieres estar unida, deberías irte —dice Lucien.
Se pregunta si Marek intentará impedirlo. Pero no se oye nada detrás de
él y Lucien no puede apartar la mirada de Tezurit.

171
Un suspiro cálido recorre la cabeza de Lucien. Como humo, pero
perfectamente claro. ¿Vas a detener la lucha?
Lucien ha pasado los últimos diez años averiguando cómo ganar una
guerra. Ahora todo lo que quiere es terminarla, no importa de qué lado esté. —O
morir en el intento.
La aprobación resuena entre ellos. Entonces yo también ayudaré y
apostaré mi vida en ello. Además, tengo curiosidad por saber si un vínculo te
ayudará a responderme desde lejos. Llevar toda la conversación es fastidioso.
Lucien siempre imaginó a los dragones como una abstracción. Le
obsesionaba cómo podría utilizarlos. Arma y estrategia contra un enemigo
peligroso. Pregúntale hace cinco años, hace cinco meses, qué clase de dragón
querría para él, y habría respondido: cualquier dragón.
Pero Tezurit no es un dragón cualquiera. Es su propia persona. Ahora que
Lucien la ha conocido, es la única dragón que quiere.
Lucien extiende la mano y Tezurit baja la cabeza. Su elegante hocico
presiona la palma de su mano.
El mundo se estremece, un arcoiris de luces brilla tras los elementos de la
existencia. El alma de Lucien se retuerce y luego se acomoda en su sitio.
¿Me oyes? pregunta Lucien.
Una ráfaga de alegría. La luz del sol sobre las nubes. Alegría más
brillante que las aguas del arcoíris, sin ningún veneno en ella.
Todo parece posible.

172
CAPÍTULO VEINTITRÉS.
Kazia.

Sentarse a la mesa con sus padres es surrealista. Cuatro días más y Kazia no
tendrá que volver a hacer esto. En este mismo momento, los otros conspiradores
están terminando el plan en el despacho de Kazia. Lucien, Marek, Sei y Salarin.
A Salarin no le entusiasmó la inclusión de Lucien, pero la participación de
Marek la tranquilizó.
La conspiración se extiende también más allá de las fronteras. La semana
pasada, Kazia se tragó su orgullo y le escribió a Vana. No mencionó el poder de
grial ni los abusos. Poner por escrito esos detalles es demasiado arriesgado. Pero
Vana estaba más que encantado de ayudar, especialmente con la garantía de
Marek de que la conspiración era legítima.
Atraer a Vana a un falso intento de golpe de estado suena como algo que
Kazia haría.
Ahora, una pequeña flota de barcos de Tavoc y Kaiskara se dirige a aguas
draskoranas. No para atacar, sólo para llamar la atención hacia el sur. Con la
mayor parte del ejército ya concentrado en las fronteras occidental y norte,
Ostomar estará mínimamente defendida.
Cuatro días más. Hasta entonces, Kazia tiene que sentarse
obedientemente en la mesa de su padre, como si todo fuera normal.
Aliza picotea su cena, la mayor parte de su concentración dedicada a su
destartalado libro encuadernado en cuero. Su buen humor no es sutil. De vez en
cuando, emite un pequeño zumbido de satisfacción.
Lo que deja cualquier conversación a su marido e hijo.
—Me sorprende que no te hayas cansado de tu prisionero mascota —dice
Imrik.
Kazia llena su copa de vino ya que Aliza no mira. —Es muy divertido.
Sigue tan enfadado por estar aquí.
Imrik no levanta la vista de su pollo. —Puede que no esté aquí por mucho
más tiempo.
Kazia cubre sus nervios con un mohín infantil. —Dijiste que podía
quedármelo, padre.
—He dicho hasta que concluyan las negociaciones.

173
Lo que Kazia había pensado que significaba para siempre. Es imposible
que el rey Imrik y la reina Margot lleguen a un acuerdo satisfactorio. —¿No
puedes alargar las negociaciones? ¿Sólo un poco más?
Imrik se ríe. —Te dejaré recorrer la cárcel y podrás elegir entre los demás
prisioneros. Intenta no elegir a un mago esta vez. Es toda una carga para la
seguridad.
Kazia no puede presionar demasiado. —Gracias, padre. —Desesperado
por cambiar de conversación, Kazia mira a Aliza. El libro le resulta familiar. Es
el mismo que ella tenía la noche que apenas le curó—. ¿Qué estás leyendo,
madre? ¿Es bueno?
Aliza sonríe con una alegría alarmante. —Es excelente. Justo lo que
quería. Una copia de las notas de investigación de Radovan.
Kazia se queda frío. No puede haber oído bien. —Pensé que todas sus
notas habían desaparecido. Las estabas buscando.
—¡Y las encontré! —Aliza da un golpecito al libro—. Encontré este
ejemplar en mi pabellón de caza. Qué suerte tan maravillosa que se me ocurriera
buscar allí.
Con una sonrisa soñadora, vuelve a la lectura, mientras la mente de Kazia
da vueltas a su conmoción. La historia del pabellón de caza sólo pretendía alejar
a Aliza del palacio durante unos días. Nunca imaginó que Radovan hubiera sido
tan estúpido como para dejar notas allí.
Kazia no puede esperar cuatro días. Tiene que actuar ya.

—Cambio de planes. —Kazia cierra la puerta del salón tras de sí—. Nos
moveremos mañana.
Lucien se levanta de la mesa de un salto. —¿Qué pasa?
Kazia quiere besarle. Quiere saltar a los brazos de Lucien y dejarse llevar.
Ser besado, abrazado y cualquier otra cosa que Lucien le dé, hasta que ya no
pueda pensar ni temer.
Pero no están solos. Marek mira desde su asiento, con Sei observando
fascinado detrás de él. Salarin está cerca, resignada. Y en el cuarto asiento…

174
—¿Quién es ése? —pregunta Kazia, señalando al hombre con mechones
rojos en el cabello.
—Es Whisper —dice Lucien.
Whisper se levanta pero no se inclina. El suyo es el rostro más tranquilo
del cuarto. —Es un placer conocerle, su Alteza.
—Encantado —dice Kazia, luego se gira hacia Lucien—. ¿Qué está
haciendo aquí la pareja de Julien Sandry?
—Está ayudando. —Lucien aprieta la mano de Kazia. Sus brillantes ojos
azules se enfocan como si Kazia fuera el único en la habitación—. Whisper sabe
lo que estamos haciendo, no el por qué. No se lo diría a nadie. Pero Whisper
será útil.
Kazia tiene que creer en Lucien. No tiene tiempo para discusiones
insignificantes. O incluso discusiones bastante serias sobre espías silaisanos.
—Marek, ¿estás listo con el cuerpo de dragones?
—Sí, pero las naves de Vana no están en posición. —Marek parece
dividido entre centrarse en Kazia y la mano de Lucien.
—Los barcos han sido localizados —dice Kazia—. Eso tendrá que ser
suficiente, aunque el ejército costero no haya terminado de reposicionarse.
—Esto ya va muy rápido, —dice Marek razonablemente—. Sólo tenemos
una oportunidad y tenemos que hacerlo bien.
Kazia quiere gritar. Va rápido para Marek y todos los demás en este
cuarto. Excepto para Kazia, que ha esperado demasiado. Estaría dispuesto a
esperar cuatro días más, si no fuera por ese maldito libro.
—¿Qué ha cambiado, Alteza? —pregunta Whisper.
Kazia mira a Lucien. —¿Puedo confiar en él?
Lucien se lo piensa antes de responder, —Sí.
—De acuerdo. —Kazia desliza de mala gana su mano del agarre de
Lucien—. Soy un grial, es una mierda, y no quiero hablar de ello. Aliza tiene
una filacteria de mi sangre, por lo que el plan comienza con irrumpir en sus
aposentos. Lucien, ¿puedes traerme una rata?
Whisper parece sombrío, Salarin parece aturdida.
Lucien es el único que habla. —¿Qué rata?
—La que quiera salir —responde Kazia. Sólo hay cuatro sillas en la
mesa. Kazia toma descaradamente la que ha dejado libre Lucien. Aún está
caliente por el calor corporal de Lucien, lo que es raro que Kazia note. Más raro

175
aún que lo disfrute. Se queda mirando los mapas hasta que Lucien pone una rata
sobre la extensión pintada de las islas del sur.
Kazia alarga la mano y la rata olisquea con sus bigotes que le hacen
cosquillas en los dedos.
—Este es Big Fish10 —dice Kazia—. ¿Ves cómo sus pequeños parches
lavanda parecen escamas de pescado?
De pie detrás de Kazia, Lucien le aprieta los hombros. —Por supuesto.
—Si tú lo dices —dice Marek dubitativo.
Kazia se inclina hacia Lucien. Este secreto es más fácil de revelar que el
anterior: no es suyo. —Little Fish11 tiene marcas similares, pero es más
pequeña. No le gusta salir de la colonia. —Kazia acurruca a Big Fish contra su
pecho. Hoy está dócil, feliz de que la abracen—. ¿Alguno de ustedes sabe
cuánto viven las ratas?
—Alrededor de tres años cuando son mascotas, menos en estado salvaje
—dice Salarin. Cuando todos se vuelven hacia ella, se encoge de hombros—.
Mi primo solía tenerlas.
—Así es —dice Kazia—. Pero vi estas ratas por primera vez en el
laboratorio de Radovan hace seis años.
Marek frunce el ceño. —Pero no son las mismas ratas, ¿verdad? Es la
siguiente generación.
Kazia acaricia el suave vientre de Big Fish. —Hay dieciocho ratas en la
colonia. Son estériles, y reconozco a cada una de ellas por sus marcas. Lo que
significa una de dos cosas.
Lucien aparta las manos y se apoya en la mesa junto a Kazia. —¿Tienen
una mayor esperanza de vida?
—O son inmortales —dice Kazia.
La mesa se queda en silencio hasta que Marek maldice en voz baja. Por
supuesto que él lo entiende primero. Es quien mejor conoce a Imrik. —¿Así que
todos los planes de Vana eran para nada?
Kazia asiente. —Imrik nunca iba a nombrar un heredero. Nunca tuvo la
intención de necesitar uno.
—Joder —dice Marek—. Eso tiene demasiado sentido.
—No, eso no tiene sentido —dice Lucien, frunciendo el ceño—. ¿De qué
estás hablando?
10
Gran pez.
11
Pequeño pez.

176
Kazia se levanta y devuelve a Big Fish a Lucien. Está demasiado ansioso
para quedarse quieto. —Imrik y Aliza no se conforman con una vida de tiranía.
Yo pensé que era un objetivo imposible hasta que me fijé en las ratas. Entonces,
empecé a hablar con Radovan, porque… —Kazia vacila—. Porque este mundo
no debería sufrir más de mis padres de lo necesario.
Marek se reclina en su silla. —El año pasado, Radovan tuvo un gran
avance.
Kazia no puede sentirse mal por lo que le hizo a Radovan. El hombre
eligió seguir esa investigación maldita. Incluso el arrepentimiento de Radovan
al final fue sólo por su propio pellejo. Aliza Dire nunca ha recompensado el
progreso científico.
—Lo que funcionaba con las ratas no funcionaba con los humanos —dice
Kazia—. Radovan tardó años en descubrir el ritual, pero al final era muy
sencillo. Todo lo que necesita es sangre.
—¿Cuánta sangre? —Whisper pregunta en voz baja.
—El valor de una vida. —Kazia mira alrededor de la mesa—. Mi padre
ya es un parásito. Me niego a dejarle vivir para siempre, drenando la vida de
otras personas.
El silencio es diferente esta vez. Allí está el horror que Kazia espera: cada
una de estas personas tiene principios. Pero Kazia esperaba dudas. Rechazo. En
cambio, Lucien y Marek y todos los demás le creen.
Kazia no está acostumbrado a que le traten con respeto. —Me deshice de
Radovan y quemé su investigación, pero hoy me he enterado de que Aliza ha
encontrado otra copia. No sé lo cerca que está de un ritual exitoso, pero cada
momento que esperamos, el riesgo aumenta.
Una mano cálida le cubre el hombro. Lucien mira hacia abajo,
sosteniendo a Big Fish contra su pecho. —Entonces actuaremos mañana.
—El mismo plan que antes, menos la flota del príncipe Vana —dice
Salarin, recuperándose bien a pesar de la lluvia de revelaciones—. Nuestras
posibilidades no serán mucho peores.
—Optimismo —dice Lucien—. Tenga un poco de puto optimismo,
capitán.
La expresión de Salarin no cambia.
El mismo plan que antes. Kazia y Lucien rompen la filacteria, luego
Salarin escolta a Kazia fuera del palacio. Marek mantiene el cuerpo de dragones

177
en lo alto, privando a Imrik de refuerzos. Y Lucien y su dragón asesinan al rey y
a la reina.
Han repasado el plan exhaustivamente. Velocidad y sorpresa sobre
potencia bruta. La confianza de Lucien es estimulante. Pero ahora, en vísperas
del cataclismo, la temeraria determinación de Lucien no es emocionante. Es
aterradora.
Kazia no puede vivir con ese terror.
Se aclara la garganta. —En realidad, quiero quedarme mañana.

178
CAPÍTULO VEINTICUATRO.
Lucien.

—Absolutamente no —dice Lucien con la mayor severidad posible mientras


acuna contra su pecho a una rata peluda.
Marek se cruza de brazos. —Odio estar de acuerdo con Lucien, pero
estoy de acuerdo con Lucien. Rotundamente no.
Los labios de Kazia se afinan. No es un capricho ni una rabieta, habla en
serio, como lo ha hecho toda la noche. Tiene esa misma brillantez aguda que
hace pensar a Lucien que, después de todo, podría ser un rey.
Normalmente, Lucien encuentra cautivadores esos momentos. Ahora, la
determinación de Kazia es un problema.
—Estás arriesgando tu vida por esto —le dice Kazia a Lucien, como si no
hubiera nadie más en el salón.
Lucien es consciente del riesgo, pero no puede dejar que Kazia se
preocupe por eso. —Dame algo de crédito, su Alteza. Soy jodidamente fuerte.
—Mi padre también. —Kazia parece translúcido. Quebradizo—. Yo
podría ayudar.
Lucien no se da cuenta de lo que significa ayudar hasta que Marek
maldice. Entonces la idea se estrella con la fuerza de las garras de un dragón.
—Absolutamente no —vuelve a decir Lucien. Cuando Kazia se queda
boquiabierto, Lucien se vuelve hacia el resto del salón—. Todo el mundo fuera.
Necesito hablar a solas con mi… captor.
Whisper recoge sus cosas y murmura: —Nunca volveré a aceptar una
misión de rescate.
Salarin parece decidida a ignorar todo lo que ella no quiere saber.
—¡Gran idea! Tenemos mucho trabajo que hacer. Alteza, estaremos listos al
amanecer. —Ante el asentimiento de Kazia, sale a grandes zancadas junto con
Whisper.
Sei espera en la puerta con cara de asombro, y Marek se detiene ante
Lucien. —Hazle entrar en razón.
—Eso pretendo —dice Lucien.
Kazia frunce el ceño. —Estoy aquí mismo, bastardo.

179
Marek levanta las cejas. —Oh, así que puedes escuchar.
Kazia hace un gesto grosero. Luego le arrebata a Lucien a Big Fish y se
marcha furioso a encerrarle.
Lucien rastrea los mapas hasta que los demás se han ido. Una fina línea
de tinta separa Draskora de Silaise. Si Lucien entrecierra los ojos, todo el
continente de Alantha parece ser una sola entidad, limitada únicamente por el
agua y la niebla.
Tezurit murmura en su cabeza, Así es como se ve desde los cielos.
Hay nostalgia en su voz, pero borrar fronteras no es tan sencillo. Lucien
tampoco cree que sea la solución correcta. Incluso desde los cielos, siempre se
sabe dónde empieza el territorio de otro dragón.
Eso es verdad. Somos malos compartiendo.
Lucien había pensado que el vínculo sería una adaptación, como aprender
a utilizar su magia. En cambio, Tezurit se desliza sin esfuerzo por las grietas de
su mente. Su alcance es mayor ahora, y Lucien la oye con más claridad.
Responder es tan sencillo como encender una vela.
Quien diría que crear un vínculo con un dragón sería más fácil que
manejar al pequeño príncipe que echa humo contra él. —No puedo correr y
esconderme cuando tú… quiero decir, cuando todos los demás están arriesgando
sus vidas. No si puedo ayudar.
—Puedes y debes. —Lucien se aparta del mapa—. Piensa en una partida
de aerie. ¿Envías a tus monarcas en la primera ronda, o los mantienes a salvo y
protegidos?
Kazia se cruza de brazos. —Juego con mis monarcas donde mejor puedo
usarlos. Como cualquier otra pieza.
Lucien hace un gesto de dolor. —Lo siento, metáfora equivocada. Olvidé
que juegas como un loco.
—No, es una metáfora maravillosa. —Kazia se abraza más fuerte, su
viciosidad se vuelve hacia dentro—. También hay un grial en el tablero. ¿Cómo
los usas?
Este juego parece interesante, dice Tezurit. ¿Hay dragones? ¿Son las
mejores piezas?
Lucien no puede seguir las dos conversaciones, no cuando Kazia está así.
Danos un poco de privacidad y te enseñaré más tarde.
Una nota de felicidad zumba entre ellos, antes de que Tezurit se
escabulla.

180
Sólo queda la fría náusea de Lucien. —No me pidas que te haga daño,
Kazia. No lo haré.
El ceño de Kazia no flaquea. —Estoy acostumbrado al dolor.
—Ese es todo el puto problema. —Lucien extiende la mano con cuidado
y atrae las manos de Kazia hacia las suyas—. Sé que no quieres que te utilicen.
¿De dónde viene esto?
Las manos de Kazia están frías al tacto. —Deja de ser tan jodidamente
razonable. ¿No puedes sólo discutir conmigo?
—Tú tampoco quieres discutir.
—Siempre quiero discutir. —Kazia mira hacia otro lado, como si fuera
otro secreto—. Sólo tengo miedo de que si me voy mañana, no volveré a verte.
Una maravillosa agonía ahonda entre las costillas de Lucien. Acerca a
Kazia y se inclina para besar el fruncido de sus labios.
Desesperado por corresponder al beso, Kazia enreda las manos en el
cabello de Lucien. Tiene que ponerse de puntillas, y el cuello de Lucien se tensa
para alcanzarle. Eso tiene solución. Lucien se rinde a la tentación y levanta a
Kazia por el culo.
Kazia chilla y se agarra con fuerza. Sus piernas se enganchan en las
caderas de Lucien, y él se ve bien así, aturdido y sin aliento. Soltarlo parece
imposible cuando Kazia se siente tan bien en sus brazos. Es tan pequeño y
ligero que Lucien podría cargarlo durante horas.
Lucien cree entender lo que quería decir Whisper, sobre ser incapaz de
amar a un país más que a Julien.
Este príncipe valiente y roto es la razón por la que Lucien no ha huido. La
venganza por sí sola no es suficiente para mantener a Lucien aquí. La vieja ira
es un combustible útil, pero mamá y papá no querrían que perdiera la vida por
su memoria.
Entenderían el amor y la lucha por un futuro mejor.
—No tengo intención de morir, pero será una dura lucha —dice
Lucien—. Será aún más dura si me preocupo por ti.
Kazia recorre los labios de Lucien. Su mirada recorre el rostro de Lucien,
como si intentara memorizarlo. —Eso no es tranquilizador. Si pasa algo, y mi
poder podría haber marcado la diferencia, eso vale un poco de dolor.
—Vales más que un poco de dolor, mocoso. —Lucien sonríe—. Confía en
mí. Esto es lo que se me da bien. Hay un riesgo, pero por eso tenemos un plan.
Y el plan necesita que estés a salvo. Necesito que estés a salvo.

181
Kazia se aferra un momento. —De acuerdo. Me iré mañana, pero con una
condición.
El alivio se instala en el corazón de Lucien. —¿Qué es?
La mirada de Kazia es tan aguda como siempre. —Tienes que follarme
esta noche.

182
CAPÍTULO VEINTICINCO.
Kazia.

Kazia aprieta su agarre, temeroso de que Lucien lo deje caer por el shock. O
peor, que la conmoción se convierta en rechazo. Kazia levanta la barbilla con
rígida compostura. —No tienes que parecer tan sorprendido.
—No lo estoy —dice Lucien inmediatamente. Su sonrisa vuelve, más
vacilante—. Bueno, estoy un poco sorprendido.
Joder, Kazia no debería haber hecho la proposición mientras Lucien le
retenía. Definitivamente no mientras Kazia se resiste a escapar.
—Era una broma. Por supuesto que no quiero tener sexo ahora —dice
Kazia con altanería—. Especialmente no contigo. Es decir, besas muy bien, pero
hablas demasiado de lo bueno que eres en la cama como para serlo realmente.
Además, eres súper viejo, así que necesitas descansar mucho antes de asesinar a
mis padres, y…
Lucien pone fin a las divagaciones de Kazia con un beso. Profundiza en
la boca de Kazia, y sus manos se desplazan bajo el culo de Kazia. Sus largos
dedos masajean suavemente los músculos hasta que Kazia se retuerce.
Cuando el beso termina, Kazia no recuerda lo que estaba diciendo.
—Fue una buena sorpresa. —A Lucien le brillan los ojos—. ¿Tienes
lubricante?
—Mesa de noche —respira Kazia.
Chilla cuando Lucien se pone en movimiento. Lucien lo carga sin
esfuerzo, y Kazia no quiere que lo dejen caer. El dormitorio está en penumbra,
medio iluminado por faroles, ninguno brilla tanto como Lucien.
La seguridad solía parecerse mucho a la soledad. Ahora, es Lucien
arrodillándose en la cama y haciendo caer a Kazia sobre el colchón. Los besos
los encadenan con cada respiración entrelazada.
Kazia nunca se ha follado a un hombre, pero sabe cómo funciona. Y lo
que es más importante, quiere todo de Lucien ahora mismo.
—Quítate la camisa —exige Kazia, tanteando los cordones de la camisa
de Lucien.

183
Lucien se ríe en otro beso, pero no como si se riera de Kazia. —Eso es
complicado cuando te aferras como una sanguijuela.
—Qué mal. Resuélvelo.
Pero, tras un forcejeo, Lucien se zafa lo suficiente como para quitarse la
camisa. Está guapísimo con poca luz. Sin moretones esta vez, desnudo
voluntariamente.
Kazia aún está reuniendo el valor para tocar cuando Lucien se desliza
fuera de la cama y fuera de su alcance.
—No has hecho esto antes, ¿verdad? —pregunta Lucien, agachándose
para desatar sus botas.
Kazia trabaja en sus propios zapatos. —No lo he hecho.
No tiene sentido alardear ni fanfarronear: Lucien le conoce demasiado
bien. Kazia nunca ha confiado en nadie lo suficiente como para acercarse tanto.
Nunca ha querido a nadie lo suficiente como para superar su miedo.
Y quizá sea una tontería, pero Kazia quiere que Lucien tenga cuidado con
él. Lucien sonríe como el sol, con las pecas bailando sobre los altos pómulos.
—Entonces felicitaciones, Alteza. Estás a punto de tener un primer polvo
increíble.
La arrogancia debe ser insufrible. Kazia no tiene suficiente. Cualquier
réplica muere en su mente tartamuda cuando Lucien se desabrocha los
pantalones.
—Está bien impresionarse —dice Lucien, deslizándose los pantalones por
las caderas.
Kazia se burla. —Si fueras tan impresionante, no necesitarías hablar
tanto.
Luego se queda en silencio. De acuerdo, está bien. La vista de la polla de
Lucien hace que Kazia se deslice en calcetines a buscar el ungüento.
Lucien lo atrapa en el camino de vuelta, inclinándose para darle un beso
superficial. Su cuerpo es un horno.
—Una pregunta —murmura Lucien, apartándose—. ¿Quieres que cambie
los pendientes?
—¿Qué quieres decir?
Lucien se toca la oreja. —Estoy usando el falso ahora, pero puedo
ponerme el auténtico, por si te hago daño accidentalmente. Así estarás seguro de
que no puedo quitarte la magia.

184
El primer instinto de Kazia es que sí, que le gustaría que Lucien llevara el
falso. Pero la reticencia ensombrece el rostro de Lucien, tan sutilmente que debe
de estar tratando de ocultarla. Reprimiendo cualquier respuesta impulsiva, Kazia
pregunta: —¿Qué opinas?
Lucien aparta un mechón de cabello de la cara de Kazia. —Creo que te
gusta esconderte detrás de esa máscara valiente y testaruda. Estás tan
acostumbrado a ser estoico. Me gusta la idea de sentir si te hago daño, para
saber que debo parar.
Kazia se tambalea en su sitio.
¿Usar su dolor para evitar hacerle más daño? A Kazia nunca se le había
ocurrido. Ni a nadie que haya estado tan cerca de él. Le cuesta hacerse a la idea.
Por alguna razón, le escuecen los ojos.
—No puedes simplemente decir una mierda así —susurra Kazia.
—No estoy diciendo ni la mitad. —Lucien besa por debajo de los ojos de
Kazia, apenas ahí y devorándolo todo—. Te pondrías furioso si supieras las
tonterías sentimentales que estoy pensando ahora mismo.
—Ya estoy furioso. —Kazia se aparta para limpiarse los ojos y vuelve a
inclinarse—. Ahora, fóllame. Sin pendiente anulador.
Lucien vuelve a besarle y echa un vistazo a la habitación. Todas las velas
y faroles se encienden, pero ninguno brilla tanto como el hombre que empuja a
Kazia hacia la cama.
Kazia deja que Lucien se pelee con su ropa. Cada botón y hebilla
innecesarios le dan a Kazia más tiempo para explorar el cuerpo de Lucien.
Kazia no puede creer que se le permita hacer esto.
No, Lucien no sólo permite su toque. Le da la bienvenida.
Las pecas son más tenues por debajo de la cintura de Lucien, pero siguen
presentes. Kazia traza una constelación en el muslo de Lucien, a través del
suave vello rojizo y dorado, hasta…
—Brazos arriba —dice Lucien, y arrastra la camisa de Kazia por encima
de la cabeza. Una vez libre, empuja a Kazia sobre la almohada. Besa el inicio de
una protesta de sus labios—. Dejaré que me masturbes en otro momento. Ahora
mismo, quiero correrme en tu adorable culo.
La promesa de otro momento borra cualquier queja. Kazia rodea el cuello
de Lucien con los brazos y se congela al chocar contra el cuero y el metal.
—Quítate también el collar —dice Kazia en voz baja.

185
Lucien vuelve a sentarse y busca la hebilla. —¿Por qué, querías llevarlo
en mi lugar?
Es una broma. Está claro. Pero para vergüenza de Kazia, no odia la idea.
—No esta noche —dice, apartando la mirada.
—¿No esta noche? —Lucien resuena con peligroso deleite. El metal
desechado repiquetea contra la alfombra—. Eres una pequeña mierda
pervertida, ¿verdad?
—No es así —Kazia juguetea con su cabello, intentando articular lo que
no acaba de entender. No quiere obedecer—. No estoy seguro de cómo es, pero
eso no.
—Creo que lo sé. —Lucien se estira de lado y toca el vientre desnudo de
Kazia—. No quieres que te controlen, pero quieres que te guíen. Quieres un
brazo a tu alrededor, que te atrape si tropiezas.
Eso tiene demasiado sentido, en formas que Kazia teme examinar ahora
mismo.
—A veces, cuando presionas, es porque quieres que alguien te responda
—continúa Lucien—. Para demostrar que les importa. Date la vuelta.
Kazia se da la vuelta, no porque Lucien se lo haya ordenado, sino porque
enterrar la cara en la almohada es más fácil que enfrentarse a esa mirada
cristalina. Se prepara, una embriagadora mezcla de anticipación nerviosa,
mientras Lucien desliza los pantalones por sus muslos y luego los aparta. Cada
roce le recorre las piernas.
El siguiente toque cae entre los omóplatos de Kazia.
Si los objetivos de Kazia esta noche no fueran tan urgentes, estaría
encantado de dejar que Lucien le diera un masaje hasta el amanecer. Las manos
de Lucien son más cálidas de lo que deberían ser las manos humanas, más
relajantes que cualquier talismán calentador.
—¿Está bien así? —pregunta Lucien, acercándose a la parte superior de
los brazos de Kazia.
Kazia necesita las manos de Lucien exactamente donde están, pero
también en todas partes a la vez. —No lo odio.
Es la tercera vez que Lucien le toca la espalda desnuda. Esta noche no
hay ungüento de hallabark, ni ronchas dibujando un mapa sobre la piel de
Kazia. Pero cada suave caricia encuentra cicatrices fantasma, aliviando la piel y
la memoria por igual.

186
Kazia se funde con el colchón. —¿Tus manos están tan calientes por tu
magia?
—Así es. —Lucien no detiene su pausada exploración de la cintura de
Kazia—. Puedo detenerlo o ir más caliente, si quieres.
—No, esto es perfecto. —Kazia se retuerce cuando Lucien le toca la parte
baja de la espalda y luego el culo—. Quiero decir, está bien.
Lucien besa la espalda de Kazia, el aliento le hace cosquillas. —Vivo
para tus elogios, Alteza. —Su pulgar se hunde en la hendidura de Kazia—.
Veamos si puedo ganar un poco más.
Kazia espera, con la languidez fundiéndose en anticipación, mientras el
frasco de ungüento se abre con un chasquido sobre él. Cuando la mano de
Lucien vuelve a su culo, está resbaladiza.
—Dime si necesitas parar —dice Lucien, masajeando el ungüento en el
borde de Kazia.
—De acuerdo. —Los nervios de Kazia cantan aún más calientes que el
tacto de Lucien. Nunca había necesitado tanto algo.
Los dedos de Lucien son lentos, burlones. —Pararé si te duele.
—¡De acuerdo! —Kazia gime—. ¡Adelante, joder!
Riéndose, Lucien mete un dedo. Kazia se arquea, amortiguando su
gemido en la almohada. Joder, Lucien no exageraba con sus manos. No le duele
nada, pero el calor de la magia de Lucien en su interior no tiene nada de
relajante.
De la mejor manera posible. —¡Qué mierda!
—Se siente de puta madre, ¿verdad? —Cada movimiento se suaviza a
medida que Lucien penetra el ungüento—. Es incluso mejor con dos dedos.
No se equivoca.
Kazia renuncia a contenerse. Su cuerpo se balancea sobre los dedos de
Lucien y su respiración se entrecorta en sus labios. Quería pasar una noche con
Lucien, por si todo salía mal mañana. Pero de repente, no puede soportar la idea
de que esto podría ser todo. Que podría haber expuesto tanto de sí mismo por
una sola noche de afecto. Un mes entero no sería suficiente. Ni un año entero.
—Estás listo —ronca Lucien.
—Espera. —Avergonzado, monstruosamente necesitado, Kazia entierra la
cara en la almohada. Su pregunta es amortiguada—. Cuando esto acabe,
¿volverás a Silaise?

187
Lucien le aparta el cabello para besarle el cuello. —Probablemente
debería ser una pregunta difícil, pero no. Me quedaré hasta que te hartes de mí.
Kazia respira hondo. —Entonces sí. Estoy preparado.
Lucien le toca el hombro. Kazia se mueve con el suave empujón, como si
ya fueran un solo cuerpo respirando a la vez. Se deja caer de espaldas sobre la
almohada y mira a Lucien, cuya hambre brilla como adoración en sus ojos.
Kazia nunca ha odiado su estatura. Son los demás los que son demasiado
altos, no hay nada malo en él. Pero nunca la había amado de verdad hasta este
momento, seguro y pequeño y protegido bajo los hombros pecosos de Lucien.
Busca otro beso como si estuviera hambriento. Lucien engancha la rodilla
de Kazia en su codo y presiona su interior.
Lucien se mueve tan despacio y Kazia está tan cómodo que no siente
nada del dolor que espera con la penetración. Aunque la polla de Lucien es
mucho más grande que sus dedos, Kazia besa a Lucien con más fuerza para no
hacer comentarios sobre su tamaño. No puede dejar que se vuelva arrogante.
Pero la sorpresa de Kazia se transforma en nerviosismo. Seguramente el
dolor aún no se ha producido. Se tensa, y la anticipación cumple su propia
promesa: el siguiente movimiento lento duele. La magia de Kazia se agita en su
interior, repiqueteando contra sus huesos.
Lucien hace una pausa. Besa la comisura de los labios de Kazia hasta que
su magia se asienta, intacta. —¿Estás bien? —pregunta Lucien, preocupado
pero no horrorizado. Su calma es tranquilizadora.
—Estoy bien. —La respuesta es una revelación—. ¿Tú lo estás? —Kazia
no tiene ni idea de lo difícil que es controlar la magia. No tiene control sobre la
suya.
—Nunca he estado mejor. —Lucien se desliza más adentro, empujando
suavemente a Kazia para que abra—. Eres tan considerado.
—¿Cómo te atreves? —jadea Kazia.
—Reflexivo. —Lucien puntúa cada descripción con un empujón
ligeramente más profundo—. Atento. Dulce. El tipo de sueño del que nunca
quiero despertar.
Si eso es una exageración, Kazia lo aceptará. —Lo sé, soy increíble.
—Me sorprendes —dice Lucien con seriedad—. No me canso de verte.
Lucien levanta las caderas, doblándolo casi por la mitad. Es abrumador, y
Kazia lo sentirá mañana, pero ahora no le duele. Nada le duele. Su cuerpo está

188
lleno de placer y su mente de adoración. No hay lugar para todas las cosas que
Kazia debería temer.
—Tócate —dice Lucien, tirando de la mano de Kazia entre los dos. Su
propia mano permanece, controlando el agarre de Kazia. Kazia apenas tiene que
acariciarse. Cada embestida lenta y profunda de la polla de Lucien le
proporciona movimiento suficiente. La otra mano de Lucien se apoya en la ropa
de cama. Una gota de su sudor cae sobre la frente de Kazia, que debería de estar
asqueado.
Kazia sólo quiere que vuelva a ocurrir.
Cada parte de él tiembla de placer. Su cuerpo es un instrumento de gozo,
no de tormento. Se avergonzaría de lo rápido que se corre, si no fuera porque
Lucien está a su lado, al borde del abismo.
Kazia se arquea en una tensión indolora y luego cae como una pluma a
tierra. Después, Lucien le abraza por detrás. Están pegajosos y sudorosos, y uno
de los dos tendrá que levantarse dentro de un minuto. No será Kazia, porque
está demasiado deshuesadamente feliz.
Ninguna de las fantasías de Kazia era tan buena, pero está ávido de más.
Quiere deleitarse con esto antes de tener que pensar en el mañana. —Sei dijo
que yo te gusto.
La risa de Lucien en su cabello es exactamente lo que Kazia quiere. —Se
equivoca. Te quiero, joder.
Kazia se agacha contra la almohada, sonrojado de alegría. —Tienes un
gusto terrible.
—El peor —asiente Lucien—. Pero no tengo suficiente.

189
CAPÍTULO VEINTISÉIS.
Lucien.

Lucien se despierta con un calambre en el cuello, un pequeño cuerpo acurrucado


entre sus brazos y una voz en su cabeza.
¿Estás ahí? ¿Esto está funcionando? Tus pensamientos son todos lentos,
acusa Tezurit.
Lucien aprieta los ojos. Sigo durmiendo. Hablemos más tarde.
Tiene el brazo casi entumecido donde Kazia se acurruca sobre él. Kazia
se adapta tan perfectamente a su abrazo que a Lucien no le importa perder la
circulación. Compartir la almohada le permite inclinarse hacia delante y oler el
cabello de Kazia. Las hebras cosquilleantes le llenan los pulmones con el tenue
aroma de la canela.
Oler el cabello de Kazia podría ser espeluznante. Lucien dejará que su yo
más despierto lo descubra más tarde.
Continúa oliendo a tu compañero más tarde, dice Tezurit. Dijiste que te
despertara al amanecer. Ahora es el amanecer.
Lucien se permite una última y larga inhalación. Tenemos que hablar de
límites en algún momento. No puedes escuchar a escondidas cuando estoy
ocupado oliendo a Kazia.
Ignorando el equivalente mental de una mueca de disgusto, Lucien
levanta un brazo. Al menos, separarse de Kazia le permite ver mejor. Kazia se
desplaza con el movimiento, se gira sobre la almohada, y Lucien contiene la
respiración.
Incluso dormido, Kazia tiene el rostro afilado por la preocupación. Todo
el ser de Lucien se retuerce con el deseo de aliviar esos temores. Romper la
filacteria, matar al rey y a la reina. Sentar a Kazia en el trono y no dejar que
nadie vuelva a hacerle daño.
La ira aún arde en el corazón de Lucien. Tal vez siempre lo hará. Pero ya
no lo consume. Matar a Imrik Dire no traerá de vuelta a su familia, pero servirá
para algo más que la propia venganza de Lucien.
Sus padres habrían querido eso. No sólo remendar una cortina
carbonizada, sino usar los pedazos para limpiar un hogar roto.

190
Lucien daría cualquier cosa por despertarse todos los días así. Aparta el
cabello de la cara dormida de Kazia y murmura: —Buenos días, precioso.
Kazia frunce el ceño, soñoliento, y luego abre los ojos.
La forma en que se relaja cuando reconoce a Lucien hace que el corazón
de Lucien dé un vuelco.
—¿Pasa algo? —pregunta Kazia.
—No pasa nada. —Lucien hará todo lo que esté en su mano para que eso
sea cierto. Vuelve a acariciar el cabello de Kazia, aunque no está en su cara.
Kazia abre mucho los ojos, como si cada suave caricia fuera inesperada.
Lucien se inclina hacia él y Kazia enrosca una suave mano en su cabello.
Lo sujeta para darle un beso lento y penetrante. Cada movimiento de los labios
de Kazia, cada respiración entrecortada ahuyenta el sueño de la mente de
Lucien.
Puede que quieras dejar eso, interrumpe Tezurit. Loska dice que Marek
está de camino para verte.
El miedo mortal impulsa a Lucien hacia arriba. Rastrea los dulces labios
de Kazia. —Tezurit dice que viene Marek. Deberíamos vestirnos.
Kazia se incorpora casi tan rápido como para romperle la nariz a Lucien.
—Joder. Pantalones. —Se balancea hacia el suelo, luego se detiene y mira
fijamente—. Espera, ¿nos estaba escuchando Tezurit?
Lucien le da un beso en la cabeza a Kazia y luego salta al suelo. —Sí,
tengo que explicarle los límites. Pero primero, los pantalones.
—Pantalones —acepta Kazia y se levanta de la cama—. Pantalones,
zapatos y luego… —Al detenerse ante el armario abierto, Kazia se queda rígido.
Luego se gira sobre su hombro, con el rostro suave por el placer—. Luego todo
cambia.
Un sentimiento más cálido que la magia bulle en el alma de Lucien.
Cruza la habitación y abraza a Kazia por detrás. Le levanta esa barbilla afilada
para mirarlo a la cara.
—No del todo —dice Lucien, y vuelve a besar a Kazia.

191
Irrumpir en los aposentos de la reina es más sencillo la segunda vez. Lucien,
Kazia, Whisper y Salarin simplemente entran. No les preocupa que los
descubran, Kazia le dijo al drasgard que tenía permiso de su madre. Para cuando
alguien lo corrobore con la reina Aliza, Kazia ya se habrá ido.
Con suerte, nadie podrá decírselo a la reina porque estará muerta.
Más sencillo, pero los nervios de Lucien son mucho mayores esta vez. Ha
estado en muchas batallas, además de en más operaciones encubiertas de las que
probablemente deberían asignarse a un imprudente mago de fuego. Pero hoy,
concentrarse es un desafío. Su mente sigue volando hacia varios futuros.
No los malos. No puede permitirse pensar en los futuros malos. Los
futuros buenos también son complicados.
¿Qué diablos dirá Audric cuando se entere de que Lucien se queda en
Draskora? ¿Qué pasará con Bellamy, e incluso con Rakos, a quien Lucien
considera un amigo, aunque se resista a admitirlo?
Eso es algo que habrá que resolver más tarde. Lucien tiene que
concentrarse en la tarea que tiene entre manos y en Kazia, cuyos nervios deben
de ser peores. Se abraza a sí mismo, jugueteando con sus mangas.
En cuanto terminen aquí, Whisper y la heraldo Hyda escoltarán a Kazia
fuera del palacio. Los tres esperarán en el Árbol Borracho hasta que todo
termine. O llevarán a Kazia con la general Gabra si todo sale mal.
Y no lo hará. Lucien arrastra su mente fuera de la peligrosa maleza, hacia
caminos abiertos. Todo saldrá a la perfección.
Cuando llegan al salón de Aliza, Salarin espera en la puerta como vigía.
Lucien abre camino a través de la caótica colección.
¿Ya estás preparado? pregunta Tezurit.
—Aún no —responde Lucien.
El resoplido molesto de Tezurit resuena en su mente. Cuando acepté
pasar la señal de preparado a Loska, no esperaba que te entretuvieras tanto.
No está realmente molesta, sólo nerviosa.
Lucien retira el tapiz blanco y negro, revelando un trozo de pared en
blanco. Hay un tenue contorno donde la parte de piedra es más oscura que el
resto. —¿Qué opinas, Whisper? ¿Puerta secreta o puerta secreta?
Kazia tira de la manga de Lucien. —Puede que esté cerrada para que sólo
entre ella. Podría intentar abrirla, ya que compartimos sangre.

192
Whisper se pone los guantes. —No hace falta. Dame un segundo. —Pasa
los dedos enguantados por la piedra, con la cabeza inclinada como si estuviera
escuchando—. Ahí —dice mientras una silueta se estremece en la pared.
Aparecen una manilla y bisagras de latón pulido brillante.
Whisper mueve los dedos en el guante, mirando de reojo a Lucien.
—¿Cómo pensaban hacer esto exactamente sin mí?
—Sólo iba a volar cosas por los aires —admite Lucien.
Kazia se encoge de hombros. —Iba a hacer que Lucien hiciera explotar
cosas.
—Oh, por supuesto —dice Whisper, poco impresionado. Saca una fina
herramienta de metal y empieza a forzar la cerradura.
—Eres bueno en esto —dice Kazia—. ¿Lo has hecho antes?
Algo metálico chasquea y Whisper abre la puerta. —Unas cuantas veces.
Yo iré primero. ¿Luz, Lucien?
Desenredando una hebra de magia, Lucien envía una pequeña llama por
encima de su cabeza. Precede a Whisper en la habitación.
—Todo despejado —dice Whisper un momento después.
El estudio oculto no se parece en nada al caótico salón exterior. La
habitación es ordenada y funcional. Un escritorio y una estantería ocupan la
mayor parte del espacio, todo vestido con los colores plata y púrpura de la Casa
Dire, pero sin las habituales gárgolas y tapices.
La piedra caliza tira de la conciencia de Lucien. No con tanta fuerza
como la última vez, puede que se esté acostumbrando a la sustancia, lo cual es
un alivio.
No necesita sentirlo ahora. La filacteria está a la vista, en el estante
superior vacío. El tapón de piedra caliza brilla a la luz del fuego, y el frasco de
cristal resplandece bajo capas de polvo. Su contenido es rojo brillante, como
recién salido de la vena.
Kazia se detiene ante el escritorio. —En realidad está aquí. Hacía años
que no la veía.
Lucien se queda cerca, pero le deja espacio. —Tenías razón. Estaba aquí.
Kazia da otro paso y vuelve a detenerse. —¿Y si romperla no funciona?
—A mí me funcionó —dice Whisper en voz baja. Se encoge de hombros
cuando Kazia se da la vuelta—. Es una larga historia. Quizá te la cuente más
tarde. Pero sé lo que estás sintiendo ahora. Es mucho, ¿verdad?

193
Kazia aparta la mirada. —Sólo necesito saber si funcionará. O si hay una
trampa.
Es bueno que Kazia mire hacia otro lado. No le gustaría la suave simpatía
en la expresión de Whisper.
—No hay trampa —dice Whisper—. Otros encantamientos pueden
interferir con el hechizo de la filacteria. Incluso un hechizo de ocultación podría
arruinarlo.
Como Kazia no se mueve, Lucien le pasa un brazo por los hombros y le
besa la cabeza. Su cabello aún huele bien. —No quiero apresurarte, pero
necesito apresurarte.
—Imbécil. —Kazia se inclina hacia Lucien y luego se aparta.
—No puedo esperar para decírselo a Julien —murmura Whisper detrás
de ellos.
A Lucien no le importa lo que piense Julien. Lo único que le importa es
Kazia, que levanta la botella del estante. Y el sentimiento que Lucien no puede
quitarse de encima.
Que esto es demasiado fácil.
Kazia mira a Lucien a los ojos y arroja la filacteria contra la pared.

194
CAPÍTULO VEINTISIETE.
Kazia.

El cristal se hace añicos alrededor de una salpicadura roja. Antes de que la


sangre pueda gotear por la pared, ésta se desmorona en polvo plateado. El
silencio golpea más fuerte que el cristal.
El corazón de Kazia suena como una campana contra sus costillas. Le
escuecen los ojos. —No siento nada. ¿Se supone que debo sentir algo?
—Lo mío tampoco fue como yo esperaba —dice Whisper—. Fue como si
nada hubiera pasado, excepto que todo lo hizo.
Kazia se estremece. Sólo ha conocido a otra persona con una filacteria. El
sabueso que atacó a Daromir el año pasado. Dado el extraño nombre y la
habilidad para abrir la cerradura, Kazia puede atar cabos.
Quizá por eso Whisper puede hablar de ello con tanta tranquilidad. Una
parte de Kazia quiere preguntar cómo era para Whisper estar controlado, cómo
es ser libre.
Pero ahora no es el momento. Kazia se recompone. —Bueno, eso se
acabó. Larguémonos de aquí.
Lucien sonríe. —Buena idea, antes de que Salarin pierda la cabeza
esperando.
Su retirada de los aposentos de Aliza es tan mundana como su
infiltración. Es extraño. Huir del palacio parece una actividad más adecuada
para horas más oscuras, no a media mañana. Pero Imrik y Aliza están
celebrando la corte y, según todas las apariencias, no hay nada raro en las cuatro
personas que caminan por los pasillos. Kazia lleva su ceño fruncido habitual, y
Lucien lleva su collar y pendiente. Whisper le acompaña vestido como uno de
los sirvientes de Kazia, y Salarin ocupa su lugar habitual como guardia.
Regresarán a los aposentos de Kazia, donde se cambiará de ropa y se
cubrirá el cabello. Luego Lucien y él se separarán. Lucien irá con Salarin a la
sala del trono, como si estuviera bajo vigilancia, y Kazia abandonará el palacio
con Whisper e Hyda.
Kazia sigue rodeado de tapices y gárgolas, pero ya se siente más ligero.
Como si sus venas corrieran más claras sin la amenaza de la magia de su madre.

195
Es libre. Es casi libre. Y el resto de esto también será peligroso, pero
cuando mira a Lucien, cree que pueden hacerlo. Sus padres nunca volverán a
hacerle daño.
Hasta que unas náuseas familiares le detienen en seco. Kazia tropieza,
con la vista nublada por el horror.
—¿Qué ocurre? —pregunta Lucien, inmediatamente a su lado—. ¿Kazia?
Kazia sacude la cabeza. No puede hablar. Tiene la garganta tan apretada
que al principio cree que es la magia de la sangre la que le hace callar. Pero no.
Es sólo su propio pánico ahogándolo.
—Kazia, háblame —le insta Lucien.
—No funcionó —dice Kazia, estremeciéndose—. No funcionó, joder.
¿Por qué diablos no funcionó?
Los ojos de Lucien se abren de par en par. —¿Te ha convocado Aliza?
Kazia se zafa a trompicones del agarre de Lucien. —Debo ir. Siempre
debo ir.
No puede escapar.
Lucien le agarra por el codo. Kazia no está seguro de si lo hace para
evitar que corra o para evitar que se caiga. Quizá sean la misma cosa.
—¿Qué está pasando? —pregunta Salarin, vigilando su entorno—.
¿Podría la filacteria haber sido una falsificación? —pregunta Lucien.
Whisper se acerca. —O un repuesto. Siempre me pregunté por qué
Barnaby nunca guardaba repuestos.
A Kazia no le importan sus hipótesis. Repuestos o falsificaciones, a Kazia
le da igual. Lo único que importa es la maldición que sigue enganchada a su
sangre. La libertad sólo era algo bonito con lo que soñar.
Nada real.
Los demás siguen hablando, como si significara algo. —Atengámonos al
plan —dice Lucien, bajo y urgente—. Salarin, llévame a la sala del trono. Sea
como sea, estarán demasiado ocupados luchando contra mí como para llamar a
Kazia. Mientras tanto, Whisper lleva a Kazia lo más lejos que puedas.
—La distancia no importa —dice Whisper—. Ese es el punto de la
filacteria. El mago puede controlar al esclavo a cientos de kilómetros.
—Tengo que obedecer —dice Kazia, y la atención de todos se centra en
él. Lucha por mantener la calma. Esto es lo mismo de siempre. Debería ser
capaz de manejar esto, siempre y cuando no mire a Lucien a los ojos—. Iré con
mi madre. Lucien y Whisper, quemen todo lo que haya en sus aposentos, para

196
que no sepa que he entrado. —Kazia traga saliva y fuerza las siguientes
palabras—. Entonces ustedes dos, vuelvan a Silaise.
—No voy a ninguna maldita parte sin ti. —Lucien toma a Kazia por
ambos hombros, forzando el contacto visual más brutalmente tierno—. Estás
entrando en pánico, Kazia. No estás pensando con claridad, o sabrías que esa no
es una puta opción.
Kazia toca los brazos de Lucien. Luego la piel de su cuello, justo encima
del collar. —Yo estoy atrapado aquí para siempre, pero tú no tienes que estarlo.
—No estoy atrapado. —Lucien cubre la mano de Kazia—. Lo que siento
por ti no es una trampa.
Kazia se estremece. —Te equivocas, pero quiero creerte de todos modos.
—Suficiente para mí, mocoso. —Lucien se vuelve hacia los demás—.
Voy con Kazia.
—Pondré al día a Hyda —dice Whisper—. ¿Puedes decírselo a Marek a
través de Tezurit?
—Ya está escuchando. —Lucien frota los hombros de Kazia antes de
soltarlo—. Ahora, Kazia, ¿siempre te llaman al mismo sitio? Estupendo.
Necesito que me digas la distribución mientras caminamos.
Kazia está a la vez agradecido y enfadado porque Lucien siempre sabe
cómo ajustar su estado de ánimo. A través de su desesperación, intenta centrarse
en las descripciones silenciosas.
Ha recorrido este camino demasiadas veces con este propósito. De algún
modo, ésto es peor. Lucien sabe que saldrá herido. Salarin sabe que será
utilizado. Sus expectativas agravan las de Kazia, que no puede soportar el peso.
Se siente expuesto, con la piel en carne viva.
—Todo va a salir bien —dice Lucien mientras caminan—. No te tocarán.
La mirada de Kazia se fija en el suelo. —No hagas promesas. Ahora no.
Lucien suspira y guarda silencio.
Cuando llegan al ala de Imrik del palacio, un trío de drasgard se adelanta.
—Alto, Alteza —dice el capitán—. No puede traer aquí al prisionero.
Kazia levanta la barbilla, tratando de mostrar su imperiosidad habitual.
No puede apoyarse en Lucien para hablar de esto. —Estoy seguro de que
disfrutarás explicándole a mi padre por qué te metiste en mi camino.
El capitán no se mueve. —Mis disculpas, Alteza. Las instrucciones de su
Majestad sobre el prisionero son muy claras.

197
Antes de que Kazia pueda discutir, la heraldo Bretka se precipita por el
pasillo. Otro escuadrón de drasgard trota tras ella.
—Príncipe Kazia —dice Bretka con una reverencia—. El rey y la reina te
verán hoy en la sala del trono. —Hay un ligero desenfreno en sus ojos, una
fractura en su gélida compostura habitual. Hace un gesto hacia Lucien—. Qué
suerte, ya has traído al prisionero. Los necesitan a los dos.
—¿Por qué necesitan a Lucien? —Kazia exige. Eso es diferente. A Kazia
no le gusta lo diferente. Su mente salta a las palabras de su padre el día anterior,
que las negociaciones han terminado.
Imrik no había dicho que hubieran llegado a un acuerdo.
—Eso debe explicarlo su Majestad —dice Bretka. Hace una señal, y los
nuevos drasgard rodean a Lucien—. ¿Podría su Alteza ordenar al comandante
Vaire que coopere?
Kazia no quiere. Pero Lucien asiente, el mensaje es claro.
Esto es lo que querían. Lucien se enfrentará al rey y a la reina en la sala
del trono. Se suponía que no sabían que venía. Y se suponía que Kazia se había
ido hace tiempo.
Kazia endereza los hombros. —Sigue al drasgard como un buen perro.

198
CAPÍTULO VEINTIOCHO.
Lucien.

Lucien siente a Tezurit más allá de los muros del palacio. Un constante roce de
escamas contra su mente. Mientras los drasgard lo registran, Lucien describe
mentalmente su entorno. Su parte del plan sigue siendo la misma: acercarse a
Imrik y matarlo. Excepto que ahora, tiene que mantener a Kazia a salvo de la
tormenta de fuego.
Kazia se acerca corriendo justo antes de que entren en la sala del trono.
Esquivando un drasgard para agarrar la manga de Lucien, sisea: —Espera la
señal de Bretka.
—¿Qué señal? —pregunta Lucien.
Los ojos de Kazia lucen salvajes. —No tengo ni idea.
Lucien no puede pedir aclaraciones antes de que los drasgard lo arrastren.
Tropieza con la entrada y se adentra en la luz azul y acuosa de la sala del trono.
Su magia hormiguea con la presencia de la piedra caliza. Estamos en una gran
sala con muchas ventanas azules y moradas. El trono está en el extremo norte.
¿Qué tan grande? pregunta Tezurit. El tamaño es muy importante.
Suficientemente grande, excepto por los pilares. Lucien debería poder
esconder a Kazia tras los pilares, pero pueden complicar el resto del plan.
Los pilares no son un problema, dice Tezurit con suficiencia. ¿Dónde
están los enemigos?
Los enemigos esperan bajo la figura tallada de un dragón en vuelo. Las
sombras danzan tras las alas de piedra, hiladas por las antorchas de abajo. La luz
blanca se extiende hasta la mitad de la sala. Dos tronos gobiernan Draskora,
aunque el trono del rey es más grande, de piedra oscura plagada con piedra
caliza. Imrik está sentado allí, inmóvil como una estatua tallada.
Verle con su corona de piedra caliza sigue encendiendo la ira en el
corazón de Lucien, pero es diferente de la primera vez. No es que la ira haya
disminuido. Se ha hecho más grande, hasta que Lucien no tiene la capacidad de
sentir su dolor.
Este hombre mató a la familia de Lucien e hirió a su propio hijo de ocho
años para hacerlo. No sobrevivirá a este día, aunque Lucien caiga en llamas con
él.

199
Aliza está de pie bajo el estrado, con un libro abierto entre los brazos. Sus
faldas de hilo de oro casi tocan el borde de un elaborado círculo. La pintura
brilla plateada en el suelo oscuro, los puntos cardinales están fijados con trozos
de piedra caliza en bruto.
Detrás de Lucien, la gran puerta se cierra de golpe. De un vistazo, no ve a
ningún drasgard. Sólo a la heraldo Bretka flotando silenciosamente hacia el
trono.
Te sientes nervioso, dice Tezurit. ¿Debería comerme a la gente ya? Loska
dice que será divertido.
Lucien no está seguro de qué nervios siente, si los suyos o los de Tezurit.
Probablemente ambos. Estamos esperando la señal de Bretka.
La consternación resuena en su vínculo. ¿Quién mierda es Bretka?
¿Cuántos humanos hay en esta montaña? No entiendo cómo recuerdas tantos
nombres.
Un drasgard empuja a Lucien hacia delante y le dice: —Arrodíllate.
Lucien se arrodilla antes de que lo derriben y mira fijamente a Imrik. Una
vez más, se arrodilla ante el rey Dire, pero esta vez no está solo. Tiene su magia
y su libre albedrío, y confía en Kazia con cada fibra de su ser. Si Kazia dice que
espere, Lucien esperará la señal. Cualquiera que sea la señal.
Sus nervios se calman cuando Kazia se detiene junto a su hombro. No tan
cerca como para tocarlo, como Lucien desea desesperadamente. No necesita un
vínculo para sentir el miedo de Kazia.
—Kazia, cariño —dice Aliza con una sonrisa.
—¿Qué está pasando, madre? —exige Kazia—. Aquí no es donde sueles
convocarme.
—Sólo un pequeño experimento. —Aliza cierra el libro con una palmada
de papel viejo—. Me gustaría pedir prestada a tu mascota.
Lucien no puede hacer acopio de ninguna sorpresa. Un ritual
experimental es un uso sensato para un enemigo cautivo, al menos para alguien
como Aliza.
Las manos de Kazia se cierran en puños. —Tomarlo prestado implica que
lo devolverás. ¿En cuántas piezas estará?
Detrás de Aliza, Bretka se detiene ante el trono vacío. Sus pálidos ojos
miran a todas partes.
Aliza ignora la pregunta de su hijo. —Ordénale que se ponga en el centro
del círculo y dile que no se mueva.

200
—Tal vez lo haga —dice Kazia—. Después de que me digas para qué es
esto.
Imrik golpea su anillo de sello contra el brazo del trono. —Escucha a tu
madre, Kazia.
—No —dice Kazia, cruzándose de brazos.
—¡Kazia! —Aliza exclama—. Esto es por el bien del reino.
Imrik frunce el ceño. La habitación se llena de magia. —He sido muy
indulgente contigo, pero no desafiarás una orden directa. —Imrik señala la
pintura plateada—. Dile al comandante Vaire que permanezca en el círculo y
vuelve a tus aposentos. Discutiremos tu comportamiento más tarde.
—Indulgente. ¿Así es como lo llamas? —acusa Kazia, levantando la
barbilla—. ¿Es indulgente arrancarme la piel de la espalda sólo porque esa
mujer puede curarla? ¿Incluso cuando la curación también duele?
Aliza frunce el ceño, confundida. —¿De dónde viene esto, cariño? Tú no
eres así. ¿No dormiste bien?
Bretka abandona su puesto y se acerca a Aliza. Sus movimientos son
tranquilos, sin prisas, y Lucien intenta no mirarla.
—Hagamos un trato —dice Kazia—. Yo renuncio a Lucien, y tú dejas de
usarme. Durante un jodido mes.
Lucien no repara en si habla en serio. Es una prueba, y Lucien también
quiere saber la respuesta de Imrik.
Desde su trono, Imrik se burla. —Cuida tu lengua, muchacho. No la
necesitas para servir a tu propósito. Aliza, pon fin a esta tontería.
Bretka tiende la mano al lado de Aliza. —Tomaré eso por usted, su
Majestad.
Sin mirar a la heraldo, Aliza pasa el libro de investigación y desliza una
mano entre los pliegues de su vestido. Está concentrada en su hijo, hasta que
Bretka deja caer el libro y mete su propia mano en el bolsillo de Aliza.
Aliza grita en el breve y confuso forcejeo. Imrik se levanta demasiado
tarde. La piedra caliza brilla en el aire antes de que Bretka arroje la filacteria al
suelo.
El cristal estalla contra el mármol y Bretka grita: —¡Ahora!
Su grito resuena cuando Lucien se pone en pie y el primer rayo se dirige
hacia Bretka.

201
Lucien no la ve desvanecerse. Ya está empujando a Kazia detrás de él y
lanzando un muro de llamas entre ellos y el rey y la reina. —Muévete —dice,
arrastrando a Kazia hacia atrás—. Muévete, muévete, muévete…
Más cristales explotan desde lo alto, mientras el techo se derrumba. De
repente, la sala se llena con la presencia del dragón. Cristal, piedra y hierro
retumban en el aire, haciéndose eco del grito de júbilo de Tezurit. Los pilares se
derrumban. Aterriza como un terremoto, con frágiles relámpagos
desprendiéndose de sus escamas.
Imrik brama de rabia, y la habitación se oscurece con nubes de tormenta.
Tezurit retrocede, agazapada sobre Lucien y Kazia. Una pared de escamas
doradas y blancas, hermosa y mortal.
Lucien aparta un rayo con fuego. —Tú encárgate de la maga de sangre,
yo me encargo del rayo —grita, demasiado concentrado en todo lo demás como
para hablar mentalmente.
Kazia se aferra al brazo de Lucien. —No dejes que ella te toque. No es
fuerte, pero no dejes que te toque.
—Entendido. —Lucien empuja a Kazia hacia la puerta—. Ahora, corre.
Kazia se aleja a trompicones y Lucien corre hacia delante en una
llamarada. El suelo de mármol está resbaladizo por el agua de lluvia y la sala es
un amasijo de escombros, humo y tormenta. Más pilares se derrumban mientras
Tezurit gira hacia los tronos. Imrik apenas es visible a través de los relámpagos.
Lucien lanza fuego en todas direcciones, sabiendo que no herirá a Tezurit.
La lluvia se convierte en vapor y los relámpagos se pierden en el aire cambiante.
La euforia aviva las llamas de Lucien. Es un combate reñido. Pero ahora que le
ha tomado la medida a Imrik Dire en persona, ¿sin el escudo de sus ejércitos?
¿Sin el poder robado de su hijo?
Imrik es sólo un mago. Lucien puede ganar esto.
Una voz torturada canta en medio del caos. Tezurit inmoviliza a Aliza con
un pie lleno de garras, una garra se clava en el estómago de Aliza.
Pero mientras la llama crece en la garganta de Tezurit, Aliza agarra las
garras que la matan y grita.
Tezurit se congela. Luego se gira, con los ojos oscuros fijos en Lucien.
Ella me hizo algo. El miedo late bajo las palabras de Tezurit. No quiero
hacer esto. Ella se echa hacia atrás, las llamas lamiendo detrás de sus dientes.
¡Corre!

202
Desviando a duras penas la primera llamarada de fuego de dragón, Lucien
se lanza detrás del pilar roto más cercano. Joder.
—¿Puedes matarla? —Lucien jadea, deseando que las heridas del
estómago fueran más rápidas. Aliza debe estar aferrándose a la vida si la magia
de sangre es duradera.
El gruñido de Tezurit resuena entre los truenos. No puedo. Tienes que
correr. Te voy a matar.
La angustia que atraviesa el vínculo es casi más de lo que Lucien puede
soportar. —Todo irá bien. Pase lo que pase, estará bien.
¡No está bien! Tezurit se quiebra. ¡Maldita sea, muévete!
Lucien se desliza fuera del camino antes de que Tezurit haga añicos el
pilar que lo oculta. Joder. El miedo irrumpe en su determinación. Lucien lo
aparta. No puede tener miedo de lo que pueda pasar. Lo único que importa es a
lo que se enfrenta y lo que puede hacer al respecto.
Podría vencer a Imrik. Pero no con Tezurit en su contra. Lucien lanza sus
llamas en una ola de vapor que lo oculta y luego se agacha detrás de un trozo de
techo hecho añicos. El movimiento cercano le hace estremecerse, pero contiene
su magia justo a tiempo.
—¿Tiene a Tezurit? —exige Kazia, sin aliento. Se aprieta contra el
cuerpo de Lucien, contra la piedra irregular y el metal.
La consternación recorre todo el cuerpo de Lucien. Kazia no puede seguir
aquí. Lucien no puede dejar que Kazia salga herido. —Te dije que te fueras.
Kazia no se mueve. Tiene el cabello suelto y enredado alrededor de los
hombros, la cara delgada manchada de tierra y ceniza. Pero sus ojos son más
claros que nunca. —Tenía razón. Necesitas más poder.
Maldiciendo, Lucien lanza una bola de fuego al otro lado de la
habitación. Un rayo cruje alrededor de un pilar cercano y Lucien se desploma
contra el techo caído. El sudor le corre por el cuello mientras entrelaza las
llamas con una pared protectora. Caliente y lo suficientemente poderosa y
mágica como para detener el rayo. Detendrá a Tezurit.
Pero no por mucho tiempo.
—Fuera —ronca Lucien.
Pálido como el hueso bajo el polvo, Kazia dice: —Rómpeme el brazo.
—No puedo hacerlo —dice Lucien, con náuseas. No puede convertirse en
Imrik Dire. No puede hacer daño a Kazia por poder.

203
Excepto que necesita salvar a Kazia. Y necesita salvarse a sí mismo, para
arreglar todo esto.
—Te amo demasiado —dice Kazia, como si fuera una amenaza. Como si
doliera admitirlo—. Rómpeme el brazo, o te mataré yo mismo.
El muro de fuego flaquea, pero la luz de los ojos de Kazia permanece fiel.
Lucien maldice y agarra la muñeca izquierda de Kazia.
Y lo golpea contra la piedra irregular.

204
CAPÍTULO VEINTINUEVE.
Kazia.

El poder fundido desgarra el alma de Kazia. Su gemido estrangulado se pierde


bajo las rugientes llamas. La magia de Lucien se hunde en él como garras
ardientes, arrastrando trozos de él para alimentar el infierno.
Una esfera de aire vacío los rodea. Fuera, todo es humo y llamas. Lucien
envuelve a Kazia mientras el fuego pasa silbando. —Lo siento —jadea Lucien
en su cabello—. Lo siento mucho, joder.
A Kazia le escuecen los ojos por el humo y algo más doloroso que una
simple herida. Su brazo no está tan mal. Sólo una fractura normal. Le han herido
muchas veces antes.
Sólo que nunca se han disculpado por ello.
Tiembla en el agarre de Lucien. El momento de agonía se prolonga y
luego termina. No hay más relámpagos, ni llamas rugientes. No hay más magia
destrozándole. Todo lo que queda es el brazo palpitante de Kazia y los pequeños
rasguños y magulladuras de su carrera para alcanzar a Lucien.
Kazia le estrecha la muñeca mientras Lucien le acaricia el cabello.
—No volveré a hacerlo —susurra Lucien.
—Fue una oferta única. —Kazia mira los ojos enrojecidos de Lucien—.
¿Se ha acabado todo?
Lucien le da un beso en la frente. —Vamos a comprobarlo.
Los gongs de alarma suenan a lo lejos mientras Kazia y Lucien salen de
detrás de los trozos de techo. La sala del trono es una carcasa carbonizada de sí
misma, con las costillas hundidas. Los tapices que quedan arden en las paredes,
y sólo los pilares más cercanos a la gran puerta sur siguen en pie. Más allá del
techo destrozado, los dragones revolotean en lo alto.
Tezurit, de color blanco dorado, se agazapa en el centro de la destrucción,
con sus escamas salpicadas de ceniza. Gira la cabeza al oír los pasos de Kazia y
Lucien.
Estás vivo. La voz de Tezurit suena más joven que la de cualquier dragón
que Kazia haya conocido antes.
—Estamos vivos —dice Lucien.

205
Las alas de Tezurit tiemblan. Luego gira en un remolino de escombros.
Sus garras rozan el suelo de mármol y se abalanza sobre una figura inmóvil.
¡¿Cómo se atreve?! gime Tezurit. ¿Cómo se atreve a atentar contra mi
ser perfecto? La sangre salpica su blanco hocico mientras se abalanza sobre el
cadáver de Aliza.
Tal vez más tarde, Kazia sienta algo más que entumecimiento ante
aquella visión.
Más allá del cuerpo de su madre, el trono de piedra caliza está roto, la
mitad superior partida en líneas irregulares. Una figura se desploma bajo el
estrado, y otra sobre él. Los ojos de Kazia se nublan. No sabe si Bretka e Imrik
se mueven.
La gran puerta se abre con un chirrido al otro lado de la sala. Kazia se
gira demasiado deprisa, siseando por el dolor en el brazo.
—Tezurit, ¿podrías retrasar a nuestros visitantes? —pregunta Lucien.
Tras un momento, añade—: No, no comiéndolos.
Goteando sangre de sus fauces, Tezurit se desliza entre los escombros.
Gritos de confusión la saludan, y sus alas se extienden para llenar la sala rota.
Kazia se tambalea primero hacia Bretka.
Su uniforme de heraldo está negro y carbonizado, su pálido cabello
chamuscado. Pero su pecho se mueve débilmente. Lucien se agacha a su lado,
luego se levanta. —Está inconsciente y puede esperar a un sanador.
Kazia asiente, abrumado por la simpatía y afinidad. Por supuesto, Imrik
sólo podía confiar en un heraldo al que pudiera controlar por completo.
¿Cuántos años ha servido Bretka al rey? ¿Cuántos de esos años estuvo
encadenada por su propia sangre, igual que Kazia, prisionera a la vista de todos?
Junto a Bretka, el cuaderno de investigación es un montón de ceniza
humeante.
El propósito de Kazia hoy no es sólo su propia libertad o su propia
venganza. Cuando sube al estrado real, miles de fantasmas le siguen la estela.
Herramientas desechadas y rivales pisoteados. Experimentos fallidos y, lo que
es peor, éxitos. Todos los soldados y civiles que murieron porque Imrik quería
probar hasta qué punto podía doblegar a su propio hijo.
Desplomado a los pies del trono, Imrik Dire es un amasijo de carbón y
carne chamuscada. Su corona está a su lado, con la mitad de la piedra caliza
agrietada en los engastes de oro deformados. La piel del rostro de Imrik se ha
derretido y sus ojos están cerrados.

206
Sin embargo, respira.
Sujetando su brazo izquierdo roto, Kazia consigue desenvainar su daga.
—¿Te gustaría hacer los honores?
—Depende de ti —dice Lucien en voz baja—. Yo ya me he vengado.
También podríamos esperar cinco minutos si prefieres mantener las manos
limpias.
Kazia se agacha. —Ya he esperado bastante —dice, y hunde su daga en la
garganta ampollada de su padre.
La sangre le salpica la mano y el brazo, y luego burbujea débilmente. Con
una última respiración, Imrik Dire se queda inmóvil.
Kazia se pone en pie a trompicones y el brazo le chirría con el
movimiento. Hace una mueca de dolor cuando Lucien le sujeta. —Se acabó.
Apenas puede creerlo. La sangre de su mano le tranquiliza.
Lucien le aparta el cabello de la cara. Las yemas de sus dedos están llenas
de tierra, y es lo mejor que Kazia ha sentido nunca. Bajo la ceniza, el rostro de
Lucien brilla de pura adoración. —Se acabó, Majestad. El trono de Draskora es
suyo.
Así es. Un reinado ha terminado, pero el siguiente acaba de empezar.
Kazia se abre paso entre los escombros. Lucien le sigue, pero deja que
Kazia haga este corto viaje bajo su propio poder. El trono se ve grande, incluso
roto. Kazia retira los fragmentos de piedra del asiento y se eleva sobre él. Sus
pies no llegan a tocar el suelo.
Al otro lado del pasillo, Tezurit dice, la persona de Loska está aquí. ¿Le
dejo pasar?
—Puedes dejar pasar a Marek —dice Kazia, con voz más firme de lo que
espera. Se acomoda de nuevo en el trono, sosteniendo con cuidado su brazo
roto—. Deja pasar a todo el mundo.
Si tú lo dices, dice Tezurit dubitativa, y se hace a un lado. Incluso un
dragón pequeño cabe apretado en el pasillo. Los nerviosos drasgard tienen que
pasar muy cerca de ella.
Lucien se sitúa a la izquierda de Kazia mientras los guardias se abalanzan
dentro. Una llama baila sobre su hombro, lista para atacar.
—¡Encuentren al rey! —grita una voz autoritaria. Entonces el capitán ve
a Kazia en el trono y se detiene en seco. Las espadas se tambalean mientras la
conmoción recorre a la tropa.

207
Detrás de ellos, Marek pasa con mucha más calma junto al dragón
guardián. Va vestido con pieles de montar y lleva el casco bajo el brazo. Sei
camina a su lado, con el cabello cegador brillando entre los escombros.
Los drasgard no son nada. Marek y Sei son los únicos que podrían ser un
problema ahora. Rechazar el trono es una cosa cuando nadie lo ofrece. Otra muy
distinta es rechazar un concurso abierto. Sin el cuerpo de dragones, Kazia no
tiene apoyo suficiente para vencer a Marek.
Kazia entierra sus nervios y su voz resuena entre los escombros. —El rey
ha muerto. Yo, Kazia Draskora Dire, reclamo el trono de mi familia por derecho
de sangre y conquista.
No pretende negar sus acciones: dejó su propia daga en la garganta de su
padre. El regicidio consumado se perdona mucho más fácilmente que el intento
de regicidio.
El poder palpita en el corazón de Kazia. No la magia con la que nació. El
poder que tomó para sí mismo.
Con un poco de ayuda.
Con ojos brillantes de adoración, Lucien se arrodilla. —Su Majestad.
Marek empuja a los drasgard, que ceden al reconocerle. Sus pasos
retumban hasta que se detiene bajo el estrado. Ignorando los cadáveres, declara:
—El cuerpo de dragones está a sus órdenes, Majestad. Al igual que yo.
Él también se arrodilla, y Sei se une a él. Uno a uno, todos los demás en
la sala le siguen.
Cuando Kazia puede respirar de nuevo, dice: —Fantástico. Mi primera
orden como rey es que alguien le traiga un maldito sanador a la heraldo en jefe
Bretka. —Varios guardias se ponen en pie y parten—. La segunda es para ti.
Lucien Vaire. Ven aquí.
—Un segundo, Majestad. —Lucien da un rodeo hasta el borde del estrado
y se inclina para recoger la corona. Tiene que pasar por encima del cadáver de
Imrik en el camino de vuelta.
La corona de piedra caliza está rota, le faltan fragmentos de las altas
espirales, pero está bastante intacta. Bajo el polvo, brilla en las manos de
Lucien.
Lucien la coloca sobre la cabeza de Kazia. El peso se asienta. No pesa
tanto como esperaba.
—Te queda bien —dice Lucien en voz baja.

208
Kazia toca el cuero y el metal de la garganta de Lucien. —Esto no te
sienta bien.
Kazia tarda un momento en desabrochar el collar, tanteando con su única
mano buena. Cuando el collar cae al suelo, Kazia toma el rostro de Lucien. El
pulso de Lucien es vivo y perfecto, y Kazia no tiene que tirar, porque Lucien ya
se está inclinando hacia él.
—Así está mejor —susurra Kazia, antes de que Lucien le cubra la boca
de un beso. Delante de todos.
Las fracturas y los moretones aún no se han curado. Pero lo harán.

209
CAPÍTULO TREINTA.
Lucien.

—¿Qué piensas? —pregunta Lucien, apretando la última hebilla. Baja por el


costado escamoso de Tezurit mientras ella se examina.
Están en el patio del cañón. La piedra caliza bajo los pies de Lucien
zumba más débilmente que la última vez, ya se está adaptando a la vida en
Ostomar. Los drasgard de guardia aún lo miran con recelo. Algunos parecen
perplejos de que ande por ahí sin supervisión.
Lucien también sigue acostumbrándose a la libertad. Vagar por Ostomar
sin nada en el cuello le resulta extraño. Una parte de él espera que le encadenen
sin previo aviso.
Pero los aspirantes a tacleadores se arrepentirán, tanto si las
consecuencias vienen del propio Lucien como del nuevo rey de Draskora.
Encorvando el cuello, Tezurit inspecciona el arnés. Es malo. Lo odio.
Lucien se lo esperaba. —¿Es incómodo?
Peor. Es feo. Sale humo de sus fosas nasales. ¿No puede tu gente hacer
esto de algo más brillante?
Bien, Lucien no se lo esperaba. Pero está lo suficientemente agradecido
de que Tezurit quiera volar con él, así que quiere hacer que eso suceda en sus
términos. —Supongo que podemos hacerlo más brillante. Cuero especialmente
tratado, ¿quizás añadir algunas joyas?
Las alas de Tezurit crujen de emoción. ¡Sí! ¡Perfecto! Quiero brillar con
piedras preciosas. Ella cambia su peso, mostrando sus escamas en la luz del sol
matutino. Tal vez podrías añadir campanas.
—¿Campanas? —pregunta Lucien, esperando haber oído mal.
¡Sí! Filas de campanas a lo largo de las correas del arnés. Repicaré
mientras vuelo. Cuanto más grande y más fuerte, mejor. Todos oirán mi
aproximación, así podrán admirarme mejor.
Lucien intenta no encogerse. Está siendo servicial. Complaciente.
Extremadamente agradecido de que Tezurit soportara la magia de sangre en su
nombre. —Podemos probar las campanas y ver cómo va.

210
La risa de Tezurit resuena en su mente. ¡Qué humano tan crédulo! Por
supuesto que no probaremos las campanas. Sería absurdo.
Lucien se hunde de alivio.
Lo de las piedras preciosas va en serio. Este arnés es horrible.
—Entendido —dice Lucien—. ¿Pero podemos hablar del ajuste? ¿Para
saber cómo hacer un arnés más bonito?
Tezurit mira fijamente, con ojos oscuros sin pestañear. Ser horrible no
encaja. Quítame esto o lo haré yo.
—Está bien, está bien. —Lucien sube de nuevo a sus hombros.
Desabrochar el arnés es fácil, es un equipo de ajuste, sin las correas del
piloto—. ¿A dónde vas después de esto?
Caza del cañón. Nos vemos mañana, si me apetece.
Lucien le palmea la espalda, sonriendo. —Feliz caza.
No es el camino normal cuando uno se une a un dragón. Desde luego, no
van a unirse al cuerpo de dragones, como si Marek se lo permitiera. Pero Lucien
está deseando forjar su propio camino con Tezurit.
Con arnés extra brillante y todo.

La sala del trono se ha limpiado, los escombros se han retirado, pero quedan
cicatrices. Unas apresuradas reparaciones mantienen unido el techo contra el
tormentoso clima de Draskora. Tramos más oscuros de pared marcan el lugar de
los tapices en ruinas.
La sala ya está en uso.
Esa es la historia de la última semana: poner parches para que luego se
puedan arreglar como es debido. Las misivas urgentes al ejército de Draskora
ordenaron un alto al fuego, y los mensajes de Whisper se aseguraron de que
Silaise lo respetara. El tratado de paz oficial tardará más en negociarse, pero un
estancamiento es una mejora drástica.
Más mensajeros se han dispersado con proclamaciones de la repentina
ascensión de Kazia. Una celebración formal de eso también tendrá que esperar.

211
Lucien no prevé ningún desafío serio. La armada kaiskariana acecha en
alta mar, y los jinetes de dragón de Marek aseguran el apoyo desde los cielos.
Las Casas Gabra, Bernek y Komar han apoyado a Kazia con sus estandartes, y
las demás Altas Casas parecen demasiado aturdidas para protestar pronto.
El trono de piedra caliza es ahora más pequeño, pero no menos
imponente bajo la calcinada talla del dragón. Cuando Lucien llega, Kazia está
en una audiencia con Whisper.
El tinte se ha desvanecido del cabello de Whisper, revelando más de su
oro natural. Ataviado con un abrigo verde oscuro, ahora actúa como un
representante visible de Silaise. Se gira cuando Lucien se acerca y lo observa
pensativo.
—Lamento interrumpir —dice Lucien, saludando a los heraldos y
guardias que flanquean el estrado. Cuando se levanta de un salto, el objeto del
bolsillo de su abrigo le golpea el muslo.
Kazia frunce el ceño pero extiende la mano. —No lo lamentas.
—Nunca lamento verte —dice Lucien, y besa la mano de Kazia.
Lentamente.
Los ojos de Kazia se desvían. Adorable.
Por reflejo, Lucien comprueba si está herido. Las sombras persisten bajo
los ojos de Kazia. Ha sido una larga semana, pero también han sido unos largos
meses. Una larga vida. Kazia está más brillante y más vivo de lo que Lucien le
había visto nunca.
Lucien se propone proteger ese brillo con todo su ser. Algunas noches, se
despierta con el recuerdo de la muñeca de Kazia crujiendo bajo su mano. La
culpa tardará mucho más en curarse.
Pero cree que algún día lo hará.
La nueva corona de Kazia aún no está lista, y lleva un sencillo circlet de
oro. En su larga trenza color lavanda se entrelazan hebras de hilo de oro. Es
demasiado pequeño para el trono, pero se sienta como si fuera su dueño, con
una pierna recogida en el asiento.
Lucien todavía sostiene la mano de Kazia. No puede evitarlo y vuelve a
besar los delicados nudillos.
—Llegas justo a tiempo —dice Kazia—. Whisper se está despidiendo.
Lucien se aparta de mala gana y se apoya en el trono. El asiento del
consorte quedó bastante deteriorado tras el combate, y está pendiente su

212
sustitución. No es esencial, ya que Lucien se contenta con estar más cerca de
Kazia.
—Julien estará extasiado de verte —dice Lucien.
Whisper sonríe como siempre que alguien menciona a Julien. —A mí, sí.
¿Al resto de mi informe? Quién sabe.
Kazia hace un gesto a su heraldo. —Antes de que te vayas, tengo algo
para ti personalmente.
Hyda le entrega a Whisper una esbelta caja de madera. La caja es mucho
más ligera que los secretos que contiene.
—¿Por qué debo darle las gracias, Majestad? —pregunta Whisper, sin
abrir la caja.
Kazia se mueve, cambiando la pierna que se acurruca en el trono.
—Probablemente no deberías darme las gracias.
Duda, y Lucien quiere agarrarle la mano, pero ya han hablado de esto.
Kazia tiene que parecer fuerte en el trono. Si necesita que lo tranquilicen, lo
buscará.
Lucien quiere encargar cojines. Kazia es demasiado huesudo para una
piedra tan implacable.
—La heraldo Bretka me trajo esta información —dice Kazia—. Hace casi
diecinueve años, dos guías de parto asistieron a la reina Aliza en sus dolores de
parto. El parto fue prematuro, pero madre e hijo sobrevivieron gracias a la
habilidad de los guías de parto. Cuando realizaron las pruebas habituales de
magia, descubrieron que el niño era un grial.
La heraldo Bretka se recuperó tras una noche entera de curación. Lucien
no se esperaba la suerte que iba a tener. Como heraldo principal de Imrik, su
lealtad comprada a la fuerza, sabe dónde están enterrados todos los cadáveres, a
menudo literalmente.
Muchas de sus revelaciones son desagradables.
—Los guías de parto eran un matrimonio y tenían un hijo pequeño —dice
Lucien—. Para ocultar que Kazia era un grial, Imrik contrató a un asesino del
Kennel para que matara a los tres.
Los labios de Whisper se entreabren. Parece tranquilo, pero tiene las
manos apretadas alrededor de la caja. —¿Han encontrado los cuerpos?
Lucien no es ajeno al dolor, pero no tiene ni idea de cómo lloraría a
personas que no recuerda. —Desaparecieron. La caja contiene todo lo que

213
Bretka pudo encontrar de ellos. No estamos seguros de que fueran tus padres
—añade, como si necesitara moderar las expectativas de Whisper.
Whisper mira hacia otro lado. —Puede que lo fueran, puede que no. Pero
si son ellos, trajeron vida a este mundo en lugar de muerte. Creo que eso me
gusta. —Whisper se endereza con una leve y triste sonrisa—. Como Lucien ya
no está encadenado, mi misión aquí ha terminado. Debo volver a Greenhaven.
—Tendrás un paso seguro hasta la frontera —dice Kazia.
—Gracias, Majestad. —Whisper se gira hacia Lucien, su sonrisa se
ensancha—. Supongo que viajaré solo.
Lucien recibe una mirada nerviosa de Kazia y salta del estrado. —A
menos que lleves a alguien más contigo. ¿Podrías transmitir mi dimisión a la
reina Margot?
—Haré que Julien o Audric tengan esa conversación. —Whisper se
agarra al brazo de Lucien. Sus ojos violetas brillan—. Es curioso cómo resultan
las cosas a veces.
A Lucien no se le escapa la ironía. Hace apenas unos años, desconfiaba
de Whisper por su claro origen draskorano. —No estás jodidamente
equivocado.
Con una última reverencia a Kazia, Whisper abandona la sala, con la
nueva pista de su pasado en las manos.
Lucien había pensado que dimitir de su cargo sería más difícil. Pasó años
soñando con un cuerpo de dragones silaisanos, y luego más años
construyéndolo. Pero Rakos y Bellamy pueden dirigir la Skyguard sin él. Todo
eso forma parte del pasado de Lucien, la vida que construyó en torno a un
enemigo al que ya derrotó. Ahora es el momento de construir algo nuevo.
Silaise no lo necesita. Kazia y Tezurit sí. Y tal vez pueda dejar su huella
en todo Draskora, también.
—¿Realmente pensaste que me iría? —pregunta Lucien.
Kazia arruga la nariz. —No seas absurdo. Yo te encerraría primero.
—Pervertido —dice Lucien, y Kazia se tapa la cara enrojecida. Todavía
es divertido burlarse de él, aunque Lucien irá con cuidado con él en este
momento. Todos los guardias y los criados siguen escuchando, después de todo.
Lucien nunca se ha sentido tan completo como aquí, rodeado de cosas
rotas. Trono, corona y rey, todos destrozados, pero reparándose.
Está impaciente por ver a dónde conducen las reparaciones.

214
CAPÍTULO TREINTA Y UNO.
Kazia.

Kazia saca el objeto del bolsillo de su abrigo y aparta sus pensamientos de la


insinuación de Lucien. Ahora no es el momento: la heraldo Hyda ya se ha
adelantado.
—Su próxima audiencia está lista, Majestad —declara Hyda con
entusiasmo. Está disfrutando de la nueva importancia de su papel.
—Que pasen —dice Kazia, aunque se siente más en conflicto con esta
audiencia que con la anterior. Recibir a sus invitados en la puerta principal
habría sido más educado. Han recorrido una gran distancia. Pero Kazia necesita
señalar su posición.
Al abrirse las puertas, Hyda anuncia: —Vana Kaiskara Dire y Daromir
Azri.
Kazia no ha visto a su hermano mayor desde su última partida de aerie.
Sin embargo, siente que lo conoce mejor que nunca, gracias a las estúpidas
cartas.
Vana parece diferente. También Daromir. Van vestidos con ropa cómoda
y mucho más colorida de lo que Kazia recuerda que llevaban. El abrigo de Vana
es azul, cosido con flores blancas y verdes, joder. Los dos están varios tonos
más morenos. Vana no mentía en todas esas cartas sobre la playa.
—Déjanos —dice Kazia—, hablaré con mi hermano en privado.
—¿Eso me incluye a mí? —pregunta Lucien mientras los heraldos y
guardias se marchan.
Kazia da un golpecito en el brazo del trono. —Te quedas, por supuesto.
Quiere privacidad, pero aún no confía en otros magos. No importa lo útil
que haya sido Vana.
Vana y Daromir se detienen bajo el estrado, contemplando la destrucción
circundante. Mientras Vana hace una reverencia, Daromir permanece erguido y
siempre vigilante.
Kazia reprime su primer saludo instintivo: “Pensé que mi hermano estaba
de visita, no un par de langostas hervidas”. Ahora es un rey. Tiene que ser
educado y digno.

215
—Deja de inclinarte. Puedo ver tu calva.
Ups.
Lucien amortigua mal su risa.
Vana se endereza, sonriendo, maldita sea. —Yo también me alegro de
verte, hermano.
—Los kaiskaranos no se quedan calvos —añade Daromir—, si lo
hicieran, hay elixires para eso.
—Tengo una corrección para los heraldos. —Vana mira a su
guardaespaldas, su sonrisa se suaviza—. Ahora me llamo Vana Kaiskara Azri.
—¿Qué? —Kazia se queda boquiabierto. Vana adoptó el apellido cuando
se unió a la Casa Dire, lo que debe significar…—. ¿Dejaste que tu
guardaespaldas te adoptara?
Todo el mundo mira fijamente.
Vana dice débilmente: —No, se casó conmigo.
Oh. Kazia siempre solía bromear sobre lo unidos que estaban Vana y
Daromir, pero eso era todo… broma. —Supongo que eso es un poco menos
raro.
Los brillantes ojos verdes de Daromir se arrugan de alegría. —Me alegra
contar con su bendición, Majestad.
—Yo no iría tan lejos. —Kazia no levanta la vista, pero se da cuenta de
que Lucien está a punto de echarse a reír. Es hora de poner orden en esta
conversación—. Hagamos algunas presentaciones. Lucien, estos son
obviamente mi hermano y su guardaespaldas. Vana y Daromir, este es… Lucien
Vaire.
La palabra amante parece demasiado íntima y verdadera para
pronunciarla en voz alta. Por la sonrisa de Lucien y las cejas levantadas de
Vana, aún se oye en los silencios. Joder, Kazia necesita un nuevo título para
Lucien, aunque sólo sea para presentarlo sin tartamudear.
—Un placer conocerte por fin —dice Vana—. He oído hablar mucho de
ti.
—Lo mismo digo —dice Lucien—. Algo incluso halagador, cuando se
presiona al príncipe Bellamy sobre el asunto.
Vana sonríe, al menos por tercera vez desde que entró en la habitación. Es
chocante. Kazia no está acostumbrado a ver a Vana tan feliz.
—Gracias por tu ayuda para distraer al ejército costero —dice Kazia. Eso
era algo cortés que había planeado decir.

216
La sonrisa de Vana se desvanece. —Lo único que lamento es no haber
podido hacer más. Tú lograste lo que yo no pude, destronar a Imrik. —Vacila,
sus próximas palabras claras incluso antes de decir—: Marek nos habló de tu
magia.
Kazia retuerce el extremo de su trenza. —Yo se lo pedí. Es molesto de
explicar.
No tiene intención de hacer grandes anuncios, pero ya no mantiene su
condición de grial en secreto. No tiene sentido: demasiada gente conoce su
magia. Kazia seguiría prefiriendo no compartir el aspecto del dolor fuera de
unas pocas personas, como Marek y Vana.
Kazia necesita que Vana sepa por qué mató a su padre, aunque Vana
también odiara a Imrik.
El hilo de oro de su cabello tiene una textura agradable entre sus dedos.
—Tengo buenas noticias si quieres hacer más —dice Kazia, antes de que Vana
pueda decir algo horrible y simpático—. Pienso recompensar los favores con
más exigencias.
El cambio de tema no borra la preocupación de la cara de Vana. —Estaré
encantado de ayudar, dependiendo de las exigencias.
Puede que sea una petición demasiado grande, dado lo felices y
bronceados que están Vana y Daromir. Kazia tendrá que ser persuasivo.
—Vuelve a Draskora durante un año. Ayúdame a construir mi consejo y a
gestionar la transición. Me gustaría ser mejor rey que Imrik, pero no puedo
hacerlo solo.
Kazia tiene demasiadas ideas para gestionar él solo, además de asegurar
su posición y forjar la paz con Silaise. Quiere reformas legales. Protección para
los griales. Normas éticas para la investigación mágica.
Pone la mano en el brazo del trono. Sin perder un instante, Lucien la
toma, acariciando la muñeca que una vez rompió. Ahora, sólo hay ternura en su
tacto.
—¿Qué piensas, Daro? —pregunta Vana.
La atención de Daromir vuelve de recorrer los bordes de la habitación.
—Me alegró dejar atrás este lugar pero no mentiré. Me gustaría ver qué cambios
puede traer un año.
—Si estás seguro —dice Vana. Tras un momento de contacto visual y
comunicación silenciosa, asiente—. Tenemos una condición. La independencia
de Kaiskara.

217
Kazia se relaja. —La declaración de intenciones ya está redactada.
Podemos resolver juntos los detalles de la transición.
Ha hecho los cálculos. Cualquier ingreso fiscal de Kaiskara es devorado
por la aplicación de la ley. Es una inversión neutra en el mejor de los casos. La
única razón por la que Imrik mantuvo la isla fue su propio orgullo.
Vana hace una reverencia más profunda esta vez, y cuando se levanta, su
sonrisa es más amplia. —Entonces acepto encantado, Majestad.
Ha ido tan bien como Kazia podía esperar. Sigue sintiéndose aliviado
cuando Vana y Daromir se marchan. La tranquilidad es agradable. Lucien ha
hecho todo lo posible para que Kazia duerma horas regulares durante la última
semana, pero es difícil cuando suceden tantas cosas. Kazia necesita guiar y ser
testigo de todo ello.
—¿Tienes más audiencias hoy? —pregunta Lucien, jugueteando con la
trenza de Kazia.
Kazia se inclina más. Sólo porque es cómodo, no para facilitarle a Lucien
el acceso a su cabello. —Ha sido la última.
—Has tenido una semana muy larga. —Lucien suelta el cabello de Kazia,
lo que es malo. Luego Lucien se mueve delante del trono para inclinarse sobre
él, lo cual es bueno—. Deberías tomarte un tiempo para relajarte.
Su mirada es cualquier cosa menos relajante.
Kazia se mueve en el trono. El objeto de su bolsillo se clava en su cadera.
—¿Tienes alguna idea?
Lucien extiende las manos por los muslos de Kazia, su tacto caliente a
través de la seda. —Varias ideas.
Se inclina cuando Kazia le levanta la barbilla y se besan. Kazia se está
volviendo adicto a tocar a Lucien. Superar su miedo sólo aumenta el placer que
encuentra al otro lado.
Lucien sabe lo que hace, y Kazia definitivamente se beneficia de su
experiencia. Aunque cada beso experto le recuerda una cosa.
—En realidad no quiero encerrarte —admite Kazia entre besos—. Pero
soy malo compartiendo.
—Nunca lo habría imaginado. —Lucien se acerca a su mandíbula. La
tierna piel de su garganta—. Iba a darte un mes para sentar la cabeza antes de
asustarte hablando de relaciones.
Kazia inclina la cabeza, exponiendo su garganta a más húmedas y
cosquilleantes caricias. —No tengo miedo.

218
Lo habría dicho de cualquier manera, pero es verdad.
—Eres el hombre más increíble que he conocido. —Lucien se aventura
más arriba en los muslos de Kazia—. Nunca voy a tener suficiente de ti.
Lucien sigue teniendo un gusto terrible para los hombres, pero Kazia no
está dispuesto a quejarse. —Tendrás que elegir un título. He estado pensando en
lo que dijiste aquella vez, sobre ser compañeros. No rey y súbdito.
—Eso fue antes de desertar de Silaise —dice Lucien, apartándose para
hablar.
Kazia agarra a Lucien por la camisa antes de que pueda llegar lejos. Algo
en el bolsillo de Lucien choca contra el trono. —Sigo necesitando a alguien que
no me trate así. Alguien que sepa cuándo presionarme.
Imrik y Aliza gobernaron juntos como rey y reina, aunque los forasteros
pudieran haberse dejado engañar por el despiste de Aliza. Se apoyaron
mutuamente, más fuertes de lo que eran solos.
Kazia no está listo para coronar a Lucien como co-rey ni nada parecido,
pero quiere una asociación así. No con alguien como Aliza que permita sus
peores impulsos, sino con alguien que le empuje a cuidarse y a aceptar ayuda.
Alguien que le pida que sea mejor persona.
—No te preocupes, no seré demasiado obediente. —Lucien acaricia la
línea húmeda de la garganta de Kazia, y sus siguientes palabras son cálidas
contra el oído de Kazia—. Yo tampoco quiero compartir esta faceta tuya.
Kazia se retuerce, su cuerpo reacciona al deseo en la voz de Lucien. Es
como imagina que se sentiría la magia si no doliera. La ropa le aprieta
demasiado, su piel está hambrienta de más.
—Has trabajado mucho todo el día —dice Lucien—. Deberías irte a la
cama y descansar un poco.
Retorciéndose torpemente, Kazia saca algo de su bolsillo y lo coloca en el
brazo del trono. —O podría tomar una audiencia más.
Lucien parpadea ante el pequeño frasco. —Majestad, ¿ha traído
lubricante a la corte?
—¿Sí? —Kazia se había sentido muy esperanzado esta mañana. En
retrospectiva, la idea puede haber sido ridícula—. No estaba seguro de cuándo
tendríamos la oportunidad de escapar. ¡Deja de reírte!
Lucien se limpia los ojos, con los hombros aún temblorosos. —Lo siento,
eres jodidamente perfecto, ¿de acuerdo? Toma. —Se mete la mano en el bolsillo
y deja un segundo frasco junto al de Kazia—. Las grandes mentes piensan igual.

219
Kazia se queda mirando y luego se echa a reír. Se ríe tanto y tan fuerte
que apenas puede respirar, rozando un dolor que no odia. Su risa persiste
mientras Lucien se embolsa ambos frascos, y sólo se corta cuando Lucien lo
levanta del trono.
Con un aullido indigno, Kazia envuelve los hombros de Lucien con los
brazos. Sus piernas se enganchan alrededor, y es hiperconsciente de su polla,
atrapada con fuerza entre sus cuerpos.
Su corazón se acelera con la sensación de sentirse protegido. Atesorado.
Deseado.
—¿Sería inapropiado inclinarte sobre el trono? —Lucien pregunta.
Kazia se sacude en el agarre de Lucien. —Extremadamente inapropiado.
Una plaga en la memoria de mi padre.
—Perfecto —dice Lucien, y deja a Kazia junto al trono. Luego le da la
vuelta.
Kazia se apresura a desabrocharse los pantalones mientras Lucien le besa
sin prisas el cuello y los hombros. La emoción de la rebelión aumenta con cada
caricia. Su padre se pondría furioso. A su madre le daría un ataque. Kazia ya no
tiene que temer su ira y su control.
Ahora es el rey, inclinado sobre el brazo de su trono. La piedra es dura
bajo sus caderas y los pantalones le aprisionan los muslos. Los dedos de los pies
apenas tocan el suelo. Apoya los codos en el asiento mientras Lucien se inclina
sobre él.
—¿Está cómodo, Majestad? —pregunta Lucien, burlón y reverente a la
vez.
—Casi. —Kazia se echa hacia atrás, no le gusta la piedra fría contra la
cabeza de su polla—. Ya está. ¿Qué te parece? ¿Lord Lucien? ¿Duque Lucien?
—Duque no. Eso suena muy estirado. —Lucien palpa el culo de Kazia,
su mano casi lo bastante grande como para abarcar toda una mejilla. Kazia se
inclina hacia el tacto hasta que se desenrosca un tarro—. ¿Y barón Lucien?
Suena bastante bien.
Kazia finge un grito ahogado. —No puedes ser un barón. Es
prácticamente un plebeyo.
Unos dedos resbaladizos acarician el agujero de Kazia, caliente a través
del ungüento. —Eres tú el que permite que un asqueroso plebeyo se meta en tu
adorable culo real —señala Lucien.

220
Kazia respira entrecortadamente. —Nadie me ha acusado nunca de ser
sensato.
Lucien se ríe mientras desliza dos dedos dentro de Kazia. Inmediatamente
encuentra la próstata de Kazia, y el placer que le hace los ojos agua anula todo
lo demás.
—Relájate para mí —dice Lucien.
Y Kazia lo hace.
Después, Lucien se deja caer en el trono. Kazia se tumba en su regazo,
con los pantalones subidos pero sin atar. Lleva el cabello revuelto, el circlet de
oro torcido y el corazón en calma.
Kazia apoya la sien en la clavícula de Lucien. —Podrías ser un príncipe.
Soy el rey, puedo hacer príncipe a cualquiera.
Lucien ajusta su agarre, estrechando a Kazia. Apoya la barbilla en la
cabeza de Kazia. Su calor lo tranquiliza incluso cuando Kazia está acalorado por
el esfuerzo. —Llámame como quieras. No cambia lo que soy ni lo mucho que te
deseo, joder.
Kazia nunca se cansará de oír eso. —Estás desquiciado.
—Entonces seré un príncipe perfecto.
Kazia no puede cambiar lo que es. No puede deshacerse de la magia que
odia, como tampoco puede deshacerse de las cicatrices invisibles de su alma.
Pero ha sobrevivido a su pasado y pretende gobernar su futuro, con Lucien a su
lado.

221
EPÍLOGO.
Seis meses después.

Kazia deja que Audric firme primero, para asegurarse de que su firma es más
grande que la de Audric. Su letra ha desarrollado una elegante ilegibilidad en
los últimos seis meses. Desde su coronación, ha firmado más papeles que las
estrellas que hay en el cielo.
Este tratado es el documento más importante hasta ahora, firmado por
duplicado con copias para la Casa Dire y la Casa Sandry. Las pilas gemelas de
pergamino representan meses de complejas negociaciones. Comenzar una
guerra es mucho más simple que terminarla.
Nobles, jinetes de dragón y representantes civiles de Draskora y Silaise
llenan el gran salón central de la Fortaleza de Raya. Lucien está en el estrado,
con su cálida presencia detrás de Kazia. Todos los príncipes de las Casas Dire y
Sandry están presentes, y Audric firma el tratado en nombre de su madre. El
acto es una muestra de confianza, pero Kazia no puede culpar a Margot por
permanecer en Sandrelle.
Fue bueno trabajar con Audric en las etapas finales de la negociación.
Serán reyes vecinos durante mucho tiempo, una vez que Audric ocupe el trono
de Silaise.
Mientras los heraldos se llevan los tratados para guardarlos, Audric hace
un gesto a la abarrotada sala. —¿Te gustaría decir unas palabras primero?
Kazia mira a la multitud, caras conocidas y desconocidas. Las
expectativas pesan más que la nueva corona que lleva en la cabeza, como si el
escrutinio quedara atrapado en los delicados picos de piedra caliza y oro.
Respirando hondo, Kazia declara: —Hemos firmado. Bebamos.
La sala estalla en aplausos.
—Bueno, difícilmente puedo seguir eso —dice Audric, divertido.
Extiende el brazo hacia su marido y desciende a la celebración.
Lucien se acerca a Kazia. La luz brilla a través de los mechones blancos y
dorados de su cabello. Los colores de las escamas de Tezurit se mezclan con el
rojo natural de Lucien para brillar aún más como una llama que antes.
—¿Cómo ha ido? —pregunta Lucien.

222
Kazia saluda a los nobles silaisanos. —La mía es el doble de grande que
la de Audric.
—Lo importante no es el tamaño, sino lo que haces con ella.
Kazia pone los ojos en blanco. —Eso vale para las pollas, no para las
firmas.
Una noble cercana se atraganta al oírle. Kazia la ignora y se dirige hacia
el grupo de príncipes más cercano. Su deber de hoy no termina con la firma del
tratado.
Mucho peor, Kazia ahora tiene que socializar.
Aunque eso es otra cosa que ha estado practicando. La conversación
cortés con gente de todo tipo. Kazia sigue estando nervioso con los magos,
sobre todo desde que todos saben que es un grial. Pero tener a Lucien cerca
ayuda, además de todas las demás personas que quieren que Kazia esté a salvo.
Por razones prácticas, como apoyar su régimen. O por razones ridículas, como
preocuparse por él.
El príncipe Julien y Whisper conversan con el príncipe Audric y su
marido, Corin. Whisper es completamente rubio ahora, sin ningún disfraz. Está
más callado entre la multitud de lo que Kazia le recuerda de antes.
Kazia nunca había visto a Julien, pero le reconoce fácilmente. Julien es de
la misma estatura que Audric, y tienen el cabello oscuro parecido. Sin embargo,
el parecido es superficial. Donde Audric es reservado, Julien es todo menos eso.
En cuanto intercambian los saludos de rigor, Julien levanta una copa y
dice: —No puedo creer que Audric y Kazia estuvieran a punto de casarse una
vez.
Lucien y Corin se dan la vuelta.
—¿Perdón? —pregunta Corin.
Lucien señala. —Lo que él ha dicho.
Audric toma dos copas de vino y le pasa una a su marido. —Julien
exagera. Sin ánimo de ofender, Kazia, pero mi madre nunca consideró la oferta.
Kazia se encoge de hombros. —No era una oferta genuina, Imrik sólo la
estaba jodiendo. Nunca me habría dejado ir de Ostomar. —Kazia ignora la
mueca de dolor de Lucien. Cierto, es una de esas cosas que suenan normales
hasta que Kazia las dice en voz alta—. Imrik también envió propuestas similares
a los príncipes de Patha y Fellrin.

223
La información parece apaciguar a Corin. Es un hombre bajo y delgado,
con el cabello rubio fresa trenzado en una corona de flores. Motas de luz
centellean entre las flores y alrededor de sus muñecas en lugar de joyas.
Se concentra intensamente en Kazia. —Tenía muchas ganas de conocerte
—dice Corin—. Lucien ayudó a presentarnos a Audric y a mí, y estamos
encantados de que haya encontrado a alguien.
—Encantados —Audric hace eco—. Lucien, deberíamos ponernos al día
pronto.
Corin sigue mirando y a Kazia se le eriza la piel. —¿Tengo algo en la
cara?
—¡Oh, perdón! —Corin se acerca para que se le oiga por encima de la
celebración—. Es que me encanta tu cabello, y no esperaba que fueras más bajo
que yo. —Parece encantado con el hecho.
—Eso no es justo —protesta Kazia—. Llevas tacones.
Corin ladea la cabeza, pensativo. Las luces se agitan en su cabello.
—Creo que sigo siendo más alto sin ellos.
Lucien mira entre los dos con el ceño fruncido. —Es difícil saberlo, pero
hay una forma de averiguarlo.
—No seas asqueroso —dice Kazia. No se va a quitar los putos zapatos en
una fiesta.
—Estamos encantados de conocerte. —La sonrisa de Julien se
ensancha—. Lucien se estaba aburriendo con sólo unos pocos dragones que
manejar.
Antes de que Kazia pueda decir si eso era un insulto y a quién estaba
insultando, Whisper lo aparta. —Quería darte las gracias por la información
sobre mis padres.
La celebración de repente se siente más silenciosa, amortiguada por el
polvo de los recuerdos.
—¿Eran ellos? —pregunta Kazia.
Whisper asiente. —Ahora sé los nombres de mis padres y el nombre con
el que me llamaban. ¿Podrías darle las gracias a Bretka también de mi parte?
Kazia sabe lo importantes que pueden ser los nombres. Su propio nombre
fue una vez un grillete, pero siempre ha sido suyo. —¿Debería seguir
llamándote Whisper?

224
—Por supuesto. Es quien yo soy. —Whisper desvía la mirada. Una
complacida vergüenza tiñe su rostro—. Perdón, Julien me llama. Seguramente
para nada bueno.
Mientras Julien y Whisper se dirigen hacia una puerta lateral, Kazia
vuelve al lado de Lucien. A continuación encuentran al príncipe Bellamy y al
jinete de dragón, Rakos Tem, hablando con la heraldo Hyda. El parecido entre
los primos es notable, incluso con el cabello de Rakos teñido a juego con su
dragón verde azulado.
Kazia supone que es agradable ver una reunión familiar.
—Gracias por levantar el precio sobre mi cabeza, Majestad —dice
Rakos—, nunca pensé que volvería a pisar Draskora.
Kazia comenzó su reinado con muchos indultos. Eliminar la recompensa
y el exilio de Rakos era lo menos que podía hacer, teniendo en cuenta que sus
propias acciones provocaron accidentalmente el destierro de Rakos. Con
algunos pasos intermedios en el camino.
—De nada —dice Kazia—. Siéntete libre de unirte a nuestro cuerpo de
dragones cuando quieras.
Los ojos de Bellamy se entrecierran, luego se suavizan en una sonrisa
malvada. Es más bajo que sus hermanos, pero tiene una presencia
impresionante, desde sus botas de piel de wyrm hasta los mechones azules de su
cabello. —Estaremos encantados de negociar. Tú recuperas a Rakos, nosotros
recuperamos a Lucien.
Kazia se eriza.
Lucien se interpone entre ellos. —Bien, bien, literalmente acabamos de
terminar una guerra. No empecemos una nueva.
—Lucien tiene razón, hoy es para celebrar. —Rakos levanta su copa en
señal de brindis—. ¿Qué tal una canción, juglar?
Bellamy se esconde tras su vaso. —Creo que eso contaría como un acto
de guerra.
Abandonan a Rakos y Bellamy que debaten si los músicos contratados
permitirían artistas invitados. Kazia se obliga a beber despacio, en lugar de
engullir nerviosamente su vino sólo para tener algo que hacer. No quiere que se
repita su último exceso, aunque le guste que Lucien se ocupe de él.
—¿Estás bien solo aquí? —Lucien dice—. Necesito dejar que Audric me
ridiculice durante cinco minutos.

225
Kazia suspira dramáticamente. —Intentaré no desesperarme en tu
ausencia. —Se muerde el labio, el sarcasmo vacilante—. Pero no tardes
demasiado.
—No lo haré —promete Lucien, y se abalanza para besar la mejilla de
Kazia.
Kazia se queda helado cuando todas las miradas de la sala se vuelven
hacia él. Se le dibuja una sonrisa en los labios. Siempre le han gustado los
espectáculos y quiere que todos sepan lo mucho que Lucien le pertenece.
Antes de que pueda tomar un poco más de vino, Sei aparece en un
revuelo de cabellos azules y blancos. —¿Qué ha pasado con tu discurso? ¿No
estuviste practicando anoche?
—Lo hice, pero sonaba estúpido. De todas formas, a nadie le gustan los
discursos largos. —Kazia termina su bebida y hace una pausa—. ¿Qué mierda
llevas puesto?
Sei ha renunciado a su indumentaria habitual de jinete de dragón por una
túnica sin mangas de elegante color negro que deja al descubierto el nuevo
tatuaje de su brazo izquierdo. Las flores de Isanthera se extienden en espiral
desde la muñeca hasta el hombro, con tinta dorada brillando en los bordes de los
pétalos azules.
—¿Te gusta? —Sei se gira, mostrando el tatuaje—. Quería hacerme un
fellcat, pero Osric dijo que sería raro para él.
Kazia frunce el ceño. —El tatuaje es bonito pero, ¿has traído un abrigo?
Vas a pasar frío.
—Está bien. —Sei se inclina conspiradoramente—. Marek siempre puede
calentarme.
Kazia se niega a responder.
Sei echa un vistazo a la sala, con el brazo apoyado en la cadera para
mostrar el tatuaje. —Este lugar parecía más bonito para nuestra boda. Sabes,
Marek me la chupó en el altar, en esta misma sala.
Kazia no puede creer que alguna vez se preocupara por este pobre y
lamentable grial. —No lo sabía, y sigo sin saberlo. ¡Adiós!
Empuja su copa vacía a las manos de Sei y se retira antes de oír algo más
espeluznante.
Lucien no está a la vista, lo cual está bien. Kazia sobrevivió a muchas
fiestas antes de conocer a Lucien. Sonríe a nobles al azar, que le devuelven la
sonrisa nerviosos, hasta que Daromir lo alcanza.

226
—Vana te está buscando —dice Daromir—. Está junto a la fuente de
vino.
—Gracias —dice Kazia.
Daromir parece asombrado por la respuesta. ¿Quién iba a decir que la
simple cortesía podía ser tan divertida?
Kazia encuentra a Vana en la fuente de vino con Marek. Nunca se había
sentido tan aliviado de pasar el rato con sus hermanos. Vana le da a Kazia un
plato de pequeños pasteles de hadarnut. No son sus favoritos, pero no los odia.
—Hoy lo has hecho bien —dice Vana.
—No parezcas tan sorprendido. —Kazia golpea el brazo de Marek y le
quita las migas—. Tu marido es una amenaza.
—Lo sé —suspira Marek con aire soñador. Luego le da un codazo a
Vana—. Hablando de maridos, Vana Azri. ¿De verdad vas a hacer trabajar hoy a
Daromir?
Efectivamente, Daromir acecha en las afueras de la reunión, siempre
vigilante.
Vana se ríe, mucho más fácilmente de lo que solía hacerlo durante su
infancia. —No, le di el día libre. Resulta que Daro odia las fiestas.
Marek resopla. —¿Llamas a esto una fiesta? No he visto ni un barril de
cerveza.
Mientras Marek y Vana charlan, Kazia se da cuenta de que es feliz.
Sigue habiendo trasfondos incómodos de vez en cuando, pero resulta que
Vana y Marek no son tan malos. Cuando no se están volviendo el uno contra el
otro. Cuando ninguno de ellos está retenido contra su voluntad. Cuando Kazia
no teme que le hagan daño.
Incluso si Marek y Vana fueran magos malvados esperando su momento,
probablemente no secuestrarían y torturarían a Kazia en un acto diplomático.
Al otro lado de la sala, Lucien sigue hablando con Audric, mientras Corin
juega con su perfecta y precisa magia de luz. Julien y Whisper no han salido de
la puerta lateral, aunque el capitán de guardia de Julien parece más resignado
que preocupado.
—No me sorprende que lo hayas hecho bien —dice Vana, sus palabras
horriblemente serias—. Vas a ser mucho mejor rey de lo que yo habría sido.
Kazia desplaza su peso. —Tengo ayuda de sobra.
Marek pone los ojos en blanco. —Deja de hacerte el simpático, Vana. Lo
estás asustando.

227
—Gracias, Marek. —Kazia le tiende el plato de pastelitos—. Por fin.
Lucien ha escapado de las malvadas garras del silaisano.
Marek toma el plato de sus manos. —Recuerda que Lucien es silaisano.
—Él no es silaisano —dice Kazia sin pensar—. Es mío.
Las palabras llegan sin su permiso. Kazia huye antes de que pueda ver la
expresión de sus hermanos.
Excepto que Lucien aún no pertenece del todo a Kazia. Ver a sus
hermanos hoy es un duro recordatorio de ello. Kazia quiere arreglarlo, si Lucien
se lo permite.
La multitud se separa y, en el siguiente suspiro, Kazia se planta ante la
sonrisa de Lucien.
Lucien le tiende la mano. —¿Me has echado de menos?
Kazia le toma la mano. —Ya te gustaría.
—Te he echado de menos. —La mano de Lucien envuelve la de Kazia—.
¿Quiere salir de aquí, Majestad?
—Por favor.

No van muy lejos, sólo un rápido vuelo en dragón hasta un río cercano. Tezurit
juega en el agua, empapando su iridiscente arnés tachonado de cuarzo.
Kazia permanece fuera del alcance de las salpicaduras, con el viento
fresco en su cabello alborotado por el casco. El bosque circundante es
exuberante, dorado por el otoño, brillante con las últimas hojas verdes del
verano que cuelgan de las ramas negras. Tan cerca de la frontera silaisana, la
influencia de la piedra caliza no es tan grande.
Hay tanto de su país que aún no ha visto. Le encanta descubrir nuevos
rincones con Lucien.
—¿Te sientes mejor? —le pregunta Lucien, rodeándole con un brazo.
—Mhm. —Kazia se inclina más. No se había dado cuenta de que se
estaba agobiando hasta que Lucien lo rescató. Ese es el tipo de cosas que Kazia
siempre ha sabido reconocer mejor en otras personas que en sí mismo.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Lucien.

228
—En nada.
—Mentiroso. —Pero Lucien sabe cuándo presionar y cuándo esperar.
Ahora frota patrones ociosos a lo largo del brazo de Kazia hasta que éste
suspira.
—Es una idea terrible —advierte Kazia.
Lucien le besa la coronilla. —Me gustan las ideas terribles.
Hay ideas terribles normales, como quemar ceremonialmente el arpa de la
difunta reina y convertir sus aposentos en un enorme palacio de ratas. O aceptar
acoger a un trío de jóvenes fellcats para un programa de intercambio cultural.
Luego están las ideas extremadamente terribles, como esta. —Creo que es
muy desorganizado que el símbolo de la Casa Dire sea el dragón, pero siempre
hemos tenido magia de tormenta. ¿No sería más apropiado el fuego?
Las hojas crujen con la brisa de la tarde. El río murmura alrededor del
dragón saltarín.
Lucien gira a Kazia para que le mire. —Dilo claramente, mocoso.
Cada nervio de Kazia zumba con la atención. —Sé que tu historia con la
Casa Dire es dolorosa. La mía también. Pero ahora es mi casa. Mi nombre. Todo
mi maldito país. —Kazia no puede evitar estar asustado, pero Lucien le hace
sentir que eso está bien—. Quiero compartirlo contigo. Lucien Vaire, ¿quieres
casarte conmigo?
Los ojos de Lucien son cálidos como un cielo de verano. —¿Quieres
reclamarme para tu casa?
—Puedes decir que no —se apresura a decir Kazia—. Tendrías que ser
Lucien Greenhaven Dire, y está bien si odias eso. Como he dicho, es una idea
terrible. Por supuesto que no querrías…
Lucien detiene la divagación de Kazia con una mano sobre la boca.
Luego se gira hacia el río. —¿Me permites un minuto sin comentarios mentales?
Tezurit chapotea malhumorada.
Lucien devuelve su atención a Kazia. —No la odio. —Sus pecas bailan
con su sonrisa—. Siempre he querido conquistar la Casa Dire. Sólo que no
esperaba hacerlo desde dentro.
Kazia aparta la mano de Lucien de su boca. —¿Eso es un sí?
—Eso es un sí —dice Lucien, y levanta a Kazia para darle un beso. Con
los pies colgando sobre la orilla del río, Kazia cierra los ojos y se aferra.

229
Hace un año, no podría haber imaginado esto. Cuando soñó con ascender,
pensó que estaría solo. Pero Kazia ha aprendido que la familia no siempre es
algo malo, y que el amor no es sólo un sueño para personas inquebrantables.
El precio de la magia no siempre es el dolor.

FIN

230
¡Un saludo de Tavia Lark!

Y con el nuevo comienzo de Kazia y Lucien, la serie “Perilous Courts” llega a


su fin.
Estoy muy agradecida a todos los que han viajado a Silaise y Draskora
conmigo. Gracias por leer Perilous Courts. Gracias por el fanart y el fanfiction,
las reseñas y las recomendaciones. Los correos electrónicos privados y los
gritos públicos. Los comentarios sobre cada capítulo del proyecto y la
expectación por los libros completos. Son todos increíbles. Gracias.
Si quieres seguir en este mundo, encontrarás más historias sobre todos los
príncipes y consortes en Patreon.com/TaviaLark. Únete a mí para disfrutar de
escenas tórridas, lazos fraternales e incluso algunos personajes secundarios
favoritos.
Para recibir noticias sobre futuros libros, además de una historia extra
sobre Julien, Whisper y los felinos, únete a mi boletín aquí.
Por último, hay más romance mágico, dolor/comodidad y acurrucarse
para entrar en calor en mi serie completa Radiance. Pasa la página para saber
más o visita TaviaLark.com/Radiance.
Su apoyo y ánimo hacen que todo sea posible.

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Sobre el Autor

Tavia Lark escribe novelas románticas y eróticas de fantasía para


hombres y mujeres. Sus tropes románticos favoritos son el dolor y el consuelo,
compartir la cama y convertirse de enemigos a amantes. Escribe desde un
soleado apartamento con la “ayuda” constante de su gato peludo. A él gusta
mucho escribir a máquina, okay.
Entre los trabajos de Tavia Lark se pueden encontrar las series:
➔ Radiance
➔ Vampire Delivery Service
➔ The Raven Park Wolves
➔ Season of Seduction
➔ Sorcery and Submission

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