Resumen Psicoterapia II
Resumen Psicoterapia II
Resumen Psicoterapia II
En el caso del profesional autor del relato, psicoanalista preparado para escuchar y colaborar en la elaboración
psíquica, el sufrimiento nace de la desmesura entre lo que se le demanda y lo estrecho de su instrumento para
hacer algo.
La institución es una forma de la sociedad y la cultura, pero también es una formación psíquica; reúne
formaciones y procesos heterogéneos: sociales, políticos, económicos y psíquicos. Parece que, por razones
que son intrínsecas, buena parte de las representaciones sociales (incluidas algunas teorías) no piensan la
relación del sufrimiento de los sujetos con la institución. Se lo padece y aún se lo reconoce, pero es difícil
pensarlo.
El sujeto psíquico se apuntala en su propio cuerpo, en los grupos a los que pertenece, en el espacio
institucional y en las representaciones sociales, aquello que Castoriadis llama el “imaginario efectivo”. Las
personas depositan en la institución rasgos como la protección, el amparo, el cuidado básico, la continuidad, la
permanencia. Estas depositaciones son defendidas por mecanismos como la represión o la desmentida, que
bloquean el acceso al pensamiento de lo que allí se les juega, y entonces se instala lo impensado.
Una parte de sí mismo, la que está fuera de nosotros, la parte primitiva e indiferenciada, ese trasfondo
irreductible de la vida psíquica, está puesta también en la institución y funciona como marco inmóvil y
silencioso para el despliegue de la vida. Esta es una relación anónima, poderosa y violenta, más bien del orden
de lo irrepresentable. Este estado de vínculo se caracteriza por la indiferenciación de los espacios psíquicos. En
esa maraña, en esa no diferenciación, el sufrimiento en la institución puede deslizarse al sufrimiento de la
institución. Si no hay distinción entre nosotros como sujetos individuados y la institución, entonces lo que sufre
es la institución.
Pero aquello que habitualmente es irrepresentable, en situaciones dadas, irrumpe en la mente con efectos
críticos y de pronóstico reservado y adviene a la representación luego de una ruptura catastrófica del marco
institucional.
Las instituciones cumplen (¿o cumplían?) un papel fundamental de regulación y continuidad. Hay en general
un fracaso de las funciones metapsíquicas de las instituciones. La institución ya no se impone contra la
irrupción de lo impensado y el caos. Y por lo tanto estamos obligados a pensar la institución. Todavía están
por construirse la teoría y los conceptos que nos permitan inteligir la producción de nuevas subjetividades en
la relación de los sujetos con las instituciones, cuya marca actual es lo inestable, lo precario y lo no seguro.
El autor menciona situaciones que son fuentes específicas de sufrimiento, que conciernen a los aspectos
contractuales. Esta dimensión incluye o se asienta en los contratos propiamente dichos, esos papeles que se
firman (o no) y que estipulan deberes y obligaciones recíprocas. Hay una forma general de este enlace del
sufrimiento y la cultura. Freud dijo que el sujeto cambia una cuota de felicidad posible por una cuota de
seguridad prometida. Pero esta formulación debe ser transversalizada con lo social-histórico efectivo, para no
quedar encerrada en una abstracción universalizante. En nuestra sociedad burguesa, bajo la égida del Estado
que conforma buena parte de nuestro icc, hay una apariencia ideológica justificada de contrato libre. En
verdad, la relación entre una persona y una institución es brutalmente asimétrica. El contrato ya implica una
violencia originaria, habitualmente invisible, naturalizada. Esta violencia hoy se encuentra redoblada por el
actual contexto de precarización de relaciones del empleo.
Sobre el mismo eje, pero en otro plano, es útil la noción de contrato narcisista propuesta por Piera Aulagnier.
Nos ponemos la camiseta de la institución y estamos dispuestos a transpirarla. En reciprocidad, la institución
nos reconoce como miembros y continuadores de esa estirpe, portadores del emblema, nos otorga
pertenencia, seguridad. El sujeto siente (tiene la certeza) que tiene un lugar, que es reconocido y que es
representante de la institución, pero además tiene derecho a un espacio propio, individuado, y no por eso
traiciona al grupo de origen.
En muchas situaciones, el contrato narcisista está fracturado, falsificado, pervertido. Y ésta no es la menor de
las fuentes del sufrimiento que nos imponen estas instituciones.
(En los ejemplos se presentan situaciones en un centro de salud mental de la Municipalidad e Bs. As.; en un
municipio del conurbano, donde trabaja un equipo en una relación de contrato con el municipio; un equipo
interdisciplinario de atención y prevención del sida que trabaja en un hospital público de Bs. As., etc.).
Las intervenciones en diversos agrupamientos dentro de instituciones tanto públicas como privadas, han
configurado sus actividades alrededor de un encargo o demanda hacia un experto o profesional nombrado
analista institucional. Sin embargo, este nombre podría no reflejar fielmente lo que se lleva a cabo. Esta
nominación responde quizás a una necesidad de inscribir tales prácticas dentro de cierta clínica, e incluso un
cambio de nombre no alcanzaría para salir de esta encerrona identitaria: la forma coagulada de un hacer
alrededor de una “identidad” profesional supone una posición subjetiva, unos instrumentos y unos referentes
teóricos, pero ante todo indica un lugar que configura el dispositivo y dispone los procedimientos. Y tal lugar
no habilita la eficacia y potencia a los procedimientos de quien opera sino más bien las obstruye, puesto que
supone una estructura que induce ceguera para captar fallas o declives.
Las prácticas de intervención en agrupamientos u organizaciones fueron designándose a través de los años de
manera diversa. En los años 60 la incidencia de psicoanalistas como Bleger y Ulloa impulsaron prácticas
institucionales que formaron cuerpo con el extenso campo del grupalismo, experiencias marcadas por la
implementación de alguna variante del grupo operativo, donde lo institucional era uno de los ámbitos de la
Psicología Social, situado entre lo socio-dinámico y lo comunitario. En la década de los 60-70 las prácticas de
intervención institucional se entremezclaron con variadas prácticas en el campo “comunitario” (centros de
salud, asociaciones vecinales, sociedades de fomento, etc.), las cuales giraban en torno a las propuestas de la
psicología preventiva y la promoción de la salud. No estaban tan ceñidas a operaciones con grupos en las que
subyacía la tesis de que la potencia de la operación radicaba en el “dispositivo de grupo” sino que en lo
comunitario lo que se trataba era de impulsar el desarrollo de los recursos propios de la comunidad.
Durante la dictadura se produjo un repliegue sobre la interioridad de los grupos y una suerte de encierro en
las instituciones. Se produjo el encuentro de nuevos referentes tales como Foucault y Castoriadis, cuyas
conceptualizaciones permitieron por ejemplo efectuar un análisis institucionalista de la represión política, de
los movimientos de derechos humanos, de la institución psicoanalítica y del posicionamiento del psicólogo.
Creemos que en la perduración de la nominación “analistas institucionales” está activa una inercia propia de
aquellos tiempos de agrupar saberes y haceres en ciertas identidades profesionales. Aunque en el caso de los
analistas institucionales la cosa no llegó a coagular en profesión; entre los obstáculos, podemos pensar que el
psicoanálisis era hegemónico en la provisión de sustento teórico y rasgos identitarios, sobre todo en el perfil
profesional, lo cual dificultó analizar las propias instituciones e incluso la institución misma del psicoanálisis.
Fue necesario pensar sin estado en las prácticas de intervención: los dispositivos, ante las nuevas formas de
existencia, hoy se ordenan bajo una modalidad del acompañamiento y de unos procedimientos de intervención
que recogen la remoción de los supuestos acerca de la potencia anterior de dispositivos y operaciones.
Las instituciones en sí ya no son el foco de intervención. Su elucidación y la relación que los miembros del
agrupamiento mantienen con ellas no son el sitio de la intervención. Tampoco se puede ya legitimar el
accionar en el sufrimiento psíquico de los sujetos. En este sentido, si tanto el foco como el sitio de la
intervención no pasan más por la “institución”, habría que pensar en la existencia de un oficio aun sin
nominación. Como efecto de la caída del estado, se agotan lugares profesionales y sitios de intervención. En
algún momento, urgidos por la necesidad de instituir espacios en la transmisión universitaria, se ha
denominado a esa perspectiva como “clínica de la subjetividad”. Este cambio de nombre no diseña otro ámbito
de trabajo, sino que busca alojar algunos dispositivos y procedimientos que se implementan tanto como
consultores externos como las que se realizan dentro de los propios equipos.
Otro efecto inevitable de la caída del estado que sostenía profesionales y expertos es el rehusamiento a
ocupar tales lugares, lo cual constituye hoy un requisito para la potencia de la intervención. La mera
suposición del lugar hace obstáculo, ya que lo que suponíamos existente no existe a menos que se funde allí.
Esto sucede aun en los casos en que se demanda una intervención ante un supuesto profesional, y puede
observarse por ejemplo en el emplazamiento y función de docentes u otros instituidos. El rasgo central es que
las experiencias más fecundas se están produciendo en espacios en los que la posición no es la de analistas
que llegan de una exterioridad al agrupamiento mismo sino que lo integran en su propio plano de
consistencia. El “dispositivo de intervención” no es sobrepuesto al trabajo acostumbrado o habitual del
agrupamiento, sino que son una misma cosa.
Estos modos de operación suponen una gran complejidad, ya que observamos que siguen actuando inercias
tanto en las asignaciones transferenciales como en los lugares instituidos propios del orden institucional,
donde el equipo se encuentra inscripto por ejemplo en la docencia universitaria, ordenada según estamentos y
jerarquías. Para poder desatar procesos de subjetivación, se necesita una primera operación que consiste en la
interrupción de tales inercias subjetivas. Algunos de los procedimientos de nuestra actividad son: la
declaración del agotamiento de significaciones enunciadas y desacopladas con las facticidades y la elucidación
de las significaciones presentes en ellas.
“Del campo de análisis y campo de intervención a la noción de subjetividad; de la elucidación critica al
encuentro dialógico; de los padecimientos al sufrimiento, del aislamiento al dialogo; de la no experiencia a la
experiencia, del estar al habitar, de la desubjetivación a subjetivaciones posibles; poner palabras a la
perplejidad, ponerle nombre a los problemas… son solo algunos de los nombres de las derivas que se
producen y nos producen en este oficio de acompañar e intervenir en lo que por ahora nombramos como
políticas de subjetivación”.
Catoriadis, con sus tesis sobre la imaginación radical, propone un lugar central para la invención, al afirmar
que el dominio de lo histórico-social y lo psíquico son emergencia de lo que toma forma sin apelación a un
fundamento exterior. La novedad radical es aquella que adviene de la nada, de lo que no es, en el sentido que
no puede explicarse por lo anterior. Se presenta en actos de determinación de un real indeterminado, siendo
esta forma de existencia a la que llama magma. El status del ser es aquí, el de la determinación y la
indeterminación. Es un pensamiento que hace caer la categoría siempre presente del determinismo en el
dominio histórico-social y habilita el trabajo sobre las condiciones de emergencia de lo nuevo.
Se trata de la creación de nuevas formas de ser y hacer sociales. Lo instituyente propiamente dicho es la
creación en el sentido señalado. Lo instituyente no es la aparición de cualquier cosa más o menos novedosa o
desconocida, sino la creación de una forma social (y por lo tanto también subjetiva) radicalmente nueva. En
nuestros dispositivos y operaciones trabajamos con la idea de presentación-emergencia-producción.
Hace ya tiempo que se insiste en la crisis o el derrumbe de los lazos sociales y se comienza a aceptar que cada
lazo social instituye un tipo subjetivo. Pero si se postula al lazo social como institución y al individuo como
soporte subjetivo de ese lazo cabe la pregunta ¿de dónde nace lo nuevo? Si se concibe a la institución como la
que modela y domina a través de sus dispositivos a un individuo, se está viendo sólo el polo de lo instituido y
en exterioridad; se está pensando a la institución como anterior al individuo cuando en verdad se trata de la
institución del individuo y de su par opositivo: “lo social”. Lo “vincular inter e intrasubjetivo” no es separable
de las significaciones histórico-políticas; de este modo el trabajo de tramitación psíquica no es escindible de la
elucidación de las significaciones histórico-sociales.
Inventamos un dispositivo que llamamos grupo reflexivo. Centramos nuestros procedimientos en la elucidación
crítica de las significaciones que transversalizaban las tareas y las subjetividades de los miembros de cada
agrupamiento; elucidación para Castoriadis: pensar lo que se hace y saber lo que se piensa . Apostábamos a
que la elucidación de las implicaciones institucionales pondría en acción fuerzas instituyentes en la emergencia
espontánea de subjetividades autónomas. Lo que en un momento de nuestro recorrido fue pensado como un
procedimiento, que nosotros realizábamos sobre el agrupamiento, hoy devino efecto de la alteración subjetiva
recíproca, producto del trabajo que realizamos con el agrupamiento.
Entendemos la escenificación como un procedimiento utilizado para producir efectos azarosos, que invitan y
solicitan el encuentro con nosotros, ante la forma anticipada de nuestro pensarlos. Juega una apuesta, pero la
máquina que se va a producir, si se arma, va a ser anónima, o mejor dicho va a situarse más allá de las
personas, de sus “yo”, y del “grupo”.
Concebimos al pensamiento como pura operación; no es el mero hacer ni la producción mental de un yo.
Pensar se piensa siempre en términos de nosotros. Lo que en algún momento nombramos como sujeto
colectivo, hoy es actor y producto a la vez de la operación de pensamiento, que una vez ocurrida, elucida
críticamente las significaciones que lo habían hecho ser.
La problemática de los agrupamientos va mutando sus formas de presentación, en la actualidad aparecen una
variedad de padeceres, se han alterado las modalidades subjetivas y la relación con las instituciones. Las
formas de los agrupamientos hoy, tienen las características del amontonamiento, las prácticas son dispersas,
ambiguas, desvinculadas, producto de una alteración socio histórica subjetiva que no ha llegado a encontrar
otra configuración que ponga en conexión subjetividades y prácticas en forma estable.
Ante lo catastrófico tomado como alteración permanente sólo cabe la instauración de lo que nunca fue. Si
distinguimos crisis, catástrofe y acontecimiento, la dimensión de catástrofe hace a la desubjetivación, proceso
por el cual el sujeto deja de ser. Al presentarse alteraciones radicales en lo socio-histórico subjetivo, la
experiencia subjetiva del yo que se ha sido, es catastrófica: se vive un extrañamiento, perplejidad, pérdida de
referencias y de sentido. Las operaciones con potencia cohesiva suponen que el agrupamiento con su pensar-
hacer, haga ser nuevas formas de estar con los otros, actos en los que se funda lo común, que no se da por
identidades preestablecidas sino por un hacer en situación. Ante la extenuación de los modos subjetivos otrora
vigentes, sólo es posible ser constituyendo el agrupamiento. Tal vez la función del operador pase por provocar
a esa máquina, que sólo se arma en forma contingente, si algo del encuentro se produce.
Habíamos concebido que la operación a realizar era crear condiciones para que cada agrupamiento produzca
aquellas significaciones que lo cohesionen. Hoy que la producción de lazos ha devenido operación subjetiva
(en cuanto es necesario instaurar lo que nunca fue), dicha operación implica al operador, que ya no puede
suponer un lazo-condición de su función, de su lugar, de la potencia de su hacer práctico. Ese lazo acontece…
o no, es del orden de lo contingente y solo puede ser una constitución recíproca.
La intervención efectiva se produce cuando se construye el problema sin ceder a ninguna de las asignaciones
de sentido previas y cuando la subjetividad del operador admite su propio devenir en la situación constituida
también con su posicionamiento.
La autora pretende comparar las condiciones de emergencia de ciertos avatares institucionales y las
condiciones de producción de ciertas prácticas grupales. Habla de la necesidad del diseño singular de los
dispositivos grupales en condiciones diversas de las instituciones. Apuesta a capacitar a los estudiantes y
futuros psicólogos en la diversidad de diseñar dispositivos situacionales específicos y diferenciados que tengan
potencia de intervención en diversas condiciones de existencia.
La posibilidad de intervenir hoy requiere un pensamiento de las actuales condiciones para poder
operar en lo que hay. Es decir, las condiciones actuales tienen que ver con el desfondamiento institucional y
la caída de sentidos unificados.
Al hablar de los avatares de una institución podemos estar hablando tanto en el sentido débil como ciertos
sucesos, eventos, dentro de una forma más o menos estable de existir. Pero también podemos aludir a un
sentido fuerte, en el sentido del acontecimiento, es decir de la alteración radical que sufren ciertas prácticas.
Si las instituciones se alteran es porque ciertas condiciones de producción subjetiva se han alterado,
produciendo otras significaciones sociales que orientan las prácticas, o en ocasiones simplemente
desapuntalando las prácticas al entrar en crisis la significación que las sostenía.
Las instituciones y las prácticas grupales son productos históricos. Debemos poder instrumentarnos para el
diseño de los dispositivos y de estrategias adecuadas para intervenir en las condiciones que se no presenten.
Las diferentes épocas producen un cierto horizonte problemático. La autora precisa tres coyunturas cada una
con prácticas grupales que comprenden diferentes estrategia, dispositivos, saberes y posición subjetiva del
coordinador.
vínculos afectivos positivos. Se inventa el dispositivo de los pequeños grupos psicológicos. Incluiría el
período de las experiencias de la psicosociología en fábricas y empresas y en acciones del Estado
tendientes a producir una determinada actitud en la comunidad. Saberes: plus grupal, unidad grupal,
organismo vivo. Posicionamiento subjetivo del coordinador de liderazgo democrático, por el clima social
que era de de refundación de los pilares democráticos. (Autores: Lewin, Mayo.)
con vientos de cambio. El dispositivo es el de pequeño grupo operativo y grupo amplio en el plenario
para hablar acerca de los emergentes. La estrategia constaba de realizar la tarea implícita y así
trabajarse en la remoción de ansiedades. Respecto a los saberes: PSA kleiniano, interaccionismo y
pensamiento dialéctico (Bion, Pichon Riviere, Bleger). Posición subjetiva del coordinador : oscila de la
abstinencia a la animación.
Las llamadas psicoterapias de grupo utilizadas en el dispositivo social de la SM => eran de corte
bioniano, junto con el psicodrama. Prácticas de grupos motivacionales, homogéneos por ejemplo de
control de las adicciones. El dispositivo era de grupo psicoterapéutico de enfoque PSA en cuanto a sus
saberes (Bion, Anzieu, Käes), con la cura PSA en transferencia y con interpretación como estrategia. La
posición subjetiva del coordinador era de abstinencia, profesional de la SM.
● Tercera coyuntura => El desfondamiento institucional que presenta una alteración en lo instituido.
La sociedad disciplinaria ha llegado a su fin. las subjetividades actuales no parecen estar atravesadas
por la ley ni el deber. Las prácticas que se realizan hoy están en relación a la operación de fundación
de un nosotros que incluye al operador, es decir, el posicionamiento subjetivo del coordinador es de
co-pensor. El dispositivo es entonces un nosotros de pensamiento, en diálogo, armando condiciones de
testimonio y subjetivación como estrategia. Los saberes son el PSA de grupos, el análisis institucional y
el pensamiento contemporáneo (Loureau, Deleuze, Agamben, Lewkowicz, Käes).
Es una especie de ovillo o madeja, un conjunto multilineal. Está compuesto de líneas de diferente naturaleza y
esas líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas cada uno de los cuales sería homogéneo por su
cuenta (el objeto, el sujeto, el lenguaje), sino que siguen direcciones diferentes, forman procesos siempre en
desequilibrio y esas líneas tanto se acercan unas a otras como se alejan unas de otras. Cada línea está
quebrada y sometida a variaciones de dirección, sometida a derivaciones. Los objetos visibles, las
enunciaciones formulables, las fuerzas en ejercicio, los sujetos en posición son como vectores o tensores. De
esta manera que las tres grandes instancias que Foucault distingue sucesivamente (Saber, Poder y
Subjetividad) no poseen en modo alguno contornos definitivos, sino que son cadenas de variables relacionadas
entre sí.
Es siempre en una crisis cuando Foucault descubre una nueva dimensión, una nueva línea. Hay líneas de
sedimentación, dice Foucault, pero también líneas de “fisura”, de “fractura”. Desenmarañar las líneas de un
dispositivo es en cada caso levantar un mapa, cartografiar, recorrer tierras desconocidas, y eso es lo que
Foucault llama el “trabajo en el terreno”.
Las dos dimensiones de un dispositivo que Foucault distingue en primer término son: 1) curvas de
visibilidad; y 2) curvas de enunciación. Los dispositivos son máquinas para hacer ver y para hacer hablar.
La visibilidad no se refiere a una luz que ilumina objetos preexistentes; está hecha de líneas de luz que forman
figuras variables e inseparables de éste o aquel dispositivo. Cada dispositivo tiene su régimen de luz. Las
enunciaciones a su vez remiten a líneas de enunciación en las que se distribuyen las posiciones diferenciales
de sus elementos; y, si las curvas son ellas mismas enunciaciones, lo son porque las enunciaciones son curvas
que distribuyen variables.
En tercer lugar, un dispositivo implica líneas de fuerza. Parecería que éstas fueran de un punto singular a
otro situado en las líneas precedentes; de alguna manera “rectifican” las curvas anteriores, trazan tangentes,
envuelven los trayectos de una línea con otra, operan idas y venidas, desde el ver al decir e inversamente. La
línea de fuerza se produce “en toda relación de un punto con otro” y pasa por todos los lugares de un
dispositivo. Invisible e indecible, esa línea está mezclada con las otras y sin embargo no se la puede distinguir.
Se trata de la “dimensión del poder”, y el poder es la tercera dimensión del espacio interno del dispositivo,
espacio variable con los dispositivos. Esta dimensión se compone, como el poder, con el saber.
Por todas partes hay marañas, que es menester desmezclar: producciones de subjetividad se escapan de los
poderes y de los saberes de un dispositivo para colocarse en los poderes y saberes de otro, en otras formas
por nacer.
Los dispositivos tienen como componentes líneas de visibilidad, de enunciación, de fuerza, de subjetivación, de
ruptura, de fisura, de fractura que se entrecruzan y se mezclan mientras unas suscitan otras a través de
variaciones o hasta de mutaciones de disposición. De esta circunstancia se desprenden dos importantes
consecuencias para una filosofía de los dispositivos. La primera es el repudio de los universales. El universal,
en efecto, no explica nada, sino que hay que explicar al universal mismo. Todas las líneas son líneas de
variación que no tienen ni siquiera coordenadas constantes. Lo uno, el todo, lo verdadero, el sujeto, el objeto,
no son universales, sino que son procesos singulares de unificación, de totalización, de verificación, de
objetivación, de subjetivación, procesos inmanentes a un determinado dispositivo. Y cada dispositivo es
también una multiplicidad en la que operan esos procesos en marcha, distintos de aquellos procesos que
operan en otro dispositivo.
Procesos de racionalización pueden operar sobre segmentos o regiones de todas las líneas consideradas.
Pensadores como Spinoza o Nietzsche, mostraron que los modos de existencia debían pesarse según criterios
inmanentes, según su tenor de “posibilidades”, de libertad, de creatividad sin apelar a valores trascendentes.
La segunda consecuencia de una filosofía de los dispositivos es un cambio de orientación que se aparta de lo
eterno para aprehender lo nuevo. Lo nuevo no designa la supuesta moda, sino que por el contrario se refiere
a la creatividad variable según los dispositivos: de conformidad con la interrogación ¿cómo es posible en el
mundo la producción de algo nuevo?
Foucault rechaza la “originalidad” de una enunciación como criterio poco pertinente, poco interesante. Lo que
quiere es considerar únicamente la “regularidad” de las enunciaciones. Pero lo que él entiende por regularidad
es la marcha de la curva que pasa por los puntos singulares o los valores diferenciales del conjunto
enunciativo. La eventual contradicción de dos enunciaciones no basta para distinguirlas ni para marcar la
novedad de una respecto de la otra. Pues lo que cuenta es la novedad del régimen de enunciación mismo que
puede comprender enunciaciones contradictorias. Todo dispositivo se define pues por su tenor de novedad y
creatividad, el cual marca al mismo tiempo su capacidad de transformarse o de usurarse y en provecho de un
dispositivo del futuro.
En la medida en que se escapan de las dimensiones de saber y de poder, las líneas de subjetivación parecen
especialmente capaces de trazar caminos de creación que no cesan de abortar, pero tampoco de ser
reanudados, modificados, hasta llegar a la ruptura del antiguo dispositivo.
Pertenecemos a ciertos dispositivos y obramos en ellos. La novedad de unos dispositivos respecto de los
anteriores es lo que llamamos su actualidad, nuestra actualidad. Lo nuevo es lo actual. Lo actual no es lo que
somos sino que es más bien lo que vamos siendo, lo que llegamos a ser, es decir, lo otro, nuestra diferente
evolución. En todo dispositivo hay que distinguir lo que somos (lo que ya no somos) y lo que estamos, siendo:
la parte de la historia y la parte de lo actual. La historia es el archivo, la configuración de lo que somos y
dejamos de ser, en tanto que lo actual es el esbozo de lo que vamos siendo. De modo que la historia es lo que
nos separa de nosotros mismos, en tanto que lo actual es eso otro con lo cual ya coincidimos.
En todo dispositivo debemos desenmarañar y distinguir las líneas del pasado reciente y las líneas del futuro
próximo, la parte del archivo y la parte de lo actual, la parte de la historia y la parte del acontecer, la parte de
la analítica y la parte del diagnóstico.
Las diferentes líneas de un dispositivo se reparten en dos grupos, líneas de estratificación o de sedimentación
y líneas de actualización o de creatividad.
Presentan el caso de Emanuel y a partir de ahí cómo la escuela puede situarse desde dos planos: escuela-
nodo o escuela-agenciamiento. La diferencia entre ambos planos se advierte en los grados de potencia.
La escuela-agenciamiento amplía las potencias de actuar, produce un territorio que interrumpe la dispersión, y
compone un vínculo o crea condiciones para ensayar formas de ligadura social. No instala regularidad ni
necesariamente produce un escenario consistente, pero pone en evidencia la activación de algún posible.
¿Qué se agencia? Una sutil línea de encuentro. La escuela-nodo admite choques, contactos, pero no
interlocuciones como lo hace la escuela-agenciamiento. Podemos entender esto con los conceptos de dialogía
de Bajtín y de poder de afectación de Spinoza.
Bajtín => dice que todo diálogo se arma sobre una palabra ajena que empuja a una postura de respuesta; el
diálogo abre a la multiplicidad de formas de intercambio. El diálogo hace mundo, expresa los modos en que
una sociabilidad se realiza, en los encuentros.
Spinoza => dice que no sabemos lo que puede un cuerpo, es decir, no sabemos acerca de su capacidad de
afectar y ser afectado. Hay afecciones que amplían el poder de actuación. Una afección activa lleva a la
creación de un plano nuevo.
Entonces, contestando a la pregunta, lo que se agencia es una condición de posibilidad, se acompaña,
se habilita. El agenciamiento es un movimiento de ampliación de los poderes de actuación y habrá
que dilucidar sus engranajes, aquello que lo hace posible.
Deleuze nos dice que agenciar es estar en el medio, en la línea de encuentro de un mundo interior con un
mundo exterior. El agenciamiento pone en juego en nosotros y fuera de nosotros multiplicidades, territorios,
fuerzas de composición.
Algo ocurre: encuentros. Y sólo una vez producido el encuentro, ¿nunca antes? un mundo toma forma, se
estructura un orden a partir de sus elementos. El encuentro inaugura, a la vez, una determinada forma de
seres, en una determinada forma de orden, con un determinado sentido, pero la determinación sólo es
producto de la estructura del encuentro de sus elementos y no de los elementos en sí mismos antes de tal
encuentro. El ser de los elementos es aleatorio, nunca necesario ya que sólo son en tanto posibilidad de ser a
partir del encuentro y no antes. Por lo tanto, no habría ni origen, ni causa, ni razón, ni sentido, ni fin, ni sujeto
que haga existir lo que hay. Y debido al fondo aleatorio sobre el que se sostienen, las leyes de un mundo
pueden cambiar sin razón inteligible y a cada instante ya que la sorpresa adviene en un encuentro
impredecible, haciendo posible el comienzo de otro nuevo mundo.
La “filosofía del encuentro” permite pensar así el acontecimiento, la novedad radical, la singularidad
enunciativa que subvierte la serie de un estado de situación. A donde el pensamiento quiera llevarnos.
Ninguna identidad a resguardo. Sólo encuentros por habitar.
La significación “comunidad” sufre transformaciones entre una situación histórico-social y otra ya que el
sentido de un término procede de la red práctica en la que se inscribe, la serie de prácticas que se realizan en
su nombre. Por ejemplo, el hombre de la antigua Grecia era definido por el hecho de habitar en su comunidad,
de ser miembro, es decir que es más un fragmento de la red comunitaria más que un individuo (Espartanos).
En cambio, para nuestras instituciones productoras de subjetividad (familia, escuela, etc.) la realidad primera
es la del individuo. Tal es así que la salida del mundo familiar se concibe como “socialización”. La instancia del
lazo social se concibe como secundaria, obtenida por composición de átomos individuales. En los estados
actuales, lo social tiende a instituirse como pura multiplicación cuantitativa de los movimientos individuales; lo
social es lo estadístico.
Pero que las comunidades efectivas no constituyan un dato natural y general de nuestras situaciones
contemporáneas no significa que sea imposible la emergencia de una posición comunitaria. Ésta es una
posición que adopta efectivamente lo que hasta entonces no era comunidad cuando se nomina a sí misma
como comunidad. Esta fundación no da lugar a una permanencia sustancial sino a una vitalidad precaria, pues
nada asegura su permanencia si no es la propia actividad de creación y recreación de sus propios vínculos, sus
modos de organización, las estrategias de autoafirmación. Precario no habla de una debilidad sino de una
condición inherente a los lazos sociales activos.
La comunidad efectiva no es una entidad dada definible en términos de ser con tales o cuales propiedades,
sino que es un hacer –y sobre todo un hacerse de una posición subjetiva. Nunca es LA comunidad sino
siempre “esta” comunidad.
Podemos pensar en dos comunidades. En primer lugar, una entidad anterior y exterior a sus componentes: la
comunidad sustancial. Anterioridad y exterioridad producen consistencia, que opera como función legitimante
en tanto que naturalización de la comunidad. En este sentido, la comunidad pre-existe y justamente por eso
existirá. En este caso, el movimiento estratégico convocará al saber especializado. El problema en estas
coordenadas adquiere status de anomalía y entonces demanda la intervención de los especialistas, ya que la
solución urge. La comunidad deviene así objeto de estudio.
Pero también se puede asumir que se trata de una entidad práctica: la comunidad problemática. Esto es, no
hay comunidad que pre-exista a un problema sino que es el problema el que hace a la comunidad. En este
caso, el problema resulta vital, de modo que no hay lugar ni para técnicos ni para el despliegue de los saberes
anteriores. La operación lógica propia de la comunidad problemática es el pensamiento situacional, el cual
busca forjar las herramientas necesarias para entrar en relación subjetiva con el problema. La comunidad se
constituye en la medida que el problema opera como lazo social.
En relación a las subjetividades que habitan cada comunidad, encontramos que la subjetividad heroica es el
soporte subjetivo de la comunidad preexistente. La operación consiste en reducir el problema a su solución
específica, resulta así cercana a la resistencia. La subjetividad problemática es aquella que tolera como esencia
situacional un problema, hace de él su bien más preciado.
(La universidad no es gratuita sino que es pagada por la cuota de los docentes. Estas figuras subjetivas que
aparentemente sostienen la universidad con su esfuerzo, pueden estar de hecho colaborando con la
destrucción interna de lo que queda de universitario en ella. Esto naturalmente de modo independiente de las
intenciones de los agentes. Haber pagado durante tanto tiempo la pertenencia laboral a la universidad puede
dar lugar a una figura que es la de la subjetividad heroica, que deja de habitar la inmanencia de la situación
para constituirse a partir de valores trascendentes. La subjetividad heroica se premia a sí misma no por su
producción sino por su sacrificio. Como los sueldos son bajos, es decir, como se puede hacer el sacrificio en la
universidad porque se cobra allá en otro lugar, es necesario disponer de tiempo para estar allá. Así la vida
universitaria se extingue, convirtiéndose en algo meramente académico. No habitan las facultades, no
participan activamente del pasilleo constitutivo de la vida universitaria. Heroicamente dan más de lo que
reciben, pero universitariamente dan mucho menos que lo necesario.)
(En un galpón hay comunidad de lengua pero no de discurso y eso es lo que confunde, porque las palabras las
entendemos en su significado pero no en su sentido, porque el sentido es la ligadura de los enunciados con la
enunciación, definida en términos de situación. El silencio institucional es un silencio en el sentido, en cambio
en el galpón es vacío, es declaración de que no hay situación. El hecho lingüístico tiene lugar si hay un
acontecimiento social inmediato compartido por los dos agentes de la comunicación, pero en un galpón cada
uno está comunicándose desde un acontecimiento inmediato que es otro de aquel que lo escucha. Cada uno
está en la suya, pero no cada uno siendo egoísta y haciendo competitivamente lo mismo que los otros, porque
una competencia supondría un suelo común; ese es el individualismo capitalista.)
Uno de los orígenes posibles de esta corriente es la revolución psicosociológica, la entrada en escena de lo
micro-social. El análisis institucional nace al comienzo de un proceso de crítica de lo instituido, y esa crítica es
una autocrítica que lleva en germen la noción de implicación del observador respecto de lo que él observa. La
lógica de la implicación cuestiona la lógica hipotético-deductiva binaria del neo-positivismo. Entre
actualizaciones y potencializaciones, la vida psíquica vive en contradicción. La toma de consciencia de nuestras
implicaciones en la institucionalización de un campo de investigación es el acceso a la visibilidad de una
aprehensión o de una empresa en situaciones sociales y dentro de dispositivos de conocimiento.
El vacío semántico entre los dos polos de la biopolítica, Vida y Poder, se puede rastrear en el paradigma de
inmunización. La inmunidad no es únicamente la relación que vincula vida con poder sino el poder de
conservación de la vida. La inmunización salva, asegura, preserva al organismo individual o colectivo, pero lo
hace reduciendo su potencia expansiva. La inmunización del cuerpo político funciona introduciendo dentro de
él una mínima cantidad de la misma sustancia patógena de la cual quiere protegerlo, bloqueando así el
desarrollo.
Lo inmune es una respuesta de protección ante un peligro que se presenta como intrusión. Lo inmune es algo
que irrumpe el circuito social de donación recíproca, característico de una Comunidad. Configura unos
Individuos Absolutos, rodeados por unos límites que a la vez los aíslan y protegen. Destaca su carácter
antisocial, anticomunitario. Produce unos individuos que preventivamente se liberan de la deuda que
constituye el vínculo comunitario, y, en cuanto exentos, exonerados, dispensados de ese contacto que
amenaza su identidad, se protegen del posible contagio que conllevaría la relación.
La inmunidad es una condición de particularidad; siempre es propia (no común). Lo único que se sostiene
como común es la reivindicación de lo propio. La idea es que una forma más atenuada de infección puede
proteger de una más virulenta del mismo tipo. El mecanismo de la inmunidad presupone la existencia del mal
que debe enfrentar. Es el riesgo de infección lo que genera la medida profiláctica.
¿Por qué es conservativo de la vida? Porque la conserva en el interior de un orden que excluye su libre
desarrollo, por una anticipación se instala lo trascendente: si es capaz de prevenir cualquier acontecimiento
que pueda suceder, cualquier accidente que pueda excederla, se inmuniza el devenir: haciendo de él un
estado, un dato, un devenido. La identidad personal es a la vez la médula y el envoltorio de la protección
inmunitaria. Para salvarse de modo duradero la vida debe hacerse privada, individuada, indivisa; se crea un
vacío artificial alrededor de cada individuo, una relación negativa entre entidades no relacionadas. Se sacrifica
la intensidad de la co-existencia, por la necesidad de preservación.
Necesidad de la pregunta ética sobre los por qué, cómo y para qué se interviene una producción inmunitaria.
La decisión ética se instaura cada vez más, requiriendo de la pregunta inmanente sobre la pertinencia, modos
específicos de intervención, y potencialidad del agrupamiento para producir otros modos vitales de existencia,
de modo de no desarticular modos únicos de supervivencia, sin sostén, redes, o entramados capaces de
potenciar nuevos recorridos.
UNIDAD II: SUBJETIVIDAD COMO PRODUCCIÓN.
La contemporaneidad es una singular relación con el propio tiempo, que adhiere a él y a la vez toma distancia.
Es aquella relación con el tiempo que adhiere a través de un desfasaje y un anacronismo. Aquellos que
coinciden demasiado plenamente con la época, que encaja en cada punto perfectamente con ella, no son
contemporáneos, porque por eso mismo es que no logran verla, no pueden tener fija la mirada sobre ella.
Contemporáneo es aquel que tiene fija la mirada en su tiempo, para percibir no las luces, sino la oscuridad.
Todos los tiempos son, para quien lleva a cabo la contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es,
precisamente, aquel que sabe ver la oscuridad, que está en grado de escribir entintando la lapicera en la
tiniebla del presente. Percibir esta oscuridad no es una forma de inercia o pasividad, sino que implica una
actividad y una habilidad particular, que equivale a neutralizar las luces que vienen de la época para descubrir
su tiniebla.
Puede decirse contemporáneo solamente a quien no se deja enceguecer por las luces del siglo y alcanza a
vislumbrar en ella la parte de la sombra, su íntima oscuridad. El contemporáneo es aquel que percibe la
oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y no deja de interpretarlo. Es aquel que recibe en pleno
rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo.
Un buen ejemplo de esta experiencia del tiempo que llamamos contemporaneidad, es la moda. Aquello que
define a la moda es que ella introduce en el tiempo una peculiar discontinuidad que lo divide según su
actualidad o inactualidad, su ser o s no-ser-más-a-la-mod. esta cesura sutil es perspicua, pero si buscamos
objetivarla y fijarla en el tiempo cronológico, ella se revela irrefrenable. Sobre todo, la “hora” de la moda, el
instante en el cual viene a ser, no es identificable a través de un cronómetro.
El contemporáneo no es solamente aquel que, percibiendo la oscuridad del presente, aferra la inamovible luz;
es también aquel que, dividiendo e interpolando el tiempo, está en grado de transformarlo y de ponerlo en
relación con los otros tiempos de leer de modo inédito la historia, de citarla según una necesidad que no
proviene en algún modo de su arbitrio, sino de una exigencia a la cual no puede responder.
En los 80 y 90 se pasó de hablar de “los grupos” a los “dispositivos grupales”, lo cual implica una migración
desde un sustantivo que esencializa y nombra un objeto (“grupo”) ya constituido desde alguna trascendencia
o por una dimensión teórica, hacia lo grupal como aquello que evalúa una actividad, un devenir. Tal mutación
no se produce a través de instantes cortos sino que acarrea un extenso proceso de pensamiento; está
produciéndose.
Las diversas prácticas en y con grupos que se vienen realizando en Argentina desde los 50 y 60 chocaron
progresivamente con insuficiencias en las herramientas de pensamiento y en las nominaciones que se venían
utilizando. Los “traumas sociales” y fracturas de los 80 y su continuación en las alteraciones histórico-
subjetivas de los 90 presentaron trastornos en el lazo social, los canales de inserción o pertenencia social, las
formas familiares, amistosas, la constitución de lo común y en el clima bien trastornado en los agrupamientos.
Podemos decir que el problema que intentaban pensar esas prácticas de intervención a través de dispositivos
grupales, era la tramitación o elaboración de esas alteraciones socio-históricas de un modo que fuese
inherentemente psíquico e histórico-social.
La inestabilidad de ciertos términos tales como grupo, grupal, intervención, elaboración y dispositivos, es signo
de la presencia de un problema de los buenos, aquellos que no admiten respuesta sino experimentación que
va siendo pensada con las herramientas terminológicas disponibles.
La noción de DISPOSITIVOS fue provista por el pensamiento de Foucault: un dispositivo es un conjunto
resueltamente heterogéneo, un conjunto en el que se enredan y acoplan distintas hebras, componentes o
líneas. Este concepto va más allá de lo que se denomina grupos empíricos y teóricos; si consideramos que los
universales no explican nada sino que lo que hay que explicar es el universal mismo, y que el uno, el sujeto, el
vínculo son procesos singulares de unificación, vinculación y subjetivación inmanentes a un determinado
dispositivo, se debe considerar que la escisión empírico/modelo no es pertinente. Entonces un dispositivo no
es un artificio tecnológico sino la forma misma de las efectuaciones de lo real, que incluye en sí los posibles de
lo virtual.
Entendemos nuestra tarea como desplegada en el campo de intervención psicosocial, trabajado desde el
campo de análisis que nos ofrecen por un lado categorías y conceptos psicoanalíticos, por ejemplo la relación
de apuntalamiento reciproco entre la dimensión propiamente psíquica, la interacción grupal y la dimensión
socio-histórica y material-simbólica; y por otro lado elementos del análisis institucional, respecto de nociones
como implicación (AUNQUE HAY CIERTA CONTROVERSIA CON LAS RELACIONES DE IMPLICACIÓN, YA QUE
ESTÁN LEJOS DEL “COMPROMETERSE” O DE UNA ACTIVIDAD VOLUNTARIA. Lo que al principio llamamos
análisis de las implicaciones y luego se transformó en la elucidación de las mismas, hoy lo llamamos
destitución de subjetividades instituidas ), atravesamiento, analizador. Los dispositivos que instituimos son
típicos de las intervenciones psicosociales, puesto que se trata de estrategias que dan respuesta a ciertas
urgencias y necesidades sociales (Foucault). Se trata sobre todo de construir diferencialmente un dispositivo
que respete y se ajuste a la singularidad del campo… tener en cuenta permanentemente las propias
implicaciones históricas y políticas pero también libidinales, de los operadores y un trabajo critico sobre ellas.
Esta proposición permite visualizar que la noción de dispositivo indica y permite legitimar la singularidad de
cierto campo de problemas y ámbito de operaciones, sin tener que soportar la tiranía reduccionista de los
modelos. La distinción entre campo de intervención y campo de análisis no obedece a que de un lado se
ordena un recorte empírico y del otro el aparato conceptual; lo que singulariza un campo de intervención no
son los datos que se recogen ahí sino el conjunto de hechos y en tanto tales, producidos también por
actividades del pensamiento o la concepción. El campo de análisis, por su parte, circunscribe a la más amplia
variedad y diversidad de herramientas conceptuales que se utilicen. La singularidad no está sólo del lado del
campo de operaciones sino que es inherente al dispositivo. Por singularidad no es necesario entender algo que
se opone a lo universal, sino un elemento que puede ser prolongado hasta la contigüidad con otro de manera
que se obtenga una conexión. El conocimiento e incluso la creencia tienden entonces a ser reemplazados por
nociones como “agenciamiento” o “dispositivo”, que indican una emisión y una distribución de
singularidades.
El régimen de luz singular, que determina lo visible de cada dispositivo, es una de las instancias, líneas o
dimensiones del dispositivo, en la medida en que este es una especie de ovillo o madeja, un conjunto
multilineal. Está compuesto de líneas de diferente naturaleza, las cuales no abarcan ni rodean sistemas, sino
que siguen direcciones diferentes, forman procesos siempre en desequilibrio.
¿Cuáles son esas líneas? Las líneas de visibilidad, las cuales se entrelazan con las de producción de enunciados
(no palabras ni proposiciones ya emitidos sino algo a producir sobre un corpus que se debe recopilar), y
ambas son los componentes del SABER. Esta forma de concebir el entrelazamiento entre lo visible y lo
enunciable indica lo que es la lógica de composición de esas y las otras dimensiones. En el giro post-
estructuralista esas cadenas de variables relacionadas entre sí son presentadas y pensadas de un modo en
que nada hay que sea constante ni universal. Los términos generales tales como saber, poder o subjetividad,
no son universales que desde un plano trascendente permiten ordenar y pensar el plano de
consistencia/inmanencia de cada dispositivo, sino son coordenadas que no tienen otro sentido que el de hacer
posible la estimación de una variación continua, cuestión del todo coherente con una ontología que no se
interroga sobre qué son las cosas sino qué y cómo lo hacen. Las dimensiones que componen los dispositivos
afirman entonces líneas de variación continua, y esto acopla con la concepción de los procesos de
subjetivación como alteración constante.
Otro de los componentes de este conjunto multilineal es el PODER. Éste no es un fenómeno de dominación
masiva y homogénea de un individuo, grupo o clase sobre otros; no es algo dividido entre quienes lo poseen y
los que no lo tienen y lo soporta. El poder tiene que ser analizado como algo que funciona en cadena, no está
nunca localizado en un punto u otro, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a
través de una organización reticular, y en sus redes circulan los individuos quienes están siempre en
situaciones de sufrir o ejercitar ese poder. El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos.
Se habla entonces de relaciones de poder, en tanto relaciones móviles, reversibles, inestables, que no pueden
existir más que en la medida en que los sujetos son libres. Las líneas de fuerza, propias de las relaciones de
poder, son flechas que no cesan de penetrar en las cosas y las palabras, y que pasan por todos los lugares de
un dispositivo.
Otro de los componentes o líneas inmanentes que entrelazadas forman esos “procesos en desequilibrio” son
los PROCESOS DE SUBJETIVACIÓN. Estos no son algo que sucede en un dispositivo algo que deba ser
aportado desde una dimensión suplementaria desde el exterior. Las líneas de subjetivación constituyen aquello
que no deja que los dispositivos queden cerrados en líneas de fuerza infranqueables dado que permiten cruzar
la línea, pasar al otro lado. La subjetivación sucede cuando la fuerza, en lugar de entrar en relación lineal con
otra, se vuelve sobre sí misma, se afecta a sí; esta dimensión del sí mismo no es algo que ya este hecho sino
a producir, de allí la nominación producción de subjetividad.
Por otra parte, podemos pensar que en los dispositivos se despliegan tanto líneas de estratificación que
consolidan sedimentos, como líneas de creatividad o actualización. Las líneas de subjetivación son capaces de
trazar caminos de creación hasta llegar a la ruptura del antiguo dispositivo, pues justamente son ellas las que
vehiculizan las fisuras y fracturas y aquello que sin ser una relación indica las fallas o aberturas que conectan y
atraviesan las líneas de la madeja hasta topar con sus bordes. Lo nuevo en este esquema es lo actual, lo que
vamos siendo. Cabe distinguir entonces en todo dispositivo lo que (ya no) somos y lo que estamos siendo.
¿Qué pasa con la relación entre los procesos de subjetivación y las operaciones de intervención? ¿Es la
intervención la que produce subjetivaciones creadoras? ¿O al menos las introduce o induce? Intervención es
un término problemático ya que ofrece de un lado algunas ventajas, pues permite albergar un conjunto
variado de operaciones que no se centran ni se reducen a la tradicional interpretación; pero por otro lado
corre el riesgo de indicar que es algo que se hace desde un afuera hacia un adentro.
Foucault afirmaba que por dispositivo entendía una especie de formación que tuvo por función mayor
responder a una urgencia en un determinado momento. El dispositivo tiene pues una función estratégica
dominante.
Interferencia => No es contradicción, sino que es cuando dos ondas comienzan a cruzarse en su vibración;
entonces se produce algo que no es ninguna de las dos.
Castoriadis habla de elucidación en el sentido de elucidarnos reflexivamente en los campos en los que estamos
teniendo algún tipo de incidencia u operación, y al mismo tiempo captar, comprender mejor las instancias
subjetivas que están complicadas en esos campos donde intervenimos.
Deleuze => Todo concepto remite a un problema o a problemas sin los cuales éste tendría sentido. Los
problemas no son preguntas, los problemas no admiten respuestas, exigen devenires. En realidad, un
problema verdadero es aquel que no tiene respuestas. No se producen respuestas pero se puede producir un
movimiento de invención. Esto significa sostener al problema como tal y explorarlo, y es allí donde se va
haciendo experiencia y descubriendo o habilitado otros problemas. Los conceptos se crean y los problemas
constituyen dice Deleuze. La verdadera libertad está en el poder de decisión n de la constitución de los
problemas mismos.
La constitución de un problema no puede darse por la disposición de un dispositivo, sino por lo que
Deleuze y Guattari llaman un agenciamiento.
Para que constituyamos un problema o problemas, se necesita un agenciamiento colectivo de
enunciación, que implica implementar medios de comunicación y expresión, que operan a través de ritmos,
gestos, intensidades cualitativas. A eso Guattari lo llama “clima de expresión”.
No es que hay una subjetividad que fue producida en una época y terminada esa viene otra, sino que las
subjetividades vinculadas a la tecnologías de gubernamentalidad están entremezcladamente presentes, en una
relación de heterogeneidad, pero no de exclusión recíproca ni de reemplazo. Este es un principio metodológico
para pensar las producciones de subjetividad, no en términos de cronología sino de lógicas. => Producciones
de subjetividad como lógicas.
Foucault => En los 70 estudió lo que serían tres sociedades, que equivalen a res tecnologías.
● la Sociedad de Soberanía = En la época de la Antigüedad, con las Monarquías, donde el modelo era
Dos aspectos importantes: los obstáculos para pensar la producción de subjetividad, es decir, las LÓGICAS; los
posibles que inaugura y las intervenciones que habilita, es decir, la JUSTIFICACIÓN del nombre.
Pensar la producción de subjetividad, requiere hacer un recorrido juntos… y luego hacer una vuelta reflexiva,
un pliegue que recoja las afectaciones que se experimentaron y las organice, para reconstruir
genealógicamente cómo se armó la máquina que produjo y está produciendo esas y estas subjetividades, esos
y estos modos de habitar.
Consideramos que la “producción de subjetividad” es esto que hacemos, se hace y nos hace, esas múltiples
operaciones que realizamos para habitar una situación.
¿Qué hay sino hay “la” subjetividad? Hay cuerpos, hay afectaciones de los cuerpos, hay intensidades de
diverso grado hay facticidades y significaciones (pocas, pero las hay)… Seguramente hay más recorridos
singulares que los que hemos podido registrar. Pensar en producción y no en subjetividad requiere una lógica
con verbos; porque estamos aludiendo a un movimiento, a un hacer maquínico, a una multiplicidad de
operaciones que llamamos subjetividad. Esta subjetividad-acto va constituyendo la forma en que un humano
tolera una situación, habita un dispositivo o hace ser un mundo… Pero al mismo tiempo estas operaciones lo
constituyen como humano.
El sujeto psíquico, el sujeto social, el sujeto del grupo, etc. Ese sujeto designa un punto de voluntad, de
acción, de intención, de deseo. Es desde esta concepción de sujeto que afirmamos que nuestras prácticas PSI
contribuyen a una subjetivación… pero ésta no es la única subjetivación posible en las condiciones actuales, y
quizás ni siquiera es la mejor forma de habitar el hoy.
Huppert plantea que si pensamos a las subjetividades como modos de organización del sentido, y como las
operaciones prácticas por las que se conectan hombres y cosas, los hombres con los otros, lo otro, podemos
afirmar que en algún tiempo existía un acople entre sujeto y subjetividad. La modernidad inauguró un pensar
acerca de un sujeto que se desujetaba de la subjetividad de la época.
Cuando se nos presentan una multiplicidad de formas de habitar el mundo que no se incluyen en la noción de
subjetividad que teníamos y que estaba implícita en nuestra formación como “psi”, o en nuestra constitución
como ciudadanos, allí se nos torna imprescindible elucidar críticamente…, pero para ello ya algo del recorrido
práctico ha comenzado a intervenirnos. Estas formas de habitar el mundo pueden presentarse en ocasión de
un suceso (por ejemplo Cromagnón) o de un dispositivo diseñado para ello.
En ocasiones, formas desconocidas de habitar al mundo están ausentes, y es porque el dispositivo en el que
se están convocando acota los posibles. Se torna imprescindible entonces intervenir sobre las condiciones en
que se producen las subjetividades que mueven-producen-habitan nuestros cuerpos, nuestras formas de estar
allí.
La amenaza que se experimenta en ciertos dispositivos que reúnen obligatoriamente a los cuerpos, requiere
de oficio para intervenir y disponibilidad para devenir.
La fecundidad de un campo de conocimiento se revela por su capacidad no sólo de abrirse a tareas prácticas
inéditas, sino por su posibilidad de incidencia en pensar las cuestiones anticipándose a las mutaciones y
catástrofes que la realidad en la cual se despliega le impone. Se debate hoy en el interior del psicoanálisis si
las dificultades para ejercer la práctica son efecto de mutaciones en la subjetividad, o de nuevas condiciones
de circulación social que obstaculizan el conjunto de las prácticas liberales, de las cuales el psicoanálisis forma
parte.
Cambios en la subjetividad, ubicados en la intersección de dos ejes que tienen en sus extremos polaridades
que determinan diferencias y conjunciones: por una parte, el que está marcado por la producción de
subjetividad, el otro, por la producción psíquica. Diferenciar entre condiciones de producción de subjetividad y
condiciones de constitución psíquica puede definirse en los siguientes términos: la constitución del
psiquismo está dada por variables cuya permanencia trascienden ciertos modelos sociales e
históricos, y que pueden ser cercadas en el campo específico conceptual de pertenencia. La
producción de subjetividad, por su parte, incluye todos aquellos aspectos que hacen a la construcción
social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica y de articulación con las
variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de
la historia política.
Hoy asistimos a un movimiento fenomenal por el cual muchos preconceptos estallan, muchos modos de
ordenamiento de la vida social toman un nuevo carácter. En este sentido, es que la alquimia psicoanalítica ha
devenido insuficiente, y debe dar paso a nuevos modos de articulación entre “arte y ciencia”.
Guattari enfatiza en la subjetividad como producida por instancias individuales, colectivas e institucionales. Es
plural y polifónica. No conoce ninguna instancia dominante de determinación que gobierne a las demás
instancias como respuesta a una causalidad univoca.
Los factores subjetivos ocuparon siempre un lugar importante en la historia, pero al parecer van adquiriendo
un papel preponderante desde que los medios masivos de alcance mundial comienzan a relevarlos. De una
manera general, puede decirse que la historia contemporánea está siendo dominada cada vez más por un
incremento de reivindicaciones de singularidad subjetiva. Podemos hablar de cierta heterogeneidad de los
componentes que agencian la producción de subjetividad:
· Componentes semiológicos significantes manifestados a través de la familia, la educación, el ambiente, la
religión, el arte, el deporte, etc.
· Elementos fabricados por la industria de los medios de comunicación, del cine, etc.
· Dimensiones semiológicas a-significantes que ponen en juego maquinas informacionales de signos,
funcionando paralelamente o con independencia del hecho que producen y vehiculizan significaciones y
denotaciones, y escapando pues a las axiomáticas propiamente lingüísticas. En general, la economía a-
significante del lenguaje se vio reducida a las máquinas de signos, a la economía lenguajera, significacional de
la lengua.
El mismo movimiento de comprensión polifónica y heterogenetica de la subjetividad nos lleva a tomar en
consideración ciertas investigaciones de aspectos etológicos y ecológicos contemporáneos. Stern por ejemplo
exploro las formaciones subjetivas pre-verbales del niño. Él muestra que de ningún modo se trata de
“estadios” en el sentido freudiano sino de niveles de subjetivación que persistirán de forma paralela durante
toda la vida. Renuncia pues a la ponderación excesiva de la psicogénesis de los complejos freudianos,
presentados como “universales” estructurales de la subjetividad. Pone de relieve además el carácter
inicialmente transubjetivo de las experiencias precoces del niño, que no disocian el sentimiento de sí del
sentimiento del otro. Una dialéctica entre los “afectos compartibles” y nos “no compartibles” estructura las
fases emergentes de la subjetividad, subjetividad en estado naciente que no cesara de reaparecer en el sueño,
el delirio, la excitación creadora o el sentimiento amoroso.
La ecología social y la mental hallaron ámbitos privilegiados de exploración en las experiencias de psicoterapia
institucional. Por ejemplo en una clínica en la que se ha dispuesto todo para que los psicóticos vivan un clima
de actividad y asunción de responsabilidades con el fin no solo de promover un ambiente de comunicación
sino también para crear focos locales de subjetivación colectiva. No se trata pues de una simple remodelación
de la subjetividad de los pacientes; ciertos enfermos serán invitados a practicar actividades pertenecientes a
universos que hasta entonces les eran ajenos. Lo importante es la constitución de complejos de subjetivación,
los cuales ofrecen a la persona posibilidades diversificadas de rehacerse una corporeidad existencial y en cierto
modo resingularizarse. Se operan así injertos de transferencia que no proceden sobre la base de dimensiones
“ya ahí” de la subjetividad, cristalizadas en complejos estructurales, sino de una creación. Dado este contexto,
los componentes más heterogéneos pueden concurrir a la evolución positiva de un enfermo; todo cuando
contribuya a crear una relación autentica con el otro. No estamos frente a una subjetividad dada como un en-
sí, sino frente a procesos de toma de autonomía. La inventidad de las curas nos aleja de los paradigmas
cientificistas y nos acerca a un paradigma ético-estético.
La definición provisoria de SUBJETIVIDAD será “conjunto de condiciones por las que las instancias individuales
y/o colectivas son capaces de emerger como territorio existencial sui-referencial, en adyacencia o en relación
de delimitación con una alteridad a su vez subjetiva”. Las condiciones de producción esbozadas en tal
definición implican conjuntamente instancias humanas intersubjetivas manifestadas por el lenguaje, instancias
sugestivas o identificatorias, interacciones institucionales de diversa naturaleza, dispositivos maquinicos,
universos de referencia incorporales como los de la música y las artes plásticas. Es esencial esta parte no
humana pre-personal de la subjetividad, por cuanto solo a partir de ella se puede desarrollar su heterogénesis.
Se trata de aprehender la existencia de máquinas de subjetivación que no laboran únicamente en el seno de
las “facultades del alma”. La subjetividad no se fabrica solo a través de estos estadios psicogenéticos del
psicoanálisis o de los “matemas” del inconsciente, sino también en las grandes máquinas sociales que no
pueden calificarse de humanas.
Cada individuo, cada grupo social vehiculiza su propio sistema de modelización de subjetividad, es decir una
cierta cartografía hecha de puntos de referencia cognitivos pero también míticos, rituales, sintomatológicos, y
a partir de la cual cada uno de ellos se posiciona en relación con sus afectos, sus angustias, e intenta
administrar sus inhibiciones y pulsiones.
Una cura psicoanalítica nos confronta con una multiplicidad de cartografías: la del analista y la del analizante,
pero también la de la familia, el entorno, etc. Solo la interacción de estas cartografías dará su régimen a las
diferentes conformaciones de subjetivación. De ninguna de ellas, sea fantasmática, delirante o teórica, se
podrá decir que expresa un conocimiento objetivo de la psique. Todas tienen importancia por cuanto
apuntalan un cierto contexto, un cierto marco, una armadura existencial de la situación subjetiva. Si bien el
inconsciente freudiano es inseparable de una sociedad apegada a su pasado, a sus invariantes subjetivas, las
conmociones contemporáneas reclaman una modelización más orientada hacia el futuro y la aparición de
nuevas prácticas sociales y estéticas. Optamos entonces por un inconsciente que superpone múltiples estratos
de subjetivaciones, estratos heterogéneos de extensión y consistencia variables, liberado de las sujeciones
familiaristas y más vuelto hacia praxis actuales que hacia fijaciones y regresiones sobre el pasado;
inconsciente de flujos y máquinas abstractas más que de estructura y lenguaje. Todo esto permitirá referir un
acontecimiento interpretativo, en una cura psicoanalítica, no ya a universales o a estructuras preestablecidas
de la subjetividad sino a una constelación de universos, dominios de entidades incorporales que se detectan al
mismo tiempo que se los produce y que revelan estar ahí desde siempre. Ahí está la paradoja específica de
esos universos: se dan en el instante creador y escapan al tiempo discursivo: son como focos de eternidad
anidados entre los instantes. Por otra parte, implican que se tome en cuenta, además de los elementos en
situación (familiar, sexual, conflictiva), la proyección de todas las líneas de virtualidad abiertas a partir del
acontecimiento de su emergencia. El análisis ya no es interpretación transferencial de síntomas en función de
un contenido latente preexistente, sino invención de nuevos focos catalíticos susceptibles de bifurcar la
existencia. Una singularidad, una ruptura de sentidos, un corte, una fragmentación, pueden originar focos
mutantes de subjetivación.
Las transformaciones sociales contemporáneas pueden producirse tanto a gran escala (por mutaciones
progresistas o conservadoras, por ej.) como a escala molecular, microfísica (como en una actividad política,
una cura analítica, la instalación de dispositivos para cambiar la vida del entorno o el modo de funcionamiento
de una institución, etc.).
Subjetividad parcial, pre-personal, polifónica, colectiva y maquinica. Fundamentalmente la cuestión de la
enunciación se ve aquí descentrada con respecto a la de la individuación humana. El sujeto fue concebido
tradicionalmente como esencia última de la individuación, como pura aprehensión pre-reflexiva y vacía del
mundo, como foco de sensibilidad, de la expresividad, unificador de los estados de conciencia. Con la
subjetividad se pondrá más acento en la instancia fundadora de la intencionalidad. Se trata de tomar la
relación entre el sujeto y el objeto por el medio y de llevar al primer plano la instancia expresante. Se
replanteará en consecuencia el problema del contenido, el cual participa de la subjetividad dando consistencia
a la cualidad ontológica de la expresión. Las sustancias expresivas lingüísticas y no lingüísticas se instauran en
la intersección de eslabones discursivos pertenecientes a un mundo finito pre-formado y de registros
incorporales de virtualidades creacionistas infinitas. En esta zona de intersección se fusionan, y encuentran su
fundamento, el sujeto y el objeto.
Las fuerzas sociales que hoy administran el capitalismo han entendido que la producción de subjetividad tal
vez sea más importante que cualquier otro tipo de producción. Mutaciones de la subjetividad no funcionan
sólo en el registro de las ideologías, sino en el propio corazón de los individuos, en su manera de percibir el
mundo, de articularse con el tejido urbano, con los procesos maquínicos del trabajo y con el orden social que
soporta esas fuerzas productivas. Si eso es verdad, no es utópico considerar que una revolución, una
transformación a nivel macropolítico y macrosocial, concierne también a la producción de subjetividad.
Todo lo que es producido por la subjetivación capitalística —todo lo que nos llega por el lenguaje, por la
familia y por los equipamientos que nos rodean— no es sólo una cuestión de ideas o de significaciones por
medio de enunciados significantes. Tampoco se reduce a modelos de identidad o a identificaciones con polos
maternos y paternos. Se trata de sistemas de conexión directa entre las grandes máquinas productivas, las
grandes máquinas de control social y las instancias psíquicas que definen la manera de percibir el mundo.
La producción de subjetividad del CMI [Capitalismo Mundial Integrado] no consiste únicamente en una
producción de poder para controlar las relaciones sociales y las relaciones de producción. La producción de
subjetividad constituye la materia prima de toda y cualquier producción. La noción de ideología no nos permite
comprender esta función, literalmente productiva, de la subjetividad. La ideología permanece en la esfera de
la representación, cuando la producción esencial del CMI no es sólo la de la representación, sino la de una
modelización de los comportamientos, la sensibilidad, la percepción, la memoria, las relaciones sociales, las
relaciones sexuales, los fantasmas imaginarios, etc.
En lugar de sujeto, de sujeto de enunciación o de las instancias psíquicas en Freud, prefiero hablar de
«agenciamiento colectivo de enunciación».
Para mí, los individuos son el resultado de una producción en masa. El individuo es serializado, registrado,
modelado. La subjetividad no es susceptible de totalización o de centralización en el individuo.
Una cosa es la individuación del cuerpo. Otra la multiplicidad de los agenciamientos de subjetivación: la
subjetividad está esencialmente fabricada y modelada en el registro de lo social.
La producción del habla, de las imágenes, de la sensibilidad, la producción del deseo no se ajustan en absoluto
a esa representación del individuo. Esa producción es adyacente a una multiplicidad de agenciamientos
sociales, a una multiplicidad de procesos de producción maquínica, de mutaciones de los universos de valor y
de los universos de la historia.
El lucro capitalista es, fundamentalmente, producción de poder subjetivo. Eso no implica una visión idealista
de la realidad social: la subjetividad no se sitúa en el campo individual, su campo es el de todos los procesos
de producción social y material. Lo que se podría decir, usando el lenguaje de la informática, es que,
evidentemente, un individuo siempre existe, pero sólo en tanto terminal; esa terminal individual se encuentra
en la posición de consumidor de subjetividad . Consume sistemas de representación, de sensibilidad, etc., que
no tienen nada que ver con categorías naturales universales.
El individuo, a mi modo de ver, está en la encrucijada de múltiples componentes de subjetividad. Entre esos
componentes algunos son inconscientes. Otros son más del dominio del cuerpo, territorio en el cual nos
sentimos bien. Otros son más del dominio de aquello que los sociólogos americanos llaman «grupos
primarios» (el clan, el grupo, la banda). Otros, incluso, son del dominio de la producción de poder: se sitúan
en relación con la ley, la policía e instancias de género. Mi hipótesis es que existe también una subjetividad
aun más amplia: es lo que llamo subjetividad capitalística.
Sería conveniente definir de otro modo la noción de subjetividad, renunciando totalmente a la idea de que la
sociedad, los fenómenos de expresión social son la resultante de un simple aglomerado, de una simple
sumatoria de subjetividades individuales. Pienso, por el contrario, que es la subjetividad individual la que
resulta de un entrecruzamiento de determinaciones colectivas de varias especies, no sólo sociales, sino
económicas, tecnológicas, de medios de comunicación de masas, entre otras.
El CMI se afirma en modalidades que varían de acuerdo con el país o con el estrato social a través de una
doble opresión. Primero, por la represión directa en el plano económico y social —el control de la producción
de bienes y de relaciones sociales a través de medios de coerción material externa y de la sugestión de
contenidos de significación. La segunda opresión, de igual o mayor intensidad que la primera, consiste en que
el CMI se instale en la propia producción de subjetividad: una inmensa máquina productiva de una
subjetividad industrializada y nivelada a escala mundial se ha convertido en una realidad sobre la base de la
formación de la fuerza colectiva de trabajo y de la fuerza de control social colectivo.
Otra función de la economía subjetiva capitalística (tal vez la más importante de todas) es la de la
infantilización. Piensan por nosotros, organizan por nosotros la producción y la vida social. Más allá de eso,
consideran que todo lo que tiene que ver con cosas extraordinarias —como el hecho de hablar y vivir, el hecho
de tener que envejecer, de tener que morir— no debe perturbar nuestra armonía en el puesto de trabajo y en
los lugares de control social que ocupamos, comenzando por el control social que ejercemos sobre nosotros
mismos.
El orden capitalístico es proyectado en la realidad del mundo y en la realidad psíquica. Incide en los esquemas
de conducta, de acción, de gestualidad, de pensamiento, de sentido, de sentimiento, de afecto, etc. Incide en
los montajes de la percepción, de la memorización y en la modelización de las instancias intrasubjetivas. Todo
lo que es del dominio de la ruptura, de la sorpresa y de la angustia, pero también del deseo, de la voluntad de
amar y de crear, debe encajar de alguna manera en los registros de las referencias dominantes. Existe
siempre un arreglo que intenta prever todo lo que pueda tener la naturaleza de una disidencia del
pensamiento y del deseo. Hay una tentativa de eliminar aquello que llamo procesos de singularización. Todo
lo que sorprende, aunque sea levemente, debe ser clasificable en alguna zona de encasillamiento, de
referenciación.
La programación de la infancia en Francia, a través de la informática, consigue hoy calcular para poblaciones
enteras cuál será la tasa de delincuencia de aquí a diez, quince, veinte años. Por lo tanto, el desvío, antes de
ser inducido por toda una programación genética, es sobrecodificado por esa programación de producción de
subjetividad. Siendo así, lo que les queda a las personas es sólo el hecho de vivir un posible preestructurado
según el campo en el que se encuentren. Por ejemplo, si usted es una mujer, de tal edad y de tal clase, es
preciso que usted se conforme con tales límites. Si no estuviera dentro de esos límites, o es delincuente o está
loca.
La fuerza de la subjetividad capitalística se produce tanto al nivel de los opresores, como de los oprimidos.
La tentativa de control social, a través de la producción de subjetividad a escala planetaria, choca con factores
de resistencia considerables, procesos de diferenciación permanente que yo llamaría «revolución molecular ».
Lo que caracteriza a los nuevos movimientos sociales no es sólo una resistencia contra ese proceso general de
serialización de la subjetividad, sino la tentativa de producir modos de subjetivación originales y singulares,
procesos de singularización subjetiva.
Lo que caracteriza un proceso de singularización (que, durante cierta época, llamé «experiencia de un grupo
sujeto») es que sea automodelador. Esto es, que capte los elementos de la situación, que construya sus
propios tipos de referencias prácticas y teóricas, sin permanecer en una posición de constante dependencia
con respecto del poder global, a nivel económico, a nivel de los campos de saber, a nivel técnico, a nivel de las
segregaciones, de los tipos de prestigio que son difundidos. A partir del momento en el que los grupos
adquieren esa libertad de vivir sus propios procesos, pasan a tener capacidad para leer su propia situación y
aquello que pasa en torno a ellos. Esa capacidad es la que les va a dar un mínimo de posibilidad de creación y
exactamente les va a permitir preservar ese carácter de autonomía tan importante.
El trazo común entre los diferentes procesos de singularización es un devenir diferencial que rechaza la
subjetivación capitalística. Eso se siente por un determinado calor en las relaciones, por determinada manera
de desear, por una afirmación positiva de la creatividad, por una voluntad de amar, por una voluntad
simplemente de vivir o sobrevivir, por la multiplicidad de esas voluntades. Es preciso abrir espacios para que
eso acontezca. El deseo sólo puede ser vivido en vectores de singularización.
Cualquier emergencia de singularidad provoca dos tipos de respuesta micropolítica: la respuesta normalizadora
o, por el contrario, la respuesta que busca encaminar la singularidad hacia la construcción de un proceso que
pueda cambiar la situación, y tal vez no sólo localmente.
Los puntos de singularidad, los procesos de singularización son las propias raíces productivas de la
subjetividad en su pluralidad. Hay siempre algo de precario, de frágil en los procesos de singularización. Están
siempre corriendo el riesgo de ser recuperados, tanto por una institucionalización, como por un devenir-
pequeño grupo.
En busca de la identidad.
Pienso que la manera en la que el yo, los individuos, los grupos sociales son modelados por los sistemas
capitalísticos contemporáneos es mucho más portadora del desorden y de entropía que los sistemas de
sensibilidad (aquello que llamo modos de semiotización prepersonales), sistemas que pueden desarrollarse en
una dirección que apunta hacia la rebeldía frente a la dominación de las estructuras de identidad.
Lo que es producido por la subjetividad capitalística, lo que nos llega a través de los medios de comunicación,
de la familia, de todos los equipamientos que nos rodean, casi no son ideas; no son la transmisión de
significaciones a través de enunciados significantes; ni modelos de identidad o identificaciones con polos
maternos, paternos, etc. Son, esencialmente, sistemas de conexión directa entre, por un lado, las grandes
máquinas productoras y de control social y, por otro, las instancias psíquicas, la manera de percibir el mundo.
La subjetividad parece estar caracterizada de una doble manera: por un lado el hecho de habitar procesos
infrapersonales (la dimensión molecular) y, por otro, el hecho de estar esencialmente agenciada en el nivel de
agenciamientos sociales, económicos, maquínicos; de estar abierta a todas las determinaciones socio-
antropológicas y económicas.
El feminismo no coloca sólo el problema del reconocimiento de los derechos de la mujer en tal o cual contexto
profesional o doméstico; es portador de un devenir femenino que habla no sólo a los hombres y a los niños
sino, en el fondo, a todos los engranajes de la sociedad. Aquí no se trata de una problemática simbólica —en
el sentido de la teoría freudiana, que interpretaba ciertos símbolos como fálicos y otros como maternos— sino
de algo que está en el propio corazón de la producción de la sociedad y de la producción material. Lo califico
como devenir femenino porque se trata de una economía del deseo que tiende a poner en cuestión cierto tipo
de finalidad de la producción de las relaciones sociales, cierto tipo de demarcación, que hace que se pueda
hablar de un mundo dominado por la subjetividad masculina, en el cual las relaciones son marcadas
justamente por la prohibición de ese devenir. En otras palabras, no hay simetría entre una sociedad masculina,
masculinizada y un devenir femenino.
Antes => Cuando decimos subjetividad intentamos resaltar la historicidad de una constitución del ser
humano, su especificidad histórica. La llamamos subjetividad a una forma de subjetividad del sentido. En la
especificidad de una organización del sentido está lo epocal, lo histórico de lo humano. Y el sujeto que vive en
los lindes de la subjetividad es el que se sostiene de esa organización del sentido que su época le brinda. La
subjetividad es lo que sujeta al sujeto dentro de sus límites. En este momento primigenio, sujeto y
subjetividad aparecen suturados, indeslindables.
Después => Empezó a pensarse un sujeto que se deslindaba de la subjetividad de su época, y apareció la
idea de subjetivación como mecanismo que operaba el deslinde. Se trataba de pensar un sujeto sin
sujeciones, o al menos con un punto de afirmación propia, autónoma. Las prácticas políticas
revolucionarias, las psicoanalíticas, artísticas y científicas permitieron pensar que el sujeto sujetado a la
subjetividad epocal no era un sujeto plenamente consistente. El sujeto que se deslindaba de la subjetividad de
su época era el que proponía un sentido nuevo nuevo, autónomo, propio, capaz de reorganizar la relación
entre sujeto y subjetividad, en la afirmación del sentido que presentaba.
Ahora => En la circunstancia actual todos estos deslindes se ven descalabrados. Hay un desvanecimiento de
las suturas. Lo que genera malestar hoy es la insignificancia más que a saturación de sentido. La saturación no
es de sentido sino de información, lo cual desorganiza el sentido. El sujeto es informado por la información.
¿Existe una subjetividad informativa? Da la sensación de que no hay una subjetividad a la cual sujetarse ni de
la cual deslindarse. La información es desubjetivante?
El autor luego habla, en relación a una película, de la “chabonización”. Cuenta acerca de un hombre judío
llamado Ariel y lo define como un sujeto descosido, si es que se puede llamar sujeto, es decir, un “chabón”
que no puede amarrar a una subjetividad precisa.
Por otro lado, la ley jurídica, tradicional vehículo privilegiado de la ley simbólica, ha dejado de funcionar como
tal, y la gente no sabe cómo ligarse.
La prosa del celular por ejemplo está sujeta al apuro. “Total me va a entender”. Esto nos plantea la desligazón
que tiene cada individuo respecto de un código lingüístico. No se trata de un nuevo código sino de una
labilidad y volatilidad en aumento. El tradicional sujeto de la lengua era el sujeto de un código, ¿hoy es el
sujeto de qué?
Los hablantes nos encontramos in suturar, desligados, descosidos de cualquier subjetividad.
El autor se plantea dos conjuntos de preguntas:
● ¿Dónde está el sujeto dado que no existe subjetividad? ¿Qué es afirmación dado que no existe sutura?
● ¿Qué se hace con la información? Si concebimos la información como una proliferación anárquica de
estímulos, veremos al chabón como una dispersión anárquica de reacciones. Puede ser que un camino
subjetivante se transite cuando hay significación de ciertos estímulos. Habrá que montar, en cada caso,
los dispositivos prácticos necesarios para eso.
En la era de la fluidez mercantil, los fragmentos de la solidez pasada (como las tradiciones) están a la deriva.
No flotan ni sedimentan ni se disuelven. Su futuro no es deducible.
Las nociones de suceso, acontecimiento o situación, tienen como valor la capacidad para ir produciendo
actualidad, para ir circunscribiendo lo que tiene valor actual, es disponer de la potencia para decir que hay un
presente que no es la mera extensión de un pasado.
Es muy difícil que haya presente. En general, lo que llamamos presente es la pura perduración inercial de algo
que en su momento tuvo sentido. Y como tuvo sentido en esas determinaciones, se suele suponer que sigue
siendo una usina que proporciona materia vital. Pero si lo que hay es puro efecto de un pasado, entonces no
tiene actualidad, es pura fantasmagoría: no es algo que se constituye en la situación, sino que sólo se muestra
en función de determinaciones previas.
Noción de situación.
Plantea la noción de situación entre otras dos: totalidad y fragmento. Otros términos importantes son estado y
mercado, y sólido y fluido. Donde estas nociones, ideas, esquemas, se vuelven incompatibles entre sí aparece,
o tenemos que hacer aparecer la situación. Aparece donde se producen las incompatibilidades, las
incomodidades, etc. Por ahora, llamamos situación a esa zona de insolvencia. La totalidad es en principio una
ilusión, y es una intuición sin concepto. Lo que se suele hacer es transferir la responsabilidad del pensamiento
y la acción a la totalidad supuesta. En la estrategia de fuga hacia la totalidad, respecto de cualquier x que uno
tenga que tratar, siempre podrá decir que la misma no es un hecho aislado.
Hay situaciones porque no hay totalidades. Una situación no es parte de un todo. La parte toma su
consistencia de un todo. Pero la situación forja desde sí su propia consistencia, que por lo tanto es precaria.
Una situación no es una parte. La situación es el punto en que tenemos que hacernos responsables, el punto
en que tenemos que constituirnos, el punto que tenemos que habitar sin remitirnos a una totalidad. Casi
simétrica a la de totalidad es la noción de fragmento, que es lo que queda cuando se desmorona o desfonda
una totalidad o una consistencia supuesta. Es una esquirla, un cacho de realidad que ha perdido la relación
con el conjunto que le daba consistencia, y que aún no detenta en sí las condiciones para pensar su propia
consistencia. No habrá situación cuando el sentido venga de afuera ni cuando se experimente la pura
insensatez, el puro sinsentido. Lo que forma parte de una situación es la serie de conexiones sobre un punto
específico, es lo que conecta, sin importar de dónde proceda.
La idea de situación no remite a lo inmediatamente próximo sino a lo materialmente conectado con ella. Una
situación se determina desde un punto y no desde todo. Tenemos un punto problemático a habitar; el modo
en que se plantea el problema producirá las conexiones, las junturas con distintos puntos que, por más
heterogéneos que sean, devienen inmanentes a partir del problema que tenemos. Partir de algún punto
problemático y tejer la situación para que ese punto tenga sentido.
Noción de acontecimiento.
Para pensar una situación que se produzca como efecto de un acontecimiento, necesitamos situara el
acontecimiento como una interrupción, una anomalía o una heterogeneidad respecto de un orden estructural.
Un acontecimiento es algo que en principio no tiene cabida en una estructura.
Noción de suceso.
Un suceso es algo que sucede en el sentido de formar parte de una sucesión: si algo sucede es porque toma
su sentido de su lugar en una serie. Podemos llamar suceso a un evento que se anota como momento en el
despliegue de lo que estaba en potencia, y no a un evento que se separa y nos obliga a pensar.
No es el orden de la situación el que determina el suceso, sino que es el acontecimiento el que causa la
situación que lo contiene. No podríamos obtener la sustancia del acontecimiento a partir de la mera
combinatoria de los elementos previos. O sea que nunca podríamos producir el acontecimiento sin el
acontecimiento. El acontecimiento es la puesta en acto de lo que no estuvo en potencia. Pero esto no significa
que sea una creación religiosa, milagrosa, porque de hecho los términos estaban. Un acontecimiento es una
operación de juntura de términos heterogéneos que se vuelven compatibles por juntarlos. Esos términos
heterogéneos se producen retroactivamente a partir del acontecimiento.
Entonces, así como un suceso se define por su mero sucederse dentro de una serie, por no agregar una
cualidad sino por desplegar lo que estaba plegado, un acontecimiento se define a la inversa como la
introducción de una cualidad heterogénea. Un acontecimiento es una cualidad heterogénea que junta las
cosas de otro modo. O que junta otras cosas, elementos muy cercanos pero desligados.
¿Dónde acontece un acontecimiento? Diríamos que en ningún lugar: el acontecimiento va a generar el lugar
en que acontece, pero no tiene domicilio. Un acontecimiento reordena de otro modo las cosas.
Una situación no admite observadores: sólo admite habitantes. Una situación es situación porque nos obliga a
pensar desde dentro. Sino es una mera ocasión para desplegar la subjetividad que ya tenemos constituida.
Para los existencialistas, una situación es ante todo una situación límite. Una situación es límite para mí si no
puedo habitarla con mi máquina previa de pensar, es estar ante una configuración de elementos que me
obliga a transformarme para habitarla. Si no se entiende, no es que el fenómeno “está mal”, sino que el modo
de pensar no puede entenderlo, no puede habitarlo. Hay una situación límite en tanto hay algo que no es
posible entender sin transformar el modo de pensar. Una situación es situación en tanto que habitada, en
tanto que pensada desde sí. Habitar no es interpretar: es pensar según la situación, es pensar constituido en
la situación. Por eso es muy difícil habitar un espacio, los que suelen transitarse desde las determinaciones
previas, al igual que las relaciones. El sentido como representación es el estorbo fundamental para habitar una
situación.
Una situación se habita si el que la habita nace al habitar, si se constituye ahí, si piensa de una manera tal que
no piensa cuando está en otro lado.
El estado funciona subsumiendo las situaciones en totalidades. El mercado opera de otro modo. El mercado,
pensado en términos de flujos de capital, no está atento a ninguna otra cosa que a las conexiones que
produzcan mayor ganancia. El capital atraviesa las fronteras sin verlas, como el viento, y permanentemente
altera las condiciones. La globalización es ante todo financiera. El capital no necesita condiciones estables de
proyectos de largo alcance, sino que necesita a cada instante consumar la mayor ganancia posible, y poder
trasladarse, es decir, virtualizarse y realizarse en otro punto, con la mayor velocidad posible.
Habrá situación si una operatoria nos pone a salvo de la disolución mercantil y de la totalización estatal. Habrá
una situación si podemos habitar lo que hay, produciendo consistencia desde lo que hay, sin dejar que se
disuelva y sin por eso hacerlo sólido, parte de un todo. Habrá situación si podemos pensar desde lo que hay
constituyéndolo, y no desde un afuera describiéndolo.
Lo que acontece extrae de lo que pasa la situación. La situación no es el entorno donde va a ocurrir algo, ahí
tendríamos un suceso en una serie. En una situación, un acontecimiento obliga a la superficie a configurarse
de otra manera, a seleccionar los puntos que pueden entrar en la relación de habitabilidad con esto, y a
desdeñar o apartar los puntos que son en sí impertinentes.
Hay cuatro usos distintos de la noción sujeto: como lo conciben las diferentes teorías (por ejemplo el sujeto de
la antropología es el sujeto de la cultura, y el de la pedagogía un sujeto vacío que se llena de determinados
conocimientos), como algunos dispositivos los producen, el sujeto del inconsciente y el sujeto del
acontecimiento. El sujeto del inconsciente es por un lado objeto de estudio de una disciplina que es el
psicoanálisis, y por otro el efecto práctico del dispositivo familiar. El sujeto del acontecimiento refiere a los
acontecimientos o actos por los cuales emerge un sujeto que interrumpe una red discursiva. Sería un concepto
filosófico, no es una sustancia cognoscible, una subjetividad producida por un dispositivo no depende de una
estructura psíquica sino que es un acto puro.
La experiencia es el terreno del sentido, de las significaciones socialmente instituidas. Ese sentido es
situacional porque las condiciones de producción de subjetividad varían históricamente. SUBJETIVIDAD se
trata de la variedad de recursos instituidos con los que cuenta un sujeto para habitar un dispositivo
determinado; se trata de la serie de operaciones lógicas necesarias para tolerar esa situación.
Hay subjetividades que resultan de un plan: el dispositivo produce el soporte subjetivo capaz de habitarlo;
pero hay otras subjetividades que emergen de un funcionamiento efectivo: no hay dispositivo institucional que
transmita unas operaciones para habitarlo sino que más bien se producen unas huellas como consecuencia de
estar en unas coordenadas materiales determinadas.
La subjetividad es una categoría residual de la institución burguesa del hombre: individual y social son
categorías que constituyen problematicamente el campo (resultan de la distinción público-privado,
pensamiento-acción, decir-hacer, teoría-práctica). Todo el campo actual de la subjetividad es la tensión límite
de esos pares. Se sale de ahí mediante las prácticas, las cuales no son ni individuales ni sociales sino
instituyentes de individualidad y sociabilidad. Son ese tercero excluido; las prácticas de producción de
subjetividad abren ese otro terreno.
Otro término que permite salir de la oposición sociedad-individuo es el de situación. La historia de las
subjetividades parte de postular la historicidad situacional de la naturaleza humana. Por un lado afirma que
ésta no es una forma constante de contenidos variables; por otra, que la variación sustancial de la forma
misma tiene carácter situacional y no epocal. No supone una historicidad al modo del historicismo, en la que
una sustancia despliega en el tiempo el grueso de sus características. Por el contrario, cada situación engendra
su humanidad específica. La naturaleza humana no estaría determinada de por sí, por la pertenencia genérica
a la especie. Lo que los hombres son es el producto de las condiciones sociales en que se desenvuelven. La
subjetividad no es entonces el contenido variable de una estructura humana invariante sino que interviene en
la constitución de la estructura misma. Los enunciados de los discursos constituyen la estructura básica de esa
subjetividad instituida. Así, las prácticas de los discursos instauran las marcas estructurantes; los enunciados
de los discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La marca deviene significativa.
- LEWKOWICZ: “SUBJETIVIDAD CONTEMPORÁNEA: ENTRE EL CONSUMO Y LA ADICCIÓN”.
Tesis:
1. Ningún discurso se siente cómodo en el terreno de las adicciones. El problema adictivo desborda
irremediablemente las capacidades de comprensión y de acción de las diversas disciplinas.
2. No estamos ante el mero incremento cuantitativo de unas prácticas que llamamos adictivas sino ante la
instauración cualitativa de un tipo radicalmente nuevo de subjetividad instituida.
3. Que el adicto sea una figura instituida significa que es efecto de unas prácticas de producción de
subjetividad. Brinda una identidad capaz de soportar el enunciado e virtud ontológica: soy adicto.
4. El adicto es posible en situaciones en que el soporte subjetivo del estado ha dejado de ser el ciudadano
y ha recaído en el consumidor.
5. El consumo de objetos variables produce una serie determinada de imágenes reconocibles, una imagen
específica. El adicto dispone de un discurso que lo representa y lo aliena de modo reconocible para el
conjunto.
Hipótesis:
La subjetividad contemporánea puede pensarse a partir de consumo, o más bien, que la subjetividad
socialmente instituida es la subjetividad consumidora.
Subjetividad instituida = Las marcas socialmente instauradas mediante prácticas, hieren a la cría. Los
enunciados de los discursos donan sentido y compensan esa herida y son los que constituyen la estructura
básica de la subjetividad instituida.
El campo problemático de la subjetividad se organiza a partir de un problema: el estatuto situacional de la
naturaleza humana: no hay una definición universal de hombre, sino situaciones socio-históricas que
engendran su humanidad específica.
El ciudadano es el tipo subjetivo forjado por los estados nacionales, es decir, por estados que enuncian que
la soberanía emana del pueblo y que se legitiman al representar una sustancia nacional. El ciudadano es el
tipo subjetivo que se forja en torno a la ley, organizado por la suposición básica de que la ley es la misma para
todos.
La globalización es la desrealización de los estados nacionales. Hay un agotamiento del estado nacional, el
cual pierde su realidad política, económica y social. Caen como espacios soberanos de autonomía y como
capaces de orientar el curso del devenir. Han perdido el arraigo efectivo que les daba potencia soberana. Esta
pérdida los transforma en estados técnicos-administrativos, que administra las consecuencias del proceso de
globalización. Se enuncia como técnico administrador y renuncia a su capacidad soberana. El mundo queda
conectado a partir de los flujos de capitales, de imágenes, de información.
La globalización significa unificación general de los estímulos económicos y diversidad local de las respuestas
político-sociales.
Que se agoten los estados nacionales significa que ha caído la institución principal en la instauración de
nuestra subjetividad. Los estado nacionales no desaparecieron, cayeron, perdieron su potencia hegemónica de
subjetividad propia de los siglos XIX y XX. => Alteración básica de la subjetividad, en los tipos subjetivos.
El mercado pasa a ser el fundamento de la vida social. No hay estado capaz de producir articulación simbólica.
No hay articulación simbólica entre situaciones, pero puede haber simbolización, la cual es situacional en esta
dinámica de situaciones dispersas. El procedimiento del mercado no es la articulación simbólica sino la
conexión real.
La identidad de los sujetos queda fragmentada, sin articulación entre las distintas instancias, ya que van
saltando de una situación a otra con lógicas diferentes. La subjetividad se constituye como un conjunto de
láminas sin articulación posibles en una identidad.
Actualmente, la lógica hegemónica en términos sociales es la lógica empresaria. Algo es viable cuando es
económicamente viable. El consumidor es una figura concomitante con el proceso de globalización, es su
soporte subjetivo, es la definición del hombre en términos de subjetividad. Este consumidor, como sujeto,
varía sistemáticamente de objeto de consumo sin alterar su posición subjetiva. Realiza una permanente
sustitución de objetos sin que dicha práctica le ocasione alguna alteración. En la lógica de a moda y de esta
vertiginosa sustitución de objetos, el término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El anterior cae sin
tramarse en una historia, no hay continuación, uno sustituye al otro. La promesa es la del objeto próximo, sin
modificación del sujeto por el objeto ni del objeto por el sujeto. El sujeto es soberano de consumir y desechar,
pero no es libre de alterar ni de alterarse. El sujeto espera todo del objeto. Espera un estado de plenitud.
Cada consumidor por el sólo hecho de serlo, se proclama con infinidad de derechos, sin imposición de
obligaciones. La igualdad del ciudadano ante la ley ha sido sustituida por los poderes específicos de la gente
ante el mercado.
El tiempo nacional = El tiempo socialmente instituido por el estado nación es el tiempo de la continuidad, del
progreso, del autodesarrollo. En cambio, el tiempo contemporáneo es el del instante. Las cosas no están
determinadas por su historia, es una sustitución de un instante por otro.
El adicto e una nominación instituida desde la subjetividad consumidora. Constituye la nominación social de
esta grave anomalía del consumo. La nominación social de las prácticas adictivas se reconoce a partir de la
figura del adicto como un tipo socialmente instituido. ¿Cómo salir de la adicción? ¿Es posible habitar una
subjetividad distinta a la adictiva? ¿A la consumidora? La subjetivación va más allá de la subjetividad instituida,
la cual refiere al tipo de humano que resulta de las prácticas discursivas propias de una situación.
Hay un agotamiento de las estrategias de intervención. Ya no puede usarse una estrategia de las causas, ya
que no hay causa capaz de instituir un ordenamiento simbólico. La estrategia debe ser hoy situacional, ya que
no hay totalidad nacional sino situaciones dispersas. Se debe intervenir sobre los efectos.
Historizar es historizarse. No hay posibilidad de historizar una situación sin historizarse, porque la historización
de una situación es la historización de sus habitante. De lo contrario, habría más bien observadores de un
objeto, siendo imposible la transformación.
UNIDAD III: LA PSICOTERAPIA Y LA CLÍNICA.
Incluimos la psicoterapia en una forma más amplia de la clínica, la conformada por las prácticas de
intervención en la subjetividad. La reducción de las psicoterapias al plano de la intervención psicológica o de la
práctica psicoanalítica impide afrontar, jerarquizadamente, la formación de los futuros profesionales, para el
diseño singular de dispositivos de trabajo que les serán requeridos en la vida laboral, o empuja a los
psicólogos a la repetición de aquellos dispositivos ya producidos y productores de otros efectos que el deseado
en la específica situación de consulta.
Hemos encontrado potencia en la noción de subjetividad. Dentro de éste campo de problemas se encuentra en
nuestro criterio gran parte de las experiencias que producen subjetivación, es decir, proceso por el cual
adviene un nuevo sujeto. En el caso particular de las prácticas psicoterapéuticas consideramos que en las
modalidades contemporáneas de las intervenciones psicoanalíticas se realizan procesos por los cuales se
adviene otro.
Nombramos la psicoterapia como una específica práctica de intervención, junto a otras prácticas comunitarias
o institucionales. Todas ellas implican una cierta transformación en la subjetividad implicada, donde cualquiera
de las dimensiones subjetivas: la dimensión psíquica (de inscripción cc o icc) y la institucional-social tendrán
que verse afectadas aunque lo hagan en distintos grados.
En los últimos desarrollos acerca del vínculo realizados por Berenstein, se plantea una interesante manera de
alojar lo ajeno, el exceso, lo otro, el plus, y no sólo lo que ocupa el lugar dejado por la falta. Esta perspectiva
abre nuevas posibilidades de comprensión de procesos colectivos, en los cuales la suplementación resulta
transformadora.
Los desarrollos realizados hasta el momento por parte de numerosos psicoanalistas, han sido nominados
“teorizaciones sobre dispositivos clínicos”, lo que requiere plantearse la pregunta acerca de la naturaleza de lo
“clínico”. Si en la clínica se incluyen las mal llamadas de “extramuros”, se abre la posibilidad de trabajar
teóricamente sobre las experiencias realizadas. Se podrían incluir entonces los trabajos llamados
“psicosociales”, las intervenciones en grupos grandes, en agrupamientos espontáneos, en organizaciones, etc.
Esos lugares presentan todos un rasgo a resaltar: el evidente e insoslayable abordaje de los anudamientos
singulares entre lo significante social y lo fantasmático individual, que suele quedar neutralizado en los
dispositivos más clásicos, centrados en la cura.
No hay “una” teoría para dar cuenta de estas prácticas. La denominación “conjuntos plurisubjetivos” exige la
elucidación de la significación que homologa psiquismo y/o persona individual y subjetividad. Los conjuntos
plurisubjetivos suelen aludir a “muchos psiquismos juntos”, y en este caso puede volver a neutralizarse lo
significante social.
La legitimidad de una teorización se basa en su potencia de intervención en las prácticas que piensa y no en la
inclusión legitimadora que otorga la inscripción institucional que se logre.
En los grupos llamados “naturales” o “espontáneos” o en los llamados “agrupamientos con tarea”, el efecto
histerógeno del grupo, que está siempre presente, tiene un tope: la tarea. La pertinencia de la tarea es el tope
a la llamada “fomentación obscena de lo imaginario”. Para los desarrollos de la psicología social, el
coordinador del grupo sostiene esa pertinencia que se va construyendo en el proceso grupal. En estos grupos,
la presencia y las intervenciones del coordinador-experto tienen un lugar distinto del que tienen en el
dispositivo artificial de la asistencia terapéutica; su conceptualización requiere de nociones extraanalíticas. El
hecho de no ser el coordinador el centro de la organización grupal sino sólo el garante del dispositivo
tecnológico encabalgado al agrupamiento preexistente, y de no ser solamente sobre la transferencia al
coordinador como se organiza el proceso, genera diferencias con los grupos descriptos por el psicoanálisis
francés de los grupos.
Pensamos que la “grupalidad psíquica” no agota las dimensiones colectivas de los sujetos. Entonces, si en la
conformación del agrupamiento están presentes y activas las significaciones sociales, elucidarlas sólo será una
tarea posible cuando se componga un sujeto de pensamiento: un nosotros que no es una mera suma de yoes.
Las actuales condiciones de ruptura del lazo social instituido en la sociedad moderna no dejan al coordinador
al margen. Pensamos que el posicionamiento analítico de abstinencia del deseo es posible en estas
coordinaciones, sin neutralizar aquellos factores provenientes de lo significante-social, ante lo cual no somos
neutrales, por el contrario, estamos implicados al igual que los integrantes del agrupamiento. El trabajo de los
encuentros que logran producir pensamiento es alterar la subjetividad y devenir otro.
La tarea del terapeuta se acrecienta puesto que debe tomar como existente aquello que el grupo produce allí
en sesión, más allá de lo asociativo-transferencial. La conducción de un análisis de grupo requiere de un
esfuerzo supletorio por la configuración del campo, su distribución espacial y su consigna de trabajo y
asignación de roles, aunque enriquece su capacidad de transformación.
En la actualidad hemos rescatado un aspecto del dispositivo grupal: la función de co-pensor que formulo
Pichón-Riviére, en el sentido de producción de inteligencia de Ulloa. Ambas cuestiones hablan de una función
tradicionalmente entendida como consciente, que se comparte y que interviene en la producción de
transformación subjetiva, que se da en los grupos. La producción de pensamiento tiene que ver con ésta y no
se reduce a una actividad mental.
La RAE no brinda much ayuda cuando se trata de pensar los nombres. Macrocontexto no existe en el
diccionario. “Macro” tiene asignado el significado de “grande”. Y “Contexto” refiere a cuatro sentidos, uno de
los cuales es “entorno físico o de situación, sea político, histórico, cultural, en el cual se considera un hecho”.
“Macrocontexto” hoy muestra señales de hallarse extenuado en su capacidad de nominar, de hacer que algo
se despliegue en un campo simbólico. Un término es un nombre cuando es eficaz en su capacidad de nominar,
eficacia que depende de las condiciones en que se produce esa nominación. Nominar hace que lo nombrado
sea.
Todo término se ubica en un horizonte problemático que constituye la situación en la que ese nombre se
produce. Esta situación tiene imposibles y posibles situacionales. Sólo cuando la situación se altera, cuando
adviene otra situación, es posible abrir pensamiento sobre aquel resto de la operación que la configuraba, que
era innombrable hasta entonces.
Genealogía del macrocontexto => Cada situación histórica arma su mundo y su habitante. No siempre
existieron el individuo y la sociedad. Estos términos aluden a una forma de existencia que no es universal ni
ahistórica. Con la Modernidad, se reemplaza el rey soberano por el pueblo soberano y sus representantes. Así
se fue constituyendo el apr individuo-sociedad, ya que se requería la promulgación de la libertad individual, la
igualdad ante la ley y la fraternidad como lazo que constituiría solidariamente la sociedad.
En el mundo académico fue teniendo sus expresiones con la creación de las carreras de de psicología y
sociología, que consolidaron la división del territorio: más del lado de la filosofía por un lado, el positivismo por
el otro. Había un interés por legitimar como científicos los desarrollos de las humanidades, por lo que las
definiciones de hombre postuladas pretendían verdades universales y ahistóricas. También el marxismo y el
PSA avanzaron sobre esta noción, sobre todo la obra freudiana con su invención de la noción de icc.
La necesidad de pensar unas prácticas novedosas en la década del 50, como el trabajo con grupos e
instituciones, estuvo presente en la fundación de asociaciones como la Asociación Argentina de Psicología y
Psicoterapia de Grupo y en la creación también de la Primera Escuela de Psicología Social, fundada por Pichon
Riviere.
Ubicamos las prácticas que realizamos en un más allá del individuo, desde el rechazo a la escisión creada en la
modernidad que establece por separado al individuo y a la sociedad. Por otro lado, retomamos a Castoriadis
cuando plantea que los hombres se construyen en forma heterónoma, dado que son producidos en y por un
mundo que los preexiste, y esto mismo es lo que hace que naturalicen la existencia del mundo social.
La subjetividad => No se reduce al plano de lo psíquico, aunque lo psíquico constituye una dimensión de las
operaciones de subjetivación. Así como Freud piensa lo psíquico apuntalado en lo biológico, pensamos lo
subjetivo apuntalado en lo psíquico. Esta última dimensión no se constituye sin los otros.
Lo social como Fundamental => Aún las nociones de lo biológico como aquello estructuralmente estable han
devenido agotadas. Numerosas investigaciones neurobiológicas de la actualidad sostienen que la construcción
del cerebro se realiza en la experiencia, que denominan interacción con el medio ambiente y el entorno social.
No existe “la” subjetividad. Ésta sólo se presenta bajo formas instituidas: la subjetividad del religioso, del
consumidor, del ciudadano, del ejecutivo, del funcionario, del militante, del psicoanalista, del experto
profesional. Hay subjetividades instituidas y hay procesos de subjetivación, recorridos en los que adviene otro
que quien se ha ido. Retomando a Lewkowicz: “En la perspectiva de la historia de la subjetividad, el tipo de
subjetividad propio de cada situación se define por las prácticas y los discursos que organizan la consistencia
de esa situación.
Conclusión => No nos resulta productiva, como la planteamos antes, la clasificación en un texto, un
contexto y un macrocontexto. Podemos establecer dimensiones biológicas, psíquicas (cc e icc) y subjetivas de
las experiencias. Lo que se presenta en la clínica es un texto complejo, y en la superficie. Es allí en la
superficie donde lo invisible lo es por efecto de la naturalización y la conformación subjetiva del habitante de
esa situación, donde se presentan formas de habitar un mundo que, a la vez que lo hacen ser como es, nos
hacen ser como somos.
Arriesgarse a la experiencia sin red que implica pensar sin certezas nuestras prácticas, abandonar lo que ya no
nos ayuda a hacerlo, puede contribuir a que se abandonen en nuestras teorizaciones aquellos términos y
matrices de pensamiento ya agotados. Recién entonces se podrán inventar los nuevos nombres, creando otra
lengua para lo nuevo. Esta tarea no será sin consecuencias: hablar otra lengua seguramente será acompañado
de un devenir otros que los que somos.
La historia de la perspectiva psicoanalítica en nuestro país nos muestra los momentos en que la urgencia de
legitimación institucional se presenta a los psicoanalistas que realizan terapias grupales. Kaes dice que el
problema del lugar y la función del psicoanalista en los grupos no pueden ser disociados de las condiciones
generales que hacen a la cultura, la sociabilidad y la historia del psicoanálisis. Por ejemplo, algunas de las
practicas terapéuticas no analíticas, como las de Joseph Pratt, basaban su efecto terapéutico en ciertos rasgos
de los grupos, su capacidad de apoyo y confort mutuo, su posibilidad de confrontación, facilitando el dialogo
con un clima permisivo pero dirigido a un aprendizaje actitudinal frente a la enfermedad. Asimismo sostenían
una conducción del tratamiento basada en la autoridad médica, con las indicaciones o consejos como
funciones principales para el terapeuta. Ese posicionamiento del terapeuta era de tipo pedagógico, asumía un
liderazgo en la tarea de educación de los enfermos.
En la segunda guerra mundial ubicamos las experiencias fundadoras de lo que hoy llamamos psicoanálisis de
los grupos. Uno de sus referentes es Bion. En ellas se realiza una lectura psicoanalítica de los fenómenos
grupales que comienza a girar el posicionamiento del psicoanalista a un tipo de escucha que requiere una
radical exclusión de la asunción del liderazgo central. Los grupos coordinados por Bion se organizan al modo
de supuestos básicos, formas observables en la clínica que se organizan alrededor de una fantasía dominante,
ante la emergencia de un conjunto de ansiedades básicas: “organizador psíquico inconsciente de la
grupalidad”. Por otra parte, Bion muestra la lectura psicoanalítica de los mecanismos defensivos frente a la
despersonalización que produce el ingreso a estos grupos. Esta defensa se realiza frente a ansiedades
psicóticas que moviliza el ingreso al grupo, es decir a la movilización de aspectos sincréticos de la
personalidad, ya que en su perspectiva todo sujeto neurótico conserva aspectos primitivos, indiscriminados,
que se activan ante ciertas experiencias.
Es el otro antecesor del psicoanálisis de grupos, Foulkes, quien logra introducir la perspectiva dentro de las
organizaciones psicoanalíticas. Lo que más ha trascendido de sus teorizaciones es la nocion de matriz grupal,
marco de referencia de todas las interacciones, y su idea de la importancia de la comunicación en la asociación
grupal no dirigida, que permiten pensar la resonancia grupal, como forma específica del asociar en el grupo.
Este psicoanalista logra visualizar al grupo como un todo rescatando el posicionamiento no conductor del
terapeuta; ve al grupo como una realidad psíquica diferente. El posicionamiento analítico es dirigido en el caso
de la psicoterapia a la transformación de sus participantes, con el grupo como instrumento.
Anzieu afirma en 1966 que el grupo es como el sueño, el medio y el lugar de la realización imaginaria de
deseos. La función del analista es la interpretación a continuación de un trabajo asociativo del conjunto de
deseos inconscientes que se encuentran determinando los procesos secundarios que percibimos en él y de los
mecanismos defensivos que se ponen en juego en el grupo. Tanto si se trata de grupos terapéuticos como si
lo son de formación, recomienda tener estos tres aspectos presentes al interpretar: la demanda de los sujetos,
los procesos y dinámica que están ocurriendo en el grupo, y su propio deseo de ser interpretante, en relación
con lo que le provoca (fantasías, deseos, angustias) con las que responde a esa demanda.
Kaes formula un poco después su teoría del acoplamiento grupal de las psiques. Afirma que la realidad
psíquica de un grupo es producida por un aparato psíquico grupal. Retoma la noción de organizadores
inconscientes de la grupalidad y plantea que éstos están en la base de este aparato, sus conceptualizaciones
permiten trabajar los anudamientos de los efectos de grupo con los efectos del inconsciente individual.
Aulagnier retoma la idea de que los grupos también son oportunidades de enfrentar a los sujetos a una fuerte
amenaza de su unidad imaginaria al encontrarse el yo con otros yoes tan centrales como el. El psicoanalista
deberá fundar su lugar en un grupo. En el trabajo psicoanalítico en grupos, ya sea con técnicas verbales o
psicodramáticas, la lectura de los comportamientos corporales, de las “puestas en escena”, son herramientas
formidables. Y la tarea psicoanalítica, en el sentido de la interpretación, construcción, señalamiento, será
patrimonio del conjunto del grupo y no solo del profesional que conduzca la tarea de análisis. Lo más
interesante es que se plantea al vínculo como productor de fenómenos específicos, y para la producción de un
cierto vinculo se producen ciertas formas contractuales que permanecen inconscientes hasta su rotura o
agotamiento, que por lo general es lo que ocasiona la crisis y la consulta.
Para concluir, hablar de un posicionamiento psicoanalítico es hablar de una modalidad de posición subjetiva,
en un cierto dispositivo con una cierta práctica. Con la nominación “psicoanalista” aludimos a un modo del
hacer y no del ser; el psicólogo puede posicionarse como psicoanalista, puede adherir a una teorización que
así lo nombre, sin necesidad de asumir lo psicoanalítico como identidad. Elegimos entonces la nominación de
“posicionamiento subjetivo” en lugar de “lugar, función y saber” ya que esta última suele basarse en las
prescripciones de una práctica pautada en forma universal y en la suposición de que esos lugares preexisten a
la ocupación práctica. El posicionamiento psicoanalítico es una decisión estratégica e incluso situacional. Un
terapeuta, un analista institucional, un profesor, se posicionan analistas según decidan cuál es la situación y la
estrategia para la intervención, para la que diseñan el dispositivo y el contrato que ofrecen a la otra parte.
En los últimos tiempos se ha ido extendiendo en el campo de la salud mental una modalidad clínica que con el
nombre de Comunidad Terapéutica agrupa un conjunto de prácticas diversas tanto por su metodología,
fundamentos teóricos y objetivos. Las experiencias comunitarias pueden aparecer organizadas explícitamente,
como instituciones normativamente comunitarias en su totalidad (hospitales, clínicas psiquiátricas, etc.) o con
más frecuencia configuran operaciones clínicas de tipo comunitario encargadas dentro de un marco
institucional (asambleas terapéuticas dentro de una sala psiquiátrica, redes familiares, etc.). La mayoría de las
actividades psicológicas comunitarias terapéuticas comparten dos características que también suelen
presentarse en las comunidades clínicas de capacitación, sobre todo en el campo de la salud pública: una es la
solidaridad entre individuos que intentan unirse para enfrentar en común sus sufrimientos o su carencia; la
otra es la pobreza de recursos materiales, conceptuales y técnicos a partir de los cuales se pone en marcha en
general la experiencia.
Las situaciones a partir de las cuales se puede intentar organizar una Comunidad Clínica son diversas. Por
ejemplo la numerosidad del conjunto que se pretende transformar en comunidad, la tarea principal que
desarrollan o el nivel de conocimiento y experiencia que tengan la mayoría (así por ejemplo ante un grupo
muy numeroso o heterogéneo será necesario reagruparlos en talleres clínicos más pequeños y homogéneos
pero manteniendo siempre y de modo regular una asamblea clínica donde se universalicen experiencias y se
geste la calidad solidaria de la comunidad). Una comunidad clínica de capacitación y aprendizaje constituye
desde el inicio una situación que debe ser encuadrada clínicamente: las condiciones materiales del campo
(tiempo, espacio, cantidad de integrantes, etc.), el proyecto u objetivos centrales, el esquema científico-
metodológico-técnico desde el cual se conduce la comunidad, y el respeto por el estilo personal de todos los
integrantes (síntesis o resultante de una historia vital). Una tarea así tiende a tomar al grupo como objeto en
si mismo y va abriendo posibilidades para hacer otro tanto con sus integrantes. Ahora bien, si pensamos como
Bonano que la tarea en tanto organizador central del agrupamiento siempre esta instituida, es decir prescripta
por la institución (aunque sea asumida creencialmente como construcción-producción del agrupamiento), a
una operación subjetivante como esta no deberíamos llamarla “tarea”.
Otra inserción necesaria es la instauración del grupo en el ámbito institucional que lo alberga, lograr que se
trasciendan los límites de pertenencia de modo que la comunidad clínica no se limite a reflejar pasivamente la
problemática externa sino que pueda gravitar sobre la institución como factor de transformación efectiva.
Finalmente, otra tarea de especial importancia es establecer adecuadamente en el grupo una “aptitud clínica”,
o sea una predisposición para la interpretación clínica del campo a partir de haber internalizado un buen
encuadre metodológico y que va marcando un pasaje gradual del clásico yo siento al yo creo, al yo pienso y
finalmente al yo sé. Esto, como en toda práctica, resulta de organizar una correcta simultaneidad entre
práctica real y práctica teórica. No se habla de “formación”, que habitualmente se usa como equivalente a
capacitación, ya que formación suele remitir a un tipo de aprendizaje que pone el acento en el propósito de
crear un clínico equipado excelentemente desde el punto de vista de sus esquemas teóricos e incluso con una
personalidad bien trabajada. Capacitación, en cambio, destaca una práctica que tiende a trabajar tanto desde
las necesidades formativas del clínico como de las necesidades de la población a las que se debe atender.
Capacitación es entonces una práctica organizada coherentemente, sin saltearse las condiciones reales
facilitadoras o adversas en que deberá ejercer su tarea el futuro clínico.
Es importante crear condiciones de seguridad psicológica, la cual va otorgando firmeza y determinación, una
tarea que se inicia cuando todos aceptan no sólo mirar sino ser mirados. En la mirada recíproca se gesta el
dialogo clínico como dialogo integrador; supone un encuentro, a otro con el cual se piensa, se le habla. En las
condiciones actuales encontrarse con ese otro no es nada fácil. Cuando aceptamos la mirada especular del
otro, vamos accediendo a nuestros puntos ciegos caracterológicos. A menor ceguera sobre nosotros mismos,
mayor firmeza en defensa de nuestras convicciones. En una comunidad de aprendizaje y práctica clínica que
va adquiriendo gradualmente buen nivel de seguridad psicológica, el problema no es tanto el quantum afectivo
sino la habilidad de cada uno de sus miembros para el registro directo de los afectos propios y ajenos. Por otra
parte, la reciprocidad en la mirada no sólo adiestra en el manejo de los afectos en el dialogo integrador, sino
que es la base de la reciprocidad posible, concepto que expresa algo tan básico como la solidaridad. En clínica
la asimetría es casi un punto de partida, inherente a la asunción de roles. El asunto es cómo esta asimetría, en
el proceso clínico, puede tornarse no necesariamente simetría pero si reciprocidad. Esta última es una
condición clave para la institución del co-pensor, termino extraído de Pichón Riviere. Ya no se trata de
transmitir saberes ni aprenderlos sino de pensar juntos el problema que nos va a constituir como comunidad,
justamente cuando podamos co-pensarlo.
El camino es transformar el estilo personal en experiencial. Es a partir de esta conciencia de sí que el estilo
personal adquiere categoría de instrumento y pasa a integrar el nivel inmediato superior del encuadre: el
esquema científico, metodológico y técnico, y ahora experiencial. Pichón Riviere llama acertadamente a esto
E.C.R.O (Esquema científico referencial y operacional). La integración de nuestro propio estilo personal al
esquema científico significa incorporar un valor ideológico, una forma de concebir la tarea y los objetivos de la
misma, ligada a nuestra forma de ser. Siguiendo en el ascenso propuesto, inevitablemente deberá plantearse
el falso problema de la neutralidad del clínico, la confrontación entre su proyecto personal y el que conduce.
Rechazar este problema significa restablecer las condiciones de un aprendizaje de ida y vuelta en donde
ningún trabajo clínico es ni neutral ni ingenuo. Finalmente el clínico que ha ido completando el “ascenso” de
un encuadre internalizado va simultáneamente adquiriendo autonomía que le permite no depender de las
condiciones materiales del campo: la estructura de demora o capacidad para hacer lecturas que trasciendan la
significación inmediata de un acontecimiento. El problema de todo campo clínico consiste en gran medida en
saber desestructurar y reestructurar adecuadamente los sucesos ocurridos. Romper la significación inmediata
sobre-determinante dentro de un campo clínico nos permite conocer lo que está aconteciendo en relación a
nuestra acción sobre los sucesos, nos permite una comprensión más causal de dicho acontecer.
Si al dueto analista/analizado se le suma una serie de sujetos de cuerpo y habla presentes, comienza a
conformarse un nuevo escenario de “numerosidad social”. Esto hace posible tanto la mirada como la palabra
recíproca. El efecto que producen tales reciprocidades multiplica el valor de la palabra y la mirada, y permiten
surgir o poner de manifiesto cuestiones primitivas, originarias, bajo la forma de diversos recuerdos o estados
de ánimo capaces de generar maneras de ser. Es decir que el analista tendrá que tomar en cuenta no solo lo
inconsciente sino también esa conciencia que se acrecienta.
Cuando zozobra la conciencia de mortificación, se abre paso una pasividad quejosa y alguna ocasional
infracción, respecto de las cuales es impropio sostener el significado del término cultura. Tal vez cabe pensar
en una suerte de sociedad anónima de mortificados, en la que pueden comenzar a darse los mecanismos que
corresponden a los procesos manicomiales, como formas clínicas terminales e la mortificación que afectan a
algunos, mientras la mayoría quedará englobada en un marcado empobrecimiento subjetivo. Estos sujetos
experimentan acostumbramiento y coartación.
La mortificación aparece por momentos acompañada de distintos grados de fatiga crónica, para la que
periódicamente se ensayan explicaciones etiológicas, que van desde formas ambiguas del stress hasta
patologías virales. Un cansancio sostenido parece haberse instalado en muchos cuerpos en este fin de milenio.
Una vez que la mortificación se ha instalado, el sujeto se encuentra coartado, al borde de la supresión como
individuo pensante. Algunos indicadores de esta situación son la desaparición de la valentía, que da lugar a la
resignación acobardada; la merma de la inteligencia, e incluso el establecimiento de una suerte de idiotismo
(en el sentido de aquel que al no tener ideas claras acerca de lo que le sucede en relación con lo que hace,
tampoco puede dar cuenta pública o privadamente de su situación). Tampoco puede haber alegría en la
mortificación y es obvio el resentimiento de la vida erótica. En estas condiciones disminuye y aun desaparece
el accionar crítico y el de la autocrítica. En su lugar se instala una queja que nunca asume la categoría de
protesta, como si el individuo se apoyara más en sus debilidades, para buscar la piedad de aquellos que lo
oprimen.
No habrá demasiadas transgresiones (implica una respuesta mayor y también supone el riesgo de morir en la
demanda), a lo sumo, algunas infracciones (se conforman con obtener alguna mezquina ventaja,
aprovechando circunstancias propicias). Quienes se encuentran en estas condiciones culturales, tienden a
esperar soluciones imaginarias a sus problemas, sin que éstas dependan de su propio esfuerzo. El fácil engaño
es común en la mortificación.
A la ternura se la identifica, en general, con la debilidad y no con la fortaleza. Sin embargo, la ternura es el
escenario mayor donde se da el rotundo pasaje del sujeto a la condición pulsional humana. Es motor
primerísimo de la cultura, y en sus gestos y suministros habrá de comenzar a forjarse el sujeto ético. La
ternura será abrigo frente a los rigores de la intemperie, alimento frente a los del hambre y fundamentalmente
buen trato, como escudo protector ante las violencias inevitables del vivir.
- ANZIEU, D.: “EL GRUPO Y EL INCONSCIENTE” SEGUNDA PARTE, CAP. 10: PERSPECTIVAS
TEÓRICAS: A) PANORAMA DE LA VIDA GRUPAL INCONSCIENTE Y B) TEORÍA GENERAL DEL
FANTASMA EN LOS GRUPOS.
A) Realidad imaginaria de los grupos.
La sociología sostiene que el grupo es la puesta en común de las representaciones, sentimientos y voliciones,
las representaciones deben controlar los sentimientos y ordenar las voliciones. Para Fourrier, todo grupo es
una puesta en común de las pasiones. Para Tarde, el grupo es la imitación, por una especie de sugestión
hipnótica, de los pocos capaces de inventar. Freud: el grupo es la identificación de los miembros con el jefe,
así como la identificación entre ellos.
A partir de 1930 se constituye una ciencia de los grupos. Para Moreno, el grupo es la puesta en común de las
simpatías y antipatías. Para Mayo, es una mentalidad común, con sus propias normas, su propia lógica: el
grupo autónomo, caracterizado por un fuerte sentimiento de pertenencia al grupo de sus miembros, libera las
posibilidades individuales y facilita su realización. Para Lewin, el grupo es la interdependencia no sólo entre los
individuos, sino también entre las variables que intervienen en el funcionamiento del grupo; el grupo
democrático permite una participación más activa. Para Bales, el grupo es una serie de comunicaciones entre
los miembros, progresa por la puesta en común de las percepciones que cada uno tiene de sí y de los demás.
La mayoría de éstos autores, con sus concepciones, reproducen la actitud behaviorista que tenía Watson: en
ésta el organismo viviente era estudiado en sus comportamientos reaccionando a algunos estímulos.
¿Qué quiere decir “Hacer eco”? El grupo es una puesta en común de las imágenes interiores y de las angustias
de los participantes.
El grupo es un lugar de fomentación de imágenes. Desde el momento en que seres humanos están reunidos
(para trabajar, distraerse, defenderse, etc.), los sentimientos les atraviesan y agitan, los deseos, miedos y
angustias les excitan o paralizan, una emoción común a veces se apodera de ellos y les da una impresión de
unidad; otras veces, varias emociones luchan entre sí y desgarran el grupo; otras, varios miembros se cierran
y se defienden contra la emoción común que experimentan como amenazadora, mientras que los demás se
abandonan a ella con resignación, alegría, frenesí; a veces también todos se repliegan ante la emoción que les
invade, y el grupo es sombrío, apático, viscoso.
Una reunión administrativa se obstina con una cuestión de procedimiento, se eterniza en un punto secundario,
se pierde en sutilizas, agranda las dificultades donde no las hay, está ciego donde las hay, etc. Un equipo, de
taller, se rezaga, se sustrae de sus obligaciones, hace trampas; o compite con los demás, trata de superarse;
o también se aísla, se satisface consigo mismo, cultiva las diferencias con ellos; o bien se vuelve hermético,
inaccesible, se encapricha con ideas y prácticas poco ortdoxas; o se fragmenta en pandillas e individualidades;
o se aglutina alrededor de un héroe.
Si en ésta reunión este equipo se comporta así, es porque algunas emociones determinan esos
comportamientos y a su vez porque estas emociones son desencadenadas por la emergencia, en el grupo, de
imágenes precisas, poderosas e inadvertidas.
La violencia de las emociones, el poder de las imágenes que las desencadenan o mantienen, son los
fenómenos de grupo más patentes (para el observador) y enmascarados (para los propios interesados). Los
grupos se sienten narcisistamente amenazados cuando se corre el riesgo de poner en evidencia en ellos los
puntos débiles que prefieren disimularse y de apagar su propia imagen ideal que mantienen con altos costos.
Estos dos mecanismos de grupo, catexis narcisista de algunos sectores de su funcionamiento y defensa contra
la herida narcisista, fundamentan una de las resistencias a la investigación científica de los grupos. Los
ejemplos de defensa contra la herida narcisista son innumerables. Representa la primera dificultad, a medida
insuperable, para el psicólogo consultado por un grupo enfermo que obstinadamente se desconoce y querría
recobrar su salud sin pagar el debido precio, no obstante único eficaz, que supone el reconocimiento de la
propia verdad.
La aportación de Bion.
SEGUNDO ENUNCIADO: los individuos reunidos en un grupo se combinan de forma instantánea e involuntaria
para actuar según unos estados afectivos que Bion denomina “supuestos básicos”. Estos estados afectivos son
arcaicos, pregenitales; se remontan a la primera infancia.
Bion describe tres supuestos básicos a los que el grupo, sin reconocerlos, se somete alternativamente. –
Dependencia: el grupo pide ser protegido por el líder, del cual depende para su alimentación intelectual o
espiritual. El grupo no puede subsistir sin conflicto más que si el jefe acepta el papel que se le atribuye y los
poderes, así como los deberes, que éste implica. Si el jefe rechaza, el grupo se siente frustrado y abandonado.
Se apodera de los participantes un sentimiento de inseguridad. Esta dependencia con respecto al líder se
manifiesta a menudo en un grupo de diagnóstico por el silencio inicial, y la dificultad de encontrar un tema de
discusión, el grupo espera las sugerencias del monitor. – Ataque-huida: el rechazo por parte del jefe del
supuesto de dependencia constituye un peligro para el grupo, que cree entonces que no va a poder sobrevivir.
Frente a este peligro, los participantes, generalmente, se reúnen, sea para luchar, sea para huir. En este
sentido, la actitud combate-huida es un signo de solidaridad del grupo. El peligro común reaproxima a los
miembros. – Emparejamiento: a veces la actitud de combate-huida concluye en la formación de subgrupos o
de parejas.
El monitor de un grupo comparte las emociones comunes con los participantes. Si llegan a analizarse a sí
mismos, podrán juzgar según sus sentimientos cuál es exactamente la situación imaginaria vivida por el grupo.
El animador, para Bion, forma parte del grupo y comparte sus creencias. No tiene que convencer al grupo de
las suyas. El animador ha de tomar distancia y estar a la vez en el grupo y fuera del grupo.
Según Elliot Jacques, las dificultades psicológicas encontradas en el funcionamiento de las organizaciones
económicas y sociales proceden de una de las dos características fundamentales de la angustia: la angustia
paranoide y la angustia depresiva. Ésta concepción da cuenta con exactitud de dos representaciones
imaginarias con las que normalmente se topa el psicosociólogo en su trabajo, la del cobaya y la del espía. El
psicosociólogo, piensa el grupo que ha solicitado ser tratado por él, es un extraño, no puede conocer los
problemas como quienes los viven todos los días, hay cosas que no podrá jamás sentir.
La imagen de la cobaya emerge cuando el grupo está satisfecho de él, cuando no está en profundo
desacuerdo con los organismos y las organizaciones a las que está unido o emparentado y que su resistencia a
la intrusión es moderada. El grupo teme la intervención exterior, que le hace correr el riesgo de develar sus
debilidades, sus inferioridades. La emoción que experimenta es una anticipación de la vergüenza, de la
humillación y desvalorización. El grupo está en una posición depresiva; poner en duda su propio
funcionamiento equivale a estar sometido a la agresividad que proviene del out group, a arriesgarse a perder
el objeto de amor que es para sí mismo correr el peligro de ser expropiado y perder, con el amor, su felicidad
y victoriosa confianza en sí mismo.
Si el grupo está en una posición esquizo-paranoide, si proyecta al exterior su mala conciencia, si está en
conflicto abierto o larvado con el sector de la sociedad global en el que se inserta, si encuentra su cohesión en
la lucha contra el enemigo, es entonces la imagen del “espía” lo que domina su conciencia de una manera
difusa. La intrusión del out group es experimentada como destructiva; es para el grupo el equivalente de esa
invasión del cuerpo por el objeto malo. Esta intrusión es acogida con desconfianza, con el temor de
persecución; inmoviliza la agresividad del grupo y la cristaliza sobre el cuerpo extraño que se introduce en el
organismo, lo enquista y lo expulsa violentamente.
El ser humano no existe como sujeto más que cuando tiene el sentimiento de su unidad, unidad de su cuerpo
y unidad de su psiquismo.
En la vida familiar, en las relaciones amorosas y amistosas, en los agrupamientos en los que un lazo personal
del registro de la identificación y del amor existe con el maestro/a o el/la jefe/a, el Yo es protegido, incluso
adulado, y las relaciones entre los individuos humanos implicados dependen de la ambivalencia (interacción
del odio y del amor hacia el objeto amado). La situación de grupo cara a cara con compañeros que apenas se
conoce, en número superior al que normalmente conviene a las relaciones sentimentales, sin una figura
dominante por cuyo amor cada uno pueda sentirse protegido y unido a los demás, es vivida como una
amenaza para la unidad personal, como una puesta en cuestión del Yo.
Al principio de una reunión, cuando todo el mundo está molesto, unos se retiran a su isla y otros se precipitan
sobre el montón intentando acaparar al grupo – dos formas opuestas de llegar al mismo objetivo: preservar su
Yo mítico, la imagen subyacente en estos comportamientos y emociones ansiosas, la imagen común del grupo
– que no es aún grupo- es la del cuerpo despedazado. Cada uno participa en la producción de esta imagen, se
espanta de ella y trata de huir. El grupo no tiene existencia como grupo si no ha conseguido suprimir esta
imagen y superarla. Es éste el primer trabajo, en sentido dialéctico, del grupo sobre sí mismo, el aufheben
constitutivo.
Cuando una pluralidad de individuos reunidos y angustiados por la imagen omnipresente del cuerpo
despedazado han conseguido superarla, tranquilizarse, considerarse, al nivel de lo percibido y experimentado,
como seres humanos, experimentar una emoción común agradable, un sentimiento positivo del que pueden
nacer pensamiento y acciones concertadas, para describir la mutación que acaban de vivir y la tonalidad
afectiva que es ahora suya, invocan el sentimiento de “nosotros”, el nacimiento de una unidad superior a cada
individuo y en la cual éstos participan; el grupo ha nacido, ha nacido como “cuerpo” viviente. Cada uno se
reconoce en él como “miembro”.
Algunas representaciones colectivas del grupo están fuertemente idealizadas; hacen del grupo el depositario
de ciertos valores; sacan de él esquemas ya hechos, de los que es difícil liberarse.
La conducta de un grupo se reduciría a la resultante de las fuerzas internas y externas a las que está
sometido.
Entre el grupo y la realidad, entre el grupo y el propio grupo, hay algo más que las relaciones entre unas
fuerzas reales, hay primitivamente una relación imaginaria. Las imágenes que se interponen entre el grupo y
el propio grupo, entre el grupo y el ambiente explican unos fenómenos y procesos que hasta ahora han sido
descuidados o atribuidos a otras causas.
La situación de un grupo es vivida al principio esencialmente al nivel de las representaciones, lo primero que
se pone en nuestro camino es la propia palabra de “grupo”. El individuo “sólo” pertenece a la patología mental
y no se conoce sociedad global sin grupos destinados a hacer pasar las normas, las estructuras, las
instituciones y los ideales a la realidad concreta de las actividades y personalidades humanas. El único
“observable” es el grupo. Ahora bien, lo observable queda sin concepto. Si hay una resistencia al concepto de
grupo, ésta resistencia debe articularse con los fenómenos psicológicos precisos. Investigaciones han
demostrado que la única forma de grupo admitida es el grupo de “amigos”. El grupo de trabajo o el grupo
institucionalmente impuesto son percibidos como un ataque y una amenaza a la libertad individual.
El grupo de diagnóstico representa una de las técnicas más pura, en la medida en que los puentes están
cortados con el exterior.
El grupo es experimentado por cada uno como un espejo con múltiples facetas devolviéndole una imagen de sí
mismo deformada y repetida hasta el infinito. La situación de grupo despierta esta imagen de despedazamieno
indefinido de su persona y ante todo de su cuerpo. Una de las angustias más profundas es la de la pérdida de
unidad del propio cuerpo y del psiquismo. La situación de grupo en la que yo no sé quiénes son “ellos” y ellos
no saben quién soy “yo” es, como tal, fuente de angustia.
Cuando un grupo ha conseguido superar esta angustia primaria de despedazamiento es cuando al fin
experimenta una emoción común que le liga, tal como reír, comer juntos, es decir, restaurar el propio cuerpo.
Es posible distinguir diferentes categorías de imágenes, específicas para los diferentes tipos de grupos. - El
fenómeno de la multitud. Los hombres en multitud están movidos por la relación con una imagen que tienen
en común; la “imago” materna. – La banda pone en marcha otro tipo de relación imaginaria. En ella vengo a
buscar la presencia de otros que no ejerzan sobre mí ni apremios, ni críticas, otros que me son semejantes. La
imagen implicada es aquí mi propia imagen, pero duplicada, reforzada, justificada por lo que los otros son; es
una imagen narcisista tranquilizadora.
En toda situación de grupo hay una representación imaginaria subyacente, común a la mayoría de los
miembros del grupo. Mejor; es en la medida en que existe esta representación imaginaria en la que hay una
unidad, algo común en el grupo. Estas representaciones pueden ser un obstáculo para el funcionamiento del
grupo respecto de los objetivos que le son asignados por la sociedad, por su status, o por las motivaciones de
sus miembros y pueden ser la causa de que se paralice su funcionamiento interno o de los errores en su
actitud con respecto a la realidad.
Pero cuando un grupo funciona eficazmente, es también una representación imaginaria la que le permite
encontrar la solidaridad y eficacia. No hay grupo sin lo imaginario. Se puede expulsar a uno para reemplazarlo
por otro. Esta situación es análoga a la de los mitos en las sociedades primitivas.
La tarea del psicólogo es la de ser permeable a estas representaciones imaginarias de manera que pueda, con
os grupos en los que vive y por los que es consultado, elucidarles y llevar al propio grupo a elucidarlas, en la
medida en que estas representaciones obstaculizan su funcionamiento. Pero la percepción de las imágenes
internas, para un individuo, un grupo o una cultura, es siempre la operación más difícil y dramática.
GRUPO POR BION => Piensa las conductas como supuestos básicos, supuestos de base que
encarnan fantasías. La instalación grupal de Bion es la de un conjunto de personas que entran en
un estado de desconcierto, porque aquel de quien se espera que responda a la demanda, no lo
hace. La instalación de Bion inaugura la posibilidad de escuchar el decir de un grupo.
Los supuestos básicos son estados afectivos de dependencia, de ataque-huida, de
emparejamiento (esperanza mesiánica) involuntarios e icc. Pertenece a la escuela inglesa, era
discípulo de Klein. PSA de grupos.
El adulto, en su contacto con las complejidades de la vida de grupo, recurre en forma que podría ser una
regresión masiva, a mecanismos que Klein describió como típicos de la fase más temprana de la vida mental.
Cuando los individuos que componen un grupo (agregado de individuos en el mismo estado de regresión) por
una razón u otra se sienten amenazados por la toma de conciencia de su particularidad como individuos, y el
grupo cae en el estado emocional conocido como pánico.
En cualquier grupo pueden encontrarse rasgos que revelan una actividad mental (se relaciona con el hacer o
la tarea). Aunque sea en forma casual, todo grupo se reúne para “hacer” algo: cada miembro coopera en
ducha actividad de acuerdo con sus capacidades individuales. Esta cooperación es voluntaria y depende del
grado de habilidad sofisticada que cada individuo posea. La actividad va a aparejada de una tarea, y por eso
se halla ligada a la realidad, con sus métodos racionales. A este aspecto de la actividad mental de un grupo lo
llamo grupo de trabajo.
Supuestos básicos (hay tres) => Comunes a todos los grupos, permiten que surjan las actividades
mentales. La actividad se ve obstruida, diversificada y, en ocasiones, asistida por algunas otras actividades
mentales que tienen en común el atributo de poderosas tendencias emocionales. Estas actividades, que a
primera vista parece caóticas, adquieren cierto grado de cohesión si admitimos su origen en supuestos básicos
comunes a la totalidad del grupo. El autor da un ejemplo en que el supuesto básico, común a todo el grupo
era que sus miembros estaban reunidos para recibir de él cierta clase de tratamiento.
- Primer supuesto básico: Consiste en que el grupo se reúne a fin de lograr el sostén de un líder de quien
depende para nutrirse material y espiritualmente, y para obtener protección (grupo de dependencia). El
analista es dentro del grupo un recipiente de las identificaciones proyectivas.
- Segundo supuesto básico: Al igual que el primero, se relaciona con el propósito del grupo. Se trata del
grupo de emparejamiento con sentimientos de esperanza en sí mismo. La esperanza sólo persiste cuando
permanece como esperanza, porque si tal cosa se logra, la esperanza se desvanece, no habría nada que
esperar. Los sentimientos ligados al grupo de emparejamiento son el polo opuesto a los sentimientos de odio,
destrucción y desesperación. Para que estos sentimientos de esperanza se sostengan, es necesario que el líder
(a diferencia del líder del grupo de dependencia y del de ataque y fuga) no haya nacido. Será una persona o
idea la á al que salvara al grupo, es decir, se trata de una esperanza mesiánica.
- Tercer supuesto básico: El grupo se ha reunido para luchar por algo o para huir por algo. Está preparado
para hacer cualquiera de las dos coas indiferenciadamente. A este estado mental se lo llama grupo ataque-
fuga, y dentro de un grupo en tal estado se aceptará a aquel líder capaz de obtener del grupo la oportunidad
que aproveche para escapar o agredir.
Participar de una actividad de supuesto básico no requiere entrenamiento, experiencia ni madurez mental. Es
inevitable, instantáneo e instintivo, a diferencia de lo que sucede con el grupo de trabajo.
Las emociones asociadas con el supuesto básico pueden ser descriptas con los términos de ansiedad, temor,
odio, amor y otros similares.
Todos los supuestos básicos incluyen a existencia de un líder.
He llegado a una teoría de grupo que pone en evidencia que las funciones del grupo de trabajo se dan junto a
un comportamiento, con frecuencia fuertemente teñido con elementos emocionales, que sugería que los
grupos reaccionaban emocionalmente a uno de los tres supuestos básicos. Estos supuestos básicos surgen en
forma involuntaria, automática en inevitable, no pueden ser considerados como estados mentales bien
diferenciados.
Por otro lado, los puntos de vista de Freud respecto a la dinámica del grupo requieren ser completados antes
que corregidos. Retomo al autor cuando dice que la psicología individuo y la de grupo no pueden
diferenciarse, pues la psicología del individuo es en sí una función de la relación entre una persona y otra. El
individuo es miembro de un grupo, aun cuando su participación en dicho grupo consista en comportarse de tal
manera que parezca que no es así. Freud agrega que dentro de un grupo las emociones del individuo se
intensifican en forma extraordinaria, mientras su habilidad intelectual se reduce notablemente.
Valencia => Término que utiliza para identificar la capacidad de los individuos para combinarse en forma
instantánea entre sí, de acuerdo con una pauta de conducta establecida que son los supuestos básicos. Freud
prefería utilizar otros términos para estudiar elementos similares al que llamo valencia.
Comunicación verbal => Las palabras sirven de vehículo en la comunicación sonora. Klein ha subrayado la
importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del individuo. El grupo de trabajo entiende la
particular manera de usar los símbolos que está implícita en la comunicación, a diferencia del grupo de
supuesto básico. El lenguaje propio del supuesto básico carece de la precisión y amplitud que se adquiere por
medio de la capacidad para formar y usar símbolos.
En suma, cualquier grupo de individuos que reúnan para trabajar, muestran signos propios de la actividad del
grupo de trabajo, es decir, funcionamiento mental dedicado llevar adelante la tarea emprendida. En algunas
ocasiones, tales objetivos se ven entorpecidos o favorecidos por impulsos emocionales de origen oscuro.
Desde el punto de vista de la posición subjetiva, el “coordinador de grupos”, como etiqueta, es diferente de
quien se pone en posición subjetiva de realizar co-operaciones en procesos de producción de subjetividad,
siguiendo las líneas de fuga que se vayan abriendo o que estén presentes desde el inicio. Uno y otro de los
diseños implican dos posicionamientos subjetivos heterogéneos entre sí.
En mi posición actual, las técnicas de grupos, que las hay, son recetas o indicaciones técnicas disciplinarias
para conducir pequeños o medianos colectivos humanos. “Conducir” tiene en este caso explícitamente el
sentido de disciplinar, tal vez en su variante biopolítica. La biopolítica es una tecnología de gobierno sobre el
cuerpo y las almas, el cuerpo en su dimensión vital, es un manejo no sólo de los individuos sino también de
las poblaciones. Podríamos decir que los grupos son una de las formas –materiales- de la población.
La noción de multiplicidad como aquella lógica que no suprime las diferencias, que hibrida cuestiones y las
articula en agenciamientos conjuntos. Una de las diferencias centrales de la biopolítica respecto de las
tecnologías de seguridad, es que ya no se trata de los cuerpos individuales sino de los espíritus y las almas
colectivas. Hay una relación inherente y fuerte entre el descubrimiento del grupo, incluso entre la invención de
la palabra grupo, y la construcción de tecnologías de gobierno – y por lo tanto una biopolítica de producción
de subjetividades- que toman en consideración el alma colectiva y ya no el individuo o cuerpo individual; el
individuo cuenta en tanto forma parte de esos agrupamientos.
Queremos esbozar un diseño de una suerte de dos polos entre los cuales hay una tensión productiva. De un
lado estarían los GRUPOS, pero en su declinación hacia LO GRUPAL, y el otro polo tiene que ver con una
revisión, siguiendo fundamentalmente a Foucault, de las TECNOLOGÍAS DE GOBIERNO Y LAS TECNOLOGÍAS
DEL YO; o sea las tecnologías de autoproducción de un sí mismo en las condiciones histórico-sociales
correspondientes y el conjunto que hace a los saberes, la producción de verdad y las relaciones de poder.
Las posiciones de docente, coordinador de grupos y copensor, son diferentes y diversas entre sí. En ellas se
juega la multiplicidad, lo cual implica decir –muy rápidamente- que la situación produce que cada quien oficie
como amo o soberano, otras veces funciona como alguien que está disciplinando los cuerpos y otras veces –
con suerte- está ayudando a pensar.
Marcelo Percia dice que: “si los grupos son pequeños rejuntes de conjurados alrededor de un poder, lo grupal
es la pregunta sobre qué pueden”. En esa proposición está el eco del pensamiento deleuziano, esa idea
spinoziana de que nadie sabe de antemano lo que puede un cuerpo y ahí se convoca la potencia.
Conocer, elucidar, desentrañar estas heterogéneas lógicas de lo colectivo es hoy condición para alcanzar un
mínimo de potencia efectiva en las diversas operaciones que un psicólogo afronte. Subrayemos
heterogeneidad, lógicas, potencia, operaciones . Los dos primeros términos tienen mucho que ver, en un
primer acercamiento intuitivo a la idea de la lógica del gobierno de las poblaciones propio de la biopolítica, una
lógica bien distinta de la disciplinaria. Lewkowicz plantea que en una determinada situación, para las
operaciones de subjetivación, se trata de habilitar una dimensión cualitativa que no está en la escena ni en la
escenografía; habría operación de subjetivación si entre quienes van constituyendo situación logran habilitar
una escena y una lógica de copensamiento que de inicio no está presente.
Los grupos son, todavía para muchos, algo así como una sustancia; en cambio lo grupal es algo que se está
haciendo sin nunca terminar de hacerse y sin convertirse jamás en una sustancia fija.
Cuando alguien dice siguiendo a Lewcowicz “la subjetividad es la variedad de recursos instituidos con los que
cuenta un sujeto para habitar un dispositivo determinado. Se trata de la serie de operaciones lógicas
necesarias para tolerar esa situación”, se produce un empobrecimiento y banalización del pensamiento, que
acaso sea un efecto inevitable en toda actividad de difusión, transmisión, enseñanza, pero ante ello es preciso
restituir a ciertas palabras al movimiento de su concepto. Subrayamos que subjetividad no ES nada, puesto
que decir que algo ES, es la forma de transformar un concepto en una sustancia sino que refiere a un
movimiento de producción de subjetividad. No es una sustancia sino que es en acto, en gestos, en actividades,
en afectaciones, es decir en cosas que se hacen presente y que hacen algo.
El énfasis de Foucault en las relaciones de poder tiene una particularidad, siguiendo a éste autor, hay que
sostener que el poder produce, produce justamente subjetividades. Es necesario no sólo quedarse con la idea
de que las subjetividades se producen por múltiples procedimientos maquínicos, semióticos, significantes y no
significantes, sino que Foucault es imprescindible cuando hay que pensar qué subjetividad singular se está
efectuando. Lo propio de Foucault es combatir los universales y las generalidades.
El término “apuntalamiento” tiene origen en el propio Freud, y tuvo una cierta utilización sobre todo en una
figura que es la elección de objeto anaclítico (“apoyarse en”).
El grupo, el cuerpo, la cultura
Käes sostiene que el concepto de apuntalamiento es apto para dar cuenta de las relaciones entre la psiquis, el
cuerpo, el grupo y la cultura. Psiquis y grupo están dentro de un mismo núcleo por la proposición de que la
psiquis tiene una estructura grupal, que es una internalización, una constitución hacia el interior del sujeto de
los grupos de los cuales él se ha conformado como sujeto. Pero a la vez hay conexiones que unen ese núcleo
con los bordes: uno es el de la cultura, lo histórico-social, las significaciones imaginario-sociales y otro es el
borde de lo corporal biológico.
Para el PSA el fantasma ocupa un lugar central en la organización íntima del organismo; la fuerza que anima al
psiquismo es la realización de los deseos, y las fantasías son escenas donde se realizan los deseos. La fantasía
tiene disposición escénica y estructura dramática: en las fantasías hay personajes y tramas argumentales.
Lo psicobiológico y lo histórico
El concepto de apuntalamiento trata de proponer una visión de la fundación, estructuración y despliegue del
psiquismo que no sea ni un reflejo simple de lo social ni tampoco algo en que lo histórico social interviene
cuando lo básico ya está constituido. La articulación del psiquismo con el mundo histórico social es
una relación de inherencia, una cosa no puede ser pensada sin la otra.
Orígenes del concepto
Käes hace una investigación de las etapas en la construcción del concepto de apuntalamiento en Freud. En el
campo semántico, puede verse su significado de ser una posición del cuerpo al que le falta apoyo y que lo
encuentra pasando a la vertical por la oblicua posición intermedia. Fundamental entonces: falta de apoyo,
encuentro o intermedio.
El apuntalamiento no es una cosa ni un estado, sino un movimiento. Se trata del pasaje de una situación en
donde a algo le falta apoyo, y el apuntalamiento es el movimiento de encontrar apoyo a a través de algo que
funciona como intermediario. Ese algo que falta, lo encuentra en un movimiento, y para que en ese
movimiento se produzca el resultado que se busca, que es estar vertical, apoyado, algo tiene que funcionar
como intermediario (metáfora de la planta y el tutor).
Surgimiento del psiquismo. La distinción necesidad/sexualidad
Necesidades básicas: agua comida, aire. => El objeto específico de este nivel en el recién nacido es la leche,
cumpliendo la función de satisfacción de una necesidad. => Pulsiones de autoconservación del yo. A
diferencia de la vida intrauterina, el niño tendrá que llorar para que se le dé de comer, para cancelar la tensión
de necesidades en su fuente. Durante un largo periodo todas las acciones específicas que logran resolver las
necesidades del bebé van a ser cumplidos por la madre, quien ocupa el lugar de objeto auxiliar. En este
sentido, el otro siempre está incluido en el aparato psíquico como objeto. En los sucesivos encuentros, la
madre envuelve al bebé en un baño sonoro, le habla y lo mira en un intenso contacto de piel y sonidos. En
este marco, se va constituyendo la sexualidad.
Los momentos del apuntalamiento
El pecho entonces será fuente de placer cuando está y va a ser evocado cuando no está. Por lo tanto ahí
surge la representación del pecho como objeto mental, sobre la cual va a caer una carga de deseo de libido.
La leche calma el hambre, y el contacto con el pecho satisface el deseo de estar chupeteando. Freud dice que
el primer desear es la investidura alucinatoria de las huellas mnémicas de las primeras experiencias de
satisfacción. Esta experiencia se inscribe en el aparato psíquico, en un sistema. Va a volver a desarrollarse una
tendencia a reinvestir alucinatoriamente las huellas de esta experiencia cuando el bebé vuelva a tener hambre.
Si en el ámbito biológico la necesidad es la cancelación de la tensión de la necesidad en la fuente, la pulsión
sexual es algo diferente: tiene que ver con el plus de placer que implica toda experiencia de satisfacción o
frustración.
El psiquismo entonces emerge apuntalado en el cuerpo biológico, pero se produce un salto hacia otro nivel: el
del deseo. => El apoyo de las pulsiones sexuales sobre las pulsiones de autoconservación,
apuntalamiento de la pulsión sexual sobre el cuerpo biológico y, consecuentemente, el
movimiento del emergencia del psiquismo.
Apoyo del psiquismo naciente sobre la psiquis materna
El segundo momento lógico de la construcción del concepto: el rudimento del yo del infans se apoya sobre el
psiquismo de la madre. En el nacimiento, el ser humano está en una situación de absoluta indefensión y
desvalimiento. => Prematuración: está en relación directa con el desamparo: un humano nacido es la
criatura más inerme y desamparada que hay. Trauma: inundación por un monto y calidad de estímulos que el
bebé no puede procesar, y la madre funciona como barrera de protección. => Membrana protectora y
constructora del aparato psíquico.
No habría otro modo de ingresar en el mundo de las significaciones si no fuera porque el adulto del cual
depende de forma absoluta en este momento el bebé, no impusiera las significaciones que tiene el mundo. Es
su entorno quien le significa el mundo con acciones: dándole de comer, limpiándolo, haciéndolo dormir,
mirándolo, y también con palabras.
Apoyo del conjunto madre/hijo sobre la institución social
Tercer plano: esa madre con cuerpo biológico y psiquismo, está incluida y determinada por su grupo familiar y
por su entorno cultural y social. Hay un encabalgamiento del orden psíquico e histórico-social sobre lo
biológico. Un sujeto no sobrevive si no se desarrolla a nivel psíquico (ejemplo del marasmo). Un cuerpo
biológico para vivir tiene que ser investido libidinalmente: tiene que ser amado u odiado.
El estado fusional con el bebé es un conjunto en sí mismo continuo, pero está a su vez encastrado en un
conjunto de reglas, relaciones, prescripciones y prohibiciones sociales, simbólicamente ordenadas y
antropológicamente fundadas. La madre es un sujeto socializado, que se ha conformado de acuerdo a
significaciones establecidas de qué es ser madre, sumergida en una organización cultural.
Dimensión crítica
El concepto de apuntalamiento es impensable si no actúa en conjunto la dimensión de la crisis. El
apuntalamiento es una estructura intermediaria que se construye en aquellas situaciones críticas que no son
excepcionales sino regulares. La dimensión crítica implica una proposición antropológica, de la crisis como
inherente al ser humano. La estructura del apuntalamiento permite que se curse una crisis y de que de su
resultado emerja la estructura psíquica.
La transicionalidad
Winnicott propone el concepto de objetos y fenómenos transicionales. El prototipo del objeto transicional es el
osito de peluche, la frazadita, la sabanita, que el bebé muerde, chupa. El objeto transicional tiene la
característica de ser un reaseguro contra la angustia. Tiene un estatuto paradojal: porque no es la madre,
no es el bebé. Está entre los dos y además está prohibido preguntar de quién es o denunciar la paradoja
porque eso destruiría su carácter intermediario. Se pone en juego enlazando dos campos mentales. No es la
mamá ni el bebé pero representa el vínculo. “Lo que está en el medio de”, lo que permite la articulación de
dos campos, sin ser uno ni el otro, sino justamente operando en la transición. El trabajo del apuntalamiento
sucede en un espacio transicional. Si pensamos entonces a lo transicional como un espacio, ese espacio no
puede ser tan pegado como era en el momento de la fusión inicial. Si hay absorción mutua de los elementos
de la relación, al no haber separación, no emerge el psiquismo, y esto sería un espacio saturado, y sería une
espacio suturado. El otro extremo es cuando el espacio es tan grande que no puede sostener la esperanza
razonable de que se va a encontrar algo del otro lado.
Apuntalamiento y articulación psicosocial
El apuntalamiento es doble o recíproco: el bebé se apoya en la madre, pero también es válido apreciar que
la madre se apoya en el bebé, para confirmar su rol maternal. Y, a nivel general, toda relación de
apuntalamiento siempre es doble, mutua o recíproca. Además, el apuntalamiento es siempre múltiple, en
red, es decir, se da: sobre el propio cuerpo, sobre la madre o función materna, sobre el grupo (familiar y
luego los distintos grupos de afiliación o pertenencia que lo sostienen), sobre la cultura (obras colectivas,
instituciones). Cuando uno de estos lugares del apuntalamiento se resquebraja, cede, puede producirse un
movimiento de repliegue sobre otro de los apuntalamientos disponibles o la búsqueda de un proceso de
creación de espacios en donde se vuelva a construir un proceso de apoyatura.
GRUPO PARA BONANO => En tanto representación común, es espacio de intimidad que propicia
la elaboración subjetiva, pero a la vez es público, en tanto está inscrito siempre en un orden
institucional. Es algo esencializado. ≠ LO GRUPAL => Cada vez que se constituye algo de la
multiplicidad. Agenciamiento maquínico que da lugar a la multiplicidad, un devenir.
Los grupos de diagnósticos son grupos sin tarea, que consisten en que los sujetos se reúnan, comiencen a
interactuar y que el proceso esté centrado en darse cuenta de cómo trabaja el grupo, cuáles son los roles que
se despliegan, cuáles las defensas psíquicas, en resumen su dinámica. Pero fuera de estas experiencias
artificiales, la totalidad de los grupos que se dan espontáneamente en la vida social son grupos con tarea. En
verdad, si bien en ciertos casos se trata de reducir la tarea al mínimo para que florezcan lo más posible
fenómenos intersubjetivos y grupales, todo grupo va a tener un plano de tarea y un plano de circulación
fantasmática (lazos libidinales, afectivos, predominantemente icc que hacen vínculo entre los sujetos, a partir
de la tarea común pero que tienen una dinámica propia). En todo grupo normalmente hay una tensión y
oscilación permanentes entre ambos planos.
La dimensión de la tarea concierne al lugar que tiene el grupo dentro de la circulación social; en tanto la tarea
impone el objetivo de producción de algo, se juega la capacidad de cooperación racional. En la definición de
grupo de Pichón Riviere, esta dimensión se propone de un modo explícito: “grupo es un conjunto restringido
de personas que, reunidas en un tiempo y espacio común, desarrollan una tarea que constituye su finalidad y
despliegan los procesos de su mutua representación interna”. La cooperación es uno de los vectores de lectura
del acontecer grupal, según Pichón, y ésta está planteada por el manejo de capacidades racionales y
‘científicas’, no en el sentido estricto de la palabra sino de manejo apropiado de la realidad y las reglas
necesarias para su transformación. Según este esquema, la tarea es el representante al interior del
agrupamiento de lo societario, lo simbólico.
Por otra parte, tanto en este como en el plano fantasmático van a estar operando algún tipo de intermediario.
Respecto de la tarea, las estrategias del estado y la sociedad civil para que cada grupo cumpla con la tarea
que la sociedad le asigna y el grupo admite, y en el plano de lo afectivo, las fantasías (expresión de la
estructura libidinal de los sujetos) para constituirse como tales requieren de las significaciones imaginario-
sociales a fin de obtener formulación, figurabilidad. Dar cuenta desde un punto de vista psico-social de un
agrupamiento va a requerir entonces que se incluyan elementos de cuatro polos de determinación: el
psiquismo del sujeto individuado (su estructura fantasmática), los fenómenos psíquicos propios del
agrupamiento, el grupo social (en tanto reglas, normas, roles), y lo societario (las bases materiales del
agrupamiento, su inserción en la circulación social de productos y significaciones imaginario-sociales).
- KAËS, R.: “EL APOYO GRUPAL DEL PSIQUISMO INDIVIDUAL”. Algunas consecuencias
teóricas en relación a los conceptos de individuo y grupo.
Se podrá suponer, y eso es lo esencial, que existen formaciones particulares del inconsciente (y del
preconsciente) que la situación grupal moviliza y revela a una escucha psicoanalítica. Conviene también pensar
en qué forma se articulan el encuadre, como elemento de apoyo y de depósito para el proceso, y el deseo en
sus metabolizaciones transferenciales, contra-transferenciales y teorizantes. No podemos nunca disociar
completamente el encuadre de lo que lo instituye por un movimiento del deseo y no podemos practicar el
psicoanálisis sin movilizar el deseo y el conocimiento.
Sea cual fuera su práctica específica el psicoanalista de grupo propone un encuadre y mantiene un dispositivo
adecuados para hacer posible un determinado tipo de trabajo psíquico, a partir de una experiencia original,
diferente de aquella de la cura tipo. Esta experiencia es la de la emergencia, la movilización y la reorganización
de ciertas formaciones y de ciertos procesos psíquicos que merced las propiedades del grupo, se descubren
genética y estructuralmente apoyados sobre el mismo. Estas formaciones y estos procesos se apoyan y
modelan sobre el grupo primario y aseguran el pasaje y la articulación entre el orden endo-psíquico
(“individual”) y el orden del vínculo y de las obras colectivas.
La situación grupal debe ser considerada como un lugar de articulación entre formaciones psíquicas
individuales y formaciones psíquicas de carácter general y anónimo. Tres nociones que apuntan a rendir
cuenta de aquello que otorga especificidad al trabajo Psicoanalítico grupal: apoyo múltiple del psiquismo,
aparato psíquico grupal y análisis transicional.
Hipótesis: junto al apoyo del psiquismo sobre funciones bio-fisiológicas corporales, existe un apoyo de
formaciones psíquicas sobre el grupo y sobre uno particularmente y en primer lugar, sobre sus representantes
y sus formas más inmediatas cargadas de significación: la familia, la madre.
ANLEHNUNG ha sido utilizado varias veces en la obra de Freud, significa apoyo, pero también modelo, y, en
fin, resquicio, “entre abertura”. Estos dos últimos sentidos indican no solamente un camino de “buscar apoyo”,
sino también la idea que, a través de un movimiento de pasaje, el apoyo puede modelar lo que sostiene.
La noción de “entre” o “resquicio” indica esta frontera, se opone a cualquier idea de confusión de lo que apoya
con lo apoyado. El concepto de apoyo implica la idea de que los elementos en apoyo están a la vez separados
y abiertos sobre una de sus fases. Esto es lo que describe Bion en la función al d la madre. La externalización
de un contenido en continente abierto, distinto y activo, modifica, apareando o acoplando en parte, al nuevo
contenedor, el contenido incontenible. Es uno de esos acoplamientos lo que he llamado Aparato Psíquico
Grupal.
La hipótesis de un apoyo múltiple del psiquismo (sobre el cuerpo, sobre la madre, sobre las formaciones
colectivas, especialmente el grupo, y sobre el sí mismo en su conjunto o sobre ciertas formaciones psíquicas),
implica la toma en consideración de las solidaridades en una red de apoyos. El psiquismo es aprehendido
desde allí como un movimiento de apoyos y de desapoyos, de aperturas y de cierres, de construcción y de
destrucción, de crisis y de creación. Movimientos éstos que suponen estructuras relativamente inmutables,
tales estructuras están provistas por la configuración individuante de los apoyos fundamentales propios de una
persona o de un conjunto de personas (un grupo, por ejemplo). Todo apoyo tiene como carácter fundamental
el ser un “doble apoyo”, lo que se apoya está en condiciones de servir a su vez de apoyo a lo que sostiene.
Una perturbación psíquica grave se produce cuando llega a faltar irremediablemente un apoyo necesario a la
formación del psiquismo, sin que sea posible reconstituir, en un juego de prótesis sustitutivas, las apoyaturas
indispensables a la vida. Dicha perturbación surge también cuando se produce una falla de los apoyos
(desapoyos); o bien cuando se anula el espacio de apoyo, provocando una suerte de sutura de la apoyatura y
de la formación psíquica. Este juego de desapoyo y de re-apoyo está implicado en todas las situaciones de
crisis y de cambio. Es una dimensión de la transicionalidad.
Estos dobles apoyos de la red de apoyatura que se alternan, cambian y se recrean, definen la tensión
específica del aparato psíquico en sus solidaridades bio-psico-sociológicas. Entiendo que esa tensión, ese
juego dinámico, económico y tópico, son el objeto mismo del análisis grupal.
Propongo la tesis según la cual el psiquismo se estructura en el apoyo grupal y que algunas de sus funciones
son estructuradas como grupos “del adentro”. Según ésta hipótesis, las representaciones se encuentran
organizadas por un cierto número de formaciones psíquicas inconscientes de propiedades notables. Esas
formaciones son la imagen del cuerpo, la imago de la psiquis, las imagos y los complejos familiares, las redes
identificatorias las fantasías originarias. He constatado que para llegar a la representación formulada esas
formaciones toman apoyo sobre representaciones sociales, sobre un ya dicho colectivamente articulado; la
segunda es que esas formaciones a las que califico como grupales, son organizadores particularmente
solicitados en el proceso grupal mismo y que mantienen entre si relaciones de rivalidad, enmascaramiento y
de apoyo mutuo.
He calificado esas formaciones psíquicas como grupales por tres razones: - Constituyen conjuntos cuyos
elementos se relacionan a través de una ley o principio de composición. Ese conjunto delimitado mantiene su
identidad y coherencia a través de modificaciones del adentro y del afuera que lo afectan; - Origen en el
apoyo grupa; - Las formaciones grupales del psiquismo tienen una función organizadora en el proceso grupal.
Constituye entre el espacio del adentro y el espacio del afuera, un espacio intermediario. Este espacio puede
poseer características del espacio transicional o del fetiche. Espacio transicional, el aparato psíquico grupal es
entonces espacio de la ilusión, lugar de la experiencia cultural, eventualmente ordenamiento creador de
relaciones entre los grupos del adentro los grupos del afuera. Espacio fetiche, es un espacio suturado,
repetitivo.
En los grupos no hay solamente una colección de individuos, sino un grupo verdadero, con fenómenos
específicos diferentes de los individuales cuando los miembros de ese grupo han construido ese grupo . Hay
grupo a partir del momento en que un organizador psíquico grupal entró a funcionar por resonancia o por
oposición: una fantasía originaria, una imago corporal, psíquica o familiar, una red de identificaciones
comienza a funcionar y a reunir a todos los integrantes. No es necesario que todos ellos sean sensibles al
mismo aspecto. La mayoría de veces están movilizados por aspectos complementarios o antitéticos de un
organizador dominante que, eventualmente en conflicto con otros organizadores, va a hacer que el grupo sea
ese grupo. La perspectiva que propongo es que hay acción común (e individual) sólo si hubo movilización de
un “complejo”, de una imago o de una fantasía inconsciente, común a la mayoría de las personas en
presencia. Tal es el estatuto paradójico y utópico del aparato psíquico grupal. Esta construcción no está hecha
de una vez y para siempre: puede desestructurarse, puede reconstituirse de distinta manera, sobre bases
organizacionales diferentes.
La clínica de los grupos me condujo a pensar que construir un grupo, a través de la elaboración del aparato
psíquico grupal, es darse mutuamente la ilusión metafórica de ser un cuerpo inmortal, indivisible,
omnipotente, o sea un puro espíritu. El grupo se construye como prótesis y sustituto del cuerpo sometido a la
división y a la muerte. La metáfora o la fantasía del grupo-cuerpo tranquilizan la angustia de la escisión del
sujeto y la angustia, más profunda todavía, de estar sin asignación, sin existencia en el deseo del otro. Tal
fantasía es evidentemente una negación de lo que diferencia al sistema grupo del sistema personal, una
sutura del espacio de apoyo.
Metáfora que instala un campo de tensión en la zona intermedia, en la que se pasa del cuerpo al grupo y del
grupo al cuerpo, tensión que definirá el espacio paradójico en el cual se construye en psiquismo mismo.
Quiero hablar de la tensión dialéctica entre el polo isomórfico y el polo homomórfico. Esta tensión dialéctica se
da en el espacio intermediario y paradójico en el que se desarrolla la construcción del aparato psíquico grupal.
El Polo Isomórfico.
Se puede describir la tendencia a la isomorfia así: los miembros de un grupo tratan de reducir la distancia, la
tensión y la diferencia entre el funcionamiento del grupo y ciertas formaciones grupales del aparato psíquico
individual. Dicha tendencia apunta a acoplar el funcionamiento del grupo sobre un organizador psíquico grupal
y recíprocamente, cada persona tiende a acoplarse respecto de su funcionamiento en el grupo, sobre uno de
los organizadores que se actualiza en el grupo. Se puede decir entonces, que ese tipo de relación funciona
como un repliegue del grupo en la persona y de la persona en el grupo. Ese tipo de relación no permite la
individuación: cada uno está sujeto a ocupar el lugar que le es asignado en el grupo indiviso, lugar al cual,
además, se auto asigna.
Dicho de otra manera, sobre la base de una isomorfia individuo-grupo, las partes del sí mismo se asignan por
proyección y por identificación proyectiva, en los objetos grupales externos (sociales). Todo lo que sucede en
el afuera sucede entonces también en el adentro. Correlativamente, la organización del grupo se efectúa como
reproducción estricta de las estructuras grupales del psiquismo: si el grupo es un cuerpo, es la realidad
corporal de cada uno que se encuentra negada. Por lo tanto, cada uno de los integrantes sólo puede existir
como miembro de inmutable indivisión, y si no se asigna al lugar requerido para mantener el imperativo
absoluto de la indivisión, está amenazado de muerte. Si en el grupo un elemento comienza a cambiar, ese
cambio amenaza al sujeto desde el interior. De hecho, no hay subjetividad “individuada”.
El Polo Homomórfico.
En este caso, los dos sistemas -grupal e individual- que tienen estructuras parcialmente comunes,
particularmente en el lugar de los organizadores grupales, mantienen relaciones que admiten para cada uno
de ellos leyes diferentes, funcionamientos específicos. Se puede decir también que ciertas partes de sí
solamente se identifican, sin fijarse en objetos grupales externalizados en tal rol instancial, tal lugar
fantaseado. La identidad completa e imaginaria entre el aparato psíquico grupal y el aparato psíquico
individual ya no es buscada, sostenida y mantenida a la fuerza. Se puede entonces constatar un
“desujetamiento” de la persona en el grupo, y en el grupo, una movilidad de lugares, de roles, de instancias,
una complementariedad de antagonismos y una jerarquización de objetivos y de objetos. El polo homomórfico
es el polo del registro simbólico de la diferenciación de los procesos, de los roles, del sentido y de las tareas.
Estructura al grupo y las relaciones en el grupo por la referencia a la ley, articulando en la diferencia, el orden
personal y el orden societario.
Lo que se observa en todos los grupos es la lucha y la tensión entre esos dos polos. En suma, la construcción
de un aparato psíquico grupal autónomo nunca es realizada. Así como pudo describirse tanto en el organismo
biológico como en el aparato psíquico individual una tendencia al regreso a lo inanimado, al nivel cero, de
igual manera podría describirse en el aparato psíquico grupal, una tendencia a regresar a la indiferenciación
psico-grupal, a la unidad en la que se repliegan los objetos mismos sobre el modelo de la fantasía de la vida
intra-uterina y la nostalgia simbólica de las primeras semanas en la disociación psicosoma. Estos dos polos
existen en todos los grupos: pueden estar más o menos ocultos, más o menos valorados. El análisis de los
grupos es el análisis de la tensión dialéctica entre esas dos formas de construcción del grupo. El análisis de las
personas por medio del grupo es el análisis de sus relaciones entre los aparatos psíquicos individuales y los
aparatos psíquicos grupales, a través de la construcción del aparato psíquico grupal.
La vivencia de la crisis está dada por el cruce de tres dimensiones principales que constituyen, cada una de
ellas, un elemento de la ruptura por la que se expresa subjetivamente la amenaza inherente al estado de
crisis; estas dimensiones son: — La unión-separación y la problemática del espacio transicional (Winnicott). -
Lo continuo-discontinuo y la problemática del encuadre (Bleger). — El continente-contenido y las
problemáticas del contenedor (Bion), de los niveles lógicos y de la paradoja (Bateson) y del aparato psíquico
grupal (Kaës).
El concepto de individuo (lo que es indiviso y no puede ser separado) es una elaboración del pensamiento que
pudo apoyarse sobre la realidad de la indivisión radical del psiquismo y de su sustrato biológico constante,
continuo y persistente hasta la muerte; es en el interior de los límites de la corporeidad individual que se
desarrolla la dinámica intrasubjetiva La elaboración de esta división originaria (o sea que se remite al origen y
que es constitutiva del ser) se efectúa en la relación intersubjetiva y en las continuidades y las
discontinuidades sucesivas del entorno psicológico social y cultural que imprimen de ese modo su marca a
cada individuo.
El individuo aparece aquí como voluntad y afirmación de ser non- diviso. La experiencia de la división
originaria lo conduce a internalizar, en la unidad de una figura grupal, esos diferentes objetos psíquicos. Es
esto lo que me ha conducido a proponer y a argumentar la hipótesis según la cual ciertas formaciones
psíquicas del inconsciente son estructuradas como un “grupo”. Toda crisis del individuo, toda experiencia
vivida de ruptura de la individualidad pone en cuestión esas formaciones grupales del inconsciente. El grupo
no es un individuo, no tiene sustrato biológico idéntico a la corporeidad. Pero se apoya -ahí está el doble
apoyo- sobre el cuerpo de sus “miembros”. El concepto de aparato psíquico grupal ha permitido pensar que el
proceso de grupo se construye en un acoplamiento con las formaciones grupales del psiquismo y que se
construye y funciona, en el polo isomórfico, como si fuera un individuo y que al quedar apresado en lo
imaginario de la unidad indivisa, se toma a sí mismo por un individuo, no tolerando ninguna falla, ninguna
desviación, ningún conflicto, ninguna crisis. Esto es lo que se produce cada vez que un grupo vive una
situación de desastre, de desamparo o de catástrofe. Actúa entonces “como un solo hombre", ligando sus
miembros en la unidad sin fallas de un “espíritu de cuerpo”. Una conducta grupal semejante es a menudo
necesaria para la supervivencia de los individuos que lo componen, para el mantenimiento de su ideal común
o la integridad de su territorio.
La realidad de cuyo reconocimiento se trata es la realidad del otro, lo que sucede solamente con el
reconocimiento de los otros como distintos de sí y teniendo su valor propio. De la misma manera la realidad
psíquica interna se constituye solamente por la diferenciación del Yo-no Yo, y la realidad grupal por el
renunciamiento a la unidad ficticia individuo-grupal; toda realidad psíquica social o física no puede
configurarse sino por el reconocimiento de las leyes propias que la rigen. La necesidad de mantener a la
fuerza la ilusión eficaz de la unidad indivisa puede surgir que toda amenaza con respecto a la unidad del grupo
significa una amenaza para la existencia de cada uno.
El concepto de apuntalamiento es uno de los fundamentales del PSA. El apuntalamiento es múltiple: sobre las
necesidades corporales, sobre el grupo y la cultura, sobre el mismo aparato psíquico.
Aquello que hace que el grupo sea una condición de la mentalización creadora surge también del
apuntalamiento.
En la clínica, la situación grupal (ya sea un agrupamiento, ya sea constituido en dispositivos de trabajo o
formado espontáneamente), moviliza, utiliza, administra, pone en marcha o paraliza. La relación entre los
grupos internos, da una formación psíquica intermedia: el aparato psíquico grupal.
El campo psíquico se construye por apoyo, modelo, desprendimiento y transcripción; por apuntalamiento y no
por causalidad lineal (impronta) o especular (reflejo).
Apuntalamiento, en su origen alemán pensado por Freud (Anlehnung), designa la posición del cuerpo al que le
falta apoyo, y lo encuentra pasando de la horizontalidad a la verticalidad por la oblicua de la posición
intermediaria (entreabierta). La palabra da cuenta a través de este pasaje, en este movimiento, de que el
apoyo es en parte incorporado a lo que busca un sostén y lo modela.
El concepto en la obra de Freud atraviesa tres momentos:
- Primero, el apuntalamiento es la pieza maestra que sostiene el edificio freudiano, en el pasaje construido
entre lo biológico y lo psíquico.
- El segundo movimiento (iniciado en 1910) modifica la primera teoría de las pulsiones y la problemática
correspondiente del yo, de la elección de objeto sexual y del apoyo sobre la madre. Aquí apuntalamiento
equivaldrá también al vínculo primario y a la problemática unidad-división.
- El tercer momento se inscribe en una continuidad problemática con el precedente articulando la relación
entre pérdida del objeto amoroso, angustia, función del ideal, formación colectiva y apuntalamiento. En los
textos de Freud llamados sociológicos, hay una perspectiva que contiene mi hipótesis sobre el apuntalamiento
grupal del psiquismo, que trata de la estructuración del icc y del conjunto del aparto psíquico, de la incidencia
de formaciones del pensamiento y del vínculo, del grupo y de la cultura.
El apoyo de las pulsiones parciales sobre las necesidades y las funciones del cuerpo
Las pulsiones sexuales, cuyos objetos son múltiples como variadas sus fuentes corporales, se apuntalan, se
apoyan; se originan en las necesidades del cuerpo real: “es así como la sexualidad se origina tomando como
modelo las funciones corporales vitales”. Pero el apuntalamiento de la pulsión sobre el objeto sólo es posible si
la madre (y el entorno materno) es apuntaladora para el niño.
Por un lado, la madre garantiza la protección del yo frágil del niño contra las excitaciones insoportables del
afuera y del adentro, anticipando así la nocion que el sujeto tendrá más tarde de su unidad y de sus intereses
vitales. Hasta el momento en que estará en condiciones de hacerse cargo él mismo, el yo no puede subsistir
como unidad más que apoyándose sobre la madre. El apuntalamiento sobre la madre, sobre su cuerpo real e
imaginario y sobre su actividad psíquica. La angustia inherente a la inmadurez biológica humana busca
apuntalamiento, es decir, apoyo, refuerzo, amparo, consolidación y contención. Hay una relación establecida
entre desamparo/protección y el buscar apoyo.
Hay una serie de pérdidas, ataques, rupturas, que apuntan a lo que llamamos amenazas de
desapuntalamiento: conciernen precisamente al cuerpo, la madre, el grupo.
En “el porvenir de una ilusión”, Freud refiere al apuntalamiento en relación a lo social: “la noción de
apuntalamiento por proyección sobre las creaciones colectivas, esboza allí el movimiento fundamental de lo
que no es sino un apuntalamiento social”.
Metáfora: entre los dos órdenes, los dos espacios, no debe haber confusión, absorción o sutura. Para que el
apuntalamiento como proceso constitutivo del psiquismo se realce, es fundamental que el puntal no haga
cuerpo con lo que se apuntala, aunque se requiere una semejanza entre el que apuntala y el apuntalado. El
concepto de apuntalamiento indica expresamente que los elementos en apoyo son a la vez separados y
abiertos sobre una de sus caras. La noción de entreabierto indica esta frontera y esta transcripción. La relación
entre el psiquismo y el entorno material, entre el psiquismo y lo socio-político, entre el psiquismo y lo grupal,
no es una reproducción especular sino de transcripción transformadora.
Una paradoja que me tensiona es: conozco que la interpretación puede ser un síntoma, tanto como no
arriesgar una posición es una caída en la impotencia. Sugiero que no se necesita para coordinar un grupo
estar dotado de una extraordinaria sensibilidad o ser capaz de prodigios. En el inicio coordinar es ocuparse de
la propia apertura, porque la escucha tiene que abrirse en lo que se dice. Abrir la escucha es diferente que
abrirse paso. El que se abre paso quita del medio lo que estorba, aleja aquello que se le presenta como
obstáculo. Escuchar es lo contrario: dejarse incomodar, apartarse de lo esperado. Por eso, antes de decir algo,
antes de decir cualquier cosa, recuerdo (Bion, Pichon) que la mejor intervención es preguntar a alguien del
grupo qué piensa.
Lo propio necesita de otro para ser captado. La reciprocidad, en este sentido, se define como la posibilidad de
una producción en la que la presencia del otro interesa más por su diferencia que por su correspondencia.
Quiero acentuar que una función de lo grupal es establecer una comunicación entre lo que es diferente en
tanto diferente, sin atenuar esa marca singular sino exaltándola, según la vocación propia de cada cual.
El protagonista no es el personaje principal sino el responsable de un relato que – por la intensidad que
tiene para él y por su capacidad de afectar a otros- adquiere importancia. El protagonista es el responsable de
un discurso con capacidad de afectación. La capacidad de afectación equivale a una activación: algo causa
asombro en el Alma porque derrama repentinamente luz sobre sus sombras.
El trabajo dramático en situaciones de grupo enfrenta al coordinador con un problema: ¿cómo dirigir el
montaje de una escena relatada por un protagonista sin saber hacia dónde se dirige? Los puntos clave de la
pregunta están en las palabras “dirigir” y “saber”. Dirigir no equivale a otorgar un sentido o enderezar al
protagonista hacia determinada meta. Dirigir es aportar ayuda para que la escena narrada se despliegue en
acción dramática. El director no ejerce ninguna autoridad. El protagonista no recibe un sentido de parte de un
patrón. El coordinador sostiene la puesta en escena de lo estrictamente presente en la palabra del
protagonista. Dirigir sin saber significa decir que el coordinador no está en posesión de ninguna verdad.
Representa el lugar de la “dirección” pero no ejerce su dirección. Una escena tiene una significación
indecidible. No admite la coagulación de un sentido unitario ni direccional. Si hay algo que define a una
producción subjetiva es precisamente ese desbaratar un recorrido de sentido lineal. El sentido no es un
camino, es una encrucijada.
Se suele decir: el trabajo dramático puede ser muy movilizante, en el sentido de exponer a alguien a un
movimiento fuerte que lo puede desencajar o desacomodar. Lo cual es cierto si se piensa “lo movilizante”
como la puesta en movimiento dramático de imágenes narradas. Se suele responder: es importante que el
coordinador tenga una actitud “continente”. “Movilización” y “contención” parecen dos términos mutuamente
necesitados. Planteo mi hipótesis: la puesta en escena se define al mismo tiempo por la no ruptura de los
límites que fija el protagonista y por el “arte” de la contención de la dirección. Cuando quiero poner a la
puesta en escena del lado de la contención, pretendo dejarla a salvo de cualquier forma de violencia por
intervención del coordinador. ¿Contención de quién?, ¿del protagonista? No se trataría de sujetarlo más de lo
que está, ni de encerrar al sujeto dentro de otro sujeto. Se trata de otra cosa: de que el coordinador pueda
contenerse. Contención de las intenciones de conducir, contención de su deseo de dirigir. Contenerse es
impedirse dirigir.
El problema que presenta la narración de una escena es que simula hacer entendible la experiencia del
protagonista. Pero lo más importante no es sólo lo que se dice sino, también, los intersticios, esos pequeños
intervalos en los que el sujeto se anuncia como una cualidad que no es narrativa aunque se haga narrar en
una historia.
El trazado del espacio escénico no sigue un criterio reconstructivista del sitio real en el que la escena ocurrió.
Es un artificio evocador. La escena necesita presentificar los detalles que adquieren valor en su historia y no
todos los signos existentes en el lugar. El protagonista recrea los referentes que le sirven para evocarse en su
narración.
El soliloquio es la ocasión para que un desvío se produzca. Es una demora que introduce tiempo. Es un
artificio temporal para la actualización de la “polifonía de la enunciación”. Opongo aquí el término polifonía
al de ruido. El ruido no es considerado como sonido inconveniente que hay que acallar, sino como un conjunto
de voces diversas que se acoplan unas a otras sin diferenciarse. La idea de polifonía alude a esa misma
simultaneidad cuando puede articularse como discursos diferentes en los que el habla puede escucharse. El
protagonista empieza a girar sobre la escena y se mira moviéndose alrededor de la posición en que se
encuentra. El soliloquio es un diálogo en el que el emisor es receptor de su propio discurso. Se propone algo
muy diferente de la recuperación de una supuesta “interioridad”. El soliloquio, desde ésta perspectiva, se guía
por otra intención: sostener la intertextualidad, la polifonía y la diversidad de diálogos en una misma
producción. Mi hipótesis es que se escucha un coro de voces aun cuando sólo sea uno el que habla. ¿Por qué
desplegar este diálogo con los ojos cerrados? Porque el bloqueo de la visión puede contribuir a que el
protagonista no consuma su propio decir como espectáculo para otro y, por ello, posibilitar el encuentro con
su mirada.
La inversión de roles es un cambio de lugar que se puede pensar igual que un desplazamiento de la
puntuación en un discurso. Ustedes saben que al puntuar un texto se imprime valor y se ponen las marcas
que indican un sentido. Propongo tensionar la definición que se suele dar sobre la “inversión de roles”:
¿investiga en la escena el “sentir” del otro personaje? De acuerdo, si se quiere destacar el efecto de evocación
del otro en uno. Pero ¿equivale a algo así como ver desde adentro la realidad del otro y confrontarla con lo
que pensábamos de él desde afuera? La objeción que presento a ésta última idea es la misma que propongo a
“la filosofía del encuentro” de Moreno: la comunicación, para este autor, se halla bloqueada por las sinuosas
barreras de la interioridad/exterioridad. Es cierto que el protagonista se ve afectado por un cambio que la
inversión como juego le propone; pero el problema reside en localizar cómo lo afecta este desplazamiento de
posición. El cambio de puntuación posibilita un encuentro, pero de otro sentido en el propio discurso. El
sujeto se encuentra con su propia mirada.
Una escena es siempre una narración por otros medios. A mi criterio, se trata de producir diferentes formas
enunciativas que ofrezcan oportunidad de ensayar un nuevo trabajo posicional de uno mismo en la historia. En
este sentido, el soliloquio no se propone la revelación de un monólogo interior. Es, en cambio, una detención
de la escena para introducir otro tiempo posicional en el que el protagonista se interrogue por los sentidos que
escucha en él sobre aquello que le sucede. Detención de la escena pero no para captar los sentimientos
ocultos del personaje, como una celada en la que se apresa algo escondido; sino tardanza, demora, dilación
para que un desvío se produzca. Se quiere sugerir un pasaje entre la idea del “monólogo interior” a “la
polifonía de la enunciación” y “el diálogo” con su propia mirada. La escena no es la reconstrucción de lo
que allí ocurrió, sino que se busca una oportunidad.
Dos efectos que considero inoportunos para nuestro trabajo: uno es el robo de la escena del protagonista; el
otro es la territorialización de su historia. Se trata de un problema secuencial. En un primer tiempo, durante el
tanteo y desarrollo de la escena del protagonista, tomo precauciones respecto del robo: esa acción que se
apropia con violencia de la referencia del otro para exhibir la propia. En este primer momento, el
coprotagonista es un invitado para jugar de soporte. No está allí para improvisar sino para sostener con su
presencia los signos que el protagonista necesita evocar. La cautela es, ahora, respecto a la territorialización
de la historia: esa ficción que termina por encerrar al protagonista en los límites de sus creencias. En este
segundo tiempo, su referencia ya ofrecida se abre al despliegue de las afectaciones que ha producido en los
otros. La desterritorialización es un efecto que puede producirse como consecuencia de un trabajo colectivo
que interroga las demarcaciones de sentido del protagonista.
Pretendo hacer trabajar un conjunto de interrogantes que contribuyen a la crítica del pensamiento grupal
desde su mismo campo. El pensamiento grupal busca producir su lugar. Para ello trabajo una experiencia. La
intención de analizar una sesión necesita una aclaración: el relato no está aquí con la excusa de exhibir lo ya
pensado sino la oportunidad para ensayar otra posibilidad de pensar.
Gennie y Paul Lemoine dicen: “Las transferencias que cada miembro del grupo puede realizar sobre los
terapeutas, sobre el grupo como tal o sobre uno y otro miembro, desempeñan un papel esencial. Pero la
identificación es el motor de la vida del grupo; el trabajo identificatorio es el que dinamiza y organiza el
grupo”. Para un debate clínico de los procesos identificatorios es necesario relatar qué se observa, qué se
hace y qué piensa cuando estamos en un grupo.
Un grupo situado => Formado por cinco pacientes, consultorio privado, espacio dramático. Se ponen en
escena las formas de mirar que cada uno carga sin darse del todo cuenta. La función de los coordinadores es
crear condiciones para que este juego se realice y contribuir, con sus puntos de vista, al análisis de cómo
juega cada cual. Se da la consigna: una propuesta de trabajo. El juego es una ocasión de réplica y de una
invención; de un impedimento y de una posibilidad. La experiencia grupal transcurre por esta tensión. Entre
una identificación que insiste y el tránsito por otras posibilidades que no desisten. Cada uno pone en escena la
obstinación de su mirada y se encuentra sorprendido como el que pasa por esa acción. El grupo está para ese
pasaje. Cada cual viene a interrogarse por su propio juego.
Una situación grupal => Federico se muestra en una escena con Emilio. Lo alienta a pensar bien las cosas
antes de actuar. Se comporta como el “organizador de su vida”. Trae algo propio que empieza a mostrar sin
darse cuenta. Cada intervención lleva a otra intervención. La identificación misma se puede entender como
la proximidad de una relación.
Federico se ve envuelto en un rasgo propio que se lo presenta como de otro en ocasión del decir de Emilio. Su
intimidad con ese rasgo lo pierde: lo empuja a actuar y decir sin pensar. Un identificación lo arroja hacia
adelante, por eso se calcula parecido a Emilio después de escucharse en sus propias palabras. La situación
grupal propicia un movimiento que, a veces, pone en juego el imperativo de una identificación. La escena se
presenta como espacio de investimentos.
En la escena dramatizada se reconstruye una escena con el recuerdo de lo que ocurrió (en este caso
particular), a través de la inversión de roles. No se pretende que Amelia reviva en el grupo la situación
relatada, sino que cree condiciones para que el afecto sentido encuentre las formas de su expresión.
Dramatizar es temporalizar un relato. No importan tanto las imágenes que se muestran en escena, como la
relación que los integrantes del grupo establecen con ellas. Cada uno toma partido por algo según su
repercusión afectiva. ¿Qué es una dramatización? Es la producción de un acontecer actual, es la evocación
de una imagen que el protagonista tiene de algo que ya le sucedió. Es la puesta en escena de su mirada.
En “Introducción al Narcisismo”, Freud piensa al yo como metáfora de la razón, a partir de donde se advierte
también su dimensión especular su relación con imágenes identificatorias y su existencia como máscara. Lacan
subraya esta perspectiva: “el yo está formado por la sucesión de las identificaciones con los objetos amados
que le permiten adquirir su forma. El yo es un objeto que se asemeja a una cebolla: si pudiéramos pelarlo
encontraríamos las sucesivas identificaciones.
Metapsicología del rol => Cuando el actor juega un papel, pone en escena un personaje, realiza su
interpretación y da a entender que una trama de identificaciones envuelve a éste que simula ser. El mundo
subjetivo es también un mundo de teatro, de máscaras y personajes que buscan hallar su argumento.
Hay que buscar las identificaciones en las modalidades que insisten en cada participante. El rol participa de
identificaciones. Pero el protagonista de la acción desconoce la fuerza secreta de sus movimientos. El trabajo
clínico, en situación de grupo, interroga roles y conjetura amoríos identificatorios. Pero conoce que, antes de
poner en cuestión una representación, cada uno consume sus propios actos.
El espacio de un grupo terapéutico intenta crear condiciones para que los movimientos
identificatorios sean interrogados. Se procura que una identificación que es vivida en acto pueda ser
representada como posición y ofrecerse como material para un trabajo colectivo. La experiencia grupal
produce un saber sobre los procesos identificatorios que inciden en la vida de cada integrante. La participación
en un grupo terapéutico adquiere sentido cuando uno busca encontrarse entre otros. El otro es motivo de
identificación.
La percepción y la comunicación son puntos de partida. Principios necesarios e inevitables. Territorios por los
que la relación terapéutica tiene que para, pero zonas en las que nunca queda.
Desde el punto de vista de la escucha clínica, cuando un miembro del grupo pronuncia una palabra, realiza
una acción o experimenta un sentimiento, no hay que confundirse: su acto es respuesta a relaciones actuales
con los otros y también a relaciones actualizadas por implicación con los otros de su ficción.
Grupo por Percia => En la situación de grupo cada uno pone en juego sus modos de estar con
otros, en los que encuentra motivos tanto de satisfacción como de sufrimiento. Lo grupal evoca la
multiplicidad de formas y repertorios, es movimiento.
Bion afirma que “el grupo” (en general lo nombra así, todo junto) siente tal o cual cosa aunque solo observe
que una o dos personas se comporten de esa manera. La idea de grupo como fantasma de responsabilizacion
colectiva es una figura del disciplinamiento social. Bion razona que si el grupo no desautoriza abiertamente a
su líder, lo está apoyando. Pontalis es el primero en advertir que se piensa el grupo como individualidad. Se le
atribuyen cualidades afectivas: que se emociona, piensa, reacciona, teme; el autor objeta la construcción del
grupo como entidad trascendente a sus miembros. Para Percia, la idea de pensar lo grupal como espacio de
subjetividad es un modo de discutir ideas que, a partir de fantasías de grupo como unidad, suponen una
representación inconsciente grupo o la representación grupo como objeto intrapsíquico.
Bion piensa que los individuos que participan de una situación angustiosa son capaces de renunciar a su
nombre para protegerse envueltos de la fantasía de un grupo. Las conductas de base son formas ilusionales
que alucinan solución, una maravillosa disolución del malestar. Elgrupo como restitución del encanto de una
ilusión perdida. Bion piensa elgrupo como estado de regresión, como fantasía de retorno a un tiempo anterior,
como búsqueda de alivio frente a situaciones de tensión emocional, como abrigo para el desamparo. Para el
autor, el grupo es un agregado de individuos que abraza una fantasía de unidad, y sospecha la existencia de
una mentalidad grupal (un recipiente que reúne voluntades, opiniones, deseos de todos los miembros). Ese
continente es llenado por contenidos diversos, entre los cuales se cree advertir un conjunto de suposiciones
básicas. Bion piensa las conductas grupales de supuestos básicos como modos de evacuar emociones que no
pueden ser procesadas simbólicamente, como puntos de arranque para razonamientos comunes o
consideraciones compartidas, como creencias infundadas que se imponen a un conjunto y que se presentan
bajo la apariencia de hechos fundamentales. Esta es una de las mentalidades de grupo que concibe: el grupo
de supuesto básico, una mentalidad dominada por la pasividad de creyentes que alucinan un dios, que cultiva
la magia, la esperanza de un premio, la fantasía de plenitud, la hostilidad frente a todo lo que es extraño a
este ideal. La hipótesis de los supuestos básicos es una valiosa ayuda para ordenar el caos resultante del
material de una sesión de grupo. El primer supuesto consiste en que el grupo se reúne a fin de lograr el
sostén de un líder de quien depende para nutrirse material y espiritualmente y para obtener protección. El
segundo supuesto es la presencia de una atmósfera de expectación llena de promesas, confianza de que
ocurra algo que nunca llega. El tercero es que el grupo se reúne para luchar por algo o para huir de algo. A
ese estado mental se lo denomina grupo de ataque-fuga.
La otra “mentalidad” es la del grupo de trabajo, dominada por el aprendizaje fraterno de la experiencia, que
cultiva la sabiduría para alcanzar, no sin dolor, una meta racional. El grupo de trabajo es su ilusión moderna:
Bion parece pensar que si las personas elaboran con madurez sus tendencias emocionales, doblegan el miedo,
odio o frustración a través de lógicas evolucionadas, aceptan tanto sus limitaciones como las de la realidad, y
frente a la adversidad cooperan, entonces todo marchará bien. En este sentido, vemos que las personas que
integran un grupo pueden huir del dolor (como en el primer grupo) o tratar de organizarse para transformarlo.
Bion propone como tarea de grupo el estudio de sus propias tensiones. Los pacientes esperan recibir
un tratamiento individual en público, y si bien el analista siente la tentación de responder al asunto personal
de cada uno para complacer la demanda, Bion se atreve y desafía esa inercia. Inventa una respuesta analítica
cuando pone en práctica una intervención que decepciona, no sólo porque no cumple lo que se espera o
porque provoca desencanto en sus seguidores, sino que decepciona porque desmiente la posición calculada,
se desvía de la costumbre. Y el atrevimiento de Bion no consiste solo en que frustra la demanda; decepcionar
quiere decir también sacudir lo que existe sin llegar a preformar lo que aún no existe. El psicoanalista deberá
procurar que cada uno sea alcanzado por sus palabras y por las de los otros. Nadie conoce de antemano el
alcance de las palabras.
Bion piensa al grupo como espacio de interrogación. Explica que identificado con la función de líder del grupo
de trabajo, el psicoanalista es investido con la túnica de la enigmática esfinge de la que emana el desastre. La
esfinge concentra preguntas sobre la existencia que no tienen respuestas, interrogantes en los que naufraga la
identidad. Bion intuye que los supuestos básicos son arrogancias colectivas que protegen a cada uno de las
preguntas que lo desvelan. En estado de dependencia, se demanda un dios que posea todas las respuestas y
soluciones; no hay perplejidad ni dolor. En estado de apareamiento, se asiste a una promesa que cancela
todas las inquietudes, la esperanza es una plenitud desplazada. En estado de ataque y fuga, se combaten los
interrogantes que no convienen a la mismidad autocomplacida, el sitio de la pregunta es atacado y evitado, se
cultiva la ilusión de que no falta nada. Bion entonces afirma que no conoce experiencia que suscite una
interrogación semejante a la que provoca la estancia en un grupo. Entiende a los grupos como sitio de
transformación en el que la falta de respuestas provoca el alojamiento de preguntas que no cesan.
El grupo, como figura conceptual, fue objeto de un pensamiento simplificador, y pronto apareció como un
anudamiento transferencial y por tanto, escenario de la composición de fantasmáticas múltiples. Lo colectivo,
nuevamente se sucedía a la preeminencia de lo individual. La cuestión se fue deslizando al grupo como
instrumento de la investigación, de la terapia, del aprendizaje, etcétera. Poco a poco el estudio de los procesos
colectivos desde una perspectiva de la preeminencia de lo colectivo o lo social se fue abandonando.
Las mutaciones institucionales que trajo consigo la transformación del Estado benefactor en un Estado
neoliberal, la nueva lógica de la globalización o mundialización, abonaron también no para la aparición de
formas de pensamiento que parten y se dirigen hacia las perspectivas individualistas. Los fenómenos de
soledad, de atomización del cuerpo social, de ruptura de los vínculos sociales de solidaridad iban
evidentemente en sentido contrario a los proyectos que derivaban del trabajo grupal vigente en la época.
Hacia mediados de la década pasada, las prácticas grupales estuvieron determinadas fundamentalmente por la
medida de su eficacia para lograr sus fines terapéuticos o educativos, fines que estaban determinados en
función de la modificación más o menos superficial de los individuos que componen al grupo. Asimismo, en el
plano de las intervenciones institucionales asistimos poco a poco a la devaluación de lo político, a la quiebra de
las perspectivas dialécticas y de los horizontes futuros que desde allí se dibujaban. El objeto de la intervención
mutó hacia la organización, y el proyecto de saber sobre las instituciones cedió el paso a las formas
institucionalizadas de la alienación, ahora vestidas en torno a la eficacia de las organizaciones, el
“fortalecimiento institucional”, y otros tantos métodos de ocultamiento de la institución.
El concepto de institución era una reducción cuando se aplicaba propiamente a la práctica grupal. Instituir un
grupo no hace de éste necesariamente una institución. Pensar simplemente que un grupo es institución es
caer en un reduccionismo grupista.
El Análisis Institucional dirigía ciertas críticas a las prácticas grupales: aquello que denominó grupismo y
grupalismo. Por un lado, el grupismo criticaba al grupo “centrado sobre sí mismo”, el grupo como referente e
interpretante primero y último de los sucesos que allí tienen lugar. Por su parte, el grupalismo critica la
práctica de interpretar cualquier fenómeno desde un referente estrictamente grupal. Grupismo y grupalismo,
según Lourau, son los ejes de la institucionalización de las prácticas grupales, tanto como de su reducción
simplificadora. Las prácticas docentes centradas en la concepción operativa de los grupos se fueron acotando
significativamente y perdieron buena parte de su capacidad analizadora y de movilización.
El agotamiento de la perspectiva grupalista como eje del trabajo de indagación en psicología social, pronto fue
sustituido por la invención y modificación de dispositivos pedagógicos.
En el análisis grupal, la restitución es un concepto que acompaña a otros dos, que definen fuertemente el
encuadre: la confidencialidad y la regla de la abstinencia. La restitución aparece en la medida en la que el
grupo construye su piel, un nosotros imaginario que define los límites permeables del cuerpo grupal. Restituir
sería, entonces, traer (o más bien, traducir) lo de “afuera” “adentro”. La inversa son los otros dos conceptos:
no podemos llevar lo de “adentro” “afuera” ni podemos integrar en la “interioridad” del grupo la “exterioridad”
del coordinador o analista, sin poner en tela de juicio las condiciones mismas del funcionamiento grupal. En el
Análisis Institucional, la restitución está asociada al dispositivo Asamblea General Socioanalítica. Lourau
planteaba que la restitución sustituía, en el dispositivo socio analítico, la regla de decirlo todo. Se trataría
entonces, de restituirlo todo, o lo más posible. Y es en éste punto, que se expresa de manera más nítida la
diferencia del análisis grupal y el análisis institucional. El lugar de la restitución muestra claramente la
diferencia en el límite del campo de intervención y del campo de análisis.
Lourau estableció que los Grupos de interferencia se caracterizan por estar en el entrecruzamiento y en el
devenir de muchos otros grupos pasados, presentes y por venir. Rechazan las fronteras y son rebeldes a los
modelos de análisis cuyo dispositivo es lo grupal cerrado en sí mismo. Funcionan en una dialéctica permanente
interior/exterior, y esta dialéctica difícilmente observable, difícilmente perceptible por los participantes, es más
interesante que los problemas de regulación, cohesión, liderazgo, etc.
La existencia de los seminarios de investigación supone dos elementos centrales: la restitución y la resonancia,
sin los cuales no puede existir. Son formas colectivas con poca cohesión interna, con un débil sentido de la
pertenencia, y donde la comunicación, normalmente, no es óptima. Sin embargo, se constituyen como
espacios privilegiados de interlocución para los procesos de investigación.
En principio, el modelo grupal pichoniano fue un articulador fundamental de nuestra concepción de grupo.
Desde un inicio, los grupos se nos presentaron estructurados bajo el modelo de la dialéctica freudiana de los
sueños. El interjuego entre el discurso manifiesto y latente del grupo en tanto estructura colectiva se
planteaba como la vía regia para acceder a un inconsciente colectivo o social que daría plena vigencia a una
psicología social profunda.
Ardoino señalará que, a diferencia de las ciencias de la explicación, las ciencias humanas y sociales suponen
objetos que son procesos. Los grupos no son estructuras ni eventos. Son procesos y, en tanto tales, se
desarrollan en el tiempo. La espacialización del grupo en la metáfora (como la metáfora marina o geológica, la
de las profundidades o la abisal, por ejemplo) hace que el grupo pierda su especificidad procesual. El grupo
espacializado, medible, ha perdido su opacidad y complejidad. Ha sido encerrado, delimitado en un dispositivo
(cono invertido), que lo hace girar en vacío, que lo determina en tanto una vorágine de movimiento perpetuo
entre el vórtice y la superficie. Allí en las profundidades, yace la tristeza, la depresión, enfermedad única en el
planteamiento pichoniano.
La realidad de los grupos es una realidad implicada, es decir, doblada hacia adentro. Discursividad
permanente, los grupos van produciendo sus propios pliegues imaginarios. Y es en esa implicación que se
produce su opacidad, su complejidad, su latencia. La latencia es eso que late en los pliegues del grupo, eso
que no podemos desplegar sin que se pierda, al mismo tiempo, su propia naturaleza en tanto grupo. De allí, la
hermenéutica del grupo.
El grupo aparece así en toda su expresión. Momentos de pliegue y repliegue, formas de agrupación que
pliegan hacia adentro lo que de inmediato estará afuera. La grupalidad de los seminarios de investigación es
esa: una vocación que permanece por el análisis de una exterioridad que organiza su significación y desde la
cual encontramos nuestro sentido.
Tesis => Estamos ante un cambio radical que altera las matrices de pensamiento producidas a lo largo de seis
siglos de la vida de occidente. La radicalidad del cambio es nuestro punto de partida.
La concepción moderna del mundo se fue construyendo como productor de un entramado de instituciones
que, como efecto del trabajo de la Razón, hicieron del mundo occidental un espacio consistente. Fue en ese
mundo que pudo desarrollarse el pensamiento crítico y gestar sus actos instituyentes y sus utopías.
Las certezas de la modernidad, verdaderas instituciones que con su apuntalamiento dieron cabida a nuestro
desarrollo psíquico y social, se agotaron como consecuencia del agotamiento de la función meta-institución
que ejercía el Estado. La supremacía de los intereses privados por sobre los colectivos, representados por el
Estado, ha dado lugar a otra realidad. Esa otra realidad, vivida como siniestra, como ajena y familiar a la vez,
se impone a nuestra experiencia: la vivencia de la imposibilidad de consistir el horror de la superfluidad. Sobre
la trama consistente del Estado se jugaban los desino individuales y colectivos. Perdida esta solidez, la
amenaza para el individuo hoy es la dispersión, la imposibilidad de consistir así como también la imposibilidad
de construir algo más que un presente.
¿Cómo encontrar herramientas para operar en un medio cambiante e inconsistente que nos impone la
condición de no ser necesarios?
El neoliberalismo occidental que fuera imponiéndose desde os 70, fue desplazando la subjetividad ciudadana y
generando la subjetividad consumidora. La lógica consumidora busca imponer algo que corresponde a
intereses que no tienen ninguna trascendencia. Consciente de la contingencia de su deseo, opera en función
de la eficacia y se desentiende de toda otra pretensión. Es un generador de lo descartable, de lo no necesario.
A mayor fluidez, mayor superfluidad, mayor intemperie.
Galpones
Este movimiento perpetuo promovido por el interés privado, sin ninguna regulación desde el interés colectivo,
hace que las otras organizaciones-instituciones, se transformen en lo que llamamos galpones. La figura del
galpón (Cantarelli), permite comprender en qué han devenido los lazos entre los elementos de distinto orden
de las organizaciones. Esos lazos que daban sentido al conjunto integrando los distintos estamentos de las
organizaciones, estaban sostenidos por categorías de valor fundadas en significaciones sociales. Disueltos los
lazos, los elementos de la organización quedan sueltos, perdiendo sus relaciones de sentido, como cuando
ubicamos objetos diversos en un galpón. Estos galpones, retazos de las organizaciones, espacios
fragmentarios, no aseguran de antemano continencia, ni pertenencia, así como no exigen mayor pertinencia a
quien están en ellos. Percibir la condición de galpón es percibir esa dispersión inconsistente. El galpón no
alcanza a cubrirnos de la intemperie, sólo ofrece materia para superar la intemperie en cada momento en que
estamos en él.
Grupos
En el devenir de un grupo habrá momentos de existencia producto del trabajo deseante de sus actores y
momentos de inexistencia o de puro galpón. Lo que nos (pre)ocupa acá es la cuestión acerca de si este modo
de operar sobre lo real, esta transformación posible y contingente de la intemperie, es capaz de devenir en
situación subjetivante.
Lógica ciudadana vs. Lógica consumidora => El pertenecer a una familia, un grupo, una clase social, una
nación, podía ser conflictivo, pero tenía un carácter inevitable, era un rasgo de identidad. Se podría decir que
en la lógica ciudadana no habría intemperie posible, salvo para lo que quedara fuera del sistema, y aun así
habría que pensar si la exclusión tendría las características de la intemperie, ya que un individuo segregado,
lejos de ser insignificante, era perseguido o controlado de alguna manera. Pertenencia quedaba asociada a la
idea de continente: pertenecer a un grupo era moverse dentro de un receptor capaz de contener las
vicisitudes de un proceso laboral, libidinal, educativo, creativo. Principio de continuidad = de un individuo, un
grupo, una organización, una familia, se esperaba continuidad a su vez ligada a una evolución, un desarrollo
capaz de ser historizado, narrado sin mayores interrupciones. La pertenencia tiene un valor para la economía
psíquica en tanto apuntala sus referentes más primarios, ofrece códigos de parentesco y de lenguaje, así como
referentes identificatorios singulares; pero también funda posibilidades de intercambio creativo con otros y con
el ambiente. Pertenecer a un grupo era pertenecer a un lugar estable, consistente (posibilidad de reparación,
ilusión de completud y crecimiento).
La cualidad de la pertenencia ha variado profundamente, y esto tiene que ver con la pérdida de consistencia
de las instituciones y su organizador básico: el Estado, el cual se mueve tratando de sostenerse ante los
embates de los intereses privados, las familias cambian sus conformaciones, las escuelas se encuentran
invalidad por problemáticas sociales, los sistemas de salud quedan librados al arbitrio privado. Si todo fluye,
¿dónde guarecerse? El grupo no se ofrece como espacio preconcebido, no es un predio disponible al que hay
que alambrar y definir una abertura, no está sostenida más que por su propia potencia. En un medio
fluctuante no hay lugar posible.
Las prácticas dan cuenta de un estado para el que no tenemos significaciones ni representaciones sociales
compartidas. La intemperie sólo se supera trabajando contra ella en cada encuentro y se vuelve a
ella en cada inter-¿grupo?
Tiendo a pensar que las prácticas sociales se han alterado y no hemos cambiado el modo de pensarlas. Esa es
causa de sufrimiento, hay una exigencia de trabajo tal que nadie parece contar para los otros. Lo pragmático
(situacional) abandona el ropaje de lo egoísta, lo interesado, y toma el sentido de lo que puedo con otros, el
hacer deviene en la prueba de la existencia subjetiva de los otros y, por lo mismo, de la propia. La existencia
individual que ha devenido superflua, adquiere sentido en el conjunto que construye-produce sujetos en esa
situación.
UNIDAD V: LA CLÍNICA VINCULAR.
Nos propusieron reunirnos para comenzar a pensar situaciones concretas y actuales que simplemente nos
“tocaran” de algún modo. Llamamos a ese grupo Situaciones Clínicas y durante ese año, nuestro método se
apoyó sobre la idea básica de que en la fluidez del suelo contemporáneo no es posible pensar teóricamente sin
una situación que sirva de referente y permita armar interrogantes comunes sobre lo que acontece. Nos
detuvimos en un elemento que insistía en la composición de los vínculos actuales: la confianza. Advertimos el
papel central que juega la confianza en el trazado de los vínculos contemporáneos. El mundo de la
incertidumbre plantea que hay que confiar, pero no porque haya algo confiable – esa precisamente es una de
las consecuencias de la caída del estado y el consiguiente agotamiento de la “maquinaria” que instituye al otro
como semejante, sino porque si no se confía, se derrumba aquello que intentamos componer. Ahora bien,
¿cómo confiar en otro que no es otro en el sentido de semejante, es decir, que no es otro instituido como
otro? Si admitimos que el mundo actual es un mundo caracterizado por la fragmentación y la diferencia
radical, la confianza deviene una operación subjetivante.
La hipótesis es que esa diferencia, esa multiplicidad propia de un mundo fragmentado es vivida como
amenaza. Por tanto, si no hay confianza, hay amenaza –al menos, hasta que se demuestre lo contrario.
Existe cierto grado de susceptibilidad entre nosotros, entre la gente. Existe algo así como un umbral de
tolerancia bajísimo ante cualquier tipo de diferencia. Si nos preguntamos por ese estado de susceptibilidad,
advertimos que en el “fondo” nos habite una sensación de peligrosidad ante la presencia del otro, de cualquier
otro, diferente, desconocido.
Al comienzo de la película Crash dice: “el problema de la gente de hoy es que no se toca, vivimos detrás de
vidrios y rejas para protegernos de los demás y no nos tocamos, no tenemos contacto…”. Hasta ahí describe
más o menos lo que todos percibimos del modo de vida contemporáneo, pero luego esboza una hipótesis: “la
gente choca justamente por eso, como no puede tocarse choca para acercarse al otro”.
Llevado al lenguaje con el que Lewkowicz pensó la vida en los flujos, esto podría equivaler a decir que donde
hay encuentro hay choque, o también podría ser entendido como: el choque es un intento fallido
(desesperado) de encuentro. Desde ésta perspectiva, el encuentro podría ser pensado como ese común
mínimo e indispensable que abre la posibilidad de producción de un vínculo. Por el contrario, el choque sería
ese puro impacto con otro, que regenera la sensación de peligro y amenaza. Intuimos que en el paso del
choque al encuentro se produce algo vital. En el paso de una experiencia a la otra se juega la existencia.
Porque es la dispersión del mundo actual –los múltiples choques- sobre la que debemos trabajar para
componer/componernos en una situación compartida. Ahora, cuando nos preguntamos qué es lo que permite
el paso de un choque a un encuentro, nos topamos con el valor de la confianza como componente esencial de
los vínculos actuales. La confianza es lo que nos permite dejar de percibir al otro como una amenaza, un
peligro al que estamos expuestos y, al mismo tiempo, experimentar un encuentro, delimitar un “común” que
abra un diálogo.
El ejercicio de la confianza, cuando se realiza en una figura conocida, apoyándose sobre una relación previa,
cuenta con preconceptos que constituyen una base que lo hacen posible. Ahora bien, necesariamente la
práctica de la confianza cambia si el suelo donde se apoya se transforma: si el estatuto del otro se altera y,
por tanto, el vínculo con el otro deja de estar determinado, la confianza, ya no es ese voto incondicional y
duradero que depositamos en otro, por el hecho de encarnar la figura de aquel que desde lo social es
designado como signo de confianza: un amigo, un hermano, un semejante. En las nuevas condiciones, la
confianza es más bien una apuesta que nos jugamos ante otro totalmente desconocido que, en el mejor de los
casos, lo convierte de amenaza en aliado. La confianza en el mundo actual es una apuesta sin garantías, y no
un voto que expresa una decisión consciente apoyado sobre la “seguridad” de un vínculo preexistente, el
vínculo con el prójimo, el semejante.
¿Qué hace que se pase de ser una “amenaza” a compartir un mínimo de “confianza”, aunque sea por un
momento fugaz? Cada uno define sus encuentros y la legalidad que los atraviesa de momento a momento, de
situación en situación. El que activamente es una amenaza en un momento determinado puede pasar a ser,
en el momento siguiente, la persona que te salva la vida. La pregunta es qué pasa en el medio, cuáles son las
operatorias que permiten pasar de una situación a otra.
Una y otra vez la película nos muestra “no hay ideología”. ¿Qué hay entonces? Pequeños gestos, mínimos,
insignificantes, que se hacen enormes en cada situación y terminan configurando su sentido y desenlace.
Gestos que son leídos en algunos casos como una amenaza y en otros como un acto de confianza. No importa
mucho la identidad de la persona, importa más el gesto. De hecho, la misma persona puede tener gestos muy
diferentes en distintas situaciones.
Hay, como primer dato de la existencia, amenaza. Y en algunos casos, la amenaza deviene encuentro; en
otros, la amenaza se afirma y hasta llega a provocar el fin de la existencia.
En la ontología de los vínculos actuales, podríamos admitir la hipótesis de que estamos ante el debilitamiento
del signo, y la consecuente imposición del gesto como materia prima de la producción del vínculo. El gesto es,
en definitiva, el único y frágil indicio que nos orienta ante la opción desesperada entre confianza y amenaza.
Voy a partir de una frase muy conocida de Lacan: “No hay relación sexual”, y a partir de esa frase querría
mostrar que, sin embargo, hay una relación amorosa. Esto supone que la relación amorosa es otra cosa que la
relación sexual. Entonces veremos que la cuestión es la relación entre una existencia, el amor, y una
inexistencia, la relación sexual. Una relación (rapport) debe ser una relación (relation) real entre dos términos.
Si estos términos son realmente diferentes, la relación debe contener esa diferencia. Si la relación suprime la
diferencia, ya no se trata más de una relación real. Entonces, una relación entre hombre y mujer (uso estas
dos palabras para indicar una diferencia) es una relación si no es simétrica, si en la relación no se puede
reemplazar uno de los términos por otro. A una relación (relation) de este tipo vamos a llamarla relación
(rapport). Si decimos que no hay relación (rapport) sexual queremos decir que entre hombre y mujer no hay
una relación (relation) de este tipo. Esto quiere decir, que, sexualmente, no se puede decidir ningún orden, o
si lo prefieren, que todo orden sexual es imaginario, es decir, no es una relación (rapport) real. ¿Esto significa
que nada vincula a estas dos posiciones? Eso implicaría decir que la humanidad no existe. Mi hipótesis es que
la humanidad si existe, y la cuestión central es la del amor, la única prueba real de que hay en definitiva un
vínculo entre los sexos. ¿Cómo puede ser ese vínculo? Lo que digo es que tenemos que suponer que hay un
tercer término vinculado con ambas posiciones. A este término lo voy a llamar “U” (puede leerse como
universalidad, unidad, etc. dice el autor). Algunas propiedades de U: es indescomponible, indeterminado,
atómico en el sentido que no se puede cortar ni dividir, no se puede analizar. Desde una tesis humanista, U
serían las propiedades generales de la humanidad compartidas por hombre y mujer, y en lugar de una
disyunción tendríamos una especie de fusión entre hombre y mujer en torno de propiedades comunes que
serían las propiedades de U. No creo que sea una orientación correcta. U es una especie de punto. Es la
intersección de hombre y mujer, pero esta intersección es casi nula, es como un punto de contacto pero vacío.
En relación al amor, éste empieza por un acontecimiento que llamaremos encuentro. Este encuentro concierne
a ambas posiciones. U está siempre ahí, ya que existe la humanidad, pero el encuentro es la aparición de U, y
el amor son las consecuencias de esta aparición. El amor es descubrir que estas dos personas están
relacionadas y entonces se trata del descubrimiento de la singularidad de vínculo. U tiene dos funciones
posibles, una función de conjunción y una de diferenciación. Cuando hay amor, U está visible. Pero U también
desocializa, porque en la sociedad común U no está visible. El amor es, según pienso, la construcción de esta
contradicción. No tenemos que reducir de ninguna manera el amor sólo al encuentro porque el amor es la
experiencia de la construcción paradójica en torno de esta doble función de U.
Vincularidad.
Llamaremos de esta manera a lo producido por los haceres de dos o más sujetos que habiendo decidido unirse
por motivos principalmente inconscientes se encuentran para su sorpresa, con que ese otro sigue ofreciendo
un aspecto, un sector, una faceta permanentemente no conocida, por lo tanto sorprendente, dadora de
incertidumbre y fuente de ansiedad. Aunque se espera ilusoriamente que sea, quizás debiera ser y hasta
podemos afirmar que es más conocida a medida que transcurre el tiempo y la relación, no obstante
permanece no conocida. Puede llevar a la regresión o al crecimiento y a la complejidad subjetiva. De algo de
la relación con el otro no se hace experiencia, los sujetos se encuentran con que deben realizar un hacer con
esa heterogeneidad, radical diría y que algo distinto de trabajar las consabidas diferencias, la sexual y la
generacional.
“Nunca se está en el lugar de otro”. Si no se está en el lugar del otro la tarea es hacer con el otro. La
elaboración no es suficiente. La identificación permitiría sentirse parte del conjunto, pero deberá pasar por el
trabajo de pertenencia, junto con los otros. La proyección tropieza con lo que del otro la excede. Todo ello
obliga a ese hacer mencionado en base a operaciones conjuntas, no podría ser de uno solo, en cuyo caso
siendo útil y posible desde el trabajo individual no lo son desde el producido vincular. Esta actividad conjunta,
vincular, entre estos otros, tiene como meta imposible pero no por eso no intentable, lograr darle cabida a lo
novedoso que propone esa heterogeneidad, de resultas de lo cual, de ese trabajo, no solo del logro, habrá
una modificación subjetiva. Como ésta va ligada a una cierta desubjetivación se entiende que no sea aceptada
de buen grado.
Ajenidad.
Es lo específico y singular del otro y de lo otro que remite a una heterogeneidad radical, aquello que no puede
ser inscripto o representado ya que cuando lo es deja de ser ajeno, pasa a ser de alguna manera homogéneo
al propio sujeto, para revelarse de inmediato que lo ajeno sigue siéndolo o mejor dicho sigue produciendo
heterogeneidad. Los psicoanalistas caracterizan como ajeno a lo inconsciente del sujeto, una metáfora que
viene a querer decir que aquellas formaciones (lapsus, sueños, síntomas) que se producen en nuestro
psiquismo con carácter de imprevistos, que aparecen sin quererlo ni saberlo, esto es sin pasar por la
conciencia, puede ser pensado como correspondiente a “otro” que habite dentro del sujeto. Es la vivencia ante
lo extraño de las producciones que no pasan por la conciencia y evidencia la escisión del yo. Eso otro, lo icc,
otorga sentido y significación a nuestros actos, atraviesa nuestro saber oficial. Ajenidad, considerada
rigurosamente, es una cualidad o propiedad del otro sujeto respecto de mí y de mí respecto de él, que está
más allá de la semejanza y de la diferencia. Lo ajeno es inherente a la presencia del otro en tanto no se deja
transformar en ausencia ni se permite simbolizar. Es esa propiedad por la cual queda a resguardo de ser
cubierto por el sujeto mediante la identificación, la proyección u otras modalidades de investidura o
defensivas. No obstante requiero del otro para advenir sujeto.
Lo ajeno debiéramos buscarlo en el vínculo sujeto-otro y se regula por el juicio de presencia, que decide si el
otro puede pasar a estar ausente, desaparecer como exterioridad o teniendo una presencia incontestable
requiere de parte del sujeto hacer una serie de operaciones requeridas para modificarse por el poder y la
imposición inherente al otro. La imposibilidad de lo ajeno de caber en las palabras y expresarse a través de
las mismas, lleva a que se requiera su traducción al lenguaje de la diferencia y la semejanza. No habría saber
sobre la ajenidad, su posibilidad es que sea pensada. La ajenidad tanto introduce como resulta de lo
heterogéneo. Lo hetero representa lo extranjero, que sigue designando lo inculto, lo amenazante, lo extraño.
Ausencia y presencia.
Presencia: estado de la persona que se halla delante de otra/s en el mismo paraje que ellas. También se
refiere a talle o figura y disposición del cuerpo. O sea que es otra persona aquel que se halla delante de mí en
el mismo paraje con su talle y sustancialmente con su cuerpo. Se opone a la ausencia y a la representación
mediante la cual el yo evoca al otro ausente. Su deseo convoca a otro presente, pero para que represente a
un ausente reconstruido. La presencia sería lo más específico del sujeto pues aunque acepta la representación
del otro ella no puede investirla en tonalidad y es lo que queda fuera de ella lo podríamos considerar
específica y precisamente como presencia. Ello obliga al psiquismo a otro trabajo donde el pensar deberá
acompañarse de un hacer, de una modificación. En todo vínculo la presencia está sostenida por el cuerpo, por
su opacidad incontrastable.
Presencia se diferencia de exterioridad en que desde el yo ha de discernir que además de representado está
fuera del yo (juicio de existencia). Se observará que presencia no figura en la interioridad, ya que no se deja
convertir en ausente, y persiste aún después de inscribirse como objeto. La relación con lo ajeno del otro
inaugura un nuevo funcionamiento al no dejarse incorporar como perteneciente al yo y no dejarse coincidir
con lo malo y rechazado, asociado a lo ajeno del yo según el principio de placer-displacer (juicio de
atribución). La presencia se opone al juicio de atribución y puede ser fuente de subjetivación o de dolor.
Dos tipos de presencia: una es la que se espera en relación con la ausencia bajo el supuesto de reemplazarla
e intentar hacerlas coincidir. Sería una reactualización. La incertidumbre y la inevitable espera al reencuentro
se invisten de ambivalencia. La hostilidad surge porque el otro demora en venir o porque cuando lo hace se
presenta un poco distinto, lo cual puede ser registrado como falta de amor o no reconocimiento, que es en
realidad lo que ocurre con el yo ante esa presencia.
Otra modalidad es la presencia propiamente dicha, inédita, para la que no hay inscripción previa. Despierta
perplejidad, que puede orientarse hacia curiosidad por conocer o hacia desconfianza por no coincidir con lo
conocido. El destino de la presencia propiamente dicha depende fuertemente de lo que la relación actual
pueda producir, puestos en situación con el/la o los/as otros/as cuando desarrollan mecanismos de producción
desde aquellos que los dos hagan como una actividad diferente de lo que haga cada sujeto individualmente.
Poder.
La cátedra de Psicoterapia II cambia su modalidad en el 2002, cuando Raquel Bozzolo asume como titula, ya
que ella es la que presenta la “jornada”: se desarrollaría una vez por cuatrimestre, siendo de carácter
obligatorio para aprobar la cursada.
Acerca del dispositivo
Objetivos 1) Que los estudiantes transiten por experiencias grupales 2) Producir pensamiento acerca de la
experiencia vivida.
Momentos Dura 4 horas y se divide en tres momentos.
1) Plenario inicial: Se reúnen todos los docentes y estudiantes, y se les informa que deberán hacer una
crónica.
2) Talleres: Se respeta la conformación de prácticos. En aulas diferentes, simultáneamente. Hay consignas
pautadas de antemano pasos:
- Caldeamiento: para que se relajen y conecten con el aquí y ahora de la situación
- Los subgrupos deben ser de 5 personas máximo, donde comparten las imágenes o escenas que pensaron en
el caldeamiento; seleccionan una escena y se relata al conjunto del taller; se le pone nombre a la escena.
- Dramatización de una de las escenas (por votación).
- Multiplicación: se invita a todos los estudiantes a hacer cualquier escena que se les ocurra
- Reunión de subgrupos: se comenta lo vivenciado.
Rueda de comentarios: todos los participantes dialogan sobre lo sucedido.
- Producción gráfica: de todos los estudiantes del taller; será llevado al plenario final (afiche).
3) Plenario final: todos los participantes de los talleres relatan lo producido o explicitan qué intentaron hacer
con los afiches.
Sobre las experiencias
En los prácticos posteriores a la jornada surgió una demanda por parte de los estudiantes de realizar una
segunda jornada. Hubo dichos significativos en el plenario final, como “por fin hicimos grupo”.
En 2003 se hicieron entonces dos jornadas: una orientada hacia experiencias vivenciadas en el pasaje por
diversos grupos naturales, y otra direccionada al rol profesional. En las experiencias, hubo dificultades para
constituir un grupo y para pensarse como futuros psicólogos.
Líneas y perspectivas
Jacobo Moreno dice que el psicodrama es una técnica psicoterapéutica con hondas raíces en el teatro, la
psicología y la sociología. Desde el punto de vista técnico, constituye un procedimiento de acción y de
interacción. Su núcleo es la dramatización. A diferencia de las psicoterapias verbales, el psicodrama hace
intervenir manifiestamente al cuerpo en interacción con otros cuerpos. Esa intervención corporal involucra el
compromiso total con lo que se realiza. En el psicodrama, se jerarquizan las palabras al incluirlas en un
contexto más amplio como el de los actos, no es que se deja de lado lo verbal. El individuo se hace cargo de
lo que dice y responde con su hacer. Esta participación corporal evidencia las defensas cc e icc.
Técnicas dramáticas Son recursos elementales usados por el coordinador y los miembros del grupo que han
decidido utilizar lenguaje dramático.
Procedimientos dramáticos Incluyen a las técnicas dramáticas, y se caracterizan por tener una finalidad
determinada y un concomitante rol del coordinador.
Es necesario liberarse de esta idea del multiplicar que hace referencia s un contenido a expresar, un ser-de-
antemano, cosas de una misma especie. Multiplicar no es agregar una segunda o una tercera, sino elevar la
primera a la enésima potencia. Desde el rasgo identitario u homogéneo se multiplica hacia la ajenidad, lo
heterogéneo. El dispositivo de multiplicación dramática utilizado en el taller, dentro de la jornada de formación
teórica-técnica, fue creado por Kesselman y Pavlovsky, modificado por la cátedra en función de sus objetivos.
El caldeamiento no es meramente un momento preparatorio, sino que constituye un espacio de trabajo donde
las configuraciones fantasmáticas son puestas en juego; tiene la función de direccionar la tarea.
Un tipo subjetivo entonces es resultante de prácticas sobre los cuerpos individuados. Las instituciones en la
modernidad, articuladas por el estado-nación compartían una lógica común y forjaban una subjetividad capaz
de habitarla. Hoy asistimos a un desfondamiento institucional; dado que el estado-nación ya no regula las
prácticas, aparecen nuevos tipos subjetivos como el del “alumno”. Surgió el siguiente dicho: “todas las
escenas son de lo que pasa en la facultad”.
Hoy en día nos encontramos con una crisis que afecta a las concepciones sobre la estructuración de lo
psíquico, los procesos inconscientes, las identificaciones, los sufrimientos y las organizaciones
psicopatológicas, crisis suscitada en parte por la transformación profunda de las relaciones sociales y
culturales, cuyas estructuras se han vuelto oscuras y opacas. Tal crisis lleva suscita a su vez cierto interés por
la transmisión de la vida psíquica entre generaciones. La cuestión del sujeto se define cada vez más
necesariamente en el espacio intersubjetivo, y más precisamente en el espacio y el tiempo de lo generacional,
de lo familiar y de lo grupal, allí donde precisamente “el yo puede advenir” (según la formulación de Piera
Aulagnier) o fracasa en constituirse. Surge la cuestión de qué es “lo que me viene de los otros”, lo que me
transmiten y lo que yo transmito; qué de eso que me transmiten es imputado por mi propia realidad psíquica,
y qué me es impuesto al punto de organizar mi propia subjetividad, en esa realidad psíquica compartida. El
debate se inscribe en las oscilaciones entre la ilusión individual que sostiene la fantasía de una autoproducción
de sí mismo, y la ilusión grupal en la que se sostienen mutuamente sus sujetos imaginándose coincidir en un
espacio perfectamente complementario y en una causalidad de engendramiento reciproco.
Transmisión trata de dar cuenta de la realidad psíquica que se transporta, se desplaza o se transfiere de un
sujeto a otro, entre ellos o a través de ellos, o en los vínculos de un conjunto, ya sea que en este pasaje la
materia psíquica transmitida se transforme o permanezca idéntica. Lo que transfiere y se transmite de un
espacio psíquico al otro son esencialmente configuraciones de objetos psíquicos (afectos, representaciones,
fantasías), es decir objetos provistos de sus enlaces y que incluyen sistemas de relación de objeto. He
propuesto considerar a la identificación como el proceso capital de la transmisión. En varias oportunidades he
señalado que una notable propiedad de estos objetos de transmisión es que están marcados por lo negativo;
lo que se transmite sería así lo que no se contiene, retiene o recuerda; la culpa, la enfermedad, la vergüenza,
lo reprimido, los objetos perdidos y aun en duelo. Pero lo que se transmite no es solamente algo de lo
negativo, sino también aquello que asegura y garantiza las continuidades narcisistas, el mantenimiento de los
vínculos intersubjetivos, la conservación de las formas y de los procesos de conservación y de complejización
de la vida: ideales, mecanismos de defensa, identificaciones, certezas, dudas. Por eso las situaciones
psicoanalíticas plurisubjetivas tales como los grupos son sus receptáculos y, en ciertas condiciones, notables
dispositivos de transformación.
El dispositivo psicoanalítico grupal consiste en una situación plurisubjetiva organizada para que allí se
manifiesten los efectos del inconsciente en las transferencias y los enunciados asociativos de sus miembros.
Las características morfodinámicas de estos grupos son notables, y conciernen a todos los dispositivos
plurisubjetivos, principalmente a las psicoterapias familiares. La primera característica es la precedencia de los
analistas instituyentes, en el lugar imaginario de fundadores del grupo. De esta particularidad van a derivar
algunas consecuencias capitales: los analistas y el grupo son los objetos que los participantes tienen en
común, en tanto uno y otro son objeto de investiduras y de representaciones. Una segunda característica es la
pluralidad. Cada uno de los miembros del grupo se verá confrontado con un encuentro, múltiple, intenso con
varios otros sujetos, objetos de investiduras pulsionales y de representación: se puede suponer que se
producirá y se mantendrá una coexitación interna y mutua, que obliga a cada uno a defenderse contra una
fuente y una intensidad que escapan a todo intento de localización y de control; están reunidas algunas de las
condiciones que concurren a la formación del inconsciente originario. El grupo es el lugar de la emergencia de
configuraciones particulares de la transferencia, consecuencia de las dos primeras características. Las
transferencias son multilaterales, son dispersadas sobre el conjunto de los objetos del grupo. Los procesos
asociativos y sus modalidades específicas en situación de grupo son una tercera característica del método. En
situación de grupo los procesos asociativos se organizan a través de una triple fuente de reprimido: el que es
propio de cada sujeto considerado en la singularidad de su estructura y de su historia; el que es producido por
los analistas mismos en sus relaciones en situación de grupo; el que produce los miembros del grupo para
hacer grupo. Cada uno de estos contenidos de la represión tiene su propio origen, pero se ligan de una
manera singular para cada uno. Estos dispositivos hacen posible una observación de los procesos psíquicos en
marcha en las tentativas de institucionalización de los vínculos transitorios y una puesta a prueba casi
experimental de la hipótesis sobre los contenidos y modalidades de transmisión psíquica de los vínculos
intersubjetivos. La noción principal que se quiere introducir es que lo que está reprimido o renegado en los
psicoanalistas se transmite y se representa en el grupo de los participantes y lo organiza simétricamente: lo
que no es analizado y permanece reprimido, es objeto de una alianza inconsciente para que los sujetos de un
vínculo se garanticen no saber nada de sus propios deseos.
En cuanto a los diferentes dispositivos, en la cura individual se da con la transmisión a través de las
modalidades transferenciales por las cuales se repiten y desprenden las estructuras intrapsíquicas e
intersubjetivas que han predispuesto las formaciones de la neurosis o la psicosis. La transferencia es
transmisión, es eslabón de la cadena a la cual está sujetado, heredero. Se intenta descubrir si y cómo el sujeto
está en condiciones de pensar e interpretar el sentido del lugar real y fantasmático que ocupa o le es asignado
en las estructuras y obstáculos de la transmisión. Por otra parte, la psicoterapia familiar psicoanalítica postula
una realidad psíquica de la familia, y parte de preguntas acerca de su consistencia, organización y lógicas
propias; se pregunta si esa realidad puede existir independientemente de los sujetos constituyentes, qué la
constituye como tal, es decir como sujeto de lo inconsciente, etc. Estas preguntas la superan, aplicándose a
otros conjuntos intersubjetivos tales como un grupo, pareja, institución. Lo que motiva a la terapia familiar
psicoanalítica es precisamente que los sujetos fracasan en constituirse en la singularidad de su historia y que
solo prevalece una estructura familiar repetitiva que no tiene historia ni, por lo tanto, sujeto. El problema
psíquico fundamental en el grupo familiar es que los espacios no se han diferenciado y que se trata de
desligarlos de sus formas patológicas para devolver al sujeto su capacidad de pensarse como yo en un
conjunto. La psicoterapia familiar psicoanalítica tiene como objeto específico tratar lo que está en suspenso en
el vínculo de generación. En cuanto a las condiciones de posibilidad de la escucha del proceso asociativo en la
familia, no se trata tanto de saber si se puede escuchar psicoanalíticamente al grupo familiar, sino más bien de
comprender su organización de tal modo que sean audibles los discursos individuales que encuentran en él su
apuntalamiento y que, en el mejor de los casos, consiguen separarse de él.
Retomo a Derrida cuando dice que siempre habrá algo que se llama familia (no LA familia), lazos, diferencias
sexuales, relación sexual, un lazo alrededor del alumbramiento en todas sus formas, efectos de proximidad, de
organización de la sobrevida, y del derecho. Me gustaría llamar familia a ese “algo” que siempre existirá.
Hay una tensión entre dos modos de pensar el Edipo: desde una lógica del descubrimiento (el Edipo está, se
torna verdad, a veces demasiada verdad) vs. desde una lógica de la invención (el Edipo se sitúa del lado de lo
conjetural, a veces demasiado conjetural). Tensión entre descubrimiento en invención. Lo esencial es el
“entre”. Entre descubrimiento e invención, entre ciencia y arte. Icc, sexualidad infantil, son especulaciones que
nosotros creemos que están suficientemente demostradas por nuestras prácticas. Digamos que rozamos
bastante algún trozo de verdad. Hay consenso entre los analistas aunque haya diferencias en torno a su
conceptualización. ¿Y qué del Edipo? ¿Qué de su papel central, estructurante, qué de su universalidad?
Una teoría se crea, se inventa, a partir de algo que se cree descubrir, mientras se intenta desentrañar las
condiciones históricas que contribuyeron a su formulación. Las teorías necesitan la transformación de sus
núcleos y desprenderse del lastre, a medida que la sociedad se va transformando. Freud escribe del Edipo,
diciendo que una madre es absolutamente cierta y un padre absolutamente incierto, debe ser supuesto. La
madre y la mujer del lado de lo sensible y el padre y el hombre del lado de la razón. Pero hoy, el padre ha
devenido posiblemente cierto y u niño puede nacer por lo menos de tres madres (la que donó los ovocitos, la
que prestó el vientre, la que cría). El Edipo ya no viene como antes.
Hay autores que consideran que el Edipo es el complejo nuclear y centro único del psiquismo, y otros en
cambio ponen en duda no sólo su universalidad sino también su lugar. El mito del Edipo debería, para estos
autores, descentrarse. Se trata de interrogar el oficialismo psicoanalítico que nos habita. Habría una diversidad
de ejes que constituyen al psiquismo y lo tornan heterogéneo y complejo. Puede seguir siendo igualmente un
ordenador para el psiquismo, pero desligándolo de las formas de subjetividad que fue tomando a finales del
siglo XIX y comienzos del XX, como sostiene Bleichmar, ya que los modelos de familia están en mutación. La
autora continúa afirmando que podemos redefinir el Edipo como como estructura fundante, como la
prohibición que toda cultura ejerce respecto a la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce de la
sexualidad del adulto. El auto concluye diciendo que lógica del Edipo sería imprescindible para la constitución
subjetiva y vincular pero no alcanzaría a explicarla.
Los cuestionamientos más fuertes respecto a la teoría del Edipo se dan en torno a la castración (falocentrismo)
y a la sexualidad femenina. Debemos entonces cuestionar los instituidos más brutales. La teoría de la
sexualidad femenina es curiosa desde Freud, ya que está centrada sobre la sexualidad masculina, enteramente
centrada sobre el tema de la castración. Freud sostenía que la mujer, para alcanzar su madurez sexual, debía
renunciar al placer clitorídeo en beneficio del vaginal. El pasaje a la vagina se hace por una vuelta muy
complicada, por el complejo de castración, por el deseo del pene, por el deseo infantil, una teoría
absolutamente falocéntrica.
Freud usa las palabras diferencia y diversidad. Habla de diferencia de los sexos en una lógica binaria en la cual
diferencia es falo o no falo. En cambio, la idea de diversidad, Laplanche lo explica con la metáfora de los
colores: no hablamos del mundo verde o no verde, sino de verde, azul, rojo. La castración se ubica del lado
de la diferencia. Queda entonces empobrecida la alteridad si todo lo que tenga que ver con la diferencia es
pensada en torno a la diferencia anatómica de los sexos.
¿Qué queda del Edipo despejando su horizonte hegemónico? ¿Qué queda, alejándose del falocentrismo y de la
absolutización de la teoría de la castración como entidad ontológica? ¿Qué queda del Edipo más allá de la
familia de 1900 con sus certezas alrededor de la maternidad? ¿Qué queda hoy en la diversidad más absoluta
de lazos sociales inmersos en este “algo” que podemos llamar “familia”? ¿Queda acaso algo de universalidad
posible?
Sin duda quedan cosas. Creo que lo crucial es la asimetría fundante. Creo que lo humano se funda en un
fondo vincular con otro humano y, es en esa asimetría, donde algo de lo sexual comenzará a instalarse. Algo
de un lazo entre alguien que cría y alguien que nace fundará la sexualidad en el naciente y familia entre ellos
y algunos otros que circulen por ahí. En ese contexto se irán dándolas identificaciones, los lazos de amor y
odio, lo permitido y lo prohibido, mucho más allá de los lazos de sangre.
Así, el Edipo, queda delineado como una configuración vincular en una trama compleja, donde los términos
relativos pierden todo lugar central, donde las relaciones asimétricas conviven con las horizontales, donde el
juego entre lo permitido y lo prohibido circula entre todos los protagonistas de la escena. Podría llamarse de
otro modo, sin embargo, me gusta llamar Edipo a todo eso.