Los Visigodos

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EL FIN DEL IMPERIO ROMANO Y LA CREACIÓN DEL REINO DE VISIGODO EN HISPANIA

Entre el período de máximo esplendor imperial y la época de decadencia que culminará con la
desaparición del imperio occidental, se produce la crisis del siglo III; un período de turbulencias -
guerras civilles, hambrunas, saqueos, desorden, decadencia económica...- que es la causa directa
del Bajo Imperio. En este período (ss IV y V) se produce un lento pero continuo declive que llevará
al fin del imperio romano en Occidente y la aparición de los reinos germánicos.
Las causas de la desaparición política de Roma son diversas; una de ellas -causa y consecuencia a
la vez- será la progresiva germanización de Occidente y las invasiones de los pueblos llamados
“bárbaros” por los romanos. Los constantes ataques de estos pueblos y la debilidad del imperio
como entidad política llevaron, inicialmente, a tratar de asimilarlos dentro de las fronteras como
aliados y tropas auxiliares frente a otros pueblos enemigos: vándalos, alanos, ostrogodos, hérulos,
francos, suevos y, sobre todo, los hunos, estos últimos de origen oriental. Es el período de LAS
INVASIONES.

Uno de estos pueblos era el de los visigodos.

Los visigodos, pueblo de origen germano, habían llevado a cabo un proceso migratorio desde el
norte de Europa hasta las fronteras del imperio. Lo habían atacado (saqueo de Roma en el 416) y
habían terminado pactando con él, siendo auxiliares del Imperio instalados en territorio romano
(en las Galias) como soldados acantonados para su defensa, a cambio de retribuciones económicas
de tipo territorial.

En el año 409, suevos, vándalos y alanos entraron en Hispania, de cuya defensa se encargarían los
visigodos, instalados entre el SUR de las Galias y el NE de Hispania. Consiguieron expulsar a los
invasores alanos y vándalos, aunque los suevos lograron construir un reino estable en la antigua
Gallaecia romana.
Por otra parte en el año 476 es depuesto el último emperador romano de Occidente y con él
desaparece definitivamente el imperio. Los pueblos germánicos constittuyen entonces sus propios
reinos en el antiguo imperio: visigodos en Hispania, francos en las Galias, ostrogodos en Italia,
anglos y sajones en Britania...

Tras ser expulsados de las Galias por los francos, los visigodos se establecerían definitivamente en
Hispania, constituyendo un reino con capital en Toledo.

Este reino dominaría casi toda la península hasta el año 711, cuando se produjo la invasión
musulmana. En todo caso no llegaron a controlarla por completo (las luchas contra los suevos, las
sublevaciones de los vascones y la presencia de los bizantinos en el sudeste fueron serios
obstáculos a un dominio total). Además, la propia estructura del reino era muy frágil por las
continuas luchas entre los propios visigodos.
En el estudio de la Hispania visigoda deben afrontarse tres aspectos:

-El proceso de fusión de culturas entre la minoría germánica y el pueblo hispanorromano.


-La cuestión religiosa, con una distinción entre una etapa arriana y otra católica.
-Las características de la monarquía y el alto grado de poder que alcanzaron la iglesia y la nobleza.

Cuando se establecieron en la península los visigodos practicaban el cristianismo en su forma


arriana, lo que confrontaba con la población hispanorromana, que era católica. La iglesia hispana
sobrevivió y conservó gran parte de su poder, aunque no fue hasta el año 589, cuando los godos
renunciaron al arrianismo y se produjo la unificación religiosa, cuando alcanzo una enorme cuota
de poder político y económico. Esto además permitió una mayor fusión entre la la antigua clase
aristocrática romana -que mantuvo su condición social y económica y cierta influencia política- y la
nobleza visigoda.

LA MONARQUÍA, LA NOBLEZA Y LA IGLESIA.

Una de las características del reino visigodo fue la debilidad de la monarquía y el gran poder que
alcanzaron la nobleza y la iglesia. ¿Por qué?

La monarquía visigoda era electiva. Inicialmente todos los hombres libres, en una especie de
asamblea general, elegían al rey cuando fallecía el anterior. Posteriormente esta prerrogativa
quedó limitada a los nobles, que elegían a uno de entre ellos, lo que daría lugar a la creación de
facciones, luchas internas y una sucesión de reyes asesinados o depuestos que hace muy larga la
lista de monarcas godos en Hispania.

Sin embargo, probablemente por la influencia romana, este modelo de monarquía osciló entre ese
modelo electivo y el deseo de algunos monarcas de hacerla hereditaria. En esa dualidad, la
monarquía se convirtió en una institución débil. El poder estaba compartido con la nobleza; la
administración territorial generó un sistema de reparto de tierras entre los más poderosos, que
ejercían un auténtico poder personal en sus dominios, aunque teóricamente estaban sometidos al
rey. Es el germen, y para algunos historiadores, el inicio del modelo feudal.
Un ejemplo es el ejército. Su composición prueba claramente esa estructura y el gran poder que
había adquirido la nobleza, un grupo que debía precisamente su carácter aristocrático a su
función militar.
No había un ejército permanente. El ejército es convocado por el Rey o por los duques y los
condes en su nombre. Pero a partir del siglo VII en el ejército visigodo se observa un claro proceso
que anuncia el feudalismo; los nobles organizan sus propios ejércitos, ejércitos privados que
defienden los intereses particulares de dichos nobles.
Esto se debe a:

En la hispania del bajo imperio predominaba el mundo rural, tras la decadencia urbana iniciada en
el siglo III. Esta ruralización se intensificó durante el período visigodo: la economía heredó la
dinámica del periodo anterior y durante los siglos V, VI y VII se continuó desarrollando el proceso
de latifundio (los nobles aumentaron sus propiedades y tenían gran control sobre los campesinos
que trabajaban sus tierras, siendo la mayoría de los propietarios, nobles). Los grandes dominios
territoriales de la nobleza les proporcionaban riqueza y hombres libres, guerreros, vinculados a los
grandes nobles por relaciones de carácter personal. Esto les permitia, de hecho, tener sus propios
ejércitos.
La Iglesia.
Esta era una institución fundamental para el gobierno y administración del territorio (debido a su
organización interna y a su poder económico: al igual que los nobles, poseía grandes latifundios) y
también para otorgar legitimidad y prestigio a los nuevos soberanos.
La conversión al catolicismo de Recaredo I tuvo lugar en un gran concilio de toda la Iglesia del
reino presidido por el monarca: el III Concilio de Toledo (589), en el que se establecieron las
normas básicas para la coordinación entre la Iglesia y la corona. La Iglesia logró una inmunidad
fiscal casi total y la figura del rey quedó sacralizada. Toledo se convirtió en la sede episcopal más
importante de la península.
Los sucesores de Recaredo I continuaron celebrando los concilios toledanos (hasta un total de
diecisiete) para garantizar la legitimidad religiosa y social de su poder. De hecho, en el IV Concilio
de Toledo (633), y tras la enésima revuelta nobiliaria, se consagró el principio de la monarquía
electiva: el sucesor del rey sería elegido de común acuerdo por los obispos y la alta nobleza , y
obligado a cumplir las leyes fundamentales del reino. El poder regio va unido al beneplácito de la
Iglesia. Recibía el poder "para gobernar el pueblo justamente". Si a ojos de la iglesia esta sentencia
no se cumplía el rey podía ser depuesto por las autoridades eclesiásticas: Las normas de elección
del rey se completaban por otras leyes en las cuales se precisaba quienes son los electores y
quienes los candidatos:

Electores: Nobleza laica y Obispos (alto clero)


Candidatos: Tienen que ser siempre de origen visigodo y noble, pero no pueden ser de origen
servil.
Los concilios se convirtieron en asambleas magnas del Estado, además de órganos de disciplina
religiosa y moral. En este sentido, generalmente decretaron la represión y persecución de las
minorías religiosas de paganos, de herejes y, en especial, de judíos.
[CONCILIOS:
Asambleas eclesiásticas formadas por obispos con finalidad religiosa. Desde la conversión al
catolicismo, los Concilios, que se celebran en Toledo, tienen además trascendencia política. En
ellos se señalan, a menudo, pautas para gobernar y se legislan aspectos de la vida política
El carácter político de los concilios se refleja en que es convocado por el Rey y este tiene
que confirmar los acuerdos tomados por el concilio]

El siglo VII produjo dos obras culturales importantes en la Hispania visigoda. La primera fue una
recopilación de las leyes del reino conocida como Liber Iudiciorum (654), llevada a cabo por el
rey Chindasvinto y su hijo Recesvinto. Tuvo gran influencia en la Edad Media bajo el titulo de Fuero
Juzgo, ya que proveyó un código jurídico que se aplicaba tanto a visigodos como
a hispanorromanos.

La segunda fue la monumental obra escrita del obispo y santo hispanorromano Isidoro de
Sevilla (570-636) En sus Etimologías, Isidoro intentó hacer una recopilación integral del saber
clásico en todas sus ramas basado en un análisis etimológico de sus términos.
EL FIN DEL REINO VISIGODO

A finales del siglo VII y principios del VIII la monarquía visigoda era una institución muy
inestable;seguía oscilando entre los intentos de crear una monarquía hereditaria o mantener la
costumbre electiva germánica (los nobles elegían al rey). El último rey visigodo, Rodrigo, había
sido elegido por los nobles en circunstancias muy tensas, ya que los partidarios del rey anterior,
Witiza, apoyaban a sus herederos. Puede decirse que la nobleza, que constituía el ejército, “tenía”
sus propios ejércitos formados por sus fieles; no existía un ejército común, sino que los nobles
aportaban sus tropas formadas por hombres vinculados a ellos. Y esa vinculación (prácticamente
feudal) estaba por encima de la monarquía. El rey Rodrigo no había sido una excepción y como
casi todos los reyes godos mantenía una corona inestable.
Por otro lado, desde Oriente, tras el surgimiento del Islam se había configurado un auténtico
imperio árabe, todavía en expansión. Los musulmanes ya habían conquistado el Norte de África y
dominado a los bereberes, islamizados rápidamente. Los que se oponían a Rodrigo vieron en ese
movimiento emergente un elemento con el que deponer al rey a cambio de un acuerdo con los
musulmanes.
Fue así como “pactaron” el que entrasen en la Península, lo que obligaría al rey a defenderla y
enfrentarse militarmente con ellos. Efectivamente el rey reclamó a los nobles y sus tropas, para
hacer frente a los desconocidos invasores.
El enfrentamiento tuvo lugar en la batalla de Guadalete*, en el 711; batalla que significó una
aplastante derrota visigoda.

El ejército musulmán, unos 30.000 hombres al mando de Tariq, un liberto de Musa,


gobernador del Norte de África, ante la facilidad con la que penetraron en la Península*, no
solo no apoyaron a los opositores de Rodrigo, sino que decidieron una conquista en toda
regla, lo cual entraba en su modelo yihadista* de expansión. Comenzaría así un período
presencia islámica en la Península de ocho siglos. Un período único en el Occidente
Europeo, donde tres culturas, la islámica, la judía y la cristiana, convivieron juntas, lo que no
significa que fuese pacífica, que casi nunca lo fue, sino que tuvo unas connotaciones muy
complejas y que aportaría a lo que hoy es España una importantísima influencia. El territorio
peninsular musulmán pasó a llamarse al-Andalus (o Alandalus).A finales del siglo VII y
principios del VIII la monarquía visigoda era una institución muy inestable. Su “carácter” no
estaba claramente definido y seguía oscilando entre los intentos de crear una monarquía
hereditaria o mantener la costumbre electiva germánica (los nobles elegían al rey). El último
rey visigodo, Rodrigo, había sido elegido por los nobles en circunstancias muy tensas, ya que
los partidarios del rey anterior, Witiza, apoyaban a sus herederos. Puede decirse que la
nobleza, que constituía el ejército, “tenía” sus propios ejércitos formados por sus fieles; no
existía un ejército común, sino que los nobles aportaban sus tropas formadas por hombres
vinculados a ellos. Y esa vinculación (prácticamente feudal) estaba por encima de la
monarquía. El rey Rodrigo no había sido una excepción y como casi todos los reyes godos
mantenía una corona inestable.
Por otro lado, desde Oriente, tras el surgimiento del Islam se había configurado un auténtico
imperio árabe, todavía en expansión. Los musulmanes ya habían conquistado el Norte de África y
dominado a los bereberes, islamizados rápidamente. Los que se oponían a Rodrigo vieron en ese
movimiento emergente un elemento con el que deponer al rey a cambio de un acuerdo con los
musulmanes.
Fue así como “pactaron” el que entrasen en la Península, lo que obligaría al rey a defenderla y
enfrentarse militarmente con ellos. Efectivamente el rey reclamó a los nobles y sus tropas, para
hacer frente a los desconocidos invasores.
El enfrentamiento tuvo lugar en la batalla de Guadalete*, en el 711; batalla que significó una
aplastante derrota visigoda.
El ejército musulmán, unos 30.000 hombres al mando de Tariq, un liberto de Musa,
gobernador del Norte de África, ante la facilidad con la que penetraron en la Península*, no
solo no apoyaron a los opositores de Rodrigo, sino que decidieron una conquista en toda
regla, lo cual entraba en su modelo yihadista* de expansión. Comenzaría así un período
presencia islámica en la Península de ocho siglos. Un período único en el Occidente
Europeo, donde tres culturas, la islámica, la judía y la cristiana, convivieron juntas, lo que no
significa que fuese pacífica, que casi nunca lo fue, sino que tuvo unas connotaciones muy
complejas y que aportaría a lo que hoy es España una importantísima influencia. El territorio
peninsular musulmán pasó a llamarse al-Andalus (o Alandalus).

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