014 Visigodos
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LOS CONCILIOS
Los visigodos eran un pueblo germánico del grupo de los godos. Oriundos de la franja costera del Mar
Báltico que se extiende desde el sur de Dinamarca hasta la actual Polonia, a comienzos del siglo III emigraron
hasta asentarse junto al Mar Negro, en la actual Ucrania. Allí se dividieron, situándose unos más al oeste
(Visigodos) y otros más al este (Ostrogodos) del río Dnieper. Allí fueron sorprendidos por la llegada de los
hunos, y fueron expulsados de sus tierras en el año 376.
Cruzaron el limes (línea fronteriza del Imperio Romano) y avanzaron hacia el oeste: en el año 378
derrotaron al emperador Valente, que murió en la batalla, y en el 395 saquearon Grecia, siendo expulsados
hacia el Imperio Romano de Occidente, donde continuaron con su campaña de ataques y saqueos: en el año
402 su rey, Alarico, fue nombrado gobernador de la provincia romana de Illiria (en la actual Croacia) y en año
410, defraudados de las promesas incumplidas de Roma, asaltaron la capital del Imperio.
A partir de esa fecha, actuaron como federados del César romano y ocuparon las Galias, donde
crearon el reino de Tolosa (en Toulouse). Su presencia en Hispania data del año 416, cuando acudieron para
combatir a los suevos, vándalos y alanos, que se habían asentado en diversas regiones del territorio
peninsular. Expulsados de las Galias por la invasión de francos y burgundios, se vieron una vez más
empujados hacia el oeste, instalándose en Hispania, sobre todo desde el reinado de Eurico (466-484). Pero la
afluencia masiva de visigodos hacia la Península sólo se produjo después de la derrota sufrida frente a los
francos en la batalla de Vouillé (507).
La llegada de los visigodos a la Península Ibérica no se encontró con una fuerte resistencia por parte
de sus pobladores hispanorromanos; esta actitud conciliadora descansaba en estas cuatro causas
fundamentales:
-Los habitantes de Hispania tenían, en los últimos tiempos, una escasa vinculación con la Roma
imperial.
-Las élites hispanorromanas mantuvieron en sus manos el control de la economía peninsular, basada
en los grandes latifundios agrarios.
-Los hispanorromanos conservaron sus leyes, su religión y sus costumbres.
-El contacto entre los hispanorromanos (unos 6.000.000 de habitantes) y los visigodos (apenas unos
300.000) fue muy escaso.
La única resistencia hispana a la llegada de los visigodos provino de los pueblos del norte de la
Península Ibérica, que ya mantuvieron una fuerte lucha contra la romanización y que demostrarán, más
adelante, su enfrentamiento con el Islam. Entre los astures, cántabros y vascones surgieron brotes de
indigenismo y resistencias a la nueva uniformidad (bagaudas).
Así pues, los visigodos instauraron en la Península un débil protoestado basado en la jefatura de un
rey. El rey era el jefe supremo de la comunidad y tenía amplios poderes judiciales, legislativos, militares y
administrativos. Para reforzar su prestigio, los reyes visigodos adoptaron los atributos y el ceremonial de los
emperadores de Roma; además, el rito de la unción regia, que recibían de los obispos, les confería un cierto
carácter sagrado. Tradicionalmente, entre los pueblos germanos se accedía al trono por elección dentro de un
linaje, elegido por una asamblea de notables o guerreros. Diversos reyes intentaron hacer la monarquía
hereditaria recurriendo al procedimiento de la asociación al trono, que aseguraba la sucesión dentro de la
propia familia, pero finalmente se impuso el principio electivo (IV Concilio de Toledo, 633). Por tanto, su
control sobre el territorio y la actividad económica fue muy relativo.
El máximo órgano consultivo era el Concilio, una institución que, al principio, tenía un carácter
eclesiástico. Poco a poco fueron tratándose asuntos sociales y políticos, ampliándose a miembros de la Corte
y de la nobleza hispana, y a partir del siglo V asistían todos los dignatarios del reino. Como consecuencia, se
transformó en un organismo consultivo y deliberativo que matizaba el poder del rey. El organismo que
auxiliaba a los reyes en sus funciones de gobierno era el Officium Palatinum, en el que se integraban los
magnates de su confianza. El Aula Regia era un consejo del rey, de tamaño más reducido y más cercano al
monarca.
Para la gobernación del territorio mantuvieron la división romana en provincias, a cuyo frente se
situaba a un dux. En cambio, los municipios romanos fueron sustituidos por nuevos distritos de carácter más
rural, los territoria, gobernados por un comes. Tanto los duques como los condes pertenecían a los escalones
más altos de la nobleza y se convirtieron en los grandes funcionarios de la administración territorial.
Como consecuencia, el poder fue distribuyéndose en manos de la nobleza, lo que debilitó la posición
del rey, como resultado de un doble proceso que concedía mayor autonomía a los latifundistas, que poco a
poco suplantaron a los Administradores Regios, y acrecentaba la dependencia de los colonos con respecto a
los grandes propietarios. Esa debilidad del trono no suponía un peligro para el control de la minoría visigoda
sobre el conjunto del territorio peninsular. Pero, a partir del siglo VII, el rey dependía de los ejércitos privados
de los nobles.
Desde el punto de vista cultural, los visigodos no disfrutaban de un nivel muy elevado. Un pueblo que
llevaba siglos de continuas migraciones no había podido desarrollar un arte característico sólo en la orfebrería
destacaba un estilo artístico propio. Por todo ello, una vez asentados en la Península se acogieron a una
civilización tan potente como era la de Roma, pero la desaparición del Imperio romano forzó a que esta
cultura se refugiase en los conventos, donde se conservó de forma acrítica, sin nuevas aportaciones
significativas, y filtrada por el cristianismo. San Isidoro de Sevilla es el representante más genuino de esta
cultura de raíz romana, gracias a obras como las Etimologías, en las que recoge todo el legado cultural
romano de su tiempo.
LOS REYES VISIGODOS
Alarico I (395-410) Ataúlfo (410-415) Sigérico (415)
Walia (415-418) Teodorico I (418-451) Turismundo (451-453)
Teodorico II (453-466) Eurico (466-484) Alarico II (484-507)
Gesaleico (507-511) Amalarico (511-531) Theudis (531-548)
Theudiselo (548-549) Agila (549-554) Atanagildo (551-567)
Liuva I (568-573) Leovigildo (571-586) Recaredo (586-601)
Liuva II (601-603) Witérico (603-610) Gundemaro (610-612)
Sisebuto (612-621) Recaredo II (621) Suíntila (621-631)
Sisenando (631-636) Chintila (636-639) Tulga (639-642)
Chindasvinto (642-653) Recesvinto (649-672) Wamba (672-680)
Ervigio (680-687) Egica (687-702) Witiza (700-710)
Rodrigo (710-711) Agila II (710-713) Ardón (713-720)
Como resultado de estos cambios sociales, el poder de los nobles no dejó de aumentar durante estos
siglos (señorialización); la pretensión de algunos reyes de revitalizar el Estado y de reafirmar el papel de la
monarquía chocó con la oposición de la crecida nobleza. Los nobles promovieron constantes rebeliones, que
en ocasiones se saldaban con el destronamiento o la muerte del rey, y utilizaron los concilios para imponerse
a los monarcas. Algunos reyes intentaron imponerse a la nobleza recurriendo a la confiscación de sus bienes
o la represión, como sucedió con Chindasvinto (642-653) que realizó una matanza de nobles y aumentó el
poder del rey interviniendo en asuntos eclesiásticos, pero no pudieron detener el proceso de desintegración
en que se hallaba inmerso el reino visigodo.
En las últimas décadas del siglo VII, el reino se encontraba fragmentado en múltiples células
autónomas, gobernadas por la alta nobleza. Los vínculos públicos fueron sustituidos por otros de carácter
privado, fundamentados en el juramento de fidelidad a los reyes. En el 687, como prueba de esta creciente
presión de los nobles enfrentados sobre el reino visigodo, el monarca Ervigio abdicó en otro noble, su yerno y
rival Egica, que ocupó el trono, dando inicio a una larga etapa de inestabilidad.
A principios del siglo VIII se recrudeció la lucha por el poder entre las dos familias más poderosas del
reino, la de Chindasvinto y la de Wamba (que fue forzado por los nobles rivales a tomar los hábitos y
renunciar a la corona). A la muerte de Witiza, las facciones se enfrentaron con las candidaturas de Rodrigo y
Agila. El conflicto terminó en el 711 con la invasión de los musulmanes, llamados a la Península Ibérica para
intervenir en la guerra entre facciones. El último rey visigodo, Rodrigo (de la familia de Chindasvinto), fue
derrotado y muerto en la batalla de Guadalete y con él desapareció el reino de Toledo.