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Historiografía
En la época colonial, los españoles
designaron como Nueva España, al territorio que actualmente ocupa México, parte del sur de los Estados Unidos, y una fracción de Centroamérica, seleccionaron como su capital a la antigua México Tenochtitlán, que, posteriormente, se convertiría en la actual Ciudad de México. Los conquistadores trajeron consigo su cultura, costumbres y creencias. Los nuevos edificios, casas y templos católicos se construyeron, en parte, con materiales de los edificios que conformaban el legado azteca. El mundo material que edificaron los españoles contó con el talento de los indígenas que transformaron la madera y la piedra usada en el exterior e interior de los templos. Estos artistas tallaron imágenes de figuras religiosas en los retablos de los templos, así como en los muebles para uso en oficinas o casas, fabricaron armarios, alacenas, sillas, baúles, mesas, bancos, etc. No sólo Europa influyó a la Ciudad de México a través de las mercancías que llegaban al Puerto de Veracruz en el Golfo de México; también la cultura oriental entró al país y por ende a la ciudad, por medio de la llamada Nao de China, que realmente partía de las islas Filipinas y llegaba, una vez al año, al puerto de Acapulco con su cargamento de mercancía largamente esperada como: sedas, textiles, cerámica y porcelana, joyería y muebles. En 1821, el país obtuvo su independencia, y con esto inició el periodo de más de medio siglo, de lo que posiblemente sea la época más convulsa de la historia de la nación. Fue hasta el último tercio del siglo XIX con el inicio del Porfiriato (1877-1911), que llega la paz al territorio nacional. Se logró atraer a la inversión extranjera que dotó al país de infraestructura tecnológica, mediante la construcción de ferrocarriles, generación de energía eléctrica, explotación de petróleo, cultivo del henequén y del caucho. Surgimiento de la industria en México. – Surgió un incipiente avance de la industria química, siderúrgica, cerámica y cervecera; que coexistieron con una fuerte tradición en la alfarería, vidrio, madera, orfebrería, textiles e indumentaria; así como desarrollos en la industria del mueble y de artículos para el hogar. Este período está caracterizado por una marcada influencia europea, principalmente francesa, en las artes, la cultura, la arquitectura, la moda, etc. Un ejemplo es la apertura de las primeras tiendas departamentales en la Ciudad de México, y en el país, como el Palacio de Hierro que abrió sus puertas en 1891 en el centro histórico. Por otro lado, el francés J.B. Ebrard, instaló un “cajón” dedicado a la venta de ropa, que posteriormente, se convertiría en el Puerto de Liverpool; sin embargo, no fue sino hasta 1936 que se inaugura su primer almacén, también en el centro histórico de la ciudad. Otra tienda que se orientó a satisfacer las necesidades de las clases altas y medias de la ciudad fue Sanborns, que comenzó sus operaciones en 1903 y abrió en 1919 la tienda de la Casa de los Azulejos en el Centro Histórico. La relación de esta tienda con el diseño se debe a la intervención del estadounidense Frederick W. Davis que junto con Frank Sanborns, uno de los dos hermanos fundadores, establecieron una sección de platería y artesanías finas, que ha apoyado el desarrollo de lo mejor de la artesanía nacional; uno de los proveedores fue otro estadounidense, William Spratling que vivió en Taxco, Guerrero de 1931 a 1967, y le dio fama a la platería de esa ciudad con sus diseños originales de herrajes, juegos de mesa, objetos decorativos, etcétera. Al celebrar el primer centenario de la independencia de México en 1910, el país se vistió de gala para recibir a muchas delegaciones extranjeras; aunque es irónico que sólo un par de meses después, iniciara la Revolución Mexicana, que trajo muerte y destrucción a las ideas modernistas del Porfiriato. Al terminar la Revolución, comenzó la etapa de reconstrucción, de entre las ruinas surgió una nueva nación con ideales que lo volvieron hacia sus orígenes, a sus raíces. Un ejemplo muy claro de renacimiento cultural son las ideas de José Vasconcelos, que impulsaron y apoyaron el movimiento muralista mexicano, los artistas Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, y José Clemente Orozco, por mencionar sólo a los más conocidos, plasmaron las ideas más importantes de la revolución en edificios públicos y escuelas. Se buscaba acercar el arte a la gente, evitando que fuera elitista. Un ejemplo interesante del cambio de estilos fue el Palacio de las Bellas Artes, ubicado también en el Centro Histórico, fue diseñado por el arquitecto italiano Adamo Boari, y se comenzó a construir en 1904; sin embargo, su construcción se detuvo durante la Revolución Mexicana y fue hasta 1934 que se concluyó; los motivos decorativos de sus interiores y exteriores son de un estilo Art Nouveau, que puede considerarse mexicano por la incorporación de motivos nacionales, como plantas, magueyes, símbolos prehispánicos, etc., que se plasmaron en lámparas, balcones y detalles constructivos. México era básicamente un país rural, y sus exportaciones consistían en productos agrícolas. Pero en el período de la Segunda Guerra Mundial, y los años de posguerra, se caracterizó por un cambio en las políticas públicas. Se implementó un modelo de desarrollo industrial proteccionista, basado en la sustitución de importaciones con el propósito de desarrollar un tejido industrial propio, mediante la intervención directa del gobierno con la creación de aranceles y otro tipo de incentivos fiscales para promover el desarrollo de la industria manufacturera nacional, y se orientó a satisfacer las necesidades de productos de tecnología media para el mercado interno. El proceso de industrialización tardía se repitió de manera similar en los países más importantes de Latinoamérica como Argentina, Brasil y México; buscaba transformar a esos países de exportadores de materias primas a exportadores de productos manufacturados de mediana tecnología. En el siglo XXI, aún no hay país latinoamericano que haya alcanzado un buen nivel de desarrollo. Las compañías automotrices de capital estadounidense aprovecharon el surgimiento de una nueva clase urbana para establecerse en la Ciudad de México y armar los autos que se ofrecerían en el mercado nacional. Este es el caso de Ford, que inició sus operaciones en 1925 y de General Motors en 1935; mientras que la compañía Chrysler llegó unos años después, en 1938. En esta nueva etapa de la historia de la Ciudad de México, la influencia cultural, económica, industrial, tecnológica, y de diseño, venía, ya no de Europa, sino del vecino del norte: los Estados Unidos. Esta tendencia se acentuó mediante la inversión en fábricas de automóviles, de productos de línea blanca (estufas, lavadoras, refrigeradores, etc.), y de electrodomésticos, que sirvieron para satisfacer las demandas de la creciente clase media urbana, la cual buscaba imitar el American way of life. Algunas compañías que con sus productos representaban este período en el sector de los muebles y la línea blanca fueron: P.M. Steele, Von Haucke, Van Beuren, López Morton, Galerías Chippendale, o IEM Industria Eléctrica de México. En la manufactura de autobuses de pasajeros dos compañías destacaron. Diesel Nacional (DINA) y Somex. Un caso interesante es la compañía Mabe que desde la década de los 50 fabricó refrigeradores y estufas, y que se ha convertido, en la actualidad, en una de las compañías de productos de línea blanca más importantes en el ámbito mundial, con plantas de producción en varios países. El período comprendido entre los años 50 a 70 se ha denominado como el “milagro económico”, caracterizado por un alto crecimiento y estabilidad; sin embargo, este desarrollo hacia adentro tuvo una serie de consecuencias, ya que, la política proteccionista generó complacencia entre las compañías y pocos incentivos para que las empresas mejoraran sus productos o la calidad de los mismos. Esta situación fue reflejo de un mercado cautivo, poca competencia y una alta demanda por sus productos; por otro lado, los consumidores realmente tenían pocas opciones nacionales de marcas y modelos. El diseño y los juegos olímpicos y la crisis del sexenio. – La primera experiencia de aplicación del diseño a gran escala en el país se dio con los XIX Juegos Olímpicos realizados en 1968, que eran, además, los primeros en celebrarse en un país en desarrollo y de habla hispana. Este evento fue pionero en la planeación de manera coordinada de la señalización, como fue el diseño de los iconos que se usaron tanto en la olimpiada deportiva, como en la cultural; así como del diseño del mobiliario urbano, los suvenires y hasta los uniformes del personal. Castañeda (2012) describe que la influencia de los juegos olímpicos en la vida de la Ciudad de México, llegó más allá, ya que, incluso impactó las estrategias urbanas, como el diseño de avenidas importantes para conectar las principales sedes olímpicas; como fue la avenida Río Churubusco, o el diseño de la Ruta de la Amistad con 22 esculturas monumentales a lo largo del anillo periférico en su tramo sur de San Jerónimo a Cuemanco. El sexenio de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) trajo un fuerte impulso al diseño, como fue la creación, dentro del Instituto Mexicano de Comercio Exterior, del Centro de Diseño (IMCE) para apoyar a las compañías mexicanas que buscaban exportar; sin embargo, el cierre de este sexenio acabó en crisis económica y con la primera devaluación en 22 años, rompiendo la estabilidad de que el país había gozado y marcando el inicio del período de 1976 a 1994 caracterizado por turbulencias económicas, por lo que las empresas consideraron prioritario su supervivencia, enfatizando las ventas y relegando la mejora de sus productos y servicios con la aplicación del diseño en ellos. El final del sexenio de José López Portillo (1976-1982) estuvo marcado por otra severa crisis económica que terminó con una abrupta devaluación. En esta década surgieron algunos de los despachos de diseño pioneros, como Design Center de México, DIDISA, o 8008 Diseño. El sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), continuó con problemas y forma parte del período que se ha denominado la “década perdida”, es decir, un período de crisis, con bajo crecimiento y alta inflación. Este sexenio se distinguió por un viraje en la política hacia la apertura comercial y al cambio de modelo económico a uno neoliberal, orientado hacia el exterior por medio de las exportaciones. En 1985, un terremoto de 8.1 en la escala de Richter provocó la muerte de varios miles de personas y dañó severamente la infraestructura de la Ciudad de México. En 1986 México ingresó al GATT, que actualmente es la Organización Mundial del Comercio (OMC). Las compañías nacionales tuvieron que aprender a competir, sino también en el ámbito internacional ya que su propio mercado, con la llegada de productos de varios países se globalizó. La apertura trajo beneficios, por ejemplo, los consumidores tuvieron más opciones al poder escoger entre marcas y modelos de productos antes de comprar; mientras que las empresas pudieron buscar los mejores proveedores, sin importar en qué país se encontraban. En 1994, se aceleró la apertura comercial cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Canadá, Estados Unidos y México. Parte de la economía se modernizó y dinamizó con una visión global; sin embargo, un estudio publicado por la compañía de consultoría internacional McKinsey & Company en el 2014, demuestra que a pesar de que ya se cumplieron más de 20 años de vigencia del TLCAN, sigue existiendo un problema que según esta compañía radica en que la gran mayoría de las empresas mexicanas tienen poca productividad, no cuentan con sistemas de calidad, son poco competitivas y muchas laboran en el sector informal; y cómo sobrevivir es su prioridad, no invierten en diseño. Al final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), e inicio del de Ernesto Zedillo (1994-2000), el país volvió a entrar en otra dura crisis económica, 1994-1995, que al igual que en 1976 y 1982, terminó en una severa devaluación de la moneda mexicana. No obstante, hubo una variante con respecto a las crisis anteriores, y fue que, gracias a la entrada del TLC, muchas compañías, beneficiadas con una tasa de cambio devaluada, pudieron exportar sus productos, por lo que el período de recuperación fue más corto. En las poco más de dos décadas de vigencia del TLC en el país ha habido muchos cambios, quizás el principal ha sido la creciente integración de México al comercio internacional. El INEGI estima que, si se consideran exportaciones e importaciones, el comercio internacional representa más de las dos terceras partes del producto interno bruto (PIB) del país, este comercio se concentra principalmente con Estados Unidos, país destino de cerca de 80% de las exportaciones nacionales.