Sasha - Eva Winners
Sasha - Eva Winners
Sasha - Eva Winners
EVA WINNERS
ÍNDICE
Colección Bellas & Mafiosos
Lista de reproducción
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidos
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta Y Uno
Capítulo Treinta Y Dos
Capítulo Treinta Y Tres
Capítulo Treinta Y Cuatro
Capítulo Treinta Y Cinco
Capítulo Treinta Y Seis
Capítulo Treinta Y Siete
Capítulo Treinta Y Ocho
Capítulo Treinta Y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Cuarenta Y Uno
Capítulo Cuarenta Y Dos
Capítulo Cuarenta Y Tres
Capítulo Cuarenta Y Cuatro
Capítulo Cuarenta Y Cinco
Capítulo Cuarenta Y Seis
Capítulo Cuarenta Y Siete
Capítulo Cuarenta Y Ocho
Capítulo Cuarenta Y Nueve
Capítulo Cincuenta
Capítulo Cincuenta Y Uno
Capítulo Cincuenta Y Dos
Capítulo Cincuenta Y Tres
Capítulo Cincuenta Y Cuatro
Capítulo Cincuenta Y Cinco
Capítulo Cincuenta Y Seis
Capítulo Cincuenta Y Siete
Capítulo Cincuenta Y Ocho
Capítulo Cincuenta Y Nueve
Capítulo Sesenta
Capítulo Sesenta Y Uno
Capítulo Sesenta Y Dos
Capítulo Sesenta Y Tres
Capítulo Sesenta Y Cuatro
Capítulo Sesenta Y Cinco
Capítulo Sesenta Y Seis
Epílogo
¡Gracias!
COLECCIÓN BELLAS & MAFIOSOS
¡Qué lo disfrutes!
Derechos reservados © 2022 por Winners Publishing LLC y Eva Winners
Diseño de imagen de portada: Eve Graphic Design LLC
Modelo: Chase: Fotógrafa: Michelle Lancaster
Traducción, edición y corrección al español: Sirena Audiobooks Productions,
LLC
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PRÓLOGO
Maldición, le fallé.
La ira se apoderó de mí al ver a Branka desaparecer de
mi vista. Y de mi vida.
CAPÍTULO TRES
SASHA
«Moye«Moye
Serdtse».
Serdtse, sí claro». Pensé Sarcásticamente.
Fui una idiota al pensar que me diría su verdadero nombre.
Tres años sin aparecer. Compartimos un beso. Me salvó
más de una vez. Me enseñó defensa personal, cómo
disparar un arma y cómo usar un cuchillo en una pelea. Y
luego se fue y nunca volvió.
Como Alessio y Mia hacía tantos años. El miedo se coló
por los rincones de mi mente y volví a sentirme como
aquella niña asustada. Débil y vulnerable. La oscuridad
amenazaba con tragarme entera, igual que cada paliza a la
que sobreviví durante aquellos dos años sin mi hermano.
Recuperando el aliento, mis dedos temblaban mientras
los frotaba sobre mi ropa. Odiaba estar sola y, aún más,
que me abandonaran. Esos dos años sin mis hermanos
fueron un infierno. El día del funeral de Mia, Alessio me
acogió y cuidó de mí. Los padres de Autumn me abrieron
las puertas de su casa y me dieron esa familia que ni
Alessio ni yo habíamos tenido nunca.
Y, aun así, la niña asustada se negaba a irse. Uno
pensaría que diez años de sanación serían suficientes. Pero
no lo fueron.
En resumen, odiaba que me abandonaran y Sasha me
había dejado. Nunca oí ni vi al hombre de nuevo. Nada.
Cero.
Perdí la esperanza de volver a verlo. Ni en un millón de
años pensé que encontraría a ese mismo hombre en el
restaurante de Montreal, sentado en la misma mesa con mi
hermano y mi padre.
Sasha Nikolaev.
Maldición.
Había escuchado hablar de su reputación. Psicópata.
Desquiciado. Un asesino.
Por un breve momento, había estado embelesada con un
asesino. ¡Dios mío! Gracias a Dios por haber obrado a mi
favor y que él no hubiera regresado antes. Y gracias a Dios
nunca me pidió una cita. Cada vez que nos veíamos en el
gimnasio, esperaba que lo hiciera, porque le habría dicho
que sí.
Alessio se habría vuelto loco. Mi hermano mayor era tan
protector. Desde que me arrebató de las garras de mi
padre el día del funeral de Mia, había sido demasiado
protector. Me creía frágil, pero había sobrevivido esos dos
años sola. Tenía que hacerlo, morir no era una opción.
Sin embargo, Sasha Nikolaev. Moye Serdtse. Durante
esos cortos meses, nunca me trató como a una frágil
muñequita.
Tenía muchas preguntas. Para ser un psicópata, parecía
muy agradable. Al menos durante esos tres meses que me
entrenó. Me hizo más fuerte, y por eso siempre le estaría
agradecida.
Maldito impostor.
Saqué mi teléfono y busqué en Google Moye Serdtse.
Antes, me resistí a buscarlo. ¿Por qué? Bueno, nunca le di
mi identidad, así que parecía justo. Pero ya no servía de
nada serlo. Apostaría mi vida a que el mentiroso conocía mi
identidad desde el principio.
Mi paso vaciló.
—Mi corazón —murmuré. Ese tipo me había hecho
llamarle “mi corazón” todo este tiempo. Había otro adjetivo
que añadir al nombre de Sasha Nikolaev: bromista.
Puse los ojos en blanco y caminé por la mansión de mi
hermano. Oscura y silenciosa. Solitaria. Demonios, odiaba
estar sola.
Esos dos años, de los ocho a los diez, fueron los más
largos y solitarios de mi vida. Así que, cuando la gente
decía que estar solo era bueno para el alma, los mandaba a
la mierda.
¿Por qué demonios Alessio me envió a casa con Ricardo?
Habría tenido más sentido si le hubiera pedido a Ricardo
que llevara a Autumn a casa y él hubiera venido conmigo.
Pero Alessio siempre tenía segundas intenciones. No es que
lo culpara. Necesitaba confabular para ir un paso por
delante de mi padre.
Me dirigí a mi habitación. En cuanto entré en mi
santuario, mi dormitorio, me quité los zapatos. Mi mejor
amiga prefería la comodidad, yo adoraba mis tacones. Era
más fácil apuñalar a alguien con un tacón que con zapatos
planos.
Agarré una liga para el cabello del tocador y me hice un
moño desordenado. Estaba tan absorta en mis
pensamientos que no me había fijado en él hasta que me
topé de bruces con su cuerpo ancho, alto y los ojos azules
más pálidos y raros que había visto antes.
Sasha Nikolaev.
Dejé de respirar. Me zumbaban los oídos.
—¿Qué haces aquí? —Grazné.
No era un hombre con el que quisiera que alguien me
encontrara. Alessio lo asesinaría si supiera que se atrevió a
entrar en mi dormitorio. Y ahora que sabía el verdadero
nombre de Sasha, no podía culparlo.
La reputación de Sasha lo precedía.
Recuerdo haber oído que les rompió las rótulas a tres
hombres y les destrozó el cráneo cuando servía en el
ejército. Y otra historia de un hombre al que despellejó
vivo. Jodidamente vivo. ¿El motivo? Desconocido.
Mi padre una vez lo llamó engendro de Satanás. Mi
propio padre era un desgraciado sádico, así que, si la
crueldad de Sasha superaba a la suya, tal vez debería
mantenerme alejada. Sin embargo, esa mirada ligeramente
desquiciada en esos azules pálidos no me hizo entrar en
pánico.
Quizá ya había agotado todo mi miedo. O tal vez estaba
más rota de lo que pensaba.
Los dos nos miramos. Sasha era alto, sus anchos
hombros se ajustaban perfectamente a la chaqueta de
cuero a pesar de su corpulencia. Llevaba las manos metidas
en los bolsillos de sus jeans.
«Se cambió de ropa», pensé sin motivo alguno. En el
restaurante, llevaba un traje.
Su postura era casual, pero era un engaño. No había
nada casual en él. El atisbo de tinta en su cuello y dedos lo
advirtió. La mayoría de los amigos de Alessio tenían
tatuajes, sin embargo, había algo diferente en los de Sasha.
En él, los tatuajes eran una advertencia, no arte.
—Branka Michelle Russo —dijo con un tono dulce, pero
sus ojos prometían algo totalmente distinto. Algo que
estaba a punto de consumirme.
—¿Así que sabías mi nombre desde el principio? —acusé.
No había necesidad de respuestas. La confirmación
estaba en su rostro, y ni siquiera se molestó en ocultarlo.
—Tu botella de agua —recordé, aunque sin saber por
qué. Ni siquiera importaba—. También tenía las iniciales
equivocadas. C.H. ¿Tenías miedo de que te reconociera si
tenías las iniciales correctas?
El tirón de sus labios me dijo que lo divertía.
—En el alfabeto cirílico ruso, C es S y H es N.
Molesta, entrecerré los ojos y lo fulminé con la mirada.
—¿Qué estás haciendo en mi habitación?
La comisura de sus labios se levantó. Como si mi
pregunta lo entretuviera. O quizá estaba jugando conmigo,
como un gato con un ratón.
—Y yo que pensaba que te alegrarías de verme —
expresó con una sonrisa afilada como dientes de tiburón. Y,
aun así, las mariposas revoloteaban en mi estómago.
—Pensaste mal. —Te fuiste y nunca volviste. Por alguna
estúpida razón, eso me molestaba más que nada—. ¿Qué
estás haciendo en mi habitación? —repetí entre dientes.
—¿Qué hace la gente en las recámaras? —exclamó.
¿Estaba insinuando...? La sonrisa en su cara me dijo que
estaba insinuando exactamente eso. Sus siguientes
palabras lo confirmaron—. Aunque, podemos hacerlo
prácticamente en cualquier sitio. En un auto. En un avión.
En un balcón mientras gente despistada hace sus cosas
debajo de nosotros. —Mis muslos se apretaron. Dios mío,
¿qué demonios estaba mal conmigo? ¿O con él?
Definitivamente él—. En un callejón. Encima de un
monumento.
Le dirigí un parpadeo lento y plano, negándome a
involucrarme. No. Te. Involucres. Este hombre podría
matarme de un solo apretón. O prenderme fuego y eso
sería autodestructivo.
Sin embargo, mi lengua no me escuchó.
—Dormir —respondí dulcemente—. O en tu caso, roncar
como un viejo. —Dio un pequeño paso adelante, di uno
atrás. Repetimos—. Lo que sea que estés pensando en
hacer… —Respiré—… no lo hagas.
Mi espalda chocó contra la pared. El corazón me
martilleaba las costillas. Mi respiración se entrecortó.
Sasha me miró fijamente. Esos ojos atravesaron todas mis
defensas, probablemente desenterrando todos mis secretos
y todos mis miedos. Y como una tonta, le sostuve la mirada,
dejando que me atrapara con la gravedad de sus ojos.
Solo sería cuestión de tiempo que descubriera todos mis
sucios secretos, dejándome expuesta ante él. Para
explotarme. Pero también yo descubriría los suyos. Me
negué a doblegarme, ante nadie.
Sobreviví a mi padre, sobreviviría a cualquiera.
—Cuando acabe contigo, serás tú quien ronque. —
Ronroneó.
La insinuación en su voz no se me escapó. No dormiría
hasta que me hubiera agotado. Con su cuerpo. Me
gustaban las imágenes que jugaban en mi mente. Al menos
eso creía. Dios, necesitaba alejarme de este hombre. Estar
en otra ciudad, eso serviría.
—Piérdete antes de que grite y haga que te degüellen —
declaré rotundamente, aunque el corazón se me aceleraba
y la piel me zumbaba.
Algo brilló en sus ojos, caliente y pesado, y entonces
sonrió. Maldición, sonrió, como si fuera un tiburón que
acaba de atrapar a su próxima presa.
—Adelante. —Instó, balanceándose
despreocupadamente sobre sus talones—. Me encantan las
gritonas.
Me ardía la cara. Bajé la mirada y oí su risita. Era un
poco raro. Algo sexy. Demonios. Este hombre era un
maldito lunático. Sin embargo, el corazón me latía en el
pecho. No podía fingir que no olía su colonia. El aroma
limpio y cítrico. No podía fingir que no sentía el calor de su
cuerpo, tan cerca de mí, pero no lo suficiente.
—Entonces prefiero comer tierra a gritar —contesté
secamente.
—¿Has seguido practicando? —preguntó. El cambio de
tema me hizo mirarlo con desconfianza.
—Sí —respondí finalmente.
—Buena chica —elogió—. Apuesto a que eres muy
buena.
«¿Estaba hablando de mis habilidades de lucha o de…?».
Mi mente debía estar en una alcantarilla llena de lujuria.
Seguí mirándolo a los ojos, que de algún modo tenían el
poder de hechizarme. Esos glaciales se agudizaron y una
sonrisa apareció en sus labios. Mi mente se quedó en
blanco. ¿Qué diablos me estaba pasando? Este maldito tipo
tenía que salir de mi habitación antes de que hiciera algo
gravemente malo.
«Como quitarle la ropa de su enorme cuerpo», pensé
para mis adentros. Me preguntaba si la tinta marcaba cada
centímetro de su cuerpo. La idea de verlo desnudo hacía
revolotear mariposas en mi vientre. No porque me sintiera
atraída por él.
En absoluto. No era mi tipo. Demasiado viejo.
Demasiado voluminoso. Demasiados tatuajes. Y tenía esos
ojos raros que me miraban mientras una sonrisa
devastadora torcía su boca.
Su mano se posó junto a mi cabeza, con la palma
apoyada en la pared. Levanté la barbilla y lo miré con los
ojos muy abiertos. Invadió mi espacio personal y un calor
indeseado se encendió en mi interior.
—Aléjate de mí. —Mi tono salió entrecortado, insinuando
todo lo contrario. Como si le rogara que me cogiera.
Algo ardiente brilló en sus ojos. Como si le complaciera
mi reacción. Inhaló profundamente, su ancho torso rozó
mis pechos y mis pezones se endurecieron.
La habitación se encogió; el oxígeno se evaporó. Mi
cuerpo lo deseaba.
Oh. Dios. Dios. Mi cuerpo traidor de virgen quería a
Sasha Nikolaev. No, no, no.
Una pequeña victoria parpadeó en sus ojos.
—No te preocupes, Kotyonok. —Su tono era oscuro.
Caliente—. Aún no estás lista para mí. Al menos no para
recibir todo de mí.
Ese tipo estaba loco. Un completo lunático. Una voz en
mi interior me susurraba que no luchara mientras una
guerra se libraba entre mi cuerpo y mi mente. Delante de
mí había un hombre que tenía todas las red flags:
desquiciado, con mala reputación, asesino. No obstante, mi
cuerpo se negaba a escuchar la advertencia.
Era tan raro. Tenía la necesidad de sentir las manos de
un hombre sobre mí. Creía que eso había muerto hacía
mucho tiempo, y, sin embargo, cerca de él, mi cuerpo
temblaba con un dulce anhelo de sentirlo. En cada
centímetro de mi piel y dentro de mí.
Alessio curó mis cicatrices visibles. Contrató a los
mejores cirujanos plásticos para borrarlas, pero eran
aquellas invisibles las que se negaban a desaparecer. Años
de terapia y meditación no pudieron curar esos fantasmas.
Sin embargo, no me importaban cuando estaba con ese
hombre. Quizá porque intuía que él también los tenía. O
quizá porque era una idiota.
—¿Y si lo estuviera? —Respiré.
Debí de sorprenderlo, porque su sonrisa se congeló y
sus hombros se pusieron rígidos. Algo parecido a la
satisfacción y la decepción se me acumuló en el estómago.
Me gustó haberle sacado ventaja y me molestó haberlo
disgustado.
Relajó el cuerpo, alisó la camisa con su gran mano y
seguí el movimiento, imaginando cómo se sentirían en mi
cuerpo. Ignorando mi razón, actué por instinto. Puse la
palma de mi mano derecha sobre su pecho, el calor
filtrándose a través de la tela costosa.
—¿Quizás tú no estás preparado para mí? —desafié, mi
voz apenas por encima de un susurro. Mi cuerpo estaba
hambriento por su toque. Pero solo el suyo, y eso en sí
mismo era problemático.
La mano de Sasha cubrió la mía, su corazón fuerte y
firme tamborileaba bajo mis dedos. Su pulgar rozó
lentamente mi muñeca, justo encima de la vena donde el
pulso se aceleraba como si acabara de correr una maratón.
No tenía ni idea de cuándo todo mi cuerpo se apretó
contra el suyo. Mi falda rozó sus pantalones jeans y mis
muslos se separaron.
Algo oscuro y caliente se cocía a fuego lento en su pálida
mirada que ya no parecía tan pálida.
Me apartó la mano de su pecho y luego las deslizó,
asegurando ambas manos detrás de mí. Incliné la barbilla y
observé cada uno de sus movimientos con la mirada
entrecerrada.
Me observaba como si fuera algo precioso, su mano
acariciaba perezosamente mi piel expuesta subiendo y
bajando por mi cuello. Un escalofrío me recorrió la espalda.
Sorprendentemente, me encantaba su toque.
Me temblaban las rodillas. Mi pulso latía desbocado. Mi
piel zumbaba de expectación.
—¿Quieres que te folle? —Se inclinó hacia abajo, su cara
a un centímetro de la mía. No encontraba la voz ni el
sentido. Mi centro palpitaba y seguí frotándome contra él.
—No —mentí, con la voz entrecortada.
—Mentirosa. —Su mano bajó por mis pechos, por mi
estómago y me subió el vestido. Antes de que pudiera decir
algo, estampó sus labios contra los míos. No había nada
suave ni dulce.
Todos mis sentidos se volvieron locos. Me poseyó.
Consumió. Arrasó.
Sus labios se movieron contra los míos, demandantes.
Empujó su enorme cuerpo contra el mío y me apreté contra
él. Había perdido el control. Perseguía el placer. Su otra
mano me soltó las muñecas y me agarró un puñado de
cabello; sus dedos enredaron mis mechones e inclinaron mi
cabeza. Así tenía un mejor ángulo para dominarme.
Ahora que tenía las dos manos libres, las coloqué
alrededor de su nuca y tiré de él con más fuerza y más
cerca de mí. El calor chisporroteaba, mis gruñidos
impregnaban el espacio. Su lengua se enredó y se deslizó
sobre la mía.
Tiré con más fuerza de su cabello, ansiosa por seguir
disfrutando de aquel placer que crecía más y más en la
boca de mi estómago. Su boca se separó de la mía, enterró
la cara en mi cuello y sus dientes se hundieron en mi piel.
Un grito ahogado salió de mis labios. Me mordió, y con
fuerza. El dolor y el placer se mezclaron. Su boca succionó
el lugar donde acababa de hincar sus dientes, aferrándose
a la piel sensible.
En un rápido movimiento, me giró bruscamente y me
puso de cara a la pared. Su pecho estaba presionado contra
mi espalda, algo duro se pegaba contra la parte baja de
ella. Estaba excitado. Y enorme, me di cuenta.
Sus labios volvieron a la curva de mi cuello y sus dedos
trazaron una línea por mi columna vertebral. Empujé
contra su erección que me tocaba, deseando más de él.
Ahora mismo, lo quería todo. Por primera vez en mi vida,
quería llegar hasta el final con un hombre. Un simple
desconocido.
¡Santo Cielo! Esto no podía ser normal. Sin embargo, no
podía encontrar la fuerza para detenerme. Necesitaba esto.
Me apartó el cabello por encima del hombro y su boca
ardiente y hambrienta me recorrió mientras su cuerpo se
presionaba contra cada centímetro del mío. Su lengua
recorrió mis omóplatos. Sentí calor extenderse por cada
centímetro de mi cuerpo, mi centro palpitaba y en cuanto
me agarró por las caderas para apretarse contra mí, mi
cabeza se inclinó hacia atrás y un gemido salió de mis
labios.
Y todo el tiempo, mis dos palmas estaban apretadas
contra la pared. Una mano me sujetaba las caderas
mientras la otra se abría paso hacia el interior de mis
muslos. Me sobresalté en cuanto tocó mi sexo.
—No voy a cogerte —pronunció tan bajo que pensé que
me estaba imaginando su voz—. Hoy no. Pero gritarás mi
nombre cuando terminemos aquí.
Solté un suspiro agudo. Mi respiración era errática. Mi
pulso aún más.
Sus gruesos dedos rozaron mis bragas húmedas y luego
se deslizaron dentro de ellas. Mis dedos se enroscaron en
la pared, mi cuerpo se estremeció y un gemido jadeante
hizo vibrar el aire.
Su toque era áspero, confiado. Y tan codicioso.
Mi pulso rugió en mis oídos cuando empezó a mover sus
dedos, dentro y fuera. Dentro y fuera. Sus labios rozaron el
lóbulo de mi oreja. Su respiración acelerada me nubló el
cerebro.
—¡Por favor! —supliqué en un gemido.
Movió el brazo, dándome placer. Se me enroscaron los
dedos de los pies y me mordió el lóbulo de la oreja.
—¡Me esperarás! —exigió, con tono duro—. Te dejaré
venir, pero antes me prometerás que esperarás.
Le habría prometido mi primogénito en ese momento.
Estaba al borde de mi primer orgasmo y, como una niña
mimada y codiciosa, lo deseaba.
Me follé su mano, moviéndome contra él como si mi vida
dependiera de ello. Sus gruesos dedos entraban y salían.
Duros y rápidos.
—Prométemelo —ordenó, apretando su agarre en mi
cuello. Sus dedos se retiraron y untaron mi clítoris
hinchado y sensible con mi humedad, frotando círculos
perezosos. No era suficiente. Lo quería rudo y duro.
—Sí, sí —murmuré, con todos mis pensamientos
revueltos. Le habría prometido cualquier cosa con tal de
conseguir lo que necesitaba en ese momento—. Te lo
prometo. Hazlo más duro.
Se rio y su boca volvió a besarme el cuello, mientras sus
dedos presionaban en mi interior. Me retorcí contra él, mi
sexo apretándose alrededor de sus dedos. Aumentó el
ritmo, la intensidad, y el placer estalló en mi centro.
Y odié que tuviera razón. Grité. Me desmoroné.
Luego, con un movimiento rápido, nos llevó a mi cama.
—Sobre la cama. Ponte en cuatro. Déjame ver ese coño
rosado.
Mi mente se quedó en blanco, pero mi cuerpo ya se
movía. Me subí a la cama, me coloqué tal como lo ordenó,
luego, me levantó el vestido. La piel se me puso de gallina.
Me ató las muñecas a la espalda con una mano, mientras la
otra se deslizaba entre mis piernas y me frotaba el clítoris
hinchado. El ruido de mis bragas al romperse llenó el
ambiente y miré por encima del hombro para ver su cara
cada vez más cerca de mi trasero.
A este hombre le gustaba el poder y definitivamente lo
tenía sobre mí y mi cuerpo. Al menos por ese momento.
Era una confesión a regañadientes que nunca admitiría
en voz alta.
—¿Puedes darme otro? —Ronroneó, y su aliento caliente
contra mi trasero me provocó escalofríos.
—¿O-otro? —Respiré, aturdida por la sacudida de placer
que me arrancó.
—Otro orgasmo —aclaró. Introdujo un dedo en mi
interior mientras mantenía otro en mi clítoris. Un gemido
medio jadeante llenó la habitación y mis párpados se
cerraron. El gesto debió de complacerlo, porque soltó un
sonidito de aprobación—. Sí, puedes darme otro.
Mis manos se cerraron en puños y las uñas se clavaron
en mis palmas. Su aroma cítrico se mezclaba con mi
excitación. Jadeaba tan fuerte que pensé que me
desmayaría. Mi trasero empujaba contra su mano, mi
interior se apretaba alrededor de su dedo.
—Siento cómo tu coño aprieta mi dedo. —Enroscó el
dedo y golpeó mi punto sensible, arrancándome otro
gemido de la garganta—. ¿Te estás imaginando que es mi
polla? —Como no respondí, sacó el dedo y volvió a meterlo.
Con fuerza—. Respóndeme.
—Sí —gemí, el sonido de la resbaladiza humedad llenó la
habitación. Dentro y fuera.
—Buena chica —me elogió y mi pecho se llenó de
calidez. De calidez, maldición—. Estás muy apretada. Ese
coño es mío y solo para mi verga. Dios lo hizo para mí. —
Me soltó las manos, pero siguieron detrás de mi espalda.
Su mano aterrizó en mi trasero. Una nalgada—.
¿Entendido?
El golpe de su mano contra mi trasero reverberó en el
aire, igualando la explosión en mi suave piel. Me ardía la
nalga.
Me olvidé de contestar y recibí otra palmada en el
trasero.
—Respóndeme, Kotyonok.
Cerrando los ojos, me deleité con la sensación que
estallaba en mi piel y la evidencia de la excitación que
resbalaba por el interior de mis muslos. Una extraña
opresión en el estómago y los pezones me tenían al borde.
Mi sexo estaba caliente, hormigueando y el trasero me
ardía. Otra nalgada.
Mi cuerpo se sacudió hacia delante. Tuve la tentación de
apretarme contra las sábanas para obtener alivio, sin
embargo, su gran mano me agarró por las caderas.
—No puedo oírte —gimió, volvió a bajar la cara y sus
labios rozaron mi trasero—. ¿A quién le pertenece este
coño?
—A ti. —La reacción de mi cuerpo ante él debería
asustarme. No lo hizo. Me puso codiciosa. La humedad
mojaba mis muslos y el roce del aire contra mi vulva
desnuda me hizo estremecerme con una necesidad que solo
él podía satisfacer—. Por favor, Moye Serdtse
—supliqué.
Se quedó quieto. Y giré la cabeza para volver a mirarlo.
Maldición, verlo era glorioso. La oscura lujuria de su rostro
era por mí y me hizo sentir victoriosa. Aunque no había
hecho nada para ganarme su deseo.
—¡Dilo otra vez! —exigió, con la voz ronca.
Parpadeé confundida.
—¿Por favor? —musité vacilante. Suponía que le gustaba
que le rogaran.
—Me llamaste Moye Serdtse —comentó.
—Una costumbre —admití, insinuando el hecho de que
me había excitado pensando en él. Eso me valió una
hermosa sonrisa del mafioso desquiciado.
Su boca se apretó contra la nalga que me había
golpeado, la sensación contrastaba tanto con la bofetada
anterior.
—Por eso, tendrás tu recompensa. —Su dedo se deslizó
por mis pliegues, untando mi humedad y luego, sin previo
aviso, volvió a deslizar dos dedos dentro de mí. Mi espalda
se arqueó, mi piel se calentó y las huellas de su mano en mi
trasero ardieron.
Me arrancó otro gemido de la garganta.
Empujó mi trasero más arriba en el aire y sus labios
rozaron cada vez más abajo, hasta que su boca sustituyó
sus dedos. Cerré los ojos y un fuerte gemido vibró en el
aire. Su dedo se acercó a mi clítoris hinchado,
acariciándolo y frotándolo mientras su boca trabajaba en
mi coño.
Y sus gruñidos eran los sonidos más sensuales que
jamás había oído en esta tierra. Disfruté de la sensación,
moviéndome contra su boca. Adelante y atrás. Adelante y
atrás. Y mientras tanto su lengua se deslizaba dentro y
fuera de mí, cogiéndome con ella, la explosión se encendió
en mi interior y recorrió todo mi cuerpo.
Dejé caer la cabeza, con los gritos amortiguados por las
almohadas. Exclamé su nombre. Mi cuerpo se estremeció
con el violento placer que me arrancaba con su boca. Un
temblor se apoderó de mí, enviando oleada tras oleada de
placer a través de mi cuerpo, y todo el tiempo la boca de
Sasha nunca abandonó mi centro.
Cuando se calmaron mis escalofríos, Sasha me dio la
vuelta y mi espalda chocó contra el colchón. Mis piernas se
separaron, deseando que me follara. Aquí y ahora. Estaba
preparada. Quería más.
Se limpió la boca con el dorso de la mano, sus ojos
ardían con intensas llamas azules. Me pasó la punta del
dedo por el labio inferior, manchándolo con mi humedad.
—Algún día, Kotyonok, nada te salvará de mí. —Su voz
era áspera. No tenía ni idea de lo que quería decir. Su
mano se acercó a mi garganta, su agarre firme y un
escalofrío me recorrió cuando sus labios presionaron
contra mi oreja—. Ahora eres toda mía. Desde ahora hasta
el fin de los tiempos.
—Bueno, eso es intenso —pronuncié, mientras una
lánguida sensación tiraba de mis músculos—. Va en ambos
sentidos, ¿sabes? —murmuré, con los párpados pesados.
Apretó su cara contra mi cuello e inhaló profundamente.
Un gruñido grave de satisfacción sonó en el fondo de su
garganta, y el ruido profundo y áspero vibró en cada célula
de mi cuerpo.
—Así es —confirmó—. Y no te preocupes, Kotyonok.
Esperaré.
Mi pecho se iluminó como los fuegos artificiales del
cuatro de julio y ladeé la cabeza para darle más acceso a mi
cuello. Esas sensaciones eran... adictivas.
—Recuerda tu promesa, Kotyonok. No dejes que nadie
más te toque. —Otra mordidita en mi cuello, calmada con
un beso—. O estarán muertos.
Alcanzó toda su estatura: alto, grande y robusto. Podía
romperme con un solo movimiento. Sin embargo, nunca me
había sentido tan segura como en ese momento.
Pero esa niña que temía quedarse atrás salió a la
superficie y me arañó el pecho.
—Te fuiste antes y no volviste —solté, con voz
temblorosa—. ¿Vas a volver esta vez?
Unos ojos azules se encontraron con los míos y temí que
pudiera ver demasiado. Me ahogué en el profundo mar de
sus azules y no me molesté en salir a tomar aire. Se
contrajeron mis pulmones. Me dolía el corazón. Sin
embargo, no me escondí. Por alguna razón, dejé que lo
viera todo.
—Volveré —juró en voz baja—. Pase lo que pase.
Con una inclinación de cabeza, se dirigió a la puerta.
Dejé escapar un pequeño gruñido.
—Recuerda tu promesa también, Sasha Nikolaev —dije.
Puede que no fuera tan dura como él, pero tampoco sería
una blandita.
Se detuvo con una mano en el pomo de la puerta y se
giró hacia mí.
Su mirada brilló, oscura y áspera. Me sacudió hasta lo
más profundo y me encendió.
—Siempre cumplo mis promesas, Kotyonok.
Y se fue, pero sus palabras se quedaron conmigo.
Capté un vistazo en el espejo: cabello despeinado; labios
rojos e hinchados; mejillas sonrojadas.
No me reconocí. No era yo. Hacerle una promesa a
Sasha Nikolaev era jugar con fuego.
Sin embargo, sabía sin la menor duda que lo esperaría.
CAPÍTULO TRECE
SASHA
¡Maldita sea!
¡Demonios!, odiaba haber hecho la promesa de
mantenerme alejado de la familia Russo. Me dejó atrapado
entre la espada y la pared.
Me pasé el pulgar por la mandíbula mientras esperaba a
que el médico terminara de examinar a Wynter. Estaba en
mal estado, con moretones y cortes por todas partes.
Eso, unido a mi promesa de mantenerme alejado de
Branka, me hacía hervir la sangre. Un segundo me quedé
quieto, mirando por la ventana, la ciudad zumbando de luz
y al siguiente había perdido el control. Destruí todos los
muebles del despacho de Cassio.
Desde el primer beso supe que no había vuelta atrás.
Era demasiado joven. Ya crecería.
Me robó el aliento con ese vestido. Tenía demasiadas
ganas de ir a buscarla y ver qué estaba haciendo. Sabía
que, si la encontraba en una cita, con el mal humor que me
estaba cargando, la manzana entera ardería.
Me picaban las manos de ganas de ir tras ella.
—Hay mierda rota por todas partes —comentó Alexei
con esa voz fría y monótona.
—¿Qué demonios, Sasha? —Cassio siseó—. Esta es mi
oficina.
—Ya no —replicó secamente Alexei.
—Primero traes a la sobrina de Brennan golpeada a mi
casa y ahora destruyes mi oficina.
Me encogí de hombros.
—Te haré un cheque.
Me miró incrédulo. No es que necesitara dinero.
—¿Se trata de la chica? —exigió saber.
Sí, se trataba de una chica. Pero no de la que él
pensaba.
Branka Russo. La hermana menor de Alessio.
Cassio le debía bastantes favores a Alessio. Formaban
parte del mismo grupo, juntos fueron los primeros en ir en
contra de Benito King y se apoyaban mutuamente. Si
Cassio se enteraba de que deseaba a Branka, se lo diría a
Alessio, y ese maldito intentaría venir por mí.
Nunca me mataría, sin embargo, podría perder todas
mis oportunidades con Branka si asesinara a su hermano.
¡Blyad!
La traición y el dolor en los ojos de Branka revolotearon
por mi mente, atormentándome. La sensación de opresión
en el pecho creció y la oscuridad me invadió.
El control se me escapaba de las manos. Igual que aquel
día en que vi a mi madre saltar hacia su propia muerte y no
pude hacer ni decir nada para detenerla. Había intentado
remediarlo desde entonces. Mia y Wynter eran parte de
eso. Le fallé a Mia; no quería fallarle a Wynter.
Pero, maldición, esa mirada que me echó Branka se
sintió como si me apuñalaran. Debería haber ido tras ella.
¡Blyad, blyad, blyad! Si Branka tan solo me hubiera
escuchado. Estaba perdiendo el control de la situación. De
ella.
Todo lo que tenía que hacer era venir a mí cuando se lo
ordené. Sencillo. Pero nada con Branka Russo era simple.
Demonios, todo se me estaba escapando de las manos.
Nada iba según mi plan.
La había acechado durante años, la había vigilado.
Eliminé a cualquier chico que se atreviera a tocarla. Se
había metido bajo mi piel desde ese primer beso.
Jesucristo, me gustaba el sexo duro y ella con un beso
inocente sacudió todo mi mundo.
Había soñado con ella durante tanto tiempo. ¡Esa
maldita promesa a Vasili! Debí asesinar a mi hermano por
hacerme jurar que me mantendría alejado. Me temblaban
las manos mientras contemplaba cómo encontrar la manera
de eludir la promesa que le había hecho.
Por supuesto, le hice prometer a Branka que me
esperaría. Aunque empecé a pensar que ella no estaba en
esto tanto como yo.
—Sasha, ¿estás soñando despierto o se trata de la chica?
Mi risa tenía una nota oscura.
—No tienes ni una maldita idea.
Me enderecé las mancuernillas y salí de la habitación
para ir a ver a Wynter Flemming. La patinadora artística.
¡Mierda! Estaba en mal estado.
Me recordó a Mia.
Le fallé a Mia; no podía fallarle a Wynter.
En lo que a mí respectaba, los hombres que le hicieron
eso a Mia se merecían la muerte que finalmente les infligí.
Pero primero jugué con sus mentes. Nada como tu propio
cerebro trabajando en tu contra. Sabiendo que iba por ti.
Los observé día tras día, semana tras semana. Con cada
crujido del suelo, pensaban que la muerte había venido por
ellos.
Hasta que un día tuvieron razón. Y sentí placer con esas
muertes.
Ojo por ojo, hijos de puta.
Lo único que lamentaba era haber malinterpretado la
depresión de Mia. La expresión de su cara justo antes de
morir me había perseguido desde entonces.
—No puedo —susurró, su voz apenas audible—. No puedo
vivir así.
—Solo ha pasado una semana. —Me esforcé bastante
por mantener la compostura. No dejé que las similitudes
nublaran mi juicio. Pero incluso cuando Mia estaba allí,
veía a mi madre. La mirada loca en sus ojos. La
desesperación. El fin.
—Mia, dame el arma —exigí, manteniendo mi voz suave
—. Solo así podremos sentarnos y hablar.
No se movió. Sus ojos estaban en blanco y sospeché que
no me veía. No me escuchaba.
De repente, me sentí como aquel niño que le suplicaba a
su madre que le diera a su hermanita. Indefenso y
asustado.
—Mia, ¡mírame! —ordené.
Como si estuviera soñando, sus ojos se desviaron hacia
mí. Sus pupilas estaban dilatadas, sobrepasando el gris. Se
había ido. Sabía que se había ido. En su mente, me había
abandonado. No obstante, cada hueso de mi cuerpo se
rebeló contra ello.
—¡Por favor, Mia! —supliqué por primera vez en mucho
tiempo—. Dame el arma. Puedo ayudarte.
Ninguna emoción cruzó su rostro. Era una pizarra en
blanco.
—Diles que los amo. —Su tono era decidido. Rotundo—.
Mantenlos a salvo. Branka... no dejes que la rompa como
nos rompió a mí y a Alessio.
—Los mantendremos a salvo juntos —dije con voz ronca,
con las emociones quemándome como lava caliente. Di otro
paso hacia ella. Apretó con más fuerza el cañón de la
pistola contra su sien.
Bang.
Su cuerpo se desplomó en el suelo, sus ojos abiertos y
en blanco, mirando fijamente a la nada. Y su rostro, por
primera vez desde que la conocí, estaba sereno.
Á frica Central.
Cinco meses desde que vi a Sasha en New York.
Cinco meses de frustración hirviendo dentro de mí. Mi
hermano quería que me casara. Preferiría no hacerlo, pero
entendía sus razones. Por enésima vez, hojeé el mismo
perfil.
Killian Brennan.
Era guapo. Cabello oscuro. Ojos azules. Irlandés. Una
hermana. Familia decente. Sin embargo, no podía evitar
compararlo con el engendro de Satanás de ojos azules
pálidos. Sasha y Killian no podían ser más diferentes, pero
tal vez ese era el punto.
El otro candidato era un rotundo no para mí. La mano
derecha de Alessio, Ricardo. Lo conocía desde hacía
demasiado tiempo y, aunque confiaba en él, sentía más
afecto fraternal que otra cosa.
Sacudí la cabeza. Era ridículo. La mayoría de las chicas
planeaban vacaciones o citas. No matrimonios concertados.
Tal vez mi cita de esta noche me hubiera conquistado. Si al
menos hubiera ido. Pero no estaba de humor, y de alguna
manera ya no valía la pena, teniendo en cuenta el
matrimonio arreglado que se cernía sobre mi cabeza.
Con un suspiro, escribí un mensaje rápido a mi
hermano.
Yo: No planearé la boda. Acepto casarme con Killian.
—K illian Brennan.
Tatiana soltó el nombre como si nada. Como si
estuviera hablando de planes para cenar.
Mi gruñido recorrió mi hogar en New Orleans,
persiguiendo a todos los malditos fantasmas, brujas,
cualquier cosa fuera del maldito estado. La furia ardía
como una hija de puta, dispuesta a reducir a cenizas todo el
French Quarter.
Matar a Killian podría causar una pequeña guerra.
Bueno, tal vez no pequeña. Daba igual. Nada que no
pudiera manejar.
La tensión abandonó mis hombros. Había pasado más de
un mes desde la última vez que vi a Branka en Montreal.
Todavía podía oler su aroma, sentir su suave piel bajo mis
palmas y oír sus gemidos. Tantos malditos años y aún podía
saborearla. Dejé escapar un suspiro sardónico, odiando
aquella maldita promesa que me mantenía alejado de
Branka.
¡Maldición!
Debería matar a Brennan por atreverse a mirar a mi
mujer, y luego matar a mi hermano por interferir en mis
asuntos.
Sin embargo, Branka no estaba lista para mí hacía siete
años. Ni siquiera cuatro años atrás.
Llevaba años observándola, acechándola y esperando mi
momento. Aguardé a que estuviera lista. Estaba
malditamente preparada. Para mí. Para nosotros. Sabía
más de ella que de mi propia familia y amigos.
—¿Así que vas a matarlo? —preguntó
despreocupadamente Tatiana, sorbiendo el veneno
alcohólico que había elegido y usando pantalones
deportivos. Por Dios. Nunca llevaba pantalones deportivos
y, por lo que parecía, eran pantalones Hanes de hombre. Mi
hermanita estaba cayendo en una depresión cada vez más
profunda.
La chica que nunca llevaba leggings terminó usando
pantalones deportivos.
La vigilaba y no había señales de que quisiera dejar este
mundo. Buscó y buscó a los culpables de la muerte de
Adrian. Mis hermanos y yo no nos dimos por vencidos, pero
seguíamos encontrándonos con obstáculos. Aun así, Tatiana
se negaba a que esos obstáculos la detuvieran.
Aparentemente usaría un martillo neumático para
atravesarlos. Tal vez esa era la razón de los pantalones
deportivos.
—Sestra, no puedes seguir así —comenté, llamándola
hermana en ruso—. Estás matando tu hígado.
Agitó la mano.
—Los hígados pueden ser reparados.
Sacudí la cabeza.
—También tu corazón —razoné.
Sus ojos se enfocaron en mí, una ventana a su dolor que
me miraban fijamente.
—¿Entonces por qué persigues a la chica Russo? —Dios,
podía ser una molestia cuando estaba borracha. Pero
odiaba verla infeliz.
—Tatiana, tienes que dejarlo ir —expresé, ignorando su
comentario—. Tienes que encontrar la forma de seguir
adelante. Y buscar pistas, beber vodka… —Mis ojos bajaron
hasta sus pantalones—. Y llevar pantalones deportivos no
es la forma de seguir adelante.
Hizo un sonido de desaprobación, claramente no estaba
muy convencida de mi razonamiento.
—¿De la misma manera en que buscas la forma de dejar
atrás tu obsesión?
Touché, hermanita. Estaría orgulloso de su comentario si
no fuera contra mí. Dejó el vaso vacío sobre la mesa y
estiró sus largas piernas.
—¿Qué sabes sobre el acuerdo de Branka y Killian? —
inquirí en su lugar.
—Solo que se van a casar y Branka se negó a caminar
hacia el altar hasta que su amiga volviera sana y salva. —
Tatiana chasqueó los dedos—. Por supuesto, eso
suponiendo que su amiga salga de Afganistán.
Saldría de allí. Me aseguraría de ayudar. Por Branka.
Amaba a su mejor amiga, y Autumn, con su familia, ayudó a
que esa niña dañada se volviera la mujer que estaba
destinada a ser. Ninguno de los terapeutas fue capaz de
hacer eso.
Aunque su amiga era un poco imprudente con su
necesidad de salvar el mundo. Sin embargo, la mujer de
Alessio no tenía importancia. Tenía un problema mayor
entre manos.
Cómo matar a Brennan y no empezar una maldita
guerra. «Tal vez podría culpar a la mafia corsa». Era una
idea entretenida. Excepto que Autumn podría quedar
atrapada en el fuego cruzado. De acuerdo, olvida a los
franceses. ¿Quizás los griegos?
—¿Sabes?, Killian Brennan es prácticamente de la
familia —comentó Tatiana, como si pudiera leerme el
pensamiento. No obstante, tenía razón. Matar a Killian
podría ser un problema, ya que Aurora, la esposa de mi
hermano menor, era hermana de la esposa de Liam
Brennan.
Y él era el padre de Killian. O su padrastro. Lo que sea.
Hablando de familia, se acercaba nuestra reunión
anticipada de Navidad en Portugal. La hermana y el padre
de Killian estarían allí. ¿Sería incómodo si matara a Killian
antes de la fiesta? ¿O tal vez debería dejarlo para la
semana siguiente?
Joder, ¿por qué este mundo era tan pequeño?
Podría hacer que pareciera un accidente. Nadie podría
culparme.
«Déjalo como último recurso», susurró mi mente.
Wynter Flemming, mi pequeña protegida, estaba
encariñada con su primo. De toda la maldita gente de este
mundo, ¿por qué demonios Killian estaba emparentado con
mi cuñada y la chica que rescaté? Sin embargo, si el
desgraciado no se retiraba, lo despellejaría vivo. Y más le
valía no haber tocado a Branka; de lo contrario, una
maldita guerra sería la menor de las preocupaciones de
todos.
Así de profundo había caído. Estaba pensando cómo
llevar a cabo un asesinato y comenzando una guerra. Por
Branka Russo, la mujer que eligió a otro.
Pero no importaba. La gatita estaba celosa. Demostró
que estaba tan metida en esto como yo.
De cualquier manera, Branka no se casaría con ese
maldito irlandés.
Me opondría hasta que me quedara el último aliento de
vida.
CAPÍTULO VEINTISIETE
SASHA
F elicidad.
Cada día con ella era una dicha. Había perdido la
cuenta de cuántas veces la había follado. Cada una de
ellas era diferente. Mejor que la última. Pero para mi
sorpresa, besarla era mi acción favorita. Se derretía contra
mí, sus delgados dedos rodeaban mis bíceps o mi nuca.
Dependiendo de la posición.
En resumen, era insaciable cuando se trataba de Branka
Russo. Quería convertirla en la señora Nikolaev. Para mi
desgracia, no creía que estuviera lista.
Todos los rincones de la casa rusa de mi familia iban
siendo poco a poco reemplazados por Branka. Los pasillos
donde acechaban viejos fantasmas se volvieron más
luminosos. La sombra de ella los sustituyó. El balcón desde
donde mi madre se quitó la vida ya no me recordaba aquel
fatídico día. Ahora me recordaba los gemidos de Branka. La
noche anterior la incliné sobre la barandilla y la embestí
como si mi vida dependiera de ello.
Tal vez era así. Tal vez era mi cura todo este tiempo.
Mientras poseía cada centímetro de su cuerpo y le
susurraba sobre nuestro futuro juntos, aún quería más.
Quería sus palabras de amor. Esas que permanecían
encerradas detrás de sus hermosos labios.
Pero teníamos tiempo. Me las ganaría. Mientras
estuviera conmigo.
Volvimos a nuestro dormitorio. Pasábamos mucho
tiempo allí. Era mi habitación favorita, sin duda. La de
Branka también. Lo admitió, aunque tal vez tuviera algo
que ver con el hecho de que no pudiera mantener mis
manos lejos de ella.
Sin embargo, también quería que admitiera sus
sentimientos por mí. Quizá no era amor para ella, todavía,
pero sentía algo. Quería poseerlo. Necesitaba curar cada
gramo de su antiguo dolor. A partir de ahora, el único dolor
que tendría sería el relacionado con el placer y el sexo
ilimitado.
Con orgullo estudié el chupetón de su pecho. Como un
maldito adolescente.
—¿Vivías aquí cuando eras niño? —Su cabello estaba en
mi cara, sobre mi pecho y su mejilla apretada contra mi
corazón.
—De vez en cuando —respondí—. Antes de que muriera
mi madre, nos quedábamos aquí. Después, nos mudamos a
New Orleans y veníamos aquí solo cuando papá lo
demandaba.
—¿Eras muy unido a ellos?
—Tatiana, Vasili y yo éramos unidos. —Vasili era nuestro
padre, madre y hermano—. Alexei también, después de que
nos enteramos de su existencia.
—¿Eh?
—Es nuestro hermanastro —aclaré mientras sus
delgados dedos recorrían mi pecho—. Tiene una madre
diferente.
Nunca hablaba de nuestra familia. Nunca. Con Branka,
me encontré contándole pequeños detalles sin ahondar
tanto. No podía decidir si era bueno o malo. Pero sabía una
cosa con certeza. No me hacía sentir resentido como antes.
—¿Y tu madre? —curioseé—. ¿Eras muy unida a ella?
Sus hombros se pusieron rígidos y pensé que no
contestaría.
—No, en realidad no —susurró, con la cara aún hundida
en mi pecho—. Mi padre había abatido su espíritu mucho
antes de que naciera. No quedaba mucho de ella.
La crueldad de su padre era conocida por muchos. Por
algo había sido aliado de Benito King. Ambos estaban
cortados por la misma tijera.
—¿Derribó tu espíritu? —inquirí en voz baja.
Sabía la respuesta, pero quería que ella la dijera. Quería
que supiera lo fuerte que era y que estuviera orgullosa de
ello.
Levantó la cabeza y me miró.
—Era lo que más odiaba de Alessio y de mí —murmuró
—. No importaba cuántos días nos golpeara o torturara,
seguíamos luchando. No importaba cuántos días nos dejara
en el oscuro sótano, seguíamos aferrándonos a un rayo de
esperanza. No podía controlarnos ni quebrarnos como
había hecho con mi madre. Mia iba en camino a ser como
mamá. —Podía sentir cómo se le movía el cuello mientras
tragaba con fuerza. Maldición, si pudiera volver veinticinco
años atrás, mataría a su padre en cuanto naciera. Si tan
solo lo hubiera sabido—. Fue la razón por la que Alessio se
la llevó. Nunca lo dijo en voz alta, pero la veía morir
lentamente ante sus ojos.
Mi mano recorrió su suave espalda.
—Debió haberte llevado. No debió haberte dejado atrás.
Se quedó quieta, pero no lo confirmó ni lo negó.
—Sin embargo, no se lo hice fácil a mi padre —continuó,
con frialdad—. Puede que me convenciera de que Alessio
nunca volvería por mí, pero sabía que el día que me
sometiera a él, sería un cadáver.
Una cosa era cierta. Branka nunca se acobardaría ante
nadie. Pasara lo que pasara.
Nuestras miradas se sostuvieron. Las palabras no dichas
perduraron. Los viejos fantasmas perdieron su poder sobre
nosotros. Solo importábamos los dos.
Observé la subida y bajada de sus senos, tentándome.
Era tan hermosa, sus curvas me tentaban.
Sus dedos subieron hasta mis bíceps, bajando como
plumas hasta llegar a mi mano, rozando mis dedos.
—¿Qué significan estos tatuajes?
Los trazó ligeramente, de un dedo a otro.
—Cosas diferentes.
Miró hacia arriba y luego hacia atrás, concentrándose
en el fénix. Lo recorrió de nuevo, con un toque ligero como
una pluma.
—Un fénix —pronunció en voz baja. Pasó al siguiente—.
¿Qué es esto?
—Es el hamsa. —Frunció el ceño y le expliqué—: El
símbolo en forma de mano representa la protección y la
sanación.
—¿Están conectados el fénix y el hamsa? ¿El ascenso y
la sanación? —No me sorprendió que conectara los puntos.
Asentí—. Quieres resucitar con cada nueva muerte y sanar.
Comprendió el significado. Podíamos haber estado
separados todos esos años, pero algo nos mantenía
conectados. A nivel psíquico, nos parecíamos mucho. Los
dos íbamos por la vida ocultándonos tras una máscara
mientras, en el fondo, nos curábamos poco a poco.
A nuestra manera.
—¿Te has curado? —indagué.
Respiró hondo y exhaló lentamente.
—A veces creo que sí. Otras veces, sigo sintiéndome
como esa niña atrapada en un sótano oscuro.
Asentí en comprensión.
—Eres fuerte —aseguré—. Mucho más fuerte de lo que
nadie te da crédito.
Sus labios se curvaron en una suave sonrisa. Diferente a
todas las demás.
—Creo que eres el único que lo piensa.
—Son idiotas por no verlo —dije—. Puede que no tengas
cicatrices y tatuajes, pero eres igual de feroz.
Se rio ligeramente, sus dedos rozaron mis antebrazos,
hasta que se entrelazaron con los míos.
—Las tenía, sabes. —Cuando enarqué una ceja, me
explicó—. Cicatrices. Algunas eran realmente malas.
Las vi. Esa foto de la niña con las rodillas apretadas
contra el pecho y cicatrices por todo el cuerpo quedó
tatuada en mi mente. Era mi justificación cada vez que
mataba a un desgraciado maltratador que se atrevía a
hacerle algo así a otro ser humano.
—Mi hermana también tenía muchas cicatrices —
continuó con voz suave. No había visto todas las cicatrices
de Mia, no obstante, las que vi eran realmente graves. Eso
hizo que me ardieran las venas de rabia—. Le supliqué a
Alessio que me hiciera cirugía plástica. No quería vivir el
resto de mi vida escondiéndome tras capas de ropa. Ya
ocultaba demasiadas cosas.
—Un suspiro tembloroso la abandonó y sus dedos
apretaron los míos. Ni siquiera se dio cuenta de que lo
hacía—. Alessio accedió a pagar la cirugía solo si aceptaba
hablar con un terapeuta.
Siguió el silencio. No uno incómodo, pero sí lleno de
fantasmas del pasado.
—Mia hablaba de ti todo el tiempo —confesé. Sus ojos
parpadearon hacia mí, atravesados por oscuras tormentas.
—¿La conocías? —Asentí. Prácticamente podía ver los
engranajes girando en su cabeza, conectando las piezas—.
Ambos sirvieron en el ejército. Con Jason.
Volví a asentir.
—Te quería —expresé—. Tal vez incluso más que a tu
hermano.
El cuello de Branka se movió mientras tragaba.
—Me alegré de que escapara. Pero también me enfadé
porque me dejaron atrás.
Podía entender el sentimiento. No me abandonaron
físicamente, pero nunca fui lo bastante bueno para nuestra
madre.
—Eso es todo de lo que hablaba. De volver por ti. —La
conexión de Mia con su hermana y hermano era diferente a
todo lo que había visto. Era muy unido a mis hermanos,
pero Mia dependía de ellos. Mentalmente.
—¿Mataste a los hombres que la hirieron?
—Sí.
Pasó un latido.
—Bien.
El silencio bailaba en las sombras. El suyo. El mío. El
nuestro. Sin embargo, sabía que juntos los venceríamos a
todos. Demonios, si tuviera que renunciar al sexo duro, lo
haría. Por ella lo haría. Mi control se iba a la mierda a su
alrededor de todos modos. Quizás era a quien necesitaba
desde el principio para romper mis cadenas y la necesidad
de control.
Me reí de la ironía de todo aquello. Me hizo correrme
más fuerte que nunca y apenas la nalgueé. El control era
prácticamente inexistente cuando la tocaba. Décadas de
BDSM y hacía falta una virgen para mandarlo todo a la
mierda.
—¿Sasha? —Su voz era vacilante. Evitó mirarme,
mirando nuestros cuerpos enredados entre las sábanas. El
suyo impecable y el mío una alfombra de tatuajes.
—Hmmm.
Se mordió el labio carnoso y rosado.
—No sé si puedo darte lo que necesitas. —Mis latidos se
detuvieron, observándola. Si me pedía que la dejara ir, no
creía que pudiera. No era tan fuerte—. Pero quiero
intentarlo. Si quieres... —Su voz se entrecortó.
Puse dos dedos bajo su barbilla, obligándola a mirarme.
—¿Intentar qué?
—Tu tipo de sexo —atinó a decir.
Se me apretó el pecho. Sabía lo difícil que era para ella
darle a alguien el control de su cuerpo. El hecho de que
quisiera intentarlo significaba que quizá, solo quizá,
aprendería a amarme.
Y estaba tan profundamente envuelto en ella que hasta
la palabra “amor” no era suficiente para describir lo que
sentía.
Su delicada garganta subía y bajaba al tragar.
—Prométeme que no me mirarás diferente si pierdo la
cabeza.
Había una forma de mirarla. Con la más loca y profunda
obsesión.
—Kotyonok, no tienes que...
—Quiero hacerlo. —La obstinada inclinación de su
barbilla confirmó su determinación. Branka quería vivir, no
solo existir.
Le acaricié la mejilla y le di un beso en la punta de la
nariz.
—Lo prometo —juré. Me cortaría las pelotas y la polla
antes de hacerle daño.
Asintió y me rodeó el cuello con las manos. Sus uñas lo
rozaron ligeramente. Podía ver su pulso retumbar bajo la
suave carne de su cuello. Deslicé la mano hacia su nuca y le
empuñé el cabello, tirando de su cabeza para que me
mirara.
—¿Confías en mí?
Tum tun. Tu tum. Tu tum.
Tres latidos era una respuesta demasiado larga. Tendría
que esforzarme más.
—Confío en que te detendrás —respondió—. Y que no me
harás daño.
Tiré de su cabello para acercarla a mí, nuestros labios
casi se rozaban.
—Me cortaré la polla antes de hacerte daño, Kotyonok.
Cerró los ojos brevemente y, cuando mi boca presionó la
suya, un escalofrío recorrió su cuerpo.
—Eso suena doloroso —replicó medio en broma—. Y un
desperdicio de una polla realmente buena.
Una sonrisa rozó mis labios. Al menos le encantaba mi
miembro.
—Moye serdtse —dije. Levantó una ceja—. En cualquier
momento que quieras que pare, dices moye serdtse.
Sus labios se curvaron.
—¿Quieres que te llame mi corazón justo cuando
estamos a punto de volvernos locos en el dormitorio?
Mi pecho retumbó de risa.
—Locos, ¿eh?
Sus ojos grises se clavaron en los míos cuando dejó de
tocarme y se movió ligeramente. Bajó las manos, enroscó
los dedos en el dobladillo del vestido y se lo quitó
lentamente sobre la cabeza. Lo tiró al suelo y se quedó solo
con el sujetador rojo y la tanga.
Un torrente de sangre se me acumuló en la ingle. Su
mirada se posó en la mía, y la vulnerabilidad que había en
ella me destripó por dentro. Era tan hermosa que me dolía
mirarla. Quería que se viera a sí misma como yo la veía:
perfecta.
Cada. Maldito. Centímetro. Era simplemente fuera de
este mundo.
Estudié cada poro de su piel y todo lo que vi fue
perfección. Sus pezones empujaban contra el fino material
de su sujetador y sus bragas mostraban su humedad,
invitándome a devorarla. Mis ojos parpadearon hacia su
rostro y la profunda necesidad que había en ellos tenía el
poder de destruirme, maldición.
Mi polla palpitaba y la tensión se apoderaba de mi
cuerpo. Esta obsesión por ella era profunda. Formaba parte
de cada respiración y, en lugar de calmarse cada día, crecía
y crecía.
Mi mano agarró su cabello y tiré de él hacia atrás, luego
rocé con mis labios su oreja.
—¿Cuál es la palabra de seguridad? —pregunté, con voz
áspera.
—Moye serdtse.
Le rodeé la cintura con un brazo y la atraje hacia mí.
—Si es demasiado, dímelo y pararé.
—Quiero que lo disfrutes. —La inseguridad invadió su
voz y apuñaló mi corazón.
Se sentía tan bien, su suave cuerpo contra el mío que
era todo dureza. Olía aún mejor.
—Créeme, disfrutaré y me gustará cualquier cosa.
Siempre y cuando sea contigo.
Su cuerpo se amoldó al mío, moviéndose contra mí con
un suave gemido que llenó la habitación.
—Arrodíllate. —Obedeció inmediatamente, sus rodillas
tocando la alfombra de felpa—. Chúpamelo.
La incertidumbre cruzó su expresión y tomé su barbilla
entre mis dedos.
—¿Qué pasa?
Frunció el ceño, pero enseguida cuadró los hombros y
levantó la mirada hacia la mía.
—Nunca lo he hecho antes. —Dios, sus ojos brillaban
como estrellas. Sus manos buscaron mi cinturón y tocaron
la hebilla. Normalmente, no se le permitiría tocarme hasta
que le diera permiso. Pero nada sobre ella era normal. Era
una excepción a todas mis reglas.
—Enséñame lo que te gusta —exigió inquieta.
Dios, ya estaba duro y ni siquiera me había tocado.
—Da. —Sí. Mi voz era un gemido ronco.
Me bajó el bóxer y rodeó mi dura longitud con una
mano, acariciándolo suavemente. Mi polla se tensó,
necesitaba más. Rodeé su mano con la mía y le mostré
cómo me gustaba. Su boca se entreabrió, su respiración se
entrecortó y un rubor tiñó sus mejillas.
Tiré con fuerza de la piel, arriba y abajo, con el líquido
preseminal brillando ya en la punta de mi polla.
Se lamió los labios y me miró.
—Eres tan hermosa.
Si me tocara morir en ese mismo instante, lo haría feliz.
Con sus ojos mirándome como si fuera todo su mundo. Mi
corazón latía con fuerza, la adrenalina corría por mis venas.
Esto era mejor que la persecución, más satisfactorio que
matar a la escoria de esta tierra.
Deslizó su lengua por mi verga e hizo arder mi piel. El
calor se extendió, subió por mi estómago y apretó mis
abdominales. Maldición, a este paso no iba a durar mucho.
Apreté los dientes y un gemido vibró en mi pecho.
Levantó los ojos y su lengua me lamió el miembro como si
fuera una paleta.
—Lo estás haciendo bien, Kotyonok —halagué
roncamente. Demasiado bien.
Mi mano se acercó a su cabello, mis dedos tiraron de él.
—Necesito tomar el control. ¿Me dejarías?
Parpadeó y no perdí el tiempo.
—Llévame hasta el fondo, Kotyonok —ordené mientras
empujaba profundamente dentro de su boca. Le aparté el
cabello de la cara para poder ver cómo mi polla
desaparecía en aquella hermosa boca—. Golpea mi muslo
cuando necesites respirar.
Me llevó más adentro, manteniendo el contacto visual
conmigo y obedeció. Nunca me había imaginado que no lo
hubiera hecho antes. Se sentía tan bien. O tal vez era ella.
Era tan bueno, porque era mía y yo era suyo.
Tiré de su cabeza hacia atrás para poder introducir mi
miembro más profundamente en su garganta. Dentro y
fuera. Dentro y fuera. Emitía pequeñas vibraciones
alrededor de mi polla, haciendo que mi cuerpo se
estremeciera.
Mi pequeña kotyonok disfrutaba de lo que hacíamos
tanto como yo. Apretó los muslos, frotándolos entre sí.
El poco control que tenía, se rompió. Empujé más
profundamente en su garganta.
—Todo, Kotyonok —dictaminé con dureza.
Le dieron arcadas, pero no me dio un golpecito en el
muslo. Me llevó más adentro, succionándome, negándose a
parar. El calor crecía en la base de mi columna, cada vez
más caliente e inestable.
—Relájate —demandé con voz ronca—. Lo estás
haciendo muy bien, amor. Tan bien.
Otro zumbido. Relajó la garganta y me llevó con más
profundidad en su boca, tomando cada maldito centímetro.
—Demonios, Kotyonok —gruñí, mi voz salió más ronca—.
Eso es.
Su cabeza subía y bajaba. Le lloraban los ojos, aunque
se negó a dejar de chupar. Mi corazón retumbó con la
fuerza de un relámpago rompiendo el cielo. Le aparté el
cabello de la cara para poder observar su expresión.
Metió una mano entre sus muslos y su gemido vibró en
mi verga mientras seguía lamiéndome. Chupaba y volvía a
meterla hasta el fondo.
—No. Te. Toques. —Mi voz era áspera. Mi control se
había ido—. Ese coño es mío. Solo mi mano hará que te
corras.
Obedeció y me miró, sus ojos estaban cristalizados y me
observaban con tantas malditas emociones que fácilmente
podía convencerme de que me amaba. Me aparté un poco y
su pequeña protesta hizo que volviera a penetrar
profundamente su garganta.
Las vibraciones de sus gemidos me recorrieron toda la
espalda, los sonidos de los gorgoteos que salían de su
garganta eran tan eróticos. Esperaba que se desmayara.
No lo hizo. En lugar de eso, me clavó las uñas en los
muslos. Me corrí con más fuerza que nunca. El orgasmo me
recorrió el cuerpo, salvaje y caliente, y me vine en lo más
profundo de su garganta.
Tragó saliva, con las mejillas manchadas de rubor y
pequeñas vetas de lágrimas.
—Hasta la última gota —mandé, no es que estuviera
desperdiciando algo. Me miró fijamente y sacó la lengua
para lamerse el semen de la comisura de sus labios. Luego
se limpió la boca con el dorso de la mano, con el cabello
revuelto y cayéndole hasta la cintura.
Jesucristo.
Parecía una virgen caída. Una virgen totalmente
arruinada a la que no parecía importarle pecar con los
engendros de Satanás.
—Me gustó —confesó, con ojos suaves.
La agarré por la nuca, la puse en pie y acerqué mis
labios a los suyos, besándola profundamente y deslizando
mi lengua en su boca.
Estaba listo para otra ronda, mi polla endureciéndose.
Suspiró en mi boca como si acabara de darle placer cuando
había sido ella la que me había dado la mamada de mi vida.
—Súbete a la cama —ordené, con la voz rasposa—.
Sobre tus manos y rodillas.
Apenas tocó el colchón y yo ya me había quitado el resto
de la ropa.
Me acerqué por detrás.
—Culo arriba. —Le di una nalgada para puntualizar la
orden.
Siguió mi exigencia mientras no le quitaba los ojos de
encima, atento a cualquier señal de pánico. Se arrodilló,
con los ojos fijos en mí, pero sin reflejar miedo alguno.
—Manos y rodillas abajo, Kotyonok. Ponte cómoda.
Dudó un instante. Mi mano se posó en su redondo
trasero y obedeció rápidamente. Sonreí y se lo froté.
—Esa es mi bien portada kotyonok —elogié, con su culo
empujando contra mi palma. Separé sus muslos con las
manos y la encontré bastante mojada, con sus jugos
brillando entre sus piernas.
Inhalando profundamente, saboreé su delicioso aroma
persistente en el aire. Me volvía loco.
—Estás muy mojada —gruñí mientras introducía un dedo
en sus gruesos y húmedos pliegues—. ¿Es por chupármelo?
—Su gemido fue mi respuesta.
—No te muevas a menos que te lo diga —advertí
roncamente.
El verdadero castigo es que la mantuviera aquí.
—De acuerdo —musitó.
Su obediencia me complacía y por el rubor de su piel,
esto era placentero para ambos.
Miró por encima del hombro, con los ojos grises
nublados por la lujuria.
—Me complaces tanto, Kotyonok —halagué mientras
acariciaba su redondo trasero. Volvió a empujar hacia mí.
Como una gatita. Normalmente, no sería algo que
permitiera, pero me complacía muchísimo saber que quería
mis caricias.
—Relájate, Kotyonok. Sé lo que necesitas.
Me acerqué a la pared del fondo, agarré un látigo de
cuero y volví junto a Branka, que seguía de rodillas
esperándome. Su trasero a la vista. Sus jugos invitándome.
Era tan perfecta.
Recorrí su piel con las suaves lengüetas.
—¿Cuál es la palabra de seguridad? —pregunté de
nuevo. Quería asegurarme de que la recordaba.
—Moye serdtse.
—Bien. Ahora ojos al frente.
Giró la cabeza. Me coloqué detrás y le pasé el látigo por
el culo, por encima de la huella de mi mano en su piel. Le di
vueltas para que solo las puntas rozaran su piel.
Un gemido de sorpresa se deslizó por sus labios. Sonreí
y acerqué los hilos del látigo a su piel. Su trasero se apretó
y un suave zumbido vibró en su interior.
Levanté el látigo y lo bajé, azotándola una vez en el culo.
Respiró agitadamente y miró por encima del hombro.
—¿Te gusta, Kotyonok?
Su trasero se apretó, sus muslos se rozaron y un charco
de humedad se deslizó por ellos. A su cuerpo le encantaba,
pero necesitaba que a su mente también.
Su lengua se deslizó por sus labios.
—Creo que sí.
Dejé escapar un suspiro de alivio. Luego, con una
sonrisa de satisfacción, retiré el brazo y volví a azotarla.
Una marca rosa floreció donde la golpeé. Tan hermosa.
—Muy bien, Kotyonok —murmuré, elogiándola.
Suavemente, pasé el látigo por su trasero. Su aroma
llenó el aire, embriagándome. Gimiendo, su cuerpo se
movió hacia delante, hundiéndose hasta los codos. Su
cuerpo pedía más. Su excitación exigía más. Pero no fue
eso lo que hizo que se me pusiera duro de nuevo tan
rápido. Era su confianza.
Esta vez golpeé un poco más fuerte y se estremeció,
apretando las nalgas. Luego, deslicé el látigo por sus
muslos y su grácil espalda. Su piel brillaba bajo la luna que
se colaba por las ventanas.
Volví a bajar el látigo de cuero y me detuve en el oscuro
agujero de su culo. Sus dedos se enroscaron en el colchón.
—Algún día tu trasero me pertenecerá. —Su respuesta
fue tensar su oscuro agujero y soltar un suave gemido. Mi
corazón latía con fuerza, la necesidad de poseerla zumbaba
en mis venas. Le pasé las hebras suavemente por la piel
enrojecida entre las nalgas y luego por la vulva.
Le di ligeros golpecitos en el coño. Se retorció. Volví a
azotarla. Luego solté el látigo y froté su entrada con los
dedos.
Estaba tan mojada. Hinchada y brillante.
Necesitaba estar dentro de ella. Ansiaba follármela
hasta que toda la habitación diera vueltas para los dos.
Apoyé mi polla contra su cálido y apretado sexo. La penetré
con fuerza y su cuerpo cayó hacia delante. Mis manos
llegaron a sus caderas, tirándola hacia arriba.
Estar dentro de su coño caliente y húmedo era mi
paraíso. Sus paredes se apretaban alrededor de mi
miembro, su cabello oscuro caía por su hermosa espalda.
Sujeté sus caderas con una mano y con la otra agarré su
melena castaña, enrollándola dos veces alrededor de mi
puño.
Tirando de su cabeza hacia atrás, acerqué con fuerza su
cara a la mía y tomé su boca. Su espalda quedó contra mi
pecho.
La penetré con fuerza, una y otra vez.
—Mi kotyonok necesita esto —gruñí—. Necesitas que te
posea.
—¡Sí! —gimió, con el cuerpo balanceándose hacia
delante. Sus caderas se agitaron y apreté el agarre,
acelerando el ritmo, follándola como un loco.
Anteriormente, coger era para ella. Esto era para nosotros.
La penetré cada vez con más fuerza, cerrando los ojos
para saborear lo bien que se sentía. Su coño estrangulaba
mi verga. Sus gemidos y quejidos llenaron la habitación.
Me agarré a su garganta, empujando dentro y fuera de ella,
con fuerza. Era violento. Me consumía.
Me la cogí con fuerza, sin ningún tipo de control. Piel
golpeando contra piel.
—¡Blyad! —Jadeé—. Me voy a correr, Kotyonok.
Su coño estalló alrededor de mi miembro. Branka giró la
cabeza para observarme, con la cara enrojecida y los ojos
brillantes de placer. Algo en su mirada hizo que mi corazón
brillara. Sus suspiros me instaron a ir más rápido y más
fuerte. Más profundo.
Mis pelotas golpearon sus nalgas. Metí la mano y froté
su clítoris empapado. Gritó su orgasmo al mismo tiempo
que rugía de placer con su nombre en mi lengua. Y todo el
tiempo, sus entrañas se apretaban.
Un relámpago caliente golpeó la base de mi columna y el
potente orgasmo me atravesó con el poder de un
megaterremoto.
Nuestras respiraciones eran agitadas, nuestros cuerpos
estaban empapados de sudor y podía sentir el estruendo de
su corazón. Mi semen goteaba de su coño. Nunca había
visto un espectáculo mejor.
Acaricié su cuerpo, recorriendo su suave piel. La
estreché contra mí, mi boca rozó la sedosa piel de su cuello
y luego su hombro. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Mi hermosa kotyonok —murmuré contra su piel.
Una vez que nuestras respiraciones se calmaron, la
saqué y, maldita sea, ya echaba de menos su vagina. Le di
la vuelta y la tumbé boca arriba.
—Quédate aquí —ordené, y desaparecí en el cuarto de
baño. Tomé una toallita limpia, la empapé en agua tibia y
volví a ella.
CAPÍTULO CINCUENTA
BRANKA
T igresa.
Branka había sido una guerrera toda su vida, y no
podría estar más orgulloso. Podría habernos pedido a
mis hermanos y a mí que apretáramos el gatillo para tener
las manos limpias. Pero mi kotyonok no era así.
Acabó con la miserable existencia de ese bastardo.
Sabía que Mia y Branka no conocían el nombre del
hombre que impuso toda su crueldad sobre ellas. Pero el
desgraciado debería haber sabido que nada permanecía
oculto mucho tiempo en la vida.
Dejé el cadáver detrás para que se ocuparan de él Vasili
y Alexei, la alejé de la muerte y la llevé a la vida. Pertenecía
a los vivos. Se merecía la felicidad. Merecía estar siempre
en primer lugar.
Ya afuera, inclinó la cara hacia el sol. Su cabello brillaba
con todos los colores del otoño: rojo, miel, castaño e incluso
rubio. Tomé un mechón y me maravillé con la sedosidad de
sus rizos. Era fuerte porque tenía que serlo. Para
sobrevivir. Pero en el fondo tenía un corazón afable y leal
que era el mayor premio que un hombre podía ganarse.
—¿Aquí nunca hace calor? —cuestionó, con la cara
todavía mirando al cielo.
Sabía que no le gustaba mucho el verano siberiano. A mí
tampoco. Sin embargo, la casa de mis padres era el lugar
más remoto donde podíamos quedarnos. Era donde sabía
que estaría a salvo.
—Muy pocas veces. —Dejó escapar un fuerte suspiro—.
¿Estás bien? —pregunté.
Me miró de reojo y asintió. Sus ojos eran grises como el
metal. No estaban tristes, pero tampoco felices. Todo lo
que no fuera felicidad no era suficiente para ella. Se lo
merecía todo. Deberían haber quemado a su viejo. Me
dieron ganas de volver, desenterrarlo y torturar su cadáver.
Aunque podría ser un poco exagerado.
—Sí, gracias. —Tras un momento de silencio, continuó—:
Nunca supe su nombre.
—Observé cómo subía y bajaba su delicado cuello—.
Gracias por hacerle pagar. Me ayudó a tener un cierre.
Asentí. El hombre era un maldito cobarde. Su padre aún
más por vender así a sus hijas. Mantenía sus virginidades
intactas, pero le daba rienda suelta a ese desgraciado
enfermo en todo lo demás.
Volvió a mirar al cielo y esperé. Quería que hablara
conmigo, aunque eso era algo que no podía obligarla a
hacer.
—¿Soy una sustituta de ella? —Su voz era apenas
audible, sus ojos seguían pegados al cielo—. ¿Es por eso
que me quieres?
—Me importaba Mia, pero no era tú. —Bajó los ojos,
estudiándome—. Su parecido empieza y termina con tu
apariencia física. Me preocupaba por ella. Quería salvarla.
Y le hice una promesa.
—¿Una promesa?
—Sí, una promesa. Que velaría por ti y por tu hermano.
Que los protegería. Así que desde que tenías diez años, te
he vigilado. Vi a tu hermano golpear a tu padre en el
entierro de Mia y supe que estarías a salvo. Aun así, seguí
vigilándote. Vi cómo una niña magullada se convertía en
una mujer impresionante y fuerte. —Agarré su cara entre
mis manos y tiré de ella para acercarla—. Fue de esa mujer
fuerte de quien me enamoré. Era esa mujer fuerte la que
quería para mí.
Sus ojos se abrieron de par en par. Sí, iba con todo. ¡A la
mierda con ser precavido! ¡A la mierda con lo que estaba
dispuesta a oír! Éramos nosotros. Nuestro futuro. Era la
otra cara de mi moneda. Yo era la otra cara de su cordura.
Tragó saliva, sus ojos parpadearon.
—¿Te enamoraste de mí?
Me reí entre dientes.
—Kotyonok, estoy mucho más que enamorado, ni
siquiera tiene gracia. Eres mi vida. Eres mi aliento. Lo eres
todo para mí. He esperado siete años. Quería que
maduraras antes de arrastrarte a mi locura. No puedo
esperar más.
Un suspiro tembloroso se escapó de sus labios.
—¿Y si necesito espacio? ¿Tiempo para pensar?
La estreché entre mis brazos.
—¡A la mierda el espacio! ¡A la mierda el tiempo! Tú y
yo, Branka... tenemos sentido. Juntos. No quiero perder ni
un segundo más con espacios y tiempos. —Apreté mi boca
contra la suya y su cuerpo se fundió en mí—. Piensa
mientras estés en mis brazos. Pero no me dejes.
Permití que lo viera todo. Todo de mí. Las partes
dañadas y jodidas. Las pizcas y piezas más decentes.
Cada maldita cosa.
—No puedo tener hijos —mencionó. Su tono era ligero.
Pero sus hombros estaban tensos. Tenía los labios
apretados—. Otra parte defectuosa de mí —se burló—. Una
anormalidad, dijo mi médico. Un exceso de tejido
cicatrizante o algo así. —Un suspiro tembloroso pasó por
sus labios—. Nunca podría darte una familia, Sasha.
Pasó un latido. Me dolía el pecho. Se me hizo un nudo en
la garganta. Por ella. Si quería un bebé, encontraríamos la
manera y tendríamos uno.
—¿Segura?
—Sí. —Su voz era un susurro áspero. Nuestras miradas
se sostuvieron.
—Escúchame, Branka Russo. —Empecé—. Te quiero a ti.
A ti. No lo que puedas darme. Me importa una mierda todo
lo demás. —Sus dedos se clavaron en sus palmas y me
preocupó que no me creyera—. Si algún día quieres una
familia, adoptaremos. Si no quieres una familia, estaremos
solos tú y yo. Entre tu hermano y los míos, tendremos
muchos sobrinos a los que mimar.
Le tembló el labio inferior.
—Pero...
—No hay ningún pero —le aseguré con firmeza—. Eres
suficiente para mí. Eres a quien he esperado. Eres tú a
quien me aterroriza perder.
—Eres de otro mundo, Sasha —dijo con voz ronca—. ¿Y
si mañana te despiertas y te das cuenta de que te has
equivocado?
Las inseguridades que sentí en mi corazón y en mi alma
desde el momento en que oí las palabras de mi madre
pronunciadas en voz alta, me devolvieron la mirada. Quizá
por eso Branka y yo congeniábamos. Dos personas rotas,
pero que juntas estaban completas.
—No eres un error. Eres mi pasión. Mi obsesión. Alguien
sin quien no puedo vivir. —Mi corazón tronó y la sangre
zumbó en mis oídos—. No me pidas que viva sin ti, porque
eso es lo único que no puedo darte. Tu libertad.
Me asustaba que mi amor no fuera correspondido, pero
ya no podía retenerlo dentro de mí. La necesitaba en mi
vida. Un inocente encuentro en el bar siete años atrás me
cambió para siempre. Era la persona que había estado
esperando.
—Es una locura —murmuró—. Alessio se enfadará. Y le
hice una promesa a Killian.
Apreté los dientes. Podía entender su lealtad hacia su
hermano, sin embargo, no hacia Killian. Ese me caía mal.
Aun así, sabía que tendría que andarme con cuidado con
ella.
—Piensa con el corazón, Kotyonok. Olvida tu razón. Esto
es para nosotros. Escucha tu interior y luego dime si
puedes imaginarnos envejeciendo juntos. Porque yo sí
puedo. Te amo, Branka Russo. Todas tus perfecciones e
imperfecciones son mías. Igual que las mías son todas
tuyas.
Se mordía el labio inferior mientras la observaba. Podía
ser paciente cuando quería algo. Había sido paciente con
ella porque la necesitaba.
Había estado cien por ciento en esto, desde el principio.
Branka era mía, para siempre.
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE
BRANKA
***CONTINUARÁ***
AGRADECIMIENTOS
XOXO
Eva Winners