Sasha - Eva Winners

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SASHA

BELLAS & MAFIOSOS LIBRO SEIS

EVA WINNERS
ÍNDICE
Colección Bellas & Mafiosos
Lista de reproducción

Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidos
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta Y Uno
Capítulo Treinta Y Dos
Capítulo Treinta Y Tres
Capítulo Treinta Y Cuatro
Capítulo Treinta Y Cinco
Capítulo Treinta Y Seis
Capítulo Treinta Y Siete
Capítulo Treinta Y Ocho
Capítulo Treinta Y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Cuarenta Y Uno
Capítulo Cuarenta Y Dos
Capítulo Cuarenta Y Tres
Capítulo Cuarenta Y Cuatro
Capítulo Cuarenta Y Cinco
Capítulo Cuarenta Y Seis
Capítulo Cuarenta Y Siete
Capítulo Cuarenta Y Ocho
Capítulo Cuarenta Y Nueve
Capítulo Cincuenta
Capítulo Cincuenta Y Uno
Capítulo Cincuenta Y Dos
Capítulo Cincuenta Y Tres
Capítulo Cincuenta Y Cuatro
Capítulo Cincuenta Y Cinco
Capítulo Cincuenta Y Seis
Capítulo Cincuenta Y Siete
Capítulo Cincuenta Y Ocho
Capítulo Cincuenta Y Nueve
Capítulo Sesenta
Capítulo Sesenta Y Uno
Capítulo Sesenta Y Dos
Capítulo Sesenta Y Tres
Capítulo Sesenta Y Cuatro
Capítulo Sesenta Y Cinco
Capítulo Sesenta Y Seis
Epílogo

AVANCE DE BELLAS Y MAFIOSOS: LUCA


Agradecimientos
A cada uno que creyó en mí.
No estaría aquí sin ti.

¡Gracias!
COLECCIÓN BELLAS & MAFIOSOS

Cada libro de la serie Bellas y Mafiosos puede leerse por


separado.
Si quieres un adelanto del séptimo libro de Bellas y
Mafiosos, sigue leyendo y echa un vistazo al prólogo de
Luca.

¡Qué lo disfrutes!
Derechos reservados © 2022 por Winners Publishing LLC y Eva Winners
Diseño de imagen de portada: Eve Graphic Design LLC
Modelo: Chase: Fotógrafa: Michelle Lancaster
Traducción, edición y corrección al español: Sirena Audiobooks Productions,
LLC

Todos los derechos reservados.


Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por
ningún medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de
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PRÓLOGO

—¿Te has vuelto loco?


Cerró de un portazo su despacho. Decir que mi
hermano Vasili estaba enojado era quedarse corto. El
maldito cristal del edificio tembló por el portazo o, muy
posiblemente, por la fuerza de su voz.
No importaba. Lo hecho, hecho estaba; era hora de
seguir adelante.
—¿Te das cuenta de que todo el maldito mundo te vio
secuestrar a esa mujer? —bramó—. Fue televisado,
demonios.
—Hmmm, ¿lo fue? —Me reí entre dientes—. Nunca lo
habría adivinado por todas las furgonetas de noticias que
había adelante.
—¿En qué diablos estabas pensando, Sasha? —rugió—.
¿Sabes a cuántos malditos idiotas tendré que sobornar por
esta mierda?
Me encogí de hombros. No tenía que sobornar a nadie.
Era capaz de ajustar mis propias cuentas.
Sentado detrás del escritorio del despacho de Vasili, me
recosté en la silla y apoyé las piernas en él. Tomé la revista
People que Vasili tenía sobre el escritorio. Mi hermano
siempre tenía esa maldita revista, pero aún no lo había
visto leerla. Probablemente la tenía para mi beneficio.
—Deja la jodida revista —dijo apretando los dientes.
—Tranquilo, hermano —indiqué—. La novia en apuros
está sana y salva.
«En su mayor parte», añadí en silencio, riéndome para
mis adentros.
La dejé atada a mi cama, gloriosamente desnuda y
sexualmente frustrada.
Desgraciadamente, mi plan me salió un poco mal porque
había ido por ahí con mi polla dura que se negaba a captar
el mensaje de que hoy no cogeríamos a nadie.
—Por el amor de Dios, Sasha —siseó, conteniendo a
duras penas su temperamento. Podía verlo en la vena que
le latía en el cuello. Aquella de la que su mujer parecía no
saciarse porque la sorprendí lamiéndola en más de una
ocasión. Malditos conejos cachondos. Solo Isabella
encontraba atractivo a mi hermano—. ¿Estás intentando
empezar una guerra? Primero todo el puto asunto con
Wynter y mantenerla alejada de Liam Brennan. ¡Ahora esta
mierda!
Y ahí residía el problema. Estaba esperando el momento
en que sacara el tema. Él y todos los demás podían irse a la
mierda. Wynter, la princesa del patinaje sobre hielo, me
necesitaba, y nunca la dejaría esperando.
Abrí el cajón del escritorio de Vasili que había ocupado y
encontré un chicle. El crujido del envoltorio llenaba el
espacio, probablemente irritando los nervios de Vasili,
incitándolo.
—Expresaste que querías verme casado —dije
perezosamente, ignorando su comentario sobre Wynter—.
Así que tuve que encontrar una novia.
—¡Te dije que encontraras una novia, no que la
secuestraras! —rugió.
—Semántica.
Juré que el cabello rubio de Vasili, tan parecido al mío,
casi se ponía rojo de rabia. Y lo disfruté.
Me metí el chicle en la boca y empecé a masticar. Hice
estallar la goma de mascar, observando con deleite cómo la
mandíbula de Vasili se tensaba. Estaba tan molesto. No me
sorprendió. No me gustaba mucho mascar chicle, pero me
encantaba ver la cara de enojo de la gente cuando lo hacía.
Así que, por si acaso, exploté una burbuja, esperé a que
alcanzara un tamaño decente y la volví a explotar.
Nuestras miradas se cruzaron en una batalla de
voluntades. Los extraños ojos azules que compartíamos me
miraban fijamente, probablemente contemplando mi
asesinato. Apuesto a que mi hermano luchó contra el
impulso de estirar la mano por encima de su escritorio y
estrangularme. Lo deseaba con todas sus malditas fuerzas,
pero su esposa jamás lo dejaría salirse con la suya.
Era bueno tener amigos en posiciones importantes.
La puerta de su despacho se abrió y mi hermana Tatiana
entró con un vestido negro. Había pasado un año y seguía
insistiendo en llevar luto.
—He oído que vas a empezar una guerra —anunció—.
¿Puedo unirme?
Nuestra familia era definitivamente un tono diferente de
locura.
CAPÍTULO UNO
BRANKA

Siete años atrás

L os hombres son unos idiotas.


No había nada más qué decir. Eran imbéciles de
mente simple que utilizaban su fuerza física para
dominar a las mujeres o destruirlas.
El abarrotado bar, a las afueras de Berkeley, tenía a la
mitad de los estudiantes de la Universidad de California -
Berkeley. Excepto a mi mejor amiga, para mi desgracia.
Estaba siendo responsable. Yo no.
Las ofertas del jueves por la noche a mitad de precio
atraían a mucha gente y no pude resistirme. Música alta,
gente ruidosa. Risas. Me encantaba el ambiente, excepto
cuando los idiotas que no sabían lo que significaba “no”
insistían en molestarme.
—Deja en paz a la chica. —Se rio una de mis
compañeras. Rebecca era su nombre. Sencilla. Alegre.
Nada oscuro en su pasado y probablemente tampoco en su
futuro. Era una buena persona—. ¿No ves que no está
interesada?
Me guiñó un ojo y sonreí agradecida. Quizá mi mejor
amiga tenía razón. Estar rodeada de universitarios
borrachos y cachondos era demasiado para un jueves por la
noche. Empezaba a arrepentirme de no haberme quedado
en casa estudiando. O al menos de haber visto una película
mientras Autumn estudiaba.
—Dame tu número —repitió el chico de la fraternidad.
Mis ojos se posaron en él. Llevaba una fea gorra de
béisbol, una camiseta a cuadros rojos y blancos y unos
pantalones que amenazaban con caerse de sus caderas.
—No.
Ni siquiera me molesté en ofrecerle una sonrisa. El tipo
era un maldito imbécil. Y grosero. Lo vi agarrarle el trasero
a una chica mientras venía hacia donde me encontraba. Por
la forma en que se pavoneaba como un maldito rey, se
podría pensar que era alguien importante. Algo digno de
ver.
—Te llevaré a cenar.
—¿En serio? —Fingí emoción—. Bueno, en ese caso...
Aun así, no.
Escuché algunas risitas alrededor, pero no me molesté
en ver a quiénes les pertenecían. Ni él. Dejando a un lado a
ese idiota y su actitud, no reaccionaba ni funcionaba
exactamente como la mayoría de las chicas normales. Lo
intenté, pero mi padre me destrozó incluso antes de la
adolescencia. Así que en la etapa en la que me encontraba,
el objetivo era actuar con normalidad, superar el miedo a
que me tocaran y disfrutar de mis años universitarios como
cualquier otra chica.
Al girarme, mis ojos recorrieron el lugar. Un montón de
caras conocidas del campus. Y muchas desconocidas
también.
Después de reprobar el primer semestre, Autumn se
tomó los estudios más en serio. Yo también, empezando al
día siguiente a primera hora. Esa noche, quería divertirme
un poco.
Volví a mirar a mi alrededor y sentí que se me erizaban
los cabellos de la nuca. Mi ritmo cardíaco se aceleró y un
escalofrío recorrió mi cuerpo. Excepto, que no sabía por
qué. No vi a nadie mirándome. Solo al imbécil engreído. Sin
embargo, no era el causante de esa reacción.
—Me gustas. —Parpadeé. El idiota de la gorra roja de
béisbol aún no se iba—. Tengo dinero.
—Tienes que estar loco —espeté.
Estaba viendo exactamente al tipo de hombre que me
desagradaba. El tipo de hombre que te dejaba un mal sabor
de boca. Algo así como mi padre lo hizo con mi madre.
El ruido de un alboroto y de voces hizo que ambos
giráramos la cabeza en su dirección, llamando nuestra
atención. Mis ojos se abrieron de par en par en cuanto lo vi.
Problemas. Esa fue la primera palabra que me vino a la
mente. La segunda, que era peligroso.
Y no porque llevara una chaqueta de cuero y unos jeans
que abrazaban sus fornidos muslos. Se movía con gracia,
algo que uno no pensaría dado su musculoso y voluminoso
cuerpo. Desprendía un aura letal y depredadora. Acechaba
de un modo sensual, su metro noventa y cinco apestaba a
autoridad y confianza.
Parecía que podría haber sido un luchador de MMA,
llamando la atención de todo el mundo mientras caminaba.
Mandíbula dura. Aro en la nariz. Ojos del azul más
pálido que jamás había visto. Algo en él me tenía cautivada,
sin poder despegar mi atención de él. Nuestras miradas se
cruzaron y se me escapó el aire de los pulmones. Sus ojos
helados me observaban fijamente de una forma que me
puso nerviosa.
Luché contra un escalofrío que amenazaba con
recorrerme la espalda. Reaccionar así era inusual.
Desconcertante. No podía distinguir si se debía a que me
daba miedo o a que me gustaba.
Miedo. Definitivamente me asustaba.
Cualquiera con una pizca de sentido común sabría que
debía mantener la distancia con ese tipo. Todo él gritaba
peligro y crueldad.
Los sonidos de la música y la charla se desvanecieron
mientras me ahogaba en su mirada. Invasiva. Azul.
Electrizante.
Si bien daba mucho miedo, era asombrosamente
hermoso. No obstante, era alguien a quien solo deberías
admirar desde lejos. Como una cobra. ¿Por qué querrías
acercarte a una cobra?
Sin embargo, quería verlo de cerca. Estudiar de cerca
los tatuajes que cubrían su piel desde la mandíbula hacia
abajo. Muy de cerca, me reí en silencio.
«A menos que entres en pánico», se burló mi mente,
pero ignoré la razón y me centré en el hermoso ejemplar.
Jesucristo.
Estaba bastante tatuado y, aunque nunca me habían
gustado mucho los tatuajes, me tenía embelesada. Si su
cuello era un buen ejemplo, debía de tenerlos por todo el
cuerpo. Se llevó la mano a la boca y mis ojos se fijaron en la
tinta de sus dedos. Símbolos.
Nunca había visto unos dedos tan hermosos o fuertes.
Mi cuerpo se sacudió y mi cabeza se giró hacia la
izquierda. El maldito tipo de la gorra de béisbol seguía
junto a mí y me agarró del brazo, tirándome hacia él.
Un escalofrío de asco recorrió mi cuerpo. Enfermizo.
Nauseabundo. Repulsivo. Como miles de arañas
arrastrándose por mi piel. Era el resultado del trato de mi
padre durante los dos peores años de mi vida. El contacto
con un extraño no solía ser bienvenido.
—¿Acabas de...? —siseé, enojada porque me puso la
mano encima. Jalé la mano de su agarre—. En caso de que
sigas despistado y no hayas captado el mensaje. No. Estoy.
Interesada. —Cuando se quedó parado en el mismo sitio, le
espeté—: ¿Por qué no te has ido?
Me miró confuso, como si nunca antes lo hubieran
rechazado. Seguramente no podía ser cierto. El tipo ni
siquiera era galante.
—Ahí estás, Kotyonok. —Una voz profunda y
desconocida me hizo girar la cabeza. Un pequeño jadeo
llenó el aire. «Mío». ¿Por qué de repente me vino a la
mente esa estúpida palabra? Me quedé mirando los pálidos
ojos azules, de cerca y en persona. A corta distancia eran
aún más insólitos—. ¿Dónde está mi beso?
Observé hipnotizada cómo su mano me rodeó la cintura
y me atrajo hacia él como si fuera una muñeca de trapo. En
el fondo de mi mente se registró el hecho de que me
hubiera tocado y no me hubiera asustado.
«Era un progreso», pensé, satisfecha conmigo misma.
Era más alto de lo que pensaba. Apoyé la palma de la
mano en su pecho para mantener el equilibrio y torcí mi
cuello para mirarlo.
En ese momento me di cuenta que era mucho más alto
que yo.
—¿Te está molestando este imbécil? —preguntó,
observando al tipo que estaba a mi lado. Una oscura
advertencia acechaba en esa mirada pálida.
«Intenta salvarme del imbécil que tengo al lado». Sí, ya
sabía, estaba un poco lenta, pero la culpa era suya.
Nuestras miradas se cruzaron y tragué saliva, esperando
no haberme equivocado. Una sonrisa se dibujó en mi
rostro. Me lamí los labios y me puse de puntillas.
—Hola, bebé. —Ronroneé, recorriendo su pecho con la
palma de mi mano. En cuanto esas palabras salieron de mi
boca, su mano en mi cadera se tensó y me apretó más
contra su sólido cuerpo. Su cabeza se inclinó hacia abajo
mientras observaba, hipnotizada, cómo sus labios se
acercaban cada vez más a los míos.
Cuando su boca cubrió la mía, no perdió el tiempo.
Metió su lengua, húmeda y perezosa. Un gemido burbujeó
en mi garganta. Su sabor era lo mejor que había probado.
Adictivo. Su mano abandonó mi cintura y me agarró del
cuello, inclinándolo para poder profundizar el beso. Otra
pasada de su lengua, tan deliciosa y pecaminosa, y dejé
escapar un suave gemido en su boca.
Me invadió una necesidad carnal.
Nunca había tolerado muy bien la cercanía física con
desconocidos, pero en aquel momento necesitaba que lo
hiciera una y otra vez. Un escalofrío recorrió mi espalda y
mi cuerpo se estremeció, apretado contra el suyo. Mi
respiración se entrecortó y mis pezones se endurecieron.
Su beso encendió brasas que esperaban ser avivadas
para convertirse en un infierno en toda regla. Tan
abruptamente como empezó el beso, terminó.
Separó su boca de la mía y sus pálidos ojos me
observaron fijamente. Su mirada no se apartó de mí
mientras pronunciaba sus siguientes palabras.
—Ponle una mano encima... No, dile una palabra o
siquiera mírala —afirmó fríamente—, y acabaré contigo. —
Sonrió. Con dureza. Algo desquiciado acechaba en sus ojos.
A pesar de que seguía mirándome fijamente, sabía que esa
advertencia iba dirigida el tipo que me estaba acosando—.
Y créeme cuando te digo que no será un final rápido.
El tipo desapareció más rápido que un perro con un
hueso.
Miró a mi izquierda.
—Se ha ido. —Su voz era como terciopelo sobre la piel
desnuda. Sus manos se apartaron de mi cuerpo y una
extraña sensación de dolor permaneció ante su lejanía. La
confusión y el deseo luchaban en mi interior.
—Gracias —dije, mirándolo fijamente.
—Cuando quieras.
La habitación entera se desvaneció en el fondo mientras
me ahogaba en aquellos ojos. Busqué en mi mente una
comparación para ellos, pero no se me ocurrió ninguna.
Eran más pálidos que el cielo azul. Más pálidos que las
aguas del Ártico, reflejando la luz del sol.
Y, aunque en ellos residía una dureza, también me
pareció ver algo más en ellos. Sin embargo, no lograba
descifrar qué.
Parpadeé, todo mi cuerpo zumbaba con una energía
preocupante que me instaba a reclinarme hacia él y
empaparme de su calor. Su atractivo sexual. Algo.
Lo miré, asentí y me di la vuelta para ir a buscar al
grupo con el que había venido. Todos habían desaparecido.
—Tus amigos me pidieron que te diera esto. —La
camarera, de unos treinta años, me entregó un papel.
Lo hojeé, las letras bailaban delante de mis ojos y, con
cada palabra leída, la frustración se hacía más espesa en
mi garganta. Idiotas. Los universitarios tenían cero
lealtades cuando se trataba de salir. Te abandonaban sin
pensárselo dos veces si tenían algo mejor entre manos. Era
la razón por la que siempre salía con Autumn. Nunca
dejaba a nadie atrás.
Sacudiendo la cabeza, me dirigí a la salida mientras
sacaba mi teléfono y pedía un Uber, mientras murmuraba
maldiciones creativas en voz baja.
—¿Alguien te ha hecho enfadar, Kotyonok? —Una voz
divertida vino de detrás de mí, y me di la vuelta para
encontrarme frente a frente con el guapísimo desconocido
que acababa de besarme. Estaba junto a las puertas,
apoyado contra la pared y con sus manos en los bolsillos.
Su camisa abrazaba sus anchos hombros, el material
hecho a la medida lo hacía parecer casi un caballero. Casi.
Bastaba con mirarlo a los ojos para saber que todo era una
fachada. Ni siquiera se molestaba en ocultar su salvajismo.
—¿Me estás acosando? —respondí con mi propia
pregunta.
Se rascó la barba incipiente en su mandíbula y mis ojos
volvieron a clavarse en sus dedos. De repente, se me secó
la boca y me pasé la lengua por el labio inferior,
humedeciéndolo.
—¿Qué harías si lo estuviera haciendo? —Parpadeé,
nuestras miradas volvieron a conectarse. Mi cerebro se
dispersó en pensamientos incoherentes en torno a este
hombre. Entonces recordé nuestra conversación. No es que
fuera una gran charla. Respondiendo preguntas con otra
pregunta.
—Le diría a mi hermano que te patee el maldito trasero
—refunfuñé.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio. Se rio de verdad.
—¿Qué? —desafió—. ¿Tú misma no me patearías el culo,
Kotyonok? —Puse los ojos en blanco—. Tienes garras. Eres
una guerrera, después de todo.
Suspiré.
—Escucha, no tengo tiempo para acertijos. Gracias por
ayudarme antes, pero me temo que tus servicios ya no
son...
Su mano se acercó a mi cara, acunándola. Para ser un
tipo grande, su toque era sorprendentemente suave. Su
áspera palma me quemó la mejilla y se me trabaron las
palabras en la garganta.
—Si quieres te vienes conmigo… —«¡Maldición, sí!»,
gritó mi mente, deseosa de más de esa sensación que
ofrecían sus labios. Como si me hubiera leído el
pensamiento, sonrió satisfecho—… en mi motocicleta y te
llevo a casa —aclaró.
Me invadió la decepción e inmediatamente me reprendí
a mí misma. Era un desconocido. No quería tener nada que
ver con él.
—Estoy bien, gracias —repliqué secamente—. Pedí un
Uber.
Un soplido sardónico lo abandonó.
—Si te subes en ese Uber, es hombre muerto —
respondió en tono aburrido. Se me escapó un suspiro
agudo. No podía hablar en serio. ¿Cierto?—. ¿No has
estado leyendo las noticias? —Fruncí el ceño—. Siempre les
pasa mierda a las chicas guapas cuando viajan solas en
taxi.
Como no dije nada, sacudió la cabeza y se acercó a una
preciosa Ducati Desmosedici negra. En el asiento había dos
cascos.
Miré mi atuendo. Llevaba un vestido rojo corto y tacones
a juego. No era precisamente un vestuario para andar en
motocicleta.
Siguió mi mirada y sus labios se curvaron.
—No te preocupes. No dejaré que nadie la vea —musitó.
—Ver ¿qué? —Las palabras se escaparon antes de que lo
pensara mejor.
Una sonrisa de satisfacción marcó su rostro.
—Tu... —Hizo una pausa y mariposas en llamas
revolotearon por mi cuerpo—… ropa interior.
Me jugaría la vida a que en realidad estaba pensando en
una palabra completamente distinta.
Se montó sobre su moto y mis piernas se apretaron
mientras mi imaginación se disparaba. Este hombre a
horcajadas sobre mí con sus musculosos muslos. Luego,
penetrándome. Me llevé la mano a mi mejilla caliente.
Dios, ¿qué me pasaba? Quizás el alcohol me estaba
volviendo loca. Pero apenas me tomé medio vaso de
ginebra.
Se puso el casco antes de darme el de repuesto y, con
dedos vacilantes, lo agarré.
Me moví nerviosamente sobre mis pies.
—Nunca había montado en moto. —Me miré los pies—.
¿Debería quitarme los tacones?
Tiró de mí.
—Móntala a horcajadas. Déjate los tacones puestos.
La sonrisa de su cara prometía algo tan sucio y delicioso
que encendió un fuego por mis venas.
Con piernas temblorosas, seguí su consejo. Mis manos
se posaron en sus hombros, me estabilicé y me senté a
horcajadas detrás de él. Mi vestido se levantó de inmediato
y deslizó una mano por la parte exterior de mi muslo. Mi
piel se encendió al instante, el zumbido se extendió hasta la
punta de los dedos de mis pies. Y el palpitar entre mis
muslos se intensificó.
—¿Así que comparto una primera vez contigo? —Podía
oír la sonrisa de satisfacción en su voz.
—No te emociones tanto —murmuré y su risa vibró a
través de su espalda y en mi pecho—. ¿Cómo te llamas?
No tenía ni idea de por qué pregunté eso. Supuse que, si
estaba a horcajadas detrás él, al menos debería saber su
nombre.
—Moye Serdtse.
—¿Qué clase de nombre es ese? —Mis manos se
deslizaron dentro de su chaqueta de cuero y apretaron con
fuerza—. ¿Eres ruso?
La tensión se apoderó de sus hombros, pero desapareció
al instante.
—¿Hay algún problema con eso? —preguntó en tono
despreocupado, no obstante, había un atisbo de algo crudo
en su voz. Aceleró la moto.
—No. ¿Debería? —No estaba segura de si me había oído
o no.
—¡Agárrate fuerte! —gritó, y me sujeté de su cintura con
todas mis fuerzas. Sus abdominales se tensaron bajo mis
manos e, incluso a través del casco, juré que podía oler su
colonia. Una mezcla de cítricos y cuero.
Nunca había olido nada tan embriagador, y en ese
momento lo supe.
Sabría a cielo y a pecado, todo envuelto en uno.
CAPÍTULO DOS
SASHA

M i sonrisa se sintió auténtica.


No sádica. No sarcástica. Jodidamente genuina.
Debería haber sido mi primera pista. La ignoré.
Segunda pista, la tensión en mis pantalones. Nunca se me
había puesto dura con solo mirar a una mujer. Era tan
condenadamente hermosa que casi dolía mirarla.
Me clavó aquellos profundos ojos grises y fue como un
puñetazo en las entrañas. Mi mundo giró al ver cómo sus
mejillas se sonrojaban y se extendía por su cuello, y de
mala gana imaginé si su culo enrojecería con el mismo
color.
En el momento en que su suave boca se amoldó a la mía,
el mundo dejó de girar y una palabra vino a mi mente.
«Mía». Esa debería haber sido mi pista final. Debería haber
terminado el beso. O tal vez haber prendido fuego a todo en
ese mismo instante y ahorrarme años de dolores de cabeza.
Pero no lo hice. La retrospectiva era una mierda.
La mujer me había hechizado. Detuve la motocicleta
delante de los dormitorios de Berkeley. Branka Russo. La
había vigilado desde la muerte de Mia. Mi promesa por
cumplir. Conocía las calificaciones de Branka, su dirección,
los bares que frecuentaba, su platillo favorito, su color
preferido, su canción favorita. Revisé sus redes sociales
para asegurarme de que nadie la acosaba, comprobé su
Pinterest para ver qué le gustaba. Exagerado, sí. Pero era
lo menos que podía hacer después de fallarle a Mia.
En cuanto apagué la moto, soltó su fuerte agarre sobre
mí y me arrepentí de no haber tomado el camino más largo
hasta aquí.
Un camino muy largo y sin atajos.
La ayudé a bajarse.
—Gracias por dejarme montarme —replicó, con un tono
atrevido y sugerente.
—No juegues con fuego, Kotyonok —advertí, luchando
contra la tensión en mis pantalones. No sabía si era una
gatita o una tigresa. En cualquier caso, el apodo le sentaba
bien. Tenía garras.
Se frotó la mandíbula, pensativa, como si considerara
mis palabras, pero la forma en que sus ojos brillaban con
un desafío, la traicionó.
—Moye Serdtse. —Empezó dulcemente, aunque falló en
la pronunciación. Mi corazón. La comisura de mis labios se
levantó. No podía decirle mi nombre y arriesgarme a que lo
reconociera. Pero dejaría que me llamara su corazón por
este corto tiempo—. Jugar con fuego es mi hobby.
Se alejó de mí pavoneándose y la tensión de mis
pantalones me exigió que fuera tras ella.
No lo hice.
Porque reconocí a la niña. Demonios, lucía igual que su
hermana mayor. Un recordatorio de otro fracaso.
Branka Russo era el vivo reflejo de su hermana mayor.
Aún recordaba el rostro maltratado de Mia aquel día. Había
vuelto a las barracas para encontrarme a unos hombres con
las manos sobre ella. Agarrándola. Rasgándole el uniforme.
Contra su voluntad.
Perdí la cabeza. Ni se me ocurrió denunciarlos. Les
rompí el cráneo y les reventé las rótulas. A decir verdad, si
el oficial al mando no me hubiera quitado de encima, los
habría matado en ese momento.
Pero nada de eso importó, porque me perdí la señal más
importante.

Entré en la habitación de Mia con una bolsa de pasteles en


la mano. La ducha estaba encendida y el agua sonaba con
fuerza. Dejé lo que traía en la única mesa de la habitación y
me dirigí al baño.
Toqué la puerta.
—Mia —llamé.
No hubo respuesta. Volví a tocar y apreté el oído contra
la puerta.
Fue entonces cuando escuché unos suaves sollozos.
—Mia, voy a entrar.
Esperé tres latidos a que protestara antes de presionar
el picaporte e intentar abrir la puerta. Estaba cerrada.
Choqué el hombro contra ella. Con fuerza. La puerta no
tardó en ceder ante mi cuerpo.
Al entrar en el pequeño cuarto de baño, la encontré
sentada en la ducha, aún con el uniforme puesto. Su ropa
estaba empapada. Ya no había sangre ni ropa rasgada, pero
vi los moretones que su uniforme ocultaba cuando encontré
a esos tres desgraciados encima de ella. Reflejaba los
moretones, cortes y tajos de su cara. Las viejas cicatrices
que vi aquel día me golpearon justo en el pecho. Las
ocultaba a todo el mundo, pero aquel día, mientras la
llevaba a la enfermería, pude verlas. Por fin entendí por
qué Mia Russo se negaba a ir a nadar.
Me metí en la ducha, sin preocuparme por mi uniforme.
De todos modos, no lo llevaría mucho más tiempo. Después
de la mierda que había hecho, probablemente me
enfrentaría a un consejo de guerra. Si tenía suerte, una
baja deshonrosa.
Bajé al suelo de azulejos de mierda. Todo en estas
barracas era una mierda. Pero, bueno, estábamos sirviendo
a nuestro país. Excepto que algunos de estos hombres no
eran más honorables que aquellos del bajo mundo.
Mia se negó a mirarme y se me apretó el pecho. Debería
haberla vigilado mejor. Desde el momento en que la vi, tuve
la clara sensación de que no pertenecía a este lugar.
Cuando supe quién era, lo confirmé. Llegamos a
conocernos en los últimos meses y poco a poco supe que
Mia Russo era mucho más de lo que parecía.
Incluso teníamos algunas cosas en común. Padres que
nos fallaron. Infancias jodidas, aunque la de Mia fue peor
que la mía. Muchísimo peor.
Giré la cabeza hacia un lado y la observé. Tenía una
larga herida en la mejilla derecha, ambos ojos
ennegrecidos y la nariz rota. Pero incluso con eso, era una
mujer hermosa. Una mujer rota, aunque hermosa, al fin y al
cabo. Esos ojos grises. No sonreía a menudo, no obstante,
cuando lo hacía, sus ojos se iluminaban como si acabara de
recibir el mejor regalo. El grueso cabello castaño contra su
pequeña figura. Honestamente, no estaba seguro de cómo
había sobrevivido al campo de entrenamiento.
—Mia, mírame —exigí. Me temblaban las manos de
ganas de ir a buscar a esos idiotas y darles otra paliza.
Ni siquiera podía verme, con su mirada perdida.
—Mia, ya no pueden hacerte daño.
Parpadeó y se volvió lentamente para mirarme.
—No puedo ir a casa.
—No tienes por qué —aseguré—. Puedes venir a New
Orleans. Puedo instalarte allí.
Su ceño se frunció.
—Branka está allí sola —murmuró—. No puede quedarse
allí.
—Podemos ir por ella y puede quedarse contigo. —Se le
escapó un suave sollozo, la mirada de sus ojos me recordó
el cielo gris justo antes de una tormenta.
Sacudió la cabeza, una única lágrima solitaria
resbalando por su mejilla magullada. O quizá me la estaba
imaginando y solo era agua de la ducha. Tenía los ojos rojos
e hinchados.
—¿Mantendrás a salvo a mi hermana y hermano? —
susurró la pregunta—. Prométeme que los mantendrás a
salvo.
—Lo prometo.
Me agarró la mano y la apretó.
—No olvides tu promesa, Nikolaev.

Maldición, le fallé.
La ira se apoderó de mí al ver a Branka desaparecer de
mi vista. Y de mi vida.
CAPÍTULO TRES
SASHA

H abía hecho muchas cosas mal. Muchas estupideces. Y


bastantes cosas jodidas también.
Lo que sucedía en ese momento, en cambio, se
sentía bien.
Acechar a Branka Russo me trajo un extraño tipo de paz.
Había sido la primera cosa que me había hecho sentir algo
bueno en toda mi vida. Era una sensación diferente a todo
lo que había sentido antes.
Como si hubiera encontrado algo que era mío y quisiera
aferrarme a ello. O tal vez aquellos ojos grises se habían
apoderado de mi alma empañada y ahora nunca volvería a
ser el mismo.
No sabía si eso era bueno o malo.
Peor aún, se estaba convirtiendo rápidamente en una
adicción. Solo le tomó un día, aunque tardé una semana
entera en darme cuenta.
Branka y su amiga paseaban por el parque, comiendo
unos pistachos y bebiendo vino. Para mí no tenía ningún
maldito sentido. A lo mejor era cosa de canadienses.
Se sentaron en un banco vacío e inclinaron la cara hacia
el sol.
Fuera lo que fuese de lo que estaban hablando, los
labios fruncidos de Branka se curvaron hacia arriba en una
sonrisa cegadora. La sonrisa no era para mí, pero algo me
recorrió las venas. Su cabello brillaba bajo el sol de
California: tonos rojos, castaños y miel en perfecto
equilibrio.
En el momento en que echó la cabeza hacia atrás y se
rio, algo en mí cambió.
Para mi desgracia, no podía decir si algo se había roto o
reparado.
CAPÍTULO CUATRO
BRANKA

E l sol de California colgaba bajo en el cielo y su calor


seguía brillando en mi piel.
Llevaba un vestido azul sin mangas que me caía
hasta las rodillas en ondas desde la cintura. Los tirantes
sobre los hombros dejaban al descubierto la mitad de mi
espalda, y lo combiné con un par de tacones color piel.
Autumn optó por un vestido verde sin mangas con la
espalda cerrada y un par de zapatos planos. Dijo que era
más práctico. Tenía razón, por supuesto. Pero para mí era
más fácil esconderme detrás de vestidos bonitos que con
ropa sencilla y preguntas para conocernos.
Mis ojos recorrieron el lujoso restaurante. No debería
estar en ese territorio. Lo sabía, pero las probabilidades de
que alguien me reconociera eran mínimas.
Mi padre y su crueldad le granjearon muchos enemigos
a lo largo de los años. La familia que controlaba este
territorio de Los Angeles era uno de ellos. La familia
Konstantin.
Según mi hermano, eran los rusos que tomaron el
control de la Costa Oeste. Hermanos gemelos que no tenían
la mejor relación con nuestro padre. «No me sorprende»,
pensé irónicamente.
Busqué los nombres en mi memoria y me quedé en
blanco. Lo único que recordaba era que Alessio decía que
podían ser despiadados cuando los traicionaban, y que
nuestro papá no se llevaba bien con ellos, porque estaban
en contra del tráfico de personas que pasaba por sus
territorios siberianos. Alessio acabó con ese negocio, pero
nuestro progenitor seguía haciéndolo de vez en cuando a
sus espaldas.
No me extrañaba que nuestra familia estuviera
condenada. Gracias a todo el sufrimiento que nuestro padre
infligió a los demás.
No había vuelta atrás. Generaciones de la familia Russo
pagarían por sus pecados. Menos mal que no tenía
intenciones de casarme ni de tener hijos.
Illias y Maxim Konstantin.
Los nombres me salieron de la nada y sonreí satisfecha.
Alessio siempre decía que había que prestar atención a los
nombres y estar al tanto de los enemigos. Los Konstantin
formaban parte de la mafia rusa, pero no se ensuciaban las
manos como la mayoría de la Bratva. Su estilo era más
sofisticado; sin embargo, no dudaban en ser sanguinarios y
provocar el miedo en el corazón de sus enemigos.
Ahora empecé a preguntarme si venir había sido
inteligente. Aunque ¿qué amenaza podría suponer? Una
chica de dieciocho años que no formaba parte del bajo
mundo.
Constantinople era uno de los restaurantes más caros y
elitistas de Los Angeles, situado en pleno centro de la
ciudad. El nombre estaba sospechosamente relacionado
con Konstantin, pero no había información sobre los
propietarios. El restaurante estaba justo en medio de su
territorio, así que tendría sentido que fuera suyo. Era uno
de esos misterios que todo el mundo quería resolver, sin
embargo, nadie podía conseguir la respuesta.
Dejando a un lado la propiedad, el restaurante era muy
popular y lo frecuentaban estrellas de cine, familias de la
mafia y políticos por igual. Nada exhibía tanto la
corrupción como Los Angeles, pero quién era yo para
juzgar. Mi propia familia no era exactamente todo arcoíris y
rosas.
Mientras esperaba a la anfitriona del restaurante, me
quedé mirando por la ventana, observando a las risueñas
parejas que paseaban tomadas de la mano. La gente
parecía tan feliz y algo me oprimió el pecho. No me gustaba
desear algo inalcanzable. Aquel primer año después de que
Alessio y Mia se fueron fue insoportable.

Las tablas del suelo crujían.


Se estaba acercando.
Aliento rancio. Sudor.
—Tu padre te dio a mí. Para romperte y moldearte.
Se me hizo un nudo en la garganta. El miedo me cortó la
respiración.
Risa oscura.
—Vamos a jugar.
Me ardía la piel, el dolor me atravesaba. Dedos fríos.
—Solo dolerá un poco. —Mis pulmones se apretaron. No
podía respirar.

—Me apetece una pizza. —La voz de Autumn me sacó de


los oscuros recuerdos que había enterrado. Me picaban las
cicatrices ocultas—. ¿Y a ti?
Una sonrisa se dibujó en mis labios ante su emoción. Sus
ojos adquirieron un tono más verde, lo que me dijo que
estaba feliz. Me encantaba su felicidad. Era contagiosa y
alejaba la oscuridad de mí.
Devolví la atención a los bulliciosos camareros y a la
multitud parlanchina.
Autumn me agarró de la mano.
—Estoy tan emocionada de que podamos comer aquí. —
Sonrió—. Tal vez nos encontremos con alguien famoso.
Como Jaymes Young.
O alguien peligroso. Mas me guardé ese comentario.
—No me lo imagino comiendo aquí —respondí.
La anfitriona nos saludó con una sonrisa, tomó el
nombre de Autumn, ya que no me atrevía a darle el mío y,
en diez minutos, estábamos sentadas.
—Wow, este sitio sí que ama el rojo —comentó Autumn.
El interior del restaurante estaba decorado en varios
tonos de ese color.
—Probablemente sea un reflejo de todos los
chupasangres —añadí, refiriéndome tanto a los hombres de
negocios como a los mafiosos que frecuentaban el lugar. En
mi opinión, eran lo mismo. Vi de primera mano lo corruptos
que eran los hombres que deberían proteger el mundo.
Suspirando, ambas miramos alrededor del restaurante.
Mis ojos recorrieron diferentes comensales. Estábamos en
la zona general de asientos. Había una sección detrás de
una pesada cortina, con los camareros entrando y saliendo.
Alguien famoso podría estar detrás. Definitivamente no
aquí.
Un camarero se escabulló por la cortina, empujándola y
dejándola abierta.
Y de repente, me senté derecha.
El tipo de la otra noche estaba sentado allí. Una mujer,
alta y guapa, se acercó a su mesa y se sentó a su lado. Su
cabello rubio era del mismo tono que el de mi chico.
Sacudí la cabeza. «No, no era mío». Solo un tipo al azar
que había besado.
Los tres hombres se levantaron y volvieron a retomar su
lugar una vez que ella tomó asiento. Cuando saludó a los
hombres, sus ojos recorrieron la habitación hasta que
llegaron a los míos, y me miró fijamente como si supiera
exactamente quién era. Dios, tenía los mismos extraños
ojos azul pálido. Tenía que ser su hermana. Era imposible
que no fueran parientes.
Mis ojos se apartaron de ella y volvieron a Moye
Serdtse. Fuera cual fuese ese nombre. El corazón me latía
extrañamente y la sangre me retumbaba en los oídos.
El recuerdo del beso invadió mi mente. Era la primera
vez que disfrutaba de verdad de ese tipo de contacto con
un hombre. De su toque. Quería más. Tal vez era codiciosa
o estúpida, pero sabía que encontrar a un hombre capaz de
tocarme sin que mi cuerpo se sobresaltara nunca había
sucedido. No debería cuestionarlo demasiado.
Aún no me había mirado, pero tenía la sensación de que
sabía que estaba en el mismo restaurante. Apostaría mi
vida a ello. Mis ojos se desviaron hacia los otros dos
hombres, que parecían gemelos. Aunque no eran idénticos,
uno tenía el cabello oscuro y el otro castaño claro.
Y fue entonces cuando supe exactamente quiénes eran.
Los gemelos Konstantin.
Había una energía letal en ambos, pero especialmente
en el gemelo de cabellera más oscura. Sus ojos se movían
de mesa en mesa, como una pantera que observaba su
entorno en busca de cualquier peligro. Sus ojos se posaron
en mí y algo parpadeó en ellos.
Reconocimiento.
No, no podía ser. Sacudí la cabeza como intentando
convencerme de que estaba equivocada. De que estaba
paranoica. Tenía que estarlo.
Alessio me mantuvo fuera del bajo mundo a propósito.
Para que los enemigos de mi padre no pudieran
reconocerme. Para que los enemigos de mi hermano no
pudieran dar conmigo.
Sin embargo, estaba segura de que ese hombre sabía
exactamente quién era.
—Branka. —Los dejé de observar fijamente y me volví
hacia Autumn para encontrarla mirándome con una
expresión preocupada—. ¿Está todo bien? Parece como si
hubieras visto un fantasma.
—Sí, estoy bien.
Los ojos de Autumn se dirigieron a la mesa donde
estaban sentados los Konstantin. Ladeó la cabeza y volvió a
mirarme.
—¿Están relacionados con tu familia? —inquirió en voz
baja. Tragué saliva y asentí con la cabeza. Sin dudarlo,
Autumn se levantó. Mis ojos se alzaron hacia los suyos,
interrogantes—. Nos vamos.
—Pero... —Me aclaré la garganta—. Estabas tan
emocionada por este lugar.
Se encogió de hombros.
—Compraremos pizza en otro sitio. Prefiero verte
cómoda. —Sonrió y me tendió la mano.
La tomé y salimos sin mirar atrás. Justo cuando nos
estábamos retirando, un tipo empujó a Autumn, haciéndola
perder el equilibrio. Un paso en falso y ella hizo una mueca
de dolor.
—¡Ten más cuidado, maldito imbécil! —siseé tras el tipo
que ni siquiera se molestó en mirarnos.
Le tendí la mano para sujetarla y, en cuanto dio el
siguiente paso, supe que algo estaba mal.
—Creo que me torcí el tobillo —se quejó. La ayudé a
saltar hacia el banco exterior.
—Debería ir tras ese desgraciado y romperle el tobillo.
Se le escapó una risa estrangulada.
—A veces puedes dar miedo, Branka.
Me limité a sonreír.
—Por la gente que me importa, puedes apostar que sí.
Al comprobar su tobillo, noté que se hinchaba. Caminar
solo lo empeoraría.
—Voy a buscar el coche. Espera aquí. ¿De acuerdo?
—Podría patearme por mi torpeza —murmuró.
—Es culpa de ese imbécil.
Tras echarle un último vistazo, me dirigí a la parte
trasera del restaurante, donde nos habíamos estacionado.
Me apresuré a bajar por el callejón, ya que no me gustaba
la idea de encontrarme con alguien en un lugar tan
apartado.
Me di la vuelta y vi nada menos que al hombre que me
había besado hacía unos días caminando hacia mí con paso
decidido y su enorme cuerpo vestido con un traje a la
medida. Para ser honesta, lo prefería en jeans y chaqueta
de cuero.
Me quedé quieta, observando sus pasos seguros que lo
acercaban cada vez más a mi persona. Una parte de mí me
instaba a correr, aunque no porque le tuviera miedo. No
tenía nada que ver con eso, aunque mi instinto me advertía
de que debía temerle. El impulso de correr tenía más
relación con la cruda necesidad que me arañaba el pecho.
Con cada paso que acortaba la distancia entre nosotros,
mi corazón tronaba con más fuerza mientras me ahogaba
en aquella mirada azul pálida, colores del mar Ártico bajo
el hielo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió saber. Le enarqué
una ceja, negándome a mostrarle ninguna emoción—. Esta
no es una parte segura de la ciudad para ti.
Fue un comentario extraño. No me conocía. Ni yo a él.
¿Cómo demonios iba a saber lo que era seguro y lo que no
lo era para mí?
Permaneció de pie, sin apartar la vista, y me di cuenta
de que esperaba una respuesta.
—Es tan seguro como cualquier otro sitio —rebatí. Nos
miramos fijamente mientras se colocaba a metro y medio
de mí. Incluso a esa distancia, tuve que inclinar la cabeza
hacia atrás para mantener contacto visual.
Se acercó un paso. Yo también. Y otro más, hasta que
apenas hubo un centímetro entre nosotros. Incliné más la
cabeza hacia atrás para mantener el contacto visual. El
corazón me retumbó en el pecho al ver que sus ojos ardían
con algo que no podía entender.
Mi cuello se inclinó aún más, observando fascinada
aquellas llamas azules. Nuestros cuerpos casi se rozaron,
nuestras miradas conectadas, no obstante, mantuve la
respiración uniforme mientras el corazón me latía con algo
desconocido.
Su mano subió lentamente para acunar mis mejillas, con
delicadeza. Casi como las caricias de un amante.
Me quedé inmóvil, incapaz de decir o hacer algo,
mientras su pulgar recorría lentamente la línea de mi
mandíbula, con la áspera y rugosa yema de su dedo
acariciando mi suave piel. Un escalofrío me recorrió entera,
pero no me moví. Lo observé con ansiedad, preocupada por
si era un tipo bueno o malo. Cuando su pulgar bajó y se
posó sobre mi pulso acelerado, me di cuenta de que mi
cuerpo ya había decidido.
—¿Quiénes son esos hombres? —indagué, con la voz
entrecortada. Necesitaba confirmar mis sospechas.
Si estaba conectado con la familia Konstantin, tal vez
también era un enemigo.
Se inclinó más hacia mí y su boca rozó la mía.
—No te preocupes, Kotyonok. Ninguno de esos hombres
se acercará a ti.
El tono vehemente y letal de su voz me hizo creerle.
—¿Quieres saber por qué?
Un trago de saliva sonó entre nosotros. Mío.
—¿Por qué?
Se inclinó hacia mí, acercó su boca a mi oreja y me
raspó la piel con su barba ligera.
Este hombre era realmente un depredador escondido en
la piel de un hombre.
—Porque eres mía. —Las palabras eran tranquilas.
Suaves. Sin embargo, había una convicción en su voz que
me hizo sentir otro escalofrío—. Te quiero toda para mí.
Soy tuyo. Eres mía. Nadie más puede tenerte.
Por primera vez, mi cuerpo no protestó por ser
propiedad de un hombre.
CAPÍTULO CINCO
SASHA

U na semana después, seguía en California. Encontré


razones para quedarme y excusas para no irme.
Incluso acepté un trabajo extra que normalmente
no consideraría.
Apoyado en mi motocicleta, observé un sedán negro
detenerse frente al almacén de los muelles. Tenía los
cristales tintados, ocultando la vista de quien iba dentro.
No me moví, pero mi mano estaba detrás de mí, lista para
sacar mi pistola.
El vehículo se detuvo y salió Maxim Konstantin. Mis ojos
se posaron en él. A diferencia de su hermano gemelo, Illias,
Maxim tenía el cabello castaño claro. Era su única
distinción. Eso y los conocimientos informáticos sobre
vigilancia. Su hermano gemelo, que dirigía el negocio
familiar y era Pakhan, era alto, con el cabello negro y los
ojos aún más oscuros. Imagínate.
Sin que la mayoría lo supiera, la familia Konstantin era
dueña de la mayoría de los centros comerciales de
California. Y algunos en Rusia. Era su fachada legal y una
forma muy eficiente de lavar dinero. Illias, debido a su
posición en la jerarquía de la Bratva y a su papel de
Pakhan, fue objeto de muchos intentos de asesinato. ¿Eso lo
mantuvo fuera del foco de atención? Maldición, no. Su
hermano, Maxim, en cambio, siempre permaneció bajo el
radar. Era casi como si se escondiera detrás de su hermano
gemelo.
Solo por eso, no me caía especialmente bien. Vasili era
el mayor de nuestra familia y dirigía nuestros negocios,
pero el resto de nosotros, Alexei y yo, nos jugábamos el
cuello por la familia. Nunca nos esconderíamos detrás de
él.
Sin embargo, tal vez Illias prefería que su hermano
gemelo trabajara detrás de escena. Lo que fuera, no era mi
problema.
Tan bueno como yo matando gente, Maxim era bueno
interviniendo los sistemas gubernamentales y jodiéndolos.
A veces, incluso iniciaba guerras solo para poder
beneficiarse.
—Nikolaev.
—Maxim.
Mis ojos se posaron en él. Vino con dos hombres. Como
si eso pudiera salvarlo si las cosas se ponían feas. Él y sus
amigos estarían muertos antes de que pudiera decir boom.
—Gracias por venir. —Empezó, tendiéndome la mano. Le
eché un vistazo. No tenía fobia a los gérmenes, pero no me
gustaban las falsas cortesías. Normalmente, nunca
aceptaría un trabajo suyo, aunque el momento era
oportuno. Y todo lo relacionado con Russo siempre me
interesaba.
—Vayamos al grano —dije. Si no me gustaba el trabajo,
no lo aceptaría.
—Russo tiene a mi mujer y quiero recuperarla. —
Levanté las cejas. Alessio no me parecía el tipo de hombre
que le quitara la mujer a otro—. La secuestró mientras
estábamos en mi cabaña.
—¿Estás seguro de que tiene a tu mujer? —repliqué—.
Alessio no tiene la costumbre de secuestrar mujeres.
Los labios de Maxim se torcieron.
—Su viejo la tiene.
Ah, eso tenía más sentido. El viejo Russo tenía la
costumbre de arrebatar todo lo que quería. Ese bastardo
cruel. Nunca entendería cómo Mia y Branka podían ser
producto de ese hombre.
—Necesitaré los detalles.
No hubo respuesta.
—¿Has contactado a Alessio? —pregunté—. Ha
eliminado ese negocio de su territorio.
—Ocurrió en Alaska —siseó, subiéndose las gafas por la
nariz. No se me escapó el temblor de sus dedos—.
Cualquier cosa fuera del territorio de los Russo no le
concierne a Alessio.
Buen punto.
—¿Por qué el viejo se llevaría a tu mujer?
—Hackeé su sistema y vacié su cuenta bancaria.
Mis cejas se alzaron.
—No me di cuenta de que estabas corto de dinero.
Después de todo, el Pakhan era acaudalado.
—No pagó por una transacción comercial que
finalizamos.
Tenía sentido. Tenía que cobrar. Dejar que se librara de
las consecuencias estaba fuera de discusión. Si dejas que
alguien se salga con la suya una vez, se correrá la voz y
más gente lo intentará.
—Podrías tener mejores resultados si trabajas
directamente con Alessio —sugerí—. Ponlo al tanto.
El aire se llenó de un espeso silencio.
Había algo en todo esto que me desagradaba. Esperé,
observando la cara de Maxim por cualquier señal
reveladora. Pero tenía una buena cara de póquer. ¡Cabrón!
—Si me pongo en contacto con él, pondrá hombres sobre
su hermana y la rodeará.
Una sensación de alarma me subió por la espalda. Más
valía que no estuviera amenazando a Branka.
—¿Qué tiene que ver su hermana? —gruñí. Mi voz
habría hecho que un hombre común y corriente se cagara
en los pantalones. Pero Maxim creció en el brutal mundo
de la Bratva, viendo a su hermano gobernar con mano
firme.
—Mujer por mujer —contestó, aunque pude ver un
atisbo de conciencia cruzar su rostro. No le gustaba herir a
las mujeres más que a mí.
—Aceptaré el trabajo —añadí—, pero te voy a dar una
advertencia, Konstantin. Si tocas un solo cabello de la
hermana de Alessio, serás hombre muerto. Más te vale
rezar para que no le pase nada a esa mujer, porque serás el
primer hombre al que persiga.
Tenía que cumplir una promesa y que me llevara el
diablo si llegaba a fallar.
CAPÍTULO SEIS
SASHA

T res días, y todo se fue a la mierda.


Seguí al viejo Russo, pero no pude descifrar su
rutina. ¿Por qué? Porque solo pensaba en esos ojos de
nubes tormentosas. Le había pedido a Alexei, mi hermano
menor, que la vigilara. No tenía que preocuparme que se lo
contara a alguien. Se lo tomaba como otro de mis trabajos
raros. Y, lo más importante, no había nadie en quien
confiara más que en Alexei para mantenerla a salvo.
Yo, en cambio, tenía que ponerme las pilas y dejar de
pensar en Branka Russo, solo debía preocuparme por
finalizar el trabajo. En todos mis años, nunca le había
perdido la pista a alguien. Bueno, para todo había una
primera ocasión, porque al viejo Russo lo perdí una vez,
maldición.
Yo. Sasha Nikolaev.
Lo perdí mientras iba saliendo de su casa, todo gracias a
que estaba acechando a su hija remotamente. Si Vasili lo
supiera, se mearía de la risa. Así que me aseguraría de que
nunca se enterara.
Dios, esa mujer me dominó sin siquiera haber tenido una
probada de su coño.
¡Jesucristo!
Quizá lo mejor que podía hacer era mantener la
distancia con ella. No era sano ser tan posesivo.
Vi de primera mano lo que sucedía con la gente que caía
en ese estado. Cómo los lanzaba en una espiral de locura
hasta que no les quedaba más que la muerte. Un cráneo
destrozado y un cuerpo roto.
El complejo de los Russo en los muelles de Alaska estaba
envuelto en oscuridad y tenía a la escoria de la escoria con
él. Creí que habría cinco guardias. Máximo. Había al menos
veinte.
¡Joder!
Seguí al viejo Russo desde Montreal hasta la maldita
Alaska. Demonios, no estaba seguro de qué era peor para
congelarte las pelotas. Así que aquí estaba, en Juneau,
Alaska, en la azotea de un edificio frente al almacén que
Russo estaba visitando. Usando mi lente, los observé a
través de la única ventana mientras se movían. Era difícil
saber dónde estaban sin estar adentro.
Según la información que conseguí, el viejo Russo poseía
unos almacenes cerca de los muelles en Alaska. Pero no por
mucho tiempo.
Entré en el recinto a pie. No podía entrar en mi coche
sin activar el sistema de seguridad y las cámaras. Estaba
estacionado a un kilómetro y medio de distancia, así que si
las cosas se ponían peligrosas, sería hombre muerto. Vivía
para esta mierda, pero diablos, quería sobrevivir unos
cuantos años más.
Blyad, tendría que entrar en ese almacén. De una forma
u otra.
Me enganché el rifle al hombro, comprobé mi pistola en
la funda, atornillé el silenciador, luego revisé el arma que
tenía metida en la parte trasera del pantalón y mi cuchillo
adentro de la bota. Tras echar un último vistazo al almacén
y su distribución, volví a entrar y me abrí paso por el gran
espacio vacío. Parecía que todos los hombres estaban en el
otro edificio, donde se encontraba el viejo Russo.
Mi información indicaba que la mujer que Maxim
buscaba estaba retenida allí, pero no tenía pruebas. Me
movía por puro instinto. Con cada metro que atravesaba,
una sensación de alarma me golpeaba. Y el olor a sangre.
Nunca olvidas el olor de la sangre y los cadáveres. Una vez
que los hueles, se queda contigo para siempre.
Esperaba que el recinto estuviera armado y asegurado al
máximo. Estaban en guerra con los irlandeses. Y con la
Famiglia. Y luego estaba la mafia corsa que lo odiaba y
quería acabar con él. Y, por último, pero no menos
importante, había unas cuantas familias de la Bratva que
querían crucificarlo.
¿Por qué? Porque al viejo le gustaba joder a la gente. En
más de un sentido.
A pesar de mi corpulencia, mis pasos eran silenciosos en
el camino de grava entre los dos edificios. Esa habilidad
estaba arraigada en mí incluso antes de unirme al ejército,
pero el entrenamiento de las fuerzas especiales me lo
impuso. Fue lo mejor que me pudo pasar. Era la disciplina
que mi padre no se molestó en enseñarme, porque estaba
demasiado centrado en sí mismo y en su polla.
En la mujer que amaba. La mujer sin la que no podía
vivir.
Y en mi madre...
Ni siquiera quería hablar de ese tema. Esa loca
psicópata me arruinó incluso antes de empezar a vivir.
Ni siquiera Vasili conocía el alcance de la locura de
nuestra madre. Nadie sabía qué había pasado exactamente
aquel día. Nadie sabía las palabras que se intercambiaron.
Solo mamá, yo y una bebé que no recordaba nada. Mi
hermana pequeña. Tatiana estuvo tan cerca de morir aquel
día, antes incluso de cumplir su primer mes en esta tierra.
Mi hermano hizo lo mejor que pudo para cumplir el rol
de ser nuestra madre, padre y hermano. No fracasó
exactamente, aunque no fue lo mismo.
Justo al doblar la esquina, vi la pequeña entrada lateral.
Y solo había un hombre custodiándola. Antes de que
pudiera moverse y alertar a los demás, le disparé, el
silenciador hizo su trabajo.
Corriendo hacia la entrada, tomé una bocanada de aire
para apaciguar mi respiración y luego levanté la pistola.
Empujé el pomo de la puerta y entré en el almacén de
ladrillo. Para mi sorpresa, encontré toda la maldita
habitación a oscuras.
«¿Dónde demonios estaba todo el mundo?»
Estaban aquí. Los vi. Sin embargo, en ese momento no
podía oír ni una sola respiración. Ni un solo movimiento.
Maldición, esperaba que no fuera una trampa.
Si lo era, volvería como un fantasma y le retorcería el
feo cuello a Maxim.
Dejé que mis ojos se adaptaran a la oscuridad y empecé
a moverme. Tenía la mano en el gatillo de mi AK-47 y me
mantuve pegado a las paredes laterales. Había una
habitación al fondo, con una única ventana interior entre
las dos paredes que la separaban. Me precipité hacia ella.
Sin despegarme del muro, me asomé y vi una habitación
vacía. Excepto por una sola silla.
Con una mujer sentada desnuda.
—Maldita sea —murmuré en voz baja.
Estaba atada a la silla, con el cabello reluciente por la
sangre que lo empapaba. Mierda, era ella. La mujer de
Maxim. La dejaron deformada, pero sabía que era ella.
Tenía la boca tapada con cinta adhesiva. Su cuerpo era
una masa de sangre y magulladuras. No sabía si sería
mejor que estuviera viva o muerta. Por su bien.
Me acerqué a la puerta y entré en la habitación,
permaneciendo alerta. Lo último que necesitaba era que
Russo y sus malditos hombres me tendieran una
emboscada. Prefería no empezar una guerra con él. Vasili
no me lo agradecería. El viejo Russo no era un enemigo,
aunque tampoco era un amigo. Todos los negocios Nikolaev
pasaban por su hijo, Alessio Russo.
Ni siquiera se movió cuando entré. Muerta. Estaba
muerta. Se me hundió el estómago.
Un rápido vistazo alrededor me dijo que no había nadie
más en la habitación. Pero había cadáveres de más mujeres
apiladas en el suelo, en la esquina más alejada, que no
había notado antes.
Y ahí estaba la razón del hedor.
¡Mierda!
Maxim no debería ver a su mujer en ese estado. Esto
debía de ser por algo más que intervenir sus cuentas. ¿Qué
clase de problema tenía Maxim con el viejo Russo para que
el viejo secuestrara a su mujer?
Agarré mi teléfono y llamé a Nico Morrelli. Si alguien
tenía información, sería ese tipo.
—Nikolaev —me saludó a su manera.
No perdí el tiempo con amabilidades.
—Morrelli, necesito saber qué causaría una enemistad
entre el viejo Russo y Maxim Konstantin.
—Hola a ti también, desgraciado.
Me reí entre dientes.
—Oh, lo siento. Había olvidado lo mucho que les gusta
hablar a los italianos. ¿Cómo va la vida? ¿Tu máquina de
cappuccino sigue funcionando? Tu...
—Jesucristo. Deja de hablar, ruso pesado —me cortó,
con humor en la voz—. Es curioso que preguntes esto
porque acabo de enterarme de que el viejo Russo tenía un
acuerdo con el viejo Konstantin. Uno de los gemelos de
Konstantin, Maxim, debía casarse con una de las Russo.
Algo violento y mortal recorrió mis venas. Mi mandíbula
crujió y mi pecho se retorció con algo desconocido. La
aversión a que Branka perteneciera a alguien me hizo
desear prender fuego el lugar.
—¿Cuándo se hizo el acuerdo? —pregunté.
—Formaba parte del contrato matrimonial. El viejo
Konstantin y el viejo Russo llegaron a un acuerdo a través
de Benito King —explicó Nico—. El nombre de la hija no se
mencionó, pero por lo que parece, el acuerdo era
probablemente casar a Mia con Maxim. Por supuesto, eso
no funcionó cuando ella... —Hizo una pausa y ambos
supimos por qué no funcionó.
Se suicidó, delante de mí. No pude salvarla. Parecía ser
un tema constante en mi vida.
—¿Lo saben los hermanos Konstantin? —cuestioné.
—Sí —contestó Nico. Mi teléfono crujió con la fuerza de
mi agarre—. Le correspondía a Maxim cumplirlo, pero
encontró una laguna en el acuerdo y lo anuló.
Así que esta fue la venganza del viejo Russo. Hijo de
puta.
—¿No me digas que te metiste en medio de esa mierda?
—Era el turno de Nico de interrogarme. Apreté los dientes.
Era exactamente lo que había hecho.
—¿Sabes por qué se anuló el contrato? —inquirí en su
lugar.
Algo en el silencio que siguió me dijo que no me gustaría
la respuesta.
—El contrato establecía que la mujer no sufriría daños
físicos. —Mis oídos zumbaban con la sangre corriendo por
mis venas. La ira me quemaba la garganta y empañaba mi
visión con una niebla roja—. Cuando Mia murió, el contrato
pasó a ser para Branka. No sé si debería hacer esto, pero te
estoy enviando una foto. Konstantin consiguió una foto de
Branka. Tenía muchas cicatrices.
Mi teléfono emitió un pitido y abrí el mensaje. La
respiración me cortaba los pulmones. Me ardía la sangre.
La niña de la foto tenía quemaduras y cortes por todas
partes. Un ojo morado. Su pelo castaño estaba más rojo
que castaño por la sangre que lo manchaba. Branka estaba
sentada en un rincón, con las rodillas contra el pecho y
miedo en su rostro.
—Tengo que irme —dije con frialdad, mientras mi
sangre hervía a fuego lento por mis venas.
Terminé la llamada y volví a prestar atención al cuerpo
que tenía delante. Quemaduras de cigarrillo. Las recordaba
en el cuerpo de Mia. No había visto ninguna en el de
Branka, pero eso no significaba que no estuvieran allí.
Mis ojos siguieron recorriendo clínicamente el cuerpo
desnudo. Fue entonces cuando lo vi. Grabado en el pecho
de la mujer, entre todas las manchas de sangre. Producto
dañado.
Le envié un mensaje a Maxim.

Yo: Está muerta.

Y luego prendí fuego a todo el edificio.


Me moría de ganas de meterle una bala en la cabeza al
viejo Russo. Algún día.
Tal vez no ese día o el siguiente. Pero un día, mataría al
maldito desgraciado.
CAPÍTULO SIETE
BRANKA

D urante semanas, sentí un hormigueo en el cuerpo al


sentirme observada. Era como el frío de un
congelador sobre la piel caliente.
Sin embargo, cada vez que miraba a mi alrededor, no
había nadie.
Eché un vistazo a las estanterías del supermercado.
Marzo en California no se parecía en nada al de Montreal y
me encantaba. Vivir en una residencia con mi mejor amiga,
a cientos de kilómetros de mi padre, era lo mejor.
No obstante, extrañaba a mi hermano. Si bien
hablábamos y nos mandábamos mensajes, no era lo mismo
que verlo todos los días. Quería asegurarme de que estaba
bien. No es que no pudiera cuidar de sí mismo. A decir
verdad, siempre cuidó de mí, pero me daba tranquilidad
verlo y comprobar que estaba bien. No feliz. Era un
concepto abstracto para nosotros. Si no fuera por Autumn y
sus padres, no creería en la felicidad.
No sabía si tendríamos la oportunidad de ser felices
después de lo que Alessio y yo habíamos vivido. Estábamos
demasiado manchados por nuestro mundo.
El ataúd de Mia estaba cubierto de inmensos colores.
Flores rojas, rosas, blancas y moradas se mezclaban sobre
él.
Le encantaría. Siempre le habían gustado los colores
vivos, la moda. Cualquier cosa alegre y creativa.
Las lágrimas me mancharon la cara, pero mantuve mi
llanto en silencio. Si padre me oía llorar, me daría una
paliza más tarde. Me dolía tanto el pecho que apreté la
mano contra él, esperando que me facilitara la respiración.
No fue así. Algo dentro de mí se había roto. Mis ojos
miraron a mi madre, quien tenía la mirada perdida en la
tumba. Sin lágrimas. Ni tristeza. Ni rabia. Nada.
No quería ser como mi madre.
Mis ojos encontraron a mi hermano mayor.
La furia ardía en sus iris. Seguí su mirada hasta mi
pecho. Fue demasiado tarde cuando me di cuenta de que
estaba mirando la quemadura del cigarrillo en mi mano.
Alessio saltó sobre padre y empezó a darle puñetazos.
Jadeos, gritos, exclamaciones. Madre no reaccionó. Y yo...
estaba tan feliz de ver el labio de mi padre partido. Sangre
en su rostro.
Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de la
verdad sobre mí misma.
Ya había sido contaminada por nuestro mundo.
Porque mi corazoncito bailaba en mi pecho mientras
veía a Alessio golpear a nuestro padre. Esperaba que su
muerte fuera larga y dolorosa. Extremadamente dolorosa.
La esperanza duró poco. Los hombres de papá ya lo
estaban apartando de la cabeza de la familia Russo.
Alessio se puso de pie y se acercó a mí. No me daba
miedo. La rabia y la furia de sus ojos no iban dirigidas a mí.
Solo su feroz protección.
Me levantó y mis manos se enredaron en su cuello.
—Viniste —susurré, olvidándome de todos los que nos
rodeaban.
—Siento haber tardado tanto, princesa. —Lo decía en
serio. Podía ver la verdad en sus ojos—. Nadie volverá a
hacerte daño. Tú y yo, princesa. Contra el mundo.
Por primera vez desde que vi a Mia y Alessio
desaparecer en la noche dos años atrás, sonreí.
—Tú y yo, hermano mayor. Contra el mundo.

Mis labios se tensaron al recordar a mi hermano. Desde


entonces me había quedado con él, aunque de vez en
cuando visitaba a mi madre. Alessio siempre me
acompañaba para que estuviera a salvo. Fiel a su palabra,
me había mantenido fuera de peligro desde entonces.
Cuando crecí lo suficiente, me apunté a clases de defensa
personal, pero el problema era que todos tenían miedo de
mi hermano y de lo que les pasaría si me hacían daño
accidentalmente.
Alessio me veía como la niña pequeña que necesitaba
protección, así que amenazó a todo el gimnasio. Pero no
quería ser solo eso. También quería ser fuerte y capaz de
protegerme.
Con los viejos recuerdos como constantes compañeros,
pagué los artículos y salí de la tienda. Mientras tanto, me
dolía la muñeca. Mi padre me las rompió demasiadas veces
durante aquellos tortuosos y solitarios años. Los huesos se
curaban, sin embargo, el dolor iba y venía. Como un
recordatorio.
Mis dedos de la mano contraria rodearon la muñeca que
sujetaba la bolsa de la compra.
Nunca me di cuenta de la figura que me esperaba en la
oscuridad del callejón que conducía al estacionamiento.
Una mano me tiró de la muñeca y el viejo y familiar dolor
me atravesó hasta el codo.
—¡Oye! —grité, tirando de mi muñeca y causándome
más dolor. Haciendo caso omiso del dolor punzante, lancé
la bolsa hacia su cara. Wack.
Para cuando una mano me envolvió por detrás,
tapándome la boca, me di cuenta de mi error. Debería
haber gritado.
Miré fijamente el cañón de una pistola que me apuntaba
y mi vida pasó por mi mente. Lo bueno. Lo malo. Recuerdos
feos y felices. Todo. Clic. Clic. Clic. No estaba lista para
irme.
En cámara lenta, vi su mano con la pistola volar por el
aire, acercándose a mi cara. Instintivamente, cerré los ojos,
esperando a que el dolor estallara en mi mejilla. Justo como
lo recordaba.
Cíclico. Qué irónico, aun así, no me reía.
Conté mis respiraciones, esperando el dolor. Una. Dos.
Tres.
El dolor nunca llegó. Al menos no el mío.
Un grito detrás de mí. Un gruñido salvaje. Un alarido y
un crujido de huesos delante de mí. El pulso me retumbó en
los oídos. Mis ojos se abrieron de golpe y torcí el cuerpo
para ver qué había pasado, pero estaba demasiado oscuro.
Sombras. Palabras siseadas. Gruñidos. Gritos. Tropecé con
mis propios pies y caí de nalgas.
—¿Quién está llorando como una perrita ahora? —La voz
profunda se burló.
Se plantó entre nosotros, con su ancha espalda a la
vista, y le retorció la muñeca. Dios mío, tenía los hombros
muy anchos. Tal vez era un luchador de la MMA.
—Corre. —Una voz baja y oscura vibró en el aire—.
Cinco minutos de ventaja.
La voz me resultaba familiar. Mis ojos recorrieron la
oscuridad. No pude ver nada.
Una mano se extendió desde las sombras y la tomé. En
el momento en que nuestras manos se tocaron, la
electricidad me recorrió el brazo.
Solo me había ocurrido una vez anteriormente.
Cuando me paré, se ocultó entre las sombras. Aunque
pude vislumbrar un cabello rubio y pálido.
Antes de que pudiera llamarlo, se había ido. Lo seguí,
pero no había rastro.
Solo dejó a su paso el tenue aroma de los cítricos.
CAPÍTULO OCHO
SASHA

A trapar a esos tipos era demasiado fácil. Aburrido. Tal


vez debería haberles dado diez minutos de ventaja.
Bueno, ni modo.
Al menos podrían haber puesto ganas a su huida. En vez
de eso, corrieron a casa. Tan predecible.
Vi a los dos imbéciles subir corriendo las escaleras.
Había dos apartamentos en cada planta del edificio. El
pequeño rellano tenía barandillas y permitía que entrara
aire fresco por los escalones. Probablemente mejor que el
aire sofocante del edificio. Después de todo, California no
tenía inviernos fríos.
Sus pasos golpeaban el suelo de cemento, cada vez más
cerca.
Ajusté el silenciador en el cañón de mi pistola. No quería
tener a los vecinos como público. Los dos vivían juntos en
un apartamento propiedad de... adivina quién. La Bratva.
Ding. Dong.
Maxim se llevaría una paliza cuando lo atrapara. Pero,
primero, recibiría un bonito regalo. Pequeñas partes del
cuerpo de sus secuaces idiotas.
Ambos corrieron, mirando detrás de ellos, esperando
que los persiguiera. Qué ingenuos, ya estaba delante de
ellos. Aficionados.
Mi mirada perezosa encontró a uno de los dos, justo
cuando se dio cuenta de que la habían jodido. Pop. Cayó al
suelo con un agujero de bala en la frente.
—En el blanco —murmuré, justo cuando su compañero
se daba la vuelta y echaba a correr.
—Demonios, ¿te vas tan pronto? —pregunté en tono
aburrido, saltando de la pequeña barandilla y cortándole la
vía de escape—. ¿Estás tratando de herir mis sentimientos?
Sacudió la cabeza, abriendo y cerrando la boca, pero no
le salían palabras. Como un maldito pez fuera del agua, sus
ojos se abrieron de par en par.
Lo agarré por el cuello de la camisa y lo empujé hacia su
apartamento.
—Recoge a tu amigo y llévalo adentro.
—P-pero está muerto —tartamudeó.
—No me digas. —Jesucristo, ¿ser un idiota era un
requisito para trabajar para la Bratva?—. Lo siento. No
quise matarlo del todo. Solo un poco.
Me miraba como si me creyera. Sin embargo, yo no
tenía tiempo para estupideces.
—Levántalo —ordené.
Se apresuró y tropezó al intentar levantarlo.
—Hombre, no he hecho nada.
—Fuiste tras una mujer —dije fríamente—. Mi mujer.
Su paso vaciló.
—Llévalo a tu apartamento —ordené. Cuando abrió la
boca, lo corté—. Está abierto.
—¿C-cómo?
Mantuve la calma, apartando de mi mente cualquier
pensamiento sobre Branka. No quería pensar en ella en ese
momento. No podía pensar en ella. De lo contrario,
perdería la cabeza y empezaría a matar sin importarme
nada, al aire libre.
—¿De verdad creíste que una puerta me impediría
entrar? —Apuntándole con mi arma, bramé—: ¡Muévete!
Arrastró los pies, jalando al tipo y dejando un rastro de
sangre. Maldito imbécil. Tendría que trabajar rápido.
En cuanto la puerta se cerró detrás de mí, disparé dos
tiros a las rodillas del desgraciado. Sus gritos de dolor
llenaron el pequeño apartamento. Cerré la puerta, saqué
un chicle del bolsillo, arrugué el envoltorio y me lo metí en
la boca mientras lo veía retorcerse en el suelo como una
maldita ballena.
Me arrodillé a su lado, mascando chicle.
—Cometiste un error al ir tras lo que es mío —declaré,
conversando tranquilamente—. Odio cuando la gente va
tras lo que es mío.
Saqué un cuchillo de mi bota. Suponía que tenía unos
diez minutos antes de que llegara la policía.
—Maxim Konstantin te envió —afirmé. Negó con la
cabeza, pero la verdad estaba en su rostro. Le clavé la
punta de la hoja en las costillas y el olor a orina llenó el
aire—. Intentémoslo de nuevo —pronuncié suavemente,
mientras retorcía el cuchillo entre sus dos costillas—.
Maxim Konstantin te envió.
Gritó como una perra. Y tan agudo que el cristal
tintineó. Dios mío, debió haberse dedicado a la ópera. Juré
que olía a mierda. Mis labios se curvaron con desagrado.
Tal vez debería acortar esta lección.
Saqué el cuchillo y le levanté la camisa para estudiar los
daños.
—¿Sabes?, puedo hacer esto durante días —aseguré en
tono sombrío—. Los militares te enseñan técnicas de
tortura eficaces. —Se le salieron los ojos de las cuencas—.
Dímelo y acabará pronto.
Como no respondió de inmediato, hundí la hoja en su
abdomen, esperé un segundo y luego retorcí el cuchillo.
—Maxim —se lamentó en un grito agudo—. Por su
mujer. Una mujer por otra.
Sonreí.
—Ves, no ha sido tan difícil. Buen trabajo.
Me puse en pie y agarré mi pistola, que aún tenía el
silenciador puesto. Apunté entre sus ojos y apreté el gatillo.
Sonreí satisfecho.
—En el centro. Siempre.

Agarré a Maxim por el cuello y le di un puñetazo en la cara.


Sangre y saliva volaron por el aire y sobre mi ropa. Eso
me molestó aún más.
—¿No te dije que estaba fuera de los límites? —gruñí,
luego le di otro puñetazo—. ¿Cuáles fueron mis palabras
exactas? —Cuando Maxim ni siquiera intentó responder, mi
puño le rompió la mandíbula—. ¿Qué demonios dije? —
bramé.
No hubo respuesta. Otro puñetazo y un diente voló por
el aire. Estaba armando un puto desastre. Prefería
dispararles a los hijos de puta. Nunca tenía que acercarme
demasiado y mi ropa permanecía limpia.
—¿Qué. Dije? —Esta vez le di un puñetazo en las
costillas. Intentó bloquear el golpe, pero falló. A diferencia
de su hermano, Maxim era débil. Tan débil que era una
carga.
Los ojos de Maxim me miraron. Maldición, no me
gustaba el dolor que había en ellos. Resulta que Maxim
Konstantin se enamoró de una puta. Una prostituta de
verdad. Trabajaba en las calles de Moscú y de alguna
manera se cruzó con Maxim.
¡Jesucristo!
Illias debería haber agarrado a su hermano gemelo y
haberle conseguido que tuviera sexo. Tal vez si lo hubiera
hecho, Maxim no se habría enamorado de la primera mujer
que le chupó el miembro y ella estaría viva.
—No la toqué —escupió, tosiendo sangre—. Dijiste:
“Tócale un solo cabello y serás hombre muerto”. No la
toqué.
¿Hablaba en serio ese idiota?
—¿Realmente vas a joder conmigo en semántica? —
reviré—. ¡Sabes exactamente lo que quise decir!
Dios mío, últimamente, ya no me quedaba ni un gramo
de paciencia.
—Debiste haber sido más específico. —Carraspeó,
tosiendo de nuevo.
Lo tiré al suelo de su despacho. Una oficina preciosa en
el centro de Los Angeles con una vista de lujo sobre el
Océano Pacífico. Estábamos un piso por debajo de su
hermano el Pakhan. Por supuesto, el perro superior tendría
la planta superior. No se esperaba menos.
La sangre de Maxim manchó el pulido y blanco azulejo
español y mi labio se curvó de asco. Sus gemidos de dolor
llenaron la habitación. La gente nos miraba con los ojos
muy abiertos a través de las puertas de cristal. ¿Qué
mafioso idiota tenía un despacho con puertas de cristal en
lugar de paredes? Por mucha mierda que hiciéramos a
puerta cerrada, eso era una estupidez. Aunque no fuéramos
criminales, no querría puertas y ventanas de cristal.
¿Y si quisiera cogerme a una mujer? ¿Le pondría una
maldita sábana negra encima? Para cuando terminaras de
cubrir todas las malditas ventanas, tu pene estaría
desinflado o demasiado azul y adolorido.
Maxim intentó agarrarme la pierna y le di una patada,
su cuerpo se deslizó por el suelo y contra el endeble y
pequeño escritorio moderno.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —Ah, el gemelo
mayor decidió unírsenos.
Me giré lentamente para encontrar a Illias apoyado en el
marco de la puerta. No parecía alarmado, aunque no me
engañó. Era un asesino tan despiadado como yo. Y en sus
ojos se veía que estaba estudiando toda la escena.
—Si vas a matar a mi hermano, quizá quieras deshacerte
primero de los testigos. —Se dirigió a mí
despreocupadamente, con las manos metidas en los
bolsillos.
Ese era el problema. Nunca daba segundas
oportunidades, sin embargo, no tenía intenciones de matar
a Maxim. ¿Por qué? Porque entendía su dolor, e incluso
sentía lástima por él.
La agitación se instaló bajo mi piel. Era mucho mejor no
dar segundas oportunidades a la gente. Así no tenías que
preocuparte de que no apreciaran esa segunda oportunidad
y volvieran por ti. Me ahorraba tener que mirar por encima
del hombro.
—No lo mates y te estaré en deuda —añadió con voz fría
—. Él también te deberá.
—¿Y qué podrías tener que quisiera? —repliqué
secamente.
Los labios de Illias se curvaron. No en una sonrisa, pero
algo parecido.
—Nunca se sabe.
Volviendo la cabeza hacia Maxim, lo fulminé con la
mirada.
—No quiero ver a nadie, y me refiero a nadie, siguiendo
a Branka Russo. Quieres matar a su padre, adelante. Tócala
y quemaré tu maldito imperio hasta los cimientos.
¿Entendido?
—¡Mató a mi mujer! —espetó Maxim, con tono
quejumbroso.
—Tienes mi palabra —respondió Illias—. Mi palabra de
Pakhan y de un Konstantin.
Hice un gesto lacónico con la cabeza y los dejé atrás.
Tres horas más tarde, atravesé el gimnasio del campus de
Berkeley con mi ropa de gimnasio habitual. No podía
mantenerme alejado de la mujer de cabello castaño y sabía
con certeza que Branka se encontraría en el lugar.
Mientras su amiga estudiaba; Branka volcaba sus
frustraciones en hacer ejercicio.
Sabía que tomaba clases de defensa personal, aunque
nunca lo había comprendido hasta ese momento. Mis pasos
se ralentizaron y la vi golpear al maniquí. Tenía el cuerpo
sudoroso y la transpiración le corría por la cara.
Algunos universitarios la miraron de reojo y no se me
escapó el deseo que había en sus ojos.
Un gruñido me subió por el pecho y se me atascó en la
garganta.
—Si quieren conservar sus globos oculares, mantengan
sus miradas apartadas y lejos de esa chica —dije con un
gruñido, empujándolos a todos fuera del gimnasio.
—Oye, ¿siquiera eres estudiante aquí? —Uno de ellos
tuvo las pelotas de preguntar.
—Seré tu peor pesadilla si no desapareces de mi vista —
espeté, fulminándolo con la mirada. Se escabulló como una
rata.
Volviendo mi atención a Branka, quien seguía golpeando
su maniquí, admiré su figura. Unos diminutos pantalones
cortos rojos de correr y un sujetador deportivo a juego. Su
piel brillaba con el sudor y la sangre se disparó a mi polla.
¡Dios mío!
Era la hermana pequeña de Mia. No debería tener esas
imágenes pornográficas flotando en mi cabeza relacionadas
con esa chica. Sin embargo, las tenía. Tantas que una
diversión oscura y sardónica parpadeó en mi pecho. Si
Branka Russo supiera qué mierda me atrae y qué imágenes
se reproducen en mi mente, desaparecería más rápido que
un rayo.
El olor a sudor y el golpeteo constante de los puños de
Branka contra la goma resonaban en el aire.
Me acerqué a Branka mientras dejaba de dar puñetazos,
agarraba la toalla y se la pasaba por la cara. Bebió un trago
de agua y fue entonces cuando se fijó en mí. Sus ojos se
abrieron de par en par y se sacó los auriculares de las
orejas.
—Nunca pelees con los auriculares puestos —comenté
sonriendo. Se quedó callada, observándome pensativa con
aquella mirada gris—. Parece que puedes manejarte en el
combate cuerpo a cuerpo.
Su cuello osciló de arriba abajo.
—¿Te estás ofreciendo?
Me encogí de hombros.
—A menos que tengas miedo.
Sus ojos brillaron con un relámpago plateado.
—Ya quisieras. Es que normalmente nadie quiere
hacerlo conmigo —dijo, y al darse cuenta de cómo había
sonado, sus mejillas enrojecieron—. Nadie quiere luchar
cuerpo a cuerpo conmigo —aclaró rápidamente.
Sonreí.
—Yo sí.
Dejó que sus ojos me recorrieran. Sabía que mi tamaño
jugaba para su desventaja, pero mi instinto me decía que
no se acobardaría. Branka tenía un fuego en su interior que
utilizaba para encender su ira y frustración. Saqué un
cuchillo y se lo tendí.
Su mirada se desvió hacia mis manos.
—¿No necesitarás algo con lo que defenderte? No es
justo que tenga un cuchillo y tú nada. —Se estiró por el
cuchillo y me lo quitó de la mano.
—No necesito un arma para dominarte.
—Engreído, ¿verdad? —preguntó, con un gesto de
fastidio en la cara—. ¿Qué haces aquí? Eres demasiado
viejo para ser estudiante.
—¡Ouch! —Fingí angustia—. ¿Dónde está el respeto por
tus mayores?
Puso los ojos en blanco y nos dirigimos a las
colchonetas.
Branka era tan pequeña comparada conmigo. Tendría
que asegurarme de que entrenábamos sin hacerle daño.
Doblé las rodillas hasta quedar semi en cuclillas e imitó mi
movimiento.
—No llores si te corto —se burló.
Sonreí
—Intentaré no hacerlo. Ahora deja de hablar y ataca.
Me miró fijamente, se movió hacia la izquierda y luego
se lanzó hacia la derecha. Se movió rápido, pero esquivé su
ataque. Mi mano rodeó su muñeca y la hice girar hasta que
su espalda quedó presionada contra mi pecho.
—No está mal, Kotyonok —alabé, observando mis dedos
tatuados contra su pálida piel.
—Me venciste —dijo sin aliento.
Odiaba que la vencieran. Lo notaba en su respiración, en
la rigidez de sus hombros y músculos.
De mala gana, la solté y permaneció inmóvil durante
tres segundos, antes de darse la vuelta para mirarme, con
una ligera palidez en la piel que era algo alarmante.
—¿Te hice daño?
Sus ojos recorrieron la habitación y fue como si ahora se
diera cuenta de que estábamos solos.
—Todo el mundo se ha ido.
—Kotyonok —hablé, intentando que me mirara—. ¿Te he
lastimado?
Aquellos cielos grises se encontraron con mi mirada y
sacudió la cabeza, lentamente.
—No, no lo hiciste. —La presión en mis pulmones se
alivió y mi respiración se calmó. Preferiría cortarme las
manos antes que hacerle daño—. ¿Podemos hacerlo de
nuevo?
Asentí con la cabeza. Una y otra vez.
Aprendió rápido. Su cuerpo era fuerte y me encantaba la
determinación de su rostro mientras seguía mis
instrucciones. Cada vez que la vencía, se sentía menos
intimidada, hasta que su cuerpo dejó de ponerse rígido
cada vez que perdía.
Fue divertido enseñarle. Y un poco molesto para mis
pelotas, pero ignoré mi polla, que tenía toda su atención en
ella. Esto era para Branka. Esperaba que nunca tuviera que
ponerlo en práctica, y si lo hacía, deseaba estar allí para
protegerla. Aunque si no lo estaba, quería que fuera
poderosa.
Volvimos a la práctica, sus ojos me miraban a mí y luego
a mis pelotas, y enseguida supe cuál era su punto de
ataque. Incluso me impresionó. Le agarré el pie cuando
intentaba darme una patada en los huevos y tiré.
Cayó de espaldas con un fuerte golpe, sin dejar de
empuñar el cuchillo.
—Te estás volviendo buena, rápida —la halagué. Me
arrodillé a su lado y le toqué el hombro—. ¿Estás bien?
Un suspiro de frustración la abandonó.
—¿Cómo lo supiste?
Me reí entre dientes.
—¿Cómo supe que ibas por mis pelotas? —Sus mejillas
se sonrojaron aún más, y no tenía nada que ver con el
ejercicio al que acabábamos de someternos—. Tus ojos
bajaron hacia ellas. Fue la única razón por la que lo supe.
—Maldita sea —murmuró.
—Sigo impresionado —dije. Agarré la botella de agua
roja que tenía que ser suya. Tenía sus iniciales—. ¿Es tuya?
—Asintió—. Bebe. Es importante mantenerse hidratado.
Dio un trago y me la ofreció. Negué con la cabeza.
Apenas había sudado.
—¿Qué te hizo querer tomar clases de defensa personal?
—pregunté despreocupadamente.
Una ligera tensión pasó por su hombro.
—Es importante saber defenderse —replicó—. En
nuestro mundo.
Nuestro mundo. ¿Sabía quién era yo?
—¿Nuestro mundo?
—Sí, este mundo —musitó—. Nunca sabes cuándo te
pueden tender una emboscada. —Inclinó la cabeza y sus
ojos se encontraron con los míos—. ¿Quién eres? —Antes de
que pudiera responder, continuó—: Sí, sé que te llamas
Moye Serdtse. —Mis labios se curvaron. Era una de las
mejores cosas que había hecho. Hacer que me llamara
Moye Serdtse. Un día, sería su corazón—. Por cierto, es un
nombre muy extraño. —Asentí con la cabeza—. Pero no me
refería a eso. —Sus ojos se posaron en mí—. Obviamente,
sabes luchar. No eres un alumno aquí. Ni un profesor.
Entonces, ¿quién eres?
Permaneció callada, observándome y esperando.
Levanté la mano y le pasé un mechón de cabello castaño
por detrás de la oreja.
—¿Quién te hizo daño? —inquirí en su lugar. Era su
padre, pero había alguien más que también la había herido.
Quería nombres.
Era la razón por la que el acuerdo entre Konstantin y
Russo había sido anulado. Por desgracia, los hermanos
Konstantin no tenían un nombre. Solo una foto de una niña,
desnuda en una celda con las rodillas recogidas hasta el
pecho y marcas por todo el cuerpo. Marcas de quemaduras.
Demonios, me dolió el maldito corazón de piedra al
verla.
Se levantó de un salto y se alejó de mí. Las cicatrices
visibles habían desaparecido, pero apostaría mi vida a que
las invisibles seguían ahí.
Con la mano en la puerta de salida, me miró por encima
del hombro.
—Yo pregunté primero —replicó—. No es muy
caballeroso responder una pregunta con otra.
—Menos mal que no soy un caballero. —Le ofrecí una de
mis sonrisas, esperando que cayera rendida a mis encantos
—. Nos volveremos a ver.
Sacudió la cabeza y desapareció de mi vista.
CAPÍTULO NUEVE
BRANKA

B ien. Moye Serdtse cumplió su promesa.


Durante los tres meses siguientes, cada vez que iba
al gimnasio, estaba allí. A menudo, sentía su presencia
cuando caminaba por el campus, sola o con Autumn. Y
sabía que era él. Podía sentirlo como el sol en mi piel.
¿Raro? Maldición, sí.
¿Acosador? Doblemente sí.
¿Se lo dije a mi hermano? Claro que no.
Me gustaba Moye Serdtse. Mi sexto sentido no se
disparó advirtiéndome que me haría daño. Estaba a salvo
con él. Quizás los demás no lo estuvieran, pero
definitivamente yo sí.
Así que permití que mi acosador se convirtiera en mi
sombra. La mejor parte, mis habilidades de autodefensa
mejoraron diez veces. Incluso me llevó al campo de tiro y
me enseñó a disparar. Era buena.
Autumn no cuestionó mi necesidad de ir al gimnasio
todos los días. Algunos días incluso iba dos veces. Moye
Serdtse estaba esperándome. Como si fuera una señal, todo
el mundo en el gimnasio se dispersaba cada vez que
nosotros dos estábamos allí.
Tras otra ronda de vigorosos ejercicios de defensa
personal, los dos nos sentamos en la colchoneta a beber
agua. Su botella también tenía iniciales. C.H.
Incliné la cabeza hacia él.
—¿Iniciales equivocadas?
—Sí, ya no tenían M y S.
Me burlé. No le creí. Era una botella de agua con tapa
de brote impresa a medida por Takeya. No era
precisamente barata. De hecho, no había nada barato en su
apariencia.
—¿A qué te dedicas? —pregunté, intentando conversar
mientras estiraba las piernas.
—Nada interesante.
—Seguro —respondí secamente, sin creerle. Siguió un
latido de silencio y no pude dejarlo pasar, así que continué
con mis preguntas—: ¿De dónde conoces a los gemelos
Konstantin?
Arqueó una ceja.
—¿Sabes quiénes son?
Puse los ojos en blanco.
—Claro, son los dueños de los mejores centros
comerciales de la Costa Oeste.
De acuerdo, quizá no estaba siendo del todo sincera,
pero él tampoco. Empecé a preguntarme si este hombre
formaba parte del bajo mundo. Tenía ese aire, y tendría
sentido, excepto que nunca había oído hablar de ese
nombre. Moye Serdtse.
Mentalmente, tomé nota para investigarlo. No le haría
mal a nadie, ¿verdad?
—¿Así que haces mucho ejercicio? —indagué mientras
cambiaba a mi otra pierna, estirándola y luego pasé a mis
hombros—. Parece que lo haces —comenté con un poco de
baba asomándose por la comisura de mis labios. Lo ignoré.
Babear tras los hombres no era mi afición.
A continuación, rodé los hombros. Mis músculos se
ejercitaban intensamente con él. Mis reflejos mejoraban día
a día y me hacía más fuerte. Era exactamente lo que
necesitaba. Me daba la seguridad de que podría
defenderme si mi padre volvía a intentar hacerme daño.
—¿Cómo van tus estudios? —inquirió
despreocupadamente, haciendo sus propios estiramientos.
Llevaba un pantalón de ejercicio negro y una camiseta
blanca superajustada que dejaba ver su increíble cuerpo y
me permitía entrever la tinta de su piel. Al parecer, era un
gran aficionado a los tatuajes.
Clavé los ojos en su pecho, deseando que se quitara la
camisa para poder estudiar sus tatuajes sin obstáculos en
mi camino. En lugar de eso, mis ojos bajaron hasta sus
manos marcadas con aquellos fascinantes símbolos.
—Van bien —comenté—. Autumn, mi amiga, está mucho
más dedicada a ellos.
—¿No te gusta el marketing? —No había más que
curiosidad en su voz.
—Sí, pero a veces me pregunto qué sentido tiene —
murmuré. —Si al final no voy a poder ejercer.
—¿Por qué no lo harías? —exigió saber.
Me encogí de hombros. No había forma de explicarle
algo que tuviera sentido. Alessio nunca dejaría que nadie
me llevara ni que papá me casara con alguien que ninguno
de los dos aprobara. Sin embargo, mi hermano fue sincero
desde el principio. La familia Russo tenía demasiados
enemigos para que tuviera una vida común y corriente.
El matrimonio no era algo para mí, pero parecía que
podía ser una necesidad para sobrevivir.
Como fuera. Lo pensaría cuando llegara el momento, no
ahora.
—¿Lo amas? —me preguntó, y cuando mi ceja se arqueó,
elaboró—. ¿Te gusta el marketing?
No me sorprendió que se acordara. Fue algo que
mencioné la primera semana que lo conocí. Parecía
recordar todas nuestras conversaciones.
Asentí con la cabeza.
—Me gusta. Aunque suene estúpido, me gusta la idea de
persuadir a la gente para que mire algo. —Mis labios se
curvaron—. Autumn lo odia, pero le encanta la fotografía.
Además, se le da muy bien. Un día tomará fotos y las
publicaré en Internet.
Se rio entre dientes.
—Estoy deseando ver cómo las viralizas en Internet.
Esta vez nos reímos los dos.
—Tengo que salir de la ciudad —comentó minutos
después. Mi cabeza se movió en su dirección y me dirigió
una mirada pesada que expresaba sentimientos que no
podía entender del todo. ¿Estaba preocupado por mí?—.
Puede que me vaya por un tiempo, pero sigue entrenando.
Una extraña decepción se instaló en mi pecho. Esperé a
que dijera algo más. Cualquier otra cosa.
No dio más detalles. Y pasarían otros tres años antes de
que lo volviera a ver.
CAPÍTULO DIEZ
SASHA

H acía apenas veinticuatro horas que había salido de


California y ya había conseguido enfadar a mi
hermano mayor. Por supuesto, no hizo falta mucho. El
humo emanaba de Vasili sentado detrás de su escritorio.
Me recosté en la silla de su despacho, de vuelta en New
Orleans. La ciudad era nuestro hogar. Viajábamos con
frecuencia entre Rusia y Louisiana, pero no tardamos en
considerar New Orleans nuestro hogar. Papá se instaló
aquí y abrió su negocio. Vasili se hizo cargo de él y lo
expandió por diez. Y también montó varios negocios
legales.
Mi hermano lo hacía mejor que papá.
Hice girar mi vaso de whisky. El hielo tintineaba contra
el cristal y el humo del puro flotaba en el aire. Pero
mantuve la calma.
—¿Por qué demonios aceptaste un trabajo para Maxim?
—me miró con dureza—. No me gusta. Tratar con los
Konstantin siempre trae problemas.
—Esta vez no —aseguré con confianza.
—Sasha, Illias es el Pakhan. Todo lo relacionado con él
trae problemas. Por no hablar de que el viejo Konstantin
era un loco hijo de puta. Prefiero mantener a esos dos
desgraciados lo más lejos posible de Tatiana. Es una mujer
soltera y no la quiero cerca de hombres así.
—No tienes que preocuparte por eso. Aunque estuviera
prometida en un matrimonio concertado, Tatiana primero
te mataría y luego se sacaría los ojos antes de aceptar
casarse con alguien, y menos con Illias Konstantin.
La expresión de Vasili se ensombreció ante la idea de
que nuestra hermana pequeña se casara con el gemelo
mayor.
—No más tratos con los Konstantin —pidió entre
dientes.
Le di un sorbo a mi bebida, inclinándome hacia delante y
hacia atrás en la silla. La mandíbula de Vasili crujió y supe
que estaba a punto de estallar.
—Corrígeme si me equivoco, pero ¿no habíamos
quedado en que es mi elección y decisión con quién hago
negocios? —le recordé.
Su mandíbula se tensó, su vena palpitaba. Siempre hacía
un buen trabajo molestándolo. Tanto Tatiana como yo lo
hacíamos. Era el responsable, mi hermana y yo los
imprudentes. Alexei era, bueno, Alexei.
—Estuvimos de acuerdo si tu elección no afecta a
nuestra familia —expresó secamente.
Me pasé el pulgar por la mandíbula.
—Esto no afecta a nuestra familia. Solo a mí. Acepté el
trabajo y ya está hecho.
—Tatiana me dijo que habías almorzado con ella y los
hermanos Konstantin. —Cambió de tema, la expresión
furiosa aún persistía en sus ojos—. ¿Por qué demonios
fuiste a comer con ellos? ¿Y con nuestra hermana?
Me encogí de hombros.
—Estaba almorzando con ella. Los hermanos Konstantin
aparecieron y Tatiana les ofreció la cortesía de unírsenos.
Ninguno de los dos esperábamos que la aceptaran.
—Claro que la aceptaron —refunfuñó Vasili, con tono
seco—. Nuestra hermana tiene una manera de hacer que
los hombres la miren dos veces.
Puse los ojos en blanco.
—Si tú lo dices —contesté secamente.
—¿Terminaste el trabajo para Maxim con éxito? —Mi
hermano estaba intentando despistarme. Maldito astuto.
Todo ese trabajo me había dejado con un mal sabor en la
boca.
—Su mujer ya estaba muerta —informé, ocultando lo
mucho que me molestaba todo aquello—. Voy a matar al
viejo Russo.
—No lo harás, joder.
—Sí, lo haré. —Juré que las puntas del cabello de Vasili
se habían vuelto rojas. Era demasiado fácil irritar a mi
hermano—. ¿Tienes chicle? —pregunté
despreocupadamente.
Su puño cayó sobre la mesa, haciendo sonar cada cosa
que había sobre ella. No es que hubiera mucho allí. Pero sí
que había una revista People. La última edición también.
Todavía no entendía la fascinación de Vasili con People.
—¡A la mierda el maldito chicle! —rugió—. Juro por Dios,
Sasha, que si nos cuestas nuestra familia acabaré contigo
yo mismo.
Sonreí. Ambos sabíamos que preferiría sacarse los ojos
antes que hacerme daño.
—Adelante.
—Si lo matas, Alessio Russo vendrá tras nosotros —
razonó—. Tras Tatiana. ¿Es eso lo que quieres?
Me encogí de hombros.
—Podemos proteger a nuestra hermanita.
—No, yo la he estado protegiendo. —Su voz era oscura
—. Los he estado protegiendo a los dos, y por ningún
motivo dejaré que ahora les pase algo a alguno de ustedes.
Me eché hacia atrás en la silla.
—Pondré hombres extra sobre ella. El viejo Russo es una
basura. No es digno de caminar por esta tierra.
—No eres quién para juzgar —siseó Vasili—. Y no eres
imparcial. Tu relación con su hija mayor te hizo parcial en
todo lo relacionado con Russo.
La animosidad perduraba en mi lengua y bailaba en el
aire.
—Jódete. Y que se joda ser imparcial —gruñí.
Un denso silencio llenó la habitación. Estaba
perfectamente conforme con estar en él. Por desgracia,
Vasili también. Tenía mi propio vaso con hielo y lo hacía
girar, cada tintineo del cubito sonaba como un gong que
golpeaba el aire.
Un reloj haciendo tictac.
Mi hermano mayor finalmente dejó escapar un suspiro
sardónico, sacudiendo la cabeza.
—¿Por qué estás investigando a Branka Russo? —La
pregunta rompió el silencio y trajo un nuevo tipo de tensión
—. ¿No fue suficiente con su hermana?
Se me desencajó la mandíbula. Su comentario me
molestó, pero no tanto como su control sobre todo lo que
hago. No debería sorprenderme que me estuviera
vigilando, sin embargo, me molestaba bastante.
—¿Quién dice que la estoy investigando?
—No me jodas, Sasha.
—Hermano, eres la última persona en este planeta a la
que querría joder. —Lo miré con indiferencia.
—Responde mi pregunta —exigió.
Observé a mi hermano mayor. Había renunciado a
mucho para mantener unida a nuestra familia. Para
mantenernos a salvo. Lo apreciaba. De verdad, pero en ese
momento de nuestras vidas, tenía que dejar de actuar como
nuestro padre y empezar a ser nuestro hermano.
—Le hice una promesa a Mia Russo antes de que
muriera. —Me conformé con una respuesta que fuera una
verdad a medias. Vasili levantó una ceja interrogante—.
Que vigilaría a su hermano y a su hermana —expliqué.
—Alessio Russo no necesita niñera —replicó secamente
—. Y si se entera de que estás cuidando a su hermanita, te
sacará los ojos.
Me encogí de hombros.
—Puede intentarlo y fracasará.
—Un día toda esa mierda te pasará factura, Sasha. —
Probablemente tenía razón, pero no tenías nada si no tenías
confianza. Y era uno de los mejores, fui entrenado gracias
al dinero de los contribuyentes.
—Prométeme que no te acercarás a la chica. —Cuando
no respondí, su mirada se entrecerró mientras bebía un
sorbo de whisky. Seguía esperando esa promesa.
Demasiado tarde, porque había estado viendo a la chica
casi a diario durante los últimos tres meses. La relación
más platónica que había experimentado jamás, y sentía una
conexión más profunda con ella que con las mujeres que
me había follado en el pasado.
Nunca me había preocupado especialmente por
conversar con mujeres. Mi hermana era la excepción. Sin
embargo, con Branka, me encontré queriendo saber todo
sobre ella.
—¡Prométemelo! —exigió Vasili.
—Le prometí a una moribunda que los vigilaría —
respondí—. Que los mantendría a salvo. Me estás pidiendo
que rompa esa promesa.
Sacudió la cabeza.
—Te pido que me prometas que no te acercarás a la
chica. —El frío me mordió el pecho ante la idea de no
volver a ver o hablar con Branka. Solo le enseñaba defensa
personal y nuestras conversaciones giraban meramente en
torno a temas genéricos. Ni siquiera sabía mi nombre,
maldición—. Si esa chica sale herida, Alessio encontrará a
alguien a quién culpar —añadió.
Me levanté, terminé la conversación y me abroché la
chaqueta, luego me di la vuelta para marcharme.
—Si no es por tu propia seguridad o por la mía, hazlo
por Tatiana —indicó cuando mi mano se posó en el pomo de
la puerta—. Estamos luchando contra enemigos por todos
lados, Sasha. Si no tenemos cuidado, le costará la vida a
Tatiana. Mujer por mujer es como piensan los hombres en
nuestro mundo. El padre de Branka está tratando de iniciar
una guerra con los Konstantin. Y no queremos atraer la
atención de los gemelos hacia nosotros. Por el bien de
Tatiana.
Me atrapó allí. No había nada que no hiciera por mi
hermanita.
—Lo prometo —respondí antes de salir.
Un silencio ominoso y las consecuencias me siguieron
hasta la puerta.
CAPÍTULO ONCE
SASHA

Tres años después

M ontreal en septiembre tenía una maravillosa vista.


Hasta que me encontré sentado frente al viejo Russo.
El desgraciado era una patética excusa de padre.
Acababa de enterrar a su mujer y ya estaba hablando
sobre follarse a otras. No podía ni imaginarme lo enojado
que estaba Alessio. Nunca había conocido a otro hombre
que escondiera tan bien sus emociones. Me enteré de la
jugada que le hizo su padre. Cassio dijo que había volado a
casa para enterrar al viejo, pero el cabrón estaba vivito y
coleando. Fue su madre la que murió.
¡Demonios!
El viejo Russo era un maldito desgraciado con el alma
podrida. Pertenecía al infierno, junto con mi madre.
Una vena me palpitaba en el cuello, me arañaba la
necesidad de abalanzarme sobre la mesa y apuñalarlo en
sus feos ojos. O a la mierda los ojos. Debería clavársela
directamente en su negro corazón y su asquerosa alma. La
ira rebosaba en mi interior, enviando oleadas de calor a
través de mí.
No necesité girarme hacia Vasili para saber que no
dejaba de lanzarme miradas de advertencia. Conocía mis
sentimientos hacia el viejo Russo, pero no quería echar a
perder el trato con Alessio. Si tan solo el imbécil se quitara
de en medio...
—Esta es la forma más rápida de que los envíos lleguen
a Estados Unidos. —Se jactó el viejo—. ¿Por qué
deberíamos hacerles ese favor?
—Difícilmente es un favor —respondió Vasili con calma
—. Estás sacando un treinta por ciento de beneficio.
—Aceptamos tu trato —dijo Alessio. El tipo me caía bien.
Era un poco seco y mínimamente loco debajo de su pulido
traje. Recordé lo que hizo el día del entierro de Mia,
cuando le dio una paliza a su padre. La verdad es que
disfruté del espectáculo. Lo único que lamentaba era que
no lo hubiera asesinado allí mismo.
La puerta sonó, indicando que otro cliente venía en
busca de comida.
Eché un vistazo al restaurante y la vi.
Tres años.
Tres malditos años acechándola desde las sombras y
recurriendo a la tecnología para ello. Continuó con sus
clases de defensa personal. Terminó sus estudios y estaba
lista para el mundo.
Definitivamente, no estaba preparada para mí.
Mientras estaba allí de pie, charlando con una amiga, se
me calentó la sangre. Lamentablemente, también se
apoderó de mí esa molesta sensación cada vez que
recordaba la promesa que le hice a Vasili. Hijo de puta. Se
veía aún más hermosa. Su cuerpo era digno de ser el
centro de atención. Solo su presencia en la misma maldita
ciudad me quemaba a través de la piel e iba directo a mi
polla.
El sol le daba en el cabello, cuyos mechones castaños
caían por su espalda. Era espeso y ondulado. Y largo. Tan
largo que podría envolverlo alrededor de mi puño dos
veces. La observé mientras se frotaba las palmas de las
manos sobre su vestido rojo corto, charlando con su amiga
y sonriendo feliz.
—Hija —la llamó su padre, y vi cómo sus hombros se
ponían rígidos. Se dio la vuelta lentamente, con expresión
pálida, mientras miraba a su padre con recelo. Por eso,
quería estrangular al viejo en ese mismo momento—. ¡No
necesitan una mesa, Jasmine! —Ladró el anciano,
atrayendo la atención de todos hacia nosotros—. Se
sentarán con nosotros.
El día presentaba algo mejor, aunque no quería que se
sentara en la misma mesa que su asqueroso padre. Aún no
se había fijado en mí ni en mi hermano. Cada paso que
daba la acercaba más a mí, aunque seguía mirando a su
padre y de vez en cuando a Alessio.
Confiaba en que su hermano siempre la protegería. Yo
también la protegería. Siempre. Hasta mi último aliento.
Alessio se levantó, con los ojos puestos en... la amiga de
Branka. Interesante. También me levanté.
Branka miró a mi hermano y frunció las cejas. Luego, su
mirada se posó en mí y el reconocimiento parpadeó en
aquellos ojos grises. Era lo único que compartía con su
hermano. Sus ojos grises. Aunque, bajo mi apreciación, sus
ojos eran más bonitos que los de su hermano.
Miró a su amiga y luego volvió su mirada a mí.
—Señoritas, les presento a Vasili y Sasha Nikolaev —nos
presentó Alessio. Los ojos de Branka se abrieron de par en
par y sus labios se entreabrieron. Parecía que la chica
conocía mi reputación—. Caballeros, mi hermana, Branka
Russo, y su mejor amiga Autumn Corbin.
—Encantado de conocerte —agregué, mis ojos viajaron a
Autumn Corbin, y luego de nuevo a Branka—. No sabía que
las damas se nos unirían.
Solo había dos asientos disponibles. Una junto a mí y el
otro al lado de Alessio. Las dos mujeres miraban con
nostalgia el maldito asiento cerca de Alessio. Un soplido
sardónico me abandonó.
Así que aparté el asiento de al lado, con los ojos puestos
en Branka y sin darle opción. Si se negaba, llamaría la
atención sobre sí misma. Esperé a que se sentara, no
obstante, su mirada se desviaba hacia la silla vacía junto a
su hermano.
—¿Es nuestra discusión apropiada para las damas? —
Vasili preguntó, con el ceño fruncido—. Si fuera mi
hermana, no me gustaría que se preocupara con estos
temas.
—Podemos irnos. —Se ofreció rápidamente. La chica
quería estar lo más lejos posible de mí.
—¡Ambas se quedarán! —exigió su padre.
Su amiga tragó saliva y Branka bajó los hombros.
—Siéntate, Branka —bramó su padre—. Tú también,
Autumn.
Ambas se sobresaltaron y se sentaron inmediatamente
en los asientos. El tono de su padre me llenó de ira. Me
picaba la palma de la mano. La necesidad de buscar mi
navaja y clavársela en el corazón era tan intensa como la de
volver a respirar.
—Ne. —No. Una palabra de mi hermano, pero solo
alimentó esa furia hirviendo dentro de mí. El hecho de que
el viejo desgraciado estuviera incitando y atormentando a
la mujer de Alessio encendió aún más la ira. Ignoré la
conversación del viejo o lo mataría aquí mismo, en medio
del restaurante.
Me zumbaban los oídos, la ira era lo bastante fuerte
como para quemarme la garganta y el pecho, además
empañar mi visión con una niebla roja. El viejo no se daba
cuenta, pero la tensión en la mesa se sentía como uñas
contra una pizarra.
Me eché chicle a la boca con una sonrisa mientras me
arañaba la necesidad de azotar la cara del viejo Russo
contra la mesa. Apostaría todo mi dinero a que Alessio
deseaba meterle una bala en el cerebro a su padre incluso
más que yo. Al viejo idiota le gustaba mucho la amiga de
Branka. No paraba de hablar sobre ella y su conexión con
la familia Blanchet.
La mafia corsa.
Jesucristo. El mundo era tan pequeño.
Sin embargo, eso no me preocupaba. Por la forma en
que Alessio vigilaba a Autumn Corbin, estaba claro que
mantendría a esa chica protegida.
Reventé el chicle mientras aplastaba el envoltorio con la
mano, imaginando que era el cuello del viejo Russo lo que
apretaba.
Me incliné hacia atrás, apoyé un antebrazo en la mesa y
centré la mirada en la guapa morena que se empeñaba en
no mirarme. Si tuviera que adivinar, Branka también estaba
desconectada de la conversación. Estaba quieta, con la
mirada fija en un punto por encima de la cabeza de su
padre.
Mia había compartido algunas de las cosas que vio
gracias al viejo. La verdad era que no deberían haberle
permitido enlistarse en el ejército. Era mentalmente frágil,
y tras años de tormento interminable por parte de su
padre, solo hizo falta un incidente, bastante horrible, para
llevarla al límite.
Por el rabillo del ojo, vi que Alessio escribía un mensaje
en su teléfono móvil.
Hice estallar otra burbuja, ganándome un Oscar por mi
actuación y la fachada fría que mantuve.
Su padre se levantó de un salto y abandonó la mesa sin
decir palabra, marchándose de forma apresurada. Por la
expresión de suficiencia en la cara de Alessio, apostaría a
que lo preparó todo para que se largara del lugar.
—Por fin, ¡maldición! —exclamé fríamente—. Deberían
eliminar a ese imbécil. Puedo ayudar con eso.
—Estoy de acuerdo —murmuró Branka en voz baja—.
Dejemos que el ruso cargue con la culpa. —Todos miraron
hacia ella. Sonreí, viendo cómo se le abrían los ojos al darse
cuenta de que lo había dicho en voz alta—. ¿Dije eso en voz
alta?
—Solo dame una fecha y una hora —pronuncié
sonriendo, observándola calculadoramente—. Y está hecho.
—Puedo manejar a mi padre —afirmó Alessio.
—¿Podemos Autumn y yo ir al bar? —Branka saltó
rápidamente ante la oportunidad de alejarse. De mí.
Su hermano asintió y las dos mujeres se alejaron
corriendo, como si el diablo les pisara los talones. Quizá
nosotros éramos demonios y ellas ángeles inocentes.
Esperando a ser corrompidas.
—Puedo hacerlo desaparecer hoy mismo —repetí mi
oferta ahora que las mujeres se habían ido—. Como ha
señalado tu preciosa hermanita, los rusos tendrán la culpa.
Lo único que tienes que hacer es entregarme a tu
hermanita —dije con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sasha —advirtió Vasili.
—Permíteme aclarar una cosa —gruñó Alessio—. Mi
hermana menor no está a la venta. Nunca lo estará. ELLA.
ESTÁ. FUERA. DE. LOS. LÍMITES. Y si tengo que matarte
para demostrarlo, lo haré.
Reto aceptado, hijo de puta.
Le prometí a mi hermano mayor que mantendría la
distancia. Pero eso no significaba que lo haría
indefinidamente. Una vez que su viejo estuviera muerto, me
pondría en modo conquista total.
Porque Branka era mía. No podía escapar de mí.
CAPÍTULO DOCE
BRANKA

«Moye«Moye
Serdtse».
Serdtse, sí claro». Pensé Sarcásticamente.
Fui una idiota al pensar que me diría su verdadero nombre.
Tres años sin aparecer. Compartimos un beso. Me salvó
más de una vez. Me enseñó defensa personal, cómo
disparar un arma y cómo usar un cuchillo en una pelea. Y
luego se fue y nunca volvió.
Como Alessio y Mia hacía tantos años. El miedo se coló
por los rincones de mi mente y volví a sentirme como
aquella niña asustada. Débil y vulnerable. La oscuridad
amenazaba con tragarme entera, igual que cada paliza a la
que sobreviví durante aquellos dos años sin mi hermano.
Recuperando el aliento, mis dedos temblaban mientras
los frotaba sobre mi ropa. Odiaba estar sola y, aún más,
que me abandonaran. Esos dos años sin mis hermanos
fueron un infierno. El día del funeral de Mia, Alessio me
acogió y cuidó de mí. Los padres de Autumn me abrieron
las puertas de su casa y me dieron esa familia que ni
Alessio ni yo habíamos tenido nunca.
Y, aun así, la niña asustada se negaba a irse. Uno
pensaría que diez años de sanación serían suficientes. Pero
no lo fueron.
En resumen, odiaba que me abandonaran y Sasha me
había dejado. Nunca oí ni vi al hombre de nuevo. Nada.
Cero.
Perdí la esperanza de volver a verlo. Ni en un millón de
años pensé que encontraría a ese mismo hombre en el
restaurante de Montreal, sentado en la misma mesa con mi
hermano y mi padre.
Sasha Nikolaev.
Maldición.
Había escuchado hablar de su reputación. Psicópata.
Desquiciado. Un asesino.
Por un breve momento, había estado embelesada con un
asesino. ¡Dios mío! Gracias a Dios por haber obrado a mi
favor y que él no hubiera regresado antes. Y gracias a Dios
nunca me pidió una cita. Cada vez que nos veíamos en el
gimnasio, esperaba que lo hiciera, porque le habría dicho
que sí.
Alessio se habría vuelto loco. Mi hermano mayor era tan
protector. Desde que me arrebató de las garras de mi
padre el día del funeral de Mia, había sido demasiado
protector. Me creía frágil, pero había sobrevivido esos dos
años sola. Tenía que hacerlo, morir no era una opción.
Sin embargo, Sasha Nikolaev. Moye Serdtse. Durante
esos cortos meses, nunca me trató como a una frágil
muñequita.
Tenía muchas preguntas. Para ser un psicópata, parecía
muy agradable. Al menos durante esos tres meses que me
entrenó. Me hizo más fuerte, y por eso siempre le estaría
agradecida.
Maldito impostor.
Saqué mi teléfono y busqué en Google Moye Serdtse.
Antes, me resistí a buscarlo. ¿Por qué? Bueno, nunca le di
mi identidad, así que parecía justo. Pero ya no servía de
nada serlo. Apostaría mi vida a que el mentiroso conocía mi
identidad desde el principio.
Mi paso vaciló.
—Mi corazón —murmuré. Ese tipo me había hecho
llamarle “mi corazón” todo este tiempo. Había otro adjetivo
que añadir al nombre de Sasha Nikolaev: bromista.
Puse los ojos en blanco y caminé por la mansión de mi
hermano. Oscura y silenciosa. Solitaria. Demonios, odiaba
estar sola.
Esos dos años, de los ocho a los diez, fueron los más
largos y solitarios de mi vida. Así que, cuando la gente
decía que estar solo era bueno para el alma, los mandaba a
la mierda.
¿Por qué demonios Alessio me envió a casa con Ricardo?
Habría tenido más sentido si le hubiera pedido a Ricardo
que llevara a Autumn a casa y él hubiera venido conmigo.
Pero Alessio siempre tenía segundas intenciones. No es que
lo culpara. Necesitaba confabular para ir un paso por
delante de mi padre.
Me dirigí a mi habitación. En cuanto entré en mi
santuario, mi dormitorio, me quité los zapatos. Mi mejor
amiga prefería la comodidad, yo adoraba mis tacones. Era
más fácil apuñalar a alguien con un tacón que con zapatos
planos.
Agarré una liga para el cabello del tocador y me hice un
moño desordenado. Estaba tan absorta en mis
pensamientos que no me había fijado en él hasta que me
topé de bruces con su cuerpo ancho, alto y los ojos azules
más pálidos y raros que había visto antes.
Sasha Nikolaev.
Dejé de respirar. Me zumbaban los oídos.
—¿Qué haces aquí? —Grazné.
No era un hombre con el que quisiera que alguien me
encontrara. Alessio lo asesinaría si supiera que se atrevió a
entrar en mi dormitorio. Y ahora que sabía el verdadero
nombre de Sasha, no podía culparlo.
La reputación de Sasha lo precedía.
Recuerdo haber oído que les rompió las rótulas a tres
hombres y les destrozó el cráneo cuando servía en el
ejército. Y otra historia de un hombre al que despellejó
vivo. Jodidamente vivo. ¿El motivo? Desconocido.
Mi padre una vez lo llamó engendro de Satanás. Mi
propio padre era un desgraciado sádico, así que, si la
crueldad de Sasha superaba a la suya, tal vez debería
mantenerme alejada. Sin embargo, esa mirada ligeramente
desquiciada en esos azules pálidos no me hizo entrar en
pánico.
Quizá ya había agotado todo mi miedo. O tal vez estaba
más rota de lo que pensaba.
Los dos nos miramos. Sasha era alto, sus anchos
hombros se ajustaban perfectamente a la chaqueta de
cuero a pesar de su corpulencia. Llevaba las manos metidas
en los bolsillos de sus jeans.
«Se cambió de ropa», pensé sin motivo alguno. En el
restaurante, llevaba un traje.
Su postura era casual, pero era un engaño. No había
nada casual en él. El atisbo de tinta en su cuello y dedos lo
advirtió. La mayoría de los amigos de Alessio tenían
tatuajes, sin embargo, había algo diferente en los de Sasha.
En él, los tatuajes eran una advertencia, no arte.
—Branka Michelle Russo —dijo con un tono dulce, pero
sus ojos prometían algo totalmente distinto. Algo que
estaba a punto de consumirme.
—¿Así que sabías mi nombre desde el principio? —acusé.
No había necesidad de respuestas. La confirmación
estaba en su rostro, y ni siquiera se molestó en ocultarlo.
—Tu botella de agua —recordé, aunque sin saber por
qué. Ni siquiera importaba—. También tenía las iniciales
equivocadas. C.H. ¿Tenías miedo de que te reconociera si
tenías las iniciales correctas?
El tirón de sus labios me dijo que lo divertía.
—En el alfabeto cirílico ruso, C es S y H es N.
Molesta, entrecerré los ojos y lo fulminé con la mirada.
—¿Qué estás haciendo en mi habitación?
La comisura de sus labios se levantó. Como si mi
pregunta lo entretuviera. O quizá estaba jugando conmigo,
como un gato con un ratón.
—Y yo que pensaba que te alegrarías de verme —
expresó con una sonrisa afilada como dientes de tiburón. Y,
aun así, las mariposas revoloteaban en mi estómago.
—Pensaste mal. —Te fuiste y nunca volviste. Por alguna
estúpida razón, eso me molestaba más que nada—. ¿Qué
estás haciendo en mi habitación? —repetí entre dientes.
—¿Qué hace la gente en las recámaras? —exclamó.
¿Estaba insinuando...? La sonrisa en su cara me dijo que
estaba insinuando exactamente eso. Sus siguientes
palabras lo confirmaron—. Aunque, podemos hacerlo
prácticamente en cualquier sitio. En un auto. En un avión.
En un balcón mientras gente despistada hace sus cosas
debajo de nosotros. —Mis muslos se apretaron. Dios mío,
¿qué demonios estaba mal conmigo? ¿O con él?
Definitivamente él—. En un callejón. Encima de un
monumento.
Le dirigí un parpadeo lento y plano, negándome a
involucrarme. No. Te. Involucres. Este hombre podría
matarme de un solo apretón. O prenderme fuego y eso
sería autodestructivo.
Sin embargo, mi lengua no me escuchó.
—Dormir —respondí dulcemente—. O en tu caso, roncar
como un viejo. —Dio un pequeño paso adelante, di uno
atrás. Repetimos—. Lo que sea que estés pensando en
hacer… —Respiré—… no lo hagas.
Mi espalda chocó contra la pared. El corazón me
martilleaba las costillas. Mi respiración se entrecortó.
Sasha me miró fijamente. Esos ojos atravesaron todas mis
defensas, probablemente desenterrando todos mis secretos
y todos mis miedos. Y como una tonta, le sostuve la mirada,
dejando que me atrapara con la gravedad de sus ojos.
Solo sería cuestión de tiempo que descubriera todos mis
sucios secretos, dejándome expuesta ante él. Para
explotarme. Pero también yo descubriría los suyos. Me
negué a doblegarme, ante nadie.
Sobreviví a mi padre, sobreviviría a cualquiera.
—Cuando acabe contigo, serás tú quien ronque. —
Ronroneó.
La insinuación en su voz no se me escapó. No dormiría
hasta que me hubiera agotado. Con su cuerpo. Me
gustaban las imágenes que jugaban en mi mente. Al menos
eso creía. Dios, necesitaba alejarme de este hombre. Estar
en otra ciudad, eso serviría.
—Piérdete antes de que grite y haga que te degüellen —
declaré rotundamente, aunque el corazón se me aceleraba
y la piel me zumbaba.
Algo brilló en sus ojos, caliente y pesado, y entonces
sonrió. Maldición, sonrió, como si fuera un tiburón que
acaba de atrapar a su próxima presa.
—Adelante. —Instó, balanceándose
despreocupadamente sobre sus talones—. Me encantan las
gritonas.
Me ardía la cara. Bajé la mirada y oí su risita. Era un
poco raro. Algo sexy. Demonios. Este hombre era un
maldito lunático. Sin embargo, el corazón me latía en el
pecho. No podía fingir que no olía su colonia. El aroma
limpio y cítrico. No podía fingir que no sentía el calor de su
cuerpo, tan cerca de mí, pero no lo suficiente.
—Entonces prefiero comer tierra a gritar —contesté
secamente.
—¿Has seguido practicando? —preguntó. El cambio de
tema me hizo mirarlo con desconfianza.
—Sí —respondí finalmente.
—Buena chica —elogió—. Apuesto a que eres muy
buena.
«¿Estaba hablando de mis habilidades de lucha o de…?».
Mi mente debía estar en una alcantarilla llena de lujuria.
Seguí mirándolo a los ojos, que de algún modo tenían el
poder de hechizarme. Esos glaciales se agudizaron y una
sonrisa apareció en sus labios. Mi mente se quedó en
blanco. ¿Qué diablos me estaba pasando? Este maldito tipo
tenía que salir de mi habitación antes de que hiciera algo
gravemente malo.
«Como quitarle la ropa de su enorme cuerpo», pensé
para mis adentros. Me preguntaba si la tinta marcaba cada
centímetro de su cuerpo. La idea de verlo desnudo hacía
revolotear mariposas en mi vientre. No porque me sintiera
atraída por él.
En absoluto. No era mi tipo. Demasiado viejo.
Demasiado voluminoso. Demasiados tatuajes. Y tenía esos
ojos raros que me miraban mientras una sonrisa
devastadora torcía su boca.
Su mano se posó junto a mi cabeza, con la palma
apoyada en la pared. Levanté la barbilla y lo miré con los
ojos muy abiertos. Invadió mi espacio personal y un calor
indeseado se encendió en mi interior.
—Aléjate de mí. —Mi tono salió entrecortado, insinuando
todo lo contrario. Como si le rogara que me cogiera.
Algo ardiente brilló en sus ojos. Como si le complaciera
mi reacción. Inhaló profundamente, su ancho torso rozó
mis pechos y mis pezones se endurecieron.
La habitación se encogió; el oxígeno se evaporó. Mi
cuerpo lo deseaba.
Oh. Dios. Dios. Mi cuerpo traidor de virgen quería a
Sasha Nikolaev. No, no, no.
Una pequeña victoria parpadeó en sus ojos.
—No te preocupes, Kotyonok. —Su tono era oscuro.
Caliente—. Aún no estás lista para mí. Al menos no para
recibir todo de mí.
Ese tipo estaba loco. Un completo lunático. Una voz en
mi interior me susurraba que no luchara mientras una
guerra se libraba entre mi cuerpo y mi mente. Delante de
mí había un hombre que tenía todas las red flags:
desquiciado, con mala reputación, asesino. No obstante, mi
cuerpo se negaba a escuchar la advertencia.
Era tan raro. Tenía la necesidad de sentir las manos de
un hombre sobre mí. Creía que eso había muerto hacía
mucho tiempo, y, sin embargo, cerca de él, mi cuerpo
temblaba con un dulce anhelo de sentirlo. En cada
centímetro de mi piel y dentro de mí.
Alessio curó mis cicatrices visibles. Contrató a los
mejores cirujanos plásticos para borrarlas, pero eran
aquellas invisibles las que se negaban a desaparecer. Años
de terapia y meditación no pudieron curar esos fantasmas.
Sin embargo, no me importaban cuando estaba con ese
hombre. Quizá porque intuía que él también los tenía. O
quizá porque era una idiota.
—¿Y si lo estuviera? —Respiré.
Debí de sorprenderlo, porque su sonrisa se congeló y
sus hombros se pusieron rígidos. Algo parecido a la
satisfacción y la decepción se me acumuló en el estómago.
Me gustó haberle sacado ventaja y me molestó haberlo
disgustado.
Relajó el cuerpo, alisó la camisa con su gran mano y
seguí el movimiento, imaginando cómo se sentirían en mi
cuerpo. Ignorando mi razón, actué por instinto. Puse la
palma de mi mano derecha sobre su pecho, el calor
filtrándose a través de la tela costosa.
—¿Quizás tú no estás preparado para mí? —desafié, mi
voz apenas por encima de un susurro. Mi cuerpo estaba
hambriento por su toque. Pero solo el suyo, y eso en sí
mismo era problemático.
La mano de Sasha cubrió la mía, su corazón fuerte y
firme tamborileaba bajo mis dedos. Su pulgar rozó
lentamente mi muñeca, justo encima de la vena donde el
pulso se aceleraba como si acabara de correr una maratón.
No tenía ni idea de cuándo todo mi cuerpo se apretó
contra el suyo. Mi falda rozó sus pantalones jeans y mis
muslos se separaron.
Algo oscuro y caliente se cocía a fuego lento en su pálida
mirada que ya no parecía tan pálida.
Me apartó la mano de su pecho y luego las deslizó,
asegurando ambas manos detrás de mí. Incliné la barbilla y
observé cada uno de sus movimientos con la mirada
entrecerrada.
Me observaba como si fuera algo precioso, su mano
acariciaba perezosamente mi piel expuesta subiendo y
bajando por mi cuello. Un escalofrío me recorrió la espalda.
Sorprendentemente, me encantaba su toque.
Me temblaban las rodillas. Mi pulso latía desbocado. Mi
piel zumbaba de expectación.
—¿Quieres que te folle? —Se inclinó hacia abajo, su cara
a un centímetro de la mía. No encontraba la voz ni el
sentido. Mi centro palpitaba y seguí frotándome contra él.
—No —mentí, con la voz entrecortada.
—Mentirosa. —Su mano bajó por mis pechos, por mi
estómago y me subió el vestido. Antes de que pudiera decir
algo, estampó sus labios contra los míos. No había nada
suave ni dulce.
Todos mis sentidos se volvieron locos. Me poseyó.
Consumió. Arrasó.
Sus labios se movieron contra los míos, demandantes.
Empujó su enorme cuerpo contra el mío y me apreté contra
él. Había perdido el control. Perseguía el placer. Su otra
mano me soltó las muñecas y me agarró un puñado de
cabello; sus dedos enredaron mis mechones e inclinaron mi
cabeza. Así tenía un mejor ángulo para dominarme.
Ahora que tenía las dos manos libres, las coloqué
alrededor de su nuca y tiré de él con más fuerza y más
cerca de mí. El calor chisporroteaba, mis gruñidos
impregnaban el espacio. Su lengua se enredó y se deslizó
sobre la mía.
Tiré con más fuerza de su cabello, ansiosa por seguir
disfrutando de aquel placer que crecía más y más en la
boca de mi estómago. Su boca se separó de la mía, enterró
la cara en mi cuello y sus dientes se hundieron en mi piel.
Un grito ahogado salió de mis labios. Me mordió, y con
fuerza. El dolor y el placer se mezclaron. Su boca succionó
el lugar donde acababa de hincar sus dientes, aferrándose
a la piel sensible.
En un rápido movimiento, me giró bruscamente y me
puso de cara a la pared. Su pecho estaba presionado contra
mi espalda, algo duro se pegaba contra la parte baja de
ella. Estaba excitado. Y enorme, me di cuenta.
Sus labios volvieron a la curva de mi cuello y sus dedos
trazaron una línea por mi columna vertebral. Empujé
contra su erección que me tocaba, deseando más de él.
Ahora mismo, lo quería todo. Por primera vez en mi vida,
quería llegar hasta el final con un hombre. Un simple
desconocido.
¡Santo Cielo! Esto no podía ser normal. Sin embargo, no
podía encontrar la fuerza para detenerme. Necesitaba esto.
Me apartó el cabello por encima del hombro y su boca
ardiente y hambrienta me recorrió mientras su cuerpo se
presionaba contra cada centímetro del mío. Su lengua
recorrió mis omóplatos. Sentí calor extenderse por cada
centímetro de mi cuerpo, mi centro palpitaba y en cuanto
me agarró por las caderas para apretarse contra mí, mi
cabeza se inclinó hacia atrás y un gemido salió de mis
labios.
Y todo el tiempo, mis dos palmas estaban apretadas
contra la pared. Una mano me sujetaba las caderas
mientras la otra se abría paso hacia el interior de mis
muslos. Me sobresalté en cuanto tocó mi sexo.
—No voy a cogerte —pronunció tan bajo que pensé que
me estaba imaginando su voz—. Hoy no. Pero gritarás mi
nombre cuando terminemos aquí.
Solté un suspiro agudo. Mi respiración era errática. Mi
pulso aún más.
Sus gruesos dedos rozaron mis bragas húmedas y luego
se deslizaron dentro de ellas. Mis dedos se enroscaron en
la pared, mi cuerpo se estremeció y un gemido jadeante
hizo vibrar el aire.
Su toque era áspero, confiado. Y tan codicioso.
Mi pulso rugió en mis oídos cuando empezó a mover sus
dedos, dentro y fuera. Dentro y fuera. Sus labios rozaron el
lóbulo de mi oreja. Su respiración acelerada me nubló el
cerebro.
—¡Por favor! —supliqué en un gemido.
Movió el brazo, dándome placer. Se me enroscaron los
dedos de los pies y me mordió el lóbulo de la oreja.
—¡Me esperarás! —exigió, con tono duro—. Te dejaré
venir, pero antes me prometerás que esperarás.
Le habría prometido mi primogénito en ese momento.
Estaba al borde de mi primer orgasmo y, como una niña
mimada y codiciosa, lo deseaba.
Me follé su mano, moviéndome contra él como si mi vida
dependiera de ello. Sus gruesos dedos entraban y salían.
Duros y rápidos.
—Prométemelo —ordenó, apretando su agarre en mi
cuello. Sus dedos se retiraron y untaron mi clítoris
hinchado y sensible con mi humedad, frotando círculos
perezosos. No era suficiente. Lo quería rudo y duro.
—Sí, sí —murmuré, con todos mis pensamientos
revueltos. Le habría prometido cualquier cosa con tal de
conseguir lo que necesitaba en ese momento—. Te lo
prometo. Hazlo más duro.
Se rio y su boca volvió a besarme el cuello, mientras sus
dedos presionaban en mi interior. Me retorcí contra él, mi
sexo apretándose alrededor de sus dedos. Aumentó el
ritmo, la intensidad, y el placer estalló en mi centro.
Y odié que tuviera razón. Grité. Me desmoroné.
Luego, con un movimiento rápido, nos llevó a mi cama.
—Sobre la cama. Ponte en cuatro. Déjame ver ese coño
rosado.
Mi mente se quedó en blanco, pero mi cuerpo ya se
movía. Me subí a la cama, me coloqué tal como lo ordenó,
luego, me levantó el vestido. La piel se me puso de gallina.
Me ató las muñecas a la espalda con una mano, mientras la
otra se deslizaba entre mis piernas y me frotaba el clítoris
hinchado. El ruido de mis bragas al romperse llenó el
ambiente y miré por encima del hombro para ver su cara
cada vez más cerca de mi trasero.
A este hombre le gustaba el poder y definitivamente lo
tenía sobre mí y mi cuerpo. Al menos por ese momento.
Era una confesión a regañadientes que nunca admitiría
en voz alta.
—¿Puedes darme otro? —Ronroneó, y su aliento caliente
contra mi trasero me provocó escalofríos.
—¿O-otro? —Respiré, aturdida por la sacudida de placer
que me arrancó.
—Otro orgasmo —aclaró. Introdujo un dedo en mi
interior mientras mantenía otro en mi clítoris. Un gemido
medio jadeante llenó la habitación y mis párpados se
cerraron. El gesto debió de complacerlo, porque soltó un
sonidito de aprobación—. Sí, puedes darme otro.
Mis manos se cerraron en puños y las uñas se clavaron
en mis palmas. Su aroma cítrico se mezclaba con mi
excitación. Jadeaba tan fuerte que pensé que me
desmayaría. Mi trasero empujaba contra su mano, mi
interior se apretaba alrededor de su dedo.
—Siento cómo tu coño aprieta mi dedo. —Enroscó el
dedo y golpeó mi punto sensible, arrancándome otro
gemido de la garganta—. ¿Te estás imaginando que es mi
polla? —Como no respondí, sacó el dedo y volvió a meterlo.
Con fuerza—. Respóndeme.
—Sí —gemí, el sonido de la resbaladiza humedad llenó la
habitación. Dentro y fuera.
—Buena chica —me elogió y mi pecho se llenó de
calidez. De calidez, maldición—. Estás muy apretada. Ese
coño es mío y solo para mi verga. Dios lo hizo para mí. —
Me soltó las manos, pero siguieron detrás de mi espalda.
Su mano aterrizó en mi trasero. Una nalgada—.
¿Entendido?
El golpe de su mano contra mi trasero reverberó en el
aire, igualando la explosión en mi suave piel. Me ardía la
nalga.
Me olvidé de contestar y recibí otra palmada en el
trasero.
—Respóndeme, Kotyonok.
Cerrando los ojos, me deleité con la sensación que
estallaba en mi piel y la evidencia de la excitación que
resbalaba por el interior de mis muslos. Una extraña
opresión en el estómago y los pezones me tenían al borde.
Mi sexo estaba caliente, hormigueando y el trasero me
ardía. Otra nalgada.
Mi cuerpo se sacudió hacia delante. Tuve la tentación de
apretarme contra las sábanas para obtener alivio, sin
embargo, su gran mano me agarró por las caderas.
—No puedo oírte —gimió, volvió a bajar la cara y sus
labios rozaron mi trasero—. ¿A quién le pertenece este
coño?
—A ti. —La reacción de mi cuerpo ante él debería
asustarme. No lo hizo. Me puso codiciosa. La humedad
mojaba mis muslos y el roce del aire contra mi vulva
desnuda me hizo estremecerme con una necesidad que solo
él podía satisfacer—. Por favor, Moye Serdtse
—supliqué.
Se quedó quieto. Y giré la cabeza para volver a mirarlo.
Maldición, verlo era glorioso. La oscura lujuria de su rostro
era por mí y me hizo sentir victoriosa. Aunque no había
hecho nada para ganarme su deseo.
—¡Dilo otra vez! —exigió, con la voz ronca.
Parpadeé confundida.
—¿Por favor? —musité vacilante. Suponía que le gustaba
que le rogaran.
—Me llamaste Moye Serdtse —comentó.
—Una costumbre —admití, insinuando el hecho de que
me había excitado pensando en él. Eso me valió una
hermosa sonrisa del mafioso desquiciado.
Su boca se apretó contra la nalga que me había
golpeado, la sensación contrastaba tanto con la bofetada
anterior.
—Por eso, tendrás tu recompensa. —Su dedo se deslizó
por mis pliegues, untando mi humedad y luego, sin previo
aviso, volvió a deslizar dos dedos dentro de mí. Mi espalda
se arqueó, mi piel se calentó y las huellas de su mano en mi
trasero ardieron.
Me arrancó otro gemido de la garganta.
Empujó mi trasero más arriba en el aire y sus labios
rozaron cada vez más abajo, hasta que su boca sustituyó
sus dedos. Cerré los ojos y un fuerte gemido vibró en el
aire. Su dedo se acercó a mi clítoris hinchado,
acariciándolo y frotándolo mientras su boca trabajaba en
mi coño.
Y sus gruñidos eran los sonidos más sensuales que
jamás había oído en esta tierra. Disfruté de la sensación,
moviéndome contra su boca. Adelante y atrás. Adelante y
atrás. Y mientras tanto su lengua se deslizaba dentro y
fuera de mí, cogiéndome con ella, la explosión se encendió
en mi interior y recorrió todo mi cuerpo.
Dejé caer la cabeza, con los gritos amortiguados por las
almohadas. Exclamé su nombre. Mi cuerpo se estremeció
con el violento placer que me arrancaba con su boca. Un
temblor se apoderó de mí, enviando oleada tras oleada de
placer a través de mi cuerpo, y todo el tiempo la boca de
Sasha nunca abandonó mi centro.
Cuando se calmaron mis escalofríos, Sasha me dio la
vuelta y mi espalda chocó contra el colchón. Mis piernas se
separaron, deseando que me follara. Aquí y ahora. Estaba
preparada. Quería más.
Se limpió la boca con el dorso de la mano, sus ojos
ardían con intensas llamas azules. Me pasó la punta del
dedo por el labio inferior, manchándolo con mi humedad.
—Algún día, Kotyonok, nada te salvará de mí. —Su voz
era áspera. No tenía ni idea de lo que quería decir. Su
mano se acercó a mi garganta, su agarre firme y un
escalofrío me recorrió cuando sus labios presionaron
contra mi oreja—. Ahora eres toda mía. Desde ahora hasta
el fin de los tiempos.
—Bueno, eso es intenso —pronuncié, mientras una
lánguida sensación tiraba de mis músculos—. Va en ambos
sentidos, ¿sabes? —murmuré, con los párpados pesados.
Apretó su cara contra mi cuello e inhaló profundamente.
Un gruñido grave de satisfacción sonó en el fondo de su
garganta, y el ruido profundo y áspero vibró en cada célula
de mi cuerpo.
—Así es —confirmó—. Y no te preocupes, Kotyonok.
Esperaré.
Mi pecho se iluminó como los fuegos artificiales del
cuatro de julio y ladeé la cabeza para darle más acceso a mi
cuello. Esas sensaciones eran... adictivas.
—Recuerda tu promesa, Kotyonok. No dejes que nadie
más te toque. —Otra mordidita en mi cuello, calmada con
un beso—. O estarán muertos.
Alcanzó toda su estatura: alto, grande y robusto. Podía
romperme con un solo movimiento. Sin embargo, nunca me
había sentido tan segura como en ese momento.
Pero esa niña que temía quedarse atrás salió a la
superficie y me arañó el pecho.
—Te fuiste antes y no volviste —solté, con voz
temblorosa—. ¿Vas a volver esta vez?
Unos ojos azules se encontraron con los míos y temí que
pudiera ver demasiado. Me ahogué en el profundo mar de
sus azules y no me molesté en salir a tomar aire. Se
contrajeron mis pulmones. Me dolía el corazón. Sin
embargo, no me escondí. Por alguna razón, dejé que lo
viera todo.
—Volveré —juró en voz baja—. Pase lo que pase.
Con una inclinación de cabeza, se dirigió a la puerta.
Dejé escapar un pequeño gruñido.
—Recuerda tu promesa también, Sasha Nikolaev —dije.
Puede que no fuera tan dura como él, pero tampoco sería
una blandita.
Se detuvo con una mano en el pomo de la puerta y se
giró hacia mí.
Su mirada brilló, oscura y áspera. Me sacudió hasta lo
más profundo y me encendió.
—Siempre cumplo mis promesas, Kotyonok.
Y se fue, pero sus palabras se quedaron conmigo.
Capté un vistazo en el espejo: cabello despeinado; labios
rojos e hinchados; mejillas sonrojadas.
No me reconocí. No era yo. Hacerle una promesa a
Sasha Nikolaev era jugar con fuego.
Sin embargo, sabía sin la menor duda que lo esperaría.
CAPÍTULO TRECE
SASHA

C rucé la distancia a través de tumbas olvidadas


mientras me acercaba a la de Mia.
Su rostro aún perduraba en mis sueños. Sus ojos
afligidos. Tenía pesadillas antes de que esos hombres la
atacaran. Después, solo estaban muertos. Odiaba haberle
fallado. No haberla protegido.
Mi carrera militar había terminado. No había retorno
después de que les rompes el cráneo a varios hombres
sirviendo a este país. Y les revientas las rótulas. No me
arrepentí ni una mierda. De lo único que me arrepentí fue
de no haberlos hecho sufrir por mucho más tiempo. Fueron
la gota que rebosó el vaso y llevó a Mia a su límite.
Mis pies se detuvieron al oír un llanto sordo. Me quedé
de pie junto al árbol, observando a una mujer vestida de
negro junto a su marido. No había necesidad de
preguntarse quiénes eran. El señor y la señora Russo. Los
ojos de uno eran crueles; los del otro, muertos.
Alessio Russo. Estaba junto a la tumba de su hermana,
con la mandíbula apretada y una expresión sombría. Me
sentía identificado.
Pero no fueron ellos quienes captaron mi atención. Era
una niña de pelo castaño rojizo y ojos grises que me
recordaban a los días tristes y lluviosos. También llevaba
un vestido negro largo que se tragaba su pequeño cuerpo.
Era menuda y tenía la cara pálida.
Agarraba la mano de su madre, no obstante, sus ojos no
dejaban de buscar a su hermano, jugueteando con su
muñeca. Su madre apenas debía de estar agarrándole de
ella porque la niña la sacudió casi como si no estuvieran
tomadas de la mano. Sus dedos se enroscaron alrededor de
su muñeca, y fue entonces cuando lo vi.
Un feo corte. Carne quemada en la muñeca. Tenía la
manga levantada y marcas de quemaduras en la piel, desde
el codo hasta justo encima de la muñeca.
Su hermano debió de darse cuenta de lo mismo, porque
en el mismo segundo se abalanzó sobre su padre y empezó
a golpearlo.
Como un maldito loco.
Hicieron falta tres hombres para quitarlo del viejo
Russo. Tomó la mano de Branka y la levantó en brazos. La
niña lo abrazó inmediatamente del cuello y su rostro
manchado de lágrimas mostró por fin un atisbo de sonrisa.
Se marchó sin mirar atrás.
El viejo Russo y su esposa los siguieron poco después.
Cuando se fueron, mi mirada se desvió hacia la tumba.
Di pasos lentos. Uno, dos, tres. Tardé diez pasos en
situarme sobre el ataúd de Mia. Mis ojos se clavaron en la
brillante superficie de madera. Ya estaba a dos metros bajo
tierra, el suelo se tragaba la superficie brillante.
—Maldición, Mia —lamenté con voz ronca—. Desearía
que estuvieras viva. —No hubo respuesta. No era que la
esperara. Estaba siendo tontamente positivo, tal vez. Igual
que esperaba convencer a mi madre de que no lo hiciera.
—Hice pagar a los desgraciados —le dije al ataúd—. Y
mantendré mi promesa —juré al viento—. Los mantendré a
ambos a salvo.
Durante los últimos once años, los había vigilado. Más a
Branka que a Alessio. Este último era despiadado y un
asesino, como yo. No necesitaba mucha ayuda. La hermana
menor, en cambio, era otra historia. Necesitaba protección,
la de su hermano y la mía.
Fallarle no era una opción. Ya le había fallado a dos
mujeres en mi vida, preferiría morir a que Branka se
agregara esa lista.
Algo pesado se instaló en mi pecho. Quizá me estaba
enfermando. O tal vez los genes psicópatas de mi madre
estaba finalmente prevaleciendo en mí también. Mi
obsesión iba en aumento. Rápida y constante.
Dios mío, si me convirtiera en un verdadero lunático
como mi madre, quizá tendría que acabar con todo.
No debería haberla tocado, pero sabía que lo haría. ¿Por
qué? Porque la sentí mía desde el momento en que la vi en
Berkeley. Pero sus gemidos fueron los que sellaron el trato.
Eran suaves gemidos y tan sexys y adictivos. Mierda, era
un espectáculo tan glorioso cuando llegaba al orgasmo. La
forma en que el éxtasis cruzaba su expresión y cómo sus
ojos grises se volvían plateados. Joder, plateados, como una
criatura mística enviada para destruirme.
—Jesucristo —murmuré, frustrado.
Volver a tener una probada fue una tontería.
Cometí un error, y ahora, la espera sería una maldita
tortura. Hacía tiempo que sabía que sería mía. Pero debía
ser un poco más adulta. Lista para mi tipo de sexo. Y luego
estaba la cuestión de su padre y mi promesa a mi hermano.
Y Alessio probablemente intentaría despellejarme vivo si
supiera que estaba tras su hermana. Después de todo, dejó
claro que Branka estaba fuera de los límites. Aunque
valdría la pena ser despellejado vivo por ella.
Mierda, me dejé guiar por mi polla. ¡Otra vez! Pasaba
cada vez que estaba cerca de esa mujer.
La oscuridad cubría la habitación con las sombras de la
luna creciente. Era hermosa cuando dormía. Aunque nada
superaba su ingenio y su boca descarada.
Mi mirada recorrió su cuerpo, desde las uñas de los pies
rojas y brillantes hasta sus mejillas, que descansaban sobre
una cortina de largo cabello castaño. Tenía los labios
entreabiertos mientras sus pechos subían y bajaban con
cada respiración. Tenía las cejas fruncidas y la boca
apretada. Le pasé una mano por la frente, su respiración
ligeramente agitada se calmó y sus labios se relajaron.
—Mataremos a todos esos fantasmas —susurré—. Tú y
yo, Kotyonok.
No se movió. Su lámpara de cabecera seguía encendida,
apagué la luz y me senté en una mecedora. Me llevé las
manos a la nuca y la vigilé.
Me importaba una mierda que lo que hacía estuviera
mal. Sabía que debería haber dejado la ciudad. En vez de
eso, me escabullí en casa de Alessio. «Solo para obtener
una probada», me dije. Bueno, lo conseguí y todavía no me
iba.
Que se jodiera Alessio y que se jodieran todos los demás.
Al menos por esa noche.
Después de esa pequeña probada, me fui, sin embargo,
solo tardé tres kilómetros en dar la vuelta y regresar. Debí
haberla llevado a la cama. Pero mi control pendía de una
amenaza y tenía que largarme de allí. El olor de su sexo era
embriagador, atrayéndome. No obstante, sabía que si la
tomaba como quería, la perdería.
¡Maldición! Quería abofetearla por haberme impactado
así sin siquiera intentarlo.
Quería abofetearme aún más por ser un idiota.
CAPÍTULO CATORCE
BRANKA

—N o quiero ir —le supliqué a mamá—. Por favor, por


favor. No quiero ir.
Sus ojos estaban muertos. Su cara estaba
negra y azul. No podía salvarme. Ni siquiera podía salvarse
a sí misma. Pero no había nadie más aquí. Mia y Alessio se
habían ido.
Tenía la muñeca rota y quemada. Me dolía. Mi padre me
la acercó al fuego, dejando que las llamas lamieran mi piel.
El olor se me pegó al cabello, a la ropa y a la nariz.
La cara de mamá se volvió hacia la mía y me agarró
desprevenida. El dolor de sus ojos me atrapó, arañándome
el pecho. Con las mejillas llenas de lágrimas y el miedo
olvidado, la tomé de la mano y la apreté.
La tristeza de sus ojos reflejaba lo que sentía en el
pecho. Su mirada gris se humedeció, como un día de lluvia
sobre las montañas más altas donde solo se veían nubes.
Caí de rodillas y rodeé sus rodillas con mis brazos,
apoyando la frente en su regazo.
—Lo siento —susurré—. No llores, mamá.
Sus lágrimas dolían más que la crueldad de papá.
—Mi pobre bebé. —Me dio un beso en la frente y, a
pesar de que sabía lo que me pasaría cuando entrara en el
sótano, se me encogió el corazón. Estaba hambrienta de
afecto. Amor. Cuando mis hermanos se marcharon, se
llevaron con ellos la pizca de felicidad que teníamos en
casa de los Russo.
—Mia y Alessio volverán por nosotros. —Carraspeé, con
la voz ronca—. Espera y verás.
Apretó su frágil mano contra mi corazón.
—Mia está muerta.
Mis pulmones dejaron de funcionar. Me zumbaban los
oídos. No podía respirar. Mia. Muerta.
—¿Y Alessio?
Nunca obtuve mi respuesta. La puerta se abrió y mi
padre entró en la habitación.

El susurro de su voz cruel y sus latigazos invadieron mi


memoria, la oscuridad y el aire frío me penetraron.
Me arrastró más y más hacia la oscuridad y el frío,
amenazando con tragarme entera.
Me incorporé de golpe y me desperté sobresaltada, con
las sábanas pegadas a la piel sudorosa. Mi pecho subía y
bajaba, mi corazón retumbaba con el viejo y familiar miedo.
Recuperé el aliento, me volví acostar y me quedé mirando
al techo.
Y mientras tanto, el aroma de cítricos permanecía en el
aire.

Terminé de empacar las últimas cosas.


Sinceramente, no veía la hora de salir de ese lugar. Ni
siquiera estar separada por un continente con mi padre era
suficiente. Empujando el último par de zapatos bonitos en
mi maleta, me senté en ella para poder cerrar la
cremallera. Autumn exigía solo dos maletas. Yo llevaba
tres.
«Quizá no se dé cuenta», pensé. Estaba tan emocionada
que quizá no notaría si hubiera hecho cinco maletas hasta
que llegáramos a nuestro primer destino, Kuala Lumpur.
Hmmm, tentador.
Decidida a no hacerlo, salí de mi dormitorio y fui en
busca de mi hermano. Con pasos silenciosos sobre la
madera, caminé por el pasillo del segundo piso.
Normalmente estaba en su despacho o en la biblioteca. Así
que allí me dirigí.
Repasando mentalmente el itinerario que Autumn había
compartido conmigo, ya tenía algunos puntos de referencia
que quería utilizar para publicar fotos en mis plataformas
sociales. Autumn tenía buen ojo para la fotografía y yo un
nicho para el marketing. Juntas formábamos el equipo
perfecto.
Estaba tan ensimismada soñando despierta que no
percibí el olor a puro rancio y colonia de hombre viejo
hasta que ya estaba en la biblioteca. Un fragmento de hielo
me atravesó el corazón y el miedo se coló por los rincones
de mi mente. La oscuridad se transformó en mi mente, las
viejas pesadillas de repente parecían recientes.
No importaba cuántos años hubieran pasado, las viejas
cicatrices afloraban con demasiada facilidad. Nunca le
había contado a Alessio la magnitud de los abusos que
había sufrido durante esos dos años. No creía que pudiera
soportarlo. Además, ni siquiera podía aguantar pensar en
ello, menos hablarlo.
Mi padre me daba la espalda mientras miraba por la
ventana y daba caladas a su puro. Di un paso atrás,
dispuesta a largarme de allí cuando su voz me detuvo.
—Siempre corriendo, ratoncita. —Se apartó de la
ventana y me miró.
Alto. Hombros anchos. Barba incipiente en la barbilla.
Cabello oscuro salpicado de canas en las sienes. Sin
embargo, sus ojos lo estropeaban todo. La crueldad en ellos
era imposible de ocultar incluso cuando sonreía.
Llevaba un traje, tenía una mano metida en el bolsillo
mientras se llevaba un puro a los labios. Inhaló y luego
exhaló, la nube de humo se coló en mis pulmones,
asfixiándome.
El miedo se apoderó de mi garganta. Era difícil
superarlo. Era difícil olvidar.
Dio dos pasos hacia adelante y di dos hacia atrás. Quería
darme la vuelta y salir corriendo, pero no quería darle a mi
padre la satisfacción de saber lo mucho que me había
destrozado. Lo escondía todo detrás de bonitos vestidos y
sonrisas, sin embargo, en el fondo seguía siendo aquella
niña asustada, que lloraba y suplicaba para que alguien la
salvara.
Con los años, aprendí a ocultar mi miedo delante de él.
Era más fácil cuando había otras personas cerca.
Sinceramente, no recordaba la última vez que estuve a
solas con él. Era algo que no quería volver a experimentar.
¡Nunca!
Sus ojos se posaron en mí. Llevaba unos sencillos shorts
de mezclilla, una camiseta rosa de cuello redondo y el pelo
recogido en una coleta alta. Aún hacía calor suficiente para
disfrutar de la ropa de verano y, por suerte, este año me
iría antes de que llegara el invierno.
Odiaba la oscuridad y el frío. Me recordaba al gélido
sótano que a mi padre le gustaba usar para quebrantar mi
espíritu. Para entrenarme a ser una esposa buena y
obediente.
La rabia me quemaba la garganta, pero por desgracia el
miedo era más fuerte.
Los labios de mi progenitor se curvaron en aquella
sonrisa cruel que había llegado a conocer tan bien durante
aquellos dos años a solas con él.
—Parece que la ratoncita intenta hacerse la valiente —se
burló en tono sombrío.
—¿Qué estás haciendo aquí? —«Alessio, por favor, que
estes en casa», recé. Le gustaba quedarse en el penthouse
y la única razón por la que tenía esta mansión era por mí.
Era una tontería, porque podríamos habernos quedado los
dos en el penthouse—. ¿Qué quieres? —pregunté fríamente,
ocultando mi miedo en algún lugar profundo.
Sus ojos oscuros brillaron.
—Ten cuidado, ratón. Las serpientes pueden tragarte
entera fácilmente.
Me burlé suavemente.
—Tu autocomparación con una serpiente es tan
apropiada. Son criaturas repugnantes, pero todo lo que
necesitas es una pala y puedes cortarles la cabeza sin
esfuerzo.
Unas feas manchas rojas estropearon las mejillas de
papá y no pude evitar que una sonrisa de satisfacción
curvara mis labios. Ah, las pequeñas victorias.
—Ya es tiempo de casarte —escupió enfadado—. Y que
te den una lección. Como cuando eras esa niña de ocho
años.
Mi espalda se puso rígida, las palabras rebanaron mi
corazón y lo dejaron sangrando. La sangre cayó al suelo y
se acumuló a mis pies, arrastrándome hacia la pesadilla.
La oscuridad se cernía sobre mí. La bilis subía por mi
garganta. No podía respirar. Se volvió un infierno lleno de
terror.

—Vamos a jugar, ratoncita. —Su voz era oscura,


emocionada. El sótano estaba oscuro, el moho y la sangre
contaminaban el aire—. No te preocupes. Tu padre necesita
ayuda para romper tu espíritu.
No podía respirar. La adrenalina corría por mis venas.
Dedos fríos en mi cabello. Unas manos ásperas rasgaron
mi ropa. Me ardía el cuero cabelludo mientras me agarraba
de él.
Un escalofrío repugnante recorrió mi cuerpo. La piel se
me puso de gallina.
Cara cicatrizada. Ojos malvados.
Bofetada. Las luces parpadearon detrás de mis ojos y el
dolor estalló en mi mejilla. Pataleé y grité, con la garganta
en carne viva. Mis uñas le rasgaron el rostro y se echó
hacia atrás.
—Deja de arañarme, maldita puta. —Su aliento a cigarro
rancio invadió mis fosas nasales.
Una fea cortada marcaba sus ojos. Esperaba que se
quedara ciego. Esperaba que muriera.
Otra bofetada. Sus manos frías contra mi piel ardiente
parecían papel de lija, frotándome hasta hacerme sangrar.
El dolor me envolvió el cuerpo. Fragmentos de hielo
cortaban mis pulmones.
—No te rindas —me dije, sin saber si eran solo mis
pensamientos o estaba hablando en voz alta. «Sigue
luchando».
Así que lo mordí. Y arañé. Hasta que mis uñas se
agrietaron y mis dedos sangraron.

—¿Qué haces aquí? —La voz de Alessio bramó detrás de mí.


Me miró y su expresión se ensombreció aún más.
Entrecerró los ojos y miró a nuestro padre.
—Te dije que, si quieres hablar, me llames. No eres
bienvenido en esta casa.
—¡Lárgate, Branka! —Ladró papá—. Alessio y yo
tenemos que hablar sobre el trato con los Nikolaev.
—No puedes hablarle así a mi hermana. —La voz de
Alessio era fría. No daba pie a debate—. Y no hay nada que
discutir sobre el acuerdo con los Nikolaev. Está hecho y lo
cumpliremos.
—Es un error —afirmó Padre obstinadamente—. Sasha
es el engendro de Satanás. La destrucción lo sigue donde
quiera que vaya.
—Tienes miedo de enfrentarte a él —afirmó Alessio de
manera franca—. Su forma de ser psicópata te molesta. Si
lo piensas, es algo irónico.
Giré sobre mis talones y salí de la habitación. No
soportaba estar en la misma ciudad, y menos en la misma
habitación que mi padre.
Aunque mientras volvía corriendo a mi habitación y
cerraba la puerta tras de mí, Sasha Nikolaev me gustaba
más que hace una hora. Podía ser que no fuera un caballero
y definitivamente no un héroe. Pero era lo suficientemente
aterrador como para ahuyentar a los fantasmas. Daba tanto
miedo como para alejar a mi padre.
Mantendría mi promesa, siempre y cuando él
mantuviera la suya.
CAPÍTULO QUINCE
BRANKA

Cuatro años después

P rometí esperar. Esperé.


Cuatro malditos años. Si fuera inteligente, habría
hecho preguntas. Específicas. Por el amor de Dios,
¿quién en su sano juicio esperaba a alguien durante cuatro
años?
La maldita Branka Russo. ¡Idiota!
Cuatro malditos años sin una llamada o una tarjeta de
vez en cuando. Nada, demonios. El dolor sordo floreció en
mi pecho. La angustia y la soledad se convirtieron en parte
de mí, en una compañera constante. Cada vez que creía
que lo había superado, algo lo desencadenaba y volvía a ser
la niña abandonada.
Repitiéndose una y otra vez.
La primera vez que se fue, estuvo lejos tres años. Esta
vez fueron cuatro. La primera vez que te engañaban la
culpa era del otro; la segunda era culpa tuya.
Suspiré.
Quizás había una razón por la que la gente a la que
quería siempre me dejaba. Tal vez no valía nada. Tal vez no
era suficiente para que lucharan por mí. Alessio volvió
cuando Mia estaba muerta. Era mi hermano. Sasha
Nikolaev no tenía ni lealtades ni obligaciones. Y la gente
rompía promesas todos los días.
Mis pulmones fallaron y se me hizo un nudo en la
garganta. El dolor me robó el oxígeno de los pulmones.
Inhalé y exhalé desesperadamente. Luego otra vez. Pero el
dolor persistía. Esa sensación de abandono seguía
acechando en las sombras de mi alma.
No fue hasta que mis ojos se desviaron hacia mi sobrino
que dormía en la cama, que el oxígeno finalmente encontró
su camino en mis pulmones. Por fin podía respirar. Una
suave risita sonó en la habitación. Era la de él. Tenía
sueños felices. Mis labios se curvaron en una sonrisa y
lágrimas de felicidad ardieron en el fondo de mis ojos.
Kol Alessandro era posiblemente el primer Russo que
tenía una infancia feliz y segura. Era hijo de mi hermano,
aunque mi mejor amiga aún no lo había admitido. Algún día
lo haría, estaba segura. Autumn era una fuerza a tener en
cuenta cuando se trataba de su hijo. Una leona protectora.
Como debería ser cualquier madre.
Mi madre no lo era. Tampoco mi padre. Mientras
observaba la vida de New York zumbando debajo de mí, los
recuerdos vagaban por mi mente, arrastrándome al pasado.
Un pasado que prefería no recordar.

—Vamos a jugar al escondite —anunció papá a mamá y a


mí.
Era Nochebuena. Mi segunda Navidad sin Mia y Alessio.
Pensaba en ellos todos los días. Eran mi primer
pensamiento cuando me despertaba y el último cuando me
iba a dormir. Los echaba tanto de menos, que el dolor en mi
pecho era crudo.
Mis ojos parpadearon hacia mi madre. No me miraba a
mí. No miraba a mi padre. Miraba el fuego que crepitaba
en la chimenea. Desde afuera, el ambiente del salón
parecía sereno. No era hasta que entrabas en la habitación
cuando te dabas cuenta de que sombras oscuras acechaban
en las esquinas. Fantasmas rotos que nos observaban.
—No quiero jugar al escondite —susurré, con la voz
ronca.
Me dolía la piel de los muslos por las quemaduras de
cigarrillo. Cada movimiento me producía dolor en cada
centímetro del cuerpo. Tenía la garganta en carne viva por
mis gritos y los pulmones me ardían como si alguien me
hubiera dado ácido y agujas.
—¡Levántate y corre! —gritó. Salté, Madre se puso
inmediatamente en pie. Cansada y abatida. Eso era lo que
me recordaba. No quería terminar así. Tenía que luchar.
Alessio y Mia volverían. Volverían por mí.
Pero, aunque esa esperanza permanecía en el fondo de
mi mente, podía sentir cómo se atenuaba cada día.
El túnel oscuro bajo la mansión de mi padre se usaba
para sus enemigos. Para torturar. Para golpear. Para
romperlos. No quería estar aquí.
—Psst.
Mis pasos vacilaron. Mi corazoncito tronó. Miré
alrededor. No había nadie. Solo oscuridad y frío. Cada
exhalación humeaba frente a mi cara. Di otros dos pasos.
—Psst.
Mis pasos se detuvieron y contuve la respiración. Había
alguien aquí. El miedo me rodeó la garganta y me cortó la
respiración. El corazón se me aceleró y cada latido me
hacía crujir las costillas.
Algo me tocó.
Volé por los aires, luego mi cuerpo se estrelló contra la
pared, mi cabeza se azotó en ella. Vi estrellitas.
—¿Te acuerdas de mí, pequeña?
Oscuridad. No podía ver. Parpadeé, desesperada por
recuperar la visión. Mi entorno se fue enfocando poco a
poco, y fue entonces cuando lo vi.
El hombre. Le arranqué un ojo. Me miraba fijamente,
pero no podía ver. Era como mirar un globo ocular de
cristal turbio.
—Hora de pagar, pequeña —dijo—. Ojo por ojo.

Ese día no me quitó el ojo. Mi espíritu aún se rebelaba.


Sin embargo, extinguió mi esperanza.
Alessio hizo que los mejores médicos del país curaran
mis cicatrices físicas. Esas eran fáciles de arreglar. Las
invisibles no tanto.
La puerta del hotel se abrió, el pasado desfiló a través
de ella y salió de la habitación. Los padres de Autumn
entraron con una sonrisa de oreja a oreja. Me encantaba
ver su felicidad. Me daba esperanzas. Prometía
posibilidades.
—Hola —saludé—. Han vuelto rápido.
Por extraño que pareciera, los papás de mi mejor amiga
me habían demostrado más afecto y cariño desde que los
conocí que los míos en toda mi vida. Autumn y sus padres
eran lo mejor que me había pasado, junto a mi hermano.
—No queríamos que te perdieras el show. —Sonrió el
padre de Autumn—. La exposición estuvo preciosa.
Mis labios se curvaron.
—He visto las fotos.
De hecho, estuve con ella cuando tomó la mayoría.
Había viajado con Autumn durante los últimos cuatro años
por todos los rincones del mundo. Mi amiga tenía ojo y
talento para la fotografía. Yo lo tenía para captar la
atención y escribir blogs. Trabajábamos perfectamente
juntas. Lo que a mí me faltaba, a ella no y viceversa.
—Estás muy guapa, Branka —halagó la señora Corbin.
Bajé la mirada. Mi vestido era amarillo y con la falda
holgada, con un corpiño de croché en color nude. No era
nada elaborado, pero la abertura en el muslo le daba un
toque especial. Los tacones que llevaba eran del mismo
color que el corpiño, y me llegaban hasta las pantorrillas.
—Gracias.
Me acompañaron hasta la puerta, me dieron un beso en
la mejilla y bajé en el ascensor hasta el vestíbulo del hotel.
Mientras me pavoneaba por el vestíbulo del hotel Aman,
sentí que me miraban, pero los ignoré a todos. Me gustaba
arreglarme. Cuando los fantasmas me acechaban, se sentía
como una armadura que me permitía esconderme de ellos.
Y había que reconocer que, a veces parecía una tontería
arreglarme. Me gustaban las cosas elegantes, pero la
comodidad de Autumn por encima de la apariencia podría
habérseme pegado. Excepto que estar en ese continente
me hacía querer vestirme elegante.
Por si acaso me topaba con un mafioso psicópata de ojos
azul pálido.
¿Tenía sentido? No.
Era un idiota. No había nada más que decir.
En cuanto pisé la acera de la ciudad, me encaminé en
dirección a la galería. Estaba a solo una cuadra. Tardaría
más en llamar a un taxi que en llegar caminando.
Me llamó la atención un Mercedes G-Benz negro. La
puerta trasera estaba abierta de par en par. Lo encontré
extraño. Sobre todo, con el índice de criminalidad en New
York. Un destello dorado me hizo girar la cabeza y me
quedé helada. Sasha Nikolaev.
Sostuvo la puerta para una mujer. Una hermosa mujer
de cabello rubio rizado. No podía verla bien. La mayor
parte de su cuerpo estaba oculta tras la puerta del coche,
sus ojos en el pavimento. Pero no había duda de que era
hermosa.
El bichito de los celos me atacó. Feos, rojos y verdes.
Como odio y envidia.
Los ojos de Sasha escudriñaron la zona. Como si
estuviera vigilando el área en busca de posibles amenazas
para su mujer.
Se inclinó hacia ella y vi cómo se movían sus labios.
Me di la vuelta y reanudé mis pasos. Aunque esta vez los
sentía más pesados. La noche parecía más oscura. Una
sensación de calor me recorrió la espalda y no pude
resistirme a girar la cabeza por encima del hombro.
Mi mirada chocó con unos pálidos ojos azules. Mi pulso
perdió su siguiente latido.
Sus labios se movieron.
—Ven aquí. —Me pareció leer—. Ahora.
Se me oprimió el pecho. Sacudí la cabeza. Nunca
acudiría a él. No era nada para mí. No era nada. No
conocía al tipo. No lo amaba.
Sin embargo, saber cómo reaccionaba mi cuerpo a sus
manos sobre mí era embriagador. Quería sentirlas en mi
piel una vez más.
Salvo que eso no volvería a ocurrir.
Me pidió que lo esperara. Lo esperé.
Me avergonzaba haber confiado en él. Sasha Nikolaev ya
no existía para mí.
CAPÍTULO DIECISÉIS
SASHA

¡Maldita sea!
¡Demonios!, odiaba haber hecho la promesa de
mantenerme alejado de la familia Russo. Me dejó atrapado
entre la espada y la pared.
Me pasé el pulgar por la mandíbula mientras esperaba a
que el médico terminara de examinar a Wynter. Estaba en
mal estado, con moretones y cortes por todas partes.
Eso, unido a mi promesa de mantenerme alejado de
Branka, me hacía hervir la sangre. Un segundo me quedé
quieto, mirando por la ventana, la ciudad zumbando de luz
y al siguiente había perdido el control. Destruí todos los
muebles del despacho de Cassio.
Desde el primer beso supe que no había vuelta atrás.
Era demasiado joven. Ya crecería.
Me robó el aliento con ese vestido. Tenía demasiadas
ganas de ir a buscarla y ver qué estaba haciendo. Sabía
que, si la encontraba en una cita, con el mal humor que me
estaba cargando, la manzana entera ardería.
Me picaban las manos de ganas de ir tras ella.
—Hay mierda rota por todas partes —comentó Alexei
con esa voz fría y monótona.
—¿Qué demonios, Sasha? —Cassio siseó—. Esta es mi
oficina.
—Ya no —replicó secamente Alexei.
—Primero traes a la sobrina de Brennan golpeada a mi
casa y ahora destruyes mi oficina.
Me encogí de hombros.
—Te haré un cheque.
Me miró incrédulo. No es que necesitara dinero.
—¿Se trata de la chica? —exigió saber.
Sí, se trataba de una chica. Pero no de la que él
pensaba.
Branka Russo. La hermana menor de Alessio.
Cassio le debía bastantes favores a Alessio. Formaban
parte del mismo grupo, juntos fueron los primeros en ir en
contra de Benito King y se apoyaban mutuamente. Si
Cassio se enteraba de que deseaba a Branka, se lo diría a
Alessio, y ese maldito intentaría venir por mí.
Nunca me mataría, sin embargo, podría perder todas
mis oportunidades con Branka si asesinara a su hermano.
¡Blyad!
La traición y el dolor en los ojos de Branka revolotearon
por mi mente, atormentándome. La sensación de opresión
en el pecho creció y la oscuridad me invadió.
El control se me escapaba de las manos. Igual que aquel
día en que vi a mi madre saltar hacia su propia muerte y no
pude hacer ni decir nada para detenerla. Había intentado
remediarlo desde entonces. Mia y Wynter eran parte de
eso. Le fallé a Mia; no quería fallarle a Wynter.
Pero, maldición, esa mirada que me echó Branka se
sintió como si me apuñalaran. Debería haber ido tras ella.
¡Blyad, blyad, blyad! Si Branka tan solo me hubiera
escuchado. Estaba perdiendo el control de la situación. De
ella.
Todo lo que tenía que hacer era venir a mí cuando se lo
ordené. Sencillo. Pero nada con Branka Russo era simple.
Demonios, todo se me estaba escapando de las manos.
Nada iba según mi plan.
La había acechado durante años, la había vigilado.
Eliminé a cualquier chico que se atreviera a tocarla. Se
había metido bajo mi piel desde ese primer beso.
Jesucristo, me gustaba el sexo duro y ella con un beso
inocente sacudió todo mi mundo.
Había soñado con ella durante tanto tiempo. ¡Esa
maldita promesa a Vasili! Debí asesinar a mi hermano por
hacerme jurar que me mantendría alejado. Me temblaban
las manos mientras contemplaba cómo encontrar la manera
de eludir la promesa que le había hecho.
Por supuesto, le hice prometer a Branka que me
esperaría. Aunque empecé a pensar que ella no estaba en
esto tanto como yo.
—Sasha, ¿estás soñando despierto o se trata de la chica?
Mi risa tenía una nota oscura.
—No tienes ni una maldita idea.
Me enderecé las mancuernillas y salí de la habitación
para ir a ver a Wynter Flemming. La patinadora artística.
¡Mierda! Estaba en mal estado.
Me recordó a Mia.
Le fallé a Mia; no podía fallarle a Wynter.
En lo que a mí respectaba, los hombres que le hicieron
eso a Mia se merecían la muerte que finalmente les infligí.
Pero primero jugué con sus mentes. Nada como tu propio
cerebro trabajando en tu contra. Sabiendo que iba por ti.
Los observé día tras día, semana tras semana. Con cada
crujido del suelo, pensaban que la muerte había venido por
ellos.
Hasta que un día tuvieron razón. Y sentí placer con esas
muertes.
Ojo por ojo, hijos de puta.
Lo único que lamentaba era haber malinterpretado la
depresión de Mia. La expresión de su cara justo antes de
morir me había perseguido desde entonces.
—No puedo —susurró, su voz apenas audible—. No puedo
vivir así.
—Solo ha pasado una semana. —Me esforcé bastante
por mantener la compostura. No dejé que las similitudes
nublaran mi juicio. Pero incluso cuando Mia estaba allí,
veía a mi madre. La mirada loca en sus ojos. La
desesperación. El fin.
—Mia, dame el arma —exigí, manteniendo mi voz suave
—. Solo así podremos sentarnos y hablar.
No se movió. Sus ojos estaban en blanco y sospeché que
no me veía. No me escuchaba.
De repente, me sentí como aquel niño que le suplicaba a
su madre que le diera a su hermanita. Indefenso y
asustado.
—Mia, ¡mírame! —ordené.
Como si estuviera soñando, sus ojos se desviaron hacia
mí. Sus pupilas estaban dilatadas, sobrepasando el gris. Se
había ido. Sabía que se había ido. En su mente, me había
abandonado. No obstante, cada hueso de mi cuerpo se
rebeló contra ello.
—¡Por favor, Mia! —supliqué por primera vez en mucho
tiempo—. Dame el arma. Puedo ayudarte.
Ninguna emoción cruzó su rostro. Era una pizarra en
blanco.
—Diles que los amo. —Su tono era decidido. Rotundo—.
Mantenlos a salvo. Branka... no dejes que la rompa como
nos rompió a mí y a Alessio.
—Los mantendremos a salvo juntos —dije con voz ronca,
con las emociones quemándome como lava caliente. Di otro
paso hacia ella. Apretó con más fuerza el cañón de la
pistola contra su sien.
Bang.
Su cuerpo se desplomó en el suelo, sus ojos abiertos y
en blanco, mirando fijamente a la nada. Y su rostro, por
primera vez desde que la conocí, estaba sereno.

Mi teléfono emitió un pitido y el recuerdo desapareció de


mi mente.
No era algo en lo que me gustara pensar. Ese día
fracasé. Igual que antes.
Abrí el mensaje. Se me levantó una comisura de los
labios. Branka no iba vestida para matar, porque tuviera
una cita. Iba a la exposición de su mejor amiga.
—Buena chica —murmuré mi elogio y la ira que había en
mi interior se calmó lentamente como la marea en luna
llena.
Entré en la habitación donde Wynter yacía inmóvil.
Me aseguraría de que esta chica estuviera bien, luego
encontraría la forma de hacer mía a Branka.
Sin matar a su querido hermano.
CAPÍTULO DIECISIETE
BRANKA

—P refería tu otra casa —dije mientras atravesábamos


el estacionamiento subterráneo en dirección a los
ascensores. Alessio tenía un penthouse en New
York desde que tenía memoria. Hacía poco que había
adquirido uno nuevo.
Soltó un suspiro sardónico y volvió a guardarse el
teléfono en el bolsillo.
—Ni siquiera lo has visto todavía —comentó secamente
—. No puedes juzgar todo el lugar por el estacionamiento
subterráneo.
Mi hermano parecía cansado. Y tenso. No hacía falta ser
un genio para darse cuenta del motivo. Lo vi salir de la
exposición de mi mejor amiga más temprano.
—¿Qué te pareció la exposición de Autumn? —pregunté
despreocupadamente mientras tecleaba su código y
pulsaba el botón para subir a la planta superior. Se encogió
de hombros, pero no contestó. Apostaría mi vida a que
había comprado todas las fotos.
—Alessio. —Una voz suave y profunda vino de detrás de
nosotros y me di la vuelta, encontrándome cara a cara
con... wow. Por un momento, mi mente se quedó en blanco.
El hombre que tenía ante mí era divino. Cabello grueso,
ondulado y castaño oscuro. Ojos del color del azul profundo
del mar y hombros anchos que rellenaban su traje.
Y su atractivo sexual. Jesucristo.
Estaba segura de que podía saborearlo en el aire. Sin
lugar a dudas, podría haber sido uno de los hombres más
guapos que había conocido. No rudo y fornido como Sasha
Nikolaev. Mis cejas se fruncieron ante la estúpida
comparación. Sasha no existía. Este tipo era más afable y
carismático.
Sin embargo, mi corazón no tronó como lo hizo
alrededor del mafioso psicópata.
—Killian —lo saludó mi hermano—. No sabía que tenías
un apartamento aquí también. —Una de sus manos se
introdujo en los pantalones de su traje.
—No lo uso a menudo. —Sus ojos se dirigieron a mí,
estudiándome. Su rostro estaba relajado, pero algo agudo
se encendió en su mirada—. ¿Esta es la pequeña?, ¿tu
hermana bebé?
¿Acababa de...?
Oh, no. No lo hizo.
Antes de que Alessio pudiera contestarle, abrí la boca.
—Primero, no soy pequeña —espeté—. Y desde luego no
soy una bebé.
La diversión brilló en los ojos de Killian.
—Bueno, suele ser como Alessio te describe. Su
hermanita.
Mis cejas se alzaron y me giré lentamente para mirar a
mi hermano.
—¿En serio? —pregunté jocosamente, con un rubor
manchando mis mejillas. Sabía que me consideraba su
hermana pequeña, sin embargo, no podía ir por ahí
describiéndome así. Tenía veintitantos años, por el amor de
Dios.
El brazo de Alessio me rodeó.
—Es difícil dejar el hábito. Sabes que te quiero mucho.
Puse los ojos en blanco, aunque no pude evitar sonreír.
—Sí, sí.
Claro que lo sabía. Sin él, mi vida habría sido un
infierno. Lo quería más que a nada ni a nadie y me
encantaría verlo feliz. Se lo merecía.
—Branka, te presento a Killian Brennan. —Comenzó
Alessio las presentaciones—. Killian, mi hermana “ya no
bebé” Branka Russo.
Sentí cómo el rubor subía a mis mejillas y cómo se me
calentaba la cara. Killian me tendió la mano y, tras una
breve vacilación, la tomé.
—Encantado de conocerte, Branka.
La forma en que pronunció mi nombre, suave y
lentamente, como si estuviera saboreando las sílabas, hizo
que mi cara se pusiera más colorada. Apostaba a que este
tipo era la seducción hecha persona. Sin embargo; la
intensidad de sus ojos y las vibras peligrosas que
desprendía no se me escaparon. Lo ocultaba y muy bien.
A diferencia de Sasha Nikolaev, que lo llevaba a la vista
de todos.
Miré hacia abajo, donde su mano aún cubría la mía. No
había tatuajes y algo se hundió en mi estúpido corazón.
—Lo mismo digo —murmuré, irritada por haber
comparado a este ardiente espécimen de hombre con Sasha
Nikolaev. Excepto que este último tenía un impacto
perturbador en mí. Tal vez estaba loca, porque un mafioso
psicópata y aterrador me atraía más que este bombón.
La puerta del ascensor se abrió y Alessio me empujó
hacia delante, mientras Killian se quedó atrás. Mis ojos
parpadearon hacia el espejo del ascensor y capté que mi
hermano y él compartían una mirada. El segundo asintió
con la cabeza y, cuando me di la vuelta, Killian volvió a
mirarme.
—Nos vemos, Branka.
Casi sonaba como una promesa.
—Tendrás tu propio código para usarlo cuando quieras
venir —explicó Alessio mientras el elevador emitía un pitido
y se detenía—. Cada ascensor es privado.
Durante sus años universitarios, Alessio pasó mucho
tiempo en New York. Incluso después. Tenía sentido que
tuviera una vivienda en la ciudad. Sus amigos estaban en
ese lugar. Luciano. Cassio. Nico. Aunque tenía cero sentido
comprar otro penthouse.
Mi hermano me hizo un gesto para que saliera primero
y, en cuanto lo hice, me encontré en un enorme salón con
muebles modernos y elegantes. El suelo de madera oscura
se extendía por todas partes. Sin embargo, mi parte
favorita era toda la pared del lado sur, que era de cristal y
ofrecía una magnífica vista de la ciudad de New York, se
veían los rascacielos y el río Hudson.
—De acuerdo, quizá hablé demasiado pronto —musité
mientras me adentraba en el apartamento y levantaba la
cabeza. Las barandillas de cristal permitían ver el piso
superior y un gran candelabro que colgaba sobre nuestras
cabezas.
—Me alegro de que lo apruebes —observó Alessio
divertido.
Moví la cabeza y encontré una cocina abierta a la
izquierda de la sala de estar. Una enorme mesa de mármol
negro dividía los dos espacios.
—¿Qué hiciste con el otro penthouse? —indagué,
acercándome a las ventanas para contemplar las vistas de
cerca. Fue entonces cuando me di cuenta de que en esa
zona también había una terraza.
—¿Por qué? ¿Lo quieres? —bromeó.
Me encogí de hombros, encontrándome con su mirada
en el reflejo de la ventana.
—Si lo estás regalando… —reflexioné.
Su risita llenó el aire.
—Puedes quedarte con los dos.
Me moví e incliné la cara hacia mi hermano,
evaluándolo. Mi sexto sentido se disparó, diciéndome que
había algo más que Alessio quería decirme.
—¿Por qué tengo la sensación de que hay algo que no
me estás contando, Alessio?
Las comisuras de sus labios se crisparon, aunque no
sonrió.
—Porque mi hermana bebé es lista. —La ansiedad me
subió por la espalda. Esperaba a que continuara. Sabía que
soltaría una bomba, pero no estaba preparada para sus
siguientes palabras—: Quiero darte esto como regalo de
bodas. —Lo miré fijamente, con el pecho oprimido de una
forma extraña—. Será tu refugio seguro, un lugar al que
acudir cuando quieras estar sola.
—Odio estar sola —agregué. No era algo que soliera
admitir abiertamente, pero había llegado el momento de
reconocer al elefante en la habitación. Bueno, al menos ese.
Me dio un beso en la frente.
—Lo sé. Pero quiero que tengas un rincón solo para ti.
Para reunirte con tus amigas. Para hacer lo que quieras.
—¿Así que debo venir aquí si mi esposo me pega? —Se
me quebró la voz. Respiré hondo, con el miedo colándose
por todos mis poros. Lo único que quería era no temer a los
fantasmas del pasado. Ser fuerte.
—Si alguien te pone un dedo encima, morirá antes de
quitártelo de encima. —La voz de Alessio era ronca, la
tensión lo recorría.
—Puede que nunca me hayas dado la charla, Alessio —
dije—. Pero odio decirte que mi marido tendrá que
tocarme.
—Por favor, no me lo recuerdes —refunfuñó y se le
levantó una comisura de los labios—. Por favor, déjame
darte esto como regalo de bodas.
Tragué saliva mientras me temblaban las manos.
—¿Por qué un regalo de bodas? —pregunté con voz
ahogada, me escuchaba extraña ante mis propios oídos. No
reflejaba la agitación que había en mi interior—. Podrías
dármelo como regalo de navidad o algo así.
Alessio me tomó la cara entre las manos y sus ojos
chocaron con los míos. Había tantos tonos de gris en su
mirada, y sabía que la mía reflejaba lo mismo. Era el único
parecido físico que compartíamos. Eso y las cicatrices que
ambos escondíamos.
—Quiero mantenerte a salvo.
Tragué saliva.
—Lo haces. —Puse mis palmas sobre sus manos y apreté
—. No soy frágil. Soy más fuerte de lo que crees.
Un resoplido sardónico lo abandonó.
—Lo sé, mi hermanita. No obstante, también sé lo
despiadados que son los hombres de nuestro mundo.
—Te tengo a ti —solté roncamente.
—Siempre me tendrás. —Su voz era ligeramente
angustiada—. Solo quedan dos cosas en esta tierra que
pueden doblegarme, hermanita. Tú y otra persona. —Sin
duda, sabía que se refería a Autumn. Deseé que confiara en
mí. Anhelaba que tanto él como Autumn se sinceraran y me
contaran lo sucedido. Quería ayudarlos, verlos felices—.
Pero si me pasa algo, nunca me perdonaría haberte dejado
sola y vulnerable. Un matrimonio aseguraría tu protección.
—No funcionó con mamá —señalé. Todos fuimos testigos
de ello. El matrimonio era lo peor que le pudo haber pasado
—. ¿Y si...?
Ni siquiera pude terminar.
—Mataría a cualquier hombre que se le ocurriera
pegarte —gruñó—. Lo que dije en la tumba de Mia fue en
serio. Juré protegerte y lo haré.
—Entonces, ¿por qué sales con esta tontería del
matrimonio? —inquirí.
Me soltó y se pasó la mano por el cabello.
—Me enteré de un trato que hizo padre. —Comenzó
lentamente—. Te utilizó como pago. Me estoy encargando
de eso. Y de él. Pero la verdad es que acumuló tantos
enemigos que siempre habrá alguien que venga por
nosotros.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—No quiero casarme.
—Tienes que elegir a un hombre —expresó—. He
revisado algunos prospectos aceptables.
—Solo te mostrarán su mejor cara —argumenté.
—Dame algo de crédito —respondió secamente. Le
confiaba mi vida a mi hermano. No confiaba mi vida a otros
hombres—. Nico Morrelli ha hecho una comprobación
detallada de todos ellos. Me dejó con dos prospectos.
Sacudí la cabeza.
—¿De entre todos los hombres de este mundo? —Solté
una risita, aunque mi voz temblaba demasiado como para
engañarlo—. Eso no augura nada bueno para el resto de las
mujeres.
No contestó.
—No soy débil. —Intenté de nuevo—. Puedo cuidar de mí
misma. —Me sostuvo la mirada y la desesperación creció
lentamente. Me asfixiaba, y me arrastraba hacia la
oscuridad. Al sótano familiar al que quería prenderle fuego
—. Si tus candidatos son tan buenos, ¿por qué necesito este
penthouse? ¿Y por qué en New York?
Dejó escapar un suspiro cansado y la culpa me atravesó
el pecho.
—Un posible prospecto vive en New York —respondió—.
Vive en este edificio. El otro está más cerca de casa, en
Montreal.
Me puse rígida. Me vinieron a la mente los pómulos
cincelados y los ojos azul oscuro, de un tono equivocado,
por cierto.
—Déjame adivinar. Killian Brennan. —Alessio asintió y la
agitación se disparó a través de mí—. Nos encontramos con
él para que me checara y vea si soy aceptable. —De
repente, el buen aspecto de Killian se atenuó. Solo un poco
—. Así que no le importa quién soy. Solo que parezca
aceptable.
—Antes de que lo ataques, conocerte fue uno de los
requisitos de Killian. —Saltó en su defensa—. Y pidió que la
elección fuera tuya. Se negó a casarse contigo si no estás
de acuerdo.
Killian Brennan podría haberse convertido en mi mafioso
favorito.
CAPÍTULO DIECIOCHO
BRANKA

Á frica Central.
Cinco meses desde que vi a Sasha en New York.
Cinco meses de frustración hirviendo dentro de mí. Mi
hermano quería que me casara. Preferiría no hacerlo, pero
entendía sus razones. Por enésima vez, hojeé el mismo
perfil.
Killian Brennan.
Era guapo. Cabello oscuro. Ojos azules. Irlandés. Una
hermana. Familia decente. Sin embargo, no podía evitar
compararlo con el engendro de Satanás de ojos azules
pálidos. Sasha y Killian no podían ser más diferentes, pero
tal vez ese era el punto.
El otro candidato era un rotundo no para mí. La mano
derecha de Alessio, Ricardo. Lo conocía desde hacía
demasiado tiempo y, aunque confiaba en él, sentía más
afecto fraternal que otra cosa.
Sacudí la cabeza. Era ridículo. La mayoría de las chicas
planeaban vacaciones o citas. No matrimonios concertados.
Tal vez mi cita de esta noche me hubiera conquistado. Si al
menos hubiera ido. Pero no estaba de humor, y de alguna
manera ya no valía la pena, teniendo en cuenta el
matrimonio arreglado que se cernía sobre mi cabeza.
Con un suspiro, escribí un mensaje rápido a mi
hermano.
Yo: No planearé la boda. Acepto casarme con Killian.

Simple, pero complicado.


Era viernes por la noche y esa solía ser la noche de
películas de Autumn y mía. Sin importar dónde
estuviéramos. En ese momento, estábamos en algún lugar
en el medio del continente africano. Esperaba que el
generador aguantara.
Estiré las piernas, esperando a que Autumn terminara
de arropar a Kol. Llevaba una hora leyéndole un cuento. No
estaba segura de qué tipo de historia era, pero debería
pensar en saltarse algunas páginas.
Mi propio libro estaba en mi regazo. Caliente, romance
erótico con un toque de BDSM. Sí, no era algo bueno para
leer cuando se estaba cachonda y soltera. Me había
quedado sin pilas para mi amigo y mi mano era un pobre
sustituto.
Bajé la vista y leí otra página, incapaz de resistirme.
Estaba llegando a una parte buena. Una muy buena y
caliente. Sí, era una masoquista. Después me preocuparía
por mi libido y mi necesidad de sexo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Perdida en las palabras y
en el asombroso mundo en el que un hombre sabía
exactamente cómo dar placer, me sobresalté al oír la voz de
Autumn.
Levanté los ojos y los puse en blanco.
—La última vez que lo comprobé, vivía aquí.
—Pero tienes una cita —señaló—. Con… —Intentó
recordar el nombre. Sin éxito—. Estoy en blanco.
Me encogí de hombros.
—Estaba ocupada.
—¿Haciendo qué?
Incliné la cabeza.
—Es viernes y nuestra noche de películas.
Me miró como si tuviera tres cabezas.
—¿Así que la cancelaste?
Bajando la cabeza, pasé la página.
—Sí.
No tuve que levantar la vista para saber que me miraba
con desaprobación.
—¿Ves?, por eso estás soltera.
—Estoy soltera porque estamos en medio de África —
repliqué secamente.
—Tenías una cita. Hoy. En medio de África.
Me encogí de hombros.
—Día equivocado. —Un suspiro frustrado abandonó a mi
mejor amiga y la miré—. ¿Vamos a ver una película o no?
Se sentó a mi lado. Nos alojábamos en una casita
parecida a una cabaña que tenía una sala común, un baño
muy básico con suelo de tierra y dos dormitorios. Autumn
compartía la suya con Kol y yo tenía la otra.
Acomodándose junto a mí, levantó las piernas y luego las
apoyó en la mesa con un suspiro de alivio. Llevaba unos
pantalones cargo caqui, una camiseta negra y unos
calcetines con unas palabras en la planta del pie: VETE A
LA MIERDA.
Siempre daba los mejores regalos.
—Película, y tengo que editar algunas fotos —expresó.
Parecía cansada. Debería haberme ofrecido a ayudarla con
Kol, pero sabía lo mucho que le gustaba la rutina de
llevarlo a la cama—. ¿Alguna película en particular que te
apetezca?
Sacudí la cabeza. Al parecer, ninguna de los dos
prestaría toda su atención a la película.
Pulsó comenzar y sonó Duro de Matar. «Perfecto,
encajaba con mi estado de ánimo», pensé. Desde que vi a
Sasha con aquella rubia elegante, me había propuesto ver
películas de acción. Sin embargo, no podía renunciar a mis
novelas románticas.
Una dama necesitaba algo de placer en su vida.
La habitación estaba inundada por la suave luz de la
lámpara y el televisor. Autumn abrió su laptop y agarré mi
teléfono. Me había enviado antes unas cuantas fotos
editadas y no había tenido ocasión de publicarlas en
nuestro Instagram.
Elegí la que más me gustó, luego la subí. Con la mala
señal del satélite, tardaría unos veinte minutos en cargarse.
—¿Autumn? —Mi voz era tranquila.
—¿Sí?
—¿Crees en las segundas oportunidades?
Su cuerpo se puso rígido y el dolor se reflejó en su
expresión. No sabía si preguntaba por ella o por mí.
—A veces —respondió finalmente con duda.
—¿Le darías otra oportunidad al padre de Kol? —Bajó la
cabeza, aunque el brillo de su laptop no pudo ocultar la ira
que subió a sus mejillas.
—¿Por qué hablamos de mí cuando eres la que se salta
una cita y luego se queja de estar soltera? —Dio vuelta a la
conversación.
Me concentré en la película, ignorándola. Se me oprimía
el pecho cada vez que pensaba en aquel día. No sabía qué
pensar de todo el asunto con Sasha Nikolaev. No era que
estuviera enamorada de él. Pero, disfrutaba de su toque.
Era una novedad. Después de lo que había soportado bajo
la brutalidad de mi padre, nunca anhelé el toque de un
hombre. No obstante, con Sasha realmente lo deseaba.
No es que importara ya. Acababa de enviar un mensaje y
me comprometí con Killian Brennan. Podría ser la hija de
un pecador, pero no sería una. Killian era claro sobre la
fidelidad, no creía en el engaño. Eso hizo que me agradara
aún más.
Terminados los pensamientos en torno a Killian o Sasha,
me centré en mi mejor amiga.
—¿Te has acostado alguna vez con un hombre que te
dobla la edad? —pregunté, curvando los labios en una
sonrisa maliciosa. Sus mejillas se sonrojaron, pero se negó
a contestar—. ¡Dios mío, lo has hecho! —Después de todo,
mi hermano era bastante mayor que nosotras.
Sacudió la cabeza.
—No, no lo he hecho. —Si mi sospecha era correcta y,
creía que lo era, estaba muy cerca—. ¿Y tú? —inquirió.
Considerando que todavía era una maldita virgen, la
respuesta fue fácil.
—No.
—¿Segunda base?
—Hmm. —Fruncí los labios. Había investigado a Sasha
Nikolaev en cuanto me dejó con la promesa de esperarlo.
Se acercaba a la edad de mi hermano—. Eso sería un sí.
La mirada chispeante de Autumn se acercó a mí y al
segundo siguiente nuestras risas llenaron la habitación. Me
sentía un poco amargada, con mucho descontento.
Entonces, sin previo aviso, un trueno surcó el cielo y las
gotas de lluvia golpearon contra la ventana, abriéndose
paso por el cristal.
De alguna manera reflejaba lo que sentía por dentro.
CAPÍTULO DIECINUEVE
SASHA

D urante los últimos seis meses ese pequeño momento


fugaz se reprodujo en mi mente. Una y otra vez.
No era como imaginaba mi reencuentro con
Branka. Ni siquiera sabía que estaba en New York. No era
el mejor momento teniendo en cuenta toda la mierda que
pasó con Wynter. Y no podía dejar a una mujer maltratada
e ir tras Branka.
Aunque mi negro corazón lo exigía totalmente. Esos
suaves labios carnosos y el rubor en su piel de porcelana.
La chica me fascinaba. Su fuerza. Su determinación. Todo,
maldición.
Sin embargo, era su voz lo que más echaba de menos.
Esa voz suave y cálida que me empapaba la piel. Me hacía
correr la sangre por las venas hasta la ingle. En el
momento en que nuestras miradas se cruzaron, el tiempo
transcurrió en cámara lenta. La ira brilló en sus ojos grises,
como dos relámpagos a punto de estallar.
Eso me puso aún más duro por ella. Era un milagro el
hecho de que todavía no hubiera matado a su padre o
posiblemente incluso a mi hermano por obligarme a hacer
esa estúpida promesa. Al parecer me volví un puto santo.
Jesucristo.
Así que, me quedé mirando su grácil espalda mientras se
alejaba de mí, con cada paso nuestra lejanía se hacía más y
más amplia.
¡Joder!
Cada maldito músculo de mi cuerpo me exigía ir tras ella
como un instinto, y tuve que luchar contra él. Llevaba
mucho tiempo esperando. Siete años para ser exactos.
Desde el beso en aquel bar. Aguardé siete años a que
llegara mi momento y a que ella madurara. Esperé la
muerte de su padre.
Siempre esperé que fuera yo quien le metiera una bala
en su pequeño y miserable cerebro.
Pero mientras observaba la expresión sombría de
Alessio, me alegré de que por fin hubiera llegado el día.
Esperé pacientemente a que tuviera suficiente con su
padre. Incluso intercepté algunos envíos del viejo en los
últimos cuatro años. Me gustaba joder con el sádico.
Además, pasaba el tiempo cuando estaba demasiado
aburrido y acechando a Branka.
—¡Lo quiero muerto cuanto antes! —exigió Alessio. Era
principios de noviembre. Tal vez el tipo no quería pasar
otra fiesta navideña con el viejo, no es que pudiera
culparlo.
Alessio debió ser un santo, porque si hubiera sido yo,
habría mandado matar al viejo hacía décadas. Lo bueno era
que el día finalmente había llegado. La gota que derramó el
vaso fue su viejo intentando vender a Branka. Por un
maldito cargamento. Como si fuera un maldito objeto.
Bastardo.
Alessio, Vasili, Alexei y yo nos sentamos alrededor de la
mesa en el despacho de mi hermano mayor.
New Orleans en noviembre era impredecible. Con la
temporada de huracanes a la vuelta de la esquina, las
temperaturas seguían siendo cálidas y no había turistas.
Las decoraciones navideñas ya habían empezado a
aparecer por todo el centro.
El horizonte de la ciudad se extendía a través de la
ventana del despacho de Vasili. Incluso desde ese sitio se
podía ver la ciudad rebosante de vida. Era lo que hacía
único a este lugar.
—¿Puedes hacerlo? —preguntó Alessio.
—Sí. —Claro que podría hacerlo. Si quisiera derribar a
un presidente, podría hacerlo.
—Bien. Pagaré lo que sea. —Le creí. Alessio se mataría
si eso significara proteger a su hermana. Él y Vasili no eran
muy diferentes en ese aspecto—. La mitad ahora y la otra
mitad cuando el trabajo esté completo.
—Quiero a tu hermana. —Las palabras se me escaparon.
Vasili era todo un estratega, pero yo no tenía tiempo para
esas tonterías.
A juzgar por las expresiones de Vasili y Alessio, los tomé
a ambos por sorpresa. Alexei no tenía expresión. Se le daba
muy bien ocultar lo que pensaba.
—Imposible. —Alessio apretó los dientes. Le palpitaba
una vena de la sien y parecía que luchaba contra las ganas
de matarme. Interesante, mi hermano y Alessio tenían algo
en común.
—¿Por qué no? —rebatí, sacando un envoltorio de mi
bolsillo.
—Porque Branka ha elegido a su propio hombre —dijo
entre dientes. «Demonios si lo hizo», pensé. Branka y yo
tendríamos que hablar.
Tatiana entró en la habitación en ese momento,
inestable sobre sus pies. Llevaba un vestido negro corto y
unas gafas negras que probablemente ocultaban unos ojos
rojos. Había bebido mucho. Y llorado aún más.
Desde que Adrian, la otra mitad de Tatiana, murió en
una explosión de coche, estaba destrozada. Por desgracia,
el culpable no dejó muchas evidencias tras su paso. Adrian
trabajaba en algo extraoficial y su muerte nos dejó con más
preguntas que respuestas. Tatiana quería que alguien
pagara. Vasili, Alexei, y yo tratamos de encontrar pistas.
Cualquier maldita pista, pero seguíamos con las manos
vacías.
—Hermanos —balbuceó, confirmando mi sospecha de
que estaba borracha. Volvió la cabeza hacia Alessio—. Y no
hermano.
Me levanté y me acerqué a ella.
—Hola, problema. ¿Qué tal si hago que alguien te lleve a
casa para que puedas descansar?
Se rio. Una risa amarga. No podía culparla. Mirara
donde mirara, había caras felices. Nuestros amigos
comenzaron sus familias. Encontraron su felicidad. Y ella
perdió la suya. Ni siquiera pudo consolarse criando a sus
hijos porque, por alguna razón, Adrian y Tatiana querían
esperar antes de formar su familia.
Y ahora, la oportunidad les fue arrebatada.
—No puedo dormir ahí —soltó con voz ronca, sus
palabras apenas un susurro.
—Ve a mi casa. —Ofreció Vasili. Excepto que eso era
peor para Tatiana que ir a su propia casa, donde solía ser
feliz con Adrian. Tenía un asiento en primera fila a lo que
su vida podría haber sido si Adrian hubiera vivido.
Sacudió la cabeza. No me sorprendió.
—Ve a mi penthouse —le ordené. Casi nunca estaba en
casa, y cuando estaba en New Orleans, la mayoría de las
veces pasaba el tiempo en el complejo de Vasili.
—¿Me encontraré allí con alguna de tus mujeres raras?
—refunfuñó.
Puse los ojos en blanco. Mi familia me veía como una
especie de prostituto.
—No. El lugar está vacío.
Murmuró algo ininteligible, giró sobre sus talones y salió
de la habitación.
—Esto se nos está yendo de las manos —renegó Vasili—.
No puede pasarse el día borracha como un marinero.
—Ya entrará en razón —comenté—. Déjala que tenga su
duelo a su manera.
—¿Dejando que se mate con vodka? —respondió con
ironía—. Es un buen consejo. ¿Por qué no pensé en eso?
—Porque no eres tan listo como yo —repliqué,
colocándome en mi asiento y estirando las piernas hacia
delante.
—Sasha, ha pasado un año desde el accidente —gruñó—.
Es hora de que Tatiana siga adelante. No puede llorarle a
Adrian por el resto de su existencia. Tiene toda la vida por
delante.
—De acuerdo. Pero cuanto más la presiones, más se
resistirá. Seguirá adelante, déjala hacerlo a su manera. —
Sabía que tenía razón. Estaba escrito en toda su expresión
—. Piensa en Isabella. ¿Cómo te sentirías si fuera Isabella
la del accidente? —El gruñido de mi hermano fue mi
respuesta. Uno pensaría que era un maldito lobo, no un
humano—. Bueno, Tatiana amaba a Adrian igual.
Se pasó una mano por el cabello.
—Supongo que esperaba que su amor fuera un poco
menos intenso —soltó, y luego una retahíla de maldiciones
salió de su boca—. Esta maldita obsesión corriendo por las
venas de los Nikolaev acabará siendo nuestra perdición.
Vasili podría tener razón. La obsesión fue la perdición de
nuestra madre. La obsesión de nuestro padre lo tuvo
persiguiendo a su amante durante años, ignorando a sus
hijos.
El amor era pasión. Obsesión. Algo que, una vez que los
Nikolaev lo encontrábamos, no podíamos vivir sin él. Era
nuestra bendición y nuestra maldición.
—He estado pendiente de Tatiana —le aseguré a mi
hermano—. Está dando pequeños pasos en la dirección
correcta—. Ahora, volviendo a nuestros asuntos. ¿Qué
significa exactamente que Branka eligió a su propio
hombre?
—No es asunto tuyo —siseó Alessio.
—Bueno, ese es mi pago —contesté fríamente, mientras
la amargura me mordía el pecho. El mundo no tenía ni idea
de lo loco que podía llegar a estar. Déjalos que intenten
arrebatármela y tendrían una muestra.
—No. —Alessio tenía suerte de ser el hermano de
Branka. Era la única razón por la que lo mantendría vivo—.
Además, es demasiado joven para ti.
A la mierda la edad. Solo era un número. Además, qué
hipócrita de su parte.
—Su amiga también es demasiado joven para ti. —Me reí
entre dientes—. ¿Eso te detuvo?
—Te lo dije antes, Sasha. Mi hermana no está a la venta.
Así que o pones otro precio o iré a buscar otro
francotirador.
—Buena suerte encontrando uno que sea tan bueno
como yo —respondí secamente.
De un modo u otro, su hermana sería mía.

Tres días después, estaba en las sombras de Montreal,


esperando al viejo Russo.
Alessio se negó a compartir algún detalle sobre su
hermana y cualquier hombre que eligiera. Cabrón
testarudo. No iba a ceder en el pago. No necesitaba su
dinero. Branka era la única forma de pago que aceptaría.
Vasili intentó convencernos a los dos, pero lo ignoré todo.
Consideraría mi pago solo en la forma de una mujer muy
específica.
Aun así, mataría a su padre. No por él. Por Branka.
Porque el desgraciado pensó que podía comerciar con mi
mujer como si fuera ganado.
Supuestamente, Alessio encontró a alguien más.
¡Bastardo! Pero no importaba, no confiaba en nadie más.
No había nadie mejor que yo. Me encargaría del viejo
cabrón y me aseguraría de que recibiera una bala entre los
ojos.
Así que me encontré de vuelta en Montreal. En la vieja
mansión de los Russo.
Recordé todas las historias que Mia compartió de la
mierda que había pasado en ese sitio. Me hizo querer
bombardear todo el maldito lugar hasta hacerlo cenizas.
Sin embargo, eso no sería un trabajo silencioso de entrar y
salir.
Pero se sentiría tan bien. La única razón por la que el
padre de Branka no recibió un balazo en la cabeza hacía
cuatro años fue por mi hermano y Tatiana. Si las
repercusiones fueran solo para mí, me la habría jugado y lo
habría matado.
Coloqué mi equipo en lo alto del edificio de ladrillo rojo.
Era casi un déjà vu. Excepto que esta vez, no habría nada
que salvara al viejo desgraciado de mí. Cuando terminé de
montar todo, me senté a esperar el golpe perfecto.
La vista del lago Ontario se extendía por kilómetros. El
viejo se había hecho con una propiedad de primera, pero lo
único que veía cuando miraba este agujero de mierda eran
imágenes de Mia pintadas en mi cabeza.
La forma en que su padre la torturaba. La imagen de su
propia madre intentando matar a sus hijos y suicidarse en
un incendio. Quizá por eso Mia y yo nos llevábamos tan
bien. Teníamos más en común que la mayoría de la gente.
Miré por el visor, observé y esperé. Era todo lo que
podía hacer por ahora.
Esperar. Observar. Y esperar un poco más.
Pasaron las horas. La luz se desvaneció. No es que fuera
tarde. Los días de noviembre eran cortos. Especialmente
tan al norte como Montreal. En mi opinión, era el país de
las bolas congeladas. Sí, era ruso por herencia, pero
prefería el clima de New Orleans a este. Y Alexei también.
Odiaba el frío incluso más que yo.
Las luces se encendieron e iluminaron el recinto. La
mansión parecía casi de ensueño, salvo que sabía de las
pesadillas que Mia soportaba bajo aquel techo. Su hermana
menor también.
Un vehículo apareció por el largo y curvilíneo camino de
entrada. Mis labios se curvaron en una sonrisa y un
sentimiento de decepción me invadió. Esto sería demasiado
fácil.
Fue entonces cuando lo vi. El otro francotirador. En lo
alto de la mansión Russo. Desplacé la mira y lo vi. El
maldito Royce Ashford.
Me vio al mismo tiempo. Y me levantó el puto dedo de en
medio. Maldito imbécil.
—Oh no, no lo harás —siseé.
Una limosina con cristales blindados descendió por el
camino de entrada hasta detenerse frente a dos columnas
blancas. El conductor bajó y se acercó para abrir la puerta
de la parte trasera de la limusina.
Ignorando a Royce, volví a poner la mira en el objetivo.
La sangre corría por mis venas. La adrenalina la
alimentaba, pero mis manos no temblaban. Estaba
acostumbrado a esa sensación y me encantaba. La única
sensación que se le parecía era el sexo. Aunque no
cualquier tipo de sexo.
Me concentré y vi al padre de Branka salir del coche.
Subió lentamente la gran escalera.
Un segundo. Dos segundos. Bang.
Un disparo limpio. Directo a través de su negro corazón.
El disparo de Royce llegó un segundo después. El viejo
Russo empezó a desmoronarse en los escalones, a solo un
par de pasos de su entrada. Volví a apretar el gatillo. Este
le dio directamente en la frente, entre los ojos.
—En el blanco —murmuré, satisfecho con mi puntería—.
No queremos que te levantes de entre los muertos,
desgraciado.
Sonriendo, le hice una seña obscena a Royce.
—No se puede competir contra la grandeza —le dije al
viento, con la esperanza de que se dirigiera hacia Royce.
No habría forma de resucitarlo.
Mi teléfono emitió un pitido. Número desconocido.

Número desconocido: Este es mi trabajo. ¿Te diste


cuenta de que te tomó dos disparos y a mí uno para
matar al hijo de puta?

Mi mensaje de respuesta tenía filas de emojis con el


dedo medio. Luego me metí el teléfono en el bolsillo.
—Por Mia y mi mujer —musité mientras empezaba a
desmontar mi rifle. Lo guardé y salí del edificio.
Al viejo Russo se le había acabado el tiempo. La
oscuridad era su nuevo mejor amigo. Estaría a dos metros
bajo tierra. Donde pertenecía. Quería bailar sobre su
tumba.
Ahora no habría nadie ni nada que me detuviera.
Branka Russo sería mía.
CAPÍTULO VEINTE
BRANKA

S onó un fuerte golpe en la puerta.


Suspiré.
No estaba de humor para compañía. El agotamiento
me calaba en los huesos. El funeral de mi padre no fue
especialmente triste ni perturbador, sin embargo, saber
que la boda con Killian se celebraría me asustó un poco.
Esperando a mi hermano en la puerta, fui a abrir con
una sonrisa grande y falsa. Alessio tenía una extraña noción
de la intimidad. Esperaba que todo el mundo llamara a la
puerta y nunca entraran en su espacio sin permiso.
Sospechaba que tenía algo que ver con la mierda que le
había hecho pasar nuestro padre.
Habían pasado seis meses desde New York. Mi padre
había muerto. ¡Por fin! El desgraciado era cruel y destruyó
muchas vidas. Esperaba que ardiera en el infierno por toda
la eternidad.
Sasha Nikolaev estaría muerto por hacerme perder
cuatro años en una promesa. Una maldita promesa
estúpida.
Otro golpe. Más fuerte esta vez.
Armada de valor, abrí la puerta de un tirón, con los ojos
bien abiertos y la respiración entrecortada. Sasha estaba
de pie frente a mí, con la mirada llena de algo oscuro y
peligroso. Bajó, recorriendo mi cuerpo. Llevaba mis
leggings negros y mi suéter rojo, mientras que él llevaba
una camisa de vestir blanca, corbata azul oscuro y
pantalones de traje grises.
Mi instinto de supervivencia se puso en marcha e intenté
cerrarle la puerta. Su gran mano se opuso, manteniéndola
abierta.
—Fuera —siseé.
Sonrió. Era guapo. De una manera depredadora. Era
atractivo. De una manera psicópata. Y su sonrisa, era el
tipo de sonrisa desquiciada que prometía el infierno.
—No lo creo, Kotyonok. —El descaro de este hombre—.
Me debes algo.
Lo fulminé con la mirada.
—Lo único que te debo es una nariz rota. —Intenté de
nuevo empujar la puerta para cerrarla. Su pie la bloqueó—.
Mi hermano te matará. —Mi voz temblaba de rabia o de
otra cosa, no estaba segura.
—Ambos sabemos que tu hermano está ocupado
tirándose a tu amiga ahora mismo.
Negué con la cabeza a pesar de que sabía que tenía
razón.
—Gritaré. Sus hombres te matarán.
Dio un paso adelante, di un paso atrás.
—Ambos sabemos que no me matarán. Aunque yo sí
podría matarlos.
Y ahí estaba, eso era lo que pasaba cuando jugabas con
fuego. Te quemabas. O en este caso, terminabas en el radar
de Sasha Nikolaev. Lo que probablemente era peor.
Dio otro paso hacia delante y di uno hacia atrás. Cerró la
puerta y sus ojos eran lo suficientemente calientes para
ponerme a arder la piel.
—Tenemos que hablar. Sobre tu elección de esposo. —
Su tono era oscuro, casi amenazador.
—No hay nada de qué hablar. —Respiré.
Su mirada brillaba con algo sardónico. Amenazador.
Desquiciante.
—Hay mucho de qué hablar. Podemos empezar con una
promesa que hiciste.
Tragué saliva.
—Esa promesa es nula e inválida.
Fui una maldita estúpida al hacerle esa promesa.
Una risita oscura vibró por la habitación. Ominosa y
amenazadora.
—Solo si quieres muerte en tus manos —susurró, con un
tono oscuro en la voz, mientras seguía acechándome. No
podía decidir a quién iba dirigida la amenaza. A mí o a otra
persona.
Mi espalda golpeó la pared del dormitorio.
—¿Quieres tener la sangre de otro hombre en tus
manos? —preguntó.
—Solo la tuya —respondí roncamente, demostrando que
no tenía cerebro.
Apoyó las manos contra la pared a ambos lados de mí.
—Sangraré por ti. —La aspereza de su voz me puso la
piel de gallina y un escalofrío me recorrió la espalda. Sus
labios rozaron mi cuello—. Mataré por ti. —Inhalé cuando
me mordió la piel sensible donde el cuello y la mandíbula se
conectaban—. Pero nadie más te tendrá.
Me estremecí.
—He esperado siete años. Eres mía. —Apretó su boca
contra mi oreja.
—No, yo he esperado siete años —afirmé con una
convicción que menguaba rápidamente—. Tú te pavoneabas
por el mundo con una patinadora artística olímpica
mientras yo esperaba. Aguardé por ti y nunca volviste. Pues
bien, la espera ha terminado para mí. Elegí a otra persona.
—¿Estás celosa? —No se me escapó que ignoró las
verdades que le lancé. En cambio, se atrevió a
preguntarme si estaba celosa.
—Cada vez que encendía la televisión, era una bofetada
en la cara —escupí, con un tinte de amargura resonando en
mi voz—. No necesito esa mierda, y desde luego no te
necesito a ti ni a tus promesas rotas.
—No tienes de qué preocuparte sobre Wynter —gruñó.
Me encogí de hombros.
—Ya no importa —repliqué—. Porque me voy a casar con
otra persona.
Un gruñido sonó entre nosotros.
—¿Quién es? —exigió saberlo, con un atisbo de amenaza
entretejiéndose en la oscuridad de su voz. Apreté los labios.
De ninguna manera le daría el nombre de Killian.
Mi respiración era irregular. El corazón me latía con
fuerza, amenazando con romperme las costillas.
—No es asunto tuyo.
Las palabras serían más convincentes si mis labios no
estuvieran entreabiertos y mi cuerpo no se frotara contra el
suyo. Olía tan bien. Demasiado bien. Demasiado tentador.
El calor de su cuerpo encendía cada centímetro del mío y
los latidos de mi corazón palpitaban entre mis piernas.
—Todo es asunto mío.
El deseo me nubló la vista mientras lo observaba con
ojos entornados. Era tal y como lo recordaba. Construido
como un muro de ladrillo, con apariencia de caballero,
aunque cada centímetro era salvaje. Se movía con la gracia
de una pantera y la ferocidad de un oso. Apestaba a
crueldad y peligro. Estaban en las sombras que acechaban
en sus ojos y en la forma en que la tinta negra decoraba sus
dedos. Pero, sobre todo, en la forma en que me observaba.
Le sostuve la mirada, sin embargo, a cada segundo que
pasaba, las apuestas eran más altas. Era como jugar a la
ruleta rusa. No se me escapaba la ironía mientras miraba al
ruso que tenía delante.
Mi respiración era errática, mientras sus manos se
deslizaban por mi cintura, mis caderas, rozando la parte
exterior de mis muslos. El calor chisporroteaba en mis
venas, apretando mis pechos...
Entonces recordé la última vez que lo vi y al instante
todo el calor se evaporó.
No sería el juguete de nadie.
Levantó dos dedos y los apretó contra mis labios.
—Chupa.
Mi cuerpo y mi razón luchaban. Quería ahogarme en un
charco de lujuria con él, pero mi razón exigía retribución.
Quería que sintiera la misma amargura que yo. Cada
información que encontraba sobre Sasha y Wynter
Flemming me helaba las venas y el corazón.
Me llevé sus dedos a la boca y esperé el momento
oportuno. Su mirada se ensombreció y su expresión se llenó
de satisfacción. Me quedé mirando su hermoso rostro. El
aro en la nariz y la fina cicatriz en la parte inferior del labio
le daban un aspecto aún más brutal, pero nada de eso se
comparaba con aquellos ojos. Esos iris que podían congelar
y derretir el hielo, dependiendo de su estado de ánimo.
Antes de caer bajo su hechizo, mordí sus dedos con
todas mis fuerzas.
—¿Qué demonios...?
Agarré el cuchillo que siempre llevaba encima y lo
apunté a su cuello. Tal y como me enseñó. La sorpresa
brilló en su mirada y luego sus ojos se entrecerraron.
—Bueno, mira eso. —Ronroneé—. La alumna superó al
maestro.
No parecía disgustado. En todo caso, parecía
impresionado.
—¿Vas a apuñalarme, Kotyonok? —Presioné la hoja
contra su piel, le di un pinchazo y vi cómo la sangre
resbalaba por su piel tatuada—. Las niñas no deberían
jugar con cuchillos
—dijo.
Una sonrisa maliciosa apareció en mi cara.
—Menos mal que no soy una niña.
No parecía asustado en absoluto. Su error.
—¿Vas a matarme, Kotyonok? —musitó—. Mejor no
tardes, porque te llevaré a casa.
No podía apuñalarlo en el corazón. Ni rebanarle la
garganta. La idea de hacerle daño no me sentaba bien, no
obstante, tampoco me diría lo que tenía que hacer.
Así que le di una patada en las pelotas con todas mis
fuerzas. Se encorvó y me deslicé de su lado, saliendo por la
puerta.
CAPÍTULO VEINTIUNO
SASHA

M i pequeña Kotyonok creció.


A pesar del dolor en la ingle, no pude evitar
sentirme orgulloso. Tenía que abandonar la mansión
de Alessio o arriesgarme a que me atraparan. La vigilancia
ya estaba aniquilada, así que la única que sabría que estuve
allí era Branka.
Mi pequeña mujer salvaje.
Si pensaba que con esa actuación me disuadiría de
perseguirla, estaba equivocada. En todo caso, la deseaba
aún más. Se casaría conmigo, no con un debilucho.
¡Blyad! ¡Maldición!
Tenía que obtener ese nombre para poder eliminar al
tipo.
De vuelta en el hotel, me revisé la cortada del cuello que
me hizo la cuchilla de Branka. Todavía no podía creer lo
que había hecho mi pequeña salvaje. Mis labios se curvaron
en una sonrisa a pesar del dolor en las pelotas.
Probablemente era el karma por haberme muerto de risa
cuando oí cómo Sailor le dio una patada en los huevos a
Raphael. Fue lo mejor de su boda.
La puerta de mi habitación se abrió de golpe y Vasili
entró como un maldito gigante.
—Por supuesto, pasa —refunfuñé—. Mírame desnudo. Es
una vista gloriosa.
—Lo dudo —replicó secamente.
Sus ojos pálidos me miraron. Por suerte para él, no
estaba como Dios me trajo al mundo. Pero, aun así, debería
aprender algunas reglas de privacidad. No entres en una
habitación de hotel sin invitación. Podría haber tenido a
Branka aquí en mi cama conmigo. Si Vasili la viera
desnuda, tendría que matarlo.
—Mañana cenaremos con Alessio, Luciano y algunos
hombres más. Alessio traerá a su futuro cuñado.
¡Qué. Mierda!
—Sí que tiene prisa, ¿no? —respondí fríamente. Habría
una boda por encima de mi cadáver—. ¿Quién es el
afortunado novio?
Joder, cuánto me mataba decir esa palabra.
Se encogió de hombros.
—No lo sé.
Mi maldito hermano solo se preocupaba por su propia
boda.
—De acuerdo, ¿cuándo es la boda?
Volvió a encogerse de hombros y una niebla roja y
furiosa cubrió mi visión. ¿Es que todo el mundo se
empeñaba en ocultarme cosas?
—¿No lo sabes o no quieres decírmelo? —Apreté tanto
los dientes que creí que me rompería la mandíbula.
Vasili me observaba en silencio, metiéndose las manos
en los bolsillos.
—No lo sé —alegó finalmente—. Aunque, ahora me
pregunto ¿por qué te importa?
—Volví a prestarle atención al espejo y desinfecté el
corte—. Sasha. —Su voz contenía una nota de advertencia.
—Por nada —dije—. Mándame un mensaje con la hora y
el lugar para cenar mañana.
Porque tenía un novio que matar.
Esta maldita cena era un aburrimiento.
Y Branka y su estúpido hombre aún no habían
aparecido. Juré por Dios que, si no llegaban pronto,
quemaría esta ciudad hasta los cimientos.
Algo en la forma en que Autumn me había mirado me
dijo que Branka podría haberle contado algo. Sonreí. Era
una buena señal, significaba que estaba tan obsesionada
conmigo como yo con ella.
Autumn seguía divagando sobre la guerra en Medio
Oriente, la distribución de armas y salvar el puto mundo.
Sin embargo; en ese momento, lo único que me importaba
era ponerle las manos encima a Branka, nada más. Intenté
no prestarle atención, de verdad, pero seguía parloteando y
parloteando.
—Jesucristo, esta chica es peor que los abrazadores de
árboles —murmuré—. Definitivamente, va a salvar el
mundo.
¿Por qué no podía simplemente darme información
sobre Branka? Maldita sea.
—Sasha... —Vasili y Alessio me advirtieron. Pero parecía
que la mejor amiga de Branka estaba demasiado enfadada
para mantener a raya su furia. ¡Como sea! Adelante, mujer
de Alessio.
Dio un paso amenazador hacia mí y la observé divertido.
No me extrañaba que le agradara a Branka.
—Un día, Sasha Nikolaev… —siseó, empujando su
manita contra mi pecho—… alguien va a apuñalar ese negro
corazón tuyo. Y voy a tener un asiento en primera fila para
verlo. Y malditas palomitas.
¡Dios mío! Esta semana tenía que ser la era de las
salvajes.
—¿Seguimos hablando de distribución de armas o de
otra cosa? —refunfuñó Luciano—. Me parece que se está
cociendo algo más.
No podía dejar que se enteraran de lo que estaba
pasando. No hasta que tuviera a mi mujer en mis manos.
—Bueno, ya sabemos que Isabella no cocina —bromeé,
lanzándole un beso a mi cuñada, que enseguida me miró de
reojo.
—Me agrada mucho esta chica, Alessio —expresó
impávido Alexei. Claro que le agradaba a mi hermano.
Autumn Corbin tenía fuego y luchaba por sus convicciones.
Al igual que su propia esposa.
—Gracias —le agradeció, sonriendo dulcemente. Por
supuesto que le agradarían todos los hombres de esta
habitación menos yo—. Sasha, pídele a tu hermano que te
comparta algo de su simpatía. Porque eres un gran imbécil.
—¿Dónde está tu refuerzo, Autumn? —rebatí
perezosamente—. ¿Te ha dejado a ti, la chica que quiere
salvar el mundo, sola para que te coman los lobos?
¿Era prudente burlarse de la mejor amiga de la mujer
con la que me casaría? No, no lo era. No obstante,
necesitaba que se equivocara. Que me dijera dónde
demonios estaba Branka. Me enfurecía pensar en ella a
solas con otro hombre. Mis ojos parpadearon hacia la
entrada. Sabía que la puerta sonaría cuando entrara otro
huésped, sin embargo, no podía evitarlo.
Autumn miró a Alessio y luego volvió a centrar su
atención en mí. No me gustó nada la suficiencia de su
expresión. Cuando dio un paso adelante, supe que no me
gustarían las siguientes palabras que saldrían de su boca.
—En realidad, Branka y su novio están pasando un
tiempo a solas —agregó en voz baja. Fue mi turno de
mirarla. Branka y su novio no pasarían mucho tiempo a
solas si podía evitarlo, joder—. Se están conociendo —
añadió dulcemente.
Sobre. Mi. Puto. Cadáver.
Branka no iba a conocer a nadie.
Sin dirigirle la palabra a ninguno del grupo, salí furioso
del restaurante.
CAPÍTULO VEINTIDOS
BRANKA

V i cómo Killian encendía un cigarrillo, con el furioso


resplandor rojo mirándome fijamente.
Al principio, me pareció buena idea tomarnos un
tiempo y cenar solos. Así podríamos conocernos mejor. Sin
embargo, no sé si fue una buena idea.
Nos habíamos estado enviando mensajes de texto
durante ese último mes más o menos. Eso fue más fácil que
estar a solas los dos. El silencio incómodo era inexistente a
través de texto. En persona, no tanto.
—¿Y qué hace una social blogger? —preguntó Killian
despreocupadamente.
—¿Qué hace un mafioso irlandés? —contesté y sus labios
se elevaron. No respondería, sabía que no lo haría, pero no
pude resistirme.
Killian Brennan era un hombre de pocas palabras. Me
caía bien, de verdad. Sin embargo, no podía dejar de notar
cómo me miraba, como si fuera una damisela en apuros. A
diferencia de otro par de pálidos ojos azules que me
observaban... bueno, de manera diferente.
—¿Has decidido la fecha de la boda? —cuestionó Killian
en su lugar. La verdad era que ni siquiera había pensado en
ello. Le había estado dando largas a toda la farsa.
Al menos era simpático. Todo en él gritaba riqueza, y su
atractivo sexual era tan potente que podía saborearlo. Al
igual que todas las mujeres del restaurante, porque todas
se le quedaban mirando.
Era guapo, pero muy diferente a Sasha. Killian era más
joven, aunque no por eso menos letal. Cabello grueso,
oscuro y ondulado. Pómulos que podían cincelar piedra.
Sus ojos azul oscuro susurraban oscuridad y pecados que la
mayoría de los hombres del bajo mundo poseían.
—No quiero una boda en invierno —manifesté en su
lugar.
Asintió con la cabeza.
—¿Verano entonces?
—Claro. —Alisé el mantel con la mano para ocultar lo
mucho que me perturbaba la idea de casarme con él—. No
me pareces un fumador —añadí sin motivo aparente. No
quería que otro tramo de silencio se hiciera demasiado
pesado.
Sus ojos azules se encontraron con los míos.
Contrastaban con su cabello oscuro. El tono de azul
equivocado, pero no menos devastador que los otros.
Parecía que siempre iba a comparar el color azul con los
ojos azul pálido de cierto mafioso psicópata.
Exhaló una bocanada de humo.
—¿Te molesta? —Apagó el cigarrillo antes de que
pudiera responder.
—Mi hermano fuma a veces. —Esto era tan estúpido.
Ningún hombre me ponía nerviosa como Sasha Nikolaev.
Killian no me ponía nerviosa, mas no podía frenar los
latidos de mi corazón—. No me molesta.
Asintió, pero no encendió otro cigarrillo. A decir verdad,
no me gustaba especialmente el olor a humo. Entendía por
qué Alessio fumaba. Solo lo hacía cuando estaba
preocupado por algo. Generalmente por mí. Y ahora
Autumn.
Me aclaré la garganta, buscando desesperadamente otro
tema.
—¿Fumas mucho?
Antes de aceptar casarme con él, investigué a Killian. Su
hábito de fumar no apareció. No es que fuera un punto
decisivo.
—La verdad es que no.
Suspiré y agarré el tenedor, luego volví a empujar la
comida alrededor de mi plato. No tenía hambre, sin
embargo, al menos estaba haciendo algo en lugar de
quedarme sentada en silencio.
—Mi prima está pasando por un mal momento. —Sus
palabras me hicieron buscar
sus ojos—. Me está preocupando.
—Ah. —Así que era muy parecido a Alessio—. ¿Puedo
ayudar en algo? —Le ofrecí.
Sacudió la cabeza.
—No. Solo tiene que pasar las olimpiadas y estará bien.
Mis cejas se alzaron.
—Wow, ¿olimpiadas?
—Sí. Patinaje artístico. —Sus ojos encontraron los míos.
Su rostro estaba relajado con una expresión indescifrable
grabada en sus rasgos perfectos. De repente, tuve la
sensación de que Killian era un hombre con muchos
secretos—. Wynter Flemming es mi prima.
Me puse rígida, sin embargo, mantuve el rostro
inexpresivo. ¿Wynter Flemming era prima de Killian? ¡Qué.
Demonios!
La verificación de antecedentes de Killian era
aparentemente una mierda. Un audio sonó en mi mente:
«Sé la mejor persona. Ella no importa». Pero me hervía la
sangre y solo quería gritar: «Al carajo con ser la mejor
persona. Dame el número de tu prima. Voy a matarla».
Dios, eso iría muy bien.
—Oh. —Luego, al darme cuenta de que sonaba más
decepcionada que emocionada, añadí—: Wow.
Se rio entre dientes.
—No pareces impresionada.
Forcé una sonrisa en mi rostro, aunque tuve que
preguntarme si no me salió más agria que otra cosa.
—No me gustan mucho los deportes —admití. Era una
afirmación cierta, aunque no era exactamente la razón de
mi reacción.
—No pasa nada. —Se enderezó la manga del traje con
una expresión indescifrable en el rostro—. Definitivamente
no me gusta el patinaje artístico.
—¿Son cercanos? —pregunté—. ¿O es más cercana con
tu hermana?
La comisura de los labios de Killian se levantó.
—Sí, tanto con Wynter como con mi hermana, Juliette. —
A juzgar por su expresión, era muy cercano a ellas—. Esas
dos son problemas andantes —añadió.
Esta vez también sonreí.
—Alessio a menudo nos llamaba a Autumn y a mí
alborotadoras.
—¿Robaste a tus enemigos? —inquirió. Negué con la
cabeza—. Bueno, esas dos lo hicieron.
Oh, de acuerdo. Autumn y yo necesitábamos mejorar
nuestro juego.
—Quizá deberías aumentarles su mesada —sugerí
bromeando.
—¿A medio millón al mes? —Cuando mis ojos se abrieron
de par en par, me explicó—: Han robado tres sitios en un
mes.
Mi teléfono emitió un pitido y lo saqué del bolso. Era un
mensaje de Autumn. Lo abrí y leí el mensaje.

Autumn: Sasha acaba de salir furioso.

—¿Todo bien? —Killian indagó.


Me encontré con su mirada azul penetrante.
—Sí, solo un mensaje de Autumn preguntando si
iríamos. —Sonreí, esperando ocultar mi mentira tras ella—.
Está ansiosa por conocerte.
Killian esbozó una media sonrisa. Si cuando hablaba en
serio era guapo, cuando sonreía era francamente
magnífico.
Se levantó y extendió la mano.
—¿Qué esperamos entonces?
CAPÍTULO VEINTITRÉS
SASHA

M e senté en mi habitación de hotel con un cigarrillo


apagado en la mano.
Todo mi cuerpo zumbaba con la necesidad de
luchar, matar o simplemente golpear a algún pobre imbécil
y sacar toda mi frustración. Era uno de los mejores
asesinos de este maldito planeta, y no podía encontrar a mi
mujer en la misma ciudad.
Mis músculos se tensaron, al sentir repugnancia ante las
imágenes que se reproducían en mi mente. Ya había
decidido que mataría al hijo de puta que la tocara.
Odiaba que la gente tocara lo que era mío. Y la sola idea
de que otro hombre o una mujer oyeran los gemidos de
Branka era suficiente para ponerme furioso.
Un tipo de rabia visceral y violenta.
Que se joda Vasili y la promesa que me exigió hacerle.
Debería haber matado al padre de Branka hacía años y
tomarla como mía. ¿Quién en su sano juicio podría
detenerme? ¡Nadie!
Sus uñas pertenecían en mi piel. Sus gemidos me
pertenecían. Y su coño definitivamente me pertenecía. Ya
sé, la chica no lo sabía. Pero lo sabría. Muy pronto. La
necesidad de tenerla rugía dentro de mí, caliente e
implacable. Probablemente eran las consecuencias de una
maldita abstinencia tan larga.
¿Dónde estaba? ¿La estaba tocando? ¿Estaba gimiendo
su nombre?
Solo eso bastó para terminar con mi autocontrol y
convertir mi sangre en fuego. Sus suaves gemidos, tal y
como los recordaba, se repetían en mi mente. La rabia me
quemaba tan fuerte que me robaba el maldito aliento. Perdí
el control. Me puse en pie y lancé la mesita volando por la
habitación. Atravesó la ventana y desapareció de mi vista.
El ruido del cristal al romperse apenas se oía a través del
zumbido de mis oídos. Siguió la cama. Luego el sofá.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —La voz de Vasili
penetró la neblina roja que sofocaba mi cerebro.
Sus ojos recorrieron la recámara y, ahora que
recuperaba algo de cordura, seguí su mirada. Había
destrozado todos los muebles de la habitación. El pequeño
minibar estaba destrozado, los cristales esparcidos por el
suelo y el olor a alcohol llenaba la habitación.
—Estoy redecorando —respondí con voz tranquila.
Me lanzó una mirada incrédula y luego volvió a centrar
su atención en la habitación destrozada.
—¿Estás decorando un maldito cuarto de hotel?
—Necesitaba mejoras —respondí tranquilamente, de pie
en medio de una recámara que parecía haber sido objeto de
un proyecto de demolición.
—Te recomendaría que no dejes tu trabajo —replicó
secamente—. Tus habilidades de decoración apestan.
Le hice un gesto obsceno con la mano, giré sobre mis
talones y me fui.
La mano de mi hermano me rodeó el antebrazo.
—¿Qué demonios te pasa?
—Nada.
Sus ojos recorrieron el lugar.
—Sí, parece que nada —murmuró con sarcasmo—. ¿De
qué hablaron Autumn y tú en el restaurante? —preguntó.
—El mal clima en Canadá. —Su vena palpitó, su ira
aumentó, y le sostuve la mirada. Sinceramente, no me
importaría pelear con él en ese momento. Me desahogaría
un poco.
—Maldita sea, Sasha. Dime que cumpliste tu promesa y
te mantuviste alejado de la hermana de Alessio.
Solté un resoplido sardónico. Fue esa estúpida promesa
la que me hizo perder el puto control de la situación.
—Mantuve la estúpida promesa, brat. —Hermano.
—¿Qué demonios está pasando entre tú y la mujer de
Alessio? —Me estudió, sin ocultar su exasperación—. Dime
que no se te para por la mujer de Alessio. Eso no saldrá
bien.
Me burlé. Se equivocaba tanto. Siempre lo entendían
todo mal. Aunque algo en la forma en que Vasili me miraba
me decía que estaba tras de mí.
—No hay nada entre la mujer de Alessio y yo.
Solo con su hermana.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
BRANKA

H abía infringido al menos cinco leyes de tráfico.


Las cámaras captaron el número de matrícula y
sonreí. Era el coche de mi hermano, así que no pagaría
la multa.
—¿Estás segura de que es una buena idea? —le pregunté
a Autumn por décima vez desde que la recogí—. Suena
demasiado peligroso e imprudente.
—Sí —aseguró—. Entraré y saldré.
Mi mirada se dirigió hacia ella, seca y sarcástica.
—Famosas últimas palabras. —Puso los ojos en blanco
mientras rebuscaba entre sus cosas, probablemente el
pasaporte—. Volviendo a tu comentario de que le gusten las
cosas bruscas.
Cuando Autumn me llamó pidiendo que la llevara al
aeropuerto, dejó caer casualmente una idea: que tal vez el
comentario de Sasha sobre que no estaba preparada tenía
algo que ver con sus preferencias sexuales.
Las mejillas de Autumn se tiñeron de carmesí. Dios, no
quería saber lo que ella y mi hermano habían hecho la
noche anterior. Obviamente, no era apto para oídos
vírgenes.
—Se me ocurrió que tal vez él estaba... ya sabes...
metido en cosas rudas.
—¿Como el BDSM? —inquirí con curiosidad.
—Sí, o una mierda fuerte —murmuró, poniéndose aún
más roja.
Llegué a un semáforo en rojo y miré por la ventanilla
pensativa. Nunca me dio la impresión de que le gustara el
sexo duro y mucho menos el BDSM. Bueno, excepto que me
azotó el trasero la primera vez que me hizo llegar al
orgasmo. ¿Quizá fue una probada de aquello?
Me temblaron los muslos y el calor floreció en mi
estómago, deslizándose cada vez más abajo. Me hizo
apretar las piernas para aliviar el dolor. Dios, ¿por qué mi
cuerpo no podía reaccionar así por Killian? En cambio, lo
único que le importaba a mi vagina era el maldito Sasha
Nikolaev.
—Eso sería problemático —musité más para mí misma.
El miedo a que me ataran y abusaran de mí se remontaba a
mis peores pesadillas. El BDSM era mucho más que
sumisión y ataduras, pero mi mente se quedaba en blanco
con solo pensarlo y mi corazón se aceleraba.
—Tú y Alessio... —Empecé, en ese momento estaba
segura de que cada centímetro del cuerpo de Autumn
estaba ruborizado. No rojo, sino jodidamente granate—. En
realidad, no importa. No quiero saberlo.
—No le gustan esas cosas —aclaró rápidamente.
Debía estar interesado en algo si se estaba poniendo tan
roja. Dios mío, quería saberlo, aunque realmente no.
Definitivamente había demasiada información.
—Solo quiero que seas feliz, Branka —dijo Autumn,
poniéndome la mano en el codo—. Killian está guapo y
parece simpático. Pero no veo que te pongas toda ansiosa
por él.
—Tenemos un acuerdo.
—¡A la mierda el acuerdo! —escupió frustrada—. Quiero
ver ese fuego en tus ojos. Como cuando dijiste que le
arrancarías el corazón a Sasha. Estabas tan atrapada por él
como para querer hacerle eso. No veo esa chispa con
Killian.
Un suspiro frustrado me abandonó.
—Conozco a Sasha desde hace mucho más tiempo —
suspiré—. Además, la imagen de Alessio quedaría mal si
rompiera el acuerdo ahora.
—Amo a tu hermano. —Graznó—. Realmente lo hago. Sin
embargo, quiero que seas feliz. Que se joda el acuerdo y
toda esa mierda. Estamos hablando de tu vida.
Sí, era mi vida, pero no tenía intención de empezar una
guerra por un hombre que ni siquiera podía cumplir su
promesa.
CAPÍTULO VEINTICINCO
BRANKA

T res semanas pasaron desde que había dejado a Autumn


en el aeropuerto.
Y me arrepentía cada maldito día. Cada vez que
miraba a los ojos de mi hermano, de mi sobrino, y cada vez
que veía a los padres de mi mejor amiga.
Autumn estaba atrapada en Afganistán. Viva,
esperábamos. Excepto que desde las imágenes que la
mostraban frente a un arma y otra mujer, no habíamos oído
ni pío.
Vi a Byron y a Royce Ashford salir del despacho de
Alessio con rostros sombríos. Los ojos de Byron me miraron
y me quedé helada. Su expresión me recordó a la de Alessio
y, por un momento, me quedé mirándolos.
«¿Cómo no había visto antes el parecido?», me
pregunté.
—¡Esperen! —grité, justo cuando salían por el vestíbulo
principal.
Colocándome a Kol en la cadera, me apresuré hacia
ellos, preocupada por si se cansaban de esperarme. Seguía
sin entender por qué los poderosos Reyes Multimillonarios
nos ayudaban. No nos necesitaban, a menos que Alessio los
chantajeara con algo.
Byron y Royce se dieron vuelta hacia mí con una gracia
letal. Su forma de comportarse hablaba de poder y
crueldad. Quizá no al nivel de Alessio y sus amigos, pero no
me cabía duda de que los Reyes Multimillonarios estaban
acostumbrados a salirse con la suya.
De una forma u otra.
Ambos esperaron, ninguno de los dos habló, no
obstante, sus ojos se clavaron en mí.
—¿Por qué nos están ayudando? —exigí saber.
No hubo respuesta.
Kol intentó alcanzar a Byron y Royce con sus manos, el
pequeño traidor. Ambos tomaron una mano cada uno, estas
eran grandes y sorprendentemente suaves, y sus ojos no se
apartaban del pequeño Kol. Era bueno captando corazones,
igual que su Mama.
Se me hizo un nudo en la garganta y me dolía el
corazón. Necesitaba que Autumn volviera sana y salva. Por
mi hermano. Por mí.
—Te pareces mucho a mi hermano. —Grazné. Los ojos
de Byron se posaron en mí. Se parecía a Alessio, pero sus
ojos eran de otro color. Mi mirada se desvió hacia Royce.
Tenía los ojos oscuros, pero el parecido estaba ahí—. ¿Por
qué? —pregunté.
Los fríos ojos de Byron me estudiaron, probablemente
viendo demasiado.
—Eso es algo de lo que tendrá que hablar con Alessio,
señorita Russo. —Los nudillos de Byron rozaron
suavemente las mejillas regordetas de Kol—. Hasta luego,
Kol.
Y sin más, ambos se fueron.
¡Hombres!
Me di la vuelta y con pasos apresurados me dirigí al
despacho de Alessio. No había puesto un pie en su
penthouse del centro de Montreal. Lo consideraba su casa
y la de Autumn. Probablemente había demasiados
recuerdos allí para él.
Encontré a mi hermano sentado detrás de su escritorio,
con los codos apoyados en la madera, la frente apoyada en
las manos, y los dedos revolviendo su cabello. Se me
estrujó el corazón y las lágrimas me quemaron el fondo de
los ojos.
Alessio se merecía a Autumn. Merecía amor y felicidad
en su vida. Se merecía una familia completa.
—Hermano —pronuncié roncamente, con la voz cargada
de emoción. Levantó la cabeza, con los ojos llenos de fatiga.
—P-a-api —balbuceó Kol, estirándose. Alessio sentía un
gran amor por su hijo. Lo protegería a costa de su propia
vida. La mirada volátil de sus ojos prometía castigo para
cualquiera que se atreviera a pensar en hacerle daño a su
hijo o a su mujer.
Y una sensación desconocida me recorrió el pecho.
Anhelo. La necesidad de ser amada.
Alessio se reclinó en su silla y llevé a Kol a sentarse con
su padre. Lo agarró y lo sentó en su regazo, metió la mano
en el cajón y sacó lápices de colores. Tenía cosas
preparadas para Kol en todas las habitaciones. Sería un
buen padre. Era un buen padre.
—Papi. —Sonrió Kol, tomando el papel y luego el lápiz
de color—. Dibujo aviones.
Alessio sonrió.
—Sí, amigo. Dibújame aviones. Grandes.
La atención de Kol estaba en el dibujo, los ojos de
Alessio volvieron a mí.
—¿Estás bien, Branka?
Asentí, rodeando con los dedos la muñeca que me dolía.
Las cicatrices físicas se habían curado, pero aún recordaba
el dolor de cuando me la quebraron.
Inhala. Exhala.
Me senté en la silla frente a su escritorio.
—Sí. ¿Tú?
Era una interrogante estúpida. Me di cuenta de que no
estaba bien. Sin embargo, no sabía qué decir, qué hacer.
Me sentía impotente.
—Solo tengo que encontrar la manera de traerla a casa
—murmuró.
Estaba totalmente de acuerdo.
—Ojalá no la hubiera llevado al aeropuerto —suspiré.
Agarró un lápiz de color y añadió algo al dibujo de Kol.
—Y ojalá no me hubiera ido aquella mañana. No es culpa
tuya. Si no lo hubieras hecho, habría tomado un taxi.
Tenía razón, Autumn habría encontrado otro camino al
aeropuerto, pero quizás habría llegado tarde. Con tantos
malditos “y si…”, mi cabeza daba vueltas.
Mi mirada encontró la de mi hermano.
—Alessio, ¿por qué nos están ayudando los hermanos
Ashford? —solté sin poder contenerme. Se hizo el silencio,
no obstante, en el fondo sabía la respuesta.
Se reclinó en su asiento, tiró de su corbata, aflojándola.
Nuestras miradas se cruzaron y pude ver la respuesta en
sus ojos. La evidencia me observaba fijamente a la cara, sus
rasgos tan parecidos a los de sus hermanos.
—Son tus hermanos —afirmé con calma, pero los celos
eran un feo monstruo verde que me agarraba y se negaba a
soltarme. Me sentía como aquella niña de diez años que
veía a las dos personas que más quería en el mundo
escabullirse en la mitad de la noche, dejándome atrás.
—Medios hermanos —me corrigió, y luego cruzó la mesa
y tomó mi mano entre las suyas—. Debería habértelo dicho
antes.
—¿Cómo sucedió? —cuestioné, asustada de preguntar si
compartíamos madre o padre. Era estúpido en lo que se
centraba mi mente cuando estaba angustiada.
—Madre quedó embarazada del senador Ashford. Un
político corrupto, aunque no es tan malo como nuestro
padre.
—No tan malo como mi padre, querrás decir —corregí
con amargura.
Me apretó la mano suavemente.
—Nos hizo, pero no fue un padre. No para ti. No para
Mia. Ni para mí. Fue un donante de esperma. Al igual que
el senador Ashford.
Tragué saliva. Si era así, ¿por qué seguía sintiéndome
como una mierda?
—Pero al menos el donante de esperma que te creó no
es un desgraciado sádico
—repliqué mientras una espesa tensión impregnaba el
aire. Una parte de mí estaba celosa de que tuviera una
forma de cortar la conexión con el hombre que hizo de
nuestras vidas un infierno—. Soy una Russo y la sangre de
ese hombre corre por mis venas.
Una mirada llena de algo vehemente y oscuro entró en
su expresión.
—Ya no importa —agregó mi hermano. No estaba tan
segura. Dejó una marca en mí, en mi hermano. Rompió
parte de nosotros—. Perdió, nosotros ganamos. Su legado
está muerto. Nosotros vivimos y cada risa tuya y de nuestra
familia es otra victoria contra él. —Cuando no respondí,
dejó escapar un suspiro frustrado—. Debería haberte
llevado conmigo esa noche. Mia, tú y yo debimos habernos
ido, sin mirar atrás.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—Pero no lo hicimos. —«Me dejaste».
No era justo culparlo. Mi cerebro lo sabía. Mi corazón lo
sabía.
—La jodí —dijo con voz ronca—, pero esta es nuestra
oportunidad de seguir adelante. El apellido Russo acabó
con ese desgraciado a dos metros bajo tierra. Tu apellido
será Brennan. Maldición, puede que me quede con el
apellido de Autumn si me acepta.
—Te aceptará —aseguré con confianza mientras una
oleada de calidez se agitaba en mi pecho.
—¿Cuánto hace que lo sabes, Alessio? —pregunté—.
Sobre los Ashford.
—Durante un tiempo —confesó—. Unas cuantas
décadas.
—Jesucristo —murmuré—. ¿Y nunca pensaste en
decírmelo?
—En realidad no importaba —razonó—. Por lo que a mí
respecta, no teníamos padre. Éramos solo tú, Mia y yo.
—¿Y ahora?
Bajó los ojos hacia su hijo y luego se acercó a mí.
—Y ahora lo único que me importa es nuestra familia.
Tú, Autumn, Kol.
—Papi, colorea —instó Kol y Alessio empezó a colorear
de nuevo. Los observé con orgullo. Alessio nunca había
tenido un padre al que admirar, pero tenía un talento
natural. Atento. Protector. Cariñoso.
Siempre fue protector, más padre para Mia y para mí
que nuestros propios progenitores.
—¿Qué rol cumplen los Ashford en esto?
Levantó la cabeza, sin dejar de colorear.
—Quieren ayudar.
Esperé, y cuando no dijo nada, le pregunté.
—¿Y?
—Y tal vez podría usar las conexiones del senador
Ashford para entrar en Afganistán.
Me levanté de golpe y me enderecé en el asiento.
—¿Qué esperas? —solté—. Haz de esto su pago por no
haber estado aquí para ti cuando debería haberlo hecho —
dije—. Te debe esto.
—Una vez que estemos conectados a él, el mundo nos
estará observando. Tu boda podría convertirse en un circo.
—Y la tuya también —le recordé. Conocía a mi hermano
y no había ninguna posibilidad de que se conformara con
algo menos que un anillo en el dedo de Autumn—. Olvídate
del circo y de cualquier repercusión por estar relacionado
con un senador. Haz lo que tengas que hacer para
recuperarla.
Alessio asintió, con una expresión seria en el rostro.
—Tiene un evento en D.C. dentro de unos días e iré a
verlo.
—Pero... —insistí. Lo conocía lo suficiente como para
saber que había algo más.
—Odio la idea de deberle o necesitarlo —admitió—, pero
por ella, me arrodillaría y se lo suplicaría. Me importa una
mierda. Solo quiero que la traigamos a casa.
La mirada volátil y vulnerable de sus ojos casi me
destripa.
Y de repente, temí lo que le esperaba a nuestra familia si
Autumn no regresaba a casa.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
SASHA

—K illian Brennan.
Tatiana soltó el nombre como si nada. Como si
estuviera hablando de planes para cenar.
Mi gruñido recorrió mi hogar en New Orleans,
persiguiendo a todos los malditos fantasmas, brujas,
cualquier cosa fuera del maldito estado. La furia ardía
como una hija de puta, dispuesta a reducir a cenizas todo el
French Quarter.
Matar a Killian podría causar una pequeña guerra.
Bueno, tal vez no pequeña. Daba igual. Nada que no
pudiera manejar.
La tensión abandonó mis hombros. Había pasado más de
un mes desde la última vez que vi a Branka en Montreal.
Todavía podía oler su aroma, sentir su suave piel bajo mis
palmas y oír sus gemidos. Tantos malditos años y aún podía
saborearla. Dejé escapar un suspiro sardónico, odiando
aquella maldita promesa que me mantenía alejado de
Branka.
¡Maldición!
Debería matar a Brennan por atreverse a mirar a mi
mujer, y luego matar a mi hermano por interferir en mis
asuntos.
Sin embargo, Branka no estaba lista para mí hacía siete
años. Ni siquiera cuatro años atrás.
Llevaba años observándola, acechándola y esperando mi
momento. Aguardé a que estuviera lista. Estaba
malditamente preparada. Para mí. Para nosotros. Sabía
más de ella que de mi propia familia y amigos.
—¿Así que vas a matarlo? —preguntó
despreocupadamente Tatiana, sorbiendo el veneno
alcohólico que había elegido y usando pantalones
deportivos. Por Dios. Nunca llevaba pantalones deportivos
y, por lo que parecía, eran pantalones Hanes de hombre. Mi
hermanita estaba cayendo en una depresión cada vez más
profunda.
La chica que nunca llevaba leggings terminó usando
pantalones deportivos.
La vigilaba y no había señales de que quisiera dejar este
mundo. Buscó y buscó a los culpables de la muerte de
Adrian. Mis hermanos y yo no nos dimos por vencidos, pero
seguíamos encontrándonos con obstáculos. Aun así, Tatiana
se negaba a que esos obstáculos la detuvieran.
Aparentemente usaría un martillo neumático para
atravesarlos. Tal vez esa era la razón de los pantalones
deportivos.
—Sestra, no puedes seguir así —comenté, llamándola
hermana en ruso—. Estás matando tu hígado.
Agitó la mano.
—Los hígados pueden ser reparados.
Sacudí la cabeza.
—También tu corazón —razoné.
Sus ojos se enfocaron en mí, una ventana a su dolor que
me miraban fijamente.
—¿Entonces por qué persigues a la chica Russo? —Dios,
podía ser una molestia cuando estaba borracha. Pero
odiaba verla infeliz.
—Tatiana, tienes que dejarlo ir —expresé, ignorando su
comentario—. Tienes que encontrar la forma de seguir
adelante. Y buscar pistas, beber vodka… —Mis ojos bajaron
hasta sus pantalones—. Y llevar pantalones deportivos no
es la forma de seguir adelante.
Hizo un sonido de desaprobación, claramente no estaba
muy convencida de mi razonamiento.
—¿De la misma manera en que buscas la forma de dejar
atrás tu obsesión?
Touché, hermanita. Estaría orgulloso de su comentario si
no fuera contra mí. Dejó el vaso vacío sobre la mesa y
estiró sus largas piernas.
—¿Qué sabes sobre el acuerdo de Branka y Killian? —
inquirí en su lugar.
—Solo que se van a casar y Branka se negó a caminar
hacia el altar hasta que su amiga volviera sana y salva. —
Tatiana chasqueó los dedos—. Por supuesto, eso
suponiendo que su amiga salga de Afganistán.
Saldría de allí. Me aseguraría de ayudar. Por Branka.
Amaba a su mejor amiga, y Autumn, con su familia, ayudó a
que esa niña dañada se volviera la mujer que estaba
destinada a ser. Ninguno de los terapeutas fue capaz de
hacer eso.
Aunque su amiga era un poco imprudente con su
necesidad de salvar el mundo. Sin embargo, la mujer de
Alessio no tenía importancia. Tenía un problema mayor
entre manos.
Cómo matar a Brennan y no empezar una maldita
guerra. «Tal vez podría culpar a la mafia corsa». Era una
idea entretenida. Excepto que Autumn podría quedar
atrapada en el fuego cruzado. De acuerdo, olvida a los
franceses. ¿Quizás los griegos?
—¿Sabes?, Killian Brennan es prácticamente de la
familia —comentó Tatiana, como si pudiera leerme el
pensamiento. No obstante, tenía razón. Matar a Killian
podría ser un problema, ya que Aurora, la esposa de mi
hermano menor, era hermana de la esposa de Liam
Brennan.
Y él era el padre de Killian. O su padrastro. Lo que sea.
Hablando de familia, se acercaba nuestra reunión
anticipada de Navidad en Portugal. La hermana y el padre
de Killian estarían allí. ¿Sería incómodo si matara a Killian
antes de la fiesta? ¿O tal vez debería dejarlo para la
semana siguiente?
Joder, ¿por qué este mundo era tan pequeño?
Podría hacer que pareciera un accidente. Nadie podría
culparme.
«Déjalo como último recurso», susurró mi mente.
Wynter Flemming, mi pequeña protegida, estaba
encariñada con su primo. De toda la maldita gente de este
mundo, ¿por qué demonios Killian estaba emparentado con
mi cuñada y la chica que rescaté? Sin embargo, si el
desgraciado no se retiraba, lo despellejaría vivo. Y más le
valía no haber tocado a Branka; de lo contrario, una
maldita guerra sería la menor de las preocupaciones de
todos.
Así de profundo había caído. Estaba pensando cómo
llevar a cabo un asesinato y comenzando una guerra. Por
Branka Russo, la mujer que eligió a otro.
Pero no importaba. La gatita estaba celosa. Demostró
que estaba tan metida en esto como yo.
De cualquier manera, Branka no se casaría con ese
maldito irlandés.
Me opondría hasta que me quedara el último aliento de
vida.
CAPÍTULO VEINTISIETE
SASHA

L a sala de la casa de mi hermano en Lisboa, Portugal,


tenía vistas al mar, a la familia y a los amigos.
A veces era preferible la vista del mar. Todos mis
hermanos habían asistido, con sus familias. Además de los
King. Los Ashford. Y los Brennan. Lamentablemente, el
desgraciado de Killian Brennan no se encontraba en el
lugar. Quien sí lo estaba era su hermana desquiciada.
Era tan molesta.
Juliette Brennan escupía mierda sin pensar en las
repercusiones. Y se enemistaba con todo el mundo.
Deseaba que su padre la casara para que alguien se la
cogiera y la hiciera callar.
—Me agrada Branka Russo —señaló—. Creo que le hará
la competencia a Killian.
—Wynter se sentó en el suelo rodeada de niños. Suponía
que también estaba cansada de la bocaza de su prima.
Wynter seguía luchando. Tenía el corazón roto y se
negaba a hablar. Pero saldría adelante. Los DiLustro le
hicieron mucho daño, y al final pagarían por ello. Me
encargaría de una forma u otra.
—Apuesto a que no lo exaspera tanto como tú —comentó
Ivy, la cuarta amiga. Se hizo el silencio y sus ojos se
abrieron de par en par. Resultó que a la pelirroja se le
escaparon las palabras—. Lo siento. No sé por qué dije eso.
—Killian dijo que Branka tiene una determinación
férrea. —Esa mocosa malcriada no tenía ni idea. Branka era
una superviviente. Las tragedias de Juliette no tenían nada
que ver con las de Branka—. Estoy deseando tener a otra
chica en nuestro grupo.
Dios, quería estrangularla para que dejara de hablar. No
matarla, solo hacer que se desmayara para que por fin
tuviéramos paz. Cada palabra sobre su hermano me llevaba
más y más al límite.
Y empezar con mis mierdas justo antes de Navidad sería
de muy mal gusto. ¿Verdad?
—No puedo decidir si estás fulminando con la mirada a
Juliette o estudiándola
—añadió Aurora, sacándome de quicio. Amaba a mi
cuñada, y de alguna manera ella y mi hermano eran
perfectos el uno para el otro. Aunque le encantaba
molestarme.
—Ninguna —aclaré fríamente—. La chica es tan molesta
como una mosca.
Aurora se rio.
—En realidad me recuerda a ti. —Le lancé una mirada
irritada. Esa chica y yo no podríamos ser más diferentes,
aunque lo intentara—. No eres molesto como una mosca. A
menos que quieras serlo. Me refiero a su terquedad y
determinación. Y, por supuesto, su bocota.
Negué con la cabeza.
—Y así tienes el cargo de perfiladora del FBI —expresé
secamente—. Vete de aquí.
—¿Estás molestando a mi esposa? —Alexei apareció de
la nada. No era ninguna sorpresa. Era el rey de los
acosadores. Yo era un maldito ángel comparado con él. Un
ángel caído, pero un ángel, al fin y al cabo.
—No, ella me está molestando —lo corregí, con tono
aburrido—. Y esa chica de ahí. ¿No podría Liam dejarla en
casa de vez en cuando?
Aurora rio entre dientes.
—Creo que dejándola en casa es como empiezan los
problemas. Esas chicas juntas son capaces de destruir la
ciudad.
—Sí, alguien debería casarlas y darlo por terminado —
señalé.
Bebí un sorbo de coñac y le dirigí una mirada a Cassio.
Me preguntaba si tendría noticias de Alessio. Este último
había estado buscando la forma de entrar en Afganistán.
Ilegalmente, ya que estaba cerrado al mundo.
—¿Por qué no te casas? —La pregunta de Aurora me
hizo olvidar a Cassio y Alessio.
—¿Perdón?
—¿Por qué no te casas? —repitió.
—No es que sea asunto tuyo, pero he estado esperado a
una mujer muy específica.
A aurora no la disuadió mi tono. Cualquier otra persona
daría por terminada la conversación. Ella no. No era de las
que se rendían. Después de todo, buscó a su hermano
durante veinte años.
—¿Así que la encontraste? —inquirió.
—¿Qué te hace pensar que la he encontrado? —
cuestioné con curiosidad, apoyándome
despreocupadamente en la repisa de la chimenea.
—Dijiste que has esperado a una mujer específica. Si no
la hubieras encontrado, dirías que “estás buscando a una
mujer específica”. ¿Me equivoco?
Aurora era demasiado lista para su propio bien. No me
molesté en contestarle. Sabía que tenía razón.
—¿Ya está lista? —exigió saber. Dios, la familia podía ser
tan molesta. Cuando no respondí, continuó—: Escuché que
te interesaste en la decoración.
Le lancé una mirada fulminante a Vasili. Él y su bocota.
¿O fue su mujer la que me delató?
—¿Quieres que redecore tu sala? —Ofrecí
perezosamente—. Puedo empezar ahora.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio tan fuerte que
despertó al pequeño Kostya. Los ojos de todos se dirigieron
hacia nosotros, curiosos por saber qué era tan gracioso.
Alexei dio cinco pasos hasta el corralito y levantó al
niño.
—¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó Isabella, la mujer
de Vasili.
—Sasha se ha ofrecido a redecorar hoy nuestra sala —
respondió Alexei con su voz llana.
—Oh. —Los ojos oscuros de Isabella se encontraron con
los míos—. No sé si hoy es un buen día, Sasha.
—¡Mejor nunca! —intervino Vasili—. No dejes tu trabajo
regular.
El teléfono de Juliette sonó y exclamó con una sonrisa de
oreja a oreja:
—Killian manda saludos. Branka y él van a pasar la
Navidad juntos, con los Corbin y Alessio.
Una fría furia recorrió mi espalda, pero la oculté. Alisé
una arruga inexistente de mi traje.
—La Navidad en New York es un espectáculo digno de
ver.
—Oh, no están en New York —respondió Juliette—. Se
están congelando las pelotas en Canadá.
Entonces también me congelaría las pelotas.

Fiel a mi plan, era Nochebuena y me estaba congelando las


pelotas en Montreal.
Por el amor de Dios.
A este paso, vería la casa de Alessio más que la mía. Tal
vez debería ofrecerle comprarla. Aunque considerando que
su mujer estaba atrapada en Afganistán, probablemente no
era un buen momento.
Esperaba que ya estuviera en casa. Por el bien de
Branka y de su hermano. Todavía tenía algunos amigos de
mi época militar, pero entrar en ese país en ese momento
era un rotundo no.
¡Demonios!
Esperaba que la mujer siguiera viva. Más le valía. No
quería ver el corazón de Branka destrozado.
Desde el tejado de la casa de huéspedes, preparé mi
equipo y observé cualquier movimiento a través del visor.
En primer lugar, el dormitorio de Branka.
Menos mal que estaba vacío. Luego, la sala de estar. La
habitación de Alessio. La habitación del niño. Todo estaba
vacío.
—¿Esa mocosa...? —Entonces me di cuenta.
Probablemente estaban en la residencia Corbin.
Sin embargo, seguí sin moverme. Me senté, mirando a
través de la lente del rifle y poco a poco un plan comenzó a
formularse en mi mente.
Tenía una deuda que cobrar.
Y mi Kotyonok tenía hasta su boda para elegir
sabiamente.
Si no, lo haría por ella.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
SASHA

L os gritos desgarraron mis sueños, despertándome.


Me levanté de la cama de un salto. Mis ojos se
movían de derecha a izquierda, desorientados. Mi
aliento enturbiaba el aire. En nuestra casa de Rusia
siempre hacía frío, por muchas chimeneas que tuviéramos
encendidas.
No había nadie.
Tal vez lo soñé.
Pero, aun así, no me moví. Vasili dijo que teníamos que
estar en alerta. Había gente que nos quería muertos, y
siempre teníamos que estar preparados. De pronto,
escuché un ruido.
Algo cayó.
Cristales rompiéndose sobre el mármol. Sonaba como si
montones y montones de platos chocaran contra el suelo.
—¡Lo odio! —La voz de mi madre era histérica.
Me levanté y corrí hacia la puerta. Alguien tenía que
estar atacándonos si mamá estaba gritando. Salí de mi
habitación y la encontré caminando de ida y vuelta por el
pasillo, con el cabello alborotado, los ojos desorbitados y la
pequeña Tatiana en brazos, gritando a pleno pulmón.
Y todo el tiempo seguía murmurando.
—No me quiere. Nunca seré suficiente. No me ama.
Nunca seré suficiente.
No entendí sus palabras ni a quién se refería.
—¡Mama! —grité.
Dejó de caminar y sus ojos desorbitados me miraron.
Tenía el cabello rubio. Igual que Vasili y yo. Igual que mi
padre. No obstante, su tono era diferente al nuestro.
—Sasha, vuelve a tu habitación. —Permanecí en mi sitio.
Sus ojos se dirigieron hacia mí, algo desquiciado en ellos.
Odio. Repugnancia. Ira. Nada de amor—. Me miras con los
ojos de tu padre. Puedo verlo en ti.
Parpadeé, inseguro de si aquello era bueno o malo. No
me gustaba enfadar a mi madre, pero a veces ocurría tanto
si decía algo como si no. Me pasaba más a mí que a Vasili.
Tal vez porque hubo un periodo en el que la felicidad era
solo de ellos tres.
Vasili dijo que no tenía nada que ver con eso, pero no
entendía qué otra cosa podía ser.
—¿Dónde está Papa? —demandé saber.
—Siempre estás hablando de Papa. No te ama. —Se rio,
moviendo a la bebé bruscamente entre sus manos—. No me
ama. No te amo. Damos vueltas y vueltas.
Algo afilado me atravesó el corazón. Me froté el pecho.
Aunque no lloré. Ya era un niño grande.
Mamá cambió bruscamente a la bebé a su otro brazo. Mi
corazoncito se asustó. Sabía que era fácil hacerles daño a
los bebés. No quería que le hicieran daño a mi hermanita.
Quería protegerla. Vasili y yo la cuidaríamos de todo el
mundo.
—¿Dónde está Papa? —repetí, ignorando el dolor en mi
pecho.
—Está persiguiendo a su putita y a su bastardo —siseó.
No sabía lo que eso significaba, así que me quedé mirando
a mi madre—. No importa lo que haga o le dé, sigue
persiguiendo a su puta.
—Padre es bueno —dije, mirándola fijamente.
Sus labios se curvaron con disgusto.
—Eres igual que él. Inútil.
Fruncí las cejas. Mi padre no era un inútil. Estaba
ocupado cuidando de muchos hombres bajo su mando. Para
asegurarse de que todos tuvieran comida en la mesa y un
techo sobre sus cabezas. Eso era lo que Vasili me explicó.
Sacudió la cabeza.
—Trajiste una maldición a nuestra familia, Sasha. No
fuiste suficiente. Buscó a otra mujer, porque estaba
ocupada con tus constantes llantos y quejidos. —Bajó la
mirada hacia Tatiana—. Igual que esta bebé. Siempre
llorando. Siempre quejándose. —Sus ojos volvieron a mí y
el odio que había en ellos fue como un puñetazo en el
estómago. Sin darme cuenta, di un paso atrás como si me
hubiera golpeado—. No puedes ser amado. Ninguna mujer
te querrá. Igual que tu padre. No puede ser amado.
—Pero tú lo amas —señalé en voz baja.
—Nunca es suficiente —murmuró mamá mientras
empezaba a caminar de nuevo—. Nunca es suficiente. No
me ama. Nunca seré suficiente. No puedes hacer que
alguien sea tuyo.
Mama daba vueltas y vueltas, murmurando para sí
misma. Y mientras tanto, Tatiana no paraba de gritar. Se
estaba poniendo roja y temí que le explotara la cabeza.
De repente, ella se detuvo y levantó a la bebé como si se
dispusiera a lanzarla por los aires. Se me cortó la
respiración. Me palpitaba la cabeza. Me escocían los ojos.
—¡Mama! —exclamé, asustado de que algo la hiciera
estallar en cólera. Últimamente sucedía con más
frecuencia.
Con mi hermanita todavía en lo alto de la cabeza de
mamá, los gritos agudos llenando el aire, los ojos de mamá
bajaron hacia mí.
—Dame a Tatiana —dije roncamente—. Le daré el
biberón.
Los ojos de mi madre se encontraron con los míos y me
sostuvieron la mirada. Recé para que ahora viera a Vasili y
no a mí. Nos parecíamos bastante físicamente.
Me odiaba. Pero amaba a Vasili.
Un latido. Otro más. Entonces finalmente bajó los
brazos. Contuve la respiración, con el pulso zumbándome
en los oídos. Extendí las manos lentamente. Había nacido
hacía solo unas semanas. No era tan bueno como Vasili
para sostener a una recién nacida.
En cuanto el cálido cuerpecito de Tatiana se acercó a mí,
la agarré y la estreché contra mi corazón. Seguía llorando,
aunque no era tan agudo como hacía unos segundos.
—Nunca seré lo bastante buena —musitó mamá. No
entendía nada de lo que decía. Daba igual que lo dijera en
ruso o en inglés. Divagaba como una lunática—. Igual que
tú nunca has sido suficiente.
Sus ojos se encontraron con los míos y su rostro se
retorció de rabia. Me puse en guardia y abracé a la bebé.
Empezó a andar, pero en lugar de venir hacia mí, pasó a mi
lado. Fue entonces cuando me di cuenta de la dirección.
El balcón.
La seguí, con un miedo helado apretándome el corazón.
—¿Mama? —No hubo respuesta. Abrió las puertas, el
aire congelado del invierno al instante trajo el frío en
nuestra casa—. ¿Mama? —Lo intenté de nuevo.
Miró por encima de su hombro. Tenía la vista perdida y
enloquecida.
—Voy a saltar, Sasha.
—No, Mama —pedí en voz baja—. No, por favor.
Se carcajeó, enloquecida, con el cabello al viento. El año
anterior se lo había teñido de castaño, no obstante, cuando
a papá no le gustó, se lo volvió a cambiar. El color no era el
mismo que antes. Era más apagado. Como sus ojos.
—Por favor, Mama. Quédate. —Le tendí una mano,
mientras seguía sujetando a Tatiana con la otra—. Quédate
por mí. Me portaré bien.
—Nunca serás lo suficientemente bueno. No para mí. Ni
para tu padre. Ni para nadie. Nadie se quedará por ti.
Mejor que te acostumbres ahora, Sasha.
Dio un paso adelante y su cuerpo voló por los aires,
cayendo con un fuerte golpe sobre nuestro patio.
El aire se llenó de gritos y chillidos. Se me hizo un nudo
en la garganta.
Sin embargo, lo único que hice fue agarrar el biberón y
alimentar a Tatiana.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
BRANKA

L a boda de mi hermano no fue un evento apoteósico, pero


el amor que se respiraba era difícil de pasar por alto.
No había dos personas en este planeta que se lo
merecieran más. Cuando Autumn se quedó atrapada en
Afganistán, mi hermano estuvo a punto de perder la
cabeza. No obstante, nunca se rindió. La rescató, junto con
la ayuda de su medio hermano y Sasha. De todas las
malditas personas, Sasha Nikolaev ayudó a salvar a mi
mejor amiga. Así que grabar mis iniciales con una navaja
en su corazón estaba fuera de discusión.
Me senté con Killian mientras los novios recitaban sus
votos, la suave brisa recorría el jardín. Las palabras apenas
se oían, como si Alessio y Autumn se hubieran olvidado del
mundo que los rodeaba. Eran solo ellos dos, haciéndose
promesas. Y sé que las cumplirían.
Conocía a mi mejor amiga. Conocía a mi hermano aún
mejor.
Aunque me hubiera gustado que se casaran más cerca
de casa. Kioto en mayo era todo un espectáculo. Japón en
general era magnífico, pero seguía luchando contra el
jetlag y el cansancio. Y luego estaba el tema de los ojos azul
pálido que me quemaban la espalda. No necesité darme la
vuelta para saber a quién pertenecían.
Sasha Nikolaev.
Esperaba que la familia Nikolaev no fuera invitada. Mi
mejor amiga dijo que sería una boda pequeña. No había
nada pequeño en esa familia. Y Autumn no podía olvidar
que Sasha no dudó en ayudarla y sacarla de Afganistán.
Pero eso no era importante. Fruncí el ceño. La única que no
estaba presente de la familia Nikolaev era la hermana,
Tatiana. Me preguntaba por qué. Parecía improbable que
dejaran atrás a ninguno de sus hermanos.
Suspiré. De todas formas, no me importaba. Ya tenía
bastantes problemas que resolver.
Mis ojos se movieron a nuestro alrededor. Las montañas
nos rodeaban, la suave corriente del río zumbaba en la
distancia y el aroma de las flores de los cerezos perfumaba
el aire.
¿Quién demonios iba a saber que Autumn y Alessio ya se
acostaban desde aquel entonces?
Vi a mi mejor amiga sonreírle a mi hermano mayor y se
me apretó el corazón. Había conseguido su feliz para
siempre. Se lo merecía más que nadie que hubiera
conocido. Me parecía que nunca lo había visto tan
rebosante de alegría y eso me hizo feliz.
Girando la cabeza hacia Killian, lo observé. ¿Me miraría
alguna vez como Alessio a Autumn? Ese gesto obsesivo y
posesivo que te calaba hasta los huesos. Sabía la respuesta
en el fondo de mi estómago, aunque no me atrevía a
admitirlo.
Inhalé profundamente, dejé que el oxígeno llenara mis
pulmones y luego exhalé lentamente.
Cuando me casara con Killian, el apellido Russo
terminaría. No quedaría nada de mi padre. Solo polvo y
huesos. En el cementerio de la vieja mansión Russo.
Odiaba ese maldito lugar. No heriría mis sentimientos si
terminara reducido a cenizas.
Se pronunciaron los votos. El primer beso como marido
y mujer. El primer baile estaba en marcha cuando me dirigí
a la zona apartada junto a la mesa del buffet,
mordisqueando un trozo de cangrejo. Al menos esperaba
que fuera cangrejo.
Observé a los Ashford, los DiLustros, los Nikolaev y los
amigos de mi hermano. Si había algo parecido a una
extraña alianza, era eso.
Sin embargo, todos tenían algo en común. Su deseo de
proteger a su familia a toda costa.
Cuando se trataba de sus seres queridos, ejercían la
brutalidad, la corrupción y la tortura. Mis padres no
hicieron eso. Mi madre estaba demasiado arruinada y mi
padre era demasiado cruel.
Mis ojos recorrieron la multitud y no pude evitar echarle
miradas furtivas a Wynter Flemming. Bueno, Wynter
DiLustro ahora.
A regañadientes, tuve que admitir que era hermosa. Su
esposo, Basilio DiLustro, no podía quitarle las manos de
encima. Me recordó un poco a Nico Morrelli y su esposa.
Malditas parejas cachondas. Sasha estaba con Basilio, los
dos discutiendo algo bastante acaloradamente.
Como si percibieran mis ojos sobre ellos, ambos se
volvieron para mirarme. Me giré rápidamente, dándoles la
espalda. Quería pasar por esta boda sin ningún
contratiempo. Después de esto, no tendría que volver a ver
a Sasha.
—¿Estás bien? —La voz de Killian llegó desde atrás.
Inhalando hondo por la nariz y exhalando por la boca,
me alisé el vestido rojo de sirena con una profunda V en la
espalda. Se amoldaba perfectamente a mi piel, mostrando
mis curvas. No es que me importara mostrarlas. Por
primera vez en mucho tiempo, deseé unos jeans y una
sudadera unas cuantas tallas más grande. Quería
esconderme, en lugar de que me vieran.
Todo por culpa del satanás de pálidos ojos azules.
Forzando una sonrisa en mis labios, moví mi cuerpo para
mirar a Killian.
—Perfecta —mentí.
Sus ojos azul oscuro, que a veces casi parecían negros,
me estudiaron, pero no dijo nada.
Mi mano rodeó mi muñeca, agarrándola con fuerza. El
dolor palpitaba en aquella zona, donde había sido quebrada
tantas veces. Aunque ese dolor solo era un recordatorio:
era una superviviente.
—Bonito peinado —felicitó Juliette, la hermana de Killian
—. ¿Lo llevarás así para tu boda?
Llevaba el cabello elegantemente recogido a la altura de
la nuca y el maquillaje era más atrevido de lo habitual:
labial rojo, grueso delineador de ojos y tanto rímel que me
pesaban las pestañas.
—No estoy segura —contesté vagamente.
La verdad era que apenas había empezado con los
preparativos de la boda. Autumn y su madre no dejaban de
insinuarlo y finalmente tomaron cartas en el asunto.
Juliette era... interesante. A diferencia de su hermano,
quien siempre parecía tranquilo, ella era una bomba a
punto de explotar. Tenía temperamento.
—¿De qué no estás segura? —La voz de Autumn llegó
desde un lado.
—El peinado para la boda —repliqué.
—Ah. —Su mirada lo decía todo. Ni siquiera había
elegido un vestido, ni hablar del cabello—. Tenemos un
poco de tiempo para decidir. —Me ayudó.
Con razón la amaba. Lo mejor, se había convertido
oficialmente en mi hermana.
—Felicidades —expresó Juliette—. Parece que es la
temporada de bodas. Davina, luego Wynter, ahora tú,
después Killian. No sé si podré aguantar mucho más.
Me mordí el interior de la mejilla para no reírme a
carcajadas.
Wynter e Ivy se unieron a nosotros en ese momento.
—Aguantaras más de eso y te gustará —declaró Ivy—.
Deja de ser una grinch de bodas.
—No soy una grinch de bodas —respondió a la defensiva
—. Además, tienes que admitirlo. Es todo un alboroto para
nada.
Wynter sonrió.
—No es por nada. Dos seres humanos se juran amor y
devoción por el resto de sus vidas.
Una extraña sensación me oprimió el pecho, pero la
ignoré.
—¿Y cuando la vida se acaba? —preguntó Juliette—.
Tanto para el marido como para la mujer. ¿Cómo sigues
adelante?
—Bueno, sigues con la certeza de que él o ella querría
que siguieras adelante y fueras feliz.
Fruncí el ceño.
—No lo haría. —Todos me miraron como si me hubiera
crecido otra cabeza.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Ivy.
—No me gustaría que siguiera adelante —refunfuñé—. A
la mierda con eso. Exigiría que se metiera en el maldito
ataúd conmigo. Juntos para siempre, en la vida o la muerte.
El silencio se hizo ensordecedor y una espesa tensión
impregnó el aire.
Fue Juliette quien rompió el silencio estallando en
carcajadas.
—¡Me gusta! —Rio a carcajeos, sujetándose el estómago
—. Métete en el maldito ataúd. —Se le caían las lágrimas de
tanto reír—. Mi hermano está condenado, demonios.
Autumn puso los ojos en blanco.
—De alguna manera creo que Juliette y Branka no
deberían quedarse a solas juntas.
—Juliette a solas con cualquiera es algo peligroso —
comentó Davina al unirse al grupo justo cuando Dante
DiLustro se dirigía hacia nosotros.
Juliette se puso rígida.
—Disculpen —murmuró y desapareció tan rápido como
sus piernas pudieron llevarla.
Wynter, Ivy y Davina compartieron una mirada y luego
fueron tras ella.
Autumn y yo compartimos una mirada.
—¿Crees que lo está evitando? —indagué. Así como yo lo
hacía con Sasha.
—Nunca lo habría imaginado —comentó con sarcasmo.
Mi mano se acercó a su vientre.
—¿Cómo está mi sobrina?
Se le escapó una risa ahogada, sin embargo, sus ojos
brillaban como estrellas contra el cielo nocturno.
—Está creciendo. Deseando conocer a su tía.
Sonreí.
—Lo mismo digo. Voy a mimarla mucho.
Autumn gimió, pero antes de que pudiera protestar, Kol
corrió desde el otro lado de la pista de baile y se lanzó a
mis brazos.
—¡Voy a ser un piloto! —anunció.
Arqueé la ceja, divertida.
—Oh, ¿pensé que eras un pintor ayer?
—Oh, también lo seré.
—¿Y por qué un piloto? —curioseé.
Kol miró detrás de él y señaló con el dedo. Seguí la
dirección hasta el lado opuesto de la pista de baile, donde
estaba Sasha, con las manos en los bolsillos del traje. Su
expresión era cautelosa, pero sus ojos ardían con llamas
azules.
—Sasha dijo que los pilotos pueden ir a cualquier parte
del mundo. Un piloto llevó a papi y a él a las montañas
donde salvaron a Mama.
Sacudí la cabeza. ¿Acaso no sabía que no debía
recordárselo a un niño? Le lancé una mirada fulminante y
me di la vuelta dejando que me hiciera un agujero en la
espalda.
—Puedes ser lo que quieras, amigo —le dije a mi
sobrino. Con una sonrisa, se puso en marcha y lo vi saltar
hacia su padre. Alessio lo levantó en el aire y lo sentó sobre
sus hombros, mientras Kol reía alegremente.
Dios, era tan bueno ver a mi hermano mayor feliz. No
sonreía ni reía, no obstante, se le notaba en la forma en que
observaba a su mujer y a su hijo. Cada vez que miraba a
Autumn, temía por cualquiera que se atreviera a
interponerse entre él y su familia.
En los ojos de mi hermano persistía una mirada llena de
algo volátil y crudo que me recordó algo. O más bien a
alguien.
Fue como un puñetazo en el estómago. Me dejó sin
aliento.
Nunca tendría eso con Killian.
Mis ojos se desviaron hacia mi prometido. Estaba con
Cassio y Alexei, los tres hablando. Cassio llamó a Alessio y
mi hermano se unió a ellos mientras su mirada buscaba a
Autumn. El suave calor de sus ojos podría fácilmente
incendiar toda la isla con la intensidad de sus sentimientos.
—Me parece que necesitamos una manguera para
refrescar este lugar —agregué, poniendo los ojos en blanco.
Autumn se rio suavemente, apartando la mirada del
hombre de sus sueños. Sus ojos color avellana se dirigieron
a mí, observándome. Viendo demasiado.
—¿Estás bien? —Sus dedos rodearon mi muñeca
suavemente, sosteniendo mi mirada.
—Sí. —No.
Mis ojos buscaron sin querer a Sasha, que estaba con
Wynter y su marido. Si las miradas mataran, estaría
muerta. ¿Estaba mal? Sí. ¿Estaba celosa? Obviamente,
aunque no se lo admitiría a nadie. Haría que casarse con
Killian fuera un error.
Una risa melodiosa flotaba en el aire, junto con la suave
melodía de alguna canción que repetía la letra de Killing
Me Inside. Una oleada de celos se encendió en mi pecho y
odié esa sensación. Detestaba la rabia que sentía en mi
interior y que me exigía que le arañara la cara. Solo
mostraba mis malditas inseguridades. Sí, mis cicatrices
habían desaparecido, pero las inseguridades formaban
parte de mí, estaban arraigadas en mi carne.
Las dos manos de Autumn llegaron a mis hombros y me
giró para que quedáramos frente a frente.
—No eres feliz —murmuró en voz baja. Sonreí a la
fuerza, sin querer añadir algo más—. Quiero verte feliz.
—Soy feliz. —Lo suficiente.
Mis ojos parpadearon hacia él. Killian era un buen
hombre. Un hombre muy atractivo. No correría el riesgo de
quedarme sentada en casa, esperándolo, mientras él
perseguía a otras mujeres por todo el mundo. Sasha se
acercó a Killian, y no pude evitar fulminarlo con la mirada.
¿Por qué diablos tenía que venir?
—¿Qué te parece su familia? —indagó Autumn en voz
baja—. Su hermana parece agradable.
Me encogí de hombros.
—No están mal, pero me agradan más los tuyos.
Una suave sonrisa apareció en sus labios.
—Somos únicos y tú eres parte de nuestra familia, así
que no es mía, es nuestra familia. —Autumn siempre me
hizo sentir parte de ella. Los amaba; sabía que me amaban.
No obstante, ciertos fantasmas eran difíciles de quitar. Con
el tiempo se darían cuenta de lo dañada que estaba. ¿Me
seguirían queriendo?
—Wynter parece agradable —comentó Autumn en voz
baja—. ¿Quieres que la mate?
Mi cabeza se giró hacia mi mejor amiga.
—Pensé que habías dicho que parecía agradable.
Se encogió de hombros.
—Bueno, hizo infeliz a mi mejor amiga así que...
Se me escapó una risa ahogada.
—Se te están pegando las manías de Alessio. ¿Dónde
está mi mejor amiga que siempre quiere la paz mundial?
Un camarero con una bandeja pasó junto a nosotras y
agarró el vaso de zumo de arándanos. Alessio se aseguró de
que hubiera suficiente, ya que era lo único que Autumn
podía tolerar durante su estado.
Se lo llevó a los labios y se detuvo.
—Sigo queriendo la paz mundial —replicó—. Y tu
felicidad.
—Tal vez deberíamos dejarla calva —musité con ternura
—. Todos esos rizos dorados podrían ser utilizados por otra
persona. Tiene piernas, ¿qué más necesita?
Autumn y yo nos miramos y soltamos una carcajada.
Siempre amenazábamos a las chicas con afeitarles la
cabeza si nos hacían enfadar.
—¿Qué es tan gracioso? —Una voz grave vino de detrás
de nosotros. Se me paró el corazón. Aroma cítrico.
Jesucristo, no podía soportar lo mucho que me provocaba
su colonia. Tragué saliva, decidida a ignorar todos esos
deseos que acechaban en lo más profundo de mi corazón.
Estaba a punto de recuperarme de un caso grave de Sasha
Nikolaev.
Seguí sin mirarlo. Sabía lo fácil que era que esos ojos
azul pálido se apoderaran de mí y se aferraran con fuerza.
Hasta que avanzara en mi recuperación, evitaría mirarlo.
—Nada —contestó finalmente Autumn—. ¿Cómo estás,
Sasha?
—Bien. —Sus ojos se dirigieron a su vientre—. ¿El bebé
crece sano?
Autumn sonrió suavemente, frotándose la panza con la
mano.
—Sí. Lo está haciendo de maravilla. Es fuerte como su
tía.
Sentí los ojos de Sasha clavados en mí y tuve que luchar
contra un escalofrío. Dios, debería existir Sasha Anónimos
para ayudarme a recuperarme de esta adicción.
—Es fuerte —confirmó. Lo miré por debajo de las
pestañas, incapaz de resistirme. Las aguas azules del Ártico
no tenían nada que envidiarles a los ojos de Sasha. Su
mirada quemaba y encendía chispas bajo mi piel—. ¿Qué tal
un baile, Kotyonok?
Forcé una sonrisa, pero seguí sin mirarlo de frente.
—No, gracias.
—Es solo un baile.
Kol corrió por la pista de baile y me tomó de la mano,
riendo y diciendo algo muy emocionado, aunque no pude
captar bien las palabras por el zumbido de mis oídos.
Me arrodillé, ignorando la gran sombra que me
observaba como si estuviera dispuesto a consumirme en su
propia locura.
Sasha Nikolaev me arrastraría a su oscura psicopatía y
luego dejaría que me ahogara si no mantenía la guardia
alta. Ya había sacado a relucir partes de mí que no sabía
que existían.
—¿Qué ha sido eso, amigo? —le pregunté a mi sobrino.
—Papi dijo que bailara contigo —murmuró Kol, luego se
inclinó más cerca y me susurró al oído—: Dijo que te
salvara.
Mis ojos recorrieron el espacio hasta encontrar la oscura
mirada de Alessio en la sombra que se cernía sobre mí.
Hmmm, tal vez Sasha y Alessio tuvieron una pelea. Aunque
creería que se había resuelto, ya que Sasha ayudó con el
rescate de Autumn.
—Me encantaría bailar contigo.
CAPÍTULO TREINTA
SASHA

L a vi dirigirse a la pista de baile con la manita de su


sobrino en la suya.
En cuanto pisaron la pista, empezó a sonar una
canción de rap y observé con diversión los impresionantes
pasos de baile del pequeño.
Branka echó la cabeza hacia atrás y se rio, bailando con
él. Su cuerpo se movía con sensualidad y gracia mientras
sincronizaba los labios con la letra. Todo el mundo los
miraba, incluso otras parejas que bailaban se paraban a
observarlos.
—Suelen bailar juntos —explicó Autumn a mi lado,
observándolos con
ojos húmedos—. Es su canción.
Por fin reconocí la canción. Halsey y G-Eazy o alguna
mierda así.
Al infierno su canción. Mi Kotyonok y yo no teníamos
una canción y la conocía desde hacía más tiempo que a ese
lindo y pequeño diablillo. Dios mío, esta mierda se me
estaba yendo de las manos.
Mis ojos se desviaron hacia Killian, que la miraba bailar.
Le gustaba. Pero no la amaba. No como yo. Matarlo sería
problemático, así que empecé a formular lentamente otro
plan.
Mi obsesión se había convertido en algo que ya no tenía
vuelta atrás. No es que quisiera curarme. Quizás esa era la
diferencia entre los demás y yo. Ellos querían recuperarse,
yo no. Solo la necesitaba a ella.
Quería que me necesitara. Que viviera y respirara solo
para mí.
¿Un poco exagerado? Tal vez. Me importaba poco. Todos
los demás podían irse a la mierda. Esperé siete malditos
años. Era mía y de nadie más.
—Autumn, estoy listo para cobrar.
Lentamente, la novia se movió para poder mirarme. Sus
ojos color avellana se encontraron con los míos. Entendió lo
que quería decir, no obstante, su expresión seguía siendo
vacilante.
Tragó saliva.
—¿Cobrar qué? —inquirió.
—Me debes —dije con calma—. Estoy listo para el pago.
Dirigió una mirada preocupada a Branka y luego fijó su
atención en mí.
—Yo y mi bocota —murmuró. Levanté los labios. Volvió a
centrar su atención en mí—. ¿Qué quieres, Sasha? —
Entonces, antes de que respondiera, continuó—: Y antes de
que vayas demasiado lejos, quiero que entiendas una cosa.
Si le haces daño, la ayudaré a matarte.
Sí, me agradaba, a pesar de su loca e imposible idea de
salvar el mundo.
—Es una advertencia justa.
Mis ojos se desviaron hacia la pista de baile para
encontrar a Branka bailando con aquella desquiciada
Juliette, Killian y Kol, y se me tensó la mandíbula.
Metí las manos en los bolsillos o me arriesgaba a sacar
la pistola y acabar con el idiota. Killian, no el pequeño Kol.
Este último podía vivir, siempre y cuando mantuviera las
manos para sí mismo.
Dios, sabía que llegaría a ese nivel desde el primer beso.
No estaba seguro de si haberme alejado de ella fue lo que
provocó esa loca obsesión. O tal vez ya estaba destinado a
convertirse en una desde el principio.
Desde aquel incidente en el bar, solo podía
concentrarme en ella. Branka Russo. Mi propia tentación.
Una chica a la que quería adorar. La mujer cuya completa
sumisión ansiaba. La imagen suya, de rodillas, mirándome
con esos ojos de plata mientras penetraba su boca, se
reproducía en mi mente. O desnuda en mi cama, con el
trasero levantado y la cabeza agachada, mientras la follaba
hasta el olvido, donde solo yo existía para ella.
Maldita sea, eso no era lo que necesitaba en ese
momento.
El calor se apoderó de mi entrepierna. Apretando los
dientes, aparté las imágenes de mi mente. O me arriesgaba
a perder la cabeza y robarme ese mismo día a la mejor
amiga de la novia. No obstante, a regañadientes tuve que
admitir que no era mala idea. Había sido paciente. Después
de todo, así era como cazaba a mis objetivos. A veces
tardaba un día. Otras, meses. Aunque, el implacable
seguimiento de Branka era mi persecución más larga.
Una amarga diversión me invadió.
Resultó que me parecía más a mi madre psicópata que a
mi padre. No podía dejarla ir. Era mi vicio. Mi adicción. Mi
obsesión.
Y apenas la probé. ¡Jesucristo!
—¿Cuándo y dónde es la boda? —gruñí.
El mero hecho de decir esas palabras me sentó mal.
—¡Dios mío, Sasha! —musitó Autumn, lanzando una
mirada preocupada a su alrededor—. Por favor, dime que
no harás algo estúpido.
—No haré ninguna estupidez. —De hecho, sería lo mejor
que había hecho nunca—. Me lo debes —le recordé, solo
para asegurarme de que entendía que no estaba
bromeando—. Tanto tú como Alessio.
Sus ojos se desviaron hacia Branka, observándola
pensativa. Luego, sus hombros se cuadraron y sus ojos
brillaron con un conocimiento férreo.
—Quiero mucho a Branka —confesó—. Si hay alguien
que merece la felicidad, es ella. ¿La engañaste o no?
—Cumplí mi promesa —respondí entre dientes, molesto
de que me cuestionara—. ¿Y ella?
Entrecerró los ojos.
—No seas un idiota machista —me reprendió—. Eso lo
tiene que contestar ella. —Una expresión preocupada cruzó
su rostro—. Dice que es feliz, sin embargo, son solo
palabras. Por fuera, está bien. Pero por dentro, no.
Necesita... —Hizo una pausa como si no estuviera segura
de cuánto podía decirme—. Necesita más. Más de lo que se
conforma. Si puedes darle más, estaré de tu lado. Si no
puedes, déjala ir. —Me miró fijamente y no pude distinguir
si quería que dejara marchar a Branka o no—. Sé el tipo
honorable en toda esta farsa.
¿Quién demonios había dicho que soy un tipo honorable?
Loco, sí. Pero todo eso no venía al caso. Dejar ir a Branka
no era una opción. Era mía, antes que de nadie más.
—Fecha y lugar de la boda —pronuncié en tono sombrío.
Dejó escapar un fuerte suspiro.
—¿Por qué presiento que se vendrá un gran desastre?
Mis labios se elevaron. Mujer lista. Dos minutos después
tenía fecha, hora y lugar para la boda.
Me arreglé la chaqueta y empecé a marcharme. Pero
antes de irme, me acerqué a Branka, que estaba sola junto
al bar.
Debió de soltarse el cabello, porque le caía por la
espalda, ondulado y rebelde, como ella.
Sus hombros se pusieron rígidos y supe que podía
sentirme detrás de ella. No se molestó en mirar por encima
del hombro. La muy descarada se empeñaba en evitar el
contacto visual.
Era la mujer más perfecta y ni siquiera soportaba
mirarme. Sin embargo, nuestra relación iba a mejorar una
vez que la secuestrara.
Le sonrió al camarero. El desgraciado se puso nervioso y
se ruborizó. Se sonrojó, maldición, aunque antes de que
pudiera devolverle la sonrisa, captó mi mirada.
—A menos que desees morir, piérdete —gruñí,
lanzándole una mirada de tócala y te mataré. Palideció y se
fue corriendo, dejando el bar desatendido.
—Última oportunidad, Kotyonok, de mantener tu
promesa —advertí—. O todo el infierno se desatará antes
de que puedas decir “acepto” al hombre equivocado.
Era el único aviso que recibiría.
Ni muerto dejaría que otro hombre se adueñara de ese
cuerpo. La toqué. La hice gemir y gritar mi nombre. Nadie
acariciaría su piel, excepto yo.
Se encontró con mi mirada reflejada en el cristal detrás
del bar y sus ojos brillaron. Como relámpagos contra el
cielo gris.
Entonces levantó un dedo y me hizo una seña obscena.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
BRANKA

M e apoyé en la puerta de la habitación que pronto


ocuparía mi sobrina. Alessio hizo a mano una cuna
que estaba junto a su cama y la de Autumn en el
dormitorio principal. Para tenerla más cerca durante el
primer mes.
El padre de Autumn insistió en que él era el más
indicado para montar las piezas de la cuna que mi hermano
construyó a mano para su princesita.
—¿Estás leyendo las instrucciones, cariño? —preguntó la
señora Corbin a su marido en un tono exasperado que me
hizo sonreír—. Si no, estaremos en esto una semana.
—Alessio hizo las piezas. Las instrucciones están ahí —
replicó el padre de Autumn, señalando a mi hermano con
una de las piezas que intentaba montar.
—¿Por qué no podíamos tener una cuna normal? —
inquirió la señora Corbin—. Ustedes dos juntos y los
proyectos de madera nos volverán locas. ¿Quizás podría
preparar la cena?
Todos nos enderezamos al mismo tiempo y contestamos.
—No.
El mensaje fue alto y claro. Nada de comida casera de la
señora Corbin. La madre de Autumn era increíble, pero no
sabía cocinar, aunque su vida dependiera de ello. Era
mucho mejor matando que cocinando.
Agitó la mano, exasperada.
—Un pequeño error y te juzgan de por vida.
—Cariño, hubo más de uno. O dos. O tres. No olvides
que la boda de Branka es pronto. No podemos permitirnos
estar enfermos.
Me encogí de hombros. Vomitar podría ser una buena
razón para posponer la boda. O al menos la noche de
bodas.
—Ya pedí la cena —le dijo Alessio a su suegra mientras
una sonrisa elevaba sus labios.
—Gracias a Dios —refunfuñó el señor Corbin y con eso
se ganó un ceño fruncido de su esposa.
Alessio estaba apoyado en el alféizar de la ventana,
vestido con jeans y una camiseta negra, mientras Autumn
estaba sentada en el suelo con Kol, quien le frotaba la
barriga, esperando a que su hermanita se moviera. Ya
podía darme cuenta de que sería un hermano mayor
protector y de que mi pobre sobrina no podría salir
propiamente en citas.
Mis labios se curvaron en una sonrisa. Estaba deseando
verlos crecer. Y que estuvieran felices, seguros y
protegidos. Algo que Alessio y yo nunca tuvimos.
La casa de mi hermano se convirtió en una puerta
giratoria de abuelos, risas de niños, familiares y amigos que
entraban y salían de la mansión. Me alegré por él y por
Autumn, ambos se merecían toda la felicidad que la vida
pudiera darles.
Desde que Alessio recuperó a Autumn, fue como ver un
cuento de hadas desarrollarse ante mis ojos. Me dio
esperanza.
Mi teléfono sonó y lo saqué del bolsillo. Era un mensaje
de texto.

Killian: ¿Quieres algo de Irlanda?


Sonreí. Después de la boda de Autumn en Japón, se
marchó a Irlanda y volví a Estados Unidos. Se ofreció a
llevarme con él, sin embargo, utilicé la excusa de los
preparativos de la boda y de quedarme con Kol mientras
Autumn y Alessio estaban de luna de miel. Así que volví a
Montreal.
Sabía que estaba mal. Debería intentar pasar el mayor
tiempo posible junto a él en lugar de evitarlo. No había sido
más que atento. Pero temía que cuanto más tiempo pasara
con él, más rápido avanzaríamos a la parte física de nuestra
relación.
Me besó. No me disgustó besarlo, no obstante, tampoco
me provocó lo mismo que los besos de Sasha. Y odiaba
haberlo comparado con el engendro de Satanás que me
había seducido.

Yo: el whiskey irlandés más fuerte.

Pulsé enviar, sonriendo. Me pregunté si realmente lo


compraría.
—Mamá, quédate con Kol. —Autumn palmeó un lugar a
su lado—. Puedes ponerte en modo jefa, mientras papá y
Alessio arman la cuna. Quiero repasar algunas cosas de
última hora con Branka para su boda.
Mi boda.
Se acercaba rápidamente. Debería estar encantada. Sin
embargo, no lo estaba.
La verdad, nunca me recordé soñando con casarme.
Tener a alguien loco por mí, sí. Tener sexo increíble, sí.
Pero el matrimonio nunca me atrajo especialmente.
No obstante, Killian era un buen hombre. Mucho mejor
hombre de lo que mi padre nunca fue. O el padre biológico
de Alessio, para el caso.
Aun así, todavía tenía algunas reservas sobre todo el
matrimonio. No por Killian. El tipo era increíble.
—¿Lista? —La mano de Autumn tomó la mía y tiró de mí.
Su largo vestido maxi no disimulaba en absoluto su
barriguita. Tampoco es que intentara ocultarla. Solo le
quedaba un trimestre de embarazo y estaba radiante. No
solo porque estuviera embarazada, sino porque era muy
feliz. Aquellos meses en los que estuvo varada en
Afganistán la cambiaron. Seguía creyendo en salvar el
mundo y a sus habitantes, pero también se negaba a perder
ni un minuto en tonterías.
Nos abrimos paso por la mansión, en lugar de quedarnos
dentro, me arrastró hasta la parte trasera de la casa, donde
estaba la gran piscina.
—¿Es ahora el momento adecuado para nadar? —
reflexioné—. Mientras están esclavizados con la cuna.
Autumn se tumbó en una de las sillas de descanso y la
seguí, estirando las piernas. El sol me calentó la piel y me
volví para mirar a mi mejor amiga, protegiéndome los ojos
del sol.
—Escúpelo, Autumn.
Habían pasado tres semanas desde su boda. Desde la
última vez que vi a Sasha. Intenté no pensar en él. Su gusto
por mí volvió. Aunque no era suficiente. Quería ser su
primera elección. La única elección. No su última elección.
¿Acaso esperaba que saltara y agradeciera su atención?
De todos modos, no importaba. Rompió su palabra y
seguí adelante.
Le hice una promesa a Killian. Nos casaríamos. La
semana siguiente. Me estremecí, deseando que hubiera
más tiempo, pero luego me reprendí rápidamente.
Autumn me observaba preocupada. Llevaba haciéndolo
desde la boda, lanzándome miradas de reojo y
preguntándome si era feliz o no. Le estaba agradecida,
pero deseaba que dejara de preguntarme si estaba bien.
Temía perder la compostura una de esas veces.
—¿Estás segura de que casarte con Killian es la decisión
correcta? —inquirió.
—Sí.
La verdad, no tenía ni idea. Sentía que me ahogaba,
pero no entendía por qué. Mi cerebro sabía que no todos
los matrimonios eran como el de mis padres, sin embargo,
mi corazón desconfiaba.
—Quizá podamos posponer la boda y esperar —sugirió.
—Autumn —gemí, exasperada—. Solo quiero arrancar la
bandita y acabar de una vez.
Me miró con la preocupación dibujada en el rostro.
—Casarse no debería ser como arrancar una bandita.
Dejé escapar un suspiro.
—De acuerdo, comparación equivocada —murmuré—.
Simplemente no puedo esperar a casarme.
—¡Mentirosa! —Me conocía demasiado bien—. Sasha
sigue molestándome sobre ti.
De la nada, me invadió la furia.
—No tiene derecho a molestarte. —La ira y la
indignación corrieron por mis venas—. Rompió su promesa.
Lo último que necesito es a alguien que ni siquiera puede
mantener su palabra.
—¿Estás segura de que ha roto su promesa? —inquirió
en voz baja. Su cálida mirada causó que se me formara un
nudo de emoción en la garganta, un nudo cada vez más
grande, hasta que amenazó con asfixiarme—. ¿Se lo
preguntaste?
—Lo hice. —Esperó—. No lo confirmó ni lo negó, pero
eso es suficiente admisión para mí.
Incliné la cabeza hacia el sol, observando el cielo azul
claro que me recordaba a ciertos ojos azul pálido.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
SASHA / BRANKA
SASHA

—M e debes un favor —le recordé—. Y a Mia.


Jason, un viejo compañero del ejército, me
miraba con expresión de fastidio.
Le había gustado Mia. Ambos servimos en el mismo
regimiento con ella. Pero le falló. Se suponía que debía
vigilarla cuando yo estaba en misiones cortas. Ese día
fracasó, a lo grande. No la ayudó. A diferencia de los otros,
le perdoné la vida. Con una advertencia.
Que me debía un favor. Sin preguntas. Aceptó, a
regañadientes.
Aunque, tal como predijo, vine a cobrarlo en el momento
más inoportuno. Mientras se preparaba para ser enviado a
una misión militar. Sin embargo, podría tomar un pequeño
desvío.
—¿Por qué no puedes ir tú mismo?
Un espeso silencio recorrió la habitación. Sabía lo que
me debía, lo que le debía a Mia. Esos hombres que
atacaron a Mia se lo habían hecho a otra mujer antes que a
ella. Si los hubiera denunciado, la historia no se hubiera
vuelto a repetir. Podría haber seguido viva.
—Porque me lo debes —exigí en tono frío—. Y he venido
hasta Tombuctú para cobrar.
Él sabía que esos imbéciles tenían la mira puesta en
Mia. Siguió vigilando, aunque no lo suficiente. Llegaron a
ella y ahora estaba muerta.
Maté a los hombres que la tocaron. La única razón por
la que perdoné a Jason fue porque a Mia le gustaba, y él no
la había tocado.
Mis ojos recorrieron la propiedad. El tipo lo hacía bien
por sí mismo. Cuatro hectáreas de tierra. Caballos. Casa
estilo rancho de un solo nivel con un porche envolvente.
Acogedor. Lindo. Aburrido.
—Bonito lugar el que tienes aquí.
Entrecerró los ojos.
—¿Estás insinuando algo?
Arqueé las cejas, clavándole una mirada inocente.
—¿Estaba insinuando algo?
Suspiró y supe que estaba a punto de ceder.
—¿Qué demonios quieres que haga con ella?
Le entregué el sobre y sonreí.
—Quiero que le entregues esto en la mano.
—¿De verdad? —gimió—. El pago de la deuda es que sea
tu repartidor.
—Deberías agradecérmelo de rodillas —añadí, mi voz
sonaba antinaturalmente calmada—. Podría haberte exigido
que mataras a alguien por mí.
Agarró el sobre y se dirigió hacia su acogedora casita.
Dos intentos más para hacerla entrar en razón antes de
la boda.
Mi pequeña Kotyonok aprendería que nunca la dejaría
ir.
BRANKA
Una semana para la boda.
La cuenta regresiva era un fuerte tictac en mi cabeza.
Tictac.
Estaba sola en la mansión. Otra vez. Alessio, Kol y
Autumn se quedaron en el penthouse, después de visitar a
los padres de mi amiga. Curiosamente, opté por quedarme
en casa. Sola.
La extraña mirada de Alessio no se me escapó.
Normalmente me disgustaba no estar acompañada. Lo
odiaba, pero la verdad era que desde que papá había sido
enterrado dos metros bajo tierra, ya no temía. Sin embargo,
ese dolor sordo en el pecho y esa añoranza seguían
presentes.
Deambulando de habitación en habitación, como
despidiéndome, mis dedos barrieron ligeramente los
muebles. Aún recordaba aquellas primeras semanas cuando
me mudé a la mansión. Alessio me salvó, como sabía que lo
haría. Aunque a veces me preguntaba si no habría vuelto
demasiado tarde.
La crueldad de mi padre ya me había arruinado. Me
había marcado.
Tenía que ser la razón por la que sentía cosas por Sasha
que nunca había sentido con nadie más. Tal vez nunca
estuve destinada a ser el todo para alguien. Killian nunca
me miraría como Alessio miraba a Autumn. Aunque,
tampoco me trataría como mi padre trató a nuestra madre.
Las tablas del suelo crujieron detrás de mí y me di la
vuelta, encontrándome cara a cara con un hombre.
Tenía un aura sofisticada. Camisa y pantalones de
diseñador. Alto. Hombros anchos. Rasgos afilados. Treinta
y tantos. Corte militar.
—¿Quién eres? —demandé saber.
Nuestras miradas se cruzaron, mientras mi cerebro
trabajaba evaluando mis opciones. Alessio solía guardar
una pistola en su escritorio, sin embargo, no estaba lo
bastante cerca como para alcanzarla. Al cuchillo, en
cambio, sí podría llegar.
—Un tipo pagando una deuda —refunfuñó, haciendo un
gesto de impaciencia.
El guardia de Alessio apareció por fin y no pude evitar
poner los ojos en blanco. Llegaba tarde. Si ese tipo hubiera
venido a matarme, ya estaría muerta.
—¿Puedes explicarme a qué te refieres con lo de la
deuda? —exigí.
Permaneció callado un rato, estudiándome.
—Te pareces mucho a tu hermana.
Los latidos de mi corazón se detuvieron un segundo
antes de reanudar su acelerado retumbar.
—¿Conocías a Mia?
Asintió.
—Éramos amigos.
—¿Amigos?
—Sí.
Mi mirada se desvió hacia el guardia.
—Todo en orden —le avisé, despidiéndolo—. Puedo
encargarme de él.
Esperé a que se fuera para volver a centrarme en el
invitado.
—¿Qué haces aquí? —requerí saber.
—Devolviéndole un favor a un amigo en común —
respondió.
Me burlé.
—Dudo que tengamos amigos en común.
La diversión pasó por su expresión.
—Este amigo es una molestia.
Fruncí el ceño.
—¿Qué amigo?
—Sasha Nikolaev.
Sacudí la cabeza con incredulidad.
—¡Vete a la mierda! —murmuré, aunque estaba de
acuerdo con su sentir. Sasha era una verdadera molestia—.
¿Cómo lo conoces?
—Lo creas o no, servimos juntos.
—¿En el ejército? —Sasha Nikolaev estaba lleno de
sorpresas.
—Sí. —Se acercó un paso y me entregó un sobre—.
Quería que te diera esto.
Vacilante, lo tomé y abrí la nota. Era corta y nada dulce.
Recuerda tu promesa, Kotyonok. Y lo dejaré vivir.
—De acuerdo, ya he hecho lo mío —anunció—. Me voy
de aquí. Ahora mismo debería estar en Medio Oriente. No
en Canadá.
Se dirigió hacia la puerta cuando se me ocurrió una
idea.
—Oye, ¿puedo pedirte un favor?
Se dio la vuelta, observándome con expresión cautelosa.
—¿Qué clase de favor?
Esta vez sonreí con picardía.
—Del tipo que hará que Sasha Nikolaev piense que te
maté.
Era lo más parecido a grabar mis iniciales en el corazón
de Sasha.
Se le escapó una risa ahogada.
—Engañar a Sasha. —Soltó una corta risa—. Me apunto.
Dime qué tienes en mente.
Me froté las manos.
—No te vuelvas a comunicar con él. —Era difícil ocultar
mi petulancia—. Voy a comprar un corazón y enviárselo al
engendro de Satanás con una notita.
Debería haber sabido que el mafioso psicópata se
tomaría la amenaza de mala manera.
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
BRANKA

—¿Recuerdas nuestra última salida a The Eastside Club?


—Se rio Juliette. Autumn y yo estábamos de pie
junto al bar, esperando nuestras bebidas. Basilio DiLustro
era el dueño de The Eastside, aunque por lo que tenía
entendido Liam Brennan lo era desde el año pasado.
—¿Crees que Bas atrincheró la caja fuerte? —se burló
Davina.
Wynter, Davina, Ivy y Juliette soltaron una carcajada.
Eran más jóvenes que Autumn y yo, así como las demás
mujeres que habían venido a mi despedida de soltera.
—Dijo que ya no guardan efectivo ahí —comentó Wynter.
Autumn y yo compartimos una mirada confusa. Las
cuatro chicas se rieron y Davina, la jovencísima esposa de
Liam, debió de darse cuenta de nuestra confusión.
—Robamos la caja fuerte de aquí hace un año —aclaró.
—Oh.
—Sí, las tres movimos nuestros traseros en el bar —
agregó Juliette secamente—. Como distracción, mientras
Davina estaba siendo atrapada allí. Ella y mi padre
probablemente estaban jugando al papá y a la mamá. O
armaron algún espectáculo de fenómenos sexuales.
Autumn escupió su bebida sin alcohol sobre mí mientras
las chicas ponían los ojos en blanco. Gruñí, agarré
servilletas del bar y me limpié el brillante vestido corto.
—No le hagas caso a Jules —sugirió Wynter—. Todavía
está resentida porque Davina no reveló enseguida que
éramos unas malas ladronas. —Le lanzó una mirada a la
mencionada—. Y, sobre todo, está enfadada por haber
entrado en el radar de Dante.
—¡Dante puede irse a la mierda! —exclamó Juliette.
—Estoy segura de que preferiría cogerte —añadió Ivy,
con un tono seco como la ginebra—. Solo estás haciendo la
persecución más emocionante para él.
—Quizá le encanta que la persigan. —Wynter rio entre
dientes, estudiando a su prima con una mirada de
complicidad—. Jules le habló sucio al pobre Dante y le salió
el tiro por la culata. Resulta que la boca sucia y la
imaginación de él son peores que las suyas.
—Esos dos nunca serán niñeras de mis hijos —afirmó
Davina, manteniendo a duras penas la cara seria—. Si no,
tendré que lidiar con adolescentes cachondos.
Juliette las fulminó con la mirada, mientras las demás se
reían tanto que creían que se iban a mear encima. De
hecho, Ivy se excusó y corrió al baño.
Autumn y yo sonreímos, entretenidas. Wynter y sus
amigas eran bastante graciosas. Un poco imprudentes por
lo poco que había oído. Pero podía ver su atractivo. Seguía
queriendo arañar la bonita cara de Wynter, aunque de mala
gana tenía que reconocer que ya no me entusiasmaba tanto
la idea. Así que lo dejaría pasar por mantener la paz.
—Entonces, ¿te gusta Dante? —le pregunté a Juliette—.
¿Será mi cuñado?
—Maldición, no —refunfuñó—. No hay nada de él que
me guste.
La expresión de las caras de sus amigas me decía lo
contrario, pero no la cuestioné. Todos podemos tener
secretos.
—¿Por qué rayaste su coche y rompiste las ventanas? —
Davina indagó—. Solo lo atrajiste más.
La expresión de Juliette se ensombreció.
—Porque el desgraciado me besó. —Se hizo el silencio y
continuó—: En un armario de suministros.
Davina y Wynter estallaron en carcajadas. Los rizos
dorados de Wynter caían en cascada sobre sus hombros.
Estaba muy bella, con un vestido dorado corto. La chica
atraía miradas de todas partes, no obstante, era ajena a
ello. Para el único que parecía tener ojos era para su
oscuro y melancólico esposo, Basilio DiLustro.
Killian insinuó que Basilio había secuestrado a Wynter y
forzó la cuestión del matrimonio hacía solo cuatro meses
más o menos. No parecía muy disgustada por ello.
—¿Dónde hubieras preferido que te besara? —cuestionó
Davina, con la voz llena de humor.
—No en un armario de suministros.
—¿Así que te gustó el beso?
—No —contestó entre dientes. Incluso en el oscuro bar,
pude ver el profundo rubor de Juliette. Pobre chica.
—Le habría rajado las llantas —dije para ayudarla—. O
tal vez su miembro.
Juliette sonrió y agarró una botella del bar.
—Mi cuñada sabe de lo que hablo. —Sirvió dos vasos y
me dio uno—. Hasta el fondo, hermanita.
Las dos nos tomamos nuestras bebidas y tosí de
inmediato.
—¿Qué demonios es esto?
—Whiskey irlandés. —Juliette chocó nuestros vasos—.
No puedes saborearlo. Lo bebes como si estuvieras
sedienta.
Y lo hice. Ese vaso y el siguiente.
—Despacio, Branka —advirtió Autumn—. Tu boda es
mañana.
Las luces se atenuaron y, súbitamente, todo el bar
tembló. Salté hacia atrás y me encontré con cuatro
bailarines masculinos a medio vestir sobre el bar.
De repente, todo el bar se alborotó. Todas las mujeres,
algunas conocidas y otras desconocidas, miraban fijamente
a los hombres en el improvisado escenario del bar.
Juliette tomó la otra botella de whiskey antes de que se
rompiera.
—No se puede desperdiciar el alcohol costoso —explicó.
No quería reventar su burbuja, pero estaba bastante
segura de que era bebida barata.
Juliette Brennan. La hermana de Killian. Era un poco
salvaje. Bueno, bastante salvaje. Y era la mejor amiga de
Wynter Flemming. Oh, y eran primas. ¡Qué perfecto!
Dios, este maldito mundo era demasiado pequeño.
Dejando a Juliette con su bebida, Autumn y yo
encontramos un lugar. Sus ojos no estaban en el bar.
Nunca estuvo realmente interesada en otros hombres. A
decir verdad, los hombres tampoco me atraían, sin
embargo, mantuve mi sonrisa fingida mientras mis ojos
nublados por la bebida permanecían pegados al escenario.
Aquel whiskey irlandés era más fuerte que cualquier
otra cosa que hubiera bebido antes, se filtraba por mi
torrente sanguíneo y aligeraba lentamente la pesadez de mi
corazón. Mis ojos recorrieron a Grace, la esposa de
Luciano, así como a Áine, la mujer de Cassio. La señora
Corbin también estaba en el club, aunque no podía
distinguir si su expresión era de horror o de diversión. Sin
duda, sus ojos se centraban en los bailarines masculinos.
Me bebí el vaso del amargo líquido. El licor me quemaba
la garganta y el pecho. Uno de los artistas se me acercó
con una corona, mientras bailaba, con su paquete
demasiado cerca de mi cara, y me la colocó en la cabeza.
—¡Futura novia! —anunció como si nadie más en este
bar supiera quien era la que se casaba. Vinieron a mi
despedida de soltera. Pero aun así sonreí.
—Qué perspicaz —musité, agarrando mi bebida y
tragándomela. Todo esto era demasiado. No me gustaba. El
día siguiente se acercaba demasiado rápido.
—Eres preciosa —me dijo, sin dejar de bailar. ¿Me
estaba dando un baile erótico? No me apetecía—. Tu
hombre es un tipo con suerte.
Su mano se acercó a mi cabello. La quité de encima.
Pensó que estaba jugando y volvió a extender la mano
mientras retrocedía, intentado alejarme todo lo posible de
ese chippendale. ¿Por qué la gente pensaba que eran tan
geniales? No me interesaba especialmente que alguien me
sacudiera el trasero en la cara.
Una fuerza invisible me hizo desviar la mirada y me
quedé inmóvil. Unos penetrantes ojos azul pálido brillaban
en la oscuridad. El corazón me dio un vuelco y dejó de latir.
No, no podía ser. Cerré los párpados, respiré hondo y los
abrí.
Se habían ido.
Jesucristo, ahora estaba imaginando cosas.
Sacudí la cabeza, me levanté y anuncié:
—Hora de ir al baño.
Autumn se rio.
—Iré contigo. —Ofreció.
Mi palma se levantó en el aire, de cara a ella.
—No, no. Puedo sola —declaré, con mi cuerpo
balanceándose un poco. Giré sobre mis talones y me dirigí
hacia el baño. Para mi sorpresa, el chico me siguió.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Mi trabajo es hacerte feliz esta noche —respondió
inexpresivo.
Puse los ojos en blanco. Era dedicado, lo reconozco.
—Estoy feliz —rebatí—. Ahora vuelve con las otras
mujeres para que pueda usar el baño en paz.
Bajo las luces del pasillo que conducía al baño, pude ver
sombras oscuras bajo sus ojos. Era de complexión fuerte,
voluminoso, pero había algo malo. No podía entender qué
era lo que no me gustaba de él.
Su mano se acercó a mi cadera y lo empujé, sintiendo
horror por tener que tocar su pecho desnudo. Ahora
tendría que desinfectarme las manos. Ugh.
—Me gusta mucho mi espacio personal —solté, con el
habla ligeramente distorsionada.
—Llenaré tu espacio. —Guácala. Qué asco. Mi mueca
debió transmitir el mensaje—. ¿Qué? ¿Ya le eres fiel a tu
marido?
Mi mirada se detuvo en alguien que caminaba por el
pasillo. Tenía la constitución de un luchador de MMA.
Hombros anchos. Traje oscuro. Levantó la vista y sus ojos
eran más fríos que un invierno siberiano. Mi corazón se
aceleró y la adrenalina corrió por mis venas.
Ojos azul pálido. Mi imaginación no me estaba jugando
una mala pasada.
Abrí la boca, pero antes de que pudiera pronunciar
palabra, rompió el cuello del chippendale.
Un fuerte golpe. Su cuerpo yacía en el suelo, con los ojos
aún abiertos y mirándome fijamente. En mi borrachera,
levanté la cabeza y me encontré con la fría y furiosa mirada
de Sasha.
Chasqueó la lengua.
—Mi pequeña Kotyonok, ¿qué he dicho sobre que otros
hombres te toquen? —espetó.
—No me asustas —suspiré.
Un resoplido sardónico lo abandonó.
Un escalofrío me recorrió cuando pasó por encima del
cadáver. Apretó los labios contra mi oreja y su cuerpo
grande y fuerte me rozó.
—Ese es tu primer error, Kotyonok. —Sus manos me
agarraron las muñecas y me las sostuvieron por encima de
la cabeza mientras me miraba fijamente. Cada fibra de mi
ser era consciente de sus músculos presionando contra mí,
mis pechos empujando contra el suyo con cada inhalación y
exhalación. Sentí un hormigueo en todo el cuerpo.
El corazón me latía con fuerza en los oídos. No me
entraba aire en los pulmones. No creía que el alcohol ni el
cadáver que yacía a unos centímetros de nosotros tuvieran
algo que ver.
—Cancela la boda. —Su voz era como terciopelo negro,
una oscura amenaza que me asfixiaba.
—No.
Su mirada era tan fría que congeló el alcohol que
nadaba en mis venas. Eso era todo lo que necesitaba para
recuperar la sobriedad. Sasha.
—Cancela. La. Boda.
—No. —La terquedad volvía estúpida a la gente—. No te
quiero. —Mentirosa. Mi estúpido cuerpo lo quería, pero él
no era para mí. Me mintió. No me esperó. No me eligió
primero.
Me agarró ligeramente por la garganta y un temblor me
recorrió. Caliente. Excitante. Su boca se movió contra la
mía.
—Nunca te tendrá. —La convicción en su voz debería
haber sido mi advertencia. En lugar de eso, las mariposas
revolotearon por mis venas ante sus palabras. Mi única
excusa era que el alcohol aún persistía en mis células.
—Te reclamé… —Su voz era ronca y oscura, llena de
promesas—… y voy a quedarme contigo.
Alguien me llamó, pero no había nadie cerca.
Sin previo aviso, Sasha dio un paso atrás y se apartó de
mí, dirigiéndose hacia la señal de salida.
—Duerme un poco esta noche, Branka. Lo vas a
necesitar.
Ni siquiera miró hacia atrás mientras decía esas
palabras.
—¡Dios mío! —exclamó Juliette, alternando su mirada entre
el cadáver que había a unos metros de mí y yo.
—¿Qué demonios pasó aquí? —exclamó Basilio DiLustro.
Justo detrás de él, estaban Wynter, Ivy, Davina y Autumn.
—Está muerto —informé, mi voz extrañamente calmada
—. Solo colapsó.
Los ojos de Autumn se clavaron en mí, no obstante, evité
mirarla.
—Joder —murmuró Basilio—. ¿Se desplomó antes o
después de que le rompieran el cuello?
Oh, mierda.
Mis ojos bajaron hacia el cuerpo. ¿Cómo demonios podía
saber que tenía el cuello roto? Tal vez por el extraño ángulo
en que quedó. Dios. Sasha no debería haberlo matado.
Los ojos de todos se clavaron en mí, haciéndome un
agujero en el cráneo. Disimulando mi expresión, inhalé y
levanté la cabeza para mirar a todos a la cara.
—No me había dado cuenta de que le rompieron el
cuello. —Me hice la inocente, parpadeando, fingiendo
confusión.
Autumn y Basilio me miraron con desconfianza, aunque
ninguno dijo nada.
Un tipo rubio se nos unió, silbando y dándole una patada
al cadáver.
—Este está muerto.
—Priest, no patees el cuerpo —lo reprendió Wynter en
voz baja—. Es una falta de respeto.
—Lo siento, hermana.
Suspiré, harta de esta despedida de soltera.
—Creo que es hora de dar por terminada la noche —les
dije a todos, con los ojos puestos en Autumn—. Necesito mi
sueño de belleza, ya sabes.
Tal vez convencería a Autumn de que podríamos tener
nuestra noche de cine de los viernes.
Una última vez.
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
SASHA

—H oy en día permiten que cualquier escoria tenga un


penthouse en New York
—comenté secamente mientras llegaba al de
Konstantin. Era difícil adivinar a qué gemelo pertenecía,
aunque me importaba una mierda.
Maxim estaba de pie frente a las ventanas panorámicas,
de espaldas a mí y con los ojos fijos en el horizonte
mientras bebía de un vaso. No había colores suaves en este
lugar. Estaba decorado pensando en la funcionalidad,
colores grises, blancos y negros por todos lados.
Maxim se volvió lentamente, sorbiendo de su vaso que
probablemente contenía algo aún más fuerte que el vodka.
Había ido cuesta abajo desde aquel fiasco siete años
atrás.
—Será mejor que mañana no estés ebrio —gruñí.
Por desgracia, tuve que cobrar la deuda. Los hermanos
Konstantin eran los únicos que no tenían conexión con el
grupo de Cassio ni con los Brennan. Y nadie sabía de esta
deuda excepto nosotros tres.
Sería difícil para cualquiera conectar los puntos.
—No te preocupes —respondió Maxim, con voz clara.
Aparentemente, podía aguantar el alcohol—. Tendrás a tu
mujer. Esperaré frente a esa iglesia, deseando que te
atrapen. Solo recemos para que no incendies ese viejo
establecimiento al poner un pie en él.
Maldición, ojalá hubiera habido alguien más a quien
utilizar para el plan. Deseé aún más que Branka pusiera fin
a esta farsa y cancelara la boda.
—¿Illias ya tiene listo el avión?
Me aseguraría de que todo estuviera en orden con los
Konstantin y luego descansaría un poco. Si eso era posible
durmiendo bajo el techo de los hermanos. Quedarme en el
hotel o en mi penthouse estaba descartado. Nadie sabía
que estaba en New York y nadie lo sabría hasta que me
llevara a la novia.
Bueno, nadie excepto la propia novia. Pero sabía que
mantendría nuestro pequeño encuentro entre nosotros.
—Lo tiene listo —confirmó—. ¿En qué parte de Rusia te
vas a quedar?
Lo miré fríamente. Estaba siendo terriblemente
entrometido.
—¿Qué eres? ¿Un maldito chismoso?
Se encogió de hombros.
—Solo entablaba conversación.
—No lo hagas —repliqué—. Además, creía que podías
averiguar todo sobre cualquiera —comenté con sarcasmo.
Aunque sabía que cualquier cosa relacionada con el Pakhan
estaba fuera de sus límites. Incluyendo el itinerario de viaje
de su hermano. Ni siquiera Nico podía piratear el itinerario
de Illias.
—¿En casa de Illias o en la tuya? —indagó—.
Probablemente la tuya, ya que tienes tu propia casa
familiar en Rusia. —Estaba siendo un desgraciado molesto
y me picaba el dedo para dispararle en ese instante. Y
acabar con su miserable vida—. A menos que te preocupe
que sea el primer lugar donde te busquen.
—Eso no es asunto tuyo —gruñí, con tono oscuro y lo
observé tenso. Maxim podía ser inteligente, pero era un
miedoso.
—Puedo llevarte a donde sea que vayas —se ofreció
Maxim—. No estoy seguro de por qué necesitas una
motocicleta.
—Solo haz lo que te digo —espeté—. Cuando el día de
mañana termine, tu deuda estará saldada.
La espera se hizo eterna.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
BRANKA

E l sol del verano brillaba a través de los altos ventanales


de la suite nupcial de la catedral de St. Patrick.
La verdad, era una rectoría, pero decirle suite
nupcial sonaba mucho mejor. Las partículas de polvo
viajaban por el aire, y juré que incluso eso me estaba dando
dolor de cabeza.
Bodas de sábado.
La madre de Autumn insistía en que las bodas de los
sábados tenían mejor asistencia. No era que me importara
mientras mi hermano y mi mejor amiga, junto con sus
padres, estuvieran allí.
A esas alturas, ya me arrepentía de no haber planeado
mi propia boda. Era demasiada grande. Demasiada gente
que no conocía ni me importaba.
El senador Ashford había asistido, trayendo consigo
periodistas y toneladas de cobertura informativa. Ni
siquiera estaba segura de cómo o por qué estaba en la lista.
¿Y por qué demonios querría asistir a mi boda? Claro que
era el padre de mi hermano, pero nunca fue parte de la
vida de Alessio.
Estaba sofocante. El sol que entraba por las ventanas lo
hacía demasiado caliente.
Resistí las ganas de arrancarme el vestido de novia para
poder respirar. Me llevé una mano al estómago y sentí un
sabor amargo en la lengua. El alcohol de la noche anterior
se arremolinaba en mi vientre, provocándome náuseas.
Ojalá hubiera seguido el consejo de mi mejor amiga y solo
hubiera bebido agua y refresco.
Sí, triste.
La despedida de soltera fue divertidísima. O no. Un
cadáver no estaba tan mal. ¿Verdad?
Miré a mi alrededor y me aseguré de que no hubiera
ojos azules pálidos en la habitación. Estaba en ascuas.
Quería que esto terminara y quedara atrás. Así sería
definitivo y no habría posibilidad de caer en la tentación del
hombre equivocado.
La bilis me subió a la garganta y me encorvé, tapándome
la boca. No salió nada, pero un sudor frío me recorrió la
piel. Le eché la culpa al alcohol y no al engendro de
Satanás.
Cuando Autumn y yo volvimos al hotel, insistí en nuestra
tradición de cine de los viernes por la noche y lo
combinamos con el whiskey irlandés que me compró
Killian. Digamos que ese brebaje irlandés no me sentó bien.
Esperaba tener más suerte con el hombre irlandés.
Me burlé, riéndome en silencio de mi estúpido juego de
palabras.
Autumn estaba detrás de mí, tirando de mis cordones.
—Deja de moverte —refunfuñó.
—Este vestido ha sido una mala idea —murmuré,
intentando inhalar por la nariz y exhalar por la boca.
Me balanceé sobre mis pies. Dios mío, era imposible que
siguiera borracha. ¿O no? Solo tomé como tres vasos de esa
mierda.
—Branka, deja de moverte —repitió Autumn. Desvié la
mirada hacia el espejo y me encontré con sus ojos color
avellana. Parecía nerviosa. Incluso inquieta.
—¿Estás bien? —preguntó, riendo nerviosamente.
—La cuestión es si tú estás bien —repliqué secamente—.
Estás inquieta.
Estaba menos nerviosa en su propia boda.
La vi tragar saliva y esbozar una sonrisa.
—Es tu gran día.
Parpadeé. Su explicación no tenía sentido.
—No estabas nerviosa en tu gran día. Eso fue hace
apenas un mes. ¿Por qué estás nerviosa ahora?
Llevaba un vestido rosa sin mangas. La piel desnuda se
le puso de gallina. Desde Medio Oriente, solía tener frío
frecuentemente. Llevaba el pelo recogido en un elegante
moño, pero optó por no maquillarse.
Apretó el último cordón y volví a balancearme.
—¿Estás segura de que no intentas matarla? —señaló
Juliette secamente.
Le lancé una mirada a Juliette y luego volví a
encontrarme con la mirada de Autumn en el espejo. En sus
ojos color avellana parpadeó la culpa, pero antes de que
pudiera abrir la boca, la puerta se abrió y Alessio entró con
mi sobrino.
—¡Hemos encontrado a nuestras mujeres! —anunció
Alessio victorioso. Parecía mucho más feliz desde que
Autumn y él se unieron. Sonreía más. Incluso reía a veces.
Se acercó a su mujer y le dio un beso en la mejilla.
—Amor. —Los labios de mi mejor amiga se curvaron en
una gran sonrisa. Brillaba cuando él estaba cerca—. ¿Cómo
está nuestra princesa?
Sus ojos bajaron hasta el vientre de Autumn y la mano
de Alessio se posó en su barriga. La pequeña Alessandra
estaría con nosotros dentro de unos meses.
—Se está portando bien. No me da patadas ni me
presiona la vejiga —respondió Autumn.
—Va a ser una buena bebé —le expresé a mi hermano—.
Igual que Kol. ¿No es cierto, amigo?
Kol sonrió y la mano de Autumn le alborotó el cabello
oscuro.
—Igual que su papá.
Se me revolvió el estómago y un sabor ácido me llenó la
boca.
—Oh, Dios —musité, y me tapé la boca mientras las
náuseas me subían por la garganta.
—¡El bote de la basura! —Autumn gritó—. No vomites en
tu vestido.
Juliette agarró el bote de basura que tenía al lado y me
reuní con ella a medio camino de la habitación antes de
vomitar. Café matutino y más alcohol. Jesucristo.
—Qué asco. —Kol hizo una mueca.
Autumn me frotó la espalda a la par que yo vomitaba
todo. El ácido me chamuscaba la garganta mientras Juliette
me sujetaba el vestido para asegurarse de que no lo
manchara con nada. Devolví todo lo que tenía en el
estómago, con arcadas, incluso cuando ya no quedaba
nada.
—El whiskey irlandés no es para mí —musité,
limpiándome la boca con el dorso de una mano—. Es
veneno.
No era un buen comienzo para el día ni para este
matrimonio. «Tal vez sea una señal», susurró mi mente.
Juliette se rio.
—Se necesita un poco de tiempo para adaptar el
estómago —reflexionó—. Créeme, mis primeras veces
fueron brutales. Ahora puedo ganarles a beber a la mayoría
de los hombres.
—Es bueno saberlo. —Grazné, y me dirigí al lavabo. Me
cepillé los dientes, me lavé las manos y me giré para ver a
mi hermano esperándome.
Sacudió la cabeza.
—¿Parece que tu despedida de soltera fue más salvaje
que la de Killian?
Puse los ojos en blanco.
—¿Tuvo strippers? —pregunté con curiosidad.
Se encogió de hombros.
—No. Acabó trabajando. —Fruncí el ceño. ¿Quién
trabajaba durante su despedida de soltero?—. ¿Lista? —
indagó escéptico.
No. Sonreí.
—Sí.
Las suaves notas del piano vibraron por toda la catedral.
Un sudor frío me recorrió la espalda, mi elegante vestido
de novia era demasiado pesado. En retrospectiva, deseaba
haber elegido algo menos elaborado. Tenía las manos
húmedas, una agarrada a la manga de mi hermano y la otra
al ramo.
Un ramo de rosas rojas.
Estornudo. Otro estornudo.
Cientos de pares de ojos se volvieron para observarme.
Killian estaba de pie frente al altar, con su cabello oscuro
reflejando unos pocos rayos de sol que brillaban a través de
la ventana de vitral. Me miraba, pero me preguntaba si me
había visto. Si me veía de verdad.
Ni siquiera mi hermano me veía realmente. Me amaba,
pero solo veía en mí a la niña frágil. No la mujer en la que
me había convertido. Una superviviente.
Los violines del Canon en Re resonaban en la iglesia.
Sentía las piernas más pesadas que el plomo cuando di el
primer paso. El vestido me detenía, se arrastraba detrás de
mí y mis pulmones se oprimían.
«Lo estoy haciendo», susurraba mi mente
obstinadamente. «Lo estoy haciendo».
Otro paso, y otro. Cada uno me acercaba más a él y mi
agarre en la manga de Alessio se tensaba.
Me centré en los ojos azules de Killian. El tono de azul
equivocado. «Un tono de azul mejor», me corregí
inmediatamente. El pánico me mordía las venas y
aumentaba con cada paso que daba.
«No me mira como Alessio miraba a Autumn», susurró
mi estúpido corazón.
Se me cortó la respiración. Estaba a metro y medio
cuando un hombre de espalda ancha salió de la banca, y mi
paso se detuvo de inmediato. Chaqueta de cuero.
Pantalones jeans. Un trasero para babear. Reconocería ese
culo en cualquier parte.
—¡Señoras y señores! —anunció Sasha, su voz
retumbando a través de la iglesia—. Por favor, váyanse a
casa. —El mafioso psicópata estaba haciendo un teatro en
la iglesia, incluso haciendo una reverencia. Como si el
público de mi boda hubiera asistido solo por él. No por mí
—. ¡Hoy no habrá boda!
Parpadeé y volví a parpadear. Al final, las palabras
entraron.
Cómo. Sé. Atrevía.
Los gritos de asombro y los murmullos resonaron por
toda la iglesia, viajando más rápido que un rayo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —La voz de Alessio
vibraba con tanta rabia contenida que pensé que mataría a
Sasha. Sin importarle nada. Oí por casualidad a Autumn
decirle a mi hermano que no era apropiado llevar un arma
a la boda de tu hermana, pero no estaba segura de si había
aceptado o no.
Así que esperé, conteniendo la respiración mientras me
zumbaban los oídos.
Sasha sonrió. Su actitud desquiciada estaba a la vista de
todos. Nunca se molestaba en ocultarlo, excepto cuando
estaba a solas conmigo.
—Pensé que era obvio —indicó, con un tono aburrido y
perezoso. Sasha apuntó una pistola al cráneo de mi
hermano, con la mano firme y el dedo en el gatillo—. Pero
si necesitas una maldita aclaración, estoy secuestrando a la
novia. —Sonrió y añadió—: A tu hermana.
Más jadeos. Murmullos fuertes. Dedos señalando. Los
murmullos del público se desvanecieron mientras me
zumbaban los oídos.
—Sasha, deja en paz a la chica. —Vasili, el mayor de los
hermanos Nikolaev, apareció de la nada—. Recuerda tu
promesa.
—Esa mierda tiene fecha de caducidad —siseó Sasha,
con tono frío—. Esto no tiene nada que ver contigo. —Sasha
inclinó la barbilla hacia Alexei, que seguía sentado en el
banco sin intención de moverse, con el brazo colgando
alrededor del hombro de su mujer—. Ni contigo.
—No intervendré —observó Alexei fríamente—. No
apuntes con esa pistola a mi mujer y no tendremos
problemas.
—O tal vez podría arrestarlo, meterlo en la cárcel y tirar
la llave —intervino la esposa de Alexei—. Nos ahorraría
problemas en las reuniones familiares.
La familia Nikolaev estaba tan loca. Con L mayúscula.
Jesucristo.
Killian hizo el amago de moverse, pero Sasha sacó otra
pistola de la nada.
—No lo haría si fuera tú. —Le clavó su fría mirada. Sus
ojos eran lo suficientemente gélidos como para congelar la
iglesia entera—. No tienes idea de cuánto lo deseo.
Killian no llevaba pistola. Fue una de mis condiciones.
Nada de armas el día de nuestra boda.
¿Cómo iba a saber que necesitaríamos un arma en una
iglesia? ¡Dios!
—¿Te volviste loco? —gruñó Killian. Su furia ardía,
oscura y peligrosa, y por primera vez desde que lo conocí,
pude ver al hombre despiadado bajo su exterior
carismático.
—Wynter, es tu maldito amigo lunático. ¡Detenlo! —La
voz de Juliette gritó desde algún lugar, aunque no me atreví
a apartar la mirada. Tenía miedo de que el mafioso
psicópata disparara a alguien si no lo miraba.
—Sasha, piensa en... —Vasili no llegó a terminar la frase.
—¡Por el amor de Dios! —escupió el padre de Killian.
Liam Brennan era la definición clásica de un padre sexy. Si
no tuviera mis problemas, estaría totalmente interesada.
Obviamente, su mujer pensaba lo mismo, porque era
incluso más joven que yo—. ¿Nikolaev, por qué cada vez
que apareces en algún sitio hay problemas?
Sasha se encogió de hombros.
—¿Intentas herir mis sentimientos? —replicó, pero
estaba claro, por la forma en que ni siquiera le dedicó una
mirada a Liam, que todo le importaba una mierda.
Mi hermano, en cambio, echaba humo. Para empezar,
tenía calor con este maldito vestido, pero el calor que
irradiaba Alessio me estaba hirviendo viva.
Como si hubiera leído mis pensamientos, Sasha dio un
paso adelante, con una pistola apuntando a Killian,
mientras la otra apuntaba al pecho de Alessio.
—¡Sasha! —exclamó Autumn, apareciendo de la nada. Se
interpuso entre los dos hombres, y el arma de Sasha estaba
a apenas un palmo de su pecho. Eso puso a Alessio furioso.
—¡Te voy a hacer pedazos por apuntarle a mi mujer con
esa maldita pistola! —bramó Alessio, mientras se acercaba
a su esposa, empujándola detrás de él.
Era todo lo que Sasha necesitaba. Antes de que pudiera
parpadear, su mano con aquellos símbolos entintados me
rodeó la muñeca y tiró de mí hacia él, luego siguió
apuntando a mi hermano con la pistola.
—Ya está —dijo perezosamente—. Ahora estás donde
deberías.
—¡Suéltame! —siseé, sacudiéndome contra él.
—Bonito vestido, por cierto. —Sonrió, sin embargo, algo
oscuro acechaba en aquellos ojos azul pálido—. Estoy
deseando rasgarlo.
—No te atrevas, maldición. ¡Es Chanel! —pronuncié—.
Me tocas y eres hombre muerto.
—Oh, Kotyonok, ya te estoy tocando —reviró, apretando
su boca contra mi oreja y su gran cuerpo a mi espalda.
Killian dio un paso adelante, con furia en su rostro.
—Voy a acabar contigo por esto, Nikolaev.
—Me gustaría verte intentarlo. —Sasha dejó escapar un
sarcástico comentario entre los dientes.
Killian sacó un cuchillo de su funda.
—No, Killian —protesté. No estaba segura de si lo había
hecho para protegerlo a él o a Sasha, y no tenía fuerzas
para evaluarlo.
Con Autumn bien asegurada a su espalda, los ojos de
Alessio se desviaron hacia Ricardo, quien nunca prometió
acudir a la iglesia sin pistola. Este lanzó su arma por los
aires y Alessio la atrapó, apuntando inmediatamente a
Sasha.
—Sasha, aléjate de una maldita vez de mi hermana antes
de que encuentres trozos de tu pequeño cerebro psicópata
esparcidos por el suelo —amenazó, dando un paso hacia él.
No dudé de que Alessio no se lo pensaría dos veces
antes de lanzarse sobre Sasha y recibir un disparo,
asegurando después que mató al idiota loco antes de que se
desangrara.
Se me hizo un nudo en la garganta. Se me apretó el
pecho.
—Adelante. —Invitó Sasha—. Dispara. Es la única
oportunidad que tendrás. Úsala o sal de mi camino.
El dedo de Alessio ya estaba en el gatillo. El corazón me
retumbaba tan fuerte en el pecho que me costaba respirar.
El maldito vestido me apretaba demasiado. Mis ojos se
encontraron con los de Autumn. ¿Por qué seguía teniendo
esa mirada de culpabilidad?
—Alessio, no podemos matarlo. —Intentó razonar mi
mejor amiga con mi hermano. Su mano se acercó al
antebrazo de su marido, apretando suavemente—.
Recuerda, nos ayudó.
Sasha sonrió.
—Escucha a tu bella esposa —señaló con socarronería,
pero sus palabras estaban teñidas de oscuridad y de una
emoción maníaca. Casi como si quisiera que Alessio no
escuchara a su mujer para poder infligirle algo de dolor. El
bombeo de la sangre en mis oídos aumentó.
La vena del cuello de Alessio palpitaba y sus dientes se
apretaban con tanta fuerza que podía oírlos rechinar.
Temía que mi hermano le diera a Sasha la oportunidad de
desatar su locura. Nunca se lo perdonaría ni a él ni a mí
misma. Mi hermano lo era todo para mí.
Antes de que se pudiera decir otra palabra, Sasha
apuntó el arma hacia el techo y apretó el gatillo. Bang.
Bang.
Los gritos estallaron. Cayeron escombros. La gente
empezó a correr. Conmoción pura.
Era exactamente lo que Sasha quería. No tenía ni idea
de cuándo guardó el arma, pero sus manos llegaron a mi
cintura y me echó por encima de su hombro. Vi el mundo al
revés, mi estómago revuelto empujando contra su hombro.
—Suéltame. —Mi voz sonaba demasiado débil. Mi pecho
subía y bajaba con fuerza. Temía desmayarme.
—Nunca, Kotyonok. —Su voz era oscura y sus palabras
amenazadoras—. Acabamos de empezar.
Comencé a golpearle la espalda, pataleando y gritando.
Cuando sentí cómo aguijón me pinchó el trasero.
Y entonces la pesadez se apoderó de mí.
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
SASHA

T iré la jeringa vacía al suelo y su cuerpo se quedó


inerte.
Me invadió la ira. Esperaba un mejor recibimiento
de su parte. Llevaba meses evitándome. Nunca estaba sola.
O los hombres de Alessio estaban con ella. O el maldito
Killian.
Si la había tocado, lo haría pedazos.
La paz podría irse al puto infierno.
Y el maldito vestido de novia que llevaba, me moría de
ganas de arrancárselo.
El enfado se apoderó de mi pecho. Me enojaba que se
hubiera puesto un vestido de princesa. Para él. Cuando era
mía. Había sido mía desde siempre. E hizo una maldita
promesa de que me esperaría.
¿La cumplió?
¡Joder, no!
Maxim ya me esperaba junto al auto con la puerta
abierta. La introduje en el asiento trasero y su vestido de
novia se subió, dejando al descubierto sus muslos suaves y
tonificados y una maldita liga azul.
Un gruñido vibró en mi pecho. La idea de que Killian
pasara las manos por esos muslos suaves me hizo ver rojo.
La atención de Maxim se deslizó hacia las piernas de
Branka y apreté los dientes.
—¿Sabes cuál es la forma más rápida de que te vuelen
los sesos?
Sus ojos se volvieron hacia mí.
—Supongo que mirando sus piernas.
—Así es.
Me metí en el asiento trasero junto a ella y moví su
cabeza para que descansara sobre mi regazo. La puerta se
cerró detrás de mí, y Maxim dio la vuelta y se puso al
volante.
Bajé la mirada hacia Branka. Había tenido mi ración de
mujeres hermosas, aunque ninguna se le comparaba. Pero
era mucho más que su belleza. Con ella tenía una conexión
profunda. Era como si estuviera hecha para mí.
Nunca había dudado en aceptar lo que se me ofrecía.
Las mujeres se arrojaban a mis brazos. Me las follaba. A mi
manera. Con dureza. Sin embargo, con ella, no podía
soportar usarla o lastimarla.
Por alguna razón, el fuego que ardía en mí, amenazando
con convertirse en un infierno y causar estragos en este
mundo, empezaba y terminaba con ella.
Dios debió reírse de mi loco trasero cuando puso en mi
camino a una Branka Russo adulta. La chica que odiaba
que la tocaran. Estaba más que feliz de tocarme, pero la
había observado lo suficiente como para saber que odiaba
el contacto masculino.
Y todo lo que quería hacer era atarla y cogerla.
Le pasé los dedos por el cabello y empecé a soltar todas
las pinzas de su espesa melena. ¡Qué peinado tan ridículo y
pomposo! Ese no era su estilo. Me hizo preguntarme quién
demonios lo había sugerido.
Desechando los horquillas en el suelo del vehículo
alquilado, observé su rostro impecable. Pestañas largas y
oscuras que descansaban sobre sus mejillas de porcelana.
Labios carnosos y entreabiertos. Se veía tan inocente, no
obstante, sabía defenderse. La había oído de primera mano
muchas veces.
Las mujeres normalmente perdían la lengua a mi
alrededor. Pero no Branka Russo.
Se plantó ante mí de frente. Cada. Puta. Vez.
Sería su perdición algún día.
Maxim nos condujo hasta el estacionamiento de Whole
Foods en el Upper West Side de New York y se detuvo
junto a la motocicleta. Tardamos una hora en llegar desde
la maldita catedral hasta donde estaba estacionado nuestro
siguiente medio de trasporte. Era la razón por la que
nuestra escapada no se haría en coche.
Miré la moto. Era más de modelos deportivos y esta era
una Harley. No era mi favorita, pero funcionaría.
—Si esto nos trae problemas con tu familia psicópata,
tendrás que preocuparte por alguien más, además de los
Brennan y los Ashford —advirtió Maxim, con los ojos
puestos en Branka. Realmente quería perder sus malditos
ojos—. Empezaste un lío. Uno aún más grande de los que
normalmente logras provocar.
Me encontré con su mirada oscura en el espejo
retrovisor.
—¿Pedí tu opinión? —Negó con la cabeza—. Entonces no
la des. Tú y tu hermano tienen una deuda que pagar. Has
pagado la tuya. Tu hermano pagará la suya. Ahora
ahórrame tu jodida sabiduría.
Se burló.
—Es mi hermano y con esto ya te devolvió el favor. No
tiene que ver el quién o qué.
Aventó las llaves de la Harley sobre el hombro.
Las atrapé.
Salió del auto, mientras permanecía sentado, esperando
a que Branka se despertara.
Le pasé un pulgar por el labio entreabierto.
—Te dije que cumplieras tu promesa, moy kotyonok.
El apodo le sentaba bien. Tenía garras.
—Me voy de aquí —gruñó Maxim, sus ojos se desviaron
hacia Branka—. No olvides que mi deuda está pagada. No
vuelvas a llamarme... nunca más.
Sin embargo, no se movió, sus ojos se clavaron en
Branka. Su expresión se volvió sombría y mi sexto sentido
se puso en alerta. Aunque la ocultó y se dio la vuelta.
Observé la espalda de Maxim mientras desaparecía,
luego volví mi atención al rostro dormido de Branka.
No se me escapó la ironía. Me ayudó a secuestrar a mi
mujer mientras yo no pude salvar a la suya. Una tregua a
regañadientes. Todo porque su Pakhan, quien resultaba ser
su hermano, no quería una guerra con los Nikolaev.
Hombre inteligente. Sabía que nuestra fuerza rivalizaba
con la suya y que una guerra entre nuestras familias lo
debilitaría.
Y eso nunca era bueno cuando eras el jefe de una
organización criminal.
Nos endeudábamos y cobrábamos deudas. Y se repetía
el ciclo.
Hasta que alguien caía.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
BRANKA

S entía la boca seca y la lengua pesada. Se me pegó el


cabello a la cara y estiré la mano para moverlo, pero no
podía. Mi mente se nubló de confusión mientras
intentaba recordar cuándo me había dormido.
¿Estaba casada? ¿Bebí demasiado en la recepción de mi
boda?
Abrí los ojos y parpadeé ante el destello de luz. Me moví
y se me escapó un gemido bajo.
Unas manos grandes me acariciaron las mejillas y unos
ojos azul pálido me provocaron escalofríos. Cerré los
párpados y volví a abrirlos. Los mismos ojos azul claro.
—Estás despierta. Bien.
La voz de Sasha. Jesucristo, ¿era un sueño? Más bien
una pesadilla.
—¿Qué...? —espeté, sin embargo, me falló la voz. Volví a
moverme, pero el ruido del material destrozado me hizo
incorporarme bruscamente. Me tembló el pulso cuando vi
mi vestido de novia cortado justo por debajo de las rodillas
—. ¿Qué estás haciendo?
—Odio el puto vestido. —La indiferencia de su voz me
heló la sangre. Me tensé y me aparté de él. No me permitió
alejarme mientras destrozaba otro trozo de tela de mi
vestido.
Para mi horror, las lágrimas me nublaron la vista.
—Bueno, a mi casi esposo le encantó —mentí. No tenía
ni idea de si a Killian le había encantado o no. Era difícil
llegar a saberlo.
Tiró un trozo de mi vestido al suelo del coche y me quitó
los tacones. Buscó un par de botas y me las entregó.
—¡Ponte esto! —ordenó.
—No —respiré, con el cerebro todavía un poco confuso
por lo que me había inyectado—. Llévame de vuelta —exigí.
Se rio entre dientes. Oscuro y amenazador.
—No lo creo. Ponte esto o lo haré por ti.
Intenté moverme e hice una mueca de dolor. Mis
músculos se tensaron.
—¿Me casé? —suspiré, sin poder recordar del todo.
—¿Qué crees? —Arrastró las palabras, retorciendo el
cuchillo en sus manos. Era estúpido, pero no tenía miedo.
Tal vez las drogas en mi sistema contrarrestaban mi razón.
¿O tal vez era simplemente estúpida cuando se trataba de
ese hombre?
Jugué con el monstruo e intenté domarlo. No obstante,
el monstruo era indomable. Todo el mundo lo sabía.
—¿Estás loco? —siseé, aunque mi propia voz me estaba
dando dolor de cabeza.
Lanzó el cuchillo y este voló por el pequeño espacio del
vehículo hasta aterrizar de nuevo en sus manos.
—Depende de a quién le preguntes.
—¿No se te ocurrió una forma más sutil de
secuestrarme? —inquirí secamente, agradeciendo que el
cuchillo no le atravesara la palma de la mano. O peor aún, a
mí.
Se encogió de hombros.
—Fue sutil. Nadie fue herido de bala. —Este hombre era
un completo psicópata. No podía creer que realmente me
pareció atractivo.
—Fue televisado, ¡maldito imbécil! —espeté. Tuve la
tentación de retorcerle el cuello. La asistencia del senador
Ashford a la boda atrajo a los periodistas.
Levantó una ceja, aunque no parecía preocupado.
—Ah, ¿sí? Demonios, qué pena.
—Mi hermano te asesinará —reviré—. También Killian.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio. De verdad se rio.
Bastardo.
—Me gustaría ver a cualquiera de ellos intentarlo. —
Entonces su pálida mirada se clavó en mí—. Te daré una
pequeña advertencia, Kotyonok. No los perdonaré si lo
intentan. Especialmente a ese maldito irlandés.
Apreté tanto los dientes que me dolía la mandíbula.
Desgraciado engreído.
—Si no me llevas de vuelta ahora mismo —dije entre
dientes—. Te voy a matar.
Me mostró esa sonrisa que solía parecerme tan sexy.
Emocionante y peligrosa, pero capaz de humedecerte las
bragas.
—Cuidado, Kotyonok, o pensaré que te gusto.
—Te. Odio.
—No, no lo haces.
—Dame un cuchillo y verás que sí.
—Por cierto, me llegó tu regalo. —Puse los ojos en
blanco. El maldito ruso rebotaba de un tema a otro, me
llegaba a marear.
—No te envié un regalo, idiota.
—Esa nota de amor era tan romántica que se me paró.
—¿De qué diablos estás hablando? —pregunté con
desdén—. Nunca haría nada romántico por ti. Porque eres
un psicópata.
—El corazón. El corazón de Jason. —Me calmé—. Y el
mensaje en sangre. En ruso, qué fue lo mejor. Qué
excitante. —De acuerdo, definitivamente esa no había sido
mi intención. Se suponía que era una advertencia—. Y te
preguntas por qué vine por ti. Prácticamente me rogaste.
Estabas hablando mi lenguaje de amor.
Lo miré atónita y me quedé boquiabierta. Creía que
enviarle un corazón humano y el mensaje en sangre de que
sería el siguiente era romántico. Estaba más desquiciado
de lo que pensaba. Dios mío. Y había querido acostarme
con él.
El término psicópata ni siquiera arañaba la superficie al
describir a Sasha Nikolaev.
Luego ladeó la cabeza, pensativo, como si se estuviera
debatiendo con algo, hasta que finalmente habló.
—Voy a tener que hacer algo tan romántico como eso. —
Sonrió como si estuviera satisfecho de sí mismo—. También
te voy a regalar un corazón.
Parpadeé. «No puede ser. Que alguien me salve de esta
pesadilla de Sasha».
—Podrías darme el tuyo —contesté secamente—.
Estaríamos en paz. Incluso podría grabar mis iniciales en
él.
Sonrió como si le pareciera una gran idea.
—Cariño, tus iniciales están grabadas en mi corazón
desde hace mucho tiempo. Pero lo tienes. Lo que mi
Kotyonok quiere, lo consigue. Déjame hacer un trasplante
de corazón. Encontraré un donante compatible.
Me quedé boquiabierta. Literalmente, se me abrió.
¡PSICÓPATA!
Primero, realmente pensó que mataría a un hombre para
enviarle un mensaje. Imbécil.
Por supuesto, Jason estaba en camino de regreso al
Medio Oriente para servir en su próxima misión. De
acuerdo, puede que mi broma no fuera exactamente
normal, pero no lo maté.
En segundo lugar, la idea de matar a Sasha Nikolaev,
incluso después de lo que había hecho en las últimas
veinticuatro horas, era extrañamente inquietante. ¡Maldito
sea!
—Ahora ponte esas botas, o no te gustará lo que viene a
continuación.
Sin decir nada más, las agarré y me las puse.
—Podrías haberme comprado unos calcetines,
¡asqueroso tacaño! —espeté mientras me las ataba.
—No te preocupes. Tendrás todo lo que necesites a
donde vamos.
Le sostuve la mirada y me mordí el labio. Con fuerza.
No tenía sentido discutir con él. Hablar con Sasha era
como jugar a la ruleta rusa y no saber quién ganaría.
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
SASHA

L a miré con ojo crítico.


Tendría que bastar. Botas y un vestido blanco un
poco rasgado que ya no parecía un vestido de novia. No
era la mejor combinación, pero sería mejor que tenerla
montada en la parte trasera de una motocicleta con todo
ese maldito encaje. Nos mataría a los dos con eso.
—Has estropeado un vestido de cien mil dólares —se
quejó, dándose cuenta de que la estaba estudiando.
—Te hice un favor —dije fríamente—. Súbete a la moto.
Sus ojos se desviaron hacia la Harley y luego hacia mí. Y
de nuevo a la motocicleta.
—No lo creo.
—Estas son algunas reglas —afirmé con calma. Se
subiría a la moto, aunque tuviera que atarla a mí—. Cuando
de una orden, dices “sí, Señor”, y lo haces con una sonrisa.
Se acabó el rebelarse. Tuviste tu libertad y tiempo para
crecer tus alas. Ahora quiero tu sumisión. ¿Entendido?
Se burló.
—¿Lo dices en serio? No puedes decirme lo que tengo
que hacer, estúpido ruso.
Ignoré su sarcasmo.
—Te subirás a esa moto o te ataré y te subiré yo mismo.
Si intentas algo, iré por tu hermano y su encantadora
esposa.
—Alessio te patearía el maldito trasero —se mofó.
—Como dije, Kotyonok —le recordé—. Me gustaría verlo
intentarlo. Créeme, no querrás ponerme a prueba.
Si algo sabía de Branka, era su amor y lealtad por su
hermano y su mejor amiga. Así que usaría eso contra ella.
Cuando no dijo nada más, sonreí satisfecho. Tiré de la
manilla de la puerta, la abrí y salí del coche.
Me monté a horcajadas en la Harley y extendí la mano.
—Vamos.
Haciendo caso omiso de mi gesto, levantó la pierna y la
pasó por sobre el asiento, luego se sentó a horcajadas
detrás de mí. Y todo el tiempo murmuraba maldiciones en
voz baja. Sus manos rodearon mi cintura y mi polla
respondió al instante.
Mierda, sería un viaje largo.
Me puse el casco y luego le coloqué el suyo. Después,
hice rugir el motor y abandoné el estacionamiento
subterráneo. La mejor forma de salir de la ciudad era en
motocicleta. Alessio y Killian ya tendrían la descripción del
vehículo. Nunca nos imaginarían en una moto.
Conduje despacio entrando y saliendo del tráfico, sin
sobrepasar ni una sola vez el límite de velocidad ni infringir
la ley. No quería parecer que tenía prisa por escapar.
—Esto es peor que Driving Miss Daisy. —El gruñido de
Branka llegó a través del altavoz del casco—. ¿No te
preocupa que te atrapen?
—No te preocupes, Kotyonok —dije—. Saldremos de
aquí.
—Y con eso ya perdí toda mi esperanza —refunfuñó.
Apagué nuestra comunicación y llamé a Alexei.
—Da. —Sí.
—¿Cuál es la mejor ruta de New York a New Orleans?
—¿Quiero saberlo? —Su voz fría y áspera llegó a través
de la línea.
—Ne. —Definitivamente no quería saberlo.
—Gran actuación en la iglesia —comentó con su tono
frío y seco—. Deberías probar el teatro.
—¡Vete a la mierda!
Su risita áspera llegó a través del teléfono.
—Supongo que no vas a devolver a la mujer.
—No.
Dejé que mi respuesta llenara el silencio. No tenía
sentido dar explicaciones. Era mía. Nada más. Ni nada
menos.
—Atraviesa Pennsylvania hasta West Virginia, luego
Tennessee y sigue hacia el sur hasta Louisiana.
—Quizá debería tomar un tren —murmuré.
—Déjame adivinar, vas en moto.
—Adivinaste bien, brat. —Hermano. Su silencio era de
esperar. Rara vez expresaba su opinión o decepción. Si
llamaba a Vasili, la conversación no tendría fin.
—Sasha.
—Hmm.
—Alójate en hoteles desagradables, no en los lujosos.
La línea se cortó.

Condujimos durante seis horas cuando por fin paré delante


de un motel en Pensilvania. No era un basurero, pero casi.
Seguí el consejo de Alexei. Nadie sabía pasar
desapercibido mejor que mi hermano. Afuera ya había
oscurecido y andar en motocicleta en la oscuridad no era
fácil.
Pagué en efectivo y tomé las llaves de la recepcionista.
Cuando salí del pequeño vestíbulo, Branka seguía sentada
en la moto. Se había quitado el casco, pero aparte de eso,
permanecía inmóvil.
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —pregunté con
curiosidad—. No sabía que te gustaban tanto las
motocicletas.
Me fulminó con la mirada.
—¡No puedo moverme! —gritó—. Tengo las piernas
agarrotadas.
Parpadeé y mi mirada bajó por sus piernas y volvió a
subir hasta su cara. Intentó levantar la pierna y se
estremeció. Su cuerpo se puso rígido, caminé tres metros
hasta ella y la alcé en mis brazos.
—¡Ay! —gimoteó.
—Tienes que endurecerte si vas a matarme —comenté
secamente.
Me rodeó el cuello con las manos y se aferró a mí
mientras me dirigía a la habitación.
—No te preocupes. Me recupero rápido. Te mataré tarde
o temprano.
Sacudí la cabeza mientras la cargaba. Cuando abrí la
puerta, Branka maldijo de inmediato.
—¿Estás bromeando? —siseó.
En medio de la habitación había una cama con un
cabecero de hierro antiguo. Parecían barrotes de una
celda.
Ideal para la situación. Y lo mejor de todo, había una
cama para los dos.
«Puede que incluso nos quedemos dos noches», pensé
con suficiencia.
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
BRANKA

E l día empeoraba con cada hora que pasaba.


Primero, un secuestro. Ahora, una cama.
—Vuelve y pide una habitación con dos camas —
ordené. Yo en la misma cama que Sasha no era buena idea.
Mi cuerpo tenía mente propia cuando se trataba de ese
hombre.
—¿Por qué iba a hacerlo? —replicó.
—Porque somos dos —debatí rotundamente.
—¿Te preocupa no ser capaz de mantener tus manos
lejos de mí? —respondió perezosamente, con un tono
aparentemente ligero.
Solté una risita.
—No te tocaría ni con un palo de tres metros.
Su presencia llenaba cada rincón de esa horrible
habitación de motel, haciéndola parecer aún más pequeña.
El calor que irradiaba su cuerpo me quemaba la piel. Y su
mirada me hacía saltar chispas por todo el cuerpo.
Una sonrisa de suficiencia y complicidad curvó sus
labios. Sospechaba que había conseguido una cama a
propósito. No me extrañaría nada de él.
—La cama es lo suficientemente grande —señaló—. Para
los dos.
—Sasha, no voy a dormir en la misma cama que tú —
reviré entre dientes—. ¿Y qué ocurre contigo que decidiste
pasar la noche en esta pocilga? ¿No puedes permitirte al
menos un Holiday Inn?
Ignorándome, cerró la puerta tras nosotros, dándole una
patada con la pierna.
Dejándome caer sobre la cama, mi cuerpo rebotó en el
colchón. Una vez. Dos veces.
—Realmente me caes muy mal —murmuré.
Ni siquiera se molestó por lo que dije.
—Aprenderás a quererme.
Mi mirada se posó en los tatuajes de sus dedos. Mi
captor. Ese momento era un escenario que nunca podría
haber imaginado.
—No, no lo haré.
Los ojos de Sasha se entrecerraron sobre mí y una
tensión desagradable absorbió todo el oxígeno. Me pareció
ver pasar algo oscuro por sus ojos. Se me oprimió el pecho
mientras Sasha permanecía en silencio, observándome.
Como si estuviera contemplando cómo derribarme.
Lástima que no era una niña pequeña.
—Sasha, déjame ir. —Intenté razonar con él—. Déjame
volver. Le diré a mi hermano que te debía algo y que lo
hemos arreglado. No irá tras de ti, si ve que he vuelto, sana
y salva.
—Dime, Kotyonok —continuó como si no hubiera
hablado—. ¿Te ha tocado? —Mis ojos parpadearon para
encontrar los suyos, de un azul pálido, estudiándome.
Apreté los labios, negándome a responder.
—¿Te. Tocó? —Su voz era fría, pero la oscuridad se
deslizaba en cada sílaba.
Me negué a contestar de nuevo. Su mandíbula se tensó y
se inclinó más hacia mí, con su enorme cuerpo
sobresaliendo por encima del mío. Me agarró del cabello
con la mano y me inclinó la cabeza hacia atrás.
—Pagará si te ha tocado. —Exhalé cuando me echó la
cabeza hacia atrás para que lo mirara a los ojos—. Lo
despellejaré vivo si lo tocaste. Y cuando acabe con él, su
cabeza adornará mi chimenea.
Tragué saliva.
—Estás loco.
—Kotyonok, aún no has visto mi nivel de locura —
agregó, con su boca contra mi oreja.
No podía creer que este hombre me pareciera atractivo
en algún momento. No estaba en su sano juicio.
Intenté alejarme de él. Me siguió. Agarró mis dos
muñecas con su gran mano y las levantó por encima de mi
cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, siguiendo sus
movimientos.
Sonrió con dureza.
—No puedo tener a mi novia huyendo a mitad de la
noche.
¿Su novia? No quiso decir eso literalmente. ¿Verdad?
—Espera. —Lo detuve—. Necesito ir al baño. Y necesito
una ducha. ¿No me darás al menos algo de comer? No
puedes matarme de hambre.
Su mirada me encontró, conteniendo una advertencia.
—Intenta huir y haré que te arrepientas.
Jesucristo.
Este hombre no solo no estaba en su sano juicio. Estaba
completamente desquiciado.
Mis ojos brillaron con resentimiento, sin embargo,
apreté los labios, reteniendo mi respuesta. Tiró de mí para
sentarme. El colchón se hundió bajo nuestro peso. Salí
disparada de la cama, ignorando el dolor que sentía entre
los muslos, mientras Sasha estaba justo detrás de mí.
Para ser tan grande, se movía con una gracia
sorprendente. Me apresuré a ir al baño, pero antes de que
pudiera cerrarle la puerta en las narices, su palma se
interpuso e impidió que la puerta se cerrara con el pie.
—No voy a ir al baño contigo mirando —protesté.
Me estudió, como si leyera mi mente y mis planes.
Mantuve el rostro inexpresivo, con el corazón
retumbándome en el pecho.
—No hagas que me arrepienta —advirtió, soltando la
puerta y apartando la pierna.
Sin decir nada más, le cerré la puerta en su cara.
Hice mis necesidades y me lavé las manos y el rostro.
Dejé el lavabo abierto y me sequé rápidamente las manos,
luego examiné el pequeño cuarto de baño. Había una
ventana detrás de la bañera amarilla. No era grande, pero
podía colarme por ella.
Probablemente. Tal vez.
Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos y la
adrenalina corría por mis venas. Si Sasha me atrapaba,
estaría molesto. Furioso.
Me importaba una mierda. No me sentaría y aceptaría lo
que me diera. Le di mi palabra a Killian y eso era todo.
Sasha podía irse a la mierda. Lo esperé. Él no me
esperó. Rompió su promesa.
«Se necesitan dos para que esto funcione, idiota».
El imbécil estaba loco si pensaba que volvería con él
como si nada hubiera pasado. Todo valía en el amor y en la
mafia. Así que sí, vete al maldito infierno, engendro de
Satanás.
El recuerdo de Wynter Flemming y Sasha se repetía en
mi mente. Como un adicto que se picaba una llaga, los
busqué en internet más de lo que me gustaría admitir.
Siempre se veían cercanos y felices juntos. El dolor se
extendió por todo mi pecho y lo hizo hasta envolverme los
pulmones y apretarme. Agonizantemente apretado.
No, no estaba celosa. Sasha no me esperó y el encanto
en el que había caído por un mafioso desquiciado había
desaparecido. Tampoco podía perdonarlo por dejarme
atrás. Por hacerme esperar, solo para encontrarlo con
Wynter.
Sasha también debería haberme esperado. No obstante,
había llegado tarde. Me había perdido.
Me metí en la bañera y abrí la ventana. Lentamente y
tan silenciosamente como pude. Luego me impulsé desde el
borde de la bañera y salté. Mi mano se agarró al marco de
la ventana y los extremos afilados se me clavaron en la
palma. Ignorando el dolor, empujé contra la pared y subí
más y más, hasta que mi cuerpo quedó colgando fuera de la
ventana.
Miré al suelo mientras colgaba boca abajo. Era la única
manera. Tendría que dejarme caer y esperar no
destrozarme la cara. Anhelando lo mejor, me impulsé más y
empecé a caer. Parecía que llevaba una eternidad cayendo,
pero en realidad solo fueron uno o dos segundos.
Torcí el cuerpo para caer sobre el hombro y no sobre la
cara. En el momento en que mi cuerpo golpeó el suelo, se
me escapó un gruñido. Eso dolió, maldición.
—¿Vas a alguna parte, Kotyonok? —La voz era baja y
suave, pero me asustó más que si me hubiera gritado. Mi
corazón tembló y mi respiración se agitó, sin embargo,
mantuve la calma.
Todo con Sasha era como jugar a la ruleta rusa. Un
movimiento en falso, una palabra equivocada, y estaría
muerta.
Me puse de lado y lo encontré apoyado casualmente en
el edificio, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Le sostuve la mirada obstinadamente, negándome a
acobardarme. Si mi padre no había conseguido doblegar mi
espíritu, tampoco lo haría ese demonio de ojos azules
pálidos.
—Sí, huyendo de ti y de tu trasero desquiciado y
psicópata —refunfuñé.
CAPÍTULO CUARENTA
SASHA

J adeando, sus ojos se alzaron hasta encontrarse con los


míos.
Apoyándome contra el edificio y con los brazos
cruzados, la estudié. No dejaba de sorprenderme.
Definitivamente no iba de damisela en apuros. Y maldición,
se veía sexy. Su vestido de novia roto dejaba entrever sus
piernas curvilíneas y suaves, y sus muslos. La maldita liga
seguía ahí. Me imaginé haciéndola pedazos con los dientes.
¿La asustaría?
No estaba seguro, pero sabía que mi polla quería
desgarrar su coño y follarla hasta que gritara mi nombre
para que todo el mundo la oyera.
Como si pudiera ver las imágenes que se reproducían en
mi mente, las mejillas de Branka se sonrojaron. O tal vez mi
pequeña salvaje estaba teniendo fantasías eróticas
similares en su propia mente.
Un ruido hizo que sus ojos grises se desviaran en su
dirección y abrió la boca, dispuesta a gritar.
Antes de que pudiera hacerlo, me agaché y le tapé la
boca con la mano. Me mordió la palma, pero el dolor fue
bienvenido. Me hizo concentrarme en eso, en vez de en mi
miembro duro como una roca.
Luchó contra mí, aunque su tamaño no se comparaba
con el mío. Parecía una niña pequeña en manos de un
gigante.
—Nadie puede salvarte de mí —le susurré al oído,
mordiéndole el lóbulo. Con fuerza. Para mi sorpresa, gimió.
Señal prometedora—. Ni Dios. Ni el diablo. —Entonces,
para asegurarme de que entendía lo que quería decir,
incliné su cara hacia mí, mis dedos se clavaron en sus
mejillas y, mientras tanto, mi palma seguía cubriendo su
boca—. Ahora eres mía.
La ira se encendió en sus ojos, que se volvieron de plata
fundida. Igual que cuando estaba excitada. Era adictivo
verla así.
—¡No soy tuya! —bramó, con la voz amortiguada.
La molestia se apoderó de mi pecho. La quería metida
hasta el cuello en esta relación. Como lo estaba yo.
«Relación», se burló mi mente. Esto no se parecía en
nada a lo que tenían mis hermanos. Aunque nunca pedí
detalles.
¡Blyad!
Maldita mierda. No necesitaba esos sentimientos de
mandilón. Solo la necesitaba desnuda debajo de mí,
sometiéndose, con sus uñas en mi espalda y mi verga en lo
más profundo de su coño.
Simple.
Eso lo entendía. A eso me ceñiría.
—Eres mía, Kotyonok —dije—. Ahora y para siempre.
Sus ojos brillaban con tanta furia que esperaba que me
golpearan rayos.
—No soy tuya —siseó como una gata salvaje—. No eres
lo bastante bueno para mí. No puedes obligar a alguien a
ser tuyo.
Las lágrimas brillaban en sus ojos. Sus palabras me
impactaron, pero sus lágrimas me desconcertaron. Más que
cualquier otra cosa que hubiera experimentado. Y había
pasado por mucho a lo largo de mi vida.
Una suave tensión se apretó en mi cuerpo y forcé una
sonrisa en el rostro. La que asustaba a los hombres y
aterrorizaba a las mujeres.
—Sin embargo, se puede obligar a alguien a mantener
su promesa —expresé, luego la levanté y la eché sobre mi
hombro. Sus puños golpearon mi espalda y sacudí los
hombros.
—Eso se siente bien, Kotyonok —anuncié—. Como un
masaje sueco.
—A la mierda los masajes suecos —escupió, pero sus
puños se detuvieron. Prácticamente podía sentir cómo
echaba humo.
De vuelta en la habitación, dejé que su cuerpo se
deslizara por mi pecho y, con un movimiento rápido, le
arranqué el vestido de novia.
Un grito ahogado llenó el pequeño espacio que nos
separaba y sus manos cubrieron instintivamente su ligero
sujetador push-up sin tirantes y un tanga. Quedé fascinado,
vi palpitar la vena de su cuello y necesité todos mis años de
práctica para no abalanzarme sobre ella.
Estaba tan embelesado con su maldito cuello que casi
me pierdo su movimiento. Intentó darme un rodillazo en las
pelotas. Otra vez. Agarré su rodilla y la sujeté con fuerza.
—A menos que quieras que te folle duro y hasta el fondo
esta noche, no volverás a intentarlo —advertí con un
gruñido. Una buena dosis de miedo no le vendría mal a esta
gata salvaje.
Sus ojos se abrieron de par en par y sus labios se
entreabrieron. Pero no había miedo en su expresión. Bien.
Al menos salió algo bueno de todo aquello.
—A menos que quieras que te coja —pronuncié
perezosamente. Demonios, mi pene estaba cada vez más
duro.
Plata fundida. Ojos llenos de lujuria. Sí, mi kotyonok
quería ser follada.
—Quiero ser cogida… —respondió, y mi polla ya estaba
de acuerdo. Su dulce sonrisa debería haber sido mi
advertencia—. Por Killian. Definitivamente no por ti. —Esa
inquietante sensación hizo aflorar la ira. La escondí en
algún lugar profundo. La obsesión era peligrosa.
Especialmente para los hombres Nikolaev. Cuando
perdíamos la cabeza, el mundo ardía. La gente moría.
»Ahora, ¡llévame de vuelta para que pueda tener mi
noche de bodas! —exigió, satisfecha de sí misma. Si supiera
los pensamientos que me pasaban por la mente, dejaría de
sonreír así.
—No me presiones —advertí, bajando la voz a un nivel
peligroso—. Killian nunca fue el indicado para ti —continué
en tono inexpresivo. Por su reacción, ella también lo sabía
—. Ahora, si quieres mi polla, vas a tener que ganártela. Y
lo haremos cuando sea el momento adecuado.
Dios mío, no sabía cuántos días más de bolas azules
podría soportar. Si no cedía pronto, perdería las pelotas.
—No te deseo —escupió, con el tono entrecortado.
Luego, como si quisiera convencerse a sí misma, porque
sabía que se estaba engañando—. Pedazo de idiota —
añadió.
«Me desea», pensé con suficiencia.
Una diversión oscura me llenó el pecho.
—Mentirosa.
Sus ojos se entrecerraron y me miró desafiante. Había
esperanza para nosotros.
—Sube a la cama.
—¿Q-qué? —tartamudeó—. No quiero acostarme contigo.
La levanté y la arrojé sobre su espalda en el colchón,
haciendo rebotar su cuerpo.
—Te ataré.
—No. —Se giró sobre su estómago para arrastrarse lejos
de mí, no obstante, la agarré del tobillo y la arrastré hacia
abajo, luego la hice rodar sobre su espalda.
—Basta —gruñí, y me puse a horcajadas sobre sus
caderas—. Solo te estoy atando.
Bueno, si pensé que eso la calmaría, estaba muy
equivocado. Empezó a sacudirse como un maldito caballo
salvaje. Y definitivamente no era un campeón en montar
toros. Agarré sus muñecas y las puse por encima de su
cabeza.
—¡Suéltame! —suplicó. Su tono era un poco más suave,
pero seguía pataleando, con la respiración cada vez más
agitada—. No volveré a escapar —prometió, aunque no le
creí.
El miedo a perderla y que no pudiera llegar a ella era
demasiado crudo.
Le sujeté las muñecas por encima de la cabeza con una
mano mientras buscaba mi cinturón y lo sacaba de un tirón.
Vi cómo giraba la cabeza hacia un lado y, justo cuando
pensé que por fin se calmaría, me hincó los dientes en el
antebrazo.
—Deja de resistirte o me harás cambiar de opinión y te
cogeré —amenacé, empujando mis caderas contra ella—.
Empujaré profundamente dentro de tu apretado coño y
dejaré que estrangule mi polla. Gritarás mi nombre toda la
noche.
Mi longitud dura rozó su vientre bajo y se quedó inmóvil
al instante. Sus ojos grises se clavaron en los míos,
oscureciéndose.
El atisbo de miedo en ellos casi me destripa. Me quedé
quieto. Nunca quise verla asustada. La protegería de todos
y de cualquiera. Incluso de mí mismo.
—No te haré daño, Kotyonok —murmuré en voz baja,
aunque la ira seguía viva en mis venas. Hacia ella.
Pensó que podía haberse casado con Killian, alejarse de
mí. Olvidarse de mí. Me dejó sintiéndome vacío. Indigno.
Indeseable.
¡Demonios! Tener esos pensamientos era mucho peor
que ser controlado por una mujer. Mi pene ni siquiera
había estado dentro de su coño y ya me estaba volviendo
loco. Me encontré con su mirada y la suavidad de sus ojos
hizo que toda la sangre bajara hacia el sur. La ira se disipó,
y la lujuria zumbaba en mi cuerpo por ella. Mi polla podría
caerse si no la penetraba rápido.
Bajé las manos por su cuerpo y le acaricié el trasero,
amoldando la suave piel a mis palmas.
—Nunca te haré daño —juré, con mi boca rozando su
suave mejilla—. A veces el dolor y el placer se mezclan, sin
embargo, nunca ocurrirá sin tu consentimiento.
Mis caderas empujaron contra su suave cuerpo. Branka
gimió y arqueó las caderas, uniéndola con la mía sin
pensar.
—¿Lo prometes? —Maldición, la vulnerabilidad en su
tono podría reducirme a un lunático fuera de control, a la
caza de cualquiera que se atreviera a hacerle daño.
—Te lo prometo. —Seguí paseando mi boca por su cuello
y luego por sus mejillas. Su respuesta a mí era
embriagadora—. ¿Lo quieres? —Ronroneé suavemente y le
mordí el lóbulo de la oreja. Volvió a gemir, echó la cabeza
hacia atrás y me dio pleno acceso a su cuello. Como si se
estuviera entregando.
Mi cuerpo zumbó en señal de aprobación, mi miembro
totalmente listo para la acción.
—Dime —dije bruscamente—. Dime que quieres mi polla
dentro de tu apretado coño.
Sus ojos volvieron a mirarme, tragó saliva y por un
momento pensé que iba a ceder.
—No —respiró, jadeando.
—Qué lástima —solté, ligeramente decepcionado—.
Estaba dispuesto a enterrar mi miembro en lo más
profundo de tu cálido sexo. —Sus mejillas se sonrojaron—.
Apuesto a que tu vagina es codiciosa y quiere estrangular
mi pene. Incluso tu boca quiere probarme.
Puso los ojos en blanco, pero no pudo ocultar su
expresión llena de lujuria.
—Quiero estrangularte para que dejes de hablar.
Con las muñecas aseguradas, agaché la cabeza.
—¿En serio? —bromeé, mientras su cuerpo se retorcía
debajo de mí.
Excepto que se frotaba sobre mí en lugar de apartarse.
Mis labios rozaron su cuello, luego su pecho hasta que se
posaron en el fino material de su sujetador. Sus piernas se
separaron ligeramente, dándome la bienvenida. Su
respiración era agitada, así que recompensé a mi salvaje.
Empujé mi pelvis contra su clítoris y un gemido llenó la
habitación. Ese suave sonido con el que llevaba tanto
tiempo soñando. Mordí su pezón a través de la tela y luego
lo lamí para aliviar el escozor.
—Parece que mi pequeña Kotyonok es una mentirosa. —
Sonreí, encontrándome con su expresión confundida—.
Como estás tan mojada, estás dejando una mancha en mis
pantalones incluso a través de tus bragas.
Sus ojos brillaron y me moví de la cama.
—Que duermas bien —dije con una sonrisa, aunque
probablemente pareció una mueca. Me dolían las pelotas
en ese momento, estaban desesperadas por ella—. Intenta
escapar de nuevo, y te tendré durmiendo desnuda y atada.
Desaparecí en el baño con la polla dura, las pelotas
azules y sus maldiciones a mi espalda.
Cuando salí, esperaba que estuviera dormida. No lo
estaba.
Miraba al techo sin ver nada, negándose a darme su
atención. Estaba enfadada conmigo por haberle estropeado
el día de su boda. Ya se le pasaría. Killian no era para ella.
En el fondo, también lo sabía, no obstante, se negaba
obstinadamente a admitirlo.
Con las muñecas aún atadas, me senté a un lado de la
cama e imité su posición con las muñecas libres. Casi me
arrepentí de haberla amarrado, pero no podía arriesgarme
a que se escapara.
Una lágrima rodó por su mejilla y sacudió la cabeza.
Como si estuviera enfadada consigo misma por ello.
—Deja de llorar.
—No estoy llorando, pedazo de idiota.
Joder, esto no iba tan bien. Esperaba que estuviera
menos afectada por no casarse con Killian y aquí estaba
derramando una lágrima.
—Lo siento. —No sabía por qué estaba ofreciéndole una
rama de olivo. No podía recordar la última vez que me
disculpé con alguien y mírenme en ese momento. Menos de
veinticuatro horas desde que la había secuestrado y ya me
estaba disculpando.
Olía tan bien, como el sol y la lluvia fresca de primavera,
alimentando mi deseo y mi obsesión. Le eché la culpa a la
abstinencia, aunque sabía que me estaba engañando.
—¿Por qué me quieres ahora? —Su voz era baja—. No
volviste y ahora... —Dejó escapar un suspiro tembloroso—.
Ahora te estás abriendo camino a la fuerza en mi vida.
¡Maldición!
El dolor en su voz me arañó el pecho. Lo peor es que yo
era el causante. No podía matar a la persona que lo
provocó, porque yo era el culpable.
Para mi desgracia, no podía explicarle que había hecho
otra promesa. O que me encantaba el control y la habría
asustado con mis tendencias.
Me giré para apreciar su perfil. Seguía mirando al techo,
negándose a mirarme. Suspiré y agarré un mechón de su
suave cabello entre los dedos.
—Le prometí a Vasili que mantendría mi distancia —
admití—. No quería ponerte en peligro. —Dejé escapar un
suspiro seco. Parecía que mi kotyonok y yo juntos
estábamos jodidos.
Su olor me nublaba la cabeza. Su dolor me formaba un
nudo en la garganta. Su sonrisa hizo que mi maldito
corazón brillara.
—Te esperé, Branka —confesé—. ¿Me esperaste?
Tragó saliva y giró la cabeza, su mirada se encontró con
la mía. La verdad es que no podría culparla si no lo hubiera
hecho. Una de las últimas palabras de mi madre fue que no
era lo suficientemente bueno. Nunca había sido lo bastante
bueno para amar. Pero demonios, deseaba que me hubiera
esperado. Tenía la esperanza de que me quisiera tanto
como yo a ella.
Volvió a mirar al techo.
Fue en ese mismo momento cuando me di cuenta de que
el control y Branka Russo nunca irían de la mano. Romper
su espíritu era un rotundo no para mí. Era parte de mi
mente, abriéndose paso sin siquiera intentarlo.
Mierda, esta mujer estaba en todas partes. En mi alma,
mi corazón y mi mente. Estaba tan metida bajo mi piel que
nunca encontraría la salida. Peor aún, no quería
encontrarla. Pero la necesidad de controlarla luchaba
dentro de mí con tanta fuerza que un sudor frío recorrió mi
espalda.
Perder el control llevaría a una obsesión completa.
El amor era obsesión. Pasión. Desastre.
Y estaba en camino a sucumbir en él.
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
BRANKA

M e desperté con el sol dándome en la cara. Entrecerré


los ojos y me giré para ver la habitación.
Era aún más horrorosa de lo que pensaba. Pesadas
cortinas del color de la diarrea infantil. Ventanas
empañadas de suciedad. El suelo de baldosas era del
mismo tono que las cortinas.
Me sacudí contra el cinturón, retorciéndome las
muñecas, pero fue en vano. Sasha debía de ser un experto
en atar mujeres con cinturones.
—Llevo dos décadas usando cinturones como cuerdas.
No te librarás de él. —La voz de Sasha confirmó mi
sospecha.
Me quedé paralizada y conté hasta tres antes de girar la
cabeza y encontrarlo sentado a mi lado, completamente
vestido y con la atención puesta en el teléfono que tenía en
las manos.
—¿Puedes desatarme? —espeté. Su mirada se dirigió
hacia mí, ilegible y reservada. Solo llevaba bragas y
sujetador, y no hacía precisamente calor en esta
habitación. Se me erizó la piel y me estremecí.
—¿Qué dices?
Hijo de puta. Lo haría pagar. Lo mataría a la primera
oportunidad que tuviera.
—Por favor —supliqué entre dientes.
Su amplia sonrisa fue mi recompensa. O castigo, según
quién lo mirara. Volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo
y se inclinó para soltarme el cinturón de un tirón. Me frotó
las muñecas, pero aparté los brazos de él.
Me sobé las muñecas sin dejar de mirarlo.
—Necesito ropa —murmuré, incorporándome.
Se acercó a la mesita de noche y me dio una bolsa.
Cautelosamente, volqué su contenido sobre la cama. Unos
jeans y una camiseta blanca de cuello redondo. Ropa
interior nueva. Una chamarra de cuero roja. Al menos no
tendría que ir por ahí apestando.
—Vístete —ordenó—. Nos vamos en cinco minutos.
Sin café. Sin buenos días. Sin desayuno. Dios, este tipo
era un verdadero encanto.
—¿Puedo al menos darme una ducha?
—Cinco minutos.
Agarré la ropa, no obstante, me la quitó de las manos.
—Date una ducha y vuelve aquí.
—Pero...
—A menos que no quieras ducharte. —Esbozó una
sonrisa de satisfacción.
—Eres un idiota —repliqué.
Unos ojos entrecerrados se encontraron con los míos y
los desafié. Nos miramos fijamente, negándonos los dos a
dejar de hacerlo. Infantil, sí. Sano, no.
—Como quieras. —Fui quien acabó cediendo. Sacudí la
cabeza y
caminé hacia el baño—. Maldito imbécil —musité.
Antes de cerrar la puerta, lo escuché decir:
—Más vale que te acostumbres porque soy tu imbécil.
Pero cuando miré por encima de mi hombro, su atención
estaba puesta en su teléfono.
—Cuatro minutos —me avisó, sin levantar la cabeza.
Cuando entré en el baño, abrí la ducha, me quité la ropa
interior y me metí bajo el chorro de agua.
Dejé que el líquido resbalara por mi cuerpo. El sonido de
las tuberías protestó por la presión y el recuerdo se estrelló
contra mí como una ola chocando con la orilla en un día
ventoso.

Desde mi ventana, vi la sombra de Mia desaparecer en la


noche. Mia y Alessio me abandonaron. El pecho se me
oprimía dolorosamente, dificultándome respirar. Tuve que
llevar la mano a él y frotarlo suavemente. No me produjo el
alivio que esperaba.
No quería quedarme atrás. Quería rogarle que me
llevara, pero sabía que eso entristecería a mi hermano
mayor.
¿Nos seguiría visitando ahora que Mia se había ido?
Una sola lágrima rodó por mi mejilla y me la sequé antes
de que alguien pudiera verla. Mi padre odiaba las lágrimas.
Me pegaba. Me abracé, deseando cumplir dieciocho años al
día siguiente como Mia.
Sonó la alarma y salté. Oí los gritos de los hombres de
mi padre y los ladridos de los perros. Alguien seguía
golpeando una tubería y el sonido resonaba en la noche. No
sabía de dónde venía. Los perros continuaban sus ladridos
y mis pies descalzos se movieron en silencio sobre la
alfombra de felpa.
Gritos. Alaridos. Más gritos. Tuberías reventando.
Mi corazón dio un salto.
Debería esconderme debajo de la cama. Sin embargo,
me encontré en el pasillo. Se escuchaban gritos entre las
voces oscuras. Padre rugía. Madre lloraba. Más hombres
vociferaban.
Clank. Clank. ¡Bang!
Di un salto hacia atrás y tropecé, perdiendo el equilibrio.
Ojos se dirigieron hacia mí. Los de mi padre. De madre.
Con los párpados muy abiertos, dejé que mi mirada
recorriera el grupo. Y un cadáver en el suelo con sangre
alrededor y ojos muertos me observaba fijamente. Como si
me estuviera culpando.
Era uno de los guardias de padre. El que nos permitía
pequeñas libertades.
—¿Lo sabías? —rugió y mi corazoncito tronó. Mi cuerpo
empezó a temblar—. ¿Sabías que Mia se iba?
No era buena mintiendo. Alessio me dijo que lo hacía
fatal. Mia también. Todo el mundo lo sabía.
Antes de que mi cerebro pudiera procesarlo todo, mi
padre agarró un tubo y lo golpeó contra la mesa.
—Mejor contesta o tu madre va a pagar.
Mis ojos se abrieron de par en par y mi cuerpo empezó a
temblar de miedo. La mirada vacía de mi mamá parpadeó
con algo, sin embargo, no se movió. ¿Por qué no se movió?
¿Por qué no luchó?
Los perros ladraban a lo lejos y recé. No quería que
atraparan a mi hermano mayor y a Mia.
Como si quisiera probar el daño que haría con un tubo,
lo sujetó y golpeó a madre en el hombro. Ella no hizo ruido.
Grité como si me hubiera golpeado.
Esa mueca viciosa y amenazadora se extendió por su
rostro. La odiaba. Quería arrancársela.
—Branka, ¿lo sabías o no? —Padre repitió la pregunta.
Ni Alessio ni Mia me lo dijeron. Solo lo supe porque
escuché a escondidas. Pero no podía decírselo a papá.
Escuchar a escondidas era malo. Sin embargo, no haberle
dicho a papá que Mia planeaba escaparse era aún peor.
Tragué saliva.
—No. —Azote. Un grito. Era mío—. No lo sabía. —Lloré.
Paliza—. P-por favor, n-no lo sabía.
Aquella noche mamá durmió en la cama junto a mí,
acunándome y meciéndome mientras lloraba. Normalmente
eran Mia o Alessio quienes me consolaban. No mamá en su
maltrecho estado.
—Lo siento, mami.
Sus brazos, negros y azules, me rodearon.
—Deberíamos haber muerto todos. Él no debió haberte
salvado.

Aún recuerdo el dolor agudo que me atravesó el pecho al


escuchar esas palabras. Sabía de qué hablaba. Mi hermano
mayor nunca hablaba de ello, pero Mia me lo contó. Cómo
madre intentó suicidarse y llevarnos a todos con ella.
Sin embargo, Alessio nos salvó a todos.
Una vez le pregunté a mi hermano por qué mamá
siempre estaba triste. Nunca podría olvidar su respuesta.

—El duelo es como despertarse en un universo paralelo


donde todo parece igual. Pero tú no. Te conviertes en una
sombra de lo que fuiste, ves cómo gira el mundo y pierdes
la esperanza de que haya algo mejor para ti. Por eso mamá
está triste.

Tardé mucho tiempo en entender esas palabras.


Madre se convirtió en una sombra esperando que
alguien la salvara. Probablemente el senador Ashford. Yo
me quedé como una sombra esperando a que Alessio y Mia
volvieran por mí. Sabía que no quería irse sin mí aquella
noche hacía tantos años. Pero lo hizo, y dejó una marca. Fui
una sombra durante esos días, meses. Dos malditos años.
Sasha dijo que esperó. La indecisión tiraba de mí en dos
direcciones distintas. Quería creerle, pero la parte de mí
que se había quedado a la sombra, sola y aislada
demasiadas veces, se negaba a ceder.
Durante esos últimos cuatro años, fui una sombra, igual
que mi madre. Veía girar el mundo mientras esperaba a
Sasha Nikolaev, y me ahogaba en la oscuridad y la soledad.
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
SASHA

M e senté en la fea mesa de centro, que rechinó por mi


peso, en esa horrible habitación de motel.
Branka tenía razón, este maldito lugar era penoso.
No obstante, mantenerla conmigo era más importante que
el lujo en ese momento.
La puerta del baño se abrió y salió. Parecía perturbada.
Sin decir palabra, extendió la mano y golpeó el pie con
impaciencia. Le entregué la ropa y la vi vestirse.
Demonios, tenía un cuerpo precioso. Una de esas figuras
clásicas de reloj de arena que seducen sin esfuerzo.
Observé cómo se inclinaba su trasero redondo mientras se
ponía los pantalones y luego se colocaba rápidamente la
camisa. Le siguieron las botas. Llevaba el cabello recogido
en una coleta baja, supongo que para no tener que
preocuparse por él con el casco de la moto.
Miré a Branka con los ojos entrecerrados.
—¿Qué pasa?
Su rostro estaba pálido y fantasmas me miraban a través
de aquellos ojos tormentosos. No se me escapó cómo le
temblaba el labio inferior mientras lo mantenía
desesperadamente entre los dientes.
La mano de Branka se apartó un mechón de cabello de
la cara mientras me fulminaba con la mirada.
—Me secuestraron. —Levanté una ceja en un silencioso
“y” que pareció molestarla aún más—. Se suponía que me
casaría y me iría de luna de miel, pero aquí estoy contigo,
siendo arrastrada a quién sabe dónde.
Noté el pequeño temblor de su mano al intentar echar
hacia atrás aquel mechón rebelde. Algo la había alterado.
Mis ojos recorrieron su atuendo. Jeans. Camiseta blanca.
Chaqueta de cuero roja. Botas negras. Tenía buen aspecto.
Como una chica motociclista. Mi chica.
—Si te sirve de ayuda, piensa en esto como nuestra luna
de miel —alenté, con la esperanza de tranquilizarla.
Fallé.
—Quiero asesinarte —siseó.
—¿Me estás pidiendo mi cuchillo para poder
asesinarme? —pregunté fríamente. Si quería matarme, tal
vez la dejaría. Después de que admitiera que deseaba mi
polla tanto como yo su coño. Los dos juntos teníamos
sentido, como el cielo y las nubes. Los océanos y las playas.
Ladeó la barbilla en señal de desafío.
—¿Me lo vas a dar?
Mi maldito cerebro se olvidó del cuchillo e
inmediatamente le dio una connotación triple equis. Mi
miembro tomó el control y por mi cerebro pasaron
imágenes dándole mientras ella estaba con el trasero para
arriba, cabeza abajo sobre mi cama, suplicándome que me
la cogiera más fuerte y más rápido.
Blyad.
—Ven aquí —ordené.
Sus piernas obedecieron antes de que se diera cuenta y
se detuvo con una mirada incrédula. Extendí la mano y la
atraje entre mis rodillas separadas. La rodeé con los brazos
y hundí la cara en su vientre.
Maldición, la deseaba. Demasiado. Toda ella. Quería
darme un festín, meter la lengua en su coño y besarla con
una violencia que nos sacudiera a los dos y nos dejara
jadeando.
—Dime qué te molestó, Kotyonok.
Todo lo que quería era hacerla feliz. Que se derritiera en
mis brazos. Verla sonreír.
Sus labios se estrecharon, señal inequívoca de que no
me lo diría. Mis manos la rodearon y le agarraron el
trasero.
—¿Tengo que ponerte sobre mi rodilla y nalguearte? —
amenacé suavemente. Un escalofrío la recorrió y observé
su rostro en busca de señales de miedo. Confusión. Ira.
Tristeza.
Me miró fijamente, dejando que me ahogara en esas
nubes de lluvia tormentosa. Acerqué mi boca a su vientre.
Incluso a través de su ropa, podía sentir su suave piel.
Inhalé su aroma hasta lo más profundo de mis pulmones,
dejando que me inundara. Me pasó los dedos por el cabello,
agarrando los mechones.
Metí la mano entre sus muslos. Incluso a través de los
jeans, su calor abrasaba. Le levanté la camiseta, esperando
que me detuviera. No lo hizo. Mi boca presionó su suave
vientre y su suave gemido llenó el espacio. Gruñí y
mordisqueé su suave piel. Me enfadaba desearla tanto.
Le abrí el botón superior de los pantalones y bajé mi
boca. Empujé sus jeans más hacia abajo, bajando más y
más con mi lengua hasta que estuve a unos centímetros de
su montículo. Fue entonces cuando la sentí. Una cicatriz.
Su piel era impecable, excepto por esa pequeña marca.
—¿Quién hizo esto? —gruñí, levantando la cabeza. Un
visible estremecimiento recorrió su cuerpo.
No contestó. Solo me miró con aquellos ojos grises. Era
como estar de pie en el campo bajo un cielo tormentoso,
con la lluvia de verano bañándome.
—Lo averiguaré —juré—. Los haré pagar.
Tragó saliva.
—Es el único que queda —susurró—. Padre está muerto.
—Lo mataré —prometí, mi voz oscura—. Igual como
maté a tu padre.
La sorpresa brilló en su expresión, sin arrepentimiento.
Sin miedo.
—Quiero matarlo. —Esa era mi Kotyonok. Mi tigresa.
Branka y Mia no solo se parecían físicamente, ambas tenían
un buen corazón. Pero ahí terminaban sus similitudes.
Branka era tan fuerte. Resiliente.
Quería que se viera a sí misma como yo la veía. Quería
que se adueñara de todo. Lo bueno. Lo malo. Lo feo.
Porque eso la hacía ser quien era.
—¿Cuál es tu verdadero yo? —indagué en voz baja.
Inspiró con inquietud y sus ojos brillaron con el fuego que
estaba acostumbrado a ver en su mirada. Levanté las cejas
en señal de desafío y mis ojos se clavaron en ella—.
Interpretas a una prisionera ultrajada, a una hermana
obediente. Una asesina seductora. ¿Cuál es tu verdadero
yo?
Se le escapó un jadeo estrangulado.
—¿Cómo...? —Tragó saliva—. ¿Qué...?
Dejé escapar un suspiro sardónico.
—Branka, soy un experto ocultándome. Mi madre me
culpaba de que mi padre no la amara —confesé. Podría
contarle toda la historia, pero no creía que estuviera
preparada—. Me decía que era incapaz de ser amado. —
Tum tun. Tum tun. Podía oír los latidos de su corazón—. Así
que me convertí en alguien capaz de ser amado.
Pasó un latido y su suave risita vibró entre nosotros. Me
encantaba el sonido de su suave risa.
—Tu madre estaba un poquito equivocada —comentó—.
Aunque me gusta tu solución.
Las comisuras de mis labios se levantaron.
—Estaba muy equivocada. —Nos miramos a los ojos, con
sentimientos encontrados. Luchó contra ellos. Yo también
—. Quiero ver todo de ti. Lo bueno. Lo malo. Lo feo. Todo.
No te escondas de mí, y no me esconderé de ti.
Ambos sabíamos que se escondía tras una máscara de lo
que los demás esperaban que fuera.
Pero la vi. Ahora quería que me viera.
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
BRANKA

L legamos a Louisiana, ciudad desconocida, a media


noche. La única razón por la que supe que estábamos en
Louisiana fue porque vi la señal cuando cruzamos la
frontera estatal.
Sasha conducía como un loco, violando los límites de
velocidad y muchas otras leyes de tráfico mientras me
aferraba a él para salvar mi vida. Le encantaban las motos.
Después de tantos kilómetros encima de una, no estaba
muy segura de que fuera lo mío.
Había llegado a la conclusión de que Sasha era
implacable cuando tenía un objetivo en mente. Y su objetivo
era llegar a Louisiana lo antes posible. Supuse que mi
hermano no lo atraparía. Alessio podría estar fuera del bajo
mundo, pero no dudaría en usar la crueldad con la que
creció para mantenerme a salvo.
Lo peor era que este demonio de ojos pálidos me estaba
descubriendo capa por capa, dejándome desnuda delante
de él. Figurativa y literalmente.
Nadie había visto nunca todas esas facetas mías.
Siempre tuve cuidado de ocultarlas. Para no perder a mi
hermano. Para no perder a mi mejor amiga.
No quería que pensaran que era como mi padre.
Vengativa. Sedienta de sangre. Malvada.
Sin embargo, este hombre me vio. De alguna manera me
conocía.
«No te escondas de mí y no me esconderé de ti». Sus
palabras se repetían en mi mente, resonando en mi alma.
Si bien el miedo era una perra, la ira lo era aún más.

Me desperté con dolor de cuello, acurrucada en el asiento


de la ventanilla. No recordaba cómo había llegado hasta
ese lugar.
Parpadeando, me removí en el pequeño asiento de la
ventana. Tardé un momento en recordar. No estaba en
casa. No estaba en una habitación de hotel, ni de luna de
miel. Estaba atrapada en una pesadilla con un loco
Nikolaev. Un mafioso desquiciado.
¿Cómo demonios había tenido tanta suerte?
El amanecer se asomaba en el horizonte, pero aún
estaba oscuro. Ligeramente desorientada, parpadeé y me
aparté el cabello de la cara. Al menos no estaba atada.
El pesado silencio llenaba el aire. Sin movimientos. Ni
voces. Nada.
Casi esperaba que Sasha durmiera en la misma
habitación que yo, aunque no estaba. La cama estaba vacía.
Por si acaso, me levanté y miré debajo de la misma. Era
estúpido, pero nunca se sabía con ese maníaco.
Abrí lentamente el cajón. Estaba lleno. Tomé un vestido
rojo de tirantes. Una vez vestida, agarré mis botas, ya que
no encontraba otro calzado. No me las puse. Sería más fácil
no hacer ruido si iba descalza. Salí del dormitorio y entré
en el oscuro pasillo. El lugar era bonito. Elegante, pero con
una decoración hogareña. Había cuadros colgados en las
paredes, pero no podía distinguirlos en la oscuridad.
Mis pisadas no hacían ruido contra la alfombra de felpa.
Cada pocos pasos, me detenía y escuchaba. Seguía sin
haber nada. Entonces reanudé la marcha, con el objetivo de
llegar a la puerta principal. La noche anterior, cuando
llegamos, me aseguré de prestar atención a lo que me
rodeaba.
No sería una de esas chicas que se sentaban a esperar a
que alguien las rescatara. Ni de broma. Me salvaría a mí
misma, muchas gracias.
No obstante, Dios debía de estar riéndose, porque
apenas había dado diez pasos por el pasillo cuando una
mano me rodeó el cuello y me empujó contra la pared. Se
me escapó un suspiro, con los pulmones apretados por el
miedo. O de excitación, no estaba segura.
—¿Adónde crees que vas, Kotyonok? —se burló,
oscuramente divertido. Como si le impresionara mi intento.
—Paseo matutino —respiré.
Unos pálidos ojos azules chocaron con los míos,
succionando todo el oxígeno de la habitación. Si no tenía
cuidado, ese hombre me arrastraría a su oscura psicopatía
y luego dejaría que me ahogara. Era demasiado intenso.
Era demasiado fácil caer en sus encantos. Casi resoplé al
pensar que Sasha era encantador.
Fuera lo que fuera, estaba bajo su hechizo. Como el ojo
del huracán, me estaba absorbiendo en un torbellino de
emociones.
—Mentirosa. —Su expresión se ensombreció. Su agarre
en mi garganta se tensó ligeramente y las punzadas en mi
interior se intensificaron—. Siempre tan insistente sobre
irte. ¿Por qué? Porque quieres volver con él.
Ambos sabíamos quién era él. Sasha Nikolaev odiaba a
Killian o estaba locamente celoso. Probablemente ambas
cosas.
—Se supone que debería estar casada con él —repliqué
secamente. Sin embargo, justo entonces caí en cuenta. No
había pensado en Killian ni una sola vez desde que Sasha
me secuestró.
Eso era... preocupante.
La rodilla de Sasha se introdujo entre mis piernas, y el
roce de su duro músculo contra mi centro me hizo vibrar
hasta la última célula. Sin permiso, mi cuerpo se presionó
contra su muslo. Mis sentidos estaban tan agudizados que
me sentí mareada mientras mi corazón golpeaba con fuerza
contra mis costillas.
Mis dedos se enroscaron en sus hombros, arañando su
camiseta.
—¿Quieres correrte? —preguntó con voz ronca, su
aliento caliente contra mi oreja. Su pulgar rozó mi pulso y
luego lo apretó.
En sus ojos se formaron tormentas árticas. Pero también
acechaba en ellos un deseo crudo. Su boca se aferró a mi
cuello y me mordió. Con fuerza.
Debería pelear contra él. Mandarlo a la mierda. En lugar
de eso, un gemido se deslizó por mis labios. El placer
zumbó en mi piel y viajó por mis venas. Los ojos de Sasha
encontraron los míos. Ahora eran más oscuros. Un tono
más oscuro de azul. Nunca había visto una tormenta en el
Ártico, pero imaginé que se parecería a sus ojos.
—Uno de estos días, voy a llenarte con mi semen —
advirtió con un gruñido.
Sus palabras me provocaron un escalofrío. Su mano bajó
hasta mi pecho y luego hasta mi cadera. Arremolinó la falda
del vestido alrededor de mi cintura.
—¿Cuántas veces?
Parpadeé confundida. Mis pensamientos eran
incoherentes, mi cerebro un caos.
—¿Q-qué?
—¿Cuántas veces te tocó? —gruñó, con su dedo frotando
mi clítoris—. ¿Cuántas veces te tuvo?
No podía dejarlo pasar. Obsesivo, bastardo psicópata.
Debí abofetearlo. Apartarlo. No lo hice. Todos esos días
llevándome al borde del orgasmo, solo para alejarse. Me
convirtió en una mujer desesperada.
Así que ignoré su pregunta y cerré los ojos.
—El imaginar que te tocó me vuelve loco. Me hace ver
rojo. —Me tiró del cuello e inclinó la cabeza hasta que sus
labios rozaron los míos—. Dime cuántas veces —repitió, y
abrí los ojos, encontrándome con su mirada. Mi reflejo me
devolvió la mirada. Salvaje. Devoradora—. No tienes ni idea
de las ganas que tengo de ir a buscarlo y romperle todos
los huesos del cuerpo. Luego le cortaré la verga por tocar
lo que es mío.
De un tirón, me arrancó las bragas y el ruido de mi ropa
interior hecha jirones llenó el pasillo. Me metió dos dedos.
Un gemido salió de mi garganta y mi cuerpo se frotó contra
él.
—Así es, Kotyonok. Puedo sentir tu coño apretándose
alrededor de mis dedos. —Goteé sobre sus dedos, moviendo
mis caderas contra su mano—. Tu vagina sabe quién es su
dueño. Nadie volverá a tocarla. —Un gemido salió de mi
garganta—. Este es mi coño. —Empuje—. Mi propiedad. —
Empuje—. Eres mía.
Me latía el centro, la necesidad palpitante me quemaba
la sangre. Estaba tan cerca, ya podía sentir el orgasmo.
Pero justo cuando estaba a punto de correrme, sacó los
dedos y mis ojos se abrieron de par en par.
Un suspiro frustrado me abandonó y resonó en el aire.
—No puedes correrte después de intentar dejarme —
renegó.
—Desgraciado —siseé. Mis dedos se cerraron en puños y
empecé a golpearle el pecho—. Maldito bastardo.
Me levantó, me echó al hombro y me llevó a mi
habitación. Me tumbó boca arriba y mi cuerpo rebotó en la
cama.
Se sentó a horcajadas sobre mis caderas e intenté
quitármelo de encima. Este maldito monstruo solo se
burlaba de mí. Jugaba conmigo. Me agarró las muñecas y
me las puso por encima de la cabeza. Seguí forcejeando,
sin embargo, pesaba mucho. Torcí la cabeza y le clavé los
dientes en el antebrazo.
—Cuidado, Kotyonok —amenazó, con voz sombría—.
Sigue así y no te gustará lo que viene después.
Me quedé quieta. Su cuerpo sobre el mío se sentía tan
bien, como una pesada manta reconfortante. Y lo único que
hacía era atormentarme.
Girando la cabeza hacia un lado, miré obstinadamente el
punto de la pared mientras me ataba las muñecas y las
sujetaba a la cabecera.
Me pasó los labios por la garganta.
—Si me lo pides amablemente, haré que te corras. —Mis
labios se apretaron en una fina línea—. Solo di por favor.
—¡Vete a la mierda! —espeté—. Por favor.
Salió de la habitación y su risa oscura resonó en mis
oídos mucho después de que se hubiera ido.
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
SASHA

—¿Te has vuelto loco?


Cerró de un portazo su despacho. Decir que mi
hermano Vasili estaba enojado era quedarse corto. El
maldito cristal del edificio tembló por el portazo o, muy
posiblemente, por la fuerza de su voz.
No importaba. Lo hecho, hecho estaba; era hora de
seguir adelante.
—¿Te das cuenta de que todo el maldito mundo te vio
secuestrar a esa mujer? —bramó—. Fue televisado,
demonios.
—Hmmm, ¿lo fue? —Me reí entre dientes—. Nunca lo
habría adivinado por todas las furgonetas de noticias que
había adelante.
—¿En qué diablos estabas pensando, Sasha? —rugió—.
¿Sabes a cuántos malditos idiotas tendré que sobornar por
esta mierda?
Me encogí de hombros. No tenía que sobornar a nadie.
Era capaz de ajustar mis propias cuentas.
Sentado detrás del escritorio del despacho de Vasili, me
recosté en la silla y apoyé las piernas en él. Tomé la revista
People que Vasili tenía sobre el escritorio. Mi hermano
siempre tenía esa maldita revista, pero aún no lo había
visto leerla. Probablemente la tenía para mi beneficio.
—Deja la jodida revista —dijo apretando los dientes.
—Tranquilo, hermano —indiqué—. La novia en apuros
está sana y salva.
«En su mayor parte», añadí en silencio, riéndome para
mis adentros.
La dejé atada a mi cama, gloriosamente desnuda y
sexualmente frustrada.
Desgraciadamente, mi plan me salió un poco mal porque
había ido por ahí con mi polla dura que se negaba a captar
el mensaje de que hoy no cogeríamos a nadie.
—Por el amor de Dios, Sasha —siseó, conteniendo a
duras penas su temperamento. Podía verlo en la vena que
le latía en el cuello. Aquella de la que su mujer parecía no
saciarse porque la sorprendí lamiéndola en más de una
ocasión. Malditos conejos cachondos. Solo Isabella
encontraba atractivo a mi hermano—. ¿Estás intentando
empezar una guerra? Primero todo el puto asunto con
Wynter y mantenerla alejada de Liam Brennan. ¡Ahora esta
mierda!
Y ahí residía el problema. Estaba esperando el momento
en que sacara el tema. Él y todos los demás podían irse a la
mierda. Wynter, la princesa del patinaje sobre hielo, me
necesitaba, y nunca la dejaría esperando.
Abrí el cajón del escritorio de Vasili que había ocupado y
encontré un chicle. El crujido del envoltorio llenaba el
espacio, probablemente irritando los nervios de Vasili,
incitándolo.
—Expresaste que querías verme casado —dije
perezosamente, ignorando su comentario sobre Wynter—.
Así que tuve que encontrar una novia.
—¡Te dije que encontraras una novia, no que la
secuestraras! —rugió.
—Semántica.
Juré que el cabello rubio de Vasili, tan parecido al mío,
casi se ponía rojo de rabia. Y lo disfruté.
Me metí el chicle en la boca y empecé a masticar. Hice
estallar la goma de mascar, observando con deleite cómo la
mandíbula de Vasili se tensaba. Estaba tan molesto. No me
sorprendió. No me gustaba mucho mascar chicle, pero me
encantaba ver la cara de enojo de la gente cuando lo hacía.
Así que, por si acaso, exploté una burbuja, esperé a que
alcanzara un tamaño decente y la volví a explotar.
Nuestras miradas se cruzaron en una batalla de
voluntades. Los extraños ojos azules que compartíamos me
miraban fijamente, probablemente contemplando mi
asesinato. Apuesto a que mi hermano luchó contra el
impulso de estirar la mano por encima de su escritorio y
estrangularme. Lo deseaba con todas sus malditas fuerzas,
pero su esposa jamás lo dejaría salirse con la suya.
Era bueno tener amigos en posiciones importantes.
La puerta de su despacho se abrió y mi hermana Tatiana
entró con un vestido negro. Había pasado un año y seguía
insistiendo en llevar luto.
—He oído que vas a empezar una guerra —anunció—.
¿Puedo unirme?
Nuestra familia era definitivamente un tono diferente de
locura.
—¡Ustedes dos son peores que mis hijos pequeños! —
reviró Vasili—. Se acabó. Ya fue suficiente. —Apuntó con el
dedo a Tatiana—. Vas a dejar de beber. No quiero oler
alcohol en ti y...
—Me echaré más perfume —contestó ella, con el habla
ligeramente arrastrada.
—¡Maldición si lo harás! —rugió—. Dejarás de beber y
de tomar somníferos. Dejarás toda esa mierda.
Tatiana le mostró el dedo medio. Me gustaría ver a mi
hermano mayor intentar obligarla a hacer cualquier cosa.
Los ojos de Vasili se desviaron hacia mí. Siempre era así.
Nosotros éramos los niños descarriados y él era el
responsable que tenía que arreglarlo todo.
Bueno, sabía lo que hacía.
—Y tú, Sasha, ¡devolverás a la novia! —exigió mi
hermano mayor.
—No, paso —dije con firmeza—. Me la quedaré.
—Estoy de acuerdo —apoyó Tatiana—. ¿Por qué
deberías ser el único en conseguir lo que quiere y necesita?
Su voz era arrastrada y amarga. Una mala combinación.
—¡Ustedes dos serán mi muerte! Tatiana, ponte las pilas
o lo haré por ti. Y tú, Sasha, irás a ver a Alessio y le
entregarás a su hermana, luego te disculparás.
—No lo haré —repliqué y soplé una burbuja con el chicle
aún en la boca—. Su hermana es mía.
Se pasó las manos por el cabello.
—Jesucristo. Pensé que te gustaba Autumn, no su amiga.
Me encogí de hombros.
—Tu error.
—No podemos entrar en guerra con él. —Intentó
razonar. No debía conocerme bien si pensaba que eso me
disuadiría de mi plan—. Cassio y su grupo lo respaldarán.
Incluso es íntimo de Raphael.
—Nunca me cayó bien el Diablo de todos modos —
agregué con indiferencia—. Se cree más hermano de Bella
que Alexei. Te apuesto que Alexei estaría de mi lado.
Como si supiera que estábamos hablando de él, Alexei
entró con sus característicos pantalones cargo negros y
camiseta. La mayoría de la gente se cagaba en los
pantalones al ver a mis hermanos. Alexei evocaba un tipo
especial de miedo. Estaba grabado en cada trozo de tinta
de su piel. Nuestros padres hicieron un buen trabajo
asegurándose de que todos saliéramos jodidos.
Se sentó.
—¿Así que te has conseguido una novia? —Su voz era
casual, sin emociones. Era una de sus mejores cualidades.
Rara vez se enfadaba. A menos que te metieras con su
esposa, Aurora. Entonces salía la bestia.
—Sí —respondí con frialdad—. Necesito pasar
desapercibido por un tiempo. Pero primero necesito un
tatuaje. —Sonreí, la idea de tatuarme las marcas de los
dientes de Branka en la piel me produjo un nuevo tipo de
alegría—. ¿Quieres agarrarme de la mano?
Alexei enarcó una ceja.
—Te haré compañía. Pero no te tomaré de la mano.
—Te sostendré de la mano —intervino Tatiana—.
Siempre y cuando me invites una copa. Me siento
deprimida.
—¿Acaso todo el mundo ha perdido la maldita cabeza? —
Vasili bramó, mirándonos a los tres—. ¡A la mierda los
tatuajes y tomarse de la mano! —Luego respiró hondo
como si se arrepintiera de la dureza de su tono—. Tatiana,
he dicho que nada de alcohol. Sé que estás en duelo, sin
embargo, así no vas a mejorar. Créeme.
—Porque lo viste en nuestros padres —comenté con
sarcasmo—. No te preocupes, Vasili. Todos lo vimos y
sentimos las repercusiones, de una forma u otra.
—Escuchen, chicos, los quiero. De verdad que sí y no
hay nada que no haga por nuestra familia. —Su cabello
estaba a punto de empezar a caerse si no dejaba de tirar de
él—. Pero ahora tenemos pequeños. No podemos empezar
guerras y disputas. Nuestros hijos son lo primero.
Nadie dijo una palabra. Sabía que Alexei estaba de
acuerdo. Quemaría el maldito mundo si alguien mirara mal
al pequeño Kostya. O a su esposa. Bueno, también lo haría.
Y como un rayo me asaltó un pensamiento. Mis labios se
curvaron en una sonrisa de suficiencia. Tenía un plan para
mi pequeña Kotyonok. Mi pequeña salvaje por fin
conseguiría algo de alivio y el resultado sería muy
beneficioso.
Porque nadie querría tomar a una mujer embarazada
para alguien más. ¡Mierda, era una gran idea! Todos
ganaban. Me la follaría hasta el olvido, pondría un bebé en
su vientre, y arruinaría los planes de todos. Ella y yo, como
Bonnie y Clyde. Sin la parte de la muerte a tiros, por
supuesto.
—Carajo, por favor, deja de sonreír así —gruñó Vasili—.
Por favor, detente. Conozco esa sonrisa y promete todo tipo
de cosas jodidas.
Me eché hacia atrás en mi silla, hice otro globo de
chicle.
—No sé de qué estás hablando.
Un profundo suspiro lo abandonó. Dios, mi hermano se
había convertido en un anciano.
—Devuelve a Branka Russo —amenazó Vasili—. Si no lo
haces, lo haré yo.
Me puse en pie y me arreglé las mangas del traje.
—Tócala y no tendrás que preocuparte por una guerra
con los demás, hermano —advertí con calma. Nuestras
miradas se cruzaron, y la terquedad que sentía se reflejaba
en sus ojos azules—, porque tendrás una conmigo.
Sin decir nada más, salí de su despacho.

El zumbido constante de la aguja contrastaba con el


silencio de Alexei. Fiel a su palabra, se quedó a mi lado,
cruzado de brazos y mirándome fijamente. Tatiana se
quedó atrás con Vasili, probablemente siendo regañada por
nuestro hermano mayor.
No quería decirlo, no obstante, estaba de acuerdo con
Vasili en cuanto a los problemas con el alcohol de Tatiana.
Estaba ahogando sus penas de todas las maneras
equivocadas. No quería que acabara como nuestra madre.
Tatiana era mucho mejor que eso.
Tenía el corazón roto. Su dolor estaba en carne viva,
pero aún era joven. Lo superaría.
—¿Así que te mordió? —La voz de Alexei me sacó de mis
pensamientos.
Miré al artista que estaba entintando los dientes de
Branka en una marca permanente en mi piel.
—Moy kotyonok tiene garras.
—Y dientes —observó de forma monótona, mirándome
con aquellos ojos inquisitivos. Alexei siempre podía ver más
allá de las barreras de la gente. Era bastante molesto, pero
fue lo que lo mantuvo vivo durante todos esos años de
cautiverio—. ¿Así que es la indicada?
—¿Me estás juzgando? —Mi mirada se entrecerró—.
¿Cuestioné tu juicio cuando elegiste a Aurora?
Apartó la mirada, obviamente viendo todo lo que
necesitaba. Aunque no se me escapó la inclinación de sus
labios. Me alegró verlo sonreír más. O media sonrisa, lo
que demonios fuera eso.
Su teléfono zumbó y lo agarró.
Mi teléfono sonó a la par. Justo a tiempo, porque el
tatuaje había terminado.
—¿Quieres una crema calmante encima?
Maldito debilucho.
—No.
Recogí el mío justo cuando Alexei habló.
—El avión de Alessio acaba de aterrizar. Y no está solo.
Y claro, el mensaje me esperaba. Uno de Vasili y el otro
de Alessio.

Alessio: Eres hombre muerto.


Vasili: Si te quedarás con esa mujer, ahora es el
momento de desaparecer.

Mi hermano mayor siempre cumplía. Siempre. Y siempre


estaría para él.
—¿Adónde vas a ir? —preguntó Alexei
despreocupadamente.
—Es mejor que no lo sepas —dije.
No es que alguien pudiera torturar a mi hermano para
sacarle información.
Ya era hora de que cobrara mi segunda deuda con los
hermanos Konstantin.
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
BRANKA

M e sacudí contra las cuerdas, intentando zafarme de


ellas.
Sin éxito.
La ira y la furia calentaron mi cuerpo cuando Sasha me
dejó desnuda. Duró poco. Una corriente de aire fresco me
tocó la piel y el aire acondicionado me puso la piel de
gallina. Tenía frío, las muñecas sujetas por encima de la
cabeza y el cansancio pesaba en mis huesos. A pesar de la
incomodidad, pude dormir un poco, pero no mucho.
Mis ojos recorrieron la habitación. Una cama tamaño
king con una elaborada cabecera de hierro. Un precioso
edredón negro que no servía para nada, porque me había
tumbado encima en lugar de meterme debajo. Unas
pesadas cortinas negras como el alma de Sasha
enmarcaban la ventana.
Al oír abrirse la puerta, mis ojos se fijaron en ella.
Sasha estaba allí de pie y sus ojos recorrían mi cuerpo
desnudo. Algo oscuro y posesivo acechaba en su mirada
con promesas que me hicieron sentir escalofríos.
—¿Me extrañaste, Kotyonok? —expresó perezosamente.
Negué con la cabeza, incapaz de encontrar mi voz. La
forma en que me observaba hizo que mi corazón galopara.
Su mirada prometía placer y el tipo de pecado que me
quemaría viva. Lo deseaba.
Para mi horror, la humedad se acumuló entre mis
muslos y los froté. Notó el movimiento y sus ojos se
desorbitaron. La palpitación pulsó y me hizo sentir un poco
de calor.
—Mi mujer necesita un desahogo —afirmó con voz
gutural. Mis ojos bajaron por su cuerpo y se clavaron en su
erección. Mi cuerpo respondió inmediatamente, como si
fuera mi simulador personal—. Lo que mi kotyonok quiere,
lo consigue.
Se me crisparon los nervios. Si me llevaba al límite, solo
para quitármelo, me volvería loca. La ansiedad me recorrió
y en el momento en que Sasha se quitó la camisa por
encima de la cabeza, un violento escalofrío recorrió mi
cuerpo.
Lo deseaba y no podía resistirme. La lujuria sería mi
perdición.
Sus duros abdominales y su vientre marcado con tinta
me hicieron agua la boca. Su erección empujaba sus
pantalones. Parecía enorme, su tamaño prometía placer,
pero también dolor. Procedió a quitarse los pantalones y el
bóxer con facilidad y elegancia. Su mirada azul pálida
nunca se apartó de mí, vigilando cada una de mis
respiraciones y cada uno de mis movimientos.
—¿Vas a llegar hasta el final esta vez? —Odiaba lo
jadeante y necesitada que sonaba mi voz, sin embargo,
después de tantos días casi llegando al orgasmo, estaba
desesperada por correrme.
Se acercó a mí con la gracia de una pantera negra.
—Es hora de terminar lo que empezamos.
Deslizó el bóxer por sus muslos gruesos y musculosos, y
lo apartó de una patada. ¡Mierda! Era enorme. De repente,
me preocupé de si éramos compatibles. Era imposible que
eso cupiera dentro de mí.
—Sasha...
—¿Sí, Kotyonok?
Mis ojos estaban pegados a la zona de su ingle.
—No creo que encajemos bien.
Una risa estrangulada le sacudió el pecho.
—Encajamos perfectamente. —Me tranquilizó.
Dio un paso hacia delante y su palma se posó en mi
tobillo, luego subió más y más mientras su gran cuerpo me
cubría. La rodilla de Sasha me separó las piernas. El
colchón se hundió bajo su peso y la palpitación entre mis
muslos pulsó con un dolor que solo él podía apaciguar.
Estaba encima de mí, su gran cuerpo abrigaba el mío
como una manta protectora.
Aún tenía las manos atadas. Con una mano me desató
las muñecas, se las llevó a los labios y las besó. Luego bajó
la mano por la clavícula hasta los pechos y me pinchó los
pezones con fuerza.
—Tus pechos son preciosos. —Un escalofrío viajó por
todo mi ser. Recorrí su cuerpo con las manos, tocándole los
hombros, el vientre y los antebrazos.
Noté tinta fresca y se me paró el corazón. Era donde lo
había mordido hacía unos días. Mis ojos buscaron los suyos.
Dios, ¡esos ojos azul claro! Cuando ardían con ese fuego
indomable, era suficiente para derretirme por dentro.
—¿Por qué? —respiré.
—Me encanta tu fuego, Kotyonok. Lastímame, aráñame,
muérdeme. Me demuestra cuánto te importo.
Jesucristo, ¿quién estaba más loco aquí? ¿Sasha porque
era un psicópata o yo porque me encantaba su locura?
—Estás loco. —Mis muslos se tensaron y mis piernas se
abrieron aún más para él, brillando con los jugos que
resbalaban por el interior de mi muslo.
—Los dos estamos locos. —Ronroneó, empujando su
pene contra mi vientre bajo. Perdería la cabeza si no lo
tenía pronto dentro de mí—. Tu coño es mi adicción. No veo
la hora de enterrarme profundamente en él —gruñó contra
mi boca.
Mi sexo palpitó en respuesta y gemí. Mis caderas se
arquearon, frotándose contra él. Me besó en los labios.
Suave, al principio. Luego, como si hubiera perdido el
control, me empujó contra el colchón, haciendo que la
cabecera golpeara la pared detrás de nosotros. Los cuadros
colgados temblaron por la fuerza del impacto. Su lengua se
introdujo más en mí, mientras su mano se movía entre mis
muslos. Las yemas de sus dedos buscaron y encontraron mi
clítoris. Gemí contra sus labios mientras me acariciaba ese
punto, rozándose contra mi hueso púbico a la par que me
cogía la boca.
Se me escapó un grito suave y desesperado. Mi sangre
se calentó más que nunca cuando bajó los dedos y metió
uno dentro de mí.
Me frotó el clítoris con la parte interna de la mano, me
metió el dedo hasta el fondo y me devoró con la boca. Su
lengua se movía en sincronía con su dedo, entrando y
saliendo, y mi cuerpo no tardó en estallar. El orgasmo
explotó en cada célula de mi cuerpo, dejándome
tambaleante y hecha un desastre. Se apartó. Mis ojos llenos
de lujuria lo miraban perplejos, mientras lo veía agacharse
y enganchar mis piernas sobre sus anchos hombros,
dejando cada centímetro de mi coño expuesto para él.
—Hora del postre —pronunció con voz ronca—. Y será
mejor que me veas devorarte. Para que recuerdes a quién
pertenece este coño.
Su boca bajó hasta donde acababan de estar sus dedos y
otro gemido vibró en el aire justo cuando gruñó de
satisfacción.
Su lengua se arremolinó en torno a mi clítoris,
enviándome descargas hasta los dedos de los pies. Grité
cuando lo chupó, sus dientes tiraron del botón, bajando
para deslizar su lengua en mi entrada. Demonios. Su
gemido me hizo vibrar y otra oleada de placer me recorrió.
Me estremecí y me llevé una mano a la boca para
amortiguar el grito mientras con la otra le agarraba el
cabello, temerosa de que se detuviera y me quitara el
placer.
—¡Sasha! —chillé cuando su lengua volvió a mi clítoris,
mientras más explosiones sacudían mi ser. Se limpió la
boca con el dorso de la mano, sonriendo con tal satisfacción
que, si me quedara algo de energía, se la borraría de la
cara. Tal y como estaban las cosas, me había dejado
agotadísima a base de orgasmos.
—¿Quieres descubrir a qué sabes, Kotyonok? —inquirió
con voz grave, con su aliento rozando mis labios.
¡Dios mío! Tal vez fue la depravación y todos esos años
de espera lo que me tenía tan ansiosa por más.
Su boca se pegó a la mía y su lengua se deslizó entre
mis labios separados. Lamí el interior de su cavidad y
nuestras lenguas bailaron juntas. Saborearme en su lengua
fue tan erótico que mi cuerpo se estremeció bajo el suyo.
Me agarró los muslos y los colocó alrededor de su
cintura. Su longitud se alineó con mi entrada caliente y
empujó con fuerza.
—¡Oh, Cristo! —grité, con mis dedos arañando su
espalda. El dolor. El placer. Era demasiado. No era
suficiente.
Se detuvo, con aquella mirada azul pálida tan oscura
como los océanos más profundos. Entonces, despacio, muy
despacio, sus labios se curvaron en una sonrisa. Una
sonrisa cegadora que me robaría el corazón.
—Me esperaste —murmuró.
Lo hice. Aunque casi me perdió. Porque en mi noche de
bodas, tenía toda la intención de acostarme con mi marido.
—No pongas esa cara de satisfacción —respiré,
apretando las caderas contra él. El dolor agudo me hizo
estremecer.
Su nariz rozó la mía y sus labios se deslizaron sobre mi
cara.
—Eres mía —declaró con voz áspera, con los músculos
temblorosos. Metió la mano entre nosotros y vi hipnotizada
cómo sus dedos limpiaban la sangre que manchaba el
interior de mis muslos mientras se la llevaba a los labios.
Debería haberme dado asco. Sin embargo, me pareció
demasiado erótico—. Tu sangre es mía —afirmó, con una
mirada de pura obsesión—. Tu cuerpo es mío. Tu alma es
mía. Eres toda mía, Kotyonok.
Mis uñas se clavaron en sus hombros y mis piernas se
apretaron alrededor de su cintura.
—Si te atrapo con otra mujer, Sasha Nikolaev, le
arrancaré los ojos. Y nada te salvará de mi ira. —No era el
momento adecuado para esta conversación, cuando él
estaba enterrado tan dentro de mí. Pero ya no aguantaba
más y lo decía en serio. No me importaba qué guerra
iniciarían mis acciones—. Al igual que tú, no comparto.
Seguía sonriendo. Eso era bueno. Movió sus caderas,
lentamente al principio. Dentro y fuera. Dentro y fuera.
Cada vez, se hundía más profundo y más fuerte. Me hacía
sentir tan llena. Con cada estocada, el dolor disminuía y el
placer aumentaba.
—Me tomas tan bien, Kotyonok —alabó—. ¡Míranos! —
exigió cuando no accedí de inmediato ante su comentario.
Bajé los ojos y vi cómo su grueso pene entraba en mí,
separando los labios de mi vagina—. Este coño me estaba
esperando. —Jadeó—. Está estrangulando mi polla, ávida de
más. —Empujó con más fuerza, aumentando el ritmo—.
¡Dime! —gruñó—. Dime cuánto lo deseas.
Nos miré, mis jugos resbalaban y mojaban su miembro.
Su grueso pene era venoso, bañado de una mezcla de mi
sangre y mis jugos que le facilitaba penetrarme.
—Lo quiero —gemí—. Quiero tu polla. Por favor...
—Una chica tan buena para mí. Mira qué bien estamos
juntos —halagó mientras empezaba a empujar más rápido
—. Somos jodidamente perfectos.
La boca de Sasha se posó en el lóbulo de mi oreja y tiró
de él con los dientes. Me escocía, pero el dolor era
bienvenido.
Como si hubiera perdido todo atisbo de control, me
gruñó al oído.
—Este coño es mío. Dilo.
—Tuyo —solté con un gemido.
—Puedes matar a cualquier mujer que me toque —
gruñó, clavándose en mí—. Pero haré lo mismo y seré
mucho peor con cualquier hombre que roces.
—¡Dios mío! —sollocé—. ¡Más! ¡Por favor, más!
Sus caderas aceleraron el ritmo, martilleándome, hasta
que supe que lo sentiría dentro de mí mientras viviera.
Entonces, sus dedos se deslizaron entre nuestros cuerpos,
tocando mi clítoris. Solo un par de suaves caricias, que
contrastaban con la rudeza de lo que estábamos haciendo,
y detonó otra explosión en mi interior. Mi centro se
convulsionó alrededor de su longitud, mis gritos vibraron
en el aire y mi cuerpo se estremeció violentamente.
Al mismo tiempo, gruñó su liberación en mi oído,
siseando y maldiciendo a través de él como si se sintiera
tan bien que era doloroso. Su semen me llenó, brotando
dentro de mí. Estaba empapada de mis jugos y mi sangre, y
su semen se esparcía por mis muslos, creando ruidos de
bofetadas.
Su cabeza se acurrucó contra mi cuello, salpicando mi
piel de besos. La suavidad de esos besos contrastaba tanto
con su dura cogida. Era la agonía más dulce, y sabía que ya
no había vuelta atrás.
—Mía —murmuró, provocándome escalofríos—. Los
mataré a todos si intentan apartarte de mi lado.
Sasha Nikolaev me marcó, en cuerpo y alma.
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
SASHA

E l crepúsculo empezó a caer y a proyectar sombras sobre


el cuerpo de Branka.
Observé el subir y bajar de sus pechos, el brillo de su
cuerpo desnudo tentándome a tomarla de nuevo. Y otra
vez. Hasta que estuviera tan adolorida que me sintiera
durante meses.
Joder, había perdido todo atisbo de cordura. Deberíamos
estar de camino al aeropuerto. En vez de eso, contemplé
cogérmela otra vez. Si me dejaba guiar por mi polla, su
hermano nos encontraría y me la quitaría.
Matarlo definitivamente distanciaría a Branka, así que
tendría que... no sé. Tal vez medio matarlo. ¡Demonios! No
asesinarlo sería un problema. Aunque, perderla sería un
problema aún mayor.
No solo para mí. Sino para todos, porque empezaría a
matar enemigos y amigos por siquiera imaginar en
arrebatármela.
Con solo pensar en perderla me temblaban las manos.
Mi vida fue moldeada por una madre psicópata y
obsesiva. Las palabras que me dijo justo antes de quitarse
la vida me convirtieron en lo que era en el presente. Aún
recordaba esos breves momentos justo antes de que se
quitara la vida.
Vasili encontró su cuerpo maltrecho después de saltar,
pero nadie supo las palabras que me había dicho justo
antes. Nadie sabía que casi se llevaba a Tatiana con ella.
Mi mirada recorrió el cuerpo de Branka. Era demasiado
hermosa, el sueño húmedo de cualquier hombre. Aunque
era mucho más que eso. Amaba su fuerza, su boca atrevida
y su espíritu rebelde. Le permitiría cualquier cosa que
deseara menos una.
Su libertad. Era mía.
Hice lo correcto. Esperé. Siete malditos años. Pero en
ese momento, tomé su virginidad. Era mía y nadie podía
quitármela.
Mi teléfono emitió un pitido, indicando que se acercaban
invitados no deseados. Eso significaba que tenía
exactamente veinte minutos para sacarnos de ese lugar.
Me adelanté, abrí la cómoda y saqué ropa para Branka.
Sonreí y escogí un vestido rojo. Se vería sexy y me
serviría de recordatorio de la virginidad que había
reclamado. Tomé la lencería roja de gargantilla con aros,
con bragas y sujetador a juego. Mi pene se endureció al
instante. Lo llevaría puesto hasta que llegáramos a nuestro
destino y entonces me la follaría agarrándola de la cadena.
Las imágenes ya pululaban por mi mente y mi miembro
exigía que no perdiera el tiempo. Malditos visitantes no
deseados. Ya nadie tenía modales.
Me senté en la cama y le di un empujoncito para
despertarla.
Me dio un manotazo en el brazo e intentó apartarse.
—Despierta —dije—. Hora de irnos.
Abrió sus ojos somnolientos, hechizándome con esos
grises tormentosos. Siempre atrayéndome.
—Pero si acabamos de llegar —murmuró.
No quería revelarle que su hermano nos estaba pisando
los talones. Intentaría luchar contra mí. Aunque, la idea de
que eligiera a su hermano antes que a mí me quemaba
como ácido en las venas y me abrasaba como cenizas.
—Vístete y te compraré un teléfono.
Eso la puso en movimiento. Sabía que Branka vivía para
su teléfono. Era la reina de las redes sociales. Mi reina.
Tomó la ropa y miró la talla.
—¿Cuándo tuviste tiempo para ir de compras?
—La tengo desde hace años —confesé. Su cabeza se
movió en mi dirección y nuestras miradas se cruzaron. No
se le escapó el significado. Siempre había planeado ir por
ella. Alexei me atrapó comprándole cosas por Internet y se
limitó a negar con la cabeza.
—Acosador —musitó.
No tenía ni idea.
Devolvió la atención a la ropa y agarró la gargantilla.
—¿Qué demonios es esto? —refunfuñó.
—Te pones eso antes que el vestido.
—¡Vete a la mierda! —replicó secamente—. Y yo que
pensaba que me lo pondría después.
«No le quité lo insolente con la cogida», pensé divertido.
—No me lo voy a poner —anunció, regresándomelo.
Se lo devolví.
—Sí, lo harás. Y te recompensaré más tarde por ello.
Parpadeó y sus mejillas se tiñeron de carmesí.
—¿Lo harás?
—Sí.
La lujuria convirtió sus ojos en plata fundida. Ese color
nunca sería el mismo. Cuando nos casáramos, me
aseguraría de que llevara un vestido plateado. ¡A la mierda
el blanco!
—¿Lo juras? —Su voz era ronca, sus labios ligeramente
entreabiertos.
—Te lo prometo, mi insaciable Kotyonok.
Bajamos en el ascensor hasta el estacionamiento
subterráneo donde estaban mis automóviles.
Branka estaba hermosísima con un minivestido rojo sin
hombros que se ceñía a sus curvas y dejaba al descubierto
sus largas piernas. En lugar de tacones, optó por unas
bailarinas blancas. Le quedaba bien el rojo. Y esa
gargantilla me dio todo tipo de ideas. De las que implican
quedarse en la habitación durante días.
Tal vez fuera mi imaginación o efecto de felicidad
postsexo, pero sus ojos tenían un matiz de color esta
mañana. Como el cielo con motas de nubes grises en el
claro cielo azul.
Le sostuve la mano solo porque podía, y era tan suave.
No intentó apartarse de mi agarre y una sensación cálida
invadió mi pecho. Le pasé el pulgar por el pulso, en el
dorso de su muñeca, y se estremeció.
Aun así, no me soltó.
Nos detuvimos frente a las hileras de llaves y tomé las
de la Land Rover. Sería nuestra salida más rápida si
teníamos que tomar atajos.
Una vez en el vehículo, bajó la visera. La vi pasar los
dedos por su espesa melena. Era algo tan simple, pero me
hacía zumbar la sangre en aprobación.
—¿Adónde vamos? —preguntó, volviendo a subir el
visor.
No podía tener suficiente de ella. La amaba en mi
espacio.
—Es una sorpresa.
Puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, entonces. —Cruzó las piernas y miró por
la ventana—. ¿Cuándo tendré mi teléfono?
Mis ojos recorrieron sus largas piernas.
—Pronto.
Me dirigió una mirada vacilante.
—¿Qué pasa con estas respuestas cortas?
Me invadió la frustración. Me había enterrado
profundamente en su coño y aún no era suficiente. La
quería de nuevo. De rodillas con mi polla hasta el fondo de
su garganta. Sobre sus manos y rodillas. Y, sobre todo, la
quería atada a mi cama, a mi merced.
Sin embargo, primero tendría que confiar en mí.
—¿Sasha?
Volví a centrar mi atención en ella.
Cada suave mirada suya me hacía un agujero en el
pecho y me tatuaba su nombre en letras en negritas en el
corazón.
Y de repente, lo supe. Mientras viviera, no habría cabida
para olvidar a Branka Russo.
Solo en la muerte.

Al subir al avión, una mueca apareció en los labios de


Branka.
—¿Cuál es el problema?
Entramos en la cabina y tomó asiento en el sofá de piel
blanca. Con el labio inferior entre los dientes, no dejaba de
retorcerse la muñeca mientras los dedos de la otra mano la
rodeaban. Tomé asiento a su lado y le tomé la cara entre
mis manos.
—Dime qué te pasa.
Esa mirada de nubes lluviosas se encontró con la mía y
tiró de mi corazón. Fue en ese preciso instante, en ese
maldito segundo, cuando me di cuenta de que amaba a esta
mujer. No era el tipo de amor dulce. O gentil. Era del tipo
ardiente que destrozaría el mundo y a todos en él si ella me
dejaba.
—Quiero llamar a mi hermano —respondió, y luego tragó
saliva—. Y a Killian.
El pánico se apoderó de mí. Le solté la cara o corría el
riesgo de aplastarle el cráneo.
—No. —Las nubes de lluvia en sus ojos se convirtieron
en truenos.
No me amaba. Igual que mamá no me amó. Como papá
no amaba a mamá.
Branka no me ama.
Las imágenes de mi propia madre desquiciada y loca
murmurando para sí misma se reproducían en mi mente.
Daba vueltas y más vueltas, hasta que saltó y se suicidó.
—Deberían saber que estoy bien —protestó.
—No.
—Eventualmente, terminaré volviendo a casa —siseó.
Nunca la dejaría marcharse. Era mía.
Los celos eran algo feo. Lo viví de primera mano con mi
madre. Juré que nunca me dejaría arrastrar por ellos. Sin
embargo, luchar contra ellos ahora sería como nadar
contra la corriente.
La historia se repetiría.
Branka giró la cara, como si no soportara mirarme. Se
me apretó el pecho. El corazón se me retorcía de rabia de
que algún hombre pudiera tocarla. De solo pensarlo se me
nubló la vista.
Mi mano rodeó su delgado cuello, manteniendo su cara
frente a la mía. Siempre frente a mí.
—¡Eres un idiota! —exclamó, soltando un resoplido, la
ira cruzando su expresión—. Odio tu trasero psicópata.
Le apreté el cuello. No se apartó. En lugar de eso, sus
ojos se nublaron y la ira se convirtió en plata fundida.
Lujuria.
La victoria corrió por mis venas y envió calor a mi
entrepierna. Apreté su cuello con más fuerza y su cuerpo se
inclinó hacia mi toque. Sus labios se entreabrieron y
aquellos ojos me miraron entrecerrados con tanta
necesidad que sentí un escalofrío.
Puede que no me amara, pero me deseaba. Usaría eso y
haría que me amara. Solo necesitaba tiempo.
—Abre las piernas y demuéstrame cuánto —dije, mi tono
ronco—. Haz que tu coño me muestre cuánto me odias. —
Su cuello se inclinó, con un movimiento delicado bajo mi
contacto—. ¿Tienes miedo, Kotyonok? —desafié con una
sonrisa burlona. Entrecerró los ojos, pero su respiración la
traicionó. Su pecho subía y bajaba, sonrojándose—. ¿Temes
darte cuenta de que te estás mintiendo a ti misma o a mí?
—Ninguno —murmuró.
Ya estábamos volando, camino a Rusia. Esta podría ser
una buena manera de matar el tiempo. Le haría el amor, la
haría olvidarse de todo y de todos menos de mí.
Sí, era un buen plan.
Le levanté la cara para que me mirara.
—¡Demuéstramelo! —exigí—. Muéstrame cuánto me
odia tu coño. —Un temblor recorrió su cuerpo. Sus ojos
brillaban como diamantes. La presión en mi pecho aumentó
—. Vas a demostrarme cuánto me odias.
La levanté en brazos y me dirigí a la parte trasera del
avión, donde estaba el dormitorio.
La puse de pie y esperé. Esperé a que me detuviera.
Esperé a que me dijera que no me quería.
No lo hizo. No se movió.
Solo me miraba con esos ojos que tenían el poder de
ponerme de rodillas. Acababa de tenerla horas antes y la
deseaba de nuevo. Demasiado. Esta lujuria y necesidad se
apoderó de mí y me retorció bajo la piel.
Exigía que fuera mía. Que la controlara.
Branka acercó su mano a mi pecho y ese simple contacto
me quemó. Me marcó. Una reacia oleada de calor me llegó
a la ingle. Bajé los ojos para ver cómo su mano recorría mis
abdominales. No era suficiente. La quería sobre mi piel.
Quería mis manos en su cuerpo.
Llevé mi mano a la cremallera de su vestido. El sonido
resonó en la parte trasera del avión. La prenda se deslizó
por su cuerpo y se amontonó alrededor de sus pies,
dejándola en ropa interior y aquella gargantilla roja.
Fue la mejor vista. Del mundo.
Extendió la mano y me agarró del dobladillo de la
camisa, luego la elevó por encima de mi cabeza. Me quité
las botas, me desabroché el cinturón y me retiré los
pantalones.
Sus ojos bajaron hasta mi pecho, observando mis
tatuajes, y luego bajaron hasta mi polla que brillaba con los
jugos de mi excitación. Mi maldita entrepierna palpitaba,
ansiosa por penetrarla. Cuando su mirada borrosa se posó
en la mía, una oleada de oscuridad se deslizó dentro de mí.
La agarré por el trasero y la levanté para que pudiera
rodearme la cintura con las piernas. Necesitaba ordenar mi
cabeza. Necesitaba saciarme de ella. Tenía la necesidad de
atarla y amordazarla, y luego castigarla por haber pensado
en casarse con Killian.
¿Cuántas veces la besó Killian? ¿La tocó? ¿La vio
sonreír? Maldito desgraciado irlandés.
Su espalda se apoyó contra la pared. Mi boca la besó
con rudeza. Gimió en mis labios, con los muslos apretados a
mi alrededor.
—Lo quiero —pidió con voz ronca.
—¿Qué quieres? —pregunté bruscamente. Quería oírla
decirlo—. Dime lo que quieres, Kotyonok.
—Quiero tu pene. —Respiró contra mi boca.
Destrozando sus bragas, metí mi polla. Fuerte. Dura.
Profundo. Gritó, no esperaba algo tan brutal. Mi control se
perdió. Mi necesidad creció.
—¡Más! —exigió, con su coño empapado, estrangulando
mi longitud. Estaba tan apretada que casi me corro allí
mismo.
Siseé entre dientes mientras el calor se me enroscaba en
la base de la columna.
La frustración me encendió la espalda. Ninguna mujer
me había sacudido así. En cambio ella me tenía actuando
como un adolescente cachondo.
Estaba tan mojada que me deslizaba dentro y fuera de
ella, embistiendo mis caderas contra las suyas con tanta
fuerza que la pared temblaba con la potencia. Su cabeza se
arqueaba hacia atrás y sus pechos rebotaban con cada
embestida.
Sus uñas se clavaron en mis hombros, aferrándose a mí
mientras la penetraba como un loco. Mis pelotas golpeaban
su culo. Sus gemidos llenaban el espacio y su centro se
apretaba cada vez que mi longitud desaparecía en su
interior.
—¡Míranos, Kotyonok! —demandé con rudeza—. Mira lo
perfectamente bien que encaja mi polla dentro de tu
apretado coño. —Detuve mis embestidas, aún dentro de
ella—. Mira ahora.
Sus ojos entrecerrados se posaron en nuestros cuerpos
unidos, con mi pene dentro. Se estremeció visiblemente.
Empezó a frotarse contra mí, arriba y abajo, con los ojos
de los dos clavados en mi miembro, que entraba y salía de
ella. Era lo más excitante que había visto nunca.
—Por favor —soltó con un jadeo, apretándose contra mí
sin pensar. Cerró los ojos y se inclinó contra la pared—.
Necesito... ¡oh, Dios!
Le tiré del cabello y la obligué a mirar mientras me la
follaba. Dentro y fuera. Profundo y duro. Mi orgasmo
acechaba, listo para desatarse con cada embestida. Al
empujar con fuerza, podía sentir cómo sus paredes me
apretaban, luchando contra su propio orgasmo.
—¡Sasha!, ¡por favor! —rogó, sus ojos se pusieron en
blanco—. ¡Por favor!
Sus caderas se arqueaban, el cabello se le pegaba a la
frente. Quería cogerle el culo, saborearla con la lengua,
atarla y marcarla con los dientes, el látigo y las manos, y
luego hacer que se corriera. Lo deseaba tanto que me
dolían las pelotas. Gimió, meciéndose contra mí.
Sus dedos me arañaron los hombros y se desmoronó. La
penetré una y otra vez, cogiéndola hasta el orgasmo.
Explotó en mi polla, y me dejé llevar. Sintiéndola a ella y a
su sexo empapado.
Con una última estocada, me derramé profundamente
dentro, permaneciendo enterrado hasta el fondo mientras
ella temblaba por la fuerza de su orgasmo. Su corazón latía
erráticamente, al ritmo del mío. Nuestros ojos se cruzaron
y bajaron lentamente para vernos aún conectados, con mi
semilla deslizándose por el interior de sus muslos.
Y la satisfacción creció dentro de mí. Si la embarazaba,
se quedaría conmigo. Nunca me dejaría. Branka era leal,
casi hasta la exageración, y nuestro bebé tendría toda su
lealtad.
La bajé lentamente sobre sus inestables piernas. Estaba
frente a mí, desnuda y hermosa. Como una maldita diosa.
Mi diosa.
Me incliné más hacia ella y apoyé las manos a ambos
lados de su cabeza. Sus ojos se posaron en mis hombros,
estudiando el tatuaje del fénix.
Lo tocó.
—Vozroditsya. —Cuando parpadeó, le expliqué—.
Renacer. Tú eres mi renacimiento. Te he esperado durante
mucho tiempo, Kotyonok.
Me miró con los ojos muy abiertos.
—¿Y este? —preguntó con voz ronca, sus dedos
temblaban al pasarlos sobre mi último tatuaje.
—Ese es para recordar lo perfectos que son tus dientes
en mi piel.
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
BRANKA

N o sabía qué pensar de Sasha.


Mi secuestrador. Mi amante. Mi salvador.
Por extraño que sonara.
Estaba confundida. Emocional. Me sentía culpable. No
amaba a Killian, pero lo respetaba. Le debía más. En
cambio, cedí ante Sasha sin tener en cuenta a mi
prometido. Sí, le dije a Killian que había un hombre en mi
pasado, pero afirmé que había quedado en el olvido.
Y allí estaba, unida con él. Volviéndome salvaje con él.
Tras aterrizar, mis ojos se abrieron de golpe en cuanto
se abrió la puerta de la cabina y salimos a la plataforma.
Un letrero de Bienvenidos a Siberia, nos miraba
fijamente.
—¿Siberia? —expresé incrédula, mirando la tierra
desolada sin una ciudad a la vista. Cuando salimos de casa
de Sasha, nos dirigimos a un pequeño aeropuerto privado
donde nos esperaba un jet de lujo. Doce horas después,
voilà. Verano frío y en medio de la nada—. ¿Me trajiste a la
maldita Siberia?
Sasha no pareció darse cuenta de mi tono.
—Nunca has estado aquí —respondió—. Siberia debería
estar en la lista de deseos de toda mujer.
Puse los ojos en blanco.
—No me extraña que no estés casado —comenté con
sarcasmo.
Su mirada destelló con algo sardónico. Algo obsesivo en
sus ojos me inquietó. Mi sexto sentido me lo advirtió. No
obstante, mi cuerpo se negó a cooperar. Porque aquel
hombre era demasiado bueno provocando orgasmos
alucinantes.
—Te he estado esperando. —Su susurro estaba envuelto
en oscuridad y mi pulso se aceleró. Respiré hondo.
Quiso decir…
No, no podría haberlo hecho. Además, no podía olvidar y
perdonar tan fácilmente. No volvió durante años. No una,
sino dos veces me había dejado. ¿Y si Wynter era su
primera opción? Nunca me conformaría con ser el segundo
plato de alguien mientras él siguiera siendo mi primera
opción. Era una receta para el desamor.
Sabía que no sería un buen presagio. No para él. Ni para
mí. Con el tiempo, resentiría el hecho de que no... ¿me
amara? Dios mío, esto no podía ser. No lo amaba.
«Hay una delgada línea entre el amor y el odio». De
todas las frases y palabras, esa me vino a la mente. ¿No era
eso lo que la gente decía siempre?
—¿Qué pasa entre tú y Wynter? —Las palabras se
escaparon de mi boca. Sin mi puto permiso. No quería
sonar como una mujer patética y celosa. Sin embargo,
sonaba como una con esa pregunta, pero no podía
retractarme.
—Necesitaba ayuda. No es mía. Tú siempre has sido
mía.
Me quedé boquiabierta y lo miré con incredulidad. ¿Soy
suya? ¿Eso significaba...?
Sacudí la cabeza. No, no había palabras de amor. Solo
posesión. Era demasiado. No lo suficiente. Demasiado
pronto. Aterrador. Emocionante.
—Llevo cuatro años esperándote, Branka Russo. —Me
agarró de la muñeca y ambos dejamos de caminar y nos
miramos. Se inclinó hacia mí, con la cara a escasos
centímetros. Una gota de lluvia cayó sobre mis pestañas,
pero no me atreví a moverme. Me zumbaban los oídos.
Nuestras respiraciones se mezclaron—. ¿Sabes cuánto
tiempo son cuatro años para un hombre? —Mi corazón
aleteó, las alas que hacía tiempo estaban cortadas se
extendieron lentamente. Me lamí los labios y su mirada se
clavó en el movimiento—. ¿Lo sabes, Kotyonok?
Tenía la boca demasiado seca para decir algo, pero no
podía morderme la lengua. Una de las cosas que me
encantaba de Sasha Nikolaev era que me dejaba ser yo
misma.
—Me imagino que son igual de largos que para una
mujer.
Un soplido sardónico lo abandonó y su mirada posesiva
observó la mía.
—No he tocado a una mujer desde que te hice prometer
que me esperarías.
—¿No lo has hecho? —cuestioné con un suspiro.
Llevó uno de sus dedos a mis labios y me lo pasó por el
inferior. Mi boca se abrió por voluntad propia, respirando
el aire fresco.
—Ni una sola mujer. —Presionó su dedo contra mis
labios—. Succiona.
Sin dudarlo, me llevé su dedo a la boca y chupé. Sus ojos
se oscurecieron hasta convertirse en oscuros estanques
oceánicos. Era adictivo ver cómo esa mirada pálida ardía
por mí.
Le raspé el dedo con los dientes. No pareció importarle
el dolor.
—Tienes suerte de no haber dejado que ese desgraciado
de Killian te tocara. Puede que le hayas salvado la vida. —
Sus palabras encendieron un infierno y me estaba
quemando por dentro. Parecía que me había cogido hasta
hacerme perder el conocimiento—. Sin embargo, te
castigaré por pensar que alguna vez podrías reemplazarme.
Volvió a sacar el dedo y mis dientes rozaron su piel.
—Creía que ibas a recompensarme —le recordé
roncamente.
Su mirada bajó hasta la gargantilla que me rodeaba el
cuello. Un gruñido vibró en su pecho y un fuego azul se
encendió en sus ojos. De esos que consumían el alma y solo
dejaban cenizas.
—Señor y señora Nikolaev. —Una voz desconocida llamó
nuestra atención y puso pausa a nuestra conversación.
Probablemente fue lo mejor, porque me quedé atónita.
Un momento después, comprendí las palabras del
desconocido. Me llamó señora Nikolaev.
Mis ojos se desviaron hacia Sasha, pero su mirada
estaba fija en el desconocido.
—Me alegro de volver a verlo —continuó el hombre
cuando Sasha y yo permanecimos callados—. Bienvenido a
casa. El coche está por aquí.
—Guía el camino. —Esa fue toda la interacción con
Sasha.
Mi mirada se desvió hacia él, enarcando una ceja.
—¿Bienvenido a casa? —inquirí. No creía que viviera en
Rusia.
En cuanto el tipo se dio la vuelta, la gran mano de Sasha
se dirigió a la parte baja de mi espalda. Mi núcleo
palpitaba, ansioso por sentirlo de nuevo dentro de mí. El
deseo de rogarle que me cogiera en ese preciso instante
estaba en la punta de mi lengua. Tal vez eran todos esos
años de esperarnos el uno al otro los que estaban exigiendo
que nos pusiéramos al día.
No importaba. Sasha me esperó. Sonreí feliz. Tendría
que recompensarlo.
Al parecer, mi cordura se había quedado en el santuario
de St. Patrick´s Cathedral.
Cuando subimos la lujosa Land Rover, ambos nos
acomodamos en nuestros asientos, y fue entonces cuando
me di cuenta de que Sasha llevaba la funda de la pistola
desabrochada.
—¿Esperas problemas? —susurré para que solo él
pudiera oírme mientras el conductor salía a toda velocidad
del aeropuerto por la autopista.
—No. Me gusta estar preparado.
Levanté las cejas. Estaba bastante segura de que había
guardado su arma durante el poco tiempo que estuvimos en
Louisiana.
Permaneció callado durante el resto del trayecto,
observando el vasto paisaje de Siberia que se extendía por
kilómetros. En algún momento, me quedé dormida
mientras el aroma a cítricos permanecía a mi alrededor.

Veinticuatro horas en un castillo ruso.


Lo último que recordaba era ver extensiones de tierra
hasta donde alcanzaban mis ojos. Me desperté cuando el
amanecer se colaba por los ventanales de una habitación
extraña, y Sasha no estaba a la vista.
Luego pasé el día vagando por el castillo. Una
habitación en particular. La biblioteca. Montones de libros
encuadernados en cuero llenaban las estanterías, el olor de
los libros viejos llenaba el aire. Tolstoi. Dostoievski.
Pushkin.
Estudié las fotos que colgaban de la pared. Retratos.
Madre. Padre. Niños.
Pero solo una foto de familia, con el hijo mayor. Ninguna
más. Algunas cosas que Sasha dejó escapar me hicieron
creer que su familia no era perfecta, pero aun así me
pareció extraño. Todas las fotos eran principalmente de los
hermanos juntos o solos. Esquiando. Haciendo tubing.
Vacacionando sin los padres.
Terminé de husmear, agarré un libro y le di la vuelta con
curiosidad. Luego, sonreí.
—Perfecto —murmuré sarcásticamente—. Una novela
romántica en ruso.
Me dirigí al sofá, el más cercano a la ventana, tomé el
control remoto y me senté con las piernas cruzadas. Pasé
por los canales con una novela romántica en el regazo.
Luego, volví a ver todos los canales. Y otra vez. Todos
estaban en ruso. Y el libro también. La única razón por la
que supe que era una novela romántica fue porque la
portada era muy sexy.
Tenía sentido. Cuando estabas en Rusia, se suponía que
tenías que ver y leer ruso. Bueno, era pésima en ese
idioma. Lo único ruso que conocía hasta ese momento fue
pierogi y ni siquiera estaba segura de que fuera un plato
ruso.
—No olvidemos que sé lo que significa moye serdtse —
refunfuñé.
Sasha debería haberme despertado y arrastrado con él.
Dondequiera que hubiera ido. Después de todo, me trajo
hasta Rusia. En vez de eso, me dejó sola en un remoto
castillo, muriéndome de aburrimiento y odiando estar sola.
No había pasado ni una semana y ya echaba de menos a
mi familia. Incluso a Killian. Quería llamarlo y explicarle.
Quería hablar con mi hermano. En vez de eso, seguía en
ese sitio. Sin teléfono. Sin entretenimiento. Y sin compañía.
Pulsando algunos botones más, cambié a HBO Max.
—Gracias a Dios —musité. Estaba bastante segura de
que ese canal emitía sobre todo en inglés y español.
Empecé a desplazarme por las opciones y me detuve en
House of the Dragon. No había empezado a verla, pero
como no tenía nada mejor que hacer, me pareció un buen
plan.
—Maratón será —dije a nadie en particular.
Sasha podría haberme llevado con él, a donde sea que
hubiera ido. Tal vez pensó que me iría. No lo haría, aunque
eso no venía al caso. Así que allí estaba, sentada en el sofá
de la lujosa biblioteca de nuestro castillo.
«No es nuestro castillo», me corregí rápidamente.
De todas maneras, me dejó pasando todo el día sola. Me
tapé con la manta y pulsé el botón de reproducción.
Vi los episodios uno detrás de otro durante horas,
conteniendo la respiración, imaginando dragones y
apuestos príncipes con el cabello más blanco que el de
Sasha rompiendo corazones solo para abalanzarse más
tarde y rescatar a la heroína de nuevo.
A pesar de mi vida de mierda y de mis padres, seguía
creyendo en el felices para siempre. Los padres de Autumn
me infundieron esa esperanza. La gente bromeaba sobre mi
búsqueda de pareja, pero había algo mágico en ver a una
pareja comprometerse el uno con el otro. Encontrar ese
amor que te consumía.
Como Autumn y mi hermano.
Fue un camino largo y duro para los dos, sin embargo,
finalmente tuvieron su final feliz.
Sentada, sola, quedé encandilada con el príncipe
Daemon Targaryen, un personaje moralmente ambiguo y
reprobable, pero esperaba su redención. El impulsivo e
impredecible pícaro me hizo jadear y alentarlo. Quizá
porque veía a otra persona en él o quizá porque pensaba
que no todos los hombres moralmente grises eran malos.
Bastaba con mirar a mi hermano y sus amigos. Incluso a
Sasha.
Dios, deseaba que Autumn estuviera conmigo para
poder hablar con ella. Odiaba estar sola. Era una de mis
debilidades. Desde que vi a mi hermana mayor y a Alessio
escabullirse en las sombras de la noche, abandonándome a
la crueldad de padre, me aterrorizaba quedarme atrás.
Madre me dejó mucho antes de morir. Sasha me abandonó
una vez. ¿Lo volvería a hacer?
¿Volvería a quedarme en la sombra?
Abandonada a perdurar en ella, siendo invisible y sin
nadie que me amara.
Sonó una canción y agarré el control remoto antes de
detener la pantalla para leer el título.
—Esa canción es demasiado deprimente. —Sentí cómo
unos dedos pasaron por mi cabello y giré la cabeza para
encontrar a Sasha detrás del sofá—. Solo canciones alegres
para mi Kotyonok.
Sacudí la cabeza. No habíamos hablado de preferencias
musicales, pero si pensaba que solo escuchaba canciones
alegres, estaba muy equivocado.
—¿Cuándo volviste? —pregunté, deshaciéndome de la
manta y olvidándome por completo del príncipe Daemon en
la pantalla.
—Recién.
—No te oí entrar.
Me rodeó y se sentó a mi lado, el sofá se hundió
ligeramente bajo su peso. Mi cuerpo se movió y cayó sobre
él, me acercó a sus brazos.
—¿Qué clase de programa es ese?
—House of the Dragon.
Arqueó una ceja.
—Sabes que los dragones no existen, ¿verdad?
—¡Vete a la mierda! —me quejé—. Y yo que tenía un
dragón en mi lista de Navidad.
Me miró, con la diversión reflejada en sus ojos color
ártico. Me besó suave y lentamente, pasándome los dedos
por el cabello.
—En ese caso, tendrás un dragón —susurró contra mi
melena.
Puse los ojos en blanco, pero no pude evitar sonreír.
Éramos él y yo, y en ese momento, nada más importaba.
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
BRANKA

D ebí quedarme dormida, porque me desperté con unos


labios ásperos en la garganta, mordisqueando,
lamiendo, mordiendo, y con una manos
recorriéndome todo el cuerpo. Y estaba en la cama.
Durante una fracción de segundo, sentí pánico, pero
entonces el familiar aroma a cítricos se apoderó de mi
confuso cerebro. Las ásperas yemas de sus dedos marcaron
mi piel, y no fue hasta que sus dedos alcanzaron mi pezón a
través del material de mi sujetador que mi somnolencia
quedó en el olvido.
Mis labios se separaron por la sensación.
—Así es, Kotyonok —murmuró, su aliento caliente en mi
oído—. Es hora de tu castigo.
—No me he portado mal —protesté débilmente.
Le retumbó el pecho.
—Casi te casas con otro hombre.
—Eso está en el pasado —repliqué débilmente mientras
su boca recorría mi piel.
A través de la lujuria de mi cerebro, me di cuenta de que
toda mi ropa había desaparecido, a excepción de aquella
ridícula gargantilla conectada a mi sujetador y mis bragas
mediante una cadena. Me acarició la mejilla y asaltó mi
boca con un beso devorador. Probó, se adueñó, poseyó.
La sensación de sus dedos en mi pezón me sobrecogió y
gemí en su boca.
—Ruégame que te castigue, Kotyonok.
No tenía ni maldita idea de lo que quería decir con eso.
Su lengua volvió a entrar en mi boca mientras sus manos se
movían hacia la cadena y tiraban de ella.
—¡Ouch! —Se me escapó un grito de sorpresa y abrí los
ojos de par en par.
Una risita oscura vibró entre nosotros.
—¡Ruégame que te castigue!
Lo miré con recelo. No me gustaba el dolor.
Como si pudiera leer mis pensamientos, me metió dos
dedos. Para mi horror, estaba empapada.
—Suplícame que te castigue, Kotyonok, y serás
recompensada.
Aquello no tenía ningún maldito sentido, no obstante, a
mi cuerpo no le pareció importarle la insinuación. Su
mirada tocó mi piel. Su cuerpo descendió sobre el mío y lo
rodeé con los brazos, sus músculos cálidos y duros.
Siempre irradiaba calor. Quizá tuviera algo que ver con ser
ruso. O tal vez solo era él.
Me encantaba lo grande que era. Me fascinaba cómo me
hacía sentir protegida. A pesar del duro comienzo de
nuestra relación entre comillas. Me encantaba todo de él.
Volvió a pellizcarme el pezón, jadeé y me mordí el labio
inferior.
—¡Suplícame! —ordenó mientras el éxtasis zumbaba
bajo mi piel.
Levanté la cabeza y lo miré mientras me pasaba su
palma áspera por la mejilla y luego me acariciaba la nuca.
Me besó mientras recorría con mis manos la suavidad de su
espalda. Cada beso con él se sentía nuevo. Caliente.
Húmedo. Obsesivo.
—Quiero todo de ti —declaró con tono ronco y su voz me
envolvió el corazón. Mis latidos se ralentizaron y la crudeza
de los sentimientos me atravesó el pecho. Era un dolor de
los buenos. «Creo».
Su pecho subía y bajaba con cada respiración. Se estaba
conteniendo. Por mi culpa, pero quería esto. Necesitaba
esto. Así que se lo daría. Sin embargo, no se trataba solo de
él. Se trataba de mí también. Mi dolor reconocía el suyo.
Tuvo tragedias en su vida, igual que yo. Eran diferentes, no
obstante, eso no significaba que dolieran menos.
—Por favor, castígame. —Las palabras se deslizaron por
mis labios sin mi permiso.
Un gruñido profundo y retumbante resonó en nuestro
dormitorio y su mirada se llenó de lujuria.
Quería complacerlo. Quería ser su todo.
Al igual que se estaba convirtiendo rápidamente en mi
todo.
Tomé su mano entre las mías, sus oscuros tatuajes
contra mi pálida piel, y la coloqué en la base de mi
garganta. Podría arrancarme la vida fácilmente, pero
confiaba en que no lo haría. Me miró fijamente con
ferocidad. Estaba desnuda, a excepción de la gargantilla
que tanto parecía gustarle a Sasha, y la tenía ante él para
que la tomara. Me recorrió con la mirada, se detuvo en mi
sexo desnudo y sus ojos reflejaron una obsesión salvaje.
Todo para mí.
—Mira qué coñito tan bonito —gruñó mientras sus dedos
bajaban entre mis muslos y se deslizaban por mi excitación
—. Tan húmedo. Apretando mis dedos. —Me mordió
suavemente el labio—. ¿O es mi polla lo que quieres,
Kotyonok?
Un escalofrío me recorrió.
—¡Todo! —gemí, moviendo las caderas contra su mano.
Me dio la vuelta de un tirón. Sus manos llegaron a mis
caderas y tiró de ellas hacia arriba, de modo que mi trasero
quedó al aire. Me pasó las manos por el trasero, amoldando
la suave piel a sus palmas. Luego lo abofeteó sin previo
aviso y un grito ahogado salió de mis labios y mis caderas
se arquearon.
Esperé otra nalgada, pero no llegó. En su lugar, sentí
sus dientes en la mejilla desnuda de mi trasero. Primero la
izquierda, luego la derecha. Gemí y me balanceé contra él.
Pero cuando me lamió desde el coño hasta el lugar
prohibido, pensé que se había acabado el juego. Un
violento escalofrío me recorrió, amenazando con liberar
esas sensaciones y provocarme un orgasmo.
—Te ves tan bien de manos y rodillas, Kotyonok —
pronunció con voz ronca. Me pareció que le temblaba la voz
y me giré para mirarlo. Rodeó su pene con aquellos dedos
entintados y lo acarició una vez, luego dos—. Sabes aún
mejor. Tan bien que hace que me duelan las pelotas.
Dios, ¿por qué me resultaba tan erótico verlo
masturbándose?
—Hazlo otra vez —pedí.
Sus ojos se encendieron y volvió a darme una fuerte
palmada en las nalgas.
—Yo doy las órdenes.
Me metió dos dedos y suspiré mientras mi sexo se
apretaba contra él.
—Tu coño codicioso quiere esto —gimió—. Quiere ser
castigado para que pueda darte placer. Nadie más que yo
puede darte esto.
Otra nalgada.
—¡Oh, Dios!
Empujé contra sus dedos, instándolo a que me cogiera
con ellos. Que me cogiera con la lengua. Cualquier cosa,
con tal de que me cogiera.
—Estás rompiendo todas mis reglas —dijo con rudeza
mientras sacaba los dedos. Hice un ruido de frustración—.
Se supone que tengo el control. Pues no. Se supone que
debo mantenerte quieta. No lo haces. —Nalgada—. Ojos al
frente, Kotyonok.
No debí haber obedecido lo suficientemente rápido. Otra
nalgada. Me ardían las nalgas.
—¡Ouch! —protesté con desgana y me giré para mirar el
cabecero.
—Te gusta. —Tenía razón. El calor se extendió desde mi
trasero hasta mi centro.
Sentí la cabeza de su miembro contra mi entrada
caliente y me recorrió un temblor. Mis dedos se enroscaron
en las sábanas, agarrándolas. Luché contra el impulso de
moverme contra su duro miembro. La sangre corría por mis
venas encendida por la necesidad que solo él podía saciar.
Se introdujo dentro de mí, solo con la cabeza, y un
gemido rompió el aire. Mis paredes lo apretaron con
fuerza, urgiéndolo a seguir.
—Estás tan mojada —gimió roncamente—. Me estás
tomando tan bien. Este coño está hecho para mi polla. —
Jadeé cuando volvió a darme una palmada en el trasero.
Justo después, pasó sus manos por la curva de mis nalgas y
apretó—. Tu vagina me aprieta como si me estuviera
ordeñando. Está hecha para follarla, pero solo por mí.
No podía controlar mi cuerpo. Me molí contra él y salió
para volver a meterme el pene hasta el fondo. Su embestida
fue potente y profunda. Gemí y me dejé caer sobre los
codos. Gimoteé contra la almohada mientras me cogía con
más fuerza. La presión crecía en la base de mi columna y
ardía en mis venas como un incendio. Estaba bastante
cerca. Sus profundas y penetrantes embestidas me llevaron
a un lugar donde solo existía el placer.
Su mano me rodeó la cintura y tiró de mí para que su
pecho quedara a mi espalda, mientras con la otra me
rodeaba la garganta.
Su boca rozó mi oreja.
—Te castigaré la próxima vez. —Su voz era ronca, y no
creí que se diera cuenta de que había dicho esas palabras
en voz alta—. Hueles tan bien.
Me mordisqueó el lóbulo de la oreja; luego, me mordió el
cuello y succionó, dejando seguramente una marca en mi
piel. Empujaba. Dentro y fuera. Fuerte y profundo. Rápido
y severo.
Jadeé, la neblina de mi cerebro se espesaba. Volví a
apoyar la cabeza en su hombro y el corazón me latía con
fuerza contra su brazo tatuado. Su corazón retumbaba en
mi espalda con la misma fuerza que el mío.
Mi cabeza se cayó en su hombro, como si fuera una
muñeca de trapo.
—Qué hermosos senos —elogió—. Los follaré después.
Seré todas tus primeras y tus últimas veces.
Me mordisqueó los hombros y su mano se deslizó entre
mis piernas. Y todo el tiempo empujaba dentro de mí. En mi
húmedo y resbaladizo coño. Piel contra piel. Mi orgasmo
estalló y me recorrió. Detrás de mis párpados se
encendieron fuegos artificiales. Me estremecí y apreté su
miembro mientras me cogía durante mi liberación.
Me empujó hasta ponerme a cuatro patas, mientras me
follaba y me levantaba las caderas.
—¿A quién le pertenece esto? —exigió saber,
apretándome la nalga. Me dio una palmada en el trasero
como si estuviera enfadado por haber tardado un segundo
más en contestar. La verdad era que mi cerebro estaba
frito.
Se retiró por completo y volvió a penetrarme con fuerza,
golpeando mi punto G. Un gemido subió por mi garganta y
me balanceé contra él, hambrienta por otro orgasmo.
Volvió a penetrarme con fuerza. Se me cerraron los ojos y
vi estrellas.
—¿A quién? —gruñó.
—A ti. —Respiré, con su longitud dentro de mí. Mi mano
dio la vuelta y se apoyó en su duro trasero, mis uñas
clavándose. Si quería marcarme, también lo haría.
—¿Quién te está cogiendo? —Me agarró el cabello,
entrando y saliendo de mí. Golpeando mi punto G cada
maldita vez—. ¿Quién te está cogiendo, Kotyonok?
—Tú.
Volví a hacerme pedazos cuando se corrió dentro de mí.
Era lo más cerca que me sentía de otro ser humano y temía
perderlo.
Los dos jadeábamos, luchando por respirar. Mis
músculos temblaban. También los suyos, mientras sus
brazos me sujetaban murmurando suaves palabras rusas
que no entendía.
Moví la cara para encontrarme con su mirada, con
preguntas en mis ojos.
—Ahuyentas mis fantasmas, Kotyonok. Voy a matar los
tuyos.
Era una declaración tan Sasha Nikolaev. Lo más
romántico que había oído.
Excepto que no me di cuenta de que lo decía
literalmente.
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE
SASHA

F elicidad.
Cada día con ella era una dicha. Había perdido la
cuenta de cuántas veces la había follado. Cada una de
ellas era diferente. Mejor que la última. Pero para mi
sorpresa, besarla era mi acción favorita. Se derretía contra
mí, sus delgados dedos rodeaban mis bíceps o mi nuca.
Dependiendo de la posición.
En resumen, era insaciable cuando se trataba de Branka
Russo. Quería convertirla en la señora Nikolaev. Para mi
desgracia, no creía que estuviera lista.
Todos los rincones de la casa rusa de mi familia iban
siendo poco a poco reemplazados por Branka. Los pasillos
donde acechaban viejos fantasmas se volvieron más
luminosos. La sombra de ella los sustituyó. El balcón desde
donde mi madre se quitó la vida ya no me recordaba aquel
fatídico día. Ahora me recordaba los gemidos de Branka. La
noche anterior la incliné sobre la barandilla y la embestí
como si mi vida dependiera de ello.
Tal vez era así. Tal vez era mi cura todo este tiempo.
Mientras poseía cada centímetro de su cuerpo y le
susurraba sobre nuestro futuro juntos, aún quería más.
Quería sus palabras de amor. Esas que permanecían
encerradas detrás de sus hermosos labios.
Pero teníamos tiempo. Me las ganaría. Mientras
estuviera conmigo.
Volvimos a nuestro dormitorio. Pasábamos mucho
tiempo allí. Era mi habitación favorita, sin duda. La de
Branka también. Lo admitió, aunque tal vez tuviera algo
que ver con el hecho de que no pudiera mantener mis
manos lejos de ella.
Sin embargo, también quería que admitiera sus
sentimientos por mí. Quizá no era amor para ella, todavía,
pero sentía algo. Quería poseerlo. Necesitaba curar cada
gramo de su antiguo dolor. A partir de ahora, el único dolor
que tendría sería el relacionado con el placer y el sexo
ilimitado.
Con orgullo estudié el chupetón de su pecho. Como un
maldito adolescente.
—¿Vivías aquí cuando eras niño? —Su cabello estaba en
mi cara, sobre mi pecho y su mejilla apretada contra mi
corazón.
—De vez en cuando —respondí—. Antes de que muriera
mi madre, nos quedábamos aquí. Después, nos mudamos a
New Orleans y veníamos aquí solo cuando papá lo
demandaba.
—¿Eras muy unido a ellos?
—Tatiana, Vasili y yo éramos unidos. —Vasili era nuestro
padre, madre y hermano—. Alexei también, después de que
nos enteramos de su existencia.
—¿Eh?
—Es nuestro hermanastro —aclaré mientras sus
delgados dedos recorrían mi pecho—. Tiene una madre
diferente.
Nunca hablaba de nuestra familia. Nunca. Con Branka,
me encontré contándole pequeños detalles sin ahondar
tanto. No podía decidir si era bueno o malo. Pero sabía una
cosa con certeza. No me hacía sentir resentido como antes.
—¿Y tu madre? —curioseé—. ¿Eras muy unida a ella?
Sus hombros se pusieron rígidos y pensé que no
contestaría.
—No, en realidad no —susurró, con la cara aún hundida
en mi pecho—. Mi padre había abatido su espíritu mucho
antes de que naciera. No quedaba mucho de ella.
La crueldad de su padre era conocida por muchos. Por
algo había sido aliado de Benito King. Ambos estaban
cortados por la misma tijera.
—¿Derribó tu espíritu? —inquirí en voz baja.
Sabía la respuesta, pero quería que ella la dijera. Quería
que supiera lo fuerte que era y que estuviera orgullosa de
ello.
Levantó la cabeza y me miró.
—Era lo que más odiaba de Alessio y de mí —murmuró
—. No importaba cuántos días nos golpeara o torturara,
seguíamos luchando. No importaba cuántos días nos dejara
en el oscuro sótano, seguíamos aferrándonos a un rayo de
esperanza. No podía controlarnos ni quebrarnos como
había hecho con mi madre. Mia iba en camino a ser como
mamá. —Podía sentir cómo se le movía el cuello mientras
tragaba con fuerza. Maldición, si pudiera volver veinticinco
años atrás, mataría a su padre en cuanto naciera. Si tan
solo lo hubiera sabido—. Fue la razón por la que Alessio se
la llevó. Nunca lo dijo en voz alta, pero la veía morir
lentamente ante sus ojos.
Mi mano recorrió su suave espalda.
—Debió haberte llevado. No debió haberte dejado atrás.
Se quedó quieta, pero no lo confirmó ni lo negó.
—Sin embargo, no se lo hice fácil a mi padre —continuó,
con frialdad—. Puede que me convenciera de que Alessio
nunca volvería por mí, pero sabía que el día que me
sometiera a él, sería un cadáver.
Una cosa era cierta. Branka nunca se acobardaría ante
nadie. Pasara lo que pasara.
Nuestras miradas se sostuvieron. Las palabras no dichas
perduraron. Los viejos fantasmas perdieron su poder sobre
nosotros. Solo importábamos los dos.
Observé la subida y bajada de sus senos, tentándome.
Era tan hermosa, sus curvas me tentaban.
Sus dedos subieron hasta mis bíceps, bajando como
plumas hasta llegar a mi mano, rozando mis dedos.
—¿Qué significan estos tatuajes?
Los trazó ligeramente, de un dedo a otro.
—Cosas diferentes.
Miró hacia arriba y luego hacia atrás, concentrándose
en el fénix. Lo recorrió de nuevo, con un toque ligero como
una pluma.
—Un fénix —pronunció en voz baja. Pasó al siguiente—.
¿Qué es esto?
—Es el hamsa. —Frunció el ceño y le expliqué—: El
símbolo en forma de mano representa la protección y la
sanación.
—¿Están conectados el fénix y el hamsa? ¿El ascenso y
la sanación? —No me sorprendió que conectara los puntos.
Asentí—. Quieres resucitar con cada nueva muerte y sanar.
Comprendió el significado. Podíamos haber estado
separados todos esos años, pero algo nos mantenía
conectados. A nivel psíquico, nos parecíamos mucho. Los
dos íbamos por la vida ocultándonos tras una máscara
mientras, en el fondo, nos curábamos poco a poco.
A nuestra manera.
—¿Te has curado? —indagué.
Respiró hondo y exhaló lentamente.
—A veces creo que sí. Otras veces, sigo sintiéndome
como esa niña atrapada en un sótano oscuro.
Asentí en comprensión.
—Eres fuerte —aseguré—. Mucho más fuerte de lo que
nadie te da crédito.
Sus labios se curvaron en una suave sonrisa. Diferente a
todas las demás.
—Creo que eres el único que lo piensa.
—Son idiotas por no verlo —dije—. Puede que no tengas
cicatrices y tatuajes, pero eres igual de feroz.
Se rio ligeramente, sus dedos rozaron mis antebrazos,
hasta que se entrelazaron con los míos.
—Las tenía, sabes. —Cuando enarqué una ceja, me
explicó—. Cicatrices. Algunas eran realmente malas.
Las vi. Esa foto de la niña con las rodillas apretadas
contra el pecho y cicatrices por todo el cuerpo quedó
tatuada en mi mente. Era mi justificación cada vez que
mataba a un desgraciado maltratador que se atrevía a
hacerle algo así a otro ser humano.
—Mi hermana también tenía muchas cicatrices —
continuó con voz suave. No había visto todas las cicatrices
de Mia, no obstante, las que vi eran realmente graves. Eso
hizo que me ardieran las venas de rabia—. Le supliqué a
Alessio que me hiciera cirugía plástica. No quería vivir el
resto de mi vida escondiéndome tras capas de ropa. Ya
ocultaba demasiadas cosas.
—Un suspiro tembloroso la abandonó y sus dedos
apretaron los míos. Ni siquiera se dio cuenta de que lo
hacía—. Alessio accedió a pagar la cirugía solo si aceptaba
hablar con un terapeuta.
Siguió el silencio. No uno incómodo, pero sí lleno de
fantasmas del pasado.
—Mia hablaba de ti todo el tiempo —confesé. Sus ojos
parpadearon hacia mí, atravesados por oscuras tormentas.
—¿La conocías? —Asentí. Prácticamente podía ver los
engranajes girando en su cabeza, conectando las piezas—.
Ambos sirvieron en el ejército. Con Jason.
Volví a asentir.
—Te quería —expresé—. Tal vez incluso más que a tu
hermano.
El cuello de Branka se movió mientras tragaba.
—Me alegré de que escapara. Pero también me enfadé
porque me dejaron atrás.
Podía entender el sentimiento. No me abandonaron
físicamente, pero nunca fui lo bastante bueno para nuestra
madre.
—Eso es todo de lo que hablaba. De volver por ti. —La
conexión de Mia con su hermana y hermano era diferente a
todo lo que había visto. Era muy unido a mis hermanos,
pero Mia dependía de ellos. Mentalmente.
—¿Mataste a los hombres que la hirieron?
—Sí.
Pasó un latido.
—Bien.
El silencio bailaba en las sombras. El suyo. El mío. El
nuestro. Sin embargo, sabía que juntos los venceríamos a
todos. Demonios, si tuviera que renunciar al sexo duro, lo
haría. Por ella lo haría. Mi control se iba a la mierda a su
alrededor de todos modos. Quizás era a quien necesitaba
desde el principio para romper mis cadenas y la necesidad
de control.
Me reí de la ironía de todo aquello. Me hizo correrme
más fuerte que nunca y apenas la nalgueé. El control era
prácticamente inexistente cuando la tocaba. Décadas de
BDSM y hacía falta una virgen para mandarlo todo a la
mierda.
—¿Sasha? —Su voz era vacilante. Evitó mirarme,
mirando nuestros cuerpos enredados entre las sábanas. El
suyo impecable y el mío una alfombra de tatuajes.
—Hmmm.
Se mordió el labio carnoso y rosado.
—No sé si puedo darte lo que necesitas. —Mis latidos se
detuvieron, observándola. Si me pedía que la dejara ir, no
creía que pudiera. No era tan fuerte—. Pero quiero
intentarlo. Si quieres... —Su voz se entrecortó.
Puse dos dedos bajo su barbilla, obligándola a mirarme.
—¿Intentar qué?
—Tu tipo de sexo —atinó a decir.
Se me apretó el pecho. Sabía lo difícil que era para ella
darle a alguien el control de su cuerpo. El hecho de que
quisiera intentarlo significaba que quizá, solo quizá,
aprendería a amarme.
Y estaba tan profundamente envuelto en ella que hasta
la palabra “amor” no era suficiente para describir lo que
sentía.
Su delicada garganta subía y bajaba al tragar.
—Prométeme que no me mirarás diferente si pierdo la
cabeza.
Había una forma de mirarla. Con la más loca y profunda
obsesión.
—Kotyonok, no tienes que...
—Quiero hacerlo. —La obstinada inclinación de su
barbilla confirmó su determinación. Branka quería vivir, no
solo existir.
Le acaricié la mejilla y le di un beso en la punta de la
nariz.
—Lo prometo —juré. Me cortaría las pelotas y la polla
antes de hacerle daño.
Asintió y me rodeó el cuello con las manos. Sus uñas lo
rozaron ligeramente. Podía ver su pulso retumbar bajo la
suave carne de su cuello. Deslicé la mano hacia su nuca y le
empuñé el cabello, tirando de su cabeza para que me
mirara.
—¿Confías en mí?
Tum tun. Tu tum. Tu tum.
Tres latidos era una respuesta demasiado larga. Tendría
que esforzarme más.
—Confío en que te detendrás —respondió—. Y que no me
harás daño.
Tiré de su cabello para acercarla a mí, nuestros labios
casi se rozaban.
—Me cortaré la polla antes de hacerte daño, Kotyonok.
Cerró los ojos brevemente y, cuando mi boca presionó la
suya, un escalofrío recorrió su cuerpo.
—Eso suena doloroso —replicó medio en broma—. Y un
desperdicio de una polla realmente buena.
Una sonrisa rozó mis labios. Al menos le encantaba mi
miembro.
—Moye serdtse —dije. Levantó una ceja—. En cualquier
momento que quieras que pare, dices moye serdtse.
Sus labios se curvaron.
—¿Quieres que te llame mi corazón justo cuando
estamos a punto de volvernos locos en el dormitorio?
Mi pecho retumbó de risa.
—Locos, ¿eh?
Sus ojos grises se clavaron en los míos cuando dejó de
tocarme y se movió ligeramente. Bajó las manos, enroscó
los dedos en el dobladillo del vestido y se lo quitó
lentamente sobre la cabeza. Lo tiró al suelo y se quedó solo
con el sujetador rojo y la tanga.
Un torrente de sangre se me acumuló en la ingle. Su
mirada se posó en la mía, y la vulnerabilidad que había en
ella me destripó por dentro. Era tan hermosa que me dolía
mirarla. Quería que se viera a sí misma como yo la veía:
perfecta.
Cada. Maldito. Centímetro. Era simplemente fuera de
este mundo.
Estudié cada poro de su piel y todo lo que vi fue
perfección. Sus pezones empujaban contra el fino material
de su sujetador y sus bragas mostraban su humedad,
invitándome a devorarla. Mis ojos parpadearon hacia su
rostro y la profunda necesidad que había en ellos tenía el
poder de destruirme, maldición.
Mi polla palpitaba y la tensión se apoderaba de mi
cuerpo. Esta obsesión por ella era profunda. Formaba parte
de cada respiración y, en lugar de calmarse cada día, crecía
y crecía.
Mi mano agarró su cabello y tiré de él hacia atrás, luego
rocé con mis labios su oreja.
—¿Cuál es la palabra de seguridad? —pregunté, con voz
áspera.
—Moye serdtse.
Le rodeé la cintura con un brazo y la atraje hacia mí.
—Si es demasiado, dímelo y pararé.
—Quiero que lo disfrutes. —La inseguridad invadió su
voz y apuñaló mi corazón.
Se sentía tan bien, su suave cuerpo contra el mío que
era todo dureza. Olía aún mejor.
—Créeme, disfrutaré y me gustará cualquier cosa.
Siempre y cuando sea contigo.
Su cuerpo se amoldó al mío, moviéndose contra mí con
un suave gemido que llenó la habitación.
—Arrodíllate. —Obedeció inmediatamente, sus rodillas
tocando la alfombra de felpa—. Chúpamelo.
La incertidumbre cruzó su expresión y tomé su barbilla
entre mis dedos.
—¿Qué pasa?
Frunció el ceño, pero enseguida cuadró los hombros y
levantó la mirada hacia la mía.
—Nunca lo he hecho antes. —Dios, sus ojos brillaban
como estrellas. Sus manos buscaron mi cinturón y tocaron
la hebilla. Normalmente, no se le permitiría tocarme hasta
que le diera permiso. Pero nada sobre ella era normal. Era
una excepción a todas mis reglas.
—Enséñame lo que te gusta —exigió inquieta.
Dios, ya estaba duro y ni siquiera me había tocado.
—Da. —Sí. Mi voz era un gemido ronco.
Me bajó el bóxer y rodeó mi dura longitud con una
mano, acariciándolo suavemente. Mi polla se tensó,
necesitaba más. Rodeé su mano con la mía y le mostré
cómo me gustaba. Su boca se entreabrió, su respiración se
entrecortó y un rubor tiñó sus mejillas.
Tiré con fuerza de la piel, arriba y abajo, con el líquido
preseminal brillando ya en la punta de mi polla.
Se lamió los labios y me miró.
—Eres tan hermosa.
Si me tocara morir en ese mismo instante, lo haría feliz.
Con sus ojos mirándome como si fuera todo su mundo. Mi
corazón latía con fuerza, la adrenalina corría por mis venas.
Esto era mejor que la persecución, más satisfactorio que
matar a la escoria de esta tierra.
Deslizó su lengua por mi verga e hizo arder mi piel. El
calor se extendió, subió por mi estómago y apretó mis
abdominales. Maldición, a este paso no iba a durar mucho.
Apreté los dientes y un gemido vibró en mi pecho.
Levantó los ojos y su lengua me lamió el miembro como si
fuera una paleta.
—Lo estás haciendo bien, Kotyonok —halagué
roncamente. Demasiado bien.
Mi mano se acercó a su cabello, mis dedos tiraron de él.
—Necesito tomar el control. ¿Me dejarías?
Parpadeó y no perdí el tiempo.
—Llévame hasta el fondo, Kotyonok —ordené mientras
empujaba profundamente dentro de su boca. Le aparté el
cabello de la cara para poder ver cómo mi polla
desaparecía en aquella hermosa boca—. Golpea mi muslo
cuando necesites respirar.
Me llevó más adentro, manteniendo el contacto visual
conmigo y obedeció. Nunca me había imaginado que no lo
hubiera hecho antes. Se sentía tan bien. O tal vez era ella.
Era tan bueno, porque era mía y yo era suyo.
Tiré de su cabeza hacia atrás para poder introducir mi
miembro más profundamente en su garganta. Dentro y
fuera. Dentro y fuera. Emitía pequeñas vibraciones
alrededor de mi polla, haciendo que mi cuerpo se
estremeciera.
Mi pequeña kotyonok disfrutaba de lo que hacíamos
tanto como yo. Apretó los muslos, frotándolos entre sí.
El poco control que tenía, se rompió. Empujé más
profundamente en su garganta.
—Todo, Kotyonok —dictaminé con dureza.
Le dieron arcadas, pero no me dio un golpecito en el
muslo. Me llevó más adentro, succionándome, negándose a
parar. El calor crecía en la base de mi columna, cada vez
más caliente e inestable.
—Relájate —demandé con voz ronca—. Lo estás
haciendo muy bien, amor. Tan bien.
Otro zumbido. Relajó la garganta y me llevó con más
profundidad en su boca, tomando cada maldito centímetro.
—Demonios, Kotyonok —gruñí, mi voz salió más ronca—.
Eso es.
Su cabeza subía y bajaba. Le lloraban los ojos, aunque
se negó a dejar de chupar. Mi corazón retumbó con la
fuerza de un relámpago rompiendo el cielo. Le aparté el
cabello de la cara para poder observar su expresión.
Metió una mano entre sus muslos y su gemido vibró en
mi verga mientras seguía lamiéndome. Chupaba y volvía a
meterla hasta el fondo.
—No. Te. Toques. —Mi voz era áspera. Mi control se
había ido—. Ese coño es mío. Solo mi mano hará que te
corras.
Obedeció y me miró, sus ojos estaban cristalizados y me
observaban con tantas malditas emociones que fácilmente
podía convencerme de que me amaba. Me aparté un poco y
su pequeña protesta hizo que volviera a penetrar
profundamente su garganta.
Las vibraciones de sus gemidos me recorrieron toda la
espalda, los sonidos de los gorgoteos que salían de su
garganta eran tan eróticos. Esperaba que se desmayara.
No lo hizo. En lugar de eso, me clavó las uñas en los
muslos. Me corrí con más fuerza que nunca. El orgasmo me
recorrió el cuerpo, salvaje y caliente, y me vine en lo más
profundo de su garganta.
Tragó saliva, con las mejillas manchadas de rubor y
pequeñas vetas de lágrimas.
—Hasta la última gota —mandé, no es que estuviera
desperdiciando algo. Me miró fijamente y sacó la lengua
para lamerse el semen de la comisura de sus labios. Luego
se limpió la boca con el dorso de la mano, con el cabello
revuelto y cayéndole hasta la cintura.
Jesucristo.
Parecía una virgen caída. Una virgen totalmente
arruinada a la que no parecía importarle pecar con los
engendros de Satanás.
—Me gustó —confesó, con ojos suaves.
La agarré por la nuca, la puse en pie y acerqué mis
labios a los suyos, besándola profundamente y deslizando
mi lengua en su boca.
Estaba listo para otra ronda, mi polla endureciéndose.
Suspiró en mi boca como si acabara de darle placer cuando
había sido ella la que me había dado la mamada de mi vida.
—Súbete a la cama —ordené, con la voz rasposa—.
Sobre tus manos y rodillas.
Apenas tocó el colchón y yo ya me había quitado el resto
de la ropa.
Me acerqué por detrás.
—Culo arriba. —Le di una nalgada para puntualizar la
orden.
Siguió mi exigencia mientras no le quitaba los ojos de
encima, atento a cualquier señal de pánico. Se arrodilló,
con los ojos fijos en mí, pero sin reflejar miedo alguno.
—Manos y rodillas abajo, Kotyonok. Ponte cómoda.
Dudó un instante. Mi mano se posó en su redondo
trasero y obedeció rápidamente. Sonreí y se lo froté.
—Esa es mi bien portada kotyonok —elogié, con su culo
empujando contra mi palma. Separé sus muslos con las
manos y la encontré bastante mojada, con sus jugos
brillando entre sus piernas.
Inhalando profundamente, saboreé su delicioso aroma
persistente en el aire. Me volvía loco.
—Estás muy mojada —gruñí mientras introducía un dedo
en sus gruesos y húmedos pliegues—. ¿Es por chupármelo?
—Su gemido fue mi respuesta.
—No te muevas a menos que te lo diga —advertí
roncamente.
El verdadero castigo es que la mantuviera aquí.
—De acuerdo —musitó.
Su obediencia me complacía y por el rubor de su piel,
esto era placentero para ambos.
Miró por encima del hombro, con los ojos grises
nublados por la lujuria.
—Me complaces tanto, Kotyonok —halagué mientras
acariciaba su redondo trasero. Volvió a empujar hacia mí.
Como una gatita. Normalmente, no sería algo que
permitiera, pero me complacía muchísimo saber que quería
mis caricias.
—Relájate, Kotyonok. Sé lo que necesitas.
Me acerqué a la pared del fondo, agarré un látigo de
cuero y volví junto a Branka, que seguía de rodillas
esperándome. Su trasero a la vista. Sus jugos invitándome.
Era tan perfecta.
Recorrí su piel con las suaves lengüetas.
—¿Cuál es la palabra de seguridad? —pregunté de
nuevo. Quería asegurarme de que la recordaba.
—Moye serdtse.
—Bien. Ahora ojos al frente.
Giró la cabeza. Me coloqué detrás y le pasé el látigo por
el culo, por encima de la huella de mi mano en su piel. Le di
vueltas para que solo las puntas rozaran su piel.
Un gemido de sorpresa se deslizó por sus labios. Sonreí
y acerqué los hilos del látigo a su piel. Su trasero se apretó
y un suave zumbido vibró en su interior.
Levanté el látigo y lo bajé, azotándola una vez en el culo.
Respiró agitadamente y miró por encima del hombro.
—¿Te gusta, Kotyonok?
Su trasero se apretó, sus muslos se rozaron y un charco
de humedad se deslizó por ellos. A su cuerpo le encantaba,
pero necesitaba que a su mente también.
Su lengua se deslizó por sus labios.
—Creo que sí.
Dejé escapar un suspiro de alivio. Luego, con una
sonrisa de satisfacción, retiré el brazo y volví a azotarla.
Una marca rosa floreció donde la golpeé. Tan hermosa.
—Muy bien, Kotyonok —murmuré, elogiándola.
Suavemente, pasé el látigo por su trasero. Su aroma
llenó el aire, embriagándome. Gimiendo, su cuerpo se
movió hacia delante, hundiéndose hasta los codos. Su
cuerpo pedía más. Su excitación exigía más. Pero no fue
eso lo que hizo que se me pusiera duro de nuevo tan
rápido. Era su confianza.
Esta vez golpeé un poco más fuerte y se estremeció,
apretando las nalgas. Luego, deslicé el látigo por sus
muslos y su grácil espalda. Su piel brillaba bajo la luna que
se colaba por las ventanas.
Volví a bajar el látigo de cuero y me detuve en el oscuro
agujero de su culo. Sus dedos se enroscaron en el colchón.
—Algún día tu trasero me pertenecerá. —Su respuesta
fue tensar su oscuro agujero y soltar un suave gemido. Mi
corazón latía con fuerza, la necesidad de poseerla zumbaba
en mis venas. Le pasé las hebras suavemente por la piel
enrojecida entre las nalgas y luego por la vulva.
Le di ligeros golpecitos en el coño. Se retorció. Volví a
azotarla. Luego solté el látigo y froté su entrada con los
dedos.
Estaba tan mojada. Hinchada y brillante.
Necesitaba estar dentro de ella. Ansiaba follármela
hasta que toda la habitación diera vueltas para los dos.
Apoyé mi polla contra su cálido y apretado sexo. La penetré
con fuerza y su cuerpo cayó hacia delante. Mis manos
llegaron a sus caderas, tirándola hacia arriba.
Estar dentro de su coño caliente y húmedo era mi
paraíso. Sus paredes se apretaban alrededor de mi
miembro, su cabello oscuro caía por su hermosa espalda.
Sujeté sus caderas con una mano y con la otra agarré su
melena castaña, enrollándola dos veces alrededor de mi
puño.
Tirando de su cabeza hacia atrás, acerqué con fuerza su
cara a la mía y tomé su boca. Su espalda quedó contra mi
pecho.
La penetré con fuerza, una y otra vez.
—Mi kotyonok necesita esto —gruñí—. Necesitas que te
posea.
—¡Sí! —gimió, con el cuerpo balanceándose hacia
delante. Sus caderas se agitaron y apreté el agarre,
acelerando el ritmo, follándola como un loco.
Anteriormente, coger era para ella. Esto era para nosotros.
La penetré cada vez con más fuerza, cerrando los ojos
para saborear lo bien que se sentía. Su coño estrangulaba
mi verga. Sus gemidos y quejidos llenaron la habitación.
Me agarré a su garganta, empujando dentro y fuera de ella,
con fuerza. Era violento. Me consumía.
Me la cogí con fuerza, sin ningún tipo de control. Piel
golpeando contra piel.
—¡Blyad! —Jadeé—. Me voy a correr, Kotyonok.
Su coño estalló alrededor de mi miembro. Branka giró la
cabeza para observarme, con la cara enrojecida y los ojos
brillantes de placer. Algo en su mirada hizo que mi corazón
brillara. Sus suspiros me instaron a ir más rápido y más
fuerte. Más profundo.
Mis pelotas golpearon sus nalgas. Metí la mano y froté
su clítoris empapado. Gritó su orgasmo al mismo tiempo
que rugía de placer con su nombre en mi lengua. Y todo el
tiempo, sus entrañas se apretaban.
Un relámpago caliente golpeó la base de mi columna y el
potente orgasmo me atravesó con el poder de un
megaterremoto.
Nuestras respiraciones eran agitadas, nuestros cuerpos
estaban empapados de sudor y podía sentir el estruendo de
su corazón. Mi semen goteaba de su coño. Nunca había
visto un espectáculo mejor.
Acaricié su cuerpo, recorriendo su suave piel. La
estreché contra mí, mi boca rozó la sedosa piel de su cuello
y luego su hombro. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Mi hermosa kotyonok —murmuré contra su piel.
Una vez que nuestras respiraciones se calmaron, la
saqué y, maldita sea, ya echaba de menos su vagina. Le di
la vuelta y la tumbé boca arriba.
—Quédate aquí —ordené, y desaparecí en el cuarto de
baño. Tomé una toallita limpia, la empapé en agua tibia y
volví a ella.
CAPÍTULO CINCUENTA
BRANKA

N uestra respiración se estabilizó lentamente, pero


nuestros corazones latían con fuerza en perfecta
armonía.
Eso o me había vuelto poética por los orgasmos
explosivos que me estaba dando este hombre. Sí, la
conexión física no lo era todo, pero... Madre. Mía.
Definitivamente había algo entre nosotros.
Me acurruqué contra Sasha, absorbiendo su calor. Sí,
crecí en Montreal, pero eso no significaba que me gustara
el frío. La playa y el sol siempre fueron más preferibles.
Escuché a Sasha respirar mientras mis dedos recorrían
su cuerpo, trazando sus tatuajes. Tenía tantos. Me
encantaba. Narraban su historia, su vida, la llevaba
plasmada en su piel. Quería saberlo todo. Antes me había
dejado entrever quién era, pero quería saberlo todo. Era
fácil exigir todo de él, sin embargo, era muy difícil darle
todo de mí.
Mis dedos se toparon con la marca del mordisco y la
tinta fresca y me detuve. ¿Él...?
La tracé, sintiendo que se me oprimía la garganta. Se
había tatuado la marca de mi mordisco en la piel.
—¿Por qué tienes tantos tatuajes? —pregunté, casi
conteniendo la respiración.
—Para recordar.
Levanté la cabeza para ver su expresión.
—Recordar ¿qué?
No hubo respuesta. Mis palmas volvieron a recorrer su
pecho. No podía dejar de tocarlo.
—¿Cuántos años tenías cuando te hiciste tu primer
tatuaje? —Su cuerpo se tensó bajo mis palmas.
—Joven.
Mis cejas se alzaron.
—¿Qué tan joven?
—A los once, más o menos.
Sabía que había algo más que contar detrás de toda esa
tinta. Mis ojos recorrieron sus tatuajes. Era como ver una
historia plasmada en imágenes. El nudo sin fin. La cruz
cristiana. Criaturas mitológicas. Palabras en cirílico.
Quizá era una tontería, pero quería saber más. Qué lo
impulsaba. Qué lo hacía ser él. Quería entenderlo. A pesar
de la franqueza de Sasha, no sabía mucho sobre él. Era
psicópata, peligroso, mortal. No obstante, eso no era todo.
Había capas que necesitaba descubrir para conocer al
verdadero Sasha.
—¿Cuál fue tu primer tatuaje? —inquirí, tocando cada
centímetro de su piel.
Se señaló las costillas. Un tatuaje de Némesis me
devolvió la mirada. La mitología no era mi fuerte, pero me
parecía recordar que era una diosa de la indignación y el
castigo.
—¿Némesis? —curioseé para estar segura.
—Da. —Su voz era áspera, con una pizca de emoción.
—¿Por qué ese en particular?
Paredes invisibles se alzaban a su alrededor. Estaba
prácticamente encima de él, pero daba igual, porque
parecía haberse transportado a miles de kilómetros.
Sin embargo, respondió.
—Me recordaba a mi madre.
—¿Por qué?
—Némesis podría provocar pérdidas y sufrimiento —
narró, con una voz más fría que las temperaturas
invernales de Siberia.
—¿Por qué elegiste ese tatuaje?
—Porque mi madre no trajo más que dolor y sufrimiento
—comentó, con un tono seco y palabras duras. Era la
primera vez que oía una pizca de su acento ruso.
Me quedé quieta, se me puso la piel de gallina en los
brazos. La temperatura de la habitación cayó en picada. Su
madre debía de haberle hecho mucho daño para que su
expresión se ensombreciera. Quizá, después de todo, Dios
obraba de formas misteriosas. Nos conectó con nuestra
otra mitad que reflejaba nuestras propias cicatrices. Para
que pudiéramos ayudarnos a sanar.
—¿Te hizo daño? —indagué ahogadamente.
Sacudió la cabeza.
—No como piensas. Se aseguró de que todos
sufriéramos por su rabia ante la infidelidad de nuestro
padre. No podía dejarlo, así que se aseguró de que
padeciéramos junto con ella.
Había más en Sasha que su comportamiento psicópata.
Había un lado que mantenía muy controlado. Quería
conocer ese lado. Quería conocerlo todo.
Antes de que pudiera decir algo más, me quitó las
mantas de encima y me tumbó boca arriba. Su cuerpo cayó
sobre el mío y lo rodeé con los brazos, absorbiendo su
calor. Era tan grande que incluso se sentía como una
pesada manta sobre mí.
Sus labios rozaron los míos mientras mis palmas
recorrieron los suaves músculos de su espalda. Algún día
exploraría todos y cada uno de los tatuajes de su cuerpo y
sabría qué significaban.
Me besó, lenta y profundamente, diferente de la forma
brusca en que me había cogido antes. Mis muslos se
separaron, dándole la bienvenida de nuevo dentro de mí.
Esta vez sus embestidas fueron profundas y lentas, como
si quisiera saborear el momento el mayor tiempo posible.
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
SASHA

M e froté la cara, viendo a Branka dormir en mis brazos.


Desnuda y agotada.
Se me hizo un nudo en la garganta al recordar las
últimas palabras que me dirigió mi madre.
Nunca serás lo suficientemente bueno. No para mí. Ni
para tu padre. Ni para nadie.
Si bien era una perra psicópata, no podía olvidar esas
malditas palabras. Me odiaba por parecerme a mi padre. Lo
detestaba por amar a otra mujer, y me culpaba por ello.
Nada de eso tenía sentido. Pero esas frases iniciaron un
efecto dominó. Sus palabras habían demostrado ser
correctas. Al menos en lo que respectaba a mi padre. Ya no
le importábamos. Vasili asumió el papel de jefe del hogar,
cuidando de un hermano menor adolescente y de nuestra
hermanita. Por no hablar de que dirigía las empresas y el
lado ilegítimo de nuestro negocio.
Nunca serás lo suficientemente bueno.
Pasé un pulgar por su suave piel y le acaricié la mejilla.
Y como si ansiara mi calor, apretó la mejilla contra la palma
de mi mano.
Mi teléfono vibró en la mesita de noche y lo tomé.

Alessio: Quiero a mi hermana de vuelta. Ilesa. Intacta.


Maldito psicópata.
Yo: Tus notas de amor me hacen llorar. No te
preocupes por tu hermana. Está a salvo y ya no te
concierne.

Mi teléfono tardó un milisegundo en sonar. Esbocé una


media sonrisa. Alessio. Debería haberlo sabido.
Con cuidado de no despertar a Branka, salí de la cama,
me puse unos jeans y me dirigí al balcón de nuestro
dormitorio.
—¿Hola?
—No me saludes, Nikolaev. —De acuerdo, Alessio estaba
enfadado—. Debería haber sabido que no podías aceptar un
no por respuesta. Maldito seas.
—Estoy muy bien —repliqué—. El clima es agradable. La
comida es estupenda. Y la compañía es la mejor.
—¡Desquiciado hijo de puta! —siseó—. ¿Dónde demonios
estás?
—No es asunto tuyo.
Si pensó que entregaría a Branka, estaba loco.
—¡Ponla al teléfono! —exigió.
—Aviso de último momento —advertí—. No puedes
gritar tus exigencias. Puedes intentarlo, claro. Pero solo
hará que te cuelgue más rápido.
Siguió un tenso silencio.
—¿Cuánto tiempo?
Fruncí el ceño.
—Cuánto tiempo ¿qué?
—¿Desde cuándo tienes en la mira a Branka?
Estaba claro que su hermana no compartía ciertas cosas
con su hermano mayor. Nuestro encuentro en Berkeley era
algo que solo nosotros dos sabíamos. Podía mentir. Debería
mentir.
—Fue cuando te dije que estaba fuera de los límites. La
hice más tentadora con esas palabras hace cuatro años.
Una fruta prohibida.
Tal vez eso aumentó aún más mis ganas, pero era mía
mucho antes de eso. Esas palabras me empujaron a
buscarla esa noche.
—Sí, esas palabras me inspiraron. —Me conformé con
una verdad a medias.
Suspiró cansado.
—No tengo la energía ni el tiempo para tu culo maníaco
—murmuró—. Devuélveme a mi hermana.
—Tienes que calmarte —dije fríamente—. Estarás
muerto para cuando tengas a un recién nacido en tus
manos si no te tranquilizas.
—Lo juro por Dios, Sasha...
—No vas a recuperarla —afirmé, mi voz mortalmente
calmada—. Branka Russo es mía. Si alguien intenta
quitármela, verás el verdadero psicópata que soy.
Pude oír su aliento sardónico a través de la línea.
—¡Jesucristo! —exclamó—. Sasha, ella no es para ti. Es
demasiado... —Inhaló profundamente, luego exhaló con
lentitud—. Le han hecho demasiado daño. Necesita un buen
hombre. Alguien que la merezca.
La frustración me recorrió, las palabras no dichas me
afectaron más de lo debido. Dieron en el blanco, y odié la
forma en que me hizo sangrar. Si no fuera el hermano de
Branka, tomaría un avión y le metería una bala en la frente.
Me picaba el dedo por apretar el gatillo.
El dolor que imaginé en la cara de Branka si perdía a su
hermano me produjo una extraña opresión en el pecho.
Sacudí la cabeza. Era inútil engañarme. No mataría ni a
una mosca si Branka se enfadara.
—Me tendrá a mí —aseguré entre dientes—. Nadie más
que yo. Así que acéptalo.
—Quiero hablar con ella. —Su voz era fría, pero se
notaba que estaba apretando los dientes incluso por
teléfono.
—Está durmiendo.
Una pausa.
—¿En mitad del puto día?
Me di cuenta de mi error inmediatamente. Era de día en
Canadá y en la Costa Este.
—Estaba cansada. Hemos estado ocupados.
De repente me di cuenta de lo que había dicho. Como si
hubiéramos estado cogiendo durante horas. Mierda, unos
pocos días con Branka y ya estaba soltando información.
—¡Estás muerto, maldito ruso! —espetó, enojado—.
Cuando te encuentre, te estrangularé.
Dios mío, el tipo estaba hormonal.
—Deberías probar algunas técnicas de respiración —
sugerí con calma—. Está claro que el embarazo te está
volviendo volátil.
—Tu. Me. Pones. Volátil. —Su voz estaba tensa—. Voy a
asesinar tu culo ruso.
Sonreí al teléfono, aunque no con mi alegría habitual. Si
Alessio me odiaba, Branka se molestaría. Era lo último que
quería.
—¿Harías viuda a tu hermana? —Jesucristo, será mejor
que encontrara a alguien que nos casara. Tan pronto como
fuera posible.
—Se va a casar con Killian, no contigo. —Se escuchaban
algunos golpes de fondo.
—Sí, buena suerte con eso —reviré. Sobre mi cadáver se
casaría con otro. Ya me había cansado de esta inútil
llamada—. Te mantendré informado de nuestros
aniversarios y cumpleaños. Cuando aceptes lo mío con
Branka, te enviaremos fotos nuestras y de nuestra familia.
Terminé la llamada sin esperar respuesta.
Mis ojos recorrieron el paisaje que nos rodeaba. No
había nada en doscientas hectáreas a nuestro alrededor. Si
alguien intentaba acercarse al castillo, no tendrían
oportunidad de hacerlo sin ser vistos.
Aun así, el miedo a perder a Branka era como un pánico
gélido en mis venas. Había sido paciente durante siete años
y casi la pierdo. En ese momento, necesitaba que entrara
en razón y me eligiera. Atarla a mí para que nadie más
pudiera arrebatármela.
La sangre me corrió por las venas. El pulso me zumbaba
en los oídos y el corazón me latía con demasiada fuerza.
Normalmente era lo que sentía antes de tomar decisiones
precipitadas.
Matar. Eliminar el obstáculo.
Ya no podía hacerlo. Me costaría lo único que quería.
Volví al dormitorio y observé a Branka mientras dormía.
Su pecho subía y bajaba, su respiración era superficial.
Parecía tan dócil cuando no estaba despierta, tenía los
labios ligeramente entreabiertos y las suaves líneas de su
rostro eran tentadoras.
Me metí en la cama, le rodeé la cintura con un brazo y
apoyé mi pecho en su espalda. Enterré la cara en su nuca e
inhalé profundamente, su familiar aroma a flores aliviaba
mi inquietud. Verla me tranquilizaba, ralentizaba el
zumbido de mis oídos y los latidos de mi corazón.
—Ya tebya lyublyu, Kotyonok —le susurré al oído.
Era la primera vez que le decía “te amo” a una mujer. A
cualquier mujer.
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS
BRANKA

M is ojos se abrieron en una habitación oscura. Extendí


la mano por la cama y encontré las sábanas frías y
vacías. Sasha no estaba a mi lado. Me invadió la
decepción.
Me arrastré hasta el baño, con el semen de Sasha
goteando por mis muslos. A ninguno de los dos se nos había
ocurrido usar preservativo. Tragué saliva, la idea del
embarazo me llenaba de ansiedad. Tristeza.
Se me encogió el corazón.
¿Me dejaría Sasha si lo supiera? Era defectuosa.
Tragué saliva. Los bebés y los legados eran una parte
importante en el bajo mundo. Continuar un linaje.
Continuar un apellido. Mantener la mierda dentro de una
familia. Excepto que no me importaba que la línea de
sangre Russo muriera conmigo.
Sin embargo, me molestaba que me dejaran atrás
nuevamente.
Se me revolvió el estómago y me armé de valor. Me
limpié, oriné y me metí en la ducha, ignorando la pesadez
que sentía en la boca del estómago.
Me duché, comí la comida que me trajeron y luego
decidí explorar el viejo castillo. No tenía nada mejor que
hacer. Fui de una habitación a otra, el lujo era evidente en
cada rincón del lugar. No era una aficionada a la historia,
pero creía que el dueño lo había restaurado para devolverle
su esplendor original.
El castillo se remontaba a los buenos tiempos anteriores
a la Revolución Rusa.
Mientras bajaba la gran escalera oí esa voz oscura y
familiar. Mis mejillas se calentaron al recordar cuántas
veces me había cogido la noche anterior. Sasha era
dominante e insaciable en el dormitorio.
Seguí la dirección de la voz, pero cada vez que entraba
en una habitación, la encontraba vacía.
—¿Estás buscando a Sasha? —Me giré al escuchar una
voz. Parpadeé y volví a parpadear.
El dueño de aquella voz era alto, de un metro ochenta o
más. Vestía camisa y pantalones negros con un abrigo
negro de cachemira abierto. Mis cejas se alzaron.
Realmente le gustaba el color negro. Mi mirada se dirigió a
su rostro. Rasgos afilados y angulosos y ojos oscuros
intensos. Cabello castaño oscuro.
Era un Konstantin. Uno de los gemelos. ¿Qué hacía allí?
Entonces recordé su pregunta.
—Sí, estoy buscando a Sasha.
—Estás de suerte, entonces —declaró, metiendo las
manos en los bolsillos, como si intentara parecer menos
amenazador. Sí, eso era imposible. Tenía esa aura de
hombre despiadado y peligroso. Muy parecido a mi propio
hermano. Muy parecido a Sasha.
Era agradable a la vista, pero eran sus ojos inquietantes
los que me daban ganas de correr y esconderme. La forma
en que me observaba me hacía pensar que veía demasiado.
Incluso los secretos más oscuros que me ocultaba a mí
misma.
—Acabo de dejarlo en la biblioteca —me informó—. Sus
hermanos están con él.
Me alarmé. No me di cuenta de que habíamos
convertido esto en una reunión familiar.
—¿Solo ellos? —indagué con cautela. «¿Me había
encontrado mi hermano?».
Sus cejas se fruncieron durante un instante, como si
percibiera mi miedo. Como si estuviera confundido. No
obstante, luego su expresión volvió a ser una máscara
ilegible y permanecimos allí de pie. Inmóviles. Sin
pestañear.
—Sí, solo sus hermanos.
Este hombre sabía quién era. Apostaría mi vida en ello.
Sin embargo, por loco que pareciera, me sentía segura bajo
la protección de Sasha. Sacudí la cabeza. El hombre
repartía orgasmos como si fueran caramelos y hacía que mi
cuerpo se derritiera, y con eso ya era suficiente para
sentirme segura con él. Sí, no era mi cerebro el que
hablaba, pero daba igual.
—Parece como si quisieras huir —comentó, con voz
tranquila. Como si hubiera bajado el tono a propósito para
no asustarme. Fue entonces cuando me di cuenta de que
mis pies se movían inquietos, de un lado a otro, y me
obligué a parar.
No recordaba la última vez que había huido de un
hombre. Había pasado mucho tiempo. ¡De padre y su
maldito socio! Fue el último hombre del que hui.
—Soy Illias. —Se presentó, extendiendo la mano—. Illias
Konstantin.
Vacilante, puse mi mano en la suya.
—Branka.
Aprendí hacía mucho tiempo que no era inteligente dar
mi apellido. Mi padre tenía demasiados enemigos.
Demasiada gente a la que le había hecho daño.
—Encantado de conocerte, Branka. —Incliné la cabeza
en señal de reconocimiento—. ¿Qué te parece Rusia hasta
ahora?
Me encogí de hombros, estudiándolo.
—Solo he visto esta casa y la vasta tierra que se extiende
por kilómetros —comenté secamente—. Aunque los veranos
son más fríos en Siberia.
Sonrió, divertido, y me quedé con la boca abierta. Santa
madre de Dios. Era como estar cegada por el sol. Su
atractivo sexual era abrumador.
—Y los inviernos son aún más fríos —observó
entretenido.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Podía imaginar
kilómetros y kilómetros de nieve profunda. El color blanco
nos rodearía hasta donde alcanzaba la vista. No era mi
escenario invernal ideal. Sí, era de Canadá, pero eso no
significaba que me gustara congelarme el trasero.
—¿Eres amigo de Sasha? —pregunté con curiosidad. Era
la segunda vez que lo veía cerca de él. No podía ser una
coincidencia—. Te he visto antes. En California.
Sus labios se elevaron en una discreta sonrisa.
—Me acuerdo de ti —agregó.
De acuerdo, eso era preocupante. Después de todo, eso
fue hacía siete años.
—Entonces, ¿lo eres? —Volví a cuestionar. Cuando
arqueó una ceja en señal de interrogación, añadí—:
¿Amigos?
—Probablemente no me pondría en esa categoría. —Su
tono era seco y su expresión aún más—. Especialmente
después de la conversación que acabamos de tener.
Mis cejas se alzaron.
—¿Eh?
Inclinó la cabeza.
—Me temo que los hermanos Nikolaev no estaban muy
contentos con mis exigencias sobre su hermana. —Sacudió
la cabeza, con la agitación claramente reflejada en su
rostro—. Esa es la única desventaja de Tatiana. Sus
hermanos.
Fruncí el ceño, totalmente confundida. ¿Por qué me
contaba eso? Algo me decía que todo lo que hacía este tipo
tenía un propósito. No era de los que cometían errores.
—Y te estarás preguntando por qué te lo digo —me dijo
perezosamente, con una sonrisa distante. Asentí con la
cabeza. Era extraño que me contara algo sobre Tatiana. Al
fin y al cabo, éramos desconocidos—. Porque eres su
debilidad, Branka Russo.
De alguna manera no me sorprendió que supiera quién
era.
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES
SASHA

A penas llevaba tres días con Branka y mi teléfono no


había parado de sonar. Tampoco dejaban de llegar las
visitas.
Era como una gran estación central. Constantes pitidos,
timbres y conversaciones. Aunque podría haber prescindido
de la maldita visita de Illias Konstantin. ¡Desgraciado! Si
pensaba que alguna vez tendría a mi hermana, estaba loco.
Por las expresiones de Vasili y Alexei, estaban de acuerdo
conmigo.
Para mi consternación, cuando Illias salió de la
habitación, entró Tatiana. Y por la expresión del bastardo,
los problemas no tardarían en alcanzarnos. No se rendiría;
apostaría mi vida en ello.
Me senté en la biblioteca/oficina detrás del escritorio,
abriendo y cerrando mi navaja. Abría. Cerraba.
En el aire flotaba un silencio tenso. Vasili se sentó en la
silla frente a mí, Tatiana tomó asiento en el sofá y Alexei se
quedó de pie, apoyado en la pared con los brazos cruzados.
Los tres aparecieron. Sin invitación. Malditos acosadores.
Aunque me alegró ver a Tatiana vestida con su
característico traje blanco y negro de Chanel en lugar de
pantalones deportivos.
El silencio se extendió por toda la habitación, los ojos de
mis hermanos clavados en mí. Unos furiosos. Unos
impasibles. Y otros aburridos.
Mis músculos se tensaron, furioso de que los tres
estuvieran en el castillo. ¿No podían dejar a un hombre solo
con la mujer que amaba? Al menos hasta que la dejara
embarazada y nadie pudiera quitármela.
Me recosté en la silla.
—¿Cómo me encontraron?
—Fue bastante fácil —respondió Tatiana, estudiándome
con comprensión.
Tanto Alexei como Vasili me observaban con aquellos
ojos inquisitivos, pero era Tatiana de quien temía que viera
demasiado.
—¿La mujer Russo está bien? —indagó Alexei.
Abrí el cuchillo y lo volví a cerrar.
—Sí.
—¿Por qué Illias te dejó usar su jet? —Vasili preguntó.
Me encogí de hombros.
—Le agrado.
—¿También le agrada la chica Russo? —Mi hermano
podía ser muy molesto. Aunque la idea de Illias o cualquier
otra persona acercándose a Branka con intenciones
amorosas me provocaba una molestia que se extendía por
todo mi pecho.
—Si a Illias le gustara la chica Russo, se la habría
llevado él mismo —aseguró Tatiana.
Mi mirada se entrecerró. ¿Qué iba a saber mi hermana
de Illias? Lo había visto una vez.
Vasili y Alexei debieron de pensar exactamente lo mismo
porque sus ojos se centraron en nuestra hermanita.
Apartó la mirada, consciente de que había dicho
demasiado.
—¿Vas a casarte con ella? —cuestionó Alexei con voz
indiferente. No contesté.
—Lo juro por Dios, Sasha —gruñó Vasili—. Será mejor
que te cases con la chica. Si hicimos todo esto para que
pudieras jugar a tus juegos con ella y luego hacer como si
nunca existió, te juro que te mataré yo mismo. Y le
encontraré un marido antes de que su hermano o Brennan
se den cuenta de que corrompiste a la mujer.
Me puse en pie.
—Si la miras, acabaré contigo. —Mi voz era oscura. Mi
mirada aún más—. No vuelvas a mencionar eso, Vasili.
Mi mirada habría matado a cualquier otro. Pero no a mis
hermanos.
—¡Jesucristo! —murmuró Tatiana.
Vasili se reclinó en la silla, estudiándome.
—Así que obviamente quieres casarte con ella. ¿Cuál es
el maldito problema?
—cuestionó mi hermano.
La maldita cuestión era que no quería obligarla a
casarse conmigo. Quería que me eligiera. Que quisiera
casarse conmigo. Por supuesto, esperaba que quedara
embarazada. Necesitaba un seguro.
—No hay problemas —refunfuñé—. Ahora, por favor,
váyanse a la mierda. Los tres. Nos casaremos cuando
estemos listos. —Cuando Branka esté lista.
Sus labios se curvaron y una sonrisa jugó en sus ojos.
Hijo de puta.
—El karma sí que es una perra —se mofó, satisfecho.
Mi mandíbula se tensó. Vasili podía ser tan idiota.
—¿Cuándo se irán los tres? —me quejé apretando los
dientes.
Vasili se puso en pie, arreglándose la manga del traje.
—Creo que voy a quedarme unos días.
—No, no lo harás —dije entre dientes—. No necesito que
me sigas. ¿Te regañé cuando tenías tu mierda con Isabella?
No, no lo hice. —Tatiana puso los ojos en blanco—. Los
tres. Agarren algo de comida de la cocina y vuelvan a New
Orleans.
—Has herido mis sentimientos —respondió Alexei
inexpresivo.
Un denso silencio envolvió la habitación.
—¿Eso fue una broma? —escupí incrédulo. Él nunca
bromeaba. Apenas sonreía.
La atención de Alexei se centró en mí.
—Me quedaré. Tengo que cuidar a mi hermano loco.
Tatiana también me atacó.
—Yo también.
—¿Cuánto tiempo? —inquirí.
—Cuánto tiempo ¿qué? —Vasili se dignó a fingir que no
entendía.
—¿Cuánto tiempo se quedarán? —gruñí.
Tener hermanos tenía sus ventajas, pero podían ser tan
molestos.
—Unos días, más o menos.
Los tres salieron de la habitación, probablemente
conspirando cómo hacerme la vida imposible durante los
próximos días.

Maldito Illias Konstantin.


Convenientemente hizo que mi itinerario terminara en
manos de Vasili. Se suponía que era mi tiempo con Branka.
No una maldita luna de miel con la familia. El sonido de
voces y risas venía de fuera y miré por la ventana.
—Toda la maldita familia —escupí entre dientes. Mis
hermanos trajeron a sus esposas y a sus hijos. ¿Cómo
demonios iba a cogerme a mi mujer en cada rincón de este
castillo si estaban ellos rondando por todos lados?
Alcancé a ver a Branka en bikini, sentada en el borde de
la piscina, y mi polla reaccionó. Estaba guapísima con su
bañador rojo y blanco. El pequeño Kostya estaba sentado
en su regazo, balbuceando y moviendo sus piernecitas.
Quería que lo metiera en el agua. El niño era como un
pececito. Menos mal que la piscina estaba climatizada.
Dejé mi sitio, me dirigí a la habitación que compartía
con Branka y me puse un par de pantalones cortos de baño,
luego fui a la piscina. Refunfuñando en el camino, enojado
porque mi familia se había colado en mi maldita fiesta.
Cuando me detuve junto a la alberca, todos me miraron.
Los pequeños Kostya y Nikola me dieron unas amplias
sonrisas y sus manos regordetas se acercaron a mí. Fue
todo lo que necesité para disipar mi frustración.
Entré en el agua y tomé asiento junto a Branka,
apartando a Alexei del camino. Era como una sombra
oscura sobre su Kostya, quien pataleaba y sonreía. Estaba
contento sentado en su regazo. ¿Qué demonios creía mi
hermano que iba a hacer mi kotyonok? ¿Tirarlo al agua
mientras sus padres y tíos nadaban a su alrededor?
—Hola, Sasha —me saludó Aurora—. Veo que sigues
causando problemas.
Rodeé el hombro de Branka con la mano y sonreí.
—Hola, Aurora. Veo que sigues siendo molesta.
Branka me empujó con el hombro.
—Pórtate bien —me regañó en voz baja.
Sonreí.
—Siempre. —Luego entrecerré los ojos hacia Alexei—. A
menos que quieras ahogarte en la piscina para niños, no te
sientes tan cerca de mi mujer.
Alexei me mostró el dedo medio, sin quitar su máscara
impasible. Como siempre. Mi madre fue la que más lo jodió,
secuestrándolo de niño de la propia madre de Alexei,
Marietta Taylor.
Sí, ciertamente estábamos todos jodidos. Vasili se sentía
culpable. Alexei estaba física y mentalmente dañado
gracias a la perra vengativa de mi madre. Tatiana nunca
tuvo a ninguno de sus padres, así que tal vez tuvo suerte.
«Y yo... Bueno, supongo que salí perfecto», pensé
sarcásticamente.
La verdad era que confiaría en Alexei y Vasili en la
misma habitación que Branka desnuda. No es que alguna
vez les permitiría verla así.
Kostya me sonrió y le acaricié el cabello rubio.
—Supongo que podemos ser amables un rato. Por mi
kotyonok.
Mi hermana, que estaba tomando el sol, soltó una risita.
—¿Te llama gatita? —le preguntó a Branka. Haciendo
que la mirara, luego sus ojos se desviaron hacia mí y
volvieron a Tatiana para asentir—. Maldición, le cortaría las
pelotas si me dijera así.
Branka frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Prefiero ser una maldita reina. No una gatita.
—Soy más del tipo de chica que arrancaría el corazón de
un hombre. Pero no por algo así. —Branka se rio entre
dientes.
Apreté la boca contra la frente de Branka y le dije.
—No es una gatita. Es una tigresa.
Vasili tenía al pequeño Nikola sentado sobre los
hombros mientras se abría paso por el agua. Isabella
estaba sentada en el lado opuesto de la piscina, leyendo
alguna revista médica. Su hija pequeña dormía en el
portabebés con una sombrilla encima, mientras ella nos
ignoraba a todos.
—Vasili, no le hagas pasar un mal rato a Sasha —advirtió
a su marido sin levantar la cabeza.
—Malyshka, ¿alguna vez le hago pasar un mal rato a
alguien? —refunfuñó Vasili.
—¡Todo el maldito tiempo! —respondimos secamente
todos a la vez.
Nos sacó el dedo medio.
—Así que todo este tiempo, ha sido sobre ti, Branka
Russo, ¿eh? —añadió Vasili despreocupadamente. Ella me
dirigió una mirada vacilante y luego volvió a observar a mi
hermano mayor—. Bienvenida a la familia.
Las mejillas de Branka se tiñeron de rojo y no tenía nada
que ver con el calor del verano ruso. Ignorando el
comentario de mi hermano mayor, giró la cara hacia Alexei.
—¿Llevo a Kostya al agua a nadar? ¿O prefieres hacerlo
tú?
Alexei la miraba a su manera, que normalmente hacía
que la gente se retorciera o se cagara en los pantalones.
Estaba a punto de decirle que se detuviera cuando
Aurora preguntó:
—¿Cómo es que Alexei no te asusta? —Ladeó la cabeza,
estudiándola pensativamente.
—Tal vez he visto cosas más aterradoras. —Branka se
encogió de hombros, devolviendo a Kostya a su padre.
Saltó al agua y mi sobrino soltó un chillido, dispuesto a
abandonar la seguridad de su padre e irse con ella. Tal vez
que viniera mi familia no fue tan mala idea. Mi corazón se
hinchó de orgullo al ver a mi mujer con mis seres queridos.
Pertenecía aquí. A nuestra familia.
Isabella cerró la revista con un suave golpe y la tiró al
suelo.
Vasili se giró para mirarla. Igual que todos nosotros.
—¿Qué pasa, Malyshka? —exigió saber. Que Dios
ayudara a quien molestara a su mujer.
Isabella se metió en la piscina y nadó hacia nosotros—.
¿Malyshka?
Hizo un gesto con la mano.
—El artículo de una amiga no salió en la revista —
murmuró, luego sonrió y se acercó a su hijo mayor—. Baja
de los hombros de papá, Nikola. Nada con mamá.
Sin miedo, se soltó de los hombros de su padre y saltó.
Por Dios. El chico era temerario.
Como si hubiera leído mi mente, Vasili lo confirmó.
—El chico es tan imprudente como Sasha.
—¡Oh, vamos, hermano! —exclamó Tatiana,
levantándose de la silla de descanso y dirigiéndose hacia el
borde de la piscina—. Todos los Nikolaev somos
imprudentes. Y jodidos.
Tatiana saltó a la piscina y su cabeza desapareció.
—¿Sigue bebiendo? —inquirí, lanzándole una mirada a
mis hermanos.
—Hoy no ha probado ni una gota de alcohol —aseguró
Vasili cuando nuestra hermana salió a tomar aire.
Sacudiéndose el agua de la cara, se subió a un gran delfín
rosa, se agarró a su cuello y se echó hacia atrás dispuesta a
descansar.
—Así que eres la hermana de Mia, ¿eh? —preguntó—. Te
pareces a ella. Al menos a su foto. Qué curioso, siempre
pensé que Mia era el amor perdido de Sasha. —Se rio entre
dientes—. Estaba tan equivocada.
La tensión recorrió la piscina. El aire se detuvo.
Mierda.
CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
BRANKA

C uatro días de verano en Siberia.


Afortunadamente la piscina estaba climatizada. Y
tenía que admitir que la familia de Sasha era tensa,
pero agradable. Kostya reía y balbuceaba en mis brazos,
recordándome a mi propio sobrino.
Al pensar en mi hermano, Autumn, y en mi sobrino, me
sentí conflictuada. Los echaba de menos. Quería hablar con
ellos.
—Así que eres la hermana de Mia, ¿eh? —comentó
Tatiana—. Te pareces a ella. Al menos a su foto. Qué
curioso, siempre pensé que Mia era el amor perdido de
Sasha. —Se rio entre dientes—. Estaba tan equivocada.
La confusión se apoderó de mí y mis ojos se movieron
entre todos.
—¿Qué quieres decir? —inquirí vacilante.
—No se lo has dicho —afirmó Alexei con voz impasible.
Tragué saliva.
—¿Decirme qué? —indagué—. ¿Cómo es que ustedes
conocen a Mia? Y qué quieres decir con que Mia era el
amor… —Respiré hondo—. El amor de S-s… —Ni siquiera
pude decirlo.
Sasha y Mia. Jesucristo, Sasha y Mia.
Yo solo era una sustituta.
Tatiana sacudió la cabeza.
—Mierda, mierda, mierda. Lo siento. Pensé... —La
hermana de Sasha se enderezó sobre el ridículo delfín,
equilibrándose—. No debería haber dicho nada. Lo siento
mucho.
—No, está bien que me lo hayas dicho —aseguré, con
voz extrañamente calmada. Me giré para mirar a Sasha—.
O mejor aún, Sasha debió habérmelo dicho.
Nadé hasta el borde de la piscina y salí de ella,
chorreando agua.
—Branka, espera. —Su voz estaba justo detrás de mí.
Podía sentir su calor a mi espalda. No podía alejarme de él
lo suficientemente rápido.
De repente, me invadió la ira.
—¿Esperar qué? ¿El teléfono que me prometiste hace
días? ¿Hasta que me digas que está bien llamar a mi
hermano o a mi amiga? —Me pasé la mano por el cabello
mojado—. Siete malditos años y no se te ocurrió mencionar
ni una sola vez que suspirabas por mi hermana.
No me importaba el público. Mi cuerpo temblaba. Ya
fuera por las frescas temperaturas veraniegas de Siberia o
porque se me partía el corazón.
El corazón me retumbaba en el pecho, cada latido me
dolía más que el anterior. Sasha era mi dueño. Mi corazón.
Mi alma. Mi cuerpo. Y todo el tiempo fui su premio de
consolación. Por mi hermana.
La mano de Sasha rodeó mi muñeca.
—Kotyonok —gruñó.
Arranqué mi muñeca de su agarre.
—No me digas Kotyonok. Quiero irme a casa —siseé—.
Con mi familia. A mi vida.
—¡No irás a ninguna parte! —espetó Sasha, con una
expresión sombría en el rostro. Se acercó, ignorando por
completo mi espacio personal—. Eres mía. Nadie más
puede tenerte.
Perdí la cabeza. Empujé contra su pecho. Una y otra vez.
Pero se quedó allí como un muro de piedra. Inmóvil.
—¡No puedes decidir eso! —grité—. No puedes hacer
que alguien sea tuyo.
Algo cruzó su expresión, pero estaba demasiado
enfadada para detenerme. Me sentía demasiado dolida
para evaluarlo. Lo empujé. Me sujetó contra su cuerpo y
me moví, y le mordí la parte superior del brazo. Se
sobresaltó y me soltó.
Me di la vuelta y entré corriendo. Una vez fuera de la
vista de los Nikolaev, corrí hasta el dormitorio y cerré la
puerta tras de mí. Con el pánico en las venas y el corazón
en la garganta, me apoyé en la puerta.
—Kotyonok, ¡abre la puerta! —exigió Sasha, con voz
demasiado tranquila. Aunque no me engañó. El hombre era
una bomba de tiempo—. Cinco segundos. Luego, derribaré
la puerta.
Lo ignoré, mis ojos recorrieron frenéticamente la
habitación. Corrí hacia la ventana, aunque sabía que allí no
había forma de escapar. No había otro sitio adónde ir. Me
di la vuelta.
¡Bang!
Di un salto hacia atrás y me golpeé la cabeza contra la
ventana. La puerta se abrió de golpe y chocó contra la
pared con tanta fuerza que dejó una marca en el muro de
piedra. Al levantar los ojos para encontrarme con los suyos,
de un azul pálido, algo profundo y crudo en ellos me
paralizó.
Sasha avanzó hacia mí, como un depredador tras su
presa. Mi espalda chocó contra la fría pared de piedra,
poniéndome la piel de gallina. Contuve la respiración, sin
saber qué esperar de él. Agarré el primer objeto a mi
alcance y se lo lancé. Lo esquivó y se hizo añicos contra la
pared. Tomé otro y se lo lancé. También lo esquivó.
Me agarró las muñecas con fuerza, buscó un cinturón en
el mueble más cercano y me amarró. Dio un paso atrás y
tiró del cinturón. Pataleaba y gritaba todo tipo de
obscenidades.
Me agarró la cara, levantándola para que me encontrara
con sus ojos.
—Cálmate.
—¡Vete a la mierda! —reviré—. Te odio tanto.
Incluso mientras decía esas palabras, sabía que eran
mentira. Me enamoré del idiota psicópata y me estaba
utilizando como sustituta de mi hermana muerta. Ella era
mejor persona. Lo sabía. La amaba. Pero aun así me dolía.
—Tienes mal genio, Kotyonok. —Su mano rodeó mi
cuello y lo sujetó con firmeza—. Te calmarás y hablaremos.
—No quiero hablar. Quiero dejar este lugar. Y a ti.
Algo pasó por sus ojos, pero luego se endureció. Era
como una fría piedra azul.
Su pulgar rozó mi pulso agitado y solté un suspiro
tembloroso. El contraste de su fría expresión y su caricia
encendió un relámpago en mis venas.
—Dejarme nunca será una opción, Kotyonok.
Su pulgar recorrió mis labios, frotándolos suavemente.
Mi boca se entreabrió y lo introdujo ligeramente en ella. El
gruñido bajo de su garganta hizo que el deseo se agolpara
en mi vientre. Enloquecida por la lujuria que aún
perduraba, hundí los dientes en su carne.
Siseó, aunque no retiró el dedo. Mi corazón palpitaba
desbocado, con su duro cuerpo apretado contra el mío.
—¿Está claro? —Su voz tenía un tono áspero. Me
envolvió el cuerpo y me apretó. Como una manta. Como
una cuerda.
—Como el agua —solté—. Soy tu prisionera.
Un soplo sardónico lo abandonó.
—Te equivocas, Kotyonok. Lo eres todo para mí. Estás
enfadada, lo discutiremos. Estás molesta, te calmarás y
luego lo hablaremos. —Su mandíbula se tensó. La
expresión oscura de su rostro era aterradora.
Sus manos sujetaron mi barbilla y acercó su cara a
escasos centímetros de la mía. Contuve la respiración.
Esperé. Me besaría.
No lo hizo.
—Que me dejes... Eso. Nunca. Será. Una. Opción.
Entonces me mordió el labio inferior. Con fuerza.
Sacando sangre.
En realidad, era apropiado. Teniendo en cuenta cómo
empezó nuestra historia.
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO
SASHA

M e desechó como si no fuera nada para ella.


Quemaría este mundo por esa mujer y trataba lo
que teníamos entre nosotros como si fuera solo sexo.
Daría mi vida por oírla decir que me amaba. Solo una vez.
Realmente patético, teniendo en cuenta cómo me
miraba. Sus ojos brillaban llenos de desagrado y odio.
Branka no veía la hora de dejarme y yo no podía vivir sin
ella.
El dolor hueco en mi pecho se expandió. Creció y creció
hasta convertirse en un gran agujero negro. El dolor me
atravesó como un cuchillo afilado. Estaba tan
profundamente rendido a sus pies, sin embargo, ella estaba
dispuesta a dejarme sin más. Sin hablar. Sin poner de su
parte.
Mis sentimientos se me escaparon de las manos. Lo que
sentía por ella era tan profundo que no encontraba la forma
de salir a tomar aire.
Me incliné y le mordí el labio inferior. Para castigarla.
Para marcarla.
—¡Quiero llamar a mi hermano! —exigió, con la voz
entrecortada.
—No. —Ese momento llegó y se fue. Necesitaba más
tiempo. El resto de nuestras vidas.
La furia se encendió en sus ojos.
Definitivamente no era el momento adecuado para darle
el teléfono. Le lloraría a su hermano y entonces habría
guerra. Joder, debería habérselo entregado durante ese
corto periodo de tiempo en el que las cosas estuvieron bien
entre nosotros.
—No quiero que me toques —siseó.
Eso dolió.
Le agarré las muñecas, aún atadas con el cinturón, y se
las puse por encima de la cabeza, apretadas contra la
pared.
—Dime por qué estás enfadada —ordené, con tono duro.
Apartó la cara y la tomé entre los dedos, sin dejar de
sujetarle las muñecas por encima de la cabeza.
Sus labios se apretaron en una fina línea, su barbilla en
una obstinada inclinación.
—¿Necesito azotarte?
Su columna se puso rígida y empezó a agitarse contra
mí.
—Ni se te ocurra.
Le aparté un mechón de cabello de la frente con un
dedo. Mis manos entintadas contra su piel pálida parecían
sucias. Indignas.
Las palabras que mamá le dijo a aquel niño hacía
décadas volvieron con fuerza.
La levanté de golpe y me senté en la cama. Con su
estómago sobre mis rodillas, admiré su culo redondo.
—No te atrevas a nalguearme, Sasha —protestó,
revolviéndose como una gata salvaje. Por suerte para ella,
era más fuerte, mi palma en la parte baja de su espalda, la
mantuve en su lugar—. Lo juro por Dios. Voy a...
—¿Qué? —curioseé perezosamente, aunque mi ira hervía
a fuego lento bajo mi piel—. ¿Decírselo a tu hermano?
¿Arrancarme el corazón? —Se quedó quieta—. Ya me lo
robaste. Tatuaste tus malditas iniciales en él. Haz lo peor
que puedas, Kotyonok.
Desaté los cordones laterales del bikini y mi polla se
endureció al instante. Sabía que podía sentirlo,
presionando contra su vientre bajo. Apoyando la palma de
la mano en su redondo trasero, seguí amasando su suave
carne, preparándola para su castigo.
Un suave gemido vibró, pero se interrumpió.
Mujer testaruda.
Tenía la capacidad de volverme demasiado loco.
Nalgada.
Se sacudió contra mí.
—¡Para! —exclamó, exhalando y tensando su cuerpo.
Nalgada.
Sus manos se apretaron y sus uñas se clavaron en mis
muslos.
Le di otra nalgada en su precioso culo rojo. Su cuerpo se
estremeció y pude oler su excitación. Era mi pareja
perfecta. Tan depravada como yo. Estaba equivocada si
pensaba que alguna vez la dejaría ir.
Me la cogería sin piedad. Dejaría mi marca en cada
centímetro de su piel y de su alma. Nunca le haría daño,
pero me aseguraría de que todo aquel que la mirara
supiera que era mía.
—¿Estás lista para hablar? —indagué.
Su cuerpo se puso rígido. Pude escuchar su pequeño
gruñido. No tuve que verle la cara para saber que sus ojos
brillaban como dos relámpagos en el cielo oscuro.
—Jódete, Nikolaev.
Levanté la mano y la llevé a su enrojecido culo. Nalgada.
Esta vez no pudo contener el gemido. Su voz era lujuriosa y
su trasero empujaba contra mi mano. Mujer codiciosa.
Quería estar molesta y que la follara al mismo tiempo.
Un hilillo de su excitación brillaba en el interior de sus
muslos. Introduje el dedo más profundamente entre sus
piernas, rodeando sus resbaladizos pliegues hasta que un
gemido gutural escapó de su garganta. Le unté la entrada
con sus jugos y luego se los llevé al culo.
—Estás mojada por mí. —Mi tono era petulante, pero no
podía evitarlo. No podía apartar su lujuria de mí. Su
excitación era toda para mí.
Unté su humedad alrededor de su culo y empujé
suavemente. Sus músculos se apretaron alrededor de la
punta de mi dedo.
—Voy a reclamar esto —aseguré con voz ronca—. Voy a
adueñarme de todas tus primeras y últimas veces.
Luego saqué el dedo y lo arrastré por sus pliegues. Sin
previo aviso, le metí dos dedos de una sola vez y le di una
palmada en el trasero al mismo tiempo.
Gimió, no obstante, rápidamente amortiguó sus sonidos
con la mano.
—Me lo vas a dar todo, Kotyonok.
Empujé mis dedos dentro y fuera, con fuerza hasta que
estuve con los nudillos dentro de su apretado coño.
Su cuerpo se estremecía, los escalofríos le recorrían la
espalda mientras la penetraba con los dedos una y otra vez,
y luego le daba palmadas en el trasero. El sonido de la piel
siendo abofeteada y sus gemidos ahogados llenaron la
habitación. Sentía que estaba cerca, que sus músculos
internos se apretaban en torno a mis dedos y que su cuerpo
se tensaba por la necesidad de correrse.
Entonces, su orgasmo se desencadenó de la nada. Gritó
y ni siquiera su mano pudo amortiguar ese sonido. Su
cuerpo tembló y sus uñas se clavaron en mis muslos.
«Necesitaré otro tatuaje», pensé con suficiencia.
Su respiración era agitada y no aflojé mis embestidas
hasta haberle arrancado hasta el último gramo de placer.
Cuando la languidez se apoderó de su cuerpo, salí de su
coño empapado.
—¡Mírame! —exigí con más dureza de la que pretendía.
Mi miembro palpitaba como un hijo de puta.
Parecía una muñeca de trapo por el orgasmo, me
observaba con los ojos entornados. Nuestras miradas se
entrecruzaron, nuestra batalla de voluntades se inclinó a
mi favor gracias a su estado de éxtasis.
Me lamí los dedos mientras me miraba, con las mejillas
sonrojadas por el placer que le había proporcionado. Dios,
me encantaba saborearla. Era mi propia marca de cocaína.
Mi vicio.
—Esto... tú y yo... es para toda la vida, Kotyonok —
prometí roncamente—. He esperado demasiado como para
renunciar ahora. —La aparté de mí y la metí bajo las
sábanas, mientras sus ojos seguían clavados en mí. No dijo
nada. Se escondió bien—. Búscame cuando estés lista para
hablar.
La dejé en la habitación sin decir nada más, asignando
un guardia frente a la puerta. Mandaría arreglar la puerta
para poder encerrarla en ella hasta que recobrara el
sentido.
Si era indigno, encontraría la manera de ser digno de
ella.
Quería que me eligiera voluntariamente. Pero eso no
podía suceder si huía de mí.

Un día entero y se negó a salir de la habitación.


¡Mujer testaruda!
Al menos comía. Tatiana me lo aseguró. Mi hermana se
sentía culpable por haberse ido de lengua con lo de Mia,
pero la verdad era que debería haberle contado a Branka lo
de su hermana hacía mucho tiempo.
Me senté a un lado de la cama. Era más de medianoche
y Branka dormía profundamente, con la respiración
entrecortada y las cejas fruncidas. Alargué la mano y quité
esas arruguitas, odiando que estuviera preocupada incluso
dormida. Esperé a que se calmara y me buscara. Debería
haber sabido que se resistiría. Sin embargo, al final
tendríamos que hablar.
Maldición, al final también tendría que hablar con su
hermano. Con suerte, ambos saldríamos vivos. Sin poder
contenerme, deslicé la mano desde su tobillo, subí por sus
piernas y me detuve en su muslo desnudo.
Sus labios se entreabrieron y un suave gemido salió de
ellos mientras me abría sus piernas. Puede que se
resistiera a mí cuando estaba despierta, no obstante,
cuando dormía ronroneaba como una gatita. Un aliento
sardónico me abandonó y se me hizo un nudo en la
garganta, dejándome un sabor amargo.
También quería que ronroneara para mí cuando
estuviera despierta. Quería que me amara y quisiera
quedarse conmigo, porque ni muerto la dejaría ir. No
quería ser el único que estuviera metido hasta el cuello.
Ella también tendría que estarlo.
Mi teléfono zumbó y lo agarré, esperando un mensaje
concreto. No me decepcionó. Era un mensaje de Nico.
Era una dirección. La ubicación actual del desgraciado
que se atrevió a tocar a Branka. Y que convenientemente se
estaba escondiendo en Rusia. Ah, las cosas de la vida.
Sonreí sardónicamente, dispuesto a repartir dolor.
Escribí un rápido agradecimiento y se lo envié a Nico.
Era bueno tener amigos en las altas esferas. Nico siempre
cumplía.
Antes de que pudiera guardar el teléfono, volvió a sonar.

Nico: Alessio está sediento de sangre. Te aconsejo


hablarles. Tanto a su hermano como a su prometido.

Era el único inconveniente de tener amigos en común


con el hermano de la mujer que secuestraste. Por supuesto,
tenía razón. Tendría que arreglar las cosas con Alessio.
Killian me importaba una mierda. Tenía suerte de que no le
faltara un miembro.
De todos modos, en ese momento no haría las paces con
el hermano de Branka. Sería un trabajo para después. Ese
día, estaría cazando al fantasma que se atrevió a herir a mi
mujer cuando era una niña.
Le envié un rápido agradecimiento y me dirigí al
armario donde aún estaban nuestras cosas en maletas. Ella
no quería desempacar. No la culpaba. Esta no era nuestra
casa. Esperaba que llegáramos a un punto intermedio y le
dijéramos a su hermano, como pareja, que estábamos
juntos en esto. Branka y yo. Y luego volveríamos a New
Orleans. A casa.
Este largo desvío no estaba previsto.
Me puse un traje Givenchy. No había necesidad de jeans
y botas. No era mi turno de matar. Era exclusivamente el
de Branka. Me enfundé una pistola y un cuchillo, uno en el
tobillo y otro en el hombro.
Salí del dormitorio y cerré con llave. Tenía la única llave.
Confiaba en mis hermanos y en mis cuñadas, pero no podía
arriesgarme a perderla. De acuerdo, tal vez eso significaba
que no confiaba en ellos con ella, pero qué demonios
importaba.
Cuando tienes algo que significa tanto, no puedes
dejarlo ir. Me pasé la mano por el cabello.
¡Jesucristo!
Me estaba volviendo loco. Igual que mi madre.
—¿Adónde vas?
La voz de Alexei llegó desde el rincón oscuro.
—¿No deberías estar en la cama? —contesté secamente,
ignorando su pregunta—. No me digas que no puedes
dormir. Tu mujer está aquí. Es el único momento en que
duermes.
—Intento mantenerte con vida —dijo con voz apagada.
«No todo podía ser tan bueno al tener amigos en las
altas esferas», pensé sarcásticamente.
—No necesito una niñera. —Seguí caminando. Si quería
llegar a Moscú y volver por la mañana, tenía que ponerme
en marcha. Las botas de Alexei sonaron detrás de mí—.
Esta noche no, brat.
—Ni siquiera sabrás que estoy contigo. —Alexei podía
mezclarse en las sombras y acecharte durante años sin ser
detectado. Desafortunadamente para él, también yo.
Formaba parte de mi ADN. Me detuve y entrecerré los ojos,
dispuesto a dormirlo de un puñetazo en la cara—. No tienes
tiempo que perder —razonó con frialdad.
Suspiré. Tenía razón.
No tenía tiempo para esto.
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS
BRANKA

A brí los ojos, parpadeando contra la luz que entraba por


las ventanas. Una corriente de aire fresco me tocó el
hombro y me recorrió un escalofrío.
El verano en Siberia apestaba.
Lo necesitaba caliente y húmedo. No frío.
Al oír un papel que se arrugaba, me paralicé y giré
lentamente la cabeza. Tatiana estaba sentada en el alféizar
junto a la ventana, con un chicle en la boca y un Kindle en
el regazo.
Su cabello brillaba como el oro hilado. Fue en ese
momento cuando me di cuenta de que su melena rubia era
ligeramente más oscura, más dorada que la de sus
hermanos.
—¿Qué haces aquí? —Hacía más de veinticuatro horas
que no hablaba con otro ser humano.
Tatiana se encogió de hombros.
—Forcé la cerradura. —Mis cejas se alzaron,
impresionada de que supiera hacer eso—. Supuse que
querías compañía.
—Gracias —murmuré, sentándome. Nuestras miradas se
cruzaron y juré que me estaba observando con una pizca de
juicio en los ojos. Una tensión incómoda me asfixiaba y
esperé a que dijera algo, pero permaneció callada.
—¿Qué? —solté de golpe, cansada de esa maldita
situación. Me ardía el trasero. Me dolía la cabeza. Pero,
sobre todo, me dolía el corazón.
—¿Lo amas? —Su pregunta era tranquila, no obstante, la
vehemencia vibraba en su voz. Dios, estos Nikolaev serían
mi muerte. Durante el corto tiempo en la piscina, realmente
disfruté de su compañía, sin embargo, luego todo se fue a
la mierda.
—Me secuestró —respondí en su lugar, pero mi
expresión debió de decirle lo que quería saber.
Suspiró y murmuró.
—Tan testaruda. No me extraña que se enamorara de ti.
—¿Se enamoró de mí? —Se me escaparon las palabras y
ya era demasiado tarde para retractarse.
Puso los ojos en blanco.
—No tiene por costumbre secuestrar mujeres, así como
así —musitó—. De hecho, eres la primera.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué pasó con Wynter?
Agitó la mano, como si espantara una mosca.
—Nada, solo ayudó a Wynter —respondió, confirmando
las palabras de su hermano—. No quería volver con su tío
hasta que estuviera preparada.
Sacó otro envoltorio de algún sitio.
—¿Quieres chicle?
—Acabo de despertarme —dije, pasándome las manos
por el cabello—. ¿Por qué estás aquí de todos modos?
Puso los ojos en blanco.
—Aurora e Isabella hablan de bebés. Me encantan, como
a cualquier otra persona, pero no puedo aguantar que me
hablen tanto de ellos. —Sonrió—. Además, quiero ayudar a
mi hermano. Metí la pata cuando mencioné a tu hermana.
—Dijiste algo que debería haberme dicho hace mucho
tiempo —refunfuñé.
—Siete años, ¿verdad? —inquirió, estudiándome.
Cuando le dirigí una mirada confusa, aclaró—: Se conocen
desde hace siete años y nunca le ha dicho una palabra a
nadie sobre ti.
Me encogí de hombros.
—Quizá no valía la pena mencionarme.
Sonrió, esa sonrisa me recordaba tanto a su hermano.
—Sasha siempre dice cosas que no valen la pena
mencionar. Las cosas que debería decir, o a quienes
debería mencionar, nunca las comenta.
Dudé, esa lógica no tenía ningún sentido.
Puso los ojos en blanco y sonrió inocentemente.
—No he dicho que tenía sentido —añadió secamente—.
Así es como opera Sasha.
—¿Dónde está?
—Él y Alexei se escabulleron a mitad de la noche —
afirmó, y luego hizo comillas al aire—. Era algo importante.
—La miré fijamente, mientras sus ojos brillaban con
diversión—. Probablemente para matar a alguien.
Dios, solo eran... mis ojos parpadearon hacia el reloj...
las nueve de la mañana y ya empezaba a dolerme la cabeza.
Se bajó del alféizar y se sentó en el borde de la cama.
—Así que lo amas —declaró.
Al ver mi expresión de confusión, se rio. Era demasiado
temprano para hablar de ello. Y más con el estómago vacío.
Debería haber una regla que prohibiera temas densos antes
de lavarse los dientes, por lo menos.
—Tatiana, es un poco temprano para esto —agregué—. A
menos que estés dispuesta a darme un teléfono para que
pueda llamar a mi hermano, prefiero estar sola.
Por alguna razón, mi tono la divirtió. Se dejó caer a mi
lado sobre las almohadas, como si estuviera preparada para
una larga discusión.
—Dios, estas sábanas huelen a sexo.
Estaba tan mortificada. La familia Nikolaev debería
hacerse un tatuaje que dijera “locos de remate” para que
todo el mundo se mantuviera alejado. Se quedó mirando al
techo, como si estuviera pensando.
—¿Sabías que mi madre se suicidó? —Mis ojos se
desviaron hacia ella, sorprendidos. Me sostuvo la mirada y
negué con la cabeza. No sabía mucho de Sasha. Siempre
hacía preguntas sobre mí, pero rara vez hablaba de sí
mismo—. Sí, estaba loquísima como una cabra. Hizo que
Alexei creciera encarcelado y torturado, le dio drogas a mi
padre para violarlo y así se acostara con ella. Adivina quién
es el producto de esa unión. —Parpadeé—. Sí, lo adivinaste.
Moi.
De acuerdo, quizás su familia estaba un poco jodida
como la mía.
—Lo siento —murmuré suavemente, poniendo mi mano
sobre la suya.
Se encogió de hombros.
—¿Honestamente?, no presencié nada de eso, ya que
mis hermanos son mucho mayores. Me salvé. —Giró la
cabeza hacia mí, y sus ojos azules me recordaron al claro
cielo mediterráneo—. Sasha no tanto.
—¿Qué quieres decir? —susurré, sintiendo que estaba
invadiendo algo que no debía.
—Él debería contarte su historia —comentó—. Solo sé lo
que mostraron las cámaras de vigilancia. Ella iba a saltar
conmigo y matarnos a las dos. Apenas tenía unas semanas
de nacida. Sasha la convenció de que me entregara a él y
luego saltó.
—¿Delante de él? —exclamé ahogadamente, tratando de
imaginarme a un niño pequeño viendo a su madre
suicidarse.
Asintió.
—No soy psiquiatra, pero hay algo en él que siempre
quiere tratar de salvar a las mujeres de suicidarse.
Un silencio tenso y reflexivo impregnó el ambiente y
ambas volvimos a fijar nuestra atención en el techo. Los
fantasmas acechaban. Las revelaciones bailaban.
—Mi hermana se suicidó —confesé finalmente—. Era
demasiado joven para darme cuenta de lo que significaba.
—Además, acababa de soportar dos años de mi padre y sus
juegos, así que había sido difícil llorarla como era debido—.
Mi madre también lo intentó, pero en ese entonces era una
bebé, así que no me acuerdo.
Asintió con la cabeza. Se sentía muy identificada.
—Habla con Sasha —sugirió suavemente—. Creo que se
siente responsable de la muerte de tu hermana.
Se me revolvió el estómago. Un ardor me picó en el
fondo de los ojos.
Sin previo aviso, saltó de la cama y se dirigió a la puerta.
Salió al pasillo y me miró por encima del hombro.
—Si lo amas, no importa lo que haya hecho, lucharás por
él.
Dejó la puerta abierta mientras desaparecía de mi vista.
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE
BRANKA

T ap. Tap. Tap.


Mis dedos golpearon contra la ventanilla, pero no
me molesté en mirar el paisaje que se extendía por
kilómetros. Mis ojos estaban fijos en la puerta abierta.
Primero esperé a que volviera Tatiana. No lo hizo. Luego,
esperé que fuera una trampa. No lo era.
Había pasado seis horas y veinte minutos en la
habitación con la puerta abierta. Me duché, me lavé los
dientes, desayuné y, mientras tanto, la puerta de la
habitación permaneció abierta.
Una mujer de mediana edad vino a limpiarla. Me miró
con desconfianza, como si pensara que era idiota por
quedarme en el dormitorio con la puerta abierta de par en
par.
—¿Dónde está Sasha? —pregunté.
Me dirigió una mirada, su respuesta fue un ceño
fruncido, y luego reanudó sus actividades. Me dirigí hacia
la puerta y me encontré en el pasillo. No había nadie para
detenerme. Así que continué mi camino por el corredor.
Bajé las escaleras, atravesé el gran salón de baile donde
Kostya, Aurora, Nikola, Isabella y su hijita estaban sentados
en círculo.
—Hola, Branka —me saludó Isabella—. ¿Quieres
unírtenos? Estamos jugando a las sillas musicales.
Parpadeé y miré lentamente a mi alrededor.
—No hay sillas —observé.
Sonrió.
—Es un desastre con las sillas. Esto es mejor.
—Gracias por la invitación —murmuré—. En realidad,
estoy buscando a Sasha. ¿Está aquí?
No se me escapó la mirada que compartieron Aurora e
Isabella.
—Está en el gimnasio —respondió Isabella.
—¿Solo? —Otra mirada compartida—. ¿Qué? —inquirí
vacilante.
La expresión de Aurora se llenó de compasión.
—Sasha es algo protector —murmuró—. Aunque puede
volverme loca. —Fruncí el ceño, sin entender en absoluto lo
que decía—. Cuando alguien les hace daño a las personas
que están bajo su protección, se pone en modo Nikolaev.
—¿Modo Nikolaev? —repetí lentamente, segura de
haberla oído mal.
Isabella puso los ojos en blanco.
—Sí, el modo en el que matan a cualquiera y a todos los
que nos miran mal.
—Son protectores —razonó Aurora—. Sobreprotectores.
Pero prefiero eso a la alternativa.
—¿Alternativa?
—Sí. Un padre que pone a sus hijos en peligro —musitó
Aurora.
La estudié. Era la hija del senador Ashford. La media
hermana de Alessio. Vino a la boda de mi hermano y a mi
despedida de soltera, pero no interactuamos mucho.
—¿El senador Ashford te puso en riesgo? —le pregunté.
Su mirada se desvió hacia la ventana y algo oscuro cruzó
su expresión.
—Mi padre intenta expiar sus pecados. Sin embargo, ha
cometido demasiados. Mi hermano, Kingston, pagó por
ellos. Alessio pagó por ellos. Todos los que lo rodean pagan
por ellos, de un modo u otro.
Empezaba a ver que todos llevábamos una carga
familiar de alguna manera. Había unas más pesadas que
otras, pero cargas al fin y al cabo. Sasha no era una
excepción.
—No le hará daño a Alessio otra vez, ¿verdad? —inquirí
preocupada. Mi hermano ya había sufrido bastante. No
debían quitarle la felicidad que tanto le había costado
alcanzar. Mi sobrino merecía a ambos padres. Unos padres
felices—. Si le hace daño a mi hermano, lo destruiré —
amenacé en voz baja.
—No te preocupes. —Aurora aseguró—. Padre necesita a
Alessio. Se portará bien.
—¿Dónde está el gimnasio? —cuestioné, la
determinación asentándose dentro de mí—. Voy a buscar a
Sasha.
—Por la puerta, izquierda y segunda a la derecha —
instruyó Isabella—. Es un buen hombre, Branka.
—Lo sé.
Tal vez era hora de que ambos nos confesáramos.

Encontré el gimnasio, siguiendo las voces apagadas. Voces


de hombres.
Empujé la puerta y se me heló el corazón. Los hombres
Nikolaev rodeaban mi pesadilla. Un ancla tiraba de mí cada
vez más profundamente en los océanos oscuros.

—¿Te acuerdas de mí, pequeña?

Cerré los ojos, conté hasta cinco y luego los abrí.


—Hora de jugar, pequeña.

Me entraron náuseas. Mi piel se volvió fría y húmeda.


La sangre chorreaba sobre el suelo. Goteo. Goteo.
Goteo. Allí estaba el hombre que me torturó cuando era
una niña de ocho años. Colgaba de la misma cuerda que un
saco de boxeo, con la cabeza inclinada y ensangrentada.
Estaba desnudo, salvo por su ropa interior, y tenía cortes
de cuchillo por todo el pecho.
Respiré hondo y luego exhalé lentamente. Una y otra
vez. Sin embargo, no sirvió de nada para calmar los latidos
de mi corazón. Los pulmones me dolían con cada
respiración, como si fueran fragmentos de hielo contra mi
piel sensible.
Me temblaban las manos. Tragué saliva y volví a
hacerlo. El terror trepó por mi espalda y se negó a
marcharse. Estaba atado, no yo. Sin embargo, era yo la que
temblaba.
Unas manos ahuecaron mis mejillas y me obligaron a
apartar los ojos de la amenaza.
—Kotyonok. —Parpadeé. No lo estaba mirando, pero aun
así solo lo veía a él—. Kotyonok, mírame. —La orden fue
suave y vehemente. No fue hasta que me ahogué en esos
pozos azul pálido que mis temblores se calmaron
lentamente. Había paz y seguridad en esos ojos. El salvaje
estruendo de mi pecho se ralentizaba con cada respiración.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Vasili y Alexei
estaban detrás de Sasha, con expresión sombría y
preocupada.
Mis ojos viajaron lentamente de Sasha a Vasili, luego a
Alexei y de nuevo a Sasha.
—Sasha pensó… —Inclinó la barbilla hacia el hombre
que colgaba como un trozo de carne a punto de ser secado
—. …que era un regalo romántico —explicó Alexei sin
expresión.
Mis ojos volvieron a Sasha.
—Tú decides cómo muere. —Dios, me ardían los ojos y la
garganta—. Pero morirá. Por lo que te hizo.
¿Cómo lo sabía? Entonces recordé la cicatriz. La única
cicatriz que conservaba. Aunque eso no era prueba de la
identidad de ese hombre. Ni siquiera yo sabía su nombre.
Solo su cara.
—¿Te lo contó Mia? —Me ahogué, mi propia voz sonaba
distante a mis oídos.
—No todo. —Inhalé una respiración profunda hacia mis
pulmones. No era suficiente. No había suficiente oxígeno
en este mundo para olvidar que ese hombre le hizo daño a
mi hermana y a mí
La expresión de los rostros de los Nikolaev era asesina,
y de pronto comprendí exactamente lo que Aurora quería
decir. Había un brillo cruel y retorcido en sus ojos que
prometía venganza. Los hermanos de Aurora eran
protectores. Mi hermano era protector. Pero comparados
con los Nikolaev, nuestros hermanos eran normales.
La protección de los hombres Nikolaev superaba
cualquier límite, era un nivel enfermizo y psicópata, y no
me importó.
Ni. Un. Poco.
No fue hasta ese mismo momento cuando me di cuenta
de que ese hombre seguía acechando en los rincones de mi
mente. Aquella niña aún temía que volviera por mí y me
hiciera daño de nuevo.
Me ardía la palma de la mano. Quería hacerlo pagar. Por
Mia. Por mí. Por nuestra familia. Por cada lágrima y cada
grito que nos arrancó. Rodeé a los tres, la inquietante
dureza y los destellos de sus ojos no me alarmaron. No les
tenía miedo.
En cambio, el monstruo que colgaba del techo me
aterrorizaba. Había diferentes tipos de monstruos
caminando por esta tierra. Los que te protegían de aquellos
iguales a ese desgraciado que nos había arruinado a mi
hermana y a mí. Y, luego, estaban los hombres como mi
hermano y los Nikolaev, que eran despiadados, pero porque
tenían que serlo. Para protegernos.
Cuando me acerqué al cuerpo maltrecho, el hombre
abrió los ojos, la sangre le goteaba por la frente. Me vio y
se quedó inmóvil. La comprensión entró en sus ojos.
Balbuceó algo ininteligible y entonces me di cuenta de que
no podía hablar.
—Sasha le cortó la lengua —comentó fríamente Vasili.
—Me estaba molestando —señaló Sasha, su voz era letal
—. Toda esa súplica de piedad.
El miedo nubló los ojos del hombre que estaban clavados
en mí, ese ojo vidrioso seguía allí. Era un recuerdo de mi
lucha. De mis gritos. No volvió a mirar a los hombres
Nikolaev que estaban detrás de mí. Sabía que en ese
momento todo estaba en mis manos. Por desgracia para él,
también era hija de mi padre y no creía en la piedad.
Me volví hacia Sasha, que me observaba.
Posesivamente. Obsesivamente. Protectoramente. Como si
fuera suya. Y lo era. Había sido suya durante mucho
tiempo.
Bajé los ojos hacia la pistola que llevaba en la funda. Sin
dudarlo, la sacó y me la entregó. El metal estaba frío en mis
manos. No era una asesina, no obstante, creía en la
venganza.
Levanté la pistola, con el cañón apuntando a su cara.
Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas,
mezclándose con la sangre. Sacudió la cabeza
frenéticamente, doblándose, su cuerpo oscilando de un lado
a otro.
—Ojo por ojo —concluí, con voz tranquila y puntería
mortal.
Bang.
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO
SASHA

T igresa.
Branka había sido una guerrera toda su vida, y no
podría estar más orgulloso. Podría habernos pedido a
mis hermanos y a mí que apretáramos el gatillo para tener
las manos limpias. Pero mi kotyonok no era así.
Acabó con la miserable existencia de ese bastardo.
Sabía que Mia y Branka no conocían el nombre del
hombre que impuso toda su crueldad sobre ellas. Pero el
desgraciado debería haber sabido que nada permanecía
oculto mucho tiempo en la vida.
Dejé el cadáver detrás para que se ocuparan de él Vasili
y Alexei, la alejé de la muerte y la llevé a la vida. Pertenecía
a los vivos. Se merecía la felicidad. Merecía estar siempre
en primer lugar.
Ya afuera, inclinó la cara hacia el sol. Su cabello brillaba
con todos los colores del otoño: rojo, miel, castaño e incluso
rubio. Tomé un mechón y me maravillé con la sedosidad de
sus rizos. Era fuerte porque tenía que serlo. Para
sobrevivir. Pero en el fondo tenía un corazón afable y leal
que era el mayor premio que un hombre podía ganarse.
—¿Aquí nunca hace calor? —cuestionó, con la cara
todavía mirando al cielo.
Sabía que no le gustaba mucho el verano siberiano. A mí
tampoco. Sin embargo, la casa de mis padres era el lugar
más remoto donde podíamos quedarnos. Era donde sabía
que estaría a salvo.
—Muy pocas veces. —Dejó escapar un fuerte suspiro—.
¿Estás bien? —pregunté.
Me miró de reojo y asintió. Sus ojos eran grises como el
metal. No estaban tristes, pero tampoco felices. Todo lo
que no fuera felicidad no era suficiente para ella. Se lo
merecía todo. Deberían haber quemado a su viejo. Me
dieron ganas de volver, desenterrarlo y torturar su cadáver.
Aunque podría ser un poco exagerado.
—Sí, gracias. —Tras un momento de silencio, continuó—:
Nunca supe su nombre.
—Observé cómo subía y bajaba su delicado cuello—.
Gracias por hacerle pagar. Me ayudó a tener un cierre.
Asentí. El hombre era un maldito cobarde. Su padre aún
más por vender así a sus hijas. Mantenía sus virginidades
intactas, pero le daba rienda suelta a ese desgraciado
enfermo en todo lo demás.
Volvió a mirar al cielo y esperé. Quería que hablara
conmigo, aunque eso era algo que no podía obligarla a
hacer.
—¿Soy una sustituta de ella? —Su voz era apenas
audible, sus ojos seguían pegados al cielo—. ¿Es por eso
que me quieres?
—Me importaba Mia, pero no era tú. —Bajó los ojos,
estudiándome—. Su parecido empieza y termina con tu
apariencia física. Me preocupaba por ella. Quería salvarla.
Y le hice una promesa.
—¿Una promesa?
—Sí, una promesa. Que velaría por ti y por tu hermano.
Que los protegería. Así que desde que tenías diez años, te
he vigilado. Vi a tu hermano golpear a tu padre en el
entierro de Mia y supe que estarías a salvo. Aun así, seguí
vigilándote. Vi cómo una niña magullada se convertía en
una mujer impresionante y fuerte. —Agarré su cara entre
mis manos y tiré de ella para acercarla—. Fue de esa mujer
fuerte de quien me enamoré. Era esa mujer fuerte la que
quería para mí.
Sus ojos se abrieron de par en par. Sí, iba con todo. ¡A la
mierda con ser precavido! ¡A la mierda con lo que estaba
dispuesta a oír! Éramos nosotros. Nuestro futuro. Era la
otra cara de mi moneda. Yo era la otra cara de su cordura.
Tragó saliva, sus ojos parpadearon.
—¿Te enamoraste de mí?
Me reí entre dientes.
—Kotyonok, estoy mucho más que enamorado, ni
siquiera tiene gracia. Eres mi vida. Eres mi aliento. Lo eres
todo para mí. He esperado siete años. Quería que
maduraras antes de arrastrarte a mi locura. No puedo
esperar más.
Un suspiro tembloroso se escapó de sus labios.
—¿Y si necesito espacio? ¿Tiempo para pensar?
La estreché entre mis brazos.
—¡A la mierda el espacio! ¡A la mierda el tiempo! Tú y
yo, Branka... tenemos sentido. Juntos. No quiero perder ni
un segundo más con espacios y tiempos. —Apreté mi boca
contra la suya y su cuerpo se fundió en mí—. Piensa
mientras estés en mis brazos. Pero no me dejes.
Permití que lo viera todo. Todo de mí. Las partes
dañadas y jodidas. Las pizcas y piezas más decentes.
Cada maldita cosa.
—No puedo tener hijos —mencionó. Su tono era ligero.
Pero sus hombros estaban tensos. Tenía los labios
apretados—. Otra parte defectuosa de mí —se burló—. Una
anormalidad, dijo mi médico. Un exceso de tejido
cicatrizante o algo así. —Un suspiro tembloroso pasó por
sus labios—. Nunca podría darte una familia, Sasha.
Pasó un latido. Me dolía el pecho. Se me hizo un nudo en
la garganta. Por ella. Si quería un bebé, encontraríamos la
manera y tendríamos uno.
—¿Segura?
—Sí. —Su voz era un susurro áspero. Nuestras miradas
se sostuvieron.
—Escúchame, Branka Russo. —Empecé—. Te quiero a ti.
A ti. No lo que puedas darme. Me importa una mierda todo
lo demás. —Sus dedos se clavaron en sus palmas y me
preocupó que no me creyera—. Si algún día quieres una
familia, adoptaremos. Si no quieres una familia, estaremos
solos tú y yo. Entre tu hermano y los míos, tendremos
muchos sobrinos a los que mimar.
Le tembló el labio inferior.
—Pero...
—No hay ningún pero —le aseguré con firmeza—. Eres
suficiente para mí. Eres a quien he esperado. Eres tú a
quien me aterroriza perder.
—Eres de otro mundo, Sasha —dijo con voz ronca—. ¿Y
si mañana te despiertas y te das cuenta de que te has
equivocado?
Las inseguridades que sentí en mi corazón y en mi alma
desde el momento en que oí las palabras de mi madre
pronunciadas en voz alta, me devolvieron la mirada. Quizá
por eso Branka y yo congeniábamos. Dos personas rotas,
pero que juntas estaban completas.
—No eres un error. Eres mi pasión. Mi obsesión. Alguien
sin quien no puedo vivir. —Mi corazón tronó y la sangre
zumbó en mis oídos—. No me pidas que viva sin ti, porque
eso es lo único que no puedo darte. Tu libertad.
Me asustaba que mi amor no fuera correspondido, pero
ya no podía retenerlo dentro de mí. La necesitaba en mi
vida. Un inocente encuentro en el bar siete años atrás me
cambió para siempre. Era la persona que había estado
esperando.
—Es una locura —murmuró—. Alessio se enfadará. Y le
hice una promesa a Killian.
Apreté los dientes. Podía entender su lealtad hacia su
hermano, sin embargo, no hacia Killian. Ese me caía mal.
Aun así, sabía que tendría que andarme con cuidado con
ella.
—Piensa con el corazón, Kotyonok. Olvida tu razón. Esto
es para nosotros. Escucha tu interior y luego dime si
puedes imaginarnos envejeciendo juntos. Porque yo sí
puedo. Te amo, Branka Russo. Todas tus perfecciones e
imperfecciones son mías. Igual que las mías son todas
tuyas.
Se mordía el labio inferior mientras la observaba. Podía
ser paciente cuando quería algo. Había sido paciente con
ella porque la necesitaba.
Había estado cien por ciento en esto, desde el principio.
Branka era mía, para siempre.
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE
BRANKA

D ebería haber sabido que nada con Sasha era a medias.


Después de todo, parecía conocerme mejor que yo.
Mi corazón temblaba de anhelo. Mi propio “felices
para siempre” estaba a un suspiro de distancia.
—También te amo —admití en voz baja, con el corazón
latiéndome con fuerza por mi declaración. Me hacía sentir
vulnerable y expuesta. Pero también invencible cuando me
miraba con tantos sentimientos.
Tendría que disculparme con Killian. Nunca debí
haberme conformado con él y haber llegado tan lejos. Le
dije a Killian que me había enamorado de un hombre que
era pasado para mí. No obstante, Sasha era mi pasado,
presente y futuro.
Acunó mi rostro con la palma de la mano y me pasó el
pulgar por las mejillas. La intensidad de su mirada me hizo
un nudo en la garganta. Ese hombre era el único con el que
quería pasar mi vida.
Su boca chocó contra la mía. Me rodeó la cintura con el
brazo y me apretó contra él, con los latidos de nuestros
corazones acelerados y ansiosos.
—No me dejes nunca, Kotyonok —murmuró contra mis
labios.
—Nunca —prometí—. Nunca te dejaré.
Resolveríamos nuestra vida juntos. Nuestro futuro
juntos. Siempre y cuando estuviéramos juntos.
Sonrió ante mi promesa y sus dos manos me agarraron
por el trasero, elevándome en el aire. Mis piernas rodearon
su cintura. Apoyó su frente en la mía y su aroma cítrico me
envolvió.
—¡Di otra vez que me amas! —exigió, con la voz ronca.
—Te amo, Sasha Nikolaev. —Una sonrisa se elevó en sus
labios y mi corazón revoloteó en el pecho, haciéndome
sentir como nueva.
Hizo un ruido ronco y me levantó mientras mis piernas
rodeaban su cintura. Apoyé la cara contra su cuello,
inhalando aquel aroma cítrico. Le pertenecería para
siempre.

No tenía ni idea de cómo habíamos llegado hasta nuestro


dormitorio. Me senté a horcajadas sobre él, con los brazos
alrededor de sus hombros, el pecho pegado al suyo y la
boca rozándole el cuello. Tirando de su cabeza hacia mí,
junté nuestros labios en un beso aplastante. Sus brazos me
envolvieron, su lengua acarició la mía. Chupándola.
Nuestra hambre crecía y nos arañábamos la ropa.
Los dos estábamos desnudos en un abrir y cerrar de
ojos. Recorrí sus músculos, rozando su piel con las uñas. Lo
deseaba tanto que sentía un dolor constante en la boca del
estómago.
—No te contengas —pidió en un gruñido.
La mirada feroz en sus ojos ardía como llamas azules.
Me arrojó contra el colchón, haciendo que mi cuerpo
rebotara.
—Maldición, tienes unos pechos preciosos —halagó, con
voz roca, apreciándolos.
Mis ojos recorrieron su cuerpo desnudo, casi todo
cubierto de tinta. Hermoso y duro. Igual que él. Su torso
era magnífico, cubierto por rosas rojas con espinas
entretejidas por una daga. Una cruz. Némesis. Un fénix. Su
cuerpo era una hermosa historia.
Se arrodilló, el colchón se movió bajo su peso.
Lentamente, cubrió mi cuerpo con el suyo. Sus ojos se
clavaron en mi cara mientras me agarraba las muñecas,
apretándolas entre sí.
Apretando su rostro contra mi cuello, me dijo:
—Voy a cogerte a lo misionero. —Dios mío. Me
mordisqueó el lóbulo de la oreja, rozando mi garganta—. Es
tu posición favorita, ¿verdad?
—Sí —gemí.
—¿Cuántas veces has fantaseado con que te folle en la
posición del misionero? —Un profundo rubor coloreó mis
mejillas. El calor me recorrió las venas—. ¿Cuántas,
Kotyonok?
Asentí.
—¿Cuántas?
—Un millón —solté en un suspiro—. Por lo menos.
Su hermosa boca se inclinó hacia arriba.
—Entonces misionero será. —Sus dedos se deslizaron
por el interior de mis muslos hasta llegar a mi entrada,
untando humedad sobre mi clítoris. Un escalofrío me
recorrió. Esta necesidad abrumaba todos mis sentidos. Mi
espalda se arqueó sobre la cama y mis caderas se rozaron
contra él. Su pene duro y sedoso acariciaba mi entrada
caliente cada vez que alzaba mis caderas.
Nuestras miradas se entrecruzaron y, de un solo
empujón, me penetró con fuerza, llenándome hasta el
fondo. El dolor se mezcló con el placer. Un grito gutural
llenó el aire. Su mano libre me tapó la boca mientras se
retiraba y volvía a penetrarme. Esta vez con más fuerza.
—Tu coño está tan apretado. Me tomas tan bien —
elogió.
Las palabras llenaron de ardiente satisfacción cada
espacio vacío y solitario de mi cuerpo. Su pelvis chocó
contra la mía, el calor fundido se extendió desde mi clítoris
hacia fuera. Era calor, llamas y placer.
No podía dejar de tocarlo. Mis palmas presionaban sus
músculos esculpidos mientras entraba y salía de mí, lento y
enérgico, embistiéndome.
Mi sed por él era insaciable. Quería que me cogiera más
fuerte, más rápido, más profundo. Llegó a ese punto
mágico dentro de mí y grité. Su mano llegó a la base de mi
garganta, sujetándome firmemente.
Me cogió como si fuera su única misión en la vida. Como
si su vida dependiera de ello. Perdía el control con cada
embestida, me penetraba con fuerza y sin descanso.
Me retorcí bajo él. Lo necesitaba. Su control. Su locura.
Su oscuridad. Todo. Con una mano en mi garganta, me
penetró. El dolor y el placer se mezclaron.
Me tapó la boca con la palma de la mano, mientras con
la otra seguía agarrando mi garganta. Era duro. Represivo.
Y adictivo.
El orgasmo fue inmediato y violento. Me recorrió como
un tsunami. Me castañetearon los dientes. El calor palpitó
en mi vientre bajo y se expandió como fuegos artificiales
hasta la punta de los dedos de mis pies.
Volaba tan alto que hasta que no bajé del orgasmo no
me había dado cuenta de que le había mordido la mano.
Seguía dentro de mí, observándome con aquella mirada de
llamas azules. Apoyó su frente contra la mía y empezó a
moverse de nuevo. Profundo. Tan profundo que podía
sentirlo en mi estómago.
—¿Quién te folla? —gruñó, remarcando la pregunta con
una violenta embestida que arrancó otro grito ahogado de
mi garganta.
—Tú. —Respiré—. Siempre tú.
Otro orgasmo siguió. Me golpeó con fuerza, vi estrellas
fugaces cruzar por mis ojos y me robó el oxígeno de los
pulmones. Mi cuerpo se agarrotó, una sensación de
hormigueos y encandilamiento me recorrió las venas. Un
rugido de satisfacción salió de su pecho.
Le arañé la espalda mientras gruñía y ralentizaba sus
embestidas. Nuestras bocas se fundieron en un beso
profundo y apasionado. Sus embestidas se volvieron
sensuales y su mano abandonó mi garganta, bajando hasta
llegar a mis pechos. Me los amasó mientras empujaba,
dentro y fuera; me rodeó con un brazo y me apretó con
fuerza.
Otra estocada y lo sentí sacudirse mientras se
derramaba dentro de mí.
Nos quedamos así, su boca a unos centímetros de la mía.
Nuestras respiraciones se mezclaban. Nuestros corazones
latían al unísono.
Con un gemido, se separó de mí y cubrió mi cuerpo
como una manta. Con las manos aún alrededor de él, le
besé el cuello, impregnándome de su olor. Le besé la
mandíbula, los labios, los ojos y volví a los labios.
—Mi kotyonok. —Dos palabras murmuradas con firmeza
contra mis labios—. Mi amor. —Me pasó un dedo por la
mejilla mientras el rubor manchaba mis mejillas—. Si
intentas retractarte de tu amor, te ataré a mi cama, te daré
de comer y te cogeré hasta que cambies de opinión —
advirtió con un gruñido grave.
Sabía que lo decía en serio. Sin embargo, él no sabía que
nunca me retractaría.
Se me escapó una risita.
—Qué palabras tan románticas, dignas de un asesino
psicópata.
Sonrió. Una sonrisa despreocupada y feliz que me dejó
sin aliento.
—Solo lo mejor para mi kotyonok. Mi reina.
La felicidad rebotaba en las paredes de mi pecho. Mi
sangre cantaba y mi corazón brillaba con tanto amor que
temí que cegáramos el planeta.
—Es justo que estemos en igualdad de condiciones —
murmuré, acurrucándome más en él—. Si te veo con otra
mujer, le arrancaré el corazón mientras miras. Y luego te
arrancaré el tuyo.
Su gran mano recorrió mi espalda desnuda con un
movimiento tranquilizador, reconfortante y cálido.
—Es una advertencia justa. Sobre todo, después de
recibir tu mensaje sangriento y el corazón envuelto en un
lazo. —Me tembló el pecho de la risa y levanté la cabeza
para encontrarme con sus ojos. Creía que había matado a
su amigo. Dios mío, ¿acaso, emitía las mismas vibras
psicópatas que este hombre?—. La próxima vez, hablemos
antes de matar a alguien. Era un buen tipo.
En ese momento todo mi cuerpo se estremeció y las
carcajadas resonaron por toda la habitación.
—No lo maté. —Me reí entre dientes—. Era el corazón
de un cerdo.
La sorpresa se adueñó de su expresión. Parpadeó y
levantó la comisura de los labios.
—Mi pequeña asesina perspicaz —musitó y acercó su
boca a mi frente—. Sinceramente, no recuerdo cuándo fue
la última vez que alguien me ha engañado.
Sonreí, luego bajé la cabeza contra su pecho y escuché
los fuertes latidos de su corazón.
—Que sepa el mundo que fui la primera en hacerlo.
—Tú, Kotyonok, fuiste mi primera en muchas cosas. —
Creí escucharlo decir, pero el sueño me atrapó demasiado
pronto para estar segura.
CAPÍTULO SESENTA
SASHA

S e quedó dormida de golpe.


Le aparté un mechón de cabello de la cara.
Estaba abrazada a mi pecho, con sus suaves curvas
apretadas contra mí. Tenía el culo desnudo y marcado por
mí. Me encanta ver mis marcas en ella. Era toda mía. Eligió
esto, a mí, voluntariamente.
Un suspiro de satisfacción brotó de sus labios y se apegó
más a mí.
Era extraño cómo los fantasmas que se habían
apoderado de mí durante décadas habían perdido su poder
de la noche a la mañana. Con Branka, me sentía como en
casa. Fue la primera mujer que le habló a mi alma y se
convirtió en una parte indispensable de mí.
Me hizo sentir tan orgulloso. Y tan feliz. Mi pareja
perfecta. Mi pequeña tigresa. Domarla había sido el mayor
reto. No se doblegaba a mi voluntad, pero era la única
mujer apta para ser mi otra mitad. Mi reina.
Podía ser sumisa bajo mis caricias, no obstante, fuera de
la cama era dueña de sí misma. Un día, haría pedazos al
mundo.
Sin embargo, antes tendría que llamar a su hermano.
Miré el reloj. Mejor tarde que nunca. Jamás sería de los que
evitaban los problemas, pero Alessio era un problema que
me gustaría evitar. Killian... bueno, si me molestaba, le
pegaría un tiro. No podía aplicar la misma regla al hermano
de Branka porque ella lo amaba.
Maldita sea. Mi parte irracional quería todo su amor.
Era egoísta cuando se trataba de Branka Russo y el
sentimiento no se calmaba. De hecho, crecía con cada
segundo que pasaba cerca de ella.
Agarré el teléfono, que estaba sobre la mesita de noche.
Tenía otro para Branka, preparado y listo para usar, en el
fondo del cajón. Me sorprendió que no lo encontrara, pero
luego recordé que nos manteníamos ocupados en nuestro
dormitorio.
Me levanté de la cama con cuidado de no despertarla,
me puse los pantalones y me dirigí a la habitación contigua
que a veces se utilizaba como despacho. Llamé a Alessio y
esperé a que sonara el tono, cada vez más tenso.
—Ruso hijo de puta. —Fue el saludo que recibí de mi
futuro cuñado—. Cuando te ponga las manos encima, voy a
retorcerte el cuello y ver cómo la vida se te va de los ojos.
—No sabía que me quisieras tanto —contesté
secamente.
—Odio tus malditas entrañas —siseó—. Mi mujer me lo
contó todo.
—Dudo que fuera todo —señalé en tono aburrido—. No
compartiría nuestra historia contigo.
De acuerdo, provocar a mi cuñado no era inteligente,
pero nunca había pretendido serlo.
—No tienes ninguna historia con mi esposa. Y, sí, me
dijo cómo llegaste a cobrar tu deuda.
Resultó que Autumn tenía una relación honesta con su
marido. Menos mal que no compartió esa información hasta
que ya tuve a Branka en mis garras. De lo contrario, Alessio
la habría rodeado de hombres que habría tenido que matar.
—Eso está en el pasado —le dije con calma—. Ahora,
hablemos de nuestro futuro.
—¿Estás loco? —De acuerdo, mi cuñado tenía mal genio
cuando se trataba de su familia. Apuntado—. No existe tal
cosa como 'nuestro' futuro. Si no me entregas a mi
hermana sana y salva, no tendrás ningún futuro excepto a
dos metros bajo tierra.
Oí una suave voz femenina y la reconocí: era su esposa.
Probablemente intentaba calmarlo. ¡Mujer inteligente! En
el mejor de los casos nos mataríamos el uno al otro, pero lo
más probable es que lo matara a él y la dejara viuda. Por
supuesto, mi kotyonok nunca me lo perdonaría.
—Branka y yo queremos hablar contigo —continué como
si no acabara de amenazarme—. Nos vamos a casar.
—Se va a casar con Killian.
—Nunca se casará con ese idiota. —Mi tono era
tranquilo, aunque internamente, estaba a un segundo de
traspasar el maldito teléfono y matarlo. Tendría que hablar
con Branka sobre cuánto margen tendría para enfrentarme
a su hermano. Al menos debería ser capaz de herirlo.
—No. Depende. De. Ti —gruñó—. ¿Eres así de estúpido o
tienes una manía con forzar a las mujeres?
Apreté los dientes, me dolía la mandíbula por la fuerza.
Mierda, puede que hasta me haya quebrado una muela.
Entonces, sus palabras resonaron y una idea se coló en mi
mente.
¡Te tengo, desgraciado!
—Quieres que ella elija, ¿verdad? —pregunté.
—Sí —respondió entre dientes—. Quiero que sea feliz.
Se lo merece.
Sonreí.
—De acuerdo. Reunámonos, entonces.
—Estoy en Rusia —refunfuñó—. Dame la hora y el lugar.
Hijo de puta escurridizo. Debería haber sabido que no
estaría sentado en casa. Era tan implacable como el resto
de nosotros cuando cazábamos.
—Solo si traes a tu encantadora esposa y a tu hijo —
rebatí, seguro de que lo estaba enfadando aún más.
—No me presiones —advirtió, con voz fría.
—Presionarte sería que secuestrara a tu mujer y a tu
hijo para que Branka no se sintiera sola —expliqué con
calma—. Te doy la opción de traerlos. Si te niegas, los
secuestraré.
—¿Por qué? —inquirió.
Me reí entre dientes.
—Branka los echa de menos, así que déjalos hablar,
mientras tú y yo conversamos. —Se hizo el silencio—. ¿La
vas a traer?
Mis labios se curvaron. Desde luego, no pensaba dejarla
atrás.
—Sí.
CAPÍTULO SESENTA Y UNO
BRANKA

S asha estaba sentado detrás del escritorio, con los pies


apoyados en él. Sus ojos se cruzaron con los míos y una
sonrisa de suficiencia curvó sus labios. Era el tipo de
sonrisa que prometía cosas traviesas. Al instante,
mariposas agitaron sus alas salvajemente en mi estómago.
Aquel hombre me estaba convirtiendo en una insaciable
adicta al sexo.
Temprano me informó que veríamos a mi hermano, a
Autumn y a Kol. Así que solo por eso, le permitiría toda esa
petulancia y la sonrisa burlona. Estaba tan emocionada por
ver a mi familia y abrazarlos a todos.
—¿Qué? —pregunté sospechosamente.
—Tengo una sorpresa para ti —anunció con una amplia
sonrisa. Pero sus ojos no sonreían. Eran estanques azul
claro que me arrastraban a sus profundidades.
Miró por encima de mi hombro y seguí su mirada. Un
hombre alto con una cicatriz en la cara estaba de pie, con
los brazos cruzados. Nunca lo había visto. Volví a mirar a
Sasha.
—Si siquiera te atreves a sugerir un trío, voy a
asesinarte —amenacé con calma. De a poco me había dado
cuenta de que no me importaban los gustos pervertidos de
Sasha. En absoluto. Sin embargo, no me cogerían dos
hombres al mismo tiempo.
—No soy de los que comparten —replicó Sasha, casi
gruñendo, como si la mera idea de que otro hombre me
tocara lo hubiera enfurecido—. Nadie toca lo que es mío y
eres mía.
Sus palabras me transmitieron una oleada de calor.
Dios, era tan fácil enamorarme locamente de él. Estaba
perdidamente enamorada.
¡Amor!
Nunca pensé que lo tendría y allí estaba, a mi alcance.
La única referencia de amor y felicidad que tenía eran los
padres de mi mejor amiga. Y el amor que compartían mi
hermano y Autumn.
Lo que tenía con Sasha era diferente. No era dulce. Era
casi violento y lo consumía todo. No podía imaginar pasar
una vida sin él.
Todo sería más fácil, si pudiera hacer que Alessio y
Killian lo entendieran. A este último no se le rompería el
corazón, aunque me preocupaba mi hermano.
Seguí la mirada de Sasha por encima del hombro. Un
gesto seco con la cabeza y el tipo desapareció.
—Ven aquí.
Mis pies ya se movían, obedeciéndolo, cuando mi
cerebro por fin se puso al día hizo que mis pasos vacilaran.
No sabía qué tenía que me hacía acatar todas sus órdenes.
Mi cuerpo confiaba en él incondicionalmente y mi corazón
también.
Bueno, tampoco me había ganado el suyo.
—Kotyonok, ven aquí. —Volvió a exigir, la expresión de
su rostro me decía que desobedecer sería una mala idea.
Mis tacones repiquetearon en la madera al rodear el
escritorio y acercármele. En cuanto estuve a su alcance, me
agarró por la cintura y me subió sobre este. Los nervios y la
excitación me recorrieron las venas. Siempre era igual con
Sasha. La forma en que me tocaba, como si ya le
perteneciera, hacía que mi cuerpo se amoldara a él.
Su gran mano se acercó a mis pechos y me empujó hacia
abajo hasta dejarme extendida sobre el escritorio, con las
rodillas dobladas hacia los lados. Me quitó los tacones de
mis pies, uno a la vez, y cayeron el suelo con un fuerte
golpe.
—¿Qué haces? —pregunté, mirándolo.
Una sonrisa lobuna se dibujó en su rostro y se agachó
entre mis piernas. Me levantó el vestido y me ató algo
blando al tobillo. Levanté la cabeza al ver cómo me
sujetaba los tobillos a las patas del escritorio y me dejaba
las piernas abiertas.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Aquellos ojos azul pálido se encontraron con los míos.
—¿Quieres que te amordace también?
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Qué…?
Me sacudí contra las ataduras cuando su mano se
acercó a mis muslos, manteniéndolos firmemente en su
sitio.
—¿Confías en mí?
Me quedé quieta, ahogándome en su azul cristalino
ártico. Entregar mi plena confianza era algo muy difícil
para mí. Sería algo que tendría que trabajar por el resto de
mi vida.
Me sacudí contra las ataduras, pero eran inflexibles. Me
hormigueaba la piel, las cicatrices borradas me dolían de
algún modo.
—No. —Mis movimientos se detuvieron ante su orden.
Mis ojos se clavaron en él, con el corazón retumbando
contra mis costillas—. Respira. —Tragué saliva—. Respira
para mí.
Tomé una bocanada de oxígeno e inhalé, luego, exhalé
lentamente. Luego, repetí.
—Buena chica —elogió—. Puedes seguir órdenes. Y, por
eso, no te esposaré las manos.
Sus pulgares rozaron mi piel, abrasándola. Empezó por
mis tobillos y fue deslizándose por el interior de mis
piernas hasta llegar a mis muslos. Me subió la falda,
centímetro a centímetro, hasta dejarme la tanga a la vista.
—Te pusiste lo que te preparé —comentó con voz ronca,
con la satisfacción coloreando su voz. El rojo tenía que ser
el color favorito de Sasha en mí. El vestido que me dejó era
de un rojo intenso. No era muy revelador, pero sí muy
sensual.
Sentí cómo la humedad se escurría por entre mis
piernas y la reacción me desconcertó. A menudo, la sola
idea de estar atada me provocaba un ataque de pánico. Sin
embargo, con este hombre, el bondage parecía excitarme
más que nada. Estaba más loca de lo que pensaba.
Las palmas de las manos de Sasha se detuvieron justo
en mi entrada y su pulgar se posó sobre mi clítoris. Pasó el
pulgar por el material empapado de mi tanga.
—Estás mojada para mí —señaló con calma—. Te gusta
estar a mi merced.
—No. —Exhalé, pero ambos sabíamos que estaba
mintiendo.
Me dio una bofetada en el coño y un alarido vibró en el
aire.
—¡No mientas! —gruñó. Luego volvió a abofetearme y,
para mi horror, más jugos empaparon mi tanga—. Ahora,
dime la verdad.
—M-me... —La mentira se negó a salir de mis labios—.
Me gusta —admití suavemente—. Aunque no debería.
Me recompensó con una sonrisa y la palma de su mano
frotando mi centro.
—Mientras lo disfrutes, todo vale. —Mis muslos
intentaron cerrarse, pero las ataduras mantenían mis
tobillos bloqueados—. ¿Debería cogerte con un dedo,
comerme tu dulce coño o follarte?
Me miró pensativo, como si estuviera debatiéndolo
seriamente.
—O podría hacer las tres cosas.
Mis músculos se flexionaron y casi me corro solo con sus
palabras. Sonrió, sin pasar por alto el apretón de mi coño.
—Mi kotyonok es una chica sucia.
—Por favor. —La súplica salió en una respiración
vacilante. Su respuesta fue usar la otra mano para
arrancarme la tanga, el encaje se deshizo sin esfuerzo bajo
su fuerza.
—Me muero de ganas de enterrarte la polla en la boca —
soltó, casi ronroneando, mientras me frotaba el coño con la
mano.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando bajó la cabeza y
arrastró la nariz por la parte interna de mi muslo. Inhaló mi
aroma, aspirando mi excitación, luego cerró la boca sobre
mi centro y empezó a devorarme.
Me acarició la entrada con un dedo y mi espalda se
arqueó sobre el escritorio. Empujó el dedo dentro, los jugos
gotearon por el interior de mis muslos y empaparon sus
dedos. Entonces su boca se acercó a mi clítoris y succionó
con fuerza mientras me metía el dedo hasta el fondo.
Las estrellas estallaron tras mis párpados y oleadas de
placer me sacudieron el cuerpo. Mis manos buscaron su
cabeza, mis dedos se enterraron en su cabello y agarraron
un puñado como si fuera mi balsa salvavidas. Mi sexo se
movía contra su cara, seguía comiéndome sin desperdiciar
ni una gota.
—Pruébate a ti misma. Antes te gustó —gruñó contra mi
coño hipersensible. Jadeando, no le contesté, me mordió el
clítoris y otro escalofrío recorrió mi cuerpo—. ¿Quieres
descubrir tu sabor?
Abrí los párpados, encontrándome con su mirada que
me observaba mientras estaba enterrado entre mis piernas.
—¿Y cuál es mi sabor?
—Sabes como mi esposa.
Espera. ¿Qué?
Luego, con una última y larga lamida de lengua, se puso
en pie. Rodeó el escritorio y me agarró las muñecas.
—Aún no hemos terminado —dijo, con la boca brillante
por mi humedad. Ni siquiera se molestó en limpiársela—.
¿Estás bien si te esposo las muñecas?
Cuando asentí sin demora, supe en el fondo que estaba
con todo con Sasha Nikolaev.
Me envolvió las muñecas con unas esposas de cuero
acojinadas y unidas por una intrincada cadena. Mi corazón
aún retumbaba por el orgasmo que había experimentado
cuando Sasha me empujó la espalda hacia la superficie del
escritorio y me guio las manos atadas por encima de la
cabeza, ajustándolas a un gancho en algún lugar por
debajo.
Observó mi cuerpo tendido sobre su escritorio, como un
cordero de sacrificio esperando a ser devorado. Pero solo
por él. Sería devorada por él.
—Ahora voy a comerte el coño en paz —declaró.
—Pero...
Una risita profunda y oscura vibró en su pecho.
—¿Qué? ¿Pensabas que habíamos terminado?
Asentí con la cabeza.
—Estamos lejos de terminar aquí, Kotyonok.
Volvió a agacharse entre mis piernas y me rodeó el
clítoris con la punta de un grueso dedo; me retorcí y
levanté las caderas para aumentar la presión. Sasha
succionó ese punto sensible entre los dientes, mordiéndolo
con la fuerza suficiente para que una sacudida de deseo y
dolor recorriera cada célula de mi cuerpo. Me acarició la
entrada con la lengua antes de lamerme el clítoris y volver
a mordisquearlo. Un gemido recorrió el aire y mi cabeza se
agitó de un lado a otro.
—¡Por favor!, ¡por favor! —supliqué. Empujó su lengua
dentro de mi entrada, imitando cómo su miembro se
deslizaría dentro y fuera de mí. La presión crecía y crecía,
estaba tan cerca cuando se detuvo. —¡No! —protesté
quejumbrosa, con el cuerpo enrojecido por la frustración.
Si empezaba a llevarme al límite solo para dejarme sin
final, perdería la cabeza.
Metió la mano por un lado del escritorio y sacó un
paquete. Levanté la cabeza todo lo que pude con los brazos
atados para ver lo que hacía. Abrió el paquete y un destello
plateado entró en mi campo de visión.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Te gustará —aseguró convencido. El frío metal se
deslizó por mi acalorado centro y un escalofrío involuntario
recorrió mi cuerpo.
Lo colocó ligeramente sobre mi clítoris hinchado,
haciendo que mi columna volviera a arquearse sobre el
escritorio. Tan rápido como llegó la presión, también se
disipó.
Quería más de lo que fuera eso.
—Te gusta, ¿verdad? —afirmó.
—Sí. —Mi voz estaba ronca por los orgasmos, mi
respiración, entrecortada.
Tiró de la pinza, se puso de pie y volvió la presión,
empujándome hacia el orgasmo. Me soltó antes de que
llegara al clímax.
—Maldito seas. —Dejé escapar un suspiro frustrado.
Otra risita.
—Es hora de tu sorpresa.
—¿Es un orgasmo? —Jadeé, el calor nadando por mis
venas. Estaba atontada por la necesidad, me tenía tan
cerca del límite que solo necesitaba apretarme contra él y
alcanzaría el placer.
—Por favor...
—¿Quieres venirte otra vez?
—¡Sí!
—Luego, perforaremos ese dulce coñito para que esta
joyita roce tu clítoris cada vez que te muevas.
Sus palabras penetraron en mi cerebro lleno de lujuria,
asimilando su significado. Parpadeé, mirándolo fijamente y
esperando haber entendido mal lo que acababa de decir.
—¿Perdón?
—Un piercing. En tu coño. —Parpadeé y volví a
parpadear. Mi cerebro debió haberse ralentizado debido a
los orgasmos—. Amplificará todas tus sensaciones. Te
quiero lista para mí, mojada y empapada en todo momento.
Sacudí la cabeza, pero no en señal de negación. Más
bien de incredulidad. Pasé de ser virgen a tener un piercing
en el capuchón de mi clítoris en cuestión de una semana.
¿Estaba loca por considerarlo? La excitación me invadió
ante la idea de hacer algo tan travieso. Este mafioso
psicópata me estaba corrompiendo. O tal vez fui
corrompida desde el momento en que nací.
Debió haber leído mi respuesta positiva en mi cara.
—Vamos a perforarlo hoy.
Me quedé boquiabierta.
—¿Hoy? —repetí estúpidamente.
Sonrió.
—Sí, hoy. —Sus ojos bajaron hasta mis muslos abiertos.
Mi vagina estaba abierta para que la viera y algo caliente
se encendió en su mirada—. Dime que lo deseas.
De verdad lo deseaba, pero sentía como si siguiera
cediendo ante él, mientras que lo único que él me daba
eran orgasmos. Eran maravillosos y todo eso, pero no era
suficiente.
Su lengua rodeó mi clítoris, provocando y probando
antes de pellizcar y tirar. Mis caderas se apretaron contra
su boca, aumentando la presión, sin embargo, volvió a
retroceder.
—Dime que lo deseas —repitió.
Su dedo rodeó perezosamente mi entrada, empujando
dentro y fuera. Mi cuerpo me pedía otra oleada de placer,
aunque me contuve.
—Lo haré. —La victoria brilló en sus ojos—. Solo si me
cuentas la historia detrás de otro de tus tatuajes.
Mi coño se movió contra su mano mientras pronunciaba
esas palabras. Se puso rígido.
—¿Por qué?
«Porque quiero conocerte. Quiero conocer todas tus
capas, no solo la máscara que llevas alrededor de los
demás».
—Los padres de Autumn siempre decían que para que
las cosas funcionen es cosa de dos —murmuré—. Y son
felices.
Volvió a rodear perezosamente mi entrada.
—¿Estás contenta?
La pregunta era casual. La expresión de su cara casi
parecía como si le importara una mierda si era feliz o no.
Sin embargo, mi instinto me advirtió lo contrario. Tal vez
Sasha tenía tanto miedo de ser lastimado como yo.
—No soy infeliz —respondí.
—Pero no eres feliz.
Permanecí en silencio, observándolo.
—Quiero algo más que sexo, Sasha. —Las palabras se
me escaparon y no había forma de retirarlas. No es que
quisiera regresarlas, no obstante, me hicieron sentir
vulnerable y expuesta—. Me diste palabras, pero quiero
más. —Quiero conocer sus cicatrices. Sus miedos. Todo. Y
después quería ser quien le alivianara esa carga—. Tengo
mis propios miedos. Ser dejada atrás. No ser lo
suficientemente buena. —Respiré hondo y luego exhalé—.
Te estás conteniendo. —Siguió el silencio. Los latidos
trepidaban—. Quiero ver a mi hermano. Hablar con mi
sobrino y mi mejor amiga. Los extraño.
Mi corazón se aquietó, esperando con un zumbido
desesperado. Una pesadez me tiraba del pecho, sus ojos
llenos de fantasmas de nuestros pasados.
—¿Te arrepientes de tus palabras, Kotyonok?
—Nunca —dije apasionadamente—. Estoy aquí para
quedarme. Pero necesito más. Ni siquiera puedes contarme
todas las historias que hay detrás de tus tatuajes, Sasha.
¿Cómo vamos a sobrevivir años juntos si ni siquiera puedes
compartir eso conmigo?
Se pasó una mano por la mandíbula. Sentí un nudo en la
garganta, esperando que me rechazara o me dijera que no
valía la pena.
—¿Cuál tatuaje? —indagó.
Me invadió la confusión y lo miré interrogante.
—¿Perdón?
—¿De cual tatuaje quieres saber? —repitió.
Mis ojos se desviaron hacia donde el tatuaje de Némesis
se escondía bajo su ropa, y luego hacia sus nudillos. Su
mirada siguió la mía. La vulnerabilidad que destelló en sus
ojos fue un puñetazo en mis entrañas y estuve a punto de
decirle que no importaba. Sinn embargo, no lo hice.
—Mi madre me odiaba. —Empezó—. Odiaba y amaba a
mi padre. Pero a mí... no me soportaba.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Me culpaba de su fracaso matrimonial —continuó con
voz rasposa—. El día que murió, la encontré en el pasillo
murmurando como una lunática. —Dejó escapar una
carcajada amarga—. Sus últimas palabras antes de
suicidarse fueron para decirme que era indigno. Que nunca
nadie me querría. Y luego se tiró por la ventana.
La vehemencia y la vulnerabilidad de su voz hicieron
que me doliera el pecho. Se me hizo un nudo en la
garganta: por el niño que tuvo que soportar algo así. Sí, mi
madre intentó suicidarse y llevarnos con ella, pero no lo
recordaba. Era una bebé. Asustó más a Alessio y a Mia que
a mí. Había otros fantasmas que me perseguían.
—Eres digno. —Me ahogué—. Y cualquier mujer sería
afortunada de tenerte. Ahora eres mío y soy tuya. Nunca te
dejaré. —Puse mis manos esposadas en su cuello, sin
palabras. Así que dije lo único que podía decir—.
Hagámonos un piercing en el capuchón.
Su pecho vibró y la opresión en mi pecho se alivió
lentamente.
—Nunca te dejaré atrás, Kotyonok. Somos tú y yo. Para
siempre. —Me incliné más hacia él y suspiré en su boca
cuando me besó.
—Para siempre —repetí, con mis labios rozando los
suyos—. Ahora, ¿dónde está el tipo del piercing?
Sacó el teléfono del bolsillo y tecleó un mensaje,
entonces el sonido de este al salir llenó el espacio.
La respuesta fue instantánea.
—Ella ya viene.
—¿Ella?
Sasha sonrió.
—No pensarías que permitiría que un hombre te tocara
ahí. Tendría que cortarle las manos y dejarlo ciego.
Negué con la cabeza, pero una sonrisa se dibujó en mis
labios.
—¿Y si arruina mi botoncito de la felicidad? —cuestioné
de la nada—. Acabo de empezar a tener sexo. Voy a
necesitarlo durante mucho tiempo.
Sus facciones se relajaron, luego se quedaron en blanco,
antes de estallar en carcajadas. Se puso en cuclillas y tomó
la hebilla de mis tobillos para soltarme.
—Te prometo que mantendré tu botoncito de la felicidad
a salvo —prometió.
Pasaron varios latidos antes de que admitiera.
—La verdad es que estoy un poquito emocionada.
Espero que no duela demasiado. Quiero tener más sexo.
Su expresión fue divertida y soltó una risita mientras me
desabrochaba las muñecas.
—Tendremos sexo —me aseguró. Cerré las piernas, pero
Sasha no tardó en colocarse frente a mí. Sus manos
llegaron a la parte exterior de mis dos muslos y envolvió
mis piernas alrededor de su cintura. No fue algo sexual.
Era como si me quisiera cerca, igual que yo a él—. No
puedo esperar para verte con un piercing —confesó, con su
boca rozando mi cuello.
Me empujaba fuera de mi zona de confort, y me gustaba.
—Quizá te hagamos un piercing a ti también —sugerí
con voz gutural—. He oído que es toda una experiencia
para la mujer.
De repente, su mano me agarró la nuca.
—¿Quién te ha dicho eso?
Vaya, era posesivo.
—Las mujeres hablan —expliqué.
Se relajó visiblemente.
—Si quieres que me haga un piercing, lo haré. Pero te
aseguro, Kotyonok, que no tienes que preocuparte por tu
placer. Lo tendrás con o sin un accesorio.
Un golpe en la puerta interrumpió nuestra discusión.
—¡Entra! —gritó Sasha.
La puerta se abrió y el tipo de la cicatriz entró con una
mujer pequeña detrás.
—Esto debería ser divertido —anunció el tipo de la
cicatriz, sonriendo. Sus ojos se posaron en mí,
espeluznantes y lascivos.
—No te quedarás en la habitación, Albert —escupió
Sasha, con expresión dura como el granito. El tipo miró de
mí a él, de nuevo a mí, y su postura se endureció.
Fue la mujer menuda quien rompió el intenso silencio.
—Me hare cargo ahora —dijo con firmeza—. Estoy aquí
por ella. —Su barbilla apuntó hacia mí—. Cuando termine
con el trabajo, tenme un coche afuera y me iré.
Los fríos ojos de Sasha seguían clavados en Albert,
prometiendo dolor y castigo. Estiré una mano y lo tomé el
brazo, rodeando con los dedos sus grandes bíceps.
—Ya se va —le aseguré, comunicándoselo con la mirada
a Albert para que se largara. La mirada de Sasha bajó
hasta donde yacía mi mano, luego volvió sus ojos a mí con
una nueva intensidad.
Albert desapareció en segundos y solté el brazo de
Sasha. Flexionó los dedos antes de cerrarlos en puños y
luego los desenroscó para meterlos en los bolsillos de sus
pantalones de vestir.
La mujer menuda se quedó en su sitio, con la tensión
visible en los hombros.
—Está bien —dije—. Estamos listos.
Como si no me creyera, sus ojos parpadearon hacia
Sasha. Asintió escuetamente.
—Soy Natasha. —Se presentó mientras daba tímidos
pasos hacia nosotros.
—Branka —respondí, sonriendo—. Este es mi... —No
sabía cómo llamarle. ¿Mi novio? No sonaba bien—. Es
Sasha. —terminé por decir.
Asintió.
—De acuerdo, manos a la obra.
—Tu inglés es muy bueno —la elogié.
Se rio entre dientes y dejó una caja de herramientas
sobre la mesa.
—Eso espero. Nací en Estados Unidos.
—El mundo es pequeño —murmuré.
—El más pequeño.
Me tumbó de espaldas sobre el escritorio y abrí las
piernas, mientras Sasha permanecía a mi lado, tomándome
de la mano. Natasha trabajó con eficacia para
desinfectarme, preparó mi vulva y luego alcanzó la aguja
larga con un diamante en ella.
Mis ojos parpadearon hacia Sasha.
—¿Un diamante?
Sonrió.
—Lo elegí. Me recuerda a tus ojos.
Volví a mirar la larga y gruesa aguja, y sentí un
estremecimiento. Tal vez no era una buena idea. Sasha
debió de leer en mi expresión la duda, porque apretó mi
mano en señal de consuelo.
—Respira hondo unas cuantas veces —ordenó—. Inhala
y exhala.
Puse los ojos en blanco.
—Eso se parece mucho a un parto. —Entonces se me
ocurrió una idea y me moví para verlo mejor—. ¿Has hecho
esto antes con una mujer?
Los celos de mi voz no pasaron desapercibidos. Sonrió.
—Es mi primera vez —admitió—. Ya son muchas
primeras veces para nosotros.
Me relajé ligeramente ante su seguridad al hablar, mi
mirada ansiosa volvió a la aguja. Era enorme.
—No es tan malo como te imaginas. Te lo prometo —
aseguró ella.
«Famosas últimas palabras», pensé irónicamente.
Inhalé profundamente y exhalé según las instrucciones.
—Inhala hondo —ordenó, y mi mano se aferró a los
dedos de Sasha mientras seguía sus instrucciones—. Ahora,
exhala.
El escozor desapareció antes de que el oxígeno
abandonara mis pulmones.
—Listo. —Sonrió Natasha—. Felicidades.
Sacudí la cabeza con incredulidad. Eso era todo. Apenas
lo sentí.
—¿Estás segura de que lo hiciste? —pregunté.
Asintió, sonriendo.
—Déjame apretar la joya y estarás lista.
Unos instantes después, ya había terminado. Se levantó,
se quitó los guantes de látex y se dirigió al cuarto de baño
conectado al despacho. Se lavó las manos y se marchó.
Cuando la puerta se cerró, me encontré con la mirada de
Sasha.
—¿Por qué un piercing ahí abajo? —cuestioné.
—¿En tu coño? —desafió, siendo grosero a propósito.
Con su boca, mis mejillas estarían permanentemente
manchadas para cuando muriera—. Me encanta marcarte.
Puse los ojos en blanco.
—Nadie lo verá.
Levantó los labios.
—Pero tú y yo sabremos que está ahí. Sabrás que eres
mía y, si muero, pensarás en mí cada vez que esa cosa roce
tu carne.
La idea de que muriera me oprimió el pecho y mis dedos
se enroscaron en su camisa, tirándolo más cerca.
—No morirás —expresé.
Alessio vería mañana que mi vida sin Sasha no valía la
pena. Al menos no para mí.
CAPÍTULO SESENTA Y DOS
BRANKA

S asha deslizó mis pies dentro de un par de sandalias


blancas y un vestido rojo con lunares blancos.
—En serio tienes una obsesión con el rojo —musité,
mientras dejaba que me vistiera.
—Rojo es el color de mi corazón —murmuró—. Y late
solo por ti. Porque cuando te vistes de rojo, sé que eres
mía.
Me senté en el auto, con la lluvia goteando por la
ventanilla, mientras veía a Sasha discutir con su familia.
Todos insistían en venir. Sasha se negó a traerlos.
Una vez fuera, caminamos hasta el coche, evitando las
gotas de lluvia, pero no sin antes ser acorralados por la
familia Nikolaev.
—Sí, no te irás sin nosotros —anunció Tatiana—. Somos
familia y la familia permanece unida.
Sonreí ante su convicción. Uno nunca debería tener
favoritos, pero Tatiana era la mía de la familia Nikolaev. Me
recordaba un poco a Sasha, solo que en versión femenina.
—Mi hermano también es de la familia —le dije
suavemente—. Todo saldrá bien. Una breve visita y luego
volveremos.
La mirada que me echó me dijo que no se lo creía.
Sasha me ayudó a subir al asiento del copiloto y luego
cerró la puerta, antes de volverse hacia su familia. Todos
estaban de pie bajo la lluvia, despreocupados del tiempo
mientras discutían. Sus voces apagadas se oían a través de
la lluvia que golpeaba el techo del vehículo y la ventanilla
cerrada.
—Estás loco si crees que te voy a dejar ir solo —gruñó
Vasili.
—Deberíamos ir todos —insistió Aurora—. Para que vean
que somos una familia unida.
Por la cara que pusieron los Nikolaev, las mujeres y los
niños podían quedarse. Estuve de acuerdo. No tenía
sentido causar más estragos de los necesarios.
—Si vamos todos, Alessio lo tomará como una señal de
nosotros contra ellos
—refunfuñó Sasha—. No necesito que me acompañen.
Esto no es una formación para ir a la guerra.
Sacudí la cabeza ante la divertida comparación.
Sentimientos contradictorios luchaban en mi pecho. La
emoción de ver a mi hermano, a Autumn y a mi sobrino; la
preocupación de que la mierda se desatara y alguien
saliera herido, y el miedo de que Sasha se alejara de mí,
dejándome de nuevo en la sombra.
No tenía sentido, pero no podía evitar tener ideas
ridículas.
—Alexei y yo iremos —concluyó Vasili sin dar lugar a
discusión—. Si conducimos juntos o no depende de ti.
Sasha debió ceder, porque se acercó a mi puerta y la
abrió.
—Kotyonok, vamos a la parte de atrás.
Salí del asiento del copiloto y me metí detrás de Sasha.
Alexei y Vasili se despidieron de sus esposas con un beso,
comprobaron sus fundas y se sentaron en los asientos
delanteros. Alexei se puso al volante y puso el automóvil en
marcha.
Mis manos se aferraban a mi regazo, viendo pasar el
paisaje. Con cada kilómetro que dejábamos atrás, más
aumentaba mi aprensión. Temía perder a mi hermano.
Temía aún más perder a Sasha.
«Alessio me escuchará», me dije a mí misma.
Y aun así sentí un frío recorrer mis venas. Le confiaba
mi vida a mi hermano, sin embargo, no la de Sasha ni la de
sus hermanos. Condujimos durante kilómetros, con la
tensión palpable. Los hermanos intercambiaron algunas
palabras, hablando en ruso. Por supuesto, no entendí nada.
Imaginé que estaban trazando estrategias para llegar a
un acuerdo pacífico con mi hermano. Se me escapó un
suspiro sardónico. Sería mucho más fácil si Alessio y yo no
nos quisiéramos, pero no era así. Lo era todo para mí: mi
madre, mi padre, mi hermano, mi hermana. No quería
renunciar a él.
Al girar bruscamente, llegamos a un gran
estacionamiento vacío. Mis ojos lo recorrieron y divisé una
SUV negra estacionada en el extremo opuesto de la zona,
justo delante de lo que parecía un edificio abandonado.
Al vernos, la puerta del vehículo se abrió y Alessio salió.
El corazón me latía bajo las costillas. Mi hermano estaba
allí.
Sasha abrió la puerta, salió y me hizo un gesto para que
lo siguiera. Lo hice sin decir palabra. Vasili y Alexei ya
estaban fuera del coche, con las armas a la vista. Las
puertas se cerraron de golpe detrás de mí.
—¡Branka! —me llamó Alessio, con la preocupación
grabada en su rostro. Su mano izquierda se extendió hacia
mí. El conflicto luchaba en mi interior, tirándome en dos
direcciones diferentes.
Di un paso hacia mi hermano, pero mi movimiento
vaciló. Una tensión casi imperceptible irradiaba de Sasha y
me giré para mirarlo. Los azules pálidos de sus orbes se
volvieron más oscuros, llenos de cosas que me tenían
pegada al sitio. Me ahogué en su mirada, consciente de que
mi hermano esperaba.
Tragué saliva y volví a mirar a mi hermano. Tomé la
mano de Sasha y nuestros dedos se entrelazaron.
—El corazón que late dentro de mi pecho —dijo, su voz
ronca y llena de emociones—. Es tuyo. Ha sido tuyo durante
mucho tiempo.
Bajando la mirada, observé sus dedos entintados contra
mi pálida piel y supe, en el fondo, que Sasha era mi
elección. Siempre sería mi elección. Levanté la cabeza y
sus ojos se encontraron con los míos, manteniéndome
firme.
—Eres todo lo que quiero —declaré ahogadamente, con
las emociones hinchándose en mi pecho, y la expresión de
su cara me dijo que era la elección correcta. Amaba a mi
hermano, pero si había que elegir entre Sasha y él, por
mucho que odiara tener que hacerlo, siempre escogería a
Sasha.
Tomados de la mano, volvimos a centrar nuestra
atención en mi hermano. Un paso. Dos pasos. Tres pasos.
Mientras tanto, Alessio nos observaba con una expresión
sombría, pero a cada paso que nos acercábamos más a él,
la comprensión entraba en sus ojos.
Aunque no parecía contento con la revelación.
Nos detuvimos a unos tres metros de Alessio, los
hermanos de Sasha justo a nuestra espalda.
—Jesucristo, Branka —murmuró—. De todos los
hombres, ¿escogiste a este?
Autumn salió de la SUV, empujando a Alessio a un lado
para poder verme.
—Te lo dije —refunfuñó, agarrándose la barriga y
tambaleándose para ponerse a su lado—. Tienen algo entre
ellos.
Sonreí cuando Alessio se pasó la mano por el cabello. A
este paso, mi pobre hermano tendría canas dentro de unos
años.
—Tiene algo con Killian —argumentó Alessio
tercamente.
—Es evidente que no —replicó inexpresivo Vasili.
Los ojos de mi hermano se desviaron hacia mí.
—¿Qué pasa con Killian? Fue tu elección.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta.
—Fue a quien elegí de entre las opciones presentadas —
atiné a decir—. Lo lamento. No debí dejar que llegara tan
lejos.
—Dios mío, Branka. Estabas a unos pasos del altar.
La culpa me inundó el pecho.
—Se lo explicaré a Killian —le aseguré a mi hermano—.
Es mi error y lo arreglaré.
Sacudió la cabeza.
—La única manera de arreglarlo es casándote con él,
hermanita.
Un gruñido bajo vibró en el aire. El de Sasha.
—Su elección —gruñó—. Tú mismo lo dijiste. ¿Estás
faltando a tu palabra?
Alessio soltó un profundo suspiro, con los ojos fijos en mí
e ignorando a Sasha, que permanecía a mi lado.
—¿Es él tu elección, Branka? —La pregunta de Alessio
fue baja, en sus ojos había oscuras nubes tormentosas.
—Sí, hermano —afirmé—. Lo es.
La lluvia caía suavemente, empapando el asfalto y
dejando manchas en mi vestido. El tiempo era sombrío,
pero mi corazón bailaba, porque el hombre al que amaba
estaba a mi lado.
—¿Por qué nadie me dice una mierda? —Alessio
refunfuñó, luego entrecerró los ojos hacia Sasha—. No eres
mi elección para ella.
—Pero él es mío —señalé.
En un momento la tensión bailaba en el aire y al
siguiente el sonido de un chillido rompía el ambiente. Kol
saltó del coche y corrió hacia mí. Solté la mano de Sasha,
me arrodillé y le abrí los brazos.
—Tía Branka. —Se lanzó a mis brazos y lo tomé—. Te
extrañé. Pensé que me habías dejado para siempre.
Se me hizo un nudo en la garganta. Conocía de primera
mano el miedo a quedarse atrás, y nunca había querido que
mi sobrino se sintiera así.
—Nunca voy a dejarte —le prometí—. Puede que no te
vea todos los días, pero siempre estaré aquí para ti, amigo.
Para ti y para tu hermanita.
Kol puso los ojos en blanco.
—La abuela dijo que los bebés lloran mucho. —Una risita
sonó a nuestro alrededor—. Si llora mucho, ¿puedo irme a
vivir contigo?
—¿Nos dejarías a tu madre y a mí? —cuestionó Alessio
—. Eso nos rompería el corazón.
Kol negó inmediatamente con la cabeza.
—Solo un ratito. Hasta que la bebé deje de llorar. —La
lluvia se detuvo y el primer rayo de sol parpadeó entre las
nubes. Kol corrió a abrazar a sus padres—. Aún así, sigo
queriéndolos muchísimo.
Sonó otra ronda de risitas. Para un niño era así de fácil
romper la tensión.
Me puse en pie y Sasha se cernió sobre mí. Los hombros
de Alessio estaban relajados, pero seguía mirándolo con
odio.
—Eres demasiado loco para mi hermanita.
Sasha se rio entre dientes.
—Y tú eres demasiado aburrido.
Estaba junto a Sasha y los hermanos Nikolaev,
observando a mi propia familia. Las personas que
significaban el mundo para mí y que siempre habían estado
ahí.
Un destello de luz me hizo desviar la mirada de mi
familia hacia el tejado del viejo edificio. El corazón se me
heló en el pecho. El destello plateado de un rifle se
reflejaba contra los rayos del sol. Apuntaba a Sasha.
No pensé. Reaccioné justo cuando sonó un pop.
Mi cuerpo retrocedió hacia él. El dolor estalló en mi
interior y mi respiración se entrecortó. El aire se llenó de
gritos y chillidos, pero todos eran lejanos, el zumbido de
mis oídos lo ahogaba todo.
Mis ojos buscaron el rostro de Sasha y nuestras miradas
se encontraron. Fue entonces cuando el miedo y el terror
que empañaban su expresión se colaron en mi alma. Mi
cuerpo empezó a decaer. Mis huesos temblaron y
empezaron a sacudir todo mi cuerpo. Mi visión se nubló.
—Blyad, Kotyonok. —Exhaló bruscamente mientras sus
manos entintadas atrapaban mi cuerpo. Sin embargo, no
podía sentir su toque—. ¿Por qué demonios hiciste eso?
No estaba segura de si le temblaba la voz o mi cuerpo
temblaba tanto que me afectaba al oído.
Alessio, Vasili y Alexei gritaban de fondo, pero no
distinguía ni una palabra.
—¡No me dejes, maldición! —exigió, con tono rasposo y
sombras oscuras en los ojos—. Por favor, resiste. Por mí —
suplicó, desesperado. Entonces me agarró la cara—.
Mantén los ojos abiertos. Quédate por mí.
Siempre.
Excepto que no estaba segura de haber dicho esas
palabras. Sus labios aún se movían, pero no podía oírlos.
El mundo dejó de girar. La brisa se calmó. El tiempo se
congeló.
Entonces todo se oscureció.
CAPÍTULO SESENTA Y TRES
SASHA

B ip. Bip. Bip.


El pitido constante de la máquina era lo único que
me mantenía cuerdo.
Branka llevaba dos días dormida. Cada segundo se
sentía como una eternidad. No sabía cuánto tiempo más
aguantaría. Me estaba volviendo loco poco a poco. Si se
iba, sabía que todo estaba perdido. No sobreviviría. Sin
ella, no había vida para mí. La seguiría en la muerte.
Alessio quería llevársela a Canadá. Se lo prohibí. Era
demasiado arriesgado. Después de que Branka perdiera el
conocimiento, una explosión sacudió todo el
estacionamiento. Maxim había estado planeando esta
mierda durante todo ese tiempo. Fui un maldito idiota por
confiar en él.
Caímos directo en su trampa. Ojo por ojo.
El desgraciado nos guardó rencor a Branka y a mí
durante siete malditos años. Alimentó ese resentimiento
durante mucho tiempo. Y era ajeno a todo, porque había
bajado la guardia. Todo fue culpa mía.
—No es culpa tuya —señaló Alexei, con voz ronca. Su
mano se acercó a mi hombro y lo apretó para consolarme.
Aquello bastó para que entrara en pánico. Podía contar con
una mano las veces que mi hermano había tocado a un ser
humano. Excluyendo a su mujer.
Sin embargo, había sido mi culpa. Estaba tan metido en
mi propio culo que me perdí las señales de Maxim. Me
culpó por la muerte de su mujer. No tenía estómago para
matar a Branka, así que fui la siguiente mejor opción.
Mientras abrazaba a Branka, rogándole que se aferrara
a las promesas de nuestra vida juntos, Alessio y Vasili
fueron tras él. Tardaron diez minutos en localizarlo. Se
había quedado batallando con el arma de francotirador,
viendo cómo desmontarla. Supongo que no lo pensó más
allá de ese punto. Lloró como un bebé. Fue en vano.
Vaciaron una ronda de balas en el cráneo de Maxim para
asegurarse de que no había riesgo de que volviera.
Y todo ese tiempo, me había sentido perdido. Inútil. No
podía moverme, estaba aferrado al cuerpo de Branka.
Alexei me cubría las espaldas y mantenía protegida a la
familia de Alessio.
El camino al hospital fue un maldito borrón. Todo lo que
recuerdo era la sangre de Branka. Demasiada. Aunque fue
su rostro mortalmente pálido lo que me desgarró el
corazón.
—Deberías ir a cambiarte. —Intentó convencerme Vasili.
No me había separado de su lado, agarrando su mano con
la mía. Incluso durante la operación, me negué a
separármele. En Estados Unidos no habría funcionado,
pero aquí, en Rusia, solo tenía que apuntarles con la pistola
y tirarles dinero.
Ni Alessio ni Vasili estaban contentos con eso. Bueno,
que se jodieran.
No era su mujer la que sangraba en sus brazos. Era la
mía.
—¿Por qué no está despierta? —Carraspeé, con la voz
ronca. Hoy no había dicho ni una palabra—. Ya debería
haber despertado.
—Deberíamos haberla llevado de vuelta a Canadá —
siseó Alessio—. Allí tienen mejores médicos.
—Los médicos de aquí están bien —espeté—. Tenemos a
uno de los mejores del mundo. E Isabella fue parte del
equipo que trabajó en Branka.
Por supuesto, tuve que apuntar con una pistola a la
enfermera y tirar unos cuantos millones de dólares al
cirujano encargado y al hospital. Valió la pena, porque no
había nadie en quien confiara más que en mi cuñada. Al fin
y al cabo, también me curó varias veces.
—¿Estás bromeando? —Alessio escupió—. Este edificio
parece un vestigio de la Segunda Guerra Mundial.
—Bueno, Isabella no forma parte de la Segunda Guerra
Mundial —comenté cansado.
El hermano de Branka también parecía un desastre.
Pero eso no me importaba. Solo su hermana. La necesitaba.
No lo necesitaba a él.
—¡Jesucristo!, no puedo lidiar contigo como mi cuñado
—gruñó Alessio—. Es demasiado, maldición. Este cuchitril
de mierda se está desmoronando.
—No sabía que te gustara la arquitectura moderna —
reviré.
—¿Sabes lo que no me gusta? —respondió—. Tú con mi
hermana. Está en esa cama de hospital por tu culpa.
La culpa me acuchilló. Tenía razón. Le fallé. Debería
haberla protegido.
—¡Paren ya los dos! —exigió Autumn, con un suave siseo
en la voz—. Branka está viva, y lo último que querría es que
discutieran como dos viejas.
—¡Brindo por eso! —exclamó Tatiana. Jesucristo, ¿no
podía reclamar que los echaran a todos? Querían estar aquí
para mí, no obstante, necesitaba silencio para poder
escuchar los pitidos de la máquina y ver cómo subía y
bajaba el pecho de Branka. Era mi confirmación de que
estaba viva.
Bip. Bip. Bip.
¡Cinco malditos días llevaba escuchando esos pitidos!
Quizá debería empezar a matar a los cabrones que
trabajaban aquí. Estaba claro que eran unos ineptos.
Estaba perdiendo la cabeza.
Los pitidos constantes que me ofrecían consuelo, ahora
me tenían desesperado.
Mi familia y el hermano de Branka se mantuvieron
alejados de mí. Supuestamente, les ponía los nervios de
punta. Me preguntaba cómo demonios no se daban cuenta
de que me provocaban lo mismo.
Después de que insistieran sin cesar, por fin me duché.
Al parecer, olía como un cadáver podrido. Palabras de mi
hermana, no mías. Mientras me daba una ducha rápida,
Tatiana y Autumn se sentaron al lado de Branka. Autumn
no paraba de llorar, lo que me tenía en ascuas. Tatiana
seguía murmurando que, si se le moría otra persona, se
convertiría en alcohólica a tiempo completo. No estaba
seguro de si era su amenaza hacia el mundo o su
negociación con Dios.
No me importaba, siempre y cuando funcionara. No
había mucho que necesitara en la vida, pero necesitaba a
Branka. Dependía de ella.
Una vez terminada la ducha, volví a mi sitio y las dos se
quedaron en el pasillo junto con nuestras familias. Los vi
murmurando entre ellos, probablemente preocupados de la
clase de mierda que haría si...
Blyad, no podía ni pensarlo. Tenían razón al
preocuparse, porque este mundo ardería, y yo lo haría
junto con él.
Un suave crujido de sábanas atrajo mi atención hacia la
cama. Levanté la vista y la clavé en unos ojos grises
nublados, y sentí un alivio tan grande que temí echarme a
llorar. ¡Dios! No recordaba la última vez que había llorado
y en ese momento estaba a punto de ponerme a berrear
como un maldito bebé.
El apretón en mi garganta me robó el aliento y las
palabras. Miré fijamente esos ojos que podían ponerme de
rodillas. Era la única que podía destruirme.
—¿Estás bien? —Esas fueron sus primeras palabras
hacia mí después de recibir un disparo, su tono áspero
mientras me ahogaba en las brumas de aquellas nubes
grises. O quizás estaba llorando. Demonios, sabía que iba a
pasar.
—Kotyonok —gruñí—. Nunca volverás a hacer eso.
¡Jamás! —Parpadeó confundida—. No, no estoy bien. Verte
herida, cubierta de sangre, es el peor de los dolores. —Me
puse en pie y me incliné sobre su cama, tomando su cara
suavemente entre mis palmas—. No recibes una bala por
mí. Yo recibo una bala por ti. —Me golpeé el pecho—. Yo.
Nunca tú.
—Esa es una estupidez —respondió, con voz
estrangulada, burlándose en voz baja, e inmediatamente
después hizo una mueca de dolor.
Demonios, verla me llenaba de tantos sentimientos de
los que me creía incapaz de tener. Un gran anhelo. Tratar
de ser lo suficientemente bueno. Esa dolorosa ansia por
ella que formaba parte de cada una de mis respiraciones.
Nunca fui lo suficientemente bueno. No fui capaz de
salvar a mi madre. O a Mia. Y casi fallé con Branka.
—Casi te pierdo —dije roncamente, con la agitación en
el pecho tirando de mí.
Levantó la mano y apoyó la palma en mi mejilla.
—Seré tuya, en la vida y en la muerte.
Solté un suspiro lleno de incredulidad. Esas eran las
palabras por las que todo hombre vivía.
CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO
BRANKA

D os semanas alimentándome de comida rusa en el


hospital bastaban para llevar a cualquiera a cometer
un asesinato.
Estábamos de vuelta en el coche, una SUV Mercedes
Benz a prueba de balas con un séquito de otros
todoterrenos delante y detrás de nosotros.
—¿Me he perdido algo y te has convertido en el
presidente? —le pregunté a Sasha, lanzándole una mirada
desde mi asiento.
Tatiana se sentó a mi lado y puso los ojos en blanco.
—Eso sería un desastre —murmuró—. Vamos así, porque
mi querido hermano le declaró la guerra al Pakhan ruso.
Vasili y Alexei, como los idiotas que son, lo apoyaron.
—Oh. —Eso no sonaba bien, aunque no significaba
mucho para mí—. ¿Quién es el Pakhan ruso?
Tatiana me lanzó una mirada llena de incredulidad.
—Tu hermano te protegió demasiado —refunfuñó,
sacudiendo la cabeza—. Illias Konstantin.
Oh, mierda. Eso no pintaba para nada bien.
Sobre todo, porque era el hermano gemelo de Illias el
que tenía el cráneo lleno de balas.
—¿No se puede llegar a algún acuerdo hablando? —Era
una interrogante tonta. Sabía de sobra que hablar en el
bajo mundo no tenía sentido. De hecho, ni se molestó en
responderme.
Me recosté en el asiento y suspiré.
Alessio y Autumn volvieron a Canadá. Era lo mejor, ya
que Alessio y Sasha no paraban de pelearse. Alessio se
quejaba de tener un lunático en la familia. Y Sasha, siendo
Sasha, le respondía con sarcasmo. Lo oí decirle a mi
hermano que habría acabado con él por su bocota si no
fuera por mí. Que tenía suerte de que lo amara. Se
comportaban como dos viejas, lo juro. Pero en cuanto me
veían, se callaban y fingían que eran mejores amigos. Como
si alguien fuera a creerse su actuación. Las vacaciones iban
a ser maravillosas.
Killian también me visitó en el hospital. Fue una visita
corta. También tensa. Seguía disculpándome y él me decía
que no era necesario que lo hiciera. Le confesé que mi
corazón le pertenecía a otra persona. La verdad es que no
pareció molesto. No es que esperara que estuviera enojado,
pero un poco de decepción habría estado bien.
Sin embargo, enseguida me reprendí por ser egoísta y
tener esas estúpidas ideas de femme fatale.
Mientras se dirigía a la salida, se detuvo un segundo en
el umbral de la puerta y giró la cabeza para estrechar los
ojos hacia Sasha.
—Trátala bien o vendré por ti.
—Genial, otro desgraciado preocupado por mi mujer. —
Me pareció escuchar murmurar a Sasha.
Sonreí porque sabía, sin un ápice de duda, que Sasha
siempre me trataría bien.
Me amaba. Me esperó. No había nadie más para mí.
CAPÍTULO SESENTA Y CINCO
SASHA

—E n nuestro mundo es mujer por mujer y lo sabes.


Illias no parecía desconsolado mientras se
sentaba en la silla del despacho del edificio que
acababa de adquirir. En la maldita New Orleans.
Vasili estaba enojado. A este paso se le iba a quedar el
cabello rojo de enojo para siempre.
Octubre estaba llegando a su fin. Branka y yo habíamos
dejado Rusia y estábamos de vuelta en New Orleans,
preparando nuestra boda. Bueno, no había muchos
preparativos. Sería solo la familia. Ese mismo día. En el
juzgado frente al juez de paz. Y luego una celebración en el
club de mi hermano.
Después, volaríamos para nuestra luna de miel. A Rusia.
Quién demonios iba a saber que mi futura esposa se
enamoraría de mi país. Abasteció nuestra casa familiar con
todo lo ruso que encontró. Películas. Comida. Canciones. Y,
por su puesto, James Bond: de Rusia con amor era una obra
obligada al menos una vez al mes. Continuamos con su,
ahora nuestra, tradición de ver películas los viernes por la
noche. Una vez al mes nos acompañaban su hermano y su
familia. Alessio refunfuñaba, porque se le congelaban las
pelotas mientras el resto lo ignorábamos. Incluidos los
niños.
Todos los jodidos fantasmas se fueron de nuestra
antigua casa familiar. Se convirtió en nuestra residencia
principal y empezamos a crear nuevos recuerdos. La vieja
mansión Russo se quemó hasta los cimientos. Ups, un
pequeño accidente con cerillos y gasolina, pero ayudó a
Branka. Eso era lo único que importaba.
New Orleans y Montreal se convirtieron en nuestros
segundos hogares. Nos alojábamos en nuestro penthouse
de New Orleans cuando veníamos de visita y en Montreal
compramos una mansión vecina a la de Alessio. Para su
alegría. O para su desgracia. Aún estaba indeciso.
A mí no me molestaba, siempre y cuando Branka fuera
feliz. Y lo era. Podía verlo en la forma en que sus ojos
brillaban como diamantes. Se me ponía duro cada vez que
los veía. No había mejor sensación que verla así.
—¡A la mierda esa tontería de mujer por mujer! —le
reviré a Illias—. El loco de tu hermano casi mata a mi
esposa.
Illias levantó la ceja.
—Pensé que te casabas hoy en el juzgado. —Maldito
sabelotodo hijo de puta—. Y luego harías una fiesta en La
Cueva del Pecado.
Se rio del nombre. No era culpa mía que mi hermano
mayor fuera un cursi y le pusiera al club el nombre del
dormitorio que ocupaban Tatiana e Isabella en sus años en
Georgetown.
Le saqué el dedo del medio. Por supuesto, nunca me
devolvería el gesto. Maldito idiota sofisticado. Supongo que
era impropio de un Pakhan hacer ese gesto tan obsceno.
—Volviendo al tema que nos ocupa —continuó Illias, con
un tono casi aburrido. Como si el día más importante de mi
vida fuera una molestia.
«Seguro que el desgraciado tiene el corazón roto porque
no lo han invitado», pensé con suficiencia.
—Tatiana no está en venta —gruñó Vasili—. No
queremos tener problemas contigo, Konstantin. Sin
embargo, si es necesario, iremos a la guerra. Tu hermano
le disparó a Branka, casi la mata.
—Y su padre mató a la mujer de Maxim —respondió
Illias con frialdad. Ni una sola emoción pasó por su rostro.
No podría decir con exactitud si estaba de luto por su
hermano gemelo o no—. De alguna manera la balanza se
inclina a favor de Russo. Mi hermano y su mujer están
muertos.
—Maté al viejo Russo —le repliqué a Illias—. Toma eso
como pago. Ojo por ojo. Y vete.
Sus ojos oscuros parpadearon con algo más oscuro.
Amenazador. No era inteligente enemistarse con el Pakhan,
y lo supe incluso antes de ver la expresión asesina de Vasili.
Konstantin tenía una razón para desear a Tatiana. Y no
tenía nada que ver con la obsesión y el amor.
—Dinos por qué la quieres —exigí. Había visto a Tatiana
hacía siete años. Antes de Adrian y el lío que pasó con su
accidente. Nunca mostró ningún interés. Sin embargo, de
repente, era como si nadie más existiera.
Se incorporó, indicando que la reunión había terminado.
Se enderezó las mangas y sus mancuernillas de diamantes
captaron la luz que entraba por las ventanas.
—Tiene algo que me pertenece —concretó—. Espero su
respuesta definitiva para el final del día. Mis hombres los
acompañarán a la salida.
Pues que me jodan.

Su familia. La mía. La nuestra.


Ellos eran todos quienes no acompañaban mientras
Branka y yo caminábamos hacia el edificio del Tribunal
Supremo de Louisiana, en el distrito histórico. Aurora tiró
de algunos hilos de sus viejos amigos y nos consiguió una
entrevista con el juez en jefe.
Si su pobre alma supiera a quién estaba casando.
El parloteo de la gente, los bocinazos, la música y el
bullicio del French Quarter nos rodeaban, pero eran un
ruido blanco en mi mente. Lo único que oía eran las
respiraciones uniformes de Branka.
No estaba nerviosa. Yo tampoco. Lo que hacíamos era
solo una formalidad. Para que el mundo supiera con quien
se metían si la tocaban. O incluso la miraban.
Branka Michelle Nikolaev.
Sonaba de puta madre. Sonaba bien.
Estaba preciosa. Impresionante. Con sus mejillas
sonrojadas. Sus pantalones de cuero plateado abrazándole
perfectamente su trasero. Su camisa plateada de Chanel
aportaba elegancia a su atuendo, pero eran los tacones
rojos que llevaba los que completaban su conjunto.
Lucía como una Nikolaev. Como mi mujer.
Mi mirada se desvió hacia nuestros dedos entrelazados.
Mi tinta contrastaba contra su piel pálida. Los símbolos de
mis dedos solían recordarme las últimas palabras de mi
madre. En ese momento, eran un recuerdo de Branka.
Su fuerza. Su supervivencia. Su corazón afable.
Nació para mí, igual que nací para ella.
La ceremonia fue corta. No escuché ni una maldita
palabra. Las únicas que oí fueron las que Branka me había
entregado. Sus votos de amor, confianza y devoción. Ella
sabía que tenía los míos.
Después de todo, era mi obsesión. Parte de cada una de
mis respiraciones.
Deslicé el anillo en su dedo y su suave jadeo llegó a mis
oídos. Era una sencilla argolla de oro amarillo con un
grabado. Moye Serdtse.
—Porque has sido mi corazón durante todo este tiempo
—expliqué, encontrándome con su mirada.
Su delicado cuello se movió mientras tragaba saliva,
luego me tomó la mano y deslizó el anillo en mi dedo. Dejé
escapar un sonido de diversión mientras se me oprimía el
pecho. Era la única mujer capaz de provocarme algo así.
—Y porque tú eres el mío —murmuró.
Su anillo tenía el mismo grabado. Moye Serdtse. Así fue
como comenzó nuestra historia.
—Genios —susurré.
—O locos —reflexionó—. Pero mientras estemos juntos,
no importa.
En eso tenía toda la maldita razón.
CAPÍTULO SESENTA Y SEIS
BRANKA

E ra la señora de Sasha Nikolaev.


Afuera, el sol brillaba con fuerza. Octubre en New
Orleans era como estar en las Bahamas. Al menos si lo
comparábamos con las temperaturas que habíamos tenido
en Rusia durante esos últimos meses.
—Mi hermanita ya no es tan pequeñita —comentó
Alessio para luego jalarme hacia un abrazo. Pude entrever
algunas lágrimas de emoción. Y mi hermano nunca lloraba.
Sonreí con mis propias lágrimas brillando en los ojos.
Lágrimas de felicidad.
—Te quiero mucho, hermano —declaré con una bola de
emoción atascada en la garganta.
Me dio un beso en la frente.
—Y yo a ti, hermanita —respondió con voz ronca—. Mia
se habría alegrado de verte hoy.
Se me hizo un nudo en la garganta. Tantas emociones.
Felicidad. Amor.
La promesa de un hermoso futuro.
Asentí con la cabeza. Autumn le dio un codazo. Su hijita
dormía profundamente en brazos de mi mejor amiga. Justo
cuando iba a abrazarme, Kol metió su cuerpecito entre
nosotras y me rodeó con los brazos.
—Te quiero mucho, tía Branka —me dijo, enterrando la
cara en mi estómago—. No me gusta que vivas lejos de mí.
Dile a Sasha que te deje venir a vivir conmigo.
Una carcajada resonó a nuestro alrededor.
—También te quiero, amigo. —Le revolví el cabello
suavemente—. Sasha y yo te visitaremos todo el tiempo. Tú
también puedes visitarnos. Cuando quieras. Solo llámame.
¿De acuerdo?
Asintió con seriedad y supe sin duda que Kol pasaría
mucho tiempo con nosotros en Rusia.
—¿Ya puede mamá abrazar a tía Branka? —preguntó
divertida Autumn. Kol seguía entre nosotras, se inclinó y
me dio un beso en la mejilla—. Me alegro mucho por ti,
amiga. —Le dirigió una mirada a Sasha, que estaba de pie
junto a mí, con sus propios hermanos burlándose de él. Al
parecer era hora de vengarse—. Que Sasha te secuestrara
fue lo mejor que te ha pasado. Estás radiante. Espera a ver
las fotos que te tomé.
Estaba tan inmersa en Sasha y nuestros votos, que ni
siquiera me había dado cuenta de que tomaba fotos.
—Por supuesto que fue lo mejor que le pasó. —Sasha se
metió en la conversación—. Sé lo que hago.
Todos pusieron los ojos en blanco, excepto yo. Sasha me
salvó. Varias veces. Aunque Killian no habría hecho de mi
vida un infierno, no me habría hecho feliz. Peor aún, no lo
habría hecho feliz.
Durante los diez minutos siguientes todo el mundo nos
abrazó y nos deseó muchos años de amor y felicidad. Era
nuestro “felices para siempre”. Tras siete años de espera.
Y cada uno de esos días había valido la pena.
Cuando todos se fueron, Sasha y yo nos quedamos de
pie en medio de la acera. El corazón me palpitaba de
felicidad y repiqueteaba en las paredes de mi pecho. Mis
manos temblaron ligeramente al poner la palma sobre su
pecho. Llevaba unos pantalones negros de cuero y una
camisa de seda en el mismo tono, que resaltaban aún más
su cabello y sus ojos claros.
El engendro de Satanás se convirtió en mi ángel.
—¿Quiere saltarse la recepción en La Cueva del Pecado
con la familia y los amigos, señora Nikolaev? —propuso,
con esa irresistible sonrisa burlona en la cara que me
tentaba. Me incliné hacia él y lo besé. Me encantaba
besarlo. Me encantaba sentir su cuerpo duro contra el mío
tan delicado.
Lo amaba. Punto.
—Mejor no —murmuré—. Ya nos acusan de ser unos
ermitaños y de escondernos en Siberia.
Me pasó el pulgar por el labio inferior y el amor que
transmitían sus ojos me dejó en carne viva.
—¿Eres feliz?
Me lo preguntaba a menudo. Como si le preocupara si
era digno de mí.
Asentí con la cabeza.
—Muy feliz. —Separé los labios y mi lengua se lanzó a
rozar la punta de su pulgar—. Me haces tan feliz.
Su brazo rodeó mi cintura y me acercó.
—Te amo, Kotyonok.
Dios, era mucho más que ese mafioso psicópata que
creía que era.
—También te amo, esposo.
Una sonrisa apareció en sus labios. Sus ojos se
encendieron con una chispa.
—Me encanta ese título. —Su voz era rasposa, luego me
besó. Suave y lento, pero lo bastante profundo para sacudir
mi alma—. Me haces feliz, Kotyonok —susurró contra mis
labios.
Dios, la vida era una montaña rusa. Tantos desengaños y
tantos fantasmas nos trajeron hasta ese momento, sin
embargo, ninguno de ellos importó. Nuestros padres
perdieron el control de nuestras almas. No estaba segura
de cómo se desarrollaría el resto de nuestra vida, pero de
algo sí estaba segura. Lo haríamos juntos. Con amor.
Rozó su nariz con la mía.
—¿Te apetece una parada antes de nuestra fiesta? —
preguntó.
Levanté las cejas con curiosidad, aunque no dio más
detalles.
—Claro.
Me entregó su casco de moto y lo agarré con un suspiro.
—Me voy a despeinar.
La mirada de Sasha parpadeó divertida.
—La seguridad de mi esposa es lo primero.
Veinte minutos después, estábamos en un salón de
tatuajes. El sonido del zumbido constante de la máquina
llenaba el lugar. Y yo lloraba como una bebé.
Mis iniciales, B.M.N., estaban a punto de ser tatuadas
en el pecho de mi marido, justo encima de su corazón.
Por décima vez, repetí en voz baja.
—No tienes que hacer esto.
Saboreé la sal en mis labios, mis mejillas húmedas. Este
hombre era fuera se serie. Era todo lo que necesitaba y no
sabía.
—Este es el último tatuaje —aseguró, tomándome de la
mano. Fue lo único que me pidió. Que le sostuviera la mano
mientras le grababan, más bien le tatuaban, mis iniciales
en el pecho—. El final feliz de mi historia. Nuestra
historia.
Mis ojos recorrieron su pecho, apreciando ese lienzo de
tatuajes que marcaba su piel. Que contaba la historia de su
vida.
Al final, después de todo, logré grabar mis iniciales en
Sasha Nikolaev.
EPÍLOGO
BRANKA

Tres años después

L a mano de Sasha sujetaba mi garganta, nuestros ojos se


clavaban en el reflejo del espejo. Sus dedos entintados
contra mi piel pálida. Yo a su completa merced. Mi
cuerpo ciegamente en sus garras.
Su pecho estaba pegado a mi espalda, mientras su
miembro se enterraba dentro de mí. Jadeaba cuando
entraba y salía, con mis paredes apretándose alrededor de
su longitud.
—¿Quién es un viejo? —me gruñó al oído. Sus
embestidas eran implacables, profundas y duras. Cuando
no contesté, me dio una nalgada. Sus estocadas y azotes
contra mis nalgas se coordinaban, aumentando mi placer.
Unas cuantas nalgadas más. Me ardía el trasero. Mis
muslos goteaban mis jugos. El placer aumentaba. Mi reflejo
era un desastre. Tenía la boca entreabierta, el cabello
alborotado y sudoroso, los ojos vidriosos de lujuria.
—¿Quién? —preguntó—. ¿Quién es un viejo?
Sí, llamar viejo a Sasha Nikolaev fue un error, pero uno
delicioso. No me arrepentí. Me estaba arrancando el tercer
orgasmo. Mi interior se estremeció, mi vagina se apretó
con avidez, ordeñándolo por todo lo que me daría.
—Tú. —Jadeé, apretándome contra él. Otro azote en el
trasero—. Pero eres mi viejo.
Eso me costó unas cuantas nalgadas más y me corrí
encima de él, con mis jugos brillando en los muslos. Me
temblaban las piernas y la mano de Sasha se deslizó desde
mis caderas para rodearme y sostenerme.
Sasha era lo mejor que me podía haber pasado.
Mi engendro de Satanás. Mi amor. Mi todo.
—Feliz aniversario, Kotyonok —murmuró,
mordisqueando suavemente el lóbulo de mi oreja—. Te
amo.
Saqué la lengua y me la pasé por los labios. Mi corazón
retumbaba excitado. Mi pulso se aceleró y no tenía nada
que ver con lo que acabábamos de hacer. Sino más bien
con lo que estaba a punto de decir.
—Y yo a ti —respondí, girándome lentamente en sus
brazos para quedar de frente. Inhalé profundamente y
luego exhalé—. No tengo un regalo para ti.
—Eres mi regalo —corrigió con voz ronca, hundiendo su
cara en mí—. El único regalo que quiero.
Tragué saliva.
—¿Y un bebé? —Se detuvo, sus pálidos ojos azules
escrutaron mi rostro—. Una vez dijiste que podíamos
adoptar. Creo que estoy preparada si tu oferta sigue en pie.
—Abrió la boca y la cerró. Era raro ver a Sasha Nikolaev
quedarse sin palabras—. No tendrá tu cabello rubio ni tus
ojos —señalé nerviosa.
Me tomó la cara, me acercó y nuestras narices se
rozaron.
—Pero él o ella tendrá nuestro corazón. Nuestro
apellido. Nuestro amor. Eso es todo lo que importa. Él o
ella será de la familia. Tan Nikolaev como cualquier otro.
Me levantó y chillé mientras nos acercaba a la cama.
—Tú, yo y nuestros bebés… —pronunció contra mis
labios—… haremos temblar al mundo.
AVANCE DE BELLAS Y MAFIOSOS: LUCA
PRÓLOGO: LUCA
Mis ojos la encontraron inmediatamente.
Hubo un excitante momento en que mis latidos se
detuvieron. Me confundió. Era la única mujer que
despertaba esa reacción. Ese dolor en mi corazón.
Margaret Callahan era una fuerza a tener en cuenta.
Con aquellos rizos salvajes de color azabache que caían en
cascada por su espalda como una espesa cortina. Esos rizos
obstinados enmarcaban su rostro y esa piel de marfil
suplicaba por ser besada.
Maldición, tenía que recomponerme cuando estuviera
cerca de esa mujer.
Ella tenía que ser mi lección de vida.
Mi humildad. Mi tentación. Mi tortura.
Acabaría siendo mi muerte. Desde el momento en que la
vi por primera vez, no había podido olvidarla. No estaba
seguro de si aquella noche en Temptation, el club de Cassio
en New York, fue el pistolazo de salida de mi propia
tentación o de mi propia perdición. Irónicamente, también
llevaba un disfraz esa noche. Uno de Black Widow que
abrazaba sus curvas y hacía babear a los hombres.
Deberían haber matado al director de eventos de Cassio
cuando se le ocurrió esa idea: una fiesta de Halloween en
agosto.
Estaba bastante seguro de que ese disfraz había sido
confeccionado para mi propia ruina.
Dios, ¿por qué ella?
Me pregunté lo mismo desde el momento en que la vi.
Las mujeres se arrojaban a mis pies. Me rogaban que le
diera una oportunidad a las relaciones. Prometieron que no
me exigirían nada, porque sabían que sería inútil
intentarlo.
Sin embargo, Margaret Callahan era distinta.
Me rechazó de plano antes de que tuviera tiempo de
formular una maldita frase. No una, sino dos veces. Como
un cachorro persiguiendo un hueso, volví por una tercera.
Tal vez era mi karma por nunca haber dormido con una
mujer dos veces.
Mis ojos recorrieron su pequeña figura. No era el único
que se quedaba boquiabierto. Bastantes hombres la
miraban con hambre en los ojos.
Llevaba un vestido rojo vino muy elaborado, con un
escote corazón pronunciado. Demasiado bajo para mi
cordura. El corpiño de satén negro se ceñía a su cintura en
forma de corsé. Pero de la cintura para abajo, se
acampanaba en un elaborado diseño con múltiples capas de
tul.
La máscara que llevaba ocultaba bien su rostro. Estaba
hecha de encaje, a medida. Un lado de su cara estaba
completamente cubierto a excepción de su boca. La otra
mitad de la cara dejaba ver su hermosa mandíbula. Nadie
la habría reconocido. Pero yo no era cualquiera. La
reconocería en cualquier parte. Su olor. Su sonrisa. Sus
ojos.
Estaba demasiado lejos para ver su color, aunque sabía
que eran del azul cristalino más profundo del mar Caribe.
De esos que podrían romperte el corazón con solo mirarlos.
Los susurros llenaban el aire. Los hombres descendían
sobre ella como buitres. Sin embargo, apenas les dedicaba
una mirada. Margaret era coqueta, pero le gustaba un tipo
en específico de hombre con ciertas características. Yo no
cumplía con ninguna de ellas. Parecía ir por hombres de
tipo corporativo. De corte pulcro.
Para su pesar, eso no me impediría conquistarla.
Era la única mujer que me haría romper mi regla sobre
dormir con la misma mujer dos veces.
Deambulando por el salón de baile, sus ojos se
desviaban de izquierda a derecha. Arriba y abajo. El
candelabro hacía brillar su gargantilla y atraía las miradas
de todos. Recorrió la sala lentamente; el camarero que
pasaba con una bandeja se detuvo para ofrecerle una copa
de champagne.
Le ofreció una sonrisa distraída, bebió un trago y
continuó. Hasta que sus ojos se posaron en mí.
Sus pasos vacilaron y se quedó quieta.
No podía haberme reconocido. Llevaba una máscara
dorada y negra del Fantasma de la Ópera y tenía la mitad
de la cara completamente cubierta, dejando al descubierto
los labios y la parte izquierda de la cara y la mandíbula.
Una media sonrisa apareció en mis labios. Era como si
nos hubiéramos coordinado.
Reanudó la marcha, despacio, pero en mi dirección. No
me moví. Mantuve mis ojos fijos en ella, y esperé.
Si algo había aprendido de Margaret Callahan es que le
encantaba cazar. Así que tal vez la dejaría perseguirme
para variar.
Sería beneficioso si mi polla cooperara.
Como si fuera un maldito adolescente, el corazón me
retumbaba en el pecho con más fuerza a cada paso que
daba. Hasta que se paró frente a mí.
—Hola. —Mierda, su voz estaba hecha para el sexo
telefónico: sensual, sugerente, con un toque de diversión.
Jesucristo, si pudiera encontrar una maldita cosa, solo
una, que me disgustara, tal vez superaría esta fascinación
por ella.
—¿Quieres tener sexo?
¡Años! Años persiguiéndola y obsesionado con la belleza
de cabello negro, no obstante, todo lo que necesité fue un
baile de máscaras para tenerla en mi cama.
—Vamos rápido... —Hice una pausa, cortándome en seco
—. ¿No es así? —Las dos últimas veces que la vi, le puse un
apodo. Bella. Era tan hermosa que era imposible no darse
cuenta.
Sus ojos brillaban con picardía, y había sido esa chispa
la que había captado mi atención la primera vez que nos
cruzamos. Esa mujer habría sido una rebelde irlandesa si
hubiera tenido la oportunidad.
—Podemos hablar un rato, si quieres —expresó con
indiferencia—. Ya sabes, si necesitas entrar en calor.
Aunque no quiero perder el tiempo si no te interesa el sexo.
¡Jesucristo!
¿Estaba decidida a meterse en problemas? Cassio quería
tenderle una trampa para poder casarse con su prima, pero
la muchacha tenía sus propios planes.
Tomé su mano entre las mías y la arrastré fuera del
salón de baile y escaleras arriba hasta que estuvimos en la
última planta. Había reservado la suite del penthouse de
ese hotel para la trampa. Aunque, no se suponía que fuera
conmigo. Mi hermano, Cassio, quería que encontrara a su
antiguo novio. Sí, a la mierda. Nunca tuve intenciones de
encontrar a nadie para seducirla.
Tenía mi propio plan. Mi hermano estaba loco si
pensaba que dejaría que alguien tuviera a esta mujer.
Una vez dentro de la suite, cerré la puerta tras nosotros
y mantuve mi mirada fija en ella. No sabía qué esperar de
esa noche. De acuerdo, quizá tenía una idea, pero me
molestaba que tuviera un plan propio. Cogerse a otro
hombre. Cualquiera.
—Desvístete —ordené, con voz ronca.
—¿Qué...?
Tomé su barbilla entre mis dedos e hice que me mirara.
Maldición, esos ojos azules. Eran mi vicio.
—Quieres que te folle —gruñí—. Entonces hagámoslo.
Sus ojos se abrieron de par en par detrás de la máscara.
—¿En serio?
—Desvístete, seductora.
Su mano se posó sobre su pecho, con la respiración
entrecortada.
Le temblaban los dedos al tirar del cordón del corpiño.
Sus movimientos eran lentos, con sus ojos fijos en mí. Una
vez desabrochados los cordones, se bajó la blusa y sus
preciosos pechos quedaron al descubierto.
No llevaba sujetador. ¡Maldita sea!
Su pecho se agitaba con respiraciones estremecedoras,
tentándome aún más. Dejó caer el vestido y quedó como un
charco a sus pies, dejándola sin nada más que unos zapatos
de tacón rojo cereza y bragas de seda.
Mi polla se tensó, endureciéndose al verla. Por Dios. Era
como una Madonna en uno de esos cuadros que a mi
abuelo le gustaba coleccionar.
—Tu turno. —Exhaló. Arqueé una ceja ante su petición.
Era otra de las cosas que me encantaban de esa mujer. Era
tan exigente. Enloquecedora. Mi mente se quedó en blanco.
Se quedó así al ver su cuerpo desnudo. Era preciosa. Desde
su agraciado cuello, sus generosos pechos, sus suaves
caderas hasta sus tonificadas piernas.
Me quité la chaqueta y me desabroché la camisa negra,
sin dejar de mirarla. Su piel estaba sonrojada. Aquella
pálida piel irlandesa estaba manchada de rubor por todas
partes.
Su mirada se centró en mí cuando me deshice de la
camisa. Siguieron los zapatos y los calcetines, y luego los
pantalones. Se quitó las bragas, mirándome.
—Las máscaras se quedan puestas —advirtió mientras
me despojaba del bóxer.
—No te quites los tacones —exigí, con la voz ronca.
Como no contestó, busqué sus ojos y los encontré fijos
en mi miembro.
—¿Qué es eso? —preguntó, pasándose la lengua por el
labio inferior.
Rodeé mi polla con la mano y lo acaricié una vez. Abrió
la boca, entrecerró los ojos y se ruborizó.
—¿Esto? —repliqué, pasando el pulgar sobre el piercing
Príncipe Alberto—. Es un piercing.
Respiraba con dificultad y casi esperaba que saliera
corriendo o se desmayara.
—Eres enorme —susurró—. ¿Por qué tienes un piercing
también?
Extendió la mano y, al instante, mi polla reaccionó,
ansiosa por su contacto. Pero entonces, como si recordara
que no debía, la bajó junto a su cuerpo. No se me escapó
cómo se frotaba los muslos, la prueba de su excitación
manchando el interior de ellos.
—Se siente bien contra tu clítoris, y cuando estoy dentro
de ti, contra tu punto G. —Me froté el miembro, haciendo
que el piercing se moviera.
—Dios mío. —Tragó saliva—. ¿Hablas en serio?
Asentí, el semen ya dejaba un rastro brilloso en la punta
de mi longitud. Si decidía que esto no era para ella, me
moriría. Mi polla palpitó y ejercí más presión con mi puño,
agarrando mi erección desde la punta hasta la base.
—¿Estás lista para probarlo? —desafié.
Se mordió el labio, sin moverse. Esperé. Tenía que ser
consensuado. Tenía que desearlo tanto como yo.
—Sí —respondió finalmente.
Gracias, maldición.
La tomé de la mano y la llevé a la cama. En cuanto la
parte trasera de sus rodillas tocaron el colchón, me rodeó
el cuello con las manos y me besó. Nuestras bocas se
unieron y un escalofrío me recorrió la espalda.
¡Demonios!
Sabía bien. A fresas. Mi lengua se deslizó entre sus
labios y me adueñé de su boca, besándola con fuerza. Su
mano recorrió mi pecho y bajó hasta que sus delicados
dedos rodearon mi dura polla.
Ambos caímos hacia atrás, rebotando sobre el colchón,
hundiéndolo bajo nuestro peso.
Con mi cuerpo encima del suyo, froté mi miembro contra
sus pliegues húmedos y su espalda se arqueó.
—¡Dios!, puedo sentir el metal frío —soltó en un jadeo.
Empujé dentro de ella con fuerza y la penetré hasta el
fondo. Se le escapó un grito ahogado y su cuerpo sufrió un
espasmo.
—¡Joder! —siseé. Estaba apretada como un puño y su
centro palpitaba alrededor de mi cuerpo. Me abrazó por
completo, estirándose alrededor de mi erección. Se sentía
como el paraíso. Como el infierno.
Sabía que la necesitaría el resto de mi vida.
Me retiré casi por completo, dejando solo la punta
dentro, antes de volver a penetrar su apretado coño. Su
cuerpo tembló, la piel se le erizó y gimió.
—Dios mío. —Sus jadeos eran maldita música para mis
oídos.
Moví las caderas y mi miembro se deslizó dentro y fuera
de su centro, manchado con sus jugos. Bajó los ojos para
ver cómo mi polla desaparecía en su sexo, y pensé que le
encantaba la visión. Al estar sobre ella, mi pubis chocaba
contra su clítoris.
Los ruidos que hizo me hicieron casi explotar allí mismo.
—Tu coño me está tomando muy bien —elogié.
Sus párpados se cerraron.
—Sí —gimió. Sus dedos me arañaron la espalda mientras
la penetraba una y otra vez. Cada embestida era más fuerte
y profunda que la anterior. El sonido húmedo de nuestros
cuerpos, piel contra piel, nuestros gemidos y gruñidos
llenaban la habitación y rebotaban en las paredes.
—¡Dios! ¡Por favor! —gritó.
Me la cogí. Rápido. Con fuerza. Bombeándola
furiosamente.
Sus piernas, aún con los tacones puestos, me rodeaban
la cintura, sus dedos en mi espalda, mi cuerpo contra el
suyo mientras la penetraba. Su coño se apretaba a mi
alrededor. Sus gemidos y sus palabras me incitaron a
seguir. Su humedad, caliente y pegajosa, goteaba sobre
nuestros cuerpos.
Con un gruñido, la penetré con fuerza. Sin piedad. La
punta de mi miembro y el piercing rozaban su vientre. Se
estremeció y tembló. Un torrente de humedad y sus
paredes se apretaron alrededor de mi longitud. Un gemido
tras otro brotaba de sus labios, mientras alcanzaba el
orgasmo.
Me corrí con más fuerza que nunca, mi semilla se
derramó dentro de ella. El corazón me latía con fuerza en
los oídos. Me estremecí cuando mi propio orgasmo me
sacudió. Y juré que vi un relámpago detrás de mis
párpados.
Salí y jadeó, casi dolorosamente.
La bruma de placer se disipó lentamente y mis ojos
bajaron hasta donde nuestros cuerpos estaban unidos hacía
apenas unos segundos.
La visión de mi semilla y... la sangre untada por toda mi
polla y el interior de sus muslos…
¿Margaret Callahan era virgen? ¡Qué carajo!

***CONTINUARÁ***
AGRADECIMIENTOS

Quiero darles las gracias a mis amigos y a mi familia por su


constante apoyo.
Gracias a Susan C.H. que siempre cumple su
prometido.
Beth H.: tu mensaje ha sido lo mejor que me ha pasado.
¡No sé cómo me las arreglaría sin ti!
A mis lectoras alfa y beta, ¿cómo he tenido tanta suerte
al encontrarlas a ustedes? ¡Christine S., Denise R., Jill
H. y Amanda W. son lo máximo! Y a todos los demás:
¡GRACIAS!
Mis libros no serían lo que son sin ustedes.
A mi editora, Rachel, de MW Editing, por ayudarme
siempre.
A mi increíble diseñadora de portadas Eve Graphics
Designs, LLC.
A las bloggers y reviewers que ayudaron a correr la voz
sobre este libro. Les agradezco mucho y me encanta saber
que les gusta mi trabajo, hace que lo disfrute aún más.
Y, por último, pero no por ello menos importante, ¡a
todos mis lectores! Esto no sería posible sin ustedes.
Gracias por creer en mí. Gracias por sus increíbles y
alentadores mensajes. Simplemente, GRACIAS.

Puedo dedicarme a esto gracias a todos ustedes.

XOXO

Eva Winners

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