Kinks of A Billionaire - Eva Winners

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¡Disfruta la Lectura!
Billionaire Kings Series Collection __ 6 Capítulo 18__________________ 128
Nota _________________________ 7 Capítulo 19__________________ 135
Nota del autor _________________ 9 Capítulo 20__________________ 138
Sinopsis _____________________ 10 Capítulo 21__________________ 143
Prólogo _____________________ 11 Capítulo 22__________________ 154
Capítulo 1____________________ 22 Capítulo 23__________________ 158
Capítulo 2____________________ 28 Capítulo 24__________________ 161
Capítulo 3____________________ 31 Capítulo 25__________________ 165
Capítulo 4____________________ 40 Capítulo 26__________________ 176
Capítulo 5____________________ 50 Capítulo 27__________________ 179
Capítulo 6____________________ 54 Capítulo 28__________________ 189
Capítulo 7____________________ 57 Capítulo 29__________________ 197
Capítulo 8____________________ 62 Capítulo 30__________________ 201
Capítulo 9____________________ 69 Capítulo 31__________________ 206
Capítulo 10___________________ 75 Capítulo 32__________________ 209
Capítulo 11___________________ 84 Capítulo 33__________________ 215
Capítulo 12___________________ 93 Capítulo 34__________________ 222
Capítulo 13___________________ 97 Capítulo 35__________________ 230
Capítulo 14__________________ 104 Capítulo 36__________________ 239
Capítulo 15__________________ 109 Capítulo 37__________________ 242
Capítulo 16__________________ 121 Capítulo 38__________________ 249
Capítulo 17__________________ 125 Capítulo 39__________________ 257
Capítulo 40__________________ 260 Epílogo _____________________ 282
Capítulo 41__________________ 264 Epílogo _____________________ 285
Capítulo 42__________________ 268 Agradecimientos _____________ 290
Capítulo 43__________________ 273 Este Libro Llega A Ti En Español
Gracias A ___________________ 291
Capítulo 44__________________ 276
La serie abarca a cada uno de los hermanos Ashford por separado. Aunque cada libro
de la serie puede leerse de forma independiente, los acontecimientos y referencias a los
otros libros están presentes en cada uno de ellos. Así que para disfrutar mejor,
considera darle una oportunidad a cada hermano Ashford.

¡Disfruta!

Eva Winners
La línea de tiempo del libro de Royce no coincide con la del libro de Kingston. De
hecho, ocurre meses antes, más en línea y justo después del libro de Winston.
A todos aquellos que amaron a sus héroes moralmente grises con un gran corazón.
Kinks of a Billionaire es un libro independiente. No es necesario leer otros libros
antes de éste; sin embargo, tenga en cuenta que los acontecimientos de esta historia
suceden antes de Reign of a Billionaire. Este libro también hace referencia a
acontecimientos que sucedieron en el libro de Raphael de la serie Belles & Mobsters.

El parecido con personas y cosas vivas o muertas, lugares o sucesos reales es pura
coincidencia.
Royce Ashford.

El hombre más sexy que había conocido.

El primer hombre del que me enamoré.

Estaba enamorada del hermano mayor de mi mejor amiga desde que tenía uso de
razón. Su encanto y su atractivo sexual podrían seducir a un santo, por no hablar de
una mujer enloquecida por el sexo.

Con su sonrisa arrogante, sus hombros anchos y su boca sucia, era un


rompecorazones con chaqueta de cuero. Y el protagonista de cada una de mis
traviesas fantasías.

La primera vez que lo besé, acabamos encerrados en la zona de amigos.


Aparentemente mis habilidades para besar dejaban mucho que desear. En mi
defensa, era demasiado joven e inexperta por aquel entonces.

Había madurado y lo había superado totalmente.

Hasta que mi compromiso se desmoronó y Royce apareció como mi príncipe


encantador, salvándome de nuevo.

Un pequeño problema.

Me estaba enamorando de él otra vez. Mi imaginación lujuriosa, mis hormonas


desbocadas y los destellos accidentales de la desnudez de Royce no ayudaban.
Tampoco los rumores sobre las tendencias pervertidas de Royce.

Pero me negué a ser una nota al pie en la vida de Royce. Si hiciéramos esto, lo
haríamos todo.

Iríamos hasta el final.


Willow, 18 años

Le di un rodillazo en las pelotas a mi novio -duro- y tomé mi bolso.

—Maldita... —resolló, pero no esperé a oír el resto de sus palabras. Salí corriendo
de su habitación mientras él se doblaba de dolor, con el pulso rugiéndome en los
oídos mientras mi cerebro repetía estúpida, estúpida, estúpida. No debería haber
venido pero nunca hubiera imaginado que Hudson se pondría tan manoseador. Tan
violento.

Salí corriendo de la mansión, rebosante de borrachos y desenfreno, sujetándome


la camisa rota. No fue hasta que mis pies tocaron la hierba mojada cuando me di
cuenta de que me había olvidado los zapatos. Saqué mi teléfono del bolso,
tropezando con el suelo llano en el proceso.

Al detenerme en el mirador, agarré el teléfono con más fuerza. La lluvia


torrencial me calaba hasta los huesos mientras miraba los relámpagos que se
esparcían por el cielo gris.

La tormenta proyectaba un resplandor ominoso sobre el horizonte de Bethesda y,


si entornaba los ojos, probablemente podría localizar con precisión el apartamento
que compartía con mis mejores amigas.

Probablemente había cosas peores que quedarte tirada a una hora de casa en
medio de una tormenta con la camiseta rota y tener que llamar a tus padres para que
te recojan pero ahora mismo no se me ocurría ninguna.
De pie en la ladera cubierta de hierba, podía oír risas y música procedentes del
interior de la casa, la fiesta seguía en pleno apogeo. Después de que mi ex novio
intentara meterme mano hasta las bragas, le di un rodillazo tan fuerte que su aullido
pudo oírse hasta en Virginia.

No podía dejar de temblar, me castañeteaban los dientes tanto por el frío como
por mi profunda ansiedad. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras pasaba el
dedo por encima del número de mi mamá. Se sentiría muy decepcionada pero no me
quedaban más opciones. No podía llamar a Sailor porque su hermana, Anya, iba a
dar a luz en cualquier momento. Era mi mejor amiga pero no dejaría que se arriesgara
a perderse el nacimiento de su sobrina o sobrino. Aurora tenía unas prácticas que
acababa de empezar, así que estaría ocupada al menos hasta las diez, lo que
significaría estar de pie fuera de esta finca dejada de la mano de Dios durante otras
tres horas. Imposible.

Recorrí mentalmente mis opciones pero sabía que no había ninguna. Tendría que
hacer de tripas corazón y llamar a mi mamá si no quería quedarme sola en medio de
la nada al anochecer.

Justo cuando iba a pulsar el botón de llamada, un nombre apareció en la pantalla


y se me paró el corazón. Me apresuré a contestar antes de que mi cerebro pudiera
procesar mis movimientos.

—Royce —murmuré al teléfono, con la voz temblorosa. Nunca me había


alegrado tanto de tener noticias del hermano de mi mejor amiga, del que estaba
enamorada desde mi primer año de instituto. Habíamos pasado tantos días y fiestas
de pijamas en casa de Aurora, supervisada por sus guapísimos hermanos pero
ninguno de ellos era tan hermoso como Royce, con sus vibraciones de chico malo.

—¿Qué pasa?

Mis defensas se encendieron al instante.

—¿Qué te hace pensar que algo va mal?

—Tu voz temblorosa es un buen indicio. —No me sorprendió que se hubiera


dado cuenta de mi agitación interior. Royce tenía un sexto sentido para los problemas
y sabía que mis amigas y yo nos habíamos metido en líos una o dos veces—.
Además, puedo decir cuándo estás mintiendo y enojada.

Suspiré resignada, pellizcándome la frente.

—Yo... vine a esta fiesta. Con un chi-chico. —Mi tartamudeo era embarazoso,
pero el hecho de haberme puesto en una situación tan estúpida lo era aún más—.
Él... intentó... y yo no... quise...

Los truenos retumbaron sacudiendo el suelo y gemí, buscando cualquier posible


refugio que no fuera la maldita casa de la que acababa de salir. El viento arreciaba,
doblando las ramas de los árboles cercanos.

—¿Dónde estás? —Hice una mueca de enfado pero se lo dije de todos modos.
No tenía nada que perder. Las gotas de lluvia me salpicaban y hacían temblar mis
palabras—. Envíame un mensaje con tu ubicación. Iré a buscarte.

Mis dedos temblorosos hacían que fuera una pesadilla abrir la aplicación pero al
final lo conseguí. Envié la ubicación y oí un pitido. Inmediatamente después se oyó
un chirrido de neumáticos, lo que me indicó que era más que probable que estuviera
infringiendo una o varias leyes de tráfico.

—¿Lo-lo tienes?

—Lo tengo. Quédate al teléfono conmigo. Estaré allí en diez minutos.

—Gra-gracias —murmuré, con los dientes rechinando. Los hermanos de Aurora


eran los más confiables; siempre habían tenido la habilidad de tranquilizarnos a las
chicas mientras crecíamos. Sí, eran sobreprotectores y un poco aterradores a veces
pero no iba a quejarme de eso en mi actual estado de desesperación—. ¿Cómo es
que llamaste?

Un crujido me llegó de su lado justo cuando la lluvia empezaba a amainar,


convirtiéndose en una suave llovizna.

—Aurora y Byron están de camino al hospital. Anya va a tener a su bebé.

Mis ojos se abrieron de par en par, horrorizados.


—¿Ahora? —chillé.

Byron era hermano de Aurora pero cuidaba de todos nosotros. Cuando la


hermana de Sailor, Anya, quedó embarazada, él no la juzgó. No la obligó a decirle
quién era el papá. Sólo se aseguró de que la atendiera el mejor ginecólogo y obstetra
de la región de Washington. El apellido Ashford le había abierto muchas puertas y
nunca dudó en utilizar ese beneficio para ayudar también a los demás.

—Sí.

—¿Dónde? ¿Alguien llamó a su hermana?

—Sailor está en el Hospital Universitario George Washington con Anya.

Me invadió el arrepentimiento. Otra razón más por la que no debería haber estado
en esta estúpida fiesta.

—Le prometí que estaría con ella —dije.

—Lo harás. Es probable que esté de parto por un tiempo. Ya sabes que Byron
posiblemente quiera asegurarse de que Anya tiene todo lo que necesita mientras está
en el hospital. —Se hizo el silencio y sentí escalofríos. Intenté centrarme, mirando a
mi alrededor y tratando de detectar algo que pudiera ver, oír u oler. Me di cuenta de
que los grises del crepúsculo se estaban convirtiendo rápidamente en oscuros. Las
hojas húmedas bajo mis pies se sentían frías y ásperas—. Te lo prometo Willow —
dijo Royce—, no te lo perderás.

Dejé escapar un largo suspiro. Royce nunca me había decepcionado. Una cosa
que todos los hermanos de Aurora tenían en común era que nunca rompían sus
promesas. De repente, el cansancio se apoderó de mí y me acerqué de nuevo al
bordillo, me senté y esperé, abrazando mi pequeño bolso contra el pecho.

—Gracias por venir por mí —respiré.

—Entonces, ¿quién es este chico?

—Hudson. —Odiaría ese nombre para siempre—. Es un idiota.


Un brillante haz de faros apareció a lo lejos y me puse en pie deprisa, con el
corazón tropezando de esperanza. Un elegante Bugatti negro se detuvo delante de
mí y los gases de su motor se disiparon cuando el viento los arrastró por la colina.

Royce saltó del auto aún en marcha, con su chaqueta de cuero negra. Me
desplomé aliviada. Él era un tanque genéticamente diseñado metido en un traje de
diseño o en una chaqueta de cuero, según la situación. Hoy había optado por la
segunda opción, que en secreto me gustaba más que sus trajes de diseño.

Mi alivio duró poco. Me echó un vistazo y entrecerró los ojos, y pude ver por el
resplandor de los faros, que se oscurecieron en señal de advertencia.

Estaba enfurecido y la fuerza de su furia era tan palpable que podía saborearla en
el aire.

—Estoy bien —dije a través de mi arenosa garganta, envolviendo mis brazos


alrededor de mi torso.

Con la mandíbula apretada, rodeó el auto y se quitó la chaqueta.

—Toma, ponte esto. —Como no me moví, me enganchó el pesado cuero a los


hombros y me lo ajustó bien. Abrió la puerta del pasajero—. Quédate en el auto,
ahora vuelvo.

Me empujó suavemente hacia el asiento y cerró la puerta.

Un ruido de frustración me abandonó y alcancé la puerta, abriéndola.

—Royce, ¿qué estás haciendo?

Ni siquiera aminoró el paso.

—¡Hudson! —rugió mientras se acercaba a la mansión, su voz resonaba con el


trueno que retumbaba en el cielo—. Trae tu culo aquí o voy a volar esta puta casa
hasta hacerla cenizas.

Se me cayó el estómago y salté del auto.

—Royce —grité, corriendo tras él.


La puerta principal se abrió y Hudson apareció con algunos de sus amigos al lado.
Siempre se sentía más valiente con sus compinches acompañándolo. Apenas tuve
tiempo de parpadear antes de que Royce le diera un puñetazo a Hudson, haciéndolo
caer sobre el suelo de mármol del vestíbulo.

—Mierda —susurré, agarrando su chaqueta. Siempre supe que Royce era


protector, pero lo había sido con su hermana, nunca conmigo. Y ahora mismo, estaba
actuando como si estuviera a punto de entrar en un alboroto asesino.

El amigo más grande de Hudson fue por Royce pero antes de que pudiera
asestarle un golpe, éste lo empujó al suelo como si no pesara nada. Con los ojos
clavados en el gimoteante tipo, Royce se dejó caer para sentarse a horcajadas sobre
él, descargando puñetazo tras puñetazo. Más miembros del grupo salieron de las
habitaciones y pasillos para presenciar la salvajada.

Justo cuando unos cuantos tipos más estaban a punto de atacar a Royce, grité:

—¡Detrás de ti! —Royce sacó una pistola y les apuntó—. Oh, Dios mío.

Usando mis dos manos para agarrar a Royce por el bíceps, intenté levantarlo del
tipo casi inconsciente.

—Él no vale la pena. Vámonos.

En lugar de eso, asestó otro golpe al hombre mientras mantenía su arma


apuntando a Hudson y a su amigo.

—No hemos terminado. Estos cabrones aún respiran. —Royce sonaba


impenitente. Seguí tirando de su brazo hasta que finalmente me dejó arrastrarlo, con
la respiración agitada y los ojos ardiendo—. ¿Ven a esta mujer? —rugió a todo el
público—. Está bajo mi protección. Nadie le hace daño. Si le ponen un dedo encima
sin su consentimiento, están muertos. Acabaré con quien lo haga. ¿Entendido?

Y durante el resto de mis años universitarios, ni un solo chico del campus se


atrevió a tocarme.
Royce

Tras nuestro desvío al hospital, llevé a Willow a mi ático.

Anya estaba en pánico, Sailor estaba angustiada y convencí a Willow de que era
mejor darles un poco de espacio porque no estábamos ayudando a ninguna de las
dos dando vueltas a su alrededor. Byron manejó el hospital como un campeón y al
final consiguió convencer a Aurora de que hiciera lo mismo. Habíamos acordado
reunirnos en el hospital cuando naciera el bebé.

Willow y yo entramos por la puerta de mi ático cuando el reloj marcaba la


medianoche, la adrenalina de los acontecimientos hacía imposible tranquilizarse y
mucho menos dormir. El calor corría por mi sangre al tener a Willow en mi ático.
Nos habíamos cruzado muchas veces a lo largo de los años pero nunca había sido en
mi casa privada. Una suave llama desconocida parpadeó en mi pecho pero la
sofoqué. Era la mejor amiga de mi hermana pequeña. Prohibida. Pertenecía
firmemente a la zona de amigos porque me caía bien -mucho- y seguiría estando a
mi lado durante años.

Así que, después de ducharnos, pusimos una película y ella bebió un sorbo de
cerveza, intentando relajarse. Sabía que su mente estaba en Anya pero hice todo lo
posible para distraerla. De una manera amistosa.

A las tres, ya había bebido demasiada cerveza.

Willow me miró con una sonrisa ladeada.

—Probablemente debería irme. Aurora ya debe haber vuelto.

—Está con Byron. Anya y Sailor siguen en el hospital. Quédate esta noche —le
sugerí. Aún no tenía veintiún años, así que no podía arriesgarme a que la atraparan
en estado de embriaguez en público, sobre todo si era menor de edad. Además, era
culpa mía. Puse la primera película y la segunda, y con dos cuencos de palomitas
como único sustento, dejé que su borrachera creciera hasta convertirse en un estado
de embriaguez total—. Además, necesitarás a alguien que te lleve cuando lleguen
las horas de visita.

—Gracias de nuevo por lo de hoy. —Willow hipó—. No pensé que la noche


terminaría tan bien. Anya está a punto de tener un bebé. Yo estoy soltera.

Se acercó más a mí y el delicado aroma a cítricos mezclado con un vago matiz


terroso se filtró en mis pulmones. Por alguna razón, mi mente evocó la serena imagen
de una colina verde y ondulante, con un solo sauce bailando al compás de la brisa.
Sacudí internamente la cabeza. Era demasiado joven, apenas mayor de edad. No era
mi tipo.

Sin embargo, mi polla saltó de excitación ante la mera idea de conducirse dentro
de ella.

Mierda, mala idea. Una puta mala idea, Royce.

Terminó la segunda película y nos quedamos en el sofá mirando los créditos.


Desde mi periferia, noté a Willow inquieta, como si estuviera a punto de estallar.

—¿Estás bien? —le pregunté finalmente, girando ligeramente el cuerpo para


mirarla. Incluso en la penumbra, podía ver cómo sus mejillas se ponían más rojas de
lo que nunca las había visto—. Willow, estás actuando raro.

Volvió a hipar.

—Estoy borracha.

—Lo sé. Pero esa no es razón...

Antes de que pudiera terminar la frase, me agarró de la camisa de algodón, se


inclinó hacia mí y apretó sus labios contra los míos. Eran cálidos y suaves, el alcohol
de su aliento se mezclaba con el mío. Movió la boca contra la mía y sacó la lengua
para lamerme el labio inferior. No tenía práctica y era torpe en el mejor de los casos
pero me encendió las venas.
Me incorporé y la agarré con fuerza mientras le metía la lengua, saboreando su
dulce pecado. Me devolvió el beso, retorciéndose contra mí, con sus turgentes tetas
presionando mi pecho.

Nuestras respiraciones se volvieron frenéticas y su mano se posó en mi ingle. Me


sacudí y la niebla de lujuria se disipó. Tiré de ella hacia atrás agarrándola de un
puñado de cabello oscuro, sus ojos brillantes eran una miríada de azules, grises y
verdes.

—¿Por qué has parado? —soltó, con la mirada fija en la mía.

—Estás borracha. —Debió parpadear cincuenta veces, tratando de procesar el


significado de mis palabras.

—¿No te atraigo? —Se inclinó más hacia mí y sus labios rozaron mi cuello.
Mierda, la chica era fácilmente adictiva pero demasiado joven para mí—. Sé que
sólo tienes sexo sin compromiso. Me parece bien.

Esta vez me dejó con la boca abierta. Claro que me atraía pero el sexo sin
compromiso con ella sería un terreno resbaladizo.

—Pasamos demasiado tiempo juntos para tener sólo sexo casual —razoné.
Willow, Sailor y mi hermana eran inseparables. Vivían juntas. Salían de fiesta juntas.
Demonios, ni siquiera guardaban secretos entre ellas. Carajo—. Somos amigos.

Pude ver cómo se le caía la expresión a Willow. Casi deseaba estar borracho
también. Haría más llevadera la incomodidad de esta conversación.

—Podemos dormir juntos y seguir siendo amigos. —Su voz apenas era un
susurro y sus mejillas se tiñeron de carmesí. Sus ojos estaban vidriosos y deseosos.
Sería tan fácil ceder, sin importar las consecuencias.

—Eres demasiado buena para esto —gruñí—. Demasiado buena para mí.

Ella negó con la cabeza.

—No te estoy pidiendo que te cases conmigo o que escribas sonetos. Es sólo
sexo, Royce.
La tierra empezó a girar más rápido, la tentación me miraba fijamente, con los
ojos muy abiertos y los labios hinchados. Se me daba bastante bien manejar el
alcohol pero esto era nuevo. Nunca había reaccionado así ante alguien que me
sugiriera un polvo casual.

—No quiero que las cosas sean raras entre nosotros cuando no funcione. Como
dije, eres demasiado buena para un rollo de una noche.

Sus hombros se hundieron aún más.

—Tienes razón. No debería haber dicho nada —ella exhaló, luego se lamió los
labios—. Sólo quería... esperaba que me quitaras la virginidad. Ya que tienes tanta
experiencia.

Me incorporé.

—¿Virginidad? —repetí sorprendido—. ¿Y quién demonios te ha dicho que


tengo experiencia?

Se levantó bruscamente, agitando las manos.

—Vamos, Royce. Todo el mundo sabe que eres un playboy. Vayas donde vayas,
las chicas caen rendidas ante ti. Entonces, ¿por qué no te acuestas conmigo?

El silencio se prolongó, desconcertante y perturbador.

—¿Quieres que te quite la virginidad y crees que no significaría nada para mí?

Me levanté y empecé a caminar, intentando convencerme de que debía mantener


las distancias con ella a pesar de lo excitado que estaba. Se merecía algo mejor que
yo y mis dudosas inclinaciones sexuales.

—Willow, te mereces algo mejor. —Mi voz se hizo más profunda, y esperaba
que ella escuchara la sinceridad en ella. Sus siguientes palabras me dijeron que no—
. Por favor, no me tientes más.

—Tienes razón. Ha sido una estupidez. —Ella sonrió, y esta reacción me hizo
tambalear aún más—. Obviamente estoy borracha. ¿Amigos?
—Siempre.

—No volvamos a hablar de esto. ¿De acuerdo?

—Sí. Claro.

No volvimos a hablar de ello.

Los acontecimientos de la mañana siguiente serían recordados para siempre por


una razón diferente. La vida de Willow -todas nuestras vidas- estaban a punto de dar
un vuelco con la muerte de Anya y un niño recién nacido.
Royce

Presente

El multimillonario Royce Ashford vuelve a estar soltero y en el punto de mira.


Este playboy cambia de mujer con más frecuencia que de ropa interior.

Puse los ojos en blanco. Lo decían como si cambiara de novia cada semana o
incluso cada día. Seguí leyendo.

¿Tiene ETS?

Oh, por el amor de Dios.

¿Le pasa algo al playboy o está buscando el amor en los lugares equivocados?
¿Tiene una relación secreta?

Apenas pude contener una carcajada mientras leía los últimos titulares mientras
esperaba a Willow. Estaba en The Godfather, el restaurante más elitista de D.C.,
situado en pleno centro de la ciudad. Durante los últimos diez años, nos habíamos
propuesto ponernos al día con regularidad, ya fuera aquí o en California, y a menudo
en otras partes del mundo.

Y luego, por supuesto, estaba el acoso menor, aunque eso sólo comenzó
recientemente. Y era sólo un poquito. Solo suficiente para asegurarme de que estaba
a salvo con los chicos con los que decidía salir. Al rechazar un guardaespaldas, tuve
que recurrir a medidas drásticas.

Mis ojos recorrieron el resto del artículo, que en resumen no era más que más de
las mismas preguntas sobre las “mujeres constantes” de mi vida. Básicamente mi
hermana y Willow, y ocasionalmente Sailor.

Sacudí la cabeza sutilmente.

No entendía la obsesión de la gente con la familia Ashford. Ellos siempre


actuaban como si fuéramos famosos pero la verdad era que no había nada glamuroso
o genial en nosotros. La muerte y la destrucción nos perseguían, y el karma o el
universo o cualquier deidad superior que moviera los hilos allá arriba hacía que cada
miembro de esta familia pagara por los pecados de nuestro papá. Aunque las cosas
parecían mejorar últimamente, al menos para mis hermanos.

—¿Desea tomar algo, señor Ashford? —La voz de la camarera interrumpió mis
pensamientos y levanté los ojos del periódico para encontrarme con una pelirroja de
pie frente a mí.

—Whisky con hielo, por favor —dije—. Y para mi amiga... —Miró a su


alrededor, frunciendo el ceño, y continué—. Ya viene. Vodka y ponche de sandía.
Es su favorito.

—Por supuesto. —De repente, la camarera sacó una silla y tomó asiento a mi
lado, sonrojándose en exceso—. Eres el hombre más sexy que he visto nunca. —
Estiré el periódico delante de mi cara, ignorándola—. Tus hermanos también son
sexys —añadió, intentando asomar la cabeza por la sección de deportes.

—Estoy listo para esa copa —le dije, con la atención aún puesta en el periódico.
Desapareció con un suspiro frustrado y el roce de la silla contra el suelo. Sabía que
ese trago no llegaría pronto.

El sonido de la puerta me hizo girar la cabeza y casi se me desencaja la mandíbula


al ver a Willow. Era una visión en vaqueros ajustados y un top ceñido con un escote
pronunciado. Sus ojos se desviaron hasta que se posaron en mí. Una amplia sonrisa
se dibujó en su rostro y me saludó con la mano mientras se dirigía hacia mí, sin darse
cuenta de que todos los hombres la miraban.

Cuando recortó la distancia que nos separaba, me puse en pie y le rodeé la cintura
con la mano.

—¿Te has vestido así para mí?

Me miró a los ojos, con las mejillas enrojecidas.

—¿Quién más?

Contuve una carcajada. Ambos sabíamos que no. Willow venía directamente del
rodaje de su última película y siempre vestía de punta en blanco cuando trabajaba.

—¿Qué tal el trabajo hoy? —La agarré suavemente de la muñeca, la guié hasta
la silla de enfrente y volví a sentarme. Agitó la mano como si quisiera ahuyentar el
tema y, en lugar de eso, tomó el periódico que tenía delante.

—Deja de leer esa basura, Royce —me regañó, doblándolo y dejándolo caer
sobre la mesa contigua. Willow era mi caja de resonancia y las cosas entre nosotros
habían florecido hasta convertirse en una verdadera amistad. A veces me preguntaba
qué habría pasado si no hubiera detenido nuestro beso aquella noche hacía diez años,
pero luego me recordaba a mí mismo que había hecho lo correcto. Ella era demasiado
joven; yo, demasiado salvaje. No tenía por qué verse arrastrada a mi mierda.

—No todo es malo.

Se burló.

—¿Cómo qué?

—Para empezar, qué películas estás produciendo y qué has estado haciendo.

—Lo más probable es que no lo sepan. Yo no leo esa basura y tú tampoco


deberías.

—Sabes, has crecido —comenté—. Las opiniones de la gente solían preocuparte.


Se encogió de hombros.

—Crecí —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Tú también deberías. Además,


sabes que están llenos de mierda.

—Para que conste, no he tenido sexo con nadie en seis meses.

—De acuerdo —dijo ella, con cara de poco convencida.

—Y me hago las pruebas con frecuencia, muchas gracias. Y siempre uso


protección.

—Realmente no necesitaba saber eso.

—De hecho, ayer recibí los resultados de mis análisis y estoy limpio como una
patena. Te estoy diciendo la verdad, Willow.

Se rio suavemente.

—Royce, eres el hombre más confiable que conozco. Puede que seas imprudente,
pero lo haces con responsabilidad. —Sonrió con satisfacción—. Ignora a esos
idiotas. Sólo están celosos.

La puerta del restaurante volvió a abrirse y solté un suspiro frustrado.

—Esta camarera probablemente tardará una eternidad en traernos las bebidas. Me


estremezco al pensar cuánto tardará la cena.

Willow arqueó una ceja.

—¿Es una ex-novia?

—Las pelirrojas no son mi tipo. —Le dirigí una mirada mordaz—. Las morenas
guapas son más lo mío.

Se burló.

—¿Entonces por qué siempre te fotografían con rubias?

—Porque la condición de morena sólo está reservada a mi mejor amiga —dije.


Se dio un golpecito en la barbilla y me miró inocentemente, pero una sonrisa
maliciosa se dibujó en sus labios.

—¿Por qué parece que esto te lleva a pedirme un favor?

—Me conoces bien.

Sus mejillas se enrojecieron.

—Entonces, ¿qué es, señor Ashford?

Le sonreí.

—Ha aparecido una ex de hace años —empecé—. Ha confundido mi soltería con


una invitación.

Willow soltó esa risa melodiosa que tanto me gustaba.

—De acuerdo, úsame como defensa.

Sonreí.

—Te quiero.

—Sí, sí. —Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras golpeaba
nerviosamente la mesa con los dedos, casi como si quisiera decir algo pero se
contuviera.

—¿Pasa algo?

Sus ojos se encontraron con los míos y suspiró.

—No, pero tengo una pregunta. —Levanté la ceja, mi interés captado mientras
esperaba a que continuara—. Se lo preguntaría a un hermano si tuviera uno. —Su
nariz de botón se arrugó—. O quizá no. Sí, probablemente no. Pero, por suerte, tú
no eres mi hermano...

—Sólo escúpelo, Willow. — No solía ser nerviosa ni tímida.


—Existe el mito de que si una mujer come piña, su 'parte de abajo' sabrá mejor
cuando un chico tenga su boca sobre ella. ¿Es cierto? —Sus mejillas se enrojecieron
pero no apartó la mirada. Sonreí mientras ella retorcía nerviosamente los dedos
encima de la mesa—. ¿Tienes alguna experiencia en ese campo?

Me puse en pie y extendí la mano.

—¿Deberíamos ir a probarlo?

Cruzó los brazos y mi mirada se posó en sus pechos. Mierda, qué buenas tetas
tenía. Pero entonces recordé a quién estaba mirando y la encontré observándome
como si me hubiera vuelto loco.

—No es gracioso, Royce. En serio quiero saberlo.

—¿Qué tal si lo hablamos durante la cena? —dije, dirigiendo una mirada hacia
el bar y la cocina—. En mi casa, porque me muero de hambre y el maldito servicio
de aquí es desesperante.

—La palabra clave es hablar, ¿verdad?

Sonreí.

—Por supuesto. Al fin y al cabo, ¿para qué están los mejores amigos?

Suspiró y me agarró la mano.

—Más vale que sea bueno.


Willow

Presente
¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!

El timbre de la puerta sonó al mismo tiempo que el temporizador del horno y


compartimos una mirada.

—¿Esperando una novia? —pregunté, ambos sentados en la isla de desayuno de


la lujosa cocina de su ático—. Me niego a tener una conversación sobre piñas y...
ummm... eso delante de nadie más.

Se rio entre dientes.

—Ignoremos la puerta —dijo apartándome un mechón de cabello de la cara—.


Estamos teniendo una conversación importante sobre un hombre que te la está
chupando.

Le aparté la mano de un manotazo.

—Dios, ¿no puedes darme un respiro y decirme si las piñas son buenas o no?

—¿Este hombre te la ha chupado antes?

—Eso no es asunto tuyo. —Mis mejillas enrojecieron.

—Así que eso es un no. —Me pasó un vaso de chupito.

Dejé escapar un suspiro exasperado.


—No hay ningún hombre. Esto es puramente hipotético. Quiero saberlo para el
futuro.

—¿Me estás diciendo que ninguno de tus novios te la ha chupado?

Me tragué el alcohol.

—De nuevo, no estoy discutiendo eso contigo. Sólo quiero saber, desde la
perspectiva de un hombre, si el mito de la piña es cierto.

Sus labios se curvaron en una mueca.

—Sí —respondió, compadeciéndose por fin de mí.

Justo cuando estaba a punto de hacer otra pregunta, volvió a sonar el timbre y
ambos gemimos. Estaba deseando pasar una noche tranquila.

—Yo me desharé de quien sea y tú saca la bandeja del horno antes de que se nos
queme la comida.

Caminé descalza sobre el frío mármol hasta la elegante cocina de Royce y saqué
una bandeja del horno. El aroma de la lasaña flotaba en el aire y mi estómago rugió
de inmediato.

La voz amortiguada recorrió el ático. Me quedé quieta, escuchando a hurtadillas


pero era demasiado difícil distinguir las palabras.

Preocupada por si Royce necesitaba ser rescatado de una acosadora, coloqué la


bandeja encima de la cocina y seguí las voces en voz baja hacia la entrada. Me asomé
por la esquina y encontré a Royce de pie en el vestíbulo con un tipo que tenía el
conjunto más perfecto de dientes blancos nacarados.

Mis ojos se posaron en el culo de Royce, olvidando por un momento que sólo
éramos amigos. Incluso vestido con una camiseta blanca y vaqueros, parecía salido
de una revista. La tinta que cubría sus brazos le daba un toque de energía de chico
malo, mientras que sus modales seguían siendo impecables. Era lo que más me
gustaba de él.
Como si percibiera mis ojos puestos en él, Royce giró la cabeza y su mirada
oscura se encontró con la mía. Doblé la esquina y eché un vistazo a su visitante,
descubriendo que me observaba con una sonrisa.

—Bueno, hola —me saludó, dando un paso más en el ático de Royce y


extendiendo su mano—. Soy Stuart, compañero de Royce en nuestros días de
servicio.

Levanté las cejas. Royce rara vez hablaba de sus días en las Fuerzas Especiales.
Acepté su cálido apretón de manos y sonreí.

—Willow. —Incliné la cabeza hacia Royce—. Su colega de mis días en el


instituto.

Técnicamente, nos hicimos mejores amigos en mi primer año de universidad pero


no me apetecía explicar los detalles.

—Willow y yo estamos a punto de cenar. Ahora no es un buen momento, Stuart


—dijo Royce, con un deje de fastidio en la voz.

—Qué vergüenza. —Stuart sonrió y me apretó la mano cuando intenté retirarla—


. Porque traje postre.

Levantó la otra mano y, con toda seguridad, sostenía una caja de pasteles con
tapa de plástico transparente. Y dentro... estaba la tarta de piña al revés más bonita
que había visto nunca. Me quedé con la boca abierta y mis ojos se desviaron hacia
Royce, que estaba estudiando las rodajas de piña esparcidas por el bizcocho helado,
con una sonrisa que le llegaba hasta la cara de diversión. Un segundo, dos, y
estallamos en carcajadas.

Lo tomamos como una señal e invitamos a Stuart a cenar.


Royce

Unos meses después

Stuart: Hola, amigo. ¿Dónde estás?

Ignoré el mensaje. Antes de que pudiera guardarlo, volvió a sonar.

Stuart: Nunca podré pagarte por presentarme a Willow.

Apreté los dientes.

Stuart: Tengo algunas noticias para ti.

Apreté la mandíbula y fulminé con la mirada el mensaje del novio de mi mejor


amiga. Stuart Harris, heredero del distinguido imperio de la familia Harris y viejo
amigo de mis días de combate, era un buen tipo hasta que empezó a salir con Willow.

¿Hipócrita? Carajo, sí. ¿Me importaba? Carajo, no. ¿Por qué? Porque sabía que
no era lo suficientemente bueno para Willow.

Yo no lo sabía entonces pero cuando la recogí de aquella fiesta de fraternidad,


hace ahora diez años, fue el comienzo de nuestra estrecha amistad. Me negué a dejar
que su novio temporal -y sería temporal- arruinara mi día. En cuanto a las citas,
Willow y yo éramos muy parecidos. La duración de nuestras relaciones era igual a
la de los mosquitos: una semana o dos, como mucho. De hecho, a menudo
bromeábamos diciendo que nuestra relación era el compromiso más largo que
cualquiera de los dos había tenido con el sexo opuesto.
—Mierda, ¿me estás escuchando? —gritó Byron, mi hermano recién casado,
sacándome de mis pensamientos. Estábamos sentados en la oficina de su casa, en
Washington, mientras hablaba de sus planes de futuro con ese nuevo tono suyo,
felizmente contento. Y fue entonces cuando dejé de escucharlo.

—Intento no prestarte atención —dije rotundamente—, pero tu voz se parece a


la de una cantante de ópera aguda, así que es jodidamente difícil. Apiádate de mí y
cállate.

La mirada que me dirigió me dijo que no le había hecho gracia mi respuesta.

—No tengo ni puta idea de cómo tus inversiones te hacen ganar tanto dinero —
murmuró—. La capacidad de atención de un niño de dos años es mejor que la tuya.

En eso se equivocaba, porque un niño de dos años no esperaría ansioso la


notificación de la ruptura de su mejor amiga. Habían pasado semanas, meses, y cada
día que pasaba, los mismos sentimientos incómodos se agolpaban en la boca del
estómago.

Retrasé mi viaje al Himalaya, mis salidas fuera de la red a África e incluso


rechacé algunas misiones de búsqueda y rescate con River, el amigo de Byron, todo
porque había estado esperando esa llamada o ese mensaje de mi Willow.

River sirvió en Afganistán con mi hermano, aunque yo también me había cruzado


con él algunas veces durante mi etapa militar. Él, junto con sus colegas, tenía una
empresa de seguridad en Portugal. No se anunciaba, pero a veces hacían pujas para
la mafia y yo nunca había estado tan tentado de utilizarlo en ese cometido.

Sin embargo, era bastante capaz de ocuparme de mis propios trapos sucios.
Aunque no llegaría a eso, porque Stuart no duraría. Mejor que no.

Más valía que Stuart pasara a la historia, y pronto, o perdería la maldita cabeza.
Willow era mía, y ese cabrón no podía tenerla.

¿Mía?

Una tormenta se desató en mi pecho tan violenta y repentinamente, que me habría


hecho caer de rodillas si hubiera estado de pie.
—¿Qué? —preguntó Byron antes de que un ceño fruncido tocara su cara,
estudiándome con una expresión desconcertada. Rápidamente disimulé mis
emociones, no estaba dispuesto a hablar de eso con mi hermano mayor.

—Acabo de darme cuenta de algo.

—¿Qué?

Que Willow es mía.

—Que eres molesto.

El pulso me retumbaba en los oídos mientras el calor se extendía por mis venas
hacia el corazón, dispuesto a conquistarlo. Me froté el esternón, con la esperanza de
alejar esta sensación desconocida. ¿Qué me estaba pasando?

—Eres un imbécil, Royce.

Lo ignoré:

—Tengo que ir a Portugal —dije, ya tecleando un mensaje en mi teléfono.

—¿Qué? ¿Ahora? —Byron parecía sorprendido—. La reunión con nuestros


accionistas está a punto de empezar.

Me levanté y me ajusté la manga del traje. Mierda, odiaba ponérmelo, prefería el


cuero y los vaqueros a este atuendo tan rígido. Byron, en cambio, probablemente
había nacido con traje.

—Sí, tú te encargas. Tengo que ocuparme de otros asuntos.

Sostuve la mirada de mi hermano, retándole a que dijera algo. No me decepcionó.

—¿No puede esperar ese otro asunto? —gritó.

—No —dije fríamente—. Esto es un asunto de vida o muerte.

Mi hermano puso los ojos en blanco.

—Sí, seguro que sí.


Tal vez no en su libro pero en el mío, sí. Willow estaba visitando a sus padres en
Portugal y yo no podía esperar un día más antes de volver a verla.

Porque si lo hiciera, podría morir.

—Royce —gritó Willow, abriendo mucho los brazos en cuanto me vio, sin
importarle que sus padres estuvieran en la otra habitación—. No podía creer lo que
oía cuando recibí tu mensaje. ¿Qué te ha hecho decidir visitarme por capricho? —
Mi estado de ánimo siempre mejoraba bajo su luz radiante, y dejé que su aroma
fresco me envolviera mientras me abrazaba con fuerza, su corta estatura apenas me
llegaba al pecho. Me empapé de su resplandor y me relajé al instante—. Parece que
tú también te estás resbalando. Nueve horas para llegar aquí —me reprendió con una
sonrisa burlona.

Le pasé un brazo por encima del hombro y le besé la cabeza. Soltó un pequeño
suspiro y nos dirigimos al bungalow que los padres de Willow tenían en las afueras
de Lisboa, mientras mis problemas ya se desvanecían.

Habían pasado diez años desde que hicimos nuestro pacto de amistad y siempre
me había parecido la elección correcta. Era la única mujer que me aceptaba tal como
era, sin intentar cambiarme ni utilizarme. Yo no era perfecto y ella tampoco. Pero
cuando estábamos juntos, éramos la puta perfección.

—¿Se ha retrasado el vuelo? —volvió a murmurar mientras se apartaba para


mirarme, con sus pequeñas manos en mi pecho haciendo todo tipo de cosas a los
latidos de mi corazón.

¡Mierda!

¿Qué iba a hacer? Necesitaba decirle que Stuart era todo un error para ella.
¿Cómo había podido estar tan ciego todos estos años? Me di cuenta de que no era el
momento adecuado para confesarle mis sentimientos y que podría parecer que
deseaba algo que ya no podía tener.
—Mi maldito piloto es inflexible con las normas y reglamentos de aviación.
Ronca. Tendré que despedirlo —dije justo cuando sus padres aparecieron de otra
habitación, vestidos para salir—. Señor y señora Auclair. Se ven elegantes esta
noche. ¿Todo eso es por mí? —bromeé.

—El señor Auclair me lleva a una cita —dijo la señora Auclair, chasqueando la
lengua y guiñándome un ojo—. Pásenlo bien. No hagan nada que yo no haría.

Willow se rio y se inclinó hacia delante para dar un cálido beso en la mejilla de
su mamá.

—Mãe 1, juro que tu sutileza mejora con la edad.

—Sim —aceptó con gravedad, con los ojos brillantes mientras nos miraba a los
dos. Siempre me había hecho gracia cuando la señora Auclair aludía a la naturaleza
de nuestra amistad, pero hoy significaba mucho más. Porque ahora, temía haber
llegado demasiado tarde—. No puedo evitarlo.

Antes de que pudiera decir nada más, el señor Auclair tiró suavemente de su
brazo, empujándola a pasar junto a nosotros y salir por la puerta.

—Royce, ya sabes dónde está todo. Que pasen una buena noche.

—Usted también, señor.

La puerta se cerró tras ellos y me reí, dejando que Willow tirara de mí hacia la
pequeña cocina.

—Ayúdame a terminar de cortar las verduras para nuestra ensalada —me pidió,
y luego me pasó un cuchillo—. Todo lo demás está listo para nosotros.

—Primero déjame darte tu regalo.

Metí la mano en el bolsillo y saqué un pequeño paquete. Sus ojos se iluminaron


como un árbol de Navidad y no pude evitar reírme cuando lo agarró con avidez.

1
Mamá
—¿Qué es?

—Ábrelo.

Abrió el paquete y, en cuanto lo vio, jadeó.

—Dios mío. —Sus ojos me encontraron, mirándome como si yo fuera su Dios—


. ¿Qué? ¿Cómo? —chilló.

—Tengo mis costumbres —dije.

—Pero está descatalogado. —Giró el frasco entre sus dedos como si sostuviera
un diamante precioso—. Esto es... Tú... —Sus ojos brillaron con suave
agradecimiento—. Gracias.

Había aprendido con los años que eran las pequeñas cosas las que Willow
apreciaba. Regalarle joyas, coches lujosos... No le impresionaba pero cuando se
trataba de un apreciado tono de esmalte de uñas llamado Willow Green, ella estaba
bajo su hechizo. No es que yo entendiera completamente su obsesión con el esmalte
de uñas.

Dejó el frasco en la mesilla y se giró hacia mí con una amplia sonrisa.

—Muchísimas gracias. Es mi color favorito.

—Lo sé —dije, quitándome la chaqueta de cuero y enganchándola en la silla—,


entonces, vamos a hacer esto.

Tomé el cuchillo y empecé a cortar las verduras, siguiendo sus órdenes de cortar
en rodajas y en dados.

—Sabes, eres la única mujer que me da órdenes —bromeé, chocando mi hombro


contra el suyo—. ¿Por qué sigo saliendo contigo si me pones a trabajar cada vez que
te veo?

Pensé en hace dos meses, cuando me hizo rallar queso y lavar lechuga. Luego me
hizo pasar por una tortuosa comida en la que vi cómo Stuart la engatusaba para que
volviera a verlo.
—Debes de ser masoquista —replicó en broma, devolviéndome al presente.

Volví a reírme.

—No exactamente.

Asintió y me miró de reojo.

—¿No hay señoritas acosadoras de las que rescatarte últimamente?

Me burlé.

—Diablos, no. He terminado con eso.

Willow sólo murmuró.

Dejé de trabajar con el cuchillo y me giré hacia ella. Estaba guapísima con sus
sencillos leggings negros y una camiseta roja sangre que le llegaba a medio muslo.

—¿Estás extrañando nuestra rutina?

Willow era mi excusa cada vez que tenía que deshacerme de una novia
especialmente pegajosa. Siempre funcionaba a las mil maravillas y ayudaba el hecho
de que Willow podía ser como un pequeño pitbull cuando quería.

Se limitó a mirarme, negando con la cabeza. Algo no encajaba.

—Nunca te callas cuando algo te molesta —la reprendí—. No empieces ahora.

Volvió a murmurar.

—Sólo me sorprende que las mujeres puedan resistirse a tus dos metros y medio
de músculos, tu personalidad chispeante y tu carisma.

—Te estás resistiendo —señalé malhumorado.

Willow se rio por lo bajo.

—Ah, pero sólo somos amigos.

—Somos más que eso —dije al instante—. Somos los mejores amigos.
Deberíamos ser algo más que amigos, quise decir, pero me pareció el momento
equivocado. Podría parecer que la quería sólo porque no estaba disponible.

Suspiró con nostalgia y volvió a cortar las verduras, con los ojos fijos en el cuenco
que tenía delante.

—Stuart se me propuso.

Mi corazón se detuvo. Completamente, y jodidamente detenido.

—Él... ¿Qué-qué? —Mierda, tartamudeé por primera vez.

—Stuart me propuso matrimonio —reiteró Willow, golpeándome suavemente


con la cadera mientras se apartaba un mechón de cabello castaño de la cara—. Y yo
acepté.

Tragué fuerte y luego volví a tragar. Se me estaba formando un nudo en la


garganta y la misma sensación que me invadió ayer en la oficina de Byron estaba
siempre presente.

—Tú... él... yo... —No encontré las palabras mientras mi corazón daba un
doloroso golpe. Hace diez años, la rechacé. Me mantuve firme en que era lo mejor
para ella, incluso ahora. Se merecía algo mejor que lo que yo le ofrecía entonces.
Era demasiado pura para mis deseos sexuales. Sin embargo, mientras la miraba
ahora, luché con la comprensión de que había tomado la decisión equivocada.

Por primera vez, no estaba seguro de cómo conseguir lo que quería. A ella.

Sus hermosos ojos se desviaron hacia los míos antes de volver a clavarlos en el
lugar que tenía delante.

—No lo hagas, Willow —susurré finalmente, con el corazón apretado—. Eres


demasiado buena para él.

—Royce, eso suena peligrosamente parecido a lo que has dicho antes, si es que
puedes recordar tanto —advirtió con un gemido, refiriéndose a la noche en que me
besó, la misma noche que yo revivía una y otra vez en mi cabeza. Si ella lo supiera—
. Tengo casi veintinueve años.
Me encogí de hombros.

—Y yo tengo treinta y nueve años. ¿Cuál es tu punto?

El ácido se comió ese órgano en mi pecho, convirtiéndolo en una batería corroída.

—¿Eres feliz? —Me obligué a preguntar alrededor de la amargura de mi lengua.

Algo parpadeó en su expresión, pero antes de que pudiera precisar, susurró de


forma audible:

—Sí. Pero no quiero perderte.

Bajé la cabeza y le di un beso en la mejilla.

—Tu felicidad es lo único que importa. Si me necesitas, aquí estaré. Puede que
no nos veamos todo el tiempo pero siempre me tendrás. Desde la distancia. Desde
las sombras. Para siempre.

Se puso de puntillas y me rozó la mejilla con los labios, luego susurró


suavemente:

—Gracias, Royce.

Volvimos al mostrador y trabajamos un rato en silencio, con el aroma de las


verduras frescas, el aceite de oliva y la gaulteria perfumando el aire que nos rodeaba.
Quería abrir mi corazón y decirle que no se casara con Stuart, que nos diera una
oportunidad.

Pero en el fondo, sabía que había llegado demasiado tarde.

Así que decidí ser el mejor amigo posible. Una vez hecha la ensalada, nos
giramos al mismo tiempo, uno frente al otro y la tomé en brazos, con ensaladera y
todo.

—Esposo o no... Si te hace daño, acabaré con él —juré, aferrándome a ella un


poco más.
Royce

Estas nupcias serían mi muerte.

Cerveza en mano, me aparté a un lado y me apoyé en la ventana, observando


cómo la gente se mezclaba en la gran terraza que daba al océano Atlántico. La brisa
arrastraba por el aire los suaves tonos de Chopin, el compositor favorito de Willow.
Siempre bromeábamos diciendo que la cerveza y Chopin combinaban a la
perfección, pero hoy no estaba bebiendo cerveza. Desde que llegué, sólo bebía agua
con gas.

Su prometido, en cambio, iba por su cuarto vaso de whisky.

—Fiesta de compromiso —murmuré en voz baja, burlándome.

No me gustaba. Para. Nada.

Al igual que Willow era mi salvación de una novia pegajosa, yo era su salvación
cuando me necesitaba. Éramos los acompañantes del otro en todos los eventos
molestos a los que teníamos que asistir.

Mi mejor amiga me pertenecía. Ningún hombre había durado lo suficiente como


para ser una amenaza.

Hasta ahora.

Mi mirada encontró a la pareja al otro lado de la terraza, de pie junto a un idiota


que no dejaba de besar la mano de Willow y sonreír ante su anillo de compromiso.
Si yo fuera su hombre, le daría un puñetazo en la cara a ese hijo de puta.

Gruñí para mis adentros, regañándome a mí mismo. Tenía que dejar de pensar
así. Mis ojos se clavaron en su pequeña figura y se me oprimió el pecho ante la idea
de perderla.

Con su metro setenta, Willow era el sueño húmedo de cualquier hombre. Un


bombón y tan jodidamente hermosa que a veces dolía mirarla. Era la mezcla perfecta
de sus padres: mamá portuguesa y papá francés. Su herencia portuguesa brillaba a
través de su cabello castaño oscuro, que hoy llevaba medio recogido hacia atrás y
cuyas mechas castañas resplandecían bajo el sol de la tarde. Tenía una hermosa piel
de marfil, ligeras pecas en su estrecha nariz y un cuerpo esbelto con curvas en todos
los lugares adecuados. Y luego estaba su sonrisa, que cegaba a todos los que la
rodeaban.

La niña se había convertido en una mujer que pondría a prueba la cordura de


cualquier hombre.

Mis pensamientos volvieron a aquel día en el salón de mi casa, con los títulos de
crédito de una película que no vi ni un segundo. Me pregunté si ella lo habría pensado
tanto como yo, si habría deseado que aquella noche hubiera tomado un rumbo
ligeramente distinto.

Pero entonces probablemente no tendríamos la amistad que tenemos hoy.

La melodiosa risa de Willow volvió a centrar mi atención en ella y su prometido.


Ahora estaban más cerca, con otra pareja, y la escuché relatar su romántica
proposición con todo lujo de detalles.

Lo había oído antes, por supuesto, pero eso no me impidió querer vomitar un
poco en mi boca. Al parecer, el cabrón cantó la pregunta como si fuera una especie
de musical. Preferiría apretarme la polla en la puerta de un auto antes que hacer algo
tan humillante públicamente.

Miré a su prometido que llevaba una hora pegado a Willow como una maldita
sanguijuela. Estaba haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, luchando contra
el impulso de matar a un hombre que no había hecho nada malo.
Bueno, aparte de tocar a mi chica.

Considerándolo todo, estaba siendo un día feliz. Los pájaros cantaban y los niños
corrían alrededor de las piernas de los proveedores de catering, riendo y sonriendo.
Mientras tanto, yo rezaba en silencio, invocando una maldita tormenta. De hecho,
sería el día perfecto si un rayo cayera sobre el maldito prometido y le diera a Willow
un respiro de sus manos de pulpo.

Sailor -la mejor amiga de mi hermana Aurora y Willow- apareció a mi lado.

—Hola, Royce.

—Hola. —No estaba de humor para compañía.

—Apuesto a que estás orgulloso, ¿eh?

Entornando los ojos hacia Sailor, pregunté:

—¿Por qué?

Parpadeó y la confusión cruzó su rostro.

—Bueno, tú le presentaste Stuart a Willow. —Ah, sí. Luego estaba eso. Stuart
podría haber sido un amigo una vez, pero ahora era mi enemigo número uno. Si tan
sólo pudiera volver a esa noche e ignorar su interrupción. Enviarlo a él y a ese
maldito pastel de piña a largarse. En vez de eso, fui un idiota que invitó al cabrón a
mi ático y le dejó cenar con nosotros.

—Parecen tan enamorados —ronroneó Sailor, como si me estuviera incitando.


Apreté con fuerza la cerveza, amenazando con romperla en mil pedazos—. Seguro
que sabes que están planeando acelerar la boda.

Me di la vuelta para mirarla.

—¿Qué?

Mi indignación atrajo algunas miradas curiosas, entre ellas la de los padres de


Willow, que se dirigían hacia mí. ¡Mierda!
—¿No lo sabías? —cuestionó Sailor con las cejas fruncidas—. Creía que lo
compartían todo.

—Parece que no —refunfuñé secamente.

—Probablemente planeaba decírtelo hoy. La boda es mañana.

—¿Mañana? —siseé con incredulidad—. ¿Por qué coño harían eso?

Se encogió de hombros.

—Supongo que están ansiosos por hacerlo oficial.

No pude hacerle más preguntas porque se giró para saludar a los padres de
Willow.

—Señor y señora Auclair. Me alegro de volver a verlos. La jubilación les sienta


bien.

La señora Auclair soltó una risita melodiosa que su hija había adquirido.

—La jubilación en Portugal nos viene bien —contestó. Giró los ojos -del mismo
color inusual que los de Willow- hacia mí con una mirada de desconcierto—. Royce,
¿pasa algo?

Todo estaba mal, empezando por ese anillo en el dedo de Willow.

—No, señora Auclair. —Estreché la mano de su esposo—. Debo estar de acuerdo


con Sailor. Los dos tienen buen aspecto.

Sailor se excusó justo cuando el señor Auclair me dio una palmada en la espalda.

—Es el aire de aquí, hijo.

Siempre me había llamado así. ¿También llamaría así al prometido de Willow?


Mierda, ¿por qué estaba celoso?

—Quizá debería plantear el mudarme aquí —bromeé, pero algo en mis palabras
hizo que los padres de Willow intercambiaran una mirada.
Alguien cambió la música a una canción rap y el ambiente se transformó al
instante. Los padres de Willow y yo nos giramos para fulminar con la mirada al
culpable, encontrándonos con un Stuart que se balanceaba dando instrucciones al DJ
con un brazo colgado perezosamente sobre los hombros de una camarera.

¿En serio imbécil?

Mi mirada se desvió hacia Willow, cuya atención estaba puesta en mi hermana y


su familia. Su blusa blanca dejaba al descubierto sus suaves hombros y en sus orejas
brillaban pequeños diamantes. Sus ojos almendrados centelleaban mientras sonreía
por algo que decía su tío y sus labios exuberantes se deshacían en una sonrisa.
Mientras admiraba su larga melena que caía en ondas sueltas alrededor de su rostro
en forma de corazón y por su espalda, se me ocurrió que ya parecía una novia.

Exhalé profundamente, con el corazón estrujándose dolorosamente.

—Royce, ¿puedo pedirte un favor? —La voz acentuada del señor Auclair atrajo
de nuevo mi atención hacia él y su mujer, que me miraba preocupada por encima del
borde de su vaso.

—Claro.

El señor Auclair se aclaró la garganta, mirando a nuestro alrededor incómodo.

—¿Puedes...? —Jugueteó con sus gemelos y se movió sobre sus pies.

Intrigado por su evidente estado de estrés, le presté toda mi atención y esperé


pacientemente a que continuara. Cuando no lo hizo, su mujer intervino:

—Creemos que algo va mal.

—¿Cómo qué?

—No estamos seguros, pero hay algo raro —dijo la mamá de Willow—. ¿Son de
las Fuerzas Especiales?

—Era.

—¿Sirvió con Stuart? —preguntó el señor Auclair.


Negué con la cabeza.

—Él era un Ranger del Ejército, yo estaba en los Marines, pero de vez en cuando
nos cruzábamos.

—Es demasiado mayor para ella —dijo la señora Auclair mientras se bebía su
copa, con los ojos críticos puestos en su futuro yerno. Habría estado de acuerdo con
ella, pero eso me convertiría en un hipócrita porque Stuart y yo teníamos la misma
edad.

El papá de Willow soltó un suspiro exasperado.

—No, no es eso y lo sabes, mon chéri. Es el hecho de que Willow está ocultando
algo.

En eso sí que estaba de acuerdo con ellos. En el último mes, Willow se había
vuelto más distante. Ninguno de mis detalles de vigilancia había señalado nada.
Había revisado nuestro hilo de mensajes en busca de alguna bandera roja, pero aparte
de su distanciamiento, no tenía nada concreto que señalar. No había encontrado
nada.

—¿Qué te hace decir que está ocultando algo? —pregunté. No era tan tonto como
para decirles que yo también lo sospechaba. Si resultaba no ser nada, se quedarían
decepcionados.

—La está obligando a adelantar la boda. ¿Por qué tanta prisa? Al principio
Willow dijo que quería un compromiso largo.

Mi cerebro marcó todas las razones por las que alguien aceleraría una boda y una
destacó por encima de las demás. No me gustaba.

—¿Le preguntaste?

—Lo hicimos —respondió la señora Auclair—. Sólo dijo que Stuart lo quiere y
que es lo mejor.

—Sólo llevan saliendo tres meses —siseó su papá—. No debería ser así.

—Shhh. —La señora Auclair se sonrojó mientras nos regañaba—. Ya viene.


—Di que hablarás con ella —susurró su papá—. La conoces desde hace más
tiempo que ese idiota.

Me encantaban sus padres, mierda.

—Veré qué puedo averiguar —les aseguré a ambos justo antes de que Willow se
uniera a nosotros, con la cara ligeramente sonrojada. Parecía agitada.

—Hola a los tres —nos saludó—. ¿Por qué parece que están tramando algo?

—Porque lo estamos. —Me pareció bien decir la verdad a medias. La verdad


completa sonaría un poco diferente: Estamos tratando de averiguar cómo
arrebatarte de ese maldito imbécil.

Willow hizo una mueca, mirando a su alrededor erráticamente.

—¿Has visto a Stuart?

—Cariño, ¿ya lo perdiste? —preguntó la señora Auclair. Willow se ruborizó y se


le manchó el escote, señal inequívoca de agitación.

—Quizá deberíamos retrasar la boda —soltó el señor Auclair.

—No seas tonto, papá. —Willow dejó de mirar a su alrededor y sus labios se
afinaron. Seguí su mirada, Stuart acercándose a nosotros, con el cabello alborotado.
Pasaron exactamente cinco segundos antes de que la misma camarera apareciera
detrás de él y mi sospecha se puso al rojo vivo.

Stuart se tambaleó y rodeó a Willow con una mano. Ella se puso rígida a mi lado
y mi expresión gélida debería haber bastado para matarlo en el acto. Muy a mi pesar,
no fue así.

—Aquí estás —dijo—. Te estaba buscando.

—Me has encontrado. —Willow no podía ocultar la aprehensión en su cuerpo ni


en su voz, ni a mí ni, al parecer, a sus padres, que miraron con desprecio a Stuart.
También debieron verlo con la camarera y sumaron dos más dos.
—Mis padres quieren hablar con nosotros —balbuceó, sonriendo como un puto
tonto.

Tú también sonreirías así si ella se casara contigo, susurró el diablo en mi


hombro, pero enseguida lo amordacé.

Willow le dedicó una sonrisa tensa.

—Vamos, entonces.

—¿Você não pode falar com eles mais tarde? Mal vimos você esta semana 2. —
Mi portugués estaba oxidado pero pude entender que la mamá de Willow quería
pasar más tiempo con ella, que ninguno de sus padres la había visto mucho esta
semana. La señora Auclair no estaba contenta. Al parecer, los Harris habían insistido
en que Willow se alojara en el mismo hotel que ellos esta semana, a pesar de que sus
padres tenían una casa aquí.

—Desculpe, mãe. —Willow alargó la mano y apretó la de su mamá con suavidad,


con una expresión de recuerdo.

—Ah, Willy. —Mierda, odiaba ese apodo. A juzgar por sus expresiones, sus
padres también, y Willow también—. La forma correcta de pronunciarlo es de-co-
lpe —la corrigió Stuart.

Mis hombros se pusieron rígidos.

—El portugués de Willow es tan bueno como tu inglés. —Mi tono era tan seco
como el desierto del Sahara—. Habla los dos con fluidez, así que estoy bastante
seguro de que conoce la forma correcta de pronunciarlo.

Willow sonrió dulcemente, con los ojos entrecerrados en su futuro esposo y


añadió:

—Me gusta que hayas empezado con Rosetta Stone esta semana y ya seas un
experto.

2
¿No puedes hablar con ellos más tarde? Casi ni te vimos esta semana.
Obviamente, Stuart no percibió el fuerte sarcasmo en su tono, porque se inclinó
y rozó sus labios con los de ella. Me sorprendió que Willow no le diera un puñetazo,
sino que pusiera los ojos en blanco.

Entonces el imbécil se atrevió a apretarle el culo y un gruñido vibró en mi


garganta. Un maldito gruñido. ¿Qué carajo era yo? ¿Un perro? Sin embargo, quería
ir por su yugular y destrozarlo. O tal vez dispararle y secuestrar a la novia.

Eso sí que animaría la fiesta.

Ignoré el resto de sus palabras. Por mucho que me satisficiera, no podía


arriesgarme a asesinarlo aquí mismo, a plena luz del día.

Los vibrantes ojos verdes de Willow se dirigieron hacia mí y, al instante, toda mi


atención se centró en ella. Me tomó la mano y me la apretó, no sabía si para
reprenderme o para preguntarme si todo iba bien.

—Royce, ¿estás bien? —preguntó, zanjando mi debate interno.

—Espléndido —repliqué irónicamente—. La mejor pregunta es, Willow, ¿estás


bien?

Stuart soltó una risita y yo lo fulminé con la mirada, pero antes de que pudiera
decir nada más, tiró de ella.

—Mãe, ¿quiere que...?

—No te preocupes por nosotros —instó la mamá de Willow—. Estaremos bien


aquí con Royce.

—Pero si nos necesitas, ya sabes dónde estamos —añadió su papá.

Los ojos de mi mejor amiga se clavaron en los míos, y gran parte del brillo que
estaba acostumbrado a ver en sus ojos se había apagado. Eso no me gustó nada.
Mierda, tenía que protegerla. Stuart no era bueno para ella. Tenía que vigilarla.

Abrí la boca para protestar, pero Willow me cortó:

—Hasta luego. ¿Sí?


Me dirigió una mirada mordaz y yo asentí. Pero no se me escapó el enfado de
Willow, ni el siseo “Deja de arrastrarme, ya voy” que dirigió a su prometido.

Gracias a mi... vigilancia, sabía en qué hotel se alojaba Willow, y mientras veía
a los futuros casados apresurarse hacia los padres de Stuart, decidí que me colaría
en su “noche antes de la boda”. Tenía que hablar con ella.

—¿Ves lo que quiero decir? —dijo el señor Auclair, una vez que estuvieron fuera
del alcance del oído.

Antes de que pudiera replicar, su mujer añadió:

—Si quieres... darle una paliza o... llevártela y hacerla entrar en razón, no nos
opondremos.

¿Me acababan de dar carta blanca para llevarme a su hija a la puesta de sol?

Luego sonrió dulcemente, deslizó su mano en la de su esposo y se alejó,


dejándome solo, mirando sus espaldas con la mandíbula clavada en el césped
perfectamente cuidado.
Willow

Esta fiesta de compromiso fue un maldito desastre por muchas razones.

El principal: mi prometido.

Intenté esconderme detrás de la elegancia y el aplomo, pero a medida que


avanzaban las horas, me resultaba cada vez más difícil. Llevaba todo el día con mi
mejor sonrisa falsa y agarrada del brazo de mi prometido, dejando que me tomara
por tonta.

¡Otra vez!

Al pasar junto a las fuentes dispuestas por toda la terraza y las mesas redondas
cubiertas con manteles dorados y repletas de copas de champán, oí la piedad callada
y sentí los ojos juzgadores sobre mi piel.

Mis padres, Royce, Aurora y Sailor, y sus cariñosos maridos, eran los únicos
invitados que me esperaban. El resto eran desconocidos, personas cuyos nombres
me estaba aprendiendo hoy, en mi fiesta de compromiso.

Stuart nunca aflojó su agarre propietario alrededor de mi cintura, conduciéndome


a través de la terraza como un preciado medallón. Mientras tanto, consideraba mis
opciones de poner fin a este compromiso a pesar de la pequeña vida que crecía en
mi interior.
En retrospectiva, no podía estar más claro, rodeada de extraños en lo que se
suponía que iba a ser un día alegre, que este acuerdo estaba condenado desde el
inicio.

Al principio, acepté salir con Stuart, creyendo que era lo más parecido a Royce,
mi mejor amigo, con el que fantaseaba en secreto cuando necesitaba relajarme.

Por desgracia, no podía estar más equivocada. Stuart no tenía nada que envidiarle.
Mi mejor amigo era un playboy; Stuart era un infiel y un mentiroso. Mientras Stuart
se hacía el listo menospreciando a los demás, Royce era agudo y profundamente
inteligente. Por eso era tan peligroso. La gente se fijaba tanto en sus músculos y su
fanfarronería que subestimaba su mente de genio.

Y aunque había mantenido las distancias durante el último mes, esa mente genial
había captado que algo no iba bien entre Stuart y yo.

Hace diez años, cometí el error de ir a una fiesta con un novio en el que creía que
podía confiar. Resultó ser una de las cosas más tontas que podría haber hecho, pero
como un príncipe, Royce se abalanzó y me salvó.

¿Podría volver a hacerlo?

¿O me descartaría para siempre en cuanto supiera que Stuart me había dejado


embarazada?

Me dolía el corazón mientras soltaba un suspiro tembloroso.

La vida se compone de elecciones, y me arrepentí de la que hice hace tres meses,


cuando le dije que sí a Stuart. En la primera semana de lo que se suponía que iba a
ser una relación muy breve, quedé embarazada. A pesar de que usamos protección
todas las veces.

Dios tenía un sentido del humor muy divertido.

Yo era una chica que estaba a favor del aborto, pero las profundas raíces católicas
de mi mamá me dominaban más de lo que pensaba. Así que, en un intento de arreglar
las cosas, me iba a casar.
Pero ya era suficiente.

Tendría este bebé, pero no a su papá, de lo contrario el peso de las miradas de


todos -evaluándome, juzgándome, compadeciéndome- sería algo con lo que tendría
que lidiar el resto de mi vida.

Mi falsa sonrisa se desvaneció cuando llegamos a casa de los padres de Stuart,


una pareja mayor y de aspecto pomposo que parecía no soportarse, algo muy
diferente a la relación de mis propios padres. Verlos era como ver mi futuro si no lo
arreglaba.

Stuart me agarró con más fuerza, tiró de mí y me murmuró al oído:

—Sonríe, mamita. —Me giré para mirarlo y me encontré con una mirada de
suficiencia—. Estamos juntos para siempre.

Pude ver la frialdad de sus ojos, su insensibilidad y se me puso la carne de gallina.


Cuanto más tiempo pasaba en su compañía, más claro veía cómo se desmoronaba su
fachada. El hombre que había debajo de la carismática máscara. El hombre al que le
encantaba causar estragos allá donde iba, sin importar con quién.

Me rozó los labios con un suave beso y me costó todo lo que tenía no limpiarme
la piel.

Asintiendo y saludando a sus padres, a un congresista por el estado de Delaware


y a su mujer, que parecía estreñida, la música volvió a cambiar a una suave melodía.

Miré por encima del hombro y vi a Royce saliendo del área del DJ, sus ojos se
encontraron con los míos en una silenciosa muestra de consuelo.

—Ah, mi hijo y futura nuera —dijo el congresista Harris con voz grave—. Más
vale que mañana sea perfecto. El mundo nos observa.

La inquietud me recorría la espalda.

Stuart asintió, pero no hizo ningún comentario.

—Arréglate el cabello —lo regañó su mamá—. La discreción es primordial,


Stuart.
El congresista Harris giró su atención hacia mí, estudiándome críticamente.

—Tus padres te han comprado un vestido, ¿verdad?

—Sí —rechiné, con las manos cerradas en puños y las uñas clavadas en las
palmas. Era otro de los atributos del señor y la señora Harris. Eran unos esnobs. Mis
padres no eran ni de lejos tan ricos, y me negué a pedirles que desembolsaran los
fondos para cubrir está elaborada farsa de boda. Un hecho que estos imbéciles nunca
dejaban de recordarme—. Y habrían pagado la boda si la hubiéramos mantenido
pequeña como yo quería —le recordé, aunque no estaba segura de por qué me
molestaba.

Había tomado una decisión: Stuart y yo tendríamos una charla esta noche. De
ninguna manera iba a seguir adelante con esta boda.
Royce

Un acto caballeroso cambió el curso de mi vida.

Hace diez años, rechacé a Willow porque era demasiado joven para mí. Tenía
demasiado mundo por ver. Sabía que estaba enamorada de mí desde hacía años, pero
era la mejor amiga de mi hermana pequeña. La había conocido durante sus años de
instituto, cuando llevaba aparato y se reía con Aurora al ver a un chico besando a
una chica.

Sin embargo, el karma era la peor de las zorras.

Puede que Willow se enamorara de mí primero pero después de aquel incómodo


momento hace diez años, siguió adelante, perfectamente contenta con ser mi amiga.

Yo, en cambio, me había enamorado de ella. En realidad, me pareció una forma


lamentable de describir lo que sentía. No sólo me enamoré de ella, sino que seguí
tropezando, pisoteando y cayendo en picado.

—Al carajo con esta mierda de caballeros —murmuré en voz baja, llevándome
la cerveza a los labios mientras observaba a Willow con su prometido y los padres
de éste. Era demasiado buena para todos ellos y la conocía lo suficiente como para
saber que no los soportaba.

—¿Qué ha sido eso?

—Mierda, Rora. ¿Intentas provocarme un infarto? —refunfuñé cuando mi


hermana apareció de la nada. Se había vuelto sigilosa: las ventajas de casarse con un
mafioso, supuse. Su esposo, Alexei, sabía esconderse en las sombras igual que mi
hermano Kingston, y era jodidamente raro.

—No te gusta Stuart —afirmó, inclinando la barbilla hacia la pareja.

—¿Qué es lo que no me gusta? Es un sueño hecho realidad. —Mierda que no.

Aurora se rio, aunque no le hizo ninguna gracia.

—A mí tampoco me gusta —siseó mi hermana mientras observaba la interacción


de Willow con los padres de Stuart. La mirada del congresista devoraba el cuerpo
de Willow y me ponía enfermo—. Desde que Willow empezó a salir con él, no ha
vuelto a ser la misma.

—¿Te ha dicho algo? —pregunté, con los ojos clavados en el cabello castaño y
el esbelto cuello de la mujer en cuestión.

—No lo ha hecho, pero créeme, algo pasa.

Esta noche averiguaría qué y recuperaría a mi mejor amiga, mi mujer.

Tres horas y quinientos euros después, me encontraba frente a la habitación de


hotel de Willow. Nos había dejado plantados a mí y a sus amigas. Otra vez.

La llamé, le mandé mensajes, probé en su habitación de hotel… nada.


Conociendo a Willow y sus tradiciones católicas, habría insistido en pasar la noche
anterior a la boda separada de su esposo.

Era la oportunidad perfecta para tenerla a solas.

Respiré tranquilamente y llamé a la puerta. Del otro lado, se oyó un suave


arrastrar de pies y después sólo silencio. Luego de otros tres golpes en blanco,
aporreé la puerta.
—Willow, sé que estás ahí —susurré, sin querer alertar a Stuart si el cabrón
estaba en el mismo piso. Otro ruido débil—. No voy a ninguna parte, así que mejor
abre esta puerta.

Volví a levantar la mano, pero la puerta se abrió antes de que pudiera establecer
contacto de nuevo, y apareció un rostro desconocido. Cabello rubio, ojos azules.
Definitivamente no era Willow.

—¿Quién mierda eres tú?

Las mejillas de la mujer se sonrojaron.

—Esta es mi habitación.

Negué con la cabeza.

—Imposible, en recepción me han dicho que ésta es la habitación de mi… —la


palabra mujer la tenía en la punta de la lengua, pero me la tragué—, amiga.

La mujer se encogió de hombros.

—Bueno, es mi habitación, y desde luego no soy tu amiga. —Sus ojos recorrieron


mi cuerpo mientras se relamía—. Pero si quieres...

—No —la interrumpí, girando sobre mis talones.

Nada me había salido bien desde que me enteré de esas malditas nupcias.
Willow

Sentada en la habitación de hotel de Stuart, observándole pasear como un animal


enjaulado, el arrepentimiento me pesaba.

—Escucha, Stuart —empecé cuando era obvio que él no iniciaría esta


conversación—. Es obvio que somos incompatibles. El hecho de que trajeras a esa
mujer a mi habitación y esperaras un trío la noche antes de nuestra boda sólo lo
prueba.

Se detuvo bruscamente ante mí, mirándome fijamente.

—Era para ti —bramó.

Apreté los dientes. Lo último que quería era empezar una pelea. Había visto a
Stuart perder los estribos una vez. No iba dirigido a mí, sino a mi jefe. Me costó mi
trabajo y, muy probablemente, mi carrera. El mundo del espectáculo no soportaba a
los imbéciles arrogantes como Stuart. Sin embargo, no fue bonito, y no me iba a
quedar para presenciarlo de nuevo.

—No, Stuart —dije con firmeza—. Los tríos no son lo mío, y nunca te he dado
ninguna indicación de que lo sean. Y, por si lo has olvidado, estoy embarazada.

En el momento en que las palabras salieron de mis labios, me di una patada en


silencio. Bajé la mirada hacia el precioso vestido que llevaba, y me fijé en el motivo
de las orquídeas. Era el vestido de mi mamá y, antes, el de mi abuela. Tonta y
supersticiosa, lo elegí con la esperanza de que me trajera buena suerte la víspera de
nuestra boda. Como he dicho, una tontería.

Siempre había sabido que no estaba bien aceptar la proposición de Stuart. Esa era
la razón de las innumerables noches en vela que había pasado el último mes. Desde
que Royce me visitó en casa de mis padres, no había podido deshacerme de la
energía nerviosa que corría por mis venas.

Sentía un cosquilleo en el cuerpo cada vez que me rozaba. Eso por sí solo debería
haber sido la señal de que Stuart no estaba hecho para mí. Me consideraba una mujer
leal; tener sentimientos más que platónicos por mi amigo de toda la vida no era algo
con lo que una futura esposa debiera tener que lidiar.

Por mucho que me gustara pensar que lo había superado y que sus encantos no
me afectaban, el corazón se me aceleraba cada vez que recordaba aquel beso. Y
últimamente había sido mucho. Demasiado.

Quiero decir... diez malditos años. No debería estar todavía en mi mente.

¿Por qué Royce me afectó tanto?

Estaba sumida en mis pensamientos, rumiando la desesperanza de todo este


asunto, cuando un susurro repentino me hizo girar en redondo.

Un ruido sordo atravesó el aire y el dolor estalló en mi cabeza. Perdí el equilibrio


y me caí de la silla mientras la habitación giraba a mi alrededor. Me ardían los ojos
y, cuando por fin recobré el sentido, estaba de rodillas con una terrible quemadura
en la alfombra.

Antes de que pudiera levantar la vista, recibí otra bofetada y mi cabeza se inclinó
hacia un lado.

—No puedes dejarme. —Miré la cara rojo sangre de Stuart, con las venas
abultadas a los lados del cuello. Su voz sonaba distante pero me di cuenta de que
tenía que estar gritando.

En ese momento, me di cuenta de que había cometido el mayor error de todos


pero ya era demasiado tarde. El siguiente golpe en la cara me hizo ver las estrellas.
Por el rabillo del ojo, vi el mocasín de cuero de Stuart acercándose a mí, e
instintivamente me doblé para protegerme el estómago. Su pie se estrelló contra mi
espalda, dejándome sin aire.

El zapato de Stuart volvió a conectar con mi espalda y me mordí la lengua para


tragarme el grito. Estaba furioso. Eso era todo, pensé. Iba a morir. Llegó otro
puñetazo, éste me dio en el cráneo, y luego otro.

Un sabor metálico me inundó la boca pero no emití ningún sonido. Me quedé


tumbada en posición fetal, con la cabeza machacando como un martillo neumático
y las extremidades doloridas.

Hasta que no oí el fuerte golpe de la puerta del hotel, no me di cuenta de que


Stuart se había ido.

La necesidad de permanecer quieta y esperar a que el dolor desapareciera era


grande, pero el miedo a que Stuart volviera era mucho mayor.

Con los dedos temblorosos, alcancé el reposapiés del sofá y me incorporé. No


sabía cómo había conseguido ponerme en pie, pero lo hice. Agarré la gabardina
desechada de Stuart de la cama, me la envolví y salí lentamente de su habitación de
hotel.

El dolor me estallaba en las articulaciones y la cara me palpitaba como si me


hubiera fracturado todos los huesos de la mejilla, pero lo ignoraba todo mientras
luchaba por ver a través del ojo hinchado.

El ascensor estaba en el lado opuesto del pasillo, así que tomé las escaleras a
pesar del dolor que me recorría a cada paso.

Lógicamente, sabía que un hospital o mis padres eran las opciones razonables,
pero prefería morir antes que explicárselo a alguien.

No supe cuánto tardé en salir del hotel ni cuánto caminé, pero sentía las piernas
inestables y el dolor era cada vez más insoportable, si cabe.

Finalmente, un hombre de cabello canoso y ojos oscuros me detuvo, con una


expresión de compasión en el rostro.
—¿Debería llamar a la policía?

—No... la po-policía no —solté con los labios hinchados.

Seguí avanzando, ignorando al hombre que gritaba detrás de mí. De repente, un


auto se detuvo, junto con mi corazón.

La puerta se abrió y parpadeé varias veces, luchando por aclarar mi visión


borrosa. El hombre no me resultaba familiar, pero podían ser mis heridas las que me
confundían.

—Señorita, tome el taxi. Yo pago. —Conseguí girarme en la dirección de la voz,


encontrando al mismo hombre mayor observándome con ojos oscuros.

Me tomó suavemente por el codo y me guió hasta el taxi; luego, en un portugués


fluido, dio instrucciones al conductor para que me llevara donde yo quisiera,
entregándole un montón de billetes.

Me ardían los ojos ante su amabilidad y la primera lágrima caliente me recorrió


la cara, escociendo a su paso.

—Gracias —grazné.

—Cuídate —dijo, poniendo algo en mi palma—. Si necesitas ayuda, esta es mi


tarjeta.

La puerta se cerró y el taxi se puso en marcha, y por fin miré y pillé al conductor
mirándome por el retrovisor.

—¿A dónde, señorita?

Le dije la dirección en portugués, con la lengua en la boca. Por suerte, pareció


entenderme.

Me recosté en el asiento de cuero, luchando contra las ganas de cerrar los ojos y
quedarme dormida. Solo necesitaba llegar hasta la única persona en la que confiaba
para que guardara el secreto y me mantuviera a salvo.
Se me oprimió el pecho al saber que podría haberlo evitado desde el principio.
En lugar de eso, fui una estúpida que se convenció a sí misma de que esta era su
mejor oportunidad para un futuro feliz, a pesar de todas las advertencias y señales
de alarma.

—Ya hemos llegado, señorita —dijo el conductor, con voz metálica y distante.

El auto se detuvo y levanté la cabeza, suspirando de alivio. Me encontré con


viejos muros de piedra y una verja de metal negro. La casa de Royce en Lisboa.

El conductor salió y rodeó el auto para abrirme la puerta. Apoyé los pies en el
adoquinado y utilicé la puerta para mantenerme firme. Necesité todas mis fuerzas
para dar esos pocos pasos hasta la puerta sin doblarme de dolor.

Justo cuando perdí el equilibrio y empecé a caer, unos brazos fuertes y cálidos
me atraparon en plena caída.

—¿Willow? —Royce me miró fijamente, con furia e indignación en sus


facciones—. ¿Quién te ha hecho esto? —gritó—. ¿Quién carajo?

Mis dedos se clavaron en sus brazos y tragué saliva con dolor. Por fin estaba a
salvo.

—Yo... no tenía a dónde ir.... —El pánico volvió a apoderarse de mí cuando me


di cuenta de que eso no era exactamente correcto—. No... no dejes que mis padres
me vean así.

Y entonces la oscuridad me arrebató.


Royce

Tras mi infructuoso intento de encontrar a Willow en el hotel, volví a casa y la


encontré dando tumbos hacia la puerta, golpeada y magullada.

La visión me había dejado sin habla; no recordaba ningún momento en el que me


hubiera sentido tan visceralmente enfadado. Tenía un ojo hinchado, partido y
sangrando, la mejilla magullada y el labio hinchado. Alguien la había golpeado. No,
no sólo la había golpeado. Le habían dado una paliza, atacado.

Me paseé por mi habitación mientras Willow dormía en la cama, con el cuerpo


hecho un lienzo de moratones. Me puse en contacto con un médico, y veinte minutos
después de que el taxi se alejara, por fin estaba terminando su examen.

Ella había estado yendo dentro y fuera de la conciencia, pero todavía no había
dicho otra palabra.

Esperé con la respiración contenida a que el médico me diera su diagnóstico.

—La han agredido brutalmente —dijo el Doctor Rodrigues, y tuve que apretar
los dientes, luchando contra el impulso de gritarle por decir lo obvio.

—¿Algo más? —Me quejé, con todas las posibilidades enfermizas y retorcidas
revoloteando en mi mente. Se me oprimió el pecho y me pasé una mano por mi
cabello, reprimiendo mi irritación e ignorando la repulsión que sentía en el
estómago. No era el momento de comportarse como un neandertal.

—No hay signos evidentes de agresión sexual. —El doctor debe haber leído mi
preocupación—. Pero no puede haber garantías hasta que hablemos con ella. —Se
movió en la cama y se inclinó sobre ella—. Debo pedirle privacidad para poder
atender sus heridas.

Oh, mierda, no.

—No va a pasar. —Mi expresión se ensombreció y clavé los ojos en el médico—


. Es de la familia. —Prácticamente.

Al Doctor Rodrigues se le iluminaron los ojos.

—En ese caso, permítame proceder.

Se quitó los guantes y declaró que no había heridas que requirieran cirugía, pero
que vigilaría su estado en las próximas horas y días. Le aplicó una crema en los
cortes de la cara y la mano que tenía apretada. Tuvo que abrirle los dedos para
extraerle la tarjeta que tenía en la palma.

Fruncí el ceño al agarrarla y leerla en voz alta.

—Kian Cortes. Seguridad.

Los ojos de Willow se abrieron de golpe y la tarjeta se olvidó de inmediato. Me


dejé caer sobre mis rodillas y tomé su mano entre las mías.

—Royce. —Su voz era débil, sus labios apenas se movían.

—Estoy aquí, nena. —La rabiosa posesividad que sentía hacia ella se extendió
por mí como un incendio—. Dime lo que necesitas.

—Mi-mis padres... —Se lamió el labio inferior e hizo una mueca de dolor—. No
dejes que me vean así.

Eso podría ser difícil teniendo en cuenta que su boda era mañana y sus padres
tenían planes para verla temprano. Pero si la sospecha que tenía en la boca del
estómago era cierta, se casaría con ese cabrón por encima de mi cadáver.

—¿Quién te hizo esto? —pregunté en voz baja.

El médico se aclaró la garganta, recordándonos que estaba en la habitación.


—Señorita, soy el Doctor Rodrigues. —Willow asintió, vacilante—. Quería
discutir con usted el alcance de sus heridas.

Los ojos de Willow se desviaron hacia mí, su labio magullado temblaba, y mi


corazón se retorció como si le hubieran clavado un cuchillo.

—Royce, ¿puedes darnos un poco de intimidad? —Se agachó para ajustarse la


bata sobre el pecho, y la furia que corría por mis venas se hizo más intensa. Debió
de darse cuenta de mi suposición porque sus ojos se abrieron de par en par y se
apresuró a decir—. No, no por esa razón. Nadie me ha tocado así.

El alivio me invadió como el hielo en un caluroso día de verano, pero no calmó


mi sed de venganza. Nadie tocaba a mis seres queridos y se salía con la suya.

Me costó mucho concederle su intimidad. Se lo merecía, así que reprimí en el


fondo de mi alma la necesidad imperiosa de estar en su presencia. Ella no necesitaba
verme golpear paredes en ese momento.

Le di un beso en los nudillos magullados.

—Si me necesitas, estaré al otro lado de la puerta.

Una vez en el pasillo, dejé caer las manos sobre las rodillas y respiré hondo varias
veces. Contemplar la mejor forma de cometer un asesinato era lo único que me
mantenía con los pies en el suelo. Necesitaba un nombre -aunque lo sospechaba- y
entonces todas las apuestas estarían echadas.

Si tenía que ir a la cárcel, que así fuera, pero el puto Stuart Harris no volvería a
poner los ojos en Willow. Mientras me restregaba una mano por la cara, mi mente
se agitaba explorando mis opciones. Cuando se trataba de mantener a salvo a las
personas de mi vida, sabía que podía ser ilógico, pero mi sentido de la
responsabilidad por Willow me golpeaba con más fuerza que nunca.

Justo cuando estaba a punto de sacar el teléfono y llamar a mi hermano, se abrió


la puerta de mi habitación y apareció la cabeza llena de cabello blanco del Doctor
Rodrigues.
—Está descansando —declaró antes de que yo pudiera decir nada—. Necesitará
tomarlo con calma durante al menos una semana.

—¿Está prescribiendo algún medicamento? —pregunté.

—He dejado toda la información necesaria con la señorita Auclair.

Lo miré con desconfianza.

—¿Y no fue agredida sexualmente?

—No lo fue —confirmó, luego se subió la correa de la mochila al hombro y


desapareció en dirección a la puerta de mi casa.

Cuando el Doctor Rodrigues se marchó, volví a mi dormitorio, donde mi mirada


se fijó en su forma dormida, cuya piel ya estaba adquiriendo tonos negros. Aunque
sus heridas se curarían, me seguía pareciendo jodidamente mal que estuviera herida.
Mierda, nadie debería haberle puesto un dedo encima nunca.

Supuse que una parte de mí sabía, en el fondo, que mi preocupación por su


seguridad se había originado aquella noche de hace tantos años. Cuando me contó
lo que le había hecho su vil ex-novio y la vulnerabilidad que vi en ella a medida que
avanzaba la noche. Cuando me sorprendió plantándome aquel beso, lo achaqué a
que estaba en un estado emocional exacerbado. Pero seguía recordando lo suaves
que eran sus labios, su sabor y el modo en que su lengua se enredó con la mía. A
partir de entonces, juré cuidarla.

Durante las tres horas siguientes, me dediqué a elaborar un plan en mi habitación.


Llamé a mi cuñado, Alexei, que a su vez pidió algunos favores, que era la única
razón por la que estaba viendo las imágenes de la noche anterior. Mi propia
vigilancia me daba acceso a las cámaras de seguridad de las zonas comunes del hotel
de Willow, pero ella no había tomado el ascensor cuando huyó, y la cámara cercana
a la salida que tomó no funcionaba. Alexei movió hilos e hizo que le enviaran
imágenes desde nueve ángulos diferentes en menos de una hora.
Stuart debió de ser quien la hirió. Era conocido por su mal genio, y si la agresión
hubiera sido aleatoria, ella no habría salido corriendo del hotel como si el diablo le
pisara los talones. Habría buscado ayuda.

La vi moverse por las calles con pies inseguros, la cara húmeda de lágrimas y
sangre. Seguí sus movimientos hasta que un hombre se percató del estado
preocupante de Willow. La detuvo, intercambiaron unas palabras y la metió en un
taxi. Me resultaba vagamente familiar, y no fue hasta que lo vi poner su tarjeta en la
mano de ella que el rompecabezas encajó. Kian Cortes.

Era el brasileño que había creado una empresa de seguridad y tenía contactos con
el cártel de Cortés. Vi cómo Kian se quedaba de pie con los brazos cruzados sobre
el pecho mientras el taxi que la había traído se alejaba a toda velocidad.

Un gemido salió de los labios de Willow y me fijé en su figura. Se movió mientras


dormía y abrió sus hermosos ojos, parpadeando una... dos veces.

—Royce —susurró, y luego hizo un gesto de dolor, probablemente debido al


corte en el labio inferior, que me inyectó otra dosis de rabia.

—Buenos días, cariño —le dije suavemente, inclinándome sobre ella para
apartarle un mechón suelto de la cara—. ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubiera atropellado un tren de mercancías.

—Yo... —Parpadeó de nuevo y desvió la mirada, de repente muy interesada en


lo que la rodeaba. Me senté en el borde de la cama y me incliné sobre ella, tomando
suavemente su barbilla entre mis dedos—. Viniste a pedirme ayuda, magullada y
golpeada. —Abrió los labios hinchados y los cerró sin decir palabra—. Déjame
ayudarte. —Aspiró y pareció adolorida mientras sus ojos se empañaban—. Cariño,
¿no confías en mí?

—Yo... sí. Estoy tan... —Intentó incorporarse, se estremeció y luego hundió los
hombros en señal de derrota—. Avergonzada.

Le acaricié la cara con manos firmes pero suaves. Pensar en hacerle daño me
hacía querer hundirme en el suelo y dejar que la tierra me tragara entero. Willow ya
era una mujer frágil, sus delicados huesos eran más propios de una bailarina que de
una luchadora, aunque su fuerza interior siempre le devolvía la mirada.

—No tienes motivos para estarlo. —Soltó un sonido suave, levantó la mirada y
la clavó en un punto por encima de mi cabeza. Se quedó mirando a la nada, con su
terquedad brillando—. Ahora, cariño, será mejor que me digas quién mierda te ha
hecho daño o te juro que voy a perder la maldita cabeza.

—Realmente tienes facilidad de palabra —protestó, con los labios temblorosos.

—¿Quién ha hecho esto? —gruñí, haciendo que se estremeciera, e


inmediatamente me obligué a respirar hondo. No quería, no podía asustarla. Vino a
pedirme ayuda.

Esta vez extendió las manos y me agarró la cara. Sus ojos encontraron los míos
y negó con la cabeza.

—Royce, por favor...

—El nombre —gruñí, cortándola. Apreté la boca y la rabia me recorrió las venas
mientras esperaba a que confirmara lo que sabía por dentro.

Me tocó la mejilla, su mano fría contra mi furia latente.

—Por favor, no te preocupes. Ya estoy bien.

Suavicé la mirada, instándola a que viera lo cerca que estaba de perderla.

—¿No confías en mí?

Una respiración temblorosa la abandonó.

—Lo hago, pero... no quiero... —Ella hipó—. No puedo hablar de ello.

—Necesito el nombre, Willow —le supliqué, con mi determinación temblando.


Quería oírla decirlo—. Si confías en mí, me darás el nombre.

—Confío en ti.

—Entonces, por favor, haz esto. Por mí.


—Prométeme que no harás nada. —Sus ojos verdes brillaban con lágrimas no
derramadas—. No quiero que te metas en problemas.

—No me meteré en problemas. —Pero haría algo al respecto—. Ahora, por favor,
dime quién te hizo daño.

—Stuart.

Una palabra. Un nombre. Un cabrón que estaba a punto de morir.


Willow

Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras me ponía la palma de la mano en el


estómago, agradecida por esta segunda oportunidad.

Antes de marcharse, el médico me confirmó que el bebé estaba sano y me recetó


vitaminas prenatales. Me sentí aliviada por su seguridad. Nunca volvería a poner en
peligro a mi bebé por las apariencias. Todas mis razones para casarme con Stuart se
habían desvanecido, no, se habían convertido en cenizas, y no había ni una pizca de
arrepentimiento. Mi sexto sentido llevaba semanas alertándome sobre Stuart, pero,
como una tonta, lo había ignorado. Había visto las señales y, como una mujer cegada
por la esperanza, me convencí de que estaba equivocada. Casi me costó la pequeña
vida que crecía dentro de mí.

Me arriesgué a mirar a Royce, cuya tensión se desprendía de él en oleadas


mientras el silencio dominaba la habitación.

Volví a apartar la mirada, con una gran vergüenza asfixiándome. Ahora sabía que
nunca había sentido nada verdadero por Stuart. Sin embargo, cuando supe lo del
bebé, me convencí de que casarme con él era lo correcto.

Si no lo hubiera hecho... Si hubiera seguido mi instinto, no habría llegado a esto.

Sin mediar palabra, Royce tomó el frasco de la mesilla de noche y procedió a


enjabonarme la piel con pomada, cubriendo los moretones. Sus movimientos fueron
metódicos, sin causar dolor ni molestias.

Pero el dolor de mi pecho lo compensaba.


—¿Cuántas veces te ha hecho daño antes? —La voz de Royce era suave, pero era
imposible pasar por alto la advertencia en ella—. Supongo que ésta no ha sido la
primera.

—Royce, por favor no...

—Willow, ya estoy en un estado en el que estoy preparado para cometer


asesinatos en masa. Por favor, no excuses las acciones de ese bastardo.

Tenía razón, por supuesto. No había nada que pudiera decir para justificar lo que
Stuart me hizo. No cuando tenía que cuidar a este bebé. Un bebé al que ya amaba.

—Es la primera vez que me pone una mano encima —dije finalmente,
sosteniéndole la mirada para que pudiera ver la verdad en ella—. Pero he visto
destellos de su temperamento, y debería haber sabido que no debía ignorarlos.

—¿Por qué no dijiste nada? —preguntó, y deseé que hubiera una respuesta
sencilla. Si no me hubiera quedado embarazada, probablemente lo habría hecho.
Pero esta pequeña vida creciendo dentro de mí lo había cambiado todo—. Willow,
pensé que éramos amigos.

Me atrapó allí, pero en mi defensa, tampoco había dicho ni una palabra a Aurora
ni a Sailor. Llámalo vergüenza o llámalo anhelo de una realidad diferente. Había
visto a mis mejores amigas enamorarse de hombres que adoraban el suelo que
pisaban. Claro, eran mafiosos, pero aun así. No se podía culpar la forma en que
hicieron de mis chicas su máxima prioridad.

Y ahí estaba yo embarazada de un idiota porque tuve que ir a tener una aventura
durante un período de sequía.

—Tengo miedo de perderte —admití finalmente.

—Nunca me perderás. —Rozó la punta de su nariz con la mía—. Estoy aquí. Para
ti. —Me rodeó con sus fuertes brazos y apretó suavemente. Nunca me había sentido
tan segura como ahora—. Nadie volverá a hacerte daño.

—Nunca debí aceptar casarme con él —murmuré—. Sabía que era un error desde
el principio.
—¿Por qué lo hiciste, entonces?

Pasó un segundo de silencio antes de que susurrara:

—Porque estoy embarazada.

—¿Embarazada? —repitió, con una voz inquietantemente tranquila.

Me tragué el nudo que tenía en la garganta y asentí con la cabeza, incapaz de


encontrar la voz. Hasta que Stuart se puso furioso, una pequeña parte de mí
lamentaba estar embarazada. Stuart no era el hombre adecuado. No era el momento
adecuado. Las circunstancias no eran las ideales.

Pero ahora, ese arrepentimiento había desaparecido. Mis instintos se habían


disparado cuando el temperamento de Stuart amenazó a mi bebé. Ahora sabía, sin
un ápice de duda, que protegería a mi hijo a toda costa.

—Sí, Royce —afirmé con calma, a pesar de la agitación en mi pecho—. Estoy


embarazada.

—Te pegó sabiendo que estás embarazada. —No sabría decir si era una pregunta
o una afirmación, pero el rostro de Royce se convirtió en una máscara inexpresiva
mientras en sus ojos bailaban sombras oscuras y amenazadoras—. Voy a matarlo —
afirmó con naturalidad.

Sus palabras volátiles me oprimieron el pecho. No podía dejar que Royce se


metiera en problemas por mi culpa, por mucho que quisiera vengarme.

—No vas a matarlo —repliqué con calma.

—Oh, sí, lo haré. —Saltó de la cama y empezó a pisotear la habitación como un


animal enjaulado. De repente se detuvo y sus ojos oscuros se posaron en mí—.
¿Estarás bien sola durante una hora?

Me incorporé de golpe y me deslicé fuera de la cama, ignorando los gritos de mi


cuerpo. En cuanto mis pies tocaron la alfombra de felpa, la habitación empezó a
girar.
—Vaya. —Moví los brazos para agarrarme a algo y sostenerme antes de que
Royce me agarrara. —De acuerdo, no me lo esperaba —murmuré, intentando apartar
los puntos negros de mi visión.

—No sé cómo no —espetó Royce con rabia—. Te han agredido físicamente y,


por si fuera poco, estás embarazada. Vuelve a la cama.

Enderezando los hombros, lo fulminé con la mirada.

—Soy más fuerte de lo que parezco, Royce, y no pienses ni por un minuto que
puedes mandarme.

Pasó un segundo tenso antes de que sus hombros se hundieran.

—Bien. Willow, por favor, por el amor de Dios, vuelve a la cama y descansa.

Le sostuve la mirada.

—Sólo si prometes descansar a mi lado.

Frunció el ceño.

—Más tarde. Ahora mismo, tengo que...

—Tienes que ir a asesinar a alguien —lo corté exasperada—. Sí, lo sé. Y esa es
la razón exacta por la que voy contigo o te quedas aquí conmigo.

—No.

Levanté la barbilla con obstinación.

—Sí.

—Willow...

—Royce. —Nos miramos el uno al otro, nuestra batalla de voluntades jugando


al tira y afloja, ninguno de los dos dispuesto a ceder. Me latía la cabeza, pero no iba
a dejar que se diera cuenta—. Entonces, ¿qué va a ser? —Por fin rompí el silencio.

—Necesitas un entorno sin estrés en tu estado.


Asentí.

—De acuerdo.

Me dedicó una sonrisa de satisfacción.

—Sabía que verías las cosas a mi manera.

Puse los ojos en blanco.

—No me has entendido. Estoy de acuerdo en que necesito un entorno sin estrés.
Así que para que las cosas me resulten un poco menos estresantes, tengo que insistir
en que permanezcamos juntos. No estoy preparada para contarle a nadie lo que pasó,
y puedo admitir que necesito a alguien a mi lado hasta que me recupere. —Me miró
fijamente, parpadeando con furia, con confusión en los ojos. Suspiré—. Eres mi
manta de seguridad, Royce —le dije—. Así que, si quieres darle una paliza a Stuart,
iré contigo. —Podría argumentar que Stuart no valía la pena, pero conocía a Royce
lo suficiente como para que no lo dejara pasar. Así que lo apoyaría en esto, en parte
porque el bastardo se merecía una buena paliza—. Y yo estaré allí para asegurarme
de que no lo mates.

—¿Estás preocupada por Stuart?

—No, me preocupas tú —contesté—. Si lo matas o le das una paliza lo bastante


fuerte, es probable que tengas que desaparecer. Quiero estar contigo para
escondernos juntos. Además, mis cosas están en el hotel.

Contuve la respiración, viéndole reflexionar sobre mis palabras mientras se


sentaba y se pasaba la mano por el cabello.

—Embarazada —dijo, casi como si estuviera probando la palabra. Asentí y me


fulminó con la mirada—. ¡Estoy furioso de que no hayas acudido a mí antes!

Parpadeé confundida.

—¿Perdón? —siseé con indignación.

—Mierda, creía que confiabas en mí —dijo, con una acusación clara en la voz.
—En primer lugar, no me gusta tu actitud, así que será mejor que te calmes de
una puta vez —dije, frotándome el vientre aún plano—. Y confío en ti. —Se burló
como si no me creyera—. Sé que estás en shock; yo también lo estuve cuando me
enteré. Pero a pesar de todo, me mostrarás algo de respeto. —Royce me miró, con
el labio ligeramente levantado—. Y no, no me distraerás de nuestra conversación. Si
vas al hotel, me llevarás contigo. Si no, te quedas aquí, donde puedo vigilarte.

La tensión se retorcía entre nosotros, tejiendo su cuerda invisible hasta


envolverme el pecho con fuerza, dificultándome la respiración. Mis nudillos se
pusieron blancos, pero me negué a apartar la mirada mientras el momento se
alargaba hasta la eternidad.

—Bien —aceptó finalmente, y mi aliento me abandonó con un silbido—. Pero


primero duerme un poco. Nos iremos antes del amanecer.

—De acuerdo. —Ahora mismo aceptaría cualquier cosa con tal de que no se fuera
sin mí. Bueno, casi cualquier cosa.

—Y te cargaré a mi auto, luego a la habitación del hotel, y luego de vuelta al


auto. Si alguien intenta algo, disparo primero y pregunto después.

Sus palabras deberían haberme provocado náuseas, pero no fue así. Para bien o
para mal, Royce me hacía sentir segura.

—De acuerdo.
Royce

Permanecí al lado de Willow mientras dormía, observando los moretones y las


marcas de su cara. La furia volvió a centellear en mi pecho, ansioso por darle una
paliza a Stuart, acabar con su vida... excepto por la maldita promesa que había hecho.

Desde el momento en que Willow me contó lo de su embarazo, una brasa ardiente


de resentimiento se abrió paso en mi corazón. Odiaba a Stuart, pero me odiaba aún
más a mí mismo. Y luego estaba ese abrumador sentimiento de culpa. Si no hubiera
sido por mí, nunca la habría conocido. Nunca debí permitir que ese cara de culo se
acercara a Willow.

Nunca había sentido un afecto tan feroz por ninguna otra mujer. Nunca había
deseado tanto que algo fuera mío como para que me doliera el pecho. Sí, sabía que
había una larga lista de razones por las que desearla estaba mal: iba a tener un bebé
que no era mío, era la mejor amiga de mi hermana pequeña. Además, era imposible
que le gustaran las cosas pervertidas que yo hacía, y probablemente le daría asco si
se enterara pero no podía dejar de preocuparme por ella. Si me dejara, la adoraría
hasta mi último aliento.

A medida que avanzaban las horas y se acercaba el amanecer, fiel a mi promesa,


desperté a Willow y la llevé hasta mi auto.

Dirigí una mirada hacia ella, hacia su pequeña figura desplomada contra el
asiento de cuero del Land Rover. Por suerte, mi cuñado se había dejado el auto
durante una de sus visitas, así que me tomé la libertad de utilizarlo esta mañana. Era
una opción más cómoda para Willow que mi deportivo, por no decir más segura.

Estaba jodidamente guapa, con un par de leggings que pertenecían a mi hermana


y la camisa de vestir blanca que yo había llevado a su fiesta. Incluso con los
moretones que estropeaban su piel normalmente impecable, Willow era una jodida
visión para la vista. Sus exuberantes rizos oscuros enmarcaban sus mejillas
regordetas y algo me dio un tirón en el corazón. Siempre era así con ella y había sido
un tonto por perder mi oportunidad.

Ella era mía y ese bebé que crecía en su interior debería haber sido mío. Había
dejado que el tiempo se me escapara, y no tenía a nadie a quien culpar salvo a mí
mismo. Qué jodido idiota había sido.

A lo largo de los años, no importaba en qué parte del mundo estuviéramos,


siempre había algo que nos volvía a unir. Yo era demasiado estúpido -y demasiado
ciego- para darme cuenta de que ella me atraía.

No era amor. No podía serlo. Sin embargo, era un sentimiento enloquecedor que
se negaba a aliviarse.

La mirada de Willow se deslizó hacia mí mientras cambiaba de marcha y me


dirigía al hotel. La ira se encendía en mi pecho cada vez que pensaba en el cabrón
de Stuart, y cada kilómetro que nos acercaba a nuestro destino la acrecentaba.

Mis manos se apretaron tanto contra el volante que el cuero crujió en señal de
protesta.

—Royce. —Su susurro fue suficiente para atravesar mi furia. Nuestras miradas
se cruzaron sólo un instante, pero un brillo de complicidad brilló en sus ojos—. Estás
loco. Yo también lo estoy pero, por favor, no seas imprudente.

Escondí una sonrisa al ver lo bien que me conocía.

—Lo prometo, pero ya es hora de que alguien le dé una lección a ese cabrón.
—De acuerdo —respondió ella, asintiendo—. Hasta cierto punto. —Tras un
instante de silencio, continuó—. Y, por favor, no utilices con él la táctica del
hermano mayor regañón.

Mi buen humor se desvaneció ante sus palabras. El hecho de que se refiriera a mí


como un hermano me irritó.

—¿Hermano mayor? —dije, mi voz inquietantemente calmada.

Me ofreció una sonrisa cansada.

—Ya sabes lo que quiero decir.

—No, no lo sé. —Ella nunca era de las que se reprimen, así que mantuve una
expresión neutra mientras añadía—: Tendrás que iluminarme.

Dejó escapar un fuerte suspiro.

—Por favor, no pierdas los nervios. Siempre has sido sobreprotector y es lo que
me gusta de ti, pero no quiero que acabes metido en problemas por mi culpa. Stuart
hizo su cama, es hora de que se acueste en ella pero no a costa de tu libertad.

—¿Quieres algún tipo de apoyo de él en términos de…

—No.

Una rápida mirada me confirmó que lo decía en serio y mi expresión se suavizó.

—¿Y tú... su... tu bebé?

Jesús, necesité toda mi fuerza de voluntad para decirlo. El sabor metálico de la


sangre en mi lengua coincidía con el desagrado de que Stuart tuviera alguna relación
con Willow o el bebé. No porque estuviera celoso -aunque sí, lo estaba-, sino sobre
todo porque aquel hombre era peligroso y la cara de Willow era un claro recordatorio
de que nunca estaría a salvo a su lado.

Tras un largo silencio, finalmente respondió con resignación.


—Obviamente no puedo impedir que se acerque a su propio hijo pero la
seguridad del bebé será mi prioridad. Mi mamá siempre decía que, si un hombre te
pega una vez, lo volverá a hacer. Si te engañan una vez, lo volverán a hacer. Y confío
en que tiene razón.

—Bien —exhalé un largo y lento suspiro y me pasé una mano por el cabello.
Estaba totalmente de acuerdo y era exactamente lo que me había hecho cuestionarme
durante años si era lo bastante bueno para Willow. No engañaba, no exactamente,
aunque mis preferencias sexuales pudieran percibirse como tales. Degradación,
elogios, masoquismo, azotes y, a veces, incluso atar a mi pareja y usar el látigo.

Me pellizqué el puente de la nariz.

La frustración y el odio hacia mí mismo me quemaban la piel. Ahora mismo, todo


lo que quería era ser lo que Willow quería y necesitaba, pero estaba bastante seguro
de que si descubría mi afinidad por el BDSM cambiaría para siempre su percepción
de mí.

Y eso no podía soportarlo. No podía perderla también como amiga.

La presión de mi pecho se expandió mientras su aroma limpio y cálido llenaba el


auto, embriagándome al tiempo que me nublaba la cabeza.

Permanecí en silencio durante varias calles, serpenteando por partes de Lisboa,


con la mente a mil por hora. Tenía que haber una forma de ayudarla a salir de este
lío, una forma de aliviar mi culpa por haber metido a Stuart en su vida.

Estábamos parados en un semáforo en rojo cuando la solución me golpeó como


una tonelada de ladrillos.

—Nos vamos a casar. —Las llamas gemelas se convirtieron en un infierno en mi


pecho con las palabras al aire libre, rebotando en las ventanillas del Land Rover
como una pelota de ping-pong.

Willow se sentó erguida, mirándome con los ojos muy abiertos. A cada segundo
que pasaba, estaba seguro de que era la mejor idea de mi vida.

—¿Haremos qué?
Mi pulso latía a un ritmo frenético cuando me detuve a una calle de distancia del
hotel y la miré fijamente a los ojos.

—Nos casaremos —repetí pacientemente. La aspereza de mi voz correspondía a


la intensidad de mis emociones. Maldita sea, tenía que controlarme antes de
espantarla—. No hay mejor manera de hacerle entender a Stuart que nunca te tendrá.
Dependiendo de cómo transcurra esta próxima hora con el hijo de puta, vivirá, pero
no pondrá un pie en la vida de tu bebé. —Aunque me dije a mí mismo que estaba
haciendo esto por ella, sabía que era enteramente por razones egoístas—. Tú no
quieres que mate a Stuart y yo no quiero que él piense que puede acercarse a ti.
Puede que yo tenga contactos en los bajos fondos y acceso a más armas que un
pequeño ejército, pero Stuart también tiene contactos. También tiene un ego al que
no le gustará que golpeen.

No deseaba volver a experimentar el terror que se apoderó de mí cuando encontré


a Willow herida delante de mi casa. Aún más aterradora era la posibilidad de que yo
no estuviera allí.

La sorpresa cruzó su rostro e inclinó la cabeza en lo que yo esperaba que fuera


una consideración a mi propuesta. No era la más romántica, pero había salido y me
negué a retractarme.

—Royce, estoy embarazada —habló despacio, como si se dirigiera a un niño.

—Cuidaré de ti y del bebé.

—Pero... —Su frase se cortó con un suave jadeo cuando le rodeé la nuca con la
mano, acortando la distancia entre nosotros.

—Cásate conmigo, Willow. —La inseguridad, un sentimiento tan extraño y


desconocido, serpenteó hasta mi corazón—. Somos los mejores amigos. Ya sabemos
que nos llevamos bien. Podemos hacer que funcione.

—Esa no es exactamente la forma en que me imaginaba... —Vaciló, tragando


fuerte, antes de añadir—. Una propuesta.
—Al diablo con lo normal, Willow. Somos tú y yo. Prometo protegerte, honrarte
y ser bueno contigo y con tu bebé. —La aspereza de mi voz me sobresaltó, pero no
más que la intensidad de esos sentimientos que se retorcían dentro de mi pecho.

—Pero estoy arruinada y sin trabajo.

En cuanto las palabras salieron de su boca, supo que había cometido un desliz.
Nuestras miradas se cruzaron y la conciencia la enrojeció al saber que era otro
secreto que me había ocultado.

Un mechón de cabello le rodeó la cara y levanté la mano para colocarlo detrás de


la oreja. El contacto fue ligero y reverente, y un pequeño escalofrío recorrió su
cuerpo. No sabía si era una reacción positiva o negativa, así que me concentré en su
rostro.

—¿Cuándo perdiste tu trabajo? —Mi voz era suave con un toque de vehemencia.

—Hace unas semanas. —Me quedé callado, viendo la mentira en su cara—. Hace
poco más de un mes.

—¿Por qué? —Mordiéndose el labio inferior, probablemente estaba debatiendo


si era prudente mentir o no—. Quiero la verdad, Willow.

Suspiró resignada.

—Stuart apareció durante una de las producciones y perdió los estribos. Mi jefe
no se lo tomó bien. —Tragó fuerte—. No le gustaba la violencia física.

No. Jodida. Mierda.

—Y me lo ocultaste, ¿por qué?

—No lo sé. —Titubeó, la vergüenza tiñó sus mejillas—. Me había enterado de


que estaba embarazada a principios de esa semana y me sentí mal al correr hacia ti.
—Otro escalofrío recorrió su cuerpo y cerré los ojos, haciendo acopio de mi
paciencia—. Me sentí como una perdedora.

Sus pestañas oscuras bajaron, proyectando sombras contra sus mejillas, y yo


apreté la frente contra la suya un momento antes de recomponerme.
—Siempre deberías acudir a mí. —Permaneció callada, sus ojos brillando con
emociones que me destriparon—. No importa qué, cuándo o cómo. Acude a mí.
¿Entendido?

Ella asintió.

—¿Aún quieres seguir adelante con el plan y con una desempleada? —murmuró.

—Absolutamente. Nunca más tendrás que preocuparte por el dinero. No cuando


estés conmigo. Además, eres brillante. Puedes ayudarme con mi empresa.

Ella soltó una carcajada estrangulada.

—No sé nada de tu estrategia de inversión. No puedo ayudarte con ella, no si


quieres seguir siendo multimillonario.

Había heredado la mayor parte de mi fortuna pero también la amplié -al igual que
mis hermanos- invirtiendo en bienes inmuebles, acciones y la puesta en marcha de
varias tiendas de recreo de gran éxito.

—Entonces sé una esposa trofeo. Lo que quieras. —La contención y las


emociones endurecieron el filo de mi voz. De ninguna manera la iba a dejar ir. Era
mía para protegerla.

—Estoy embarazada, y el bebé no es...

Intentaba encontrar razones por las que no debíamos estar juntos y yo no quería.

—Les daré a ti y al bebé una vida hermosa. —Me lanzó una mirada dudosa, aún
poco convencida, pero negarse no era una opción. Ya no—. Lo juro por la vida de
mi mamá.

Ella suspiró.

—Te creo, pero yo no soy tu problema. Tampoco lo es mi bebé.

—Estás bajo mi protección, el bebé también. Y para que quede claro, no eres mi
problema. Eres mi solución.
Ella entrecerró los ojos.

—¿Eh?

Mi mente trabajaba furiosamente.

—Me harás un favor.

—¿Cómo es eso?

—Me dará tranquilidad saber que estás protegida. —Mis ojos se posaron en su
bajo vientre—. Los dos.

Frunció el ceño.

—Eso es... Estoy agradecida... halagada de que...

—Hazlo por mí —intervine—. Si no lo haces por ti, hazlo por mí. —Me estaba
agarrando a un clavo ardiendo, intentando encontrar una razón para convencerla de
que era una buena idea—. Has venido por mí a los eventos de negocios a los que
asisto y que me ofrecen un acompañante. Si estamos casados, no tengo que
preocuparme por eso.

Se rio suavemente.

—Sí, y sé lo fácil que es para ti encontrar una cita.

—Pero ninguna de ellas es... —Dejé que la palabra no dicha colgara entre
nosotros. No quería asustarla, así que rápidamente controlé mis emociones—. Esas
mujeres no me estimulan. Además... no me ayuda a restaurar mi imagen. Los
tabloides me han estado costando negocios. No puedo dejar que la gente que confía
en mí para ganarse la vida sufra por culpa de la mala prensa. —Su labio inferior
desapareció entre los dientes, contemplando mis palabras—. Saldremos ganando los
dos —añadí.

Acerqué el pulgar y lo presioné contra la base de su cuello, donde latía su pulso.

—Entonces... ¿sería estrictamente platónico? —Me estudió con un desafío que


había llegado a conocer bien a lo largo de los años de nuestra amistad—. Porque lo
último que necesito ahora mismo, Royce, es ser una nota a pie de página en tu libro
o en el de cualquier otro.

—Estrictamente platónico —acepté. Por ahora. Porque Willow estaba


jodidamente equivocada.

Ella nunca podría ser una nota a pie de página en ningún libro. Ella era el libro,
toda una enciclopedia.
Willow

Mientras mi corazón retumbaba en mi pecho, el canto de los pájaros al amanecer


flotaba en el aire y el sol naciente proyectaba un tono rosado sobre Lisboa. Las calles
de la ciudad empezaron a bullir de actividad y el ajetreo de los madrugadores
comenzó a despertar al mundo.

Un matrimonio. Con Royce.

Debería haber sido un sueño hecho realidad pero algo parecido a la decepción se
apoderó de mi estómago cuando accedió a mi petición platónica. Las alarmas
sonaron en mis oídos pero mi corazón las ignoró.

Lo haría por mi bebé.

Aparte de mi papá, no había hombre en quien confiara más que en Royce. Me


quedé sin trabajo y, a menos que pensara mudarme con mis padres, también me
quedé sin casa porque cancelé mi contrato de alquiler para preparar la boda.

—Deja de pensar demasiado —me ordenó Royce. Salió del auto y lo vi dar la
vuelta, abrirme la puerta y tomarme en brazos sin esfuerzo. Se estaba tomando muy
en serio lo de no caminar para enseñar una lección a Stuart—. Nos ayudaremos
mutuamente y lo mejor es que ya sabemos que somos compatibles —añadió,
dirigiéndose a grandes zancadas a la entrada del hotel.

Mi corazón dio un salto.


Nos llevábamos muy bien pero no estaba segura de poder controlarme si estaba
cerca de él todo el tiempo. Royce era un espécimen magnífico pero si a eso le
añadíamos su carácter amable y generoso, iba a ser imposible resistirse a él.

—Pero... —¿Podemos tener sexo?—. La gente sabrá que es falso si estamos


viendo a otras personas.

Sus pasos se detuvieron a mitad de camino.

—¿Qué otras personas?

—Tú... Bueno... Nosotros... —Estaba haciendo el ridículo. Debería haberlo


pensado mejor. Me moví en sus brazos y los míos se apretaron alrededor de su cuello
antes de encontrarme con su mirada—. Royce, eres un playboy conocido; las
mujeres se te echan encima vayas donde vayas. No puedo esperar que permanezcas
célibe.

Reanudó la marcha con una pequeña sonrisa en la boca.

—Ambos seremos célibes en este matrimonio. —Ouch. Con su barba incipiente,


su cabello oscuro ondulado y sus ojos aún más oscuros, parecía devastadoramente
guapo. Y difícil de resistir—. A menos que prefieras ser atada y...

La insinuación envuelta en su tono hizo que el calor bajara por mi estómago


mientras imaginaba lo que sentiría al tenerlo una noche. Sólo una noche.

Curiosamente, Royce y yo nunca habíamos hablado de nuestra vida sexual.


Aunque, gracias a su imagen pública, se habían filtrado muchas especulaciones
sobre sus pervertidos intereses, alimentadas sobre todo por la población femenina.

—¿Qué quieres decir? —pregunté con voz ronca, una oleada de calor tiñó mis
mejillas.

—Me refiero a 50 sombras de Grey. —Había algo en su voz -reverencia, una


suave atracción- que me encendió desde dentro hacia fuera. Y maldita sea si Royce
como Christian Grey no sonaba excitante—. No te pongas así, Willow. Estoy
bromeando.
Me burlé.

—Bien, pues celibato. —Intenté no parecer decepcionada—. Debería ser bastante


fácil —mentí, sorprendida de que no me cayera un rayo justo en ese momento.

Royce entró en el hotel, caminando por el vestíbulo con la confianza de un


multimillonario que siempre se sale con la suya mientras me llevaba en brazos al
estilo nupcial. Irónico, teniendo en cuenta que se suponía que hoy era el día de mi
boda.

—¿En qué puedo ayudarle, señor? —dijo el conserje, mirándome con recelo,
probablemente observando mi cara vendada y preguntándose si estábamos a punto
de montar una escena.

Royce ignoró al hombre y siguió caminando, luego se detuvo y habló por encima
del hombro de una manera que no admitía discusión.

—La boda Auclair-Harris no se celebrará. La casi novia ha cambiado de opinión.


Ha decidido fugarse conmigo.

El delicioso aroma masculino de Royce inundó mis pulmones y me hizo


revolotear mariposas en el estómago.

—Pero no el cura —añadió.

—¿Señor?

—Mantén al cura aquí y haré que valga la pena. —Los ojos de Royce volvieron
a mí y continuó hacia los ascensores—. Avisaré a tus padres y amigas.

No me sorprendió que conociera el plan para que el cura de mi familia, el mismo


que unió a mis propios padres, me casara. La familia Harris no era muy religiosa,
pero mis padres habían insistido en que estuviera presente y bendijera el enlace.

No pude evitar comentar.

—Fugarme, ¿eh?

Una sonrisa bailó en sus ojos a pesar de su expresión adusta.


—Supongo que tendremos un día ajetreado antes de desaparecer.

No dio más detalles y lo miré fijamente para exigirle respuestas. Entró en el


ascensor vacío y pulsó el botón de la última planta.

—¿Y para qué necesitas al cura de mis padres?

Su labio se elevó.

—Tengo que confesar mis pecados.

Las puertas del ascensor se cerraron y comenzó el silencioso ascenso hasta mi


habitación de hotel.

—¿Pecados o perversiones? —bromeé, intentando cortar la electricidad que


crepitaba entre nosotros.

Me lanzó una mirada llena de fuego.

—¿Tal vez ambos?

Sonreí, pero enseguida me estremecí y me llevé la mano a la mandíbula. Fue


suficiente para recordarnos lo que nos había traído hasta aquí y el ambiente se
ensombreció. Olvidado el sacerdote y todo lo demás, apreté con fuerza su nuca y
respiré con fuerza, esperando que se me aflojara el nudo del pecho.

—Sólo no lo mates, Royce —murmuré—. Stuart no vale la pena.

El rostro de Royce se transformó en una máscara ilegible, pero su cuerpo


emanaba algo equivalente a temperaturas árticas en pleno invierno.

Un presentimiento se deslizó por mi espina dorsal, advirtiéndome de que la fría


furia de Royce era más peligrosa que cualquier otra cosa.

—No te preocupes, cariño —dijo—. Hoy no mataré a nadie.

Cuando sonó el timbre del ascensor y se abrió la puerta, no pude evitar la


sensación de peligro inminente.
Un golpe de suerte hizo que nos encontráramos con una camarera que nos abrió
la puerta de mi habitación, después de que Royce le mostrara su irresistible sonrisa
y un montón de billetes, por supuesto.

—No le digas a nadie que nos has visto. —Su amenaza fue proferida con encanto
y sutil tensión enhebrando sus músculos.

—No lo haré, señor. Ni una palabra.

Él asintió, satisfecho, y ella se escabulló. Una vez dentro, echamos un vistazo a


la habitación, que estaba exactamente igual que ayer. Mi vestido de novia colgaba
de la puerta, mirándonos burlonamente. Me imaginé cómo estaría la habitación de
Stuart y me pregunté si habría llamado al servicio de limpieza para que la arreglara
después de atacarme.

Royce me colocó suavemente en el borde de la cama, agarró mi bolsa de viaje y


empezó a empaquetar eficazmente todos mis objetos en ella. Le bastaron dos
minutos para que en la habitación no quedara rastro alguno de mi presencia.

Se detuvo delante de la última prenda: mi vestido de novia.

—¿Quién lo eligió?

—Era de mi mamá —murmuré, frotándome el vientre distraídamente. El dolor


de mi cuerpo palpitaba, pero no era insoportable ahora que el médico me aseguraba
que el bebé estaba sano y salvo—. Con pequeños ajustes para adaptarlo a mí.

Asintió, sacó su teléfono y empezó a teclear furiosamente. Sonaron tres


campanadas consecutivas, y justo cuando empezaba a preguntarme a quién le habría
enviado todos esos mensajes, deslizó el delicado material fuera de la percha y bajó
la cremallera.

—De acuerdo, vamos a ponértelo.

Arrugué las cejas.


—¿Por qué? Hoy no me caso.

Cuando me miró a la cara, su sonrisa era todo encanto perezoso, y por fin pude
ver al Royce que innumerables mujeres habían experimentado antes que yo. Una
seducción peligrosa.

—Te vas a casar conmigo, ¿o ya lo has olvidado?

—¿Hoy? ¿A eso te referías antes, con lo del cura? —Me quedé boquiabierta. Mis
ojos se desviaron hacia el espejo que había sobre la cómoda—. Mírame, soy una
manzana maltratada, magullada y podrida.

Se colocó frente a mí y se arrodilló. Sus manos me rodearon la cintura con una


suavidad de la que no lo creería capaz si no lo conociera casi mejor que a mí misma.

—Estás preciosa y ningún corte o moretón podría ocultarlo. —La reverencia


evidente en su voz hizo que las emociones se agolparan en mi pecho. Malditas
hormonas. Me estaba emborrachando con su delicioso aroma, cayendo
voluntariamente en la comodidad de sus palabras—. Nos casaremos, serás una
Ashford y nadie volverá a tocarte.

—De acuerdo —suspiré, sintiendo alivio cuando sus palabras me dieron la


seguridad que no sabía que necesitaba.

—¿Puedo ayudar a vestirte?

—Se supone que técnicamente no debes verme antes, ¿sabes? —comenté


suavemente—. Trae mala suerte.

—Haremos nuestras propias reglas, nena.

La risa bailó en sus ojos mientras me daba un beso en la mejilla y se ponía en pie.
Mi pecho subía y bajaba al ver cómo sus fuertes dedos me desvestían con pericia y
me ayudaban a ponerme el vestido de mi mamá. Cuando me cerro los botones, juré
que le temblaban los dedos y lo miré con curiosidad. Quizá se lo estaba pensando
mejor.
—Royce —susurré, y sus ojos se encontraron con los míos—. ¿Estás seguro? No
quiero que te arrepientas de esto.

Una vez colocado el último botón de satén, dio un paso atrás y se apoyó en la
pared. Toda su atención estaba puesta en mí, provocando un infierno en mi interior.
Cuando me miraba así, casi podía sentir su caricia en mi piel sensible.

Todavía llevaba su chaqueta de cuero, el contraste entre nosotros era tan evidente.
Sin embargo, de algún modo, encajábamos.

—Nunca he estado más seguro de nada en mi vida —fue su respuesta, y un


suspiro de alivio me abandonó. Parecía que me iba a casar hoy, después de todo.

Me levanté despacio y me dirigí al espejo, aspirando con fuerza. La seda blanca


se ceñía a mis curvas y se deslizaba hasta el suelo en perfectas líneas, y un elegante
escote en pico dejaba espacio a la imaginación. Me di la vuelta y giré la cabeza,
echando un vistazo a mi espalda, la única pieza modificada. La espalda abierta me
llegaba casi hasta la rabadilla y el vestido resultaba muy sexy.

—Yo... —Aclarándome la garganta, lo intenté de nuevo—. Es la primera vez que


lo pruebo. —Lo que no dije fue que cada vez que había ido a probármelo en las
últimas dos semanas, el pecho y la garganta se me llenaban de ronchas. Otra señal
más que ignoraba. Royce se enderezó y, cuando nuestras miradas se cruzaron, vi
tanto afecto en sus ojos que sentí que se me cortaba la respiración—. Debería
maquillarme.

—Si quieres —dijo—. Aunque eres perfecta tal y como eres. —Dios, ¿cómo se
supone que una mujer puede resistirse a un hombre así? Antes de que se me
ocurriera qué responder, la mirada de Royce se desvió hacia la puerta contigua—.
¿Su habitación está por ahí?

Asentí vacilante y, antes de que pudiera pestañear, ya estaba cruzando la


habitación.

—Esto no tomará mucho tiempo.


Entonces dio una patada tan fuerte que la puerta salió volando de las bisagras, lo
cual ya era mucho decir porque yo sabía a ciencia cierta que las puertas de este hotel
eran blindadas y básicamente a prueba de balas. Un grito agudo salió de la habitación
y, en contra de mi buen juicio, mis pies me llevaron hasta la puerta. Supongo que no
debería haberme sorprendido encontrar a Stuart siendo montado como un puto
camello.

Una mujer vestida sólo con un delantal blanco estaba sentada encima de un Stuart
abierto de piernas, sacudiéndose salvajemente y emitiendo gemidos exagerados.

—Piérdete —ladró Royce a la criada, sin dedicarle siquiera un vistazo. Su mirada


oscura y furiosa se clavó en Stuart mientras acortaba la distancia que lo separaba de
la cama y le propinaba un revés tan fuerte que su cabeza voló hacia un lado—. Di
una palabra a alguien y te encontraré.

El terror que reflejaba su rostro demostraba que no lo haría, y casi sentí lástima
por ella. Royce podía dar miedo cuando quería.

—¿Qué mierda, Royce?

—¿Qué te dije cuando empezaste a salir con ella? —bramó, esta vez dándole un
puñetazo directo en la nariz. Stuart gimió, la sangre le chorreaba por la cara—. ¿Qué
mierda te dije, Stuart?

Me quedé helada, notando en un rincón de mi mente que la criada había salido


corriendo de la habitación.

—No es tuya —contestó Stuart, armándose de valor y con claras ganas de morir.
Royce sacó una pistola y lo golpeó con ella antes de ponérsela en la sien.
Desgraciadamente, Stuart no se desmayó y siguió parloteando—. Sólo estás
cabreado porque la dejé embarazada antes de que pudieras meterle la polla.

El cañón de la pistola de Royce se hundía más en el costado de su cabeza, con el


dedo apoyado en el gatillo. Mi sangre retumbaba tan fuerte en mis oídos que no
podía oír mis propios pensamientos.
—Royce... —Por fin encontré la voz. Su mirada se posó en mí mientras las
náuseas me revolvían el estómago—. Re-recuerda-recuerda lo que dijiste.

—Espérame en tu habitación. —Su voz tranquila y fría me atravesó el corazón y


el miedo me recorrió la columna vertebral.

—Por favor, no lo mates. —Su mandíbula se apretó. No podía dejar que Royce
pagara por sus tontas decisiones. Si apretaba el gatillo, acabaría en la cárcel. Las
cámaras nos habrían captado en el ascensor, y eso antes de toparnos con el conserje
o la criada que acababa de correr por su vida. Me sorprendió que la policía no hubiera
sido enviada aún. Así que no. Ni siquiera el apellido de Royce podría salvarlo—. No
vale la pena —le dije, instándole a recordar nuestra conversación anterior.

Asintió y guardó el arma, y yo suspiré, casi enferma de alivio.

—Willow, no necesitas ver esto —dijo Royce, manteniendo la mirada en Stuart


y negando con la cabeza. Stuart siguió nuestro intercambio, con su erección todavía
erguida hacia el techo. El espectáculo sería cómico en cualquier otra circunstancia—
. Por el amor de Dios, mujer, espérame en la otra habitación.

Un escalofrío me recorrió la espalda pero resistí el impulso de esconderme en la


habitación y dejar que Royce se encargara de todo. Si mataba a Stuart, yo sería
cómplice, para bien o para mal.

—Me quedo —respiré, con el corazón tratando de huir de mi pecho. En todos los
años que había conocido a Royce, nunca lo había visto tan enfadado—. No puedo
dejar que lo mates.

El musculoso antebrazo de Royce se flexionó mientras contenía su


temperamento, pero yo sabía que no debía tomarlo como una buena señal. La visión
de Stuart en esta cama lo cegaba de furia.

—No voy a matarlo pero le advertí lo que pasaría si te hacía daño. —La jovialidad
que estaba acostumbrada a ver en él desapareció, dejándolo envuelto en oscuridad—
. ¿No es así, Stuart?

Parpadeé. ¿Royce lo había amenazado antes?


Royce

El coraje de Stuart se desinfló lentamente bajo el peso de mi mirada.

Mi expresión no correspondía al salvajismo que crecía en mi interior. ¿Cómo


mierda se atrevía a hacerle daño? A mi mejor amiga. A mi mujer. La frustración se
encendió, retorciéndose y calentándose en mis entrañas, ardiendo por la necesidad
de mantenerla a salvo.

Pero el cabrón no tenía suficiente dolor para esta conversación, así que saqué una
navaja del bolsillo y se la apreté contra la yugular.

—Sabes que si te rajo aquí, la sangre fluye hacia y desde tu cerebro


simplemente... —Hice el sonido de una explosión con la boca y chasqueé los dedos
para añadir un efecto visual. Finalmente, el miedo apareció en los ojos de Stuart y
me incliné hacia delante—. Cometiste tu último error en lo que respecta a Willow.

Apreté la hoja contra su cuello, rebanando la piel y sus ojos se desorbitaron de


pánico.

—Fue una vez —resolló mientras los jadeos abandonaban su garganta—. No lo


volveré a hacer.

Mi agarre de la hoja se tensó.

—Así es, no lo harás. —Empujé el cuchillo más profundo, y empezó a llorar.


Mierda, y apenas había empezado—. Porque ahora es mía.
Dejó escapar un sollozo adolorido.

—No puedes llevártela. —Su tartamudeo quejumbroso me crispó los nervios—.


Está embarazada de mi hijo y tengo derechos.

En un instante, me desplacé y clavé mi cuchillo en la palma de su mano. Un


aullido salió de sus labios, rebotando contra las paredes.

—¿Quieres repetirlo? —Torcí la hoja en su carne, arrancándole gritos


inhumanos. Por primera vez, agradecí la obsesión de la familia Harris por la imagen.
Habían reservado el hotel más caro de Lisboa para la boda de su precioso hijo, y este
edificio tenía toda la pinta de ser una fortaleza. Gruesas paredes de piedra, techos
altos y una alfombra de felpa, todo lo mejor para insonorizar los gritos de este hijo
de puta—. Tal vez deberíamos probar la otra palma también. Después de todo,
cometí un error y apuñalé tu mano izquierda pero tú eres diestro, ¿no, Stuart?

Dejé que mi sed de dolor y venganza creciera en mi interior. Mi oscuridad rara


vez se apoderaba de mí, pero cuando lo hacía, era el fin del juego para cualquiera
que se interpusiera en mi camino.

Saqué el cuchillo y, antes de que pudiera cumplir mi amenaza, gritó.

—Por favor, Royce. Me perdí cuando me amenazó con cancelar la boda. —Dejó
escapar un sollozo adolorido—. No sabía lo que estaba haciendo. Perdí la noción de
mí. Tienes que creerme.

—Royce —susurró ella, su voz ligera como una pluma, pero mi rabia pudo
conmigo. Yo estaba demasiado lejos.

Le agarré la barbilla bruscamente y le retorcí el cuello como un pretzel. Tuvo


suerte de que no se lo rompiera. Hubiera sido tan jodidamente fácil.

—Mira lo que has hecho —gruñí, conteniendo a duras penas mi mal genio.
Willow se quedó en la puerta, observando todo el encuentro pálida y blanca, con los
dedos temblorosos alisando una y otra vez su vestido. Era casi como si necesitara
tranquilizarse. Debería protegerla de esta faceta mía, pero ahora mismo estaba
demasiado ido—. Dime lo que ves.
Su garganta emitía jadeos y sus ojos se desorbitaron de dolor cuando le apreté la
barbilla con la esperanza de romperle la mandíbula.

—Es-está hecha un desastre.

Apreté las muelas y mi mano se deslizó hasta su cuello.

—Ella es jodidamente hermosa, y tú estás mal de la cabeza. —Luchó contra mí,


pero fue en vano—. Pero yo te mostraré ahora un desastre. —Con precisión, corté
su testículo izquierdo. No tan profundo como para que se desangrara, pero lo
suficiente como para que perdiera la sensibilidad... para siempre. Su aullido de dolor
vibró contra las paredes mientras se sacudía como un caballo salvaje. Quería alargar
su tortura durante horas, días, pero tenía que obligar a un cura y llegar a una boda—
. Ahora, discúlpate.

Los ojos de Stuart se desviaron hacia Willow, que seguía de pie en el umbral de
la puerta, blanca como un fantasma, pero todavía preciosa con su vestido de novia.
Le di un puñetazo en la cara pero sabía que tenía que poner fin a esto. Le prometí a
Willow que no lo mataría y mantendría esa promesa, aunque me matara.

—No la mires, mierda, o te arrancaré los globos oculares del cráneo. —Para
enfatizar mis palabras, le di otro puñetazo, y el sonido de huesos crujiendo llenó el
espacio—. Discúlpate.

Giró la cabeza y me miró con ojos hinchados y brillantes. Abrió la boca varias
veces como un pez boquiabierto antes de encontrar la voz a través de su dolor.

—Lo... lo siento, Willow.

—Puedes hacerlo mejor. —Le di una palmadita en la mejilla—. Golpeaste a una


mujer. Una mujer embarazada. A mi mujer. Hazlo bien o llevaré mis lecciones a
otro nivel.

Otro sollozo de dolor brotó de sus labios ensangrentados.

—Siento mucho haberte pegado y amenazado. Soy un perdedor de mierda y


nunca debería haberte tocado. No volverá a ocurrir.
Eso tendría que bastar.

—Vuelve a acercarte a ella y te mato —advertí, inquietantemente tranquilo—. Y,


como sabes, no hago promesas vacías.

Stuart apartó de mí su mirada con miedo, fijándose en Willow, y no me gustó


nada. Todos mis instintos me gritaban que lo matara pero como había hecho una
promesa, me conformé con darle un último puñetazo que le rompió la nariz y le hizo
volar la cabeza hacia un lado, lejos de Willow.

Dejándolo, me levanté y volví a su habitación.

—¿Lista?

Asintió desde debajo de un lienzo de cortes y magulladuras.

Agarré su bolso y le tendí la mano. Ella la tomó sin dudarlo, sus suaves dedos se
entrelazaron con los míos mientras dejábamos a Stuart llorando en la habitación
detrás de nosotros.
Willow

Mientras Royce y yo nos dirigíamos hacia los ascensores, no pude evitar recordar
la primera vez que vino a rescatarme. Pero yo ya no era una niña ingenua y él no
tenía por qué salvarme.

Pero lo hizo. Como siempre, me había cubierto las espaldas. Nunca dejaría que
me pasara nada. A nosotros, pensé, poniéndome una mano en el abdomen.

Se giró hacia mí y yo arqueé una ceja en señal de pregunta.

—¿Está todo bien?

La tensión se apoderó de él y absorbió todo el aire del ascensor. Sus puños se


cerraban y abrían en torno a las correas de mi bolso.

—Yo debería preguntártelo a ti. —dijo él. Su rostro cincelado era tan bello, y
temí haber ido demasiado lejos. No había nada platónico en mis sentimientos por él.
Tal vez era sólo una reacción a su feroz protección o la forma en que siempre me
ayudaba—. ¿Te asusté?

Fruncí el ceño ante la extraña pregunta. ¿Cómo podía pensar eso? Si mi cuerpo
no estuviera maltrecho y dolorido, habría intentado saltar sobre sus huesos. Los ojos
de Royce se ensombrecieron como si pudiera leerme la mente.

—No —respondí finalmente—. Nada de ti me asusta.

Sin previo aviso, dejó caer el bolso y me tomó en brazos.


—¿Qué...?

—No deberías estar de pie, el médico recomendó el menor esfuerzo posible. Ni


siquiera debería haber aceptado que vinieras —me regañó. Lo hice callar y me apoyé
en su pecho. Sólo eran las nueve de la mañana, pero el cansancio que sentía en los
huesos indicaba que era hora de acostarse y no de empezar un nuevo día—. He
enviado un mensaje a tus padres.

—¿Qué les has dicho? —pregunté con incertidumbre. No les había hablado a mis
padres de mi embarazo ni de mis problemas con Stuart. Aunque estábamos muy
unidos, sus creencias católicas a menudo hacían que nuestra perspectiva de la vida
fuera diferente: estar soltera y embarazada, por ejemplo.

—Que me hiciste el hombre más feliz del planeta al aceptar casarte conmigo, no
con Stuart.

Arrugué las cejas.

—¿Y qué dijeron?

Me dedicó esa sonrisa que hace que las mujeres se enamoren de él.

—No tengo ni idea. Estaba un poco ocupado pero estoy seguro de que aparecerán
en nuestra boda. Ayer me llamaron a un lado en la fiesta y me encargaron que
averiguara qué te pasaba. Están preocupados. Te quieren, Willow.

Aún no tenía muy claros los detalles pero sus palabras me tranquilizaron.
Conociendo a Royce, tenía un plan, y yo le seguiría la corriente porque no había otro
lugar donde prefiriera estar que bajo su protección.

—Para que quede claro... —Un dolor de cabeza palpitaba detrás de mi sien, pero
me negué a dejar que arruinara el día de hoy—, caminaré hacia el altar cuando me
case contigo. Farsa de matrimonio o no.

Se le dibujó una sonrisa en la cara justo cuando se abrió la puerta y recogió la


bolsa de viaje sin esfuerzo, sin soltarme, y salió al vestíbulo. El sol entraba por las
ventanas y el lugar bullía de vida.
—Trato hecho, nena.

Algo se apoderó de mi corazón, y por primera vez en semanas -meses- se sintió


más ligero.

—¿Por qué sobornaste al cura y luego lo obligaste a venir? —murmuré en voz


baja mientras el bullicio del tráfico matutino de Lisboa se convertía en ruido blanco
en mi mente—. ¿Y si nos maldice o algo así?

El pulso me latía en la garganta mientras Royce conducía hacia la misma iglesia


en la que se casaron mis padres. São Miguel, una iglesia católica del barrio lisboeta
de Alfama, era una de las parroquias más antiguas, famosa por su interior dorado.
Era la iglesia de los antepasados de mi mamá.

Royce echó una mirada por encima del hombro al sacerdote que lo miraba en el
asiento trasero mientras zigzagueaba entre el tráfico.

—No lo hará. ¿Verdad, Padre Miguel?

El Padre Miguel estaba en el vestíbulo cuando salimos de los ascensores. Royce,


siendo Royce, intentó sobornar al Padre Miguel, pero no sabía que aquel hombre era
la personificación de la moral y los escrúpulos. El traje de clérigo y el cuello blanco
me parecieron obvios, pero ¿qué sabía yo?

Ni que decir tiene que el hombre no tardó en amonestar a Royce en portugués y


luego volvió a meterle los billetes en las manos. Luego, intentó arrancarme de los
musculosos brazos de Royce, gritando sobre la violencia y la santidad del
matrimonio y otras histerias por el estilo. En el alboroto de los tres hablando al
mismo tiempo -yo insistiendo en que no era Royce quien me había marcado la cara,
Royce disculpándose por el soborno y el Padre amenazando con llamar a la policía-
llamamos la atención de todo el vestíbulo.

Insistí en que Royce me bajara para que pudiera hablar con el Padre Miguel en
paz. Me obedeció, pero pareció tomar una decisión en una fracción de segundo y se
echó al Padre Miguel al hombro para salir corriendo del vestíbulo y subir a nuestro
vehículo.

—Secuestrar es pecado —fue la respuesta del Padre—. Y pegar a una mujer


también es pecado.

—Padre, no fue Royce —salté para defenderlo, tomando la mano de Royce entre
las mías—. Él me salvó. —Los ojos compasivos del sacerdote se entrecerraron en
mí como si estuviera delirando y no pude evitar dejar escapar un suspiro exasperado.
—Se lo prometo. Fue Stuart, el hombre que insistió en que nos casáramos en el hotel
y no en la iglesia. —Luego, como estaba segura de que iba a ir al infierno de todos
modos, añadí—: Stuart no es creyente, pero Royce sí. Es católico. Es lo que hizo
falta para que finalmente viéramos que éramos el uno para el otro: nuestra fe común.

Royce se atragantó, ahogando una carcajada, y yo lo fulminé con la mirada,


haciéndolo callar. A los ojos del Padre Miguel fue suficiente porque pareció que le
gustaba un poco la idea.

—¿Es eso cierto, joven? —Me giré para mirar al Padre en el asiento trasero, a
punto de responderle cuando el Padre Miguel levantó la palma de la mano—. Quiero
escuchar al futuro novio.

—Lo es. —La expresión seria de Royce no revelaba nada—. Mi mamá era una
católica devota y me enseñó a seguir la palabra del Evangelio. —Parpadeé,
esforzándome por no mostrar mi asombro. Estábamos en un tren rápido hacia el
infierno—. Willow está embarazada y nuestro hijo no nacerá fuera del matrimonio.

Oh, mierda.

El Padre Miguel me lanzó una mirada de desaprobación que me decía que ardería
en las llamas eternas del infierno si no bendecía esta unión.

—¿Tuviste relaciones extramatrimoniales, niña? —Le dirigí una mirada de


culpabilidad—. ¿Lo saben tus padres?

—No —contesté.
Sacudió la cabeza, observándonos como si fuéramos dos ángeles caídos y sólo él
pudiera resucitarnos para que volviéramos a ser respetuosos.

—Bendeciré su unión. —Suspiré aliviada—. Pero sólo por el bien del niño por
nacer.

—Gracias, Padre —contestó Royce, con una pizca de risa en su voz y un baile en
sus ojos oscuros.

La fatiga se deslizó lentamente por mi cuerpo y los dolores se intensificaron


minuto a minuto. Había sido un día largo y aún no había llegado el mediodía. Me
froté el vientre suavemente, el calor se extendió a través de mí con los pensamientos
de un pequeño milagro creciendo dentro mío. No podía esperar a sentir los
movimientos y sostenerlo en mis brazos, una feroz protección floreciendo dentro de
mí.

Cinco minutos después, subimos las escaleras que nos llevaban a la iglesia. El sol
de Lisboa brillaba en el cielo despejado y prometía un futuro de ensueño. Aún así,
el nerviosismo y el sudor frío invadieron mi cuerpo. La presencia de Royce y su
mano en la parte baja de mi espalda y su pulgar rozando mi piel desnuda, se
convirtieron en un consuelo sin el cual estaría perdida. Con cada paso, el ligero
aroma de su colonia me consumía con familiaridad y cada inhalación atraía más de
él a mis pulmones. Mis pies flaquearon cuando llegamos al escalón superior y vi
quién nos estaba esperando.

Mis mejores amigas, Aurora y Sailor, estaban de pie con sus maridos, vestidas de
punta en blanco. Y allí, justo al lado, estaban mis maravillosos padres, sonriéndome
con cariño. Ni una pizca de aprehensión en sus ojos. Como si supieran que era aquí
donde debía estar y con quién.

—¡Por fin! —exclamó Sailor, corriendo hacia mí con Aurora a cuestas. No fue
hasta que estuvieron a unos metros de distancia que sus pasos se congelaron, y
recordé que había olvidado ocultar mis moretones con corrector.

—Ese cabrón —siseó Aurora, apretando el puño mientras su sombra -su esposo,
Alexei- se colocaba detrás de ella con una expresión fría en el rostro. Si la hubiera
dirigido a mí, probablemente me habría meado en los pantalones, pero, por suerte,
sabía que no era así. Alexei Nikolaev era uno de los buenos de la tierra, a pesar de
sus conexiones con la mafia.

—Sabía que no era el adecuado para ti, pero nunca hubiera imaginado que haría
esto. —La voz de mãe se filtró, sacando a Sailor de su estupor—. Aquele filho da
puta 3.

—¡Señora Auclair! —El Padre Miguel miró atónito a mi mamá, que no estaba
acostumbrado a oírla maldecir... aunque imaginé que si supiera la razón de mis
moretones, también llamaría hijo de puta a Stuart.

Mi papá, en cambio, maldecía como un marinero.

—Je vais tuer cette pièce de merde 4. —Por suerte, el cura no entendía francés y
nunca se enteraría de la amenaza que mi papá acababa de lanzar contra Stuart: “el
pedazo de mierda”.

Sus manos me rodearon y se me hizo un nudo en la garganta. El embarazo me


había puesto sensible, pero esta vez estaba segura de que la culpa la tenían las últimas
veinticuatro horas.

—Raphael, creo que deberíamos matarlo —le dijo Sailor a su esposo, que era el
jefe de la mafia colombiana.

—No, me dejarás la matanza a mí —replicó mi papá con decisión, la seriedad de


su tono preocupante—. Te quedan más años en esta tierra que a mí.

—Deje de decir tonterías, señor Auclair —lo regañó mi mamá. Siempre lo


llamaba así cuando no le gustaba lo que decía—. Nadie va a matar a nadie. Es el día
de nuestra hija, no lo estropeemos con tonterías.

Enterré la cara en el pecho de mi papá, el olor familiar me traía tantos recuerdos


reconfortantes de mi infancia.

3
Aquél hijo de puta.
4
Voy a matar a ese pedazo de mierda.
—Lo siento —murmuré—. Nunca debí dejar que llegara tan lejos. —Hablaba de
los preparativos de la boda, de cómo había ignorado las señales de violencia de Stuart
y de mi falta de sentimientos hacia él.

La mano de mi mamá rozó mis rizos, empujándolos detrás de la oreja, mientras


mi papá me besaba la frente.

—No te preocupes por nada de eso —aseguró mi papá—. Teníamos la sensación


de que algo iba mal. Deberíamos haber insistido en que nos lo dijeras. —Acarició
suavemente mis mejillas con sus manos envejecidas—. ¿Es esto lo que quieres?

—Queremos a Royce —añadió mãe en voz baja, radiante como un rayo de sol—
. Y lo admito, siempre he esperado que ustedes dos encontraran el camino el uno
hacia el otro. —Sus ojos me miraron y seguí la pista. Royce se hizo a un lado,
dándonos a mis padres y a mí algo de intimidad mientras mis mejores amigas lo
acosaban—. Cuando envió ese mensaje, me emocioné pero es un poco precipitado,
¿no?

Aparté la mirada de los ojos carbón de Royce y me encontré con los ojos atentos
de mis padres, que probablemente veían más de lo que yo sería capaz de decir.

—Sí, estoy segura. —La convicción que vieron en mi cara debió


tranquilizarlos—. Ahora, ¿qué tan mal me veo?

—Eres preciosa —dijo mi papá—. Aunque, cuando le ponga las manos encima,
Stuart no podrá decir lo mismo.

Sonreí.

—Royce ya se encargó de él.

Y así como así, Royce tenía a mis padres bajo un hechizo aún más profundo.
Royce

—Así que tú y Willow, ¿eh? —Asentí—. Te lo advierto, hermano mayor. Si le


haces daño, te patearé el culo. —La advertencia juguetona de mi hermana me arrancó
una sonrisa—. Y luego te abrazaré hasta matarte.

—Lo mismo digo —dijo Sailor.

—Excepto que no habrá ningún abrazo de mi esposa —advirtió Raphael, una


nota irónica entrando de su voz—. O seré yo quien patee culos.

Escondí una sonrisa ante su amenaza no tan sutil.

—Puedes intentarlo, colombiano, pero fracasarás.

Todo el mundo sabía que la posesividad de Raphael hacia Sailor era profunda, y
yo estaba más que feliz de mantenerme a tres metros de ella. Además, era como una
hermana para mí y lo seguiría siendo para siempre. Willow, en cambio, se coló en
mi corazón con aquel beso diez años atrás. Nunca sería capaz de desenmarañar el
intrincado control que ejercía sobre mí, ni querría hacerlo.

El sñor Auclair dejó a las mujeres y se dirigió hacia mí.

—Royce. —Extendió su mano y la tomé en mi apretón—. Siempre tendrás mi


gratitud.

Incliné la cabeza.

—No es un juego de palabras, pero preferiría tener tu bendición.


Un brillo de complicidad entró en sus ojos mientras pasaba una mano por su
corbata.

—La tienes, sobre todo después de oír a mi hija confirmar que quiere casarse
contigo.

Quiere casarse conmigo.

Como en un musical cursi, las palabras se repetían en mi mente. Los ojos de


Willow, ahora más verdes que azules, se encontraron con los míos. Me regaló una
sonrisa y algo en ella alivió la energía inquieta que se agitaba en mi pecho.

Me moría de ganas de ponerle un anillo en el dedo y convertirla en mi esposa.

—Te he traído un esmoquin. Está colgado en la rectoría —dijo Aurora


suavemente, la picardía iluminando sus ojos—. Sé que no puedes mantenerte alejado
de Willow pero no puedes casarte con ella con una chaqueta de cuero y unos
vaqueros.

Lo estaba considerando seriamente. No quería alejarme de Willow ni un


momento.

—Vamos, soy tu padrino y... —Dejé de prestar atención a Alexei, con los ojos
clavados en mi novia. Quería gritarle al cura que nos casara ahora mismo, bajo el
sol, donde brillaba su cabello castaño.

—Padre Miguel. —Me giré hacia el cura, que parecía no saber qué hacer, con las
cejas pobladas arqueadas. Mierda, esperaba que no se le hubiera olvidado cómo
dirigir una ceremonia nupcial. Podía saltárselo todo si quería, con tal de que
llegáramos al “Sí, quiero” para que Willow fuera mía para siempre—. ¿Puede
casarnos aquí?

Su cara se arrugó en señal de desaprobación.

—¿Por qué?

Señalé con la cabeza a Willow.


—Porque está impresionante así. —La aspereza de mi voz debió de transmitirse
porque sentí las pesadas miradas de todos sobre mí.

—¿De verdad no vas a cambiarte? —preguntó Aurora, con los ojos fijos en
Sailor—. Esto es una mierda —murmuró, y luego se dirigió donde sus amigas,
dejando a los hombres en un lado del patio frente a la iglesia mientras las mujeres se
reunían para arreglarse el cabello y maquillarse.

Sólo quería hacerlo oficial y luego llevármela de aquí. Nuestra luna de miel
estaba en el horizonte y no podía esperar a tenerla a solas.

—Te prometo, hijo, que Willow no se escapará. —Era imposible no ver la sonrisa
en la voz del señor Auclair. Se frotó la mandíbula con una mano, y su tono volvió a
ser serio—. Aunque, debo decir, comprendo el sentimiento.

—Al menos dale a tu mujer una opción —sugirió Raphael.

Como si sintiera que hablábamos de ella, Willow levantó la cabeza. No tenía


palabras para describir lo hermosa que estaba con su vestido. Si por mi fuera, se lo
arrancaría con los dientes y luego haría todo lo sucio y pervertido que se me
ocurriera. Cualquier cosa para dejar un rubor permanente en sus mejillas.

Me sonsacó una mentira esta mañana. Platónico.

No había nada platónico en lo que quería hacerle.

Willow se acercó lentamente, sus moretones me recordaban que no había acabado


con el imbécil responsable de ellos. Bien o mal, si Willow no hubiera estado en la
habitación, habría terminado con Stuart y luego habría hecho desaparecer su cuerpo.

Así las cosas, le di mi palabra, aunque mi promesa fuera vaga.

Todavía no había terminado con él. Ni mucho menos.

—¿Has cambiado de opinión? —se burló Willow mientras se detenía a medio


metro de mí, inclinando la cabeza hacia atrás para sostenerme la mirada. Si supiera
que ésta era la decisión más fácil que jamás podría tomar.
—Nunca. —Le agarré la mano—. ¿Qué te parece que el cura nos case aquí, al
sol? Sé que querías caminar hacia el altar, pero esto te quita el aliento.

Un sutil rubor subió por su piel hasta manchar sus mejillas. Inclinó la cabeza y
curvó los labios en una sonrisa.

—Me gusta. Es más... nosotros.

—Jesús, al menos dile que se cambie —murmuró Aurora.

Esta vez, Willow negó con la cabeza, sus ojos brillando como esmeraldas.

—No, lo prefiero en cuero.

—¿Por qué suena eso tan travieso? —rio Sailor, con los ojos llenos de picardía.
Las tres chicas se miraron y soltaron una carcajada.

—No creo que quiera saberlo —murmuró la señora Auclair.

—Creo que ya somos demasiado mayores para entenderlo, mon amour. —Su
esposo le rodeó el hombro con la mano y la atrajo hacia sí. El amor entre ellos era
tan tangible que vibraba en el espacio que los separaba con hilos invisibles,
uniéndolos en una unidad.

Era exactamente lo que quería con Willow, la palabra “palpable” encapsulaba


mis emociones cuando estaba cerca de ella. La cuestión era si al final la ahuyentaría.

—Muy bien —anunció el sacerdote en un inglés muy acentuado—. Creo que


vamos a empezar. Cada uno a su sitio. —Levantó los ojos al cielo como pidiendo
perdón—. Los novios, pueden situarse frente a mí.

El ritmo de mi corazón coincidía con los segundos de la ceremonia de principio


a fin, latido a latido. Todo lo que veía era a Willow, de pie frente a mí como mi
salvación personal. Lo único que oía era su respiración entrecortada; lo único que
olía era su embriagador aroma.

Un carraspeo atrajo mi atención hacia el sacerdote, una mirada agitada cruzando


sus facciones.
—Bueno, hijo, ¿aceptas?

—Sí, acepto. —Dos simples palabras, y ardieron a través de mí con la fuerza de


un infierno que sabía que no cesaría hasta que mis cenizas espolvorearan esta tierra.

Era el turno de Willow, y su suave “Sí, acepto” hizo que mi corazón se disparara.

Intercambiamos los anillos que nos habían proporcionado los padres de Willow,
ya que yo no había pensado que la boda se celebraría en menos de cinco horas.
Prometimos amarnos, querernos y protegernos el uno al otro, renunciando a todo lo
demás y yo tenía la intención de honrar ese juramento para siempre.

Otro segundo, un beso en los labios que desde luego no parecía platónico, y ya
era mía.
Willow

Yo era la señora de Royce Ashford.

Cuanto más brillaba el sol, más ligero se sentía mi corazón. El día empezó con
moretones y un duro baño de realidad, y terminó con un beso lleno de promesas.

—Mi niña pequeña ya es mayor. —Las mejillas húmedas y los ojos brillantes de
mi mamá me encontraron, y su cuerpo de metro setenta nos abrazó a Royce y a mí—
. Ahora eres nuestro para siempre. Bienvenido a la familia, Royce.

—Gracias, señora...

—Puedes llamarme por mi nombre de pila o mãe. No más señora Auclair.

—Como desees, mãe.

Mi mamá se iluminó como una bombilla de cien vatios y no pude resistir una
risita nerviosa. Parecía tan feliz, tan orgullosame preocupaba cómo se sentiría si
supiera que este acuerdo había nacido por pura conveniencia.

Royce se puso delante de mí, vestido con vaqueros y cuero, y mi mirada se dirigió
a la suya. El temor de las últimas semanas se desvaneció ante la visión de un futuro
esperanzador, lleno de paz, aunque no de intimidad. Permanecimos de pie en el gran
patio frente a la iglesia mientras los nervios me recorrían, pero nunca nada me había
parecido tan bien como este momento.
Cuando me enamoré de él en mis años de instituto, siempre me imaginé con una
gran familia y Royce a mi lado. Nunca pensé que acabaría -o que empezaría- así. Sin
embargo, me sentía bien. Mi bebé y yo estaríamos seguros y queridos por Royce.
No sería un matrimonio como el de mis padres, pero sería un buen matrimonio.
Royce y yo nos llevábamos bien, y había visto de primera mano lo protector que era
con Aurora cuando éramos niños. Sería un buen papá y padrastro para mi bebé.

—¿Y si mañana te arrepientes?

Deslizó sus manos entre las mías, entrelazando nuestros dedos mientras su mirada
se encendía con una chispa de humor.

—Entonces tendré que asegurarme de que mañana no llegue nunca.

Me mordí la mejilla para contener una sonrisa y sacudí un poco la cabeza.

—Estás loco.

Dejó escapar una carcajada.

—Sí, loco por ti.

Se me heló todo el cuerpo. La euforia aceleró las palpitaciones de mi corazón,


junto con las mariposas que revoloteaban salvajemente en la boca del estómago.

—¿Platónico? —exhalé mi confusión, mi voz apenas audible. Su pesada mirada


se cruzó con la mía y se hizo más intensa.

Me miró fijamente y, sin ningún humor en sus palabras, dijo:

—Está sobrevalorado. —Con esas dos palabras, prácticamente descartó nuestro


acuerdo informal.

Jugueteé con el anillo, pensando en lo que podía significar.

—Lo está —me oí decir por encima de la suave brisa, con su comentario de loco
por ti resonando en mis oídos.

La mirada de Royce parpadeó divertida.


—Tu mamá nos quiere a todos en su casa, y luego tú y yo desapareceremos por
un tiempo. Estaremos fuera de red.

Tragué fuerte y me apreté el labio inferior entre los dientes. La feliz idea de
escapar con él se enfrentaba al presentimiento que me recorría las entrañas: el miedo
a que Stuart acabara reclamando a mi hijo.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Aurora, observándome con ojo avizor por


encima de su copa de champán.

—Bien. —Mostré una sonrisa incómoda mientras tomaba un sorbo de mi agua


con gas.

Estábamos en casa de mis padres para el banquete de boda que habían


organizado. Era impresionante lo que mi mamá había conseguido hacer en tan poco
tiempo y, aunque no era nada del otro mundo, era elegante y de buen gusto. La
familia de Stuart se había encargado del banquete de mi boda y, ahora que estaba
aquí, rodeada de gente que quería lo mejor para mí, no podía estar más contenta de
cómo habían salido las cosas.

La casa olía a gaulteria, cítricos y bollería casera. Aurora, Sailor y yo nos


sentamos en el estudio con vistas a la antigua calle de la ciudad, repleta de turistas.

—¿Por qué no nos hablaste de Stuart? —me preguntó Sailor, acercándose para
colocarme el cabello detrás de la oreja. No me sorprendió que me bombardearan a
preguntas. Antes habían insistido en tapar los moretones para hacerme fotos, y casi
podía oler el hierro en el aire de lo fuerte que se mordían la lengua.

Aurora soltó un suspiro.

—Podríamos haberte ayudado.

Me froté distraídamente el vientre con una mano mientras se me formaba un nudo


de emoción en la garganta. Había encontrado oro cuando la vida puso a Aurora y a
Sailor en mi camino. Eran de la familia, y nos habíamos visto en los momentos más
altos y en los más bajos.

—Lo siento. Simplemente sentí que era un problema que necesitaba tratar por mi
cuenta, y por alguna razón, ignoré las señales hasta ayer, cuando me senté con él y
le dije que no podía seguir adelante con la boda.

—Es cuando él... —Sailor se detuvo, sus ojos fijos en mis moretones.

—Sí.

—Podrías haber acudido a Alexei y a mí. Te habríamos ayudado. Eres mi mejor


amiga.

—Has sido nuestra roca todos estos años —dijo secamente Sailor—. Lo menos
que podríamos haber hecho es ayudarte.

A pesar del comportamiento imperturbable que Sailor solía mostrar, había estado
en el infierno y había vuelto: había sido testigo de los abusos de su hermana, había
criado a su sobrino y se había visto envuelta en los negocios del cártel. Lo último
que necesitaba era mi insignificante drama.

—No pensé que acabaría así —admití.

—Vamos —regañó Sailor—. Si algo hemos aprendido a través de Anya, es a


confiar en nuestros instintos. Especialmente si la persona en la que se supone que
debes confiar te está manipulando para que creas que estás indefensa. Stuart
obviamente sabía exactamente lo que hacía si ignorabas tu instinto.

Ella tenía razón. Fuimos testigos directos del abuso de Anya, y fue necesaria su
trágica muerte para que encontrara la paz. Todavía lo recordaba como si fuera ayer.

El suelo de la maternidad olía a lejía y... a muerte. Podía sentir sus fríos dedos
en mi nuca y tuve que sacudirme la insidiosa sensación en la boca del estómago.

Quizá tuviera más que ver con el rechazo de Royce que con este hospital pero
nada de eso importaba ya, no con lo que estaba a punto de afrontar.
—¿Puedo ayudarles? —Una joven doctora con los ojos azules más claros y el
cabello rojo más vibrante que jamás había visto se había detenido frente a nosotros.
Nos miró detenidamente: Royce a un lado, Aurora y Byron al otro—. Esta es la sala
de maternidad y ninguno de ustedes parece listo para tener un bebé.

Royce se apresuró a mostrar su sonrisa y los celos me hincaron el diente, pero


rápidamente aparté ese feo sentimiento.

—Estamos visitando a un amigo.

—Doctora Sophie, buenas noches —dijo Byron, cortando a Royce con una
mirada.

Las cejas de Royce se fruncieron al preguntar:

—¿A quién no conoces, Byron?

—Su etiqueta con el nombre —murmuró con la mirada. Byron estaba claramente
molesto, y me gustó un poquito más por ello—. Y es la prima de Kristoff. —Royce
abrió la boca, pero luego decidió no decir nada—. Estamos aquí para visitar al bebé
McHale, doctora —añadió Byron.

Aurora y yo asentimos.

—Anya y Sailor McHale.

Un sentimiento que parecía de lástima pasó por su expresión, pero se recuperó


rápidamente.

—¿Son familia?

—Sí.

—No.

—Tal vez.

Tres respuestas diferentes bombardearon a la doctora, que suspiró.


—Me quedo con tu primera respuesta. Por el bien de tus amigas. —Un mal
presagio bailó en el aire y contuve la respiración—. La madre ha fallecido. —La
conmoción golpeó y los jadeos resonaron—. Su hermana está con el bebé, pero está
muy afectada. Necesitará todo su apoyo para superarlo.

—¿Cómo? —grazné.

—¿Cómo ha podido pasar esto? —añadió Aurora, con la voz quebrada al igual
que mi corazón. Agarré su mano y la apreté para reconfortarnos a las dos.

—Te lo explicaremos todo en breve, pero la madre tenía problemas de salud


subyacentes y.... —No podía procesar nada más, mi preocupación por mi mejor
amiga y su sobrino bebé ocupaba el primer plano.

—Podemos ir... —Se me hizo un nudo en la garganta y carraspeé para forzar la


salida de las palabras—. ¿Podemos verlos, por favor?

—Síganme, familia McHale.

No la corregimos mientras la seguíamos conmocionados. Intentaba conciliar la


imagen que había tenido de este día tan especial con lo que estábamos a punto de
encontrar al final de este pasillo estéril. La habitación de Anya debería estar
rebosante de alegría y felicidad, no de muerte. Sailor estaba sentada en el sofá con
un pequeño bebé acunado en sus brazos.

Atravesamos la habitación 38D y corrimos al lado de Sailor, envolviéndola a


ella y a su sobrino en nuestros brazos.

—No puedo volver a casa. —La voz de Sailor tembló, su expresión llena de
angustia—. Lo prometí.

Prometió a su hermana que cuidaría del bebé, pero no bajo el techo del mismo
hombre que abusó de ella.

Royce se acercó y acunó suavemente la cabeza del bebé con su gran mano. Mi
corazón se rompió y me llené de amor por él.
—No te preocupes, rubia. —Era como siempre llamaba a Sailor gracias a su
cabello rubio platino—. Byron puede mover montañas. Nosotros nos encargamos.
No tienes que irte a casa.

Y cumplió su promesa. Desde ese día, Royce y sus hermanos la protegieron. A


ella y al bebé Gabriel.

Suspiré mientras el recuerdo me bañaba. La verdad era que tal vez por esa misma
razón me vino a la mente la dirección de Royce en aquel taxi la noche anterior.

—Royce al rescate una vez más —dijo Sailor con naturalidad, como si hubiera
estado allí conmigo en aquel recuerdo, pero no se me escapó la suavidad de sus ojos.
Mataría por nosotras, igual que nosotras lo haríamos por ella.

—¿Seguro que no necesitas nada más? —preguntó Aurora.

Asentí.

—Tengo esto bajo control. Royce y yo... —Hemos llegado a un acuerdo—.


Tenemos esto.

—¿Cómo es que nunca dijiste nada sobre Royce? —preguntó Sailor, y luego
lanzó una rápida mirada por encima del hombro antes de continuar—. No estoy
enfadada ni nada, es sólo que no creía que nos guardáramos secretos.

Desde el instituto habíamos sido uña y carne pero muchas cosas habían cambiado
desde entonces. Aurora se casó con un mafioso ruso y Sailor con uno colombiano,
así que, les gustara o no, los secretos formaban parte de su mundo.

—No guardé demasiados —dije, mirando fijamente mi agua.

—Aparte de perder tu trabajo —señaló Sailor.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo lo sabías?

Se encogió de hombros.
—Raphael.

Continué con mi ceño fruncido.

—¿Por qué me está vigilando?

Hizo un gesto con la mano.

—Vigila a todos los que están cerca de nosotros. Viene con el territorio.

—Dile que pare. —Miré hacia donde estaban los hombres, bebiendo whisky.

Se burló Aurora.

—Creo que ese barco ya ha zarpado. ¿Conoces a estos hombres? Y no pienses ni


por un segundo que Royce es diferente.

Abrí la boca para discutir pero luego la cerré. Ella tenía razón. Todos y cada uno
de los hermanos de Aurora eran autoritarios y sobreprotectores. Sabía que los
esposos de mis amigas no eran diferentes.

—¿Qué tal un brindis? —sugirió Sailor, acercándonos una copa de champán a


Aurora y a mí. La miré y me pregunté si debía fingir que bebía un sorbo o ni siquiera
molestarme en hacerlo. Me decidí por lo segundo.

—¿Desde cuándo rechazas el champán? —desafió Aurora, haciendo que me


sonrojara bajo su atención.

Sailor se puso en pie.

—Espera, sé lo que quieres.

Salió corriendo hacia la barra que habían montado mis padres mientras Aurora
se inclinaba hacia delante, con los ojos clavados en mí.

—Estás embarazada. —Su mirada se posó en mi abdomen, casi como si llevara


gafas de rayos X y pudiera ver a través de mí—. ¿No es así, Willow?

En el camino desde la iglesia, Royce y yo acordamos que mantendríamos el


embarazo en secreto por un tiempo más, y aunque tenía sentido, era muy difícil. Si
había algo que sabía con certeza era que mis amigas no me juzgaban. En este caso,
yo era mi peor enemiga.

—No digas nada. —Las últimas veinticuatro horas habían sido un torbellino, pero
no quería empezar mi nueva vida con mentiras—. Es que... —titubeé.

—¿Qué? —Sailor volvió a mirar entre nosotras, percibiendo claramente la


tensión en el ambiente—. ¿Qué está pasando?

Aurora suspiró.

—Es la historia que tiene que contar Willow, así que no insistiré. —Se reclinó en
su asiento, tomando otro sorbo de champán—. Aunque, si es verdad, sería muy
oportuno teniendo en cuenta que Sailor está embarazada y Alexei y yo estamos
intentando tener otro bebé.

—¿Qué? —El chillido de Sailor casi perfora mis oídos.

Le lancé a Aurora una mirada de desaprobación.

—Eso no ha sido nada sutil —comenté con ironía.

Sonrió sin disculparse, encogiéndose de hombros.

—Sólo digo...

Sailor se metió en la boca una de las galletas caseras de mi mamá y gimió.

—Dios, son casi tan buenas como el sexo.

Puse los ojos en blanco.

—Eso es triste.

—Oh, no te preocupes, el sexo con Raphael es excelente. Es insaciable, por eso


necesito reponer fuerzas. —Sonrió con la boca llena de galleta.

Aurora suspiró.
—Sería tan bonito que las tres pudiéramos tener bebés al mismo tiempo. Me
encantaría que nuestros hijos crecieran juntos.

Me sentía culpable mientras trazaba dibujos en la mesa. ¿Sentiría lo mismo si


supiera que el bebé no era de Royce? Se me erizó la piel. La había cagado. Lo peor
era que no tenía ni puta idea de cómo. Siempre usé protección.

Me encontré con las miradas atentas de mis mejores amigas. Era casi como si
supieran que guardaba un secreto.

—Tengo algo que decirles a las dos —refunfuñé—. Pero no se lo pueden decir a
mis padres. Todavía no.

Fue humillante. Sentía que lo había hecho todo mal.

Como si de una unidad se tratara, Aurora y Sailor se inclinaron.

—El bebé es de Stuart. —Ya está. Lo solté y no había forma de retractarse. No


más mentiras.

Me miraron sin comprender y yo esperé a que me llovieran las preguntas. No


tardaron mucho.

—¿Me tomas el pelo? —siseó Aurora—. ¿Te acostaste con Stuart y Royce y
ahora finges que el bebé es de mi hermano?

Me puse rígida, mi ira estalló al instante y me quemó las mejillas.

—¿Por quién mierda me tomas? —dije, ofendida de que pensara tan poco de
mí—. Lo único que he hecho con Royce es besarlo una vez, hace diez años. Y hoy,
si cuentas la ceremonia de boda.

Dicho en voz alta, sonaba estúpido. Imprudente. Una receta para el divorcio.

—¿Se han casado y ni siquiera han probado el sexo? —Sailor se hizo eco de mis
propias preocupaciones—. ¿Y si no tienen química?

—Imposible —murmuré en voz baja. Había suficiente química entre nosotros


para iluminar una ciudad metropolitana.
El calor de sus miradas preocupadas me tocó la piel pero me negué a dejar que
sus dudas se apoderaran de mí. Confiaba en Royce con mi vida, más que en ningún
otro hombre de este planeta.

—Royce nunca hace las cosas de manera normal. —Aurora suspiró, obviamente
exasperada y tratando de hacerse a la idea de mi revelación—. ¿Me estás diciendo
que Royce sabe que estás embarazada? Si no has tenido relaciones sexuales... que,
por cierto, ew... se dará cuenta de que el bebé no es suyo.

Me sonrojé.

—Lo sabe. —Toda esta conversación no tenía sentido, y empecé a arrepentirme


de no haberme ceñido al plan que Royce y yo habíamos ideado—. No sé por qué
insistió en que nos casáramos pero confío en él, y la idea me pareció buena en ese
momento... Ha sido un día muy largo, chicas. —Me froté el punto de las costillas
que Stuart me había pateado, haciendo una leve mueca de dolor.

—Pero seguro que te arrepientes de no haber probado antes sus habilidades en la


habitación —susurró Sailor—. Lo único que digo —continuó mientras Aurora
arrugaba la nariz—, es que hay que probar el auto antes de comprarlo.

Resoplé.

—No me preocupa en absoluto. Si sus besos sirven de algo, podría morir antes
de llegar al plato principal.

Y de todos modos, había un pequeño detalle sobre el celibato que habíamos


acordado, aunque yo ya no estaba segura de cuál era nuestra posición al respecto.
Las cosas cambiaban a cada minuto.

—No quiero pensar en ti y mi hermano teniendo sexo. —Aurora fingió una


arcada mientras Sailor estallaba en carcajadas—. Probablemente sea lo mejor para
nuestra amistad.

Incliné la cabeza, con las ondas cayendo en cascada sobre mi hombro. A veces
era difícil saber si Aurora estaba enfadada o no. Tenía una buena cara de póquer, que
yo sabía que era el resultado de su formación en el FBI.
—Lamento si esto te molesta y las cosas no terminaron exactamente como las
planeaste, pero mientras Royce esté bien con esto, —lo que sea que esto fuera—,
entonces realmente no es asunto de nadie más.

La sorpresa apareció en el rostro de Aurora ante mi afirmación.

—El juicio, por fugaz que haya sido, queda retractado.

—Y tienes razón —añadió suavemente Sailor—. Todo lo que pase entre Royce
y tú es asunto tuyo pero estamos aquí para ti, siempre.

Se me hizo un nudo en la garganta, se me llenaron los ojos de lágrimas y nos


abrazamos con fuerza.

—Siempre estaremos la una para la otra —prometió Aurora.

—Pase lo que pase —se hizo eco Sailor.


Royce

La pequeña celebración en casa de los Auclair transcurrió sin contratiempos y, a


pesar del evidente cansancio que marcaba el rostro de Willow, estaba radiante.

Estábamos casi en el aeródromo privado donde nos esperaba mi jet cuando sonó
mi teléfono. Al no reconocer el número, lo dejé caer en el buzón de voz y eché un
vistazo al asiento del copiloto, donde Willow dormía profundamente, con moretones
que salpicaban su piel de marfil.

Debería haber borrado a Stuart de la faz del planeta. Aún tenía toda la intención
de destruirlo y no descansaría hasta hacerlo.

Justo cuando estaba a punto de girar a la izquierda para entrar en el aeródromo,


mi teléfono volvió a sonar. Miré la pantalla y vi que era el mismo número de antes.

—Sí —ladré al teléfono, molesto porque alguien me llamara dos veces seguidas.

—¿Royce?

—El único.

—Es Asher.

Me sorprendí. Asher solía conectarse con Winston, no conmigo. Los dos habían
estrechado lazos en los últimos años gracias a su interés común por las piedras
preciosas y los diamantes. De vez en cuando, hacíamos un trabajo juntos, como una
expedición a la selva de Ghana en busca del diamante de María Antonieta que
Winston tenía que recuperar. Otras veces, me unía a ellos para tomar unas copas o
jugar una partida de ajedrez. Eran pésimos en ambas cosas.

—Realmente no es un buen momento —dije con ironía.

—Menos mal que te llamo para salvarte el culo, entonces.

Arrugué las cejas.

—¿Y cómo mierda piensas salvarme el culo?

Se oyó una risita al otro lado.

—La policía de Lisboa te busca. Al parecer te han acusado de secuestrar a la


mujer de un alto cargo y de intento de homicidio. El precioso hijo de los Harris —
aclaró.

—¿Qué? —siseé, con cuidado de no despertar a Willow—. ¿Qué secuestro? —


No abordé la parte del homicidio porque, para ser justos, estaba comprobado.

—Te voy a enviar el informe de la policía —declaró, y me detuve a un lado de la


carretera. Mi teléfono sonó y hojeé el informe.

—Bueno, eso no tomó mucho tiempo —me burlé. Maldita familia Harris. Eran
como mi papá, corruptos hasta la médula—. ¡Mierda! —Había contado con tener al
menos unos días de antelación antes de que Stuart sacara alguna mierda—. Bueno,
se equivocó en una cosa —comenté con ironía.

—¿Qué es?

—Es mi esposa, no la suya. —El calor me recorrió el pecho.

—Al igual que tus hermanos, veo que no pierdes el tiempo. —El comentario me
pareció extraño, pero antes de que pudiera reflexionar sobre ello, Asher continuó—
. Tengo un catamarán atracado a una hora de Lisboa. Puede sacarte de Europa. Las
líneas aéreas no servirán.

La oferta era generosa, pero no pude evitar que aflorara mi desconfianza.


—¿Y qué quieres a cambio?

Ambos sabíamos que no lo hacía por la bondad de su corazón pero lo que no


sabía era que le cedería mi fortuna si me lo pidiera. Willow era lo único que
importaba en mi vida.

—Te lo haré saber cuándo lo decida —respondió crípticamente.

Mi mirada se desvió hacia mi esposa y ya estaba decidido.

—Envíame la locación.

—Te veré allí —respondió, y luego terminó la llamada.

Conecté la ubicación a mi sistema de navegación y la seguí una hora en dirección


contraria.

Una vez aparcado, rodeé el auto y abrí la puerta del pasajero. Willow ni siquiera
se movió.

—Willow —dije roncamente, dándole un suave empujoncito en el hombro. Se


había puesto unos vaqueros y una camisa verde esmeralda, para mi desgracia. Me
gustaba verla con mis camisas, así que cuando le dije a Aurora que me hiciera la
maleta, le pedí que metiera unas cuantas más, sólo para Willow—. Eh, dormilona —
intenté de nuevo. Ya tenía el sueño pesado, pero sospechaba que su embarazo estaba
influyendo.

Le aparté unos mechones de cabello, le di un beso en la frente, levanté su cuerpo


dormido en brazos y bajé al bote.

Asher ya nos estaba esperando, con unos vaqueros negros y una camisa de vestir
blanca, desabrochada por el cuello. Sólo le faltaba un sombrero pirata y daría en el
blanco.

En realidad, era irónico, porque el cabrón era conocido por su herencia pirata. Se
rumoreaba que su abuelo era ladrón, contrabandista, pero también cazador de
tesoros. Las historias sobre la crueldad de su familia y su legión de cargueros
circulaban por el mundo de los negocios tanto como por los bajos fondos de la mafia.
Pero nada de eso me importaba, porque Asher era mi boleto para salir de Europa
sin ser detectado.

—¿Te costó encontrar el lugar? —preguntó, posando sus ojos en Willow durante
un instante.

—No. —Miré el elegante catamarán. Era lo bastante grande como para atravesar
océanos—. ¿Tengo que navegar en el catamarán en todo momento?

Había pasado días sin dormir mientras estaba en el servicio, así que no sería algo
nuevo, pero prefería dormir al menos unas horas cada noche.

—No, tiene un sistema de piloto automático. Ralentiza el avance del barco y lo


mantiene relativamente inmóvil.

Asentí, mirando hacia el lado del lujoso catamarán. El nombre del barco, Illicit
Sins 5, me hizo enarcar una ceja.

—Interesante nombre.

—No tan interesante como la tormenta de mierda que has provocado.

5
Pecados Ilícitos.
Asher

Portugal no formaba parte de la ruta original del barco, pero una tormenta me
hizo desviarme ayer y entregar parte del envío en helicóptero. Cuando me encontré
con un problema al acercarme a Lisboa, el destino puso a Royce Ashford en mi
camino y aproveché la oportunidad para ayudarnos a ambos.

Por supuesto, prefería estar en la cubierta de uno de mis barcos, a merced del
océano abierto, en lugar de rodeado de tierra y gente pero esto era mejor. Royce
necesitaba una salida de Portugal, y yo necesitaba crear una distracción lejos de mi
catamarán.

El mundo sabía mi nombre. Creían saberlo todo sobre mí, pero no era así. Nadie
lo sabía y menos los hermanos Ashford. No estaba dispuesto a revelarles mi
conexión.

Todavía.

Por ahora, sólo era Asher. Su amigo. Los detalles de mi conexión con esta jodida
familia serían revelados algún día, idealmente no cuando estuviera albergando a uno
de sus miembros y a su maltratada novia.

Fue mi abuelo quien me enseñó todo lo que sé. Hizo hincapié en la necesidad de
mantener a la gente en deuda contigo y esto haría que Royce estuviera en deuda
conmigo después de hoy. Dirigir una piratería no era una democracia, y habíamos
decretado destruir cualquier imperio que se interpusiera en nuestro camino. El
imperio Ashford estaba particularmente cerca de interponerse pero por suerte para
mis amigos, todos estaban preocupados por sus mujeres.

—¿Sabes navegar o te busco un capitán? —le pregunté, con los ojos fijos en la
mujer -Willow, me había dicho- a la que acusaban de secuestrar, dormida en sus
brazos. No me extrañaba que Royce se encaprichara con ella. Incluso con la cara
llena de moratones, podía ver que era una belleza.

—Puedo hacerlo —recortó Royce—. ¿No vienes?

Mis labios se elevaron.

—¿Y ser una tercera rueda? No, gracias. —Volví a mirar a la mujer en sus
brazos—. Pero no me hundas el barco ni mates a la chica. Una cosa es que te acusen
de secuestro pero ser responsable de su muerte nos llevaría a los dos a la cárcel.

Royce parpadeó hacia mí y luego miró a Willow.

—Antes de hacerle daño me cortaría la polla.

Sacudí la cabeza con disgusto. El amor hacía girar el mundo, pero en él no veía
nada de dicha, sólo horror. Todo en él era venenoso y los hombres que se dejaban
caer bajo su hechizo eran idiotas, mis hermanastros incluidos. A juzgar por la
expresión de la cara de Royce, hasta un ciego podría ver que estaba perdidamente
enamorado de su nueva esposa.

—Puede que tengas que hacerlo. —El humor negro tiñó mi voz—. Tu esposa no
me parece del tipo que le guste el BDSM. —Una sombra cruzó su rostro, pero la
disimuló rápidamente—. Sin embargo, en el improbable caso de que necesites
látigos y ataduras, hay una habitación recién amueblada en el piso inferior que es el
sueño hecho realidad de cualquier DOM. Siéntete libre de usarla.

—Jódete.

Me reí entre dientes.

—No eres mi tipo. —Incliné la cabeza hacia un lado, estudiándolo. Había


entablado amistad con Winston, había llegado a conocer a Byron e incluso había
rascado un poco la superficie con Kingston, pero hasta hoy, Royce se había
mantenido a distancia—-. Además, estoy bastante seguro de que tendrás las manos
ocupadas con tu amiga. —Apretó los labios en una fina línea, y no pude resistirme
a incitarle aún más—. Pero si no lo estás, dale a su culo...

Nunca llegué a terminar la frase.

—Si te acercas a ella, te cortaré la polla.

Eché la cabeza hacia atrás y me reí.

—Bien, quédate con tu esposa y su culo.

Juraría que oí rechinar sus dientes desde donde yo estaba.

—Envíame la factura —me dijo, pasando a mi lado y subiendo al barco—. Mejor


aún, déjame comprártelo. Sólo asegúrate de que lo que sea que hayas
contrabandeado aquí haya sido descargado.

Arqueé una ceja.

—Es un superyate catamarán HODOR, su precio de salida está tasado en treinta


millones.

—¿Eso es todo? —Dejó escapar una suave carcajada, con cuidado de no


despertar a Willow.

Imbécil arrogante.

—El precio acaba de subir a cincuenta y cinco millones.

Y maldita sea si no lo pagó. Debí haber ido por cien.


Willow

Me desperté con un ruido horrible.

Parpadeé varias veces, me puse de lado y una franja azul me devolvió la mirada.
Incrédula, me froté los ojos, convencida de que estaba viendo cosas pero lo único
que se veía en kilómetros a la redonda era el horizonte azul.

Los acontecimientos de ayer volvieron a mí y me sentí como si hubieran dado la


vuelta otra vez. Vergüenza. Alivio. Inquietud. Tantas emociones mezcladas, pero
había una que las superaba a todas.

Amor.

No recordaba cómo habíamos subido al barco pero sí vagamente que me habían


metido en la cama. Y cómo tiré de la áspera mano de Royce y le pedí que se quedara
conmigo. Cuando me rodeó con sus brazos, nunca me sentí más segura.

Me puse en pie y seguí el ruido hasta una elegante cocina con vistas de un millón
de dólares. Encontré a Royce en la pequeña barra de la cocina, vestido con unos
pantalones cortos negros de Tom Ford y una camiseta blanca, con la tinta a la vista:
un paisaje montañoso tatuado en un antebrazo y un gran sauce de ramas finas en el
otro.

Inclinado sobre un pequeño aparato, parecía estar leyendo algo en ese teléfono.
—Buenos días —murmuré, colocándome un mechón de cabello rebelde detrás
de la oreja. Tenía en la mano una batidora con algo verde y de aspecto poco
apetecible. Arrugué la nariz antes de añadir—. Espero que no te bebas eso.

Su mirada se llenó de diversión.

—No lo haré. Tú lo harás.

Entrecerré los ojos.

—No voy a beber algo que parece un pantano.

Se rio entre dientes.

—Aquí dice que es bueno para el bebé. —Me quedé boquiabierta mientras
miraba el líquido verde con desagrado—. Espinacas frescas, mezcladas con moras y
plátanos. Los blogs de embarazo prometen que hace maravillas para las náuseas
matutinas.

Me sonrojé y se me calentó el corazón. Si pudiera verme ahora mismo, me


imaginaba que encontraría corazones de dibujos animados en lugar de mis ojos.

Extendí la mano sin mediar palabra y rodeé con los dedos el vaso que acababa de
servirme.

Sonrió y dijo:

—Buena chica. —Lo que provocó algunos desajustes en mi cuerpo.

Contrólate, Willow, me reprendí a mí misma.

Royce siempre había sido considerado y atento. El gesto de esta mañana no era
diferente.

Tomé un sorbo y me senté mientras el líquido verde se deslizaba por mi garganta.

—Hmmm, está bastante bueno. Definitivamente mejor de lo que parece —dije,


y luego tomé otro sorbo.

—¿Cómo está tu habitación? —preguntó.


—La vista es increíble. —Sonreí, la tensión de los últimos meses por fin
aflojaba—. ¿Qué no me gustaría?

—Excelente.

—¿Dónde duermes?

—Por el pasillo de tu camarote. —Se sirvió un vaso de lo mismo y se lo bebió de


un trago—. Te queda bien mi camiseta.

Tragué fuerte, me ruboricé y me removí en la silla. Me sentía cómoda con Royce,


mi amigo. No sabía qué hacer con Royce, mi esposo. Mis emociones estaban a flor
de piel, al igual que mis hormonas.

—Entonces, ¿cómo llegamos al barco y dónde vamos?

Levantó una ceja, reclinándose en la silla.

—¿Estás preocupada?

Negué con la cabeza, mordiéndome el interior de la mejilla.

—Sólo estaba conversando.

—¿Te pongo nerviosa, cariño?

Me burlé.

—Ya te gustaría. Ahora deja de joderme y cuéntame nuestros planes.

Sonrió.

—Nos quedaremos fuera de la red por un tiempo. Navegaremos por los mares.
Tendremos una larga luna de miel.

Tragué fuerte.

—¿Crees que los Harris harán algo?

Se encogió de hombros, claramente indiferente.


—Nos preocuparemos de Stuart y su familia cuando llegue la ocasión.

Suspiré, feliz de dejar de lado ese pensamiento por el momento. Eché un vistazo
al hermoso barco y me sorprendió una vez más su lujo.

—¿De quién es este barco? ¿Y qué clase de barco es? —Miré a mi alrededor,
observando las cubiertas divididas en dos niveles e impresionada por cada
centímetro que había visto de este barco. Los espacios habitables estaban diseñados
pensando en la comodidad, los exuberantes camarotes eran un sueño hecho realidad
e incluso había partes del barco con una ventana con fondo de cristal para ver el
fondo del mar.

Se levantó, enjuagó su vaso y lo metió en el pequeño lavavajillas. ¡Un maldito


lavavajillas, en un barco!

—Es un catamarán —explicó. Royce era multimillonario, así que no se


impresionaba. ¿Yo, en cambio? Echaba espuma por la boca—. Un supercatamarán,
que básicamente significa que es el doble de lujoso y viene con todas las
comodidades de un yate normal.

Me burlé: ¿quién le iba a decir a este tipo que yo nunca había estado en un yate
“normal” y mucho menos que sabía cómo debía ser? Terminé mi propia bebida y
me uní a él junto al fregadero, pero antes de que pudiera lavarlo, me quitó el vaso de
las manos.

—¿Va a atenderme, señor Ashford? —bromeé, chocando mi hombro contra el


suyo juguetonamente. Cerró la puerta del lavavajillas, con su risita grave y oscura
llenando el pequeño espacio, antes de agarrarme por las caderas y dejarme sobre la
encimera, abriendo las piernas para colocarse entre ellas.

El calor de su cuerpo me hacía estremecer de placer mientras en mi mente se


arremolinaban tantas fantasías traviesas. Unas que no me había permitido imaginar
en mucho tiempo cuando se trataba de mi mejor ami… corrección, esposo.

—Haré lo que quieras, Willow. —Se inclinó hacia adelante, su boca rozó el
sensible lóbulo de mi oreja—. Sólo dilo.
Una risa estrangulada que salió sonando como un gemido vibró en mi pecho y
tuve que aclararme la garganta para recomponerme.

—¿Podemos ir a nadar? —fue cómo decidí responder a su oferta.

—¿Desnudos?

Solté una risita y le di un manotazo en el antebrazo.

—No, desnudos no.

Aunque sonaba tentador.

Mi anillo brillaba al sol, casi como un recordatorio de mi nueva realidad, mientras


desembarcábamos en las Islas Canarias. Los restaurantes bordeaban las playas de
arena dorada y el agua brillaba turquesa bajo el sol del mediodía.

Royce llevaba gafas de sol de aviador bajo un sombrero de cubo de Prada que le
ocultaba casi toda la cara. Yo opté por un sombrero de paja de ala ancha que me
protegía del sol. Tomados de la mano, éramos como cualquier otra pareja de luna de
miel.

—En todos los años que he visitado Portugal con mis padres, nunca habíamos
venido aquí —murmuré, con los ojos desviándose de izquierda a derecha,
absorbiendo todo—. Es precioso.

—Está bien —aceptó Royce.

—¿Sólo bien?

—Demasiada gente.

—No se puede culpar a la gente. ¿Quién no querría visitar este pedazo de cielo?
—Royce hizo una mueca y yo le pellizqué el costado, dejando escapar una risita. Me
sentía más ligera aquí, y no iba a dejar que su malhumor empañara nuestro día—.
¿Por qué nos detuvimos, entonces?
—Necesitamos provisiones. Comida. —Justo cuando lo dijo, pasamos por
delante de un puesto de fruta local y sus pasos se detuvieron bruscamente frente a
él. Lo seguí, escudriñando las opciones hasta que me detuve en una, con el corazón
agitándose en mi pecho.

Piñas. El recuerdo se agolpó, burlándose de mi estupidez. Es irónico cómo una


sola decisión puede alterar el camino de uno. Hace tres meses, le di una oportunidad
a un hombre aparentemente agradable. Nada podría haberme preparado para lo que
tendría que soportar, sólo para descubrir que el amor simplemente no estaba en las
cartas para mí. Tenía suerte de tener a Royce y a nuestro acuerdo, y haría todo lo
posible por proteger a mi bebé pero sabía que había llegado el momento de
abandonar mis sueños infantiles. Ya no era una niña; no tenía sentido albergar un
tonto enamoramiento del hermano de mi mejor amiga.

—¿Compramos unas piñas? —El tono de Royce solía ser fácil de leer, pero hoy
no. Me protegí los ojos del sol y giré la cabeza para mirar a mi apuesto esposo, pero
era difícil ver algo detrás de aquellas gafas de sol.

Me moví incómoda.

—Umm, no lo sé.

—Willow... —Algo en la forma en que dijo mi nombre sonó como una súplica,
y fue el empujón final que necesitaba para dejarlo entrar un poco. Había sido tan
paciente conmigo los últimos días que era lo menos que podía hacer.

—Odio la tarta de piña —admití con un suspiro—. No es que haya pasado nada...
en ese frente. —Stuart nunca me la chupó e irónicamente, ahora lo agradecía—. Él
nunca... Nosotros nunca...

Ugh. ¿Desde cuándo me incomodaba hablar de sexo? Pero odiaba pensar en los
primeros días con Stuart. Me llenaba de melancolía y decepción, no porque lo amara,
sino porque fui tan estúpida como para conformarme.

—Excelente. —Asintió como si estuviera satisfecho con mi afirmación—. Los


bizcochos apestan de todos modos. No habrá más de eso en nuestras vidas. —Se giró
hacia la mujer de rostro amable—. Tres piñas, por favor.
A pesar de que el recuerdo de aquella estúpida tarta y de aquella estúpida noche
aún me traía de cabeza, me reí entre dientes.

—¿Por qué necesitamos tres?

Se encogió de hombros.

—A la tercera va la vencida, ¿no?


Royce

Me encantaba el control que mi mujer tenía sobre mí.

El calor circulaba por mis venas mientras observaba a Willow tomar sol, con los
dedos de los pies en la piscina y la cara inclinada. Era imposible no mirarla, cada
centímetro de ella era impresionante, incluso con moretones, aunque poco a poco
iban desapareciendo.

Willow y yo llevábamos años haciéndolo, sólo que no lo sabíamos. O tal vez era
yo quien no lo veía. Lo único que importaba era que, de ahora en adelante, nada me
alejaría de ella. Ni la ley. Ni el congresista. Y ciertamente no su hijo sin carácter.

No la había tocado. No me la había follado. Todavía. Pero estaba decidido a


memorizar cada centímetro de su impecable piel expuesta.

Los días y horas dispersos de la semana pasada habían sido algunos de los
mejores de toda mi vida. Siempre lo pasábamos bien juntos pero aquí sólo estábamos
los dos, y disfrutábamos pasando el tiempo hablando, jugando e incluso pescando.
No tenía intención de precipitarme con ella.

La mirada de Willow se deslizó hasta encontrarse con la mía y vi cómo una suave
exhalación se separaba de sus labios. El momento se alargó, arrastrándonos a nuestra
propia burbuja que prometía felicidad y un “felices para siempre”.

—Royce, sigue mirándome así y no podré apartar mis labios de ti.


Su afirmación juguetona me arrancó una sonrisa pero había una inconfundible
falta de aliento en su tono que tentó al pecador que había en mí. Había habido
muchos momentos como aquel, y cada vez tenía que luchar contra el impulso de
agarrarla del cabello y meterla en mi cama.

Pero quería que estuviera segura y preparada para mí. Ella me tenía asfixiado,
pero mi honor inconveniente me dejó con la polla dolorida.

—No me opondría a un beso de mi esposa —repliqué burlonamente. Lo que no


le dejé ver fue lo tentado que estaba de suplicárselo. Y yo nunca había suplicado
nada en toda mi vida.

Willow me miró con curiosidad y algo más que se guardaba en el pecho.

—¿Qué tienes en mente? —dije en voz baja.

Suspiró un momento y pensé que se sinceraría, pero lo que dijo me sacudió por
completo.

—¿Alguna vez piensas en nuestro primer beso?

Me dedicó una sonrisa tentativa, con inseguridades que no estaba acostumbrado


a ver en ella, y de repente me di cuenta de que mi rechazo bienintencionado podría
haber causado más daño que bien.

—Todo el tiempo —admití, con voz áspera. No sabía cómo decirle que entonces
me parecía mal tocarla, quitarle la virginidad y exponerla a mi oscuridad. Claro que
la deseaba, deseaba todo lo que ella estaba dispuesta a darme.

—Yo también. —Su admisión me hizo sentir un agradable calor—. Pero también
me ha encantado tu amistad. Si nos hubiéramos besado y hecho... otras cosas, me
habría perdido todos los momentos divertidos con tus locas y obsesivas exnovias.

—Y me habría perdido de golpear a todos tus exnovios.

Ella resopló.

—Sólo unos pocos. —Luché contra una risa por su tono—. ¿Tan malo fue el
beso?
Me serené y tomé su barbilla entre mis dos dedos. No fue hasta que ella se
encontró con mi mirada que pronuncié mis siguientes palabras.

—Ha sido el mejor beso de mi vida. —Su suave jadeo siguió a mi confesión.

Sus delicadas cejas se fruncieron.

—Pero... ¿Cómo? Has tenido tantas novias desde...

Rocé ligeramente sus labios con los míos y sus mejillas adquirieron un adorable
tono rosado.

—La única constante en mi vida has sido tú.

El sonido de la bocina de un barco nos sobresaltó a los dos, rompiendo el


momento. Willow se deslizó a la piscina, su cuerpo ágil ahora oculto a mi vista.

—Quizá vuelvas a besarme uno de estos días, Royce. Sólo espero que no tardes
demasiado.

Luego se hundió bajo el agua y mis labios tiraron hacia arriba.

Tal vez, sólo tal vez, Willow estaba lista para mi oscuridad.
Willow

Llevábamos dos semanas navegando. Tenía la sensación de que Royce estaba


haciendo todo lo posible por evitar un conflicto con la familia Harris. Sin embargo,
cada vez que lo interrogaba al respecto, ofrecía respuestas vagas y cambiaba de tema.

Íbamos por el largo camino a casa, pero no me quejé. El yate era lujoso, había
abundante sol y la comida era deliciosa.

Los cristales oscuros y tintados se extendían a lo largo del catamarán, lo que


significaba que teníamos total privacidad frente a cualquier curioso cuando
atracábamos en lugares exóticos. Aunque el nombre en el costado del barco, Illicit
Sins, probablemente hizo volar la imaginación de todos. La mía, sin duda.

Ojalá hubiera algún pecado ilícito entre nosotros, pero Royce siguió siendo un
perfecto caballero.

Excepto que había una brillante banda dorada en los dedos de ambos que nos
servía de saludable recordatorio.

Nos acostumbramos a navegar de isla en isla y de costa en costa.

Todas las mañanas preparaba el desayuno y me despertaba con el aroma del café
recién hecho; luego utilizaba el satélite para conectarse a su red de negocios y
trabajar en sus diversos encargos de vigilancia, su imperio de equipos para
actividades al aire libre y sus carteras inmobiliarias. El almuerzo era cosa mía y lo
tomábamos en la cubierta superior. Las cenas siempre las preparábamos juntos,
trabajando el uno alrededor del otro con una facilidad que nunca había encontrado
con nadie más. Mi parte favorita, sin embargo, era cuando por fin podíamos
relajarnos y acurrucarnos juntos en el sofá.

Hoy no había sido la excepción pero a diferencia de las veces anteriores, Royce
desapareció en su habitación poco después de que yo apareciera, murmurando algo
sobre mis sedosos pantalones cortos de pijama y la camiseta sin mangas a juego.

Se me quedó mirando con unos ojos ardientes que prácticamente sentí en la piel,
como la caricia del sol en un frío día de invierno. Pensé -esperé- que por fin me
tocaría, me besaría, pero en lugar de eso, salió corriendo de la habitación como si el
diablo le pisara los talones.

Sola y nerviosa, intenté concentrarme en los anuncios de empleo que me devolvía


la mirada desde el portátil, pero la energía inquieta se apoderó de mí. Me tumbé en
el sofá del salón y me quedé mirando por las oscuras ventanas del barco, sin ver nada
más que el resplandor de la luna llena.

Quería estar cerca de Royce, oírle hablar y bromear, tal vez incluso sentir su
cuerpo rozando mi carne sensible. Había oído que las hormonas del embarazo te
ponían increíblemente cachonda, pero esto era más que eso.

Mi visión se desvió hacia el reloj de la mesilla, cuyos dígitos verdes marcaban


las diez de la noche.

—Quizá debería masturbarme... sólo para quitarme las ganas —murmuré en voz
baja. Lo consideré por un momento, imaginando cómo terminaría si Royce me
encontrara de esa manera. ¿Haría algo al respecto? Sacudí la cabeza y suspiré—. No,
no seas ridícula.

Hablar sola también era ridículo, me reprendió una voz dentro de mi cabeza.

Con un resoplido, me levanté del sofá, desinflada e insatisfecha. Si no estuviera


embarazada, me tomaría una copa para curar mi inquietud y mi insomnio, pero tal
como estaban las cosas, no era una opción.
Caminé hacia mi dormitorio, con el corazón palpitando y el calor retorciéndose
en mi vientre.

Por el rabillo del ojo, vi una luz que salía del camarote de Royce, al final del
pasillo de mi habitación, y el corazón me dio un vuelco de emoción. Antes de que
pudiera pensarlo, caminé hacia ella.

La puerta estaba apenas entreabierta, pero lo suficiente para oír un leve gemido.
Me detuve en seco cuando el sonido retumbó en el aire y un cosquilleo recorrió mi
cuerpo. Incapaz de resistirme, me incliné hacia delante y se me cortó la respiración.

Royce estaba dentro, tumbado en la cama grande, totalmente desnudo y con un


bote de lubricante abierto en la mesilla de noche. La suave luz proyectaba sombras
sobre su cuerpo musculoso y entintado. Me quedé allí de pie, con la boca formando
una O perfecta e intenté apartar la mirada.

De acuerdo, bien. En realidad, no lo estaba intentando. Culpa a esas molestas


hormonas, estaba aquí por el espectáculo.

Recorrí su cuerpo con la mirada, detenida por la visión de su fuerte mano


alrededor de su pene.

Se estaba masturbando.

Un magnetismo crudo y una energía casi animal impregnaban el aire mientras lo


veía aferrarse a la sábana de seda, con los muslos gruesos y fibrosos abiertos para
acomodar las manos, una tirando fuerte y despacio de la polla, la otra ahuecando los
testículos. Sentí sus gruñidos en lo más profundo de mi ser.

Tenía la cabeza echada hacia atrás contra la pila de almohadas, el cuello crispado
por la tensión y el placer manchando su hermoso rostro. No podría apartar los ojos
de él, aunque lo intentara.

Mis muslos temblaban de necesidad mientras su robusta masculinidad me atraía,


tentándome con la promesa de un placer exquisito que sabía que sólo este hombre
podía darme. Volvió a subir esos gruesos dedos y una gota de semen se acumuló en
la cabeza de su polla. Me lamí los labios con avidez. Se me hizo agua la boca y
tragué fuerte mientras imaginaba aquella polla gruesa y larga entre mis labios.

Sería tan fácil empujar la puerta y rogarle que se saliera con la suya, pero el miedo
al rechazo me contuvo. Así que, como una voyeur, me quedé admirando su erección,
que sería la envidia de cualquier tienda de consoladores.

Aturdida, confusa e incómodamente excitada, volví a mirar a mi esposo a la cara


para encontrarme con sus ojos clavados en mí. Algo oscuro y pecaminoso ardía en
aquellas profundidades color carbón. No reaccioné, mi cuerpo se negaba a moverse
y, lentamente, Royce rodeó con la palma de la mano su hinchada longitud.

Sus tensos músculos se contrajeron cuando el placer se apoderó de él, un siseo


escapó a través de sus dientes apretados mientras trabajaba más rápido y más duro,
follando dentro de su puño con golpes largos y brutales.

Yo gemía, él gruñía.

Mi mirada siguió los movimientos mientras se apretaba casi violentamente cada


vez que pasaba sobre la corona.

Mi propia excitación humedecía mi ropa interior, se escapaba y se deslizaba por


el interior de mi muslo. Me dolía por él, y mi mente daba tumbos entre visiones de
sexo con este hombre, cómo se sentiría su gran polla dentro de mí y a qué sabría:
salado, almizclado o dulce.

¿Podría meterlo en mi boca?

Los pensamientos sucios y libertinos despertaron una bestia hambrienta dentro


de mí. Nunca me había gustado el voyeurismo, pero de repente sentí que me lo había
estado perdiendo. El placer de ver cómo se desarrollaba la escena me provocaba más
deseo que cualquier ex-amante.

Clavada en el sitio por la pesada mirada de Royce, mi respiración se volvió más


agitada mientras esperaba lo inevitable. Había intentado tantas veces imaginarme a
este hombre corriéndose, la cara que pondría y la mirada saciada que sin duda
reemplazaría la tensión habitual de su rostro, pero nada se había acercado a esto.
Y ni siquiera lo había tocado.

Su mano se contrajo alrededor de su polla hinchada y yo aspiré entre dientes


cuando su ritmo se volvió errático. Sus músculos se hincharon y soltó un “Willow”
jadeante antes de cerrar los ojos y alcanzar el clímax.

Su polla se sacudió una última vez, desparramando esperma por su paquete de


seis. Su orgasmo parecía no tener fin, salía a chorros y goteaba por sus dedos
mientras seguía sujetando su polla cada vez más blanda.

El espectáculo era tan excitante que, por primera vez en mi vida, comprendí el
atractivo de observar desde las sombras.

Mi respiración era agitada, como si acabara de correr una maratón. El pecho me


subía y bajaba, el pulso entre los muslos me latía como un tambor y me zumbaba en
los oídos.

Me sobresalté cuando Royce se deslizó fuera de la cama, sus ojos se apartaron de


mí mientras se dirigía al baño privado. En cuanto su musculoso trasero desapareció
de mi vista, huí como un ladrón pillado en el acto.

Llegué a mi habitación tambaleándome. Tenía la piel caliente y los pezones tan


duros que podían cortar el cristal. Incluso el más leve roce del aire sobre mi piel
sensible me hacía temblar.

Me desnudé y me metí en la cama, temblando por el anhelo que me consumía.


Lo deseaba. Necesitaba una liberación, pero al meter una mano entre mis piernas, la
idea me pareció deslucida. Y solitaria.

La imagen de Royce estaba grabada en mi mente, y mi cuerpo ansiaba la


liberación que instintivamente sabía que sólo él podía proporcionarme. Pero él solo
quería su mano, no a mí, y eso me dejó cachonda... e indescriptiblemente triste.
Royce

Tu hermano Byron quiere usar esta foto para anunciar las nupcias.

El mensaje de texto era corto, como la mayoría de los mensajes de los padres de
Willow. No eran expertos en tecnología y nunca lo serían.

El sol entraba a raudales por las ventanas de la cabina de mi improvisada oficina.


En los catamaranes habituales había que navegar en todo momento. Éste tenía un
sistema de navegación de primera clase con opción de piloto automático y un destino
ya programado en él. Me permitía desviarme pero no cambiar el destino final, lo que
me pareció peculiar.

Estábamos en algún lugar entre Europa y América, pero la ubicación no era lo


que me interesaba.

Era el archivo adjunto que los padres de Willow enviaron con el texto.

Cuanto más la miraba, más fuerte se apoderaba de mí ese sentimiento de


posesividad. Era una foto que alguien había tomado durante nuestros votos, la
grandiosidad de la iglesia a nuestras espaldas, pero la imagen más magnífica era la
de Willow. Ella, mostrando una sonrisa que podría desarmar ejércitos, y yo, con una
mirada en los ojos que sólo comunicaba una verdad: mía.
Sus moretones eran invisibles para el ojo desprevenido, y me alegré por la
persona que dominaba el photoshop. Sería una foto que enseñaríamos a nuestros
hijos algún día.

El siguiente archivo contenía la foto que nos hicieron cuando Willow se graduó
en la universidad. Llevaba su toga y alguien había captado el momento en que
agarraba su birrete y lo lanzaba al aire, con su mano libre sobre la mía.

Mis labios se tensaron al recordar cómo Willow entró en pánico al segundo


siguiente, no queriendo que el sombrero cayera al suelo o se mezclara con el de otra
persona, por lo que tuve que saltar al aire para atraparlo. Mierda, bajaría al infierno
y subiría hasta las puertas del cielo sólo por tenerla contenta.

Mi mente revoloteó hasta la noche de hacía una semana, cuando me atrapó


masturbándome en mi camarote. No había dormido mucho desde entonces,
saboreando todavía la decepción que sentí al volver a mi habitación y encontrarme
con que Willow se había ido. No pude concentrarme en el trabajo esta mañana, mi
mente estaba completamente atascada en mi esposa. Me había masturbado tanto
desde entonces que mi polla estaba dolorosamente irritada.

Tenía que follármela pronto o me volvería loco pero la necesitaba dispuesta y


abierta de mente, y sospechaba que aún no estaba preparada, porque cada vez que le
insinuaba el incidente, cambiaba de tema y una tristeza cruzaba brevemente sus
facciones antes de sustituirla por una expresión agradable.

Un mensaje de texto me sacó de mis pensamientos.

Byron: Podrías habérmelo dicho.

Yo: ¿Decirte qué?

Byron: No seas idiota. El mundo piensa que la has secuestrado.

Yo: ¿Y me importa porque...?

Byron: Por el amor de Dios, Royce. No necesitamos revolver mierda con la


familia Harris. No después de lo que pasó con Winston.
Fruncí el ceño. Se refería a la forma en que murió nuestro papá. Necesitábamos
mantener a los medios alejados de los Ashford, no llamar la atención. Pero no había
forma de evitarlo, no con el compromiso de Willow con Stuart y las conexiones de
su familia.

Byron: ¿Cuándo termina tu luna de miel?

Mis dedos tamborileaban distraídamente sobre el escritorio.

Yo: En unas semanas más o menos.

Estaba haciendo de tripas corazón, pero por el momento sabía que lo mejor era
mantenerse alejado de miradas indiscretas y de cualquier país con leyes de
extradición poco estrictas. Stuart sabía que no debía ir a la policía, pero por desgracia
sus padres no. Y con sus conexiones, podrían causar graves daños. De hecho, por lo
que parecía, ya lo estaban haciendo.

Ja, secuestrado. Como si alguna vez le hubiera causado angustia a Willow. Ese
era el fuerte de Stuart, no el mío.

Así que Willow y yo quedaríamos fuera de la red durante un tiempo.


Intentaríamos permanecer en el barco, al menos hasta que los moretones de Willow
desaparecieran por completo. Para evitar causar más estrés en Willow después de lo
que había sufrido, la mantendría alejada hasta que se resolviera la situación.

Cuando todo volviera a la normalidad, regresaríamos a casa, dondequiera que


fuera. Willow estaba cerca de sus padres, así que Portugal podría ser nuestro destino,
sobre todo porque mis hermanos también se habían trasladado a Europa.
—Sí, las cosas van genial —murmuré en voz baja. Aparte del hecho de que
luchaba constantemente contra las ganas de follármela. Me pasé una mano por el
cabello y eché un vistazo al reloj. Eran las diez de la mañana y Willow seguía
profundamente dormida. Lo necesitaba y, claro, nos habíamos acostado tarde.

Anoche jugamos al Monopolio, y resultó que había cosas que no sabía sobre mi
nueva esposa después de todo. Era una gran perdedora. Después de que le quitara
todas sus propiedades, intentó llorar, alegando juego sucio, y luego volcó
accidentalmente el tablero.

Era un rasgo poco atractivo en todos menos en Willow. Era monísima cuando
hacía pucheros.

El teléfono volvió a sonar.

Byron: Avísame cuando lo descubras. La prensa se enterará hoy de su


matrimonio. Todavía quiero saber cómo demonios pasó lo tuyo con Willow.

Ignoré su mensaje. No es que los hermanos Ashford fuéramos conocidos por


revelar nuestros objetos de deseo.

En cualquier caso, otras semanas en este barco podrían ser lo mejor. El frenesí se
calmaría cuando desembarcáramos. Esperaba.

Apagué el teléfono y seguí trabajando. Tenía un negocio que atender, una esposa
a la que alimentar y entretener. Mi hermano y sus veinte preguntas tendrían que
esperar.

No pasó mucho tiempo hasta que un golpe rompió el silencio y levanté la vista
para encontrarme con la única pasajera del catamarán, y mierda, era un espectáculo
digno de ver. Cabello alborotado. Expresión soñolienta. Arrastré la mirada por su
camiseta de tirantes hasta los pantalones cortos que se ceñían a sus caderas y muslos,
dejando al descubierto sus piernas suaves y doradas. Iba descalza, como de
costumbre, y sus uñas parecían recién pintadas.
—Adelante.

Willow entró, ahogando un bostezo.

—No puedo creer que haya dormido tanto.

—Estás cultivando una vida —señalé. —Es un trabajo duro.

Observé, hipnotizado, cómo un ligero rubor subía por su cuello. Me pregunté si


su piel se pondría así de rosada cuando yo... no. No volvería allí, a menos que
quisiera pasearme todo el día con una erección.

Tomó asiento frente a mí e intentó peinarse con los dedos.

—Honestamente, todavía no puedo creerlo.

—Tienes que ser un poco más específica. ¿Creer qué?

Se reclinó en la silla, sus ojos se encontraron con los míos mientras frotaba el
vientre plano.

—Que estoy embarazada. Que estamos casados. Que estamos en medio del
océano. Elige lo que quieras.

Entrelacé los dedos detrás de la cabeza.

—¿No es un sueño hecho realidad? —pregunté con frialdad, la idea de que fuera
infeliz me provocaba una oleada de irritación.

—Eh, bueno... —Willow se pasó una mano por el vientre, una mirada tímida
cruzó su rostro—. Definitivamente no es la forma normal de hacer las cosas.

Una llama oscura se encendió en mi pecho antes de que la sofocara.

—Ya te lo he dicho, que se joda lo normal —repliqué secamente. Ella me estudió,


y yo me perdí preguntándome si sus ojos serían más verdes o azules en pleno
orgasmo.

—¿No te molesta que la gente hable? —preguntó Willow, devolviéndome al


presente.
—No. —Regla número uno de los ricos: nunca parecer débil. Yo había hecho mi
elección y había salido ganador sobre Stuart, y Willow era mía. Si alguien intentaba
siquiera arrastrar su nombre, acabaría con ellos personalmente.

Quizá podríamos habernos arreglado sin el embarazo, pero ya consideraba al


bebé como parte de mi-nuestra unidad. Igual que había considerado a Willow.
Estaba embarazada y eso era todo. Era mía. El bebé sería mío, todos sus días y sus
mañanas.

—Sabes, muchas mujeres me odiarán por sacarte del mercado.

Me encogí de hombros.

—No importan.

—¿No echarás de menos el sexo?

Me balanceé en la silla y apoyé las piernas en la mesa.

—Si estás ofreciendo algo, sal y dilo.

Sus mejillas adquirieron un profundo tono carmesí.

—Vamos, Royce. Deja de joderme.

—Esa sí que es una idea. —Le sonreí—. Podría inclinarte sobre este escritorio,
amordazarte y luego follarte mientras te ahogas con la excitación que ahora mismo
empapa tus bragas.

Se puso en pie de un salto y cada centímetro de su piel se sonrojó.

—Jesús, Royce. Avisa a una chica cuando vayas a soltar una bomba como esa.
¿Es este tu negocio?

—¿Mi negocio?

—Tu manía —aclaró.

—¿Y qué sabes tú de mis manías?


Se encogió de hombros.

—No mucho. Sólo rumores a lo largo de los años...

Le dirigí una mirada sardónica antes de decir:

—Si crees que amordazarte es pervertido...

Levantó las palmas de las manos, haciéndome callar.

—Entiendo las indirectas —murmuró, respirando entrecortadamente—. ¿Estás


listo para desayunar? Hablar de perversiones con el estómago vacío no es bueno. —
Me puse de pie y sus ojos se posaron en mí—. No sé si este look de chico playboy
rico en la playa te queda mejor que tus habituales atuendos de cuero negro.

Rodeé la mesa y enganché un brazo sobre sus hombros.

—Esposa. —Mierda, me gustaba demasiado llamarla así—. Soy cualquier cosa


menos un chico.

Me miró de reojo.

—Gracioso —dijo rotundamente—. ¿Quién iba a decir que mi esposo tenía tanto
sentido del humor?

Mi boca se tensó mientras mi corazón daba saltos mortales como un gimnasta


olímpico. Si me encantaba llamarla esposa, oírla llamarme esposo era algo divino.
Mi obsesión por ella se estaba descontrolando rápidamente, aunque tal vez hubiera
estado ahí todo el tiempo, latente.

—Qué puedo decir, sacas lo mejor de mí.

Puso los ojos en blanco, pero vi cómo se le torcía un lado de la boca.

—Corta el rollo, Royce.

—Pero te encantan mis tonterías. —Llegamos al pequeño comedor y acerqué una


silla—. Tengo el desayuno listo. Deja que te sirva.
Sus cejas se arquearon ante mi doble sentido, pero en lugar de morder el anzuelo,
me guiñó un ojo.

—Es justo. Al fin y al cabo, soy tu nueva esposa —dijo con un brillo pícaro y
algo más en los ojos.

Un hilillo de calor me recorrió la espina dorsal y tardé varios segundos en darme


cuenta de que seguía allí de pie, mirándola fijamente. Estábamos jugando a un juego
peligroso, que seguramente nos llevaría a un punto sin retorno. Me pregunté si
Willow sería consciente de ello. Podía parecer amable y dulce, pero yo había
percibido destellos de algo más oscuro en sus ojos.

Sabía que una vez que tuviera a Willow, toda ella, no habría vuelta atrás.

Willow

La luz del sol rebotaba en las ondas del agua azul que nos rodeaban y, aunque
llevaba gafas de sol, el resplandor era tan intenso que tuve que bajar la cabeza para
evitarlo.

Royce estaba tumbado a mi lado en cubierta, con un pie colgando


despreocupadamente de la borda del catamarán. Era el típico playboy
multimillonario, con las gafas de sol de aviador cubriéndole los ojos oscuros y el
bañador negro caído sobre sus caderas bronceadas.

Mi mirada se clavó en la mano que tenía sobre mi muslo, con su alianza brillando
a la luz. Hasta que no salí de casa de mis padres no me di cuenta de dónde procedían
las alianzas. El hecho de que mi mamá le hubiera regalado a Royce los anillos de
mis abuelos lo decía todo.

Era su bendición, alta y clara.


Mi sonrisa se ensanchó al trazar la banda que lo marcaba como mío. A pesar del
estrés de preocuparme por lo que Stuart y su familia harían, no podía evitar disfrutar
de este tiempo a solas con Royce.

Nos habíamos reído y habíamos hecho turismo en lugares impresionantes, pero


no habíamos hablado de expectativas. El celibato era... duro. Especialmente ahora,
mientras miraba el cuerpo fuerte y musculoso de mi esposo, al que ni siquiera una
monja podría resistirse.

Se subió las gafas a la cabeza.

—¿Qué estás leyendo?

Me aclaré la garganta antes de responder:

—Um, sólo una novela.

Por supuesto, la novela que tenía en el regazo tampoco ayudaba. Era un relato de
Christian Grey y sus experiencias sexuales antes de conocer a la inocente Anastasia.
El libro era tan ardiente que casi esperaba estallar en llamas.

Pero no podía concentrarme en las páginas. Podía sentir la mirada lujuriosa de


Royce sobre mí, acariciando cada centímetro que no estaba cubierto por mi bikini.
Sentí cómo me recorría, tocando cada grieta, acariciando cada punto sensible.

Se apoyó en el codo, sin apartar la mano de mi muslo.

—¿De qué tipo?

—De los que lees. —Más bien del tipo que probablemente has vivido, pensé con
una sonrisa burlona.

—Léeme un capítulo. —Podía oír la sonrisa diabólica en sus palabras—. Por


favor.

Empecé a sudar y no tenía nada que ver con el sol abrasador.

—No es tan interesante.


—No pasa nada. —Me apretó el muslo—. Me vendría bien una siesta.

Dejé escapar un suspiro incrédulo. O sabía exactamente de qué iba el libro o me


estaba distrayendo.

—Nunca te tomé del tipo que se echa la siesta.

—Podría ser.

Fingí fruncir el ceño, pero me salió una sonrisa ladeada.

—No tienes edad para las siestas.

—Tienes razón —coincidió, enhebrando sus dedos entre los míos—. Siempre
podemos intentar otro tipo de actividad por la tarde.

Pegué una sonrisa insolente.

—¿Puedes ser más específico?

Su oscura sonrisa me hizo saltar chispas y el sudor empezó a correr en riachuelos


por mi espalda.

—Quiero follarte ahora mismo hasta dejarte sin sentido —dijo, su voz se volvió
oscura y ahumada—, y tenerte suplicando por mi polla como una buena putita.

Bueno, parecía que el celibato estaba siendo tirado de la mesa en la que lo


habíamos puesto.

—Quiero ser tu puta —susurré al cabo de un rato.

El calor floreció en la boca de mi estómago y el aire palpitó con una corriente


eléctrica. La sangre rugió en mis oídos, ahogando todo menos la promesa de su
mirada.

—¿Sin importar nada?

Se me hizo un nudo en la garganta al ver la cruda lujuria en sus ojos.

Un suave suspiro salió de mis labios y susurré:


—Sin importar nada.

La victoria brilló en sus ojos oscuros.

Sabía que me tenía.


Royce

En cuanto pronunció esas palabras, casi arrastré a Willow a mi camarote.

Tenía la polla tan dura que casi me agujereaba el bañador. Excepto que, en el
fondo, las inseguridades corrían desenfrenadas. Miedo de que, si le mostraba a
Willow el alcance de mis depravados deseos, ella saltaría al océano y nadaría hasta
la isla más cercana.

Tendría que ir despacio porque ella era importante para mí. Ella importaba más
que las mujeres que habían compartido mi cama en el pasado. Había disfrutado de
mi tiempo con ellas, y las respetaba, pero habían sido un desahogo.

—Por favor, no me digas que cambiaste de opinión. —Su voz arrastró mi


atención hacia sus labios carnosos.

—Nunca. —Parecía que todos los caminos nos habían llevado a este momento.
Se sentía bien. Willow tenía mi apellido, y mi anillo estaba en su dedo—. Quítate el
bikini —dije, con voz suave, y ella se estremeció ante mi orden—. Ahora, esposa.

La oí jadear, pero no dudó. Tiró del cordón que tenía detrás del cuello con manos
ligeramente temblorosas y se desabrochó el top, dejando que el endeble material
cayera al suelo sin hacer ruido. Vi cómo enganchaba sus delicados dedos en el bikini,
se lo quitaba y lo hacía a un lado.

Apreté los dientes con tanta fuerza que me dolió la mandíbula, pero era mejor
que concentrarme en mi dolorida polla, ansiosa por enterrarse dentro de ella. El
silencio dominaba la habitación, sólo roto por nuestras respiraciones agitadas y el
choque de las olas contra el casco.

Me acerqué a la cómoda y me apoyé en ella, luego me giré para observar a mi


esposa con los ojos semi-cerrados. Quería darle placer, hacerla gemir, hacerla mía.

Se lamió los labios y esperó mi siguiente orden mientras yo devoraba su piel


besada por el sol, olvidando cómo parpadear, cómo respirar. Dios mío, era preciosa.
Tetas firmes y llenas, pezones sonrosados que me moría por morder. Piernas
delgadas. Culo redondo lo suficientemente lleno como para agarrarlo con mis
manos.

Mis ojos volvieron a sus pechos y se detuvieron en sus pezones.

—Arrástrate hacia mí como una buena esposa.

Su pecho subía y bajaba con cada respiración. Me miró fijamente mientras se


ponía de rodillas y se le ponía la piel de gallina.

Con cada movimiento, podía oír el deslizamiento de su excitación y oler su aroma


perfumando el aire. Su respiración se entrecortó a medida que se acercaba, con los
ojos más verdes que nunca.

Se detuvo frente a mí y yo la rodeé antes de volver frente a ella.

—¿Quieres que te arruine, que te haga mi pequeño juguete?

Un suave gemido escapó de su boca. Mierda, no había forma de que durara lo


suficiente para hacer todo lo que había estado imaginando.

—Sí —gimoteó—. Por favor.

Su impaciencia me llegó directamente a la ingle. Metí la mano en su cabello,


empuñándolo con una mano mientras me quitaba el bañador con la otra. Mi polla
brotó, dura y lista para ella, con la cabeza hinchada chorreando pre-semen.

Me miraba con hambre y mucha confianza.


Le apreté el cabello y tiré de él hacia atrás hasta que me miró fijamente, luego le
pasé el pulgar por el labio inferior antes de decirle:

—Ahora sé buena y ahógate con mi polla.

Separó los labios y yo penetré su boca caliente, empujando hasta que llegué a su
garganta.

—Mierda. —Mi gruñido la hizo gemir, y el sonido vibró a través de mí—. Si es


demasiado, parpadea dos veces. —Tiré de su cabello con más fuerza, apenas
manteniendo el control—. Parpadea una vez para que sepa que lo entiendes.

Parpadeó y me lamió y chupó la polla como la esposa perfecta que era. Trabajó
a un ritmo constante, y mierda, si no era exactamente cómo me gustaba.

Movió la cabeza arriba y abajo, y yo la colmé de elogios: “Qué buena esposa.


¿Quieres más? Sé que puedes soportarlo, cariño”.

Ella gimió y penetré más profundamente su garganta, tirándole del cabello con
más fuerza mientras me chupaba con entusiasmo. Los únicos sonidos que llenaban
el espacio eran mi respiración entrecortada y sus gorjeos, con los ojos llorosos por
mi tamaño.

Pero nunca se rindió.

Mi otra mano se disparó hacia su nuca, mis abdominales temblando por el


esfuerzo de no explotar en su garganta.

—Eso es —gruñí—. Chupa esa polla.

Sus ojos vidriosos de placer permanecían fijos en los míos mientras su mano se
deslizaba entre sus piernas, pero antes de que pudiera tocarse, la aparté de mi cuerpo
y la besé con fuerza.

—A partir de ahora, tu placer es mío —ronqué contra sus labios, con la voz
grave—. No otro hombre. Ni tus dedos. Ni tus juguetes. —Metí la mano entre
nuestros cuerpos, separando sus muslos, y deslicé mis dedos por sus resbaladizos
pliegues. Estaba tan mojada que se empaparon en cuestión de segundos. Mi otra
mano se cerró alrededor de su garganta—. ¿Entendido?

—Sí. —Su coño se apretó alrededor de mis dedos.

—¿A quién perteneces?

—A ti.

—¿De quién eres mujer?

—Tu-tuya —susurró Willow, con la mirada semi-cerrada. Su piel estaba


enrojecida y sus ojos brillaban de excitación—. Soy tu mujer.

—Eso es. —Le metí los dedos hasta el fondo, luego los saqué y se los metí en la
boca.

Ella gimió, chupándolos con avidez, y yo murmuré en señal de aprobación


mientras ella lamía sus propios jugos, la vista y sus sonidos eran lo más erótico que
jamás había experimentado. Y había visto mi ración de mierda.

—¿Vas a follarme ahora? —Su tono era desesperado, y la forma en que jadeaba
hizo que mi polla se crispara.

Sonreí con fuerza.

—Sólo recuerde, señora Ashford… —La empujé hacia atrás y sus rodillas
chocaron contra la cama. La dejé caer sobre el colchón, su piel de marfil parecía un
sueño contra mis sábanas carmesí. Sus pechos rebotaron, tentándome aún más—. Tú
lo has querido.
Willow

El cuerpo musculoso de Royce se cernía sobre mí y mis caderas se arquearon con


entusiasmo, frotándome contra su erección. El calor de su cuerpo y la sensación de
su punta dura rozando mi entrada, me hicieron luchar contra el orgasmo inminente.

Rozó fugazmente su boca con la mía, pero fue suficiente para que mi corazón se
acelerara.

Me besó dejando una línea húmeda por el cuello y el torso antes de agacharse y
agarrarme los tobillos, separándolos.

Dejó caer la cabeza entre mis piernas, besándome el interior del muslo y
lanzándome besos hasta que su boca conectó con mi núcleo palpitante.

—Hueles a locura, nena —murmuró, dándome besos en el coño antes de hundir


la lengua en mi entrada. Mis caderas se agitaron, moliéndome contra su barba
incipiente, y pensé que me correría allí mismo.

—Necesito más —le supliqué, gimiendo y retorciéndome contra él. El placer


arrasaba mi interior, destruyendo todo a su paso. Quería perecer debajo de él.

Se rio entre dientes.

—Pequeña esposa codiciosa.

La lujuria en su voz sólo hizo que mi sangre chisporroteara aún más, y arañé las
sábanas.
—Por favor —gemí cuando su lengua recorrió mi ombligo y exploró mi pecho.
Se metió el pezón en la boca, sus dientes lo rozaron ligeramente y la excitación me
provocó. Debió de darse cuenta de que estaba al límite, porque utilizó la mano que
tenía libre para pellizcarme el otro pezón antes de apartar la boca por completo.

Volvió a meterse entre mis piernas, lamiéndome desde la entrada hasta el clítoris,
y su gruñido me hizo vibrar. Su lengua húmeda me hizo gritar y la presión en mi
interior se volvió casi cegadora.

Me pasó las ásperas palmas de las manos por las piernas y las enganchó en sus
anchos hombros, luego me besó el coño con ternura insoportable.

—Por favor, Royce —jadeé—. Necesito más.

—Lo que mi mujer quiere, mi mujer lo consigue —murmuró, y empujó su lengua


dentro de mí. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Le pasé los dedos por el cabello,
agarrando puñados de mechones oscuros mientras me penetraba con la lengua.

Mis manos se deslizaron hacia su cabeza e incliné las caderas hacia arriba para
facilitarle el acceso. Siguió lamiéndome el coño mientras acercaba sus manos a las
mías y entrelazaba nuestros dedos.

Un último empujón de su lengua y entré en erupción. Me corrí tan fuerte que me


zumbaron los oídos y temblé contra su boca. El mundo dejó de existir por un
momento, y si antes creía que iba a morir, ahora estaba a dos metros bajo tierra.

Se arrastró por mi cuerpo, su duro eje contra mi palpitante y caliente entrada,


mientras su mirada se cruzaba con la mía.

—¿Lista para mí, nena? —Su respiración coincidía con la mía, y la reverencia de
sus ojos hizo que me diera un vuelco el corazón.

Mi respuesta fue enganchar mis piernas alrededor de sus caderas y rodear su


cintura con mis brazos. La cabeza de su erección empujó mi entrada mientras él se
inclinaba hacia abajo, con las manos aún entrelazadas sobre mi cabeza. Me besó,
húmedo, caliente, sucio y devorador, y luego me penetró profundamente.

—Mierda, qué bien te sientes —dijo, con la voz ronca.


Se retiró con exquisita lentitud, para volver a clavarse en mí hasta la empuñadura.

Grité, y él se quedó quieto al instante.

—Mierda, no pares —gruñí, y él se rio, pero reanudó sus movimientos.

Aumentó la velocidad y me penetró con una implacabilidad con la que sólo podía
soñar. Mis caderas se movían al ritmo de sus embestidas, mientras mis obscenos
gemidos llenaban el espacio que nos separaba.

Me besó con fuerza y nuestras lenguas se enredaron igual que nuestros cuerpos.
Las brasas ardían cada vez más, él empujaba más hondo y, de repente, la presión
volvió a explotar en mi interior, arrastrándome hacia el olvido. Cuando llegué al
clímax, él rugió mi nombre, empujando con fuerza una última vez y luego se quedó
quieto cuando su semilla se derramó dentro de mí.

Finalmente, mis ojos se abrieron y encontré que los suyos ya estaban sobre mí.
Estaban llenos de una profunda satisfacción y de algo más que no podía descifrar.

Me dio suaves besos en la cara y en la comisura de los labios antes de bajar la


frente y quedarse dentro de mí.

Entonces me di cuenta de que era exactamente lo que había estado buscando


durante la última década.

E inconscientemente, supe que él siempre había sido el indicado para mí.


Royce

El sol de la mañana se filtraba por las ventanas de la cabaña mientras Willow


dormía silenciosamente a mi lado, con sus extremidades enredadas a mi alrededor
como lianas. Le di un beso en el hombro y un pequeño suspiro salió de sus labios,
pero no se despertó. La había cansado anoche -o debería decir esta mañana- y, por
el sonido de sus suaves ronquidos, no esperaba que se despertara pronto.

Yo funcionaba bien con un mínimo de sueño, gracias a mi tiempo en el servicio.


No se podía decir lo mismo de Willow. Se ponía de mal humor y lo sabía.

Salí de la cama y fui a comprobar la navegación y el posicionamiento. Había


estado utilizando una técnica llamada “heaving to”, un sistema de piloto automático
cuando no estaba en cubierta. Ralentizaba el avance del barco y lo mantenía
relativamente inmóvil.

Satisfecho de que seguíamos en camino de tocar tierra en unos días, nos preparé
café y el desayuno, y volví a la cama justo cuando Willow se removía.

Sus mejillas se sonrojaron, se encontró con mi mirada y una sonrisa rozó mis
labios. Coloqué la bandeja en la mesilla y le di un rápido beso.

—Buenos días. ¿Dormiste bien?

—Como un bebé. —Sus ojos recorrieron mi cuerpo—. Deberías llevar


pantalones de chándal más a menudo —murmuró—. Y nada más. A partir de ahora.

Me reí entre dientes.


—Lo tendré en cuenta, esposa. —Me encantaba cuando era así de juguetona—.
¿Tienes hambre?

—Como un lobo. —Se estiró y palmeó el lugar que tenía al lado. El brillo de sus
ojos hizo que algo oscuro y posesivo recorriera mi pecho. Quiero ser la causa de ese
brillo el resto de mi vida, pensé—. ¿Quieres comer conmigo?

—Prefiero comerte el coño —dije, con una sonrisa de suficiencia asomando a


mis labios mientras ella dejaba escapar una risa estrangulada—. Es la comida más
deliciosa que he probado nunca.

Levantó la cabeza y me dio un suave beso en la boca.

—Nada de eso hasta que comas.

—Iba a hacerlo —refunfuñé.

Sus labios se crisparon.

—No hasta que comas comida de verdad. Y deja de decir coño tan temprano por
la mañana o empezaré a decir polla.

Una sonrisa amenazó con brotar de mis labios.

—Siempre y cuando sea mi polla a la que te refieras.

—Hmmm, no estoy segura.

Le di la vuelta, sujetándole los brazos por encima de la cabeza, y soltó un chillido.

—Más vale que estés segura —gruñí, pero su risa era contagiosa y me costó
mantener el semblante serio.

—Estoy bromeando —se burló—. Siempre pienso en tu polla.

Mis hombros se relajaron y solté sus muñecas.

—Buena chica.
Willow se había incrustado en mi ser durante tanto tiempo que ni siquiera podía
concebir una vida sin ella. Y en las últimas semanas, había quedado claro que
separarme de ella ya no era una opción. Ella calmaba a la bestia salvaje que llevaba
dentro, y aunque anhelaba tenerla de todas las formas salvajes que se me ocurrían,
tampoco quería hacerle daño ni ahuyentarla.

Ahora que la había tenido, que la había probado, era imposible volver a las
andadas. Era mi amante, mi amiga... mi maldita esposa. Su felicidad tenía prioridad
sobre mis propias necesidades.

Me acerqué para tomar una taza de café descafeinado y se la entregué.

—Leí algunos libros sobre el embarazo y vi que una taza está bien durante el
embarazo. —De hecho, había investigado a fondo y había llamado a varios
ginecólogos y obstetras que ahora estaban en mi marcación rápida, pero me lo
guardaría para mí de momento. No quería alarmarla con mi naturaleza un tanto
obsesiva. Éramos mejores amigos, así que había visto indicios de ello, pero eso
apenas arañaba la superficie.

Sus dedos lo envolvieron y suspiró de placer.

—Huele divinamente. Gracias —murmuró, y sus ojos se cruzaron con los míos
mientras bebía un sorbo—. ¿No quieres café?

—Ya me he tomado dos tazas.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Cuánto tiempo has estado despierto?

—Pocas horas.

—¿Tus hábitos de sueño aún no han mejorado? —Con los años, Willow había
aprendido que no importaba la hora del día o de la noche, siempre podía ponerse en
contacto conmigo. A veces, me llamaba y me hablaba de las cosas más aburridas
que se le ocurrían con la esperanza de dormirme. Nunca funcionaba, pero me
encantaba oír su voz, así que le dejaba creer que sí. Sólo así volvía a llamarme al día
siguiente y al siguiente.
—Echaba de menos nuestras llamadas —bromeé—. Ha sido duro sin mi mejor
amiga.

Su suspiro melancólico me estrujó el corazón.

—Lo siento. Debería haber sido mejor amiga.

—No, debería haberlo hecho yo —la corregí—. Si lo hubiera sido, habría visto
que Stuart...

Me puso un dedo en la boca antes de que pudiera terminar la frase.

—Nos trajo hasta aquí. Sin remordimientos.

—Sin remordimientos —repetí—. Ahora, desayuna. Vas a necesitar fuerzas.

Soltó una risita.

—¿Finalmente vamos a llegar al sexo pervertido hoy?

La estudié seriamente. No estaba seguro de que estuviera preparada para lo que


yo tenía en mente. Antes de que pudiera hacer algo estúpido, me levanté y me giré
hacia el baño.

—Si consideras que explorar una isla es “sexo pervertido”, entonces claro.

Rápidamente, entré al baño con una erección evidente, sin perderme su


encantadora carcajada.
Willow

Nos despertamos en La Terrenas, un pueblecito desconocido de la República


Dominicana, en el municipio de Pueblo de los Pescadores.

Pasamos el día haciendo senderismo, nadando y comprando, en ese orden. El


agua era azul zafiro; nunca había visto nada igual.

Durante varios días nadamos desnudos bajo las estrellas. Me encantaron las casas
de colores, los mares cegadores, las montañas, la comida y la gente. Navegamos en
kayak por aguas tan cristalinas que parecía que estábamos en la Atlántida.
Practicamos sexo en calas solitarias, con su mano amortiguando mis gritos, y luego
recogimos conchas para llevarlas a Sailor y Aurora.

Encontramos una tienda que vendía más piñas y Royce se aprovisionó de ellas
como si estuvieran en vías de extinción. Mis mejillas se mancharon de vergüenza
mientras la vendedora sonreía satisfecha.

El tacto de Royce era adictivo. Cada vez que me follaba, mi orgasmo llegaba
desde una docena de sitios diferentes a la vez.

Pero no era sólo sexo, era mucho más. La forma en que me escuchaba, en que se
preocupaba por mí y en cómo estaba en sintonía conmigo. Siempre que paseábamos
por la playa o nadábamos en las aguas cristalinas, hablábamos de todo: de mi carrera,
de sus negocios, de nuestros objetivos y sueños, de nuestros recuerdos comunes.
Siempre había sido una parte importante de mi vida, pero ahora no podía imaginarme
un futuro sin él. Sin nosotros, así.
—¿Qué tipo de guardería tienes en mente?

Me agarré a sus musculosos hombros, pestañeando para quitarme el agua de las


pestañas. Llevábamos treinta minutos nadando y se me estaban arrugando las yemas
de los dedos.

—Hmm, una bonita.

Sus labios rozaron mi mandíbula.

—Necesito más detalles.

Me reí entre dientes.

—Sinceramente, al ser tan temprano en el embarazo, no he pensado mucho en


ello. Tal vez verde si es niño y lavanda si es niña.

Pareció considerar mis palabras por un momento.

—¿Qué tal verde sin importar si es niño o niña?

Arrugué las cejas.

—¿Por qué verde?

Me dedicó la sonrisa más bonita.

—Porque tus ojos verdes brillan cuando eres feliz. —Se inclinó hacia delante,
rozando su boca con la mía—. Y cuando te vienes por mí. —Mis mejillas se
encendieron, a pesar de las frías aguas del Caribe—. Te vendrás por mí ahora,
¿verdad, cariño?

Mis pezones se endurecieron al instante, cada fibra de mi ser disfrutando de su


atención.

Sus manos recorrieron mi cuerpo, sus dedos se engancharon bajo mi top y vibré
de anticipación. Mi cuerpo se apretó más contra él, su piel quemaba la mía incluso
bajo el agua.
—Rodea mi cintura con las piernas. —Lo hice sin vacilar, y sus palmas
recorrieron mis piernas. Mi respiración se volvió errática, mi corazón palpitaba por
la necesidad de sentirlo dentro de mí. Me besó con fuerza y su lengua invadió mi
boca.

—Royce, alguien podría vernos —respiré, apretándome contra su erección.

—Pues que miren —gruñó, metiendo los dedos entre mis muslos y apartándome
el bañador.

Su dedo rozó mi clítoris y se me escapó un gemido cuando empezó a rodear el


manojo de nervios con movimientos perezosos. La imagen que evocaba mi mente
de alguien observándonos no hizo más que avivar mi deseo.

Mis manos recorrieron su cuerpo con avidez, necesitando sentirlo entero. Me


estremecí cuando me metió los dedos y se tragó mi gemido. Rompiendo el beso, su
boca rozó el lóbulo de mi oreja mientras decía:

—Puedo sentir tu coño goloso apretando mis dedos. Estás deseando que sea mi
polla, ¿verdad?

Mi frente se apoyó en su hombro mientras mi respiración se convertía en


pequeños jadeos, sus dedos empujando dentro de mí.

—Sí.

—Ruega por ello, esposa. —Sus movimientos eran implacables, su pulgar rodeó
mi clítoris hinchado, antes de detenerse bruscamente.

—No —gemí, lanzándole una mirada fulminante—. No seas bastardo.

Sonrió, aunque sus ojos brillaban con oscuras promesas.

—Ruega por ello.

—Por favor. —Yo era una mujer débil—. Por favor, haz que me corra.

Volvió a deslizar sus dedos dentro de mí y yo apreté con fuerza su cintura


mientras me dejaba llevar por la sensación. Dentro y fuera. Dentro y fuera.
Mi respiración se agitó, el éxtasis al alcance de la mano.

Su boca encontró mi cuello y me lamió y mordió. Apreté las manos contra su


cabello, aferrándome a él con todas mis fuerzas.

—Mírame —gruñó, y yo levanté la cabeza y nuestros ojos se clavaron. El deseo


sin filtro que había en ellos era estimulante. Se concentró en ese punto dulce,
metiendo y sacando los dedos mientras uno se enroscaba hacia dentro.

—Oh, mierda... Oh... mi... Dios... —Un grito me desgarró. Tiré de su cabello y
mi cuerpo se tensó mientras me estremecía totalmente. Siguió empujando con los
dedos, provocando mi placer.

—No hemos terminado —ronroneó mientras me derretía en sus brazos—. Me


darás más.

El mundo daba vueltas, mis pulmones luchaban por respirar.

—Eres muy exigente —dije, y él respondió con un beso áspero—. Y codicioso


—añadí contra sus labios.

Sonrió, con su mano fuerte recorriendo mis muslos.

—Eso soy, pero sólo cuando se trata de ti.

Entonces me mostró exactamente lo codicioso que era.

Al día siguiente, estábamos en la ciudad, disfrutando al máximo de Dominicana.


Royce bebía ron y yo devoraba un plato de Bandera Dominicana, un plato
tradicional, cuando sonó su teléfono.

Vi cómo su expresión se ennegrecía, pero quien estaba al otro lado de la línea fue
quien más habló. Su actitud se relajó cuando colgó, pero mi curiosidad se despertó.

—¿Pasa algo?
Su mirada se desvió hacia mi teléfono, que estaba sobre la mesa. Se pasó los
dientes por el labio inferior antes de responder:

—Tenemos que apagar los teléfonos.

Lo miré fijamente hasta que me miró a los ojos.

—¿Por qué?

En lo profundo de mi estómago, lo sabía.

—Stuart está llamando por ahí, tratando de acceder a nuestra ubicación.

No me sorprendió, pero me decepcionó. Asustada, sin decir nada más, levanté el


teléfono y lo apagué.

—¿Quién te avisó?

—Alexei.

Mientras pagaba la cuenta, le pregunté:

—¿Adónde vamos ahora?

—Bermudas.

Definitivamente estábamos tomando el camino largo a casa.

Zarpamos esa misma noche, y cuando las suaves luces de la isla desaparecieron
de mi vista, ya la echaba de menos. No hubo un solo momento en esta isla que no
me gustara y sólo podía esperar que volviéramos algún día, los tres.

La siguiente isla era un trozo de paraíso. Nos rodeaban árboles tropicales. Los
pájaros piaban. Las olas chocaban contra la costa. El sol brillaba a través de las
grandes hojas de las palmeras, besando nuestra piel. Era todo lo que podía desear y
más.
—Esto es maravilloso. —Me acerqué a Royce, inhalando profundamente su
fresco aroma—. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba estirar las
piernas.

—Sé cuánto te gusta el ejercicio físico —comentó, y no se me escapó su tono


burlón.

Le di un manotazo suave en el brazo.

—Haces que suene como si lo odiara.

Soltó una risita afectuosa.

—Pero no te encanta. —Puse los ojos en blanco y preferí quedarme callada—.


He leído que es saludable que una mujer sea activa durante el embarazo pero quizá
no quieras empezar a hacer ejercicio vigoroso si aún no forma parte de tu rutina.

El calor me invadió. Su confesión me hizo querer saltar sobre sus huesos y


besarlo por todas partes. Esta versión de Royce que mantenía apartada del mundo -
la que se desvivía por leer blogs sobre embarazos- era la que me había robado el
corazón.

Espera, ¿qué?

Tropecé y habría caído de bruces al suelo de no ser por los reflejos de Royce. Mi
mirada bajó hasta su brazo entintado con el paisaje montañoso que me rodeaba la
cintura, sosteniéndome, y todo en mi interior se agitó como si fuera mi primer
flechazo.

E, irónicamente, Royce Ashford fue mi primer flechazo, pero luego crecí y lo


superé. Al menos eso creía.

Jesucristo.

Me había vuelto a enamorar perdidamente de Royce. Mi esposo. Mi mejor amigo.


Mi amante. En algún momento de las últimas semanas, Royce se había metido en mi
vida. Una vez que dormimos juntos, insistió en que durmiéramos en la misma cama,
amenazando con tirarme por la borda cuando sugerí espacio.
La verdad era que no podía imaginar despertarme por la mañana sin él a mi lado.

—¿Dónde estamos exactamente? —pregunté, prefiriendo no insistir en esta


revelación.

—Aquí mismo. —Señaló el centro de la pantalla que mostraba el Océano


Atlántico—. Estamos a pocos kilómetros de las Bermudas.

Una vez firme sobre mis pies, Royce deslizó su mano hacia la mía, entrelazando
nuestros dedos y continuamos caminando.

—Oh, ¿tiene nombre?

La mirada de Royce recorrió el sendero y los arbustos circundantes y, por primera


vez, me di cuenta de que parecía hipervigilante.

—Es privado, así que no estoy seguro.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—Por favor, no me digas que es tu isla.

—No, pero estoy pensando que podría comprarla. —Levantó una ceja—. Hacerle
una oferta que no pueda rechazar.

—¿Qué-qué? ¿A quién?

Su expresión seguía siendo la misma.

—Creo que pertenece al amigo de Winston, Asher. El tipo al que le compré el


barco. Me gusta esta isla y sería un buen lugar para criar a un niño.

Arrugué las cejas.

—No quiero estar demasiado lejos de mi familia y amigas.

Sonrió.

—Lo mismo digo. —Cuando le dirigí una mirada confusa, me explicó—. Estaba
bromeando, pero me gustaría darle una lección a Asher.
Miré a mi alrededor, maravillada por este mundo en el que un solo ser humano
era dueño de toda la maldita isla.

—¿Cómo... cómo se compra una isla?

—Es más fácil de lo que crees.

Lo miré de reojo y le toqué el hombro con la mano libre.

—Está demasiado lejos para nosotros. Llevamos una hora caminando y aún no
hemos visto ni un alma.

Una sonrisa se dibujó en sus hermosos labios.

—Tienes razón, esposa. —Uf. Aunque me encantaba visitar lugares exóticos,


prefería la vida en la ciudad. Rebotar entre Lisboa y D.C. le hacía eso a una chica—
. Creo que deberíamos estar cerca de tu familia.

—Y la tuya —le recordé. Royce estaba muy unido a sus hermanos y, aunque no
solían estar de acuerdo, formaban una unidad.

—Huh.

Choqué mi hombro contra él juguetonamente.

—Al igual que tus hermanos, eres un fanático del control cuando se trata de tu
familia. Es un rasgo admirable.

Me agarró la mano y sus ojos encontraron los míos.

—Estoy empezando a preguntarme algo.

—¿Qué?

—¿Por qué no me casé contigo hace años?

Un extraño tipo de calidez me envolvió, y algo en sus palabras y en su suave


tacto, incluso en sus rasgos ilegibles, me comunicó su significado. Lo comprendí.
—Empiezo a preguntarme lo mismo —bromeé—. Pero me alegro de que estés
dispuesto a estar cerca de mis padres.

—Por supuesto. Si mi papá fuera la mitad de hombre que el tuyo, probablemente


habría pasado más tiempo con él.

Ninguno de los hermanos Ashford hablaba de su difícil relación con su papá, pero
yo sabía por Aurora que lo culpaban del secuestro de Kingston. Aunque, con lo
profundo que era su desprecio, tenía que haber algo más.

—No hablas mucho de tu mamá —le dije en voz baja. En todos los años que
llevaba conociéndolo, rara vez había mencionado a la difunta señora Ashford.

—No. —La respuesta fue cortante, lo que él debió percibir porque me apretó la
mano suavemente—. No hay mucho que decir, sinceramente. Era buena con
nosotros, nos quería incondicionalmente, pero papá le exigía mucha atención. Hizo
que funcionara, y el tiempo que le sobraba lo dedicaba a colmarnos de atenciones.
Byron y Winston veían más de la mierda que pasaba entre ella y papá, así que ella
intentaba compensarlo con ellos dos. Los demás nos conformábamos con lo que
había.

Siendo hija única y testigo de la felicidad conyugal de mis padres, no me sentía


identificada pero comprendía lo difícil que sería no sentirse menospreciada.

—¿Se lo echas en cara?

Royce frunció las cejas.

—No, nunca contra ella. Contra el senador Ashford, absolutamente.

—Y ahora está muerto —susurré en voz baja.

Sus hombros se tensaron.

—Que se pudra en el infierno.

Durante el siguiente kilómetro y medio caminamos en silencio, ensimismados en


nuestros pensamientos. Diez años de estrecha amistad y todavía sentía que Royce
tenía capas que yo no había descubierto.
Abrí la boca para hacerle una pregunta cuando nos detuvimos en lo alto de la
colina y un hilillo sonó a lo lejos. Agua. Royce tiró de mí para adentrarme en el
bosque y, a cada paso, el torrente de agua se hacía más fuerte.

—¿Es una cascada? —pregunté asombrada, con la mirada perdida.

—Creo que sí.

Medio kilómetro más y en cuanto apareció la vista despejada de las cataratas,


dejé de respirar. Corrían entre dos colinas, precipitándose desde el acantilado hasta
el río.

Fue entonces cuando vi una mansión al pie de la colina, que destacaba por su
arquitectura moderna de dos plantas. Sin embargo, encajaba perfectamente en medio
de la hermosa vegetación.

Me quedé boquiabierta ante aquel escenario de ensueño, incapaz de apartar la


mirada. El río fluía por el lado izquierdo de la mansión, lo bastante ancho y profundo
para dar cabida a una barca, y desaparecía en el interior de una montaña.

—Esto es simplemente... ¡Vaya! —susurré.

—Me alegro de que te guste. Aunque me gustaría saber qué haces en mi


propiedad —una voz desconocida llegó desde detrás de nosotros.

Royce y yo nos dimos la vuelta y mi mente se quedó en blanco. Tenía delante a


un dios griego. Era la única explicación plausible mientras miraba fijamente al
hombre de ojos azul plomo y barba áspera. Llevaba el cabello rubio atado con una
cinta negra, apartada para revelar un rostro duro pero hermoso. Carraspeé y aparté
los ojos antes de que pudieran bajar por su pecho cincelado. En su lugar, mi mirada
se detuvo en un extraño tatuaje -un símbolo en la boca de una calavera- que asomaba
a través de su camisa blanca. Nunca había visto nada igual.

—Bueno, bueno, Asher. —Le lancé a mi esposo una mirada de sorpresa.


¿Conocía a este tipo?—. Parece que me usaste a mí y a mi catamarán para transportar
tu mercancía.

Asher sonrió, claramente no impresionado.


—Llámalo venganza por salvarte. —Sus ojos azules giraron a mí—. Y el culo de
tu esposa.

Un gruñido vibró en el aire, mezclándose con las estruendosas cascadas.

—Vuelve a mencionar el culo de mi esposa y te mato —gruñó Royce.

Asher echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Ustedes los Ashford realmente deberían aprender a practicar la moderación


cuando se trata de sus mujeres.

¿Qué diablos significaba eso?


Asher

—Bueno, esto parece un déjà vu —comenté, estudiando a Royce y Willow—.


Mismas amenazas, diferente día.

—Vete a la mierda, Asher. Me has utilizado. —Me encogí de hombros: no estaba


del todo equivocado. Vi una oportunidad y la aproveché. También le salvé el culo,
así que debería agradecérmelo—. ¿Qué clase de mierda estás contrabandeando?

—No te preocupes por eso. Mis hombres lo están sacando del barco mientras
hablamos.

A Royce no le gustó nada este giro de los acontecimientos.

—Lo están sacando de mi barco.

—Insististe en comprarlo —respondí.

—Exactamente —gritó—. Lo que significa que todo en él es mío.

—El mundo no funciona así.

—¿Y si lo tomo de vuelta? —Royce desafió. A juzgar por su mirada,


probablemente lo intentaría. Se llevaría una gran decepción porque el producto no
era nada de lo que había imaginado.

—No hay nada que puedas hacer con este cargamento —dije—. Créeme. No es
mi costumbre.
—Bueno, sea lo que sea, te importa, así que...

—La última persona que intentó robarme acabó en coma —dije secamente,
cortándolo—. Considéralo una advertencia justa. Odiaría dañar esa cara tan bonita.

Royce se burló, a juzgar por su expresión, no estaba preocupado en absoluto.


Después de todo, al cabrón le encantaban los retos. Apostaría a que se pasaba los
días en el ejército con una erección.

—Sea lo que sea, ya está aquí. Dejémoslo —dijo Willow, tratando de calmar a
su esposo—. Mientras no sea ilegal.

Royce se frotó el labio inferior con el pulgar.

—La última persona que intentó joder conmigo acabó castrada.

Jesucristo, y se jacta de ello.

Mi mirada se desvió hacia Willow, que palideció ligeramente. Había visto fotos
de lo que Royce le había hecho a Stuart Harris. No fue un espectáculo agradable. Si
ella lo había presenciado, era bastante sorprendente que aceptara casarse con él.

—Métete conmigo, Royce, y no te gustará el resultado —comenté con ironía—.


Si necesitas dinero...

—¿Por qué necesitaría tu dinero? —Maldito imbécil—. De todos modos,


cambiando de tema, ¿por qué tenías bloqueada la navegación del barco para traernos
aquí?

—Así podrías traer mi mierda.

—Ummm... ¿qué está pasando? —La nueva esposa de Royce nos miraba, con los
ojos muy abiertos, girando la cabeza mientras intentaba seguir nuestro
intercambio—. Siento que me perdí una parte importante de la conversación aquí.
Pensé que estábamos alquilando el barco, Royce.

—Lo estaban, hasta que dejaron de hacerlo —le dije con suficiencia, y luego le
tendí la mano—. Soy Asher Varangr.
Vacilante, me tomó la mano y me la estrechó.

—Willow Auc...

—Ashford. —Royce se apresuró a corregirla. Casi esperaba que se golpeara el


pecho como un gorila y gritara mía. Patético.

—Bueno, al menos te has ahorrado el dinero de las iniciales —repliqué


secamente, mientras Willow le dedicaba una sonrisa íntima a su nuevo esposo,
provocando que una punzada de celos me golpeara y me pillara totalmente
desprevenido. Nunca había estado unido a nadie, ni a mi mamá ni a mi abuelo. La
primera murió antes de que yo pronunciara palabra, y el segundo sólo sabía imponer
disciplina. La verdad era que mi abuelo estaba amargado por haber perdido su
oportunidad con su explosión del pasado, y nos lo echaba en cara a mi mamá y a mí.

—Bueno, ya que estás aquí, ¿por qué no te unes a mí para una fiesta que estoy
organizando? —dije, dirigiéndome a Royce—. Quizá la recuerdes como la que suele
organizar tu hermano Winston.

Sus ojos brillaron de sorpresa.

—¿Cuándo se detuvo?

—Cuando se casó con Billie.

Una mirada calculadora pasó por la expresión de mi medio hermano, y supe que
estaba atrapado en un recuerdo. La fiesta siempre atraía a los invitados más
pervertidos y Royce entraba en esa categoría.

—¿Qué clase de fiesta? —preguntó Willow con curiosidad—. ¿Hay un código


de vestimenta?

Mis labios se elevaron.

—Seguro que sí. Dejaré que tu esposo te informe.

Con eso, les insté a seguir adelante, acercando mi plan un paso más a su
realización.
Royce

—Creo que la orden de arresto contra mi esposa y contra mí es demasiado —le


dije a Byron que estaba al otro lado del teléfono. Willow estaba duchándose, así que
aproveché el momento a solas y llamé a mi hermano. Estaba entusiasmada con la
fiesta, a pesar de que le había advertido de que sería escandalosa, sobre todo si se
parecía en algo a las que organizaba Winston.

—¿Demasiado? Has castrado al hombre —bramó Byron como un loco por el


altavoz. Menos mal que no estaba en la misma habitación—. Sus padres lo
encontraron desnudo. Stuart casi muere desangrado. ¿Estás tratando de poner a
nuestra familia bajo un microscopio?

—¿Cuándo no estamos bajo un microscopio?

—Por el amor de Dios, Royce. Con la mierda que pasó con papá, no podemos
tener gente investigándonos.

Ah, sí: nuestro hermano Winston acabó por fin con el gran senador Ashford, y
todos estamos mejor por ello pero ese secreto nunca se filtraría. Los medios de
comunicación siempre habían estado obsesionados con nuestra familia, llamándonos
los Billionaire Kings (Reyes Multimillonarios) debido a la fortuna que nos había
dejado nuestra madre. Si no teníamos cuidado, estarían husmeando detalles sobre
nuestra familia las veinticuatro horas del día. Los habíamos mantenido a raya
durante las últimas décadas y seguiríamos haciéndolo ahora. Byron, como de
costumbre, estaba haciendo un elefante de una mosca.
—¿Qué quieres que te cuente de Stuart? —dije con indiferencia, dirigiendo una
mirada a la puerta del baño. La ducha acababa de dejar de funcionar, lo que
significaba que Willow saldría en cualquier momento—. En todo caso, le hice un
favor a él y a su temperamento. Espero que ahora tenga más control.

—Jesucristo.

—Si estás a punto de rezar, házmelo saber para que pueda colgar. —
Probablemente no era el mejor momento para burlarme de él. Siempre se tomaba
todo demasiado en serio—. Sólo ponte en contacto con nuestro abogado y deja que
él se encargue. Este asunto con Stuart está siendo exagerado debido a quiénes son
sus padres. Fue él quien le puso las manos encima a Willow, y tengo pruebas que lo
demuestran. Ni él ni su familia me amenazarán por lo más mínimo.

—Juro por Dios que si supiera que no entristecería a Willow, te mataría ahora
mismo.

—Tal vez deberías considerar asesinar a los padres de Stuart. Son tan corruptos
como lo era papá.

—Sí, vamos a matar a todos en nuestra lista de mierda.

—Estoy de acuerdo. Hazme saber lo que puedo hacer —dije en tono inexpresivo.
Podía oír la respiración exasperada de Byron a través de la línea—. Por supuesto,
preferiría que las ejecuciones tuvieran lugar fuera de Estados Unidos hasta que se
asiente el polvo y se retracte esa orden.

A la luz de todo, probablemente sería inteligente extender mi luna de miel con


Willow. Tal vez podríamos ir a Venezuela. Tendría que buscar las leyes de
extradición del país. A la mierda, lo convertiría en un viaje de negocios e invertiría
algo de dinero en la economía. Sabiendo lo corrupto que era el gobierno, nos
mantendrían a Willow y a mí allí con mucho gusto.

Un plan perfecto.

—No sigas matando —comentó Byron secamente—. El abogado me dice que no


tienen nada contra ti.
Dejé escapar un suspiro sardónico.

—Me cuesta creerlo, ya que no me quedé precisamente para limpiar mi desastre.

—Bueno, alguien lo hizo.

Sacudí la cabeza con incredulidad.

—Apuesto a que fue Asher.

—¿Quién?

—El maldito pirata.

—¿Por qué haría eso?

Para hacerme transportar cualquier mierda que hubiera escondido en ese barco.
Lo irónico fue que lo registré para asegurarme de que no quedaba alguna mierda por
ahí y no encontré nada. El cabrón era bueno.

—Ni idea —le dije. Le di un sorbo a mi coñac, saboreando el ardor—. Pero


Willow volverá en cualquier momento, así que no puedo hablar mucho más. Ocúpate
de la orden. Navegaré por los mares un poco más y...

—Genial, ahora mi hermano también se convierte en pirata. Sólo di arghhh. —


Mi hermano acababa de soltar un chiste. El infierno estaba a punto de congelarse.

—Arghhh —repliqué irónicamente, rascándome la barbilla—. ¿Contento?

—¿Contigo? Ni remotamente.

—La vida es una mierda —me burlé. A pesar de que mis hermanos y yo no
siempre estábamos de acuerdo, nos cubríamos las espaldas—. Pararé en Venezuela
y en algunos puertos sudamericanos para hacer algunos negocios.

—Tal vez deberías renunciar a Sudamérica. Vuelve para que podamos esconderte
a ti y a Willow...

—No.
—No estás siendo razonable, hermano.

—Cualquier opción que ponga en peligro la libertad de Willow es un gran no.

—Mierda, estás sometido —murmuró.

—Mira quién habla. —Sacudí la cabeza—. Te masturbaste durante seis años


esperando que Odette encontrara el camino de vuelta a ti. Me sorprende que no hayas
perdido la función de tu polla.

—Quizá debería dejar que te detuvieran —refunfuñó.

—Aurora tendrá tus pelotas. —Nuestra hermana era la jefa y todos lo sabíamos.
Ella decía salta, y le preguntábamos qué tan alto—. ¿Qué hará entonces tu bella
esposa?

La puerta se abrió y me detuve con la bebida a medio camino de la boca. Willow


salió con un vestido verde sin tirantes que Asher debía de haber mandado traer. Sabía
que no debía preguntarle en nombre de Dios de dónde lo había sacado, pero estaba
deseando romperlo en pedazos y follármela a lo bestia.

—Por mucho que esto haya sido un placer, Byron... —No—. Me tengo que ir.
Me mantendré en contacto.

Terminé la llamada antes de que pudiera decir otra palabra y clavé los ojos en mi
esposa. Mierda, era preciosa. Sus ondas castañas caían por su espalda, tentándome a
tomarla ahora mismo y follármela en todas las posturas posibles.

Willow se puso delante de mí y me separó las piernas para poder colocarse entre
ellas.

—¿Todo bien?

—Perfecto. —Las mentiras piadosas no hacían daño. Rodeé su cintura con una
mano y la acerqué más a mí. Mi palma bajó hasta su culo, recorriéndolo
cariñosamente.

—¿Alguien te ha follado el culo antes?


Sus ojos se dispararon hacia mí y se burló, poniéndose roja.

—¿Qué?

Sonreí con suficiencia.

—Eso es un no.

Ella tragó fuerte.

—Es un no, pero, ¿por qué estamos teniendo esta conversación?

—Voy a ser tu primero. —Le froté las nalgas. Cuando me miró confusa, añadí—
. Quiero ser el primero en follarte el culo. Yo debería haber sido tu primero en todo.

Jadeó y se tomó el labio inferior entre los dientes.

—Yo nunca... —Se interrumpió y la satisfacción recorrió mis venas—. No sé si


cabrías. Eres bastante grande.

La excitación de su voz hizo que mi polla se elevara.

—Te conseguiremos un plug anal. —Una sonrisa adornó sus labios carnosos
mientras colocaba sus manos sobre mis hombros—. ¿Estarás empapada cuando te
folle el culo?

—Sí. —Sus leves jadeos me llenaron de lujuria y mi entrepierna se tensó. Intentó


recuperar la compostura, pero fue inútil. Los dos estábamos demasiado excitados—
. Todavía no me has dicho qué tipo de fiesta es esta. —Su voz áspera me estaba
haciendo mierda.

—De esas en las que la gente folla y ve cómo follan a otros. —Me incliné más
hacia ella, hundiendo mis dientes alrededor de uno de sus pezones a través del
material—. Oh, nena, ¿sin sujetador?

Me clavó las uñas en los hombros y me empujó la cara contra su pecho.

—Te facilitará el acceso —murmuró.


—Estoy deseando follarte como una buena chica mientras los demás miran
anhelando ser yo.

Se echó hacia atrás y respiró con dificultad. Tenía los ojos llenos de
preocupación.

—Ro-Royce...

La necesidad de devorarla se disipó lentamente en preocupación.

—Si no quieres ...

—Lo quiero todo contigo —dijo con voz suave—. Sólo necesito saber que tú...
—Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Que serás sólo tú tocándome.

—Nadie te tocará excepto yo. —La posesión en mi voz era como un volcán a
punto de entrar en erupción, pero debía de ser la tranquilidad que ella necesitaba.
Era jodidamente mía y siempre lo sería. Sólo porque no asesiné a Stuart, no
significaba que no mataría a cualquiera que se atreviera a tocar a mi esposa—.
¿Quieres un adelanto?

Se estremeció, su excitación flotando en el aire entre nosotros.

—Sí, por favor.

Me levanté, le di la vuelta y la incliné sobre la cama. Miró por encima del hombro
mientras le rodeaba la cintura con el vestido. Metí la palma de la mano entre sus
piernas y le quité las bragas.

Soltó una risita.

—Bueno, esas duraron dos minutos.

Mis labios rozaron su oreja, mordisqueándole el lóbulo y ella gimió.

—Voy a follarte —gruñí—. No te vas a lavar después. Quiero que andes por ahí
con mi semen dentro de ti, goteando por el interior de tus muslos. —Le di una
palmada en el coño—. ¿Entendido?
Gritó sorprendida.

—¿Qué...?

—Eso es por no reconocerme. —Le di otra bofetada en el coño—. Ahora, ¿qué


vas a hacer después de que te folle?

—Voy a pasearme con tu semen entre mis piernas —gimió, llevándose una mano
a las piernas.

Otra bofetada contra su coño hinchado.

—No te toques. —Mi palma aterrizó de nuevo en su coño con una sonora
bofetada, su humedad haciendo ruidos obscenos—. Y esto es por hacerme esperar,
mi hermosa esposa.

—Fue una ducha rápida —protestó mientras deslizaba mi dura polla por sus
pliegues empapados, a punto de entrar. Llevé la mano a su cadera, hundiendo los
dedos en su carne mientras con la otra le agarraba la garganta.

—No lo suficientemente rápida. —Me abalancé sobre ella y soltó un sollozo


quejumbroso.

Me quedé quieto, sintiendo cómo sus paredes se cerraban en torno a mi cuerpo.

Willow miró por encima del hombro con un resoplido y pronunció:

—No te atrevas jodidamente a parar. —Mis labios se curvaron en señal de


satisfacción.

Me solté y penetré en su apretado cuerpo. Ella gimió, yo gruñí. La follé con una
furia salvaje, convirtiéndola en un desordenado desastre. Dentro y fuera. Más fuerte,
y más rápido, cada embestida me acercaba más al nirvana.

El hormigueo en la base de mi columna comenzó a aumentar a medida que


empujaba más y más rápido, hasta que ella se separó de mí, sus músculos internos
apretándose alrededor de mi polla.
La seguí hasta el borde y me corrí con el orgasmo más potente que jamás había
experimentado.

Salimos de nuestro dormitorio en el último piso de la mansión de Asher. Las


alfombras de felpa amortiguaron nuestros pasos. Las paredes estaban cubiertas de
paneles oscuros, lo que daba a la casa una sensación de aislamiento. Aunque tenía
comodidades modernas, su ambiente daba la impresión de estar atrapado en la Edad
Media.

Algo así como Asher.

Había algo en él que me desagradaba, pero no podía precisarlo.

—Santa mierda —susurró Willow, y seguí su mirada por encima de la barandilla


hacia el pie de la escalera, donde el suelo de mármol blanco estaba espolvoreado de
pétalos de rosa roja.

—Jesús, parece sangre —murmuré—. Algún jodido ritual de sacrificio.

Me chasqueó la lengua y me apretó la mano.

—Sólo tú encontrarías algo malo en esta escena —me reprendió con una risita,
señalando una hilera de velas rojas—. A mí me parece romántico.

—Modo Drácula, querrás decir. —Sonreí cuando me lanzó una mirada de


advertencia—. Veremos lo que piensas cuando la fiesta esté en pleno apogeo.

Sus mejillas se sonrojaron, probablemente dejando volar su imaginación. La


verdad era que probablemente ni siquiera estaba arañando la superficie.

Estábamos a punto de llegar a las escaleras cuando una foto me llamó la atención
y me detuve, frunciendo las cejas. Era de una mujer joven, de rizos rubios y ojos
azules y tristes, con un bebé en brazos.

—¿Qué sucede? —preguntó Willow, estudiando la foto—. ¿La conoces?


—Ella parece... —No puede ser. Willow me apretó la mano, instándome a
terminar mi pensamiento—. Se parece a un ama de llaves que trabajó para nuestra
familia hace muchos años. Pero no puede ser.

—¿Por qué no?

Saqué el móvil del bolsillo.

—Porque ella murió. Nunca tuvo un bebé.

—Tal vez adoptó —ofreció Willow. Pero mi instinto me advirtió que era otra
cosa—. ¿Qué estás haciendo?

—Voy a hacerle una foto y enviársela a Byron. Él era mayor cuando ella estaba
cerca. La reconocerá. —Con un sonido, la foto estaba de camino a mi hermano.
Antes de que pudiera guardar el móvil, recibí un mensaje.

¿Por qué me envías fotos de nuestra criada? No quiero que mi mujer piense que
tengo ojos para otra que no sea ella.

Escribí un mensaje de respuesta.

Borra el mensaje.

Su respuesta fue instantánea.

Eres un imbécil. ¿Quién es el bebé?

—Así que es ella —suspiró Willow—. Qué extraña coincidencia.

—¿Cierto? —Estuve de acuerdo.


—O quizá lo preparé para que por fin supieras la verdad. —La voz de Asher llegó
desde detrás de nosotros -el maldito raro- y Willow gimoteó, saltando más cerca de
mí. Este pirata tendría que aprender a no acercarse sigilosamente a mi esposa o se
encontraría en el fondo del mar.

Nos giramos lentamente y nos encontramos cara a cara con él. De pie, con un
vaso de ron en la mano, sus ojos de un azul estrafalario parpadeban hacia la foto.

—¿Quién es el bebé de la foto? —pregunté, conteniendo la respiración por lo que


ya sabía.

La tensión flotaba en el aire y nos miramos fijamente.

—Yo. —Esperé, sabiendo que no había terminado de soltar bombas—. Y el


senador Ashford es... perdón, era mi papá.

El silencio se prolongó tanto que me preocupaba que, si lo rompía, causaría un


daño irreparable.

—Mierda. —Willow acabó siendo la que cortó por lo sano—. Tu papá sí que
sabía moverse.

Eso hizo, y por alguna razón, el viejo nunca aprendió a usar un puto condón.
Willow

Por un momento, me quedé demasiado aturdida para procesar todo aquello, pero
luego tuve que soltar la primera estupidez que se me ocurrió.

¿Tu papá sí que sabía moverse? Era una idiota.

Al instante me arrepentí de las palabras. Debería haber mostrado algo de


compasión, o al menos haber esperado a ver cómo se tomaba Royce la noticia.

—¿Lo sabe Winston? —preguntó Royce, con expresión neutra pero no me


engañaba. Había un trasfondo de rabia despiadada en él, el tic visible en su
mandíbula me decía que estaba cabreado.

Asher se metió la mano que no sostenía el ron en el bolsillo del traje, con un aire
de indiferencia arremolinándose a su alrededor. Sin embargo, tuve la clara sensación
de que ocurría todo lo contrario.

—No es que te deba ninguna explicación, pero no. No lo sabe. —La furia
emanaba de él en oleadas, pero para su crédito, la mantuvo a raya.

Tragué fuerte pero ninguno de los dos me prestó atención. Sus miradas se
enzarzaron en una silenciosa batalla de voluntades.

—¿Y desde cuándo lo sabes? —Royce siseó.

La expresión de Asher permaneció neutra.


—No respondo ante ti; ya hemos hablado de esto. —Tomó un sorbo
despreocupado de su bebida y luego la dejó sobre la mesa a su lado—. Pero por si
no te has dado cuenta, me llamo Asher. Fue lo más cerca que estuvo de darme el
nombre que tu papá nos negó. Asher... Ashford. —Agitó una mano en un gesto de
“Vamos, ponte al día”.

—¿Dónde está tu mamá ahora? —Royce gruñó—. Quiero saber por qué se abría
de piernas para mi papá bajo el techo de mi madre. ¿No tiene vergüenza?

Mis ojos se abrieron de par en par, volando entre los dos hombres. Royce era
tranquilo y menos intenso que sus hermanos. Hasta que se cabreaba. Entonces daba
rienda suelta a la ira que tenía embotellada en su hermoso cuerpo.

El enorme cuerpo de Asher chocó contra el de mi esposo, haciendo que los


marcos de detrás de ellos traquetearan por el impacto. Chillé, tratando de
introducirme entre ellos y empujé el pecho de Asher. El hombre era puro músculo.

—Basta, los dos —siseé—. O tendrán una psicópata embarazada en sus manos.

La amenaza pareció funcionar porque se enderezaron, Asher dio un paso atrás y


puso distancia entre ellos.

—¿Alguna vez se te ocurrió que tal vez mi madre no tenía otra opción? —Asher
finalmente dijo—. Tu papá era un cerdo.

El significado de sus palabras caló hondo y pude sentir cómo el cuerpo de Royce
ardía con esa ira familiar que reservaba para su papá.

Me aclaré la garganta, cuadrando los hombros antes de que mi esposo pudiera


hacer algo de lo que se arrepintiera.

—Bueno, técnicamente, Asher, también es tu papá. —Sus ojos se entornaron,


pero no me eché atrás. Me giré hacia Royce, tirando de su brazo—. Y tú, mi querido
esposo, no puedes culpar a Asher por quiénes son sus padres. Él no tenía control
sobre nada de eso.

Parecían impasibles pero al menos la temperatura había bajado un poco. No


quería verme atrapada en el fuego cruzado de lo que fuera que se estuviera
desarrollando aquí, pero tampoco quería fingir que no era mi problema. Al igual que
Royce siempre me cubría las espaldas, yo estaba decidida a cubrir las suyas.

—Asher, ¿dónde está tu mamá?

—Ella murió —respondió rotundamente—. Se suicidó.

Me mordí el labio, la pena me invadió. Era otro ejemplo de lo afortunada que era.
Mis padres eran... bueno, normales. Sí, habíamos tenido nuestros altibajos, pero
nuestra relación no tenía nada que envidiar al drama de la familia Ashford.

—Lo siento —murmuré.

—Yo también lo siento —murmuró Royce, y cuando le eché un vistazo, vi que


en sus ojos flotaba un verdadero remordimiento. Ambos habían perdido a sus
madres, y sólo podía esperar que algún día lo superaran—. Tengo curiosidad por una
cosa.

—¿Qué es? —preguntó Asher.

—¿Por qué trabajas como capitán para Amon Leone? Es obvio que estás forrado
—dijo Royce, cambiando rápidamente de tema. Conociéndolo, esperaría a hablar
con Aurora y sus hermanos para explorar esta nueva relación entre medios
hermanos.

—No estoy en libertad de revelar eso —respondió Asher.

Royce le lanzó una mirada de desaprobación, pero yo choqué el hombro contra


él, lanzándole una mirada mordaz. No podía culpar exactamente a Asher por ser
desconfiado. Podía imaginar que la confianza era difícil de conseguir cuando crecías
viendo a tu papá seguir viviendo su vida privilegiada, aparentando ser el papá del
año.

—Bueno, si alguna vez necesitas ayuda, tienes mi número —dijo Royce de mala
gana—. Aunque, la próxima vez que me tiendas una trampa para transportar tu
mercancía ilegal, tendré que pegarte un tiro.

Y así, sin más, se relajó la tensión.


Tomándome de la mano, Royce me condujo escaleras abajo. Una tierna y triste
melodía de Chopin llenaba el ambiente: las notas del piano se ralentizaban, luego se
aceleraban y volvían a ralentizarse, pero todo aquello no era más que ruido de fondo
mientras yo me concentraba en el hombre que tenía a mi lado.

—¿Estás bien? —susurré en voz baja, lanzando una mirada por encima del
hombro para asegurarme de que estábamos solos. Asher desapareció después de
recibir una llamada, y nos dirigimos con paso firme hacia esta... fiesta inmersiva—.
Si quieres, podemos irnos.

—Mierda, no. El tipo nos tenía contrabandeando mercancía para él. Lo menos
que puede hacer es hacernos pasar un buen rato. —Agachó la cabeza y su boca rozó
mi oreja—. Además, tengo curiosidad por ver tu reacción.

Se me revolvió el estómago al ver el brillo oscuro de sus ojos, el mismo que tenía
cuando me follaba, y me invadió una pequeña oleada de excitación.

—Willow, si sigues mirándome así, nunca llegaremos a la fiesta.

Me reí, chocando mi hombro con el suyo.

—Lo siento, debería tratar de mantener mis pensamientos traviesos fuera de mi


cara.

—¿Quieres que te haga cosas traviesas, esposa? —me dijo, y el suave timbre de
su voz me provocó un cálido escalofrío. Junto con el semen que sentía gotear en mi
interior, esta noche iba a ser muy larga.

—Si hubiera sabido que eras tan insaciable, me lo habría pensado dos veces antes
de casarme contigo —bromeé, mintiendo entre dientes, pero de pronto su expresión
se volvió seria y sus pasos se detuvieron.

—¿Estoy siendo... demasiado?

Le lancé una mirada de sorpresa y mi humor se evaporó. Su expresión era


cautelosa, pero brillaba la vulnerabilidad y, de repente, lo vi un poco más claro. Vi
cosas que me había perdido durante la última década. Agarré sus manos grandes y
venosas y las apreté.

—Estaba bromeando. Nunca serás demasiado, Royce —le dije, mirándole a los
ojos—. Eres suficiente. Llevo años enamorada de ti. Desde el instituto, en realidad.

Levantó los labios.

—Era demasiado viejo para ti.

—Nuestra diferencia de edad no ha cambiado.

—Pero nosotros lo hemos hecho.

—Hemos cambiado. —Asentí—. Pero hay una cosa que quiero que sepas. —Se
quedó quieto, esperando a que continuara—. No hay una sola parte de ti que no me
encante. Eres perfecto tal y como eres —respiré, con las emociones sofocándome—
. Siempre has sido perfecto.

—No lo soy —ronroneó, con las emociones arremolinándose tras aquellos ojos
oscuros.

—Lo eres para mí. —Me acarició la cara con sus ásperas palmas e inclinó la
cabeza para rozarme con la punta de la nariz. Exhalé un suspiro, amando su
cercanía—. No quiero que te contengas nunca conmigo, Royce —le dije con
seriedad, apretando los labios contra los suyos y esperando hacérselo entender sin
tener que decirlo abiertamente—. Quiero que lo hagas todo conmigo.

Me miró con reverencia y su sensual masculinidad hizo arder mi sangre como


una cerilla en la gasolina.

—Te amo, cariño. —Mi corazón alzó el vuelo y temí que nunca volviera a la
tierra. Me sentí ligera como una pluma, viendo sus ojos oscuros brillar y bailar. Por
mi mente pasaron recuerdos que se remontaban a la primera vez que nos besamos, y
suspiré cuando dijo—: Tú y este bebé son míos. He tardado demasiado en darme
cuenta, pero ahora lo gritaré a los cuatro vientos. Ya nada nos separará jamás. Tú y
yo, cariño, llevamos una década formándonos.
Las lágrimas me nublaban la vista cuando me puse de puntillas y le di un beso en
la boca.

—¿Lo dices en serio? —susurré, con tantos sentimientos asfixiándome. Él asintió


mientras yo luchaba con mi montaña rusa de emociones—. Por favor, debes estar
seguro. —Me temblaba la voz—. No puedo ser una nota al pie de página en tu vida,
Royce. Lo quiero todo.

Su nariz rozó la mía, sus ojos se oscurecieron hasta convertirse en un carbón


ardiente.

—Willow, quiero decir cada palabra. Te amo y quiero hacerlo todo contigo.
Contigo y sólo contigo.

Mi corazón saltó en mi pecho mientras las mariposas de mi estómago


revoloteaban salvajemente.

—Oh, Royce, yo también te amo.

Su mano me rodeó la cintura.

—¿Lo haces?

—Nunca te superé. —Todo en este hombre era perfecto—. Tuviste que llegar
como el príncipe azul para que lo entendiera. Para darme cuenta de que eras tú quién
tenía mi corazón y por qué no podía encontrar la felicidad en otra parte.

Las cosas habrían sido más sencillas si lo hubiera hecho, pero la vida tenía una
manera de funcionar por sí sola.

Una puerta se abrió en algún lugar a lo lejos, y el estruendo de la cascada flotó


en el aire, mezclándose con las melodías de Chopin. Era el recordatorio que
necesitábamos: teníamos una fiesta a la que llegar.

Di un paso y se me resbaló el zapato, pero antes de que pudiera arreglarlo, Royce


se arrodilló y me volvió a poner el zapato en el pie.

—Cenicienta siempre fue mi cuento de hadas favorito —bromeé a medias.


Un estallido de carcajadas procedente del salón de baile rompió el aire y él se
enderezó hasta alcanzar toda su estatura.

—El mío también —me susurró al oído—. Siempre quise mi propia Cenicienta
y ahora te tengo a ti.

El susurro estaba lleno de promesas aterciopeladas, haciendo que mis pezones se


tensaran en puntos duros y dolorosos. La sangre rugió en mis oídos y ahogó todo lo
demás excepto los latidos de mi corazón. Empezamos a caminar de nuevo, mi mano
en el pliegue del codo de Royce mientras una corriente eléctrica corría por mis venas.

—Este no es el lugar más romántico para haber confesado mi amor por ti —


comentó con ironía, mirando en dirección a la fiesta.

Solté una carcajada estrangulada, incapaz de reprimir la felicidad que brillaba en


mi pecho.

—Ha sido perfecto. —Dejé que mis ojos se ablandaran al pronunciar de nuevo
esa palabra.

Su acalorada mirada se detuvo en mí. Esto era real. Era real y era todo mío. Pasara
lo que pasara.

—¿Cómo he tenido tanta suerte? —Su voz era áspera y tuve la sensación de que
sentíamos las mismas emociones.

—Yo podría hacerte la misma pregunta —dije con una sonrisa. Su boca rozó mis
mejillas, solo para volver a la comisura de mis labios.

—Sabes, no me arrepiento de nuestro beso de hace diez años. Sigue siendo el


único beso que me ha importado. —Mis ojos se abrieron de par en par ante su
proclamación antes de que un rubor subiera a mis mejillas—. Sólo me arrepiento de
no haberte hecho mía antes.

Tragué fuerte y superé el nudo de emoción que tenía en la garganta, mientras me


invadía una repentina sensación de aprensión. Me puse una mano sobre el estómago
y dije:
—¿Qué pasa con mi bebé, Royce? ¿No te molesta que yo...?

Antes de que pudiera decir nada más, me mordió el labio inferior. Con fuerza.

—Nuestro bebé —me corrigió—. Criaremos al bebé juntos.

—¿Y Stuart?

Su mano vino a cubrir la mía, frotándome cariñosamente. Su suave sonrisa se


extendió por mí como la miel.

—Me aseguraré de que nuestro niño o niña esté a salvo.

Su respuesta me dio vértigo y su voluntad de hacer esto por mí -conmigo- hizo


que me recorriera una corriente de deseo. La familia tiene muchas formas y tamaños,
y la nuestra no sería diferente.

No tenía sentido pensar en Stuart y en lo que Royce le había hecho -sólo pensarlo
me hacía estremecer-, pero lo cierto era que mi esposo era sobreprotector, irascible
y vengativo. Siempre había amado y aceptado esas cosas de él.

—Ahora, muéstrame esta fiesta pervertida, quiero ver de qué se trata —le dije
suavemente—. Y luego puedes llevarme de vuelta a nuestro barco y mostrarme todo
lo que te gusta.
Willow

Cuando por fin bajamos las escaleras, un mayordomo nos esperaba con dos copas
de champán. Optamos por no tomarla: estaba embarazada y Royce no era de los que
beben champán.

—Por aquí —anunció ceremoniosamente, y una puerta doble de caoba se abrió


tras él para revelar un salón de baile repleto de hombres y mujeres, algunos vestidos
de seda y otros en lencería.

Del techo muy alto colgaba una lámpara de araña, cuyo brillo proyectaba sombras
sobre las paredes pintadas de negro y carmesí. De las ventanas colgaban elegantes
cortinas de terciopelo que garantizaban la intimidad. No es que nadie mirara por las
ventanas en esta isla privada, pero habían conseguido el efecto. La habitación de
acento rojo destilaba pecado.

Había una pista de baile en el centro y la gente se balanceaba al son de la música


clásica, cortesía del cuarteto de cuerda, pero no fue eso lo que me pareció curioso.
Fue ver a algunos hombres y mujeres bailar tan libremente vistiendo nada más que
su ropa interior.

—Por favor, dime que no nos estaremos desnudando y bailando —murmuré,


hipnotizada y ligeramente horrorizada por toda la escena. Giré la cabeza para
mirarlo—. ¿Eso es lo que te gusta?

—Definitivamente, no es lo mío —dijo, con un tono de humor en la voz, y me


hizo un gesto cortés para que cruzara la puerta, como todo un caballero.
El calor me recorrió mientras avanzábamos por el suelo de mármol y nos
lanzaban miradas. Algunos parecían reconocer a Royce, le dedicaban una sonrisa y
le saludaban con la mano. Otros se limitaban a mirarnos con desprecio,
cuchicheando entre ellos.

—¿Me he perdido algo? —murmuré en voz baja, la conciencia levantándome los


vellos de la nuca—. ¿Están chismeando sobre nosotros?

—Sólo están admirando a mi bella esposa. —Su mano rodeó mi cintura,


acercándome—. Y lo afortunado que soy.

Fingí pensarlo, aunque una pequeña sonrisa jugueteó en mis labios.

—No, no creo que sea eso. —El ambiente se enrareció, susurros silenciosos
zumbando a nuestro alrededor. Mi mirada recorrió la sala y todos los ojos se posaron
en nosotros. Era como ser observados por una manada de lobos—. De repente me
siento como una presa.

—Eres mi presa —afirmó, y un escalofrío me recorrió.

—¿Empiezo a correr? Puedes follarme cuando me alcances —medio bromeé sin


aliento. Sus ojos brillaban con un placer tan carnal que, si me pedía que corriera, le
diría a qué velocidad.

Un camarero apareció con una bandeja interrumpiendo el momento y Royce me


entregó un vaso de agua, tomando uno de bourbon para él.

—No te preocupes, nadie se nos acercará. Ladran más que muerden —aseguró
con seguridad.

Resoplé, mirándolo de reojo mientras él sonreía alrededor del borde de su vaso.

Había una sección VIP al otro lado de la sala y nos condujo hacia ella. Una vez
que nos acercamos, vi que estaba separado por una ventana de vidrio. Los opulentos
suelos de mármol pasaban del negro al blanco, y en el centro había un sofá y un
sillón de dos puestos de felpa y chenilla. En un rincón, justo después de la mesa y la
alfombra de felpa, crepitaba una chimenea, lo que la convertía en el lugar acogedor
ideal. Sentí que los hombros se me caían de las orejas al instante, relajándome a cada
paso.

—Disfrutemos de nuestra intimidad aquí —dijo Royce, y accionó un interruptor,


cerrando la puerta tras nosotros.

—Definitivamente mejor que ahí fuera —acepté con un suspiro de satisfacción,


tomando asiento—. Entonces, ¿Winston solía ser el anfitrión? —Asintió—. ¿Cómo
no lo sabía?

Se rio entre dientes.

—¿Por qué íbamos a contarle a nuestra hermana pequeña y a sus amigas una
mierda como esa?

Puse los ojos en blanco.

—Un poco de doble moral.

—Era la opción más segura y responsable para todos. —Le dirigí una mirada
confusa, y la diversión asomó a sus ojos—. Habríamos matado a cualquiera que se
atreviera siquiera a mirar hacia ti.

—Querrás decir hacia Aurora —lo corregí.

—No, me refiero a las tres —dijo—. Y yo personalmente habría arrancado la


cabellera a cualquiera que mirara en tú dirección.

—Oh, Royce. Siempre sabes qué cosas dulces decir.

—Por eso me quieres. —Su mirada recorrió mi rostro antes de posarse en mis
ojos—. Si en algún momento de esta noche quieres irte, dímelo. Quiero asegurarme
de que estés cómoda.

—Quiero hacer esto, sea lo que sea. Mientras lo hagamos juntos. —Tomé su
mano entre las mías—. Estoy emocionada.

—Mierda, me la pones tan dura —susurró, bajando la voz mientras tomaba


asiento a mi lado—. Y tan jodidamente feliz.
Sus palabras me llenaron de un ansia oscura, del tipo que nunca había
experimentado con ninguna de mis parejas anteriores. Sin saberlo, mi cuerpo lo
había estado esperando todo el tiempo.

Observé el salón de baile desde la intimidad de nuestra habitación. Todo estaba


amortiguado y ligeramente desenfocado, lo que nos daba una capa adicional de
intimidad. La mano de mi esposo se posó en mi muslo, su calor se filtró en mí y
aumentó mi deseo sexual.

De repente, las luces se atenuaron y la pista de baile se vació, y mi mirada voló


hacia ella.

Santo cielo.
Willow

De la nada, al menos eso parecía, apareció una cruz de San Andrés en medio de
la pista de baile.

Dos hombres trajeados y una mujer rubia con un vestido de verano blanco
transparente se pararon frente a ella, atando sus muñecas a la cruz y yo jadeé.

Incapaz de apartar la mirada del trío, observé cómo los dos hombres la tocaban
como si sus vidas dependieran de ello, mientras ella se retorcía contra la cruz con
sus muñecas atadas. Tenía la falda ceñida a la cintura y el coño a la vista de todos.
Los tirantes se deslizaban dejando al descubierto sus pechos y sus turgentes pezones.
Se arqueó y se agitó contra las ataduras. La expresión de su rostro era de puro gozo
mientras las manos de los hombres exploraban su cuerpo, hambrientos y rudos.

La sangre de mis venas ardía como un infierno mientras mi piel chisporroteaba


de necesidad. No podía respirar, el aire era demasiado denso y mis pulmones estaban
demasiado apretados. De un solo empujón, uno de los hombres la penetró por delante
y el otro por detrás, llenando ambos agujeros. El fuerte gemido de la mujer se oyó a
través del cristal y por encima del fuego crepitante.

Se me secó la boca mientras la observaba. Sus gemidos se volvieron penetrantes,


altos y claros. Uno de los hombres le rodeó el cuello con la mano mientras el otro le
pellizcaba los pezones.

Mis propios pezones se tensaron dolorosamente.


—¿Estás disfrutando del espectáculo? —La voz de Royce me sobresaltó y gemí,
apretando los muslos.

—Sí —respiré, con el corazón acelerado. Una sonrisa de alivio se dibujó en su


rostro, apretando su mano sobre mi muslo—. ¿Esto es lo tuyo... mirar a otros tener
sexo... todo el tiempo?

Su mirada descendió por mi cuerpo hasta posarse en mi esmalte de uñas verde.

—Lo hago.

De repente me sentí reseca y pasé la lengua por el labio inferior.

—¿Son siempre extraños? ¿O gente que... —Follaste.

Odiaba la idea de que alguna mujer hubiera sentido sus manos o sus labios.
Mierda, ¿por qué estaba celosa? No era como si estuviéramos juntos entonces… Y,
sin embargo.

Su mirada se elevó a la mía y había tantas promesas traviesas en ellas.

—Siempre que frecuentaba fiestas como ésta, te imaginaba conmigo.

La excitación revoloteó en mi interior.

—¿Qui-quieres ver a alguien más... follarme?

Claro, yo era aventurera y estaba dispuesta a probar cualquier cosa al menos una
vez, pero esto era diferente. Antes de que pudiera decir nada más, gruñó:

—Ya te lo he dicho, si algún hombre se atreve a acercarse a ti con la polla, se la


cortaré en rodajas y se la daré de comer.

Suspiré aliviada y luego sonreí.

—¿Quieres que alguien nos observe, entonces?

Se levantó de su asiento antes de que yo pudiera parpadear.


—Quiero que los cabrones vean que la mujer más hermosa está conmigo y sepan
que no pueden tenerla.

Otro gran sofá, justo delante de la pared acristalada que iluminaba la sala,
permitiría observar a todos los que estaban fuera.

Se sentó a un lado del sofá, frente a mí, y percibí algunas miradas sobre nosotros.

—Es como si estuviéramos en exhibición... Literalmente —murmuré en voz baja.

Inclinó la cabeza.

—¿Te incomoda?

—No —admití, con las mejillas encendidas. Bajé la mirada hacia mi inexistente
bulto y me moví incómoda—. Es solo que...

—¿Es sólo qué? —insistió, agarrándome la barbilla entre unos dedos fuertes que
ahora sabía que podían provocarme un placer alucinante. Era algo que sería
imposible de olvidar.

—No lo sé —murmuré.

—Lo sabes.

Me llevé la mano al estómago, donde una nueva vida crecía lentamente en mi


interior.

—Mi cuerpo ya no es lo que era.

—No lo es —estuvo de acuerdo, mi corazón se hundió—. Tu cuerpo es aún más


hermoso. —Sus ojos magnéticos encontraron los míos, pero le dirigí una mirada
dudosa—. Es la razón por la que te buscan. Todos los hombres de este lugar te
desean.

Respiré hondo, con los pezones sensibles presionando contra la tela transparente
del vestido y un escalofrío me recorrió, la excitación acumulándose entre mis muslos
y el dolor palpitante de la necesidad. Crucé las piernas, en un débil intento de
controlarme.
Su mirada patinó por mi cuerpo como si fuera consciente del impacto que sus
palabras tenían en mí. Había una corriente eléctrica entre nosotros y las chispas
aumentaron cuando me empujó con un dedo para que descruzara las piernas.

Mantuve las rodillas juntas, apretando los muslos bajo la falda pero Royce no lo
permitió. Con cada mano en el interior de mis muslos, los abrió.

—El coño de mi mujer está mojado —gruñó, sentándose y relajándose en su


asiento—. Muéstrame a mí y a todos los que nos miran lo excitada que estás.

Los pensamientos se evaporaron en mi cerebro por un momento. Inspiré


estremeciéndome y aparté la mirada de él para comprobar si alguien nos observaba
a través de la ventana. Cuando escudriñé la habitación, no eran pocos los ojos que
nos miraban.

Un ligero pellizco en el muslo me hizo chillar y mi mirada volvió a Royce.

—¡Ay!

—Dije que quiero ver tu coño desnudo. Tengo hambre. —Más calor se apoderó
de mi cuerpo y cada fibra de mí se licuó bajo su atenta mirada y sus sucias palabras.
Con dedos temblorosos, abrí las piernas de par en par, mientras el poder y el hambre
luchaban en sus ojos—. Buena chica, ahora abre los labios.

Me apoyé en un brazo y separé las rodillas, con los talones apoyados en el borde
del sofá e hice lo que me ordenó.

Su mirada se clavó en mi coño y cada segundo que pasaba desnuda ante él -y ante
cualquiera que me observara-, más excitación se acumulaba en mi interior,
resbalando por mis muslos.

Quise burlarme de él pero mi voz salió demasiado ronca.

—Si tienes hambre, ¿qué esperas?

Su mirada se desvió hacia la mía y cerró el puño sobre el respaldo del sofá. En
sus ojos se encendió un hambre cruda, complacido por mi atrevimiento.
—¿Quieres eso? —preguntó—. ¿Que te coma el coño y te folle mientras todos
miran?

Los ojos de Royce estaban fijos en mí, prometiendo darme lo que quisiera.

—Sí —solté de inmediato, la piel de gallina brotando sobre mí. Mientras Royce
fuera el único que me tocara, quería probarlo todo con él.

Su sonrisa hizo que la sangre corriera por mis venas y burbujeara de expectación.
Se levantó y se inclinó hacia delante, agarrándome la mano.

—Es importante que sepas que puedes parar esto cuando quieras. —Sus dedos se
entrelazaron con los míos y me estudió mientras pronunciaba las siguientes
palabras—. Te daré placer, dolor, euforia. Pero recuerda, tú siempre tienes el control.
—Su mirada volvió a las yemas de sus dedos que trazaban mi mano—. La única
forma de que esto funcione es que confiemos el uno en el otro.

Llené mis pulmones de aire mientras pensaba en lo que había dicho y en cómo
responder. Apreté su mano y me encontré con su oscuridad.

—No hay nadie en quien confíe más que en ti, Royce. Sea cual sea tu fetiche...
me apunto. —Le dediqué una sonrisa ladeada—. Pero por el amor de todo lo sagrado,
fóllame ya.

Royce se apresuró.

En un momento estaba sentada y al siguiente tenía las palmas de las manos


apretadas contra la ventana de cristal. Me inclinó con el culo al aire.
Royce

Mi polla se tensó contra su culo desnudo y me detuve, intentando


desesperadamente recuperar algo de autocontrol antes de follármela como un loco a
la vista de todos.

Se meneó contra mi polla y dijo con voz ronca:

—Por favor, esposo, fóllame. Fuerte.

Mi control se hizo añicos. La incliné, con las palmas de las manos apoyadas en
el cristal y le levanté el vestido. Apreté mi cuerpo contra el suyo y mi polla contra la
suave curva de su culo. Apreté los labios contra su delicado cuello y disfruté
sintiendo su pulso acelerado.

Llevé mis palmas a su redondo culo y susurré:

—¿Lista, esposa?

Miró por encima del hombro, sus ojos se cruzaron con los míos y se le escapó un
pequeño gemido.

—Sí. —Sus labios rojos se abrieron en forma de O y sus ojos se empañaron de


lujuria.

Esta mujer, mi esposa, era mía. Sus pechos. Su culo. Su coño. Jodidamente toda
mía. Me acerqué y separé sus muslos, deslizando mi dedo por sus pliegues. Estaba
empapada. Tan jodidamente húmeda que mis dedos se mojaron en cuestión de
segundos.

Era embriagadora, como una droga que nunca abandona tu organismo.

Empujé más adentro y su coño se apretó alrededor de mis dedos. Echó la cabeza
hacia atrás, mirándome por encima del hombro con los párpados pesados y sus
mejillas sonrojadas. Con la mano libre, le agarré el cabello y tiré de él hacia atrás,
consciente de que otros miembros de la fiesta nos observaban pero, en realidad,
apenas podían vernos. Sólo se verían nuestras siluetas, ya que había atenuado las
luces.

Su coño estrangulaba mis dedos, deseoso de más mientras yo la excitaba. Sus


gemidos eran cada vez más fuertes y su culo empujaba contra mí.

Entonces, sin previo aviso, retiré los dedos y se los llevé a la boca. Sus labios se
abrieron y los chupó hasta dejarlos limpios. Jodidamente hermosa.

Sin dejar de agarrarle el cabello con una mano, deslicé mi polla dura como una
roca por sus pliegues y la penetré de golpe. Estaba tensa, sus paredes se cerraron en
torno a mi polla como una prensa.

Sus gemidos vibraron hasta mi pecho mientras me la follaba con fuerza. Se sentía
como en el cielo. Algo a lo que no tenía derecho pero que agradecía. Lo que quedaba
de mi control se desintegró mientras la follaba sin descanso. Ella correspondía a cada
una de mis embestidas con un gemido.

Preocupado por romperla y consciente de que el embarazo podría sensibilizarla,


me obligué a aflojar el ritmo, rozando sus hombros con besos y soltándole el cabello.

—Más… —gimoteó, y luego tragó fuerte. No debería haberme sorprendido;


Willow no era de las que se subestiman, pero aun así me reí entre dientes.

Encantado de complacerla, aceleré el ritmo y la penetré con fuerza. Sus suaves


gemidos se convirtieron en gritos ahogados y urgentes. Estaba a punto. Lo sentí
como si fuera mi propio orgasmo. Giré su cabeza un centímetro más para poder ver
su cara mientras se estremecía de placer.
Sus ojos verdes se iluminaron de deseo y su boca se entreabrió mientras la follaba
más rápido y más profundamente. Con un último grito, sentí que se desplomaba, que
su coño me ordeñaba con todas mis fuerzas.

Un escalofrío me recorrió la espalda y la seguí hasta el límite. El orgasmo más


potente de mi vida me atravesó y eyaculé dentro de su apretado coño. Jódeme.

Su cuerpo se hundió en mí, buscando mi consuelo. La giré hacia mí, le pasé las
manos por los muslos, las caderas y los hombros, y le di un beso abrasador. Ella
sería mi muerte.
Willow

El sexo con Royce era explosivo, hermoso, emocionante y cada vez mejor que el
anterior.

Tenía todo el cuerpo apretado contra el cristal mientras mis músculos temblaban
y sospechaba que mi esposo no había terminado conmigo. Me acarició la nuca con
suaves besos y sus manos recorrieron mi cuerpo, pasando por cada plano y hendidura
hasta aterrizar en mi vientre.

—¿Demasiado rudo?

—Perfecto —murmuré, mirándolo a los ojos. Me alegraba que siguiera


soportando la mayor parte de mi peso con lo flojos y temblorosos que estaban mis
miembros.

—Te amo jodidamente tanto —murmuró contra mi oído, y el calor se disparó


directamente a mi núcleo, el deseo revoloteando a través de mí. Me acababa de follar
a lo bestia y yo ya estaba lista para el segundo asalto.

Royce se enderezó y se deslizó fuera de mí, luego me bajó el vestido para que
volviera a estar decente.

Me rodeó con los brazos, acercándonos pecho con pecho y suspiré contra él. El
sexo fue maravilloso y no mentía cuando le dije lo rudo que me gustaba, pero sus
cuidados posteriores fueron como un bálsamo relajante.
Me giró la cabeza con una mano y cerró su boca sobre la mía. Metió la lengua y
me tragué su gemido.

—Volvamos al barco a primera hora de la mañana —murmuró—. Te quiero toda


para mí otra vez.

Deslicé mi mano entre las suyas y nuestros dedos se entrelazaron.

—De acuerdo.

—¿Lista para la cama?

Asentí y salimos de la habitación. Me pasó el brazo por el hombro y me concentré


en él mientras caminábamos por el suelo pulido, intentando no tropezar con mis
tacones. Sentí que el cuerpo de Royce se tensaba a mi lado y dirigí una mirada
curiosa a su rostro para descubrir qué miraba fijamente hacia delante.

Seguí su mirada y jadeé de incredulidad. Los padres de Stuart estaban aquí, de


pie a apenas metro y medio delante de nosotros. La señora Harris sostenía las manos
en sus caderas mientras el señor Harris me miraba lascivamente. Se me puso la piel
de gallina al ver cómo se le oscurecían los ojos y se pasaba la lengua por los labios.

—Willow. —La mamá de Stuart se apresuró a saludarme con expresión agria


mientras mi mente daba vueltas con la posibilidad de que esos dos nos hubieran
observado a Royce y a mí. La mera idea hizo que me subiera la bilis a la garganta.

—Señora Ashford para usted. —La corrigió Royce, mi buen humor


desvaneciéndose rápidamente al ver a los padres de Stuart.

—Eso es imposible —protestó el señor Harris con una mezcla de incredulidad y


ofensa.

—Te aseguro que no lo es. —Royce se le echó encima—. ¿Qué mierda estás
haciendo aquí? Esto es una fiesta exclusiva.

Quizá nos seguían y nos arrastrarían para responder por la violencia de Royce.

—Tengo contactos. —Una sonrisa de serpiente se dibujó en el rostro del señor


Harris—. Y ustedes dos han llegado a un callejón sin salida.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, con las uñas clavadas en el antebrazo de mi
esposo mientras me aferraba a él.

—Si hubiera sabido que ustedes dos estarían aquí, habría traído a la policía. —El
señor Harris intentó agarrarme del brazo y Royce lo apartó de un empujón, haciendo
que el viejo tropezara. Miró a Royce con una mirada asesina—. Ustedes dos son
criminales.

—Y tu hijo es un golpeador de mujeres —dijo Royce con facilidad mientras la


vena de su sien palpitaba. Era una bomba de relojería—. Presióname y me aseguraré
de que todos los periódicos tengan mañana un artículo de tendencia sobre la familia
Harris con una sección especial que cubra a Stuart como golpeador de mujeres. —
Sus rostros se tensaron y Royce continuó—. Son unos vividores y unos corruptos de
mierda, pero deberían ser lo bastante listos como para reconocer una amenaza
mayor. Yo.

Eso los hizo callar pero sólo temporalmente, ya que la viciosa y agotadora
corriente robaba todo el oxígeno de la habitación. La señora Harris rompió el
silencio.

—Willow está embarazada de Stuart... —Su voz vaciló mientras la temperatura


caía en picado y la tensión se disparaba.

—¿Y? —La expresión de Royce se endureció—. ¿Creías que eso significaba que
estaba dispuesta a soportar los abusos de tu hijo? Él mostró sus verdaderos colores
y Willow hizo su elección. Ahora, ¿qué carajo están haciendo aquí?

La señora Harris se echó hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada.

—Stuart no es abusivo.

Royce se burló.

—Díselo a las mujeres a las que ha hecho daño. —Sus ojos se desviaron hacia el
señor Harris—. O a su esposo. Ciertas tendencias vienen de la familia, ¿no? ¿A
dónde cree que van a parar todos los cheques que firma? ¿A la caridad?
Estaba segura de que en la cabeza de esta mujer no rondaba ni un solo
pensamiento inteligente. O eso, o estaba voluntariamente ciega para no ver que su
hijo tenía serios problemas y que su esposo era una escoria.

Observé cómo una sonrisa aceitosa se dibujaba en el rostro del señor Harris, cuya
calva brillaba incluso bajo las tenues luces.

—Juro por Dios que, si se me acerca, voy a perder la cabeza —murmuré en voz
baja, acercándome a Royce.

El papá de Stuart rondaba los sesenta pero el trabajo que se había hecho le hacía
parecer veinte años menos, más joven, aunque brillante y plastificado. Y su mujer
no era diferente. Al parecer, ambos estaban desesperados por conservar su juventud,
lo que podría explicar por qué eran los más viejos de la fiesta.

—Haré un arresto ciudadano —ronroneó el señor Harris y me guiñó un ojo. Un


escalofrío de asco me recorrió la espalda. Aquel hombre tenía pelotas, sobre todo
sabiendo de lo que era capaz Royce.

Fruncí el ceño cuando comprendí sus palabras. ¿Qué mierda quería decir con eso?

—No mire a mi mujer, congresista, o lo despellejaré vivo —siseó Royce mientras


emanaba furia de él—. Y no has respondido a mi pregunta, ¿qué están haciendo
ustedes dos aquí?

—¿Le harás lo que le hiciste a mi hijo? —chilló la señora Harris, atrayendo más
atención hacia nosotros—. Por suerte, tuvo el suficiente sentido común para seguir
nuestro consejo y preñar a ésta. Al menos no todo está perdido.

—¿Qué? —pregunté, con la confusión arremolinándose en mi interior a medida


que asimilaba sus palabras.

Royce se quedó quieto a mi lado.

—Repite eso. —Su tono era tranquilo pero respiraba un frío ártico.

Desvié la mirada hacia él pero estaba concentrado. El edificio podría arder en


llamas y él seguiría sin apartar los ojos de la amenaza que tenía adelante. Era el
Royce que golpeó al chico que intentó agredirme en la universidad. El mismo que
estableció una norma de “no tocar” en todo el campus durante mis años
universitarios.

Dio un paso adelante, sobresaliendo por encima de la señora Harris.

—Será mejor que empieces a explicarte. —Le rodeó el cuello con la mano, con
la furia desprendiéndose de él en oleadas—. Antes de que castre a tu esposo y te
destripe viva.

Le agarré el antebrazo y mis dedos se clavaron en su carne tatuada.

—Royce —murmuré ansiosa, con los ojos recorriendo la sala. Vi a Asher


abalanzarse sobre nosotros, sin importarle que la gente tropezara a un lado al abrirse
paso entre la multitud como el Mar Rojo.

—¿Qué está pasando aquí? —Asher exigió, su expresión furiosa.

—Royce, déjala ir —siseé—. Sólo es una vieja jodida.

Los ojos de Asher se desviaron hacia mí y levanté una mano. Exhaló y se giró
hacia Royce.

—Suéltala, Royce —dijo Asher con calma—. Haré que los echen y me aseguraré
de que mi secretaria los elimine de la lista de invitados. —Sus ojos se encontraron
con los míos—. ¿Quién mierda son?

—Los padres de mi ex-prometido. —La sorpresa parpadeó en sus ojos de bronce.


Estaba claro que Asher no se preocupaba por los detalles de sus fiestas.

—Estos cabrones estaban a punto de contarme lo que le hicieron a Willow —


siseó Royce. Se acercó un paso más y rodeó la garganta del señor Harris con la
mano—. Empieza a explicarlo o te juro por Dios que alguien morirá esta noche.

—La dejó embarazada —gruñó, tosiendo y arañándole la mano—. Hizo agujeros


en los condones.

—¿Él? —repetí, encontrando por fin mi voz.


—Stuart te dejó embarazada a propósito —gritó Royce y yo parpadeé
sorprendida.

La señora Harris intentó intervenir pero Asher extendió el brazo y la mantuvo


alejada. Luché por respirar mientras me esforzaba por comprenderlo.

—¿Por qué? —susurré.

Los labios de la señora Harris se apretaron en una fina línea.

—Era una cláusula de la herencia.

—¿Qué herencia?

—De mi papá —admitió—. El legado tenía que continuar.

Al parecer, pasé por alto lo jodidamente loca que estaba la familia de mi ex.
Royce

Era más de medianoche y Willow dormía profundamente cuando empecé a


teclear en mi teléfono. Un minuto después, una llamada de FaceTime iluminó la
pantalla y supuse que mis hermanos habían recibido mis mensajes en el chat grupal.

Me levanté de la cama, agarré el cuchillo de debajo de la almohada y entré en el


baño, dejando la puerta entreabierta para poder vigilar a mi esposa dormida.

—¿No estarás hablando en serio? —El saludo de Byron no me sorprendió. Su


mandíbula palpitaba y podía ver una tormenta gestándose en sus ojos incluso a través
de la pantalla—. Ese maldito imbécil tuvo otro hijo.

Winston y la cara de Alessio aparecieron a continuación.

—Me alegra saber que a partir de ahora no seré el único hijo bastardo —comentó
Alessio secamente.

—Papá se tomó al pie de la letra el significado bíblico de “salid y multiplíquense”


—dijo Winston justo cuando el teléfono zumbó con el mensaje entrante de Kingston.

No me importa ni mierda la descendencia de mi papá.

Típico de Kingston.
—Supongo que Kingston no nos acompañará en esta discusión —declaró
Winston con ironía.

—Olvídate de Kingston por ahora —dije—. ¿No te jode que sea tu amigo y no
se le haya ocurrido decirte nada? Mierda, fue tu padrino —murmuré.

—Tal vez ha estado esperando su momento o no sabía cómo abordarlo. No somos


precisamente el grupo de gente más acogedora. —Winston se encogió de hombros,
indiferente. No le afectaban muchas cosas desde que por fin había recuperado a su
esposa—. Además, descubriendo a nuestros medios hermanos después de Alessio y
Davina, no me extrañaría que hubiera más por ahí.

Davina era nuestra media hermana y se casó con Liam Brennan, un mafioso
irlandés pero era muy reservada.

—Es una píldora difícil de tragar —coincidió Alessio—. No lo culpo por


guardarlo para sí mismo.

—¿Desde cuándo lo sabe? —Byron preguntó.

—No lo sé. —Eché un vistazo a través de la puerta entreabierta. Willow seguía


profundamente dormida—. Pero hay más. —Suspiré y dejé el cuchillo sobre la
encimera antes de continuar—. Me encontré con los padres de Stuart.

—¿En casa de Asher? —Las cejas de Alessio se fruncieron mientras trataba de


procesarlo—. ¿Por qué iban a estar allí? ¿Era una trampa?

Sonreí.

—Parece que les gustan las fiestas. Han venido a las cuatro últimas, según Asher.

—¿Qué fiestas? —preguntó Byron, justo cuando Winston murmuró—. No jodas.


Esos raros.

—Asher se encargó de organizar las fiestas cuando yo dejé de hacerlo. No eran


tan emocionantes cuando yo las organizaba —respondió Winston con indiferencia.
Me burlé. No me lo creí ni por un momento.
—¿Organizabas fiestas sexuales y nunca me invitaste? —dijo Alessio—. Pero
como también dejaste a Byron fuera de tu lista de invitados, lo superaré.

—Como si hubieran venido, si los hubiera invitado —comentó Winston


secamente.

—De acuerdo, ¿podemos dejar la charla sobre la fiesta sexual por ahora? —dije,
molesto. Necesitaba que mis hermanos analizaran la información con la cabeza
despejada. Y yo necesitaba aclarar mis ideas antes de ceder y asesinar a todo el clan
Harris—. La familia de Stuart quiere algo de Willow y necesito saber qué.

Eso llamó su atención.

—¿Qué quieres decir? —Byron era el más serio y responsable de mis hermanos.
También era ferozmente protector con Willow y Sailor porque las vimos
prácticamente crecer con nuestra hermana pequeña.

—Es algo que mencionaron antes.

—¿Qué han dicho? —preguntó Winston con curiosidad.

—Eso no importa. —El embarazo de Willow no era asunto suyo—. Lo


importante es que quieren algo de ella y necesito saber qué.

—No puede ser dinero —afirmó Byron pensativo—. Los Auclair son
económicamente estables pero ni de lejos tan forrados como la familia Harris.

—Sea lo que sea, necesito tu ayuda. —Byron era un adicto al trabajo y, lo que es
más importante, trabajaba con información. Tenía todos los contactos adecuados y
sabía cómo penetrar cortafuegos, incluso al más alto nivel de seguridad—. Podría
ser de vida o muerte.

—Tus instintos siempre han sido fiables —concedió Byron.

Sonó un trueno y mi mirada se desvió hacia Willow. Se removió en la cama y


volvió a girarse hasta que por fin su cuerpo sucumbió de nuevo al sueño.

—Así es y esta vez no es diferente. —Seguir mis instintos solía ser lo que me
mantenía con vida durante mis misiones en el extranjero.
Winston puso los ojos en blanco: creía en la lógica.

Una voz de niño sonó en algún lugar del fondo y no tardó en aparecer mi sobrino
Kol, rebotando en una silla.

—Hola, amigo —lo saludé—. ¿Mantienes a tu papá a raya?

—¿Has crecido medio metro o se me ha encogido la pantalla? —se burló Byron.

Kol se rio de esa manera despreocupada.

—Pronto seré más alto que tú, tío Byron.

—Es ambicioso —declaró Winston, con humor en la voz.

Entonces Kol se giró hacia su papá, Alessio, que le pasó el brazo por encima del
hombro con orgullo.

—¿Qué pasa, amigo? Creía que ibas a acostar a tu hermana con maman.

—Ya está dormida —anunció Kol—. Mamá dice que si no te levantas en cinco
minutos, va a jugar sola al juego —añadió, haciendo que la cara de Alessio se tiñera
de rojo sangre—. ¿A qué juego está jugando, papá?

—¿Qué mierda? —exclamó Byron mientras Winston ponía los ojos en blanco.

—Sabemos lo que eso significa —dije, sonriendo—. Mejor corre, viejo.

Me fulminó con la mirada y yo me froté la barbilla, ocultando mi sonrisa.

—Me tengo que ir. —Alessio no pudo colgar el teléfono lo suficientemente


rápido—. Sólo hazme saber la información que necesitas de mí.

Click.

—Bueno, no perdió el tiempo. —El humor de Winston cortó el silencio—. Una


cosa que todos tenemos en común es que estamos azotados.

—Excepto Asher —le corregí.


Winston flexionó la mandíbula. Byron hizo una mueca mientras Winston
guardaba silencio.

—¿Deberíamos ir y ayudarte? —Byron se ofreció—. Estoy seguro de que a


Odette y Billie les encantaría unas vacaciones navegando alrededor del mundo.

—Podemos estar allí mañana —me ofreció Winston, animándome. Byron solía
ser demasiado serio y a Winston le gustaba joder a la gente.

—¿Deberíamos tomar el jet?

—Ustedes no van a venir aquí. Esta es mi luna de miel —dije—. Arruínenmela


y yo los arruinaré a ustedes.

—Oh, no nos quiere —Winston hizo un mohín.

—No empieces con tus mierdas conmigo —refunfuñé—. Serás tan sutil como un
mazo, mientras tanto yo estoy aquí tratando de ocuparme de la amenaza para que
Willow no se dé cuenta.

Los dos se rieron.

—Tú y sutil no pertenecen a la misma frase. —Byron no me lo iba a poner


sencillo hoy.

Winston puso los ojos en blanco y añadió:

—Me ofende que pienses tan poco de mí.

Les saqué el dedo medio.

—De todos modos, me voy a jugar con mi esposa. —Byron estaba sonriendo a
lo grande y me dieron arcadas ante la insinuación—. Royce, llamaré a River y veré
si puede averiguar algo sobre los padres de Stuart.

Antes de que pudiera decir nada más, dejaron la llamada.

—Que me jodan —refunfuñé.


Un gemido procedente del dormitorio me hizo correr hacia la cama. Estaba
temblando, gimiendo y retorciéndose, y miré por la habitación en busca de alguna
pista de lo que estaba ocurriendo. Nada más que sus gritos. ¿Estaba teniendo una
pesadilla? Tendría sentido después del encuentro con los padres de Stuart.

Dejé el cuchillo en la mesita de noche y la abracé.

—Despiértate, nena. Te tengo.

Sus ojos llenos de lágrimas se abrieron y su expresión temerosa me rompió el


corazón.

—¿Royce?

—Estabas teniendo una pesadilla —le susurré al oído, abrazando su cuerpo


tembloroso.

Se acurrucó en mi pecho y murmuró:

—Fue... Oh, Royce, fue horrible.

—¿Quieres hablar de ello?

Asintió pero permaneció en silencio, y yo la mecí de un lado a otro, suponiendo


que se había vuelto a dormir.

—Todo el asunto con Stuart, luego sus padres esta noche... Me trajo un recuerdo.

—¿Qué, cariño?

—La noche que Anya se quedó embarazada. —Su voz apenas superaba un
susurro, casi como si temiera que sus palabras revivieran la pesadilla—. Sailor,
Aurora y yo salimos de fiesta en Miami. Nos metimos en problemas y Anya terminó
golpeada y... violada.

Me puse rígido. Al parecer, esta era una de las pocas cosas que mi hermana nunca
compartió con mis hermanos y conmigo.

—¿Quién lo hizo?
—Está muerto. —Tenía la palma de la mano sobre mi pecho, casi como si
necesitara los latidos de mi corazón para tranquilizarse—. Prometimos no hablar
nunca de ello. He hecho bastante bien en apartarlo de mi mente durante tanto tiempo,
pero...

Nuestras mentes funcionaban de forma misteriosa pero no hacía falta ser


psiquiatra para establecer una conexión entre la violencia de Stuart y el recuerdo
recurrente ahora.

—No es culpa tuya. Todo lo que pasó con Stuart probablemente lo desencadenó
—susurré suavemente, y luego tiré de ella más cerca—. No es tu culpa, Willow, ¿lo
entiendes?

Me frotó el pecho antes de levantar la vista y decirme:

—¿Y ese cuchillo?

Mis ojos se posaron en la mesa.

—Por si algún idiota intenta entrar en nuestra habitación. Nos iremos al amanecer
—dije mientras me deslizaba de nuevo en la cama y ella se acurrucaba cerca—. ¿Y,
Willow?

—¿Sí?

—Nadie va a hacerte daño. Siempre te protegeré.

Durmió toda la noche, arropada bajo mis brazos, justo donde debía estar.
Willow

Al día siguiente, estábamos de vuelta en el barco.

El viento pasó rugiendo a mi lado, alborotando mi cabello mientras me agarraba


a la barandilla y observaba cómo la isla desaparecía lentamente.

El brillante océano nos rodeaba pero sus colores parecían más grises que cuando
nos anclamos aquí por primera vez, aunque los acontecimientos de ayer podrían
haber sido los culpables de ello. Recordé las acusaciones de los Harris y la furia de
Royce en la fiesta.

Cuando volvimos a nuestra habitación, Asher hizo que los echaran. Sólo después
de que la señora Harris se pusiera a llorar como un bebé, gritando que su yate estaba
a un día de distancia y que le daba miedo la jungla, los metió en un helicóptero y le
dijo a su piloto que los dejara en las Bermudas. Los demás invitados se quedaron,
probablemente ansiosos por volver a sus lujosos barcos que tenían previsto
recogerlos mañana a una hora determinada.

Me sentí violada, nunca se me había pasado por la cabeza la idea de que aquellos
enfermos me hubieran atrapado para dejarme embarazada. No podía creer lo
estúpida que había sido, lo confiada. No quería tener a mi hijo cerca de la familia
Harris pero no sabía cómo mantenerlos alejados. Parecía imposible aislar a Stuart y
a sus padres pero esperaba que Royce tuviera un plan. Si alguien tenía el dinero y el
poder para rivalizar con la familia de Stuart, era él.
Las manos de Royce me rodearon la cintura y me sobresalté, apretando las manos
en la barandilla hasta que los nudillos se me pusieron blancos.

Era como si supiera adónde iba mi mente y me trajera de vuelta al presente.

El calor me envolvió mientras me inclinaba hacia él. Siempre habíamos tenido


una conexión pero en las últimas semanas era como si fuéramos un solo ser.

Me hizo girar hacia él y me levantó la barbilla con dos dedos. Nuestras miradas
se encontraron y separé los labios. Me pasó suavemente el pulgar por el labio
inferior, atrapándome en la intensidad de sus ojos oscuros.

—No te preocupes por nada, Willow. Nunca pondrán sus sucias garras en ti o en
nuestro bebé.

El hecho de que no dudara en desatar su furia sobre el mundo, dispuesto a destruir


a quien se interpusiera en su camino, no debería afectarme tanto pero encontré
consuelo en ello.

Me mordí el labio inferior mientras lo estudiaba. Llevaba un bañador negro de


Tom Ford y su piel bronceada con tinta le hacían parecer un dios griego. Tenía
algunos mechones de cabello negro despeinados y me acerqué para apartárselos de
la frente.

Me estudiaba atentamente de esa manera que me hacía sentir como si yo fuera el


centro de su mundo.

—Gracias por estar siempre ahí para mí.

Suspiró.

—Eres mi esposa... mi mejor amiga... mi mundo. No necesitas agradecérmelo.

Cerré los ojos y apreté la oreja contra su pecho, escuchando los latidos de su
corazón.

—¿Y si...? —Me tragué un nudo en la garganta y mi mente se remontó a los


acontecimientos de anoche—. ¿Y si se llevan...?
Me llevó el dedo a los labios.

—Nadie te tocará. Te lo prometo.

Le creí porque en todos los años que llevaba conociéndolo, nunca había roto una
promesa.

Royce

Planeaba gastar hasta el último céntimo de mi fortuna para mantener a salvo a mi


esposa y a nuestro bebé. No sólo porque estuviera obsesionado con ella y la amara
más de lo que creía posible. Mantendría mi promesa porque ella era mi mujer.

Nos quedamos así hasta que el barco gimió y un relámpago surcó el cielo.

—Mierda, se acerca una tormenta —murmuré.

Me separé de ella, la tomé de la mano y corrí hacia la cabina del piloto, donde
tomé el timón.

—Sólo era cielo azul —dijo Willow, con preocupación y cautela en la voz.

—El tiempo puede ser impredecible aquí. Para ser sincero, hasta ahora hemos
tenido suerte. —Una poderosa ola nos sacudió, haciendo que Willow tropezara
contra la puerta. Otra enorme ola se levantó, como el mismísimo Poseidón—.
Aguanta, Willow.

—Por favor, dime que este barco es insumergible —gimoteó, acercándose de


nuevo y apretando su cara contra mi pecho.

Ningún barco era insumergible pero no se lo dije. En su lugar, opté por lo más
parecido a la verdad.
—Estamos a salvo —dije.

Miró en dirección a la isla, con los ojos desorbitados por el pánico.

—¿Deberíamos intentar volver?

—No, es mejor si lo navegamos. Será peor cerca de la costa. —Agarré el timón


mientras las olas chocaban contra las ventanas, balanceando el barco arriba y
abajo—. Respira hondo. —Willow tenía la expresión algo congelada y los ojos
clavados en el horizonte por encima de mi hombro. Sujetando el volante con una
mano, ahuecaba su mejilla con la otra, forzando su mirada salvaje hacia la mía—.
Respira para mí, cariño. —Inspiré profundamente y ella imitó el movimiento—.
Buena chica. Ahora exhala.

—Estoy bien —murmuró, dándome una sonrisa temblorosa—. Todo bien.

—No durará —le aseguré, manteniéndola apretada contra mí. Volví a centrar mi
atención en el horizonte, guiándonos a través de la tormenta.

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —susurró.

—Quédate cerca para que sepa que estás bien.

—Para siempre mi protector —simuló desmayarse, arrancándome una sonrisa.

Durante los siguientes treinta minutos, atravesamos la tormenta que se disipó tan
rápido como apareció.

—Aquella fue mi primera tormenta en el mar —admitió, con el rostro aún de un


alarmante tono verde, y no pude evitar sonreír.

—Espero que sea la última.

Sonrió y respiré con calma por primera vez en años. Llevaba un vestido de verano
azul claro que hacía que sus ojos parecieran más azules que verdes. Estaba guapa
con cualquier cosa, pero me encantaba con vestido.
Enredé sus rizos oscuros en mi muñeca y le eché la cabeza hacia atrás. Se mordió
el labio inferior, con la excitación visible en el rostro. Puse en marcha el piloto
automático y dirigí toda mi atención a mi esposa.

—¿Qué te parece prolongar nuestra luna de miel y combinarla con algunos viajes
de negocios?

Se encogió de hombros.

—¿Qué tenías en mente?

Le agarré el culo perfecto con la mano que me quedaba libre, mientras mi polla
se tensaba contra el bañador. Esta mujer podría llevar un saco de papas y aun así
excitarme porque con mis manos sobre ella, parecía mía.

—Sudamérica, empezando o terminando por Venezuela. —Su expresión se tornó


ansiosa y la necesidad de embestirla se disipó lentamente, sustituida por el impulso
de borrar sus preocupaciones—. ¿Qué te preocupa?

—Todo. —Cerró los ojos y exhaló—. Estoy cabreada porque me atraparon con
un condón defectuoso. —Un escalofrío se instaló en el aire—. Estoy muy enfadada
con ellos pero aún más conmigo misma. Debería haber tenido más cuidado.

—No podías saberlo.

Se mordió nerviosamente el labio inferior.

—¿Crees que Stuart y sus padres intentarán algo?

Hubo una breve pausa antes de responder.

—Puede que lo hagan pero no llegarán hasta ti. Usaré todos mis recursos para
destruirlos.

Aunque fuera lo último que hiciera, eliminaría toda amenaza para Willow. Confié
en mis hermanos con mi vida y la de Willow, y sabía que lo harían. De una forma u
otra.
—Gracias. —Así como así, la tensión en sus hombros se alivió un poco—. ¿Qué
quiso decir el papá de Stuart sobre un arresto ciudadano cuando nos vio? —preguntó.

—Está delirando.

—¿Pero por qué nos arrestaría? ¿Por lo que le hiciste a Stuart?

Podría admitir que aquel día en la habitación del hotel probablemente no fue uno
de mis mejores momentos pero el cabrón se lo merecía por lo que le hizo a Willow.
La ira empezó a burbujear de nuevo y tuve que contenerla.

No, no me arrepentí de haberle dado una lección a Stuart. De lo único que me


arrepentía fue de llevar a Willow conmigo. Si no lo hubiera hecho, habría una orden
de arresto sólo para mí. La retrospectiva era definitivamente una perra.

—La orden de arresto será retirada, sólo espera y verás. No tienen un caso contra
nosotros.

Mierda, quería preguntarle a Asher si fue él quien limpió la habitación del hotel
después de nosotros. O conociendo a Alexei, podría haber sido él.

—¿Nosotros? —Maldita sea, se me había escapado, pero entonces ella me


sorprendió de nuevo—. Pase lo que pase, sería una fugitiva contigo en la vida. —
Suspiró, apoyándose de nuevo en mí—. Siento haberte metido en esto.

—No lo hiciste. Quiero que tú y el bebé sean felices y estén a salvo. —Le di una
palmada cariñosa en el culo—. Así que mejor que así sea.

Una sonrisa rozó sus labios carnosos y jadeó, como horrorizada por mi gesto.

—¿O qué?

—O te azotaré.

—Azotes y felicidad, supongo que van de la mano —bromeó con voz ronca, y su
excitación se disparó directamente a mi polla.
—¿Quieres que te castigue? —Bajé la voz—. Puede que te duela, pero gritarás
de placer. —Su respiración se agitó y se le puso la piel de gallina—. ¿Quieres eso?
—Ella asintió—. Usa tus palabras, esposa.

Sus ojos brillaron.

—Sí, quiero eso.

Y sin más, mi polla se puso en posición de firmes.

—Agáchate y agarra el timón.

Sus mejillas se encendieron. Su hermoso y redondo culo sobresalía y su espalda


se arqueaba con gracia. Bajé la mano y le acaricié ambas mejillas.

Miró por encima del hombro, con los ojos vidriosos de lujuria, cuando le subí el
vestido hasta la cintura y la encontré desnuda.

—Señora Ashford, ¿dónde están sus bragas? —Golpeé ligeramente su carne de


porcelana, haciendo todo lo posible por ocultar mi satisfacción. Incluso mi polla
amenazaba con derramarse en mis calzoncillos al verla completamente desnuda y
extendida para mí.

—Quería que tuvieras mejor acceso —respiró.

—Ah, nena —exclamé con satisfacción, apretando en señal de agradecimiento y


admirando la huella de mi mano en su piel—. Eso me complace.

—Azótame otra vez... —El shock me inundó, y supe que nunca podría dejar de
amar a esta mujer.

Mis dedos acariciaron su piel antes de azotarla unas cuantas veces más y sus
gemidos y quejidos se hicieron más fuertes con cada azote. Se estrechó contra mí y
su excitación me llenó las fosas nasales.

Separé sus nalgas y arrastré el dedo desde la entrada hasta el culo.

—Mmmm.
—¿Te gusta? —Ambos sabíamos que no necesitaba preguntar. La prueba estaba
untada en mis dedos. Estaba empapada. Mi dedo índice conectó con su agujero,
untando la humedad a su alrededor y luego empujé suavemente la punta de mi dedo
hacia adentro. Mi mano libre conectó con su nuca—. Contéstame.

Dejó escapar un sonido de necesidad y luego dijo con voz apenas audible:

—Sí. Necesito más.

Era la respuesta que necesitaba. Me quité el bañador y la penetré hasta las pelotas.
Se movió hacia delante y su frente se apoyó en el timón del capitán.

—Oh, mierda —gimió, su cuerpo moviéndose en sincronía con el mío.

—Mierda, tu coño perfecto está estrangulando mi polla tan bien —gruñí.

La aprisioné contra el timón y entré y salí de ella con fuerza y rapidez. Mientras
la penetraba como si fuera la última vez, la punta de mi dedo entraba y salía
suavemente de su culo. Los movimientos de mi polla dentro de ella coincidían con
los de mi dedo y ella empezó a retorcerse contra mí.

—Ohhhh... Royce... ¡Siiii!

Se derrumbó a mi alrededor, su apretado coño estrangulando mi polla y


arrancando mi propia liberación.
Willow

Royce era una bestia en la cama. En la ducha. En su oficina, sobre su escritorio.


En la encimera de la cocina. En la cabina.

Y ahora, el puente de mando.

Cuando terminamos, yo era un montón de placer derretido, incapaz de moverme.


Se salió de mí y me colocó a su lado, y dejé escapar un suspiro de felicidad. Sin
embargo, mientras me recolocaba el vestido, no pude evitar sentir que seguía
conteniéndose.

—Royce.

—Sí, nena.

—Sabes que no soy frágil, ¿verdad? —Sus ojos se clavaron en los míos—. Confío
en ti implícitamente. —Un asentimiento lacónico—. No te contengas conmigo.

Antes de que pudiera formular otra palabra, me levantó y me llevó a nuestra cama
y no volví a despertarme hasta que la luna estuvo alta en el cielo.

—¿No tienes sueño? —le murmuré a Royce mientras me estiraba y parpadeaba


para quitarme el sueño de los ojos. Ahogué un bostezo y lo miré por encima,
observando su ceño fruncido y sus labios apretados, iluminados por la pantalla de su
portátil.

Sonrió pero no llegó a sus ojos.

—Todavía no. Estoy listo para el segundo asalto.

Fruncí el ceño.

—Te refieres a la ronda cinco. ¿O es la sexta?

Sentía un dulce dolor entre los muslos pero parecía que a mi cuerpo no le
importaba, porque la excitación palpitaba en mi vientre. Me moví en la cama y me
encontré con sus ojos, en los que brillaba la tensión. Tenía la boca torcida y la
mandíbula tensa.

—¿Qué pasa? —carraspeé sin aliento.

—Nada.

Tomé su mano y la apreté suavemente.

—Royce, por favor. Puedo manejarlo.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, señora Ashford. —Su voz era
tranquila, sin rastro de humor—. ¿Soy el tuyo?

—Sí. Lo eres todo, Royce. —Necesitaba que él creyera esto—. Hemos durado
una década como mejores amigos y tendremos décadas como amantes. Es lo mejor
de ambos mundos. Ahora dime qué pasa. —La inseguridad se abrió paso en mi
corazón. Quizá necesitaba más de lo que yo podía darle. Más de lo que ya le había
dado.

—Te lo dije. —Me mostró una sonrisa, ésta un poco más convincente al menos—
. Estoy listo para hacerlo de nuevo.

No podía explicar por qué pero sus palabras del otro día volvieron a mí.
—¿Quieres... amordazarme? —pregunté vacilante. Cuando se trataba de sexo,
Royce era intenso y aunque cada vez superaba mis expectativas más salvajes, sentía
que necesitaba más.

—Quiero hacer eso y mucho más. —Hizo una pausa, tratando de calibrar mi
reacción y sonreí tranquilizadoramente—. Amordazarte, atarte, azotarte.

Sus palabras quemaron todo el oxígeno de la cabina e incendiaron mi cuerpo.

¿Azotarme?

—Oh. —Fue todo lo que conseguí chillar.

—Sí, oh.

Le sostuve la mirada mientras le agarraba la mano. Su expresión no cambió, casi


como si se preparara para el rechazo.

—Enséñame —dije, con el pulso acelerado.

Me miró fijamente durante un segundo y luego me sacó de la cama y me llevó


por el pasillo, los dos desnudos como el día en que nacimos.

—¿Qué estás haciendo? —solté una risita, preguntándome por qué tenía tanta
prisa de repente. Si hubiera sabido que me echaría de la cama en mitad de la noche,
me lo habría pensado dos veces antes de preguntar.

Nos dirigimos hacia una sección del barco a la que rara vez nos aventuramos
hasta que nos detuvimos frente a una pesada puerta de caoba. El corazón me latía
con fuerza cuando la abrió de un empujón y se apartó para dejarme pasar. Una vez
dentro, mi jadeo llenó el espacio y se me calentó la sangre.

—Mierda... —respiré, echando un vistazo a la habitación, con el aroma a cuero


y madera pulida perfumando el aire.

—¿Asustada?

Me moví y miré fijamente a Royce, que ahora estaba rígido a mi lado, como si
esperara mi reacción. Tenía las pupilas negras y los orificios nasales ligeramente
dilatados. Me quedé allí, hipnotizada por el cambio, con la adrenalina corriendo por
mis venas.

—Willow, ¿tienes miedo? —Su voz era engañosamente suave, cada palabra lenta
y medida.

Tenía la boca seca y el corazón me latía tan fuerte que temía que se me saliera
del pecho.

—¿Miedo? No. —Logré decir por fin. ¿Insegura? ¿Nerviosa? Bueno...

Se inclinó sobre mí y todo el oxígeno de la habitación fue desviado.

—Bien, ahora déjame mostrarte el lado de mí que nunca has visto.

Me examinó durante unos instantes, sin dejar de mirarme y luego me tocó la


barbilla, con un tacto abrasador.

—Necesitamos una palabra de seguridad —dijo en tono sombrío, provocándome


escalofríos. Una cosa era segura: ya no tenía sueño.

—Piña.

Se rio entre dientes.

—Sólo tú, cariño. —Bajó la cabeza, rozando sus labios con los míos—. Entonces,
piña. Si llega a ser demasiado, usa esa palabra.

Se colocó detrás de mí y su calor se filtró en mi interior. Me recogió los rizos


sueltos en la nuca y me hizo una trenza que me cayó por la espalda. Me invadieron
los celos al pensar a cuántas mujeres se lo habría hecho. El número tenía que ser
alto, teniendo en cuenta la pericia con que movía los dedos antes de hacer un nudo
resistente y arrastrar las manos por mis brazos.

Me inclinó la cabeza hacia un lado y me besó la espalda y los hombros.

—Algo te disgusta. —No era una pregunta, me conocía demasiado bien.


Los músculos del bajo vientre se me contrajeron y temí que mis inseguridades
pusieran freno a lo que aún deseaba desesperadamente.

—Yo no... no... sí. —Mordió la carne sensible de mi nuca y gemí suavemente—
. Eres muy bueno en eso. —Deslicé una mano por la larga trenza—. Debes haber
tenido mucha práctica...

Contuve la respiración, esperando una actitud defensiva o al menos decepción


pero una vez más, Royce me sorprendió. Me dio un beso suave bajo la oreja y sacó
la lengua, lamiéndome una franja caliente por la columna del cuello y de algún modo
pude sentir su sonrisa en mi piel.

—Ninguna de ellas importa, excepto tú —susurró, haciendo que las mariposas


de mi estómago se desbordaran. Me tiró del cabello y volví a caer contra él—. ¿Lo
entiendes?

—Sí-sí —ronroneé mientras el deseo me arañaba. Maldita sea, ¿era posible llegar
al orgasmo sólo con sus exigencias? Sentí que la excitación me chorreaba por las
piernas y decidí que sí, que podía ser posible.

—Date la vuelta —me ordenó. Y cuando lo hice, me encontré con su mirada


ardiente. El olor de mi excitación y su aroma masculino persistían en el espacio que
nos separaba mientras la excitación retumbaba en mis oídos—. Ahora voy a atarte.

Mis muslos se apretaron al oír el oscuro ronroneo de su voz. La lujuria se apoderó


de mí, amenazando con explotar.

—De acuerdo —acepté, y sus ojos se iluminaron con fuego.

Me agarró del codo y me acercó a un equipo con grilletes y esposas de cuero.

—Levanta las manos por encima de la cabeza.

Seguí su orden sin vacilar, con la respiración entrecortada. Estaba empapada y


probablemente goteaba sobre la alfombra de felpa que teníamos debajo.

Me sentí estimulada, liberada, dejando que Royce tomara las riendas. Le confiaba
mi vida, mi cuerpo y... mi corazón. Me quedé mirando su vientre definido mientras
me sujetaba de las esposas, su aroma me envolvía y me embriagaba. Me humedecí
los labios, deseando lamer cada centímetro de su estómago.

Dio un paso atrás, con expresión tensa y llena de promesas.

Se arrodilló lentamente frente a mí, con la cabeza a la altura de mi coño, se inclinó


hacia delante, sin dejar de mirarme e inhaló profundamente. Mi coño se apretó en
respuesta. Mierda. No me había dado cuenta pero mi cuerpo pedía a gritos la
dominación de Royce.

Me lamió el torso y sonrió perversamente mientras se enderezaba y agarraba una


fusta con extremos de cuero. En cuanto el frío cuero tocó mi acalorada piel, me
estremecí. Lo arrastró lentamente desde el pecho hasta el ombligo y luego volvió a
subir en forma hasta el otro pecho, rodeándolo sin prisas, atormentándome.

Entonces, sin previo aviso, me golpeó el pezón derecho con la fusta. Grité y mis
extremidades tiraron de las ataduras. Una combinación de sensaciones nuevas
recorrieron mis venas pero antes de que pudiera pensar en ello, el segundo golpe
conectó con mi sexo.

Mi cuerpo se estremeció y se me llenaron los ojos de lágrimas cuando sentí una


aguda gratificación. El calor palpitante entre mis piernas era intenso y temí
desmayarme de placer.

—¿Qué se siente?

—Es increíble. Demasiado... no lo suficiente —jadeé, con los dedos apretados en


puños.

Volvió a darme en el otro pezón y mi cabeza cayó hacia atrás. Mi cuerpo cantó
ante los dulces y punzantes mordiscos.

—Puedo saborear tu excitación —susurró, caminando a mi alrededor, con la fusta


arrastrándose sobre mi piel ardiente.

Volvió a rozarme el coño y un fuerte gemido se escapó de mis labios. Otro hizo
contacto con mi culo.
—No dije que pudieras hacer ruido. —Mierda, ¿cómo no sabía que esto podía
ser tan caliente? La fusta volvió a caer sobre el mismo punto de mi culo y gemí,
mordiéndome el labio para ahogar el ruido—. Buena chica.

Mis ojos se cerraron de felicidad ante sus elogios, haciéndome cuestionar mi


cordura pero en cuanto sentí sus labios en mi piel, besándome, mordiéndome y
lamiéndome donde había estado la fusta, todos mis pensamientos me abandonaron.
Sabía que me dolería más cuando arrastrara la fusta por el vientre, pero ahora su
boca me producía una especie de zumbido eléctrico y el efecto era vergonzosamente
placentero. Vergonzoso por los sonidos que emitía, por la forma en que le suplicaba
más y luchaba contra las ataduras para acercarme más.

Cuando me tocó el clítoris, grité mientras la sensación me inundaba. Arrastró los


dedos por mi entrada y me agité contra él, empapándolo.

—¿Mi esposa quiere más? —Llevó sus dedos a mi boca y los metió dentro—.
Abre los ojos y pruébate a ti misma, nena. —Hice lo que me decía, completamente
bajo su hechizo, con nuestras miradas fijas—. Chupa como si fuera mi polla.

Introdujo los dedos más profundamente y yo ahuequé las mejillas, saboreando la


salinidad de mi excitación. Otro gemido vibró en mi garganta y sus ojos ardieron.

Me sacó los dedos de la boca y se me escapó un gemido de protesta. Me besó con


fuerza, su lengua invadió mi boca. Me rodeó la cintura con los brazos y sus dedos se
clavaron en mi carne.

Su pecho contra el mío me devoró como si fuera su última comida. Me revolví


contra él, hambrienta de fricción. No me importaba lo desesperada que parecía. Se
apiadó de mí y su dedo volvió a introducirse entre mis piernas. Uno, dos, tres círculos
alrededor de mi clítoris resbaladizo, luego un empujón dentro de mi coño y caí,
corriéndome violentamente alrededor de sus dedos. Me estremecí, maullé y gemí
hasta que me desplomé contra él, con cada miembro convertido en gelatina.

Intenté recuperar el aliento cuando, de repente, mis tobillos se desataron y él los


enganchó alrededor de sus caderas, con las manos agarrándome los muslos. Se
colocó en mi entrada y, de un solo empujón, me penetró por completo.
Gimió en mi oído mientras yo gritaba. Sus músculos se estremecieron contra mí
y volvió a penetrarme. Fuerte y profundo. Se abalanzó sobre mí una y otra vez, con
la cara en el pliegue de mi cuello, su respiración agitada abanicando mi piel caliente.

Sus movimientos se hicieron más frenéticos y el placer creció en mi interior


mientras la tensión se acumuló en la base de mi columna vertebral.

—Oh... Ohhh... Dios...

—Dios no. —Empujó—. Soy dueño de tu placer —gritó, dentro de mí—. Córrete
para mí. —Me dio un beso en el hombro—. Ahora.

Me rompí en mil pedazos cuando me invadió un éxtasis estremecedor. Fue


agonizante, intenso y tan consumidor que me perdí en el camino, convirtiéndome
uno con él.

—Qué buena chica —gruñó, viniéndose justo después con un fuerte rugido,
robándome cada pedazo de mí. Los tuvo todo el tiempo. Ese pensamiento me sacudió
y lo abracé con más fuerza.

Permaneció un momento dentro de mí, con el corazón acelerado contra mi pecho


y la respiración agitada. Luego salió y me puso de pie, con un brazo soportando mi
peso mientras me desabrochaba las esposas. En cuanto me soltó las manos, me
levantó y nos tiramos al suelo.

Acunada en su regazo, apoyé la frente en su pecho y recorrí con un dedo su cuerpo


desnudo.

—Eres perfecta, nena —murmuró, arrancándome un suspiro—. ¿Tú... qué


pensaste?

Levanté la cabeza y miré hacia arriba para encontrarme con su expresión


cautelosa.

—Sin palabras —dije entre risas, apenas capaz de mantener los ojos abiertos.
Acababa de tener la experiencia sexual más intensa de mi vida, ¿y él esperaba una
crítica?
Sonrió con satisfacción y eso me tranquilizó.

—¿Quieres...? —Se interrumpió, sus dedos temblaban mientras me apartaba


mechones de cabello húmedo de la frente—. ¿Lo harías otra vez?

—Quiero hacerlo todo contigo —susurré, repitiendo mis palabras de antes—.


Siempre y cuando sea sólo conmigo con quien lo hagas.

Me abrazó con fuerza y sentí más que oí su respiración aliviada.

—Bien. —Sus ojos se suavizaron cuando lo miré—. Porque no sé en qué estaba


pensando cuando propuse el celibato.

Su aroma único me envolvió cuando se levantó sin soltarme y se dirigió a la cama.


Apartó el edredón, me tumbó y se subió a mi lado.

—Creo que me gusta nuestra nueva habitación —murmuré, luchando contra el


sueño.
Royce

Era increíble cómo alguien a quien conocía desde hacía tanto tiempo podía seguir
sorprendiéndome. Nuestra dinámica había cambiado por completo pero el nivel de
comodidad que sentía con Willow era natural, fácil.

No se trataba de la forma en que se desenvolvía a mi alrededor como si siempre


hubiera estado destinada a ser mía o la forma en que se sometía a mí. Era la forma
en que mi pecho se dilataba cuando susurraba palabras de afecto.

Y cuando se acercó a mí por la noche, suspirando feliz mientras le apartaba el


cabello de la cara, supe que me poseía. Ella despertaba en mí las emociones más
crudas, aceptando mi intensidad sin reservas.

Llevábamos dos meses en alta mar -evitando Estados Unidos- y habíamos hecho
escala en innumerables puertos de Sudamérica. Nunca permanecíamos mucho
tiempo; no merecía la pena arriesgarse.

Me quedé de pie junto a la cama donde yacía de lado, profundamente dormida.


Era ridículo pero incluso ahora me extrañaba cómo sus ojos parpadeaban de verde
cuando estaba excitada y se volvían de un tono más cercano al turquesa cuando
estaba preocupada. Tenía ganas de despertarla para ver de qué color eran ahora.

Mi misión en la vida era hacer feliz a Willow y la sonrisa que lucía en su rostro
desde el día de nuestra boda me tranquilizaba como ninguna otra cosa. Tenía la
intención de seguir dándole razones para llevarla.
Apoyé una rodilla en la cama, me incliné sobre ella y le di un beso en la mejilla.
Mi boca se torció cuando murmuró somnolienta. Su cuerpo desnudo se curvaba
alrededor de la almohada, abrazándola con fiereza contra su vientre ligeramente
hinchado.

Separó los labios y soltó un suave gemido mientras se inclinaba hacia mis
caricias. Aceptó con entusiasmo todo lo que le propuse. Resultó que la propia
Willow era una pequeña pervertida.

—Voy por café —le dije, observando las marcas de su piel con orgullo y
posesividad.

Era nuestro segundo aniversario y esperaba que mi sorpresa fuera bien recibida.
Había hecho traer beignets de Nueva Orleans a primera hora de la mañana y ya me
había puesto en contacto con uno de los enlaces venezolanos de Winston para que
se reuniera conmigo en Puerto Cabello y me los entregara. También había una joya
diseñada por mi cuñada en París pero algo me decía que a Willow le gustarían más
los dulces.

Abrió los ojos y parpadeó un par de veces antes de fijarse en mi cara. Sonrió
soñadoramente, acercó la mano a mi mejilla y la ahuecó.

—Olvida el café, ven a la cama —graznó.

Sonreí.

—No puedo. Tengo que asegurarme de que mi esposa esté contenta.

—Tu esposa está contenta —gimoteó—. Vuelve a la cama y dejaré que me


vuelvas a follar la boca. —La forma en que lo dijo tan despreocupadamente casi hizo
que me atragantara y sentí que sonreía ampliamente.

Abajo, chico, me reprendí a mí mismo mientras veía cómo un tono rojo cubría
sus mejillas, extendiéndose por todo su cuerpo. Primero le daría regalos, luego me
dejaría seducir.
—Cuando vuelva, dejaré que me la chupes como una buena chica —prometí,
saciándome de su desnudez. Mi polla insistió en probarla una vez más antes de irme
pero sabía cómo acabaría. Horas de follar y luego otra siesta, enjuagar y repetir.

—Oh, esposo. Sabes que son las hormonas las que me ponen muy cachonda —
ronroneó, llevándose la mano a los pechos enrojecidos y retorciéndose un pezón
entre los dedos. Se movió, abriendo las piernas y dejándome ver su brillante coño—
. Por favor, no me dejes así.

Y ella me tenía. Me arrastré hacia ella, con mis anchos hombros empujando entre
sus piernas y la lamí desde el clítoris hasta el culo.

—Si son las hormonas, nena, te dejaré embarazada el resto de nuestras vidas.

Soltó una risita, enganchó las piernas sobre mis hombros y me metió los dedos
en el cabello, manteniéndome la cabeza allí. Le mordisqueé el clítoris, en parte como
castigo y en parte como agradecimiento por su descaro; quién iba a decir que Willow
estaría tan contenta de asfixiarme con su coño. Lo único que sabía era que me
encantaba que tomara las riendas y me mostrara lo que quería.

Se agitó contra mi boca y le metí la lengua.

Durante los siguientes treinta minutos, nos perdimos el uno en el otro. Le


arranqué un orgasmo tras otro hasta que suplicó que la dejara en paz y al final se
quedó dormida con mi lengua dentro de ella.
Willow

Me desperté saciada pero algo decepcionada por no encontrar a Royce en la cama


conmigo. Me había acostumbrado a despertarme con su cara entre mis piernas o
besándome. Mi nueva forma favorita de empezar la mañana era con él follándome
contra el colchón y su mano alrededor de mi garganta.

Me completaba en muchos aspectos y casi me parecía criminal ser tan feliz.


Aparte del hecho de que éramos criminales y fugitivos.

Aun así, era imposible no sonreír mientras rodaba sobre mi espalda y...

—¡Qué mierda! —jadeé, tirando de las sábanas y revolviéndome hasta que mi


espalda chocó contra el cabecero. Mi mano se dirigió instintivamente a mi bajo
vientre de forma protectora cuando el miedo me golpeó en el pecho, al ver quién
estaba sentado en el borde de la cama, mirándome fijamente.

—Hola, Willow. —La voz de Stuart me produjo repulsión y me agarré a las


sábanas como si mi vida dependiera de ello.

—¿Qué haces aquí? —carraspeé, odiando el miedo que podía oír en mis palabras.
Miré a mi alrededor, esperando que Royce apareciera de milagro pero sabía que no
habría suerte. Había salido a buscar suministros y normalmente tardaba al menos
dos horas en la pequeña lancha.

Stuart debió de leer mi expresión porque se inclinó más hacia mí, sonriendo
amenazadoramente.
—Tu esposo no está aquí —me dijo.

Mierda, estaba cabreado, y su mirada desquiciada hizo saltar las alarmas. Se me


revolvió el estómago mientras analizaba mis opciones. Podía tirarle la lámpara que
tenía junto a la cama y salir corriendo pero probablemente él sería más rápido.
Además, estaba desnuda. ¿Hasta dónde creía que iba a llegar? Miré a mi alrededor,
buscando algo, cualquier cosa, que pudiera utilizar como arma.

La cara de Stuart apareció ante mí y mi estrés me hizo ver doble hasta que
parpadeé.

—¿Qué haces aquí? —dije, intentando sonar indiferente pero luchando por sacar
el aire por la nariz y la boca. Tosí para aclararme la garganta y fue entonces cuando
me di cuenta de que se me estaban entumeciendo los dedos. Algo iba mal. Se me
nubló la vista e intenté parpadear mientras me sentaba pero una oleada de vértigo
me obligó a volver a apoyarme en el colchón.

—Recuperar lo que es mío —dijo.

El pánico se apoderó de mí.

—¿Qué has hecho?

Se me entrecortó la voz y luché contra las ganas de vomitar. Intenté levantarme


de la cama pero apenas llegué al borde cuando me tiró del cabello.

No, no, no.

—No tan rápido, puta —dijo apuntándome a la sien con un arma. ¿Siempre
llevaba una? Mi cerebro luchaba por seguirle el ritmo.

—Stuart, por favor —dije, con terror por mi bebé empapando cada fibra de mí—
. Piensa en el bebé.

—Nos iremos de luna de miel —dijo sonriendo maliciosamente.

Abrí la boca para gritar cuando algo duro me golpeó en la cabeza y la oscuridad
me envolvió por completo.
Gemí y me puse de lado, tanteando para hacerme una idea de lo que me rodeaba
mientras intentaba disipar la oscuridad. Sentí un cosquilleo en los dedos de manos y
pies, y luego la fría y dura superficie. Por fin, el martilleo detrás de los ojos y las
palpitaciones en las sienes me hicieron recordar lo sucedido con Stuart.

Abrí los párpados de un tirón y descubrí que tenía las muñecas atadas. ¿Dónde
estaba? ¿Qué estaba pasando?

Inspiré profundamente, dejando que mis pulmones se expandieran y expulsaran


el pánico. Respira, Willow. Respira.

Mis ojos recorrieron mi cuerpo y me sentí aliviada al verme vestida con la


camiseta blanca y los calzoncillos de Royce. Pero, ¿dónde estaba?

Volví a cerrar los ojos mientras intentaba pensar y eso pareció ayudarme con las
náuseas. Tenía que recordar lo que había pasado. Visualicé a Royce diciéndome que
volvería en unas horas antes de dormirme, solo para despertarme y encontrarme
con... Stuart.

Dios mío. Había sido secuestrada por mi ex-prometido.

Abrí los ojos a fuerza de voluntad, apreté los dientes y me negué a dejar que el
pánico se apoderara de mi pecho.

Parecía estar en una especie de búnker de hormigón con dos ventanas a cada lado
de la puerta reforzada con acero. Un rayo de sol se filtró a través de los listones de
madera y me puse en pie para ver si podía distinguir algo.

No había más muebles que una sucia cama sujeta con barras de hierro, las mismas
que tenía atadas a las muñecas. Se me llenó la garganta de bilis. Dios mío, Stuart ha
perdido la puta cabeza.

—Bien, estás despierta. —Mi cabeza giró hacia la voz familiar y supe que estaba
a segundos de vomitar—. ¿Contenta de verme?
—¿Qué te pasa, imbécil? —siseé, mi voz sonaba patéticamente débil—. Me has
drogado. —Stuart esbozó una sonrisa retorcida—. Podrías haberle hecho daño a mi
bebé.

—No te causará ningún daño a largo plazo.

Mi pulso se disparó. Había un brillo de locura en sus ojos. ¿Siempre había estado
enfermo? Parecía un psicópata delante de mí, burlón.

—No puedes estar seguro —lo regañé. Sentí la lengua espesa en la boca y tuve
arcadas. Me retorcí y vomité a un lado, el olor del vómito me provocó arcadas de
nuevo. Tragué la bilis que tenía en la garganta antes de preguntar—. ¿Con qué me
has drogado?

Stuart se pasó una mano por delante de la camisa.

—Mi mamá me aseguró que no le haría daño al bebé. —Puso los ojos en blanco—
. Usó lo mismo cuando estaba embarazada de mí.

Me mordí la lengua, tragándome las palabras que me ardían en la boca. Nada de


aquello me tranquilizaba.

Intenté un enfoque diferente en lugar de señalar que él y su familia estaban locos


de remate.

—Stuart, tienes que dejarme ir. —Si eso significaba salir de aquí, estaba
dispuesta a suplicar, a apelar a cualquier sentido de humanidad que tuviera—. Esto...
Esto no puede ser bueno para mí... —Me corté, odiando las siguientes palabras que
pronuncié—. Para nuestro bebé.

Su sonrisa se transformó en un ceño fruncido.

—No lo dices en serio. Intentas quitarme al bebé. Intentas arruinarnos. A mi


familia. —Extendió los brazos—. Pero te demostraré que podemos volver a estar
juntos.

—¿Estar juntos?

No podía entender lo que estaba diciendo. La situación era demasiado surrealista.


—Sí, te demostraré que estamos hechos el uno para el otro. Ashford es sólo una
fase.

—¡Es mi esposo!

Jesucristo. ¿Cómo pude no ver las señales?

—Pondremos remedio a eso. Una vez que te folle, entrarás en razón. Royce sólo
será un mal recuerdo —escupió el nombre, el blanco de sus ojos aterrorizando en las
sombras.

Negué con la cabeza.

—No. Es mi esposo. Es el hombre al que siempre he amado. —El pánico subió


por mi pecho pero me obligué a bajarlo—. No puedes borrar eso. Por favor, Stuart.
Podemos ser amigos.

Se llevó la mano al cinturón y lo desabrochó lentamente.

—Parece que tendré que sacarlo de tu memoria.

—¿Qué-qué? —No. Por favor, no.

—Ya verás, Willow. Te gustará.

Tragué bilis, el ácido quemándome la parte posterior de la garganta.

—Me siento mal, Stuart.

—Las drogas eran una necesidad. —El remordimiento entró en su voz—. Sólo
necesitamos algo de tiempo y te arreglaré.

El impacto total de lo que estaba pasando me golpeó. Stuart estaba fuera de sí.
Desquiciado pero necesitaba mantenerlo hablando hasta que se me ocurriera un plan
o... hasta que Royce me encontrara. No tenía ninguna duda de que me estaba
buscando ahora mismo.

—¿Dónde están tus padres? —pregunté mientras luchaba por evitar que las
lágrimas calientes se acumularan en mis ojos.
—Están justo fuera —dijo—. Serán nuestros testigos.

Luché contra la necesidad de vomitar de nuevo.

—¿Testigos?

—Sí. Tu matrimonio con Royce será nulo. —Estaba completamente loco. Su voz
se intensificó antes de respirar hondo y proceder a empujar sus pantalones por
encima de sus calzoncillos—. Él verá que me deseas. —Otra sonrisa sádica se dibujó
en su rostro—. O tendremos que matarlo —dijo simplemente.

El aire viciado me rozaba los pulmones mientras lo veía despojarse de los


pantalones. Tiré de mis muñecas, luchando contra el cabecero de hierro al que estaba
atada.

Ya estaba claro que no se podía razonar con gente como Stuart y sus padres. No
me veían como una persona, sino como un medio para conseguir lo que querían. La
herencia Harris estipulaba que se necesitaba un heredero para reclamarla.

—¿Cómo de grande es esta herencia? —pregunté mientras me movía en la cama,


trabajando en las cuerdas mientras prolongaba la discusión. Moví las manos detrás
de mí, buscando cualquier forma de romper la cuerda.

—Cincuenta millones. Va para el bebé.

Me importaría una mierda si fueran cincuenta mil millones. No había suficiente


dinero en este mundo que compensara lo que ya había hecho.

—¿Por qué no a tus padres o a ti? —dije, tratando de ganar tiempo.

Mantuve la mirada fija en Stuart mientras colocaba el grillete de cuero sobre el


clavo con la mayor discreción posible. Tal vez pudiera aflojar algún punto, cualquier
cosa que nos diera a mí y a mi bebé una oportunidad de luchar.

—El abuelo no está contento con nosotros pero nuestro bebé está limpio... —
Sonrió—. Mi abuela me pasó su herencia pero me la he gastado toda. —Dejó escapar
un bufido—. A mi abuelo no le impresionaban las fiestas sexuales en las que me
gastaba todo el dinero, de ahí la jodida cláusula.
Stuart paseaba por el suelo sucio, con su erección como una tienda de campaña
en sus calzoncillos.

Jesucristo.

Deseé que Royce le hubiera cortado la polla, no sólo el testículo. Trabajé más
rápido en mis ataduras, el sudor me caía por la espalda.

—¿Por qué no haces lo que dice el viejo para que te deje el dinero? —sugerí,
justo cuando la cuerda se aflojó alrededor de mis muñecas. Ya casi.

Se detuvo frente a mí, con la polla demasiado cerca para mi gusto. Me quedé
inmóvil, rezando para que no intentara acercarse más.

—Porque el viejo es terco. —Sonaba molesto—. Y no podemos matarlo porque


ha gastado la mitad de su dinero en seguridad. Créeme, lo hemos intentado. —La
desaprobación formó una profunda arruga en su frente mientras murmuraba algo que
sonaba a Fort Knox—. Pero ahora te tenemos a ti. —Se arrodilló a mi lado y me
acarició la piel con los dedos—. Estamos hechos el uno para el otro. Te amo.

Me sonrió mientras una sensación de malestar se retorcía en mi estómago.

—Stuart, estoy casada. —Mi voz temblaba, el sabor cobrizo de la sangre en mi


boca un recordatorio del terror que sentía—. Amo a Royce, no...

No llegué a terminar la frase. El dolor estalló en mi mejilla y me zumbaron los


oídos por la fuerza de su golpe.

—No digas ese puto nombre —rugió—. De hecho, no abras la boca. A menos
que sea para chupármela.

Dejé escapar un pequeño grito cuando me abofeteó de nuevo, lágrimas


silenciosas goteando por mis mejillas.

Este hombre estaba más allá del delirio y su cara podría ser la última que viera a
menos que tomara cartas en el asunto.
Royce

En cuanto pisé la cubierta, con los beignets en la mano, mi instinto me gritó que
algo iba mal.

Me encontré con el silencio y cuando entré a nuestra habitación, sentí que algo
iba mal. Fui en busca de Willow pero no estaba por ninguna parte. Cada segundo
que pasaba, aumentaba mi pánico y corrí por el barco, inspeccionando cada rincón.

La sangre de mis venas se convirtió en hielo mientras me apresuraba hacia la


vigilancia y repasaba las grabaciones de seguridad de las últimas dos horas.

El corazón se me aceleró en el pecho mientras veía las escenas en el monitor. Los


dos esta mañana, follándole la boca y comiéndomela, y luego ella quedándose
dormida y yo saliendo de la cama. Fue la siguiente escena la que hizo que me
temblaran las manos.

Stuart.

Antes de que Willow se despertara, ya la estaba pinchando con una aguja. Cuando
abrió los ojos, su rostro palideció y parecía que le costaba respirar.

Mis nudillos se volvieron blancos viendo a Stuart manoseando su cuerpo desnudo


cuando finalmente se desmayó.

Mis sentidos se pusieron en alerta máxima cuando los padres de Stuart entraron
a continuación y, juntos, arrastraron a Willow fuera de la habitación y del barco.
El sonido de pasos me alcanzó y eché mano de mi cuchillo. Cuando la puerta de
la sala de vigilancia se abrió, encontré a Asher allí de pie. Y Kian Cortes.

—Willow ha sido secuestrada —fue el saludo de Asher.

—¿Cómo lo sabes? —Mi mano se apretó alrededor del mango de mi cuchillo, la


desconfianza crecía—. ¿Estás metido en esto? Primero los padres de Stuart en tu isla
y ahora esto.

La ira de Asher era una fuerza palpitante que llenaba la pequeña cabina.

Cuando se quedó callado, mi mirada se desvió hacia su compañero.

—¿Y qué haces tú, Kian? ¿Estás en esto?

—No.

—Te encontraste con Willow en Lisboa y la metiste en el taxi —señalé—. Me


estás diciendo que es una coincidencia que estés por aquí, las dos veces, cuando ella
está en problemas.

Kian parecía imperturbable.

—Casualmente estaba en la habitación cuando Asher fue alertado y ofrecí mi


ayuda, pero si prefieres no tener refuerzos, por supuesto, me iré.

Tener refuerzos era más inteligente. No sabía a qué me enfrentaría. La seguridad


de Willow era una prioridad.

—Gracias. —Entonces caí en cuenta y la sorpresa me invadía—. ¿Alerta?

—Sí. Cuando Stuart y sus padres violaron la seguridad, recibí una alerta. —La
respuesta de Asher me llenó de furia y entrecerré los ojos.

—Me has estado espiando. —No es que importara ahora pero una vez que tuviera
a Willow de vuelta, le daría una paliza.
—Todavía tengo el sistema de seguridad conectado a mi teléfono; pero no te
preocupes, he desactivado las cámaras de los dormitorios. —Me guiñó un ojo. Como
si debiera estarle agradecido.

—¿Cómo pudiste dejar que se la llevaran? —rugí.

—¿Qué mierda querías que hiciera? —La irritación apareció en su rostro—. ¿Que
volara en mi alfombra mágica y apareciera de la nada? Intenté llamarte. Creí que
también te habían localizado.

—Por eso estamos aquí ahora —añadió Kian—. A punto de salvar el día.

Contuve mi furia por la intrusión porque tenían razón, necesitaba ayuda. Y no


había nadie más competente que ellos dos.

—Se la llevaron —susurré, guardando mi cuchillo.

Mi esposa. Mi todo.

—¿Tienes un plan? —preguntó Kian, viendo claramente mi impotencia


estampada en la cara—, porque lo tenemos. Pude hacer algunas llamadas de camino
aquí.

—Se arrepentirán de haber jodido con ella —consoló Asher.

—Me aseguraré de ello —gruñí. Sus últimos momentos en esta tierra serían
dolorosos—. Y si hay un solo rasguño en ella...

Ni siquiera podía pensar en ello. Más vale que ella y el bebé estén a salvo.

—La encontraremos —aseguró Asher.

Sólo esperaba que cuando lo hiciéramos, no fuera demasiado tarde porque sin
ella, esta vida no valía la pena. Willow era todo lo que me importaba.
Sacamos imágenes de vigilancia de las calles y edificios de Caracas, gracias a las
conexiones de Asher y Kian con la mafia. Habíamos seguido sus huellas hasta la
remota ubicación a las afueras de la ciudad.

La temperatura era cálida pero yo llevaba una chaqueta de cuero equipada con
armas: armas, revólveres y cuchillos. Asher estaba vestido de forma similar.

El teléfono de Asher volvió a sonar y mis nervios se pusieron a flor de piel. El


sonido constante de su teléfono no ayudaba a mi estado.

—Por el amor de Dios, ¿podrías apagar esa maldita cosa?

Willow y yo habíamos apagado nuestros teléfonos hacía unos días para


asegurarnos de que no nos siguieran.

—Ella estará bien, Royce —dijo, mirando a través de mi frustración.

—Asher tiene que lidiar con el calor —dijo Kian, divertido.

Entorné los ojos hacia él.

—¿Y estás aquí porque...?

Se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Esto es más emocionante.

Dejando todo a un lado, el hecho de que decidiera ayudarme lo decía todo.

—Gracias. —Mi voz rebosaba de emoción. Tal vez las hormonas del embarazo
de Willow se estaban transfiriendo a mí.

Asentimos escuetamente y volvimos a concentrarnos en la tarea que teníamos


entre manos.

Nos situamos en la línea de árboles del bosque, observando un edificio de


hormigón y el aparcamiento que lo rodeaba mientras esperábamos a que se pusiera
el sol. Aprovecharíamos la cobertura para acercarnos sigilosamente a la familia
Harris y al grupo de mercenarios que habían traído. Estaban situados alrededor del
edificio, algunos incluso en el tejado, mientras exploraban la zona.

Para evitar ser descubiertos, atravesamos el bosque, aparcando nuestros


vehículos en la calle que estaba al otro lado.

No había mucho que nos dijera lo que ocurría dentro pero eso no impidió que mi
imaginación echara a volar. La necesidad de abalanzarme en ese instante era
abrumadora.

Asher debió de darse cuenta de mi tensión porque sus siguientes palabras


volvieron a centrar mi atención en él.

—¿Debería ir a lo seguro y borrar toda la vigilancia excepto la del secuestro?

Mis músculos se tensaron.

—¿Así que observaste la vigilancia?

Se rio entre dientes.

—Nunca dije eso.

—¿Disfrutaste del espectáculo, enfermo fisgón? —Tenía que burlarme de él o


arriesgarme a perder la cabeza. Tenía ganas de pelea y estar aquí sentado entre los
arbustos de la arboleda no ayudaba—. Quizá debería darte una paliza y asegurarme
de tu amnesia.

Su labio se elevó.

—No tengo ni puta idea de lo que estás hablando.

—Claro. Por eso nunca apagaste tu conexión telefónica con la vigilancia del
barco.

Se encogió de hombros.

—Lo pervertido es lo tuyo, no lo mío.

Resoplé.
—Sí, claro.

—Bien, puede que tenga mis versiones de pervertido pero ver a mi medio
hermano follándose a su mujer no es una de ellas.

—Bueno, eso es un alivio —repliqué irónicamente—. Es bueno tener límites.

—¿Lo es? —Mis ojos se desviaron hacia él un segundo antes de que continuara—
. Si necesitas una ronda de boxeo o una actividad física para liberar tensiones, sólo
tienes que decirlo. Prácticamente puedo ver el vapor que sale de ti en oleadas.

—¿Actividad física?

—No soy tu esposa, pervertido. Me refería a si quieres que te dé una paliza.

—Como si alguna vez pudieras...

—Jesús, ustedes dos —Kian nos cortó a ambos—. ¿Quieren cortar el rollo? Es
como escuchar a un viejo matrimonio.

—¿Cómo lo sabes? Ni que estuvieras casado. —La tensión se liberaba de mis


músculos con cada palabra pero la preocupación y la picazón por luchar
permanecían—. A menos que participes en cosas pervertidas y juegos de rol. —Me
miró de reojo, aunque no se me escapó la diversión en su cara. Kian era un misterio.
Nadie sabía por qué había dejado el cártel de Cortés, ni se le había visto nunca con
una mujer del brazo. Llevaba la privacidad a otro nivel. De repente me puse sombrío
y añadí—. Gracias a los dos por toda su ayuda.

En sus miradas brilló la sorpresa pero enseguida se recompusieron e inclinaron


la cabeza en señal de reconocimiento.

Volví a centrar mi atención en el edificio y en el estacionamiento de hormigón


que lo rodeaba.

—Cuento veinte, más la familia Harris —murmuré.

—Lo mismo —señaló Kian.

—Hay un vehículo con dos más —añadió Asher.


Mi mirada siguió su línea de visión. Efectivamente, había una sombra de dos
figuras sentadas en un sedán blanco. Entrecerré los ojos, concentrándome en su
silueta, cuando caí en la cuenta.

—Los padres de Stuart.

Quería arrancarles cada miembro de sus cuerpos y oír sus gritos. En lugar de eso,
me obligué a respirar a través de mi furia. Tuve que luchar contra el impulso de no
marchar y empezar a disparar a ciegas.

Pero no podía dejar que mi temperamento lastimara a Willow y al bebé. Mi mano


se apretó alrededor del arma. Cuando Willow estuviera a salvo, me ocuparía de
Stuart y sus padres.

Todos con los que había servido tenían capacidad para la violencia -obviamente-
, pero nunca lo habría imaginado capaz de esto. Tampoco me había dado cuenta de
que Stuart ya estaba mal de la cabeza.

La rabia me invadió en una ola helada e iracunda.

—¿Tienes el plano del edificio? —le pregunté a Asher.

—Sí, no es gran cosa. —Se pasó una mano por el cabello—. Un gran espacio.

Había algo en su expresión, un ceño fruncido que no me gustó nada. Sus ojos se
desviaron hacia Kian, que sacudió sutilmente la cabeza.

—¿Qué pasa? —pregunté.

El tenso silencio se prolongó durante un largo segundo que fue más pesado que
un carguero a plena carga.

—Sólo hay una cosa en todo el espacio —afirmó Asher mientras su tono se
oscurecía—. Una cama.

La rabia me atravesó el pecho y el autocontrol, y en mi mente aparecieron


imágenes.
Sin darme cuenta, me dirigí hacia el objetivo, con mis pasos silenciosos contra el
suelo.

—¿Qué mierda estás haciendo? —Asher siseó detrás de mí, pero me siguió.

—Mantén la calma. —Kian se acercó a mi retaguardia.

—No voy a esperar en las sombras a que Stuart viole a mi esposa.

Una respiración exasperada sonó detrás de mí.

—Podría echártelo en cara si te matan a ti o a todos nosotros.

—Si me matan, asegúrate de que esté a salvo —dije, mi tono tranquilo


contrastaba totalmente con cómo me sentía.

—Si me matan, volveré a la vida y te mataré a ti —dijo Asher.

—Mientras mi esposa esté a salvo.

Asher se congeló por un segundo antes de recuperarse.

—Mierda, estás enamorado.

—Diez años de preparación —admití sin pudor—. Ahora, vamos a patear algunos
culos.

—Podría volver de entre los muertos y matarlos a los dos —murmuró Kian.

Después de eso, los desconecté y me solté, con el carmesí inundando mi visión


mientras empezábamos a disparar.

La sonrisa de Asher se congeló, y por primera vez, vi al Ashford en él.

—Vamos a patear algunos traseros.


Willow

Intenté seguirle la corriente, fingiendo que entendía las tonterías delirantes que
soltaba Stuart. Dejé de escuchar cuando se fue por la tangente diciendo que sabía
que yo lo deseaba y que mi boda con Royce era una estratagema para llamar su
atención. Como dije, delirante.

Ahora mismo, proteger a mi bebé era mi prioridad. Negociaría con el mismo


diablo si eso significaba su seguridad.

—Stuart... —Giró la cabeza hacia mí, y fue como si se hubiera olvidado de que
yo estaba aquí por la forma en que sus ojos se abrieron de par en par y frunció los
labios. A Stuart no le gustaba que lo interrumpieran. Estaba buscando algo que decir
que no sonara falso cuando el sonido de los disparos rompió el aire. La esperanza
floreció en mi pecho y supe en el fondo de mi corazón que Royce había venido por
mí. Como siempre.

—¿Dónde está mi chica? —Oí el rugido de Royce desde algún lugar y no pude
evitar sonreír a pesar de los dolores y molestias de mi cuerpo.

Stuart estaba a centímetros de mí, su polla dura se acercaba. Cómo deseaba que
Royce se la hubiera cortado directamente.

—Preferiría morir antes que estar contigo, Stuart. —Hice acopio de todas mis
fuerzas y le di un cabezazo. Su aullido de dolor rebotó en las paredes de piedra gris
y juraría que la tierra vibró bajo mis pies. Las estrellas se agitaron en mi visión por
la fuerza del impacto, pero no perdí el tiempo.
Tiré de mis muñecas para soltarlas de las cuerdas y me sacudí contra ellas hasta
que fueron libres. Salté de la cama y empecé a correr hacia la puerta, con los
escombros cortándome los pies descalzos.

Ignoré el dolor. Ya casi había llegado. Sólo unas zancadas más y...

Unas manos me rodearon y salí volando, la cabeza golpeando el suelo con un


ruido sordo. Un dolor como ningún otro destrozó mis sentidos mientras Stuart me
inmovilizaba contra el mugriento suelo. Luché contra su agarre, gritando y chillando.

—No irás a ninguna parte —dijo—. Prefiero matarte a dejar que vuelvas con él.

La amenaza torcía el rostro de mi ex-prometido en algo oscuro y siniestro, pero


no me detuve a pensar en ello. Cada segundo contaba.

—¡Suéltame! —grité, y continúe luchando contra su agarre.

Combatí contra él con uñas y dientes, pero mi energía empezó a desvanecerse


poco a poco, y al darme cuenta, el pánico se instaló como plomo en mi estómago.

—Somos tú y yo, hasta que la muerte nos separe. —Me besó el cuello y un
escalofrío de asco me recorrió la espalda.

—¿Qué pasa con el bebé? —tartamudeé—. ¿Tu herencia?

—Tu desesperación sólo me excita —ronroneó Stuart, pero antes de que las
palabras calaran hondo, oí un rugido. El sonido animal asustó a Stuart y yo
aproveché para clavarle los dientes en el antebrazo.

Me lo quitaron de encima y un fuerte disparo me sacudió los tímpanos. Me


estremecí cuando un bramido rasgó el aire.

Oí una voz familiar, pero el latido salvaje de mis oídos la ahogó.

—Cariño, abre los ojos.

Oí el sonido de un portazo, seguido de gritos y una violenta ráfaga de aire, y abrí


lentamente los ojos, encontrándome cara a cara con aquella mirada oscura que tanto
amaba. Lo observé, atónita, mientras la primera lágrima silenciosa se abría paso por
mi mejilla. Pronto las lágrimas fluyeron libremente, las compuertas bien abiertas.

—¿Dónde te duele? —Sus manos recorrieron mi cuerpo, comprobando cada


centímetro de mí—. ¿Está bien el bebé? ¿Estás bien? ¿Él...?

Su voz se quebró cuando llevó su mano a mi estómago, ahuecando suavemente.

Sacudí la cabeza, con un doloroso nudo en la garganta.

Asher apareció con un arma en la mano y la cara y el cabello, salpicados de


sangre. Todo sucedió muy deprisa. En un momento estaba de pie y al siguiente me
sacaron de mi prisión temporal.

—Necesita un médico —bramó Royce.

Stuart gimoteó en el suelo.

—Yo también necesito un médico.

Royce ni siquiera dudó. Apuntó su arma y le disparó a quemarropa. El cuerpo de


Stuart se desplomó, la sangre se acumuló a su alrededor y respiré por primera vez en
lo que me parecieron días.

Mi sollozo atrapado finalmente se liberó y una vez que salió, no hubo forma de
detenerlo. Me estremecí como las ramas de un árbol con vientos huracanados.

—¿Los mataste a todos? —le preguntó a Asher, sin apartar los ojos de mis labios,
mis ojos, mi garganta.

Oí un gruñido y no necesité oír las palabras. Dejé que mis ojos se cerraran.

Royce me salvó de nuevo.


Royce

Mi esposa está aquí. Ella y el bebé están a salvo.

Las palabras daban vueltas en mi cabeza mientras el médico la examinaba.

—Esto sería más fácil si...

—No voy a dejar que se vaya —dije por décima vez. Apreté los brazos alrededor
de Willow mientras un escalofrío recorría su cuerpo. Se había mostrado muy valiente
desde que llegamos, pero yo sabía que le dolía.

Le limpiaba los cortes y las heridas y le examinaba la espalda magullada. Volví


a enfurecerme al verla a plena luz del día, pero me contuve.

—¿Está bien mi bebé? —preguntó Willow, con voz temblorosa. El médico se


acercó a un ecógrafo con el ceño fruncido por la preocupación.

—No pasa nada, cariño —murmuré, lanzando una mirada al médico—. Seguro
que sólo está comprobando que todo está como debe.

Enterró la cara en mi cuello, conteniendo sus sollozos pero no podía controlar sus
estremecimientos. Un feroz sentimiento de protección ardía en mi pecho, odiando
no haberla protegido. No debería haberla dejado nunca esta mañana. No valía la pena
arriesgar su seguridad. La seguridad de ellos.

—Creo que el médico tiene miedo de examinarte con tu esposo rondando sobre
su hombro —dijo Asher con ironía—. Deja trabajar al hombre, Royce.
Una risa húmeda se escapó de los labios de Willow y la abracé aún más fuerte.

Me alegré de que Asher estuviera aquí. A pesar de querer golpearlo, apreciaba


que hiciera bromas. Estaba seguro de que no estaba en el momento adecuado para
hacer nada a la ligera, no hasta que ella y nuestro bebé tuvieran un certificado de
buena salud.

Una cosa con la que podía estar tranquilo era en la forma en que los padres de
Stuart encontraron su prematura muerte. Estaba seguro de que me lo contarían todo,
pero lo único que sabía era que se habían ido y no en paz. Con las conexiones de
Asher, los cuerpos estaban siendo enterrados en tumbas sin nombre.

Aunque deseaba sentir el placer de destrozarlos durante un tiempo prolongado,


nada de eso me importaba tanto como Willow.

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó Willow, moviéndose para que el


médico pudiera hacerle una ecografía.

—Asher tiene algunas conexiones —dije, frotando una mano sobre su espalda—
. Pudimos rastrearlos a través de Venezuela y finalmente nos llevaron a tu ubicación.

—Ahhh, ahí está tu latido, Willow —anunció el médico, el sordo sonido whoosh-
whoosh salió de la máquina.

—¿Está bien? —me apresuré—. ¿Está bien el bebé?

—Sí, todo está en orden. Ese sonido más suave es el latido del corazón del bebé.
Ambos son fuertes. —Nos sonrió con seguridad mientras mi corazón rugía de vida—
. ¿Le gustaría saber el sexo del bebé?

Willow y yo compartimos una mirada antes de responder los dos al mismo


tiempo.

—No.

Después de asegurarnos de que todo iba bien con la mamá y el bebé, llevé a
Willow de vuelta al barco. Asher tuvo que venir y llevarnos porque me negaba a
soltar a mi esposa. En el camino, se detuvo y recogió platos locales.
Una vez instalada, la ayudé a ducharse y le puse una de mis camisas limpias.
Verla con mi ropa me dio un vuelco el corazón y no pude dejar de tocarla. Casi la
había perdido. Necesitaba verla, tocarla, consolarla. Asegurarme de que estaba aquí,
sana y salva.

—Estoy bien —susurró, apretando mi mano con fuerza—. Sólo estaba


preocupada por el bebé. —Me miró de frente, con su pequeña mano aun sosteniendo
la mía—. ¿Estás bien?

Había pasado por una experiencia traumática y me preocupaba que las


consecuencias de aquel día la persiguieran. Sin embargo, me preguntaba si estaba
bien.

—Ahora que estás aquí, estoy bien. —Froté un nudillo sobre su suave mejilla,
feliz de ver que el color estaba volviendo.

—Lo mismo digo —admitió, girándose para mirarme de frente—. Tú y este bebé
son todo lo que necesito en mi vida.

Una sonrisa cruzó mis labios.

—Menos mal que me tienes a mí. Para siempre. Te guste o no. —Tomé el regalo
que había guardado después de ordenar mientras ella se duchaba—. Feliz
aniversario, cariño.

Sus ojos, ahora más verdes que azules, brillaban mientras tomaba su labio entre
los dientes.

—Dos meses —murmuró—. Yo... no te he comprado nada.

—Eres mi regalo. —Ella no tenía ni idea de lo mucho que significaba para mí.
Era mi amiga, mi amante, mi mujer—. Ahora ábrelo.

Con los dedos temblorosos, rasgó el papel. Se quedó mirando la caja de terciopelo
hasta que pulsé el botoncito. Lanzó un grito ahogado y sus dedos se acercaron a sus
labios.
—Ohhh, Royce. Es precioso. —Una sola lágrima rodó por su mejilla y se la
limpié con el pulgar.

—Entonces, ¿por qué lloras, cariño? —dije, con mi pecho retorciéndose de tantas
emociones. La pulsera tenía grabada la fecha de nuestro primer beso, con pequeñas
gemas de colores colgando.

—Porque te amo. —Su voz se suavizó—. Jodidamente mucho.

—¿Aunque seamos Bonnie y Clyde, viviendo a lo grande?

Dejó escapar un suspiro tembloroso, las emociones que yo mismo sentía


mirándome a través de sus ojos verdes.

—Para bien y para mal.


Willow

Cuando salimos del dormitorio, la luna estaba en lo alto del cielo, la mesa puesta,
la sidra espumosa enfriándose y el ron en un cubo de hielo.

—Un pirata con una vena sensible —me burlé de él—. Y hasta pensaste en una
bebida sin alcohol.

Asher ladeó la cabeza, sus ojos atentos no pasaron por alto mi nueva pulsera. No
creía que este hombre se perdiera muchas cosas, así que el hecho de que supiera lo
de mi embarazo no me sorprendió.

—Vivo para servir —respondió Asher, con sus ojos de bronce brillando
divertidos. La mano de Royce seguía en la mía, reacio a soltarla y no me importó lo
más mínimo.

Miré a mi alrededor.

—Ojalá Kian se hubiera quedado. Quería darle las gracias antes de que se fuera.
Es la segunda vez que me ayuda.

Se presentó una vez neutralizada la amenaza, justo antes de que Royce me llevara
cargada corriendo al vehículo con Asher. Kian se quedó para limpiar la escena y
luego desapareció.

—No pudo quedarse —respondió Asher vagamente—. Por cierto, Winston


llamó.
Royce levantó una ceja.

—¿Sí?

—Me dijo que te dijera que “te quedaras perdido” un poco más mientras Byron
limpia el desastre.

Mi mirada se desvió hacia Royce con curiosidad.

—Están trabajando para que se retiren todos los cargos. Te lo dije, no hay
pruebas. Y menos ahora. Además, Stuart empezó esta mierda. Te hizo daño pero con
él y sus padres fuera, no pueden revolver la mierda e influir en las autoridades.

Fruncí el ceño.

—Todo el mundo nos vio entrar en el hotel y salir, dejándole apaleado. ¿Cómo
es posible que no haya pruebas? Estoy segura de que nuestras huellas estaban por
toda la habitación del hotel cuando.... —Mis ojos se desviaron hacia Asher, antes de
volver a mi esposo, preocupada por no decir demasiado—. Antes de lo que sabes.

—¿Quieres decir antes de que lo castrara? —Asher añadió—. No había pruebas.

—¿Pero cómo? —pregunté, desconcertada.

—Envié a mi equipo para limpiar la habitación de todas las huellas dactilares.


Hice que borraran las grabaciones de vigilancia.

—¿No te vio Stuart? —me preguntaba.

—Estaba... drogado. Mejor que no me pidas que lo explique. —Inclinó la cabeza


hacia mí, con las cejas arqueadas, y eso fue todo lo que necesité.

—¿Por qué nos ayudas? —dijo Royce, con una mirada pensativa.

Asher se encogió de hombros.

—Tal vez algún día, cuando necesite ayuda, me ayudarás.

Royce extendió la mano.


—Estoy en deuda contigo, Asher. Tienes mi palabra: cuando me necesites, allí
estaré.

Esa noche, Royce me tenía sentada en su regazo mientras compartimos la comida


con Asher.

—Así que, Willow, ¿cuáles son tus planes ahora que tu lunático ex está muerto y
se ha ido?

—Por favor, no cites a Justin Timberlake —ironizó Royce, mirándome


fijamente—. Alguien me la ponía repetidamente hasta que me sangraban los oídos.

—Ah, volver a ser joven —bromeé, riendo entre dientes. Aurora, Sailor y yo
podíamos escuchar la misma música durante horas, sin cansarnos nunca. Me hacía
sentir nostalgia de tiempos más sencillos y hacía que se me estrujara el corazón al
pensar en mis mejores amigas. Las echaba de menos—. De todas formas, estoy
pensando en montar mi propia productora.

Me lanzaron una mirada de sorpresa.

—Nunca habías insinuado antes que querías montar tu propia empresa. —Royce
casi sonaba ofendido.

—Se me ha ocurrido ahora —admití encogiéndome de hombros—. Siempre he


odiado rendir cuentas a los demás, que se lleven el mérito de mi trabajo. Lo único
que hacía mi antiguo jefe era acabar con mi creatividad. Me metí en la producción
cinematográfica para concientizar sobre la industria del tráfico sexual y apenas pude
hacer un programa sobre ello.

La comprensión pasó por la expresión de Royce. Mi admisión sobre lo que le


pasó a la hermana de Sailor, Anya, fue la razón por la que fui a la escuela en primer
lugar. Quería llevar la conciencia a la pantalla de televisión y tratar de ayudar a las
víctimas.

—Me gusta. —Royce siempre apoyaba mis ideas, pero también era sincero—.
Quiero invertir en ello.
—Yo también —dijo Asher—. Reconozco una oportunidad fructífera cuando la
veo y no voy a dejarla pasar.

Su fe en mí tocó una nota en mi pecho y me encontré con las atentas miradas de


ambos antes de posar mis ojos en los de mi esposo.

—Claro que es una buena oportunidad. —La voz de Royce me calentó por
dentro—. Seríamos estúpidos si no invirtiéramos.

Un recuento exhaustivo de lo sucedido con los Harris y nuestros planes para el


futuro mantuvieron nuestra conversación hasta bien entrada la noche. Asher se
quedó con nosotros, casi como si no acabara de creerse que la amenaza hubiera
desaparecido.

Cuando se marchó, Royce y yo permanecimos en cubierta, contemplando la


noche estrellada. Sus musculosos antebrazos entintados me rodeaban, y las olas y
nuestra respiración eran los únicos sonidos que se escuchaban.

Luego me dio un suave beso en la comisura de los labios, rozándome la


mandíbula.

—Tengo tanta suerte de tenerte. —Era un susurro suave, una promesa de un


futuro en el que él era el único hombre para mí—. Los haré felices a ti y a nuestro
bebé.

Cada vez que decía “nuestro” bebé, me robaba otro trozo de corazón que no sabía
que existía.

Sentada en su regazo, los dos mirábamos la luna por las ventanas de la cabina, el
silencio nos envolvía mientras la tormenta de los acontecimientos de aquel día
amenazaba con arrastrarnos a un tsunami. Pero no lo permitimos.

Hoy no. Ni mañana. Ni nunca.


Willow

La vida continuó, aunque nada volvió a ser lo mismo después de aquel día.

Fui testigo de la brutalidad de Royce y lo quise aún más por ello. Tardé unos días
en recuperar las fuerzas pero el médico nos aseguró -varias veces- que las drogas
que Stuart me inyectó no tenían ningún efecto sobre el bebé.

Royce, como era Royce, no me quitó los ojos de encima. Durante tres días me
abrazó con fuerza, comprobando periódicamente los latidos de mi corazón. Incluso
hizo que nos trajeran gel y un ecógrafo portátil al barco, cortesía de una importante
donación al hospital local. Insistió en tomarme la temperatura y la tensión, y yo casi
esperaba que me hiciera un examen gineco-obstétrico. Para mi alivio, no lo hizo.

Al cuarto día trajo a mis padres y a mis mejores amigas, que vinieron con tanta
comida basura que Royce las regañó y las obligó a tirarla por la borda.

Para que coman los tiburones, había dicho, o podría tirarlas a los dos y dejar
que se alimenten de ustedes en su lugar.

No es que lo consiguiera. Una mirada de Alexei y Raphael me hizo tirar de su


manga, recordándole nuestra audiencia y la falta de humor que compartían.

—Mira lo que he traído. —Aurora agitó bolsas de patatas fritas de cangrejo, que
solía devorar cuando estaba embarazada de Kostya—. Se me antojan como si fueran
crack.

Sailor puso los ojos en blanco.


—Por el bien de todos, esperemos que no lo sea.

—No podemos alimentar a nuestro bebé con esta basura —gruñó Royce mientras
tomaba asiento a regañadientes a mi lado.

Tomé su mano entre las mías.

—Estás llevando esto demasiado lejos, cariño.

—No, no. Royce tiene razón —coincidió mãe mientras mi papá asentía con la
cabeza—. Estás gestando un bebé. Mi nieto. Tienes que asegurarte de darle todo lo
correcto.

Puse los ojos en blanco.

—Nadie le dijo eso a Sailor cuando comía litros de helado o a Aurora cuando
insistía en comer patatas fritas de cangrejo a montones.

La nariz de Sailor se arrugó con desagrado.

—Todavía hoy no puedo digerir las patatas fritas de cangrejo.

Aurora asintió con la cabeza.

—Yo tampoco podía. —Luego sus ojos revolotearon hacia su esposo antes de
añadir—. Hasta hace poco.

¿Estaba ella...?

—¿A Kostya le gustan las patatas fritas de cangrejo? —Royce preguntó a su


hermana—. Pensé que no le gustaba la comida chatarra.

Su mirada se desvió hacia la pequeña versión de su esposo, que estudiaba el


sistema de navegación y probablemente planeaba desmontarlo en cuanto nadie lo
viera.

—Las detesta. Cualquier cosa con condimento Old Bay le da arcadas pero eso es
más propio de Maryland, ¿no?
—Seguro que sí. —Recurrí a la psicología inversa—. ¿No significa eso que
debería comer comida basura? Ya sabes, ¿para que el bebé prefiera la comida sana?

—No a mi bebé —sonrió Sailor, cerrando inmediatamente mi acercamiento—.


Le encanta su helado.

—¿Cómo podría no hacerlo? —bromeé—. La hace irresistible para todos los que
la rodean.

Mientras que Kostya podía ser intimidante y casi oscuro, Anya era todo lo
contrario. Su rostro angelical y su dulce personalidad nos tenían a todos comiendo
de la palma de sus manos.

—Harían una bonita pareja —comenté, inclinando la barbilla en dirección a los


niños, donde Kostya sobresalía una cabeza por encima de Anya mientras le daba su
propia piruleta. La sonrisa ladeada que le dedicó con corazones en los ojos hizo que
se me derritiera el corazón.

—Por encima de mi cadáver —refunfuñó Raphael.

—¿Estás diciendo que tu Anya es demasiado buena para mi hijo? —Aurora


sonaba ofendida, los niños completamente ajenos a la ridícula conversación que
estaba teniendo lugar.

La mano de Alexei rodeó la cintura de su esposa.

—No, kroshka, quiere decir que Kostya es demasiado bueno para la pequeña
Anya. ¿No es así, Santos?

Raphael se burló.

—En tus sueños.

—¿Qué le pasa a mi Anya? —preguntó Sailor, ofendida—. Ella y Kostya ya son


amigos. Qué mejor manera de hacer...

—No digas amantes, mi reina. —La voz de Raphael era angustiada—. Anya será
para siempre la niñita de papá.
Sailor resopló.

—Iba a decir una pareja, pero ahora...

—¿Pero ahora quieres arreglar su matrimonio? —Royce intervino sin ánimo de


ayudar, con un brillo malicioso en los ojos.

Le di una bofetada juguetona en el brazo.

—Detente. Sabes que te lo devolverán por ello.

Royce sonrió.

—Cuento con ello.

Mis padres pusieron los ojos en blanco y sus miradas se cruzaron por un
momento.

—Supongo que al final aprenderán que el amor funciona de formas misteriosas


—anunció mi papá.

—Tal vez —aceptó mãe antes de ponerse en modo interrogatorio—. ¿Cuánto


tiempo van a estar de luna de miel?

—Encontramos una casa perfecta para ti —añadió papá—. A sólo una manzana
de nosotros.

Royce y yo compartimos una mirada, reprimiendo una sonrisa. Durante los


últimos días, mis padres habían estado insinuando que nos querían cerca de ellos.
En Portugal. Eran muy poco sutiles. Los dos estábamos de acuerdo en que queríamos
estar en Europa; al fin y al cabo, todos nuestros familiares y amigos cercanos pasaban
allí la mayor parte del tiempo pero por mucho que quisiera a mis padres, no
podíamos estar a poca distancia de ellos. Las visitas inesperadas deberían ser una
rareza, no la norma.

—Creo que nos tomaremos unos meses más para ver el mundo antes de que nazca
el bebé —respondió Royce, tan guapo como siempre. Exudaba masculinidad con la
camisa remangada hasta los codos, dejando al descubierto sus fuertes antebrazos
entintados—. Pero hemos acordado que nos instalaremos en Portugal o España.
Tenemos un agente buscando propiedades. Cuando concretemos, concertaremos una
cita.

Me atrevería a decir que mis padres no se enteraron de nada después de Portugal,


ambos sonriendo como si les acabara de tocar la lotería.

El alboroto de la hora siguiente zumbaba con promesas de un futuro en el que por


fin tendría mi propia felicidad para siempre con el chico al que besé diez años atrás.

Puede que nuestra historia de amor no fuera convencional y que nuestra futura
familia ampliada fuera diferente de la de mis amigas, pero aun así era perfecta.

Esta era nuestra vida, nuestro futuro y lo viviríamos al máximo.


Willow

Mi corazón se estremeció al ver a nuestras familias y cuando miré a mis amigas,


supe que sentían lo mismo. Apreciábamos lo que teníamos: hombres buenos, hijos
preciosos y el uno al otro. El catamarán rebosaba vida mientras mi esposo
descansaba en el suelo y entretenía a su sobrino con un videojuego.

Había pasado una semana desde el secuestro y ésta era la última noche de nuestra
familia con nosotros antes de que Royce y yo siguiéramos navegando. Planeábamos
llegar al punto más meridional de Sudamérica y luego emprender el viaje de vuelta,
para regresar de nuevo a Venezuela dentro de unos meses con motivo de una nueva
aventura empresarial. Sería mi primer paso hacia la producción del documental con
el que llevaba años soñando trabajar. Así era como quería marcar la diferencia y
devolverle a Anya todo su sufrimiento.

Stuart y sus padres estaban muertos y sería hipócrita si los llorara. Habían cavado
su tumba y no tenían a nadie a quien culpar sino a sí mismos.

Los ojos de Royce me encontraron, su mirada oscura y aterciopelada llena de


amor y reverencia.

Sólo tuve unos segundos para perderme en él antes de que mis amigas
comenzaran su interrogatorio, envolviéndome en un capullo de abrazos y preguntas.

—Ahora cuéntanos todos los detalles desde la boda —dijo Sailor, abrazándome.
—No todos los detalles —se encogió Aurora—. No necesito saber sobre tu
tiempo raro con mi hermano.

—Lo siento, pero he tenido que escuchar tu recuento de momentos raros con
Alexei —dije burlonamente, abrazándolas a las dos.

—Sí —dijo Sailor, incitando a Aurora—. Todavía me cuesta dormir por las
noches.

—Bien, me taparé los oídos —dijo Aurora—. ¿Ahora dinos qué demonios pasó
con ese idiota de Stuart?

—Es una larga historia —dije—. Lo más importante es que él y sus padres están
fuera de nuestras vidas.

—Gracias a Dios —murmuró Sailor—. Sólo un idiota secuestraría así a una


mujer embarazada.

—O un psicópata —razonó Aurora.

—Olvídate de Stuart y sus padres. —Preferiría no pensar en ellos por un


tiempo—. Tengo algo más importante de lo que hablar contigo. —Las miradas
ansiosas de ambas me encontraron con anticipación—. Por fin estoy haciendo lo que
me propuse después de la universidad, empezando por producir un documental.

Sailor se aquietó.

—¿De qué tipo?

—Trata de seres humanos —dije, clavando los ojos en Sailor mientras el


fantasma de su hermana acechaba en las sombras que intentábamos ignorar. Agarré
las manos de ambas entre las mías—. Me gustaría dedicárselo a tu hermana —mi
mirada encontró la de Aurora—, y a tu esposo, pero solo si a los dos les parece bien.
El título sería Todos los Anya y Alexei silenciados.

Las mejillas de Sailor estaban húmedas cuando la rodeé con mis brazos. Incluso
después de todos estos años, sabía que el tema de su hermana le rompía el corazón.
Anya la protegía, asegurando la felicidad de su hermanita a su costa.
Sailor finalmente logró encontrar su voz.

—Me encanta —dijo—. Ella estaría orgullosa de ser la inspiración de tu


documental.

Me giré para mirar a mi cuñada. Mi repentino anuncio la había conmocionado,


pero se recuperó rápidamente.

—No quiero hablar en nombre de Alexei, pero sospecho que estará de acuerdo.
Será un honor incluso.

La preocupación arrugó la frente de Sailor.

—No hay nada que vincule a la pequeña Anya, ¿verdad?

Sacudí la cabeza.

—No. Nadie las relacionará. Sólo nosotras lo sabremos.

—Míranos. —La voz de Aurora se suavizó—. Quién iba a pensar que


acabaríamos aquí.

Tragué fuerte ante el nudo de emoción que tenía en la garganta, dándome cuenta
de lo cerca que estaba de perderme esos momentos. Mis chicas siempre sabían cómo
enraizarme.

—Lo sé. Tenemos suerte —susurré suavemente.

—La tenemos —convino Sailor—. Pero también trabajamos para ello.

Apreté los labios al pensar en todos los años de dolor y angustia que habíamos
soportado.

Pero ahora estábamos aquí y yo misma no podría haber planeado una historia
mejor.
Willow

Los días pasaban volando, al igual que las semanas.

Nuestra familia y amigos se fueron la semana pasada, y nosotros reanudamos


nuestra luna de miel saliendo del puerto y surcando los mares. El Cabo de Hornos
era el siguiente en el mapa y hasta ahora había sido una navegación tranquila. Según
Royce, que había estado siguiendo obsesivamente los patrones meteorológicos,
parecía que pronto tendríamos que dejar el piloto automático y plantearnos
desembarcar antes de que el mar se pusiera demasiado violento.

En resumen, si quería echar un polvo, esta noche era la noche.

Eché un último vistazo al espejo, a la diosa del sexo en lencería con un babydoll
esmeralda transparente que me devolvía la mirada y salí del baño. Royce estaba
tumbado en chándal, con la parte superior del torso a la vista mientras navegaba en
su iPad.

Lo observaba con anhelo, la necesidad de tocarlo igualaba a la de respirar.

—Hola, guapo.

Levantó la vista de su iPad y su mirada ardió como una llama abierta cuando
acorté la distancia que nos separaba.

—¿Qué estás tramando, cariño?


Sonreí inocentemente, apoyé una rodilla en la cama y me arrastré hacia él. Mis
labios rozaron su mandíbula y sus músculos se tensaron.

—¿Está cansado, señor Ashford? —dije roncamente contra su piel.

—Willow, necesitas descansar y recuperarte. —Su voz era áspera contra mi piel.

—Estoy descansada y recuperada —le aseguré, la tormenta en sus ojos reflejaba


su conflicto interno. Besé su mandíbula hasta la comisura de sus labios—. Me duele
por ti.

Un escalofrío le recorrió y nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado


y hambriento. Lo deseaba ferozmente.

Dominante.

Como si pudiera saborear mi deseo, me ordenó en voz baja y ronca:

—Extiende las manos y juntalas. —Me apresuré a seguir su orden—. Como si


estuvieras rezando.

—¿Quieres ser mi sacerdote? —bromeé, haciendo lo que me ordenaba, con un


dolor palpitante en mi interior que anticipaba lo que me tenía reservado.

Sacó una corbata de seda de la mesita y me la ató a las muñecas. Mis ojos volaron
hacia los suyos, llenos de preguntas y lujuria.

—La paciencia es una virtud —me dijo perezosamente, mientras yo estaba


arrodillada, desnuda y vulnerable ante él, pero nunca me había sentido tan segura.
La humedad se acumulaba entre mis muslos, mojando mi piel.

—Para ti es fácil decirlo —repliqué secamente, mi tono sin aliento—. Mientras


tanto yo estoy aquí preguntándome si vas a azotarme o a follarme.

—¿Por qué no las dos? —dijo con una sonrisa diabólica—. Ahora deslízate fuera
de la cama. —Me puse en pie antes de que pudiera terminar la frase. Una de sus
manos bajó entre mis muslos, deslizándose sobre mi núcleo empapado—. A tu coño
no parece molestarle la idea.
Ardía más con cada segundo que pasaba, mis muslos se apretaron ávidos de más
de lo que tenía reservado para mí. No importaba que yo fuera su juguete y estuviera
completamente a su merced, porque Royce siempre cumplía.

Siempre cuidó de mí, incluso antes de que fuéramos amantes. Me tocaba darle
todo lo que quisiera. La sumisión. La liberación. El olvido.

—Prueba la atadura. —Sus dedos siguieron acariciando mi clítoris, y un gemido


burbujeó en mi garganta ante la deliciosa fricción—. Quiero asegurarme de que no
son incómodas.

Intenté separar las muñecas, pero no sentí ninguna molestia, sólo la seda rozando
mi carne.

—Están bien —respiré.

Me tomó de las muñecas y me llevó a la cama con dosel. Todo, desde el roble
negro hasta las sábanas carmesí, gritaba placer carnal.

—Agáchate y usa el poste como apoyo.

Sin dudarlo, hice lo que me pedía y todo mi cuerpo ronroneó de satisfacción al


oír su murmullo.

—Buena chica.

Agarré el poste, enroscando los dedos alrededor de él y luego miré por encima
del hombro, con la respiración entrecortada.

—¿Así está bien?

—Más bajo —carraspeó, sus ojos se encontraron con los míos—. Buen trabajo.
—Suspiré, poniéndome en posición, inclinada y meneando el culo contra él. La
palma de su mano me rozó cariñosamente la nalga—. No sueltes el poste. Si lo haces,
te azotaré, ¿entendido?

Moví el culo contra él, conteniendo a duras penas una risita.

—Sí, señor.
Me dio un fuerte golpe en el culo y grité. Poco después vino otro, el golpe de su
palma contra mi culo, fuerte pero indoloro.

Sus labios se curvaron en una sonrisa que hacía juego con la expresión sombría
grabada en su bello rostro.

—Separa las piernas. —Sus manos llegaron a mis caderas y me separó las piernas
con sus musculosos muslos mientras se colocaba contra mí. Levantó una mano y la
paseó cariñosamente por mi columna. Luego se inclinó, con el pecho pegado a mi
espalda y me besó la piel sensible—. ¿Lista?

Mi respuesta fue un gemido. Estaba más que preparada. Con la mano que le
quedaba libre, me rodeó por delante, me tocó el pecho y me tiró de los pezones.
Apenas habíamos empezado y yo ya temblaba contra él.

—Agárrate fuerte. —Me agarró de las caderas—. Esto va a ser duro y rápido,
nena. —Me quedé callada, preparándome para el viaje salvaje, cuando me tiró del
cabello hacia atrás y lo enrolló alrededor de su muñeca—. ¿Cuál es nuestra palabra
de seguridad? —susurró con su boca junto a mi oído.

—Piña.

Sentía su polla dura contra mi resbaladiza entrada. Me empujó boca abajo contra
el edredón de felpa y me penetró de un solo y potente empujón, sacudiéndome hacia
delante.

Grité, con los ojos llorosos por la sensación, y mis músculos internos se aferraron
a su longitud con avidez.

—Puedes soportarlo, nena —ronroneó, su tono gutural—. Ese coño está hecho
para mí, igual que mi polla está hecha para ti.

Carajo, sus palabras bastaron para desatarme.

Respiraba entrecortadamente y empujé hacia él, desesperada por obtener más


fricción. Me agarró por las caderas y sus dedos se clavaron en mi carne mientras
salía de mí lentamente hasta que solo quedó la punta de su pene.
Entonces me golpeó de nuevo con tanta fuerza que me dejó sin aliento y mi agarre
al poste se aflojó.

—Aguanta, Willow —apretó los dientes cuando mis manos se soltaron alrededor
del poste. Lo agarré con más fuerza y empujé contra él mientras me follaba sin
piedad.

Gemí, con la mente en blanco ante la enérgica invasión, mientras el placer


absoluto me dominaba. Mi cuerpo se estremecía con cada embestida que me
arrancaba chillidos.

—Estás tomando cada centímetro de mí tan bien —gruñó Royce—. Mi hermosa


esposa.

Su mano permanecía en mi cadera mientras la otra presionaba mi espalda,


hundiendo mi cara en el colchón y amortiguando los ruidos. No había nada más que
placer y dolor que me aturdían, una combinación que nunca imaginé que desearía.

La cama golpeó contra la pared y sentí un estremecimiento en lo más profundo


de mi ser, un escalofrío eléctrico que acompañaba el ritmo de sus embestidas.

Me tiró la cabeza hacia atrás y otro grito salió de mis labios.

—No pares —grité. Royce seguía moviéndose bruscamente contra mí, dentro de
mí, con la respiración agitada, gimiendo, gruñendo—. Por favor... por favor...

El sudor se acumulaba en mi sien y a lo largo de mi cuello, y mis paredes internas


se agitaban alrededor de su polla.

Otro empujón y mi cuerpo estalló, un grito ronco estremeció el aire. La necesidad,


tan desconocida y oscura, se enroscó bajo mi piel, desgarrándome por las costuras.
Exploté en un millón de chispas, cayendo en espiral hasta que no quedó nada.

Sólo estábamos él y yo.

Miré hacia atrás mientras Royce me follaba durante mi orgasmo. Se quedó quieto,
gimiendo, con su hermoso rostro retorcido por el mismo placer que yo sentí cuando
terminó dentro de mí.
Me besó la piel caliente, susurrando palabras de elogio, antes de tomarme la
barbilla entre los dedos y besarme profundamente.

—La amo, señora Ashford —dijo con una sonrisa suave y relajada que me
empapó como el sol en un día de niebla—. Eres la mejor parte de mí.

—Bien —jadeé, con la voz entrecortada—. Porque siempre has sido lo mejor de
mí.
Royce

Nuestra hija sólo tenía unas horas, pero ya nos dominaba a nosotros y a nuestro
mundo.

Tenía el cabello castaño y la piel dorada. Juraba que sus ojos eran verdes, pero
bajo ciertas luces eran azules. Se parecía a su mamá. Los padres de Willow estaban
de acuerdo, afirmando que era una réplica de Willow cuando era bebé.

Calista Olivia Ashford.

Sostuve a mi hija en brazos, maravillado por la misteriosa forma en que se


desarrolló la vida. El camino que nos unió fue largo, pero sucedió exactamente como
tenía que suceder.

Willow y este bebé me completaron.

Con mi hija en brazos, me acerqué a la ventana y dejé que el cálido sol de Portugal
le tocara la cara. Le di el primer vistazo al mundo que un día exploraría.

—Mira todo esto, princesa —murmuré en voz baja, con cuidado de no despertar
a mi esposa—. Todo va a ser tuyo.

Sería una rompecorazones igual que su mãe, y acabaría con cualquier chico que
se atreviera a acercarse a mi niña.

—Papá te va a mimar.
Una voz suave me hizo girarme para encontrar a mi esposa mirándonos.
Resplandecía de amor y de tanta fuerza que me dejaba sin aliento cada vez que la
veía.

Dios, la amo.

—¿Cómo podría no hacerlo? —dije, manteniendo la voz baja—. Mi princesa me


robó el corazón, igual que su mamá.

Una sonrisa aún mayor se dibujó en su rostro, amplia y feliz. Casi me estalló el
corazón al verla. Aquí lo tenía todo.

Willow extendió las manos y yo puse a nuestra princesita en sus brazos para que
pudiera acercarla más a su pecho. Me incliné hacia ella y peiné con mis dedos
suavemente el cabello de Calista.

—Royce... —susurró. Su expresión estaba llena de angustia, y no necesitaba


palabras.

Sabía que estaba preocupada por el abuelo de Stuart. Intentó reclamar a la niña
antes de que naciera. Como si fuera un objeto. Tenía toda la intención de ponerle fin.
Lucharía contra él con el poder que aún tenía mi nombre, pediría favores a todas las
personas que estaban en deuda conmigo. Ese hombre nunca se acercaría a nuestra
hija.

Acaricié suavemente sus mejillas, con cuidado de no despertar a nuestro bebé.

—Voy a decir esto una vez, así que escucha con atención. —Le acaricié la cara
con el pulgar—. Tú eres mía. Calista es mía. Para siempre. No hay nadie que pueda
cambiar eso. Mierda, nadie.

Incluso si eso significa matar al abuelo de Stuart, pero me guardé esas palabras.
Hoy era el mejor día de nuestras vidas y nada lo arruinaría.

—¿Lo prometes?

Apreté un beso en su frente y luego en la de nuestra hija.

—Te lo prometo.
Me miró, nuestros ojos se encontraron por un momento, antes de decir:

—Te amo tanto. No podría imaginar tener este bebé con nadie más. Somos tuyas
para siempre.

Y yo fui suyo para siempre.


Willow

Cinco años después

—Por favor. ¡Mãe, porfis!

Sonreí a mi valiente hija de cinco años. Calista era nuestra única hija, pero me
ayudaba a mantener a raya a sus hermanos. La niña de nuestros ojos. Bueno, era la
niña de mis ojos, porque, aunque no era biológicamente suya, poseía todo de su papá.
Royce la mimaba, igual que a mí.

Tal y como Royce y mis padres predijeron, era mi viva imagen, con pilas de
conejito Energizer que la hacían funcionar desde que se despertaba hasta que se
dormía.

—¿Qué es lo que necesitas, Calista? —pregunté con calma, mezclando la masa


de galletas con chispas de chocolate.

Vi los pensamientos moverse detrás de sus ojos esmeralda mientras fruncía sus
labios rosados. Aprendió pronto que se cazan más moscas con miel que con vinagre.

—Mãe. —Su voz fue tan suave, tan dulce. Se llevó mi mano a la boca,
depositando un tierno beso en mi dedo—. ¿Puedo ir con papi, por favor?

Royce iba a llevar a los niños a un partido de fútbol con Alexei y Kostya mientras
Aurora debía volver aquí con sus hijas. Por desgracia, poco después de su visita a
Venezuela, Aurora sufrió un aborto. El destino tenía otros planes para ella, pero fue
bendecida menos de un año después con dos gemelas.

—¿No quieres jugar con tus primas? —le pregunté—. Nataliya e Ines se sentirán
decepcionadas si no estás aquí. También tus abuelos.

Agitó las manos en señal de frustración.

—Ellos también pueden venir.

—No les gustan los partidos de fútbol —señalé pacientemente mientras deslizaba
la bandeja de galletas en el horno—. Quieren jugar a las princesas.

Nataliya e Ines podían jugar todo el día con vestidos y cosas brillantes sin hacer
ruido, mientras que mi propia hija no podía estarse quieta más de diez minutos.

Como si pudiera leerme el pensamiento, me miró con sus gruesas pestañas.

—Por favor. Te amaré siempre.

Levantó diez dedos como si significaran para siempre pero ese número
significaba mucho más. Royce. Nosotros. Pasaron diez años para encontrar un
camino el uno para el otro. Un día le contaríamos esa historia, pero algo me decía
que su paciencia ya se estaba agotando conmigo.

—Volveré muy pronto, muy, muy pronto —añadió, sin dejar de batir las pestañas.
Se abrazó a sí misma, balanceándose sobre sus pies como si estuviera lista para
cantar. Y no defraudó—. Por favor, por favor, por favor.

Me reí, sabiendo que me estaba manipulando y que, en realidad, eso significaba


horas de ella fuera con los chicos.

—Está bien —suspiré, dándole sonoros besos en las mejillas—. Pero sólo si
Nataliya e Ines quieren ir también.

Asintió frenéticamente con la cabeza, entusiasmada porque había cedido. Soltó


una risita alegre y salió corriendo de la cocina. Sabía que no le costaría convencer a
sus primas de que era mejor que salieran al sol abrasador del verano portugués que
quedarse en casa.
Sonó el temporizador y me giré para sacar las galletas del horno. Las agarré y,
mientras las dejaba encima del fogón para que se enfriaran, Royce apareció en el
umbral, dejando la puerta de la terraza abierta tras de sí.

—Has cedido, ¿eh? —bromeó mientras una suave brisa recorría la cocina.

Encima de la mesa había luces, cuidadosamente entretejidas a través de la celosía.


La pared oriental de la pérgola estaba cubierta de glicinas y siempre me traía a la
memoria las noches románticas que pasamos en nuestra luna de miel, cenando a la
luz de las velas en pequeños restaurantes, con una suave música de merengue
flotando entre nosotros, sin preocuparnos de nada. Se acercó a mí y me envolvió en
sus brazos, devolviéndome al ahora.

—Sólo si convence a sus primas —añadí, defendiéndome.

Se rio entre dientes.

—Ya les está ofreciendo cielo y tierra.

Suspiré.

—Me preocupa que un día soborne al presidente.

Sonrió.

—Espero que lo haga. Estaré detrás de ella extendiendo el cheque.

Le di un suave manotazo en el brazo.

—Déjalo ya. Eres tan malo como ella.

—No puedo evitarlo. —Me rozó la nariz con un beso—. Es como su mamá.
¿Recuerdas cuando sobornabas al jefe de un cártel para que dejara de traficar?

—¿Cómo podría olvidarlo?

Yo misma casi acabo siendo víctima de la trata y Royce tuvo que rescatarme.
Pero todo formaba parte del trabajo, que me encantaba.
Mi productora había despegado. Sailor se unió a nuestro equipo, y algunos otros
periodistas con los mismos objetivos que nosotras. Nos preparábamos para poner en
marcha la cuarta temporada de Todos los Anya y Alexei silenciados, que esta vez
cubría Sudáfrica. Netflix y Amazon competían por contratarnos.

Pero nada de eso importaba mientras estuviéramos marcando la diferencia y fuera


una experiencia tan gratificante.

Me agarró la mano, acercó mi muñeca a sus labios y los puso sobre mi pulso.

—¿De dónde crees que lo saca?

Sacudí la cabeza. ¿Cómo iba a ganar con dos de ellos?

—¿Dónde están los chicos? —pregunté.

—Listos para irnos y causar estragos en el campo de fútbol.

Me miró los pies descalzos, las uñas de los pies pintadas de verde. A lo largo de
los años, Royce se las había arreglado para seguir consiguiendo artículos
descatalogados que me encantaban, y aunque siempre me colmaba de joyas, nada
superaba aquel gesto.

Y todo el tiempo, habíamos gravitado aún más cerca. Habíamos echado raíces.
El tiempo había sido bueno con nosotros. Todavía me dejaba sin aliento. Seguía
haciéndome desearlo, anhelarlo, sentir dolor por él, cada día, cada noche, cada
segundo de mi vida.

Era mi mejor amigo. Mi amante. Mi corazón. El padre de mis hijos. Mi todo. Con
cada día que pasaba, nuestro amor no hacía más que crecer.

Se acercó un paso más a mí y se me cortó la respiración al ver el amor que me


devolvía en la mirada.

—¿Cómo he tenido tanta suerte? —dijo Royce, sonriendo, pero antes de que
pudiera decir otra palabra, me puse de puntillas y apreté mi boca contra la suya,
deseándolo tanto que me dolía. Cuando rompió el beso, mis manos seguían
agarrando su camisa.
Hubo momentos en mi vida en los que no creí que sobreviviría diez minutos, y
mucho menos diez años, sin él.

—Te amo —murmuré, pasando la mano por su pecho.

Su expresión se volvió seria mientras me acariciaba la cara.

—Tú me completas. Tú y los niños lo son todo para mí. —Rozó su boca con la
mía—. Te amo tanto que a veces me duele respirar. La amo, señora Ashford.

Esas palabritas hacían girar el mundo. Esas palabritas podían empezar y terminar
guerras. Nuestro propio “felices para siempre”.

Mientras lo viviéramos juntos.

FIN
Quiero dar las gracias a mis amigos y a mi familia por su continuo apoyo.

A mis lectores alfa y beta: son todos increíbles. Aguantan mis plazos locos y mi
organización aún más loca. No podría hacerlo sin ustedes.

Mis libros no serían lo que son sin cada uno de ustedes.

A los blogueros y críticos que me ayudaron a correr la voz sobre cada uno de mis libros.
Lo agradezco mucho y saber que les gusta mi trabajo lo hace mucho más agradable.

Y por último, pero no por ello menos importante, ¡a todos mis lectores! Esto no sería
posible sin todos ustedes. Gracias por creer en mí. Gracias por sus increíbles y solidarios
mensajes. Simplemente, GRACIAS.

Puedo hacer esto gracias a todos ustedes.

XOXO

Eva Winners
Diseño y Epub
Hada Anjana

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