Kinks of A Billionaire - Eva Winners
Kinks of A Billionaire - Eva Winners
Kinks of A Billionaire - Eva Winners
¡Disfruta la Lectura!
Billionaire Kings Series Collection __ 6 Capítulo 18__________________ 128
Nota _________________________ 7 Capítulo 19__________________ 135
Nota del autor _________________ 9 Capítulo 20__________________ 138
Sinopsis _____________________ 10 Capítulo 21__________________ 143
Prólogo _____________________ 11 Capítulo 22__________________ 154
Capítulo 1____________________ 22 Capítulo 23__________________ 158
Capítulo 2____________________ 28 Capítulo 24__________________ 161
Capítulo 3____________________ 31 Capítulo 25__________________ 165
Capítulo 4____________________ 40 Capítulo 26__________________ 176
Capítulo 5____________________ 50 Capítulo 27__________________ 179
Capítulo 6____________________ 54 Capítulo 28__________________ 189
Capítulo 7____________________ 57 Capítulo 29__________________ 197
Capítulo 8____________________ 62 Capítulo 30__________________ 201
Capítulo 9____________________ 69 Capítulo 31__________________ 206
Capítulo 10___________________ 75 Capítulo 32__________________ 209
Capítulo 11___________________ 84 Capítulo 33__________________ 215
Capítulo 12___________________ 93 Capítulo 34__________________ 222
Capítulo 13___________________ 97 Capítulo 35__________________ 230
Capítulo 14__________________ 104 Capítulo 36__________________ 239
Capítulo 15__________________ 109 Capítulo 37__________________ 242
Capítulo 16__________________ 121 Capítulo 38__________________ 249
Capítulo 17__________________ 125 Capítulo 39__________________ 257
Capítulo 40__________________ 260 Epílogo _____________________ 282
Capítulo 41__________________ 264 Epílogo _____________________ 285
Capítulo 42__________________ 268 Agradecimientos _____________ 290
Capítulo 43__________________ 273 Este Libro Llega A Ti En Español
Gracias A ___________________ 291
Capítulo 44__________________ 276
La serie abarca a cada uno de los hermanos Ashford por separado. Aunque cada libro
de la serie puede leerse de forma independiente, los acontecimientos y referencias a los
otros libros están presentes en cada uno de ellos. Así que para disfrutar mejor,
considera darle una oportunidad a cada hermano Ashford.
¡Disfruta!
Eva Winners
La línea de tiempo del libro de Royce no coincide con la del libro de Kingston. De
hecho, ocurre meses antes, más en línea y justo después del libro de Winston.
A todos aquellos que amaron a sus héroes moralmente grises con un gran corazón.
Kinks of a Billionaire es un libro independiente. No es necesario leer otros libros
antes de éste; sin embargo, tenga en cuenta que los acontecimientos de esta historia
suceden antes de Reign of a Billionaire. Este libro también hace referencia a
acontecimientos que sucedieron en el libro de Raphael de la serie Belles & Mobsters.
El parecido con personas y cosas vivas o muertas, lugares o sucesos reales es pura
coincidencia.
Royce Ashford.
Estaba enamorada del hermano mayor de mi mejor amiga desde que tenía uso de
razón. Su encanto y su atractivo sexual podrían seducir a un santo, por no hablar de
una mujer enloquecida por el sexo.
Un pequeño problema.
Pero me negué a ser una nota al pie en la vida de Royce. Si hiciéramos esto, lo
haríamos todo.
—Maldita... —resolló, pero no esperé a oír el resto de sus palabras. Salí corriendo
de su habitación mientras él se doblaba de dolor, con el pulso rugiéndome en los
oídos mientras mi cerebro repetía estúpida, estúpida, estúpida. No debería haber
venido pero nunca hubiera imaginado que Hudson se pondría tan manoseador. Tan
violento.
Probablemente había cosas peores que quedarte tirada a una hora de casa en
medio de una tormenta con la camiseta rota y tener que llamar a tus padres para que
te recojan pero ahora mismo no se me ocurría ninguna.
De pie en la ladera cubierta de hierba, podía oír risas y música procedentes del
interior de la casa, la fiesta seguía en pleno apogeo. Después de que mi ex novio
intentara meterme mano hasta las bragas, le di un rodillazo tan fuerte que su aullido
pudo oírse hasta en Virginia.
No podía dejar de temblar, me castañeteaban los dientes tanto por el frío como
por mi profunda ansiedad. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras pasaba el
dedo por encima del número de mi mamá. Se sentiría muy decepcionada pero no me
quedaban más opciones. No podía llamar a Sailor porque su hermana, Anya, iba a
dar a luz en cualquier momento. Era mi mejor amiga pero no dejaría que se arriesgara
a perderse el nacimiento de su sobrina o sobrino. Aurora tenía unas prácticas que
acababa de empezar, así que estaría ocupada al menos hasta las diez, lo que
significaría estar de pie fuera de esta finca dejada de la mano de Dios durante otras
tres horas. Imposible.
Recorrí mentalmente mis opciones pero sabía que no había ninguna. Tendría que
hacer de tripas corazón y llamar a mi mamá si no quería quedarme sola en medio de
la nada al anochecer.
—¿Qué pasa?
—Yo... vine a esta fiesta. Con un chi-chico. —Mi tartamudeo era embarazoso,
pero el hecho de haberme puesto en una situación tan estúpida lo era aún más—.
Él... intentó... y yo no... quise...
—¿Dónde estás? —Hice una mueca de enfado pero se lo dije de todos modos.
No tenía nada que perder. Las gotas de lluvia me salpicaban y hacían temblar mis
palabras—. Envíame un mensaje con tu ubicación. Iré a buscarte.
Mis dedos temblorosos hacían que fuera una pesadilla abrir la aplicación pero al
final lo conseguí. Envié la ubicación y oí un pitido. Inmediatamente después se oyó
un chirrido de neumáticos, lo que me indicó que era más que probable que estuviera
infringiendo una o varias leyes de tráfico.
—¿Lo-lo tienes?
—Sí.
Me invadió el arrepentimiento. Otra razón más por la que no debería haber estado
en esta estúpida fiesta.
—Lo harás. Es probable que esté de parto por un tiempo. Ya sabes que Byron
posiblemente quiera asegurarse de que Anya tiene todo lo que necesita mientras está
en el hospital. —Se hizo el silencio y sentí escalofríos. Intenté centrarme, mirando a
mi alrededor y tratando de detectar algo que pudiera ver, oír u oler. Me di cuenta de
que los grises del crepúsculo se estaban convirtiendo rápidamente en oscuros. Las
hojas húmedas bajo mis pies se sentían frías y ásperas—. Te lo prometo Willow —
dijo Royce—, no te lo perderás.
Dejé escapar un largo suspiro. Royce nunca me había decepcionado. Una cosa
que todos los hermanos de Aurora tenían en común era que nunca rompían sus
promesas. De repente, el cansancio se apoderó de mí y me acerqué de nuevo al
bordillo, me senté y esperé, abrazando mi pequeño bolso contra el pecho.
Royce saltó del auto aún en marcha, con su chaqueta de cuero negra. Me
desplomé aliviada. Él era un tanque genéticamente diseñado metido en un traje de
diseño o en una chaqueta de cuero, según la situación. Hoy había optado por la
segunda opción, que en secreto me gustaba más que sus trajes de diseño.
Mi alivio duró poco. Me echó un vistazo y entrecerró los ojos, y pude ver por el
resplandor de los faros, que se oscurecieron en señal de advertencia.
Estaba enfurecido y la fuerza de su furia era tan palpable que podía saborearla en
el aire.
El amigo más grande de Hudson fue por Royce pero antes de que pudiera
asestarle un golpe, éste lo empujó al suelo como si no pesara nada. Con los ojos
clavados en el gimoteante tipo, Royce se dejó caer para sentarse a horcajadas sobre
él, descargando puñetazo tras puñetazo. Más miembros del grupo salieron de las
habitaciones y pasillos para presenciar la salvajada.
Justo cuando unos cuantos tipos más estaban a punto de atacar a Royce, grité:
—¡Detrás de ti! —Royce sacó una pistola y les apuntó—. Oh, Dios mío.
Usando mis dos manos para agarrar a Royce por el bíceps, intenté levantarlo del
tipo casi inconsciente.
Anya estaba en pánico, Sailor estaba angustiada y convencí a Willow de que era
mejor darles un poco de espacio porque no estábamos ayudando a ninguna de las
dos dando vueltas a su alrededor. Byron manejó el hospital como un campeón y al
final consiguió convencer a Aurora de que hiciera lo mismo. Habíamos acordado
reunirnos en el hospital cuando naciera el bebé.
Así que, después de ducharnos, pusimos una película y ella bebió un sorbo de
cerveza, intentando relajarse. Sabía que su mente estaba en Anya pero hice todo lo
posible para distraerla. De una manera amistosa.
—Está con Byron. Anya y Sailor siguen en el hospital. Quédate esta noche —le
sugerí. Aún no tenía veintiún años, así que no podía arriesgarme a que la atraparan
en estado de embriaguez en público, sobre todo si era menor de edad. Además, era
culpa mía. Puse la primera película y la segunda, y con dos cuencos de palomitas
como único sustento, dejé que su borrachera creciera hasta convertirse en un estado
de embriaguez total—. Además, necesitarás a alguien que te lleve cuando lleguen
las horas de visita.
Sin embargo, mi polla saltó de excitación ante la mera idea de conducirse dentro
de ella.
Volvió a hipar.
—Estoy borracha.
—¿No te atraigo? —Se inclinó más hacia mí y sus labios rozaron mi cuello.
Mierda, la chica era fácilmente adictiva pero demasiado joven para mí—. Sé que
sólo tienes sexo sin compromiso. Me parece bien.
Esta vez me dejó con la boca abierta. Claro que me atraía pero el sexo sin
compromiso con ella sería un terreno resbaladizo.
—Pasamos demasiado tiempo juntos para tener sólo sexo casual —razoné.
Willow, Sailor y mi hermana eran inseparables. Vivían juntas. Salían de fiesta juntas.
Demonios, ni siquiera guardaban secretos entre ellas. Carajo—. Somos amigos.
Pude ver cómo se le caía la expresión a Willow. Casi deseaba estar borracho
también. Haría más llevadera la incomodidad de esta conversación.
—Podemos dormir juntos y seguir siendo amigos. —Su voz apenas era un
susurro y sus mejillas se tiñeron de carmesí. Sus ojos estaban vidriosos y deseosos.
Sería tan fácil ceder, sin importar las consecuencias.
—Eres demasiado buena para esto —gruñí—. Demasiado buena para mí.
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo o que escribas sonetos. Es sólo
sexo, Royce.
La tierra empezó a girar más rápido, la tentación me miraba fijamente, con los
ojos muy abiertos y los labios hinchados. Se me daba bastante bien manejar el
alcohol pero esto era nuevo. Nunca había reaccionado así ante alguien que me
sugiriera un polvo casual.
—No quiero que las cosas sean raras entre nosotros cuando no funcione. Como
dije, eres demasiado buena para un rollo de una noche.
—Tienes razón. No debería haber dicho nada —ella exhaló, luego se lamió los
labios—. Sólo quería... esperaba que me quitaras la virginidad. Ya que tienes tanta
experiencia.
Me incorporé.
—Vamos, Royce. Todo el mundo sabe que eres un playboy. Vayas donde vayas,
las chicas caen rendidas ante ti. Entonces, ¿por qué no te acuestas conmigo?
—¿Quieres que te quite la virginidad y crees que no significaría nada para mí?
—Willow, te mereces algo mejor. —Mi voz se hizo más profunda, y esperaba
que ella escuchara la sinceridad en ella. Sus siguientes palabras me dijeron que no—
. Por favor, no me tientes más.
—Tienes razón. Ha sido una estupidez. —Ella sonrió, y esta reacción me hizo
tambalear aún más—. Obviamente estoy borracha. ¿Amigos?
—Siempre.
—Sí. Claro.
Presente
Puse los ojos en blanco. Lo decían como si cambiara de novia cada semana o
incluso cada día. Seguí leyendo.
¿Tiene ETS?
¿Le pasa algo al playboy o está buscando el amor en los lugares equivocados?
¿Tiene una relación secreta?
Apenas pude contener una carcajada mientras leía los últimos titulares mientras
esperaba a Willow. Estaba en The Godfather, el restaurante más elitista de D.C.,
situado en pleno centro de la ciudad. Durante los últimos diez años, nos habíamos
propuesto ponernos al día con regularidad, ya fuera aquí o en California, y a menudo
en otras partes del mundo.
Y luego, por supuesto, estaba el acoso menor, aunque eso sólo comenzó
recientemente. Y era sólo un poquito. Solo suficiente para asegurarme de que estaba
a salvo con los chicos con los que decidía salir. Al rechazar un guardaespaldas, tuve
que recurrir a medidas drásticas.
Mis ojos recorrieron el resto del artículo, que en resumen no era más que más de
las mismas preguntas sobre las “mujeres constantes” de mi vida. Básicamente mi
hermana y Willow, y ocasionalmente Sailor.
—¿Desea tomar algo, señor Ashford? —La voz de la camarera interrumpió mis
pensamientos y levanté los ojos del periódico para encontrarme con una pelirroja de
pie frente a mí.
—Por supuesto. —De repente, la camarera sacó una silla y tomó asiento a mi
lado, sonrojándose en exceso—. Eres el hombre más sexy que he visto nunca. —
Estiré el periódico delante de mi cara, ignorándola—. Tus hermanos también son
sexys —añadió, intentando asomar la cabeza por la sección de deportes.
—Estoy listo para esa copa —le dije, con la atención aún puesta en el periódico.
Desapareció con un suspiro frustrado y el roce de la silla contra el suelo. Sabía que
ese trago no llegaría pronto.
Cuando recortó la distancia que nos separaba, me puse en pie y le rodeé la cintura
con la mano.
—¿Quién más?
Contuve una carcajada. Ambos sabíamos que no. Willow venía directamente del
rodaje de su última película y siempre vestía de punta en blanco cuando trabajaba.
—¿Qué tal el trabajo hoy? —La agarré suavemente de la muñeca, la guié hasta
la silla de enfrente y volví a sentarme. Agitó la mano como si quisiera ahuyentar el
tema y, en lugar de eso, tomó el periódico que tenía delante.
—Deja de leer esa basura, Royce —me regañó, doblándolo y dejándolo caer
sobre la mesa contigua. Willow era mi caja de resonancia y las cosas entre nosotros
habían florecido hasta convertirse en una verdadera amistad. A veces me preguntaba
qué habría pasado si no hubiera detenido nuestro beso aquella noche hacía diez años,
pero luego me recordaba a mí mismo que había hecho lo correcto. Ella era demasiado
joven; yo, demasiado salvaje. No tenía por qué verse arrastrada a mi mierda.
Se burló.
—¿Cómo qué?
—Para empezar, qué películas estás produciendo y qué has estado haciendo.
—De hecho, ayer recibí los resultados de mis análisis y estoy limpio como una
patena. Te estoy diciendo la verdad, Willow.
Se rio suavemente.
—Royce, eres el hombre más confiable que conozco. Puede que seas imprudente,
pero lo haces con responsabilidad. —Sonrió con satisfacción—. Ignora a esos
idiotas. Sólo están celosos.
—Las pelirrojas no son mi tipo. —Le dirigí una mirada mordaz—. Las morenas
guapas son más lo mío.
Se burló.
Le sonreí.
Sonreí.
—Te quiero.
—Sí, sí. —Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras golpeaba
nerviosamente la mesa con los dedos, casi como si quisiera decir algo pero se
contuviera.
—¿Pasa algo?
—No, pero tengo una pregunta. —Levanté la ceja, mi interés captado mientras
esperaba a que continuara—. Se lo preguntaría a un hermano si tuviera uno. —Su
nariz de botón se arrugó—. O quizá no. Sí, probablemente no. Pero, por suerte, tú
no eres mi hermano...
—¿Deberíamos ir a probarlo?
Cruzó los brazos y mi mirada se posó en sus pechos. Mierda, qué buenas tetas
tenía. Pero entonces recordé a quién estaba mirando y la encontré observándome
como si me hubiera vuelto loco.
—¿Qué tal si lo hablamos durante la cena? —dije, dirigiendo una mirada hacia
el bar y la cocina—. En mi casa, porque me muero de hambre y el maldito servicio
de aquí es desesperante.
Sonreí.
—Por supuesto. Al fin y al cabo, ¿para qué están los mejores amigos?
Presente
¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!
—Dios, ¿no puedes darme un respiro y decirme si las piñas son buenas o no?
Me tragué el alcohol.
—De nuevo, no estoy discutiendo eso contigo. Sólo quiero saber, desde la
perspectiva de un hombre, si el mito de la piña es cierto.
Justo cuando estaba a punto de hacer otra pregunta, volvió a sonar el timbre y
ambos gemimos. Estaba deseando pasar una noche tranquila.
—Yo me desharé de quien sea y tú saca la bandeja del horno antes de que se nos
queme la comida.
Caminé descalza sobre el frío mármol hasta la elegante cocina de Royce y saqué
una bandeja del horno. El aroma de la lasaña flotaba en el aire y mi estómago rugió
de inmediato.
Mis ojos se posaron en el culo de Royce, olvidando por un momento que sólo
éramos amigos. Incluso vestido con una camiseta blanca y vaqueros, parecía salido
de una revista. La tinta que cubría sus brazos le daba un toque de energía de chico
malo, mientras que sus modales seguían siendo impecables. Era lo que más me
gustaba de él.
Como si percibiera mis ojos puestos en él, Royce giró la cabeza y su mirada
oscura se encontró con la mía. Doblé la esquina y eché un vistazo a su visitante,
descubriendo que me observaba con una sonrisa.
Levanté las cejas. Royce rara vez hablaba de sus días en las Fuerzas Especiales.
Acepté su cálido apretón de manos y sonreí.
Levantó la otra mano y, con toda seguridad, sostenía una caja de pasteles con
tapa de plástico transparente. Y dentro... estaba la tarta de piña al revés más bonita
que había visto nunca. Me quedé con la boca abierta y mis ojos se desviaron hacia
Royce, que estaba estudiando las rodajas de piña esparcidas por el bizcocho helado,
con una sonrisa que le llegaba hasta la cara de diversión. Un segundo, dos, y
estallamos en carcajadas.
¿Hipócrita? Carajo, sí. ¿Me importaba? Carajo, no. ¿Por qué? Porque sabía que
no era lo suficientemente bueno para Willow.
—No tengo ni puta idea de cómo tus inversiones te hacen ganar tanto dinero —
murmuró—. La capacidad de atención de un niño de dos años es mejor que la tuya.
Sin embargo, era bastante capaz de ocuparme de mis propios trapos sucios.
Aunque no llegaría a eso, porque Stuart no duraría. Mejor que no.
Más valía que Stuart pasara a la historia, y pronto, o perdería la maldita cabeza.
Willow era mía, y ese cabrón no podía tenerla.
¿Mía?
—¿Qué?
El pulso me retumbaba en los oídos mientras el calor se extendía por mis venas
hacia el corazón, dispuesto a conquistarlo. Me froté el esternón, con la esperanza de
alejar esta sensación desconocida. ¿Qué me estaba pasando?
Lo ignoré:
—Royce —gritó Willow, abriendo mucho los brazos en cuanto me vio, sin
importarle que sus padres estuvieran en la otra habitación—. No podía creer lo que
oía cuando recibí tu mensaje. ¿Qué te ha hecho decidir visitarme por capricho? —
Mi estado de ánimo siempre mejoraba bajo su luz radiante, y dejé que su aroma
fresco me envolviera mientras me abrazaba con fuerza, su corta estatura apenas me
llegaba al pecho. Me empapé de su resplandor y me relajé al instante—. Parece que
tú también te estás resbalando. Nueve horas para llegar aquí —me reprendió con una
sonrisa burlona.
Le pasé un brazo por encima del hombro y le besé la cabeza. Soltó un pequeño
suspiro y nos dirigimos al bungalow que los padres de Willow tenían en las afueras
de Lisboa, mientras mis problemas ya se desvanecían.
Habían pasado diez años desde que hicimos nuestro pacto de amistad y siempre
me había parecido la elección correcta. Era la única mujer que me aceptaba tal como
era, sin intentar cambiarme ni utilizarme. Yo no era perfecto y ella tampoco. Pero
cuando estábamos juntos, éramos la puta perfección.
¡Mierda!
¿Qué iba a hacer? Necesitaba decirle que Stuart era todo un error para ella.
¿Cómo había podido estar tan ciego todos estos años? Me di cuenta de que no era el
momento adecuado para confesarle mis sentimientos y que podría parecer que
deseaba algo que ya no podía tener.
—Mi maldito piloto es inflexible con las normas y reglamentos de aviación.
Ronca. Tendré que despedirlo —dije justo cuando sus padres aparecieron de otra
habitación, vestidos para salir—. Señor y señora Auclair. Se ven elegantes esta
noche. ¿Todo eso es por mí? —bromeé.
—El señor Auclair me lleva a una cita —dijo la señora Auclair, chasqueando la
lengua y guiñándome un ojo—. Pásenlo bien. No hagan nada que yo no haría.
Willow se rio y se inclinó hacia delante para dar un cálido beso en la mejilla de
su mamá.
—Sim —aceptó con gravedad, con los ojos brillantes mientras nos miraba a los
dos. Siempre me había hecho gracia cuando la señora Auclair aludía a la naturaleza
de nuestra amistad, pero hoy significaba mucho más. Porque ahora, temía haber
llegado demasiado tarde—. No puedo evitarlo.
Antes de que pudiera decir nada más, el señor Auclair tiró suavemente de su
brazo, empujándola a pasar junto a nosotros y salir por la puerta.
—Royce, ya sabes dónde está todo. Que pasen una buena noche.
La puerta se cerró tras ellos y me reí, dejando que Willow tirara de mí hacia la
pequeña cocina.
—Ayúdame a terminar de cortar las verduras para nuestra ensalada —me pidió,
y luego me pasó un cuchillo—. Todo lo demás está listo para nosotros.
1
Mamá
—¿Qué es?
—Ábrelo.
—Pero está descatalogado. —Giró el frasco entre sus dedos como si sostuviera
un diamante precioso—. Esto es... Tú... —Sus ojos brillaron con suave
agradecimiento—. Gracias.
Había aprendido con los años que eran las pequeñas cosas las que Willow
apreciaba. Regalarle joyas, coches lujosos... No le impresionaba pero cuando se
trataba de un apreciado tono de esmalte de uñas llamado Willow Green, ella estaba
bajo su hechizo. No es que yo entendiera completamente su obsesión con el esmalte
de uñas.
Tomé el cuchillo y empecé a cortar las verduras, siguiendo sus órdenes de cortar
en rodajas y en dados.
Pensé en hace dos meses, cuando me hizo rallar queso y lavar lechuga. Luego me
hizo pasar por una tortuosa comida en la que vi cómo Stuart la engatusaba para que
volviera a verlo.
—Debes de ser masoquista —replicó en broma, devolviéndome al presente.
Volví a reírme.
—No exactamente.
Me burlé.
Dejé de trabajar con el cuchillo y me giré hacia ella. Estaba guapísima con sus
sencillos leggings negros y una camiseta roja sangre que le llegaba a medio muslo.
Willow era mi excusa cada vez que tenía que deshacerme de una novia
especialmente pegajosa. Siempre funcionaba a las mil maravillas y ayudaba el hecho
de que Willow podía ser como un pequeño pitbull cuando quería.
Volvió a murmurar.
—Sólo me sorprende que las mujeres puedan resistirse a tus dos metros y medio
de músculos, tu personalidad chispeante y tu carisma.
—Somos más que eso —dije al instante—. Somos los mejores amigos.
Deberíamos ser algo más que amigos, quise decir, pero me pareció el momento
equivocado. Podría parecer que la quería sólo porque no estaba disponible.
Suspiró con nostalgia y volvió a cortar las verduras, con los ojos fijos en el cuenco
que tenía delante.
—Stuart se me propuso.
—Tú... él... yo... —No encontré las palabras mientras mi corazón daba un
doloroso golpe. Hace diez años, la rechacé. Me mantuve firme en que era lo mejor
para ella, incluso ahora. Se merecía algo mejor que lo que yo le ofrecía entonces.
Era demasiado pura para mis deseos sexuales. Sin embargo, mientras la miraba
ahora, luché con la comprensión de que había tomado la decisión equivocada.
Por primera vez, no estaba seguro de cómo conseguir lo que quería. A ella.
Sus hermosos ojos se desviaron hacia los míos antes de volver a clavarlos en el
lugar que tenía delante.
—Royce, eso suena peligrosamente parecido a lo que has dicho antes, si es que
puedes recordar tanto —advirtió con un gemido, refiriéndose a la noche en que me
besó, la misma noche que yo revivía una y otra vez en mi cabeza. Si ella lo supiera—
. Tengo casi veintinueve años.
Me encogí de hombros.
—Tu felicidad es lo único que importa. Si me necesitas, aquí estaré. Puede que
no nos veamos todo el tiempo pero siempre me tendrás. Desde la distancia. Desde
las sombras. Para siempre.
—Gracias, Royce.
Así que decidí ser el mejor amigo posible. Una vez hecha la ensalada, nos
giramos al mismo tiempo, uno frente al otro y la tomé en brazos, con ensaladera y
todo.
Al igual que Willow era mi salvación de una novia pegajosa, yo era su salvación
cuando me necesitaba. Éramos los acompañantes del otro en todos los eventos
molestos a los que teníamos que asistir.
Hasta ahora.
Gruñí para mis adentros, regañándome a mí mismo. Tenía que dejar de pensar
así. Mis ojos se clavaron en su pequeña figura y se me oprimió el pecho ante la idea
de perderla.
Mis pensamientos volvieron a aquel día en el salón de mi casa, con los títulos de
crédito de una película que no vi ni un segundo. Me pregunté si ella lo habría pensado
tanto como yo, si habría deseado que aquella noche hubiera tomado un rumbo
ligeramente distinto.
Lo había oído antes, por supuesto, pero eso no me impidió querer vomitar un
poco en mi boca. Al parecer, el cabrón cantó la pregunta como si fuera una especie
de musical. Preferiría apretarme la polla en la puerta de un auto antes que hacer algo
tan humillante públicamente.
Miré a su prometido que llevaba una hora pegado a Willow como una maldita
sanguijuela. Estaba haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, luchando contra
el impulso de matar a un hombre que no había hecho nada malo.
Bueno, aparte de tocar a mi chica.
Considerándolo todo, estaba siendo un día feliz. Los pájaros cantaban y los niños
corrían alrededor de las piernas de los proveedores de catering, riendo y sonriendo.
Mientras tanto, yo rezaba en silencio, invocando una maldita tormenta. De hecho,
sería el día perfecto si un rayo cayera sobre el maldito prometido y le diera a Willow
un respiro de sus manos de pulpo.
—Hola, Royce.
—¿Por qué?
—Bueno, tú le presentaste Stuart a Willow. —Ah, sí. Luego estaba eso. Stuart
podría haber sido un amigo una vez, pero ahora era mi enemigo número uno. Si tan
sólo pudiera volver a esa noche e ignorar su interrupción. Enviarlo a él y a ese
maldito pastel de piña a largarse. En vez de eso, fui un idiota que invitó al cabrón a
mi ático y le dejó cenar con nosotros.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
No pude hacerle más preguntas porque se giró para saludar a los padres de
Willow.
La señora Auclair soltó una risita melodiosa que su hija había adquirido.
—La jubilación en Portugal nos viene bien —contestó. Giró los ojos -del mismo
color inusual que los de Willow- hacia mí con una mirada de desconcierto—. Royce,
¿pasa algo?
Sailor se excusó justo cuando el señor Auclair me dio una palmada en la espalda.
—Quizá debería plantear el mudarme aquí —bromeé, pero algo en mis palabras
hizo que los padres de Willow intercambiaran una mirada.
Alguien cambió la música a una canción rap y el ambiente se transformó al
instante. Los padres de Willow y yo nos giramos para fulminar con la mirada al
culpable, encontrándonos con un Stuart que se balanceaba dando instrucciones al DJ
con un brazo colgado perezosamente sobre los hombros de una camarera.
—Royce, ¿puedo pedirte un favor? —La voz acentuada del señor Auclair atrajo
de nuevo mi atención hacia él y su mujer, que me miraba preocupada por encima del
borde de su vaso.
—Claro.
—¿Cómo qué?
—No estamos seguros, pero hay algo raro —dijo la mamá de Willow—. ¿Son de
las Fuerzas Especiales?
—Era.
—Él era un Ranger del Ejército, yo estaba en los Marines, pero de vez en cuando
nos cruzábamos.
—Es demasiado mayor para ella —dijo la señora Auclair mientras se bebía su
copa, con los ojos críticos puestos en su futuro yerno. Habría estado de acuerdo con
ella, pero eso me convertiría en un hipócrita porque Stuart y yo teníamos la misma
edad.
—No, no es eso y lo sabes, mon chéri. Es el hecho de que Willow está ocultando
algo.
En eso sí que estaba de acuerdo con ellos. En el último mes, Willow se había
vuelto más distante. Ninguno de mis detalles de vigilancia había señalado nada.
Había revisado nuestro hilo de mensajes en busca de alguna bandera roja, pero aparte
de su distanciamiento, no tenía nada concreto que señalar. No había encontrado
nada.
—¿Qué te hace decir que está ocultando algo? —pregunté. No era tan tonto como
para decirles que yo también lo sospechaba. Si resultaba no ser nada, se quedarían
decepcionados.
—La está obligando a adelantar la boda. ¿Por qué tanta prisa? Al principio
Willow dijo que quería un compromiso largo.
Mi cerebro marcó todas las razones por las que alguien aceleraría una boda y una
destacó por encima de las demás. No me gustaba.
—¿Le preguntaste?
—Lo hicimos —respondió la señora Auclair—. Sólo dijo que Stuart lo quiere y
que es lo mejor.
—Sólo llevan saliendo tres meses —siseó su papá—. No debería ser así.
—Veré qué puedo averiguar —les aseguré a ambos justo antes de que Willow se
uniera a nosotros, con la cara ligeramente sonrojada. Parecía agitada.
—Hola a los tres —nos saludó—. ¿Por qué parece que están tramando algo?
—No seas tonto, papá. —Willow dejó de mirar a su alrededor y sus labios se
afinaron. Seguí su mirada, Stuart acercándose a nosotros, con el cabello alborotado.
Pasaron exactamente cinco segundos antes de que la misma camarera apareciera
detrás de él y mi sospecha se puso al rojo vivo.
Stuart se tambaleó y rodeó a Willow con una mano. Ella se puso rígida a mi lado
y mi expresión gélida debería haber bastado para matarlo en el acto. Muy a mi pesar,
no fue así.
—Vamos, entonces.
—¿Você não pode falar com eles mais tarde? Mal vimos você esta semana 2. —
Mi portugués estaba oxidado pero pude entender que la mamá de Willow quería
pasar más tiempo con ella, que ninguno de sus padres la había visto mucho esta
semana. La señora Auclair no estaba contenta. Al parecer, los Harris habían insistido
en que Willow se alojara en el mismo hotel que ellos esta semana, a pesar de que sus
padres tenían una casa aquí.
—Ah, Willy. —Mierda, odiaba ese apodo. A juzgar por sus expresiones, sus
padres también, y Willow también—. La forma correcta de pronunciarlo es de-co-
lpe —la corrigió Stuart.
—El portugués de Willow es tan bueno como tu inglés. —Mi tono era tan seco
como el desierto del Sahara—. Habla los dos con fluidez, así que estoy bastante
seguro de que conoce la forma correcta de pronunciarlo.
—Me gusta que hayas empezado con Rosetta Stone esta semana y ya seas un
experto.
2
¿No puedes hablar con ellos más tarde? Casi ni te vimos esta semana.
Obviamente, Stuart no percibió el fuerte sarcasmo en su tono, porque se inclinó
y rozó sus labios con los de ella. Me sorprendió que Willow no le diera un puñetazo,
sino que pusiera los ojos en blanco.
Stuart soltó una risita y yo lo fulminé con la mirada, pero antes de que pudiera
decir nada más, tiró de ella.
Los ojos de mi mejor amiga se clavaron en los míos, y gran parte del brillo que
estaba acostumbrado a ver en sus ojos se había apagado. Eso no me gustó nada.
Mierda, tenía que protegerla. Stuart no era bueno para ella. Tenía que vigilarla.
Gracias a mi... vigilancia, sabía en qué hotel se alojaba Willow, y mientras veía
a los futuros casados apresurarse hacia los padres de Stuart, decidí que me colaría
en su “noche antes de la boda”. Tenía que hablar con ella.
—¿Ves lo que quiero decir? —dijo el señor Auclair, una vez que estuvieron fuera
del alcance del oído.
—Si quieres... darle una paliza o... llevártela y hacerla entrar en razón, no nos
opondremos.
¿Me acababan de dar carta blanca para llevarme a su hija a la puesta de sol?
El principal: mi prometido.
¡Otra vez!
Al pasar junto a las fuentes dispuestas por toda la terraza y las mesas redondas
cubiertas con manteles dorados y repletas de copas de champán, oí la piedad callada
y sentí los ojos juzgadores sobre mi piel.
Mis padres, Royce, Aurora y Sailor, y sus cariñosos maridos, eran los únicos
invitados que me esperaban. El resto eran desconocidos, personas cuyos nombres
me estaba aprendiendo hoy, en mi fiesta de compromiso.
Al principio, acepté salir con Stuart, creyendo que era lo más parecido a Royce,
mi mejor amigo, con el que fantaseaba en secreto cuando necesitaba relajarme.
Por desgracia, no podía estar más equivocada. Stuart no tenía nada que envidiarle.
Mi mejor amigo era un playboy; Stuart era un infiel y un mentiroso. Mientras Stuart
se hacía el listo menospreciando a los demás, Royce era agudo y profundamente
inteligente. Por eso era tan peligroso. La gente se fijaba tanto en sus músculos y su
fanfarronería que subestimaba su mente de genio.
Y aunque había mantenido las distancias durante el último mes, esa mente genial
había captado que algo no iba bien entre Stuart y yo.
Hace diez años, cometí el error de ir a una fiesta con un novio en el que creía que
podía confiar. Resultó ser una de las cosas más tontas que podría haber hecho, pero
como un príncipe, Royce se abalanzó y me salvó.
Yo era una chica que estaba a favor del aborto, pero las profundas raíces católicas
de mi mamá me dominaban más de lo que pensaba. Así que, en un intento de arreglar
las cosas, me iba a casar.
Pero ya era suficiente.
—Sonríe, mamita. —Me giré para mirarlo y me encontré con una mirada de
suficiencia—. Estamos juntos para siempre.
Me rozó los labios con un suave beso y me costó todo lo que tenía no limpiarme
la piel.
Miré por encima del hombro y vi a Royce saliendo del área del DJ, sus ojos se
encontraron con los míos en una silenciosa muestra de consuelo.
—Ah, mi hijo y futura nuera —dijo el congresista Harris con voz grave—. Más
vale que mañana sea perfecto. El mundo nos observa.
—Sí —rechiné, con las manos cerradas en puños y las uñas clavadas en las
palmas. Era otro de los atributos del señor y la señora Harris. Eran unos esnobs. Mis
padres no eran ni de lejos tan ricos, y me negué a pedirles que desembolsaran los
fondos para cubrir está elaborada farsa de boda. Un hecho que estos imbéciles nunca
dejaban de recordarme—. Y habrían pagado la boda si la hubiéramos mantenido
pequeña como yo quería —le recordé, aunque no estaba segura de por qué me
molestaba.
Había tomado una decisión: Stuart y yo tendríamos una charla esta noche. De
ninguna manera iba a seguir adelante con esta boda.
Royce
Hace diez años, rechacé a Willow porque era demasiado joven para mí. Tenía
demasiado mundo por ver. Sabía que estaba enamorada de mí desde hacía años, pero
era la mejor amiga de mi hermana pequeña. La había conocido durante sus años de
instituto, cuando llevaba aparato y se reía con Aurora al ver a un chico besando a
una chica.
—Al carajo con esta mierda de caballeros —murmuré en voz baja, llevándome
la cerveza a los labios mientras observaba a Willow con su prometido y los padres
de éste. Era demasiado buena para todos ellos y la conocía lo suficiente como para
saber que no los soportaba.
—¿Te ha dicho algo? —pregunté, con los ojos clavados en el cabello castaño y
el esbelto cuello de la mujer en cuestión.
Volví a levantar la mano, pero la puerta se abrió antes de que pudiera establecer
contacto de nuevo, y apareció un rostro desconocido. Cabello rubio, ojos azules.
Definitivamente no era Willow.
—Esta es mi habitación.
Nada me había salido bien desde que me enteré de esas malditas nupcias.
Willow
Apreté los dientes. Lo último que quería era empezar una pelea. Había visto a
Stuart perder los estribos una vez. No iba dirigido a mí, sino a mi jefe. Me costó mi
trabajo y, muy probablemente, mi carrera. El mundo del espectáculo no soportaba a
los imbéciles arrogantes como Stuart. Sin embargo, no fue bonito, y no me iba a
quedar para presenciarlo de nuevo.
—No, Stuart —dije con firmeza—. Los tríos no son lo mío, y nunca te he dado
ninguna indicación de que lo sean. Y, por si lo has olvidado, estoy embarazada.
Siempre había sabido que no estaba bien aceptar la proposición de Stuart. Esa era
la razón de las innumerables noches en vela que había pasado el último mes. Desde
que Royce me visitó en casa de mis padres, no había podido deshacerme de la
energía nerviosa que corría por mis venas.
Sentía un cosquilleo en el cuerpo cada vez que me rozaba. Eso por sí solo debería
haber sido la señal de que Stuart no estaba hecho para mí. Me consideraba una mujer
leal; tener sentimientos más que platónicos por mi amigo de toda la vida no era algo
con lo que una futura esposa debiera tener que lidiar.
Por mucho que me gustara pensar que lo había superado y que sus encantos no
me afectaban, el corazón se me aceleraba cada vez que recordaba aquel beso. Y
últimamente había sido mucho. Demasiado.
Antes de que pudiera levantar la vista, recibí otra bofetada y mi cabeza se inclinó
hacia un lado.
—No puedes dejarme. —Miré la cara rojo sangre de Stuart, con las venas
abultadas a los lados del cuello. Su voz sonaba distante pero me di cuenta de que
tenía que estar gritando.
El ascensor estaba en el lado opuesto del pasillo, así que tomé las escaleras a
pesar del dolor que me recorría a cada paso.
Lógicamente, sabía que un hospital o mis padres eran las opciones razonables,
pero prefería morir antes que explicárselo a alguien.
No supe cuánto tardé en salir del hotel ni cuánto caminé, pero sentía las piernas
inestables y el dolor era cada vez más insoportable, si cabe.
—Gracias —grazné.
La puerta se cerró y el taxi se puso en marcha, y por fin miré y pillé al conductor
mirándome por el retrovisor.
Me recosté en el asiento de cuero, luchando contra las ganas de cerrar los ojos y
quedarme dormida. Solo necesitaba llegar hasta la única persona en la que confiaba
para que guardara el secreto y me mantuviera a salvo.
Se me oprimió el pecho al saber que podría haberlo evitado desde el principio.
En lugar de eso, fui una estúpida que se convenció a sí misma de que esta era su
mejor oportunidad para un futuro feliz, a pesar de todas las advertencias y señales
de alarma.
—Ya hemos llegado, señorita —dijo el conductor, con voz metálica y distante.
El conductor salió y rodeó el auto para abrirme la puerta. Apoyé los pies en el
adoquinado y utilicé la puerta para mantenerme firme. Necesité todas mis fuerzas
para dar esos pocos pasos hasta la puerta sin doblarme de dolor.
Justo cuando perdí el equilibrio y empecé a caer, unos brazos fuertes y cálidos
me atraparon en plena caída.
Mis dedos se clavaron en sus brazos y tragué saliva con dolor. Por fin estaba a
salvo.
Ella había estado yendo dentro y fuera de la conciencia, pero todavía no había
dicho otra palabra.
—La han agredido brutalmente —dijo el Doctor Rodrigues, y tuve que apretar
los dientes, luchando contra el impulso de gritarle por decir lo obvio.
—¿Algo más? —Me quejé, con todas las posibilidades enfermizas y retorcidas
revoloteando en mi mente. Se me oprimió el pecho y me pasé una mano por mi
cabello, reprimiendo mi irritación e ignorando la repulsión que sentía en el
estómago. No era el momento de comportarse como un neandertal.
—No hay signos evidentes de agresión sexual. —El doctor debe haber leído mi
preocupación—. Pero no puede haber garantías hasta que hablemos con ella. —Se
movió en la cama y se inclinó sobre ella—. Debo pedirle privacidad para poder
atender sus heridas.
Se quitó los guantes y declaró que no había heridas que requirieran cirugía, pero
que vigilaría su estado en las próximas horas y días. Le aplicó una crema en los
cortes de la cara y la mano que tenía apretada. Tuvo que abrirle los dedos para
extraerle la tarjeta que tenía en la palma.
—Estoy aquí, nena. —La rabiosa posesividad que sentía hacia ella se extendió
por mí como un incendio—. Dime lo que necesitas.
—Mi-mis padres... —Se lamió el labio inferior e hizo una mueca de dolor—. No
dejes que me vean así.
Eso podría ser difícil teniendo en cuenta que su boda era mañana y sus padres
tenían planes para verla temprano. Pero si la sospecha que tenía en la boca del
estómago era cierta, se casaría con ese cabrón por encima de mi cadáver.
Una vez en el pasillo, dejé caer las manos sobre las rodillas y respiré hondo varias
veces. Contemplar la mejor forma de cometer un asesinato era lo único que me
mantenía con los pies en el suelo. Necesitaba un nombre -aunque lo sospechaba- y
entonces todas las apuestas estarían echadas.
Si tenía que ir a la cárcel, que así fuera, pero el puto Stuart Harris no volvería a
poner los ojos en Willow. Mientras me restregaba una mano por la cara, mi mente
se agitaba explorando mis opciones. Cuando se trataba de mantener a salvo a las
personas de mi vida, sabía que podía ser ilógico, pero mi sentido de la
responsabilidad por Willow me golpeaba con más fuerza que nunca.
La vi moverse por las calles con pies inseguros, la cara húmeda de lágrimas y
sangre. Seguí sus movimientos hasta que un hombre se percató del estado
preocupante de Willow. La detuvo, intercambiaron unas palabras y la metió en un
taxi. Me resultaba vagamente familiar, y no fue hasta que lo vi poner su tarjeta en la
mano de ella que el rompecabezas encajó. Kian Cortes.
Era el brasileño que había creado una empresa de seguridad y tenía contactos con
el cártel de Cortés. Vi cómo Kian se quedaba de pie con los brazos cruzados sobre
el pecho mientras el taxi que la había traído se alejaba a toda velocidad.
—Buenos días, cariño —le dije suavemente, inclinándome sobre ella para
apartarle un mechón suelto de la cara—. ¿Cómo te sientes?
—Yo... sí. Estoy tan... —Intentó incorporarse, se estremeció y luego hundió los
hombros en señal de derrota—. Avergonzada.
Le acaricié la cara con manos firmes pero suaves. Pensar en hacerle daño me
hacía querer hundirme en el suelo y dejar que la tierra me tragara entero. Willow ya
era una mujer frágil, sus delicados huesos eran más propios de una bailarina que de
una luchadora, aunque su fuerza interior siempre le devolvía la mirada.
—No tienes motivos para estarlo. —Soltó un sonido suave, levantó la mirada y
la clavó en un punto por encima de mi cabeza. Se quedó mirando a la nada, con su
terquedad brillando—. Ahora, cariño, será mejor que me digas quién mierda te ha
hecho daño o te juro que voy a perder la maldita cabeza.
Esta vez extendió las manos y me agarró la cara. Sus ojos encontraron los míos
y negó con la cabeza.
—El nombre —gruñí, cortándola. Apreté la boca y la rabia me recorrió las venas
mientras esperaba a que confirmara lo que sabía por dentro.
—Confío en ti.
—No me meteré en problemas. —Pero haría algo al respecto—. Ahora, por favor,
dime quién te hizo daño.
—Stuart.
Volví a apartar la mirada, con una gran vergüenza asfixiándome. Ahora sabía que
nunca había sentido nada verdadero por Stuart. Sin embargo, cuando supe lo del
bebé, me convencí de que casarme con él era lo correcto.
Tenía razón, por supuesto. No había nada que pudiera decir para justificar lo que
Stuart me hizo. No cuando tenía que cuidar a este bebé. Un bebé al que ya amaba.
—Es la primera vez que me pone una mano encima —dije finalmente,
sosteniéndole la mirada para que pudiera ver la verdad en ella—. Pero he visto
destellos de su temperamento, y debería haber sabido que no debía ignorarlos.
—¿Por qué no dijiste nada? —preguntó, y deseé que hubiera una respuesta
sencilla. Si no me hubiera quedado embarazada, probablemente lo habría hecho.
Pero esta pequeña vida creciendo dentro de mí lo había cambiado todo—. Willow,
pensé que éramos amigos.
Me atrapó allí, pero en mi defensa, tampoco había dicho ni una palabra a Aurora
ni a Sailor. Llámalo vergüenza o llámalo anhelo de una realidad diferente. Había
visto a mis mejores amigas enamorarse de hombres que adoraban el suelo que
pisaban. Claro, eran mafiosos, pero aun así. No se podía culpar la forma en que
hicieron de mis chicas su máxima prioridad.
Y ahí estaba yo embarazada de un idiota porque tuve que ir a tener una aventura
durante un período de sequía.
—Nunca me perderás. —Rozó la punta de su nariz con la mía—. Estoy aquí. Para
ti. —Me rodeó con sus fuertes brazos y apretó suavemente. Nunca me había sentido
tan segura como ahora—. Nadie volverá a hacerte daño.
—Nunca debí aceptar casarme con él —murmuré—. Sabía que era un error desde
el principio.
—¿Por qué lo hiciste, entonces?
—Te pegó sabiendo que estás embarazada. —No sabría decir si era una pregunta
o una afirmación, pero el rostro de Royce se convirtió en una máscara inexpresiva
mientras en sus ojos bailaban sombras oscuras y amenazadoras—. Voy a matarlo —
afirmó con naturalidad.
—Soy más fuerte de lo que parezco, Royce, y no pienses ni por un minuto que
puedes mandarme.
—Bien. Willow, por favor, por el amor de Dios, vuelve a la cama y descansa.
Le sostuve la mirada.
Frunció el ceño.
—Tienes que ir a asesinar a alguien —lo corté exasperada—. Sí, lo sé. Y esa es
la razón exacta por la que voy contigo o te quedas aquí conmigo.
—No.
—Sí.
—Willow...
—De acuerdo.
—No me has entendido. Estoy de acuerdo en que necesito un entorno sin estrés.
Así que para que las cosas me resulten un poco menos estresantes, tengo que insistir
en que permanezcamos juntos. No estoy preparada para contarle a nadie lo que pasó,
y puedo admitir que necesito a alguien a mi lado hasta que me recupere. —Me miró
fijamente, parpadeando con furia, con confusión en los ojos. Suspiré—. Eres mi
manta de seguridad, Royce —le dije—. Así que, si quieres darle una paliza a Stuart,
iré contigo. —Podría argumentar que Stuart no valía la pena, pero conocía a Royce
lo suficiente como para que no lo dejara pasar. Así que lo apoyaría en esto, en parte
porque el bastardo se merecía una buena paliza—. Y yo estaré allí para asegurarme
de que no lo mates.
Parpadeé confundida.
—Mierda, creía que confiabas en mí —dijo, con una acusación clara en la voz.
—En primer lugar, no me gusta tu actitud, así que será mejor que te calmes de
una puta vez —dije, frotándome el vientre aún plano—. Y confío en ti. —Se burló
como si no me creyera—. Sé que estás en shock; yo también lo estuve cuando me
enteré. Pero a pesar de todo, me mostrarás algo de respeto. —Royce me miró, con
el labio ligeramente levantado—. Y no, no me distraerás de nuestra conversación. Si
vas al hotel, me llevarás contigo. Si no, te quedas aquí, donde puedo vigilarte.
—De acuerdo. —Ahora mismo aceptaría cualquier cosa con tal de que no se fuera
sin mí. Bueno, casi cualquier cosa.
Sus palabras deberían haberme provocado náuseas, pero no fue así. Para bien o
para mal, Royce me hacía sentir segura.
—De acuerdo.
Royce
Nunca había sentido un afecto tan feroz por ninguna otra mujer. Nunca había
deseado tanto que algo fuera mío como para que me doliera el pecho. Sí, sabía que
había una larga lista de razones por las que desearla estaba mal: iba a tener un bebé
que no era mío, era la mejor amiga de mi hermana pequeña. Además, era imposible
que le gustaran las cosas pervertidas que yo hacía, y probablemente le daría asco si
se enterara pero no podía dejar de preocuparme por ella. Si me dejara, la adoraría
hasta mi último aliento.
Dirigí una mirada hacia ella, hacia su pequeña figura desplomada contra el
asiento de cuero del Land Rover. Por suerte, mi cuñado se había dejado el auto
durante una de sus visitas, así que me tomé la libertad de utilizarlo esta mañana. Era
una opción más cómoda para Willow que mi deportivo, por no decir más segura.
Ella era mía y ese bebé que crecía en su interior debería haber sido mío. Había
dejado que el tiempo se me escapara, y no tenía a nadie a quien culpar salvo a mí
mismo. Qué jodido idiota había sido.
No era amor. No podía serlo. Sin embargo, era un sentimiento enloquecedor que
se negaba a aliviarse.
Mis manos se apretaron tanto contra el volante que el cuero crujió en señal de
protesta.
—Royce. —Su susurro fue suficiente para atravesar mi furia. Nuestras miradas
se cruzaron sólo un instante, pero un brillo de complicidad brilló en sus ojos—. Estás
loco. Yo también lo estoy pero, por favor, no seas imprudente.
—Lo prometo, pero ya es hora de que alguien le dé una lección a ese cabrón.
—De acuerdo —respondió ella, asintiendo—. Hasta cierto punto. —Tras un
instante de silencio, continuó—. Y, por favor, no utilices con él la táctica del
hermano mayor regañón.
—No, no lo sé. —Ella nunca era de las que se reprimen, así que mantuve una
expresión neutra mientras añadía—: Tendrás que iluminarme.
—Por favor, no pierdas los nervios. Siempre has sido sobreprotector y es lo que
me gusta de ti, pero no quiero que acabes metido en problemas por mi culpa. Stuart
hizo su cama, es hora de que se acueste en ella pero no a costa de tu libertad.
—No.
—Bien —exhalé un largo y lento suspiro y me pasé una mano por el cabello.
Estaba totalmente de acuerdo y era exactamente lo que me había hecho cuestionarme
durante años si era lo bastante bueno para Willow. No engañaba, no exactamente,
aunque mis preferencias sexuales pudieran percibirse como tales. Degradación,
elogios, masoquismo, azotes y, a veces, incluso atar a mi pareja y usar el látigo.
Willow se sentó erguida, mirándome con los ojos muy abiertos. A cada segundo
que pasaba, estaba seguro de que era la mejor idea de mi vida.
—¿Haremos qué?
Mi pulso latía a un ritmo frenético cuando me detuve a una calle de distancia del
hotel y la miré fijamente a los ojos.
—Pero... —Su frase se cortó con un suave jadeo cuando le rodeé la nuca con la
mano, acortando la distancia entre nosotros.
En cuanto las palabras salieron de su boca, supo que había cometido un desliz.
Nuestras miradas se cruzaron y la conciencia la enrojeció al saber que era otro
secreto que me había ocultado.
—¿Cuándo perdiste tu trabajo? —Mi voz era suave con un toque de vehemencia.
—Hace unas semanas. —Me quedé callado, viendo la mentira en su cara—. Hace
poco más de un mes.
Suspiró resignada.
—Stuart apareció durante una de las producciones y perdió los estribos. Mi jefe
no se lo tomó bien. —Tragó fuerte—. No le gustaba la violencia física.
Ella asintió.
—¿Aún quieres seguir adelante con el plan y con una desempleada? —murmuró.
Había heredado la mayor parte de mi fortuna pero también la amplié -al igual que
mis hermanos- invirtiendo en bienes inmuebles, acciones y la puesta en marcha de
varias tiendas de recreo de gran éxito.
Intentaba encontrar razones por las que no debíamos estar juntos y yo no quería.
—Les daré a ti y al bebé una vida hermosa. —Me lanzó una mirada dudosa, aún
poco convencida, pero negarse no era una opción. Ya no—. Lo juro por la vida de
mi mamá.
Ella suspiró.
—Estás bajo mi protección, el bebé también. Y para que quede claro, no eres mi
problema. Eres mi solución.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Eh?
—¿Cómo es eso?
—Me dará tranquilidad saber que estás protegida. —Mis ojos se posaron en su
bajo vientre—. Los dos.
Frunció el ceño.
—Hazlo por mí —intervine—. Si no lo haces por ti, hazlo por mí. —Me estaba
agarrando a un clavo ardiendo, intentando encontrar una razón para convencerla de
que era una buena idea—. Has venido por mí a los eventos de negocios a los que
asisto y que me ofrecen un acompañante. Si estamos casados, no tengo que
preocuparme por eso.
Se rio suavemente.
—Pero ninguna de ellas es... —Dejé que la palabra no dicha colgara entre
nosotros. No quería asustarla, así que rápidamente controlé mis emociones—. Esas
mujeres no me estimulan. Además... no me ayuda a restaurar mi imagen. Los
tabloides me han estado costando negocios. No puedo dejar que la gente que confía
en mí para ganarse la vida sufra por culpa de la mala prensa. —Su labio inferior
desapareció entre los dientes, contemplando mis palabras—. Saldremos ganando los
dos —añadí.
Ella nunca podría ser una nota a pie de página en ningún libro. Ella era el libro,
toda una enciclopedia.
Willow
Debería haber sido un sueño hecho realidad pero algo parecido a la decepción se
apoderó de mi estómago cuando accedió a mi petición platónica. Las alarmas
sonaron en mis oídos pero mi corazón las ignoró.
—Deja de pensar demasiado —me ordenó Royce. Salió del auto y lo vi dar la
vuelta, abrirme la puerta y tomarme en brazos sin esfuerzo. Se estaba tomando muy
en serio lo de no caminar para enseñar una lección a Stuart—. Nos ayudaremos
mutuamente y lo mejor es que ya sabemos que somos compatibles —añadió,
dirigiéndose a grandes zancadas a la entrada del hotel.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con voz ronca, una oleada de calor tiñó mis
mejillas.
—¿En qué puedo ayudarle, señor? —dijo el conserje, mirándome con recelo,
probablemente observando mi cara vendada y preguntándose si estábamos a punto
de montar una escena.
Royce ignoró al hombre y siguió caminando, luego se detuvo y habló por encima
del hombro de una manera que no admitía discusión.
—¿Señor?
—Mantén al cura aquí y haré que valga la pena. —Los ojos de Royce volvieron
a mí y continuó hacia los ascensores—. Avisaré a tus padres y amigas.
—Fugarme, ¿eh?
Su labio se elevó.
—No le digas a nadie que nos has visto. —Su amenaza fue proferida con encanto
y sutil tensión enhebrando sus músculos.
—¿Quién lo eligió?
Cuando me miró a la cara, su sonrisa era todo encanto perezoso, y por fin pude
ver al Royce que innumerables mujeres habían experimentado antes que yo. Una
seducción peligrosa.
—¿Hoy? ¿A eso te referías antes, con lo del cura? —Me quedé boquiabierta. Mis
ojos se desviaron hacia el espejo que había sobre la cómoda—. Mírame, soy una
manzana maltratada, magullada y podrida.
La risa bailó en sus ojos mientras me daba un beso en la mejilla y se ponía en pie.
Mi pecho subía y bajaba al ver cómo sus fuertes dedos me desvestían con pericia y
me ayudaban a ponerme el vestido de mi mamá. Cuando me cerro los botones, juré
que le temblaban los dedos y lo miré con curiosidad. Quizá se lo estaba pensando
mejor.
—Royce —susurré, y sus ojos se encontraron con los míos—. ¿Estás seguro? No
quiero que te arrepientas de esto.
Una vez colocado el último botón de satén, dio un paso atrás y se apoyó en la
pared. Toda su atención estaba puesta en mí, provocando un infierno en mi interior.
Cuando me miraba así, casi podía sentir su caricia en mi piel sensible.
Todavía llevaba su chaqueta de cuero, el contraste entre nosotros era tan evidente.
Sin embargo, de algún modo, encajábamos.
—Si quieres —dijo—. Aunque eres perfecta tal y como eres. —Dios, ¿cómo se
supone que una mujer puede resistirse a un hombre así? Antes de que se me
ocurriera qué responder, la mirada de Royce se desvió hacia la puerta contigua—.
¿Su habitación está por ahí?
Una mujer vestida sólo con un delantal blanco estaba sentada encima de un Stuart
abierto de piernas, sacudiéndose salvajemente y emitiendo gemidos exagerados.
El terror que reflejaba su rostro demostraba que no lo haría, y casi sentí lástima
por ella. Royce podía dar miedo cuando quería.
—¿Qué te dije cuando empezaste a salir con ella? —bramó, esta vez dándole un
puñetazo directo en la nariz. Stuart gimió, la sangre le chorreaba por la cara—. ¿Qué
mierda te dije, Stuart?
—No es tuya —contestó Stuart, armándose de valor y con claras ganas de morir.
Royce sacó una pistola y lo golpeó con ella antes de ponérsela en la sien.
Desgraciadamente, Stuart no se desmayó y siguió parloteando—. Sólo estás
cabreado porque la dejé embarazada antes de que pudieras meterle la polla.
—Por favor, no lo mates. —Su mandíbula se apretó. No podía dejar que Royce
pagara por sus tontas decisiones. Si apretaba el gatillo, acabaría en la cárcel. Las
cámaras nos habrían captado en el ascensor, y eso antes de toparnos con el conserje
o la criada que acababa de correr por su vida. Me sorprendió que la policía no hubiera
sido enviada aún. Así que no. Ni siquiera el apellido de Royce podría salvarlo—. No
vale la pena —le dije, instándole a recordar nuestra conversación anterior.
—Me quedo —respiré, con el corazón tratando de huir de mi pecho. En todos los
años que había conocido a Royce, nunca lo había visto tan enfadado—. No puedo
dejar que lo mates.
—No voy a matarlo pero le advertí lo que pasaría si te hacía daño. —La jovialidad
que estaba acostumbrada a ver en él desapareció, dejándolo envuelto en oscuridad—
. ¿No es así, Stuart?
Pero el cabrón no tenía suficiente dolor para esta conversación, así que saqué una
navaja del bolsillo y se la apreté contra la yugular.
—Por favor, Royce. Me perdí cuando me amenazó con cancelar la boda. —Dejó
escapar un sollozo adolorido—. No sabía lo que estaba haciendo. Perdí la noción de
mí. Tienes que creerme.
—Royce —susurró ella, su voz ligera como una pluma, pero mi rabia pudo
conmigo. Yo estaba demasiado lejos.
—Mira lo que has hecho —gruñí, conteniendo a duras penas mi mal genio.
Willow se quedó en la puerta, observando todo el encuentro pálida y blanca, con los
dedos temblorosos alisando una y otra vez su vestido. Era casi como si necesitara
tranquilizarse. Debería protegerla de esta faceta mía, pero ahora mismo estaba
demasiado ido—. Dime lo que ves.
Su garganta emitía jadeos y sus ojos se desorbitaron de dolor cuando le apreté la
barbilla con la esperanza de romperle la mandíbula.
Los ojos de Stuart se desviaron hacia Willow, que seguía de pie en el umbral de
la puerta, blanca como un fantasma, pero todavía preciosa con su vestido de novia.
Le di un puñetazo en la cara pero sabía que tenía que poner fin a esto. Le prometí a
Willow que no lo mataría y mantendría esa promesa, aunque me matara.
—No la mires, mierda, o te arrancaré los globos oculares del cráneo. —Para
enfatizar mis palabras, le di otro puñetazo, y el sonido de huesos crujiendo llenó el
espacio—. Discúlpate.
Giró la cabeza y me miró con ojos hinchados y brillantes. Abrió la boca varias
veces como un pez boquiabierto antes de encontrar la voz a través de su dolor.
—¿Lista?
Agarré su bolso y le tendí la mano. Ella la tomó sin dudarlo, sus suaves dedos se
entrelazaron con los míos mientras dejábamos a Stuart llorando en la habitación
detrás de nosotros.
Willow
Mientras Royce y yo nos dirigíamos hacia los ascensores, no pude evitar recordar
la primera vez que vino a rescatarme. Pero yo ya no era una niña ingenua y él no
tenía por qué salvarme.
Pero lo hizo. Como siempre, me había cubierto las espaldas. Nunca dejaría que
me pasara nada. A nosotros, pensé, poniéndome una mano en el abdomen.
—Yo debería preguntártelo a ti. —dijo él. Su rostro cincelado era tan bello, y
temí haber ido demasiado lejos. No había nada platónico en mis sentimientos por él.
Tal vez era sólo una reacción a su feroz protección o la forma en que siempre me
ayudaba—. ¿Te asusté?
Fruncí el ceño ante la extraña pregunta. ¿Cómo podía pensar eso? Si mi cuerpo
no estuviera maltrecho y dolorido, habría intentado saltar sobre sus huesos. Los ojos
de Royce se ensombrecieron como si pudiera leerme la mente.
—¿Qué les has dicho? —pregunté con incertidumbre. No les había hablado a mis
padres de mi embarazo ni de mis problemas con Stuart. Aunque estábamos muy
unidos, sus creencias católicas a menudo hacían que nuestra perspectiva de la vida
fuera diferente: estar soltera y embarazada, por ejemplo.
—Que me hiciste el hombre más feliz del planeta al aceptar casarte conmigo, no
con Stuart.
Me dedicó esa sonrisa que hace que las mujeres se enamoren de él.
—No tengo ni idea. Estaba un poco ocupado pero estoy seguro de que aparecerán
en nuestra boda. Ayer me llamaron a un lado en la fiesta y me encargaron que
averiguara qué te pasaba. Están preocupados. Te quieren, Willow.
Aún no tenía muy claros los detalles pero sus palabras me tranquilizaron.
Conociendo a Royce, tenía un plan, y yo le seguiría la corriente porque no había otro
lugar donde prefiriera estar que bajo su protección.
—Para que quede claro... —Un dolor de cabeza palpitaba detrás de mi sien, pero
me negué a dejar que arruinara el día de hoy—, caminaré hacia el altar cuando me
case contigo. Farsa de matrimonio o no.
Royce echó una mirada por encima del hombro al sacerdote que lo miraba en el
asiento trasero mientras zigzagueaba entre el tráfico.
Insistí en que Royce me bajara para que pudiera hablar con el Padre Miguel en
paz. Me obedeció, pero pareció tomar una decisión en una fracción de segundo y se
echó al Padre Miguel al hombro para salir corriendo del vestíbulo y subir a nuestro
vehículo.
—Padre, no fue Royce —salté para defenderlo, tomando la mano de Royce entre
las mías—. Él me salvó. —Los ojos compasivos del sacerdote se entrecerraron en
mí como si estuviera delirando y no pude evitar dejar escapar un suspiro exasperado.
—Se lo prometo. Fue Stuart, el hombre que insistió en que nos casáramos en el hotel
y no en la iglesia. —Luego, como estaba segura de que iba a ir al infierno de todos
modos, añadí—: Stuart no es creyente, pero Royce sí. Es católico. Es lo que hizo
falta para que finalmente viéramos que éramos el uno para el otro: nuestra fe común.
—¿Es eso cierto, joven? —Me giré para mirar al Padre en el asiento trasero, a
punto de responderle cuando el Padre Miguel levantó la palma de la mano—. Quiero
escuchar al futuro novio.
—Lo es. —La expresión seria de Royce no revelaba nada—. Mi mamá era una
católica devota y me enseñó a seguir la palabra del Evangelio. —Parpadeé,
esforzándome por no mostrar mi asombro. Estábamos en un tren rápido hacia el
infierno—. Willow está embarazada y nuestro hijo no nacerá fuera del matrimonio.
Oh, mierda.
El Padre Miguel me lanzó una mirada de desaprobación que me decía que ardería
en las llamas eternas del infierno si no bendecía esta unión.
—No —contesté.
Sacudió la cabeza, observándonos como si fuéramos dos ángeles caídos y sólo él
pudiera resucitarnos para que volviéramos a ser respetuosos.
—Bendeciré su unión. —Suspiré aliviada—. Pero sólo por el bien del niño por
nacer.
—Gracias, Padre —contestó Royce, con una pizca de risa en su voz y un baile en
sus ojos oscuros.
Cinco minutos después, subimos las escaleras que nos llevaban a la iglesia. El sol
de Lisboa brillaba en el cielo despejado y prometía un futuro de ensueño. Aún así,
el nerviosismo y el sudor frío invadieron mi cuerpo. La presencia de Royce y su
mano en la parte baja de mi espalda y su pulgar rozando mi piel desnuda, se
convirtieron en un consuelo sin el cual estaría perdida. Con cada paso, el ligero
aroma de su colonia me consumía con familiaridad y cada inhalación atraía más de
él a mis pulmones. Mis pies flaquearon cuando llegamos al escalón superior y vi
quién nos estaba esperando.
Mis mejores amigas, Aurora y Sailor, estaban de pie con sus maridos, vestidas de
punta en blanco. Y allí, justo al lado, estaban mis maravillosos padres, sonriéndome
con cariño. Ni una pizca de aprehensión en sus ojos. Como si supieran que era aquí
donde debía estar y con quién.
—¡Por fin! —exclamó Sailor, corriendo hacia mí con Aurora a cuestas. No fue
hasta que estuvieron a unos metros de distancia que sus pasos se congelaron, y
recordé que había olvidado ocultar mis moretones con corrector.
—Ese cabrón —siseó Aurora, apretando el puño mientras su sombra -su esposo,
Alexei- se colocaba detrás de ella con una expresión fría en el rostro. Si la hubiera
dirigido a mí, probablemente me habría meado en los pantalones, pero, por suerte,
sabía que no era así. Alexei Nikolaev era uno de los buenos de la tierra, a pesar de
sus conexiones con la mafia.
—Sabía que no era el adecuado para ti, pero nunca hubiera imaginado que haría
esto. —La voz de mãe se filtró, sacando a Sailor de su estupor—. Aquele filho da
puta 3.
—¡Señora Auclair! —El Padre Miguel miró atónito a mi mamá, que no estaba
acostumbrado a oírla maldecir... aunque imaginé que si supiera la razón de mis
moretones, también llamaría hijo de puta a Stuart.
—Je vais tuer cette pièce de merde 4. —Por suerte, el cura no entendía francés y
nunca se enteraría de la amenaza que mi papá acababa de lanzar contra Stuart: “el
pedazo de mierda”.
—Raphael, creo que deberíamos matarlo —le dijo Sailor a su esposo, que era el
jefe de la mafia colombiana.
3
Aquél hijo de puta.
4
Voy a matar a ese pedazo de mierda.
—Lo siento —murmuré—. Nunca debí dejar que llegara tan lejos. —Hablaba de
los preparativos de la boda, de cómo había ignorado las señales de violencia de Stuart
y de mi falta de sentimientos hacia él.
—Queremos a Royce —añadió mãe en voz baja, radiante como un rayo de sol—
. Y lo admito, siempre he esperado que ustedes dos encontraran el camino el uno
hacia el otro. —Sus ojos me miraron y seguí la pista. Royce se hizo a un lado,
dándonos a mis padres y a mí algo de intimidad mientras mis mejores amigas lo
acosaban—. Cuando envió ese mensaje, me emocioné pero es un poco precipitado,
¿no?
Aparté la mirada de los ojos carbón de Royce y me encontré con los ojos atentos
de mis padres, que probablemente veían más de lo que yo sería capaz de decir.
—Eres preciosa —dijo mi papá—. Aunque, cuando le ponga las manos encima,
Stuart no podrá decir lo mismo.
Sonreí.
Y así como así, Royce tenía a mis padres bajo un hechizo aún más profundo.
Royce
Todo el mundo sabía que la posesividad de Raphael hacia Sailor era profunda, y
yo estaba más que feliz de mantenerme a tres metros de ella. Además, era como una
hermana para mí y lo seguiría siendo para siempre. Willow, en cambio, se coló en
mi corazón con aquel beso diez años atrás. Nunca sería capaz de desenmarañar el
intrincado control que ejercía sobre mí, ni querría hacerlo.
Incliné la cabeza.
—La tienes, sobre todo después de oír a mi hija confirmar que quiere casarse
contigo.
—Vamos, soy tu padrino y... —Dejé de prestar atención a Alexei, con los ojos
clavados en mi novia. Quería gritarle al cura que nos casara ahora mismo, bajo el
sol, donde brillaba su cabello castaño.
—Padre Miguel. —Me giré hacia el cura, que parecía no saber qué hacer, con las
cejas pobladas arqueadas. Mierda, esperaba que no se le hubiera olvidado cómo
dirigir una ceremonia nupcial. Podía saltárselo todo si quería, con tal de que
llegáramos al “Sí, quiero” para que Willow fuera mía para siempre—. ¿Puede
casarnos aquí?
—¿Por qué?
—¿De verdad no vas a cambiarte? —preguntó Aurora, con los ojos fijos en
Sailor—. Esto es una mierda —murmuró, y luego se dirigió donde sus amigas,
dejando a los hombres en un lado del patio frente a la iglesia mientras las mujeres se
reunían para arreglarse el cabello y maquillarse.
Sólo quería hacerlo oficial y luego llevármela de aquí. Nuestra luna de miel
estaba en el horizonte y no podía esperar a tenerla a solas.
—Te prometo, hijo, que Willow no se escapará. —Era imposible no ver la sonrisa
en la voz del señor Auclair. Se frotó la mandíbula con una mano, y su tono volvió a
ser serio—. Aunque, debo decir, comprendo el sentimiento.
Un sutil rubor subió por su piel hasta manchar sus mejillas. Inclinó la cabeza y
curvó los labios en una sonrisa.
Esta vez, Willow negó con la cabeza, sus ojos brillando como esmeraldas.
—¿Por qué suena eso tan travieso? —rio Sailor, con los ojos llenos de picardía.
Las tres chicas se miraron y soltaron una carcajada.
—Creo que ya somos demasiado mayores para entenderlo, mon amour. —Su
esposo le rodeó el hombro con la mano y la atrajo hacia sí. El amor entre ellos era
tan tangible que vibraba en el espacio que los separaba con hilos invisibles,
uniéndolos en una unidad.
Era el turno de Willow, y su suave “Sí, acepto” hizo que mi corazón se disparara.
Intercambiamos los anillos que nos habían proporcionado los padres de Willow,
ya que yo no había pensado que la boda se celebraría en menos de cinco horas.
Prometimos amarnos, querernos y protegernos el uno al otro, renunciando a todo lo
demás y yo tenía la intención de honrar ese juramento para siempre.
Otro segundo, un beso en los labios que desde luego no parecía platónico, y ya
era mía.
Willow
Cuanto más brillaba el sol, más ligero se sentía mi corazón. El día empezó con
moretones y un duro baño de realidad, y terminó con un beso lleno de promesas.
—Mi niña pequeña ya es mayor. —Las mejillas húmedas y los ojos brillantes de
mi mamá me encontraron, y su cuerpo de metro setenta nos abrazó a Royce y a mí—
. Ahora eres nuestro para siempre. Bienvenido a la familia, Royce.
—Gracias, señora...
Mi mamá se iluminó como una bombilla de cien vatios y no pude resistir una
risita nerviosa. Parecía tan feliz, tan orgullosame preocupaba cómo se sentiría si
supiera que este acuerdo había nacido por pura conveniencia.
Royce se puso delante de mí, vestido con vaqueros y cuero, y mi mirada se dirigió
a la suya. El temor de las últimas semanas se desvaneció ante la visión de un futuro
esperanzador, lleno de paz, aunque no de intimidad. Permanecimos de pie en el gran
patio frente a la iglesia mientras los nervios me recorrían, pero nunca nada me había
parecido tan bien como este momento.
Cuando me enamoré de él en mis años de instituto, siempre me imaginé con una
gran familia y Royce a mi lado. Nunca pensé que acabaría -o que empezaría- así. Sin
embargo, me sentía bien. Mi bebé y yo estaríamos seguros y queridos por Royce.
No sería un matrimonio como el de mis padres, pero sería un buen matrimonio.
Royce y yo nos llevábamos bien, y había visto de primera mano lo protector que era
con Aurora cuando éramos niños. Sería un buen papá y padrastro para mi bebé.
Deslizó sus manos entre las mías, entrelazando nuestros dedos mientras su mirada
se encendía con una chispa de humor.
—Estás loco.
—Lo está —me oí decir por encima de la suave brisa, con su comentario de loco
por ti resonando en mis oídos.
Tragué fuerte y me apreté el labio inferior entre los dientes. La feliz idea de
escapar con él se enfrentaba al presentimiento que me recorría las entrañas: el miedo
a que Stuart acabara reclamando a mi hijo.
—¿Por qué no nos hablaste de Stuart? —me preguntó Sailor, acercándose para
colocarme el cabello detrás de la oreja. No me sorprendió que me bombardearan a
preguntas. Antes habían insistido en tapar los moretones para hacerme fotos, y casi
podía oler el hierro en el aire de lo fuerte que se mordían la lengua.
—Lo siento. Simplemente sentí que era un problema que necesitaba tratar por mi
cuenta, y por alguna razón, ignoré las señales hasta ayer, cuando me senté con él y
le dije que no podía seguir adelante con la boda.
—Es cuando él... —Sailor se detuvo, sus ojos fijos en mis moretones.
—Sí.
—Has sido nuestra roca todos estos años —dijo secamente Sailor—. Lo menos
que podríamos haber hecho es ayudarte.
A pesar del comportamiento imperturbable que Sailor solía mostrar, había estado
en el infierno y había vuelto: había sido testigo de los abusos de su hermana, había
criado a su sobrino y se había visto envuelta en los negocios del cártel. Lo último
que necesitaba era mi insignificante drama.
Ella tenía razón. Fuimos testigos directos del abuso de Anya, y fue necesaria su
trágica muerte para que encontrara la paz. Todavía lo recordaba como si fuera ayer.
El suelo de la maternidad olía a lejía y... a muerte. Podía sentir sus fríos dedos
en mi nuca y tuve que sacudirme la insidiosa sensación en la boca del estómago.
Quizá tuviera más que ver con el rechazo de Royce que con este hospital pero
nada de eso importaba ya, no con lo que estaba a punto de afrontar.
—¿Puedo ayudarles? —Una joven doctora con los ojos azules más claros y el
cabello rojo más vibrante que jamás había visto se había detenido frente a nosotros.
Nos miró detenidamente: Royce a un lado, Aurora y Byron al otro—. Esta es la sala
de maternidad y ninguno de ustedes parece listo para tener un bebé.
—Doctora Sophie, buenas noches —dijo Byron, cortando a Royce con una
mirada.
—Su etiqueta con el nombre —murmuró con la mirada. Byron estaba claramente
molesto, y me gustó un poquito más por ello—. Y es la prima de Kristoff. —Royce
abrió la boca, pero luego decidió no decir nada—. Estamos aquí para visitar al bebé
McHale, doctora —añadió Byron.
Aurora y yo asentimos.
—¿Son familia?
—Sí.
—No.
—Tal vez.
—¿Cómo? —grazné.
—¿Cómo ha podido pasar esto? —añadió Aurora, con la voz quebrada al igual
que mi corazón. Agarré su mano y la apreté para reconfortarnos a las dos.
—No puedo volver a casa. —La voz de Sailor tembló, su expresión llena de
angustia—. Lo prometí.
Prometió a su hermana que cuidaría del bebé, pero no bajo el techo del mismo
hombre que abusó de ella.
Royce se acercó y acunó suavemente la cabeza del bebé con su gran mano. Mi
corazón se rompió y me llené de amor por él.
—No te preocupes, rubia. —Era como siempre llamaba a Sailor gracias a su
cabello rubio platino—. Byron puede mover montañas. Nosotros nos encargamos.
No tienes que irte a casa.
Suspiré mientras el recuerdo me bañaba. La verdad era que tal vez por esa misma
razón me vino a la mente la dirección de Royce en aquel taxi la noche anterior.
—Royce al rescate una vez más —dijo Sailor con naturalidad, como si hubiera
estado allí conmigo en aquel recuerdo, pero no se me escapó la suavidad de sus ojos.
Mataría por nosotras, igual que nosotras lo haríamos por ella.
Asentí.
—¿Cómo es que nunca dijiste nada sobre Royce? —preguntó Sailor, y luego
lanzó una rápida mirada por encima del hombro antes de continuar—. No estoy
enfadada ni nada, es sólo que no creía que nos guardáramos secretos.
Desde el instituto habíamos sido uña y carne pero muchas cosas habían cambiado
desde entonces. Aurora se casó con un mafioso ruso y Sailor con uno colombiano,
así que, les gustara o no, los secretos formaban parte de su mundo.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo lo sabías?
Se encogió de hombros.
—Raphael.
—Vigila a todos los que están cerca de nosotros. Viene con el territorio.
—Dile que pare. —Miré hacia donde estaban los hombres, bebiendo whisky.
Se burló Aurora.
Abrí la boca para discutir pero luego la cerré. Ella tenía razón. Todos y cada uno
de los hermanos de Aurora eran autoritarios y sobreprotectores. Sabía que los
esposos de mis amigas no eran diferentes.
Salió corriendo hacia la barra que habían montado mis padres mientras Aurora
se inclinaba hacia delante, con los ojos clavados en mí.
—No digas nada. —Las últimas veinticuatro horas habían sido un torbellino, pero
no quería empezar mi nueva vida con mentiras—. Es que... —titubeé.
Aurora suspiró.
—Es la historia que tiene que contar Willow, así que no insistiré. —Se reclinó en
su asiento, tomando otro sorbo de champán—. Aunque, si es verdad, sería muy
oportuno teniendo en cuenta que Sailor está embarazada y Alexei y yo estamos
intentando tener otro bebé.
—Sólo digo...
—Eso es triste.
Aurora suspiró.
—Sería tan bonito que las tres pudiéramos tener bebés al mismo tiempo. Me
encantaría que nuestros hijos crecieran juntos.
Me encontré con las miradas atentas de mis mejores amigas. Era casi como si
supieran que guardaba un secreto.
—Tengo algo que decirles a las dos —refunfuñé—. Pero no se lo pueden decir a
mis padres. Todavía no.
—¿Me tomas el pelo? —siseó Aurora—. ¿Te acostaste con Stuart y Royce y
ahora finges que el bebé es de mi hermano?
—¿Por quién mierda me tomas? —dije, ofendida de que pensara tan poco de
mí—. Lo único que he hecho con Royce es besarlo una vez, hace diez años. Y hoy,
si cuentas la ceremonia de boda.
Dicho en voz alta, sonaba estúpido. Imprudente. Una receta para el divorcio.
—¿Se han casado y ni siquiera han probado el sexo? —Sailor se hizo eco de mis
propias preocupaciones—. ¿Y si no tienen química?
—Royce nunca hace las cosas de manera normal. —Aurora suspiró, obviamente
exasperada y tratando de hacerse a la idea de mi revelación—. ¿Me estás diciendo
que Royce sabe que estás embarazada? Si no has tenido relaciones sexuales... que,
por cierto, ew... se dará cuenta de que el bebé no es suyo.
Me sonrojé.
Resoplé.
—No me preocupa en absoluto. Si sus besos sirven de algo, podría morir antes
de llegar al plato principal.
Incliné la cabeza, con las ondas cayendo en cascada sobre mi hombro. A veces
era difícil saber si Aurora estaba enfadada o no. Tenía una buena cara de póquer, que
yo sabía que era el resultado de su formación en el FBI.
—Lamento si esto te molesta y las cosas no terminaron exactamente como las
planeaste, pero mientras Royce esté bien con esto, —lo que sea que esto fuera—,
entonces realmente no es asunto de nadie más.
—Y tienes razón —añadió suavemente Sailor—. Todo lo que pase entre Royce
y tú es asunto tuyo pero estamos aquí para ti, siempre.
Estábamos casi en el aeródromo privado donde nos esperaba mi jet cuando sonó
mi teléfono. Al no reconocer el número, lo dejé caer en el buzón de voz y eché un
vistazo al asiento del copiloto, donde Willow dormía profundamente, con moretones
que salpicaban su piel de marfil.
Debería haber borrado a Stuart de la faz del planeta. Aún tenía toda la intención
de destruirlo y no descansaría hasta hacerlo.
—Sí —ladré al teléfono, molesto porque alguien me llamara dos veces seguidas.
—¿Royce?
—El único.
—Es Asher.
Me sorprendí. Asher solía conectarse con Winston, no conmigo. Los dos habían
estrechado lazos en los últimos años gracias a su interés común por las piedras
preciosas y los diamantes. De vez en cuando, hacíamos un trabajo juntos, como una
expedición a la selva de Ghana en busca del diamante de María Antonieta que
Winston tenía que recuperar. Otras veces, me unía a ellos para tomar unas copas o
jugar una partida de ajedrez. Eran pésimos en ambas cosas.
—Bueno, eso no tomó mucho tiempo —me burlé. Maldita familia Harris. Eran
como mi papá, corruptos hasta la médula—. ¡Mierda! —Había contado con tener al
menos unos días de antelación antes de que Stuart sacara alguna mierda—. Bueno,
se equivocó en una cosa —comenté con ironía.
—¿Qué es?
—Al igual que tus hermanos, veo que no pierdes el tiempo. —El comentario me
pareció extraño, pero antes de que pudiera reflexionar sobre ello, Asher continuó—
. Tengo un catamarán atracado a una hora de Lisboa. Puede sacarte de Europa. Las
líneas aéreas no servirán.
—Envíame la locación.
Una vez aparcado, rodeé el auto y abrí la puerta del pasajero. Willow ni siquiera
se movió.
Asher ya nos estaba esperando, con unos vaqueros negros y una camisa de vestir
blanca, desabrochada por el cuello. Sólo le faltaba un sombrero pirata y daría en el
blanco.
En realidad, era irónico, porque el cabrón era conocido por su herencia pirata. Se
rumoreaba que su abuelo era ladrón, contrabandista, pero también cazador de
tesoros. Las historias sobre la crueldad de su familia y su legión de cargueros
circulaban por el mundo de los negocios tanto como por los bajos fondos de la mafia.
Pero nada de eso me importaba, porque Asher era mi boleto para salir de Europa
sin ser detectado.
—¿Te costó encontrar el lugar? —preguntó, posando sus ojos en Willow durante
un instante.
—No. —Miré el elegante catamarán. Era lo bastante grande como para atravesar
océanos—. ¿Tengo que navegar en el catamarán en todo momento?
Había pasado días sin dormir mientras estaba en el servicio, así que no sería algo
nuevo, pero prefería dormir al menos unas horas cada noche.
Asentí, mirando hacia el lado del lujoso catamarán. El nombre del barco, Illicit
Sins 5, me hizo enarcar una ceja.
—Interesante nombre.
5
Pecados Ilícitos.
Asher
Portugal no formaba parte de la ruta original del barco, pero una tormenta me
hizo desviarme ayer y entregar parte del envío en helicóptero. Cuando me encontré
con un problema al acercarme a Lisboa, el destino puso a Royce Ashford en mi
camino y aproveché la oportunidad para ayudarnos a ambos.
Por supuesto, prefería estar en la cubierta de uno de mis barcos, a merced del
océano abierto, en lugar de rodeado de tierra y gente pero esto era mejor. Royce
necesitaba una salida de Portugal, y yo necesitaba crear una distracción lejos de mi
catamarán.
El mundo sabía mi nombre. Creían saberlo todo sobre mí, pero no era así. Nadie
lo sabía y menos los hermanos Ashford. No estaba dispuesto a revelarles mi
conexión.
Todavía.
Por ahora, sólo era Asher. Su amigo. Los detalles de mi conexión con esta jodida
familia serían revelados algún día, idealmente no cuando estuviera albergando a uno
de sus miembros y a su maltratada novia.
Fue mi abuelo quien me enseñó todo lo que sé. Hizo hincapié en la necesidad de
mantener a la gente en deuda contigo y esto haría que Royce estuviera en deuda
conmigo después de hoy. Dirigir una piratería no era una democracia, y habíamos
decretado destruir cualquier imperio que se interpusiera en nuestro camino. El
imperio Ashford estaba particularmente cerca de interponerse pero por suerte para
mis amigos, todos estaban preocupados por sus mujeres.
—¿Sabes navegar o te busco un capitán? —le pregunté, con los ojos fijos en la
mujer -Willow, me había dicho- a la que acusaban de secuestrar, dormida en sus
brazos. No me extrañaba que Royce se encaprichara con ella. Incluso con la cara
llena de moratones, podía ver que era una belleza.
—¿Y ser una tercera rueda? No, gracias. —Volví a mirar a la mujer en sus
brazos—. Pero no me hundas el barco ni mates a la chica. Una cosa es que te acusen
de secuestro pero ser responsable de su muerte nos llevaría a los dos a la cárcel.
Sacudí la cabeza con disgusto. El amor hacía girar el mundo, pero en él no veía
nada de dicha, sólo horror. Todo en él era venenoso y los hombres que se dejaban
caer bajo su hechizo eran idiotas, mis hermanastros incluidos. A juzgar por la
expresión de la cara de Royce, hasta un ciego podría ver que estaba perdidamente
enamorado de su nueva esposa.
—Puede que tengas que hacerlo. —El humor negro tiñó mi voz—. Tu esposa no
me parece del tipo que le guste el BDSM. —Una sombra cruzó su rostro, pero la
disimuló rápidamente—. Sin embargo, en el improbable caso de que necesites
látigos y ataduras, hay una habitación recién amueblada en el piso inferior que es el
sueño hecho realidad de cualquier DOM. Siéntete libre de usarla.
—Jódete.
Imbécil arrogante.
Parpadeé varias veces, me puse de lado y una franja azul me devolvió la mirada.
Incrédula, me froté los ojos, convencida de que estaba viendo cosas pero lo único
que se veía en kilómetros a la redonda era el horizonte azul.
Amor.
Me puse en pie y seguí el ruido hasta una elegante cocina con vistas de un millón
de dólares. Encontré a Royce en la pequeña barra de la cocina, vestido con unos
pantalones cortos negros de Tom Ford y una camiseta blanca, con la tinta a la vista:
un paisaje montañoso tatuado en un antebrazo y un gran sauce de ramas finas en el
otro.
Inclinado sobre un pequeño aparato, parecía estar leyendo algo en ese teléfono.
—Buenos días —murmuré, colocándome un mechón de cabello rebelde detrás
de la oreja. Tenía en la mano una batidora con algo verde y de aspecto poco
apetecible. Arrugué la nariz antes de añadir—. Espero que no te bebas eso.
—Aquí dice que es bueno para el bebé. —Me quedé boquiabierta mientras
miraba el líquido verde con desagrado—. Espinacas frescas, mezcladas con moras y
plátanos. Los blogs de embarazo prometen que hace maravillas para las náuseas
matutinas.
Extendí la mano sin mediar palabra y rodeé con los dedos el vaso que acababa de
servirme.
Sonrió y dijo:
Royce siempre había sido considerado y atento. El gesto de esta mañana no era
diferente.
—Excelente.
—¿Dónde duermes?
—¿Estás preocupada?
Me burlé.
Sonrió.
—Nos quedaremos fuera de la red por un tiempo. Navegaremos por los mares.
Tendremos una larga luna de miel.
Tragué fuerte.
Suspiré, feliz de dejar de lado ese pensamiento por el momento. Eché un vistazo
al hermoso barco y me sorprendió una vez más su lujo.
—¿De quién es este barco? ¿Y qué clase de barco es? —Miré a mi alrededor,
observando las cubiertas divididas en dos niveles e impresionada por cada
centímetro que había visto de este barco. Los espacios habitables estaban diseñados
pensando en la comodidad, los exuberantes camarotes eran un sueño hecho realidad
e incluso había partes del barco con una ventana con fondo de cristal para ver el
fondo del mar.
Me burlé: ¿quién le iba a decir a este tipo que yo nunca había estado en un yate
“normal” y mucho menos que sabía cómo debía ser? Terminé mi propia bebida y
me uní a él junto al fregadero, pero antes de que pudiera lavarlo, me quitó el vaso de
las manos.
—Haré lo que quieras, Willow. —Se inclinó hacia adelante, su boca rozó el
sensible lóbulo de mi oreja—. Sólo dilo.
Una risa estrangulada que salió sonando como un gemido vibró en mi pecho y
tuve que aclararme la garganta para recomponerme.
—¿Desnudos?
Royce llevaba gafas de sol de aviador bajo un sombrero de cubo de Prada que le
ocultaba casi toda la cara. Yo opté por un sombrero de paja de ala ancha que me
protegía del sol. Tomados de la mano, éramos como cualquier otra pareja de luna de
miel.
—En todos los años que he visitado Portugal con mis padres, nunca habíamos
venido aquí —murmuré, con los ojos desviándose de izquierda a derecha,
absorbiendo todo—. Es precioso.
—¿Sólo bien?
—Demasiada gente.
—No se puede culpar a la gente. ¿Quién no querría visitar este pedazo de cielo?
—Royce hizo una mueca y yo le pellizqué el costado, dejando escapar una risita. Me
sentía más ligera aquí, y no iba a dejar que su malhumor empañara nuestro día—.
¿Por qué nos detuvimos, entonces?
—Necesitamos provisiones. Comida. —Justo cuando lo dijo, pasamos por
delante de un puesto de fruta local y sus pasos se detuvieron bruscamente frente a
él. Lo seguí, escudriñando las opciones hasta que me detuve en una, con el corazón
agitándose en mi pecho.
—¿Compramos unas piñas? —El tono de Royce solía ser fácil de leer, pero hoy
no. Me protegí los ojos del sol y giré la cabeza para mirar a mi apuesto esposo, pero
era difícil ver algo detrás de aquellas gafas de sol.
Me moví incómoda.
—Umm, no lo sé.
—Willow... —Algo en la forma en que dijo mi nombre sonó como una súplica,
y fue el empujón final que necesitaba para dejarlo entrar un poco. Había sido tan
paciente conmigo los últimos días que era lo menos que podía hacer.
—Odio la tarta de piña —admití con un suspiro—. No es que haya pasado nada...
en ese frente. —Stuart nunca me la chupó e irónicamente, ahora lo agradecía—. Él
nunca... Nosotros nunca...
Ugh. ¿Desde cuándo me incomodaba hablar de sexo? Pero odiaba pensar en los
primeros días con Stuart. Me llenaba de melancolía y decepción, no porque lo amara,
sino porque fui tan estúpida como para conformarme.
Se encogió de hombros.
El calor circulaba por mis venas mientras observaba a Willow tomar sol, con los
dedos de los pies en la piscina y la cara inclinada. Era imposible no mirarla, cada
centímetro de ella era impresionante, incluso con moretones, aunque poco a poco
iban desapareciendo.
Willow y yo llevábamos años haciéndolo, sólo que no lo sabíamos. O tal vez era
yo quien no lo veía. Lo único que importaba era que, de ahora en adelante, nada me
alejaría de ella. Ni la ley. Ni el congresista. Y ciertamente no su hijo sin carácter.
Los días y horas dispersos de la semana pasada habían sido algunos de los
mejores de toda mi vida. Siempre lo pasábamos bien juntos pero aquí sólo estábamos
los dos, y disfrutábamos pasando el tiempo hablando, jugando e incluso pescando.
No tenía intención de precipitarme con ella.
La mirada de Willow se deslizó hasta encontrarse con la mía y vi cómo una suave
exhalación se separaba de sus labios. El momento se alargó, arrastrándonos a nuestra
propia burbuja que prometía felicidad y un “felices para siempre”.
Pero quería que estuviera segura y preparada para mí. Ella me tenía asfixiado,
pero mi honor inconveniente me dejó con la polla dolorida.
Suspiró un momento y pensé que se sinceraría, pero lo que dijo me sacudió por
completo.
—Todo el tiempo —admití, con voz áspera. No sabía cómo decirle que entonces
me parecía mal tocarla, quitarle la virginidad y exponerla a mi oscuridad. Claro que
la deseaba, deseaba todo lo que ella estaba dispuesta a darme.
—Yo también. —Su admisión me hizo sentir un agradable calor—. Pero también
me ha encantado tu amistad. Si nos hubiéramos besado y hecho... otras cosas, me
habría perdido todos los momentos divertidos con tus locas y obsesivas exnovias.
Ella resopló.
—Sólo unos pocos. —Luché contra una risa por su tono—. ¿Tan malo fue el
beso?
Me serené y tomé su barbilla entre mis dos dedos. No fue hasta que ella se
encontró con mi mirada que pronuncié mis siguientes palabras.
—Ha sido el mejor beso de mi vida. —Su suave jadeo siguió a mi confesión.
Rocé ligeramente sus labios con los míos y sus mejillas adquirieron un adorable
tono rosado.
—Quizá vuelvas a besarme uno de estos días, Royce. Sólo espero que no tardes
demasiado.
Tal vez, sólo tal vez, Willow estaba lista para mi oscuridad.
Willow
Íbamos por el largo camino a casa, pero no me quejé. El yate era lujoso, había
abundante sol y la comida era deliciosa.
Ojalá hubiera algún pecado ilícito entre nosotros, pero Royce siguió siendo un
perfecto caballero.
Excepto que había una brillante banda dorada en los dedos de ambos que nos
servía de saludable recordatorio.
Todas las mañanas preparaba el desayuno y me despertaba con el aroma del café
recién hecho; luego utilizaba el satélite para conectarse a su red de negocios y
trabajar en sus diversos encargos de vigilancia, su imperio de equipos para
actividades al aire libre y sus carteras inmobiliarias. El almuerzo era cosa mía y lo
tomábamos en la cubierta superior. Las cenas siempre las preparábamos juntos,
trabajando el uno alrededor del otro con una facilidad que nunca había encontrado
con nadie más. Mi parte favorita, sin embargo, era cuando por fin podíamos
relajarnos y acurrucarnos juntos en el sofá.
Hoy no había sido la excepción pero a diferencia de las veces anteriores, Royce
desapareció en su habitación poco después de que yo apareciera, murmurando algo
sobre mis sedosos pantalones cortos de pijama y la camiseta sin mangas a juego.
Se me quedó mirando con unos ojos ardientes que prácticamente sentí en la piel,
como la caricia del sol en un frío día de invierno. Pensé -esperé- que por fin me
tocaría, me besaría, pero en lugar de eso, salió corriendo de la habitación como si el
diablo le pisara los talones.
Quería estar cerca de Royce, oírle hablar y bromear, tal vez incluso sentir su
cuerpo rozando mi carne sensible. Había oído que las hormonas del embarazo te
ponían increíblemente cachonda, pero esto era más que eso.
—Quizá debería masturbarme... sólo para quitarme las ganas —murmuré en voz
baja. Lo consideré por un momento, imaginando cómo terminaría si Royce me
encontrara de esa manera. ¿Haría algo al respecto? Sacudí la cabeza y suspiré—. No,
no seas ridícula.
Hablar sola también era ridículo, me reprendió una voz dentro de mi cabeza.
Por el rabillo del ojo, vi una luz que salía del camarote de Royce, al final del
pasillo de mi habitación, y el corazón me dio un vuelco de emoción. Antes de que
pudiera pensarlo, caminé hacia ella.
La puerta estaba apenas entreabierta, pero lo suficiente para oír un leve gemido.
Me detuve en seco cuando el sonido retumbó en el aire y un cosquilleo recorrió mi
cuerpo. Incapaz de resistirme, me incliné hacia delante y se me cortó la respiración.
Se estaba masturbando.
Tenía la cabeza echada hacia atrás contra la pila de almohadas, el cuello crispado
por la tensión y el placer manchando su hermoso rostro. No podría apartar los ojos
de él, aunque lo intentara.
Sería tan fácil empujar la puerta y rogarle que se saliera con la suya, pero el miedo
al rechazo me contuvo. Así que, como una voyeur, me quedé admirando su erección,
que sería la envidia de cualquier tienda de consoladores.
Yo gemía, él gruñía.
El espectáculo era tan excitante que, por primera vez en mi vida, comprendí el
atractivo de observar desde las sombras.
Tu hermano Byron quiere usar esta foto para anunciar las nupcias.
El mensaje de texto era corto, como la mayoría de los mensajes de los padres de
Willow. No eran expertos en tecnología y nunca lo serían.
Era el archivo adjunto que los padres de Willow enviaron con el texto.
El siguiente archivo contenía la foto que nos hicieron cuando Willow se graduó
en la universidad. Llevaba su toga y alguien había captado el momento en que
agarraba su birrete y lo lanzaba al aire, con su mano libre sobre la mía.
Estaba haciendo de tripas corazón, pero por el momento sabía que lo mejor era
mantenerse alejado de miradas indiscretas y de cualquier país con leyes de
extradición poco estrictas. Stuart sabía que no debía ir a la policía, pero por desgracia
sus padres no. Y con sus conexiones, podrían causar graves daños. De hecho, por lo
que parecía, ya lo estaban haciendo.
Ja, secuestrado. Como si alguna vez le hubiera causado angustia a Willow. Ese
era el fuerte de Stuart, no el mío.
Anoche jugamos al Monopolio, y resultó que había cosas que no sabía sobre mi
nueva esposa después de todo. Era una gran perdedora. Después de que le quitara
todas sus propiedades, intentó llorar, alegando juego sucio, y luego volcó
accidentalmente el tablero.
Era un rasgo poco atractivo en todos menos en Willow. Era monísima cuando
hacía pucheros.
En cualquier caso, otras semanas en este barco podrían ser lo mejor. El frenesí se
calmaría cuando desembarcáramos. Esperaba.
Apagué el teléfono y seguí trabajando. Tenía un negocio que atender, una esposa
a la que alimentar y entretener. Mi hermano y sus veinte preguntas tendrían que
esperar.
No pasó mucho tiempo hasta que un golpe rompió el silencio y levanté la vista
para encontrarme con la única pasajera del catamarán, y mierda, era un espectáculo
digno de ver. Cabello alborotado. Expresión soñolienta. Arrastré la mirada por su
camiseta de tirantes hasta los pantalones cortos que se ceñían a sus caderas y muslos,
dejando al descubierto sus piernas suaves y doradas. Iba descalza, como de
costumbre, y sus uñas parecían recién pintadas.
—Adelante.
Se reclinó en la silla, sus ojos se encontraron con los míos mientras frotaba el
vientre plano.
—Que estoy embarazada. Que estamos casados. Que estamos en medio del
océano. Elige lo que quieras.
—¿No es un sueño hecho realidad? —pregunté con frialdad, la idea de que fuera
infeliz me provocaba una oleada de irritación.
—Eh, bueno... —Willow se pasó una mano por el vientre, una mirada tímida
cruzó su rostro—. Definitivamente no es la forma normal de hacer las cosas.
Me encogí de hombros.
—No importan.
—Esa sí que es una idea. —Le sonreí—. Podría inclinarte sobre este escritorio,
amordazarte y luego follarte mientras te ahogas con la excitación que ahora mismo
empapa tus bragas.
—Jesús, Royce. Avisa a una chica cuando vayas a soltar una bomba como esa.
¿Es este tu negocio?
—¿Mi negocio?
Me miró de reojo.
—Gracioso —dijo rotundamente—. ¿Quién iba a decir que mi esposo tenía tanto
sentido del humor?
—Es justo. Al fin y al cabo, soy tu nueva esposa —dijo con un brillo pícaro y
algo más en los ojos.
Sabía que una vez que tuviera a Willow, toda ella, no habría vuelta atrás.
Willow
La luz del sol rebotaba en las ondas del agua azul que nos rodeaban y, aunque
llevaba gafas de sol, el resplandor era tan intenso que tuve que bajar la cabeza para
evitarlo.
Mi mirada se clavó en la mano que tenía sobre mi muslo, con su alianza brillando
a la luz. Hasta que no salí de casa de mis padres no me di cuenta de dónde procedían
las alianzas. El hecho de que mi mamá le hubiera regalado a Royce los anillos de
mis abuelos lo decía todo.
Por supuesto, la novela que tenía en el regazo tampoco ayudaba. Era un relato de
Christian Grey y sus experiencias sexuales antes de conocer a la inocente Anastasia.
El libro era tan ardiente que casi esperaba estallar en llamas.
—De los que lees. —Más bien del tipo que probablemente has vivido, pensé con
una sonrisa burlona.
—Podría ser.
—Tienes razón —coincidió, enhebrando sus dedos entre los míos—. Siempre
podemos intentar otro tipo de actividad por la tarde.
—Quiero follarte ahora mismo hasta dejarte sin sentido —dijo, su voz se volvió
oscura y ahumada—, y tenerte suplicando por mi polla como una buena putita.
Tenía la polla tan dura que casi me agujereaba el bañador. Excepto que, en el
fondo, las inseguridades corrían desenfrenadas. Miedo de que, si le mostraba a
Willow el alcance de mis depravados deseos, ella saltaría al océano y nadaría hasta
la isla más cercana.
Tendría que ir despacio porque ella era importante para mí. Ella importaba más
que las mujeres que habían compartido mi cama en el pasado. Había disfrutado de
mi tiempo con ellas, y las respetaba, pero habían sido un desahogo.
—Nunca. —Parecía que todos los caminos nos habían llevado a este momento.
Se sentía bien. Willow tenía mi apellido, y mi anillo estaba en su dedo—. Quítate el
bikini —dije, con voz suave, y ella se estremeció ante mi orden—. Ahora, esposa.
La oí jadear, pero no dudó. Tiró del cordón que tenía detrás del cuello con manos
ligeramente temblorosas y se desabrochó el top, dejando que el endeble material
cayera al suelo sin hacer ruido. Vi cómo enganchaba sus delicados dedos en el bikini,
se lo quitaba y lo hacía a un lado.
Apreté los dientes con tanta fuerza que me dolió la mandíbula, pero era mejor
que concentrarme en mi dolorida polla, ansiosa por enterrarse dentro de ella. El
silencio dominaba la habitación, sólo roto por nuestras respiraciones agitadas y el
choque de las olas contra el casco.
Separó los labios y yo penetré su boca caliente, empujando hasta que llegué a su
garganta.
Parpadeó y me lamió y chupó la polla como la esposa perfecta que era. Trabajó
a un ritmo constante, y mierda, si no era exactamente cómo me gustaba.
Ella gimió y penetré más profundamente su garganta, tirándole del cabello con
más fuerza mientras me chupaba con entusiasmo. Los únicos sonidos que llenaban
el espacio eran mi respiración entrecortada y sus gorjeos, con los ojos llorosos por
mi tamaño.
Sus ojos vidriosos de placer permanecían fijos en los míos mientras su mano se
deslizaba entre sus piernas, pero antes de que pudiera tocarse, la aparté de mi cuerpo
y la besé con fuerza.
—A partir de ahora, tu placer es mío —ronqué contra sus labios, con la voz
grave—. No otro hombre. Ni tus dedos. Ni tus juguetes. —Metí la mano entre
nuestros cuerpos, separando sus muslos, y deslicé mis dedos por sus resbaladizos
pliegues. Estaba tan mojada que se empaparon en cuestión de segundos. Mi otra
mano se cerró alrededor de su garganta—. ¿Entendido?
—A ti.
—Eso es. —Le metí los dedos hasta el fondo, luego los saqué y se los metí en la
boca.
—¿Vas a follarme ahora? —Su tono era desesperado, y la forma en que jadeaba
hizo que mi polla se crispara.
—Sólo recuerde, señora Ashford… —La empujé hacia atrás y sus rodillas
chocaron contra la cama. La dejé caer sobre el colchón, su piel de marfil parecía un
sueño contra mis sábanas carmesí. Sus pechos rebotaron, tentándome aún más—. Tú
lo has querido.
Willow
Rozó fugazmente su boca con la mía, pero fue suficiente para que mi corazón se
acelerara.
Me besó dejando una línea húmeda por el cuello y el torso antes de agacharse y
agarrarme los tobillos, separándolos.
Dejó caer la cabeza entre mis piernas, besándome el interior del muslo y
lanzándome besos hasta que su boca conectó con mi núcleo palpitante.
La lujuria en su voz sólo hizo que mi sangre chisporroteara aún más, y arañé las
sábanas.
—Por favor —gemí cuando su lengua recorrió mi ombligo y exploró mi pecho.
Se metió el pezón en la boca, sus dientes lo rozaron ligeramente y la excitación me
provocó. Debió de darse cuenta de que estaba al límite, porque utilizó la mano que
tenía libre para pellizcarme el otro pezón antes de apartar la boca por completo.
Volvió a meterse entre mis piernas, lamiéndome desde la entrada hasta el clítoris,
y su gruñido me hizo vibrar. Su lengua húmeda me hizo gritar y la presión en mi
interior se volvió casi cegadora.
Me pasó las ásperas palmas de las manos por las piernas y las enganchó en sus
anchos hombros, luego me besó el coño con ternura insoportable.
Mis manos se deslizaron hacia su cabeza e incliné las caderas hacia arriba para
facilitarle el acceso. Siguió lamiéndome el coño mientras acercaba sus manos a las
mías y entrelazaba nuestros dedos.
—¿Lista para mí, nena? —Su respiración coincidía con la mía, y la reverencia de
sus ojos hizo que me diera un vuelco el corazón.
Aumentó la velocidad y me penetró con una implacabilidad con la que sólo podía
soñar. Mis caderas se movían al ritmo de sus embestidas, mientras mis obscenos
gemidos llenaban el espacio que nos separaba.
Me besó con fuerza y nuestras lenguas se enredaron igual que nuestros cuerpos.
Las brasas ardían cada vez más, él empujaba más hondo y, de repente, la presión
volvió a explotar en mi interior, arrastrándome hacia el olvido. Cuando llegué al
clímax, él rugió mi nombre, empujando con fuerza una última vez y luego se quedó
quieto cuando su semilla se derramó dentro de mí.
Finalmente, mis ojos se abrieron y encontré que los suyos ya estaban sobre mí.
Estaban llenos de una profunda satisfacción y de algo más que no podía descifrar.
Satisfecho de que seguíamos en camino de tocar tierra en unos días, nos preparé
café y el desayuno, y volví a la cama justo cuando Willow se removía.
Sus mejillas se sonrojaron, se encontró con mi mirada y una sonrisa rozó mis
labios. Coloqué la bandeja en la mesilla y le di un rápido beso.
—Como un lobo. —Se estiró y palmeó el lugar que tenía al lado. El brillo de sus
ojos hizo que algo oscuro y posesivo recorriera mi pecho. Quiero ser la causa de ese
brillo el resto de mi vida, pensé—. ¿Quieres comer conmigo?
—No hasta que comas comida de verdad. Y deja de decir coño tan temprano por
la mañana o empezaré a decir polla.
—Más vale que estés segura —gruñí, pero su risa era contagiosa y me costó
mantener el semblante serio.
—Buena chica.
Willow se había incrustado en mi ser durante tanto tiempo que ni siquiera podía
concebir una vida sin ella. Y en las últimas semanas, había quedado claro que
separarme de ella ya no era una opción. Ella calmaba a la bestia salvaje que llevaba
dentro, y aunque anhelaba tenerla de todas las formas salvajes que se me ocurrían,
tampoco quería hacerle daño ni ahuyentarla.
Ahora que la había tenido, que la había probado, era imposible volver a las
andadas. Era mi amante, mi amiga... mi maldita esposa. Su felicidad tenía prioridad
sobre mis propias necesidades.
—Leí algunos libros sobre el embarazo y vi que una taza está bien durante el
embarazo. —De hecho, había investigado a fondo y había llamado a varios
ginecólogos y obstetras que ahora estaban en mi marcación rápida, pero me lo
guardaría para mí de momento. No quería alarmarla con mi naturaleza un tanto
obsesiva. Éramos mejores amigos, así que había visto indicios de ello, pero eso
apenas arañaba la superficie.
—Huele divinamente. Gracias —murmuró, y sus ojos se cruzaron con los míos
mientras bebía un sorbo—. ¿No quieres café?
—Pocas horas.
—¿Tus hábitos de sueño aún no han mejorado? —Con los años, Willow había
aprendido que no importaba la hora del día o de la noche, siempre podía ponerse en
contacto conmigo. A veces, me llamaba y me hablaba de las cosas más aburridas
que se le ocurrían con la esperanza de dormirme. Nunca funcionaba, pero me
encantaba oír su voz, así que le dejaba creer que sí. Sólo así volvía a llamarme al día
siguiente y al siguiente.
—Echaba de menos nuestras llamadas —bromeé—. Ha sido duro sin mi mejor
amiga.
—No, debería haberlo hecho yo —la corregí—. Si lo hubiera sido, habría visto
que Stuart...
—Si consideras que explorar una isla es “sexo pervertido”, entonces claro.
Durante varios días nadamos desnudos bajo las estrellas. Me encantaron las casas
de colores, los mares cegadores, las montañas, la comida y la gente. Navegamos en
kayak por aguas tan cristalinas que parecía que estábamos en la Atlántida.
Practicamos sexo en calas solitarias, con su mano amortiguando mis gritos, y luego
recogimos conchas para llevarlas a Sailor y Aurora.
Encontramos una tienda que vendía más piñas y Royce se aprovisionó de ellas
como si estuvieran en vías de extinción. Mis mejillas se mancharon de vergüenza
mientras la vendedora sonreía satisfecha.
El tacto de Royce era adictivo. Cada vez que me follaba, mi orgasmo llegaba
desde una docena de sitios diferentes a la vez.
Pero no era sólo sexo, era mucho más. La forma en que me escuchaba, en que se
preocupaba por mí y en cómo estaba en sintonía conmigo. Siempre que paseábamos
por la playa o nadábamos en las aguas cristalinas, hablábamos de todo: de mi carrera,
de sus negocios, de nuestros objetivos y sueños, de nuestros recuerdos comunes.
Siempre había sido una parte importante de mi vida, pero ahora no podía imaginarme
un futuro sin él. Sin nosotros, así.
—¿Qué tipo de guardería tienes en mente?
—Porque tus ojos verdes brillan cuando eres feliz. —Se inclinó hacia delante,
rozando su boca con la mía—. Y cuando te vienes por mí. —Mis mejillas se
encendieron, a pesar de las frías aguas del Caribe—. Te vendrás por mí ahora,
¿verdad, cariño?
Sus manos recorrieron mi cuerpo, sus dedos se engancharon bajo mi top y vibré
de anticipación. Mi cuerpo se apretó más contra él, su piel quemaba la mía incluso
bajo el agua.
—Rodea mi cintura con las piernas. —Lo hice sin vacilar, y sus palmas
recorrieron mis piernas. Mi respiración se volvió errática, mi corazón palpitaba por
la necesidad de sentirlo dentro de mí. Me besó con fuerza y su lengua invadió mi
boca.
—Pues que miren —gruñó, metiendo los dedos entre mis muslos y apartándome
el bañador.
—Puedo sentir tu coño goloso apretando mis dedos. Estás deseando que sea mi
polla, ¿verdad?
—Sí.
—Ruega por ello, esposa. —Sus movimientos eran implacables, su pulgar rodeó
mi clítoris hinchado, antes de detenerse bruscamente.
—Por favor. —Yo era una mujer débil—. Por favor, haz que me corra.
—Oh, mierda... Oh... mi... Dios... —Un grito me desgarró. Tiré de su cabello y
mi cuerpo se tensó mientras me estremecía totalmente. Siguió empujando con los
dedos, provocando mi placer.
Vi cómo su expresión se ennegrecía, pero quien estaba al otro lado de la línea fue
quien más habló. Su actitud se relajó cuando colgó, pero mi curiosidad se despertó.
—¿Pasa algo?
Su mirada se desvió hacia mi teléfono, que estaba sobre la mesa. Se pasó los
dientes por el labio inferior antes de responder:
—¿Por qué?
—¿Quién te avisó?
—Alexei.
—Bermudas.
Zarpamos esa misma noche, y cuando las suaves luces de la isla desaparecieron
de mi vista, ya la echaba de menos. No hubo un solo momento en esta isla que no
me gustara y sólo podía esperar que volviéramos algún día, los tres.
La siguiente isla era un trozo de paraíso. Nos rodeaban árboles tropicales. Los
pájaros piaban. Las olas chocaban contra la costa. El sol brillaba a través de las
grandes hojas de las palmeras, besando nuestra piel. Era todo lo que podía desear y
más.
—Esto es maravilloso. —Me acerqué a Royce, inhalando profundamente su
fresco aroma—. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba estirar las
piernas.
Espera, ¿qué?
Tropecé y habría caído de bruces al suelo de no ser por los reflejos de Royce. Mi
mirada bajó hasta su brazo entintado con el paisaje montañoso que me rodeaba la
cintura, sosteniéndome, y todo en mi interior se agitó como si fuera mi primer
flechazo.
Jesucristo.
Una vez firme sobre mis pies, Royce deslizó su mano hacia la mía, entrelazando
nuestros dedos y continuamos caminando.
—No, pero estoy pensando que podría comprarla. —Levantó una ceja—. Hacerle
una oferta que no pueda rechazar.
—¿Qué-qué? ¿A quién?
Sonrió.
—Lo mismo digo. —Cuando le dirigí una mirada confusa, me explicó—. Estaba
bromeando, pero me gustaría darle una lección a Asher.
Miré a mi alrededor, maravillada por este mundo en el que un solo ser humano
era dueño de toda la maldita isla.
—Está demasiado lejos para nosotros. Llevamos una hora caminando y aún no
hemos visto ni un alma.
—Y la tuya —le recordé. Royce estaba muy unido a sus hermanos y, aunque no
solían estar de acuerdo, formaban una unidad.
—Huh.
—Al igual que tus hermanos, eres un fanático del control cuando se trata de tu
familia. Es un rasgo admirable.
—¿Qué?
Ninguno de los hermanos Ashford hablaba de su difícil relación con su papá, pero
yo sabía por Aurora que lo culpaban del secuestro de Kingston. Aunque, con lo
profundo que era su desprecio, tenía que haber algo más.
—No hablas mucho de tu mamá —le dije en voz baja. En todos los años que
llevaba conociéndolo, rara vez había mencionado a la difunta señora Ashford.
—No. —La respuesta fue cortante, lo que él debió percibir porque me apretó la
mano suavemente—. No hay mucho que decir, sinceramente. Era buena con
nosotros, nos quería incondicionalmente, pero papá le exigía mucha atención. Hizo
que funcionara, y el tiempo que le sobraba lo dedicaba a colmarnos de atenciones.
Byron y Winston veían más de la mierda que pasaba entre ella y papá, así que ella
intentaba compensarlo con ellos dos. Los demás nos conformábamos con lo que
había.
Fue entonces cuando vi una mansión al pie de la colina, que destacaba por su
arquitectura moderna de dos plantas. Sin embargo, encajaba perfectamente en medio
de la hermosa vegetación.
—No te preocupes por eso. Mis hombres lo están sacando del barco mientras
hablamos.
—No hay nada que puedas hacer con este cargamento —dije—. Créeme. No es
mi costumbre.
—Bueno, sea lo que sea, te importa, así que...
—La última persona que intentó robarme acabó en coma —dije secamente,
cortándolo—. Considéralo una advertencia justa. Odiaría dañar esa cara tan bonita.
—Sea lo que sea, ya está aquí. Dejémoslo —dijo Willow, tratando de calmar a
su esposo—. Mientras no sea ilegal.
Mi mirada se desvió hacia Willow, que palideció ligeramente. Había visto fotos
de lo que Royce le había hecho a Stuart Harris. No fue un espectáculo agradable. Si
ella lo había presenciado, era bastante sorprendente que aceptara casarse con él.
—Ummm... ¿qué está pasando? —La nueva esposa de Royce nos miraba, con los
ojos muy abiertos, girando la cabeza mientras intentaba seguir nuestro
intercambio—. Siento que me perdí una parte importante de la conversación aquí.
Pensé que estábamos alquilando el barco, Royce.
—Lo estaban, hasta que dejaron de hacerlo —le dije con suficiencia, y luego le
tendí la mano—. Soy Asher Varangr.
Vacilante, me tomó la mano y me la estrechó.
—Willow Auc...
—Bueno, ya que estás aquí, ¿por qué no te unes a mí para una fiesta que estoy
organizando? —dije, dirigiéndome a Royce—. Quizá la recuerdes como la que suele
organizar tu hermano Winston.
—¿Cuándo se detuvo?
Una mirada calculadora pasó por la expresión de mi medio hermano, y supe que
estaba atrapado en un recuerdo. La fiesta siempre atraía a los invitados más
pervertidos y Royce entraba en esa categoría.
Con eso, les insté a seguir adelante, acercando mi plan un paso más a su
realización.
Royce
—Por el amor de Dios, Royce. Con la mierda que pasó con papá, no podemos
tener gente investigándonos.
Ah, sí: nuestro hermano Winston acabó por fin con el gran senador Ashford, y
todos estamos mejor por ello pero ese secreto nunca se filtraría. Los medios de
comunicación siempre habían estado obsesionados con nuestra familia, llamándonos
los Billionaire Kings (Reyes Multimillonarios) debido a la fortuna que nos había
dejado nuestra madre. Si no teníamos cuidado, estarían husmeando detalles sobre
nuestra familia las veinticuatro horas del día. Los habíamos mantenido a raya
durante las últimas décadas y seguiríamos haciéndolo ahora. Byron, como de
costumbre, estaba haciendo un elefante de una mosca.
—¿Qué quieres que te cuente de Stuart? —dije con indiferencia, dirigiendo una
mirada a la puerta del baño. La ducha acababa de dejar de funcionar, lo que
significaba que Willow saldría en cualquier momento—. En todo caso, le hice un
favor a él y a su temperamento. Espero que ahora tenga más control.
—Jesucristo.
—Si estás a punto de rezar, házmelo saber para que pueda colgar. —
Probablemente no era el mejor momento para burlarme de él. Siempre se tomaba
todo demasiado en serio—. Sólo ponte en contacto con nuestro abogado y deja que
él se encargue. Este asunto con Stuart está siendo exagerado debido a quiénes son
sus padres. Fue él quien le puso las manos encima a Willow, y tengo pruebas que lo
demuestran. Ni él ni su familia me amenazarán por lo más mínimo.
—Juro por Dios que si supiera que no entristecería a Willow, te mataría ahora
mismo.
—Tal vez deberías considerar asesinar a los padres de Stuart. Son tan corruptos
como lo era papá.
—Estoy de acuerdo. Hazme saber lo que puedo hacer —dije en tono inexpresivo.
Podía oír la respiración exasperada de Byron a través de la línea—. Por supuesto,
preferiría que las ejecuciones tuvieran lugar fuera de Estados Unidos hasta que se
asiente el polvo y se retracte esa orden.
Un plan perfecto.
—¿Quién?
Para hacerme transportar cualquier mierda que hubiera escondido en ese barco.
Lo irónico fue que lo registré para asegurarme de que no quedaba alguna mierda por
ahí y no encontré nada. El cabrón era bueno.
—¿Contigo? Ni remotamente.
—La vida es una mierda —me burlé. A pesar de que mis hermanos y yo no
siempre estábamos de acuerdo, nos cubríamos las espaldas—. Pararé en Venezuela
y en algunos puertos sudamericanos para hacer algunos negocios.
—Tal vez deberías renunciar a Sudamérica. Vuelve para que podamos esconderte
a ti y a Willow...
—No.
—No estás siendo razonable, hermano.
—Aurora tendrá tus pelotas. —Nuestra hermana era la jefa y todos lo sabíamos.
Ella decía salta, y le preguntábamos qué tan alto—. ¿Qué hará entonces tu bella
esposa?
—Por mucho que esto haya sido un placer, Byron... —No—. Me tengo que ir.
Me mantendré en contacto.
Terminé la llamada antes de que pudiera decir otra palabra y clavé los ojos en mi
esposa. Mierda, era preciosa. Sus ondas castañas caían por su espalda, tentándome a
tomarla ahora mismo y follármela en todas las posturas posibles.
Willow se puso delante de mí y me separó las piernas para poder colocarse entre
ellas.
—¿Todo bien?
—Perfecto. —Las mentiras piadosas no hacían daño. Rodeé su cintura con una
mano y la acerqué más a mí. Mi palma bajó hasta su culo, recorriéndolo
cariñosamente.
—¿Qué?
—Eso es un no.
—Voy a ser tu primero. —Le froté las nalgas. Cuando me miró confusa, añadí—
. Quiero ser el primero en follarte el culo. Yo debería haber sido tu primero en todo.
—Te conseguiremos un plug anal. —Una sonrisa adornó sus labios carnosos
mientras colocaba sus manos sobre mis hombros—. ¿Estarás empapada cuando te
folle el culo?
—De esas en las que la gente folla y ve cómo follan a otros. —Me incliné más
hacia ella, hundiendo mis dientes alrededor de uno de sus pezones a través del
material—. Oh, nena, ¿sin sujetador?
Se echó hacia atrás y respiró con dificultad. Tenía los ojos llenos de
preocupación.
—Ro-Royce...
—Lo quiero todo contigo —dijo con voz suave—. Sólo necesito saber que tú...
—Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Que serás sólo tú tocándome.
—Nadie te tocará excepto yo. —La posesión en mi voz era como un volcán a
punto de entrar en erupción, pero debía de ser la tranquilidad que ella necesitaba.
Era jodidamente mía y siempre lo sería. Sólo porque no asesiné a Stuart, no
significaba que no mataría a cualquiera que se atreviera a tocar a mi esposa—.
¿Quieres un adelanto?
Me levanté, le di la vuelta y la incliné sobre la cama. Miró por encima del hombro
mientras le rodeaba la cintura con el vestido. Metí la palma de la mano entre sus
piernas y le quité las bragas.
—Voy a follarte —gruñí—. No te vas a lavar después. Quiero que andes por ahí
con mi semen dentro de ti, goteando por el interior de tus muslos. —Le di una
palmada en el coño—. ¿Entendido?
Gritó sorprendida.
—¿Qué...?
—Voy a pasearme con tu semen entre mis piernas —gimió, llevándose una mano
a las piernas.
—No te toques. —Mi palma aterrizó de nuevo en su coño con una sonora
bofetada, su humedad haciendo ruidos obscenos—. Y esto es por hacerme esperar,
mi hermosa esposa.
—Fue una ducha rápida —protestó mientras deslizaba mi dura polla por sus
pliegues empapados, a punto de entrar. Llevé la mano a su cadera, hundiendo los
dedos en su carne mientras con la otra le agarraba la garganta.
Me solté y penetré en su apretado cuerpo. Ella gimió, yo gruñí. La follé con una
furia salvaje, convirtiéndola en un desordenado desastre. Dentro y fuera. Más fuerte,
y más rápido, cada embestida me acercaba más al nirvana.
—Sólo tú encontrarías algo malo en esta escena —me reprendió con una risita,
señalando una hilera de velas rojas—. A mí me parece romántico.
Estábamos a punto de llegar a las escaleras cuando una foto me llamó la atención
y me detuve, frunciendo las cejas. Era de una mujer joven, de rizos rubios y ojos
azules y tristes, con un bebé en brazos.
—Tal vez adoptó —ofreció Willow. Pero mi instinto me advirtió que era otra
cosa—. ¿Qué estás haciendo?
—Voy a hacerle una foto y enviársela a Byron. Él era mayor cuando ella estaba
cerca. La reconocerá. —Con un sonido, la foto estaba de camino a mi hermano.
Antes de que pudiera guardar el móvil, recibí un mensaje.
¿Por qué me envías fotos de nuestra criada? No quiero que mi mujer piense que
tengo ojos para otra que no sea ella.
Borra el mensaje.
Nos giramos lentamente y nos encontramos cara a cara con él. De pie, con un
vaso de ron en la mano, sus ojos de un azul estrafalario parpadeban hacia la foto.
—Mierda. —Willow acabó siendo la que cortó por lo sano—. Tu papá sí que
sabía moverse.
Eso hizo, y por alguna razón, el viejo nunca aprendió a usar un puto condón.
Willow
Por un momento, me quedé demasiado aturdida para procesar todo aquello, pero
luego tuve que soltar la primera estupidez que se me ocurrió.
Asher se metió la mano que no sostenía el ron en el bolsillo del traje, con un aire
de indiferencia arremolinándose a su alrededor. Sin embargo, tuve la clara sensación
de que ocurría todo lo contrario.
—No es que te deba ninguna explicación, pero no. No lo sabe. —La furia
emanaba de él en oleadas, pero para su crédito, la mantuvo a raya.
Tragué fuerte pero ninguno de los dos me prestó atención. Sus miradas se
enzarzaron en una silenciosa batalla de voluntades.
—¿Dónde está tu mamá ahora? —Royce gruñó—. Quiero saber por qué se abría
de piernas para mi papá bajo el techo de mi madre. ¿No tiene vergüenza?
Mis ojos se abrieron de par en par, volando entre los dos hombres. Royce era
tranquilo y menos intenso que sus hermanos. Hasta que se cabreaba. Entonces daba
rienda suelta a la ira que tenía embotellada en su hermoso cuerpo.
—Basta, los dos —siseé—. O tendrán una psicópata embarazada en sus manos.
—¿Alguna vez se te ocurrió que tal vez mi madre no tenía otra opción? —Asher
finalmente dijo—. Tu papá era un cerdo.
El significado de sus palabras caló hondo y pude sentir cómo el cuerpo de Royce
ardía con esa ira familiar que reservaba para su papá.
Me mordí el labio, la pena me invadió. Era otro ejemplo de lo afortunada que era.
Mis padres eran... bueno, normales. Sí, habíamos tenido nuestros altibajos, pero
nuestra relación no tenía nada que envidiar al drama de la familia Ashford.
—¿Por qué trabajas como capitán para Amon Leone? Es obvio que estás forrado
—dijo Royce, cambiando rápidamente de tema. Conociéndolo, esperaría a hablar
con Aurora y sus hermanos para explorar esta nueva relación entre medios
hermanos.
—Bueno, si alguna vez necesitas ayuda, tienes mi número —dijo Royce de mala
gana—. Aunque, la próxima vez que me tiendas una trampa para transportar tu
mercancía ilegal, tendré que pegarte un tiro.
—¿Estás bien? —susurré en voz baja, lanzando una mirada por encima del
hombro para asegurarme de que estábamos solos. Asher desapareció después de
recibir una llamada, y nos dirigimos con paso firme hacia esta... fiesta inmersiva—.
Si quieres, podemos irnos.
—Mierda, no. El tipo nos tenía contrabandeando mercancía para él. Lo menos
que puede hacer es hacernos pasar un buen rato. —Agachó la cabeza y su boca rozó
mi oreja—. Además, tengo curiosidad por ver tu reacción.
Se me revolvió el estómago al ver el brillo oscuro de sus ojos, el mismo que tenía
cuando me follaba, y me invadió una pequeña oleada de excitación.
—¿Quieres que te haga cosas traviesas, esposa? —me dijo, y el suave timbre de
su voz me provocó un cálido escalofrío. Junto con el semen que sentía gotear en mi
interior, esta noche iba a ser muy larga.
—Si hubiera sabido que eras tan insaciable, me lo habría pensado dos veces antes
de casarme contigo —bromeé, mintiendo entre dientes, pero de pronto su expresión
se volvió seria y sus pasos se detuvieron.
—Estaba bromeando. Nunca serás demasiado, Royce —le dije, mirándole a los
ojos—. Eres suficiente. Llevo años enamorada de ti. Desde el instituto, en realidad.
—Hemos cambiado. —Asentí—. Pero hay una cosa que quiero que sepas. —Se
quedó quieto, esperando a que continuara—. No hay una sola parte de ti que no me
encante. Eres perfecto tal y como eres —respiré, con las emociones sofocándome—
. Siempre has sido perfecto.
—No lo soy —ronroneó, con las emociones arremolinándose tras aquellos ojos
oscuros.
—Lo eres para mí. —Me acarició la cara con sus ásperas palmas e inclinó la
cabeza para rozarme con la punta de la nariz. Exhalé un suspiro, amando su
cercanía—. No quiero que te contengas nunca conmigo, Royce —le dije con
seriedad, apretando los labios contra los suyos y esperando hacérselo entender sin
tener que decirlo abiertamente—. Quiero que lo hagas todo conmigo.
—Te amo, cariño. —Mi corazón alzó el vuelo y temí que nunca volviera a la
tierra. Me sentí ligera como una pluma, viendo sus ojos oscuros brillar y bailar. Por
mi mente pasaron recuerdos que se remontaban a la primera vez que nos besamos, y
suspiré cuando dijo—: Tú y este bebé son míos. He tardado demasiado en darme
cuenta, pero ahora lo gritaré a los cuatro vientos. Ya nada nos separará jamás. Tú y
yo, cariño, llevamos una década formándonos.
Las lágrimas me nublaban la vista cuando me puse de puntillas y le di un beso en
la boca.
—Willow, quiero decir cada palabra. Te amo y quiero hacerlo todo contigo.
Contigo y sólo contigo.
—¿Lo haces?
—Nunca te superé. —Todo en este hombre era perfecto—. Tuviste que llegar
como el príncipe azul para que lo entendiera. Para darme cuenta de que eras tú quién
tenía mi corazón y por qué no podía encontrar la felicidad en otra parte.
Las cosas habrían sido más sencillas si lo hubiera hecho, pero la vida tenía una
manera de funcionar por sí sola.
—El mío también —me susurró al oído—. Siempre quise mi propia Cenicienta
y ahora te tengo a ti.
—Ha sido perfecto. —Dejé que mis ojos se ablandaran al pronunciar de nuevo
esa palabra.
Su acalorada mirada se detuvo en mí. Esto era real. Era real y era todo mío. Pasara
lo que pasara.
—¿Cómo he tenido tanta suerte? —Su voz era áspera y tuve la sensación de que
sentíamos las mismas emociones.
—Yo podría hacerte la misma pregunta —dije con una sonrisa. Su boca rozó mis
mejillas, solo para volver a la comisura de mis labios.
Antes de que pudiera decir nada más, me mordió el labio inferior. Con fuerza.
—¿Y Stuart?
No tenía sentido pensar en Stuart y en lo que Royce le había hecho -sólo pensarlo
me hacía estremecer-, pero lo cierto era que mi esposo era sobreprotector, irascible
y vengativo. Siempre había amado y aceptado esas cosas de él.
—Ahora, muéstrame esta fiesta pervertida, quiero ver de qué se trata —le dije
suavemente—. Y luego puedes llevarme de vuelta a nuestro barco y mostrarme todo
lo que te gusta.
Willow
Cuando por fin bajamos las escaleras, un mayordomo nos esperaba con dos copas
de champán. Optamos por no tomarla: estaba embarazada y Royce no era de los que
beben champán.
Del techo muy alto colgaba una lámpara de araña, cuyo brillo proyectaba sombras
sobre las paredes pintadas de negro y carmesí. De las ventanas colgaban elegantes
cortinas de terciopelo que garantizaban la intimidad. No es que nadie mirara por las
ventanas en esta isla privada, pero habían conseguido el efecto. La habitación de
acento rojo destilaba pecado.
—No, no creo que sea eso. —El ambiente se enrareció, susurros silenciosos
zumbando a nuestro alrededor. Mi mirada recorrió la sala y todos los ojos se posaron
en nosotros. Era como ser observados por una manada de lobos—. De repente me
siento como una presa.
—No te preocupes, nadie se nos acercará. Ladran más que muerden —aseguró
con seguridad.
Había una sección VIP al otro lado de la sala y nos condujo hacia ella. Una vez
que nos acercamos, vi que estaba separado por una ventana de vidrio. Los opulentos
suelos de mármol pasaban del negro al blanco, y en el centro había un sofá y un
sillón de dos puestos de felpa y chenilla. En un rincón, justo después de la mesa y la
alfombra de felpa, crepitaba una chimenea, lo que la convertía en el lugar acogedor
ideal. Sentí que los hombros se me caían de las orejas al instante, relajándome a cada
paso.
—¿Por qué íbamos a contarle a nuestra hermana pequeña y a sus amigas una
mierda como esa?
—Era la opción más segura y responsable para todos. —Le dirigí una mirada
confusa, y la diversión asomó a sus ojos—. Habríamos matado a cualquiera que se
atreviera siquiera a mirar hacia ti.
—Por eso me quieres. —Su mirada recorrió mi rostro antes de posarse en mis
ojos—. Si en algún momento de esta noche quieres irte, dímelo. Quiero asegurarme
de que estés cómoda.
—Quiero hacer esto, sea lo que sea. Mientras lo hagamos juntos. —Tomé su
mano entre las mías—. Estoy emocionada.
Santo cielo.
Willow
De la nada, al menos eso parecía, apareció una cruz de San Andrés en medio de
la pista de baile.
Dos hombres trajeados y una mujer rubia con un vestido de verano blanco
transparente se pararon frente a ella, atando sus muñecas a la cruz y yo jadeé.
Incapaz de apartar la mirada del trío, observé cómo los dos hombres la tocaban
como si sus vidas dependieran de ello, mientras ella se retorcía contra la cruz con
sus muñecas atadas. Tenía la falda ceñida a la cintura y el coño a la vista de todos.
Los tirantes se deslizaban dejando al descubierto sus pechos y sus turgentes pezones.
Se arqueó y se agitó contra las ataduras. La expresión de su rostro era de puro gozo
mientras las manos de los hombres exploraban su cuerpo, hambrientos y rudos.
—Lo hago.
Odiaba la idea de que alguna mujer hubiera sentido sus manos o sus labios.
Mierda, ¿por qué estaba celosa? No era como si estuviéramos juntos entonces… Y,
sin embargo.
Claro, yo era aventurera y estaba dispuesta a probar cualquier cosa al menos una
vez, pero esto era diferente. Antes de que pudiera decir nada más, gruñó:
Otro gran sofá, justo delante de la pared acristalada que iluminaba la sala,
permitiría observar a todos los que estaban fuera.
Se sentó a un lado del sofá, frente a mí, y percibí algunas miradas sobre nosotros.
Inclinó la cabeza.
—¿Te incomoda?
—No —admití, con las mejillas encendidas. Bajé la mirada hacia mi inexistente
bulto y me moví incómoda—. Es solo que...
—¿Es sólo qué? —insistió, agarrándome la barbilla entre unos dedos fuertes que
ahora sabía que podían provocarme un placer alucinante. Era algo que sería
imposible de olvidar.
—No lo sé —murmuré.
—Lo sabes.
Respiré hondo, con los pezones sensibles presionando contra la tela transparente
del vestido y un escalofrío me recorrió, la excitación acumulándose entre mis muslos
y el dolor palpitante de la necesidad. Crucé las piernas, en un débil intento de
controlarme.
Su mirada patinó por mi cuerpo como si fuera consciente del impacto que sus
palabras tenían en mí. Había una corriente eléctrica entre nosotros y las chispas
aumentaron cuando me empujó con un dedo para que descruzara las piernas.
Mantuve las rodillas juntas, apretando los muslos bajo la falda pero Royce no lo
permitió. Con cada mano en el interior de mis muslos, los abrió.
—¡Ay!
—Dije que quiero ver tu coño desnudo. Tengo hambre. —Más calor se apoderó
de mi cuerpo y cada fibra de mí se licuó bajo su atenta mirada y sus sucias palabras.
Con dedos temblorosos, abrí las piernas de par en par, mientras el poder y el hambre
luchaban en sus ojos—. Buena chica, ahora abre los labios.
Me apoyé en un brazo y separé las rodillas, con los talones apoyados en el borde
del sofá e hice lo que me ordenó.
Su mirada se clavó en mi coño y cada segundo que pasaba desnuda ante él -y ante
cualquiera que me observara-, más excitación se acumulaba en mi interior,
resbalando por mis muslos.
Su mirada se desvió hacia la mía y cerró el puño sobre el respaldo del sofá. En
sus ojos se encendió un hambre cruda, complacido por mi atrevimiento.
—¿Quieres eso? —preguntó—. ¿Que te coma el coño y te folle mientras todos
miran?
Los ojos de Royce estaban fijos en mí, prometiendo darme lo que quisiera.
—Sí —solté de inmediato, la piel de gallina brotando sobre mí. Mientras Royce
fuera el único que me tocara, quería probarlo todo con él.
Su sonrisa hizo que la sangre corriera por mis venas y burbujeara de expectación.
Se levantó y se inclinó hacia delante, agarrándome la mano.
—Es importante que sepas que puedes parar esto cuando quieras. —Sus dedos se
entrelazaron con los míos y me estudió mientras pronunciaba las siguientes
palabras—. Te daré placer, dolor, euforia. Pero recuerda, tú siempre tienes el control.
—Su mirada volvió a las yemas de sus dedos que trazaban mi mano—. La única
forma de que esto funcione es que confiemos el uno en el otro.
Llené mis pulmones de aire mientras pensaba en lo que había dicho y en cómo
responder. Apreté su mano y me encontré con su oscuridad.
—No hay nadie en quien confíe más que en ti, Royce. Sea cual sea tu fetiche...
me apunto. —Le dediqué una sonrisa ladeada—. Pero por el amor de todo lo sagrado,
fóllame ya.
Royce se apresuró.
Mi control se hizo añicos. La incliné, con las palmas de las manos apoyadas en
el cristal y le levanté el vestido. Apreté mi cuerpo contra el suyo y mi polla contra la
suave curva de su culo. Apreté los labios contra su delicado cuello y disfruté
sintiendo su pulso acelerado.
—¿Lista, esposa?
Miró por encima del hombro, sus ojos se cruzaron con los míos y se le escapó un
pequeño gemido.
Esta mujer, mi esposa, era mía. Sus pechos. Su culo. Su coño. Jodidamente toda
mía. Me acerqué y separé sus muslos, deslizando mi dedo por sus pliegues. Estaba
empapada. Tan jodidamente húmeda que mis dedos se mojaron en cuestión de
segundos.
Empujé más adentro y su coño se apretó alrededor de mis dedos. Echó la cabeza
hacia atrás, mirándome por encima del hombro con los párpados pesados y sus
mejillas sonrojadas. Con la mano libre, le agarré el cabello y tiré de él hacia atrás,
consciente de que otros miembros de la fiesta nos observaban pero, en realidad,
apenas podían vernos. Sólo se verían nuestras siluetas, ya que había atenuado las
luces.
Entonces, sin previo aviso, retiré los dedos y se los llevé a la boca. Sus labios se
abrieron y los chupó hasta dejarlos limpios. Jodidamente hermosa.
Sin dejar de agarrarle el cabello con una mano, deslicé mi polla dura como una
roca por sus pliegues y la penetré de golpe. Estaba tensa, sus paredes se cerraron en
torno a mi polla como una prensa.
Sus gemidos vibraron hasta mi pecho mientras me la follaba con fuerza. Se sentía
como en el cielo. Algo a lo que no tenía derecho pero que agradecía. Lo que quedaba
de mi control se desintegró mientras la follaba sin descanso. Ella correspondía a cada
una de mis embestidas con un gemido.
Su cuerpo se hundió en mí, buscando mi consuelo. La giré hacia mí, le pasé las
manos por los muslos, las caderas y los hombros, y le di un beso abrasador. Ella
sería mi muerte.
Willow
El sexo con Royce era explosivo, hermoso, emocionante y cada vez mejor que el
anterior.
Tenía todo el cuerpo apretado contra el cristal mientras mis músculos temblaban
y sospechaba que mi esposo no había terminado conmigo. Me acarició la nuca con
suaves besos y sus manos recorrieron mi cuerpo, pasando por cada plano y hendidura
hasta aterrizar en mi vientre.
—¿Demasiado rudo?
Royce se enderezó y se deslizó fuera de mí, luego me bajó el vestido para que
volviera a estar decente.
Me rodeó con los brazos, acercándonos pecho con pecho y suspiré contra él. El
sexo fue maravilloso y no mentía cuando le dije lo rudo que me gustaba, pero sus
cuidados posteriores fueron como un bálsamo relajante.
Me giró la cabeza con una mano y cerró su boca sobre la mía. Metió la lengua y
me tragué su gemido.
—De acuerdo.
—Te aseguro que no lo es. —Royce se le echó encima—. ¿Qué mierda estás
haciendo aquí? Esto es una fiesta exclusiva.
Quizá nos seguían y nos arrastrarían para responder por la violencia de Royce.
—Si hubiera sabido que ustedes dos estarían aquí, habría traído a la policía. —El
señor Harris intentó agarrarme del brazo y Royce lo apartó de un empujón, haciendo
que el viejo tropezara. Miró a Royce con una mirada asesina—. Ustedes dos son
criminales.
Eso los hizo callar pero sólo temporalmente, ya que la viciosa y agotadora
corriente robaba todo el oxígeno de la habitación. La señora Harris rompió el
silencio.
—¿Y? —La expresión de Royce se endureció—. ¿Creías que eso significaba que
estaba dispuesta a soportar los abusos de tu hijo? Él mostró sus verdaderos colores
y Willow hizo su elección. Ahora, ¿qué carajo están haciendo aquí?
La señora Harris se echó hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada.
—Stuart no es abusivo.
Royce se burló.
—Díselo a las mujeres a las que ha hecho daño. —Sus ojos se desviaron hacia el
señor Harris—. O a su esposo. Ciertas tendencias vienen de la familia, ¿no? ¿A
dónde cree que van a parar todos los cheques que firma? ¿A la caridad?
Estaba segura de que en la cabeza de esta mujer no rondaba ni un solo
pensamiento inteligente. O eso, o estaba voluntariamente ciega para no ver que su
hijo tenía serios problemas y que su esposo era una escoria.
Observé cómo una sonrisa aceitosa se dibujaba en el rostro del señor Harris, cuya
calva brillaba incluso bajo las tenues luces.
—Juro por Dios que, si se me acerca, voy a perder la cabeza —murmuré en voz
baja, acercándome a Royce.
El papá de Stuart rondaba los sesenta pero el trabajo que se había hecho le hacía
parecer veinte años menos, más joven, aunque brillante y plastificado. Y su mujer
no era diferente. Al parecer, ambos estaban desesperados por conservar su juventud,
lo que podría explicar por qué eran los más viejos de la fiesta.
Fruncí el ceño cuando comprendí sus palabras. ¿Qué mierda quería decir con eso?
—¿Le harás lo que le hiciste a mi hijo? —chilló la señora Harris, atrayendo más
atención hacia nosotros—. Por suerte, tuvo el suficiente sentido común para seguir
nuestro consejo y preñar a ésta. Al menos no todo está perdido.
—Repite eso. —Su tono era tranquilo pero respiraba un frío ártico.
—Será mejor que empieces a explicarte. —Le rodeó el cuello con la mano, con
la furia desprendiéndose de él en oleadas—. Antes de que castre a tu esposo y te
destripe viva.
Los ojos de Asher se desviaron hacia mí y levanté una mano. Exhaló y se giró
hacia Royce.
—Suéltala, Royce —dijo Asher con calma—. Haré que los echen y me aseguraré
de que mi secretaria los elimine de la lista de invitados. —Sus ojos se encontraron
con los míos—. ¿Quién mierda son?
—¿Qué herencia?
Al parecer, pasé por alto lo jodidamente loca que estaba la familia de mi ex.
Royce
—Me alegra saber que a partir de ahora no seré el único hijo bastardo —comentó
Alessio secamente.
Típico de Kingston.
—Supongo que Kingston no nos acompañará en esta discusión —declaró
Winston con ironía.
—Olvídate de Kingston por ahora —dije—. ¿No te jode que sea tu amigo y no
se le haya ocurrido decirte nada? Mierda, fue tu padrino —murmuré.
Davina era nuestra media hermana y se casó con Liam Brennan, un mafioso
irlandés pero era muy reservada.
Sonreí.
—Parece que les gustan las fiestas. Han venido a las cuatro últimas, según Asher.
—De acuerdo, ¿podemos dejar la charla sobre la fiesta sexual por ahora? —dije,
molesto. Necesitaba que mis hermanos analizaran la información con la cabeza
despejada. Y yo necesitaba aclarar mis ideas antes de ceder y asesinar a todo el clan
Harris—. La familia de Stuart quiere algo de Willow y necesito saber qué.
—¿Qué quieres decir? —Byron era el más serio y responsable de mis hermanos.
También era ferozmente protector con Willow y Sailor porque las vimos
prácticamente crecer con nuestra hermana pequeña.
—No puede ser dinero —afirmó Byron pensativo—. Los Auclair son
económicamente estables pero ni de lejos tan forrados como la familia Harris.
—Sea lo que sea, necesito tu ayuda. —Byron era un adicto al trabajo y, lo que es
más importante, trabajaba con información. Tenía todos los contactos adecuados y
sabía cómo penetrar cortafuegos, incluso al más alto nivel de seguridad—. Podría
ser de vida o muerte.
—Así es y esta vez no es diferente. —Seguir mis instintos solía ser lo que me
mantenía con vida durante mis misiones en el extranjero.
Winston puso los ojos en blanco: creía en la lógica.
Una voz de niño sonó en algún lugar del fondo y no tardó en aparecer mi sobrino
Kol, rebotando en una silla.
Entonces Kol se giró hacia su papá, Alessio, que le pasó el brazo por encima del
hombro con orgullo.
—¿Qué pasa, amigo? Creía que ibas a acostar a tu hermana con maman.
—Ya está dormida —anunció Kol—. Mamá dice que si no te levantas en cinco
minutos, va a jugar sola al juego —añadió, haciendo que la cara de Alessio se tiñera
de rojo sangre—. ¿A qué juego está jugando, papá?
—¿Qué mierda? —exclamó Byron mientras Winston ponía los ojos en blanco.
Click.
—Podemos estar allí mañana —me ofreció Winston, animándome. Byron solía
ser demasiado serio y a Winston le gustaba joder a la gente.
—No empieces con tus mierdas conmigo —refunfuñé—. Serás tan sutil como un
mazo, mientras tanto yo estoy aquí tratando de ocuparme de la amenaza para que
Willow no se dé cuenta.
—De todos modos, me voy a jugar con mi esposa. —Byron estaba sonriendo a
lo grande y me dieron arcadas ante la insinuación—. Royce, llamaré a River y veré
si puede averiguar algo sobre los padres de Stuart.
—¿Royce?
—Todo el asunto con Stuart, luego sus padres esta noche... Me trajo un recuerdo.
—¿Qué, cariño?
—La noche que Anya se quedó embarazada. —Su voz apenas superaba un
susurro, casi como si temiera que sus palabras revivieran la pesadilla—. Sailor,
Aurora y yo salimos de fiesta en Miami. Nos metimos en problemas y Anya terminó
golpeada y... violada.
Me puse rígido. Al parecer, esta era una de las pocas cosas que mi hermana nunca
compartió con mis hermanos y conmigo.
—¿Quién lo hizo?
—Está muerto. —Tenía la palma de la mano sobre mi pecho, casi como si
necesitara los latidos de mi corazón para tranquilizarse—. Prometimos no hablar
nunca de ello. He hecho bastante bien en apartarlo de mi mente durante tanto tiempo,
pero...
—No es culpa tuya. Todo lo que pasó con Stuart probablemente lo desencadenó
—susurré suavemente, y luego tiré de ella más cerca—. No es tu culpa, Willow, ¿lo
entiendes?
—Por si algún idiota intenta entrar en nuestra habitación. Nos iremos al amanecer
—dije mientras me deslizaba de nuevo en la cama y ella se acurrucaba cerca—. ¿Y,
Willow?
—¿Sí?
Durmió toda la noche, arropada bajo mis brazos, justo donde debía estar.
Willow
El brillante océano nos rodeaba pero sus colores parecían más grises que cuando
nos anclamos aquí por primera vez, aunque los acontecimientos de ayer podrían
haber sido los culpables de ello. Recordé las acusaciones de los Harris y la furia de
Royce en la fiesta.
Cuando volvimos a nuestra habitación, Asher hizo que los echaran. Sólo después
de que la señora Harris se pusiera a llorar como un bebé, gritando que su yate estaba
a un día de distancia y que le daba miedo la jungla, los metió en un helicóptero y le
dijo a su piloto que los dejara en las Bermudas. Los demás invitados se quedaron,
probablemente ansiosos por volver a sus lujosos barcos que tenían previsto
recogerlos mañana a una hora determinada.
Me sentí violada, nunca se me había pasado por la cabeza la idea de que aquellos
enfermos me hubieran atrapado para dejarme embarazada. No podía creer lo
estúpida que había sido, lo confiada. No quería tener a mi hijo cerca de la familia
Harris pero no sabía cómo mantenerlos alejados. Parecía imposible aislar a Stuart y
a sus padres pero esperaba que Royce tuviera un plan. Si alguien tenía el dinero y el
poder para rivalizar con la familia de Stuart, era él.
Las manos de Royce me rodearon la cintura y me sobresalté, apretando las manos
en la barandilla hasta que los nudillos se me pusieron blancos.
Me hizo girar hacia él y me levantó la barbilla con dos dedos. Nuestras miradas
se encontraron y separé los labios. Me pasó suavemente el pulgar por el labio
inferior, atrapándome en la intensidad de sus ojos oscuros.
—No te preocupes por nada, Willow. Nunca pondrán sus sucias garras en ti o en
nuestro bebé.
Suspiró.
Cerré los ojos y apreté la oreja contra su pecho, escuchando los latidos de su
corazón.
Le creí porque en todos los años que llevaba conociéndolo, nunca había roto una
promesa.
Royce
Nos quedamos así hasta que el barco gimió y un relámpago surcó el cielo.
Me separé de ella, la tomé de la mano y corrí hacia la cabina del piloto, donde
tomé el timón.
—Sólo era cielo azul —dijo Willow, con preocupación y cautela en la voz.
—El tiempo puede ser impredecible aquí. Para ser sincero, hasta ahora hemos
tenido suerte. —Una poderosa ola nos sacudió, haciendo que Willow tropezara
contra la puerta. Otra enorme ola se levantó, como el mismísimo Poseidón—.
Aguanta, Willow.
Ningún barco era insumergible pero no se lo dije. En su lugar, opté por lo más
parecido a la verdad.
—Estamos a salvo —dije.
—No durará —le aseguré, manteniéndola apretada contra mí. Volví a centrar mi
atención en el horizonte, guiándonos a través de la tormenta.
Durante los siguientes treinta minutos, atravesamos la tormenta que se disipó tan
rápido como apareció.
Sonrió y respiré con calma por primera vez en años. Llevaba un vestido de verano
azul claro que hacía que sus ojos parecieran más azules que verdes. Estaba guapa
con cualquier cosa, pero me encantaba con vestido.
Enredé sus rizos oscuros en mi muñeca y le eché la cabeza hacia atrás. Se mordió
el labio inferior, con la excitación visible en el rostro. Puse en marcha el piloto
automático y dirigí toda mi atención a mi esposa.
—¿Qué te parece prolongar nuestra luna de miel y combinarla con algunos viajes
de negocios?
Se encogió de hombros.
Le agarré el culo perfecto con la mano que me quedaba libre, mientras mi polla
se tensaba contra el bañador. Esta mujer podría llevar un saco de papas y aun así
excitarme porque con mis manos sobre ella, parecía mía.
—Todo. —Cerró los ojos y exhaló—. Estoy cabreada porque me atraparon con
un condón defectuoso. —Un escalofrío se instaló en el aire—. Estoy muy enfadada
con ellos pero aún más conmigo misma. Debería haber tenido más cuidado.
—Puede que lo hagan pero no llegarán hasta ti. Usaré todos mis recursos para
destruirlos.
Aunque fuera lo último que hiciera, eliminaría toda amenaza para Willow. Confié
en mis hermanos con mi vida y la de Willow, y sabía que lo harían. De una forma u
otra.
—Gracias. —Así como así, la tensión en sus hombros se alivió un poco—. ¿Qué
quiso decir el papá de Stuart sobre un arresto ciudadano cuando nos vio? —preguntó.
—Está delirando.
Podría admitir que aquel día en la habitación del hotel probablemente no fue uno
de mis mejores momentos pero el cabrón se lo merecía por lo que le hizo a Willow.
La ira empezó a burbujear de nuevo y tuve que contenerla.
—La orden de arresto será retirada, sólo espera y verás. No tienen un caso contra
nosotros.
Mierda, quería preguntarle a Asher si fue él quien limpió la habitación del hotel
después de nosotros. O conociendo a Alexei, podría haber sido él.
—No lo hiciste. Quiero que tú y el bebé sean felices y estén a salvo. —Le di una
palmada cariñosa en el culo—. Así que mejor que así sea.
Una sonrisa rozó sus labios carnosos y jadeó, como horrorizada por mi gesto.
—¿O qué?
—O te azotaré.
—Azotes y felicidad, supongo que van de la mano —bromeó con voz ronca, y su
excitación se disparó directamente a mi polla.
—¿Quieres que te castigue? —Bajé la voz—. Puede que te duela, pero gritarás
de placer. —Su respiración se agitó y se le puso la piel de gallina—. ¿Quieres eso?
—Ella asintió—. Usa tus palabras, esposa.
Miró por encima del hombro, con los ojos vidriosos de lujuria, cuando le subí el
vestido hasta la cintura y la encontré desnuda.
—Azótame otra vez... —El shock me inundó, y supe que nunca podría dejar de
amar a esta mujer.
Mis dedos acariciaron su piel antes de azotarla unas cuantas veces más y sus
gemidos y quejidos se hicieron más fuertes con cada azote. Se estrechó contra mí y
su excitación me llenó las fosas nasales.
—Mmmm.
—¿Te gusta? —Ambos sabíamos que no necesitaba preguntar. La prueba estaba
untada en mis dedos. Estaba empapada. Mi dedo índice conectó con su agujero,
untando la humedad a su alrededor y luego empujé suavemente la punta de mi dedo
hacia adentro. Mi mano libre conectó con su nuca—. Contéstame.
Dejó escapar un sonido de necesidad y luego dijo con voz apenas audible:
Era la respuesta que necesitaba. Me quité el bañador y la penetré hasta las pelotas.
Se movió hacia delante y su frente se apoyó en el timón del capitán.
La aprisioné contra el timón y entré y salí de ella con fuerza y rapidez. Mientras
la penetraba como si fuera la última vez, la punta de mi dedo entraba y salía
suavemente de su culo. Los movimientos de mi polla dentro de ella coincidían con
los de mi dedo y ella empezó a retorcerse contra mí.
—Royce.
—Sí, nena.
—Sabes que no soy frágil, ¿verdad? —Sus ojos se clavaron en los míos—. Confío
en ti implícitamente. —Un asentimiento lacónico—. No te contengas conmigo.
Antes de que pudiera formular otra palabra, me levantó y me llevó a nuestra cama
y no volví a despertarme hasta que la luna estuvo alta en el cielo.
Fruncí el ceño.
Sentía un dulce dolor entre los muslos pero parecía que a mi cuerpo no le
importaba, porque la excitación palpitaba en mi vientre. Me moví en la cama y me
encontré con sus ojos, en los que brillaba la tensión. Tenía la boca torcida y la
mandíbula tensa.
—Nada.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, señora Ashford. —Su voz era
tranquila, sin rastro de humor—. ¿Soy el tuyo?
—Sí. Lo eres todo, Royce. —Necesitaba que él creyera esto—. Hemos durado
una década como mejores amigos y tendremos décadas como amantes. Es lo mejor
de ambos mundos. Ahora dime qué pasa. —La inseguridad se abrió paso en mi
corazón. Quizá necesitaba más de lo que yo podía darle. Más de lo que ya le había
dado.
—Te lo dije. —Me mostró una sonrisa, ésta un poco más convincente al menos—
. Estoy listo para hacerlo de nuevo.
No podía explicar por qué pero sus palabras del otro día volvieron a mí.
—¿Quieres... amordazarme? —pregunté vacilante. Cuando se trataba de sexo,
Royce era intenso y aunque cada vez superaba mis expectativas más salvajes, sentía
que necesitaba más.
—Quiero hacer eso y mucho más. —Hizo una pausa, tratando de calibrar mi
reacción y sonreí tranquilizadoramente—. Amordazarte, atarte, azotarte.
¿Azotarme?
—Sí, oh.
—¿Qué estás haciendo? —solté una risita, preguntándome por qué tenía tanta
prisa de repente. Si hubiera sabido que me echaría de la cama en mitad de la noche,
me lo habría pensado dos veces antes de preguntar.
Nos dirigimos hacia una sección del barco a la que rara vez nos aventuramos
hasta que nos detuvimos frente a una pesada puerta de caoba. El corazón me latía
con fuerza cuando la abrió de un empujón y se apartó para dejarme pasar. Una vez
dentro, mi jadeo llenó el espacio y se me calentó la sangre.
—¿Asustada?
Me moví y miré fijamente a Royce, que ahora estaba rígido a mi lado, como si
esperara mi reacción. Tenía las pupilas negras y los orificios nasales ligeramente
dilatados. Me quedé allí, hipnotizada por el cambio, con la adrenalina corriendo por
mis venas.
—Willow, ¿tienes miedo? —Su voz era engañosamente suave, cada palabra lenta
y medida.
Tenía la boca seca y el corazón me latía tan fuerte que temía que se me saliera
del pecho.
—Piña.
—Sólo tú, cariño. —Bajó la cabeza, rozando sus labios con los míos—. Entonces,
piña. Si llega a ser demasiado, usa esa palabra.
—Yo no... no... sí. —Mordió la carne sensible de mi nuca y gemí suavemente—
. Eres muy bueno en eso. —Deslicé una mano por la larga trenza—. Debes haber
tenido mucha práctica...
—Sí-sí —ronroneé mientras el deseo me arañaba. Maldita sea, ¿era posible llegar
al orgasmo sólo con sus exigencias? Sentí que la excitación me chorreaba por las
piernas y decidí que sí, que podía ser posible.
Me sentí estimulada, liberada, dejando que Royce tomara las riendas. Le confiaba
mi vida, mi cuerpo y... mi corazón. Me quedé mirando su vientre definido mientras
me sujetaba de las esposas, su aroma me envolvía y me embriagaba. Me humedecí
los labios, deseando lamer cada centímetro de su estómago.
Entonces, sin previo aviso, me golpeó el pezón derecho con la fusta. Grité y mis
extremidades tiraron de las ataduras. Una combinación de sensaciones nuevas
recorrieron mis venas pero antes de que pudiera pensar en ello, el segundo golpe
conectó con mi sexo.
—¿Qué se siente?
Volvió a darme en el otro pezón y mi cabeza cayó hacia atrás. Mi cuerpo cantó
ante los dulces y punzantes mordiscos.
Volvió a rozarme el coño y un fuerte gemido se escapó de mis labios. Otro hizo
contacto con mi culo.
—No dije que pudieras hacer ruido. —Mierda, ¿cómo no sabía que esto podía
ser tan caliente? La fusta volvió a caer sobre el mismo punto de mi culo y gemí,
mordiéndome el labio para ahogar el ruido—. Buena chica.
—¿Mi esposa quiere más? —Llevó sus dedos a mi boca y los metió dentro—.
Abre los ojos y pruébate a ti misma, nena. —Hice lo que me decía, completamente
bajo su hechizo, con nuestras miradas fijas—. Chupa como si fuera mi polla.
—Dios no. —Empujó—. Soy dueño de tu placer —gritó, dentro de mí—. Córrete
para mí. —Me dio un beso en el hombro—. Ahora.
—Qué buena chica —gruñó, viniéndose justo después con un fuerte rugido,
robándome cada pedazo de mí. Los tuvo todo el tiempo. Ese pensamiento me sacudió
y lo abracé con más fuerza.
—Sin palabras —dije entre risas, apenas capaz de mantener los ojos abiertos.
Acababa de tener la experiencia sexual más intensa de mi vida, ¿y él esperaba una
crítica?
Sonrió con satisfacción y eso me tranquilizó.
Era increíble cómo alguien a quien conocía desde hacía tanto tiempo podía seguir
sorprendiéndome. Nuestra dinámica había cambiado por completo pero el nivel de
comodidad que sentía con Willow era natural, fácil.
Llevábamos dos meses en alta mar -evitando Estados Unidos- y habíamos hecho
escala en innumerables puertos de Sudamérica. Nunca permanecíamos mucho
tiempo; no merecía la pena arriesgarse.
Mi misión en la vida era hacer feliz a Willow y la sonrisa que lucía en su rostro
desde el día de nuestra boda me tranquilizaba como ninguna otra cosa. Tenía la
intención de seguir dándole razones para llevarla.
Apoyé una rodilla en la cama, me incliné sobre ella y le di un beso en la mejilla.
Mi boca se torció cuando murmuró somnolienta. Su cuerpo desnudo se curvaba
alrededor de la almohada, abrazándola con fiereza contra su vientre ligeramente
hinchado.
Separó los labios y soltó un suave gemido mientras se inclinaba hacia mis
caricias. Aceptó con entusiasmo todo lo que le propuse. Resultó que la propia
Willow era una pequeña pervertida.
—Voy por café —le dije, observando las marcas de su piel con orgullo y
posesividad.
Era nuestro segundo aniversario y esperaba que mi sorpresa fuera bien recibida.
Había hecho traer beignets de Nueva Orleans a primera hora de la mañana y ya me
había puesto en contacto con uno de los enlaces venezolanos de Winston para que
se reuniera conmigo en Puerto Cabello y me los entregara. También había una joya
diseñada por mi cuñada en París pero algo me decía que a Willow le gustarían más
los dulces.
Abrió los ojos y parpadeó un par de veces antes de fijarse en mi cara. Sonrió
soñadoramente, acercó la mano a mi mejilla y la ahuecó.
Sonreí.
Abajo, chico, me reprendí a mí mismo mientras veía cómo un tono rojo cubría
sus mejillas, extendiéndose por todo su cuerpo. Primero le daría regalos, luego me
dejaría seducir.
—Cuando vuelva, dejaré que me la chupes como una buena chica —prometí,
saciándome de su desnudez. Mi polla insistió en probarla una vez más antes de irme
pero sabía cómo acabaría. Horas de follar y luego otra siesta, enjuagar y repetir.
—Oh, esposo. Sabes que son las hormonas las que me ponen muy cachonda —
ronroneó, llevándose la mano a los pechos enrojecidos y retorciéndose un pezón
entre los dedos. Se movió, abriendo las piernas y dejándome ver su brillante coño—
. Por favor, no me dejes así.
Y ella me tenía. Me arrastré hacia ella, con mis anchos hombros empujando entre
sus piernas y la lamí desde el clítoris hasta el culo.
—Si son las hormonas, nena, te dejaré embarazada el resto de nuestras vidas.
Soltó una risita, enganchó las piernas sobre mis hombros y me metió los dedos
en el cabello, manteniéndome la cabeza allí. Le mordisqueé el clítoris, en parte como
castigo y en parte como agradecimiento por su descaro; quién iba a decir que Willow
estaría tan contenta de asfixiarme con su coño. Lo único que sabía era que me
encantaba que tomara las riendas y me mostrara lo que quería.
Aun así, era imposible no sonreír mientras rodaba sobre mi espalda y...
—¿Qué haces aquí? —carraspeé, odiando el miedo que podía oír en mis palabras.
Miré a mi alrededor, esperando que Royce apareciera de milagro pero sabía que no
habría suerte. Había salido a buscar suministros y normalmente tardaba al menos
dos horas en la pequeña lancha.
Stuart debió de leer mi expresión porque se inclinó más hacia mí, sonriendo
amenazadoramente.
—Tu esposo no está aquí —me dijo.
La cara de Stuart apareció ante mí y mi estrés me hizo ver doble hasta que
parpadeé.
—¿Qué haces aquí? —dije, intentando sonar indiferente pero luchando por sacar
el aire por la nariz y la boca. Tosí para aclararme la garganta y fue entonces cuando
me di cuenta de que se me estaban entumeciendo los dedos. Algo iba mal. Se me
nubló la vista e intenté parpadear mientras me sentaba pero una oleada de vértigo
me obligó a volver a apoyarme en el colchón.
—No tan rápido, puta —dijo apuntándome a la sien con un arma. ¿Siempre
llevaba una? Mi cerebro luchaba por seguirle el ritmo.
—Stuart, por favor —dije, con terror por mi bebé empapando cada fibra de mí—
. Piensa en el bebé.
Abrí la boca para gritar cuando algo duro me golpeó en la cabeza y la oscuridad
me envolvió por completo.
Gemí y me puse de lado, tanteando para hacerme una idea de lo que me rodeaba
mientras intentaba disipar la oscuridad. Sentí un cosquilleo en los dedos de manos y
pies, y luego la fría y dura superficie. Por fin, el martilleo detrás de los ojos y las
palpitaciones en las sienes me hicieron recordar lo sucedido con Stuart.
Abrí los párpados de un tirón y descubrí que tenía las muñecas atadas. ¿Dónde
estaba? ¿Qué estaba pasando?
Volví a cerrar los ojos mientras intentaba pensar y eso pareció ayudarme con las
náuseas. Tenía que recordar lo que había pasado. Visualicé a Royce diciéndome que
volvería en unas horas antes de dormirme, solo para despertarme y encontrarme
con... Stuart.
Abrí los ojos a fuerza de voluntad, apreté los dientes y me negué a dejar que el
pánico se apoderara de mi pecho.
Parecía estar en una especie de búnker de hormigón con dos ventanas a cada lado
de la puerta reforzada con acero. Un rayo de sol se filtró a través de los listones de
madera y me puse en pie para ver si podía distinguir algo.
No había más muebles que una sucia cama sujeta con barras de hierro, las mismas
que tenía atadas a las muñecas. Se me llenó la garganta de bilis. Dios mío, Stuart ha
perdido la puta cabeza.
—Bien, estás despierta. —Mi cabeza giró hacia la voz familiar y supe que estaba
a segundos de vomitar—. ¿Contenta de verme?
—¿Qué te pasa, imbécil? —siseé, mi voz sonaba patéticamente débil—. Me has
drogado. —Stuart esbozó una sonrisa retorcida—. Podrías haberle hecho daño a mi
bebé.
Mi pulso se disparó. Había un brillo de locura en sus ojos. ¿Siempre había estado
enfermo? Parecía un psicópata delante de mí, burlón.
—No puedes estar seguro —lo regañé. Sentí la lengua espesa en la boca y tuve
arcadas. Me retorcí y vomité a un lado, el olor del vómito me provocó arcadas de
nuevo. Tragué la bilis que tenía en la garganta antes de preguntar—. ¿Con qué me
has drogado?
—Mi mamá me aseguró que no le haría daño al bebé. —Puso los ojos en blanco—
. Usó lo mismo cuando estaba embarazada de mí.
—Stuart, tienes que dejarme ir. —Si eso significaba salir de aquí, estaba
dispuesta a suplicar, a apelar a cualquier sentido de humanidad que tuviera—. Esto...
Esto no puede ser bueno para mí... —Me corté, odiando las siguientes palabras que
pronuncié—. Para nuestro bebé.
—¿Estar juntos?
—¡Es mi esposo!
—Pondremos remedio a eso. Una vez que te folle, entrarás en razón. Royce sólo
será un mal recuerdo —escupió el nombre, el blanco de sus ojos aterrorizando en las
sombras.
—Las drogas eran una necesidad. —El remordimiento entró en su voz—. Sólo
necesitamos algo de tiempo y te arreglaré.
El impacto total de lo que estaba pasando me golpeó. Stuart estaba fuera de sí.
Desquiciado pero necesitaba mantenerlo hablando hasta que se me ocurriera un plan
o... hasta que Royce me encontrara. No tenía ninguna duda de que me estaba
buscando ahora mismo.
—¿Dónde están tus padres? —pregunté mientras luchaba por evitar que las
lágrimas calientes se acumularan en mis ojos.
—Están justo fuera —dijo—. Serán nuestros testigos.
—¿Testigos?
—Sí. Tu matrimonio con Royce será nulo. —Estaba completamente loco. Su voz
se intensificó antes de respirar hondo y proceder a empujar sus pantalones por
encima de sus calzoncillos—. Él verá que me deseas. —Otra sonrisa sádica se dibujó
en su rostro—. O tendremos que matarlo —dijo simplemente.
Ya estaba claro que no se podía razonar con gente como Stuart y sus padres. No
me veían como una persona, sino como un medio para conseguir lo que querían. La
herencia Harris estipulaba que se necesitaba un heredero para reclamarla.
—El abuelo no está contento con nosotros pero nuestro bebé está limpio... —
Sonrió—. Mi abuela me pasó su herencia pero me la he gastado toda. —Dejó escapar
un bufido—. A mi abuelo no le impresionaban las fiestas sexuales en las que me
gastaba todo el dinero, de ahí la jodida cláusula.
Stuart paseaba por el suelo sucio, con su erección como una tienda de campaña
en sus calzoncillos.
Jesucristo.
Deseé que Royce le hubiera cortado la polla, no sólo el testículo. Trabajé más
rápido en mis ataduras, el sudor me caía por la espalda.
—¿Por qué no haces lo que dice el viejo para que te deje el dinero? —sugerí,
justo cuando la cuerda se aflojó alrededor de mis muñecas. Ya casi.
Se detuvo frente a mí, con la polla demasiado cerca para mi gusto. Me quedé
inmóvil, rezando para que no intentara acercarse más.
—No digas ese puto nombre —rugió—. De hecho, no abras la boca. A menos
que sea para chupármela.
Este hombre estaba más allá del delirio y su cara podría ser la última que viera a
menos que tomara cartas en el asunto.
Royce
En cuanto pisé la cubierta, con los beignets en la mano, mi instinto me gritó que
algo iba mal.
Me encontré con el silencio y cuando entré a nuestra habitación, sentí que algo
iba mal. Fui en busca de Willow pero no estaba por ninguna parte. Cada segundo
que pasaba, aumentaba mi pánico y corrí por el barco, inspeccionando cada rincón.
Stuart.
Antes de que Willow se despertara, ya la estaba pinchando con una aguja. Cuando
abrió los ojos, su rostro palideció y parecía que le costaba respirar.
Mis sentidos se pusieron en alerta máxima cuando los padres de Stuart entraron
a continuación y, juntos, arrastraron a Willow fuera de la habitación y del barco.
El sonido de pasos me alcanzó y eché mano de mi cuchillo. Cuando la puerta de
la sala de vigilancia se abrió, encontré a Asher allí de pie. Y Kian Cortes.
La ira de Asher era una fuerza palpitante que llenaba la pequeña cabina.
—No.
—Sí. Cuando Stuart y sus padres violaron la seguridad, recibí una alerta. —La
respuesta de Asher me llenó de furia y entrecerré los ojos.
—Me has estado espiando. —No es que importara ahora pero una vez que tuviera
a Willow de vuelta, le daría una paliza.
—Todavía tengo el sistema de seguridad conectado a mi teléfono; pero no te
preocupes, he desactivado las cámaras de los dormitorios. —Me guiñó un ojo. Como
si debiera estarle agradecido.
—¿Qué mierda querías que hiciera? —La irritación apareció en su rostro—. ¿Que
volara en mi alfombra mágica y apareciera de la nada? Intenté llamarte. Creí que
también te habían localizado.
—Por eso estamos aquí ahora —añadió Kian—. A punto de salvar el día.
Mi esposa. Mi todo.
—Me aseguraré de ello —gruñí. Sus últimos momentos en esta tierra serían
dolorosos—. Y si hay un solo rasguño en ella...
Ni siquiera podía pensar en ello. Más vale que ella y el bebé estén a salvo.
Sólo esperaba que cuando lo hiciéramos, no fuera demasiado tarde porque sin
ella, esta vida no valía la pena. Willow era todo lo que me importaba.
Sacamos imágenes de vigilancia de las calles y edificios de Caracas, gracias a las
conexiones de Asher y Kian con la mafia. Habíamos seguido sus huellas hasta la
remota ubicación a las afueras de la ciudad.
La temperatura era cálida pero yo llevaba una chaqueta de cuero equipada con
armas: armas, revólveres y cuchillos. Asher estaba vestido de forma similar.
Se encogió de hombros.
—Gracias. —Mi voz rebosaba de emoción. Tal vez las hormonas del embarazo
de Willow se estaban transfiriendo a mí.
No había mucho que nos dijera lo que ocurría dentro pero eso no impidió que mi
imaginación echara a volar. La necesidad de abalanzarme en ese instante era
abrumadora.
Su labio se elevó.
—Claro. Por eso nunca apagaste tu conexión telefónica con la vigilancia del
barco.
Se encogió de hombros.
Resoplé.
—Sí, claro.
—Bien, puede que tenga mis versiones de pervertido pero ver a mi medio
hermano follándose a su mujer no es una de ellas.
—¿Lo es? —Mis ojos se desviaron hacia él un segundo antes de que continuara—
. Si necesitas una ronda de boxeo o una actividad física para liberar tensiones, sólo
tienes que decirlo. Prácticamente puedo ver el vapor que sale de ti en oleadas.
—¿Actividad física?
—Jesús, ustedes dos —Kian nos cortó a ambos—. ¿Quieren cortar el rollo? Es
como escuchar a un viejo matrimonio.
Quería arrancarles cada miembro de sus cuerpos y oír sus gritos. En lugar de eso,
me obligué a respirar a través de mi furia. Tuve que luchar contra el impulso de no
marchar y empezar a disparar a ciegas.
Todos con los que había servido tenían capacidad para la violencia -obviamente-
, pero nunca lo habría imaginado capaz de esto. Tampoco me había dado cuenta de
que Stuart ya estaba mal de la cabeza.
—Sí, no es gran cosa. —Se pasó una mano por el cabello—. Un gran espacio.
Había algo en su expresión, un ceño fruncido que no me gustó nada. Sus ojos se
desviaron hacia Kian, que sacudió sutilmente la cabeza.
El tenso silencio se prolongó durante un largo segundo que fue más pesado que
un carguero a plena carga.
—Sólo hay una cosa en todo el espacio —afirmó Asher mientras su tono se
oscurecía—. Una cama.
—¿Qué mierda estás haciendo? —Asher siseó detrás de mí, pero me siguió.
—Diez años de preparación —admití sin pudor—. Ahora, vamos a patear algunos
culos.
—Podría volver de entre los muertos y matarlos a los dos —murmuró Kian.
Intenté seguirle la corriente, fingiendo que entendía las tonterías delirantes que
soltaba Stuart. Dejé de escuchar cuando se fue por la tangente diciendo que sabía
que yo lo deseaba y que mi boda con Royce era una estratagema para llamar su
atención. Como dije, delirante.
—Stuart... —Giró la cabeza hacia mí, y fue como si se hubiera olvidado de que
yo estaba aquí por la forma en que sus ojos se abrieron de par en par y frunció los
labios. A Stuart no le gustaba que lo interrumpieran. Estaba buscando algo que decir
que no sonara falso cuando el sonido de los disparos rompió el aire. La esperanza
floreció en mi pecho y supe en el fondo de mi corazón que Royce había venido por
mí. Como siempre.
—¿Dónde está mi chica? —Oí el rugido de Royce desde algún lugar y no pude
evitar sonreír a pesar de los dolores y molestias de mi cuerpo.
Stuart estaba a centímetros de mí, su polla dura se acercaba. Cómo deseaba que
Royce se la hubiera cortado directamente.
—Preferiría morir antes que estar contigo, Stuart. —Hice acopio de todas mis
fuerzas y le di un cabezazo. Su aullido de dolor rebotó en las paredes de piedra gris
y juraría que la tierra vibró bajo mis pies. Las estrellas se agitaron en mi visión por
la fuerza del impacto, pero no perdí el tiempo.
Tiré de mis muñecas para soltarlas de las cuerdas y me sacudí contra ellas hasta
que fueron libres. Salté de la cama y empecé a correr hacia la puerta, con los
escombros cortándome los pies descalzos.
Ignoré el dolor. Ya casi había llegado. Sólo unas zancadas más y...
—No irás a ninguna parte —dijo—. Prefiero matarte a dejar que vuelvas con él.
—Somos tú y yo, hasta que la muerte nos separe. —Me besó el cuello y un
escalofrío de asco me recorrió la espalda.
—Tu desesperación sólo me excita —ronroneó Stuart, pero antes de que las
palabras calaran hondo, oí un rugido. El sonido animal asustó a Stuart y yo
aproveché para clavarle los dientes en el antebrazo.
Mi sollozo atrapado finalmente se liberó y una vez que salió, no hubo forma de
detenerlo. Me estremecí como las ramas de un árbol con vientos huracanados.
—¿Los mataste a todos? —le preguntó a Asher, sin apartar los ojos de mis labios,
mis ojos, mi garganta.
Oí un gruñido y no necesité oír las palabras. Dejé que mis ojos se cerraran.
—No voy a dejar que se vaya —dije por décima vez. Apreté los brazos alrededor
de Willow mientras un escalofrío recorría su cuerpo. Se había mostrado muy valiente
desde que llegamos, pero yo sabía que le dolía.
—No pasa nada, cariño —murmuré, lanzando una mirada al médico—. Seguro
que sólo está comprobando que todo está como debe.
Enterró la cara en mi cuello, conteniendo sus sollozos pero no podía controlar sus
estremecimientos. Un feroz sentimiento de protección ardía en mi pecho, odiando
no haberla protegido. No debería haberla dejado nunca esta mañana. No valía la pena
arriesgar su seguridad. La seguridad de ellos.
—Creo que el médico tiene miedo de examinarte con tu esposo rondando sobre
su hombro —dijo Asher con ironía—. Deja trabajar al hombre, Royce.
Una risa húmeda se escapó de los labios de Willow y la abracé aún más fuerte.
Una cosa con la que podía estar tranquilo era en la forma en que los padres de
Stuart encontraron su prematura muerte. Estaba seguro de que me lo contarían todo,
pero lo único que sabía era que se habían ido y no en paz. Con las conexiones de
Asher, los cuerpos estaban siendo enterrados en tumbas sin nombre.
—Asher tiene algunas conexiones —dije, frotando una mano sobre su espalda—
. Pudimos rastrearlos a través de Venezuela y finalmente nos llevaron a tu ubicación.
—Ahhh, ahí está tu latido, Willow —anunció el médico, el sordo sonido whoosh-
whoosh salió de la máquina.
—Sí, todo está en orden. Ese sonido más suave es el latido del corazón del bebé.
Ambos son fuertes. —Nos sonrió con seguridad mientras mi corazón rugía de vida—
. ¿Le gustaría saber el sexo del bebé?
—No.
Después de asegurarnos de que todo iba bien con la mamá y el bebé, llevé a
Willow de vuelta al barco. Asher tuvo que venir y llevarnos porque me negaba a
soltar a mi esposa. En el camino, se detuvo y recogió platos locales.
Una vez instalada, la ayudé a ducharse y le puse una de mis camisas limpias.
Verla con mi ropa me dio un vuelco el corazón y no pude dejar de tocarla. Casi la
había perdido. Necesitaba verla, tocarla, consolarla. Asegurarme de que estaba aquí,
sana y salva.
—Ahora que estás aquí, estoy bien. —Froté un nudillo sobre su suave mejilla,
feliz de ver que el color estaba volviendo.
—Lo mismo digo —admitió, girándose para mirarme de frente—. Tú y este bebé
son todo lo que necesito en mi vida.
—Menos mal que me tienes a mí. Para siempre. Te guste o no. —Tomé el regalo
que había guardado después de ordenar mientras ella se duchaba—. Feliz
aniversario, cariño.
Sus ojos, ahora más verdes que azules, brillaban mientras tomaba su labio entre
los dientes.
—Eres mi regalo. —Ella no tenía ni idea de lo mucho que significaba para mí.
Era mi amiga, mi amante, mi mujer—. Ahora ábrelo.
Con los dedos temblorosos, rasgó el papel. Se quedó mirando la caja de terciopelo
hasta que pulsé el botoncito. Lanzó un grito ahogado y sus dedos se acercaron a sus
labios.
—Ohhh, Royce. Es precioso. —Una sola lágrima rodó por su mejilla y se la
limpié con el pulgar.
—Entonces, ¿por qué lloras, cariño? —dije, con mi pecho retorciéndose de tantas
emociones. La pulsera tenía grabada la fecha de nuestro primer beso, con pequeñas
gemas de colores colgando.
Cuando salimos del dormitorio, la luna estaba en lo alto del cielo, la mesa puesta,
la sidra espumosa enfriándose y el ron en un cubo de hielo.
—Un pirata con una vena sensible —me burlé de él—. Y hasta pensaste en una
bebida sin alcohol.
Asher ladeó la cabeza, sus ojos atentos no pasaron por alto mi nueva pulsera. No
creía que este hombre se perdiera muchas cosas, así que el hecho de que supiera lo
de mi embarazo no me sorprendió.
—Vivo para servir —respondió Asher, con sus ojos de bronce brillando
divertidos. La mano de Royce seguía en la mía, reacio a soltarla y no me importó lo
más mínimo.
Miré a mi alrededor.
—Ojalá Kian se hubiera quedado. Quería darle las gracias antes de que se fuera.
Es la segunda vez que me ayuda.
Se presentó una vez neutralizada la amenaza, justo antes de que Royce me llevara
cargada corriendo al vehículo con Asher. Kian se quedó para limpiar la escena y
luego desapareció.
—¿Sí?
—Me dijo que te dijera que “te quedaras perdido” un poco más mientras Byron
limpia el desastre.
—Están trabajando para que se retiren todos los cargos. Te lo dije, no hay
pruebas. Y menos ahora. Además, Stuart empezó esta mierda. Te hizo daño pero con
él y sus padres fuera, no pueden revolver la mierda e influir en las autoridades.
Fruncí el ceño.
—Todo el mundo nos vio entrar en el hotel y salir, dejándole apaleado. ¿Cómo
es posible que no haya pruebas? Estoy segura de que nuestras huellas estaban por
toda la habitación del hotel cuando.... —Mis ojos se desviaron hacia Asher, antes de
volver a mi esposo, preocupada por no decir demasiado—. Antes de lo que sabes.
—¿Por qué nos ayudas? —dijo Royce, con una mirada pensativa.
—Así que, Willow, ¿cuáles son tus planes ahora que tu lunático ex está muerto y
se ha ido?
—Ah, volver a ser joven —bromeé, riendo entre dientes. Aurora, Sailor y yo
podíamos escuchar la misma música durante horas, sin cansarnos nunca. Me hacía
sentir nostalgia de tiempos más sencillos y hacía que se me estrujara el corazón al
pensar en mis mejores amigas. Las echaba de menos—. De todas formas, estoy
pensando en montar mi propia productora.
—Nunca habías insinuado antes que querías montar tu propia empresa. —Royce
casi sonaba ofendido.
—Me gusta. —Royce siempre apoyaba mis ideas, pero también era sincero—.
Quiero invertir en ello.
—Yo también —dijo Asher—. Reconozco una oportunidad fructífera cuando la
veo y no voy a dejarla pasar.
—Claro que es una buena oportunidad. —La voz de Royce me calentó por
dentro—. Seríamos estúpidos si no invirtiéramos.
Cada vez que decía “nuestro” bebé, me robaba otro trozo de corazón que no sabía
que existía.
Sentada en su regazo, los dos mirábamos la luna por las ventanas de la cabina, el
silencio nos envolvía mientras la tormenta de los acontecimientos de aquel día
amenazaba con arrastrarnos a un tsunami. Pero no lo permitimos.
La vida continuó, aunque nada volvió a ser lo mismo después de aquel día.
Fui testigo de la brutalidad de Royce y lo quise aún más por ello. Tardé unos días
en recuperar las fuerzas pero el médico nos aseguró -varias veces- que las drogas
que Stuart me inyectó no tenían ningún efecto sobre el bebé.
Royce, como era Royce, no me quitó los ojos de encima. Durante tres días me
abrazó con fuerza, comprobando periódicamente los latidos de mi corazón. Incluso
hizo que nos trajeran gel y un ecógrafo portátil al barco, cortesía de una importante
donación al hospital local. Insistió en tomarme la temperatura y la tensión, y yo casi
esperaba que me hiciera un examen gineco-obstétrico. Para mi alivio, no lo hizo.
Al cuarto día trajo a mis padres y a mis mejores amigas, que vinieron con tanta
comida basura que Royce las regañó y las obligó a tirarla por la borda.
Para que coman los tiburones, había dicho, o podría tirarlas a los dos y dejar
que se alimenten de ustedes en su lugar.
—Mira lo que he traído. —Aurora agitó bolsas de patatas fritas de cangrejo, que
solía devorar cuando estaba embarazada de Kostya—. Se me antojan como si fueran
crack.
—No podemos alimentar a nuestro bebé con esta basura —gruñó Royce mientras
tomaba asiento a regañadientes a mi lado.
—No, no. Royce tiene razón —coincidió mãe mientras mi papá asentía con la
cabeza—. Estás gestando un bebé. Mi nieto. Tienes que asegurarte de darle todo lo
correcto.
—Nadie le dijo eso a Sailor cuando comía litros de helado o a Aurora cuando
insistía en comer patatas fritas de cangrejo a montones.
—Yo tampoco podía. —Luego sus ojos revolotearon hacia su esposo antes de
añadir—. Hasta hace poco.
¿Estaba ella...?
—Las detesta. Cualquier cosa con condimento Old Bay le da arcadas pero eso es
más propio de Maryland, ¿no?
—Seguro que sí. —Recurrí a la psicología inversa—. ¿No significa eso que
debería comer comida basura? Ya sabes, ¿para que el bebé prefiera la comida sana?
—¿Cómo podría no hacerlo? —bromeé—. La hace irresistible para todos los que
la rodean.
Mientras que Kostya podía ser intimidante y casi oscuro, Anya era todo lo
contrario. Su rostro angelical y su dulce personalidad nos tenían a todos comiendo
de la palma de sus manos.
—No, kroshka, quiere decir que Kostya es demasiado bueno para la pequeña
Anya. ¿No es así, Santos?
Raphael se burló.
—No digas amantes, mi reina. —La voz de Raphael era angustiada—. Anya será
para siempre la niñita de papá.
Sailor resopló.
Royce sonrió.
Mis padres pusieron los ojos en blanco y sus miradas se cruzaron por un
momento.
—Encontramos una casa perfecta para ti —añadió papá—. A sólo una manzana
de nosotros.
—Creo que nos tomaremos unos meses más para ver el mundo antes de que nazca
el bebé —respondió Royce, tan guapo como siempre. Exudaba masculinidad con la
camisa remangada hasta los codos, dejando al descubierto sus fuertes antebrazos
entintados—. Pero hemos acordado que nos instalaremos en Portugal o España.
Tenemos un agente buscando propiedades. Cuando concretemos, concertaremos una
cita.
Puede que nuestra historia de amor no fuera convencional y que nuestra futura
familia ampliada fuera diferente de la de mis amigas, pero aun así era perfecta.
Había pasado una semana desde el secuestro y ésta era la última noche de nuestra
familia con nosotros antes de que Royce y yo siguiéramos navegando. Planeábamos
llegar al punto más meridional de Sudamérica y luego emprender el viaje de vuelta,
para regresar de nuevo a Venezuela dentro de unos meses con motivo de una nueva
aventura empresarial. Sería mi primer paso hacia la producción del documental con
el que llevaba años soñando trabajar. Así era como quería marcar la diferencia y
devolverle a Anya todo su sufrimiento.
Stuart y sus padres estaban muertos y sería hipócrita si los llorara. Habían cavado
su tumba y no tenían a nadie a quien culpar sino a sí mismos.
Sólo tuve unos segundos para perderme en él antes de que mis amigas
comenzaran su interrogatorio, envolviéndome en un capullo de abrazos y preguntas.
—Ahora cuéntanos todos los detalles desde la boda —dijo Sailor, abrazándome.
—No todos los detalles —se encogió Aurora—. No necesito saber sobre tu
tiempo raro con mi hermano.
—Lo siento, pero he tenido que escuchar tu recuento de momentos raros con
Alexei —dije burlonamente, abrazándolas a las dos.
—Sí —dijo Sailor, incitando a Aurora—. Todavía me cuesta dormir por las
noches.
—Bien, me taparé los oídos —dijo Aurora—. ¿Ahora dinos qué demonios pasó
con ese idiota de Stuart?
—Es una larga historia —dije—. Lo más importante es que él y sus padres están
fuera de nuestras vidas.
Sailor se aquietó.
Las mejillas de Sailor estaban húmedas cuando la rodeé con mis brazos. Incluso
después de todos estos años, sabía que el tema de su hermana le rompía el corazón.
Anya la protegía, asegurando la felicidad de su hermanita a su costa.
Sailor finalmente logró encontrar su voz.
—No quiero hablar en nombre de Alexei, pero sospecho que estará de acuerdo.
Será un honor incluso.
Sacudí la cabeza.
Tragué fuerte ante el nudo de emoción que tenía en la garganta, dándome cuenta
de lo cerca que estaba de perderme esos momentos. Mis chicas siempre sabían cómo
enraizarme.
Apreté los labios al pensar en todos los años de dolor y angustia que habíamos
soportado.
Pero ahora estábamos aquí y yo misma no podría haber planeado una historia
mejor.
Willow
Eché un último vistazo al espejo, a la diosa del sexo en lencería con un babydoll
esmeralda transparente que me devolvía la mirada y salí del baño. Royce estaba
tumbado en chándal, con la parte superior del torso a la vista mientras navegaba en
su iPad.
—Hola, guapo.
Levantó la vista de su iPad y su mirada ardió como una llama abierta cuando
acorté la distancia que nos separaba.
—Willow, necesitas descansar y recuperarte. —Su voz era áspera contra mi piel.
Dominante.
Sacó una corbata de seda de la mesita y me la ató a las muñecas. Mis ojos volaron
hacia los suyos, llenos de preguntas y lujuria.
—¿Por qué no las dos? —dijo con una sonrisa diabólica—. Ahora deslízate fuera
de la cama. —Me puse en pie antes de que pudiera terminar la frase. Una de sus
manos bajó entre mis muslos, deslizándose sobre mi núcleo empapado—. A tu coño
no parece molestarle la idea.
Ardía más con cada segundo que pasaba, mis muslos se apretaron ávidos de más
de lo que tenía reservado para mí. No importaba que yo fuera su juguete y estuviera
completamente a su merced, porque Royce siempre cumplía.
Siempre cuidó de mí, incluso antes de que fuéramos amantes. Me tocaba darle
todo lo que quisiera. La sumisión. La liberación. El olvido.
Intenté separar las muñecas, pero no sentí ninguna molestia, sólo la seda rozando
mi carne.
Me tomó de las muñecas y me llevó a la cama con dosel. Todo, desde el roble
negro hasta las sábanas carmesí, gritaba placer carnal.
—Buena chica.
Agarré el poste, enroscando los dedos alrededor de él y luego miré por encima
del hombro, con la respiración entrecortada.
—Más bajo —carraspeó, sus ojos se encontraron con los míos—. Buen trabajo.
—Suspiré, poniéndome en posición, inclinada y meneando el culo contra él. La
palma de su mano me rozó cariñosamente la nalga—. No sueltes el poste. Si lo haces,
te azotaré, ¿entendido?
—Sí, señor.
Me dio un fuerte golpe en el culo y grité. Poco después vino otro, el golpe de su
palma contra mi culo, fuerte pero indoloro.
Sus labios se curvaron en una sonrisa que hacía juego con la expresión sombría
grabada en su bello rostro.
—Separa las piernas. —Sus manos llegaron a mis caderas y me separó las piernas
con sus musculosos muslos mientras se colocaba contra mí. Levantó una mano y la
paseó cariñosamente por mi columna. Luego se inclinó, con el pecho pegado a mi
espalda y me besó la piel sensible—. ¿Lista?
Mi respuesta fue un gemido. Estaba más que preparada. Con la mano que le
quedaba libre, me rodeó por delante, me tocó el pecho y me tiró de los pezones.
Apenas habíamos empezado y yo ya temblaba contra él.
—Agárrate fuerte. —Me agarró de las caderas—. Esto va a ser duro y rápido,
nena. —Me quedé callada, preparándome para el viaje salvaje, cuando me tiró del
cabello hacia atrás y lo enrolló alrededor de su muñeca—. ¿Cuál es nuestra palabra
de seguridad? —susurró con su boca junto a mi oído.
—Piña.
Sentía su polla dura contra mi resbaladiza entrada. Me empujó boca abajo contra
el edredón de felpa y me penetró de un solo y potente empujón, sacudiéndome hacia
delante.
Grité, con los ojos llorosos por la sensación, y mis músculos internos se aferraron
a su longitud con avidez.
—Puedes soportarlo, nena —ronroneó, su tono gutural—. Ese coño está hecho
para mí, igual que mi polla está hecha para ti.
—Aguanta, Willow —apretó los dientes cuando mis manos se soltaron alrededor
del poste. Lo agarré con más fuerza y empujé contra él mientras me follaba sin
piedad.
—No pares —grité. Royce seguía moviéndose bruscamente contra mí, dentro de
mí, con la respiración agitada, gimiendo, gruñendo—. Por favor... por favor...
Miré hacia atrás mientras Royce me follaba durante mi orgasmo. Se quedó quieto,
gimiendo, con su hermoso rostro retorcido por el mismo placer que yo sentí cuando
terminó dentro de mí.
Me besó la piel caliente, susurrando palabras de elogio, antes de tomarme la
barbilla entre los dedos y besarme profundamente.
—La amo, señora Ashford —dijo con una sonrisa suave y relajada que me
empapó como el sol en un día de niebla—. Eres la mejor parte de mí.
—Bien —jadeé, con la voz entrecortada—. Porque siempre has sido lo mejor de
mí.
Royce
Nuestra hija sólo tenía unas horas, pero ya nos dominaba a nosotros y a nuestro
mundo.
Tenía el cabello castaño y la piel dorada. Juraba que sus ojos eran verdes, pero
bajo ciertas luces eran azules. Se parecía a su mamá. Los padres de Willow estaban
de acuerdo, afirmando que era una réplica de Willow cuando era bebé.
Con mi hija en brazos, me acerqué a la ventana y dejé que el cálido sol de Portugal
le tocara la cara. Le di el primer vistazo al mundo que un día exploraría.
—Mira todo esto, princesa —murmuré en voz baja, con cuidado de no despertar
a mi esposa—. Todo va a ser tuyo.
Sería una rompecorazones igual que su mãe, y acabaría con cualquier chico que
se atreviera a acercarse a mi niña.
—Papá te va a mimar.
Una voz suave me hizo girarme para encontrar a mi esposa mirándonos.
Resplandecía de amor y de tanta fuerza que me dejaba sin aliento cada vez que la
veía.
Dios, la amo.
Una sonrisa aún mayor se dibujó en su rostro, amplia y feliz. Casi me estalló el
corazón al verla. Aquí lo tenía todo.
Willow extendió las manos y yo puse a nuestra princesita en sus brazos para que
pudiera acercarla más a su pecho. Me incliné hacia ella y peiné con mis dedos
suavemente el cabello de Calista.
Sabía que estaba preocupada por el abuelo de Stuart. Intentó reclamar a la niña
antes de que naciera. Como si fuera un objeto. Tenía toda la intención de ponerle fin.
Lucharía contra él con el poder que aún tenía mi nombre, pediría favores a todas las
personas que estaban en deuda conmigo. Ese hombre nunca se acercaría a nuestra
hija.
—Voy a decir esto una vez, así que escucha con atención. —Le acaricié la cara
con el pulgar—. Tú eres mía. Calista es mía. Para siempre. No hay nadie que pueda
cambiar eso. Mierda, nadie.
Incluso si eso significa matar al abuelo de Stuart, pero me guardé esas palabras.
Hoy era el mejor día de nuestras vidas y nada lo arruinaría.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo.
Me miró, nuestros ojos se encontraron por un momento, antes de decir:
—Te amo tanto. No podría imaginar tener este bebé con nadie más. Somos tuyas
para siempre.
Sonreí a mi valiente hija de cinco años. Calista era nuestra única hija, pero me
ayudaba a mantener a raya a sus hermanos. La niña de nuestros ojos. Bueno, era la
niña de mis ojos, porque, aunque no era biológicamente suya, poseía todo de su papá.
Royce la mimaba, igual que a mí.
Tal y como Royce y mis padres predijeron, era mi viva imagen, con pilas de
conejito Energizer que la hacían funcionar desde que se despertaba hasta que se
dormía.
Vi los pensamientos moverse detrás de sus ojos esmeralda mientras fruncía sus
labios rosados. Aprendió pronto que se cazan más moscas con miel que con vinagre.
—Mãe. —Su voz fue tan suave, tan dulce. Se llevó mi mano a la boca,
depositando un tierno beso en mi dedo—. ¿Puedo ir con papi, por favor?
Royce iba a llevar a los niños a un partido de fútbol con Alexei y Kostya mientras
Aurora debía volver aquí con sus hijas. Por desgracia, poco después de su visita a
Venezuela, Aurora sufrió un aborto. El destino tenía otros planes para ella, pero fue
bendecida menos de un año después con dos gemelas.
—¿No quieres jugar con tus primas? —le pregunté—. Nataliya e Ines se sentirán
decepcionadas si no estás aquí. También tus abuelos.
—No les gustan los partidos de fútbol —señalé pacientemente mientras deslizaba
la bandeja de galletas en el horno—. Quieren jugar a las princesas.
Nataliya e Ines podían jugar todo el día con vestidos y cosas brillantes sin hacer
ruido, mientras que mi propia hija no podía estarse quieta más de diez minutos.
Levantó diez dedos como si significaran para siempre pero ese número
significaba mucho más. Royce. Nosotros. Pasaron diez años para encontrar un
camino el uno para el otro. Un día le contaríamos esa historia, pero algo me decía
que su paciencia ya se estaba agotando conmigo.
—Volveré muy pronto, muy, muy pronto —añadió, sin dejar de batir las pestañas.
Se abrazó a sí misma, balanceándose sobre sus pies como si estuviera lista para
cantar. Y no defraudó—. Por favor, por favor, por favor.
—Está bien —suspiré, dándole sonoros besos en las mejillas—. Pero sólo si
Nataliya e Ines quieren ir también.
—Has cedido, ¿eh? —bromeó mientras una suave brisa recorría la cocina.
Suspiré.
Sonrió.
—No puedo evitarlo. —Me rozó la nariz con un beso—. Es como su mamá.
¿Recuerdas cuando sobornabas al jefe de un cártel para que dejara de traficar?
Yo misma casi acabo siendo víctima de la trata y Royce tuvo que rescatarme.
Pero todo formaba parte del trabajo, que me encantaba.
Mi productora había despegado. Sailor se unió a nuestro equipo, y algunos otros
periodistas con los mismos objetivos que nosotras. Nos preparábamos para poner en
marcha la cuarta temporada de Todos los Anya y Alexei silenciados, que esta vez
cubría Sudáfrica. Netflix y Amazon competían por contratarnos.
Me agarró la mano, acercó mi muñeca a sus labios y los puso sobre mi pulso.
Me miró los pies descalzos, las uñas de los pies pintadas de verde. A lo largo de
los años, Royce se las había arreglado para seguir consiguiendo artículos
descatalogados que me encantaban, y aunque siempre me colmaba de joyas, nada
superaba aquel gesto.
Y todo el tiempo, habíamos gravitado aún más cerca. Habíamos echado raíces.
El tiempo había sido bueno con nosotros. Todavía me dejaba sin aliento. Seguía
haciéndome desearlo, anhelarlo, sentir dolor por él, cada día, cada noche, cada
segundo de mi vida.
Era mi mejor amigo. Mi amante. Mi corazón. El padre de mis hijos. Mi todo. Con
cada día que pasaba, nuestro amor no hacía más que crecer.
—¿Cómo he tenido tanta suerte? —dijo Royce, sonriendo, pero antes de que
pudiera decir otra palabra, me puse de puntillas y apreté mi boca contra la suya,
deseándolo tanto que me dolía. Cuando rompió el beso, mis manos seguían
agarrando su camisa.
Hubo momentos en mi vida en los que no creí que sobreviviría diez minutos, y
mucho menos diez años, sin él.
—Tú me completas. Tú y los niños lo son todo para mí. —Rozó su boca con la
mía—. Te amo tanto que a veces me duele respirar. La amo, señora Ashford.
Esas palabritas hacían girar el mundo. Esas palabritas podían empezar y terminar
guerras. Nuestro propio “felices para siempre”.
FIN
Quiero dar las gracias a mis amigos y a mi familia por su continuo apoyo.
A mis lectores alfa y beta: son todos increíbles. Aguantan mis plazos locos y mi
organización aún más loca. No podría hacerlo sin ustedes.
A los blogueros y críticos que me ayudaron a correr la voz sobre cada uno de mis libros.
Lo agradezco mucho y saber que les gusta mi trabajo lo hace mucho más agradable.
Y por último, pero no por ello menos importante, ¡a todos mis lectores! Esto no sería
posible sin todos ustedes. Gracias por creer en mí. Gracias por sus increíbles y solidarios
mensajes. Simplemente, GRACIAS.
XOXO
Eva Winners
Diseño y Epub
Hada Anjana