L23456ectura B1 El Hombre Muerto
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3.CHIRCAS 4- ALAMBRADO
Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre
un trozo de corteza desprendida del poste, al tiempo que el machete se le
escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente
lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo
de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza
a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto
nuevo; y que, en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle
el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol
de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de
postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...
¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es este uno de los tantos días en que ha salido al
amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el
machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su
mala cara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa?
¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas
siente resonar en el puentecito los pasos del caballo... Es el muchacho que pasa
todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando.
Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de
monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe
perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la
distancia.
¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones,
en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin dada! Gramilla corta, conos
de hormigas, silencio, sol a plomo...
Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona,
su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él
mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de
sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente,
naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre.
¿La prueba...? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la
plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es
su bananal; ¡y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del
alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del
alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y
ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a
plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve.
Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas. ...Muy fatigado, pero
descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos... Y a las doce menos
cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el
bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar.
Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse
de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá!
¡Qué pesadilla...! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está!
Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que
hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido...
Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora,
ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes
había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete
pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos.