Cantiga Xiii

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CANTIGA XIII

1
A través de los grandes ventanales
de mi casa,
en Cervera,
con el rojo,
verde,
amarillo,
azul
de su cristal alegre
la silueta dormida
de la ciudad
se extiende
como un salto
retablo,
suspendido
entre el cielo y la tierra.
Y su espina dorsal de vida prieta,
de piedra gris,
erguida contra el tiempo
arranca,
desde el noble
sillar de la cabeza,
la Catedral que guarda
tu imagen.
Es el alto
campanario
la lengua que nos dice
con bronce poderoso,
día a día,
el lento acontecer de la ciudad,
su eterna historia,
que nosotros vivimos un instante.
En él las alegrías y pesares
del hondo corazón comunitario
se dan cita volando
y llegan a nosotros
encendiendo la azul
morada silenciosa
con su lengua vibrante.
Y el tañido del bronce cristalino
anuncia que una nueva
vida
llegará a incorporarse
al latir ciudadano
y años más tarde,
el bronce
grave le dice adiós y nos explica su partida.
Y Tú,
Madona Santa
María,
nos miraste
parar,
con tu infinita
misericordia
y hemos sido
como sabinas verdes,
que crecieron un día
a tus pies
y que luego
el viento del invierno
despojara
de su manto gentil,
vistiéndonos de olvido.

2
Ahora,
desde lejos,
al recordarte a Ti,
Madona Santa
María,
quiero sólo
recordar las palabras
que un día
—en mil doscientos
sesenta y nueve,
en otra primavera—
te dedicara otro hijo
de la ciudad.
En ellas
nos llega como un eco
que del olvido se ha salvado.
Y digo
yo con ellas al rey que te cantara:
Reys castelas, tota res mor e fina
mas non o fay la domm’on vos chantatz.

3
Porque todo se muere
y se termina
otra canción he querido entonar.
Cuando mi nao haya partido
sólo la estela quedará
para decir que cumplí mi promesa
antes de naufragar.
Y cuando la ola última me envuelva
y mis ojos se empiecen a nublar
cuando el pasado sea mi horizonte
y no puede ver más,
acaso entonces,
llegue a mi zozobra
la visión de tu muda catedral
y encuentre tus sabinas florecidas
de espuma de la mar,
y las campanas,
que me acompañaron
volverán a sonar
desde el puerto perdido en mi sueño
donde Tú cantarás.
Cuando el tiempo transcurra

Les mains dans les mains


restons face à face.
G. APOLLINAIRE

Cuando el tiempo transcurra y la vejez arribe


quiero que nos encuentre delante de la puerta
esperando los años con mirada tranquila,
la sonrisa y el alma de paz llenas.

Estaremos sentados como esta misma tarde


bajo la brisa inquieta.
El viento hará que giren las aspas del molino,
la hogaza estará llena,
las mazorcas en flor y yo cansado,
con mi cara más vieja.

Sentiré, como ahora, tu perfume más hondo,


cercana tu presencia,
y hablaremos de toda nuestra vida pasada,
de aquella primavera
en que nos conocimos, cuando el aire
hacía florecer las ramas nuevas.

Recordaremos con melancolía


la jornada serena
en que el dolor y la alegría unimos
de nuestras existencias,
la risa y la mirada de los hijos,
y las viejas cosechas.

Y veremos pasar al lado nuestro


el cierzo del invierno, sentados a la hoguera,
los plácidos crepúsculos de estío,
el otoño de brisa volandera.

Dejaremos entonces que la vejez arribe


y nos encuentre así, sentados a la puerta.
ESTE RÍO es oscuro
y tantas veces reflejó esta luz
plomiza, que hoy es sólo
como un espejo sucio que corre hacia la muerte
sin saber dónde va, sin conocer orillas,
sólo cauce impasible para la luz dormida.

Cerca del río crecen


árboles que se apiñan formando bosques, hierba
verde de estío, y la vida sobre ella
o bajo la alta copa de los árboles
prosigue su camino cada día.

El río arrastra los recuerdos


hacia un fin ignorado,
como troncos bogantes en su curso.

Pero si un día quieres


inquirir el futuro, acércate,
asómate a sus aguas incansable
como plomo fundido
que alguien conduce con su mano diestra.

El futuro, que nace del presente,


y este mismo presente, que nació del pasado,
pasarán en silencio,
en forma de canción que nadie canta.

El río es el momento
en que el presente es sólo
prolongación del tiempo que ha pasado,
en que el futuro empieza
como en la misma vida y no sabemos
a dónde se dirige todavía.
Para quien hoy escribo

Dadme paz suficiente


para querer en paz a quien me quiera.

Dadme un poco de tierra en que morir


y alguien a quien contar lo que me ocurre.

Dejadme ver mi casa


al menos una vez todos los años.

No pido más.
Y aún sé que bastaría
volver a verte a ti,
para quien hoy escribo.

Recobrar el silencio de tus ojos


mucho más elocuente que todas mis palabras.

Poder besarte sin ninguna prisa.

Y al final del camino,


cuando no pueda huir,
dormir cerca de ti con el sueño de siempre.
CANCIÓN DE primavera
hoy para ti.

Primavera creada
en un instante.
Así:

brotando la azalea,
floreciendo el jazmín,

las magnolias brillando,


los geranios…
Al fin

de encender tu sonrisa
todo florece en mi

pluma.
Toda la tierra
se convierte en jardín.

Por él,
acompañándote,
día y noche.
Y allí

donde el jardín termina,


donde las ramas sin
flores se balancean,
donde empieza el morir,

a nuestro solo paso


brotarán como aquí

flores,
de los recuerdos
y en una nueva pri-

mavera seguiremos
que ya no tendrá fin.
BASTE decir
que fui discípulo de Hipódamo…

Apliqué sus principios en Emporion.


Juzga tu,
por ti mismo,
el resultado.

Sigue de Norte a Sur


y de Este a Oeste
mis calles
y sabrás
cómo éramos nosotros,
que tuvimos
la suerte de vivir tan cerca de los dioses
y yo la de tener,
como maestro,
a Hipódamo.
APRENDÍ contigo
que el mundo es más vasto
que el que conocía,
que la vida errante
puede ser mejor
que la sedentaria,
que la patria es donde
están nuestros hijos,
que cualquier lugar
podía ser nuestro
si antes era tuyo
y que ni la muerte
podrá arrebatárnoslo.
Cuando estoy más cansado
Cuando estoy más cansado,
cuando tantos paisajes se van haciendo historia
de mi presente, cuando permanezco
como ahora, tendido,
viendo pasar la vida como si sólo fuese
una tarde de circo,
en la que tantos fingen alegría.

Cuando pienso que todo lo que amé


se ha convertido en sombras,
hay algo que regresa siempre, hay algo
que adelanta horizontes hasta llegar aquí
para darme la mano,
para llenar mi vida nuevamente.

Os hablo de mi casa
siempre en la misma orilla del camino,
siempre en la encrucijada
de todos los senderos que cruzan mi pasado,
siempre mirando, siempre hacia la vida.

Os hablo de mi casa, de las paredes blancas


que todavía ahora, me protegen,
del comedor os hablo, de los pinos,
de las grandes ventanas en las que el viento cruje,
del jardín donde cosen mis hermanas
y de mi habitación donde tan sólo
habitará el silencio.

Os hablo de mi infancia, sobre todo,


como un río feliz, que fue cascada
después, que cruzó valles
y que se despeñó por las montañas.
Como un río que cuando recobrara
su avenida tranquila ha recordado
el cauce primitivo, la corriente primera,
aquel paisaje antiguo que ya sólo retorna
para desvanecerse nuevamente.

Ahora que el paisaje es tan distinto


Del que bañaron las primeras aguas
Pienso en todos los años que han pasado
Y en lo que me enseñaron día a día.
Aprendí que la vida
sólo consiste en renunciar
porque cada momento que desliza,
como arena dormida, su presencia fugaz en nuestras manos
pudo escoger otro camino.

Y a lo largo del camino


nuestra historia es tan sólo
una pequeña parte de nosotros,
aquellas que nos cuenta
todo lo que hicimos.

Renunciarás a todos tus amigos


y ellos también renunciaran a ti
y te quedarás solo
sintiendo sobre el cuerpo la herida de la ausencia
de todo lo que amaste.

Y algún día sabrás que hasta la muerte muere.

Por esto cuando pienso en los que pierden


toda su vida en este aprendizaje
que sólo con la muerte acabará,
un momento recuerdo
a quienes cogieron el camino
desde el primer recodo.

Sólo para nosotros, como ahora,


porque vino el otoño, la casa volverá
dorada por el oro marchito de la tarde.

Y volverán con ella


tantos años pasados, el silencio
que aprendimos a amar y toda nuestra vida
que se abrirá como una rosa fiel
ante nuestra mirada.

Sentirás su presencia
que buscará tus manos
con un gesto de amigo, ausente largo tiempo,
que al volver a encontrarte te mira como antaño.

Y abrasará tus venas como un fuego dormido,


fuego donde crepite el tiempo antiguo
con un chisporroteo acostumbrado.

Hasta que un día aprendas que también


esto desaparece, como un barco
que deja el puerto lentamente,
que se aleja en la niebla, que casi no se ve,
que ahora ya está lejos, bogando y alejándose,
rozando solamente su camino
que ya no avizoramos,
o bien como estos cisnes que en el Támesis
deslizan sobre el agua su presencia
intensamente fugaz
que un momento nos miran bajo el puente
y que de nuevo emprenden el camino
hasta desvanecerse entre la niebla.
Coda

Los cuatro Stradivarius


que hay en Palacio
siguen hoy tan unidos
como antaño
cuando
nacieron
en las manos
de Antonio Stradivario.
¡Y pronto cumplirán
trescientos años!

Los cuatro Stradivarius


Que hay en Palacio
saben trinar como los mismo
pájaros
reír
como
los

ríos,
que
van
de
salto
en
salto,
llorar como la lluvia
que llora en los tejados,
silbar como la brisa
que silba entre los álamos.

Los cuatro Stradivarius


que hay en Palacio
lo pueden todo,
porque
son como cuatro hermanos
que nunca,
nunca
se han peleado.
¡Y pronto cumplirán
trescientos años!
Oíd,
oíd
la voz de los violines
y la viola contralto
y el hondo violoncelo
al fondo,
acompañándolos.
Aquelarre al Carreró

Ens trobarem a Cervera


l’últim dissabte d’agost.

Seguirem la cercavila
de bruixes i de bruixots
i anirem amb ells
pels aires
cap a la plaça Major.
Saludarem,
bastó enlaire
l’aparició del Gran Boc
i ens perdrem
els uns i els altres
al bell mig del Carreró.

A mi, si un dia em retroben


que no em despertin del tot
fins que passi un any i torni
l’últim dissabte d’agost.
El ball del boll

A J. F. L.

El boll,
el ball del boll,
el ball del boll a l’era.

El boll sobre el rostoll,


la imatge fugissera
que més enllà del ball,
enllà del boll,
és com na drecera
que va sense soroll
cap a la pau primera,
que va sense soroll
cap a la pau primera.

El boll
el ball del boll,
el ball del boll a l’era.
Llar Ferran

Als volts del camí ral,


alta i senyera,
s’alça una torre blanca:
Llar Ferran.
Veniu tots als afores de Cervera.
Tots hi cabeu,
Des del petit al gran.

Tardor,
estiu,
hivern
i primavera
son a la torre com un temps d’encant.
A tot arreu trobareu la drecera.
Només haureu d’anar cap endavant.

Sabreu que heu arribat


perquè tot d’una
us sorprendrà la música dels pins
i la Mare de Déu,
un xic més bruna,
us rebrà amb un somriure als llavis fins.

Tan si veniu amb sol com amb la lluna


quan sentiu el caliu
ja sou a dins.
A contracorazón

He quedado sin ti. Las horas suaves


pasarán sin esfuerzo. La mirada
se perderá en alguna encrucijada,
pero no para verte. Tú lo sabes.

He de seguir el vuelo de las aves,


el aire que me anuncie tu llegada,
que así, sólo en la brisa iluminada
has de llegar. Y sé que Tú lo sabes.

Sé que lo sabes hoy. Que lo supiste


ayer cuando marchabas, como hondero
cuando la piedra lanza. Más te fuiste.

Y quedo yo, sabiendo, prisionero


de esta piedra lanzada, mudo y triste,
que aún a contracorazón te espero.
Y si yo no tuviese

Y si yo no tuviese
que verte nunca más,

y si la muerte ahora
estuviese al llegar,

y si todo en mi torno
quedase en soledad

nadie me arrancaría
del alma el recordar.

Y si todo fue sueño


volvería soñar,

volvería a pedirte
tu claridad total,

que lo demás no quiero


si en los demás no estás,

que lo demás me sobra


y es sólo oscuridad,
oscuridad,
que llega,
que viene a acompañar

mi sombra muda,
cuando
tú la abandonarás.

“En los nidos de antaño”


ya nada ha de encontrar

la muerte que ha llegado.


Contra ti no podrá.

Cantarán tus canciones


hasta la eternidad.
En el otoño suave

En el otoño suave
te acompañaba
cada
año a sembrar el trigo,
el maíz,
la cebada.

Aprendí a tu costado
que la tierra nos daba
su fruto,
si sabíamos
a su tiempo,
cuidarla
y si después le dábamos
fidelidad a ultranza.

En el otoño suave
de la vieja Segarra
me enseñaste a encontrar,
en la tierra,
la patria.
Y ahora,
que comienza
mi libro,
en esta página
quiero que tu recuerdo
presida tu nostalgia.
Como todo emigrante

Como todo emigrante


que buscó su destino
lejos de ti,
te necesité más
que los hijos que no te abandonaron.

Porque eres,
para mi,
verdad y sueño,
verdad que dejé atrás
y sueño que me
espera.

Y están ya tan mezclados


el ayer y el mañana
que entre ambos he perdido
los límites precisos
del sueño y la verdad.
Como una música
que sólo yo pudiera oír,
como una
imagen que tan sólo
yo puedo ver,
como un umbral,
que nadie
podrá curar
antes de que regrese.
VIVIR ES LA costumbre de ir muriendo
de no saber morir. Es la costumbre.
Un pájaro de fuego cuya lumbre
abrasa el alma mientras va cayendo.

Vivir es atender desatendiendo


la llanura por ir hacia la cumbre.
Es inquirir entre la muchedumbre
la senda que se irá desvaneciendo.

Es búsqueda y hallazgo a cada paso


para seguir buscando y encontrando
la misma aurora, el sol, el mismo ocaso.

Es poder descansar sin saber cuándo.


Sin saber. Aquí. Siempre. En cada caso
para seguir muriendo y esperando.
Cantiga XVI

Las alas de tu nombre


todas las noches de mi vida
han ido
posando tu temblor
repetido
en mi boca,
sin gastarse.

Como los canjilones


de una secreta noria de esperanza
que en mi fueran pozando
sin saberlo,
de mí mismo a mí mismo,
el agua limpia
t dodo lo demás se convirtió en costumbre
y la costumbre,
a veces,
en hastío.
Pero las alas de tu nombre,
nunca
dejaron de volar,
en el silencio.

De pronto te llamé más fuerte


y una
tras otra
se ordenaron
estas páginas
y unas
tras otra
pretendieron las palabras
dar fe de tu presencia inasible.

Pero no sé si estás en ellas,


como
en mis noches están las alas de tu nombre
con batir instantáneo,
de gaviotas
que nacen sobre el mar,
en el poniente.

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