Unidad 1. Asesoramiento Al Proceso Educativo
Unidad 1. Asesoramiento Al Proceso Educativo
Unidad 1. Asesoramiento Al Proceso Educativo
PSICOPEDAGÓGICA
Asesoramiento pedagógico e
intervención educativa
Unidad 1: Asesoramiento al proceso educativo
ÍNDICE ................................................................................................................................................... 1
1. El asesoramiento y la calidad educativa ......................................................................................... 2
2. Conceptualización y funciones de la labor asesora ...........................................................................6
2.1. Conceptualización. ................................................................................................................6
2.2. Funciones. ............................................................................................................................. 7
2.3. Perfil profesional. ................................................................................................................ 10
3. Tipos de asesoramiento ............................................................................................................... 12
4. El proceso de asesoramiento en instituciones educativas............................................................. 17
5. La función asesora: problemas posibilidades ............................................................................... 20
5.1. Problemas que se pueden presentar. ................................................................................... 20
5.2. Posibilidades de actuación. ................................................................................................. 23
Referencias bilbiográficas .................................................................................................................... 30
Aunque con ciertas desconexiones e incongruencias, en nuestro actual sistema educativo, la red
institucional de apoyo y asesoramiento a los centros se ha incrementado de forma considerable durante
los últimos años. Es más, en la actualidad viene siendo un tema no sólo más o menos asumido (y/o
cuestionado) sino que, además, comienza a cristalizarse, con tendencia a la rutinización, en muchos de
los casos. No obstante, y al mismo tiempo, también hemos de reconocer la escasa tradición
investigadora sobre tal cuestión, su indefinición y la descoordinación entre las actuaciones de los
distintos agentes dedicados a dichas tareas.
Los planteamientos más actuales sobre el desarrollo profesional del profesorado y los procesos de
innovación y cambio, entre otros aspectos de interés, conceden un papel determinante a la movilización
de recursos internos y externos, como condición imprescindible para el desarrollo y el éxito de tales
procesos. Pero todo ello, desde nuestro punto de vista, bajo la consideración de un trabajo colaborativo
que cuente, además, con la sensibilidad necesaria para entender a los centros como comunidades
sociales con historia y cultura propias. Y es que éstos, junto con sus protagonistas y el resto de centros
de una misma zona, juegan cada día más un papel determinante y vertebrador de todo el conjunto de
decisiones implicadas en los procesos de cambio y mejora.
En ese sentido, el proceso de asesoramiento está directamente influido por la política educativa, por las
características del Sistema Educativo, por la autonomía de los centros y por el grado de profesionalidad
de los profesores.
Pero lo reflejado hasta ahora hemos de intentar situarlo en la realidad actual. A la educación le
corresponde hoy día una tarea muy compleja, debiendo asegurar la formación de ciudadanos
competentes para el trabajo y para la
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vida social, lo que implica el desarrollo de un proceso de formación integral a través de la experiencia del
trabajo orientado a la adquisición de conocimientos científicos y técnicos, de humanidades y ciencias
sociales, en un contexto de respeto a la diversidad que no debe implicar aumento de la desigualdad. La
educación debe formar en las competencias requeridas para la tarea colectiva de la construcción social.
Y a todo esto no puede ser ajeno el proceso de asesoramiento, sea del tipo que sea.
Como señala Hernández (1999), asistimos a una serie de cambios radicales y la tarea socializadora de la
educación no puede ser cumplida sin una renovación permanente de sus contenidos y sus métodos. No
se trata sólo del crecimiento acelerado del saber socialmente relevante y de la urgencia de reconocer los
cambios de percepción derivados de las transformaciones de las relaciones sociales, se trata de asumir
una situación inédita: el mundo de hoy está interconectado por redes de trabajo e información y por la
hegemonía de un mercado mundial soportado en la alta productividad resultante del aprovechamiento
de los desarrollos de la ciencia y la tecnología. Los cambios pedagógicos contemporáneos apuntan a la
formación no sólo de competencias científicas y técnicas sino también de las competencias sociales
requeridas para asumir cambios materiales y culturales radicales. Ello exige del docente una gran
responsabilidad y una gran flexibilidad, su compromiso con un proceso continuo de actualización y la
disposición permanente a aprender y a construir conocimiento sobre su propia práctica. El profesorado,
en la actualidad, se enfrenta con un contexto problemático. No sólo debe conocer las competencias de
sus alumnos y los contenidos que serán objeto de enseñanza, sino que debe asumir el cambio de intereses
resultante tanto de las transformaciones culturales contemporáneas como del carácter de la escuela
como un lugar de encuentro cultural. Y todo ello a pesar del poco reconocimiento de su profesión.
Asistimos a una etapa de turbulencias y cambios sustanciales que diseñan una época de incertidumbre
sobre el futuro. Vivimos una etapa de continuas y aceleradas transformaciones producidas por los
avances en la ciencia y la tecnología, la inmediatez en las comunicaciones, la abundancia de información,
etc. La sociedad del futuro se perfila con un alto nivel de requerimientos para la población en su conjunto,
considerándose el conocimiento como uno de los principales factores de desarrollo.
Cuando se tiene la intención de trabajar con otros, es importante afirmar el propio punto de vista.
Intentar convencer a los demás supone el ofrecimiento de nuevas herramientas, o hacer ver las ventajas
de la participación en tareas colectivas. Pero lo mejor es darnos cuenta como en estos procesos podemos
aprender de los demás. Ser convencido por el otro puede significar abrirse a una nueva perspectiva. Los
cambios sociales conllevan circunstancias inéditas que deben ser analizadas y obligan a ensayar nuevas
estrategias y a cambiar ideas. Esta flexibilidad es fundamental en el trabajo docente, donde
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frecuentemente es necesario aceptar el punto de vista del otro y modificar los métodos para mejorar la
comunicación. Nuevamente ocurre que la formación de la flexibilidad puede depender más de las
estrategias pedagógicas que de los contenidos mismos. En definitiva, creernos y hacer creer que para
responder de forma adecuada a las exigencias de una sociedad a las puertas del siglo XXI, hay que
compartir una preocupación por mejorar la calidad de la educación. Y cada vez es más difícil que cada
escuela por si sola pueda generar estrategias para garantizar dicha calidad y neutralizar todas las
diferencias. Por ello hay que enmarcarlas en un conjunto de políticas sociales y educativas que tiendan a
compensar estructuralmente las diferencias de origen. Es necesario detectar los factores problemáticos
que existen en el interior de cada institución y la necesidad de ampliar y legitimar los grados de
autonomía, para que el personal docente no sea el único responsable de los resultados.
Pero el trabajo en equipo no se garantiza mediante la creación de normas y reglas formales, necesitando
de personas que lideren el proceso de manera atractiva, creativa y dinámica. Múltiples investigaciones y
estudios (Dalin y Rust, 1990; Reynolds et al. , 1997, Scheerens, 1998) sugieren que para que se produzcan
cambios e innovaciones en las instituciones educativas es indispensable que existan, además de apoyos
externos, un motor interno que los dinamice y facilite, jugando los equipos directivos un papel muy
importante en tal acción. Si los profesionales del asesoramiento, junto con el profesorado y los equipos
directivos, no ofrecen ejemplos de trabajo colaborativo mediante prácticas basadas en el trabajo en
común, la coordinación y la ayuda mutua, difícilmente podrán ser creíbles y conseguir las capacidades
que en ese mismo sentido deberían pretender en el alumnado.
Lo que se busca, en definitiva, es que las implicaciones que se desprenden como causa del desarrollo de
la LOGSE, vayan elevando la calidad de los centros y su capacidad de educar para la participación y la
colaboración activa de los individuos en la sociedad. El trabajo y la formación dentro del centro, la
potenciación del trabajo en equipo, el estímulo de investigaciones, etc. son aspectos que no se deben ni
pueden olvidar desde la labor de asesoramiento. Y es que si los centros van abriendo sus puertas a otros
profesionales, aceptando su colaboración y compartiendo sus problemas, los asesores se van a convertir
en personas que también van a tener su responsabilidad y reto profesional en todo proceso de cambio
que se planteen los propios centros como núcleo de la mejora escolar.
Recordemos para concluir este apartado, que un modelo de asesoramiento colaborativo que busca la
mejora escolar y la calidad educativa, no es casual, no es sólo una aplicación de técnicas precisas. Se trata
de algo ideológico, cargado de valores, actitudes y creencias, y cuyo contenido principal se centra, una
vez más, en la "colaboración entre iguales". En este sentido, Imbernón (1996) nos recuerda que en esta
nueva cultura profesional, el profesorado ya no se conforma con experimentar innovaciones que le
vienen de fuera, sino que pasa a jugar un papel dinámico, participando activamente desde y en su propio
contexto. Al mismo tiempo, reconoce que los centros necesitan la discusión entre colegas, la ayuda
externa democrática y prácticas reflexivas, intentando superar su aislamiento y el de las aulas que lo
conforman. De ahí la importancia de buscar puentes de unión entre las escuelas y los distintos sistemas
en que se encuentran inmersas, mediante la indagación colaborativa y proyectos comunes "que sean
capaces de generar una nueva cultura de la organización y de fundir la perspectiva interna de los que
están dentro de las escuelas con las perspectivas externas del personal de apoyo en una verdadera
perspectiva colaborativa". Las funciones de asesoramiento adquieren, de esta forma, una dimensión
significativa en el desarrollo y mejora de la enseñanza que repercutirá en una mayor calidad educativa.
2.1. Conceptualización.
Son muchas y variadas las definiciones que existen con relación a la labor de asesoramiento, pero casi
todas recogen la interacción entre profesionales que implica su puesta en marcha. Pero como señala
Zabalza (1996) se trata de un tema que no se puede considerar de forma aislada, sino en relación con una
institución (la escuela), en el marco de un proyecto formativo (el curriculum) y con el propósito
fundamental de dar respuesta a la diversidad. De esta forma, el asesoramiento a la escuela se construye
desde diversos orígenes y sigue planteamientos muy diferentes, casi todos ellos con sus ventajas e
inconvenientes. De todas formas, no pretendemos realizar una revisión exhaustiva del concepto
asesoramiento, ni siquiera delimitarlo con relación a otros campos de actuación con los que fácilmente
se puede solapar (formación permanente, supervisión, innovación, orientación) o vincularlo con el
concepto más amplio de apoyo, lo que se puede revisar en distintos autores que tratan sobre el tema
(Nieto y Portela, 1992; Marcelo, 1994, 1996; Rodríguez Moreno, 1992,1996; Zabalza, 1996; Parrilla, 1996,
1998). Nuestro objetivo para el desarrollo de este punto del tema es más modesto: se trata de
aproximarnos al concepto de asesoramiento y algunas de sus funciones, así como a la búsqueda de
algunas características propias que le den identidad y que puedan diferenciarlo de otras actuaciones.
Rodríguez Moreno (1992) comenta la falta de unanimidad existente tanto a la hora de definir el
asesoramiento como las funciones inherentes al mismo y señala las notas esenciales que le otorgan su
especificidad en la enseñanza, y así, a partir de las definiciones de varios autores (Lippit & Lippit, 1986;
Aubrey, 1990;...) establece las siguientes:
Nieto y Portela (1992), por su parte, al hablar de asesoramiento se refieren a los procesos de ayuda a la
mejora escolar, la cual definen (apoyándose en Miles y Ekholm, 1985) como "un esfuerzo sistemático y
constante orientado al cambio en las condiciones de aprendizaje y otras condiciones internas en una o
más escuelas con el fin de lograr más eficazmente las metas educativas". Por otro lado, utilizan el término
asesoramiento o apoyo indistintamente, si bien aclaran su conceptualización como algo que va más allá
de otros ámbitos a los que habitualmente ha estado restringido como son la orientación personal, escolar
y profesional y ámbito de las necesidades educativas especiales y compensación de desigualdades, algo
que se debe encontrar vinculado a procesos que posibiliten el cambio educativo y que se base en prácticas
plurales rodeadas de un clima colaborativo y todo ello, preferentemente, en el centro escolar.
Sparks (1992) define el asesoramiento como "el acto de servicio en el que se espera que los asesores
ayuden a lograr los fines determinados por los clientes", destacando que se trata de una ayuda más que
de un agente responsable de una acción. Esta concepción le lleva a identificar el papel del asesor con el
del facilitador y a diferenciarlo del rol de líder. En cambio Sharp (1993) identifica la función del facilitador
con la del líder, considerando que los asesores funcionan como líderes que facilitan el aprendizaje.
Por nuestra parte vamos a considerar el asesoramiento como aquellos procesos interactivos de
colaboración con los centros educativos, y/o profesorado que los conforman, con la finalidad de prevenir
posibles problemas, participar y ayudar en la solución de los que puedan existir y cooperar en la
consecución de una mayor mejora educativa.
2.2. Funciones.
Sobre las funciones propias de la labor asesora existe una amplia literatura que, como señala De la Torre
(1994), nos puede llevar a relaciones tan extensas como la de Millán (1989), que llega a describir treinta y
nueve funciones, o la de Area y Yanes (1990), quienes llegan a catalogar hasta cuarenta y siete. Estos
últimos autores proponen un modelo de asesoramiento que persigue guiar a la vez que capacitar a los
profesores en las tareas de autoevaluación e innovación interna, agrupando su relación de funciones en
cinco categorías: a) relativas al conocimiento curricular; b) habilidades profesionales; c) funciones
relacionadas con los juicios profesionales, sabiendo aconsejar a los profesores y relacionar con lo que se
hace en otras escuelas; d) habilidades interpersonales al trabajar con los profesores; y e) contactos con
el exterior, consultando a otros asesores o expertos y conectando con profesores de otras escuelas.
10. Apoyo a los centros para el desarrollo de sus propias dinámicas de cambio.
11. Creador de capacidades, ayudando a los centros a desarrollar sus potencialidades para dirigir su
propia mejora.
Y Nieto y Portela (1992) separan las tareas a desempeñar por los asesores internos de aquellas que son
más propias de los asesores externos, y así con relación a los primeros señalan las siguientes actividades:
4. Participar en la toma de decisiones sobre la línea a seguir y las modificaciones que se considere
necesario introducir.
6. Conducir y apoyar el trabajo en equipo y favorecer una atmósfera propicia para esta modalidad
de trabajo.
En cuanto a las tareas a desempeñar por los asesores externos señalan las siguientes:
4. Diseminación. Recopilar, sintetizar, transformar, diseminar información para los profesores. (...)
5. Establecimiento de redes. (...) ayudar a los profesores o escuelas a diseminar sus propios
materiales o prácticas, a relacionarse con colegas y a crear redes de intercambio y colaboración sobre la
base de intereses comunes. (...)
7. Investigación y análisis. (...) Su objetivo puede ir desde mejorar la práctica escolar (...) hasta
satisfacer necesidades de nueva información por parte de distintas audiencias implicadas (...)
10. Prescripción. En algunas ocasiones, cuando se habla de apoyo externo se excluyen tareas
puramente reguladoras que van ligadas a una función de control (...) en otras se opta por incluirlas bajo
el calificativo de apoyo. (...) (Nieto y Portela, 1992:348-349)
Nosotros, más que diferenciar funciones propias del asesoramiento externo y del interno nos vamos a
decantar por la articulación de ambos, apostando por la coordinación de los distintos profesionales
educativos de una zona, centro o grupo de centros que fueran conformando un modelo de apoyo
colaborativo desde el que el asesoramiento a los centros y sus profesores pudiera venir tanto desde
dentro como desde fuera o desde ambos ámbitos al mismo tiempo, sin grandes distinciones de
funciones. Siguiendo a Parrilla (1996) estaríamos hablando de un apoyo colaborativo como un proceso
que busca la adecuación de la enseñanza a distintas situaciones y necesidades y que se basa en la
igualdad como base de las relaciones de
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los profesionales intervinientes, caracterizado por su confianza mutua, responsabilidad compartida y
comunicación abierta. Un apoyo que exige igualmente contemplar de forma positiva los diversos
enfoques y recursos para la identificación de problemas, selección y diseño de estrategias de solución,
desarrollo y evaluación de las mismas, desde un planteamiento que descansa en la responsabilidad
compartida de todos los profesionales que van a intervenir.
En definitiva, e intentando ser coherente con lo anteriormente manifestado, hemos de considerar que
en todo esfuerzo de cambio e innovación en los centros tanto los asesores como los profesores deben
jugar múltiples y variados papeles. La forma en la que se desarrollen dichos roles determinará el cambio
en las relaciones y la efectividad del esfuerzo del cambio. Así pues, se trata de analizar y resolver los
problemas de forma conjunta y colaborativa, asumiendo las aportaciones de otros profesionales del
centro o externos al mismo, y caminando hacia un trabajo coordinado que se articule desde los supuestos
de complementariedad del conocimiento. Así vistas las cosas puede parecer que cualquier profesional
que actúe desde dentro del centro, o desde fuera del mismo, puede asesorar. Y esto puede ser cierto,
pero, al mismo tiempo, hemos de tomar conciencia de que en el perfil que defina cada una de las
actuaciones se pueden llegar a apreciar claras diferencias tanto en los planteamientos como en la forma
de desarrollar la tarea. Es por lo que hemos de considerar el riesgo que se corre, según (Hernández, 1991),
de que se diluya el efecto y pueda llevar a un mero cambio de nombre si no va asociado a una nueva forma
de actuación profesional. Y es que en ese caso el proceso deja de ser significativo por su inespecificidad,
lo que constituye sólo un cambio de denominación, para unas funciones ya conocidas.
En este sentido Havelock (1969, citado por Hernández), señala una serie de características que pueden
perfilar el papel del asesor, diferenciando entre aquello que puede ser considerado como asesoramiento,
de aquello otro que no lo es:
• La relación entre asesor y asesorado debe ser temporal y específica para la necesidad o demanda
que se plantea.
• El punto de partida debe ser el compromiso compartido a partir del contraste de las expectativas
respectivas.
Por último, como algo más próximo a nuestro contexto, pero también desde un punto de vista más
administrativo, vamos a señalar los principios básicos alrededor de los cuales se debe configurar la
actuación asesora, tal y como se reflejan en el Documento de análisis y debate sobre la situación actual
de la Formación Permanente del Profesorado en Andalucía (Consejería de Educación y Ciencia de la Junta
de Andalucía, 1996:39-40). El centro como unidad de cambio, la flexibilidad, la importancia del contexto
y la participación, se asumen, por la propia administración educativa, como factores importantes a
considerar. Concretamente, se especifican los siguientes:
• Consideración del Centro docente como eje vertebrador de la acción educativa, donde el equipo
educativo elabora y pone en marcha un proyecto.
Nos referimos en este apartado a diferentes modos de afrontar el asesoramiento a la escuela, más que a
la realización de una exhaustiva clasificación de las modalidades existentes. En realidad, perseguimos
propiciar la reflexión sobre la naturaleza del asesoramiento y algunos de sus aspectos más interesantes,
que no siempre son considerados, a partir de la toma de conciencia de diversas tipologías que superan la
simple diferenciación entre asesoramiento interno y externo.
En este sentido, Zabalza (1996) diferencia entre los siguientes tipos de asesoramiento:
a.2) Asesoramiento a procesos concretos que se realizan en el centro o en el aula, como puede ser
por ejemplo, el que se presta para la elaboración del Proyecto Curricular de Centro.
a.3) Asesoramiento a funciones sectoriales de los centros como por ejemplo puede ser el proceso de
orientación a seguir en los mismos.
a.4) Asesoramiento al centro en su conjunto, al desarrollo y mejora de la institución más que a partes
específicas de la misma. Aunque no resulta fácil, es el asesoramiento más deseable, puesto que cuanto
más amplio es el ámbito al que se proyecta, más afecta a la estructura institucional y mayor posibilidad
de que se produzca el cambio en la institución.
b.1) Cuando no existe demanda y el asesoramiento que se realiza, que suele llevarse a cabo por
agentes externos, responde más a la norma o a la prescripción que a las necesidades. Suele ser un
asesoramiento de tipo burocrático.
b.2) Cuando la demanda es forzada por la presión directa o indirecta de alguien con capacidad para
ejercerla (la dirección, por ejemplo). Puede llegar a abrir el camino hacia nuevas posibilidades menos
forzadas, pero por lo general el asesoramiento también se burocratiza o acaba perdiendo la energía y
potencial de cambio.
b.3) Cuando la demanda es formal y se realiza por los órganos competentes de la institución. Aunque
a veces se trata de un compromiso formal que se asume, más que de una necesidad sentida, el
asesoramiento se percibe como pertinente por el conjunto de la institución, lo cual ya es importante. No
b.4) Cuando la demanda es sentida y surge por el deseo de afrontar un problema o de mejorar la
forma en que se están llevando a cabo las cosas. El potencial de cambio es mayor y la necesidad de
asesoramiento suele estar acompañada por el deseo de asumir un verdadero compromiso, así sus efectos
calan más en la institución y en todos aquellos que se ven envueltos en el proceso.
c.1) Asesoramiento solicitado a técnicos especialistas, modalidad muy habitual que consiste en
buscar a alguien que "sepa" para que nos resuelva los problemas que se nos presentan. Aunque depende
de ciertas circunstancias, entre ellas el papel del especialista, suele ser una modalidad de asesoramiento
que se caracteriza por su descontextualización y por atribuir el problema a los demás.
c.2) Asesoramiento solicitado a colegas pertenecientes al propio centro o a otros. En este caso el
asesoramiento adquiere una mayor cultura institucional, es más colaborativo y contextualizado, aunque,
como veremos más adelante, puede llegar a producir problemas de credibilidad.
c.3) Asesoramiento solicitado a profesionales con tales funciones como asesores de CEPs,
componentes de equipos psicopedagógicos y de apoyo, profesores de apoyo, etc. También aquí como
en el caso de los técnicos especialistas se corre el riesgo de aplicar respuestas demasiado generales y
alejadas del propio contexto. No obstante suelen ser profesionales que proceden del ámbito de la
docencia y por lo tanto conocen la escuela y sus condicionantes, lo cual, a su vez, también puede crear
problemas de legitimidad y credibilidad.
d.1) Asesoramiento puntual para resolver un problema concreto o para analizar una situación
específica. Lo que se busca en este caso son soluciones concretas a situaciones puntuales.
d.2) Asesoramiento informativo sobre determinados aspectos de interés que suelen adquirir el
formato de charlas o cursos específicos sobre los temas elegidos. El potencial de cambio de este tipo de
asesoramiento suele ser escaso.
d.3) Asesoramiento en el desarrollo de procesos, es decir, en un tipo de actuación que tiene una
cierta duración y que se establece a través de un proceso de fases secuenciadas que permiten establecer
una estructura progresiva.
e.1) En función del protagonismo que adquiere quien presta el asesoramiento, éste se puede
convertir en dar, compartir o dirigir el proceso, aunque parece claro que cuanto mayor protagonismo
adquieran los implicados mayor capacidad de incidencia tendrá el asesoramiento.
e.2) Asesoramiento como intervención vs. asesoramiento como acción. En el primer caso se supone
que alguien de fuera posee las competencias, los recursos y la legitimidad para intervenir dentro, lo que
conlleva una desigual distribución de posiciones entre quien presta el asesoramiento y quien lo recibe.
Por el contrario, cuando el asesoramiento se basa más en la colaboración y se concibe no como algo que
se realiza sobre sino con, aparece la idea del asesoramiento como acción para el cambio que trata de
contrarrestar la mentalidad intervencionista antes reseñada.
Por otro lado, Parrilla (1996) analiza los diversos modelos de asesoramiento, en situaciones de diversidad
educativa, en torno a un doble eje estructural. En los extremos del primer eje sitúa el asesoramiento
centrado en el alumno vs. el asesoramiento centrado en la escuela. En los extremos del segundo eje sitúa
el asesoramiento experto vs. el asesoramiento colaborativo. Del cruce de ambos ejes o dimensiones
salen los cuatro modelos de asesoramiento que identifica, cada uno con su consiguiente forma de
entender la escuela y su mejora, el papel y funciones de sus profesionales, la diversidad educativa y las
estructuras, estilos, procesos y estrategias concretas de apoyo. Plantea así los siguientes tipos de
asesoramiento: terapéutico, individual colaborativo, apoyo-consulta-recursos y curricular.
INDIVIDUO
Individual
Terapéutico
Colaborativo
EXPERTO COLABORATIVO
o Consulta
Curricular
Recursos
ESCUELA
El asesoramiento terapéutico pone el énfasis en el individuo y parte de la concepción del asesor como
experto o técnico que domina determinados contenidos, técnicas o habilidades, en función de las cuales
puede resolver los problemas, en este caso de alumnos individuales, que se le planteen. Como señala
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Bolívar (1997) este rol y función del asesor ha estado unido a modelos centralizados de desarrollo
curricular, así como a una desprofesionalización docente. El alumno se considera como un sujeto de
análisis y de intervención de una serie de profesionales que actúan de manera parcial, individual y
autónoma, manteniendo, en el mejor de los casos, una relación de continuidad entre sí. La idea de
escuela no suele ser mucho más que la del contexto físico en el que los profesores enseñan para que
aprendan los alumnos. No se plantea la escuela como institución con una cultura propia y un determinado
sistema social.
Por último, el asesoramiento curricular se centra en la escuela desde una óptica colaborativa, es decir, la
dimensión colaborativa y la institucional se aúnan para generar un modelo que asume la cooperación
como estrategia básica de aprendizaje y desarrollo profesional, y que tiene como foco una visión global
de la escuela de la que se destaca su capacidad para aprender. La actuación de asesoramiento se dirige
así al desarrollo de la mejora de la escuela mediante la capacitación profesional de los profesores,
facilitando dicho proceso. El asesor convive con el centro para ayudar a promover procesos de
autorrevisión y mejora, consistiendo su labor en contribuir a crear las condiciones necesarias para
capacitar al centro y a los profesores a resolver los problemas por sí mismos, y no en ofrecer las soluciones
a ellos.
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Como apunta Bolívar (1999) se trata de trabajar con, en lugar de intervenir en; de desarrollar, más que de
aplicar. El asesor se convierte de esta forma en un facilitador del desarrollo de innovaciones educativas,
a la vez que dinamizador de la acción didáctica de un centro, proporcionando apoyo y recursos,
promoviendo un trabajo cooperativo que incremente la colaboración y estableciendo un clima propicio
para el desarrollo profesional.
Para finalizar este apartado, queremos comentar que desde nuestro punto de vista, estamos asistiendo
desde hace algún tiempo al alejamiento del modelo único y preferente de asesoramiento centrado en el
individuo, que considera a éste como susceptible y receptor de apoyo y no la escuela en su conjunto. Este
modelo de apoyo fragmentario y reduccionista es el que se ha venido desarrollando de forma preferente
sobre la base de respuestas de tipo parcial que casi siempre se han dado de forma colateral y periférica,
y que ha hecho que se tome conciencia de sus dificultades e insuficiencia como modelo válido para
generar cambios en nuestros centros educativos considerados en su globalidad. Otras dificultades
añadidas de este tipo de modelo de asesoramiento vienen determinadas por la consideración del mismo
como algo que viene organizado desde planteamientos que asumen el conocimiento experto y las
relaciones jerárquicas como bandera de las intervenciones (Ireson, 1992).
Por lo tanto, asistimos al alejamiento del modelo individual para acercarnos cada vez más a modelos de
asesoramiento que ven a la escuela y sus propuestas curriculares como los objetos de atención. El
asesoramiento ya no es al individuo sino a la escuela y al currículum. Nos acercamos al que viene
denominándose asesoramiento curricular (Wilson, 1984; Parrilla 1996), que cuestiona la propia idea de
asesoramiento, su naturaleza, los participantes, su carácter y la metodología.
Del asesoramiento individual al colaborativo (Murillo, Gandul y Pérez, 1996) Desde estos planteamientos
sobre la concepción de asesoramiento y sus funciones, se ha ido configurando una línea de investigación
(Hanko, 1993; Fox, Pratts y Roberts, 1990; Daniels, Norwich y Anghilieri, 1993; Escudero, 1996, 1997;
Parrilla y Daniels, 1998; Bolívar, 1999), así como desarrollando distintos modelos que acercan el
asesoramiento a enfoques que plantean el trabajo colaborativo como eje del desarrollo de la escuela. Son
enfoques que asumen la complementariedad y compatibilidad de los distintos profesionales que
participan en el proceso educativo, y que comparten, en buena medida, la naturaleza, evolución y
características de los grupos colaborativos.
Como señalan López y Sánchez (1997), los planteamientos más actuales sobre el desarrollo del cambio,
la formación de los profesores o la propia evaluación educativa conceden un papel determinante a la
movilización de los recursos internos, como condición imprescindible para el desarrollo de tales procesos.
Además, existe consenso cuando se plantea que la movilización de dichos recursos internos exige la
colaboración de asesores externos con los necesarios conocimientos técnico-pedagógicos, pero también
con la sensibilidad necesaria para entender los centros como comunidades sociales con historia y cultura
propias, en los que ningún proceso se puede implantar mecánicamente. Y en este proceso de adaptación
y elaboración de nuevas propuestas concretas de actuación en los centros educativos, los asesores
escolares como agentes ligados a los procesos de facilitación del cambio educativo pueden contribuir
decisivamente a la mejora escolar.
No obstante, resulta fácil encontrar, con el propósito de ilustrar el proceso de asesoramiento en los
centros, una serie de pasos o etapas a considerar en tales procesos, pero que lógicamente han de ser
contextualizados y construidos por cada escuela de modo flexible. En este sentido y dado que los Centros
y/o Equipos de profesores no se encuentran en los mismos puntos de partida, Pérez Ríos (1994) hace
referencia a las siguientes:
c.8) Evaluación.
Por otro lado, Sánchez Moreno (1995) se centra fundamentalmente en tres momentos: a) análisis
diagnóstico del centro para conocer el entramado de relaciones que se viven en su seno, los procesos de
comunicación, la cultura, y, en definitiva, intentar comprender la escuela en su más amplio y a la vez
específico e idiosincrásico sentido; b) el asesoramiento como proceso de participación y colaboración y
sus pautas para la intervención, que requiere tanto conocimiento técnico específico como habilidad en
las destrezas de comunicación, relaciones personales y experiencia en dinámica de grupos; y c) la
evaluación del proceso, puesto que no basta con facilitar el proceso de análisis diagnóstico del centro y
de intervenir de forma participativa durante el desarrollo, sino también implicarse en la evaluación para
comprobar la validez de la acción desarrollada.
f) Institucionalización de la formación
De cualquier forma, sigamos el proceso que sigamos, lo fundamental, como hemos comentado, es la
contextualización del mismo a cada situación, así como reconocer la tremenda importancia que tiene la
prudencia y cautela que ha de mostrar el asesor al iniciar la relación con el centro, con sus miembros y
componentes, al clarificar su posicionamiento y al negociar los acuerdos iniciales, pues, en gran medida,
el éxito de su trabajo va a depender de esta primera toma de contacto inicial (López y Sánchez, 1997). Y
es que el proceso de asesoramiento, además de ser un proceso técnico que requiere identificar y conocer
las fases de actuación de los asesores, es también un proceso social y, por lo tanto un proceso de
comunicación. Por lo que durante esta fase de contacto inicial, o construcción de las relaciones, el asesor
debe intentar conocer los sistemas sociales que interactúan en el centro y al mismo tiempo, trata de
iniciar una adecuada relación con la
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comunidad educativa, especialmente con los profesores y el equipo directivo. En definitiva, ha de tratar
de:
* Lograr una Influencia mutua. El asesor tiene que permanecer permeable ante las necesidades,
manifestaciones y sentimientos del grupo y actuar en consecuencia. Pero habrá de mantener un
equilibrio entre su postura de comprensión hacia las preocupaciones del profesorado y la independencia
para ser objetivo y crítico con lo que sucede, además de evitar caer en el apoyo a un determinado sector
del profesorado.
* Clarificar las expectativas. Significa discutir y aclarar cuáles son las necesidades que sienten los
profesores, qué esperan del asesor, qué se les puede ofrecer, qué se puede conseguir y entre todos llegar
a compromisos de qué papeles van a desempeñar unos y otros.
* Legitimar y dar credibilidad a su figura. Significa que el asesor ha de ser consciente de que tiene
que demostrar conocimiento y capacidad, ofrecer algunos recursos y éxitos parciales además de
ofrecerse como valioso para que su rol sea aceptado y legitimado con mayor credibilidad (López y
Sánchez, 1997).
Y es que la definición de la relación ante el equipo directivo, los profesores y demás miembros del centro
educativo, por parte del asesor, es crucial. Si no lo hace corre el riesgo de que los demás definan la
relación con él, y a él no le quede otra alternativa que ser el sujeto pasivo.
También parece conveniente que los asesores adquieran las claves culturales que le permitan conocer
mejor al centro y analizar los hechos y acontecimientos que ocurren en el mismo sobre la base de las
ideas implícitas que los miembros tienen de sí mismos y de los otros, a los criterios que se utilizan para
juzgar situaciones, a las normas y reglas que son compartidas, las conductas, las manifestaciones
verbales, etc. Por último, el asesor debe procurar que se establezca un compromiso formal para llevar a
cabo el proceso de cambio. Es decir, dejar constancia por escrito de las metas y los objetivos que se
persiguen, de la asignación realizada de tareas y responsabilidades a desarrollar, de los compromisos
adquiridos por cada uno de los miembros participantes en el proceso, de los recursos disponibles así
como de su utilización, etc. Sólo si se han cubierto estas tareas adecuadamente se podría garantizar con
éxito el paso a la siguiente de las fases del proceso de asesoramiento.
Desde que se comenzó a implantar la LOGSE, proceso que se acompañó con un incremento en los
recursos personales con labor asesora, se ha venido prestando apoyo al profesorado y a los centros desde
distintos frentes, pero de forma no sistemática y descoordinada. Desde nuestro punto de vista, después
de los años que han pasado, siguen existiendo indefiniciones que hacen que los diferentes sectores
profesionales, que intervienen de alguna forma en la labor de asesoramiento, continúen trabajando de
forma descoordinada, por lo que siguen sin rentabilizarse los recursos disponibles. Podemos cuestionar
si se ha conseguido o no la cantidad deseable, pero lo que no se puede dudar es que va siendo hora de
que la calidad se vaya imponiendo sobre la primera, independientemente de otras cuestiones e incluso
del control administrativo, que también es necesario y legítimo, pero que no debemos confundirlo, ni
explícita ni implícitamente, con los procesos evaluativos.
La red de apoyo por la que ha optado nuestro Sistema Educativo pasa necesariamente por la
coordinación del trabajo de las diversas instancias de asesoramiento, tanto interno como externo, y ello
si verdaderamente queremos ayudar al profesorado en sus tareas y en su desarrollo profesional.
Por ello, no deberíamos perder como referente, que el verdadero protagonista de todos estos procesos
debe ser el propio profesorado, y hacia la facilitación de su trabajo y de su formación es hacia donde se
deben encaminar los procesos de asesoramiento, considerando en todo momento tanto su autonomía
como sus intereses y necesidades profesionales, así como el contexto en el que desarrolla su trabajo y
aprende. No obstante, también hay que reconocer que no se trata de una tarea fácil y que viene siendo
habitual encontrarnos con determinados problemas y resistencias.
Por otro lado, las formas de trabajo habituales en los centros escolares vienen siendo muy individualistas,
con escasos espacios, tiempos y ámbitos de trabajo común (Bolívar, 1997), a lo que se une la "cultura"
forjada durante mucho tiempo del asesor como la persona que diagnostica problemas individuales. No
obstante, aun partiendo del asesoramiento como colaboración con los centros educativos, también
surgen determinados problemas, que de alguna forma han ido saliendo durante el desarrollo del tema, y
algunos de los cuales comentamos a continuación de forma más concreta:
Rodríguez Moreno (1995, citando a Dyson, 1991) hace referencia al amplio listado de actividades
encomendadas al personal dedicado a tareas de asesoramiento, de forma que suelen ir desde el
tratamiento directo con alumnos a tareas de formación en centros, pasando por la coordinación con otros
servicios no educativos, impartir formación permanente, o trabajar y/o apoyar a familias. Con estos
presupuestos no sólo tendríamos que pensar en "superasesores" sino que además, como plantea el
propio Dyson, no se pueden interpretar como un espectro de actividades al ser algunas de ellas
claramente contradictorias. Sigue comentando que integrar coherentemente la diversidad de tareas a
desarrollar va a resultar complicado porque va a implicar tratar con dilemas más o menos explícitos.
Por otro lado, entre las funciones adjudicadas a cada uno de los servicios o equipos dedicados a tareas de
asesoramiento, es fácil observar ciertos solapamientos que provocan desajustes en sus intervenciones.
Esto puede propiciar un evidente desconcierto no sólo entre los profesionales que los conforman, sino
fundamentalmente entre el profesorado de los centros de intervención, lo que crea la necesidad de
coordinar dichas actuaciones mediante la reordenación de las funciones encomendadas o la
institucionalización de mecanismos fluidos y operativos de coordinación que faciliten la adecuada
inserción en el funcionamiento de los centros. El problema fundamental no va a estar en especificar lo
que deba hacer cada uno, que puede quedar más o menos claro en el ámbito teórico o legal, lo
fundamental va a ser como coordinar todos los apoyos disponibles para dar realmente respuestas
acordes con la realidad de la práctica de los profesores.
La visión o concepción que se tenga sobre la competencia profesional del asesor puede convertirse en
algo problemático que obstaculice el inicio o desarrollo de determinados procesos de apoyo a los centros
educativos o equipos de profesores.
Hoy día la competencia del asesor no debe ser vista como una relación jerárquica de rango superior que
se ejerce sobre el profesorado. Su papel no debe ser el del experto que tiene la clave y solución para todos
los problemas que se planteen en los centros, ya que con ese posicionamiento se fomenta una situación
de dependencia del profesorado con respecto al asesor que se aleja tremendamente del objetivo de
conseguir y fomentar una mayor profesionalización de los docentes. En este sentido Rodríguez Moreno
(1995) señala que el asesoramiento tiene su razón de ser en el servicio que presta a profesores y centros
educativos, que la competencia del asesor se debe separar cada vez más de la imagen tradicional de
dominio del conocimiento teórico y vincularse más al conocimiento generado en la práctica y que, desde
este punto de vista, los mejores profesionales que pueden desarrollar tareas de asesoramiento son
precisamente los profesores, pues son los únicos que pueden cumplir con la condición esencial de
asesoramiento de conseguir una interacción "de igual a igual".
Debemos, pues, concebir la competencia del asesor con su vinculación al conocimiento que se genera en
y desde la práctica, debiéndose desechar todo tipo de competencia que se distancie de dicho
conocimiento y que traicione de alguna forma las relaciones de igualdad. Sólo así revitalizamos el
conocimiento práctico a un nivel más acorde con el protagonismo que tiene, o debe tener, en la
configuración de la enseñanza y del profesorado.
Otro de los problemas que se presenta en el desarrollo de la función asesora y, por tanto, obstaculiza el
desempeño de su papel de apoyo a los procesos de cambio y mejora, es el que hace referencia a la visión
que el profesorado pueda tener de los profesionales que desarrollan dicha función.
Por lo general, la visión que predomina del asesor o del profesional de apoyo es la de una persona que en
alguna medida ha "renegado" del trabajo directo con alumnos en los centros escolares. Se habla de
"desertores de la tiza", al tiempo que de representantes de la Administración encargados de gestionar la
implantación de los cambios y directrices propugnadas por la misma. Esto, en principio, va a suponer una
tremenda dificultad a la hora de establecer vínculos y relaciones con el profesorado, así como una traba
importante para conseguir la credibilidad del asesor.
De igual manera, no podemos olvidar que la mayoría de los profesionales dedicados a tareas de
asesoramiento han pasado con anterioridad por las aulas y se han visto impregnados del trabajo
eminentemente individual que se desarrolla en las mismas, de la falta de tradición de trabajo en equipo.
Esto, puede llevar a que al inicio de ejercer la labor de asesoramiento siga predominando esa cultura
individualista que le haga encontrarse con una experiencia limitada y con una ausencia de competencias
necesarias para desarrollar su función. Y son precisamente esas competencias las que se deben ir
obteniendo con la práctica y con la
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adquisición de un adecuado soporte teórico, de forma que con un adecuado desarrollo de las mismas y
la colaboración en la solución de las necesidades planteadas, se vaya consiguiendo la credibilidad
necesaria ante el profesorado.
Así pues, el verdadero reto del asesor va a estar como señala Rodríguez Moreno (1996) en "situar el apoyo
escolar en el contexto de las relaciones entre colegas sin distinción de status", de forma que se vaya
ganando la credibilidad y el prestigio a los ojos del profesorado, así como consiguiendo la habilidad
suficiente como para promover el protagonismo de los verdaderos artífices del asesoramiento, es decir,
de los centros educativos y su profesorado. Colegialidad y responsabilidad se han de convertir en dos
aspectos inseparables que confieran al asesoramiento el facilitar la capacitación del profesorado. Todo
ello implica iniciar procesos claros y transparentes no de dependencia, y sí de responsabilidad
compartida, que sienten las bases para la consecución de una relación de confianza y duradera que centre
el protagonismo en el propio grupo de trabajo, huyendo de personalismos, contribuyendo así a la
apertura de procesos reflexivos que se constituirán en los verdaderos artífices de los proyectos de
actuación en y desde los centros.
De la búsqueda de soluciones a los problemas planteados en el epígrafe anterior es de donde van a salir
las posibilidades de actuación en cuanto a la consecución del mejor diseño posible de la función asesora
en el momento actual. De hecho, conforme hemos ido exponiendo algunas de las dificultades con las que
nos encontramos habitualmente, hemos expuesto también posibles alternativas a las mismas. A
continuación, y para finalizar el desarrollo del tema, vamos a referirnos a algunos aspectos claves por los
que, a nuestro parecer, debe pasar cualquier actuación encaminada al asesoramiento, lo que contribuye
a garantizar un mayor éxito en el desarrollo de esa compleja tarea, así como a iniciar el camino de la
evaluación de la misma con vista a la mejora de futuros diseños y desarrollos.
En la actualidad resulta difícil dudar sobre la necesidad de actuar coordinadamente desde todos los
sectores que inciden en los centros como agentes de apoyo a los mismos. Además, para que a través de
esa actuación se consigan los mejores resultados posibles, parece obvio, y deseable, que dichos niveles
de coordinación de actividades se extiendan a las fases de detección de necesidades, planificación y
evaluación, y no se queden reducidos sólo a la etapa de aplicación o desarrollo. Se plantea así una
alternativa obvia, pero que no existe, en
Asesoramiento al proceso educativo 23 de 36
la que partiendo de la reflexión de la propia práctica se pueda llegar a plantear modelos de acción
coordinados en un contexto de innovación y cambio institucional, siempre con la preocupación lógica por
la mejora en la calidad de la enseñanza.
La diversificación profesional dentro de los distintos Servicios y Programas que tienen encomendados
funciones de asesoramiento, más que preocupación debería suponer una oportunidad única de poder
ofrecer a los profesores, centros y zonas educativas de influencia, acciones distintas, pero
complementarias y coordinadas, relacionadas con el cambio y mejora de la educación, así como con la
planificación, adaptación, desarrollo y evaluación del currículum, lo que además supondría mayores y
mejores niveles de rentabilidad de esfuerzos.
Todo ello en un contexto de desarrollo profesional del profesorado, lo que supondría ir más allá de meras
actuaciones transmisivas e informativas, superando concepciones meramente administrativas y
técnicas, e intentando crear un clima favorable de diálogo y colaboración.
Pero además, existen diferentes modelos de intervención. De forma general, Louis et al (1985) señalan
dos modelos diferentes: modelo orientado hacia los procesos, centrado en problemas y en una relación
de colaboración entre expertos y profesorado; y modelo orientado hacia los contenidos, centrado en el
experto y en la aplicación de sus conocimientos y técnicas sobre los centros y su alumnado. No obstante,
Escudero (1992) llama la atención sobre las precauciones que habría que tomar sobre categorías tan
generales que sólo son "susceptibles de comprensión si se entienden como puntos de referencia para
desvelar el modelo que organiza y da sentido a un conjunto de funciones" que nos permitirá determinar
el modelo dominante en la actuación de los profesionales del asesoramiento. No considera dicha
categorización como dicotómica, pensando que en determinadas situaciones hay que optar por
soluciones que integren adecuadamente aportaciones de uno y otro modelo. A pesar de ello, en
coherencia con el interés de promover prácticas colaborativas que presidan las iniciativas de cambio y
mejora, se debe ir evolucionando hacia el modelo de procesos, intentando superar la constatación de que
en el trabajo que se realiza en los centros aparece alguna desconexión entre los profesionales que aportan
alguna modalidad de asesoramiento a los mismos y a sus profesores. Desconexión que puede ser debida,
según Escudero, a la preocupación real de cada Servicio más por su propia parcela de intervención que
por el desarrollo de una política coordinada de asesoramiento que debidamente fundamentada en un
modelo de actuación, haga frente al reto de la mejora educativa.
El asesoramiento de tipo colaborativo se expande cada vez más, de forma más o menos intuitiva, por la
mayoría de nuestros centros, los cuales no sólo lo van asumiendo e integrando en su seno, sino que
además empiezan a revisar su propio concepto, dado que, como plantea Parrilla (1996), el apoyo es un
proceso educativo que no sólo va a afectar a la estructura formal de la escuela, sino también y de forma
fundamental a su cultura y sus valores.
Por otro lado señalan como elementos para un proceso de equipo colaborativo efectivo los siguientes: a)
sentimiento mutuo de interdependencia positiva; b) focalización en el desarrollo de destrezas
interpersonales de pequeños grupos en cuanto a comunicación, liderazgo, toma de decisiones y
resolución de conflictos fundamentalmente; c) evaluación regular y discusión del funcionamiento del
equipo y planteamiento de objetivos para mejorar las relaciones y realizar las tareas de forma más
efectiva; d) estudio de métodos para la adquisición de responsabilidades y compromisos que sean
acordados entre todos.
Así planteado, podemos hablar de asesoramiento colaborativo como proceso que busca la adecuación
de la enseñanza a situaciones y necesidades muy diversas, que centra en la igualdad la base de las
relaciones entre los distintos profesionales que intervienen en dicho proceso y que exige la identificación
de problemas, la selección y diseño de estrategias de solución de los mismos, así como el desarrollo y
evaluación de dichas alternativas desde un planteamiento que descansa en la responsabilidad
compartida de los distintos profesionales (Parrilla, 1996).
Y es dentro de este enfoque conceptual y metodológico, que hace de la escuela la clave del
asesoramiento y que opta por la colaboración como enfoque metodológico, colaborativo, donde nos
encontramos con distintas propuestas organizativas: el asesoramiento interinstitucional, la colaboración
entre colegas y el asesoramiento interprofesional.
b.2) Asesoramiento entre colegas. Se trata de una modalidad de asesoramiento que se ha venido
utilizando en distintos contextos profesionales diferentes al educativo y que adquiere su denominación
a partir del trabajo de Reeves (1991), aunque otros autores utilizan una terminología diferente como
"grupos de asistencia a profesores" (Chaflan y Van Dusen Pysh, 1989) o "grupos de apoyo entre
profesores" (Daniels y Norwich, 1992; Parrilla y Daniels, 1998).
Como viene quedando reflejado a lo largo del tema, así como en escritos anteriores (Murillo, 1994), el
hecho de coexistir distintas formas de concepción y adopción del asesoramiento nos puede llevar a
apreciar una característica multiplicidad de opciones tanto en los roles como en las funciones de quiénes
desarrollan dicha tarea. Si bien las primeras aproximaciones a la cuestión se han realizado para ámbitos
de actuación no específicamente educativos, su consideración nos permitirá acercarnos a las que son más
propias del asesoramiento escolar.
Así pues, son múltiples los roles y funciones que se le asignan a los profesionales del asesoramiento
(Havelock, 1969; Little, 1985; Lippit y Lippit, 1986;Schein, 1990; ...), pero partimos de la consideración de
que hay que pensar más en asesores como expertos en procesos y procedimientos de animación y
desarrollo de cambio educativo que cómo técnicos especialistas en contenidos o innovaciones
específicas. Y es que, en términos generales, el asesoramiento a los centros se puede configurar desde
una doble perspectiva:
* Para facilitar la diversidad en la respuesta adaptativa de los centros a las exigencias externas o a
las iniciativas internas de mejora. Asociado normalmente a sistemas educativos descentralizados.
* El polo de la intervención, donde los asesores trabajan en los centros para diagnosticar y definir
sus problemas, estableciendo desde fuera qué es lo relevante y significativo y ofreciendo soluciones
específicas y puntuales a los problemas concretos. Se pone el énfasis en el valor del conocimiento
científico para influir en la dinámica de cambio, fomentándose la aplicación de prescripciones. Este estilo
se asocia a profesionales que desempeñan el rol de expertos en contenidos, cuya prestación de apoyo
suele ser unidireccional y directiva.
* El polo de la colaboración, donde los asesores trabajan con los centros para que sean ellos
quienes analicen y comprendan sus problemas o necesidades, así como para que busquen y seleccionen
soluciones apropiadas a los mismos. Este estilo se asocia a profesionales que desempeñan un rol de
facilitadores de procesos, cuya prestación de apoyo suele ser bidireccional y no directiva.
Y como todo en educación, el asesoramiento no puede ser neutral, dependiendo de cómo lo definamos
y organicemos, así como del tipo de relaciones y prácticas en que se desarrolle, estaremos apostando por
valores de jerarquización y diferenciación, influencia desigual, e imposición, o por otros de signo
contrario, como los de colaboración, participación, solidaridad, capacitación para la autonomía y
liberación social y cultural.
Por ello, pensamos que las actuaciones de asesoramiento deben encaminarse cada vez más hacia
modelos cercanos al polo de proceso / no directividad, que deben perseguir una serie de metas, señaladas
por Escudero (1992), de las que destacamos:
Por consiguiente nos situamos ante un modelo de actuación que asume una serie de supuestos en los
que simultáneamente se reconoce capacidad y recursos en los centros y su profesorado para la resolución
de sus problemas y la contribución de los profesionales del asesoramiento a su expansión, desarrollo y
capacitación.
Se trata pues, de insistir mucho más en la vinculación de los asesores externos con los centros y en su
implicación en procesos que faciliten el propio desarrollo interno de los mismos, integrando entre sus
funciones tanto conocimientos y habilidades de formación de profesores, como desarrollo de
capacidades para la facilitación de esos procesos de cambio, por lo que la labor de asesoramiento no
puede, ni debe, ser considerada al margen de una política de diseño y desarrollo del currículum, de
formación del profesorado y de desarrollo y mejora de los centros y de sus condiciones de trabajo
pedagógico.
Así pues, de las alternativas planteadas se desprende que tomamos opción por un modelo de
asesoramiento basado en la colaboración y centrado en los procesos. Modelo que entiende el
asesoramiento como recurso de cambio y mejora en un sentido amplio, mediante el que se proporcione
a los centros el apoyo y estrategias necesarias para que puedan elaborar sus propios proyectos de
innovación, así como desarrollarlos y evaluarlos. Un modelo que, en definitiva, permita una mayor
adecuación a los tiempos que nos toca vivir.
Pero, como también venimos comentando, los centros son diferentes unos de otros y, por tanto,
requieren diferentes estrategias de asesoramiento y mejora. Como señala Hopkins (1996), cuando las
circunstancias no apoyan el cambio, resulta necesario concentrarse mucho más en el trabajo encaminado
a la creación de aquellas condiciones internas del centro que facilitan su desarrollo.
Con referencia a la cultura escolar, por ejemplo, Hopkins (1996) señala cuatro tipos diferentes de centros
(estancado, paseante, desencaminado, dinámico) en el sentido no tanto de clasificación como de guía
sobre cómo trabajar. Las fases por las que pasan los centros dependen de su historia previa y
organización anterior, siendo necesario un diagnóstico para conocer la problemática existente,
comprenderla y apoyarla, facilitando los procesos tendentes a su resolución. En definitiva, adaptar las
estrategias de asesoramiento de acuerdo con el "estado de crecimiento" de cada centro.
En esta misma línea, Fernández (1997) habla de estado de situación institucional para referirse a un tipo
de análisis diagnóstico que considera el centro en su totalidad, aún cuando existan demandas de
problemas puntuales o dificultades específicas. Para esta autora, el equipo de asesoramiento debe
funcionar como un tercero que intermedia entre los actores y la realidad, tanto en el nivel de lo que se
percibe y se dice como en el nivel de lo percibido y silenciado. Incluso también, en el nivel de lo no
percibido. Esto permite tomar conciencia de los aspectos omitidos, comunicar los aspectos que no se
dicen y conseguir la reconfiguración de la realidad colectiva analizada. De esta forma se revisa el centro
en su totalidad, incluidos los problemas puntuales y las situaciones críticas, que se plantean como
cuestiones a resolver más que como aspectos a evitar, lográndose así alternativas concretas de acción y
mejora.
En definitiva, la finalidad básica de la labor de asesoramiento es la de colaborar con los centros para
contribuir a la mejora de la calidad de la enseñanza y de los procesos educativos que en ella tienen lugar.
Cómo contribuir a esa mejora va a ser diferente según los centros, ya que sus necesidades van a ser
distintas. De ahí que consideremos tareas importantes:
a) intentar conocer y comprender lo que ocurre en cada uno de ellos; b) clarificar y consensuar los
distintos papeles en los procesos de colaboración que se vayan a establecer; y c) intentar no asumir
ciertas tareas que de alguna forma puedan ir en contra de la autonomía e
c) centro. Esto significa reconocer que el asesoramiento puede tener escaso impacto en el
desarrollo escolar si ignora, o considera como no importante la situación de partida y la capacidad de
desarrollo de cada centro.
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