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La revolución

generizada
La revolución
generizada
Lo público y lo privado
en PRT–ERP y Montoneros

María Gracia Tell


Prólogo de Laura Pasquali
Consejo Asesor La revolución generizada : lo público
Colección Ciencia y Tecnología y lo privado en PRT–ERP y Montoneros /
Laura Cornaglia María Gracia Tell ; prólogo de Laura Pasquali.
Miguel Irigoyen – 1a ed. – Santa Fe : Ediciones unl, 2023.
Luis Quevedo Libro digital, pdf/a (Ciencia y Tecnología)
Alejandro Reyna
Amorina Sánchez Archivo Digital: descarga y online
Ivana Tosti ISBN 978–987–749–423–5
Alejandro Trombert
1. Política. 2. Feminismo. 3. Historia. I.
Pasquali, Laura, prolog. II. Título.
Dirección editorial
CDD 323.0420982
Ivana Tosti
Coordinación editorial ————————————
María Alejandra Sedrán
© María Gracia Tell, 2023.
Coordinación comercial
© de la prologuista Laura Pasquali, 2023.
José Díaz

Corrección
Lucía Bergamasco
Diagramación interior y tapa
Verónica Rainaudo

© Ediciones unl, 2023.


Sugerencias y comentarios
editorial@unl.edu.ar
www.unl.edu.ar/editorial
Para Emilia y Camilo
Índice

Agradecimientos / 13
Prólogo
Laura Pasquali / 17
Introducción / 19

Capítulo 1. Los itinerarios por el mundo de la militancia.


Hacia el surgimiento de las organizaciones revolucionarias
en la localidad de Santa Fe / 39
Algunos tramos del espinel. Menciones sobre el contexto
latinoamericano y nacional / 39
La Revolución Cubana y su influencia para la lucha armada
en Argentina / 39
Itinerarios de la radicalización de la protesta, dictaduras
y exclusión política / 42
Santa Fe: Una sociedad en proceso de fermentación
a ritmo local / 47
Tiempos de transgresión en Santa Fe / 54
1969: Santa Fe «Agita» / 62

Capítulo 2. Imposible no comprometerse. Perfiles en


construcción de mujeres y varones militantes en Santa Fe / 65
Abrir los ojos a la militancia. El ingreso a las organizaciones
revolucionarias / 71
Romper con los mandatos. Las jóvenes rebeldes en Santa Fe / 84
Capítulo 3. PRT–ERP y Montoneros. Los orígenes
de las organizaciones armadas / 91
PRT–ERP y sus definiciones políticas / 91
La Estrella Roja sobre Santa Fe / 97
Montoneros y sus definiciones políticas / 102
El escudo Montonero sobre Santa Fe / 109
La opción por la lucha armada / 112

Capítulo 4. Los inicios de las acciones armadas


en Santa Fe (1969–1971) / 119
Los operativos armados y políticos de Montoneros / 119
A tomar las armas. Comando Eva Perón. La Toma
en San Carlos Sud / 119
Despliegue, preparación y sincronización. La Toma de Progreso / 121
Operativo explosivos. Tácticas de la guerrilla / 123
Un tropezón no es caída. El copamiento al Hospital Italiano / 126
Viva los Montoneros, viva la lucha. El Grupo Santa Fe
se autodefine como Montoneros / 130
El pueblo con las armas en la mano. La Toma
de San Jerónimo Norte / 133
La justicia del Pueblo. Últimos operativos del año 71
en Santa Fe / 139
Los operativos armados y políticos del PRT–ERP / 143
Comando Juan José Cabral. Viva la Guerra del Pueblo.
Todo el partido al combate / 143
Comandos Juan José Cabral y Marcelo Lezcano. Por un gobierno
revolucionario dirigido por la clase obrera. El copamiento
del puesto al guardia nº 7 del puerto de Santa Fe / 148
Comando Orlando Oliva. Para despertar la conciencia popular.
La toma del frigorífico Nelson / 149
Comando Raquel Gelín. A vencer o morir por la Argentina.
Acciones sincronizadas y exitosas / 157

Capítulo 5. La estructura interna de las «orgas».


Tareas y roles asignados a mujeres y varones / 161
Había algunas mujeres que eran muy reconocidas. Montoneros / 161
Mujeres de alto vuelo. PRT–ERP / 169
Las células, ¿relaciones más horizontales? / 183
Tareas y roles asignados a mujeres y a varones en las células / 186
Capítulo 6. La revolución pasa por los cuerpos / 191
Encarnar la revolución en el cuerpo del guerrillero heroico,
¿y de la guerrillera heroica? / 191
Poner el cuerpo para la revolución / 207

Capítulo 7. Las relaciones de género en las organizaciones


revolucionarias santafesinas / 217
La casa operativa, ¿un espacio democratizado? / 217
Un doble vínculo. El amor a la revolución y a la pareja / 219
La amistad entre mujeres durante la guerrilla santafesina / 241
Las encrucijadas en la construcción del Hombre Nuevo.
Sexualidad y política revolucionaria / 246
Las disidencias sexuales en las organizaciones armadas / 267
Una gran confianza en el futuro. La Familia revolucionaria / 277
Hijas e hijos de la victoria. Crianzas socializadas / 284
Maternar y paternar como actos políticos revolucionarios / 286

Conclusiones / 297
Referencias bibliográficas / 315

Sobre la autora / 335


Agradecimientos

Los recuerdos de la militancia política de mi familia de origen, los relatos


construidos sobre esa experiencia, pero también los silencios, el exilio interno
en mi infancia, estos tramos y algunos otros de igual importancia fueron los
que me condujeron en mi adolescencia a hacerme muchas preguntas sobre
mi historia personal que se entrelazaba fuertemente con una historia colectiva,
y, especialmente con la historia de la última dictadura militar en la Argentina.
El deseo puesto en la búsqueda de algunas respuestas, y ya como profesora en
Historia, fue el que me condujo a darle un primer encuadre a mis preguntas,
a través de un inicial esbozo que fue mi tesina final de grado de la licenciatura
en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del
Litoral. Institución que reconozco como uno de los primeros territorios, aun-
que no el único, de encuentro con el conocimiento, pero, además, fue el que
provocó la toma de conciencia acerca de la incomodidad que me generaba la
desigualdad de poder entre los géneros. Es por ello, que en mi búsqueda me
descubrí feminista, aunque en un contexto más hostil y solitario como para
presumirlo. De igual modo esta nueva mirada no solo impregnó mi propia
práctica sino también hecho luz sobre aquella primera indagación que influen-
ció en la búsqueda de nuevos espacios para continuar con investigaciones
relacionadas con los Estudios de Género y Feministas. Allí fue cuando me
aventuré hacia nuevos horizontes académicos en el Centro de Estudios Avan-
zados de la Universidad Nacional de Córdoba, que abría su primera cohorte
del Doctorado en Estudios de Género, donde encontré un lugar que me
invitaba desde el diálogo respetuoso a la reflexión teórica y política; donde
sentí que verdaderamente el conocimiento se construía colectivamente y la
diversidad de voces circulaba y era aceptada desde una atenta escucha, allí fue
un territorio donde pude entrelazar fuertes lazos de amorosidad y confianza.
En esa travesía tuve la dicha de conocer a la Dra. Laura Pasquali, quien me
acompañó en cada momento de la construcción del espinel investigativo a
quien le agradezco haber aceptado guiarme. Su confianza, compromiso y

13
pasión por la Historia me condujo a una búsqueda meticulosa por conocer la
experiencia local y su proyección nacional de la lucha revolucionaria setentista
con perspectiva de género. A ella, un profundo agradecimiento porque me ha
acompañado incondicionalmente con una gran generosidad, siempre le tendré
un gran afecto por todo lo brindado en términos académicos y humanos.
Tuve la posibilidad de contar con Alejandra Ciriza, Cristina Viano y Vanesa
Garbero como evaluadoras de mi investigación doctoral. La lectura atenta,
sus comentarios y sugerencias la enriquecieron notablemente y estimularon
la continuidad de este trabajo.
Este estudio se ha nutrido de mi trabajo como docente en el Seminario de
Historia Argentina y América denominado: «La militancia política de izquierda
en el Cono Sur durante los años 60 y 70» y de la cátedra Problemática Con-
temporánea de América Latina a cargo del Dr. Hugo Ramos. Ambas asigna-
turas se articularon especialmente con la Historia Reciente Argentina y Lati-
noamericana siendo espacios que habilitaron lecturas, análisis teóricos, así
como discusiones políticas que enriquecieron mi investigación. Asimismo,
algunos problemas relacionados con los campos de Estudios de Género y la
Historia Reciente fueron especialmente reflexionados con el equipo de cátedra,
así como con estudiantes que participaron de estos, permitiéndome tensionar
y fortalecer mi opción investigativa.
Al Archivo General de la Provincia de Santa Fe y al Archivo Provincial de
la Memoria de la Secretaría de Derechos Humanos de Santa Fe, por facilitarme
el acceso a valiosos documentos; especialmente a Yanina Hoffman.
A Gerardo Helú por sus aportes interesantes a esta investigación, así como
por la generosidad del ofrecimiento del corpus de fuentes orales construidas
para su estudio.
Especial agradecimiento a las mujeres y varones testimoniantes, a «mis»
militantes, como les suelo llamar, por su confianza, por sus relatos, por acom-
pañarme y darme aliento, por abrirme la puerta de su intimidad, de sus
memorias, de sus experiencias de lucha, por haber compartido llantos y risas.
A ellos y a ellas, especialmente a dos grandes mujeres militantes Patricia Traba
y Stella Vallejos, y a Francisco Klaric porque sin su generoso tiempo esta
investigación no podría haberse realizado. Un inmenso amor y admiración a
una generación que supo soñar.

14
A mis grandes amigas y hermanas elegidas Eugenia y Rosa por sus lecturas
sugeridas, su compañía y sostén intelectual como afectivo. Para mis amigas
originarias, Pili, Vir, Emi y Lula por ser manta protectora e incondicional. Para
Emilia, Camilo y Juan por estar siempre, por el amor que seguimos constru-
yendo y por acompañarme en mis «rarezas». Un especial reconocimiento a mi
madre y a mi padre por enseñarme desde pequeña el amor por el conocimiento.
A la memoria de mis abuelas y abuelos de quienes aprendí a través de sus
narrativas, pero también de sus silencios lo absoluto de lo humano.

Inmensas gracias.
María Gracia Tell

15
Prólogo

Observo con mucho entusiasmo que la temática de las relaciones de género


que atravesaron la vida de las organizaciones armadas sigue generando interés
investigativo y político. Y que el tiempo transcurrido entre las primeras publi-
caciones y este libro no ha hecho más que incrementar cualitativamente los
resultados. Todos esos años con las transformaciones sociales que trajeron a
la sociedad argentina, no solo se pueden observar en las renovaciones histo-
riográficas, sino que también son notables en los testimonios orales que tra-
suntan el impacto del movimiento feminista de los últimos años.
La revolución generizada. Lo público y lo privado en PRT–ERP y Montoneros
es el resultado de una investigación madura, realizada por una historiadora
en el marco de un doctorado en estudios de género, y eso emerge claramente
de la profundidad teórica que Tell despliega en un equilibro entre los aportes
de los estudios de género, la teoría feminista, la historia social y la historia
oral. Con ese andamiaje, este libro se aproxima al fenómeno con una lente
centrada en Santa Fe con toda su especificidad, y sin desoír lo investigado para
otras regiones, logra recuperar una dimensión de la historia santafesina que
no había sido contada nunca antes. En ese tránsito se constituye a la vez en
un inestimable aporte a los estudios sobre las organizaciones armadas en
Argentina, en tanto reconoce los desarrollos historiográficos previos, pero
logra dar cuenta cabalmente de las conexiones entre la militancia setentista,
las relaciones de género, la conflictividad social santafesina y cómo todo ello
se desenvuelve en una cotidianeidad laboral, afectiva y ética.
El libro es, tal como lo presenta la autora, una investigación enmarcada en
un abordaje local, pero con perspectiva nacional; la aproximación regional no
es un límite, sino por el contrario, es un arco de posibilidades para construir
una historia mejor y más compleja de la guerrilla en Argentina, que demues-
tra que Santa Fe fue un semillero para el PRT–ERP y para Montoneros, las dos
organizaciones de las que se ocupa Tell.

17
María Gracia inicia el trabajo con una pregunta clave y que tiene la volun-
tad de perseguir durante todo el libro: cuáles fueron los modos en que se cons-
truyeron las relaciones de género al interior de la guerrilla, y en cómo esa moda-
lidad particular de relaciones sociales permitiría caracterizar a las organizaciones
en su conjunto. Hay un equilibrio impecable en el desarrollo de esas dimen-
siones, que como el Paraná —a la vera del cual se desenvolvieron estos pro-
cesos— contornea, inunda, atraviesa a la sociedad santafesina en los años
sesenta y setenta.
La base empírica de esta investigación es un profundo trabajo documental
que reúne fuentes escritas y gráficas muchas veces fragmentarias y dispersas,
que la autora logró reunir en un conjunto ordenado y perfectamente articulado
con el corpus de entrevistas orales a quienes fueron protagonistas del período;
en ese camino, también reconstruyó fragmentos de historias de vida de mili-
tantes desaparecidas. En ello, hay un tratamiento maduro, preciso y respetuoso
de las entrevistas orales y su utilización en el transcurso del libro hacen de este
un trabajo de historia oral.
La revolución generizada amplía las fronteras historiográficas en varios sen-
tidos que quien tenga el libro frente a sí, podrá disfrutar; destaco especialmente
el tratamiento de cómo la revolución pasa por los cuerpos y el modo en que
Tell se ocupó de incorporar el estudio de las disidencias sexuales al interior de
la guerrilla. Como en muchas otras dimensiones de lo social, las organizacio-
nes armadas revolucionarias también reprodujeron el binarismo hegemónico,
pero la autora pudo traslucir en las grietas de los relatos, evidencias sobre las
sexualidades disidentes que no son estudiadas en forma autonomizada sino
enlazadas en la observación de los vínculos de pareja y amistad, la sexualidad,
la crianza socializada y las maternidades y paternidades.
Esta historia de género y crítica feminista nos ofrece una mirada renovadora
sobre la historia de la militancia de los años setenta en Argentina.

Laura Pasquali, Rosario, octubre de 2022

18
Introducción
Calibrando la quilla y anudando el espinel

Ya se va por la barranca
El viejo pescador, racimo de espuma y de metal
Colgando del hombro
El pan del agua que le dio, su amigo, el río Paraná

Una vieja quilla, una canoa, un espinel


Huellas en la arena y un adiós
Las lejanas islas, que se empeñan en volver
La nostalgia del primer amor

Ramón Ayala, pan de agua

El 7 de agosto de 1970 el Nuevo Diario en una de sus primeras páginas levan-


taba una noticia de Buenos Aires que se titulaba «Síntesis para una cronología
de la guerrilla urbana», donde se pretendía recuperar algunos operativos arma-
dos de importantes centros urbanos de la Argentina. Allí se detalló, entre
muchas otras, la acción realizada por un comando armado casi un año atrás
en San Carlos Sud, apareciendo esta última localidad vinculada, por su cer-
canía, con la ciudad de Rosario.
La nota periodística manifiesta una mirada centrada en la ciudad de Buenos
Aires tendiente a desconocer la participación revolucionaria en otras ciudades
de la Argentina, como la localidad de Santa Fe, pero además en su pretendida
síntesis no reparaba en matices ni en diferencias dentro del amplio abanico de
la guerrilla urbana, aunque si desplegaba con especial énfasis descripciones del
perfil de varones militantes, y con mayor detalle el de las mujeres guerrilleras.

19
Durante aquellos años, la lucha armada como método revolucionario fue
una opción posible y desplegada por algunos grupos de jóvenes, mujeres y
varones pertenecientes a la clase obrera y sectores populares, a través de diver-
sas organizaciones guerrilleras en nuestro país, entre las cuales podemos reco-
nocer a dos de ellas que lograron gran popularidad y tuvieron alcance nacio-
nal, aunque con identidades políticas diferentes: el Partido Revolucionario de
los Trabajadores y su brazo armado el Ejército Revolucionario del Pueblo y la
organización político–militar Montoneros.
Investigar en el territorio particular del litoral santafesino, hidrocentrado,
me conectó a un arte, el de la pesca con espinel: alegoría y modo de vida.
Porque entiendo a la investigación desde allí: la metáfora bien puede oficiar
para comprender situadamente el cuidadoso arte de investigar.
En este sentido, esta introducción intenta mostrar, al modo de quien pesca,
la preparación de los instrumentos, el armado de algunos de los nudos del
espinel y el modo de entrelazarlos.
La tarea de exploración y escritura de esta obra ha sido pensada y construida
a modo de un espinel: inspirándome en esta técnica artesanal que consiste en
el armado de un palangre necesario para la recolección en profundidades del
río. La metáfora del arte de pesca con espinel, tomó cuerpo a lo largo de este
libro, porque considero que el oficio de la escritura, como el de quien pesca,
implica poner el cuerpo en todos los sentidos. Requiere tiempo, paciencia, y
por sobre todo conlleva reconocer el territorio donde se va a pesquisar, en este
caso la localidad de Santa Fe, cuya característica particular como describiré en
estas páginas es que se encuentra rodeada de ríos. Pero especialmente intenta
mostrar la difícil y artesanal tarea de escuchar y leer testimonios orales, así como
otras fuentes, poder interpretarlas y construir un texto historiográfico.
En este libro busco revisitar la historia de la militancia setentista, exami-
nando el proceso desde Santa Fe, puesto que la ciudad devino en un territorio
operativo importante y propicio para la formación de combatientes cuya par-
ticipación fue significativa para los orígenes y la unificación nacional de las
organizaciones armadas que aquí estudiaremos. Con el foco puesto en las
experiencias generizadas de mujeres y varones en la revolución, mi interés se
encuentra en develar las tramas de relaciones inter e intra género gestadas al
interior de las estructuras de poder de las organizaciones, así como en sus
márgenes.
Recogiendo el espinel, a medida que recorramos los distintos capítulos de
esta obra, iremos advirtiendo que la dinámica de esas redes de relaciones de
género tejidas en la complejidad de la trama política/pública y privada/coti-
diana de la militancia en PRT–ERP y Montoneros en Santa Fe en los años

20
setenta, se produjeron ciertas fisuras respecto de los roles tradicionales de
género atribuidos a mujeres y varones, producto especialmente de la excep-
cional modalidad de la vida militante durante la guerrilla.

(Re) Escribir la historia de la lucha armada en clave de género

Indagar acerca de la construcción de los entramados vinculares de género es


plantear un problema histórico; es una invitación a reflexionar críticamente
acerca de cómo y en qué contextos se construyen los significados de los cuer-
pos sexuados, así como sus cambios y permanencias. Un aporte para escribir
una historia más amplia, todavía en ciernes: la historia de la agencia de las
mujeres en los años setenta en Santa Fe.
Los estudios de género hacen audibles las voces y vuelven a centrar las
experiencias de mujeres y varones cuyas vidas, se encuentran al margen del
poder. Se habilitan, así, fecundos encuentros humanos, que recuperan la his-
toria desde las memorias, y enriquecen el trabajo documental.
La historia política tradicional siempre ha tenido una mirada androcéntrica,
otorgando primacía al abordaje de la experiencia histórica en clave masculina,
sesgando e invisibilizando la agencia de otras subjetividades. Explorar las orga-
nizaciones armadas desde una perspectiva de género, permite visibilizar a las
mujeres y su participación y reflexionar acerca de cómo se fueron cimentando
las relaciones de poder entre mujeres y varones en la estructura organizativa
y en la distribución de las tareas, y, al mismo tiempo, incluir y analizar los
sentimientos y lo personal en la historia de la vida política implica observar
con detenimiento la construcción de los afectos, las amistades entre mujeres,
los vínculos homo–eróticos, las relaciones sexoafectivas de las parejas revolu-
cionarias y la formación de familias militantes, muchas veces materializadas
en casas operativas, territorio donde se distribuían desde las tareas domésticas
hasta las militares.
El deseo de conocer y escribir acerca de las relaciones de género durante los
primeros años setenta en Santa Fe fue motivado por un compromiso ético–
político con una época de la historia argentina donde jóvenes militantes lucha-
ron contra el dominio capitalista —sistema que ha generado hasta el día de
hoy grandes brechas sociales de exclusión—, luchas que venían de la mano de
redefinir el sistema de opresión de clase. Pero también, y fundamentalmente,
por el compromiso feminista que me impulsa a pretender generar un aporte
que contribuya a desmontar las tramas del poder del patriarcado que se anu-
dan y actúan conjuntamente con el sistema de dominación capitalista.

21
Asimismo, la coordenada temporal se cruza con otra, cuando nos acercamos
a conocer y analizar el espacio local. Reconstruir la historia de las organiza-
ciones revolucionarias en la ciudad de Santa Fe implicó la búsqueda de mar-
cas y huellas singulares de la dinámica local, generando posibles diálogos con
la escala nacional, para así aportar a esas simbólicas redes con las que las his-
toriadoras e historiadores «pescamos» en la bravura del río que es la historio-
grafía, aquellos hechos y acontecimientos que aportan sentidos a la relación
pasado–presente.
Desde mi punto de vista feminista, escribir acerca de las relaciones de poder
en la guerrilla permite conocer y visualizar las condiciones de desigualdades
de género en un contexto particular de nuestra historia, pero también permite
pensar acerca de las continuidades de esas condiciones y cómo estas determi-
nan los acontecimientos vividos en nuestro presente.
Esta obra asume el desafío de desanudar las percepciones y autopercepcio-
nes pasadas y también presentes, sobre los géneros para poder desnaturalizar
las jerarquías sociales que generan las diferencias corporales de modo tal de
resignificar nuestras propias prácticas y responsabilizarnos de gestar transfor-
maciones que logren tensionar y superar las desigualdades sociales. Por todo
esto, considero necesaria la posibilidad de generar un aporte al pensamiento
colectivo que nos permita develar las distintas opresiones que nos atraviesan
como mujeres y que se siga abriendo en la academia de historiadoras e histo-
riadores un espacio para repensar en una nueva historia, y de este modo
apostar a la posibilidad transformadora del conocimiento.

Entrelazando los nudos del espinel

Hasta hace más de dos décadas las relaciones de género estaban ausentes en
los análisis históricos de Argentina. Y aunque tiene un origen marginal en la
historiografía argentina y santafesina, progresivamente se fueron instalando
nuevas problemáticas en la agenda de historiadoras fundamentalmente, desa-
fiando el paradigma dominante de la escritura de la historia.
La denominación «Estudios de Mujeres» fue abriendo espacios y ha sido
reemplazado progresivamente por el uso de «Estudios de Género». Este cam-
bio, no sin tensiones, fue producto de las tendencias en los países anglosajones,
pero asimismo implicó mayor legitimidad y menor resistencia en las casas de
altos estudios.
La denominación de Estudios de Género sirvió para aglutinar concepciones
muy diversas en el plano teórico e incluso en la visión política de estos asun-

22
tos. Sin embargo, los debates y diferencias no han quedado exclusivamente
en la denominación de los estudios universitarios, sino que también se ha
extendido y centrado sobre todo en el uso que se hace de la categoría de género
y de su definición (Mattio, 2012).
Pese a todos estos debates, género se ha transformado en una categoría válida
para los estudios históricos por su desarrollo teórico y metodológico acerca
de las relaciones entre géneros y los estudios de la sexualidad, ofreciendo un
modo de distinguir entre las prácticas y los roles sociales asignados.
Cuando comenzamos a repreguntarnos desde la perspectiva de género,
descubrimos que ilumina nuestra manera de ver el mundo, especialmente lo
cotidiano. ¿Cómo actúa el género en las relaciones sociales humanas? ¿Cómo
da significado el género a la organización y percepción del conocimiento
histórico?, se pregunta Joan Scott pionera en los estudios históricos sobre
género. La perspectiva de género permite entonces pensar en una dimensión
de la desigualdad social hasta el momento poco pensada: las relaciones socia-
les entre los géneros.
La categoría de género es controversial y sigue estando puesta en discusión
desde distintos enfoques, sin embargo, se decidió utilizarla porque releva un
sistema complejo de relaciones sociales y visualiza los orígenes históricos de
las estructuras de poder que dominan nuestra sociedad. En relación con esto,
en esta obra se abordó la historia de las relaciones sociales que nos acercó a
comprender la organización de la sociedad santafesina en los setenta (Harrin-
gton, 2003) y a explicar por qué las relaciones generizadas están construidas
como lo están, cómo funcionan y cómo cambian.
Resultó imprescindible analizar las relaciones sociales desde un enfoque
interseccional atendiendo a la categoría de género como a otras variables de
la diferencia: clase, etnia, sexo, generación. Dimensiones que han aportado al
estudio sobre las construcciones de las identidades militantes, como la pro-
blemática de la negritud al interior de las organizaciones en especial en PRT–
ERP. Estas relaciones humanas se articulan e intersectan mutuamente, siendo
el género un factor integrante de las otras relaciones, que expresan un sistema
complejo de estructuras sociales que se construyen y afectan mutuamente.
Género es una categoría histórica, no es una herramienta universal sino
específica de su contexto, que permite entender la complejidad de las relacio-
nes pasadas y presentes. Los vínculos de género son construcciones históricas
y no categorías siempre iguales a sí mismas, sino que por el contrario se
explican en el marco de los procesos históricos en los cuales se desenvuelven
y estos procesos históricos influyen en los lazos de género, así como en otras
relaciones sociales.

23
La particularidad que adquiere entonces la Historia de Género se relaciona
estrechamente con las preguntas que nos hacemos, que increpan las formas
en las que tradicionalmente se relatan los procesos o se organizan las periodi-
zaciones (Pasquali, 2014). En este sentido, los estudios históricos desde una
perspectiva de género echan luz sobre aquellas áreas de la historia que han
sido relegadas permitiendo descubrir nuevas interpretaciones a través de nue-
vas búsquedas de indicios para recuperar la historicidad de las relaciones entre
los sexos.
Este libro se ubica entonces, por un lado, en el marco de la Historia de
Género y Feminista, construida al calor de un derrotero de debates teóricos
complejos, campo que paralelamente también cimentó nuevas prácticas de
acción política feminista devenidas desde las décadas de los años sesenta y
setenta. Y por otro, desde posibles diálogos con la Historia Reciente —más
nuevo en la academia historiográfica argentina— se apostó al desafío de entre-
lazarlos.
El campo de la Historia Reciente, pionero en la región latinoamericana,
tiene actualmente un foco de producción y debate historiográfico importante
en Argentina. Esta área de investigación histórica, con nuevos objetos, pre-
guntas y problemas ha forjado, no sin conflictos, su camino particular e inte-
resante en el desarrollo historiográfico.
Las problemáticas del pasado reciente cobran relevancia hoy en día, ya que
aquellas condiciones de un pasado que quizá no se plantearía como reciente,
aún están presentes y de alguna forma determina los acontecimientos que
nosotros vivimos, y que nos condicionan como sujetos activos, como sujetos
sociales. La Historia Reciente ha sido fuertemente impulsada por procesos
políticos y luchas sociales, haciendo que emerja la dimensión ético–política
que invade a este campo historiográfico conmovido por esos pasados que no
pasan, es decir, por un pasado que habita en el presente y que lo asedia cons-
tantemente, siendo esta su marca de origen (Franco, 2018).
En suma, me resultó apropiado realizar una apuesta dialógica entre los
distintos campos de estudio a los que me fui acercando desde preguntas,
cuestionamientos y reflexiones, y a los que volví tratando de entrelazarlos. La
trama teórica se fue entretejiendo entre la Historia de Género y la Historia
Reciente a través de un punto de vista feminista, enfoque que tampoco supuso
una forma de conocimiento fija y concluida, sino que fue el faro que iluminó
el terreno que debía descubrir y construir.

24
Existe una importante trayectoria de investigaciones sobre PRT–ERP 1 y
Montoneros2 dentro del campo de la Historia Argentina Reciente. Es de

1. Una obra emblemática que dialoga con anteriores producciones sobre la guerrilla
argentina es Por las sendas argentinas… El PRT–ERP. La guerrilla marxista (Pablo Pozzi,
2001). Los aportes de esta investigación son significativos y varios son los núcleos analí-
ticos recuperados: aquellos que refieren a los orígenes, a la relación entre la guerrilla mar-
xista y la clase obrera, a la utilización de las fuentes orales, entre otras. Sin embargo, para
este estudio en particular, retomamos dos cuestiones consideradas importantes: por un
lado, el análisis sobre la cultura partidaria y el estilo de la militancia, abordando de manera
distinguida la experiencia del militante común, desde la complejidad de una «historia desde
abajo», y por otro, y a diferencias de las líneas investigativas sobre Montoneros anterior-
mente expuestas, Pozzi recupera como una de las fases importantes del desarrollo del
PRT–ERP el aumento del flujo de mujeres al partido. Una cuestión considerada central que
recuperamos de su análisis refiere a la relación dialéctica entre la política y la práctica de
la organización, en tanto desde el discurso se planteaba la igualdad entre los géneros en
relación con la distribución de tareas que traccionaba con el contexto social y cultural den-
tro del cual se movían, situación que generó prácticas que distaban de ser igualitarias. En
suma, para este autor, la militancia perretiana fue de avanzada para su época, sin dejar
de ser producto de la misma (Pozzi, 2001:242). En un libro anterior, Los setentistas.
Izquierda y clase obrera. 1969 y 1979, Pablo Pozzi y Alejandro Schneider nos conducen a
través de su libro a un destacado análisis sobre los motivos que llevaron a numerosos tra-
bajadores a incorporarse como militantes a diversas fuerzas de izquierda (Pozzi, Schneider,
2000). Otro estudio posterior, y muy polémico, por cierto, fue el realizado por Vera Carno-
vale, Los Combatientes (2011), cuyo objetivo central fue reconstruir el imaginario y las
prácticas de la militancia perretista. Varios son los aspectos que se analizaron críticamente
de este trabajo: la violencia y la construcción del enemigo en la identidad militante, la moral
y el disciplinamiento interno y la ética sacrificial. Dos de los tópicos, que hemos recupe-
rado y que nos han servido para pensar, discutir e intentar profundizar se relacionan, por
un lado, con el disciplinamiento de la sexualidad por parte del partido, y por otro, con la
caracterización que realiza del PRT–ERP, como partido total.
2. Uno de los primeros trabajos de investigación académica que se reconocen a princi-
pios de la década del ’80 sobre la organización político–militar Montoneros es Soldados
de Perón. Los Montoneros, escrito por el politólogo inglés Richard Gillespie (1988). Al autor
le interesa analizar el surgimiento de la izquierda dentro del movimiento peronista y en este
sentido va ubicando los orígenes políticos de Montoneros. De este trabajo, y teniendo en
cuenta nuestro objeto de estudio, señalamos algunas referencias del autor a la militancia
de Norma Arrostito. Asimismo, Gillespie plantea que, a principios de 1970, casi todos los
integrantes de la agrupación eran varones, pero además destaca el «evitismo». Otro debate
interesante sobre esta organización político–militar nos llega a través de un estudio rele-
vante sobre el tema, Montoneros. El mito de los 12 fundadores (Lanusse, 2005). Son
importantes los aportes de este trabajo porque refiere a uno de los grupos originarios, el
grupo Santa Fe. Analiza las experiencias de distintos grupos originarios y expone las redes

25
destacar que fueron tempranamente abordadas desde una perspectiva de
género, escritos en su mayoría por mujeres y siendo en general las fuentes
orales priorizadas en los mismos como vía de acercamiento a las experiencias
subjetivas de género, y si bien en una primera etapa se refieren solamente a
las mujeres, progresivamente se fue abordando el estudio de las relaciones
entre los géneros, las sexualidades disidentes así como el análisis de las mas-
culinidades en el marco de las organizaciones revolucionarias.
Algunas de las primeras publicaciones fueron de compilación colectiva
donde aparece, entre otros temas relacionados a género y política en los
setenta, la problemática de la lucha armada no solo en Argentina sino en otros
países latinoamericanos. Aquí la multiplicidad de trabajos acerca de la mili-
tancia revolucionaria setentista también resultaron un aporte significativo:
hipótesis centradas en la militancia en pareja como una de sus características
y la importancia adjudicada al amor, a la revolución y a la pareja en la práctica
revolucionaria, en un doble vínculo afectivo y político, que supuso una poli-
tización de lo cotidiano. Asimismo, aparecen planteos que focalizaban en la
no visibilización de la discriminación sexista en las organizaciones armadas,
cuya consecuencia fue la inexistente implementación de los medios para garan-
tizar la igualdad entre los géneros, siendo este un aspecto secundario que se
resolvería una vez lograda la revolución, otros en cambio centraron su mirada
en las trayectorias de las mujeres revolucionarias y su vínculo con el feminismo,
que solo fue posible en algunos casos en el exilio, situación que fue viabilizada
por los efectos disruptivos de las experiencias previas de las mujeres militantes
en la esfera de lo doméstico y en la estructura pública. Igualmente, hubo
estudios, que por ejemplo se focalizaron en las transiciones de los estereotipos
femeninos, de la mujer doméstica a la «liberada» de las décadas de los años
sesenta y setenta, así como en los modos de narrar desde el propio género.3

de relaciones entre distintas regionales, avanzando de este modo en estudios hasta el


momento poco explorados con enfoques regionales y/o locales.
3. Andújar, Andrea; D’Antonio, Débora; Domínguez, Nora (…) Vassallo, Alejandra (Comp.)
(2005). Historia, género y política en los ’70 dentro del cual se destaca el trabajo de Laura
Pasquali, Narrar desde el género: una historia oral de mujeres militantes (2005:122), quien
analiza las narrativas de mujeres acerca de las redes sociales que guiaron el ingreso al PRT–
ERP en el Gran Rosario entre 1969 y 1976 y, sin dejar de lado las relaciones de género de
la militancia en la organización armada estudiada, presta especial atención a lo personal en
las prácticas políticas, al análisis de los testimonios e indaga acerca de cómo se narra desde
el propio género. Unos años más tarde, también aparece otra publicación de Andújar, Andrea;

26
Desde un enfoque regional/local existen varios trabajos que renovaron el
análisis de la guerrilla setentista, transformando las bases interpretativas cono-
cidas hasta el momento. Estas propuestas se concentraron en recuperar las
experiencias subjetivas privilegiando la dimensión contextual y situacional
concreta, centrando la mirada sobre el rol de las mujeres y las relaciones de
género en la trama de la historia compleja de las organizaciones armadas
argentinas, aquí encontramos interesantes abordajes en especial del Gran Rosa-
rio, de la provincia de Buenos Aires y de Córdoba.4 Y si bien existen algunos
estudios que concentran la lente de las organizaciones armadas en la localidad
de Santa Fe, ninguno de ellos atiende a un enfoque de género en su abordaje,
con excepción de un antecedente de investigación de quien escribe.5
En este sentido, estos análisis permitieron atender a la diversidad de expe-
riencias de las mujeres en los distintos contextos sociales, culturales y políticos
donde se produjeron las prácticas militantes, sosteniendo principalmente que
en las organizaciones armadas la sexualidad representó una densa arena de
conflictos, existiendo posturas diversas relacionadas con la heterogeneidad
sociocultural, pero además, y relacionado con lo anterior, se produjo una
tensión entre las experiencias concretas de los y las militantes y la definición
moral rígida propuesta por las organizaciones.6

D’Antonio, Débora (…) Rosa, María Laura (Comp.) (2009). De minifaldas, militancias y revo-
luciones. Exploraciones sobre los ’70 en la Argentina. Ediciones Luxemburg.
4. Pasquali, Laura (2007). Memorias y experiencias en las y los militantes de la guerri-
lla marxista. Un abordaje desde la historia social en el Gran Rosario, 1969–1976. Tesis
de doctorado en Humanidades y Artes. Mención en Historia. Universidad Nacional de Rosa-
rio. Inédita. Martínez, Paola (2009). Género, política y revolución en los años setenta. Las
del PRT–ERP. Imago Mundi. Viano, Cristina (2011). Pinceladas sobre las relaciones de
género en la nueva izquierda peronista de los primeros años 70 en Temas de Mujeres (7).
Revista del CEHIM. UNT.
5. Alonso, Fabiana (2012). Vida cotidiana y clandestinización. La formación de Monto-
neros en Santa Fe (1967–1970). En Ponencia presentada en el XVII Conferencia Interna-
cional de Historia Oral, ciudad de Buenos Aires. Helú, Gerardo (2018). Redes, militancia
e historia oral: la formación del PRT–ERP en la ciudad de Santa Fe (1968–1971). Tesis
de licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias, UNL. Inédita; Raina,
Andrea (2018). Entre memorias e historia. Lucha, amistad y terror en Santa Fe, 1974. En
Flier, Patricia (Coord.) y Portelli, Alessandro (Pról.). Historias detrás de las memorias: Un
ejercicio colectivo de Historia Oral. La Plata: Universidad Nacional de la Plata. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación (Pasados Presente; 1).
6. Además de los textos con perspectiva de género desde un enfoque regional/local ante-
riormente señalados también el artículo de Cosse, Isabella (2017). Infidelidades: Moral,
Revolución y sexualidad en las organizaciones de la izquierda armada en la argentina en

27
Asimismo, estos estudios recuperaban la idea de que las relaciones de pareja
construidas al interior de las organizaciones se caracterizaron por ser mono-
gámicas y heterosexuales, que, al ser consideradas como modalidades hege-
mónicas, cualquier desviación a la norma en el marco de la moral sexual
revolucionaria era sancionada.
En relación con esto, la homosexualidad fue deliberadamente tratada como
una enfermad dentro de las estructuras de las organizaciones revolucionarias.7
Para el caso argentino, hay estudios que centran su atención en el análisis de
la relación del Frente de Liberación Homosexual y la izquierda argentina, así
como las políticas sexuales en los inicios de la década de los años setenta, y la
construcción de ciertos discursos científicos sobre los regímenes de normalidad
y patología de la sexualidad que circularon en los medios masivos.8
Este libro por un lado, también ha indagado acerca de las masculinidades
hegemónicas en la revolución, así como en la identidad y en los roles de mas-
culinidad en los espacios públicos,9 recuperando hipótesis que radican en que
existió una configuración viril guerrillera propia, que conectó el coraje, el

los años 70 en Prácticas de oficio. Investigación y reflexión en Ciencias Sociales, Volumen


1 (19), Ciudad de Buenos Aires. Así como otros trabajos sumamente relevantes de la
misma autora.
7. Respecto de esta problemática hemos recuperado distintos antecedentes bibliográfi-
cos, entre los cuales el trabajo de Green, James H. (2012). Who Is the Macho Who Wants
to Kill Me? Male Homosexuality, Revolutionary Masculinity, and the Brazilian Armed Strug-
gle of the 1960s and 1970s. Hispanic American Historical Review que explora acerca de
los deseos homoeróticos de varones revolucionarios clandestinos y cómo estos negociaron
normas de heterosexualidad obligatoria.
8. Nos referimos a los artículos de: Theumer, Emmanuel (2017). Políticas Homosexua-
les en la Argentina reciente (1970–1990s). Interdisciplina 5 (11), UNAM; Insausti, San-
tiago Joaquín (2019). Una Historia del Frente de Liberación Homosexual y la izquierda
argentina. Revista Estudios feministas, Florianópolis; Trebisacce, Catalina (2015). Una
batalla sexual en los setenta: feministas y los militantes homosexuales apostando a otra
economía de los placeres. En D’Antonio, Débora (Comp.). Deseo y represión. Sexualidad,
género y Estado en la historia argentina reciente. Imago Mundi.
9. Gooses, Andreas (2001). La tierra gira masculinamente, compañero. El ideal de mascu-
linidad guerrillero. En Sandoval, Marina (Ed.). Género, feminismo y masculinidad en América
Latina. Ediciones Böll; Connell, R. W. (1998). La organización social de la masculinidad. En
Valdés, Teresa y Olavarría, José (Edc.). Masculinidad/es: poder y crisis. Cap. 2, ISIS–FLACSO:
Ediciones de las Mujeres (24); Viveros Vigoya, Mara (1997). Los estudios sobre lo masculino
en América Latina. Una producción teórica emergente. Nómadas (col) (6), Colombia.

28
sacrificio y la ternura con una importancia política central.10 Y, por otro,
especialmente se ha reparado en la maternidad y en los vínculos de amistad
entre mujeres.11
En estrecha relación con lo anterior, he reparado, que el tópico de corpo-
ralidad fue poco estudiado en la literatura existente sobre la guerrilla en gene-
ral12 y sobre las organizaciones Montoneros y PRT–ERP en particular. Sin
embargo, pueden encontrarse algunas referencias sobre los cuerpos en la gue-
rrilla en trabajos que han indagado acerca de los cuerpos disciplinados y los
afectos en la revolución;13 sobre la moral revolucionaria y el control de la
sexualidad; los cuerpos expuestos a la violencia y la construcción de un «cuerpo
colectivo» y des–subjetivado;14 así como también se ha problematizado la idea
acerca de los estilos corporales de la militancia de la Nueva Izquierda.15
En síntesis, a lo largo de los últimos veinte años se ha elaborado una impor-
tante producción sobre género y sexualidad en la historia de las organizaciones
armadas, que en una primera etapa se ocuparon de destacar la participación
de las mujeres pero que sin duda estimularon la posibilidad de complejizar la
historia sobre dicho objeto. Asimismo, de la mano de teóricas e historiadoras
feministas se fueron abordando nuevas líneas investigativas que centraron su
mirada en la dimensión política/pública, así como íntima/privada de la mili-
tancia setentista en PRT–ERP y Montoneros. El propósito de este libro es poder

10. Cosse, Isabella (2019). Masculinidades, clase social y lucha política (Argentina,
1970). Revista Mexicana de sociología 81 (4). Universidad Nacional Autónoma de México–
Instituto de Investigaciones.
11. Viano, Cristina (2015). Amistad y militancia en Montoneros. Apuntes generalizados.
Contenciosa. Año III. (4).
12. En especial retomo un artículo de Perez, Andrea Lizzet (2017). Los cuerpos de la
Guerra. Análisis de los procesos de construcción corporal y subjetiva en los militantes.
Ágora USB, Vol. 17, (1). Texto que aborda especialmente la experiencia de la guerrilla
colombiana.
13. Oberti, Alejandra (2015). Las revolucionarias. Militancia, vida cotidiana y afectividad
en los setenta. Edhasa.
14. Carnovale, Vera (2008). Moral y disciplinamiento interno en el PRT–ERP. Nuevo
Mundo Mundos Nuevos. Disponible en http://nuevomundo.revues.org/38782. Carnovale,
Vera (2011). Los combatientes. Historia del PRT–ERP. Siglo XXI Editores. Carnovale, Vera
(2012). Lazos de sangre. Afectividad y totalidad en el Partido Revolucionario de los Traba-
jadores–Ejército Revolucionario del Pueblo. Revista Páginas. Revista Digital de la Escuela
de Historia. UNR, año 4 (6).
15. Manzano, Valeria (2017). La era de la juventud en Argentina: cultura, política y
sexualidad desde Perón hasta Videla. FCE.

29
continuar desde estos trazos previos anudando nuestro espinel, y con un único
antecedente inmediato en la ciudad capitalina,16 abordar la reconstrucción de
las redes de relaciones inter e intra género en la guerrilla en Santa Fe.

El arte de la escucha

Las tramas entre los campos de estudios que diseñaron y orientaron este libro,
si bien se relacionaron con la Historia de Género y Reciente desde un punto
de vista feminista, también fue entretejida junto a otros lazos igualmente
importantes, como son los estudios de la Memoria y la Historia Oral.
La Historia Reciente se encuentra fuertemente ligada a los estudios de la
Memoria, en tanto ambos campos a través de sus temas e incluso metodología
convergen en muchas oportunidades. El estudio de la memoria, para esta
investigación en particular, se nos presentó no como un objeto de indagación
en sí mismo, sino como una herramienta para pensar y analizar las presencias
y los sentidos del pasado reciente construidas desde un presente (Jelin, 2002).
La memoria es social y compartida, es una práctica social, política y cultu-
ral que contribuye a producir el pasado. Constituye una acción social de
interpretación del pasado que se realiza desde la dinámica del presente. Los
recuerdos personales se construyen socialmente y se encuentran siempre en
movimiento: esto nos lleva a considerar a las memorias de los y las militantes
y con especial atención a sus relatos, porque, como señala Alessandro Portelli,
«las fuentes orales nos dicen no solo lo que hizo la gente sino lo que deseaba
hacer, lo que creían que estaba haciendo y lo que ahora piensa que hicieron»
(1991:42). La construcción subjetiva es el elemento singular y precioso en la
elaboración de las fuentes orales, y como consideramos que la subjetividad es
sexuada, atender a la dimensión de género en la experiencia de testimoniar es
primordial.
La memoria se encuentra atravesada por la identidad de género y las rela-
ciones desiguales de poder se articulan en torno a la misma, por tanto, anali-
zar las diferencias de género en las memorias nos introduce a una pluralidad
de puntos de vista (Jelin, 2002). La memoria es situada, los sujetos se cons-
truyen en un tiempo y espacio determinados. Sin embargo, la formación de

16. Tell, María Gracia (2011). Las relaciones de género en la organización político–mili-
tar Montoneros: Vida Doméstica y Vida Pública. Tesis de licenciatura en Historia. Facultad
de Humanidades y Ciencias. Inédita.

30
los sujetos e identidades no son autónomas ni unificadas sino procesos cam-
biantes, conflictivos y dinámicos que producen cambios sobre algunas con-
cepciones como las relacionadas con el género; pero como ya he señalado, el
género no es una categoría aislada, sino que se articula en contextos particu-
lares con otras relaciones de la diferencia como lo son la clase, la sexualidad y
la etnicidad (Crenshaw, 1991; Lugones, 2008).
El complejo desafío de realizar una historia de género en las experiencias
de la izquierda setentista en la ciudad de Santa Fe se relacionó, entre otras
cosas, con la construcción de fuentes y el uso de las mismas. Es por esto que
la herramienta de trabajo insoslayable utilizada para el análisis de las relacio-
nes de género fue la Historia Oral, especialmente porque su cualidad más
importante es la de valorar las experiencias subjetivas, evocando tiempos sen-
sibles acerca de la intimidad de las prácticas pasadas que se hacen presente;
como dice Alessandro Portelli «contar una historia es levantarse en armas
contra la amenaza del tiempo, resistirse al tiempo o dominarlo. Contar una
historia preserva al narrador del olvido; una historia construye la identidad
del narrador y el legado que dejará en el futuro» (1981:1). Esto nos conduce
indefectiblemente a reflexionar acerca de mi lugar como historiadora con la
impronta de recoger voces, escuchar y hacerlas circular para entretejer relatos
de historias de vida acerca de algo que todavía no conocemos y que de otro
modo no podríamos haberlo conocido.
Las fuentes orales son siempre actos, a diferencia de las fuentes escritas que
son por lo general documentos. Esto significa que la construcción de las
mismas se relaciona con el proceso de relatar y contar, y que, por tanto, la
tarea de entrevistar refiere a una relación de cooperación y de intercambio de
miradas y de historias que solo los itinerarios del trabajo de campo permiten
experimentar y aprender (Portelli, 2004), es decir, es un acto que conjuga el
vínculo entre el sujeto que estudia y el sujeto estudiado. La relación construida
en la entrevista implica sin dudas atender a las diferencias entre las posiciones
de los sujetos, entre mi lugar como investigadora y entrevistadora —que, desde
un rol activo, busco generar recuerdos y desafiar a nuevas reflexiones— y las
personas que aceptaron dialogar, no siendo esto un obstáculo sino la condición
de la comunicación. Estas diferencias se relacionaron con la pertenencia de
clase, de género, de generación, de conocimientos profesionales e incluso
relacionados con el sitio donde se habita, dando lugar al proceso de entrevista
negociada.
Hay tres cuestiones importantes que no podemos dejar de señalar: la pri-
mera refiere a que hacer historia oral implica la construcción de documentos
propios que, por un lado, nos involucra como investigadoras en tanto partí-

31
cipes directas, como socias del diálogo con el entrevistado o la entrevistada,
de modo tal que nos convertimos en productoras de las fuentes orales (selec-
cionando a las personas que entrevistaremos, moldeando el testimonio a tra-
vés de preguntas, relaciones y reflexiones sobre las respuestas, y finalmente,
dándole al testimonio su publicación, circulación y contexto final), lo cual
implica que la historia oral depende de dos memorias que interactúan mutua-
mente (Portelli, 1991; Pasquali, 2008). Y, por otro, que la construcción de las
fuentes orales no finaliza en el acto de la entrevista, sino que luego se recon-
sideran desde un procedimiento interpretativo que se constituye finalmente
en una narración histórica.
La segunda es que la Historia Oral tiene la capacidad de restituir al cono-
cimiento de lo social a los derrotados, a las minorías, a los excluidos, dándo-
les tiempo para la palabra, un tiempo narrativo, recuperando sus vivencias,
su subjetividad (Águila; Viano, 2002; Viano, 2012). Con respecto a esto, con-
sideramos que las fuentes orales son una condición necesaria para la historia
de las relaciones de género y las subalternidades, es decir, son un significativo
aporte al estudio de las mayorías que tradicionalmente han sido marginadas
del poder (Schwarzstein, 1991). En este mismo sentido, Paul Thompson (2003)
enfatiza que la potencialidad y la fuerza que tienen las investigaciones sobre
las memorias se relaciona, entre otras cosas, con sacar a la luz voces ocultas
que pertenecen sobre todo a mujeres, siendo la Historia Oral fundamental en
la creación de la Historia de Género; y también con visibilizar esferas escondi-
das, como las relaciones familiares configuradas en el espacio doméstico,
dimensión analizada en este trabajo. Es importante evidenciar entonces que
las fuentes orales elaboradas son fuentes sexuadas porque son construidas desde
las experiencias, prácticas y deseos de sujetos sexuados, por lo que considera-
mos que un análisis crítico entre género y memoria debe centrarse en su
articulación y mutua constitución, enfatizando los modos generizados en los
cuales hacemos memoria (Troncoso Pérez y Piper Shafir, 2015).
Finalmente, atender a que la Historia Oral hace una diferencia sobre hechos
y relatos, entre Historia y Memoria, en tanto las narraciones y las memorias
son en sí mismas hechos históricos (Portelli, 2004). Las fuentes orales se
construyen desde la memoria, siendo esta una de sus especificidades:

la memoria es una forma de evidencia histórica que como cualquier otra necesita
ser evaluada como tal, no debemos forzarla a un molde ni pretender que se pa-
rezca a otro tipo de fuente, sino que debe ser tratada como lo que realmente es:
producción de significados y, por lo tanto, expresión cultural en todas sus com-
plejidades. (Schwarzstein, 1991)

32
La virtud de la memoria se encuentra en los cambios que se evidencian en los
y las testimoniantes que implican la búsqueda de los sentidos de un pasado
desde el presente del relato, y es en el acto mismo de la entrevista donde se
conmueven algunas certezas, el pasado se cuestiona y se generan preguntas
que inciden sobre el presente (Pasquali, 2014).
Cuando recuperamos las memorias de las mujeres y los varones que fueron
militantes de las organizaciones revolucionarias en los años setenta en Santa
Fe, reconocemos que son memorias de lucha, de resistencia, de agencia, pero
también de dolor y traumas, por tanto, nuestro posicionamiento epistemoló-
gico y político es hacer una historia de denuncia.
Es decir, que, a través de esta metodología, el objetivo estuvo en la posibi-
lidad de poder explorar y analizar las experiencias, sentires y sentidos de muje-
res y varones en la acción política setentista, atendiendo a la dimensión per-
sonal, íntima y cotidiana.
Ahora bien, es importante explicitar que esta investigación se basó en orga-
nizaciones clandestinas que han sufrido la represión durante las dictaduras y
el silencio sobre ellas durante los primeros quince años de democracia; en ese
sentido, no se ha tratado de un objeto mensurable y recortable, sino que,
auxiliados por investigaciones que preceden a esta (Pozzi, 2001; Pasquali, 2005;
2007; 2009; Tell, 2011), por testimonios de militantes y por el propio recorrido
investigativo, se pudo ir definiendo a medida que se indagó las dimensiones
del objeto.
El corpus construido con fuentes orales se basó en veintidós entrevistas
realizadas por quien escribe —en la ciudad de Santa Fe, en distintos barrios
y comunas, así como en la ciudad de Paraná— a mujeres y varones militantes
de las organizaciones revolucionarias estudiadas.
Los y las entrevistados y entrevistadas se desempeñaron en alguna etapa de
sus trayectorias como militantes en la ciudad de Santa Fe, y este fue el período
priorizado y tenido en cuenta especialmente en el proceso de entrevista (en
tanto conocemos que una de las particularidades de la militancia setentista
fueron los tránsitos o traslados), lo que permitió obtener una visión de las
características de la militancia femenina y masculina en dicha ciudad.
Respecto a las normas de confidencialidad utilizadas y a la autorización
para grabar, transcribir y publicar los contenidos de la entrevista con finalidad
académica, se establecieron verbalmente con el primer grupo, mientras que,
con el segundo grupo, fueron utilizadas las del Programa de Historia Oral de
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En relación con esto, también se
resolvió la utilización de nombres ficticios donde se indicó además la organi-
zación de la que fueron parte. Respecto a los nombres enunciados de parejas,

33
amistades, militantes e hijos o hijas durante la entrevista se resolvió solo nom-
brarlos con la primera inicial y un asterisco o directamente no nombrarlos.
Para la escritura de este libro fueron seleccionados fragmentos de relatos de
testimonios de militantes setentistas protagonistas de esta investigación. El
proceso de transcripción sin dudas sobrellevó una decisión compleja en el uso
de la Historia Oral, en tanto como sugiere Alessandro Portelli (1991; 2004) se
debería consultar las fuentes orales como tales, conservar los registros auditi-
vos como testimonios únicos y particulares; en especial la riqueza misma de
aquellos elementos constitutivos de la oralidad que dan cuenta de los senti-
mientos e incluso los silencios de aquello que expresan.
Es importante destacar en este apartado que se han tenido en cuenta entre-
vistas realizadas en otros estudios sobre el tema, así como escritos de experien-
cias personales, que han aportado valiosas preguntas, cruces de relatos y cues-
tionamientos generales a esta investigación17.
Con relación a las fuentes escritas, hemos relevado y trabajado intensamente
con distintos documentos de algunos centros de documentación, como el
Archivo General de la Provincia de Santa Fe y el Archivo Provincial de la
Memoria de la Secretaría de Derechos Humanos de Santa Fe.18
De estos materiales me interesó relevar, por un lado, información que per-
mita contextualizar a la ciudad santafesina mediados de los años sesenta y
principio de los años setenta de modo tal de poder analizar la guerrilla situa-
damente, y por otro, recoger datos acerca de los distintos operativos políticos
y militares de Montoneros y PRT–ERP especialmente para cartografiar los
orígenes de ambas organizaciones, sin dejar de visibilizar a otras organizacio-
nes más pequeñas que también demostraron el cuadro de situación de la época.
De igual modo, hemos podido consultar del Fondo documental de la Direc-
ción General de Informaciones (DGI) de la Provincia de Santa Fe —organismo
de inteligencia creado algunos meses después del golpe de 1966 y que funcionó
ininterrumpidamente hasta los años noventa— algunos de los documentos
construidos por la propia agencia sobre militantes estudiantiles y organizacio-
nes revolucionarias en Santa Fe, que me han servido para desentrañar el fun-

17. Entre las que destacamos: Lili, Presa Política. Reportaje desde la cárcel (Gorini; Cas-
telnovo, 1986); Mujeres Guerrilleras (Diana, 1996), Nosotras Presas Políticas (2006), Del
otro lado de la Mirilla (2008), El PRT–ERP en Rosario. Entrevista con Luis Ortolani (Pas-
quali, 2011), Historias de Perros (Pozzi, 2011) y el corpus completo de entrevistas inéditas
realizadas a militantes del PRT–ERP en Santa Fe (Helú, 2018).
18. Espacios donde hemos trabajado arduamente en el relevamiento de la prensa local:
Nuevo Diario y El Litoral.

34
cionamiento de espionaje, control y persecución en la provincia pero también
para construir el mapeo de operativos armados y políticos de la guerrilla en
la ciudad y sus alrededores.
De los repositorios digitales como «El Topo Blindado», Centro de docu-
mentación de las organizaciones político–militares argentinas, y «Ruinas Digi-
tales», portal de revistas y medios de comunicación principalmente peronistas
de la década del sesenta y setenta.19
Acerca de los documentos de las organizaciones, reparamos en el problema
de que el tipo de discurso que circula en estos escritos —atendiendo a inves-
tigaciones anteriores— no es representativo del total de los miembros de las
organizaciones, sino que por el contrario representa las voces oficiales. En tal
sentido, fueron contrastadas con otras voces: las de los y las militantes de base
o aquellos y aquellas que no han tenido acceso a instancias de representación.
Esta problemática fue central en el estudio en tanto que los conflictos relativos
a las relaciones de género pocas veces o nunca se visibilizan en los documen-
tos propios de las organizaciones. En el mismo sentido, sabía que la prensa
local que analizaba daba una representación parcial de los hechos estudiados,
por lo que también debí ser cuidadosa a la hora de analizar las noticias veri-
ficando si las acciones mencionadas por los y las informantes y por las revistas
de las organizaciones son referidas por la prensa escrita, de modo tal de visua-
lizar la selección de datos sobre la guerrilla, su discurso y los vínculos entre
los diarios y las fuerzas armadas.
Asimismo, construí un material incipiente, teniendo en cuenta los muertos
y desaparecidos de la ciudad de Santa Fe, pertenecientes a las dos organizaciones
estudiadas, que me provea de información general acerca de los perfiles de
militantes que operaron en la ciudad en algún momento de sus trayectorias.20

19. Se hizo relevamiento de la prensa partidaria de las dos organizaciones estudiadas:


Cristianismo y Revolución, Evita Montonera, El Combatiente, Estrella Roja, entre otras. Y
se consideró las colecciones documentales del PRT–ERP de Daniel De Santis, La historia
del PRT–ERP: por sus protagonistas (2011).
20. Este material fue elaborado en base al Centro de Documentación y Archivo Digital
del monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, así como Militantes uno por uno
de Roberto Baschetti, base de datos que provee alguna información sobre militantes. Pero
especialmente he trabajado con los dos tomos de Historias de Vida. Homenaje a militan-
tes santafesinos. Aportes para la construcción de la memoria colectiva (Tomo I, 2007;
Tomo II, 2010), de la Secretaría de Derechos Humanos, libros que también han sido docu-
mentos inestimables para esta investigación, así como el Documental Construyendo Memo-

35
Lo expuesto hasta aquí constituye el mapa que guió el apasionante proceso
de producción de fuentes a partir de testimonios orales de militantes, pero
también de fuentes escritas, permitiendo abrir nuevos caminos de indagación
a través de situaciones de entrevistas posibilitando comprender los procesos
sociales complejos –como la historia de las organizaciones armadas en Santa
Fe— desde una perspectiva subjetiva, personal y afectiva atendiendo a la
dimensión cotidiana y privada y las interrelaciones con la actividad política y
pública de las organizaciones.

Construida a partir de estos nudos y trazos La revolución generizada. Lo público


y lo privado en PRT–ERP y Montoneros es una invitación a recorrer la trama
del espinel, a aventurarse a una historia de las relaciones de género de la gue-
rrilla setentista en la ciudad de Santa Fe, aunque con trayectos que la vinculan
a una historia de las organizaciones armadas que excede la historia local.
Esta obra se desarrolla a través de un entramado compuesto por la intro-
ducción, siete capítulos, y un último apartado donde se encuentran las con-
clusiones, la bibliografía y las fuentes utilizadas.
El primer capítulo del espinel se denomina: «Los itinerarios por el mundo
de la militancia. Hacia el surgimiento de las organizaciones revolucionarias
en la localidad de Santa Fe». Allí se describen algunos tramos del contexto
latinoamericano y nacional que propiciaron el surgimiento de las organiza-
ciones armadas, siendo nuestro interés particular la reconstrucción de la espe-
cificidad de lo ocurrido en Santa Fe durante fines de los años sesenta.
El segundo capítulo lleva el nombre de «Imposible no comprometerse.
Perfiles en construcción de Mujeres y Varones militantes en Santa Fe». Este
tramo del libro analizó, por un lado, el ingreso a las organizaciones revolucio-
narias; en este sentido, se intentó profundizar en la indagación acerca la expe-
riencia militante de mujeres y varones en Santa Fe, teniendo en cuenta la
historia familiar, las motivaciones del ingreso a la militancia, el proceso de
politización y las elecciones particulares que los y las condujo a integrar una
organización política que llevaba adelante una metodología de lucha armada
y, por otro, se exploró acerca la historia propia de las mujeres militantes y su
irrupción en el espacio político y público santafesino.

rias, realizado también por la Secretaría de Estado de Derechos Humanos del Gobierno de
Santa Fe (2006).

36
El capítulo tercero, se titula «PRT–ERP y Montoneros. Los orígenes de las
organizaciones armadas». Tiene por objetivo dar cuenta de los fundamentos
políticos e ideológicos de las organizaciones estudiadas, prestando especial
atención a las narraciones orales y a las fuentes escritas locales, para así poder
reconstruir la historia de los grupos originarios de las organizaciones en la
ciudad santafesina, su inserción de masas y los primeros comandos armados
y así, describir las prácticas propias de la militancia en la localidad.
El capítulo cuarto, denominado «Los inicios de las organizaciones armadas
en Santa Fe (1969–1971)». Examina las iniciáticas acciones políticas y militares
en la ciudad de modo tal de continuar con la compleja tarea de mapear la
especificidad del fenómeno de la guerrilla en Santa Fe.
El capítulo quinto, «La estructura interna de las “orgas”. Tareas y roles
asignados a mujeres y varones». Se aboca a analizar cómo se construyó la
estructura política de las organizaciones estudiadas realizando especial hinca-
pié en las funciones y roles jerárquicos asignados a mujeres y varones militan-
tes, pero especialmente indaga acerca de los modos de construcción de las
relaciones de género al interior de las estructuras del PRT–ERP y Montoneros.
En el capítulo sexto, que se titula «La revolución pasa por los cuerpos»,
analiza la problemática de los cuerpos en la guerrilla a través de las represen-
taciones corporales que circularon en la época en la prensa escrita de las
organizaciones estudiadas, en las que se indaga acerca de los modelos alte0r-
nativos al guerrillero heroico y sobre la existencia de representaciones del
ideario femenino revolucionario. Asimismo, intento mostrar cómo fue poner
el cuerpo en la revolución atendiendo al carácter especial que tuvo llevar
adelante la revolución en Santa Fe.
El capítulo séptimo y último capítulo, denominado «Las relaciones de
género en las organizaciones revolucionarias santafesinas», analiza el territorio
de la casa operativa en Santa Fe y las experiencias compartidas entre militan-
tes, atendiendo a distintas problemáticas como las relaciones sexo–afectivas,
los vínculos de amistad, la sexualidad, las disidencias sexuales, la crianza socia-
lizada y las maternidades y paternidades.
La última trama está compuesta por las conclusiones, en las que se realiza
una síntesis personal del estudio realizado. En este último apartado el lector
y lectora encontrarán algunos aportes inéditos, así como nuevos planteos y
futuras líneas de investigación.

37
Acerca del lenguaje utilizado para la escritura de esta obra, sabemos que el
lenguaje inclusivo es parte de un debate público que implica «poner en evi-
dencia aquello que falta», como plantea Eduardo Mattio (2018). Es decir, es
un modo de escritura que abre paso a nuevas formas de ver a lxs sujetxs en el
mundo. En el desarrollo de este libro he tratado de recurrir a todos los recur-
sos y alternativas que implican atender y nombrar a las diversas identidades,
pero especialmente se respetó en la nominación la autopercepción de las iden-
tidades de géneros de los y las testimoniantes; es por ello que se optó en
algunas oportunidades por las y los o también por: as/os, que sin lugar a dudas
representan las marcas de género binarias, pero que son necesarias para la
inclusión y visibilización del sujeto femenino. Esto no implica de ningún
modo desconocer otros usos del lenguaje inclusivo (x, *, les) que recuperan a
las diversidades y disidencias sexuales, invisibilizadxs en su uso convencional
que naturaliza el masculino neutro y que supone considerar a los varones como
centro y producción de todas las cosas.

38
Capítulo 1
Los itinerarios por el mundo de la militancia.
Hacia el surgimiento de las organizaciones
revolucionarias en la localidad de Santa Fe

Revisitar la historia de la lucha armada en Argentina y en especial en la ciudad


de Santa Fe, nos condujo a levantar los distintos tramos de la cuerda del
espinel, de modo tal de poder develar las influencias que para los y las mili-
tantes tuvieron algunos procesos históricos latinoamericanos, argentinos y
santafesinos que propiciaron el surgimiento de las organizaciones armadas. El
período comprendido entre fines de la década del sesenta y mediados de los
años setenta del siglo XX se inscribe en un proceso de transformaciones eco-
nómicas, políticas, sociales y culturales que propiciaron la búsqueda en algu-
nos grupos, especialmente jóvenes, de nuevas vías de intervención política
como la lucha armada.

Algunos tramos del espinel. Menciones sobre


el contexto latinoamericano y nacional

La Revolución Cubana y su influencia para la lucha armada


en Argentina

La representación de América Latina como un territorio de influencia casi


exclusiva de Estados Unidos tiene sus orígenes en la Doctrina Monroe y en
su política exterior, justificada en la expresión «América para los americanos»;
sin embargo, el proceso de intervención en la región se agudizó durante la
emergencia del sistema internacional bipolar que se inició luego de finalizada
la Segunda Guerra Mundial, aunque la particularidad del conflicto de la Gue-
rra Fría en el continente vino de la mano del triunfo de la Revolución Cubana.
La isla de Cuba, luego de elegir el camino al socialismo a principios de los
años sesenta —lo que significó transformaciones con relación a la propiedad
privada pero también cambios sociales y políticos— pasó a ser un espacio de
influencia, dando comienzo a concepciones contrahegemónicas en varios paí-
ses latinoamericanos, tensionando el sistema de dominación capitalista como

39
única posibilidad y demostrando que el cambio social revolucionario era posi-
ble, permitiendo actuar en consecuencia (Guevara, ; Salerno, ).
El ideario antiimperialista de la Revolución significó un puente de comu-
nicación de nuevas ideas con toda Latinoamérica; la influencia cubana, ícono
de la lucha antiimperialista y socialista, condicionó hacia fines de la década
del sesenta y principios de los setenta la aparición de distintas organizaciones
guerrilleras en América Latina y de nuevas formas de intervención, que adop-
taron como método la lucha armada.

En la época uno, por supuesto, soñaba con otro tipo de vida, con una distribu-
ción mejor de la riqueza, eran épocas de utopías con la cuestión del foquismo,
Cuba, el Che, al que nosotros admirábamos enormemente. (Raquel, Santa Fe,
//. Militante del –)

La perspectiva latinoamericanista que nos marcaba desde el inicio con los Tupa-
maros, los Peredo en Bolivia, Camilo Torres y el  en Colombia, y obviamente
la Revolución Cubana. (Silvia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

El pensamiento político contestatario y los nuevos aportes al pensamiento


marxista que posibilitaron la construcción de un conocimiento nuevo, creativo
y crítico desde una perspectiva latinoamericana vinieron de la mano de Ernesto
«Che» Guevara, quien además inspiró una nueva modalidad de lucha contra
el imperialismo norteamericano, la «teoría del foco». Esta teoría fue desarro-
llada por el intelectual francés Regis Debray () y se expandió rápidamente
por toda Latinoamérica. El foquismo puso en cuestión la afirmación de que
en los procesos revolucionarios las condiciones subjetivas, o de conciencia, se
derivan de las condiciones objetivas o materiales, y propuso la idea de que la
lucha revolucionaria podía generar conciencia. Esto significaba que no había
que esperar a que todas las condiciones objetivas, materiales y económicas
estuvieran dadas, el «foco» podía generarlas, acelerar el proceso de las «condi-
ciones revolucionarias», y así terminar con la injusticia social. En Argentina,
se llevaron adelante algunas experiencias de lucha armada rural, dos de ellas

40
fueron Uturuncos1 (1959–1960) y el Ejército Guerrillero del Pueblo2 (EGP)
(1963–1964). Estas primeras experiencias difirieron significativamente de las
organizaciones guerrilleras de principios de la década de 1970, las cuales tuvie-
ron orígenes y alcances diferentes.
Asimismo, la guerra revolucionaria en 1966 en Bolivia —que materializó
la idea de expandir la revolución por el continente—, así como la Primera
Conferencia de la Organización Latinoamericana (OLAS) de solidaridad de
1967 realizada en Uruguay —unos meses antes del asesinato del «Che»—,
generaron un contexto de emergencia, que propició la idea sostenida de llevar
adelante un proceso revolucionario en el Cono Sur a través de una estrategia
continental de lucha armada (Marchesi, 2008).
Estos son algunos mojones del contexto latinoamericano que activaron el
proceso de inicio de formación de organizaciones armadas como PRT–ERP y
Montoneros en Argentina. Ambas organizaciones se caracterizaron especial-
mente por llevar adelante un funcionamiento con trabajo de masas, con fren-
tes sindicales y legales en agrupaciones estudiantiles, y le otorgaron una impor-
tancia central a distintas y variadas publicaciones de revistas de venta masiva
y también clandestina; estas características constitutivas de ambas organiza-
ciones son necesarias para evidenciar y tensionar las ideas foquistas como
explicación de las primeras experiencias de lucha armada (Pozzi, 2001).
Otro aspecto a tener en cuenta es que el impacto de la revolución cubana
también produjo tensiones y cambios dentro de la izquierda tradicional —
representadas por el partido comunista y socialista—. Estas transformaciones
generaron el desarrollo de lo que dentro de la historiografía se denomina
Nueva Izquierda (Hilb y Lutzky, 1984; Weisz, 2004; Tortti, 2014). Sin embargo,
y a la luz de los nuevos debates (Mangiantini, 2018), consideramos que el

1. En la primavera de 1959 un grupo de militantes de los comandos de la resistencia


peronista de la zona noroeste del país decidieron encarar la primera experiencia de guerri-
lla rural de la Argentina. Durante ese año y el siguiente, varios grupos de militantes inten-
taron instalarse y mantenerse en la zona boscosa de Tucumán, en el departamento de
Chicligasta, al sur de la provincia. El Ejército de Liberación Nacional–Movimiento Peronista
de Liberación o Uturuncos (nombre con el que se conoció popularmente); surgió en un
punto alejado de las grandes ciudades que dirigían la vida política del país, la guerrilla de
los Uturuncos solo pasó a formar parte de los antecedentes lejanos de las formaciones
armadas que se extendieron por todo el país a principios de los setenta (Salas, 2006).
2. Fue la primera experiencia guerrillera guevarista, entre los años 1963 y 1964, que
operó en la provincia de Salta, como avanzada de una futura llegada del Che Guevara a
territorio argentino; fue liderada por Jorge Masetti.

41
devenir de las organizaciones estudiadas difirió entre sí y asumieron, aunque
con algunas trayectorias e itinerarios políticos y sociales comunes, experiencias
particulares que la categoría general de Nuevas Izquierdas nos dificultaría la
posibilidad de explorar y atender.

Itinerarios de la radicalización de la protesta,


dictaduras y exclusión política

Para comprender los derroteros de radicalización de las protestas que se ges-


taron a fines de los años sesenta y principios de los setenta en Argentina en
general y en Santa Fe en particular, debemos recuperar someramente el
impacto producido luego del golpe de estado de 1955 que originó la caída del
peronismo, en tanto allí se originaron algunos procesos fundamentales que
están en la base de las formas que tomará la acción colectiva luego de 1969.
La literatura especializada señala que aquí comienza todo un proceso histórico
signado por la inestabilidad política, social y económica (Tcach, 2003; Gor-
dillo, 2003; James, 2003).
Las transformaciones económicas y las formas que adopta la acumulación
de capital durante los años posteriores a 1955 se caracterizó por trasladar la
atención al capital privado, siendo el Estado solo un complemento de la
actividad privada. Los instrumentos que el Estado tenía para intervenir —el
Instituto Argentino de Promoción e Intercambio (IAPI) o el manejo de los
depósitos bancarios— empezaron a ser desmontados. Se aprobó además el
ingreso de la Argentina al Fondo Monetario Internacional (FMI) condicio-
nando la economía nacional, ya que para recibir los créditos se debían cumplir
pautas de política económica interna marcadas por esta organización (Tcach,
2003). Este proceso necesitó neutralizar la capacidad de acción de la clase
obrera, que tuvo que adoptar una actitud defensiva de las conquistas obteni-
das del período anterior. Como plantea Pozzi: «frente a la política antiobrera
desarrollada desde la Revolución Libertadora, los trabajadores se atrincheraron
en la defensa de reivindicaciones, formas de organización y conciencia, expre-
sadas durante el primer gobierno peronista» (Pozzi y Schneider, 2000:25).
Paralelamente, los cambios se vieron reflejados en la finalidad de poder dar
por cerrada una forma de hacer política y delinear un nuevo modelo basado
en la participación únicamente de los partidos opositores al peronismo, inten-
tando erradicarlo completamente de la política argentina y decidiendo borrar
todo el recuerdo de su paso por la política nacional; se ordenó, además, que
todos los sindicatos fueran intervenidos y el partido justicialista prohibido.

42
La ciudad de Santa Fe no fue ajena a la situación; al momento de asumir el
gobierno provincial el comando del 1º ejército, algunos sectores de la ciudad
aplaudieron e incluso lanzaron flores al paso de los camiones que conducían
a las tropas que ocuparían luego la administración pública. Asimismo los
edificios de las zonas céntricas de la ciudad fueron embanderados (El Litoral,
1955:2). Una de las arterias principales de la ciudad, la calle San Martín —que
conecta la zona sur–centro y norte— mostraba un espectáculo festivo con
caravanas de autos con banderas argentinas. Sumado a esto, arribaron a la
ciudad mediante el ferrocarril Gral. Belgrano columnas antiperonistas con
intenciones de saquear violentamente los emblemas peronistas, así como impe-
dir el levantamiento de la oposición. Este fue el contexto donde se perfiló el
proceso de clandestinización de la protesta obrera, siendo la Resistencia Pero-
nista la respuesta sustancial del movimiento obrero peronista a la Revolución
Libertadora. Respecto de esto, Lanusse (2005) plantea que el germen del
Peronismo revolucionario suele situarse en el período de «Resistencia» ocurrido
entre 1956 y 1960, y que el surgimiento de Montoneros se relaciona fuerte-
mente con el desarrollo dentro del Movimiento Peronista de una corriente de
izquierda; pero también, como plantea Pozzi y Schneider (2000), la izquierda
jugó un papel muy importante, donde antiguos anarquistas, comunistas y
trotskistas aportaron su larga trayectoria de militancia clandestina, así como
la experiencia del entrismo y su imprescindible apoyo que, aún desde afuera,
contribuyó a profundizar la resistencia peronista, en un juego y contacto de
ida y vuelta entre la izquierda y los sectores del peronismo.
Estas formas de protesta fueron desarticuladas, al menos momentánea-
mente, luego del proceso de reinstitucionalización del sistema parlamentario
hacia 1958. La llegada a la presidencia de Arturo Frondizi (1958–1962) por la
Unión Cívica Radical Intransigente, con el aval de Perón desde el exilio a
cambio de, entre otras cosas, eliminar los impedimentos a la consolidación
de la estructura sindical —que se evidenció en la efectiva normalización a la
Confederación General de los Trabajadores (CGT)— y el levantamiento de la
proscripción del peronismo que, frente a las presiones contrarias, no tuvo el
éxito esperado, convirtiéndose en un problema pendiente y sin resolución.
Las desilusiones del frondizismo no tardaron en llegar cuando el proyecto
económico del desarrollismo fracasó entre las presiones militares —quienes
habían asumido un rol tutelar y a través de distintas estrategias pretendieron
evitar todo tipo de prácticas peronistas—, las reivindicaciones prometidas a
los obreros y la represión desatada por el plan CONINTES (Conmoción Interna
del Estado) con el objetivo de poner fin a una serie de protestas laborales,
consecuencia de la implementación del modelo económico.

43
La debilidad política agudizó la inestabilidad económica conduciendo una
vez más a un golpe de estado que derrocó a Frondizi. El sucesivo intento de
consolidar la frágil institucionalidad, a través de la Arturo Illia (1963–1966)
por la Unión Cívica Radical del Pueblo, tampoco tuvo la fuerza suficiente por
la falta de legitimidad política y la continuidad del rol tutelar de las fuerzas
armadas, pero también por no poder consolidar acuerdos con el peronismo
proscripto, llevando nuevamente a una profundización del conflicto social y
a un nuevo golpe de estado en 1966.
El período que comienza en 1966, con el golpe de Estado del General Juan
Carlos Onganía (1966–1970), merece especial atención, en tanto se caracterizó
por una intensa actividad política, el auge de las masas (Pozzi, 2001), pero
centralmente por el surgimiento de las organizaciones armadas, de las cuales
dos son objeto de nuestro estudio: PRT–ERP y Montoneros.
La instauración de la dictadura de Onganía, por primera vez en la historia
argentina, se propuso permanecer largo tiempo en el gobierno y transformar
profundamente a la sociedad. Hubo un alto grado de consenso al golpe de
estado por parte de algunos partidos políticos como el frondizismo, y de otras
organizaciones burguesas como la Confederación General Económica, la
Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial Argentina e incluso la Iglesia
dio su bendición.
Las Fuerzas Armadas se hicieron responsables de un proyecto político,
económico y social que pretendía «normalizar» el país, ya no para entregar el
poder a algún partido político sino para constituirse como institución en el
núcleo mismo del Estado. Los primeros pasos de la presidencia de Onganía
consistieron en generar profundos cambios institucionales diluyendo toda
legalidad anterior: destitución del presidente y el vicepresidente, miembros
de la Corte Suprema, Gobernadores, Intendentes, Congreso Nacional, Legis-
laturas Provinciales, desintegración de los partidos políticos. Es decir, se quiso
suprimir por decreto la política.
La dictadura de Onganía, por una parte, tuvo obsesión por la «moralidad»:
cualquier expresión de «libertinaje» como besos en público, minifaldas, pelo
largo, oscuridad en las boites, chistes sobre la autoridad podían ser sancionadas
porque se afirmaba que la inmoralidad abría la puerta a la subversión marxista.
Con este pretexto, la censura se abatió también sobre todas las manifestaciones
culturales consideradas signos de transgresión como el cine, teatro, televisión,
diarios, revistas, recitales, exposiciones. Onganía implementó los principios de
autoridad, orden y grandeza nacional. La ideología de la «Revolución Argentina»
significó la proyección sobre el Estado y la sociedad de los valores de la «gran
institución» que era el ejército (Rouquie, 1981).

44
A la censura se sumó la «militarización» de la vida cotidiana —con tanques
en las calles, pinzas y razias en la vía pública y los medios de transporte, con-
troles en la entrada de universidades, colegios y fábricas—, generando que los
y las jóvenes se sintieran interpelados en su libertad de acción y se declararan
obligados a actuar al respecto (Guglielmucci, 2007).
En este sentido, la Universidad Argentina que estaba llena de mentes crí-
ticas hacia el gobierno le hizo frente a la «Revolución Argentina». La autono-
mía universitaria, que le otorgaba independencia del Poder Ejecutivo, terminó
bruscamente con la intervención en las universidades y la «depuración» aca-
démica, que significó la expulsión de las casas de altos estudios de docentes
opositores que defendían las prácticas consuetudinarias de la Universidad y
de la democracia. El gobierno de Onganía quiso poner fin a la autonomía
universitaria y la libertad de cátedra, silenciar las críticas, escarmentar la rebel-
día estudiantil y docente de todas las universidades nacionales; por esto mismo,
todas las autoridades y docentes pasaron a depender del Ministerio del Interior.
Como consecuencia, docentes y estudiantes de la Facultad de Ciencias Exac-
tas de Buenos Aires que protestaron por la medida fueron golpeados salvaje-
mente y expulsados violentamente de las facultades por miembros de la Guar-
dia de Infantería de la policía durante la llamada Noche de los Bastones
Largos en julio de 1966. Se inició así el éxodo de científicos que no se deten-
dría a partir de entonces. La intervención en las universidades activó inme-
diatamente la resistencia del movimiento estudiantil universitario en todos
los rincones del país, desde allí el carácter de la resistencia, las estrategias de
lucha y las alianzas con el núcleo combativo del movimiento obrero, con
grupos del cristianismo posconciliar, así como con grupos de izquierda y del
nacionalismo revolucionario irá cambiando a lo largo de la década y fortale-
ciendo dichas redes (Vega, 2015).
Por su parte, se puso en marcha un plan económico que fortaleció el proceso
de concentración industrial y se promovió la operación de empresas extran-
jeras y el desarrollo de la industria básica y de bienes de capital. El principal
objetivo de la «Revolución Argentina» fue llevar adelante un programa de
reordenamiento y transformación económica que significó el inicio de nuevas
acciones que continuarían en la Argentina en los años siguientes. Algunas de
las medidas tomadas por el ministro de economía Krieger Vasenas fueron: la
devaluación del peso argentino en un 40 % —favoreciendo la desnacionali-
zación de la economía, ya que se les permitió a los inversores extranjeros
comprar empresas argentinas a bajo precio en dólares—, el congelamiento de
los salarios por veinte meses para aumentar las ganancias de los empresarios
y las retenciones a las exportaciones agrícolas. Esta política benefició la inver-

45
sión extranjera, así como el acceso a un crédito de 125 millones de dólares
concedido por el FMI. Asimismo, se disminuyó la protección aduanera y se
eliminaron subsidios a empresas consideradas ineficientes como, por ejemplo,
los ingenios azucareros de Tucumán que en su mayoría fueron cerrados. Este
fue el contexto donde el Estado emprendió obras de infraestructura como la
represa hidroeléctrica de El Chocón (Tcach, 2003:53), para las que se necesitó
grandes cantidades de explosivos, que con posterioridad serán recuperados en
un operativo por militantes protomontoneros santafesinos sobre el que luego
desarrollaremos en el capítulo cuatro.
Es a partir de 1967 entonces cuando se comenzó a vislumbrar un nuevo
modelo de acumulación de capital, y para llevar adelante este objetivo el poder
político estableció mecanismos y dispositivos represivos que se pusieron en
juego en las medidas de fuerza que a través de Huelgas atravesaron todo el
país. La respuesta del régimen, asimismo, consistió en suspender la personería
gremial de varios sindicatos, así como el funcionamiento de la CGT. El sindi-
calismo fue incapaz de resistir la ofensiva estatal y dar respuesta a esta crisis,
provocando ciertas críticas a las autoridades de la CGT y comenzando a dis-
tinguirse divisiones en su interior, que posteriormente condujeron a la con-
vocatoria de un congreso normalizador en marzo de 1968. El congreso eligió
a Raimundo Ongaro en contra del candidato vandorista y el desenlace fue la
existencia de dos CGT, una conducida por Ongaro, denominada CGT de los
Argentinos, quien sostuvo una postura combativa, antiburocrática, antiimpe-
rialista y antidictatorial; y la otra, conducida por Augusto Vandor, CGT Azo-
pardo (Pozzi y Schneider, 2000; James, 2003).
En este marco se produjo una explosión obrero–popular, fundamental-
mente en las ciudades de Córdoba y Rosario, en 1969. Los denominados
Cordobazo y Rosariazo fueron el resultado de un plan económico antipopular
y de un gobierno autoritario. Estas movilizaciones también fueron apoyadas
por jóvenes estudiantes que se identificaron con la situación de los obreros y
se sumaron a la lucha, que ya habían asumido un compromiso y solidaridad
con los problemas que se vivían en el país durante el período anterior (Gor-
dillo, 2003). Las luchas populares fueron acompañadas por las organizaciones
guerrilleras, que hasta el momento habían sido marginales en la política nacio-
nal (Pozzi, 2001).
La coerción política, económica y cultural durante los gobiernos dictato-
riales de Onganía, Levingston y Lanusse (1966–1973) a nivel nacional y pro-
vincial implicaron la confrontación directa de jóvenes estudiantes y obreros,
así como numerosos grupos guerrilleros, con las fuerzas de seguridad.

46
En líneas muy generales, hemos intentado dar cuenta aquí de que el surgi-
miento de la guerrilla en la Argentina se relaciona con un contexto de auge e
influencia de movimientos revolucionarios, no solo latinoamericanos sino
mundiales —como el Mayo Francés, la guerra de Argelia, la lucha de Vietnam,
entre otros—, pero también con las condiciones sociales, políticas y econó-
micas de la Argentina, es decir, como plantea Pozzi y Schneider (2000) fue un
fenómeno social y político. Siguiendo con esta consideración, no podemos dejar
de situar nuestro objeto de estudio, es decir, achicar el foco y describir otro
tramo del espinel, para así analizar el fenómeno de la guerrilla desde un abor-
daje regional/local.

Santa Fe: una sociedad en proceso de fermentación a ritmo local

En la provincia de Santa Fe las fuerzas dictatoriales estaban bajo el liderazgo


del General de Brigada Eleodoro Sánchez Lahoz, que había sido designado
interventor en reemplazo del gobierno de la Unión Cívica Radical del Pueblo:
Aldo Tessio y Eugenio Malponte (1963–1966). Sánchez Lahoz fue el interven-
tor de la provincia durante cuarenta días y entre los primeros decretos se
decidió la disolución de la legislatura provincial, la suspensión de la actividad
partidaria, así como la exigencia de un certificado prenupcial a los contrayen-
tes de matrimonio en la provincia —relacionado con los «impedimentos euge-
nésicos» para prevenir enfermedades de trasmisión sexual—. Sin embargo, el
5 de agosto de 1966 asumió el poder de facto el Contralmirante Eladio Modesto
Vázquez, quien permaneció en su cargo hasta 1970. Una de las características
de su gobierno fue que se encontró fuertemente influenciado por los designios
nacionalistas católicos del gobierno militar nacional, como demostraremos
más adelante; también creó la Dirección General de Informaciones (DGI), una
agencia estatal que actuaba a escala provincial y con autonomía respecto de
otras instituciones estatales que tenían sus propios servicios de información o
de inteligencia, además de realizar tareas similares en el mismo espacio, como
el Ejército o la policía (Águila, 2013). La función principal de este organismo
fue la averiguación de antecedentes de personas, especialmente empleados
públicos. Posteriormente, y en sintonía con el cambio de gobierno a nivel
nacional que puso frente al ejecutivo a Levingston, en julio de 1970 el mando
de la provincia lo tendrá el Gral. de División Guillermo Rubén Sánchez
Almeyra, quien permaneció en el poder hasta el momento de la apertura
democrática en 1973.

47
En relación con la planificación económica del Gobierno de Vázquez, esta
estuvo encuadrada en el «Programa Normalizador» del gobierno nacional. En
1968 se sancionó la ley de promoción industrial de la provincia, que propició
la inversión de capital y contribuyó al establecimiento de grandes empresas
de capital extranjero y monopólico —profundizando un proceso que venía
de una década atrás—. Sin embargo, los centros industriales se localizaron en
el área del Gran Rosario acentuando aún más las desproporciones regionales
en el desarrollo económico provincial, siendo la rama de la química y la
petroquímica las más importantes. Esta preocupación por el desarrollo eco-
nómico también se relacionó con la seguridad interna, potenciada por la
amenaza de una segunda revolución cubana (Simonassi, 2006).
También a fines de 1971 se sancionó la ley de Parques Industriales con el
objetivo de concentrar territorialmente pequeñas y medianas empresas. En la
ciudad de Santa Fe, desde 1959, la industria automotriz IASFSA fue una empresa
en la que la firma alemana DKW se asoció a inversionistas locales para produ-
cir automotores de la marca «AutoUnión». Esta empresa construyó su planta
en los años sesenta en la localidad de Sauce Viejo —zona donde luego se
instaló el parque industrial ubicado a 15 km aproximadamente de la Capital—,
llegando a emplear hasta 1500 trabajadores y a fabricar 33000 automotores.
La producción de esta empresa, producto de una crisis financiera, llegó hasta
1969. Eladio Vázquez comenzó a hacer gestiones para encontrar nuevos due-
ños, hasta que finalmente fue adquirida por la Fiat Concord, que trasladó su
línea de producción desde Córdoba y se dedicó a la fabricación de camiones,
tractores y motores, llegando a emplear hasta 4500 empleados (Vicentin, 2013).
Otra empresa instalada en la cercanía de la Fiat a principios de la década
del sesenta, fue Tool Research Company Inc, una empresa de origen estadou-
nidense dedicada a fabricar engranajes, ejes y cajas de velocidad para automó-
viles, llegando a emplear entre 400 y 500 trabajadores (Brandolini, 2010).
Estas empresas automotrices se convertirán en una fuerza de empleo impor-
tante para los pueblos aledaños, pero, además, y en especial los obreros de la
Fiat, tejerán alianzas con algunas organizaciones revolucionarias.
La concentración de la tierra hacia fines de los años sesenta no tenía un
patrón homogéneo, poseía un bajo incremento del número de las explotacio-
nes agropecuarias y un importante aumento de la superficie total cultivada
(Pasquali, 2006). Un ejemplo de esto es la industria lechera, que creció con-
siderablemente durante estos años en lugares como el Departamento Las

48
Colonias3 ubicado al oeste del departamento La Capital y que será durante
este período estudiado una zona de fuerte participación y propaganda política
de la guerrilla santafesina. En la zona del norte provincial, a partir de la retirada
de La Forestal y del cierre de algunos ingenios, se produjo una fuerte desarti-
culación de la economía de la región generando desocupación, analfabetismo,
enfermedades y, como consecuencia de esto, el crecimiento migratorio. Sin
embargo, todo este proceso de crisis no se realizó sin resistencia: las poblacio-
nes de Villa Guillermina y Villa Ana se movilizaron para reclamar por la
situación. Sobre este último tema ampliaremos más adelante.
La provincia de Santa Fe, desde principios de la década del cuarenta, como
consecuencia de las transformaciones económicas del modelo de desarrollo
industrial, fue cambiando progresivamente el mapa poblacional que producto
de las migraciones internas generaron un crecimiento en las zonas urbanas.
Esto se evidenció, por ejemplo, si se comparan los datos de las zonas de resi-
dencia, que para 1947 contaba con una población en miles en la zona urbana
de 984,6, mientras que los habitantes de la zona rural era de 718,4. Esta situa-
ción se fue modificando considerablemente para el año 1970, donde la zona
urbana aumentó a 1659,7 habitantes y la zona rural descendió a 475,9. Es decir,
que la población de la zona urbana santafesina creció un 68 % en el transcurso
de veinte años, mientras que la zona rural descendió un 52 % (Anuario de la
Provincia de Santa Fe, 1970–1984; 1986).
Las dos ciudades con mayor cantidad de población hacia 1970 eran Santa
Fe de la Vera Cruz, con 257 241 y Rosario con 697 257 habitantes, esta última
con casi tres veces más de residentes. Mientras que la tercera ciudad más
poblada de la provincia, con un poco más de 30 mil habitantes, era Villa Gdor.
Gálvez. Estos números nos demuestran que la ciudad de Santa Fe, pese a ser
capital de la provincia, era la segunda ciudad más importante; sin embargo,
teniendo en cuenta estos parámetros comparativos, especialmente con Rosa-
rio, podría considerarse como una ciudad mediana y una de las dos más

3. El Departamento Las Colonias de la provincia de Santa Fe es parte de lo que se con-


sidera la Pampa húmeda, por sus características geográficas posee tierras fértiles para el
desarrollo de la economía agrícola y ganadera, condición que propició a través de las polí-
ticas de colonización agrícola del gobierno provincial el asentamiento de inmigrantes euro-
peos a fines del siglo XIX (Gallo, [1983] 1984). La capital es Esperanza, se encuentra for-
mada por otro municipio, San Carlos Centro y varias comunas, de los cuales destacamos
a San Carlos Sud, San Jerónimo Norte y Progreso, ya que, en estas localidades, y como
veremos más adelante, se produjeron operativos políticos y militantes que fueron signifi-
cativos para el proceso de formación y consolidación de Montoneros en Santa Fe.

49
pobladas de la provincia. Este dato nos permitió analizar la especificidad de
la guerrilla en la localidad, entendiendo que la capacidad de operar para las
organizaciones armadas clandestinas era más limitada que en otras urbes. Sus
militantes tenían que ser mucho más cuidadosos a la hora de orquestar y
llevar adelante cualquier acción político–militar. Además, una característica
geográfica de Santa Fe es que se encuentra rodeada de ríos y arroyos —los
límites al este con la Laguna Setúbal y canales de derivación al Puerto de Santa
Fe; al oeste con el río Salado y sudoeste con el municipio de Santo Tomé— y
con tres ingresos que, si eran custodiados o cerrados, las posibilidades de escape
eran imposibles, de modo tal que las acciones debían ser confiables y exactas.
Cabe aclarar que al norte la ciudad limita con Campo Crespo (Recreo) y
Monte Vera, zona rural y alejada de la ciudad, donde se encontraban varias
de las casas operativas durante los años setenta.4
Otra de las características de Santa Fe de la Vera Cruz se relaciona con su
fisonomía: la ciudad históricamente concentró sus centros administrativos en
la zona centro–sur, allí se encontraba entonces la mayor cantidad de emplea-
dos públicos, actividad laboral principal de sus habitantes. Las Avenidas Bv.
Pellegrini y Bv. Gálvez —ubicadas de este a oeste— dividían la ciudad en dos;
la división del espacio hacia el norte donde los residentes, que en general
habían sido los trabajadores del puerto, demostraban también una división
entre clases sociales. Esto también se evidenciaba en otro recorte espacial
determinado por dos avenidas: al oeste de la ciudad, Av. Gdor. Freyre y hacia
el sur la Av. Gral. López. Aunque las diferencias sociales de aquellos y aquellas
residentes, cercados por estas avenidas, parecían desdibujarse durante los días
del carnaval, del caluroso febrero, donde los festejos de las comparsas y el juego
con agua parecían detener momentáneamente esas diferencias.
Por su parte, los sectores hegemónicos de la sociedad santafesina que mar-
caban el ritmo de lo local eran muy conservadores y tradicionales en sus
costumbres; la iglesia católica tenía una influencia ideológica muy fuerte,
incluso administrando la educación privada y confesional de algunas de las
escuelas de nivel primario y secundario de la ciudad, donde asistían las elites
santafesinas que tuvieron una fuerte incidencia en lo político, como Ntra. Sra.
del Calvario, Colegio Inmaculada Concepción, Colegio Don Bosco, Instituto
San José de Adoratrices, entre otras. Solo nombramos aquellas de las cuales
los y las militantes entrevistados y entrevistadas recuperan en sus trayectorias
de vida.

4. Información obtenida de las fuentes orales, así como de los diarios locales.

50
En este sentido, es necesario considerar que la guerrilla santafesina, en este
caso Montoneros y PRT–ERP, más allá de reconocer las identidades y las líneas
políticas de las propias organizaciones, también se relacionaban con la socie-
dad que le daba origen, teniendo esta una impronta católica fuerte. No es
desdeñable recordar el nombre establecido desde su fundación a la ciudad:
«Santa Fe de la Vera Cruz», que evidencia una fuerte presencia de la fe católica
que se filtraba en muchos ámbitos de la ciudad.
El barrio Sur fue el elegido para la residencia de la histórica oligarquía
santafesina, que en su mayoría eran dueñas de algunas tierras heredadas tiempo
atrás y que con el correr del tiempo las fueron perdiendo, pese a lo cual nunca
se despojaron de sus apariencias de ciudadanos y ciudadanas «de bien» ni de
la portación de apellidos. En este barrio se ubican las iglesias más importantes
(La Catedral, Santo Domingo, La de los Milagros o Inmaculada, etc.) cuyas
campanadas marcaban un ritmo casi medieval, pese a lo «agitado» del devenir
que algunos actores políticos demostrarían a la brevedad en la ciudad. La calle
San Martín, una de las arterias principales, se comunica directamente con el
centro de la ciudad, y no casualmente se ubican allí las sedes de los clubes,
símbolos de la aristocracia, como el Club del Orden (Benassi, 2022) y el Joc-
key Club. Los mismos fueron sistemáticamente ocupados y atacados desde
octubre de 1945 en adelante e intervenidos en dos oportunidades por organi-
zaciones revolucionarias a través de acciones de demostración simbólica de
fuerza y de propaganda política.
Las diferencias económicas y sociales se fueron profundizando cada vez más
a mediados de los años cincuenta. Esto se evidenciaba en el diagrama que la
ciudad iba adquiriendo, siendo las avenidas y bulevares los límites urbanos
que ubicaban a los y las ciudadanos y ciudadanas, marcando el estatus social
y de pertenencia, como dijimos anteriormente. Los barrios periféricos se ubi-
caban, por ejemplo, al sureste (Alto Verde), al este (La Lona, El Chaqueño),
oeste (Villa del Parque, San Lorenzo, Santa Rosa de Lima), noroeste (Los
Troncos y Barranquitas). A principio de los años sesenta, estos barrios estaban
formados por viviendas precarias o «ranchos», sin agua corriente, ni luz, ni
calles asfaltadas, y amenazados con constantes inundaciones. Dos cuestiones
se consideran importantes para destacar de estos barrios: la primera es que
fueron creciendo progresivamente debido al proceso migratorio del campo a
la ciudad producto de la crisis de las economías regionales del nordeste de la
provincia, en especial las relacionadas con el monocultivo —caña de azúcar
y algodón—. Las políticas económicas, que luego del golpe de 1966 provoca-
ron una fuerte concentración de tierras y capital orientados al mercado inter-
nacional generaron un declive de los cultivos que no se vinculaban con el

51
mercado externo, provocando una caída de los precios y profundizando la
conflictividad social. La segunda se relaciona con que en estos ámbitos se
produjeron marchas y reclamos por mejoras de la calidad de vida, y pese a ser
pacíficas fueron fuertemente reprimidas, siendo, durante las intendencias de
José Ureta Cortes (1967–1968) y de Conrado Puccio (1969–1972), barrios
donde los procedimientos de razzias policiales eran la constante. Pero, además,
y como veremos más adelante, se constituyeron en los espacios de encuentro
de discusión no solo católica sino también de distintas líneas políticas, y lugar
de residencia de varios religiosos pertenecientes al Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo (MSTM), de religiosas, así como de militantes que deci-
dían asentarse en estos barrios por su compromiso con los pobres y la injus-
ticia social.
Es importante destacar también que hacia mediados de la década del
sesenta, en las sociedades occidentales, se dieron una serie de cambios que
transformaron las prácticas sociales produciéndose fuertes cuestionamientos
al modelo doméstico (Cosse, 2010), a los valores y costumbres heredados de
los años anteriores, principalmente la familia y el rol de los varones y de las
mujeres en la sociedad. Nuevos actores especialmente jóvenes de clase media
y universitaria van ocupando un lugar central en la escena pública, cuestio-
nando las estructuras formales en las que se asentaban las instituciones recto-
ras de la sociedad como el gobierno, la educación y la justicia. En este sentido,
algunos grupos de jóvenes van a objetar la sociedad de consumo, la discrimi-
nación y las desigualdades sociales (Manzano, 2018).
La explosión cultural generó en nuestro país, como en otras latitudes, un
proceso de liberación social fundamentalmente de jóvenes que surgen en este
período como actores decisivos del escenario político, social y cultural. Hubo
tendencias a cuestionar el orden establecido pero también el modelo domés-
tico, transgrediendo las pautas de normatividad social que signó la vida de la
«generación»5 de sus predecesores. La sociedad argentina en general fue
influenciada por olas de cambios generando rupturas, pero también continui-
dades, con los patrones establecidos en diversos planos culturales, como fami-
liar, sexual, educativo. Sin embargo, las transformaciones en Argentina, a
diferencia de Estados Unidos y Europa, colisionaron por las prohibiciones

5. Como plantea Isabella Cosse entendemos el término generación como un grupo de


personas que se distingue de forma significativa de otros grupos por su experiencia com-
partida (2010).

52
impuestas por un gobierno autoritario y moralista, y compusieron una «revo-
lución discreta» (Cosse, 2010).
En la ciudad de Santa Fe, la emergencia de nuevos patrones de conducta
—como las relaciones de pareja efímeras, la integración del sexo al cortejo y
la tensión de ciertos roles y estereotipos de género—, también pudieron ser
desplegadas, pero a un ritmo local. La revolución de los y las jóvenes santafe-
sinos y santafesinas no solo fue discreta, sino que, al mismo tiempo, la consi-
deramos silenciosa, ya que toda transgresión a ciertas reglas eróticas y sexuales
se tramitaron, aunque de manera más limitada, por las características de la
sociedad, buscando estrategias disimuladas para tensionarlas.
Jóvenes santafesinos y santafesinas circulaban y realizaban actividades comu-
nes en espacios donde se producían acciones políticas —aulas, residencias
estudiantiles, comedores universitarios, barrios— así como también en ámbi-
tos recreativos —bares, espectáculos, bailes, asaltos (bailes que se hacían en
las casas de familia), picnic, fogones, cines, casamientos, compromisos de
novios, playas.
En relación con los espacios culturales, la ciudad contaba con más de nueve
salas de cine; sin embargo, subterráneamente y producto de la privación de
canales de expresión política e intelectual, circularon películas que fueron
vistas en espacios clandestinos. Este dato no es menor, ya que durante los años
setenta la práctica de realizar proyecciones de forma alternativa se masifica y
profundiza a nivel nacional (Mestman, 2009) y la ciudad de Santa Fe no fue
una excepción a este ciclo de proyecciones de cine militante, que tuvo un
fuerte auge durante los años 1968–1972 a nivel local.
La proyección clandestina del cine militante en Santa Fe fue un ámbito
donde también se tejieron redes, y cuyos objetivos fueron, por un lado, que
la audiencia tomara conciencia política acerca de la opción revolucionaria, es
decir, el film fue un recurso propagandístico y de captación de militantes; pero
también, por otro lado, se utilizaba como formación política de los cuadros
militantes (Andelique, 2017). Los lugares elegidos, con previa organización de
la seguridad para sus asistentes, fueron principalmente la Facultad de Inge-
niería Química y de Derecho, clubes, gremios, la Iglesia Cristo Obrero del
barrio Villa del Parque, como también casas particulares; mientras que algunas
de las películas proyectadas fueron: Los inundados (Birri, 1962), Tire Dié (Birri,
1960) y La Hora de los Hornos (Solanas, 1968).
Por su parte, la efervescencia política de artistas plásticos santafesinos pare-
cía ser moderada, existiendo a fines de la década del sesenta y principio de los
setenta algunas pinceladas aisladas de aquellos más politizados como por ejem-
plo las de Juan Vergel: El general Franco en el infierno (1971) y Viva Chile mierda

53
(1973), siendo solo unos pocos artistas santafesinos los que se sumaron al
emblemático proyecto colectivo de Tucumán Arde, a través de redes construi-
das entre artistas de las artes plásticas de la ciudad de Rosario. En la investi-
gación de Paula Ramírez sobre arte y política en Santa Fe (2016), se afirma
que algunos grupos de artistas pertenecieron a partidos u organizaciones liga-
das en general con la izquierda, aunque su compromiso político no se plasmó
necesariamente en el lienzo de sus obras, es decir, la propia obra de arte no
fue transformada en una herramienta revolucionaria, separando la plástica de
la política, evidenciando que las nuevas corrientes de pensamiento y acción
revolucionaria y vanguardista parecieron no haber impregnado el campo.
Respecto a la noche santafesina, había dos boite —Bambina y Candi—
ubicadas en el centro y sur de la ciudad; sin embargo, los y las jóvenes asistían
en general a los clubes de barrios donde los sábados se encontraban a bailar
ritmos de Sandro, Palito Ortega, Néstor Fabián, Nicky Jones, Johnny Tedesco,
Violeta Rivas, sumado a las orquestas populares, aunque también había de los
que escuchaban el rock nacional. Siguiendo la misma línea conservadora y
moralista de Onganía, en Santa Fe Vázquez aplicaba también las razzias en los
clubes nocturnos, por ejemplo, en mayo del ’68 la policía de menores había
detenido a sesenta chicos en distintos lugares de diversión nocturna y en la
vía pública por falta de control, peligro físico, vagancia y ausentismo escolar
(Mignone, 2018). Incluso existía una norma para menores de edad, que expre-
saba que no se les permitía la concurrencia a bailes luego de la una de la
mañana, ni siquiera con sus padres; sin embargo, esta norma no corría de igual
modo para las celebraciones de los 15 años de las niñas santafesinas.
En suma, esta caracterización general de la sociedad santafesina intentó dar
cuenta de algunas de sus singularidades, atendiendo a distintas dimensiones
que se combinaron y se movieron a un ritmo local, aunque hay otros elemen-
tos de igual relevancia que debemos señalar al respecto.

Tiempos de transgresión en Santa Fe

Pensar en los tiempos de transgresión social y política en la capital santafesina


de finales de los años sesenta y principios de los setenta, implicó recuperar tres
de los espacios o ámbitos principales que dieron origen a la militancia política,
además de los ya descritos, y que posibilitaron el surgimiento de los proyectos
revolucionarios aquí estudiados. Estos ámbitos fueron el estudiantil, el cris-
tianismo revolucionario y el obrero–sindical, en donde se construyeron redes
sociales que permitieron la gestación de grupos, algunos de ellos propensos a

54
la acción política insurreccional. La función que se les atribuyó fue la de
servir de espacios sociales de gestación de solidaridades y prácticas militantes
que fueron retomadas posteriormente en otros lugares tendientes a la radica-
lización política.
A mediados de la década del sesenta, la ciudad de Santa Fe concentraba tres
universidades —Universidad Nacional del Litoral (UNL), Universidad Cató-
lica de Santa Fe (UCSF ) y Universidad Tecnológica Nacional–Regional Santa
Fe (UTN)6— cuyas matrículas y sus trayectorias eran muy importantes.
La UNL contaba con facultades, institutos y escuelas con sede en Santa Fe,
pero también en otras ciudades como Paraná, Concordia, Rosario y Esperanza.
Si se tienen en cuenta los datos del año lectivo de 1967, las sedes santafesinas
contaban con 6066 estudiantes, siendo la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales con una matrícula de 3830 y la Facultad de Ingeniería Química las
dos facultades con mayor concentración estudiantil, siguiendo en tercer lugar
el Instituto del Profesorado con 259 ingresantes. Teniendo en cuenta la matrí-
cula total, la UNL albergaba 24642 estudiantes, esto la hacía, después de las
Universidades de Buenos Aires y Córdoba, una de las universidades más
importantes del país. Sin embargo, esta situación cambió a fines de 1968,
cuando se crea la Universidad Nacional de Rosario y la escisión de las sedes
rosarinas de la UNL (Vega, 2009).
Una de las escuelas más importantes de la UNL, por haber sido foco de la
actividad política del ámbito estudiantil, fue la Escuela Industrial Superior
(EIS), que además se ubicaba en la misma manzana que la Facultad de Inge-
niería Química. Esta cercanía propició la construcción de redes estudiantiles
entre los y las estudiantes secundarios y universitarios, que se generaron a
través de los espacios compartidos (residencias, comedor, asambleas, grupos
de estudios). Por su parte, la UCSF era una universidad privada, católica y con
una matrícula mucho menor a la UNL, ya que si comparamos por ejemplo el
ingreso de estudiantes en 1968 a la Facultad de Derecho era de 400, mientras

6. Respecto a sus trayectorias y perfiles de las tres universidades señaladas, el artículo


de Dejón, Diburzi y Vega (2017) «Movimiento estudiantil universitario santafesino, c.1965–
1971» aportan una síntesis descriptiva de las distintas universidades en la localidad.

55
que para 1967 en la misma facultad pero de la UNL,7 ingresaban más de 3800.8
Por último, la UTN, cuya matrícula para 1965 no superaba los 400 estudiantes.
Estos datos nos demuestran que la ciudad albergaba y concentraba gran can-
tidad de jóvenes provenientes de distintas localidades, así como jóvenes nati-
vas y nativos que decidían continuar sus estudios y permanecer en la ciudad.
Es importante caracterizar a Santa Fe como una ciudad que alberga tres de
las universidades más importantes para la región, puesto que esto permite
comprender la participación del estudiantado en las luchas estudiantiles, en
especial las resistencias a las políticas universitarias llevadas adelante luego del
golpe de 1966. Los y las estudiantes adquirieron una fuerte participación y un
gran protagonismo en las universidades santafesinas, en general tomando
posturas críticas y cuestionando la estructura organizativa y el funcionamiento
académico y administrativo, pero el año 1968 fue clave en el proceso de la
resistencia estudiantil, ya que comenzó un nuevo ciclo de protestas, es decir,
una fase donde la conflictividad y la confrontación se intensificaron generando
marcos nuevos para la acción colectiva (Tarrow, 1997). El eje de las demandas
se concentró más en una abierta oposición a la dictadura, que se manifestó
en actos relámpagos, asambleas y huelgas de hambre, generando progresiva y
sistemáticamente un activismo político callejero que preparaba y anunciaba
la insurgencia revolucionaria en Santa Fe.
Como ya hemos mencionado, a partir de 1968 se iniciaron en nuestra
ciudad —por ser una sede universitaria del país— distintos momentos y
hechos conflictivos: uno ocurrió en febrero de ese año, donde hubo una gran
movilización por parte de los estudiantes de la UNL en torno a una serie de
cuestionamientos relacionados con el comedor universitario, así como de la
política del Rectorado de dicha universidad (Diburzi, 2005). Mientras que
unos meses más tarde, en julio del mismo año, se produjo una manifestación
a través de una huelga de hambre de estudiantes de la UCSF que duró muchas
horas, por la suba de aranceles y por querer modificar el estatuto de la Uni-
versidad, que fue reprimida por la policía, pero apoyada por la Central Obrera
de Trabajadores Argentinos. El Movimiento de Estudiantes de la Universidad

7. Cabe aclarar que los datos brindados refieren a la cantidad de ingresantes a la Facul-
tad de Derecho de la UNL, que para 1967 también contemplaba la sede en Rosario. A
finales de 1968 se creó la Universidad Nacional de Rosario con siete facultades, una de
ellas la de derecho, dos escuelas y un instituto que dependían de la UNL con sede en
Rosario.
8. El Litoral, Santa Fe, 22/06/1968.

56
Católica, en adelante , estuvo liderado por dos mujeres, que luego ten-
drán fuerte incidencia en la creación del grupo originario de Montoneros en
Santa Fe; ellas fueron la abogada María Graciela de los Milagros Doldán y la
estudiante de letras Dora María del Carmen Riestra. También formaban parte
del mismo, entre otros, Antonio Riestra y Francisco Molina.
Ante la suspensión de clases en la Facultad de Filosofía y Letras, los y las
estudiantes nucleados y nucleadas en el  resolvieron llevar a cabo una
huelga de hambre en la iglesia jesuita Nuestra Señora de los Milagros (también
denominada Inmaculada), y aunque fueron desalojados y la huelga continuó
en el Colegio Mayor Universitario —residencia fundada por la Iglesia católica
para alojar estudiantes del interior del país—. De esta manera, establecieron
vínculos con el grupo Ateneo, agrupación estudiantil de la Universidad Nacio-
nal del Litoral, y con la Acción Sindical Argentina (en adelante ). Varios
estudiantes y egresados de la Universidad Católica comenzaron a tomar con-
tacto con el mundo sindical, especialmente a través del gremio gráfico liderado
por Francisco Yacunissi.
Uno de los entrevistados recuerda «el ’ santafesino» a través de la movi-
lización generada a partir de la huelga de hambre, evocándola de la siguiente
manera:

lo mediático no estaba presente, pero fuimos muy mediáticos en su concepción


que fue empezar la huelga de hambre dentro de la iglesia Inmaculada con lo cual
ofendimos a varias personas con este tema y al segundo día nos sacaron a pata-
dones de ahí adentro con la policía, en el año , mayo del  nuestro mayo del
, yo tenía  años, en aquel momento uno tenía participaciones esporádicas,
convengamos que estábamos en plena dictadura (…) en las universidades no ha-
bía espacio para nada, pero bueno digo esta movida… concita una participación
enorme, para entonces eran más de  alumnos, que se movían en torno a estos
 que éramos los que estábamos ayunando que después pasamos a un Colegio
Mayor, había muchas mujeres, es más eran casi mayoría mujeres porque el nú-
cleo fuerte era letras, yo estudiaba filosofía. (Juan Marco, Santa Fe, //.
Militante de Montoneros)

En síntesis, en Santa Fe las universidades, pero también algunas escuelas secun-


darias públicas y privadas, fueron los ámbitos privilegiados de donde surgieron
muchos y muchas de los y las militantes que luego promoverían la acción
revolucionaria. Y si bien un actor colectivo importante fue el movimiento
estudiantil, este no permaneció aislado, sino que por el contrario generó alian-

57
zas con otros actores políticos como sectores del sindicalismo y del cristianismo
tercermundista (Vega, 2010; Dejón, Diburzi y Vega, 2017).
Hacia fines de los años sesenta y principios de los setenta, los y las estu-
diantes, entendido como grupo social que comprende distintas clases sociales
(Millan, 2009) pero también distintas identidades sexuales y de género, se van
organizando no solo en torno a la pertenencia ideológica sino también por la
posibilidad de construir un tejido de relaciones afectivas a través de encuentros
deportivos, bailes, espacios artísticos, grupos juveniles, etc. que reforzaban los
vínculos entre estudiantes y potenciaban las prácticas políticas.
Los canales sumergidos de comunicación entre miembros de distintos gru-
pos o de pertenencia múltiple, así como las alianzas entre actores políticos
existieron en otro de los ámbitos ya enunciado: el catolicismo renovador —o
posconciliar—, donde también se gestaron redes de socialización política. La
Iglesia Católica fue partícipe de una serie de transformaciones, y aunque la
mayoría de los prelados sostuvieron un conservadurismo militante, hubo papas
que alentaron cambios significativos dentro de la Iglesia. El Concilio Vaticano
II (1962–1965), bajo el papado de Juan XXIII y Paulo VI, sostuvo la consigna
de adaptarse a los nuevos tiempos discutiendo entre otras cosas el compromiso
de la Iglesia con los problemas de la humanidad.
Luego del Primer Encuentro Nacional de Sacerdotes para el Tercer Mundo
en mayo de 1968 quedó organizado en la Argentina el Movimiento de Sacer-
dotes para el Tercer Mundo,9 en adelante MSTM. Estos grupos cristianos se
comprometieron socialmente luchando contra todo lo que oprimiera al
«Hombre», principalmente contra el capitalismo y los imperialismos, reaccio-
nando contra las políticas autoritarias, y reforzando la idea de liberación nacio-
nal o «Teología de la Liberación».
La Iglesia Latinoamericana, basada en los documentos redactados por el
Concilio Vaticano II, organizó en Medellín en 1968 la II Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano. Esta conferencia supuso, por un lado, una
cierta crítica velada a los gobiernos de facto de América Latina, y por otro,
una crítica manifiesta a los problemas sociales. Se condenó la pobreza, la

9. El responsable general o «secretario general» del movimiento fue Miguel Ramondetti


desde 1968 hasta su renuncia en 1973. A partir de agosto de 1973, ante la renuncia y
el alejamiento de Ramondetti, empezó a ejercer el cargo Osvaldo Catena con sede en Rosa-
rio, quien intentó reestructurar el movimiento fraccionado. El secretariado general estaba
integrado, en los primeros años, por Héctor Botán, R. Ricciardelli y Jorge Vernazza. Des-
pués de 1972, queda representado por C. Aguirre, A. Büntig y J. Serra, estos tres últimos
domiciliados en Santa Fe.

58
injusticia y la explotación para liberar a los pueblos del Tercer Mundo de toda
fuerza de opresión. De este modo, se reafirmó el compromiso de los sacerdo-
tes con la realidad social, denunciando al sistema económico que generaba
desigualdad y posicionándose como cristianos revolucionarios.
En Santa Fe, su diócesis —o arzobispado— tuvo una incidencia muy
importante en el  a nivel nacional, aportando mucho de los sacerdotes
que participarían dentro del movimiento (Martín, ); entre ellos se encon-
traban Osvaldo Catena, José María Serra, Carlos Aguirre, Aldo Büntig y
Edgardo Trucco. Las investigaciones hasta el momento (Martín, ; Cus-
chie, ) refieren también a la participación de monjas que acompañaban
al movimiento de sacerdotes, aunque no se las considera como integrantes del
mismo.
Los objetivos del  no solamente se relacionaban con actos de denun-
cia y análisis o crítica a las condiciones de pobreza estructural, sino que tam-
bién llevaron adelante una serie de prácticas políticas y sociales a través de
acciones pastorales en distintos barrios periféricos y villas. Esto llevó a que
algunos sacerdotes, como también muchas hermanas religiosas, decidieran
establecerse en diferentes barrios periféricos de Santa Fe. Son los casos de las
parroquias de Villa del Parque —dirigida por el referente más importante del
 en los barrios, Osvaldo Catena—, la de Santa Rosa de Lima —dirigida
por el Padre Osvaldo Silva— Barranquitas Oeste, donde estaba el Padre Luis
Amézaga —aunque no como cura párroco— junto con varias hermanas del
Calvario, la de Yapeyú —dirigida por el Padre Rodríguez y la parroquia de
Alto Verde,10 dirigida por el Padre Aldo Büntig. Estos ámbitos también se
convirtieron en espacios de encuentro y discusión política, haciendo aún más
compleja la trama de redes de socialización donde los y las jóvenes estudiantes,
especialmente de nivel secundario, participaban asiduamente.
Otro dato importante a tener en cuenta es que los primeros días de mayo
de  se llevó a cabo en la ciudad de Santa Fe el  Encuentro Nacional del
 —el I Encuentro se desarrolló en  y había tenido a Córdoba como
sede—, en donde asistieron  sacerdotes de  diócesis de todo el país. Las
principales líneas políticas reconocían «que la experiencia peronista y la larga
fidelidad de las masas al movimiento peronista constituyen un elemento clave
en la incorporación de nuestro pueblo al proceso revolucionario» (Declaración

10. Sobre algunas características del Barrio Alto Verde, y el trabajo del cura Bünting.
Reconocimiento y homenaje a los militantes que hicieron la historia social y política de Alto
Verde. Biblioteca Popular, Taller aprender, Manzana 5, Pasaje 16/17, Alto Verde.

59
del Padre Dri de Resistencia). Incluso en el comunicado final se declaró que
«el reconocimiento de este hecho por parte de todas las fuerzas revolucionarias
ayudará a concretar la unidad de todos los que luchan por la liberación nacio-
nal». Pese a esto, el Comunicado imponía un importante límite: «por múlti-
ples razones el Movimiento no es, ni quiere, ni puede constituirse en partido
político o en un grupo revolucionario para la toma del poder político. El
Movimiento como tal se prohíbe en ese orden de cosas, opinar y tomar posi-
ción acerca de tácticas, estrategias o tendencias de grupos y organizaciones,
respetando con ello la libertad de opción de sus propios miembros» (Comu-
nicado , Santa Fe).11
A continuación, recuperamos una fotografía en la revista Cristianismo y
Revolución del encuentro nacional realizado en Santa Fe, donde entre varios
de los sacerdotes concurrentes se encuentra Osvaldo Catena ubicado primero
a la izquierda.

Imagen 1. Sacerdotes para el tercer


mundo. Los que vinieron a servir.
Sacerdotes Catena, Dri, Ramondetti,
Nasser y Concatti durante el encuentro
en Cristianismo y Revolución, Nº 24,
Buenos Aires, junio 1970, p. 17.

Las redes sociales construidas entre los sacerdotes y religiosas —que no solo
trabajaban en los barrios sino también se encontraban en la enseñanza de
algunas escuelas medias privadas confesionales— con los y las jóvenes en Santa
Fe, les posibilitaron a estos últimos el encuentro y el compromiso con los

11. Revista Cristianismo y Revolución, Buenos Aires, Nº 24, mayo de 1970.

60
pobres y la injusticia social. Muchas de las mujeres militantes entrevistadas
reconocen en sus trayectorias una importante formación cristiana, aunque
luego no todas ellas continúan por ese mismo itinerario. Un ejemplo de esto
fue la incorporación de muchas estudiantes mujeres del Colegio Nuestra Sra.
Del Calvario en el trabajo barrial de Villa del Parque, no solamente porque el
Padre Catena era su capellán, sino también porque muchas monjas calvarianas
trabajaban en el barrio, incluso como congregación. El compromiso y la rela-
ción entre el MSTM y otros actores colectivos como agrupaciones de estudian-
tes, pero también gremiales, se puede observar también en una Huelga de
Hambre que se realizó en noviembre de 1970, cuyo principal objetivo fue
denunciar la carestía de vida como un problema del sistema. La manifestación
evidencia asimismo la existencia de redes de contención social y política entre
distintos barrios de la ciudad —Villa del Parque, Barranquita oeste y Santa
Rosa de Lima.12
Otro de los ámbitos que dio inicio a la militancia santafesina, que también
fue un espacio donde se entrelazaron los vínculos entre distintos actores y que
convergió con diversas identidades políticas, fue el obrero–sindical.
Como hemos mencionado en el apartado anterior, las medidas económicas
llevadas adelante por el gobierno de Onganía repercutieron fuertemente en
las condiciones de vida de los trabajadores, en tanto disminuyó su poder
adquisitivo generando un gran descontento social. Es por ello que se llevaron
adelante numerosas huelgas que se reprimieron violentamente ante el silencio
de los sindicatos colaboracionistas.
En abril de 1968, y siguiendo la línea del conflicto generado en el Congreso
normalizador de la Central Obrera, en la ciudad de Santa Fe también se pro-
dujo una fractura al interior de la CGT, siendo la CGTA desde sus orígenes un
sindicato rebelde y atento a las demandas y presiones de los trabajadores.
Luego de un comunicado, donde la delegación santafesina se autopercibía en
pie de lucha y apoyando a la nueva secretaría de Raimundo Ongaro, decían:
«Este hecho significó la gran derrota de los elefantes blancos del sindicalismo,
de los colaboracionistas, realistas, participacionistas, de los que querían poner
al movimiento obrero al servicio del enemigo de clase».13 Además, expresaron
en el comunicado su solidaridad con todos los trabajadores desocupados,
especialmente los obreros de la DKW, Ingenio Tacuarendí, Metalurgia Santa
Fe, obreros de La Gallareta, empleados públicos, etcétera.

12. Nuevo Diario, Santa Fe, 10/11/1970.


13. El Litoral, Santa Fe, abril de 1968.

61
La Central santafesina nucleó a los trabajadores de los gremios de la Sani-
dad, la Unión Ferroviaria (Laguna Paiva y Santa Fe), Artes Gráficas, Prensa,
Asociación del Personal Civil Estatal, los Canillitas (Santo Tomé), Madereros,
Panaderos, Marítimos, Lácteos, Federación Obreros y Empleados Telefónicos
de la República Argentina (FOETRA), Químicos, Ceramistas, del Seguro, del
Fósforo, la UOCRA, los empleados de la Marina Mercante, los Patrones de
Cabotaje de Ríos y Puertos, ATE, los Mosaístas, los Petroleros Particulares,
entre los más importantes. En un plenario abierto, Francisco Yacunissi del
gremio gráfico, junto a otros, fue elegido el Delegado Regional por unanimi-
dad (Mignone, 2018).
Asimismo, en la ciudad existió otro sindicado que provenía de una corriente
cristiana, Acción Sindical Argentina (ASA), que fue fundado en 1955 por un
grupo de dirigentes de la Juventud Obrera Católica y de la Acción Católica.
Su objetivo era la estructuración y desarrollo de un auténtico sindicalismo
basado en la doctrina social cristiana; por esto mismo denunciaba las injusti-
cias sociales, el sistema capitalista y se pronunciaba a favor de un cambio
revolucionario que estableciera un nuevo orden social. En sus orígenes ASA
era crítico al peronismo, pero luego, a mediados de los sesenta con una nueva
generación en la conducción, cambió su postura con respecto al peronismo.
En 1969 Dante Oberlín fue el dirigente de la filial de ASA Santa Fe; este, como
su hermano René, mantuvieron estrechos contactos con algunos miembros
del grupo Ateneísta en Santa Fe, que, como veremos luego, fue la agrupación
estudiantil que más militantes asignó a los primeros comandos peronistas
revolucionarios en la capital provinciana.
Si bien estos fueron los tres ámbitos más importantes que posibilitaron el
surgimiento de la guerrilla en Santa Fe, la militancia en la ciudad abarcó otros
espacios como los que hemos comentado en el apartado anterior, convirtién-
dose en un continuo torbellino.

1969: Santa Fe «Agita»

La crisis social y política que se inicia luego del golpe de estado de Onganía
tomó impulso en el año 69 a través de la profundización de la movilización
social que marcará en la historia de la argentina un punto de inflexión, ya que
dio inicio a un ciclo de protestas que tendrán como protagonistas a obreros y
estudiantes que harán naufragar el orden social y político existente.
La provincia de Santa Fe estuvo convulsionada de norte a sur, existiendo
distintos momentos de rebelión popular con la conformación de movimien-

62
tos sociales de oposición al régimen (Pasquali, 2006). En el norte, las pobla-
ciones de Villa Guillermina14 y Villa Ocampo15 que se habían levantado para
reclamar por el cierre de La Forestal16 y por el peligro de cierre del Ingenio
Arno. Esta región, unos años después, se convirtió en centro de uno de los
movimientos gremiales campesinos más importantes de la Argentina: las Ligas
Agrarias.
Las Ligas Agrarias tuvieron una fuerte difusión en el norte santafesino y en
agosto de 1971 se conformó la Unión de Ligas Agrarias. La movilización del
campesinado se fue nacionalizando de a poco a través del Movimiento Agra-
rio que agrupó a los pequeños productores del Chaco, Misiones, Corrientes,
Formosa, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires.17
En el sur de la provincia también se sucedieron movilizaciones importantes
de estudiantes, gremialistas y profesionales como la «Marcha del silencio» en
Rosario, que puede considerarse el preámbulo del Primer Rosariazo, el 21 de
mayo de 1969. Fue convocada producto del asesinato de Adolfo Luis Bello,
estudiante de Corrientes, y participaron distintas agrupaciones estudiantiles
universitarias y secundarias, así como CGTA. En esta marcha también fue
asesinado un ayudante de obrero de 15 años, Luis Norberto Blanco. Unos
meses más tarde, en septiembre, el conflicto se precipitó a partir de la huelga
por tiempo indeterminado de la Unión Ferroviaria de Rosario en el ferrocarril
Mitre, debido a las suspensiones de los obreros que habían participado de los
paros del 23 y 30 de mayo de la CGT (Águila, Viano, 2006). Por su parte,
grupos de estudiantes también se movilizaron, y junto a profesionales, inte-

14. Villa Guillermina es una comuna ubicada en el Noreste de la provincia de Santa Fe,
a 471 km de la capital provincial.
15. El municipio de Villa Ocampo se encuentra en el Noreste de la provincia, a 410 km
de la capital provincial.
16. La Forestal es el nombre de una empresa argentina de origen inglés y con capitales
extranjeros, franceses y alemanes. Ubicada en La Gallareta. Dista 259 km al norte de la
capital de la provincia. La firma se retiró definitivamente del país en el año 1966 debido a
la brusca caída de los aranceles internacionales de la madera y el tanino, reemplazado por
nuevos productos. El cierre de La Forestal dejó graves consecuencias económicas, ecoló-
gicas y humanas. El 95 % de sus trabajadores no pudieron jubilarse, muchos perdieron sus
hogares, la industrialización fue destruida, los pueblos se empobrecieron y su gente ali-
mentó los suburbios de las grandes ciudades creando villas miseria.
17. Un análisis más detallado del conflicto se encuentra en un trabajo inédito de Mer-
cedes Correa (2018). La Unión de Ligas Agrarias Santafesinas: entre el enfrentamiento
directo y la negociación.

63
lectuales y comerciantes comenzó un enfrentamiento producto de la represión
del Gobierno a través de la quema de vehículos del transporte público, insta-
laciones de barricadas en locaciones de la empresa Ferrocarriles Argentinos,
entre otras estrategias de lucha. Esta insurrección urbana se suma a la conflic-
tividad social que había tenido ya como protagonista a la ciudad de Córdoba,
con el «Cordobazo», como una de las primeras experiencias de lucha colectiva
de obreros y estudiantes, a través de la acción directa y la utilización de vio-
lencia callejera como una característica de la práctica política en respuesta a
la violencia estatal. Estas insurrecciones populares denominadas «azos» —
Rosariazos, Cordobazos— generaron el inicio del ocaso de la «Revolución
Argentina».
En la capital provinciana, el ciclo de protestas también se irá profundizando
durante el ’69, sumándose también a estos procesos de movilización y con-
flictos que se daban en otras ciudades, y si bien las investigaciones en curso
(Vega, 2017) conciben a Santa Fe como una ciudad con un fuerte estallido
social, no podría decirse que haya existido un nivel de insurrección urbana
con dimensiones tan profundas de transformación como para hablar de un
«Santafesinazo», pero sí es posible afirmar que es el inicio de un proceso de
movilización conjunta entre obreros y estudiantes de la universidad que pro-
gresivamente se irá consolidando.
En síntesis, estas, así como otras movilizaciones y levantamientos provin-
ciales y nacionales a fines de los años sesenta significaron el comienzo de
profundas confrontaciones sociales y políticas en la Argentina, así como el
incremento de la radicalización de jóvenes santafesinos y santafesinas, espe-
cialmente provenientes del movimiento estudiantil y obrero local, siendo el
nuevo modelo social de acumulación de capital y la represión de las dictadu-
ras el germen aglutinante que los y las condujo a buscar nuevas formas de
participación política formando e integrando distintas organizaciones armadas
en Santa Fe.

64
Capítulo 2
Imposible no comprometerse.
Perfiles en construcción de mujeres
y varones militantes en Santa Fe

Los itinerarios por el mundo de la militancia nos acercaron a una desconocida


perspectiva sobre la localidad de Santa Fe durante los años setenta, cuya espe-
cificidad, para ese entonces, era que estaba constituida por una sociedad «en
proceso de fermentación» de distintos ámbitos que posibilitaron el surgi-
miento de diversas y prolíferas organizaciones armadas en la ciudad. Para
profundizar nuestro estudio acerca de las particularidades de la guerrilla en
Santa Fe, nos preguntamos también acerca de ¿quiénes fueron los y las mili-
tantes de esta ciudad? ¿Cuál es su historia familiar? ¿Cómo y por qué ingresan
a la militancia? ¿Cuál fue su proceso de politización? ¿Por qué eligieron mili-
tar donde lo hicieron?
La complejidad que significa abordar la construcción de perfiles de mujeres
y varones militantes en los setenta en Santa Fe se relaciona con nuestro objeto
de estudio, en tanto analizamos organizaciones clandestinas, compartimen-
tadas y perseguidas, dificultando de este modo conocer quiénes las integraron
(Pozzi, 2001). En este sentido, somos conscientes que la disponibilidad de
datos es disímil, profusa en algunas dimensiones y escasa en otras y, por tanto,
se intentó ser cuidadosa a la hora de construir los «perfiles militantes». La
selección de testimonios se centró en la posibilidad de acceder a la experiencia
de militantes, no en delinear una muestra representativa en sentido cuantita-
tivo; sin embargo, algunos datos que nos proveen las fuentes orales son inte-
resantes de ser analizados en este apartado.
En función de esto, intentamos construir historias de vida de militantes y
simpatizantes de Montoneros y PRT–ERP entre 1968–1976, como un período
amplio de representación de las trayectorias, tomando como dato principal
no el lugar de nacimiento sino el espacio de militancia, siendo esta última la
coordenada espacial central para ubicarlos y ubicarlas en la escena santafesina.
Asimismo, fue importante tener en cuenta el tránsito dinámico y móvil de la
militancia, debido a que las organizaciones ejercían rotaciones entre regiona-
les, así como las caídas y algunas condiciones de cárcel prolongada, de modo
tal que los testimonios no recorren linealmente el período.

65
El rompecabezas del perfil lo fuimos construyendo a partir de algunos
indicadores de la diferencia que nos acercaron al conocimiento de la militan-
cia en la ciudad capitalina, así como a reflexionar sobre las organizaciones.
Uno de estos indicadores se relaciona con la «experiencia de clase» (Thomp-
son, 1989 [1983]) cuya unidad de análisis fue la familia de origen.1 En este
sentido, el grupo de militantes entrevistados y entrevistadas de la organización
Montoneros estuvo constituido por el sector de la pequeña burguesía —la
mitad del total—, siendo el sector medio y la clase trabajadora —con divisio-
nes casi iguales— quienes completaban la otra mitad. Mientras que de la
organización del PRT–ERP, nuestros datos nos demuestran que en su mayoría
los y las militantes venían del sector medio —más de la mitad del total— y
de la clase trabajadora —más de un cuarto—, en tanto la pequeña burguesía
no superaba el diez por ciento. Estos datos nos estarían demostrando que los
y las militantes de las organizaciones o de los frentes de masas no estaban
conformados solamente por los sectores medios o de la pequeña burguesía,
sino que también participaron de la guerrilla militantes que venían de familias
obreras. Sin embargo, encontramos una diferencia notoria en cuanto a la
extracción social de los y las militantes de ambas organizaciones, ya que en
Montoneros el sector que representaba a la pequeña burguesía era de un 50
%, mientras que, del mismo sector, pero en PRT–ERP, solo estaba constituida
por menos de un 10 %, representando al sector medio un 60 %. Es decir que
se podría plantear que, si bien la guerrilla en Santa Fe no fue un fenómeno
ajeno a la clase obrera, los y las militantes de los sectores medios y la pequeña
burguesía fueron los que en su mayoría integraban estas organizaciones. Este
dato puede ser explicado si tenemos en cuenta la particularidad de la ciudad
de Santa Fe, que no concentraba grandes centros industriales y cuya fuente
de mayor trabajo la proveía el estado provincial, debido a que la ciudad capi-
talina constituía, y lo sigue haciendo hasta la actualidad, el centro adminis-
trativo de la provincia, como fue explicado en el capítulo anterior.
De la composición de la familia de origen, las fuentes orales nos indican
también que el trabajo de la mayoría de las mujeres–madres fue el de «amas

1. La experiencia de clase de la militancia santafesina se construyó atendiendo a la uni-


dad familiar como unidad de análisis y su agrupación en «clase obrera» (trabajador indus-
trial y de la construcción); «sectores medios» (trabajador asalariado no proletario, empleado
o profesional en relación de dependencia) y «pequeña burguesía» (dueño de los medios de
producción, cuya utilización de mano de obra asalariada es marginal (comerciantes, pro-
fesionales independientes, talleristas), fue inspirada en el análisis social realizado por Pablo
Pozzi (2001:69).

66
de casa». Las madres de los militantes y las militantes en general reprodujeron
un modelo de mujer dedicado a la crianza y a las tareas domésticas, y aunque
algunas se desempeñaron en ciertos oficios, como modista, o tenían títulos
de maestras, estos trabajos no fueron desarrollados o eran complementarios a
las tareas del hogar. En relación con esto, nuestras entrevistadas demuestran
que generaron algunas fisuras respecto del modelo de sus progenitoras: las
mujeres, a través de su militancia social y política en la ciudad, irrumpen en
la escena política atravesando los muros de la esfera doméstica y ocupando el
espacio público, cuestionando el rol tradicional de madres y esposas y rebe-
lándose contra todo aquello que les parecía impuesto como el único camino
a seguir (Barrancos, 2008). Asimismo, la mayoría de ellas terminaron la escuela
secundaria, continuaron con sus estudios universitarios, permitiendo de este
modo ser protagonistas directas, junto a los varones, de la efervescencia que
se vivía hacia fines de los años sesenta en los barrios, en las universidades, en
algunas parroquias, ocupando las calles de la ciudad de manera masiva, incluso
formando parte en un primer momento del movimiento estudiantil, para
luego ser partícipes de la insurgencia (Vega, 2017). Siguiendo con esta línea,
se podría analizar entonces que la crisis del modelo doméstico de sus antece-
soras reconfiguró los roles de género y provocó algunos cambios en relación
con los vínculos construidos con los varones, quienes también irán modifi-
cando conductas que se pondrán en juego al interior de las organizaciones.
Otra dimensión de análisis necesaria de ser abordada como uno de los
componentes constitutivos de la militancia setentista es «la juventud». El
corpus de las entrevistas elaboradas expresa que las mujeres y varones del grupo
de testimonios de Montoneros nacieron entre los años 1944 y 1955, y que para
el año 1970 las edades oscilaban entre 15 y 26 años, mientras que las mujeres
y varones del grupo de PRT–ERP nacieron entre 1945 y 1956, teniendo entre
14 y 25 años de edad el mismo año.
Podemos afirmar que una de las características de los grupos de entrevista-
dos y entrevistadas es que su militancia transcurrió en plena juventud, siendo
esta una referencia compartida como grupo etario, sin dudas, pero más impor-
tante aún, porque atravesaron experiencias comunes en un proceso de moder-
nización sociocultural (Manzano, 2018) que transitó la Argentina, pero tam-
bién Santa Fe aunque a un ritmo local, redefiniendo los contenidos y las
formas de sensibilización colectiva (Viano, 2009) y generando transformacio-
nes ideológicas especialmente en algunas organizaciones de izquierda, que
condujeron a estas mujeres y varones a incursionar en la política radicalizada.
La periodización de Manzano es sugerente cuando nos habla de una «segunda

67
coyuntura de la “era de la juventud”»,2 luego del golpe de Onganía, que, como
ya hemos señalado, habían comenzado los intentos de introducir cambios
sociales cada vez más radicales hasta 1974, año que da inicio a una nueva
coyuntura política y social más reaccionaria (Manzano, 2017: 20).
Entendemos entonces que, durante los años estudiados la mayor contribu-
ción de las experiencias contestatarias estuvo conformadas por mujeres y varo-
nes jóvenes. Esto no implica que no hayan existido algunas diferenciaciones
entre la propia juventud: las entrevistas dan cuenta de ciertas manifestaciones
de distanciamiento entre las prácticas militantes de los primeros miembros de
las organizaciones y «los más jóvenes, entre los jóvenes». Este alejamiento entre
grupos de jóvenes se observa especialmente en las relaciones de pareja de los
primeros miembros del partido del PRT, donde en general los varones no
compartían militancia con sus parejas mujeres (Viano, 2009).
Esta caracterización de los perfiles militantes debe ser intersectada, asi-
mismo, con otras variables de la diferencia, que se relacionan con las identi-
dades de género, orientación y prácticas sexuales.
Atendiendo a la caracterización de mujeres y varones testimoniantes del
grupo de Montoneros y PRT–ERP, ya señalada en el primer capítulo, obser-
vamos que el mayor ingreso a la militancia en las organizaciones armadas fue
entre 1971–1973, siendo coincidente con el proceso de radicalización política
que se da durante el período, y demostrando la masividad de la participación
no solo de varones sino también de mujeres, que fue en aumento. Acerca de
estas trayectorias, se hace necesario plantear algunas de las diferencias en rela-
ción con género. En un promedio aproximado, las mujeres del PRT–ERP en
Santa Fe ingresaron al partido luego del año 1972; este dato es coincidente
también con lo planteado por investigaciones precedentes, que sostienen que
el 67 % de las mujeres ingresan al partido a partir de 1972 (Pozzi, 2001:73)
producto del trabajo de inserción política que se da fuertemente durante este
año, luego de la fuga del penal de Rawson3 y del retorno al país de sus cuadros

2. La primera coyuntura estaría ubicada desde 1956 hasta 1966, luego del Golpe de
Estado que derrocó a Juan Domingo Perón (Manzano, 2018:18).
3. La fuga del penal de Rawson fue un plan organizado por distintos militantes dirigen-
tes de las organizaciones armadas que se encontraban presos. Los cuadros de dirección
que lograron escapar fueron del PRT–ERP: Mario Santucho, Domingo Menna y Enrique
Gorriarán Merlo, además también Fernando Vaca Narvaja de Montoneros y Roberto Quieto
de las FAR. El operativo triunfa porque, por un lado, la dirigencia logra escapar y por otro,
porque se logra por primera vez realizar un plan de lucha colectivo entre todas las organi-
zaciones revolucionarias, sin embargo, fracasa porque luego de siete días, se produce el

68
directivos, permitiendo un fortalecimiento en general de las políticas del par-
tido en distintas zonas del país (Martínez, 2009). Esto se ajustó entonces con
lo que sucedió en la regional Santa Fe.
Para el caso de Montoneros, el mayor ingreso de mujeres se observa luego
de 1973, fenómeno que se relaciona con la apertura electoral pero también por
la fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias4 (en adelante FAR) que
produjo un crecimiento vertiginoso en la organización. Cabe aclarar que este
aumento de militantes también se dio en el caso del PRT–ERP. Los datos en
Santa Fe muestran que el aumento fue de 100 militantes a 300 durante ese
año (Pozzi, 2001:80).
Las cifras anteriores manifiestan que el aumento de la participación de las
mujeres en las organizaciones y en la política en general se encontró en sin-
tonía con las transformaciones de la década del sesenta y la creciente incor-
poración de las mujeres al ámbito universitario. Conocer la variable cuanti-
tativa de la participación de las mujeres en las organizaciones nos lleva a
preguntarnos acerca del carácter cualitativo de esta, es decir, nos proporciona
un interesante indicio para continuar reflexionando acerca de la incidencia de
estas mujeres en las orientaciones políticas y de género de Montoneros y
PRT–ERP (Pasquali, 2007).
Continuando con los marcadores de la diferencia, respecto a la orientación
y prácticas sexuales, es decir, la orientación afectiva, erótica y amatoria de las
personas, que muchas veces definen las prácticas sexuales, y siendo esta otra
dimensión compleja de la sexualidad (Maffia, 2018), los relatos testimoniales
dan cuenta de relaciones sexoafectivas entre mujeres y varones, con prácticas

fusilamiento de 16 militantes de los 19 que habían logrado llegar al aeropuerto para luego
huir. Dos de los asesinados son Carlos Alberto del Rey (PRT–ERP), quien tuvo una partici-
pación importante en los inicios de la guerrilla en Santa Fe, y Alejandro Ulla militante san-
tafesino del PRT–ERP, quien ya en 1968 no se encontraba más en la ciudad. Y uno de los
tres sobrevivientes, Ricardo René Haidar, fundador del grupo originario de Montoneros en
Santa Fe.
4. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) fue una organización político–militar, que
se dio a conocer públicamente en 1970 a nivel nacional. Sus antecedentes se retrotraen
a 1967 donde se conformó el Ejército de Liberación Nacional cuyo objetivo era confluir con
las fuerzas del Che Guevara en Bolivia. A nivel local, en Santa Fe, un primer registro hallado
en la prensa local de acciones armadas de las FAR se remonta al mes de noviembre de
1971. La organización dejó un comunicado en la Iglesia Ntra. Sra. del Carmen, donde se
adjudicaban la expropiación de armas en un negocio de caza y pesca del centro de la ciu-
dad «en respuesta al gorilismo de Lanusse (…) y por el retorno de Perón y el pueblo al
poder. Hasta la victoria Siempre. FAR». Nuevo Diario, 26/11/1971.

69
hegemónicas heterosexuales y monogámicas. Esto no significa que no hayan
existido militantes con diversas identidades sexuales, orientaciones y prácticas
sexuales disidentes de la norma heterosexual, sino que las referencias que
tenemos de nuestros testimonios es, por un lado, que en algunos casos solo
eran conjeturas o sospechas al respecto, incluso simulaban no darse cuenta, y
por otro, que esto no era posible hacerlo público, no solo porque la sociedad
de ese momento lo rechazaba producto de la cultura argentina homofóbica,
que además en una sociedad tradicional como la santafesina estos sentires se
profundizaban, sino porque las propias organizaciones lo concebían como
una «desviación» y por tanto era severamente sancionado, aunque sobre este
tipo de sanciones no tenemos referencias en Santa Fe. En relación con esto,
encontramos que durante la militancia setentista hubo una construcción del
modelo hegemónico del guerrillero que respondió a un cuerpo masculino,
joven y heterosexual, acerca del cual nos referiremos más adelante.
Otro de los datos que recuperamos fue la experiencia política previa al
ingreso a las organizaciones, que nos mostró que sus trayectorias se relaciona-
ron, en la mayoría de los casos, con el movimiento estudiantil y su participa-
ción en este ámbito (JUP, Ateneo, MEUC, ARE–TAR, NEIS), y también con la
militancia social en los barrios marginales de Santa Fe, estando relacionada
con el compromiso cristiano tercermundista. Esto último se observa entre
integrantes de Montoneros y PRT–ERP, quienes en su mayoría provenían de
familias católicas y habían asistido a escuelas privadas confesionales, que, como
hemos visto en el apartado anterior, eran las escuelas a las que asistían los y
las jóvenes de la élite santafesina. Asimismo, en relación con la ideología
política de sus familias de origen, muchas tenían una fuerte identidad o sim-
patía por el peronismo, demostrando que el PRT–ERP no tuvo problemas de
captar entre sus filas a militantes con tradiciones católicas y peronistas (Pozzi,
2001).
Respecto a los antecedentes políticos partidarios, solo algunos de los mili-
tantes varones de Montoneros tuvieron una experiencia política anterior en
otras organizaciones armadas de alcance nacional, como las FAR, mientras que
la mayoría de los testimonios demuestran ciertos acercamientos o afinidades
con grupos con posicionamientos cristianos (Grupos Juveniles, Acción Cató-
lica, entre otros), o agrupaciones con tendencia ideológica peronista o mar-
xista, pero con ninguna participación directa en partidos u organizaciones
políticas armadas.
Los datos construidos nos otorgaron algunos indicios necesarios para la
construcción de la militancia guerrillera en Santa Fe. Nos guiamos entonces

70
por las «marcas de agua» encontradas en los relatos testimoniales, acercándo-
nos a un posible perfil, aunque este no sea acabado.
En suma, eran jóvenes de entre 14 y 26 años aproximadamente, con escasa
experiencia política previa, que venían en su mayoría de sectores medios y de
la pequeña burguesía respondiendo a la característica económica productiva
de una ciudad que, a diferencia de Rosario y Córdoba, no aglutinaba gran
cantidad de industrias. A pesar de esto encontramos en nuestros datos la
participación de obreros en ambas organizaciones.
Se observó también, durante las entrevistas, una expresión de género femenina
y masculina, así como una subjetividad de género coincidente con el sexo
asignado. Los relatos nos demuestran que su orientación y práctica sexual se
relacionaron con una modalidad de pareja heterosexual y exclusiva. Las rela-
ciones amorosas durante el período de la militancia política revolucionaria
fueron consensuadas en el marco de la monogamia, se casaron muy jóvenes
—entre los 18 y 22 años— incluso por Iglesia, formaron sus propias familias
y proyectaron o decidieron tener hijos e hijas, cuya crianza estuvo inmersa en
la práctica política de sus progenitores. El amor y la revolución coexistieron,
impregnando un sentido particular a la vivencia revolucionaria.

Abrir los ojos a la militancia.


El ingreso a las organizaciones revolucionarias

El ingreso a la militancia es otro punto que consideramos relevante para poder


acercarnos a una caracterización del fenómeno de la guerrilla en Santa Fe:
¿cómo y por qué ingresaron a militar?, ¿por qué eligieron hacerlo donde lo
hicieron?, son algunas de las preguntas que guiaron este apartado.
La relación con el contexto sociopolítico, donde militar era casi un imperativo
categórico (Viano, 2009), fue la explicación generalizada, donde los orígenes
se relacionaron con la militancia no orgánica, aunque con fuertes convicciones
y compromiso —a través de grupos de amigos, de estudio, de estudiantes,
religiosos y del trabajo en los barrios—. Sin embargo, los fundamentos teó-
ricos, políticos e ideológicos marcaron diferencias al momento de decidir el
ingreso a las organizaciones.
Del grupo de militantes de Montoneros, en su mayoría manifestaron que
el motivo principal de su ingreso se relacionó con su identidad política pero-
nista. Al respecto, Carlos comenta que fue «una cuestión de afinidad política–
ideológica desde el comienzo, ya en el secundario participaba en una agrupa-

71
ción que tenía como referente a lo que en ese momento eran las Fuerzas
Armadas Peronistas» (Carlos, Santa Fe, 2/12/2010. Militante de Montoneros).
La mayoría de los testimonios encontraron en esas experiencias pasadas
relaciones entre la identidad política con el peronismo y la afinidad con el
cristianismo tercermundista. Esta relación entre peronismo y cristianismo, así
como la identificación de que, en la Argentina, el pobre era peronista, es
coincidente con lo planteado por algunas investigaciones anteriores, que tie-
nen una perspectiva regional/local sobre los orígenes de Montoneros (Lanusse,
2005; Donatello, 2010; Alonso, 2012).

Cuando te cuento cómo va viniendo la historia desde lo religioso, desde la asun-


ción de la identidad de los sectores populares con los que trabajábamos. (…)
Esos sectores eran profundamente peronistas, y así como nosotros aportábamos
a esos sujetos, los sujetos también nos transmitían su pensar, su sentir y nosotros
también lo íbamos asimilando. Las otras organizaciones eran más foquistas y no
tenían la inserción barrial que teníamos nosotros. Hay una cosa que para mí es
interesante tener en cuenta, antes, nuestros sectores populares eran profunda-
mente cristianos y peronistas, y no es casual que Montoneros haya tenido esa
identidad y que provenga de los sectores cristianos. (Lucia, Santa Fe, 17/02/2011.
Militante de Montoneros)

Las mujeres montoneras recuerdan especialmente que su ingreso a la militan-


cia estuvo estrechamente vinculado al trabajo en los barrios con los pobres y
sus necesidades, ámbito que generó una conciencia de búsqueda de nuevas
alternativas de participación política. Por su parte, en general los varones
Montoneros refieren a la participación estudiantil o sindical, a excepción de
Pedro, quien nació, vivió y militó en el barrio San Lorenzo, «mi lucha siempre
fue en el barrio, por el agua, por mejorar nuestras condiciones de vida» (Pedro,
Santa Fe, 9/09/2014. Militante de Montoneros), hasta el momento que debió
marcharse de la ciudad en 1977 y luego exiliarse. Podría afirmarse que las
mujeres de Montoneros en Santa Fe, si bien tuvieron una incidencia y parti-
cipación importante en los ámbitos estudiantiles e incluso sindicales, el desa-
rrollo del trabajo en distintos barrios de la ciudad fue decisivo en el proceso
de opción revolucionaria.
Los vínculos afectivos también jugaron un rol destacado en la toma de
decisiones en algunas mujeres. Los posicionamientos ideológicos en la familia
de origen —tanto de progenitores como de hermanos y hermanas— y ciertas
relaciones de pareja se sumaron como ingredientes a un contexto que les
demandaba compromiso y acción. Las relaciones entre lo personal y lo político

72
se evidencian en las narrativas de Montoneros, siendo las mujeres las que
expresan sin tapujos sus motivaciones más íntimas. Al respecto Julia comenta:

Toda la historia familiar, personal, viene dentro del peronismo, entonces siempre
uno se vuelca a su propia identidad. Después está todo lo que no es peronismo,
todo lo que es la izquierda, que construye una opción mucho más militarista. La
nuestra es mucho más política, después fue siendo político–militar y en los últi-
mos tiempos comenzó a haber toda una desviación militarista; pero nace como
una organización política (…) Pero la opción de estar dentro de la órbita, parti-
cipar y acompañar a Montoneros fue algo natural en mí, no se me ocurría otra
opción. (Julia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

La adhesión al peronismo relacionada con una tradición familiar, con un


sentir y con una postura político–ideológica diferenciada de otras alternativas
de lucha armada fue una postura recurrente entre algunas entrevistadas. Los
recuerdos de aquellas elecciones además refieren a la creencia de que la práctica
política de Montoneros era la mejor opción, debido a su trabajo con los fren-
tes de masas que parecía ser exclusiva, mientras que otras organizaciones se
diferenciaban por ser foquistas y militaristas.
Por su parte, Esther también consideró que su ingreso se debió a una cues-
tión personal, pero por otras razones: «rajar de su casa». Si bien esta militante
se autopercibía como políticamente formada en una ideología peronista, con
ideas propias y lecturas al respecto, recordó que cuando se casó comenzó otra
etapa en su militancia y que su compromiso creciente, así como su postura
política, generó fuertes discusiones con su pareja.

Me caso a los  años para rajar de mi casa, estaba enamorada, pero de todos
modos me casé para rajar de casa. (…) Cuando a él lo captan acá en Santa Fe
(…) empiezan a venir a charlar con nosotros para incorporarnos al peronismo, a
Montoneros. Ahí empiezo yo a trabajar junto con él en función de esa militan-
cia, este inicio de militancia acá transcurre en dos años con todas las confronta-
ciones internas que había en la pareja, porque yo siempre tuve esa postura, pero
él había empezado a militar en una organización de derecha [se refiere a Tacua-
ra], tenía que cambiar su manera de pensar, no era fácil, había confrontaciones.
(Esther, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

73
En relación con los motivos que los varones del grupo de Montoneros recuer-
dan acerca de su ingreso, los silencios sobre los vínculos personales se hacen más
evidentes; sin embargo, es interesante el testimonio de Juan Marco, que demues-
tra la influencia de su hermana mayor como central en su elección política.

En realidad, más que nada el compromiso mío y un poco la definición, fue casi
te diría una participación en la pelea de mi hermana, que era mayor que yo, que
era la que marcaba rumbo ideológicamente hablando, además lo de ella sí venía
con una coherencia y con una continuidad mayor porque venía de los cristia-
nos, con el compromiso con los pobres, entonces el tema lo marca fundamental-
mente ella en términos ideológicos, y uno acompañaba. (Juan Marco, Santa Fe,
14/02/2009. Militante de Montoneros)

En general, se podría decir que dentro del grupo de entrevistados y entrevis-


tadas de Montoneros, los varones priorizaron en sus relatos las decisiones
políticas antes que las personales, mientras que las mujeres otorgaron similar
importancia al nivel de politización e intereses políticos, como a los motivos
afectivos y personales.
Es interesante evidenciar en los relatos aquello que nos sugiere Joan Stanley,
cuando plantea que «cuando narramos historias de vida lo hacemos desde la
perspectiva de nuestro género» (Stanley, 2002:141). Esto se hace notorio en las
narraciones generizadas de las mujeres cuando les otorgan importancia a los
aspectos emocionales y a los vínculos afectivos en sus trayectorias como mili-
tantes, mientras que en general los varones parecen no considerarlos relevan-
tes acentuando las motivaciones políticas y los criterios ideológicos precisos y
racionales. Sin embargo, es posible también visualizar que, dentro de las narra-
ciones construidas por las masculinidades hegemónicas, encontramos fisuras,
es decir, formas de recordar y narrar que tensionan la norma y el rol tradicio-
nal del varón (Muñoz Sánchez, 2015).
Las estrategias políticas fueron otras de las razones por las cuales algunos
militantes ingresaron a Montoneros. Decisiones construidas colectivamente
en el devenir de otra organización, las FAR, de la cual dos informantes varones
formaron parte.

Yo no elegí Montoneros, me encuadro en las FAR. Voy a pasar a Montoneros re-


cién cuando se fusione la Fuerza Armada Revolucionaria con Montoneros. (…)
¿Por qué? Porque era el momento en que uno iba creciendo en compromiso y a
partir de eso veía la necesidad de incorporarse a una etapa un poco más radica-
lizada de la lucha que en ese momento estaba dada por las organizaciones clan-

74
destinas, armadas, no clandestinas. Bueno, surgió una posibilidad con las Fuerzas
Armadas Revolucionarias y comienzo a transitar un camino con ellos. (Daniel,
Santa Fe, //. Militante de –Montoneros)

Daniel recuerda que su ingreso a Montoneros se debió más a una decisión


colectiva, que implicó acompañar la línea política de las  de fusionarse
con Montoneros en , que a una elección personal. Si bien en sus inicios,
las  venían de una corriente ideológica marxista, con el devenir la organi-
zación se fue «peronizando» (Custer, ).
Del grupo de militantes del –, los testimonios indican que el ingreso
a la organización se produjo, en algunos casos, por una búsqueda personal de
integrar un espacio de militancia donde los cambios sean profundos, mientras
que otros le atribuyeron importancia a alguna invitación para asistir a grupos
de estudio o reuniones políticas. El trabajo barrial y/o gremial y el tránsito
por experiencias cristianas, aunque con posteriores críticas, también se evi-
dencian entre las trayectorias de mujeres y varones que motivaron el ingreso
al –.

En realidad, a mí me convence más la perspectiva del marxismo, porque yo hago


una crisis muy fuerte con el tema del cristianismo y es un poco lo que nos pasó
a varios dentro del grupo juvenil. La perspectiva cristiana nos pone un techo,
en un determinado momento, y cuando uno empieza a descubrir y a cuestionar
el sistema de dominación, empieza a conocer más la historia de los pueblos, el
desarrollo que han tenido los pueblos, los distintos pueblos; uno veía a Cuba,
la experiencia del Che, Vietnam, uno veía lo que había pasado en nuestro país
con la resistencia peronista, el tema de los fusilamientos, la Libertadora y demás.
A mí lo que me termina por convencer en realidad es la perspectiva del marxis-
mo, de la existencia de las clases sociales y la lucha de clases como tal, es lo que
me brinda una explicación a lo que yo estaba buscando y que no encontré en el
peronismo. A mí no me terminaban de convencer los planteos, los enfoques de
Perón como líder del movimiento obrero. Identificaba más las experiencias del
Cordobazo, del sindicalismo clasista, me parecían más auténticos y coherentes
con los intereses que defendían. Más o menos por ahí va la cosa. (Carmen, Santa
Fe, //. Militante del –)

Las explicaciones teóricas del marxismo como el formato adecuado para las
transformaciones profundas de las desigualdades sociales y los límites en las
prácticas cristianas, así como en las propuestas políticas peronistas, también
fueron los fundamentos y razones que motivaron el ingreso al partido.

75
Por su parte, las y los testimoniantes mencionan la importancia que se le
otorgaba a las lecturas y a la formación intelectual y política, que les significó
«un abrir los ojos» a la militancia revolucionaria.

Cuando yo tomo contacto directo y sé con quién estoy hablando, que era del ,
es más o menos en el ’, ahí me arriman el Librito rojo, que era el libro del 
Congreso, empiezo a empaparme de toda la discusión previa a la formación del
partido (…) del Manifiesto, del Librito rojo, y después todas las lecturas porque
justamente una de las características del partido era, primero y principal, la uni-
ficación ideológica a través del periódico que en esa época era La Verdad, y que
venía muy poco, pero que de alguna manera servía para la unificación política
e ideológica, (…) función muy parecida a la que tenía el periódico del Partido
Comunista, lo que pasa que era una connotación completamente diferente, en-
tonces yo me acuerdo que era después de la muerte del Che en el ’ es que no-
sotros empezamos de alguna manera las lecturas, las cosas, mi primera pintada,
debe ser de fines del ’. (…) Contacto con los primeros militantes del partido
Ripodas, Zervatto, Enzo Lauroni esos años anteriores con la resistencia pero-
nista, nunca más entonces volver a poner en el tapete todo eso y empezar a leer
que había sido la revolución, que es lo que había querido el Che fue un abrir los
ojos y hubo un compañero que me arrimó el Manifiesto Comunista. (entrevis-
ta realizada por Helú a Manuel, Santa Fe, //. Militante del –)

Quizás aquí podría señalarse una particularidad acerca de los orígenes de


algunos integrantes del – en Santa Fe, en tanto se observa, en general,
una marcada tendencia a la formación intelectual marxista en la militancia,
matizando la explicación de que muchas veces «la fe reemplazaba a la con-
ciencia» entre los y las militantes de la organización (Pozzi, :).
Las memorias de los militantes varones del – también demuestran
que las decisiones políticas fueron los fundamentos prioritarios para el ingreso
a la organización.

mi viejo me metió en el colegio de los curas, en el Don Bosco. Y en los Grupos


Juveniles, había de todo. Y ya ahí se introducen pibes, más grandes que nosotros,
ya había gente de las , de Montoneros. Discutíamos. Yo, a pesar de venir de
una familia peronista, a mí el peronismo no me… porque conocía la intimidad

76
de Pennisi,5 sabía que era un chanta. Y hay un obrero que se mete en el grupo
juvenil y que iba a ayudar cuando estábamos haciendo las casas; en diciembre del
’ nos invita a una reunión en su casa. Laburaba en la Imprenta Oficial. Vivía
en Barranquitas. Un día nos invita a una reunión, discutimos como dos horas, y
al final de la reunión se destapa que era del . Y por ese lado entré. (…) Ya era
año . (Hugo, Santa Fe, //. Militante del –)

Las lecturas marxistas, las discusiones políticas en reuniones con integrantes


de distintas corrientes ideológicas, así como el proceso de crítica del pero-
nismo, son los itinerarios que convocaron la búsqueda de alternativas de
participación y el posterior ingreso al partido.
Asimismo, entre los motivos por las cuales llegaron a dicha elección, se
señalaron aquellos relacionados con la importancia otorgada a la acción y
práctica, como característica de la militancia perretiana. Cuando le pregun-
tamos a Hugo acerca de qué fue lo que lo convenció del debate con el obrero
de la imprenta oficial, nos comenta «no hablaba al pedo. Lo otro era todo
admiración a la guerrilla, pero nadie se identificaba. Este me propuso formar
un comando de apoyo de estudiantes» (Hugo, Santa Fe, //. Militante
del –).
En el mismo sentido, otro militante entrevistado también recuerda la rele-
vancia asignada a la práctica directa a través de la lucha armada como vía de
acción política, pero también apunta a que era «imposible no comprometerse»
frente a los desafíos impuestos por la conflictividad social que permeaba sus
experiencias personales y políticas.

se dan las luchas y la muerte de los estudiantes primero en Corrientes, después


vino el Cordobazo y ahí empezamos a tener cierta inquietud. Participábamos en
las asambleas de la escuela (…) No había centro de estudiantes, había unas asam-
bleas que se hacían rápido y golpeando las manos en el patio del Industrial. El
’ fue una época en la que andábamos dando vueltas viendo en qué participar,
queríamos participar; intelectualmente, se nos daba por leer o hacer grupos de
poesía, todas esas cosas de chicos que no saben para dónde encarar, pero sí con

5. El liderazgo de la UOM seccional Santa Fe, durante la década del sesenta, estuvo a
cargo de Afrio Pennisi (Secretario General), quien luego en 1973 se convirtió en Senador
nacional por Santa Fe. La UOM santafesina estaba alineada con la corriente vandorista y
lideraba para la época el sindicato a nivel nacional (Vicentin, 2013). Hugo era vecino de
Pennisi y tuvo un vínculo de amistad con uno de sus hijos.

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inquietudes que teníamos ahí en el colegio Industrial. En el ’ sí ya empezamos
a militar fuerte. (…) armamos una pequeña agrupación estudiantil entre los chi-
cos del Industrial y otras escuelas (Normal, Nacional, Comercial). A partir de ahí
empezamos a buscar contactos con organizaciones políticas y a ingresar en las
organizaciones políticas armadas. (…) No había de Montoneros en el ámbito en
que nosotros nos movíamos, el Industrial. No había , . Era todo marxis-
mo, el , el , Vanguardia Comunista. En el ambiente estudiantil del Indus-
trial no se veía peronismo. Eran todas agrupaciones marxistas. Nosotros éramos
un grupo de chicos que no estábamos con ninguna de las agrupaciones (, ,
Vanguardia Comunista), pero nos tiraba más el lado del  o Montoneros por
el tema de la lucha armada. (Flaco, Santa Fe, //. Militante del –)

Las trayectorias de los varones del – se vinculan a un proceso de bús-


queda incesante de participación política, que evidencia un énfasis puesto en
la práctica militante, en el «hacer».
Alejandro, un obrero de la imprenta oficial, también reconoció la necesidad
de una apuesta a la acción política por otras vías complementarias de su mili-
tancia sindical, «yo tenía una gran bronca porque veía que ya con los paros y
esas cosas no solucionábamos nada, y que acá se garroteaba. O sea, había un
enfrentamiento de la parte trabajadora con la dictadura militar (…) Pero ya
el sindicato me quedaba chico». En el recuerdo de este obrero, se puede obser-
var la insatisfacción y el enojo que generaban ciertas prácticas políticas insu-
ficientes para generar las transformaciones sobre sus condiciones de trabajo,
pero también las capacidades de captación de la militancia del , como se
relata a continuación:

Había unos muchachos repartiendo volantes, entonces me le arrimo y les digo:


¿che ustedes son guerrilleros? Y los vagos me quedaron mirando, sí, me dice uno
de los compañeros (…) entonces agarro un papel, anoto y le digo tomá acá tenés
mi dirección. ¿Ustedes son peronistas? Porque el peronismo no me gustaba, Pe-
rón (…) se había ido, aparte tenía esa bronca al peronismo por más que me había
cultivado que el pueblo no tenía la culpa, que la tenía Perón (…) que al pueblo
le habían dado dádivas no le habían dado enseñanzas, bueno tampoco me gus-
taban mucho el Partido Comunista (…) entonces le di el papel con la dirección,
justo había sido un compañero del , se estaba formando, se estaba por largar
el , el compañero del , después me contaron que estuvieron dando vuelta
porque no sabían si era milico, claro el tarado que se le entrega. (Alejandro, Santa
Fe, //. Militante del –)

78
Los testimonios hasta aquí recuperados dan cuenta, por un lado, de las
experiencias personales y políticas que motivaron la decisión de ingresar a la
organización, y, por otro, demuestran las características del PRT–ERP en la
localidad, siendo la inserción de masas durante los años 1968 hasta la creación
del ERP, en 1970, fundamental en el proceso de formación y desarrollo.
Respecto a la participación de las mujeres del grupo de militantes del PRT–
ERP, tuvimos la oportunidad de entrevistar a dos perretianas cuyas trayectorias
se relacionaron con familias que, en Santa Fe, tuvieron una significativa par-
ticipación en la organización. Las casas particulares de estas familias fueron
identificadas por nuestros y nuestras informantes como uno de los «primeros»
ámbitos de socialización e intercambio afectivo, pero también político. Allí
se realizaban reuniones donde algunos grupos allegados de jóvenes se juntaban
a debatir sobre política entre largas guitarreadas y peñas hasta altas horas de
la madrugada.
Estas familias podrían ser caracterizadas como nucleares y tradicionales de
la ciudad de Santa Fe. Cada una de ellas estaba constituida por un matrimo-
nio con mayoría de hijos varones, quienes tuvieron una participación desta-
cada durante todo el proceso de inicio, crecimiento y descenso de la organi-
zación. Un ejemplo de esto, se podría mostrar a partir de la intervención que
tuvieron los varones primogénitos, en el V Congreso, uno como miembro del
Comité Central y el otro como delegado, siendo ambos integrantes del grupo
fundador del ERP.
En las narraciones de estas mujeres aparecen con claridad los itinerarios
familiares y sus vínculos afectivos como los motivos que las habilitaron y las
condujeron por el camino de la militancia. Sin embargo, cuando le pregun-
tamos sobre por qué eligieron ingresar a militar al PRT y no a otra organiza-
ción, sus relatos reflejan una complejidad para acercarnos a generalizaciones
acerca de las trayectorias de las militantes mujeres, ya que, mientras que Raquel
asume que fue una decisión personal y que nada tuvo que ver con la partici-
pación de sus hermanos, Laura nos comenta acerca de la influencia que sus
hermanos mayores tuvieron al momento de conocer e ingresar al partido.

Yo aclaraba que cuando nos encontramos con mis dos hermanos que están muer-
tos [con O* y G*] en la misma organización, en realidad, nunca fue porque al-
guno de los hermanos tratara de inducir a otro para que entrara al seno de la or-
ganización. Llegamos por diferentes vías. A mí me invitan a una reunión, voy.
A partir de ahí me engancho completamente y empiezo a participar en manifes-
taciones, movilizaciones. Pero empecé a ir a otras reuniones, empecé a mover-
me con gente de la organización y de forma un poco natural me preguntaron si

79
quería participar más activamente. Yo empiezo a participar en diferentes cosas.
Entre otras cosas, me llevan presa en una de las manifestaciones, no me acuerdo
ahora por qué era; en esa época nos perseguían, estaba la policía a caballo y me
acuerdo que con el caballo el tipo me empuja y me tira contra una pared y me
llevan presa (tuve bastante miedo por supuesto). Pero yo todavía no era militan-
te del partido, era simpatizante, o sea, el grado anterior. Pero empiezo a parti-
cipar en diferentes cosas, y por supuesto no me gustó que ese tipo me maltrata-
ra de esa manera porque nosotros no hacíamos nada malo, al contrario. Como
a mí no me gusta que me violenten, me gusta mucho mi libertad, todo eso me
dio mucha bronca y más fuerza todavía y más ganas de hacer cosas. Porque dije:
«¿Qué es esto? No podemos vivir así». (Raquel, Santa Fe, 22/12/2014. Militante
del PRT–ERP)

Raquel ingresa a la militancia con 19 años de edad, luego de haber cursado la


enseñanza media en la Escuela Normal Superior de la ciudad de Santa Fe, y
si bien podemos suponer que los procesos personales y sus trayectorias fami-
liares pudieron influenciarla en sus decisiones, ella recuerda que las experien-
cias encarnadas de injusticia social y política fueron las razones que la con-
vencieron de la necesidad de dar el paso a la acción revolucionaria.
La pregunta que nos hacemos, para este caso, es por qué sus hermanos no
fueron aquellos que propiciaron su ingreso, o también podríamos preguntar-
nos por qué ella no los recuerda en este proceso, siendo cuadros influyentes
del partido. Podríamos suponer que los mandatos masculinos de protección
y cuidado construidos en las relaciones de género patriarcales de su familia de
origen jugaron un papel significativo, limitando las posibilidades de captación
de sus hermanos varones, siendo los prejuicios sexistas los límites para esta
invitación. Las posiciones de poder, de cuidado y de control patriarcal se
confirman si prestamos atención a los roles de poder jerárquicos construidos
en esta familia, donde el padre, dedicado a la medicina, impulsó a su esposa
a abandonar sus proyectos personales y profesionales para «servirle» de secre-
taria durante toda la vida activa y profesional. Sin embargo, y pese a las
construcciones desiguales de poder masculino, Raquel tensionó los mandatos
y se sumó a la militancia revolucionaria.

En el momento de salir de casa me sorprendió ver a mi hermano mayor (…) ha-


blando con nuestra madre en el zaguán. Era extraño porque habían cerrado la
puerta cancel como si hubieran querido aislarse. Al pasar por al lado de ellos oí
que mi hermano decía: «dependerá de ustedes que sigamos viéndonos». Cuando
más tarde y hasta ahora hemos querido ponerle fecha a este hecho no logramos

80
hacerlo. ¿En el ’, , ? Mi mamá solo recuerda que mi hermano mayor tenía
 y el menor , cuando la revolución entró de lleno en nuestras vidas. ¡Cuántas
veces! Mamá evocó esa conversación en la que mi hermano le explicó que ha-
bía decidido entrar en la organización política con el objetivo de tomar el poder
para transformar la sociedad, luchar contra la injusticia y erradicar la miseria. Al
mismo tiempo, él era consciente de que los poderosos no aceptarían perder sus
privilegios sin resistencias. Que los riesgos eran grandes y que muchas veces los
primeros caían. Ante su mirada angustiada, mi hermano había agregado que se
iba a cuidar y que no quería poner en peligro a la familia, por eso dependería de
nosotros que nos continuáramos viendo. Hasta ese momento habíamos forma-
do parte de esas familias casi sin historia como la mayor parte de la clase media
argentina de los años . El cambio parecía trazado de antemano: mis hermanos
sin dudas serían más tarde profesionales como nuestro padre y yo, en tanto que
mujer, hubiese estudiado «sociales» o formado parte del cuerpo docente, o qui-
zás sería la esposa de un profesional, ama de casa y madre de familia. (Historias
de Vida, :)

Estos recuerdos de Raquel, en el libro Historia de Vida (), sobre los


encuentros y conversaciones de su hermano y su madre confirman lo anali-
zado, revelando más en profundidad que sus decisiones personales y políticas
trajeron aparejados cambios en los roles tradicionales de madre, esposa y ama
de casa.
Por su parte, Laura, estudiante de la escuela pública Almirante Brown que
ingresa al frente estudiantil del partido en el año , cuando tenía  años,
recuerda que la participación de sus hermanos mayores, así como el ámbito
politizado de su hogar, fueron los motivos que la llevaron a «abrir los ojos» y
a «colarse» a la acción revolucionaria.

Tengo como ráfagas visuales de haber visto a mi hermano entrar con unos tipos
de barba que para mí eran unos viejos en esa época, y decía: «¿qué hace mi her-
mano con estos viejos?». Eran los chicos de la facultad, que a mis ojos de  o 
años eran viejos. Bueno, él empezó a traer a la casa a esta gente, fue empezar a
escuchar otras voces, de lo que pasaba con la dictadura o lo que pasaba con los
reclamos estudiantiles… Digamos que ahí fui colándome en eso, pero hasta ese
entonces yo no tenía ni idea. No tengo un corte preciso de cuándo. Es como que
de a poco fui virando hacia un interés hacia la política. (…) Porque mi casa siem-
pre fue como la casa del barrio. (…) Mi hermano iba con los compañeros de él y
era donde se hablaba, se discutía, se hacían peñas, en ese momento era toda una
mezcla… Y para mí era una cosa extraña que me despertaba curiosidad, todo lo

81
que hablaban, lo que hacían. Era una adolescente que estaba ahí. (Laura, Paraná,
//. Militante del –)

Las historias de vida de estas dos mujeres perretianas, cuyos itinerarios con-
fluyen en algunos momentos mientras que por otros se distancian, nos
demuestran una vez más cómo las narraciones son construidas desde el propio
género, visibilizadas en la descripción de lo íntimo, de las emociones, los
afectos; y los detalles de los vínculos de hermandad nos posibilitaron comple-
jizar y entender mucho más las historias de la vida política, incluyendo lo
personal, de modo tal de acercarnos al conocimiento de cómo la revolución
entró de lleno a sus vidas.
En general las mujeres que ingresaron al – lo hicieron porque fue-
ron adquiriendo conciencia de la conflictividad social y política que agitaba
y se manifestaba en las calles de la localidad, conduciéndolas a una búsqueda
incesante de formación político–ideológica y a una participación orgánica;
pero también sus decisiones se relacionaron con algunos vínculos afectivos,
aunque no podría concluirse que esta haya sido la motivación principal del
ingreso a las organizaciones armadas.
En relación con esto último, tenemos el relato de Mirtha, que se unió al
partido entre el año  y  y conoció a Raúl, miembro del grupo origi-
nario del  en Santa Fe, en un baile del Club Unión.6

yo ingresé en la política por un hecho absolutamente fortuito. Yo tenía  años


(…) y conocí a un tipo en un baile que había hecho una apuesta que esa noche
se levantaba a alguien y me levantó a mí, la anécdota linda es que él me hablaba
de Trotsky, todo el día de Trotsky, él ya estaba en el partido, yo ya estaba aturdi-
da y yo llegué a mi casa con mi hermana (…) a buscar en el diccionario quién
carajo era Trotsky (…) te digo que Santa Fe fue un gran semillero para el  a
nivel nacional, a nivel regional, a nivel internacional, era un grupo que trabajaba
mucho muchísimo o sea, había mucha necesidad de saber, de leer (…) leí mucho
para entrar al partido (…) yo estaba re enamorada del tarado que me hablaba de
Trotsky, de Scalabrini Ortiz, de los ferrocarriles y yo por mi lado trataba de leer

6. El Club Unión de Santa Fe es uno de los dos clubes de fútbol más importantes de la
ciudad junto al Club Colón. Se encuentra ubicado en una de las avenidas principales de
Santa Fe. En este espacio se realizaban grandes bailes donde asistían los y las jóvenes de
los barrios cercanos al club de la localidad.

82
algo para ver dónde estaba parada. (entrevista realizada por Helú a Mirtha, San-
ta Fe, 13/08/2016. Militante del PRT–ERP)

Esta narración nos abre la posibilidad de reflexionar sobre varias cuestiones,


una de ellas es que se dieron situaciones en que algunas mujeres ingresaron a
la militancia de la mano de un varón, siendo jóvenes y carentes de experiencias
políticas previas, donde el espacio de la militancia les permitió el acceso a
nuevas experiencias y, por lo tanto, una invitación muy atractiva de ser vivida
(Andújar, 2009). Si bien este testimonio demuestra el ingreso a la organización
por el amor que sentía a su compañero, las investigaciones demuestran que
esta singularidad de incorporación se visualiza en los primeros años de la
organización; luego de 1973 esta modalidad cambia (Pasquali, 2007). Lo inte-
resante del relato, además, es la devoción que manifiesta a su compañero,
evidenciada en la necesidad y el deseo de poder entenderlo y aprender de él.
La acción política de esta militante viene entonces de la mano del amor y del
comienzo de un proyecto de pareja que se relaciona con el compartir causas
políticas que identifican a ambos, entrelazando el amor con la revolución
(Lagarde, 2001).
Otra cuestión posible de ser analizada es que Mirtha recuerda haber sido
parte de una apuesta entre amigos en un baile, es decir, fue considerada como
objeto de deseo entre una fraternidad masculina que jugó a su capacidad de
conquistar a una mujer. Se considera que esta escena reprodujo, por un lado,
los mandatos masculinos y las normas que la cultura patriarcal heterosexista
transmite acerca de las modalidades de cómo es amar y desear para un varón,
y, en segundo lugar, la necesidad de «espectacularizar», de comprobar frente
a otros varones su potencia masculina (Segato, 2018).
Una última cuestión necesaria de ser reflexionada es que Raúl hizo visible
su poderío masculino a través de un discurso politizado, hablando sobre aque-
llo que consideraba central en su vida militante: «la revolución permanente».
Esto no solo demuestra la reproducción de las masculinidades hegemónicas
sino un perfil de militante que no descansaba ni siquiera cuando asistía a un
espacio de esparcimiento, evidenciando cómo la política se convertía en una
pasión.
Esta indagación de los grupos de militantes de Montoneros y PRT–ERP nos
posibilitó reflexionar acerca de las diversas motivaciones que habilitaron a los
y las jóvenes setentistas el ingreso a las organizaciones. En este sentido, se
hicieron evidentes los ámbitos de politización que gestaron la acción revolu-
cionaria, en especial el estudiantil, el sindical y el cristiano posconciliar, y,
aunque se nos presentaron otros, tuvieron menor incidencia.

83
Las narraciones testimoniales dieron cuenta del complejo período de trans-
formaciones de la sociedad santafesina, «en proceso de fermentación a ritmo
local», que habilitó tiempos de transgresión social y política que, como nos
decía una entrevistada, «era una época en que era imposible no comprome-
terse; era parte del contexto» (Carmen, Santa Fe, 22/12/2014. Militante del
PRT–ERP).
Hacer visibles las «memorias de la intimidad» y de lo personal en las memorias
de mujeres y varones nos permitió complejizar el análisis acerca de los motivos
de ingreso a la militancia en las organizaciones estudiadas, demostrando iti-
nerarios diversos e intrincados.
Las experiencias militantes manifiestan que varones y mujeres tuvieron
distintas modalidades de habitar su participación revolucionaria. Los motivos
personales —las emociones, los vínculos sexoafectivos, la relación de herman-
dad— que explicaron el ingreso a la participación política se evidenciaron con
mayor claridad entre las mujeres militantes de ambas organizaciones, mientras
que las trayectorias personales o emocionales no parecieron tener una relevan-
cia significativa entre los varones militantes. Con esto no queremos concluir
que los afectos no hayan sido parte de las motivaciones para estos últimos, ni
que las razones políticas no lo hayan sido para las mujeres, sino que al
momento de exponer —exponerse— los sentires, las menciones acerca de
estos son secundarias entre los varones, mientras que las mujeres no tienen
limitaciones para hacerlo. Desde una mirada comparativa, nos permite pensar
en la centralidad de las explicaciones masculinizadas y feminizadas del pasado
y su relación con significados y prácticas asociados a los procesos de sociali-
zación que se posibilitaron en la época estudiada.
Hasta aquí hemos intentado trazar algunos de los itinerarios por el mundo
de la militancia, demostrando que, pese a ser Santa Fe una ciudad relativamente
pequeña, la guerrilla no fue un proceso aislado, sino que por el contrario fue-
ron tiempos de contestación e insurgencia armada, pero además intentamos
aproximarnos a la especificidad de la militancia revolucionaria, evidenciando
las razones personales y políticas que activaron la guerrilla santafesina.

Romper con los mandatos. Las jóvenes rebeldes en Santa Fe

Las experiencias de las mujeres tienen una historia propia y aunque se encuen-
tran imbricadas con la de los varones (Pasquali, 2016), la historia de las muje-
res debe ser revisitada a través de sus propias marcas de género.

84
Como hemos analizado con anterioridad, las mujeres que formaron parte
de la guerrilla santafesina, en general, habían terminado o estaban cursando
sus estudios secundarios, o ya se encontraban estudiando en el nivel superior,
siendo en su mayoría pertenecientes a los sectores medios; sin embargo, los
testimonios exponen que existió participación de obreras y otras asalariadas.
Además, sus trayectorias dan cuenta de la presencia de valores cristianos, que
en algunos casos fueron asumiendo cada vez con mayor profundidad o pues-
tos en tensión y crítica, distanciándose de los mismos.
Diversas instituciones sociales atravesaron e incidieron en sus construccio-
nes de subjetividad sexuada, operando como estructuras de poder y reproduc-
ción patriarcal, de las cuales podríamos mencionar dos: la familia y la escuela.
En relación con la familia de origen, la misma representa uno de los espa-
cios de socialización primario donde se enseña y se aprende el deber ser de las
masculinidades y feminidades hegemónicas de una sociedad binaria y hete-
ronormativa. El orden familiar tradicional, nuclear y patriarcal e incluso cató-
lico de fines de los años sesenta y principios de los setenta en Santa Fe esta-
bleció modos de comportamientos de las mujeres entrevistadas, que para ese
entonces tenían entre 15 y 20 años de edad, y les era muy difícil circular con
autonomía y sin permiso por fuera de sus hogares, pero que además traían
consigo mandatos tradicionales que entraron en contradicción con sus opcio-
nes de acción política revolucionaria.
La escuela, como otra de las instituciones transitadas, históricamente ha
sido un espacio de trasmisión de presupuestos patriarcales y reproductora del
orden jerárquico de género. Algunas de estas escuelas, además, comulgaban
con una ideología cristiana, donde el clero condenaba todas las «faltas» de la
mujer a la decencia —en materia de indumentaria, virginidad, rol de madre,
esposas, etc.—, con una fuerte carga sexista y misógina. Estas trayectorias nos
posibilitaron analizar que, al momento de decidir ingresar a las organizaciones
armadas, la mayoría de las mujeres militantes traían consigo las marcas de
género patriarcales enseñadas en el ámbito de la familia y de la escuela.
Sin embargo, y conviviendo con estas presiones latentes, las jóvenes santa-
fesinas buscaron estrategias de acción, y se rebelaron contra algunos mandatos,
comportamientos y expectativas (Garrido y Schwartz, 2006). Se atrevieron a
ocupar el espacio público y político militando en el ámbito estudiantil, en los
barrios e incluso en organizaciones armadas, aunque con condicionamientos
socioculturales que las limitaron para poder participar con las mismas liber-
tades que los varones.
Como hemos dicho, sus familias les imponían ciertas normas de compor-
tamiento restringidas, donde la disponibilidad de circulación «entre la casa y

85
la calle» muchas veces las colocaba en una encrucijada para responder a los
compromisos de la militancia.

yo me acuerdo de la problemática familiar para aquella que no se había ido de su


casa todavía; lógicamente la relación con los padres era indudablemente distinta
a lo que es ahora, la democracia familiar y participativa era distinta (…) era una
concepción de familia distinta, por lo tanto, las libertades que tenía era mucho
más difícil sobre todo para las mujeres que para el hombre. En ese momento para
más o menos si querías formalizar algo vos llegabas a los  años y era una obliga-
ción para el hombre y la mujer también la tenía, su opción era ante todo casarse
a los , por eso había diferencia de lo que existe ahora una gran necesidad de sa-
lir rápidamente de la casa de los padres. Ahora no hay apuro (…) obviamente le
costaba más a la mujer que al hombre digamos porque todavía estaba la concep-
ción de que la mujer no podía tener ciertas libertades como el hombre (…) vos
en tu casa tenías limitaciones muy estrictas, pero no porque eran malos los padres
sino porque era así la sociedad. (Darío, Santa Fe, //. Militante de la )

Las mujeres debieron atravesar situaciones complejas, que las condicionaban


de alguna manera u otra en la práctica militante, y que las condujo a buscar
los intersticios para su participación en el espacio político. Algunas veces
decidieron irse de su casa de la mano de un varón, como comenta más arriba
Esther, sin ser este un caso aislado si tenemos en cuenta que la generalidad de
las mujeres entrevistadas resuelve casarse tempranamente. Y otras, cuando
incluso convivían con su familia de origen, utilizaron distintas estrategias para
rebelarse del mandato de la «dependencia» y abrirse paso, aunque no sin
conflictos, a la participación política.
Cuando a Raquel, que integraba una célula del –, le preguntamos
acerca de cómo fue militar viviendo con su familia y si recordaba haber viven-
ciado algunas limitaciones para hacerlo, nos responde:

Pasa que es como te decía que yo hacía lo que se me daba la gana. A mí no me


interesaba un corno que me pusieran límites. Cuando no me dejaban salir o algo
por el estilo me causaba gracia. Yo lo llevé a mi compañero a dormir conmigo, mi
mamá casi se murió, pero yo lo llevé. Siempre hice lo que se me dio la regalada
gana si es que consideraba que era lo que tenía que hacer. A mí que no me vinie-
ran a decir qué hacer, si yo consideraba que quería hacer algo, lo hacía. (Raquel,
Santa Fe, //. Militante del –)

86
Por su parte, Carmen, quien vivió con su familia de origen hasta los  años
para luego casarse, cuando le preguntamos acerca de los permisos que debía
solicitar para salir de su casa e ir a una cita a las cuatro de la mañana, dice:

No. En realidad yo no les avisaba a mis padres que iba a participar de tal o cual
actividad, mis padres sabían que militaba, me lo cuestionaban (…) Y en realidad,
para las actividades que hacía, me iba de mi casa y decía: «Me voy», nada más,
no avisaba; cuanto mucho, si no volvía a dormir decía: «No vuelvo» y nada más.
(Carmen, Santa Fe, //. Militante del –)

Durante las décadas de los años sesenta y setenta, las mujeres transitaron en
un mundo convulsionado por algunas transformaciones no solo en el espacio
social, político y económico sino también cultural, donde los modelos gené-
ricos tradicionales se tensionaron y traccionaron cambios en los roles y estilos
de vida femenino (Freytes y Martínez, ). En este sentido, además, consi-
deramos que el contexto particular de la militancia armada las habilitó para
buscar modalidades de acción independientes, a pesar de las limitaciones, que
las empoderó para llevar adelante la revolución.
Asimismo, se evidencia que algunas de ellas incluso modificaron las expec-
tativas de la moral sexual, por ejemplo, cuando llevaron a dormir a sus com-
pañeros a la casa familiar, atreviéndose a vivenciar una sexualidad más libre
que sus antecesoras.

Sí, me casé, por civil, embarazada (…) Embarazada de siete u ocho meses. (…)
Me casé a los  años. Fue mi papá a dar el «sí» también. Me casé con mi fami-
lia acompañando, en Santa Fe. Mis abuelos hicieron una reunión familiar. Por
eso decía que mi familia era demasiado de avanzada para la época, no tan es-
tructurada como otras. Fue mi abuelo al casamiento, yo con la panza y vestido
de embarazada. Nunca sufrí esas cosas (como otras compañeras o amigas) de no
decirle a la madre u ocultar esto o aquello. (Laura, Paraná, //. Militan-
te del –)

Siguiendo a Isabella Cosse (), podríamos afirmar que las mujeres santa-
fesinas también generaron cambios en el estilo de vida, en las relaciones fami-
liares y de pareja, instalando nuevas modalidades de vínculo entre los géneros,
así como con la generación de sus progenitores, agrietando el modelo feme-
nino tradicional de la década del  relacionado con la domesticidad y los
tabúes de las relaciones sexuales. El mandato de la virginidad como un requi-
sito del ideal femenino basado en el matrimonio y la formación de un hogar

87
y la maternidad se conmovieron al compás de las nuevas elecciones de las
jóvenes de la localidad. Los deseos sexuales parecieron no haber estado seve-
ramente reprimidos, y si bien se produjeron cambios respecto al sexo antes
del matrimonio, este se encontraba entrelazado al compromiso afectivo y era
concebido como una expresión de amor, existiendo ciertas continuidades con
el canon romántico en las relaciones sexoafectivas y con la importancia de la
sexualidad unida a la afectividad, pero también al matrimonio.
Las historias de vida de las mujeres entrevistadas nos demuestran que en
su mayoría se casaron, algunas, tensionando los mandatos de virginidad y
estableciendo nuevos patrones de conductas que las diferenciaron del modelo
de sus madres. Pero al momento de casarse tuvieron que sortear no solo el
mandato de la virginidad hasta el matrimonio, sino el precepto de casarse por
iglesia, y muchas de ellas lo hicieron solo por civil.

Sí, nos casamos en mayo del ’73, por civil, con todos los cuestionamientos de
la familia de por qué no por iglesia y los planteos de algún tipo de negociación.
Nosotros no queríamos fiesta, nada, también por la proletarización y por enten-
der que el valor de la vida pasa por otro lado y con una actitud hasta de rechazo
o rebeldía para con esas cuestiones de ceremonias o de aparatos. Fuimos al Re-
gistro Civil, nos casamos, y después volvimos a casa donde se hizo una pequeña
reunión familiar para comer algo; éramos solamente mis suegros, mis padres, mis
hermanos (que ya somos bastantes de por sí), mis cuñadas. Lo que negociamos
fue que dijeron: «Si no se casan por iglesia, aunque sea que esté el cura», que era
el cura del grupo juvenil de Don Bosco y que ellos sabían que lo apreciábamos
y eso para ellos era… También a nivel familiar fue fuerte porque fui la primera
que se fue de casa, había sido la primera que había empezado a trabajar (…) Yo
empecé a trabajar cuidando chicos (…) También con todo el cuestionamiento
de mis padres de «¿para qué trabajas, qué necesidad tenés, ¿qué te falta?», «No
me falta nada, tengo que hacer la experiencia». Y en cierto modo, todo esto fue
motivo de tensión y de conflicto porque era romper con todos los mandatos pa-
rentales. (…) Decía, el trabajo también era un valor importante en cuanto a la
militancia. (Carmen, Santa Fe, 9/11/2014. Militante del PRT–ERP)

Las mujeres irrumpieron en el espacio público y político santafesino desa-


fiando el modelo de feminidad dominante, buscando resquicios en el ámbito
de lo íntimo y de lo personal. Se atrevieron a cruzar las vallas y tensionar las
normas que el modelo de familia tradicional y la moral cristiana de una socie-
dad conservadora le imponía a su condición de género (Felitti, 2010), pero
también a su condición de clase. Muchas comenzaron a transitar el ámbito

88
de lo público ingresando masivamente a las universidades y también inte-
grando el mundo del trabajo asalariado. Aquí aparecen nuevos mandatos: la
necesidad y el deber de estudiar y trabajar, pero ya relacionados con la mili-
tancia revolucionaria y las organizaciones políticas de las que formaban parte.
Analizar las historias propias de las mujeres nos permitió visualizar los
costos personales de las rupturas con la educación recibida, así como con los
roles que la familia y la sociedad le asignaban (Vasallo M., ). Las jóvenes
setentistas se rebelaron contra modelos y normas impuestas, y, aunque enten-
demos que estas fueron «transgresiones moderadas», podría pensarse que en
la década de los sesenta y setenta en Santa Fe las jóvenes comenzaron a tran-
sitar el proceso de conciencia de su condición de mujeres. En este sentido,
nos preguntamos si existieron diálogos entre las militantes políticas entrevis-
tadas y el movimiento feminista o de mujeres.
Las investigaciones hasta el momento dan cuenta de que, en el marco de
la intensa actividad política y movilización social, también se fueron generando
espacios de reivindicación y lucha contra la opresión y la discriminación hacia
las mujeres. En Argentina, entre los años  y , se formaron diversas
asociaciones feministas (Vasallo, ; Grammático, ) con presencia prin-
cipalmente en Buenos Aires. Estas organizaciones también estuvieron influen-
ciadas por un contexto internacional de movimientos sociales y políticos
protagonizados por mujeres con iniciativas de transformación para alcanzar
la igualdad entre varones y mujeres como el «Movimiento de Liberación de
la Mujer» con predominio en Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia.
En Santa Fe, durante la década del setenta, no existía ninguna asociación
de mujeres feministas, pero además nuestras entrevistadas manifestaron, por
un lado, no haber tenido comunicación ni contacto con ninguna organización,
incluso ignoraron su existencia, y por otro, afirmaron no haber tenido un
interés especial acerca «de la problemática de la mujer», porque para ellas este
tipo de reivindicaciones las alejaba de sus posicionamientos ideológicos por
considerarlas expresiones de la burguesía reaccionaria y pro–imperialista.

no soy ni fui feminista. No lo digo mal, pero no me interesó nunca el feminis-


mo. Entiendo lo que plantean y todo lo demás, pero creo que dentro de la or-
ganización nosotros teníamos el espacio para hacer ese trabajo desde el punto
de vista político–ideológico. Nunca me acerqué al feminismo. (Esther, Santa Fe,
//. Militante de Montoneros)

Nos parecían reaccionarias, cosas de burguesas yanquis o europeas, lo mismo que


los hippies vernáculos que les copiaban la estética y la ideología a los del norte.

89
Nosotros éramos latinoamericanistas y sigo siéndolo. (Silvia, 16/12/2009. Mili-
tante de Montoneros)

Esa diferenciación a mí, hasta el día de hoy me cuesta, por ahí estaba como aso-
ciado con una cuestión más burguesa. (Lucía, Santa Fe, 17/02/2011. Militante de
Montoneros)

Yo nunca formé parte del MLF, el Movimiento de Liberación Femenino. Yo no


pienso que el hombre es el enemigo, para mí está muy claro que hay una lucha
de clases, que nuestro enemigo siempre es el mismo, lamentablemente cada vez
más fuerte, pero efectivamente yo reivindicaba el hecho de no «servir» a los com-
pañeros. (Raquel, Santa Fe, 22/12/2014. Militante del PRT–ERP)

Podemos aventurar que, en aquellos años, el feminismo no tuvo entre las


militantes santafesinas el mismo impacto que en otras realidades metropoli-
tanas. Sin embargo, los itinerarios políticos femeninos manifestaron que
muchas de ellas impugnaron el modelo de mujer tradicional construido social
y culturalmente en la sociedad local, gestaron nuevas formas de sociabilidad
y se rebelaron contra las coacciones, aunque discretamente, que pesaban sobre
su condición de mujeres. Prácticas que abonarían, entre algunas de ellas y
progresivamente, un encuentro con algunas reflexiones políticas sobre su con-
dición de mujeres, e incluso con el movimiento feminista.
Consideramos que aquí se encuentra el primer peldaño que nos llevará a
continuar profundizando el análisis de las relaciones inter e intra género en
PRT–ERP y Montoneros.

90
Capítulo 3
PRT–ERP y Montoneros.
Los orígenes de las organizaciones Armadas

PRT–ERP y sus definiciones políticas

Los fundamentos ideológicos y políticos del PRT–ERP se relacionaron con una


visión específica del marxismo, con una reivindicación guevarista, con un
énfasis puesto en la práctica de inserción, la decisión de lucha y su orientación
política hacia la clase obrera (Pozzi, 2001:85).
La formación del PRT fue consecuencia del trabajo conjunto de dos orga-
nizaciones: el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) —asen-
tado en el noroeste del país y liderado por los hermanos Santucho—, y Pala-
bra Obrera (PO), que concentró su trabajo político en zonas industriales del
centro y litoral del país, liderado por Nahuel Moreno. Ambos grupos funda-
dores del PRT se fusionan en 1965 trayendo consigo diversas matrices ideoló-
gicas, trayectorias políticas y arraigo territorial.1 Producto de esta unión, el
PRT desde sus orígenes arrastró una particular mirada acerca del marxismo,
nutriéndose de distintas fuentes y corrientes.2
Las bases revolucionarias del marxismo se definieron luego de largos deba-
tes y pugnas de poder entre dos fracciones del PRT lideradas, una por Mario
Santucho y la otra por Nahuel Moreno, que se relacionaron fundamental-

1. El Primer Congreso del Frente Único FRIP–Palabra Obrera, fue realizado el 25 de mayo
de 1965, allí se forma el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
2. En este apartado realizo una síntesis apretada de la caracterización del PRT–ERP solo
a los efectos de desplegar las definiciones políticas, la opción por la lucha armada y los
grupos originarios en dicha organización en Santa Fe, pero existe una amplia trayectoria
investigativa sobre el tema que, a modo de ejemplo, podría mencionarse: Pozzi (1994,
2001, 2008, 2012, 2016); Pozzi y Schneider (2000); Pittaluga (2001); Gorriarán Merlo
(2003); Plis–Sterenberg (2003); Ciriza y Rodríguez Agüero (2004); Anguita (2005); Weisz
(2006); Mattini (2006; 2007); Pasquali (2007); Giménez (2008); Inchauspe (2008); De
Santis (2010); Maggio (2015); Oberti (2015); Bohoslasky (2016); Noguera (2018); San-
tucho (2019).

91
mente con las condiciones para el inicio de la lucha armada como estrategia
para la toma del poder. Estas discusiones se profundizaron debido al golpe de
Onganía, la declaración de OLAS y el fusilamiento de Ernesto Che Guevara,
y provocó finalmente la escisión del PRT a principio de 1968 en dos vertientes,
el PRT–El Combatiente y el PRT–La Verdad.
La fracción liderada por Santucho convocó al IV Congreso, en febrero de
1968, e inició en marzo la publicación del periódico El Combatiente; además
se aprobó como documento oficial el escrito: «El único camino hacia el poder
obrero y el socialismo» (Mattini, 2007:46). Los lineamientos políticos gene-
rales de dicho documento, también llamado «Librito Rojo», resultan signifi-
cativos ya que sentó las bases que guiaron al PRT–ERP durante toda su exis-
tencia. El objetivo del documento fue, por un lado, revisar los clásicos del
marxismo —aunque muchos de estos planteos teóricos eran dispares y con-
trapuestos— intentando incorporar aportes que le permitieran debatir la
estrategia para la toma de poder y vincular la teoría y práctica desde una
perspectiva marxista heterodoxa, y, por otro, discutir con la propuesta de
Moreno, considerado reformista (Pozzi, 2001:90).
El documento planteaba con claridad que la vía pacífica se encontraba ago-
tada, debiéndose implementar la lucha armada como método para la toma del
poder, además se instaba a que la revolución argentina sería socialista y antiim-
perialista, entrelazada con una revolución continental, obrera y popular.
La vanguardia era indiscutiblemente la clase obrera, representada en el
proletariado azucarero tucumano y el campesino pobre; sin embargo, esto
último luego trajo serias consecuencias para el partido: el análisis político no
estableció relaciones concretas con el contexto espacio–temporal, en tanto se
desconoció el apoyo del proletariado de los ingenios al peronismo, que si bien
se podría considerar combativo no tenía ninguna conciencia socialista. Esta
caracterización le costó al PRT–ERP, con la «Compañía de Monte» que se
desarrolló en Tucumán en 1974, recursos humanos y políticos en una zona
poco proclive al crecimiento revolucionario. Sin embargo, no se puede des-
conocer su importante inserción de masas, que venía de un proceso anterior
donde los obreros del azúcar que habían tenido la experiencia de derrota en
el terreno de lucha legal y electoral a finales de 1966 comenzaron a plantear
la lucha armada en forma de guerrilla rural en esta región (Mattini, 2007:41),
pero además su fortaleza puede ser explicada si se atiende a su permanencia
en el tiempo a pesar de la sistemática represión que sufrió.
El «obrerismo» se mantuvo luego del V Congreso del PRT–ERP, donde se
expuso con claridad una idealización de la clase obrera, es decir, se construyó
una absolutización del proletariado como prototipo de todas las virtudes. Al

92
mismo tiempo, el ideal de obrero fue encarnado en la figura de Mario Roberto
Santucho, designado como Secretario General del PRT y Comandante en Jefe
del Ejército Revolucionario del Pueblo al momento de su creación, concen-
trando buena parte del poder de decisión.

yo me acuerdo en la escuela de cuadros, un día viene Santucho el último día yo


estaba barriendo, y todos enloquecidos —vino ayyyy Robi, Robi, Robi, o sea el
culto a la persona yo había aprendido en la escuela de cuadros que no hay que
hacer culto (…) eso me lo había enseñado el PRT, pero el PRT lo hacía (…) era
dogmático (…) estaba barriendo y viene, se para al lado mío y me saluda me da
la mano y me dice: ¿de dónde sos vos hermanito? Era un tipo muy suave, muy,
cuadro muy cuadro, pero muy militarista entonces un tipo de muchos cojones,
¿de dónde sos vos hermanito? —Y a vos que te importa, le digo, fa cuando dije
eso todo el mundo miraba me querían matar. —¿Vos no sabés que no me tenés
que preguntar de dónde soy? No me digas nada, ya sé de dónde sos y te felicito, y
me abrazó, se dio cuenta porque decía que los santafesinos teníamos esa pizca de
humor (…) que yo representaba a Santa Fe en mi forma de ser (…) bueno eso es
lo que me acuerdo de Robi. (entrevista realizada por Helú, a Alejandro, Santa Fe,
22/07/2011. Militante del PRT–ERP)

Aquí se observa aquello que señala Pozzi sobre el liderazgo incuestionable de


Santucho (2001:103). Sea verídico este episodio o no, nos resulta interesante
reflexionar acerca de las representaciones del modelo a seguir que el relato del
obrero gráfico sugiere. En primer lugar, el entrevistado pone en tensión la
teoría y la práctica militante, cuando dice «yo había aprendido (…) que no
hay que hacer culto»; en segundo lugar, acerca del culto a Santucho hay una
representación subjetiva, donde este militante se percibe como sujeto autó-
nomo y con decisiones acerca de poner en contrapunto al líder y jefe del
partido, situación poco habitual entre la militancia partidaria del PRT–ERP.
En este caso, parece haberse respetado más la compartimentación y el res-
guardo de la identidad antes que la jerarquía. Pero, además, se evidencia que
la autoridad y el liderazgo de Santucho fue construido sobre las bases del
consenso, es decir, a través de vínculos que transmitían la complicidad, segu-
ridad, empatía y por sobre todo relaciones con apariencia de igualdad. En la
figura de Santucho se corporizó la representación de la clase obrera y de la
ideología proletaria, fundando una identidad partidaria construida a su ima-
gen y semejanza.

93
siempre Santucho quiso que sea un partido proletario, entonces siempre tenía
preeminencia —quizás por sobre la inteligencia—, el origen de clase. Y después
pequeñas cositas, si era negrito, el negrito iba delante del rubio y si era norteño,
más todavía. Eso influía. (Flaco, Santa Fe, //. Militante del –)

Este relato vuelve a evidenciar la importancia del obrerismo, y, por tanto,


aquellos y aquellas militantes que no venían de la clase obrera debían prole-
tarizarse, siendo más importante incluso que la instrucción intelectual. En la
práctica concreta, se trataba de que los militantes provenientes de otras clases
sociales no proletarias, trabajaran en alguna industria o se mudaran a algún
barrio pobre. Aquí aparece entonces la importancia de la clase, pero también
del color de piel, en tanto la negritud se manifestó como uno de los rasgos
corpóreos idealizados, relacionados con el obrero norteño y tucumano, encar-
nadura de la vanguardia revolucionaria. En un próximo capítulo desarrolla-
remos la problemática de la corporalidad.

se hablaba de la proletarización. ¿Y qué era eso? Salir a laburar. Yo tengo una


anécdota (…). El Negrito Fernández era uno de los dirigentes obreros más im-
portantes del Partido y que muere en Catamarca, murió en Catamarca. Y era un
dirigente obrero… Que a mí me dijo una cosa y ahí tomé conciencia de la im-
portancia de esos compañeros. Yo llegaba de laburar (…), trabajaba en la franja
amarilla acarreando cajones (poniendo cajones para lavar las botellas). Y andaba
con un pantalón que al estar en contacto con los fierros estaba lleno de óxido,
enganchado; entonces yo entro, estaba el Negrito Fernández tomando mates con
el Gordo [obrero gráfico y militante del –]. «Compañero, qué tal, cómo
le va», y me mira y me dice: «Compañero, ser proletario no es andar mugrien-
to». Y te juro que fue una cosa que… ¡Sí! El tipo tenía razón, yo de pasar de es-
tudiante a proletario, no iba a ser que cuando estuviera más sucio iba a ser más
proletario. El tipo lo que me decía era que el proletario, el trabajador, es limpio,
no mugriento. Que no era posar usando determinada ropa. Y era una cuestión
que pasaba mucho con la clase media proletarizada. Entonces por ahí, más que
el tema de moral en el Partido, muchas veces, quizás la crítica política más pro-
funda es la de haber sacado a compañeros de lugares determinados, mandarlos a
la proletarización, siendo que por ahí en esos otros lugares cumplían funciones
más importantes. Como la obligatoriedad de la proletarización que iba a ser el
lavado de cabeza más importante, y que la experiencia militante más importante
iba a ser la proletarización. Pero no, eso fueron unas de las premisas muy, muy
importantes del Partido. (Cabezón, Santa Fe, //. Militante del –)

94
En relación con los debates del marxismo, fueron disminuyendo luego del V
Congreso y toda la impronta creativa, innovadora y en permanente construc-
ción fue reduciéndose a una concepción simplista de esta filosofía, con una
visión rígida y esquemática en lo teórico, pero flexible e innovadora en lo
práctico. La hipótesis de Pablo Pozzi (:) es que la escasa formación
teórica de la dirigencia condujo a una simplificación política del marxismo y
a una fe inquebrantable en la revolución y en la lucha armada. Sin embargo,
el – hizo un gran esfuerzo por organizar escuelas de cuadros para la
formación intelectual y militar de sus integrantes.
Entre el  y  Congreso, el partido fue definiendo la lucha armada como
método para la revolución socialista, y tiempo después la solidaridad interna-
cional. Algunos dirigentes del  El Combatiente realizaron su formación
militar en Cuba durante algunos meses, y a principios de enero de 
comenzaron algunas acciones armadas en la provincia de Buenos Aires y Cór-
doba. Asimismo, y debido a la consideración de que la guerra revolucionaria
ya había comenzado, en  en el marco del V Congreso se fundó el Ejército
Revolucionario del Pueblo ().
Como dijimos al principio, los fundamentos ideológicos y políticos también
se relacionaron con la reivindicación guevarista. Es de destacar que para un
amplio arco de la militancia setentista argentina, la práctica guevarista era
admirable. La entrega y dedicación absoluta a la causa revolucionaria condu-
jeron a la mitificación de esta figura. En la misma línea de construcción
sacralizada de este líder, se le concedió a Santucho un lugar al interior del
partido que se acrecentaba debido a su carisma y al contacto personal que
solía tener con la militancia partidaria.
El guevarismo se relacionó más con una serie de percepciones vinculadas
con los atributos más valiosos para ser «un buen militante»: el sacrificio, el
espíritu de entrega y la dedicación total a la revolución socialista internacional,
que con un conjunto filosófico e ideológico concreto (Pozzi, :). La
mayoría de los testimonios relacionan la importancia de la figura del Che
como guía para el ingreso a la militancia operando como instrumento politi-
zador inicial.

El hecho de tener referentes, en su caso, como el Che Guevara, como la Revo-


lución Cubana, de seguir lo que pasaba con los vietnamitas, era parte de nuestra
vida cotidiana y eran hechos alejados, pero que uno los sentía cercanos porque
hacía la vinculación con una forma de construir la historia y de lucha de los pue-
blos. (Carmen, Santa Fe, //. Militante del –)

95
En la época uno, por supuesto, soñaba con otro tipo de vida, con una distribución
mejor de la riqueza, eran épocas de utopías con la cuestión del foquismo, Cuba,
el Che, al que nosotros admirábamos enormemente. Quizás a mi nivel, mucho
menos la realidad soviética o cosas así, porque ya estaba Stalin, y todo eso ya me
interesaba mucho menos. (…) Yo creo que lo que más me sedujo fue toda la cues-
tión del Che; hasta ahora, efectivamente, independientemente de los errores que
pudo haber cometido. (Raquel, Santa Fe, 22/12/2014. Militante del PRT–ERP)

El guevarismo tuvo una fuerte influencia política y emocional entre la mili-


tancia perretista, las mujeres entrevistadas incluso manifiestan su influencia
en la vida cotidiana, mientras que algunos varones se identificaron con la
figura del Che, aunque no exclusivamente, desde algunos de sus atributos
masculinos porque, como nos comenta Manuel: «en esa época si vos no te
hacías el Che Guevara no te levantabas una mina» (Santa Fe, 15/07/2010.
Militante del PRT–ERP). La imagen del Che fue parte del «sentir» de la mili-
tancia, pero también guió las prácticas militantes como las primeras pintadas,
las iniciales reflexiones políticas, y también los debates acerca de la lucha
armada entre la militancia de izquierda santafesina.
Para nuestro estudio nos interesa destacar, a modo de síntesis, que el PRT–
ERP fue una organización marxista que planteó como método la lucha armada
para la toma del poder y construir una sociedad socialista. La organización
tuvo alcances nacionales funcionando en regionales con diversos niveles de
inserción y desarrollo, pero también con niveles diferenciados, algunas de estas
fueron: Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy, Córdoba, Santa Fe, Chaco,
Formosa, Buenos Aires y Mendoza, cuyos militantes se formaron entre tra-
yectorias e identidades políticas disímiles (Pozzi, 2001; Pasquali, 2005). En
relación con esto, los y las testimoniantes que militaron en Santa Fe prioriza-
ron en sus relatos el obrerismo y la proletarización como características fun-
damentales del perfil militante. Es por ello que enfatizamos esta cuestión al
momento de dar cuenta de las definiciones políticas e ideológicas. Sin embargo,
dichas características moldearon un particular perfil militante en la localidad
santafesina, porque como hemos dicho con anterioridad la ciudad no con-
centró grandes centros industriales de modo que el obrerismo y la proletari-
zación se manifestaron entre obreros gráficos, ferroviarios, obreros de la carne
en industrias frigoríficas, así como también en la industria automotriz, al que
le podríamos agregar otros oficios (cuidado de infancias, empleadas domésti-
cas, albañilería, etcétera).

96
La Estrella Roja sobre Santa Fe

Como planteamos con anterioridad, el V Congreso, realizado durante los días


29 y 30 julio de 1970, fundó el Ejército Revolucionario del Pueblo en la regio-
nal Rosario, específicamente sobre las Islas Lechiguanas en el extremo norte
del Delta de Paraná frente a la ciudad de San Nicolás. Del total de militantes
que se reunieron en el Congreso, solo dos eran mujeres, Ana María Villarreal
de Santucho y Clarisa Lea Place, y cuatro eran de la regional Santa Fe, César
Zervatto, Osvaldo De Benedetti —quienes formaron parte del Comité Cen-
tral elegido por el congreso—, Lionel Mac Donald y Alberto del Rey El Lobo,
aunque también se encontraba reunido Carlos Molina3 o Capitán Pablo, que
era santafesino de origen, pero como se trasladó a la universidad de Rosario
para finalizar su carrera de arquitectura luego comenzó a militar en el PRT en
la regional de Rosario (De Santis, 2010:181).
Tenemos conocimiento de que desde 1969 en Córdoba, Buenos Aires, Tucu-
mán y Rosario existieron comandos de acción, aunque algunos de ellos no
tendrán vinculación alguna con el partido, ni serán células que se incluirán a
la organización; si bien en ocasiones se realizaban acciones puntuales coordi-
nadas. Hasta el momento no poseemos ningún registro de datos acerca de la
existencia de comandos de izquierda marxista en Santa Fe capital durante este
año, pero sí sabemos que militantes santafesinos formaron parte de al menos
un comando en Rosario (Pasquali, 2007).
En Santa Fe, los grupos originarios que integrarían el PRT fueron mujeres
y varones que provenían, entre otros ámbitos, de una agrupación estudiantil
que respondía a la línea del PRT. La creación de la Agrupación Resistencia
Estudiantil–Tendencia Antiimperialista Revolucionaria (en adelante ARE–
TAR), se formó a fines de los años sesenta, manifestando lo establecido en el
IV Congreso del PRT, donde se instituyó como una de las tareas partidarias
fortalecer el trabajo en el movimiento estudiantil anti–imperialista. La agru-
pación estuvo formada por estudiantes del nivel universitario, principalmente
de la Facultad de Ingeniería Química (FIQ) pero también de la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral, y se
disolvió hacia fines de 1970, luego de la creación del ERP y de destinar todo
el partido al combate (Helú, 2018).

3. Jorge Carlos Molina, no tenía ningún vínculo familiar con los militantes Montoneros
santafesinos cuyo apellido era Molinas.

97
Por su parte, estudiantes de la Escuela Industrial Superior (EIS)4 fundaron
la agrupación ARES (Agrupación Resistencia Estudiantil Secundaria), rama
secundaria de la ARE–TAR, cuyos primeros referentes identificados fueron
algunos de los que luego asistirían al V Congreso, Lionel Mac Donald —
incluso su madre, Myrna Aurora Rosa Beney de Mac Donad, Coty o La Pata
(Mattini, 2007:27), fue la compositora de la Marcha del ERP 5— Enzo Lauroni,
Ricardo Arias, Gabriel de Benedetti, Bernardo Depretis entre otros. Hubo
confluencia también con estudiantes de la Universidad Católica de Santa Fe
(UCSF ) que provenían de la Facultad de Arquitectura y de Historia respecti-
vamente y con agrupaciones secundarias de otras escuelas secundarias como
el Almirante Brown, el Comercial y la escuela Normal.
De igual modo, otra agrupación estudiantil de la Escuela Industrial Superior
que nutrió de militantes a lo que posteriormente sería el PRT–ERP fue el Nuclea-
miento Independiente Secundario (NEIS) creado en 1970; algunos de sus obje-
tivos se relacionaron con el trabajo barrial. Esta agrupación nació de forma
independiente, pero posteriormente sirvió como ámbito de captación de mili-
tantes. Asimismo, y como hemos visto en los itinerarios del mundo de la
militancia en Santa Fe, el ámbito sindical también tuvo una incidencia signi-
ficativa y sus miembros integraron células del PRT–ERP, especialmente entre
obreros ferroviarios (de Laguna Paiva y de la localidad) y obreros gráficos.
En Santa Fe, entonces, el PRT se conformó sobre la base de distintos grupos,
entre los que pudimos encontrar disidentes del PC, jóvenes de orientación cris-
tiana, obreros de distintos sindicatos y estudiantes secundarios y universitarios.
Del grupo originario de Santa Fe, sabemos que estuvo constituido por
militantes que en su mayoría están muertos o desaparecidos por la represión
del proceso dictadorial, aunque previamente por la «Revolución Argentina»
—como Carlos Alberto del Rey El Lobo6— y por el avance represivo de la
Alianza Anticomunista Argentina (en adelante Triple A), en referencia, por

4. La EIS y FIQ compartían la misma manzana, ambas instituciones se encontraban ade-


más unidas por la materialidad de una pequeña puerta, cerrada luego del golpe de 1966.
Algunos testimonios aseguran que se mantuvo así hasta 1973.
5. Luis Mattini, narra en su libro Los Perros 2. Memorias de la rebeldía femenina en los
‘70, el origen de la composición de la letra y música, luego de que el cautiverio de sus
hijos potenciara las convicciones revolucionarias de Coty (Mattini, 2007:32).
6. Carlos Alberto del Rey, nacido en Rosario y estudiante de Ingeniería Química en Santa
Fe, fue detenido en Laguna Paiva luego del operativo en el Frigorífico Nelson —que desa-
rrollaremos en el capítulo cuatro—. Trasladado a Coronda y posteriormente a Rawson
donde fue acribillado el 22 de agosto de 1972 en la Masacre de Trelew.

98
ejemplo, al responsable regional de Santa Fe–Paraná, César Zervatto El Buzón,7
hecho que dificulta recuperar sus voces, marcando de este modo las posibili-
dades y las limitaciones de hacer Historia Oral. Sin embargo, las memorias
militantes de la localidad son recordadas desde el presente por sobrevivientes.
Memorias traumáticas donde los olvidos y silencios, sumados a las marcas
corporizadas de la clandestinización y compartimentación que aquellos años
de militancia operan en las subjetividades del testimonio, haciendo que las
referencias sean aún más costosas.
La importancia de recuperar sus voces abre el camino de sus recuerdos
mayoritariamente traumáticos, donde el hecho de hacer memoria les hace
atravesar situaciones de mucho dolor por la pérdida de amigos, hermanos,
parejas. Sin embargo, batallan por recordar las luchas de sus «cumpas», habi-
litando la posibilidad de escuchar aquellas «voces que nos llegan del pasado»
(Joutard, 1999 [1983]).
En la ciudad de Santa Fe hacia 1970, la triangulación de fuentes nos acerca
algunos nombres posibles sobre la composición de la militancia del PRT–ERP,
entre ellos: Mónica Almirón, Enzo Lauroni, Lionel Mac Donald o Capital
Raúl, Roberto Sorba, César Zervatto, Luis Billinger, Santiago Krasuk, Ricardo
Franco, Osvaldo De Benedetti, Gabriel De Benedetti, Bernardo Depetris,
Carlos Alberto del Rey, Héctor Chávez e Hilda Flora Palacios (pareja de
Chávez), Néstor Ballerio. Si bien Osvaldo de Benedetti para 1967 se traslada
a Rosario (Luis Ortolani, en De Santis, 2011), su militancia entre regionales
fue permanente; los testimonios lo consideraron un referente importante en
la localidad. Las dos mujeres que participaron en los primeros años de la
organización lo hicieron junto a sus parejas, Hilda Palacios se trasladó con sus
dos hijas a Córdoba y luego a Buenos Aires en el año 1973, por su parte,
Mónica Almirón se marchó a la ciudad de Resistencia, Chaco, junto con su
compañero, y en 1976 a Río Negro.
Los primeros setenta en Santa Fe fueron tiempos de contestación y forma-
ción de cuadros perretianos, que continuaron con el proceso revolucionario
en la ciudad o que transitaron por distintas regionales, siendo la participación
de mujeres todavía incipiente en este primer grupo, aunque luego de 1972,

7. Cesar Zervatto nació en La Criolla, un pueblo a 170 km de la ciudad capital, estudió


Ingeniería Química y fue secuestrado en noviembre de 1974 en la calle, al salir de la casa
de la abogada Marta Zamaro, quien con posterioridad será secuestrada y asesinada junto
a Nilsa Urquía por la Triple A.

99
como ya hemos planteado, el ingreso de las mujeres a la organización en su
frente estudiantil, de masas y militar, fue en aumento.
El PRT planteó una combinación de formas de lucha para llevar adelante
la revolución socialista en Argentina, que venía de la mano del desarrollo del
poder obrero y popular liderado por un partido marxista leninista, para así
concretar la guerra revolucionaria a través de su ejército. El Comité Central
del partido reunido, apenas finalizado el V Congreso, llamó a todo el partido
al combate. La primera acción armada fue en la provincia de Santa Fe, reali-
zada el 18 de septiembre de 1970 en la Comisaría Nº 24 de Rosario, donde se
difundió el «Programa del Ejército Revolucionario del Pueblo».
En la ciudad de Santa Fe, la incorporación de la lucha armada como estra-
tegia para la toma de poder generó el comienzo de distintas acciones revolu-
cionarias que inicialmente comenzaron a través de desarmes a policías y gen-
darmería, repartos y tomas. Hasta el momento, los registros demostraban que
los primeros operativos militares realizados por el ERP en la ciudad de Santa Fe
se habían producido durante los meses de febrero y marzo de 1971 (De Santis,
2011:198). Sin embargo, la búsqueda documental y la triangulación de las fuen-
tes evidenciaron que previamente a esta fecha, y luego de haberse creado el
Ejército Revolucionario del Pueblo, se produjo una acción firmada por el ERP
en diciembre de 1970. Con anterioridad a esta fecha, entre marzo y agosto de
1970, aparecen registros en los diarios de la ciudad que hacen referencia a tres
comandos y sus acciones, siendo los mismos una de las múltiples expresiones
que adoptó la lucha armada a mediados de la década del sesenta.
La primera acción fue perpetrada por el Comando «Che Guevara», quien
durante el estreno del film «El Santo de la Espada»,8 el 26 de marzo de 1970,
colocó una bomba debajo de una de las butacas del cine, dejando un comuni-
cado que manifestaba que la acción respondía a un homenaje a las figuras del
General San Martín y al Che Guevara por su campaña de lucha por la libera-
ción de los pueblos oprimidos, y una denuncia al director de la película como
intelectual prostituido al servicio de la dictadura y al film, por reconstruir una
historia falsa financiada por la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado).
Si bien la formación, existencia y composición del comando la desconoce-
mos hasta el momento, Luis Mattini (2007:68), para reseñar los orígenes del
partido y las primeras acciones en diferentes regionales, recupera el caso del

8. La película dirigida por Leopoldo Torres Nilson, fue estrenada en Santa Fe el 25 de


marzo de 1970 en el cine Colón, donde asistieron personalidades de la política y de la cul-
tura santafesina.

100
Comando «Che Guevara» y a la ciudad de Rosario como el lugar que da
inicio a la lucha armada, y no así Tucumán, siendo el estímulo del Rosariazo
de gran centralidad para comenzar a operar en la ciudad. Esta célula estuvo
constituida por destacados y antiguos miembros del partido, como Luis Pujals,
Mario Delfino y Gorriarán Merlo, así como por Benito Urtueaga, cuyos ini-
ciales pasos en los operativos urbanos fueron el entrenamiento militar y la
recuperación de armas y fondos. Luego, el mismo autor señala que se comenzó
a operar a «ritmo más lento, pero decidido» (Mattini, 2007:49) en otras regio-
nales, señalando a Santa Fe como una de ellas.
Por su parte, Laura Pasquali (2007) investigó a fondo las características de
este primer comando, y señaló el descuido de Mattini, quien intentó asimilar
las experiencias más pequeñas y tempranas a las estructuras dominantes de
principios de la década del setenta. La autora señala que los militantes del
comando para ese entonces no pertenecían al PRT y al menos dos de ellos
nunca pertenecieron, ni sus acciones fueron antecedentes del ejército popular,
aunque quizás estuviera en los objetivos de algunos miembros, como Gorria-
rán Merlo y Delfino, una suerte de «prueba» para el inicio de la lucha armada,
señalando que ellos ya habían optado por este método, y estos eran sus pre-
parativos para instalarse en el monte, específicamente en Salta (2004).
Lo interesante de este aporte es que, a través del análisis del caso del
Comando «Che Guevara», se pone en tensión la idea de que todos los peque-
ños grupos armados o células sostenían la necesidad de confluir hacia una
organización mayor. En este sentido, otros dos comandos que operaron en la
ciudad podrían ser analizados desde lo que nos plantea Pasquali (2007). En
los registros de la prensa local9 encontramos el comando «Revolucionario del
Pueblo», que realizó una acción armada el 27 de mayo de 1970 a través de la
colocación de bombas en la casa de tres oficiales de la policía, mientras que
un mes más tarde, el 30 de agosto, el Comando «Armando Emilio Jauregui»10
ajustició a un policía que se encontraba en una estación de servicio por resis-
tirse ante una acción de recuperación de armas.
Si bien no encontramos ningún otro dato acerca de estos comandos que nos
sugiera su continuidad en el tiempo, la presencia de los mismos son indicado-
res, por un lado, del necesario y deseoso compromiso puesto en la participación

9. Nuevo Diario, Santa Fe, marzo, mayo y julio de 1970.


10. Emilio Jáuregui fue periodista y Secretario General de la Federación Argentina de
Trabajadores de Prensa (FATPREN), se encolumnó a partir de 1968 en la CGT de los Argen-
tinos, fue asesinado por la dictadura de Onganía.

101
política armada que el contexto de la época habilitaba, en especial en la ciudad
de Santa Fe como territorio de insurgencia que fermentaba al compás de los
acontecimientos nacionales y regionales, generando la aparición de pequeñas
células de combate que elegían sus objetivos meticulosamente y operaban en
consecuencia. Entre marzo y agosto de , la ciudad de Santa Fe fue el esce-
nario del surgimiento de distintos grupos de comandos cuyas formaciones
ideológicas—políticas podrían quizás no haber estado consolidadas, pero el
compromiso con la acción, con el «hacer», fue lo que con posterioridad marcará
su rumbo. Y por otro, son indicadores de que en Santa Fe se originaron grupos
que se vincularon con las dos organizaciones de alcance nacional más impor-
tante como – y Montoneros que formaron las propias regionales, pero,
además, y esto se considera muy importante también para comprender la
particularidad de la guerrilla santafesina, que en los albores de los años setenta
se formaron pequeños grupos de comando demostrando el amplio abanico de
posibilidades para la militancia en la localidad.

Montoneros y sus definiciones políticas

Los itinerarios de las mujeres y varones militantes analizados en los capítulos


anteriores nos mostraron que la formación de Montoneros en Santa Fe se
relaciona con las redes de socialización construidas en distintos ámbitos y con
un proceso de identificación con el peronismo, vinculada a las trayectorias
políticas familiares y a la participación en el ámbito universitario, pero tam-
bién, y especialmente, con la militancia social en los barrios y villas miseria
de Santa Fe, porque como varias de las entrevistas comentan, «el pobre era
peronista».

vos entrabas en el ranchito, en la casita y estaba la foto de Perón, de Evita (…) En


ese momento el recuerdo del peronismo era el del peronismo del ’, para atrás,
(…) pero en ese momento, era el «Luche y vuelve». La resistencia y el proyecto
que se proponían…eran superadores partiendo de lo que en ese momento esta-
ba en marcha y que considerábamos que era posible desde ahí construir lo que
en ese momento llamábamos socialismo nacional. (Luisa, Santa Fe, //.
Militante de Montoneros)

El peronismo para Montoneros siempre fue el fundamento ideológico de sus


prácticas, a partir de la realización de notables esfuerzos para construir repre-
sentaciones significativas que refieran al peronismo y del reconocimiento a su

102
líder, pero también afirmando la existencia de una tendencia revolucionaria
del peronismo que lo excedía, como plantea Otero (2018:2). En este sentido,
los antecedentes de esta tendencia se relacionaron, en primer lugar, con Eva
Perón y su proyecto de formar milicias obreras durante el intento de derroca-
miento a Perón en 1951, y por otro, con el surgimiento de la Resistencia
Peronista luego del golpe a Perón en 1955.
Los fundamentos políticos de los inicios de Montoneros tuvieron como
objetivos principales la resistencia contra la dictadura para el regreso de Perón
a la Argentina y la construcción de una patria justa, libre y soberana, reto-
mando así las tres banderas del justicialismo (soberanía política, independen-
cia económica y justicia social), síntesis del nacionalismo y el antiimperialismo.
Asimismo, se asumieron como vanguardia político–militar de los trabajadores,
como el brazo armado del peronismo para abrir paso a los trabajadores al
poder. La fórmula política se irá profundizando, y la puesta en marcha de un
socialismo nacional, que se constituiría a través de la nacionalización, expro-
piación y la planificación centralizada de la economía, se definió como otro
de los objetivos que fue ganando peso en el discurso Montoneros.11
En un documento denominado «Hablan los Montoneros», publicado a
fines de 1970, se dio a conocer la importancia de la acción militar y política,
postulando la necesaria relación entre las bases y la vanguardia y proyectando
la militancia política en cuatro frentes (político, sindical, estudiantil y militar).

Por eso la tarea militar no está divorciada en ningún momento de la tarea de la


organización del pueblo. Y ésta no se agota en la construcción de una infraestruc-
tura funcional eficaz, sino que se dirige a abrir canales de comunicación, a ganar
lo favorable, y neutralizar lo desfavorable, a extender la organización a todos los
niveles de acción: el político, el sindical, el estudiantil y el militar. De esta mane-
ra nuestra lucha y la lucha de masas deberá correr pareja, alimentándose y man-
teniéndose mutuamente. (Cristianismo y Revolución, Nº 26, 1970:12)

11. En este apartado y al igual que lo expuesto con PRT–ERP, realizaremos una síntesis
apretada de la caracterización de Montoneros solo a los efectos de la investigación de la
organización en Santa Fe, aunque reconocemos una amplia trayectoria investigativa sobre
el tema que a modo de ejemplo podría mencionarse: Gillespie (1998 [1982]); Plotkin
(1993); Lanusse (2005); Vélez Carreras (2005); Amorín (2005); Sigal y Verón (2008);
Servetto (2010); Altamirano (2011); Salcedo (2011).

103
En este sentido, se realizaron diversas acciones políticas de propaganda en
distintos lugares de la Argentina, cuyos comunicados de prensa en general
enunciaron los objetivos de independencia nacional, «Por un patria, justa,
libre y soberana», pero además mostraron el reconocimiento a su líder, Perón,
y la confianza de llevar hasta las últimas consecuencias la lucha, demostrando
la lealtad de Montoneros a la causa popular a través de la formulación «Perón
o Muerte».
Los fundamentos ideológicos y políticos de Montoneros se relacionaron
entonces con una fuerte identificación con Juan Domingo Perón; se recono-
cieron peronistas, pero frente a un nuevo contexto latinoamericano revolu-
cionario y antiimperialista también se asumieron nacionalistas e independen-
tistas, haciendo foco en un proyecto de socialismo nacional a través de la lucha
armada junto al trabajo en los frentes de masas, siendo el poder popular la
proyección final.
El eclecticismo ideológico–político de Montoneros fue muy seductor y
atrajo las simpatías y compromisos de militantes de diversas denominaciones
políticas; sin embargo, también mantenía sus límites, «Montoneros era todo
lo izquierdista que les permitía el peronismo, y viceversa» (Gillespie, 1998
[1982]:74).
Con el fusil en la mano y Evita en el corazón,12 Montoneros recuperó y
aglutinó también en su matriz política la figura de Eva Perón, que tuvo una
importancia significativa en su construcción identitaria. La organización recu-
peró la memoria de Eva como heroína, lideresa de la formación de milicias
armadas a principios de los años cincuenta, pero especialmente por la relación
que tenía con el pueblo, ya que había entregado su vida al servicio del pueblo,
de la Patria y de Perón (2004 [1951]:110), como ella lo manifestó en sus escri-
tos. Es de considerar que el primer grupo de combate clandestino en Santa
Fe fue denominado Comando «Eva Perón». Esta célula fue una de las origi-
narias y, como veremos más adelante, fue selectiva con sus objetivos, utilizó
al mínimo la violencia y puso especial atención en las operaciones simbólicas,
susceptibles de generar adhesión.
La figura carismática de Eva, mitificada por el movimiento peronista y
recuperada como un símbolo principal de Montoneros, deviene de una his-

12. Parte de la canción que Montoneros solía cantar: «Ayer fue la Resistencia, hoy Mon-
toneros y FAR, y mañana el pueblo entero en la guerra popular. Con el fusil en la mano y
Evita en el corazón, Montoneros, Patria o Muerte son soldados de Perón» (Gillespie, 1998
[1982]:119).

104
toria de tensiones y paradojas de fines de la década del cuarenta, donde las
mujeres carecían de todo derecho político considerando inapropiadas sus
opiniones y participación en los espacios públicos. El lugar que debían ocupar
era exclusivamente el espacio doméstico o privado, incluso las esposas de los
presidentes actuaban solamente dentro del protocolo, quedando su lugar rele-
gado detrás de la figura de sus esposos presidentes, única figura a la que se
debía reconocer. Pese a esto, el activismo femenino y feminista tuvo una
impronta significativa durante aquellos años: miles de mujeres participaron
políticamente en movimientos sindicales, sufragistas, antifascistas entre otros.
María Eva Duarte de Perón13 acompañó a su esposo y participó activa-
mente en la campaña electoral de su marido (en la fórmula Perón–Quijano
en febrero de 1946), y fue partícipe de algunos cambios importantes como la
sanción de la ley 13010 en 1947 que consagró el sufragio femenino. En relación
con esto, es importante reconocer aquellas experiencias pioneras de feministas
que, desde principios del siglo XX, lucharon y reclamaron por mayores dere-
chos civiles para las mujeres y fundamentalmente por el voto femenino, entre
ellas podría señalarse a Alicia Moreau de Justo y a Julieta Lanteri, esta última
fundadora del Partido Feminista Nacional, quienes representaron, entre otras
mujeres, aquellas trayectorias combativas y circunscriptas en un período de
gran adversidad (Pita, 2017; Barrancos, 2008).
Si tenemos en cuenta los discursos de Eva Perón, se podría reflexionar cómo
su política se relacionó con una propuesta centrada en la acción social y en la
posibilidad de generar aportes a la construcción de valores morales al partido
de los varones del peronismo, y no de buscar posiciones públicas. Son notables
las declaraciones de Eva Perón que proclamaba: «Jamás haré política (…)
quiero que vean (en mí) (…) al corazón del viejo coronel Perón en la Secre-
taría de Trabajo y Previsión» (Perón, 1999:109). El discurso oficial manifestaba
claramente el lugar tradicional de madres, cuidadoras y educadoras que le
otorgaba a las mujeres (Barry, 2008; Barry, Ramacciotti, Valobra, 2008).
Las mujeres peronistas comienzan a tener una mayor participación en el
espacio público, aunque esto no significó el necesario descuido del espacio
doméstico ni de las tareas tradicionales asignadas por su rol de mujeres, ya
que la propuesta de participación femenina por parte de Eva Perón o de la
ideología peronista no fue revolucionaria en relación con el género, ni adhe-
rente a las reivindicaciones feministas; por el contrario, reforzó el patriarcado
político. Las mujeres que abrazaban al movimiento debían responder a su líder

13. Eva Duarte se casó con Juan Domingo Perón el 22 de octubre de 1945.

105
masculino existiendo paradojas en la posición que Eva Perón tenía con res-
pecto al lugar de las mujeres. Estas paradojas se evidenciaron, por un lado, en
un discurso que siguió apegado al estereotipo femenino tradicional argumen-
tando como fundamental el lugar de las mujeres en el hogar, pero por otro y
contradictoriamente, se les demandaba mayor disponibilidad para seguir a su
líder, Perón, exigiéndoles abandonar la exclusividad de sus deberes domésticos
(Barrancos, ).
La política de participación femenina fue definida y defendida desde la
retórica peronista como una extensión de su rol maternal, ampliando sus
funciones del ámbito familiar a redes más vastas de participación, como el
estatal. El argumento central de Eva Perón fue la afirmación de que las muje-
res por su condición natural no eran interesadas ni egoístas y que, por tanto,
sabrían reorientar su accionar político y le darían un sentido social. Sin
embargo, por primera vez en la historia argentina un sujeto político femenino,
Eva Perón, construía un poder inigualable, en un contexto social hostil de
desigualdad de género y de discriminación a las mujeres.
Montoneros, por su parte, reconstruyó en su historia la figura de Eva Perón
desde el lugar de combatiente, revolucionaria y Montonera. Algunas de las
consignas que legitimaron la trayectoria peronista, pero también el evitismo
de Montoneros, fueron: «¡Evita, Perón, Revolución!; ¡Evita, presente, en cada
combatiente!; Si Evita viviera, sería Montonera» (Gillespie,  []:).

En el seno del peronismo el rol de la mujer lo fue marcando Evita, digamos para
la historia del peronismo el protagonismo de la mujer tiene que ver con toda la
historia del desarrollo del peronismo, no es una cosa nueva en el momento del
surgimiento de las organizaciones revolucionarias, las organizaciones repetían o
eran la expresión de esa historia del peronismo. (Susana, Santa Fe, //.
Militante de Montoneros)

La figura de Eva Perón entonces fue tomada como símbolo del peronismo en
general, pero resignificada de forma especial por Montoneros. En este sentido,
la organización político–militar, cuando hizo su aparición pública a través del
operativo armado más conocido, a través del secuestro y asesinato del Teniente
General Pedro Eugenio Aramburu (expresidente de facto de la Argentina
durante la «Revolución Libertadora») que se llevó a cabo el  de mayo de
, manifestó la necesidad de espectacularizar una acción que diera a cono-
cer a la organización públicamente pero con un objetivo punitivo (Gillespie,
 []:), en tanto se reconoció a Aramburu como el responsable
directo de haber hecho desaparecer el cadáver de Eva Perón en  y de la

106
ejecución ilegal de veintisiete militares y civiles de la resistencia peronista en
junio del mismo año. Como plantea Otero (:), con esta acción política
y militar Montoneros se reapropia de un peronismo simbolizado por Eva
Duarte, mostrando de hecho su afán de posicionarse como vanguardia armada
del peronismo.
Son interesantes las reflexiones que el grupo de informantes de Montone-
ros realizan en general acerca de la figura de Evita, y su lugar de lideresa. Julia
resignifica la propia mística transmitida por el partido desde el presente, sus
sentires y posicionamientos respecto del rol asignado a una mujer que para-
dójicamente comienza a ocupar el espacio público y político sin apartarse
demasiado de su rol de cuidadora y negándose a ocupar lugares de poder y
jerarquía.

justamente porque en esos años una de las cosas que nosotros rescatábamos como
bandera era «Renuncio a los honores, pero no a la lucha». En el renunciamiento
Evita dice eso. Hoy analizando eso, con perspectiva de género, nuestra forma de
levantar esa bandera es injusta para el género; el General era el líder, el conductor,
el que tomaba las decisiones y Evita… renuncia a los cargos. Creo que Evita está
muy sacralizada como mujer y abanderada de los humildes, la cuidadora, salió
del rol doméstico intrafamiliar pero pasó un rol doméstico más a nivel nacional.
(Julia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

La militancia de esta organización político–militar también se formó con otra


figura recia, y al mismo tiempo romántica: el «Che Guevara». La Revolución
Cubana, como dijimos, influyó en la mayoría de las corrientes izquierdistas,
y fue determinante en la formación de Montoneros como símbolo de la lucha
antiimperialista y latinoamericanista, pero también como paradigma del
triunfo revolucionario. Asimismo, la muerte del Che mitificó su figura; su
espíritu de sacrificio, sus renuncias y su voluntarismo influenciaron y marca-
ron el perfil revolucionario de Montoneros (Perdía, :). Pero también
su propuesta política en base a la construcción del «Hombre Nuevo» fue el
ideario a seguir, que intentaron corporizar mujeres y varones militantes de
Montoneros, pero también del –. Acerca de esta problemática pro-
fundizaremos en el capítulo seis.
En relación con el surgimiento de Montoneros, Richard Gillespie (
[]:) ubica el origen de la organización dos años después del golpe de
estado de Onganía. En estos años, hasta , la militancia fundadora que
todavía permanecía en el anonimato comenzó a prepararse a través del entre-
namiento militar y de la acumulación de recursos, principalmente armas y

107
dinero. Lucas Lanusse (2005:93) afirma que varios fueron los grupos que
desembocaron y formaron la organización político–militar, así como diversas
sus orientaciones ideológicas. Estos grupos originarios fueron cinco, según la
agrupación que realiza este último autor —Grupo Córdoba, Grupo Santa Fe,
Grupo Reconquista, Grupo Sabino Navarro y Grupo Fundador— que durante
los meses de diciembre de 1969 y mayo de 1970 se aventuraron en el proceso
de unificación hacia una misma organización. Durante la navidad del año 69,
se produjo el primer operativo en conjunto en La Calera —donde fue recu-
perado dinero del Banco Provincia—, constituido por las células cordobesas
y porteñas del «Grupo Fundador», y con la colaboración del Grupo Córdoba,
que organizó el repliegue sacando a Fernando Abal Medina y Norma Arrostito
en el auto del ministro de gobierno de Santa Fe, Alberto José Molinas, padre
del militante santafesino de igual nombre.
El secuestro de Aramburu y su posterior enjuiciamiento fue la acción polí-
tica que llevó a Montoneros a emerger públicamente como Organización
Político–Militar. Aunque también otra acción acompañó la primera, ya que
a los treinta días de realizado el «Operativo Pindapoy» —así denominado—,
y con el objetivo de extender la guerra popular, se realizó el 1° de Julio de 1970
a solo 17 km de la ciudad de Córdoba capital la toma de La Calera, en la que
solo participó la célula cordobesa del Grupo Fundador, siendo el Grupo Cór-
doba el que aportó la mayoría de los combatientes. Sin embargo, en la lista
de los participantes encontramos nuevamente al santafesino Alberto Molinas,
estudiante de medicina en la Universidad Católica de Córdoba, hermano
mayor del militante Francisco Pancho Molinas, integrante del Grupo Santa
Fe. Esta última acción, tiene una importancia significativa para la militancia
originaria de Montoneros en la ciudad, ya que la localidad fue el lugar elegido
para refugiar a la militancia del Grupo Córdoba, perseguidos luego del ope-
rativo. Las redes y vínculos entre los grupos de Córdoba y Santa Fe datan de
años anteriores, a través del líder del grupo estudiantil Ateneo, Mario Fredy
Ernst, quien estableció desde 1968 relaciones con la «Agrupación Lealtad y
Lucha» de Córdoba. El principal contacto fue el sacerdote Elvio Alberione,
que integró el Grupo Córdoba, y que fue el que presentó a Ernst con Emilio
Maza del Grupo Fundador a fines de mayo de 1970, además de la relación
entre los hermanos Alberto y Francisco Molinas (Lanusse, 2005:112).

108
El Escudo Montonero sobre Santa Fe

De los cinco grupos originales que confluyeron en Montoneros, dos provenían


de la provincia de Santa Fe. La célula del norte santafesino, o «Grupo Recon-
quista», tuvo una fuerte militancia de superficie y una activa presencia de
sacerdotes provenientes del catolicismo renovador, como Arturo Paoli y Rafael
Yacuzzi, que junto al abogado Roberto Perdía —luego jefe Montonero—
comenzaron a organizar los inicios de la guerrilla rural en octubre de 1967,
precisamente el día de la muerte del Che Guevara en Bolivia, para luego
coordinar sus planes con quienes estaban organizando las Fuerzas Armadas
Peronistas (Lanusse, 2005:129). Este grupo también tuvo apoyo y vínculos
estrechos con las células que se fueron formando en el espacio urbano santa-
fesino, y que es de especial interés para este trabajo.
Como planteamos con anterioridad, la ciudad de Santa Fe fue uno de los
lugares donde se fundó uno de los grupos originarios, que luego confluirían
en la organización político–militar Montoneros, junto a otros grupos de Bue-
nos Aires y Córdoba (Lanusse, 2005; Donatello, 2010; Alonso, 2012). El pro-
ceso de formación de células clandestinas que luego convergen en Montone-
ros en la ciudad pueden rastrearse desde fines de 1967 y principios de 1968,
momento en el cual comenzó la fase de anonimato de grupos provenientes
del ámbito estudiantil y sindical, período que dura hasta el año 1970 donde
confluyen los grupos de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.
En esta primera etapa en Santa Fe hubo organizaciones de comandos sobre
la base de células compartimentadas integradas por jóvenes de dos organiza-
ciones estudiantiles, el Ateneo Universitario y el Movimiento de Estudiantes
de la Universidad Católica (MEUC), y también la Acción Sindical Argentina
(ASA), así como por militantes con trayectorias diversas, pero que en su mayo-
ría estuvieron fuertemente relacionadas con el compromiso con el catolicismo
renovador.
Una de estas células, la ateneísta, devino de una agrupación estudiantil de
la Universidad Nacional del Litoral, denominada Ateneo Universitario. Sus
integrantes fueron principalmente estudiantes de la Facultad de Ingeniería
Química de donde salieron sus conducciones, como el ya nombrado Mario
Fredy Ernst; la mayoría de estos estudiantes eran varones, ya que para la época
la matrícula femenina en esta facultad era muy reducida. Sin embargo, tam-
bién participaron de esta célula estudiantes provenientes del Instituto de Pro-
fesorado Básico, y en menor medida de otras facultades, como Ciencias Eco-
nómicas, Ciencias Jurídicas y Sociales y de la Escuela de Sanidad. La
peronización de este grupo se fue dando durante la década de los 60, ya que

109
en sus orígenes tuvo un carácter fuertemente antiperonista; además se fue
perfilando desde un posicionamiento nacionalista y revolucionario. La radi-
calización producida luego del golpe de Onganía también generó cambios al
interior del grupo ateneísta, que en 1967 comenzó a formar su aparato clan-
destino, organizó campamentos de práctica de tiro, y para el año 1969 enca-
bezó los primeros operativos armados en Santa Fe.
La célula Ateneísta estuvo constituida, como dijimos, en su mayoría por
varones, incluso algunos luego tuvieron una incidencia importante en la con-
ducción a nivel nacional, entre ellos podemos nombrar a: Mario Ernst, Ricardo
René Haidar, Roberto Rufino Pirles, Osvaldo Agustín Cambiasso, Raúl Cle-
mente Yager, Raúl Braco, Juan Carlos Menesses, Marcelo y Mario Nívoli,
Carlos Legaz, Fernando Vaca Narvaja, Oscar Alfredo Aguirre, Oscar Aguirre
Haus, Juan Carlos Aguirre, Raúl Braco, René Oberlín, Juan Carlos Chioca-
rello, Eduardo González Paz, Roberto Turelli. La única mujer que formó parte
de esta primera célula originaria, y quien además tuvo una participación activa
en los operativos armados fue María Alejandra Niklison.
Un año más tarde, entre mayo de 1968 y enero de 1969, otra de las células
que comenzó a constituirse con una fuerte presencia y actividad en los frentes
de masas, fue el MEUC. La formación de esta organización estudiantil se esta-
bleció luego del conflicto que se desató producto del aumento de los arance-
les, entre otros problemas, con las autoridades de la Universidad Católica,
produciéndose una huelga de hambre en julio de 1968 (Diburzi, 2008; Vega,
2015).
Esta célula originaria comenzó a formar un aparato clandestino, al igual
que el grupo de ateneístas, cuyos principios básicos fueron el socialismo como
objetivo y la lucha armada como método. En sus comienzos, la base de esta
célula estuvo conformada por un grupo de ocho personas provenientes del
MEUC, quienes organizaron el primer campamento de «Práctica de seguridad»
que implicó el trabajo de contraseguimiento, tácticas sin armas y entrena-
miento militar en un pueblo de Córdoba, llamado Cabalango.14 La particu-
laridad de esta célula, a diferencia del grupo ateneísta, es que estuvo integrado
por cuatro mujeres, Graciela María de los Ángeles Doldán, Monina o La Petisa,
Dora Riestra, María Ester Merteleur —pareja de Antonio Riestra— y María
Teresa Manzo y varones, que entre ellos eran, Antonio Riestra, Francisco
Molinas, y el Negro González. Es de destacar, como un dato relevante, que de

14. Información obtenida a través de entrevistas realizadas al grupo de militantes de


Montoneros de Santa Fe entre los años 2009 y 2010.

110
esta célula eran responsables María de los Ángeles y Dora. Este grupo origi-
nario tendría más adelante una fuerte incidencia en la formación de Monto-
neros en Santa Fe, y su impronta va a dar un carácter particular a los opera-
tivos que analizaremos en el próximo capítulo en tanto las dos mujeres
referentas tendrán una participación activa, aunque diferente en las acciones
armadas.
Con respecto a la Acción Sindical Argentina () su participación fue
confluyendo con la organización de Ateneo, cuyos interlocutores fueron los
hermanos Dante y René Oberlín, este último para  ya formaba parte del
aparato clandestino liderado por Ernst. René pertenecía al sindicato de segu-
ros, mientras que Dante era del gremio de los Gráficos, con vínculos perma-
nentes con Raimundo Ongaro y, por tanto, con la formación de la  de
los Argentinos (Lanusse, :). Por su parte, el vínculo entre  y 
se produjo a través de Antonio Riestra y Dante Oberlín, y el lazo entre estos
dos militantes fue el líder de Ateneo, Mario Ernst.

Como yo era el jetón de la universidad, y Oberlín era el jetón de la  de los


Argentinos, una vez que estaba enfermo yo, me vino a ver a la casa para propo-
nerme un encuadramiento, mirá le digo vamos a tener que hablar de un acuerdo,
le digo nosotros estamos relacionados con la gente del Inti Peredo de allá de Bo-
livia, venía a través de la gente de Córdoba, nosotros ya habíamos hecho algunas
escaramuzas (…) formamos parte de una intención de establecer como puntos
de acuerdo con lo que sucedía en Córdoba con los compañeros de Córdoba y
Santa Fe, hacer una operación con contenidos similares allá y acá. (Juan Marco,
Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Mujeres y varones militantes de estos tres grupos confluyeron y comenzaron


progresivamente un trabajo integrado dando comienzo de la lucha armada del
«Grupo Santa Fe», pero además las articulaciones con el «Grupo Córdoba» ya
habían comenzado con anterioridad a la formación del mismo, lo cual permitió
que al momento de producirse el bautismo público de la organización político–
militar Montoneros, las acciones armadas se desarrollaron con cierto éxito.

111
La opción por la lucha armada

PRT–ERP y Montoneros desplegaron diversas y complejas actividades de masas


—trabajo en barrios, en fábricas y sus asambleas, escuelas secundarias y uni-
versidades—, siendo la base del trabajo político de las organizaciones y expre-
siones consideradas necesarias para la defensa de los sectores populares (Pas-
quali, 2007). Asimismo, ambas organizaciones desde sus orígenes también
plantearon la necesidad de la actividad armada, siendo esta la más conocida
públicamente, ya que fue la vía elegida en un contexto de represión violenta,
donde los canales de participación se encontraban coartados, pero también
movilizados por la situación latinoamericana e internacional, que mostraron
la posibilidad concreta del triunfo socialista a través de la lucha armada como
vía para la toma del poder. De este modo, desde los distintos ámbitos de
intervención política se comenzaron a conformar aparatos clandestinos para
llevarla a cabo.
En tal sentido, nos interesa indagar acerca de dicha opción en los funda-
mentos políticos de las organizaciones estudiadas, y analizar desde los testi-
monios el lugar otorgado a esta actividad durante la práctica militante, para
luego describir su derrotero en la ciudad de Santa Fe, y así poder observar las
particularidades de la acción armada durante los años 1969–1971.
Montoneros, desde su formación, integró en su organización la actividad
política y militar: todo y toda militante que ingresaba sabía y debía realizar
actividades de masas, como ir a repartir volantes en la puerta de la Fiat Con-
cord, así como aprender a empuñar un fusil para participar de algún operativo
armado. Si bien en sus orígenes las células se constituyeron en base a la inser-
ción territorial, política y sindical, progresivamente fueron perfilando la deci-
sión de la acción armada, que para los primeros años no se disociaba de la
actividad política.
PRT–ERP, por su parte, fue la única organización argentina que separó al
partido del ejército revolucionario con el objetivo de que la política dirigiera
al fusil; la articulación con las luchas populares era fundamental, y por esto
también el ERP debía realizar trabajo de masas. Un año después de crear el
ejército, aclaró que todo miembro del PRT lo era del ERP, aunque esta última
organización que tenía su propia inserción social, contaba con combatientes
que no pertenecían al partido (Pozzi, 2001:21).
El balance de la experiencia foquista, en ambas organizaciones, fue deter-
minante para las definiciones políticas de la lucha armada. La experiencia de
la muerte del Che Guevara en Bolivia en 1967 convenció a la militancia
revolucionaria de la necesidad de adquirir mejor conocimiento sobre la acti-

112
vidad y planear de otra manera las estrategias de combate y el espacio donde
se desarrollarían (Gillespie,  []:). En este sentido, los Montoneros,
para , contemplaron la guerrilla urbana como necesaria, debido a que las
luchas populares se libraban en las ciudades más importantes de la Argentina,
como Buenos Aires, Córdoba y Rosario, y en zonas industriales cercanas a
estas donde se concentraba la mayoría de los habitantes.
La particularidad de Santa Fe fue que a pesar de no representar una urbe
industrial, el abanico de propuestas combativas fue diversa y prolífica —Fuer-
zas Armadas Revolucionarias,15 Fuerzas Armadas Peronistas,16 Fuerzas Argen-
tinas de Liberación17 y otros comandos de izquierda y peronista formaron
parte del mismo—, en tanto representaba una de las dos ciudades más impor-
tantes de la provincia que concentraba una considerable población por ser su
centro administrativo, pero además por reunir a tres de las universidades más
importantes de la región como hemos descripto con anterioridad, sin embargo,
una de las particularidades en la zona fue que las primeras tomas tuvieron
lugar en el departamento Las Colonias, situación que desarrollaremos más
adelante. Este contexto propicio para la guerrilla armada habilitó también la
acción del –, quien realizó similares evaluaciones sobre la estrategia a
seguir que Montoneros, planteando una organización donde diferenció la
política de las armas, siendo en la mayoría de los casos, como hemos señalado,
acciones de propaganda, recuperaciones, y tomas. Aunque también el proceso
de definición de la estrategia de guerrilla rural en Tucumán y sus fundamen-
tos políticos e ideológicos en función de la misma aparecieron como una
evaluación viable para aquella época.
Las actividades en los distintos frentes, incluso el militar, fue esencial, y es
por esto que consideramos que los y las jóvenes setentistas en Santa Fe, desde
los primeros ámbitos de participación, aprendieron a comportarse como mili-
tantes, pero ya en un marco de estructura organizativa diferente, donde tam-
bién tuvieron que desaprender algunas reglas y prácticas relacionadas con su
experiencia de clase para adaptarse al ideal revolucionario.
La lucha armada como método fue una actividad que también debieron
aprender, y por más que no hayan participado directamente de las operaciones
armadas —incluso las mujeres lo hicieron en menor proporción—, las acti-
vidades militares no se encontraban disociadas de otras, porque como dice

15. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 26/11/1971.


16. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 1/12/1970.
17. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 15/09/1971.

113
una entrevistada de Montoneros «la lucha político–militar era la única salida
para derrocar a la dictadura».18
Esta es una respuesta generalizada de los testimoniantes de Montoneros
acerca de su opinión respecto a la lucha armada, manifestando que «era la
única salida, no había otras opciones» frente a un contexto local de dictaduras,
donde la mayoría de los y las jóvenes veían coartadas sus libertades de parti-
cipación política; era una insuperable opción o método para derrocar a los
militares, quienes estaban en el poder defendiendo a la clase burguesa nacio-
nal y transnacional, identificada como el enemigo.

Consideraba que era correcta. En ese momento tenía pensamientos muy prima-
rios. Yo pensaba que al que detenta el poder no se lo puede sacar diciendo: «Señor
dueño del poder, deme un poquito de poder para la gente que no tiene». Nunca
me pensé dentro de ese grupo, con capacidad para llevarlo a cabo yo, pero me
parecía que estaba bien, que había que hacerlo, que era la vía, la vanguardia que
había que construir al frente con una identidad que el pueblo tenía en ese mo-
mento. (Silvia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

La lucha armada va a terminar siendo la única salida en el enfrentamiento con el


sistema. La única salida con el enfrentamiento de esos grupos monopólicos es la
implementación de la violencia que a cada actitud defensiva del pueblo imple-
mentaba una reacción cada vez más violenta desde arriba, ¿no? (Raúl, Santa Fe,
//. Militante de –Montoneros)

Y si bien la opción por las armas no fue una decisión fácil, sintiendo en algu-
nos casos que no contaban con herramientas suficientes para llevarla a la
práctica o se tensionaban con sus propias creencias e ideologías políticas, en
general plantean que estuvieron convencidos de que la vía armada era la única
posibilidad.

Generaba todo un debate. Para nosotros la lucha armada no era una opción fácil,
no la pedíamos como una opción. Mucho más, todo un grueso, una gran ma-
yoría, venía del peronismo y del cristianismo, entonces toda esa cuestión de esos
mandatos, de respetar la vida, los mandamientos, el no matar, era muy fuerte.
Planteábamos la lucha armada como una forma de defensa más que de ataque.

18. Entrevista a Silvia, Santa Fe, 24/02/2011. Militante de Montoneros.

114
Y bueno, así nos fue, nos mataron a todos, nos destruyeron. (Julia, Santa Fe,
20/12/2010. Militante de Montoneros)

Yo llego a incorporarme a una organización armada por identidad política, no lle-


go por decir la violencia, la violencia para nosotros fue un nudo gordiano difícil de
resolver porque nosotros no estábamos preparados para ser violentos. (…) el Ne-
gro H* que era el responsable de la JTP acá [hace referencia a Santa Fe], el Negro,
un negrazo, un amigo, me decía siempre que él no podía ir más allá porque tenía
un problema existencial, decía: «Yo no puedo agarrar un arma»; el Negro hacía y
daba todo de sí, y murió en la cárcel de Coronda por falta de atención médica.
Era como que me quería explicar que él no podía llegar a ser revolucionario, y yo
le decía todo lo contrario, que en la revolución cada uno da lo que puede dar, y
él terminó siendo mucho más revolucionario que muchos de nosotros porque él
dio la vida (…) o sea, cumplió toda la escala del revolucionario sin pasar por la
violencia. (Raúl, Santa Fe, 22/02/2010. Militante de FAR–Montoneros)

Este último testimonio, nos permite también reflexionar acerca de los signi-
ficados construidos, de cuáles eran las trayectorias posibles para llegar a encar-
nar a «un buen militante revolucionario». Mientras que algunos y algunas
informantes señalaron que la inserción territorial, política y sindical fueron
las fundamentales, y que la actividad militar fue un proceso paulatino en sus
itinerarios, otras y otros consideraron a esta última como esencial para reco-
nocerse como un buen combatiente.
Por su parte, las entrevistas a la militancia del PRT–ERP también arrojan
conclusiones similares acerca de la importancia de la lucha armada, conside-
rando en general que las vías pacíficas para la transformación se encontraban
agotadas. Carmen comenta que «la lucha armada era la única vía para trans-
formar el sistema, porque en realidad, no veíamos otra alternativa» (Santa Fe,
9/11/2014. Militante del PRT–ERP), en un contexto de represión política, así
como de experiencias revolucionarias que funcionaban como modelos y moti-
vadores.
Asumir la lucha armada significó «pasar del discurso a la acción», el énfasis
de la militancia perretiana estuvo puesto en la práctica militante (Pozzi,
2001:85).

Que los otros hablaban nomás, mientras que la lucha armada se practicaba. Hoy
lo podemos mirar, podemos dar un montón de explicaciones, pero yo trato de
explicarte qué era en ese momento. En ese momento era más un sentimiento
—por lo menos en mi caso— que una decisión política. Veíamos que las orga-

115
nizaciones armadas (que eran el , , , Montoneros, a los que nombrá-
bamos siempre) querían cambiar las cosas, mientras que las otras organizaciones
nos parecía que no, que eran más una charla, sobre todo el . (Flaco, Santa Fe,
//. Militante del –)

Las explicaciones conscientes, los fundamentos políticos e ideológicos, el con-


texto, las experiencias revolucionarias como antecedentes, el agotamiento de
otras vías de participación política, las creencias de que era lo mejor, fueron
definitorias en el proceso que llevó a la opción por las armas. Sin embargo,
las motivaciones personales y afectivas también incidieron en sus decisiones,
si bien en el relato del Flaco se priorizan los sentimientos, consideramos que
lo personal y lo político se entrelazó con una decisión de «hacer». Las emo-
ciones fueron parte de sus elecciones junto con sus convicciones teóricas e
ideológicas; las pasiones y las relaciones afectivas se vieron envueltas con la
práctica política revolucionaria.

No quiero explayarme sobre un tema como si la lucha armada… porque cuando


yo militaba estaba convencida de que era sí, ¿cierto? (…) Me quedo pensando,
un poco resumido, o atropellado el relato, pero particularmente de mi época de
la militancia, yo creo que primó siempre más lo afectivo que lo intelectual. No
sé cómo explicar. Me parece que había como un compromiso más de corazón
que de cabeza, en mi caso particular. No sé si los compañeros, el enredo de mis
hermanos, la familia, todo eso como que me involucré más afectivamente en la
organización, y creo que hasta el día de hoy es así. Yo los siento así. Me siento
muy pegada a aquella época. (Laura, Paraná, //. Militante del –)

Analizar las experiencias de mujeres y varones del – y Montoneros,


atendiendo a la dimensión de la opción por la lucha armada, nos permitió
aventurarnos en los vínculos que se construyeron entre lo personal y lo polí-
tico, deconstruyendo las falsas dicotomías que conducen a interpretaciones
sesgadas acerca de que una prima sobre la otra; por el contrario, las entrevistas
orales nos permitieron visualizar las fronteras difusas entre ambas. Asimismo,
situar estas experiencias en el contexto de una ciudad como la santafesina,
donde en general podría decirse que en su mayoría se conocían, nos permite
explicar que el ingreso a las organizaciones y su funcionamiento estuvieron
fuertemente construidas por relaciones de amistad, familiares y de pareja,
siendo estos vínculos su fortaleza y al mismo tiempo su debilidad producto
de la organización clandestina y compartimentada de sus estructuras, que
dificultaron y limitaron su actividad política y militar frente a la represión.

116
La lucha armada entonces fue la opción y la vía para la toma del poder, en
un contexto arrasado por la represión, donde la muerte era una posibilidad
en los enfrentamientos, aunque anclada en la convicción de que se luchaba
por la vida; sin embargo, hemos encontrado distintas miradas y reflexiones
acerca de la acción militar, que desde el presente nos brindan los testimonios
de militantes del PRT–ERP y Montoneros. Lo cierto es, que en los orígenes de
estas organizaciones en Santa Fe la acción armada se encontraba imbricada
con la militancia de masas, existiendo una línea de continuidad entre distin-
tas actividades políticas y militares, y que, sin dudas, asumir esta última fue
un proceso de difícil resolución, tanto para las mujeres como para los varones,
generando tensiones y decisiones complejas de ser corporizadas.

117
Capítulo 4
Los inicios de las acciones armadas
en Santa Fe (1969–1971)

Hasta aquí hemos realizado un recorrido acerca de las definiciones políticas


del PRT–ERP y Montoneros, donde intentamos establecer las líneas de inte-
gración entre la militancia de masas y la opción de la vía armada; también
tratamos de focalizarnos en una posible genealogía sobre el surgimiento de las
organizaciones armadas, prestando especial atención a las características par-
ticulares que adquirieron en la localidad santafesina. En el mismo sentido, en
este apartado se intenta rastrear los iniciales operativos armados de las orga-
nizaciones estudiadas, para continuar con el mapeo del fenómeno de la gue-
rrilla en Santa Fe. Para esta reconstrucción fueron fundamentales las fuentes
orales, escritas y gráficas; incluso algunas de las imágenes fotográficas fueron
reproducidas a lo largo del capítulo por ser consideradas como huellas «mate-
riales» insoslayables que dan cuenta de la caracterización de las acciones.

Los operativos armados y políticos de Montoneros

A tomar las armas. Comando Eva Perón. La Toma en San Carlos Sud

Un aspecto fundamental de la guerra de guerrillas en su primera etapa fue


precisamente analizar cuáles eran las armas de su oponente, así como sus
costumbres; el suministro más importante para la fuerza revolucionaria se
encontraba en el armamento del enemigo. En este sentido, observamos que
la primera fase de organización de estos grupos se caracterizó por el entrena-
miento militar de sus miembros, así como el equipamiento de armas indis-
pensables para entrar en acción.
Uno de los primeros operativos armados en la región santafesina que pudi-
mos rastrear se produjo el 19 de septiembre de 1969 en San Carlos Sud,1 un

1. San Carlos Sud pertenece al Departamento Las Colonias, es parte de un complejo


espacial constituido por tres núcleos: San Carlos Norte, Sud y Centro. La única fábrica que

119
pueblo ubicado a 48 km al sur de la ciudad de Santa Fe, que consistió en la
toma del polígono del Tiro Federal Argentino–Suizo, llevándose del lugar
varios fusiles y carabinas, para luego dirigirse a la comisaría del pueblo en
busca de los cerrojos y las cajas de proyectiles necesarios para el funciona-
miento del armamento robado.2 El escape fue rápido y certero, utilizando un
automóvil Rambler, recuperado el día anterior en la ciudad de Esperanza y
posteriormente encontrado en la zona de Sa Pereyra (a un poco menos de 50
km de distancia de Santa Fe). Se evidencia que esta acción militar fue minu-
ciosamente preparada y exitosa en su objetivo, duró algunos minutos y requi-
rió una infraestructura sencilla para su realización. Los datos obtenidos arro-
jan la información de que el operativo fue realizado por algunos militantes
ateneístas santafesinos, entre los que se encontraba René Haidar.
La prensa local3 publicó el contenido de los panfletos encontrados, donde
el grupo de militantes se identificó con el nombre del comando Eva Perón,
además de hacer explícita, entre otras cosas, una invitación al pueblo de Cór-
doba, Rosario y Tucumán a tomar las armas para hacer la revolución social en
Argentina. Esta convocatoria, que pretendió establecer redes revolucionarias
con otras regionales, podría hacernos suponer que Santa Fe conformaba un
centro de militancia combativa de una envergadura significativa. Asimismo,
nos muestra el conocimiento y la evaluación que el grupo tenía, en aquel
entonces, de las regiones donde se encontraban los focos del conflicto y la
temprana necesidad de establecer puntos de acuerdo con lo que sucedía en
otras localidades y propiciar operaciones armadas con contenidos similares.
El asalto al Tiro Federal de la ciudad de Córdoba, el 2 de abril de 1969, con
una metodología parecida puede ser considerado un antecedente inmediato.
La acción divulgó las ideas que la sustentaban, funcionando como propa-
ganda política del comando, pero además su capacidad de operar con éxito y
evidenciar la incapacidad de las autoridades para hacerle frente fundó un
precedente de la lucha armada en la localidad santafesina.

se desarrolló en este núcleo fue La Cervecería creada en 1884. Estos pueblos fueron fun-
dados por inmigrantes franceses, suizo–alemanes e italianos a mediados del XIX.
2. El itinerario realizado responde al conocimiento del protocolo adoptado en todo el país,
donde los cerrojos de los fusiles debían permanecer al resguardo en las jefaturas policiales.
3. El Litoral, Santa Fe, 22/09/1969. Nuevo Diario, Santa Fe, 22/09/1969.

120
Despliegue, preparación y sincronización. La Toma de Progreso

Los operativos armados fueron en aumento durante los primeros meses de 1970
en la mayoría de los grupos originarios de Montoneros. Dentro de este proceso
podemos ubicar la Toma de la localidad de Progreso,4 operativo realizado por
dos células del grupo Santa Fe, provenientes del MEUC y del Ateneo Universi-
tario. El vínculo entre estas dos células fue generado por la relación política
que tuvieron Graciela María de los Milagros Doldán, apodada Monina, y
Antonio Riestra, que establecieron los lazos para la actuación conjunta.5
Poco después de las cuatro de la mañana del 25 de febrero de 1970, un grupo
de aproximadamente diez militantes ingresaron a Progreso en tres automóviles,
dos Fiat 600 y una Rambler; dos de ellos se dirigieron a la comisaría, encerra-
ron al cabo a cargo de la guardia y expropiaron armas y uniformes, mientras
que otros cortaron el cable de la Cooperativa Telefónica, única línea transmisora
para todo el pueblo (Hulsberg, 2003:679). El objetivo principal era llevarse el
dinero de la sucursal local del Banco Provincial de Santa Fe.6 La logística fue
impecable, duró menos de una hora y el grupo dividió las tareas necesarias para
buscar las llaves y claves del tesoro, distribuidas entre el personal del banco. La
dispersión fue similar a la Toma de San Carlos Sud, a través de autos por cami-
nos de tierra que les permitió alejarse del escenario de acción en pocos minutos,
evitando cualquier tipo de cerco por parte de la policía.
En la descripción que los empleados del banco realizaron a la policía se hizo
especial referencia a la participación de una mujer: «La mujer medía más o

4. La localidad Progreso es, al igual que la localidad de San Carlos Sud, parte del depar-
tamento Las Colonias de la provincia de Santa Fe. Se encuentra ubicada a sesenta kiló-
metros al noroeste de la ciudad capital. Constituye una localidad colonizada en sus oríge-
nes (1881) por una población mayoritaria de alemanes y suizos y también italianos, aunque
en menor medida. El proceso de modernización y de asentamientos urbanos se comenzó
a producir durante las presidencias de Perón, esto se vio reflejado por ejemplo en la aper-
tura de la sucursal del Banco Provincia de Santa Fe el 1 de agosto de 1955, así como en
la pavimentación de la Ruta 4, unos años más tarde en 1963, permitiendo un camino
rápido y directo a Santa Fe. Para 1970, año en que se produce la Toma, la cantidad de
población era de 1709 habitantes concentrada mayoritariamente en la zona urbana, dato
que nos permite analizar que era un pueblo muy pequeño y si bien el operativo fue arries-
gado, consideramos que implicó un objetivo controlable y que, al estar rodeado de una
zona rural, hizo posible un escape certero (Hulsberg, 2003:277–340).
5. Entrevista de Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2009. Militante de Montoneros. Cristia-
nismo y Revolución, Nº 27, enero–febrero 1971.
6. Nuevo Diario, Santa Fe, 27/02/1970.

121
menos 1,55, de 25 años, rubia con peinado recogido alto. Esta parecía tener
cierto mando porque daba órdenes y manejó uno de los autos».7
Recuperamos esta descripción publicada en el diario matutino de la loca-
lidad de Santa Fe porque nos interesa analizar la relevancia otorgada a la
representación de la única mujer militante que llevó adelante el operativo y
que tenemos conocimiento por nuestros testimonios orales8 que fue María de
los Milagros Doldán. Suponemos que la caracterización minuciosa de los
funcionarios del banco se debió a la extrañeza que les provocó el rol activo y
público de «Monina» Doldán en el combate, que deshacía los estereotipos
tradicionales de mujer. Este tipo de publicaciones fueron muy comunes entre
los primeros años de la guerrilla, siendo la participación de las mujeres excep-
cional, que luego como ya hemos comentado, entre los años 1972 y 1973, la
intervención femenina fue en aumento, generando también algunos cambios
acerca de estas primeras percepciones en los medios gráficos.
La toma de Progreso fue un operativo militar certero que requirió de una
logística adecuada. En relación con esto, la investigación que hemos realizado
nos permite suponer que el conocimiento preciso del lugar se debió a que la
familia de origen de Ricardo Haidar, integrante de la célula ateneísta, por esos
años había abierto una tienda en el lugar (Hulsberg, 2003).
Lo interesante de este operativo en la localidad del departamento Las Colo-
nias es que fue uno de los primeros copamientos que hubo en el país; sin
embargo, no tuvo la trascendencia pública ni simbólica si la comparamos con
la Toma de la Calera realizada cinco meses después, el 1 de julio de 1970, donde
se pueden visualizar algunas similitudes.
La poca trascendencia que tuvo este operativo militar podría ser explicada
desde algunos supuestos: por un lado, la Toma de Progreso, a diferencia de
La Calera, fue un golpe exacto en donde la policía no pudo detener a los
responsables del hecho, ni tampoco identificarlos. Y si bien lo exitoso de la
acción se relacionó con la recuperación material para la revolución del pueblo,
se considera que no tuvo un impacto político y público mayor porque para-
lelamente no se produjo una eficaz propaganda política. Por otro lado, esta
situación permite analizar que el proceso de construcción identitaria del grupo
santafesino se encontraba todavía en ciernes y los vasos comunicantes con el
Grupo Córdoba y Buenos Aires todavía no se habían consolidado, de modo

7. Nuevo Diario, Santa Fe, 27/02/1970.


8. Entrevistas a Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2009 y a Susana, Santa Fe, 24/11/2009.
Militantes de Montoneros.

122
que la organización político–militar Montoneros que se dio a conocer públi-
camente entre mayo y julio de 1970 no reconoce la Toma de Progreso como
antecedente inmediato.
Finalmente podríamos preguntarnos acerca de por qué en las memorias de
la militancia de Santa Fe este operativo no se recupera como significativo en
el proceso de formación de Montoneros en la localidad, siendo una acción
militar realizada con gran despliegue y exitosa en su conjunto, quedando casi
en el olvido.

Operativo explosivos. Tácticas de la guerrilla

Atendiendo a la literatura de la época referenciada por el grupo de militantes


de Montoneros, otro punto débil del enemigo era el transporte por carretera,
siendo prácticamente imposible la vigilancia de los caminos del interior (Gue-
vara, 1960:14). Esta táctica de la guerrilla fue puesta en práctica cuando se
llevó adelante una emboscada de gran audacia y éxito total unos meses después
de la Toma de Progreso. El 22 de mayo 1970, a las 14 horas, se recuperó un
camión con 20 mil 400 kilos de explosivos de Amonita, acondicionados en
602 cajones, que iba desde Rafaela, ciudad ubicada al centro–oeste de la pro-
vincia de Santa Fe y se dirigía al Chocón–Cerros Colorados en la provincia
de Neuquén, por el camino que une Porteña y Freyre, en la provincia de
Córdoba.9
De acuerdo a nuestra investigación, la acción militar fue planificada por al
menos dos grupos de comandos de militantes de Córdoba10 y Santa Fe, y se
podría decir que fue organizada en varias etapas con divisiones de tareas. En
un primer momento, detrás del objetivo principal, recuperar el camión con
dinamita, fueron dos militantes varones en una motocicleta, armados y ves-
tidos con el uniforme de la policía caminera de la provincia de Córdoba los
que detuvieron al chofer del camión y lo condujeron por largas horas. La

9. Parte de la información de los operativos analizados fueron encontrados en el fondo


documental de la Dirección General de Informaciones.
10. Atendiendo a una entrevista realiza a Carlos Fernández, el ex militante de Montone-
ros perteneciente a una célula de la localidad de Río Cuarto, aseguró haber participado
también junto a Juan Antonio «El Negro» Díaz del «operativo explosivos» por su conocimiento
en el manejo de camiones. Evidenciando las redes de comunicación entre localidades,
incluso antes de asumirse con la organización Montoneros. Diario Puntal, Río Cuarto, Cór-
doba, 21/06/2020.

123
segunda etapa consistió en descargar los cajones en una casaquinta de Arroyo
Aguiar11 durante casi tres horas.
Antes de dejar abandonado el camión con el chofer adentro, se realizó una
inscripción en la puerta del mismo que decía Fuerzas Armadas Peronista (FAP),
y se le aclaró al chofer que la acción no se trataba de un robo común sino de
una acción política.12 Debido a la gran cantidad de explosivos, estos debieron
ser trasladados a otras casas operativas ubicadas en Monte Vera y Santo Tomé,
así como a la localidad de Córdoba, y además abrir el juego a otros y otras
militantes, pese a la compartimentada de la acción.
En el operativo participaron algunas células del Grupo Santa Fe que toda-
vía no se habían fusionado con el Grupo Fundador, de modo tal que se
identificaron, para esta acción, con las Fuerzas Armadas Peronistas, pidiendo
previamente permiso para usar el nombre. Esta situación confirma nuestra
hipótesis de que todavía algunas de las células santafesinas del peronismo de
izquierda se encontraban en un proceso de formación de identidad, donde se
gestaron alianzas con otras organizaciones, como la FAP. Desde 1968, Mario
Fredy Ernst y la conducción de la célula clandestina de Ateneo mantenía
frecuentes contactos con la cúpula de la FAP de la regional Córdoba, a través
por ejemplo de instrucciones militares, particularmente con Carlos Alberto
Benegas.13 La idea era unirse a las FAP, pero los conflictos de poder demoraron
el proceso (Lanusse, 2005:118).
Toda operación militar debía asumir sus fundamentos políticos, pero la
construcción identitaria de los grupos originales en Santa Fe era inestable y
fluctuante iniciados los años setenta, y si bien había una identidad dentro del
peronismo revolucionario todavía se encontraban en una búsqueda entre las
diversas opciones de lucha armada peronista. Sobre esto nos comenta Juan
Marco, quien fue uno de los protagonistas del «operativo explosivos».

11. Arroyo Aguiar es una localidad del departamento La Capital de Santa Fe, a poco más
de 20 km de la ciudad de Santa Fe, vinculada al sur con Monte Vera y al norte con Laguna
Paiva.
12. Relato de Adolfo Beltramino, conductor del camión dado a la policía y recuperado
en el Nuevo Diario, Santa Fe, 24/05/1970. Fondo Documental DGI, Parte Nº 102/70, Uni-
dad de Conservación Nº 28; Legajos 5 al 17.
13. Fondo Documental de la Dirección General de Informaciones de Santa Fe (DGI) Parte
Nº 174/70, 10/08/70, Unidad de Conservación Nº 29, Legajos 9/13.

124
fíjate vos por la acción militar por la cual yo caigo [ de febrero de ] que es
el robo de los explosivos, un camión de explosivos, allí todavía no éramos Mon-
toneros y eso fue firmado como agrupaciones peronistas como , o sea tuvo
todo un trámite que hacer para pedirle el nombre prestado a la  (…) y era así
el celo y el resguardo del nombre y de todo el sentido que se le daba políticamente
a un accionar militar era muy fuerte, cosa que esto después se devalúa absoluta-
mente y lo militar prima por sobre lo político pero en ese momento todo lo mili-
tar tenía que ver por cuestiones logísticas o por cuestiones de apoyo político a un
conflicto, gremial, social, lo que fuere, y obviamente el tema del camión tuvo que
ver con una logística un poco exagerada para mi gusto, porque en realidad espe-
rábamos  mil kg y llegaron  mil y como políticamente era incorrecto dejar un
acoplado abandonado nos llevamos todo (…) pero bueno ahí por ejemplo tam-
bién la única que participa fue Monina [se refiere a Doldán], esto fue en la ruta
, el camión iba de Rafaela al Chocón que era un explosivo de seguridad que se
utilizaba para todas las obras del chocón para dinamitar. (Juan Marco, Santa Fe,
//. Militante de Montoneros)

Este fue un operativo de gran envergadura, realizado por un grupo pequeño


de militantes santafesinos que se estaban fogueando y se encontraban bus-
cando su identidad. Incluso en una conversación entre Juan Marco y María
de los Milagros Doldán se pueden visualizar las percepciones diversas al inte-
rior del grupo con respecto a este proceso.

yo me entero que soy Montonero después de que lo secuestran a Aramburu, y


ese día nos cruzamos con la Petisa [hace referencia a Doldán] mira el diario y me
dice «esos somos nosotros» [risas] hay una compañera que una vuelta reescribió
una frase que yo dije que era así ¿no?: «cuando ya éramos no sabíamos lo que
éramos en realidad» pero bueno también la fundación del nombre se da clandes-
tinamente, obviamente después se asume de otra manera, pero la aparición del
nombre es clandestino, la aparición del nombre de Montoneros estaba reservada
a un grupo inicial, fundador, que la conjunción de Santa Fe, Córdoba y Buenos
Aires. (Juan Marco, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Mientras tanto esta acción comenzó a ser investigada por la policía y las Fuer-
zas Armadas al considerarla de alta peligrosidad. El General de División Gui-
llermo Sánchez Almeida fue quien se ocupó especialmente del caso. Al interior
de las células, la situación provocó que las condiciones de seguridad fueran
extremadas, y entre otras cosas las citas comenzaron a ser contactos visuales.

125
El operativo fue un gran esfuerzo de combinación y acuerdos entre comandos
entre las localidades de Córdoba y Santa Fe, pero también es importante tener
en cuenta que la recuperación de explosivos, fuente de combate imprescindible,
fue un gran logro para la fase primaria de la organización en Santa Fe.

Un tropezón no es caída. El copamiento al Hospital Italiano

Dos meses y medio más tarde del «operativo explosivos» que había sido todo
un éxito, se produjo otra acción político militar en el Hospital Italiano de
Santa Fe y Colonias14 el 31 de julio de 1970. Esta acción, de acuerdo a nuestra
investigación, fue realizada por un grupo de militantes protomontoneros que,
en horas de la mañana y luego de cortar el cable del teléfono, recuperaron dos
maletines con dinero del salón del Consejo Directivo del Hospital.
La acción fue planificada por dos células cuyos principales referentes fueron
los santafesinos Héctor Vicente Rosso15 y Fred Mario Ernst,16 entre otros
como Juan Carlos Meneses, Carlos Vaca Narvaja y Raúl Yaguer,17 quienes
previamente habían realizado un operativo para recuperar autos de un garaje,
necesarios para la toma del Hospital.18
Como respuesta a esta acción se produjo un gran despliegue policial de
investigación y búsqueda de los implicados, con doscientos efectivos de la
policía, razias en diversas zonas de la ciudad y de localidades vecinas, incluso
se utilizó el avión del Gobierno de la provincia. La policía siguió la pista de

14. El Hospital Italiano de Santa Fe y Colonias fue inaugurado en 1892, por la comuni-
dad italiana y abierta al público en general. Se ubicó en un terreno en calle Dr. Zuviría, que
para el año 1970 podría decirse que se encontraba alejado del centro de la ciudad.
15. Héctor Vicente Rosso al momento de su detención tenía 29 años de edad y al igual
que Mario Ernst tuvo contacto político con Johh Willian Cooke, permitiéndole viajar como
veedor en la Conferencia de OLAS en La Habana, Cuba. En la isla recibió cursos de ins-
trucción y de regreso a Santa Fe, a fines de los años sesenta, obtuvo también formación
militar de Carlos Alberto Banegas, militante de izquierda quien permaneció un tiempo clan-
destino en la localidad. Fondo Documental de la Dirección General de Informaciones de
Santa Fe (DGI) Parte Nº 174/70, 10/08/70, Unidad de Conservación Nº 29, Legajos 9/13.
16. Fredy Ernst fue un militante estudiantil de Ateneo Universitario, entre el año 1967
y 1968 viajó a Cuba donde se formó militarmente. Al momento de su detención tenía 28
años y trabajaba como docente de química en la Universidad Nacional del Litoral.
17. Nuevo Diario, Santa Fe, 1/08/1970; 2/08/1970; 3/08/1970. Diario La Nación, Bue-
nos Aires, 10/08/1970.
18. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 11/08/70.

126
un portafolio olvidado en el hospital que contenía, entre otras cosas, una
libreta de enrolamiento. Héctor Rosso fue descubierto unas horas más tarde
del operativo, escondido en el entretecho de una casa ubicada en un barrio
céntrico de la ciudad de Santa Fe, cuyo dueño era Torcuato Echaniz de 25
años de edad de profesión procurador y escribano, aunque este último no se
encontraba en la casa. Horas más tarde, también fue descubierto el otro jefe
del operativo, Fred Mario Ernst, encontrado cerca de su casa donde convivía
con su esposa y sus dos hijos.
El objetivo de esta acción, según lo analizado por Lucas Lanusse, fue recu-
perar dinero necesario para cubrir gastos de la militancia clandestina del Grupo
Córdoba que se encontraba alojado en la ciudad, luego de casi un mes de la
caída de La Calera (Lanusse, 2005:213). El Grupo Santa Fe debió entonces
propiciarles documentación, alojamiento, autos, pero fundamentalmente
dinero, que luego serviría para comprar o alquilar casas y otras necesidades
para la subsistencia. Podríamos suponer que la necesidad y la urgencia de
obtener dinero para sostener al grupo cordobés de Montoneros los condujo
a tomar la decisión de realizar dicho operativo, donde quizás se hubiera espe-
rado que se recuperaran insumos hospitalarios. El operativo armado descrito
nos permite analizar, por un lado, que fue una acción del grupo Santa Fe que
se encontró con la imperiosa necesidad de unir fuerzas entre grupos locales
para lograr su objetivo siendo una acción reparadora. Esto se evidencia en que
la misma no fue comunicada como se hacía habitualmente, es decir, a través
de intervenciones en las paredes o comunicados enviados a los medios gráficos.
Y por otro lado, que si bien sus referentes tenían formación política y militar,
como Héctor Rosso y Mario Ernst, quienes habían viajado a formarse en
Cuba, y que incluso Carlos Alberto Banegas19 había oficiado de instructor
militar, la política de compartimentación, seguridad y clandestinidad todavía
no se había desplegado plenamente. Sin embargo, las fuerzas de seguridad no
pudieron establecer relaciones entre este comando y otros grupos por fuera
de Santa Fe, ni siquiera que se trataba de uno de los grupos originarios de
Montoneros de la localidad.20 En este sentido, es importante analizar que el
proceso de unificación de la organización político–militar en Santa Fe todavía
no se había consolidado.

19. Carlos Alberto Banegas al momento del operativo se encontraba preso en la Unidad
2 Penitenciaria denominado «Las Flores» por su cercanía al barrio homónimo del norte de
La Capital.
20. Diario, El Litoral, Santa Fe, 4/08/1970.

127
La casa quinta de Arroyo Aguiar de Juan Marco, que devino en una casa
operativa, fue uno de los lugares utilizados para el asentamiento que se con-
virtió por momentos en un territorio peligroso debido a la llegada de nume-
rosos grupos. Acerca de IRMA, denominación del territorio operativo, nuestro
informante nos comenta lo siguiente:

prácticamente nos queda en la clandestinidad casi toda la columna —se refiere


a la célula ateneísta— más los de Córdoba, por lo tanto toda la logística nuestra
se centra en tener compañeros que venían de Córdoba, teníamos una casa que la
llamábamos en joda IRMA, Instituto de Rehabilitación Montoneros Argentinos
porque ahí pasaron la primer [a] purga, en un momento llegaron a haber 17 per-
sonas adentro de la casa, entendés, y a un boludo se le escapó un tiro (…) junto
con eso teníamos el traslado de los explosivos. (Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2009.
Militante de Montoneros)

Hasta el momento, se podría decir que, pese a algunos errores tácticos, las
operaciones fueron planeadas meticulosamente y eso se evidenció en el éxito
de las mismas. Sin embargo, la acción que se realizó en el Hospital Italiano
de la ciudad de Santa Fe no tuvo los mismos resultados, situación que condujo
a la clandestinidad a casi toda la columna de Ateneo, que, sumada a la de los
grupos de militantes de Córdoba —luego del descalabro producido por el
fracaso de la Toma de La Calera y a la necesidad de seguir trasladando explo-
sivos— la situación se volvió de extrema peligrosidad.
En síntesis, desde aproximadamente septiembre de 1969 hasta agosto de
1970, se produjeron cuatro operativos de gran magnitud y logística en Santa
Fe y sus alrededores. Si tenemos en cuenta lo descripto de las operaciones
armadas, podríamos caracterizarlas como típicas acciones de guerrilla, «muerde
y huye, espera y acecha, vuelve a morder y huir» (Guevara, 1968:9). El factor
sorpresa, la poca fuerza del enemigo, la rapidez para concentrar, golpear y
dispersarse, fueron los principios claves de la metodología armada para lograr
el éxito. Estas acciones de «comandos» se desarrollaron fundamentalmente
para recuperar armas, explosivos y dinero necesarios para la infraestructura de
la guerrilla, y simultáneamente fueron operativos de propaganda política
donde se dieron a conocer los objetivos de la guerra revolucionaria, alentando
al pueblo como el único destinatario de poder.
Los copamientos de San Carlos Sur y de Progreso fueron realizados en zonas
alejadas de la ciudad de Santa Fe, en pueblos de colonias de inmigrantes. La
característica de elegir blancos relativamente aislados, pequeños y fáciles de

128
incomunicar tuvo entre sus objetivos concentrar y dispersar con facilidad y
rapidez.
Lo importante fue que ambos copamientos tuvieron gran éxito generando
seguridad y fortaleza entre las células del Grupo Santa Fe, que se estaban
fogueando en el camino de la guerra revolucionaria. Asimismo, si se observa
en el mapa de Santa Fe los puntos o zonas de acción guerrillera, podríamos
suponer que se estaba intentando construir un cerco, rodeando al adversario
ubicado aparentemente en la capital santafesina. Incluso las casas operativas,
situadas a las afueras de la ciudad —Santo Tomé, Monte Vera y Arroyo
Aguiar— darían cuenta de esta posibilidad.
El proceso de fortalecimiento de los grupos originarios de Santa Fe, que
luego formarían Montoneros, se vio detenido por la caída de una columna
importante de militantes, especialmente los que venían de la célula ateneísta y
su responsable regional. Durante todos los meses siguientes a la acción del
Hospital Italiano, desde agosto de 1970 a febrero de 1971, hay una ausencia de
operativos de la magnitud y logística como hasta el momento realizados. Esto
daría cuenta de que los esfuerzos estuvieron concentrados en contener a los
grupos que venían de Córdoba y los que habían pasado a la clandestinidad en
Santa Fe, evidenciando la importancia de las redes políticas y sociales tejidas
unos años antes entre los distintos grupos originarios, y del valor otorgado a
la localidad como destino confiable y propicio para la militancia política.
Este fue un período de entre siete y ocho meses en el que el Grupo Santa
Fe focalizó su esfuerzo en reorganizarse a sí mismo; aunque no permanecieron
inactivos, sus acciones político–militares se concentraron en continuar con la
propaganda política. Estas consistieron en la colocación de bombas en distin-
tos blancos determinados de la ciudad de Santa Fe, especialmente durante el
mes de octubre de 1970 donde estallaron más de diez bombas.21 Recordemos
que la militancia de la célula que recuperó los explosivos todavía no había sido
descubierta, por tanto, tenían alojadas en las casas operativas una gran canti-
dad de cajas de explosivos que, sumado al conocimiento de construcción de
bombas de algunos ingenieros químicos, facilitó este tipo de acciones tácticas.
A diferencia de los otros operativos analizados, el objetivo principal de estas
acciones fue elegir blancos que muchas veces representaban a personas o luga-
res que simbolizaban el antiperonismo o el imperialismo o simplemente venían
del campo antipopular (Lanusse, 2007:13). Haciendo un relevamiento de las
explosiones en los distintos lugares de la ciudad de Santa Fe durante el período

21. Nuevo Diario, Santa Fe, 8/10/1970.

129
de 1970 y 1971, se observa que todas ellas fueron de bajo impacto, produciendo
solo algunos daños materiales.

Viva los Montoneros, viva la lucha.


El Grupo Santa Fe se autodefine como Montoneros

El 11 de febrero de 1971, la Unidad Básica de Combate Eva Perón coloca nueve


bombas en la comisaría 10º de Santa Fe, que estaba en proceso de construc-
ción, haciéndolas estallar a las 3.15 de la madrugada.22 Esta acción armada se
la adjudicó Montoneros dejando un comunicado debajo del asiento de un
confesionario de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen. La notificación llegó
a la prensa local del Nuevo Diario a través de un llamado anónimo indicando
las coordenadas para su búsqueda.23
Lo interesante de este operativo es que, por un lado, a través del comuni-
cado, el Grupo Santa Fe por primera vez se autodefine y se identifica con
Montoneros, realizando de este modo el ritual del nacimiento público y mar-
cando el comienzo de una nueva etapa, que implicó la confluencia definitiva
a la organización político–militar. Es significativo que este inicio bautismal
del grupo Montoneros de Santa Fe se de a conocer a través de un comunicado
ubicado estratégicamente en un espacio del templo cristiano donde se confie-
san los pecados. Y por otro, se hicieron explícitos los motivos de la acción
realizada a favor del «pueblo y con el pueblo», así como el cuidado, prevención
y disposiciones de seguridad que se tuvieron en cuenta para evitar cualquier
accidente y su crítica al blanco elegido anunciado en un grafiti en las paredes
que decía: «Construyan escuelas, no Comisarías».24
Pese a esta acción iniciática de Montoneros, que dejó conmocionada a la
sociedad santafesina, unos pocos días después, el 17 de febrero de 1971, se
produce la caída de la célula con mayor operatividad hasta el momento del
Grupo Santa Fe. «Jaque a los Montoneros. Fue capturado el mayor arsenal de
la guerrilla urbana»,25 fue uno de los titulares de los diarios santafesinos que
durante días le dedicaron páginas completas al proceso de allanamiento, des-

22. Cristianismo y Revolución Nº 28, abril de 1971; El Litoral, 11/02/1971.


23. Nuevo Diario, Santa Fe, 12/02/1971; Cristianismo y Revolución Nº 28, abril de
1971.
24. Nuevo Diario, Santa Fe, 12/02/1971.
25. Titular de la primera página del Nuevo Diario, Santa Fe, 19/02/1971.

130
cubrimiento de explosivos y detención de un grupo de tres mujeres y dos
varones militantes.
La inteligencia policial siguió por meses las pistas del camión de explosivos,
en ese proceso fueron descubiertas dos casas operativas ubicadas en zonas
quinteras de la ciudad, Monte Vera y Arroyo Aguiar. En el allanamiento
policial fueron secuestrados una gran cantidad de explosivos, sogas, planos
del Centro Cívico (en proceso de construcción y ubicado en la zona sur de la
ciudad), armas, entre otras pertenencias.
Entre el grupo de militantes detenidos existían vínculos sexoafectivos y
familiares: Dora y su hermano Antonio; Rodolfo y Nora que formaban pareja
y María Ester, esposa de Antonio, quienes tenían un hijo de unos pocos meses,
quedando el grupo en su totalidad a disposición del Poder Ejecutivo Nacional
(PEN).
Esta caída, pese a todo, no detuvo la acción revolucionaria de Montoneros
en Santa Fe. Un mes más tarde, el 18 de marzo de 1971, se realizó el copamiento
de la manzana donde se encontraba el Club del Orden, emblema de la aris-
tocracia santafesina. El operativo fue una acción sorpresa de un grupo de
aproximadamente treinta militantes —de los cuales un tercio eran mujeres—
que avanzaron desde cuatro direcciones diferentes hacia el blanco elegido,
haciendo estallar numerosas bombas de estruendo, armando barricadas para
detener el tráfico y arrojando bombas molotov en el hall del club que provo-
caron algunos incendios. La acción no duró más de unos minutos, pero antes
de dispersarse escribieron en las paredes «Viva los Montoneros», «Viva la
lucha» y arrojaron volantes de propaganda política cuyo texto decía lo
siguiente:

Las luchas que el pueblo retomó en 1955, se ven prolongadas en la resistencia pe-
ronista en las huelgas de 1954, en La Calera, el Cordobazo, el Rosariazo y, en la
que libra hoy toda clase trabajadora en pos de la definitiva liberación nacional y
social de nuestra patria. ¡FIAT–MONTONEROS, en la lucha van primeros!!! ¡POR
UNA PATRIA JUSTA, LIBRE Y SOBERANA!!!!26

El comunicado fue contundente si tenemos en cuenta que recuperó el proceso


de lucha del movimiento obrero en general y de dos momentos cruciales del
mismo: explicitó el reconocimiento del legado histórico de la política clasista
argentina, y al mismo tiempo demostró la importancia otorgada a la militan-

26. Nuevo Diario, Santa Fe, 19/03/1971.

131
cia política en los frentes de masas y sus cruces entre el movimiento estudian-
til y obrero peronista en Santa Fe, manifestando de este modo que la guerrilla
no fue un fenómeno aislado en el contexto santafesino.
La intervención en las paredes externas del Club del Orden a través de
pintadas fue una parte constitutiva del operativo realizado, que daría cuenta
de una acción de denuncia y protesta, al igual que otras que veremos más
adelante. Pero también las pintadas fueron utilizadas como herramienta comu-
nicativa de visibilización social, fue un modo de dar a conocer la identidad
de aquellos grupos revolucionarios que deseaban perpetuar su mensaje político
a las masas, tensionando la norma relacionada con la ocupación indebida del
espacio público, especialmente en un contexto represivo donde la modalidad
de acción posible fue particularmente a través de actos relámpagos.

Imagen 1. Pintadas en los muros del


Club del Orden «Viva los Montoneros»,
Nuevo Diario, Santa Fe, 19/03/1971.

El análisis de esta acción nos permite reflexionar que Montoneros, para los
primeros meses de , se encontraba fortalecido a nivel político y militar,
demostrando su inserción de masas en la empresa automotriz más importante
de la zona. Es decir, que al compás del accionar militar que se fue produciendo
en Santa Fe, también se apostó a un proceso de trabajo en los frentes de masas
evidenciando la confluencia de una militancia política y militar.

132
Algunas investigaciones hasta el momento (Lanusse, 2007; Bedini, 2013)
consideran que desde octubre de 1970 hasta agosto de 1971 Montoneros se
encontraba en crisis, ya que no se destacó por acciones frecuentes, con excep-
ción de la Toma de San Jerónimo Norte, donde hace su reaparición. Sin
embargo, y antes de abordar este último operativo, consideramos importante
matizar esta afirmación, en tanto es menester dar cuenta de que, si acercamos
el zoom y revisamos los antecedentes de acciones armadas en Santa Fe, la
periodización varía en algunos meses, siendo un momento de impasse desde
agosto de 1970 cuando cayeron algunos militantes en el operativo del Hospi-
tal Italiano, hasta febrero de 1971. A principios de este año, Montoneros se
encontraba fortalecido en la localidad, pese a la caída de una de las células,27
siendo una regional consolidada quizás no en términos de número de inte-
grantes pero sí en capacidad logística y organizativa. Posiblemente esta forta-
leza de Montoneros en Santa Fe condujo a llevar adelante el operativo con
mayor despliegue y espectacularidad, a casi un año de la Toma de La Calera
y a unos pocos kilómetros al oeste de la capital santafesina.

El pueblo con las armas en la mano. La Toma de San Jerónimo Norte

El 1º de junio de 1971 se produjo un operativo armado de gran magnitud en


San Jerónimo Norte,28 localidad ubicada a solo 39 km al oeste de la ciudad
capital de Santa Fe. Su población, mayoritariamente de inmigrantes suizos,
tenía costumbres conservadoras y tradicionales con una construcción política
mayoritaria antiperonista, representada no solo a través de símbolos puntuales
como el izado de banderas luego del golpe de la Revolución Libertadora en
1955 y el derrocamiento de Perón, sino también en su historia electoral (Bedini,
2013:12). Esta impronta local nos permite iniciar el análisis de esta acción
atendiendo al simbolismo político que particularmente tuvo la toma.
El copamiento comenzó en la madrugada, alrededor de la una, cuando un
grupo de militantes recuperó de un garaje de la ciudad de Santa Fe cuatro
automóviles y material bélico de la armería que comunicaba con el mismo.

27. Los resultados de la caída de militantes del «operativo explosivos» provocó que la
célula del MEUC quede casi en su totalidad inactiva. La única que continuó operando fue
María de los Milagros Doldán, que viajó a Chile y luego a Córdoba. Aunque también que-
daron presos algunos militantes del grupo ateneísta luego de la toma del Hospital Italiano.
28. Localidad del Departamento Las Colonias, como San Carlos y Progreso, que para la
época contaba con 4500 habitantes aproximadamente.

133
Los grupos de militantes ingresaron a San Jerónimo Norte en uno de los
automóviles que se ubicó en el ingreso controlando los accesos, mientras que
los otros tres siguieron viaje hacia el centro del poblado. Allí se dividieron en
subgrupos, dos de ellos se dirigieron a la central telefónica, pero el ingreso les
fue denegado por el guardia de seguridad. Mientras tanto, dos militantes, una
mujer y un varón, se dirigieron a la comisaría donde se encontraban un oficial,
un cabo y un soldado conscripto, encargados de custodiar los 26 fusiles utili-
zados en el Tiro Federal Argentino. La estrategia que se utilizó para lograr que
los miembros de las fuerzas armadas les abrieran la puerta fue reconstruida de
manera muy similar a la Toma de La Calera realizada poco tiempo atrás en
Córdoba. La mujer golpeó la puerta pidiendo ayuda porque había sufrido un
accidente en la ruta, el engaño surtió el efecto esperado, pero cuando la iban
a dejar ingresar, según los testimonios, apareció «un joven, alto, delgado con
bigotes y una mirada penetrante, y armado»29 y le exigió que se rindieran. A
los segundos, ingresó otro grupo, por la puerta trasera que redujo a todo el
personal.
Es interesante advertir aquí cómo la feminidad jugó un papel significativo
en el operativo, utilizando como estrategia para la acción al cuerpo femenino
que sirvió de señuelo para atraer y neutralizar a la vez a los efectivos militares
masculino (Manzano, 2017:317).
La particularidad de esta acción es que se tomó completamente el edificio
del Centro Cívico que concentraba las sedes de la Comuna, la comisaría y el
juzgado de Paz, a lo que se sumó la sucursal del Banco Provincia de Santa Fe.
La prensa local, a más de un año de la Toma de Progreso, volvió a describir el
rol de la única mujer que participó del operativo, que tenía a su cargo a un
grupo de militantes y quien, según los testimonios, se encontraba armada con
una ametralladora, dando órdenes terminantes.
La Toma no duró más de una hora, y antes de emprender la retirada se
pintaron grafitis de propaganda política en las paredes exteriores del banco,
que decían: «Viva la Patria»; «Perón o Muerte»; «Montoneros VP».

29. Nuevo Diario, Santa Fe, 2/06/1971.

134
Imagen 2. Fachada del Banco Provincia
de San Jerónimo Norte. Nuevo Diario,
Santa Fe, 2/06/1971.

Al interior de la comisaría también fueron realizadas pintadas que decían:


Comando Eva Perón, «Por una patria justa, libre y soberana» y Comando
Ramus y Abal Medina, dando a conocer públicamente que la Toma de San
Jerónimo fue una acción combinada de varias Unidades Básicas que además
tenían un gran conocimiento de la zona. Aquí observamos cómo la metodo-
logía de comunicación pública se reiteró a través de pintadas como parte del
itinerario del operativo armado y político.

135
Imagen 3. Comuna de la localidad
de San Jerónimo Norte. Nuevo Diario,
Santa Fe, 2/06/1971.

Imagen 4. Frente de la comisaría


de San Jerónimo Norte. Nuevo Diario,
Santa Fe, 2/06/1971.

136
Del copamiento no solamente recuperaron el dinero del banco y fusiles de
la comisaría —pertenecientes al Tiro Federal—, sino también sellos, carnet
de conducir, estampillas, un amplificador y patentes de automotores. Al
momento de la huida por la ruta que conduce a Córdoba, sembraron el
camino de clavos «miguelitos».
En este operativo también se dejó un comunicado entre las rejas de otra
iglesia, esta vez la Santo Domingo, ubicada en el barrio sur de la ciudad. En
el mismo se reconoció la ocupación de la localidad de San Jerónimo Norte
por Montoneros y se asumieron los fundamentos de una guerra revoluciona-
ria del pueblo desarrollada contra los gorilas, vendepatria, pero también contra
«los peronistas de traje y sillón», aludiendo a la burocracia política y sindical
del Movimiento. Aquí encontramos por primera vez en un comunicado los
debates en torno al peronismo y la postura asumida por Montoneros en la
localidad, en tanto se percibe una posición cercana a la Tendencia Revolucio-
naria (Lanusse, 2005:255), manifestando algunas diferencias irreconciliables
al interior del movimiento. Asimismo, destacamos particularmente aquello
que analizamos en el capítulo anterior sobre el «Evitismo» de Montoneros, en
tanto se observa cómo Evita, símbolo del peronismo, fue reapropiada para la
Toma de San Jerónimo Norte como vanguardia armada, destacando una espe-
cial consigna: «Evita misma iluminó el camino, no mendigó derechos de
rodillas, sino luchando y de pie, como luchan los pueblos que quieren ser
libres».30
A continuación, mostramos la imagen del comunicado, uno de los pocos
que hemos encontrado en los diarios de la época, que se reprodujo a través de
una fotografía y no solamente de la transcripción del mismo.

30. Nuevo Diario, Santa Fe, 2/07/1971.

137
Imagen 5 .Facsímil parcial del
comunicado que «Los Montoneros»
hicieron llegar en la víspera a Nuevo
Diario. En el Fondo Documental de la
Dirección General de Informaciones de
Santa Fe (DGI) Parte Nº 1311/327,
3/06/71, Unidad de Conservación Nº
31, Legajos 2/ 3. Firmado por el Cap.
Rondello Barbaresi.

Es de destacar que este es el único operativo donde se evidenció un trabajo


colaborativo entre tres Unidades Básicas. Los militantes Fernando Abal
Medina y Carlos Ramus fueron miembros del Grupo Fundador de Monto-
neros, participaron, entre otros operativos, en la Toma de la Calera. La memo-
ria de estos combatientes caídos casi un año antes en Buenos Aires son recu-
perados como símbolo del guerrillero heroico en los nombres de los comandos
que realizaron la toma.
La Toma de San Jerónimo Norte por Montoneros, sumado al secuestro
del cónsul británico honorario y gerente de la planta Swift, Stanley Sylvester,
en Rosario por el – unos diez días antes, el  de mayo de , gene-
raron una preocupación particular sobre la provincia de Santa Fe, siendo uno
de los temas centrales a discutir en la reunión de la junta de comandantes en
Jefes, donde se resolvió tomar medidas complementarias para contrarrestar la

138
«subversión».31 En la ciudad, la policía, sumada al personal de Coordinación
Federal y a otras organizaciones de seguridad de la Nación, llevaron adelante
una intensa búsqueda. Luego de varios allanamientos, el 3 de junio de 1971,
la policía detuvo a una pareja de Montoneros en su domicilio: Víctor Hugo
Iribarren, de 28 años, estudiante de Ingeniería Química y María Alejandra
Niklison de 22 años. En la casa operativa encontraron armas, guantes, bolsas
de plástico, brazaletes elásticos con las insignias «P.V. Montoneros», un alicate
para cortar alambre, cuchillos, linternas, un bigote postizo negro, sogas, capu-
chas de tela, mapas viales, una máquina de escribir, entre otras pertenencias.32
Otra pareja fue detenida también, la de Héctor Pedro Busso de 27 años y
Mabel Cristina Iglesias.33 Poco después, el 29 de agosto del mismo año, es
detenido Agustín Cambiasso, en otra casa operativa, donde se secuestraron
además documentos relacionados con la Toma de San Jerónimo Norte.34
Hacia finales de agosto 1971, varios y varias integrantes de Montoneros en
Santa Fe se encontraban en la cárcel, y si bien todavía no se había producido
ninguna muerte entre la militancia, se comenzó a vislumbrar el inicio de las
denuncias de familiares por maltratos, vejaciones y tortura en las cárceles.35

La justicia del Pueblo. Últimos operativos del año 71 en Santa Fe

Luego de la Toma de San Jerónimo Norte, y a pesar de que algunos militantes


santafesinos cayeron en esta acción, Montoneros siguió operando en Santa Fe.
Hasta el momento tenemos datos de bombas colocadas en distintos lugares
de la ciudad y aunque ninguna haya sido firmada directamente por Monto-
neros, podemos suponer que varias de ellas venían de este grupo, además de
otros que ya estaban operando en la ciudad, como FAR, FAP, FAL y ERP.

31. Nuevo Diario, Santa Fe, 26/05/1971; 27/05/1971/; 28/05/1971; 29/05/1971 y


31/05/1971.
32. Nuevo Diario, Santa Fe, 3/06/1971; Fondo Documental de la Dirección General de
Informaciones de Santa Fe (DGI) Parte Nº 3057, 02/06/71, Unidad de Conservación Nº
31, Legajos 1/3.
33. Diario, El Litoral, Santa Fe, 06/06/1971.
34. Unos días después, entre el 2 y el 3 de junio de 1971, Osvaldo Agustín Cambiasso
fue detenido luego de una persecución cerca de Laguna Paiva. Edmundo Jerónimo Can-
dioti, fue apresado en la localidad de Los Córdobas, departamento Cruz Alta en la Provincia
de Córdoba, por dos policías. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 3/06/1971.
35. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 09/06/1971; 29/08/1971; 30/08/1971;
02/09/1971.

139
Solamente disponemos datos de la colocación de una bomba en la casa del
Ingeniero Isidoro Dolinsky, el 20 de junio de 1971, acción realizada por la
Unidad Básica de Combate Emilio Mazza.36 Aquí aparece la participación de
otro comando, que recupera el nombre de uno de los militantes cordobeses
que dirigió la Toma de la Calera y que murió en un enfrentamiento militar.
Durante los meses siguientes, en un contexto de transición hacia una salida
electoral que se enmarcó en el denominado Gran Acuerdo Nacional (GAN),
que suponía generar algunos compromisos entre las Fuerzas Armadas y dis-
tintas coaliciones políticas y sociales, se produjeron en la ciudad virulentos
enfrentamientos estudiantiles,37 dentro de los cuales se encontró el conflicto
en el ámbito de la UNL, «la huelga del comedor», en julio de 1971, que duró
varios meses y consistió en la suspensión de clases y mesas de examen en las
sedes santafesinas (Dejón, Diburzi, Vega, 2017:140).
Desde el mes de junio de 1971, después de la Toma de San Jerónimo Norte,
hasta septiembre del mismo año, no hay registros de operativos de gran mag-
nitud; sin embargo, se produjeron dos acciones que requirieron de una logís-
tica y preparación significativa.
La primera de estas acciones tuvo lugar el 27 de septiembre, donde se pro-
dujo la ocupación de la casa de Roberto Tabisi, Jefe de la planta Tool Research.
Esta empresa de origen estadounidense se instaló en Argentina con una de sus
plantas ubicada en Sauce Viejo, aproximadamente durante agosto de 1960,
momento en que se comenzó a instalar y a construir la fábrica. Sus plantas
produjeron engranajes, cajas de velocidad, bulonería milimétrica, vidrios inas-
tillables, y galvanoplastia (cromados).38
El operativo comenzó a la mañana temprano, en la casa del director de la
industria local. Durante la ausencia de sus ocupantes, ingresaron al domicilio
dos militantes que esperaron en el living a la esposa de Tabisi. Allí recuperaron
recibos de impuesto inmobiliarios, documentos de bancos, armamento y
dinero, para luego, antes de huir en un automóvil donde los esperaban dos
militantes armados, pintaron con aerosol las paredes: «P.V. Montoneros».
El operativo fue planificado por dos Unidades Básicas de Combate, Anto-
nio Díaz y Sabino Navarro,39 quienes además dejaron un comunicado dirigido

36. Cristianismo y Revolución, Nº 30, septiembre de 1971; Estrella Roja, Nº 4, julio de


1971.
37. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 3/8/1971.
38. Diario, El litoral, Santa Fe, 08/10/1960.
39. De los nombres de los comandos Montoneros uno de ellos se autodenominó Sabino
Navarro, obrero metalúrgico con una participación importante en la lucha sindical, que

140
al Nuevo Diario en la intersección de dos calles del centro de la ciudad. En
este comunicado se manifestó la sentencia del Tribunal del pueblo a Tabisi
por varios cargos que se relacionaron con: la suspensión, despidos injustos,
humillaciones y maltratos, por tomar empleados, explotarlos, no efectivizarlos
y despedirlos sin indemnización.
Una vez más, al igual que con los obreros de la FIAT, Montoneros se iden-
tificó con el pueblo y especialmente con la clase obrera, en este caso de Tool
Research.
El objetivo de esta acción armada fue hacer justicia del pueblo; el jefe de la
planta fue identificado como abusador y explotador de los trabajadores. El
ajusticiamiento fue simbólico, siendo una acción de advertencia frente a sus
actos de crueldad, no produciéndose ninguna ejecución.
La segunda de estas acciones fue el copamiento al Banco Provincia de Santa
Fe, en el barrio Barranquitas, ubicado al norte de la ciudad. El «operativo
banquito»40 fue realizado el 16 de noviembre a las 11.30 horas de la mañana,
no duró más de unos minutos. Al día siguiente y con aviso al Nuevo Diario,
dejaron un comunicado dentro de una maceta en una de las avenidas de la
ciudad.
La particularidad del operativo es que fue realizado conjuntamente entre
tres organizaciones armadas: Montoneros, FAP y FAR. El comunicado informó
acerca de la importancia de la unidad, coordinación y la lucha conjunta entre
las Organizaciones Armadas Peronistas (OAP). Los comandos Montoneros

construyó redes de contacto en Córdoba, principalmente con distintos comandos peronis-


tas, hasta que a principios de 1969 constituyó junto a otros y otras militantes una célula
armada que luego fue parte de uno de los grupos originarios que formaron la organización
político–militar Montoneros, llegando a ser Jefe de la organización luego de la muerte de
Abal Medina. Según el relato de Jorge Alberto Cottone, un militante santafesino que estaba
junto a él, mientras eran perseguidos por la policía en la ciudad de Río Cuarto, luego de
un operativo realizado el 22 de julio de 1971, cuyo objetivo era recuperar un auto para
llegar a la ciudad de Córdoba y sumarse a una Huelga de la Fiat, Sabino o «El Negro» como
le decían, fue herido, por lo que decide no continuar y ordenarle a Cottone que se escape
para salvarse, para luego quitarse la vida antes de ser apresado, el 28 de julio de 1971
(Carreras, 2003:138). En este mismo operativo cae José Antonio «El Negro» Díaz, traba-
jador obrero que pertenecía a una célula en la localidad de Río Cuarto (Córdoba) y quien
murió en el mismo enfrentamiento, convirtiéndose ambos en mártires de la revolución y
héroes indiscutibles, demostrado dos meses más tarde cuando sus nombres son recorda-
dos en dos comandos santafesinos.
40. Así fue denominado el operativo según Raúl uno sus protagonistas.

141
que participaron fueron Sabino Navarro, y dos comandos más: Hugo Luis
Nicodenis y Juan R. Peressini.41
El comunicado fundamentó la necesidad de la lucha por la vuelta de Perón
y por el pueblo. Denunció las contradicciones y engaño del Gran Acuerdo
Nacional (GAN) y las caídas en enfrentamiento de militantes en Córdoba.
Durante el año 1971 se configuraron los primeros intentos de construir la
OAP, y la localidad de Santa Fe no quedaría por fuera de este proceso de
acercamiento entre organizaciones armadas peronistas, siendo la acción mili-
tar antes mencionada la primera que se realizó en la ciudad. La confluencia
entre estas organizaciones a través del «operativo banquito» se produjo parti-
cularmente porque, según el relato de un militante de FAR que participó del
mismo, cuando estaban realizando el trabajo de logística previo a la acción se
encontraron que simultáneamente Montoneros estaba haciendo lo mismo.42
El frente fue creado para coordinar, entre distintas organizaciones armadas,
la resistencia peronista, existiendo dos posicionamientos políticos–ideológicos
al interior: alternativista y movimientista. La corriente liderada por las FAP
consideraba que era necesario buscar una «alternativa independiente de la
clase obrera», y la otra corriente liderada por FAR y Montoneros, que com-
prendía la necesaria continuidad en la construcción del peronismo como
movimiento de construcción nacional. Estas discusiones internas hicieron que
la OAP fracasara como opción y se disolviera rápidamente (Perdía, 1997:105;
Gillespie, 1987:140).
Lanusse (2005) plantea que los operativos realizados por Montoneros en
Santa Fe fueron episodios menores, que no demandaron una logística impor-
tante; sin embargo, a través de la recuperación de las acciones guerrilleras
específicas de la región, podríamos matizar la idea de la fragilidad de la orga-
nización en esta localidad. Si sumamos las partes del todo, podríamos afirmar
que Montoneros, a nivel nacional, se encontraba en una fase de debilidad y
con la necesidad de fortalecerse material y simbólicamente a través de una
acción militar de gran espectacularidad como las realizadas un año atrás con
La Toma de la Calera. Sin embargo, si hacemos foco desde un análisis regio-

41. Los comandos Hugo Luis Nicodenis y Juan Peressini respondían a otras organizacio-
nes, por ejemplo, este último militante perteneció a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP)
de la regional Córdoba, murió junto a otros tres compañeros de las Fuerzas Armadas Revo-
lucionarias (FAR) —uno de ellos Carlos Olmedo, quien fuera uno de sus fundadores e
importante cuadro político— en un operativo descubierto por la policía cordobesa en
noviembre de 1971 en el combate de Ferreyra.
42. Entrevista a Raúl, Santa Fe, 15/01/2020.

142
nal/local, consideramos que la regional de Santa Fe se encontraba consolidada,
contando con una gran autonomía y fortaleza de comandos que pudieron
llevar adelante dos tomas en ciudades en los alrededores de la capital, la recu-
peración exitosa de un camión con gran cantidad de explosivos y dinero de
un hospital, y, como si esto fuera poco, pudieron sostener a toda una columna
de militantes cuando se produjeron las caídas luego de La Calera, y además,
finalizando el año 1971, se llevó adelante el copamiento de un banco en la
ciudad capital.

Los operativos armados y políticos del PRT–ERP

Comando Juan José Cabral. Viva la Guerra del Pueblo.


Todo el partido al combate

El primer plan de actividades votado por el Comité Central del PRT–ERP


consignaba cuatro puntos: agitación y propaganda, actividad militar, trabajo
político de masas y organización. Asimismo, la actividad militar tenía un plan
operativo que constaba de tres puntos: propaganda armada, recaudación de
fondos y recuperación de armamentos (Mattini, 2007:68).
Algunos de los puntos del plan operativo aprobado con el Comité Ejecutivo
del partido fueron puestos en práctica en la ciudad de Santa Fe por un grupo
de cinco militantes varones que conducían un automóvil Rambler durante la
siesta del domingo 20 de diciembre de 1970. Allí se recuperaron algunas armas
de un patrullero conducido por dos agentes policiales en la Avenida Circun-
valación de la zona sur de la localidad.
Este es el primer plan operativo firmado por la organización del que tene-
mos registro hasta el momento. El comando, luego de dar aviso a la redacción
del diario matutino de la localidad a través de un llamado anónimo, dejó un
comunicado en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, que, si bien es
poco legible, lo recuperamos como importante huella material de la organi-
zación estudiada. La imagen manifiesta la precisión, la prolijidad y lo asertivo
del mensaje que se quiso expresar, pero además demuestra otro de los canales
utilizados para la comunicación pública a las masas. En el comunicado se
observa la sistematicidad en la enunciación de los fundamentos de protesta
utilizando el lenguaje escrito que se enviaba a la prensa de la localidad, otra
modalidad que se utilizó en las acciones armadas, además del analizado con
anterioridad por medio de la intervención de las paredes.

143
Imagen 6. Comunicado al Pueblo del
ERP. Comando Juan José Cabral, Nuevo
Diario, Santa Fe, 21/12/1970.

La acción armada descripta responde a la orden de que toda célula debía


procurar su propio armamento, siendo el adversario quien las provee, basada
en una forma de operar denominada el «minuto», es decir, engañar y sorpren-
der al contrincante y reducirlo con la menor violencia posible (Mattini,
:). Las motivaciones políticas, que se expusieron en el comunicado, se
corresponden con la «justa guerra del pueblo» en contra del imperialismo
yanqui y la dictadura. En el patrullero se dejó, además, una bandera de los
Andes con la estrella roja de cinco puntas en el centro, símbolo que represen-
taba a la guerra emprendida por los pueblos de los cinco continentes en
contra del imperialismo a través del camino del socialismo. Las relaciones
entre la historia de los pueblos oprimidos y las luchas de la liberación fueron
siempre el telón de fondo de los fundamentos políticos que todos los coman-
dos del  expusieron en sus comunicados. En este caso en particular, se
recuperó una figura identitaria de la historia y cultura nacional como el Gral.
San Martín y la memoria de Juan José Cabral, joven estudiante de medicina

144
asesinado por la policía de Corrientes el 15 de mayo de 1969 durante la dicta-
dura de Onganía.43
Dos meses más tarde, también un domingo, pero del día 13 de febrero de
1971 durante la madrugada, tres militantes varones del Comando Juan José
Cabral volvieron a realizar un operativo armado con el objetivo de recuperar
una gran cantidad de armamento para la guerra revolucionaria. El copamiento
demandó una logística más significativa que el anteriormente descripto, en
tanto ingresaron primero a un garaje para recuperar un automóvil, para luego
dirigirse a una armería cercana, ubicados en la zona céntrica de la ciudad.
Antes de retirarse, el operativo es firmado en las paredes de la armería con
inscripciones prolijas: «A vencer o Morir. Ejército Revolucionario del Pueblo»
y dos estrellas de color rojo de cinco puntas. Durante esa noche se realizó,
siguiendo los mismos pasos de la acción anterior, un llamado a la redacción
del Nuevo Diario. En el comunicado del copamiento se explicitaron los moti-
vos de la recuperación y se hicieron responsables de la colocación de un explo-
sivo en el domicilio de Jorge David, presidente de Industrias Frigoríficos
Nelson SA, quien en ese momento no atendía a los reclamos de los obreros;
y, pese a que la bomba no estalló, los salarios adeudados fueron pagados. En
el cierre del comunicado se realizó una declaración crítica y potente en contra
de todos los explotadores, aclarando que el ERP es una organización armada
del pueblo.
La utilización de explosivos caracterizó también a algunas de las acciones
del PRT–ERP, en general ligadas a conflictos con las organizaciones de masas.
En este caso sirvió de advertencia al destinatario frente al problema de los
pagos entre la patronal y los obreros de la fábrica frigorífica.
«Lo que es del pueblo, el E.R.P se lo lleva y al pueblo se lo entrega», fue
alguna de las frases elocuentes encontradas en los comunicados de los opera-
tivos armados. Una manera de devolverle al pueblo lo que el ERP expropiaba
a la burguesía fue a través del reparto de útiles escolares en las instituciones
educativas alejadas de los barrios marginales, lo cual funcionó como una de
las acciones populares que establecieron las relaciones necesarias entre la acti-
vidad militar y la política de masas. Esto se evidenció, por ejemplo, el 11 de
marzo de 1971, en una escuela de Laguna Paiva, una localidad ubicada a 37

43. Un comando del ERP con el mismo nombre, unos meses más tarde, colocó una
bomba en una empresa que mantuvo conflictos con los trabajadores portuarios en Rosa-
rio. Cristianismo y Revolución, 15/04/1971. Aunque no podemos asegurar que se trató del
mismo comando, podemos considerar que la recuperación de las memorias heroicas de
algunos militantes caídos durante el régimen militar se reiteraba en distintas regionales.

145
kilómetros al norte de la ciudad capital, donde el Comando Juan José Cabral
hizo entrega de útiles escolares, zapatillas y guardapolvos a la Cantina Mater-
nal Nº . El dinero para acceder a la compra de estos artículos de necesidad
básica para la asistencia escolar fue extraído de los  millones de pesos que
el  se apropió del camión blindado del Banco Provincial de Córdoba.44
Aquí se observan las redes de relación existentes entre distintos grupos, en este
caso entre Córdoba y Santa Fe, evidenciando que algunas de las actividades
del  santafesino estuvieron planificadas entre regionales.
Del comunicado también puede observarse la formación teórica de los
cuadros y la necesidad de dar cuentas del operativo realizado planteando lo
siguiente:

De esto informamos al pueblo, ya que éste es el único testigo y juez de nuestros


actos. Además, queremos aclarar que este dinero es parte de las riquezas creadas
por el sudor del pueblo trabajador, del que forman parte todos los obreros de
Laguna Paiva y de las cuales nada disfrutan. Son los enemigos del pueblo, los pa-
trones nacionales y los patrones extranjeros que sin trabajar jamás se hacen due-
ños de esas riquezas robándoselas día a día al obrero bajo el nombre de ganancia.
Son estos pocos los que tienen mucho, mientras que son muchos los que nada
tienen. Estas riquezas son legalizadas con el nombre de «propiedad privada» (…).
El sudor de la clase obrera es la vertiente del río, el  su cauce y su accionar
un torrente. ¡Con las armas en la mano, a vencer o morir por la Argentina! (co-
municado del  enviado al diario matutino de la ciudad de Santa Fe, Nuevo
Diario, Santa Fe, //)

El comunicado explicita los fundamentos políticos y económicos de sus accio-


nes al pueblo, a través de un lenguaje sencillo y pedagógico. Esta práctica de
propaganda sirvió como canal de comunicación entre la población y la mili-
tancia perretiana demostrando que los y las jóvenes combatientes se prepara-
ban para la guerra revolucionaria hacia la transformación social. De esta
manera se dirigieron especialmente a la población obrera de Laguna Paiva,
localidad que, desde principios del siglo , estuvo ligada a la actividad ferro-
viaria, y que en  se manifestó y adhirió a la huelga en defensa del ferroca-
rril frente a las políticas desarrollistas del gobierno nacional (Agostini,

44. El 12 de febrero de 1971, los Comandos «29 de mayo» y «Che Guevara» expropia-
ron $ 121 millones y un revólver 38 especial del camión blindado del Banco Provincia de
Córdoba, emboscado entre San Nicolás y Yocsina, en la ruta 20. Estrella Roja Nº 1, abril
de 1971.

146
2017:102). La particularidad de esta huelga en la localidad fue la organización
espontánea de las familias ferroviarias, en especial las mujeres, quienes el día
11 de noviembre levantaron durmientes y detuvieron el tren que venía custo-
diado por la Policía Federal45 y que pasaba desafiando la medida de fuerza de
los sindicatos de La Fraternidad y de la Unión Ferroviaria a nivel nacional.
En Santa Fe, la Asamblea de la Unión Ferroviaria resolvió adherir al paro en
toda la provincia; su duración fue desde el 30 octubre hasta el 10 de diciembre
de 1961. Durante el enfrentamiento y producto de la represión cayeron gra-
vemente heridos Orlando Oliva de La Fraternidad y Abel Gómez afiliado a
la Unión Ferroviaria.46 Este no es un dato menor, si tenemos en cuenta que
el nombre «Orlando Oliva» será recuperado en un comando armado del ERP
diez años después; hecho que retomaremos en un próximo apartado.
En relación con la elección de la localidad, algunos de nuestros testimo-
niantes nos comentaron su importante actividad política junto a los obreros
ferroviarios de Laguna Paiva. Las redes políticas y personales construidas entre
la militancia y las familias obreras hizo que en varias ocasiones oficiaran de
alojadoras de algunos y algunas militantes, frente a las persecuciones de la
dictadura y previamente también.47 De acuerdo a nuestra investigación, los
contactos entre PRT y los sectores obreros en Santa Fe se remontan al año
1968, entre los que se encontraban obreros del ferrocarril de Laguna Paiva y
Santa Fe, así como algunos obreros metalúrgicos y de Luz y Fuerza.48 Entre
los años 1968 y 1969, varios militantes del PRT consideraron la necesidad de
salir del ámbito estudiantil y realizar un trabajo de masas y proletarización,
siendo Laguna Paiva uno de los destinos elegidos producto de la conflictividad
manifiesta en la localidad.49

45. El Litoral, Santa Fe, 11/11/1961.


46. Comisión de Ferroviarios Comunistas, «La heroica huelga ferroviaria». Buenos Aires,
julio de 1962.
47. Entrevista a Flaco, Santa Fe, 02/10/2014 y 15/12/2019. Militante del PRT–ERP.
48. Entrevista realizada por Pablo Pozzi a Tito, Buenos Aires, 23/04/1995. (Pozzi, 2012: 133)
49. Entrevistas realizadas por Gerardo Helú a Manuel, Santa Fe, 15/07/2010. Militante
del PRT–ERP. Entrevistado Nº10, Santa fe, 30/09/2011. Inéditas.

147
Comandos Juan José Cabral y Marcelo Lezcano. Por un gobierno
revolucionario dirigido por la clase obrera. El copamiento del puesto
al guardia nº 7 del puerto de Santa Fe

Continuando con el estudio sobre el fogueo de la militancia perretiana san-


tafesina, el Comando Juan José Cabral incorporó una nueva célula de combate
denominada Marcelo Lezcano, redimiendo el nombre de un militante tucu-
mano de la organización, quien murió en un enfrentamiento en Córdoba el
17 de abril de 1971.50
El 2 de junio de 1971 a las siete de la mañana, dos militantes varones de la
célula Lezcano tomaron el puesto de guardia de gendarmería del puerto, donde
se recuperó para «la guerra del pueblo» armas y municiones. El traslado se
efectivizó en un Ford Falcon usado con tres militantes más, que luego de la
acción se abandonó a unas diez cuadras del lugar.
Una vez más, la célula se encargó de dejar dos comunicados en recipientes
de residuos en dos zonas céntricas de la ciudad, a cada uno de los medios
gráficos51 de la localidad, en donde expresó su responsabilidad en el hecho y
explicó los pormenores. De este modo, se denunció al ministro del Interior
Mor Roig acusándolo de personero del régimen de Agustín Lanusse, y se
criticó a los partidos tradicionales, que los consideró falsos y al servicio de la
clase dominante y sus patrones extranjeros detrás de la «farsa electoral» y la
propuesta política del GAN. Sin dejar de mencionar la lucha por un gobierno
revolucionario dirigido por la clase obrera.
El Comando Marcelo Lezcano, durante el año 1971, realizó también dos
acciones militares que se vincularon con el proceso de propaganda política,
en contra de la dictadura y de su sistema de represión. El 23 de julio incen-
diaron con una bomba un camión del Liceo Militar General Belgrano, dejando
un comunicado responsabilizándose de los hechos y legitimando la lucha por
una patria del pueblo y de la clase trabajadora. Este operativo fue realizado
por cuatro militantes, una de ellos mujer, que fue una de las encargadas de
colocar las bombas molotov en el interior del camión. Meses más tarde, el 27
de septiembre, repartieron útiles escolares y ejemplares de la revista Estrella
Roja en el Barrio Gral. Dorrego de la zona norte santafesina; además, se envió
un comunicado explicando el porqué de las acciones y los orígenes del dinero
para la compra de los materiales.

50. Estrella Roja, Nº2, mayo de 1971.


51. El Litoral, Santa Fe, 02/06/1971; Nuevo Diario, Santa Fe, 03/06/1971.

148
Comando Orlando Oliva. Para despertar la conciencia popular.
La toma del Frigorífico Nelson

Paralelamente al proceso de formación del Comando Juan José Cabral, se fue


constituyendo otro con el nombre de Orlando Oliva, quien tuvo su aparición
pública a través de la primera acción de mayor espectacularidad del ERP den-
tro de la zona santafesina: la Toma de Industrias Frigoríficas Nelson SACIA el
27 de abril de 1971. El nombre del comando recuperó la memoria de uno de
los dos heridos en la Huelga Ferroviaria de la localidad de Laguna Paiva de
1961, como hemos desarrollado más arriba. A diferencia de los nombres asig-
nados a otros comandos, dos cuestiones nos resultan importantes de destacar.
La primera refiere a que este es el primer comando que encontramos que
recuperó la historia local de un obrero, resignificando las memorias en otros
contextos y materializando la importancia otorgada al obrerismo del PRT–ERP,
como ya hemos analizado en el capítulo anterior. La segunda es que también,
por primera vez, no se recuperó la memoria de un caído en combate de la
organización durante los años setenta, sino la de la lucha heroica de un obrero,
el foguista Orlando Oliva,52 que fue partícipe de la manifestación de la huelga
en un pueblo que se constituyó en base a la cultura obrera ferroviaria, terri-
torio de inserción del PRT desde sus orígenes en Santa Fe.
Se analiza entonces que se retoma el nombre de este obrero como un sím-
bolo de la propaganda política que demuestra el reconocimiento de la histo-
ria del obrerismo paivense pero además de la inserción y el trabajo político
del PRT–ERP con los trabajadores obreros, que al momento del operativo en
Nelson ya tenía un poco más de tres años en la zona.
En este sentido, la relación que encontramos entre Nelson y Laguna Paiva
es que la corta distancia entre ambas localidades del Departamento de La
Capital de Santa Fe provocó que varios obreros paivenses trabajaran en el
Frigorífico, es decir, que la zona de inserción del ERP se extendió de la ciudad
de Santa Fe hacia otras localidades cercanas, evidenciando que para los pri-

52. Orlando Oliva fue un foguista que luego de la huelga de 1961 se reincorpora a la
actividad laboral con las secuelas que le dejó el impacto de bala en su cabeza, falleció el
28 de diciembre de 1963 a los 35 años de edad. A diferencia del otro herido en la misma
huelga, Abel Gómez, trabajador de Almacenes que sobrevivió varios años más falleciendo
en el 2007; sin embargo, luego de darle el alta producto de sus heridas, quedó sin movi-
lidad en sus piernas y en una mano, permaneciendo en una silla de ruedas de por vida
(Paúl, 2017).

149
meros meses de 1971 y a un año de su creación, el ERP se encontraba fortale-
cido en la localidad y sus alrededores.
El pueblo de Nelson se encuentra ubicado a 42 km al norte de la ciudad de
Santa Fe, y pertenece al departamento La Capital. Es una localidad cuya
producción principal es la pecuaria vacuna, su crecimiento fue impulsado por
la creación de las redes de ferrocarril, construidas en las últimas décadas del
siglo XIX por una compañía francesa, conectando las ciudades de Nelson al
norte con Reconquista y Resistencia, y al sur con Santa Fe. El frigorífico era
propiedad de Jorge David y su actividad principal consistía en procesar cortes
que luego eran destinados a la exportación.
El comando del ERP que realizó el copamiento estuvo conformado por un
grupo de jóvenes militantes, entre los que se encontraban Alberto Carlos Del
Rey, Luis Santiago Billinger «El Gringo» y Oscar Callasis.53
Respecto a la cantidad de militantes durante el operativo y a la participación
femenina, tenemos información que pudimos triangular a través de distintas
fuentes escritas; el diario matutino Nuevo Diario del 28 de abril de 1971 señaló
un total de nueve militantes (seis varones y tres mujeres); el diario El Litoral
del 28 de abril de 1971 también aseguró esta misma cantidad; la revista Cris-
tianismo y Revolución Nº 29, afirmó que eran un total de 14 guerrilleros sin
especificar el género; asimismo el parte de la Dirección General de Informa-
ciones de la provincia de Santa Fe, comunicó «la presencia de ocho o nueve
personas que se daban a la fuga, incluyendo una mujer».54
Si tenemos en cuenta que las células, en general, estaban conformadas por
tres militantes aproximadamente, sería posible suponer que el comando estaba
conformado por tres células o quizás cuatro si sumamos los que señalan la
revista oficial donde se comunicaban los operativos políticos militares.
De acuerdo a nuestra investigación y a lo expuesto en el apartado teórico
introductorio, consideramos importante analizar las diversas narraciones
acerca de la participación femenina en dicho acontecimiento. Las dos fuentes
recuperadas de la prensa gráfica señalaron su presencia; asimismo, un estudio
anterior sobre la toma (Berrone, 2015:6), recupera un testimonio de una
empleada administrativa del frigorífico que recuerda haberse cruzado con
cuatro varones y una mujer antes del operativo que no eran del pueblo, incluso
luego de haberse enterado de la noticia de lo que estaba ocurriendo creyó que

53. El Litoral, Santa Fe, 30/04/1971.


54. Fondo Documental de la Dirección General de Informaciones de Santa Fe (DGI) Parte
Nº 3030, 28/04/71, Unidad de Conservación Nº 31, Legajos 1 y 2.

150
la mujer había sido Norma Arrostito. Por su parte, un informante entrevistado
del grupo del PRT–ERP que asegura haber sido parte de la acción no recuerda
que ninguna mujer haya participado.55 Estas diversas narrativas que se fueron
tejiendo alrededor de este acontecimiento demuestran la complejidad que
implica hacer visible la presencia de mujeres a pesar de la espectacularidad de
las acciones, incluso en los primeros años de las organizaciones donde las
mujeres eran menos y con mayor posibilidad de ser identificadas. Quizás
nunca sepamos quiénes fueron las mujeres que participaron ni cuántas fueron,
situación que manifiesta los límites señalados, pero también se nos hace nece-
sario señalar acerca de la memoria como objeto de estudio, en tanto que este
hecho puntual es recordado por nuestro informante como traumático y esto
precisamente implica atender a los huecos y silencios que se hacen presentes
en el proceso de actualización de ese pasado. El hecho reaparece en la memo-
ria de Manuel como parte de las acciones que llevó adelante en el marco de
su militancia, pero también allí emergen las primeras caídas de sus compañe-
ros y amigos entrañables; este aparente «error» u olvido de nuestro entrevistado
nos permite reflexionar acerca los huecos traumáticos, pero también sobre
aquello que se prefiere recordar como herencia de la historia de la Toma de
Nelson, que se relaciona especialmente con los compañeros caídos, siendo
todos varones, pero también sobre los fundamentos de por qué la operación
no terminó siendo exitosa.
El operativo tuvo lugar por la tarde, minutos después de las 18 horas, espe-
rando el momento de la salida de los obreros de la fábrica. En cuanto a la
división de las actividades para llevarlo adelante, tenemos conocimiento a
través medios gráficos de la localidad56 que tres de ellos esperaron afuera de
la fábrica, siendo una mujer armada con una carabina la que vigiló la entrada
mientras que otros dos militantes se ubicaron en distintos lugares estratégicos,
uno de ellos en el techo y otro frente a la fábrica y el resto ingresó al frigorífico.
El objetivo del operativo quedó plasmado de inmediato cuando uno de ellos
dice: «Quédense tranquilos que no les va a pasar nada. Somos del Ejército
Revolucionario del Pueblo. No queremos dinero y sólo nos llevaremos la carne
para repartir a los pobres».57 En el lugar se encontraban treinta empleados, se
le pidió a uno de los obreros que manejara el camión con la carga de carne
completa y se los invitó a todos los obreros a unirse a la «lucha emprendida

55. Entrevista a Manuel, Santa Fe, 23/09/2019. Militante del PRT–ERP.


56. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 28/04/1971; Diario, El litoral, Santa Fe, 28/04/1971.
57. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 28/04/1971.

151
por el Ejército Revolucionario del Pueblo, para salvar a la patria de los opre-
sores».58
Minutos más tarde llegó en un auto particular un sargento y dos oficiales,
provocando un enfrentamiento con la mujer que se encontraba de guardia en
la puerta del frigorífico. Es interesante acentuar su participación dentro del
operativo, en tanto su posición estratégica hizo que debiera enfrentar a la
policía, que incluso luego la describió con «una puntería asombrosa».
La observación del gráfico publicado nos proporciona una representación
aproximada de la ubicación del grupo de militantes que permaneció custodiando
la toma del frigorífico. El punto  es el lugar donde se ubicó la guerrillera, siendo
la estrella con la letra P el lugar que ocupó el sargento Eduardo Beltrame.

Imagen 7. Gráfico que ubica la posición


de los y las militantes. Nuevo Diario,
Santa Fe, 29/04/1971.

El gráfico nos ayuda a reconstruir la modalidad del operativo teniendo en


cuenta la división sexual de las tareas en la acción armada. En este sentido,
dos cuestiones son interesantes analizar; por un lado, no es menor tener en
cuenta el hecho de que la guerrillera estaba armada con una carabina, que es
un fusil que pesa casi cuatro kilos con carga, con una longitud un poco menor
de un metro, pero que además fue descripta con buena puntería, situación
que daría cuenta de que las prácticas de tiro para las mujeres eran frecuentes
en estos años en la organización; y, en segundo lugar, que existía una gran

58. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 28/04/1971 y 29/04/1971.

152
confianza y respeto hacia la militante mujer, que ocupa un lugar de defensora
y protectora del grupo, tensionando el rol tradicional femenino de fragilidad
y pasividad.
A los minutos el resto del grupo de militantes que se encontraba dentro del
frigorífico se acercó a la puerta y se sumó al enfrentamiento que no duró más
de quince minutos, para luego rápidamente ocupar tres autos y salir del pue-
blo rumbo al norte por un camino de tierra.
Con posterioridad se procede a su búsqueda siguiendo el rastro de los tres
automóviles abandonados. La Chevy fue encontrada una hora más tarde en
las inmediaciones de Arroyo Aguiar, y al otro día, a primeras horas de la
mañana, fueron halladas la Rambler cerca del Ferrocarril Belgrano de la loca-
lidad de Laguna Paiva y el Fiat en la vía pública de la localidad de Cululú.59
El rastrillaje en la zona hizo que en la estación del ferrocarril de Monte Vera,
en el último vagón del tren que venía de Laguna Paiva, cerca de las 20 horas
del mismo 27 de abril, fuera detenido Alberto Carlos Del Rey60 de 22 años
de edad domiciliado en la ciudad de Rosario, estudiante de Ingeniería Química
hasta cuarto año en la Universidad del Litoral, quien tenía una vivienda en la
zona norte de la ciudad de Santa Fe que había dejado dos meses antes del
copamiento para irse a vivir a Rosario. Unos días después fue detenido Oscar
Callasis, oriundo de Rosario y radicado en Santa Fe. Esta situación demuestra
los vínculos consolidados que existieron entre Rosario y Santa Fe donde el
tránsito de militantes de comandos entre regionales fue fluido.
Hasta el momento, los operativos armados del ERP no habían tenido en
Santa Fe ninguna baja ni ningún detenido. Hay que destacar que esta acción
fue de gran envergadura, siendo un operativo que, aunque con algunas com-
plicaciones, fue desarrollado y planificado con exactitud.
Los objetivos de esta acción revolucionaria se pueden relacionar con el
contexto particular de inflación y ajuste monetarios que atravesaba la eco-
nomía argentina durante el gobierno de Lanusse; la necesidad de más divisas
provenientes de las exportaciones y la reducida producción de ganado para
exportación generaron un período de veda de carnes que duró hasta 1973: esto
significó que se prohibía dos semanas el consumo de carne. La industria de la

59. Cululú es una comuna del departamento Las Colonias en la provincia de Santa Fe.
Se encuentra a 66 km de la capital provincial, Santa Fe, y a 280 km de la ciudad de Rosa-
rio. Está ubicada sobre la ruta provincial 4, en la parte norte del departamento Las Colo-
nias, situada al norte de Esperanza.
60. Fondo Documental de la Dirección General de Informaciones de Santa Fe (DGI) Parte
Nº 3030, 28/04/71, Unidad de Conservación Nº 31, Legajos 1 y 2.

153
carne venía en un proceso de crisis generando desocupación y ajustes de los
medios productivos. En este sentido, el comunicado del comando de apoyo
del  expuso que, por un lado, el copamiento se produjo en contra de la
dictadura y los explotadores del pueblo trabajador, en especial de David, dueño
del frigorífico, y, por el otro, recuperar la carne del frigorífico para devolvérsela
a sus legítimos dueños, los trabajadores.61
Si tenemos en cuenta el programa del , sabemos que era necesario
también a través de estos operativos encontrar apoyo popular, «ir ganando los
corazones y las mentes de las masas».62 Esto se evidencia en la forma de comu-
nicación que tienen los y las militantes con los obreros durante la toma del
frigorífico, pero también se pueden visualizar algunos fragmentos en uno de
los escritos con aerosol en un muro frente al frigorífico: «Explotadores de
Nelson el  los tiene en su lista negra. Compañeros obreros. El  les
indicó cómo luchar, son ustedes los que deben…».

Imagen 8. Escritura en aerosol,


realizada por el comando, en el muro
frente al frigorífico. Diario, Nuevo Diario,
Santa Fe, 29/04/1971.

61. Comunicado del Comando Orlando Olivia del ERP. Nuevo Diario, Santa Fe,
26/04/1971.
62. Al Pueblo Argentino. Programa del Ejército Revolucionario del Pueblo. Estrella Roja,
Nº 1, abril, 1971.

154
Imagen 9. Escritura en aerosol en el
frente de Industrias frigoríficas. Diario
El Litoral, Santa Fe, 28/04/1971.

Un testimoniante comentó acerca de los objetivos de la toma de Nelson y


el proceso de formación que significó la organización militar en Santa Fe.

era difícil, era un ejercicio, venir de la toma de un frigorífico por ejemplo y ha-
certe el boludo, ¿qué pasó? Cosas así, ¿me entendés? (…) entonces por supuesto
fuimos de alguna manera siendo conejitos de indias, aprendiendo con el error,
porque por ejemplo, nos costó la caída del Lobo del Rey y el Negro Callasis, que
cayeron después de la operación de Nelson, digamos, cuando se tomó el frigorí-
fico de apoyo a la lucha gremial de los obreros y advertencia a la patronal, como
diciendo los obreros no están solos estamos juntos o sea una cosa así y bueno
además se recuperaron armas porque se le allanó la casa del tipo y se recuperaron
fierros, que tenía el dueño del frigorífico todas esas cosas que tenían que ver con
la formación de una organización militar capaz de en el futuro desarrollarse y en-
frentar a las fuerzas, nosotros decíamos es el ejército de ocupación que tenemos
acá. (entrevista de Helú, a Manuel, Santa Fe, //. Militante del –)

El problema de la lucha gremial de los obreros del frigorífico por el aumento


del precio de la carne era un problema que ocupó al partido, porque no sola-
mente se intervino en el conflicto a través de la toma del frigorífico en Nelson,
sino que también se dio la detención del cónsul británico que además era
gerente del Frigorífico Swift en Rosario con el fin de aplicar la justicia popu-
lar a una empresa imperialista. Esta acción, realizada un mes después, también

155
fue de gran envergadura y las condiciones impuestas para la liberación fueron
la reincorporación de los trabajadores despedidos y la distribución en villas
miseria y barrios pobres de  millones de pesos en víveres.63 Estas acciones
darían cuenta con claridad de la existencia de la importante actividad de masas
y de los precisos objetivos políticos de los operativos militares.
Incluso el mismo comando se responsabilizó en un comunicado del incen-
dio de la casa de fin de semana del Jefe de vagones de los talleres ferroviarios
de Laguna Paiva, donde se lo acusó de enemigo del pueblo por aceptar coimas
y negociar salarios bajos producto de la desocupación, explotando a la clase
obrera y tratándolos como mercancía. En Laguna Paiva hubo, durante el
período, conflictos salariales y despidos en la empresa de ferrocarril, situación
que generó un significativo trabajo político de militantes del –, así
como de Montoneros. Acerca de esto, el testimonio de Manuel es de destacar.

entonces teníamos que combinar la lucha legal con la lucha ilegal, o sea teníamos
(…) que conseguir obreros que eran los que tenían que hacer la revolución en-
tonces teníamos que llegar a ellos, entonces en esa época lo que se da es la unión
espontánea de los obreros y los estudiantes porque era lucha de clases, sobre todo,
Córdoba es la expresión máxima de esa unidad, pero acá [se refiere a Santa Fe]
también nos reuníamos en el Sindicato de la Madera, de Gráficos, es decir, las
reuniones donde se organizaban las manifestaciones que estaban plenamente in-
filtradas por los servicios de inteligencia, donde se hacían todas las discusiones
es decir, o sea, empezamos a salir del ámbito natural de la escuela y la universi-
dad y a participar junto con los obreros en actividades comunes, y además em-
pezamos a llevar propaganda y periódicos con otras características, a los obreros
ferroviarios, en Paiva (…) Empezaron con la proletarización hubo compañeros
que se fueron a vivir a Paiva que trabajaban en el ferrocarril. (entrevista de Helú,
a Manuel, Santa Fe, //. Militante de –)

Otras acciones de propaganda política, como el izado de banderas, fueron


realizadas por células del Comando Orlando Oliva. En Laguna Paiva, el  de
mayo de , se izó una bandera celeste y blanca con una estrella roja de cinco
puntas en una biblioteca y un destacamento policial de la localidad. La fecha
recuperó el proceso de independencia y el comunicado aclaró la necesidad de
luchar contra el imperialismo yanqui a través de una guerra revolucionaria
para conseguir la segunda y definitiva independencia. Recuperaron y compa-

63. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 27/05/1971.

156
raron en el mismo a San Martín con el Che Guevara, de donde retomaron
los símbolos de la bandera azul y blanca y la estrella por la lucha de los cinco
continentes.64 Con los mismos fundamentos, en Santa Fe también se izaron
banderas conmemorativas de la muerte de San Martín, el 17 de agosto de 1971,
en una escuela en Las Lomas y en otra de La Guardia, ambas de barrios mar-
ginales de la ciudad.65

Comando Raquel Gelín. A vencer o morir por la Argentina.


Acciones sincronizadas y exitosas

Simultáneamente también operaba en Santa Fe otro comando denominado


Raquel Gelín,66 que tuvo tres participaciones importantes entre febrero y abril
de 1971.
Una de sus primeras acciones públicas fue la recuperación de máquinas de
escribir en pleno centro de la ciudad, el 16 de febrero de 1971. El comando, para
esta operación, estuvo formado por una mujer y tres varones, siendo la mujer

64. Comunicado del Comando Orlando Olivia del ERP. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe,
26/05/1971 y 27/05/1971 de mayo de 1971.
65. Diario, Nuevo Diario, Santa Fe, 18/08/1971.
66. Raquel Gelín fue asesinada a los 21 años de edad, siendo la primera mujer guerri-
llera asesinada en combate en el operativo militar de la toma de un banco de la provincia
de Córdoba. Oriunda de Buenos Aires y pareja del militante Alberto Camps, fueron militan-
tes de las FAR, que en sus orígenes tenía una marcada ideología marxista–leninista pero
que posteriormente ya hacia 1972 se fue acercando ideológicamente hacia el peronismo
revolucionario acordando su fusión con Montoneros el 16 de octubre 1973. Sobre Raquel
o Estelita, su nombre de guerra, tenemos referencias posteriores en documentos como la
revista El Descamisado de enero de 1974 o también la dedicatoria de un poema de Paco
Urondo escrito en el año 1972. Ambas referencias son construcciones que sobre Raquel
Gelín realizó la organización político–militar de Montoneros. Sin embargo, en Santa Fe se
recuperó la memoria de esta combatiente en un comando cuyas acciones se producen en
1971 y definiendo su apoyo al ERP. La primera acción del comando del ERP Raquel Gelín
en Santa Fe se produjo el 16 de febrero de 1971, dos meses después de la caída de la
guerrillera, el 29 de diciembre de 1971. Acerca de esto se podría analizar que los nombres
que recuperó el ERP en Santa Fe, para la memoria en el combate, algunas veces no se
correspondían directamente con los caídos de la organización, sino que referían a la uni-
dad necesaria entre las organizaciones y la solidaridad de las acciones de las organizacio-
nes hermanas como refieren en documentos, pero también quizás pudo haber sido una
instancia de propaganda política para la incorporación de mujeres a la guerrilla, que en los
inicios de la organización todavía eran pocas en proporción a las que comenzaron a ingre-
sar con posterioridad (Pozzi, 2001; Pasquali, 2007).

157
guerrillera armada la que lideró una parte del operativo y la primera que ingresó
a los talleres, ordenando a los empleados y clientes de la siguiente manera:

se acerca caminando, una mujer con cabellera rubia y larga, delgada, alta con len-
tes oscuros, vestida con un delantal azul (…) sacó de un bolso marrón que traía
en la mano una pistola que le aplicó en la espalda a uno de los empleados, dando
órdenes con voz enérgica. (Nuevo Diario, Santa Fe, //)

La acción no duró más de diez minutos y las tareas fueron divididas: mientras
algunos militantes retenían a los clientes del salón de ventas y de los talleres, otros
escribían en las paredes: «A vencer o Morir por la Argentina. » junto a la
estrella de cinco puntas, y simultáneamente el resto se encargó de recuperar seis
máquinas de escribir y una fotocopiadora. En el comunicado, que fue dejado en
un basurero sobre uno de los bulevares principales de la ciudad, se asumió la
responsabilidad de la acción y se fundamentó que la expropiación de las máqui-
nas de escribir —que pasaron a manos del pueblo— serán utilizadas para las
impresiones del . Asimismo, expresó también los argumentos políticos de las
acciones armadas como parte de las resistencias del pueblo en el proceso de la
guerra revolucionaria en contra de la dictadura militar, el imperialismo yanqui,
la oligarquía y la burguesía responsables de la explotación de los trabajadores. Es
de destacar que el comunicado recuperó las experiencias de Chile y Cuba, donde
los medicamentos, la leche y los útiles escolares eran repartidos gratuitamente.
En general, estos fueron los tres pilares de propaganda armada más populares de
la organización, mostrando el estilo particular de las acciones del .
La segunda acción fue realizada unos días más tarde, el  de febrero de
, donde el comando produjo otra acción de propaganda armada, pero esta
vez repartiendo cien chapas de Zinc nuevas y clavos al local de la vecinal del
Barrio costero de Alto Verde, ubicado a  km de la ciudad de Santa Fe, sepa-
rado por el puente Nicasio Oroño y el puente Colgante, donde la gran parte
de sus pobladores, hasta la actualidad, sigue utilizando canoas como medio
de transporte. El dinero destinado para la compra de chapas fue extraído de
la expropiación del camión blindado del banco de Córdoba, al igual que la
compra de útiles, realizado por el Comando José Cabral, mencionado más
arriba. Esto evidencia nuevamente las redes de contención, apoyo y colabo-
ración entre los distintos comandos de Santa Fe y la regional de Córdoba.
Asimismo, se dejó un comunicado al que se le adjuntó la boleta de pago
de las chapas adquiridas en una casa de venta de materiales y en donde expresó
sus fundamentos de la acción y pronunció la importancia de los derechos de
los trabajadores, pobres y explotados, de adquirir una vivienda digna. En la

158
nota se reveló también cómo la clase obrera y el pueblo comenzó a alistarse
en las organizaciones armadas clandestinas para formar un ejército popular,
y cómo este proceso vino de la mano de la construcción del «hombre nuevo,
sin egoísmo, sin intenciones de comerse y pisotearse unos a otros sino un
hombre que piense y actúe para el bien de todos los hombre».67
Acerca de la tercera acción militar del mismo comando, el 19 de abril de 1971
a las seis de la madrugada se realizaron dos acciones combinadas: una fue el
copamiento de la comisaría 10º y la otra fue el ataque al comisario de la seccio-
nal 13º. La doble acción producida durante la madrugada santafesina daría
cuenta de la posibilidad de sincronizar operativos y del estudio minucioso para
llevarlos adelante. Como hemos visto, toda acción militar tuvo sus fundamen-
tos políticos y esta no fue la excepción; en el comunicado dejado en un carro
de verdulero en la zona de bulevares de la ciudad se acusó a la policía de mer-
cenaria y torturadora, además se recuperó la memoria de combatientes asesina-
dos en Córdoba y torturados en Rosario y se fundamentó la lucha revoluciona-
ria por un sociedad nueva y socialista. Finalmente, se nombró a Marcelo Lezcano,
José Alberto Polti y Raúl del Valle Taborda, primeros caídos en un enfrenta-
miento con la policía en Córdoba, dos días antes de producidas estas acciones.68
Hemos visto que desde mediados de 1970 el PRT–ERP en Santa Fe tuvo un
desarrollo significativo a través de una fuerte actividad de política de masas y de
acciones militares. Respecto a la operatividad en la ciudad, encontramos varios
comandos del ERP que actuaron simultáneamente con objetivos precisos y rei-
vindicaciones políticas fundamentadas en sus comunicados, además observamos
una fuerte presencia y relación con el trabajo de masas en los barrios marginales
de Santa Fe y en las localidades de Laguna Paiva y Nelson. Con respecto a esta
última, se analizó una de las tomas más espectaculares que el ERP realizó y que
responde a la modalidad que la guerrilla adquirió durante esos años en la región
santafesina con operativos de gran envergadura a pocos kilómetros de la ciudad,
en pueblos pequeños y cercanos a la capital. Sin embargo, entre las tomas rea-
lizadas por Montoneros y la del PRT–ERP, encontramos diferencias en los fun-
damentos políticos: mientras que las primeras, Progreso y San Jerónimo Norte,
se relacionaron con la recuperación de armas, dinero y de propaganda política,
la Toma en Nelson fue dirigida a los obreros de la carne en un contexto parti-
cular de conflicto político y económico con los frigoríficos, que marca un estilo
particular de los operativos del ERP. Las distintas acciones llevadas adelante por

67. Nuevo Diario, Santa Fe, 28/02/1971.


68. Estrella Roja, N° 2, mayo 1971.

159
la organización demuestran que su derrotero, entre mediados de 1970 y 1971,
fue en aumento, coincidiendo con lo planteado por Pozzi (2001:22), donde se
hizo un gran esfuerzo por combinar el trabajo de masas con la lucha armada
por un gobierno revolucionario dirigido por la clase obrera.
A lo largo de estas páginas hemos descripto el derrotero de acciones políticas
y militares de Montoneros y PRT–ERP que demuestran, que la localidad de Santa
Fe no solo fue un semillero de militantes para otras regionales, sino que fue un
territorio propicio durante los primeros años setenta para llevar adelante un
proceso revolucionario a través de acciones armadas de propaganda política pero
también de recuperación de armas y dinero para la lucha armada, combinado al
mismo tiempo con un esfuerzo significativo de trabajo de masas. Respecto al
mapeo de las acciones de ambas organizaciones observamos que no solo la ciudad
de Santa Fe ofició como territorio de acción, sino que se evidencia toda una zona
de influencia en pueblos cercanos a la localidad, aunque con distintos objetivos
y modalidades de intervención de ambas organizaciones. También se ha analizado
que durante el itinerario de acciones políticas y armadas los grupos de militantes
de ambas organizaciones no se mantuvieron aislados, sino que por el contrario
fueron estableciendo vínculos con otras regionales, que para el caso de Monto-
neros se evidenció con mayor claridad con el grupo Córdoba a través de opera-
ciones conjuntas, así como de propiciar alojamiento seguro para pasar a la clan-
destinidad de los grupos militantes cordobeses. Pero también de intercambio de
militantes entre regionales especialmente con Rosario para el PRT–ERP.
En suma, si bien es cierto que el territorio santafesino dificultaba el des-
pliegue de operaciones de gran envergadura, consideramos tener en cuenta
que, por un lado, la estructura de las organizaciones y su inserción fue amplia
y compleja, siendo la política de masas muy importante para su construcción;
y, por otro, que la complejidad para operar en la localidad no impidió que los
y las militantes construyeran una estructura interna de frentes y agrupaciones
que les permitieran llevar adelante un fuerte trabajo político y militar reco-
nociendo la importancia de operar en zonas cercanas a la ciudad donde poder
construir una política de masas contundente como lo hemos visto particular-
mente en la organización del PRT–ERP local. Pero además habría que tener
en cuenta, como ya dijimos, que no fue la única organización que operó
militarmente en la ciudad, hubo otras como las FAR, FAP y FAL y otros peque-
ños comandos independientes que no se sumaron a estructuras organizativas
mayores, demostrando que más allá de las dificultades de llevar adelante accio-
nes militares, y pese a la peligrosidad que significó operar en la ciudad, Santa
Fe fue un territorio que propició el desarrollo combinado de acciones políti-
cas y militares.

160
Capítulo 5
La estructura interna de las «orgas».
Tareas y roles asignados a mujeres y varones

En este apartado, nos interesa dar cuenta de cómo se construyó la estructura


política de PRT–ERP y Montoneros para luego recuperar las memorias militan-
tes y así tratar de responder algunos de los siguientes interrogantes: ¿cuáles eran
las funciones y los roles jerárquicos asignados a mujeres y varones? ¿Cómo se
construyeron las relaciones de género en función de las tareas y roles asignados?

Había algunas mujeres que eran muy reconocidas. Montoneros

La estructura nacional y federativa de Montoneros estaba prácticamente con-


solidada en el año 1972, y duró con algunas modificaciones hasta aproxima-
damente 1977. Integralidad y compartimentación fueron los dos principios
básicos de la organización.
La integralidad era el principio que establecía los tipos de relaciones que se
llevarían a cabo entre la organización para la lucha armada a través de cuadros
estratégicos, y los frentes políticos a través de cuadros tácticos. La organización
intentó llevar adelante la integración del accionar político con la resistencia
militar, debido a que sus miembros venían de distintos frentes políticos (Per-
día, 1997).
De este modo, se conformaron las Unidades Básicas de Combate1 (UBC) a
principios de 1971. En Santa Fe, como ya hemos visto, el proceso de formación
de Montoneros se produjo a través de la unión de distintos grupos de coman-
dos que comenzaron a organizar un aparato clandestino de combate, que
progresivamente irán construyendo su identidad política revolucionaria. Este
proceso se fue dando desde septiembre de 1969, fecha en la que tenemos
conocimiento se produjo la primera acción del Comando Eva Perón, hasta
febrero de 1971, cuando se realizó el bautismo público de Montoneros en la

1. Las UBC, luego del año 1973 se convierten en Unidades Básicas de Conducción.

161
ciudad a través de una acción que por primera vez se autodenomina Unidad
Básica, reconociéndose como parte de una estructura mayor.
En el núcleo central de la estructura, sus miembros eran los oficiales que
tenían a su cargo la jefatura general de la organización en un espacio geográ-
fico determinado; dependiendo de estas unidades y de un oficial de la 
estaban las Unidades Básicas Revolucionarias, en adelante , cuyos miem-
bros eran denominados aspirantes pero que estaban a cargo de un oficial de
la  de la que dependían. Estas unidades tenían funciones políticas espe-
cíficas —territoriales, sindicales, estudiantiles— o actividades —prensa, logís-
tica, etc.— que se llevaban a cabo a través de las distintas agrupaciones que
eran públicas, legales y que formaban parte de los frentes de masas, a diferen-
cia de las  cuyo funcionamiento era clandestino. Por encima de la ,
estaban las Columnas o conducciones de zonas, integradas por los oficiales de
la . A su vez, los jefes de columna constituían una regional —hubo siete
regionales y la Regional  fue la del Litoral— y los jefes de cada regional
conformaban un Consejo Nacional, que era el poder máximo dentro de la
organización.
La estructura también se formó bajo otro principio, el de compartimenta-
ción, adoptando una estructura celular que solo tenían un limitado acceso a
cierta información y que conocían lo fundamental de la estructura general
para un mejor funcionamiento de la seguridad interna. Esta táctica militar
tenía la finalidad de que, si pocos miembros de la organización conocían los
detalles de algún objetivo, el riesgo de que dicha información cayera en manos
del adversario se reducía.
La formación interna de Montoneros, por un lado, fue jerárquica entre sus
miembros teniendo un sistema de mando verticalista en la toma de decisiones,
inherente a cualquier práctica militar basada en un modelo de ejército y nece-
saria para la seguridad y cuidado entre sus militantes, y, por otro lado, también
se aplicó para la elección de la conducción y de responsables; otro principio
fundamental, la evaluación autocrítica, que realizaban sus miembros en cada
uno de los niveles.

Los de menor nivel participaban en las evaluaciones (…) se evaluaba de abajo y


de arriba, así como el ámbito superior evaluaba al de abajo (…) había un proce-
so de autocrítica muy fuerte internamente muy incentivado porque era propio
de que había que decir las cosas como son, entonces ese compañero si era cues-
tionado desde abajo, evidentemente perdía rango. (Raúl, Santa Fe, //.
Militante –Montoneros)

162
En el proceso de evaluación, los y las militantes debían reunir ciertas cualida-
des para ir ascendiendo en responsabilidades, como el compromiso con el
proyecto revolucionario, la claridad intelectual y la entrega que debía ser
«total»: un buen militante debía poner todo.

Fundamentalmente se evaluaba la discusión política, la posibilidad de análisis que


cada uno tenía, la profundidad, la adhesión al proyecto, el grado de compromi-
so en el cumplimiento de las tareas asignadas. Creo que eran esos básicamente,
todo se podría resumir en el tema del grado de compromiso que cada uno po-
nía diariamente en muchos aspectos. (Julia, Santa Fe, 20/12/2010. Militante de
Montoneros)

Asimismo, las cualidades de liderazgo, como el carisma, la capacidad de con-


ducción, como también ser elocuente en la oralidad, eran fundamentales para
ir ascendiendo en la jerarquía de la organización. En este sentido, en general,
el grupo de informantes de Montoneros consideraron que mujeres y varones
por igual podían ir adquiriendo las condiciones y los compromisos necesarios
para llegar a ser un buen militante e ir ascendiendo dentro la estructura de
Montoneros; sin embargo, la evidencia demuestra que la mayoría de los líde-
res que llegaron a puestos altos de la estructura de la regional Santa Fe fueron
varones, compartiendo la misma característica con otras regionales, así como
con la Conducción Nacional. Si tenemos en cuenta que, para llegar a los
cargos de oficiales, se requería de un proceso de evaluación que era consen-
suado entre los y las integrantes de la organización a través de la autoevaluación
crítica, se manifiesta entonces como las reglas jerárquicas de comportamiento
y los lugares atribuidos y habilitados diferencialmente a mujeres y varones en
la cultura patriarcal de la sociedad santafesina de la década de los 70 se natu-
ralizaron y permearon la estructura organizativa (Tell, 2011).

Las mujeres éramos menos en la organización. Al ser más los varones, las con-
ducciones en general eran varones, pero había también mujeres que conducían:
Raquel Negro, era oficial. Una chica que no voy a nombrar porque está tapada,
no cayó presa ni nada, era una de las conducciones más altas que tuvo la organi-
zación en Santa Fe. Vienen de las FAR las dos. (Lucía, Santa Fe, 17/02/2011. Mi-
litante de Montoneros)

Los escasos lugares ocupados por las mujeres en los cargos de mayor jerarquía,
según el testimonio de esta militante, se justifican porque, en proporción, las
mujeres revolucionarias eran menos en cantidad. Si bien este dato es cierto y

163
las mujeres montoneras en Santa Fe representaban un porcentaje levemente
superior a un tercio,2 siendo una constante en todo el periodo hasta 1977,
entendemos que no accedieron a los cargos de decisiones porque los varones
monopolizaron estos lugares debido a la construcción política propia de la
época, donde los accesos a la igualdad de derechos políticos de las mujeres
todavía estaba en ciernes, sin que la estructura de Montoneros lo pusiera en
ningún momento en tensión.
La particularidad que tuvo uno de los grupos originarios en Santa Fe fue
que las mujeres, en una de sus células, tuvieron una participación significativa,
siendo incluso en términos numéricos mayoría. Sus tareas y responsabilidades
fueron esenciales, teniendo un rol de lideresas indiscutibles; sin embargo, estos
roles se desvanecieron luego de incorporarse definitivamente a la estructura
de Montoneros. Con posterioridad, estas mujeres no fueron ascendiendo en
la jerarquía de la organización, aunque eran militantes muy bien formadas en
lo político desde los inicios. Y si bien, luego de 1972, muchas militantes muje-
res ingresaron a la organización, con el correr de los años ellas tampoco alcan-
zaron cargos altos en la conducción, siendo sustraídas de los espacios de poder.
La estructura jerárquica de Montoneros se consolidó hacia fines de 1972,
cuando se organizó la Conducción Nacional, no habiendo ninguna mujer
entre sus integrantes. En un primer momento, fueron Firmenich, Perdía y
Hobert quienes, reunidos en la casa del suegro de Perdía en la ciudad de Santa
Fe, resolvieron su creación debido a la complejidad organizativa que se había
alcanzado para ese entonces. Incluso más adelante, en un segundo momento,
cuando se produjo la fusión con las FAR y la cantidad de miembros de la
conducción ascendió a ocho, tampoco las hubo.
La distribución desigual de poder entre los géneros en la organización de
Montoneros trasvasó también el ámbito más íntimo de la militancia. Mientras
que los compañeros varones tuvieron los cargos de mayor jerarquía, inexcu-
sablemente sobre la mayoría de sus parejas recayeron además las tareas domés-
ticas, el cuidado y la crianza de hijos e hijas. En este sentido, los casos de
militantes con cargos de Conducción Nacional, como el que tuvo Roberto

2. Roberto Cirilo Perdía, quien fue miembro de la conducción nacional de Montoneros,


comenta que «cuantitativamente las mujeres significaban, aproximadamente, un tercio del
conjunto de la militancia montonera» (1997:214). Además, si se tiene en cuenta la lista
de muertes y desapariciones de militantes de Montoneros en Santa Fe, confeccionada por
la autora (Tell, 2011), se puede expresar que aproximadamente de un total de 152, 108
son varones y 44 son mujeres, un porcentaje levemente superior al tercio (40 %).

164
Cirilo Perdía, nos invitan a indagar sobre las relaciones entre lo personal y lo
político. Del testimonio de Perdía (1997) recuperamos los recuerdos de dos
momentos importantes en el devenir de la organización, pero también de la
vida personal de este jefe Montonero. Uno de ellos se relaciona con el proceso
de acompañamiento de la «orga» a Héctor Cámpora como candidato presi-
dencial en las elecciones del 25 de mayo de 1973; en ese momento, Perdía
recibió la noticia del nacimiento de su hija, pero no pudo estar presente. El
otro episodio fue cuando, luego de la unificación con las FAR, relató que la
nueva conducción tuvo sus primeras actividades en la casa donde él residía
con su familia, «allí, procurando mantener alejados mamaderas y pañales,
funcionó la conducción durante un año, aproximadamente (…) Fue uno de
los tantos períodos de mi vida en los que se hizo difícil compatibilizar los
requerimientos familiares con los compromisos asumidos» (Perdía, 1997:180).
La estructura jerárquica de Montoneros reprodujo, al menos en sus altas
esferas, una división jerarquizada del espacio social. La dimensión política
estuvo asociada a lo masculino, a la acción, al poder, a la gestión, mientras
que la dimensión de lo privado estuvo relacionada con lo femenino, la afec-
tividad, a la crianza y al cuidado, a la domesticidad; ambas dimensiones no
estuvieron disociadas, sino que en la práctica se entretejieron. La memoria del
Jefe Montoneros demuestra que las actividades necesarias para la superviven-
cia cotidiana y la gestión del cuidado fue relegado a las mujeres, mientras que
los varones militantes procuraron mantener alejados mamadera y pañales para
llevar adelante la revolución. En este sentido, incluir los aspectos personales
de esta biografía política permite visibilizar aspectos de la intimidad de la
militancia, espejo de lo que sucedía en la organización (Stanley, 2002).
Los recuerdos acerca del lugar ocupado por mujeres lideresas santafesinas
resultan difíciles de ser recuperados en las memorias militantes en Montone-
ros; posiblemente opacados por varones que estuvieron más expuestos públi-
camente, aunque esto no significó que las militantes no hayan tenido tareas
de responsabilidad o un alto nivel de compromiso en sus prácticas, sino que
su militancia fue escasamente reconocida para ocupar altos cargos.
En general, se recuerda a los cargos superiores de Montoneros ocupados
por varones, mientras que los olvidos acerca de las mujeres son justificados
por el principio de compartimentación inherente a cada una de las células o
UBC. La información de quienes fueron militantes de Montoneros, oficiales
o militantes de base en Santa Fe, la obtuvieron muchos años después, estando
en la cárcel o con la llegada de la democracia.

165
De la organización hacia adentro (porque para afuera no, porque nadie sabía) no
nos conocíamos todos, entre los que nos conocíamos había algunas compañeras
que eran muy reconocidas, con mucho mérito. Recuerdo a María o Raquel Ne-
gro. Varones carismáticos, hacia adentro, había unos cuantos. (Daniel, Santa Fe,
//. Militante –Montoneros)

Visto a la distancia había una diferencia, los cargos de mayor responsabilidad


eran de los compañeros. Pero había una conducción nacional donde había una
compañera o dos, Norma Arrostito y Berger, no me acuerdo del nombre de la
compañera. Norma Arrostito muere en la  y la otra compañera muere en
un enfrentamiento, había prevalencia de varones. Como era una estructura que
se iba cerrando producto de la represión que iba creciendo, es como que no co-
nocíamos toda la red, era todo muy tapado. (Julia, Santa Fe, //. Mili-
tante de Montoneros)

Pese a «lo tapado», a los años transcurridos y a la necesidad de olvidar en


algunos casos para sobrevivir, ciertos nombres de mujeres resuenan con mayor
insistencia, guerrilleras que seguramente militaron con la misma entrega que
otras pero que, por su participación activa en algunas operaciones o tareas en
los primeros años de formación, dado que eran pocos militantes en general
en la organización, y siendo muchas menos las mujeres y, por eso mismo, más
fáciles de identificar, reaparecen en las memorias con mayor claridad. De la
organización nacional se recuerda a mujeres emblemáticas en la historia de
Montoneros, como Norma Arrostito y María Antonia Berger, y a las militan-
tes santafesinas María de los Milagros Doldán y Alejandra Nicklison, quienes
participaron en algunas tomas importantes en los inicios de Montoneros,
como la Toma de Progreso o de San Jerónimo Norte. Especialmente la mili-
tancia de Raquel Carolina Negro, quien integró Montoneros luego de la fusión
con la , es recurrente en las memorias militantes.

Norma Arrostito, ella era un modelo y tenía mucha influencia en las mujeres de
la época, yo sé que se difundía ese tema, del ejemplo o el modelo de Norma para
el resto de las mujeres. (Susana, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Lo que nos interesa revelar aquí es la presencia de Arrostito como lideresa


indiscutida de la organización a la que refieren en general el grupo de infor-
mantes, quienes la recuerdan como un «modelo a seguir» dentro de la Con-
ducción Nacional. Existen diferentes posturas acerca de la pertenencia de
Arrostito dentro del conjunto de la conducción, no pudiendo hasta el

166
momento ser corroborada como plantea Karin Grammatico (2011). Uno de
nuestros entrevistados varones, miembro fundador de las FAR en la localidad,
también contradice esta idea, planteando que la única mujer que llegó a la
Conducción Nacional de Montoneros fue Élida D’Ippolito.

siempre el factor masculino tuvo mayor preponderancia y de hecho yo esto lo


marco, la única mujer que llegó a ser miembro de Conducción Nacional en la or-
ganización nacional fue María D’Ippolito que era una fundadora de la FAR tam-
bién, Amalia, la única mujer que llegó, era el nombre de guerra de ella (…) esa
fue la mujer que llegó más alto por ahí todo el mundo cree que fue Arrostito y
no, la Gaby era una compañera que no llegó al máximo nivel de la organización,
sin embargo, era una compañera de altísimo nivel, pero hubo compañeras que
llegaron al segundo escalón, de lo que era el nivel de conducción de Montone-
ros ¿no? (…) Gaby Arrostito, la Raquel Negro seguro, yo para colmo caigo en el
‘75, me quiero acordar de otra compañera también…María Antonia Berger (…)
Raquel Negro, María, fue una de las compañeras que llegó también, lo que pasa
es que yo probablemente no pueda saber la graduación porque yo caí en el ’75.
(Raúl, Santa Fe, 22/02/ 2010. Militante FAR–Montoneros)

En esta narración aparece Élida D’Ippolito, poco referenciada y de quien


tampoco podemos confirmar su participación en la Conducción Nacional:
mientras algunos la ubican como jefa de la columna Norte de Buenos Aires
en 1974, otros la referencian como cuadro político de alto rango; con la excep-
ción de Roberto Baschetti, que afirma su participación en la conducción luego
de la fusión con la FAR. En cambio, Roberto Perdía (1997) no identifica a
mujeres en ninguna de las dos conducciones nacionales, es decir, antes o
después de la fusión con las FAR. Acerca de esto, suponemos que Élida D’Ippo-
lito llegó a ser un cuadro importante dentro la estructura jerárquica de Mon-
toneros, alcanzando un cargo de oficial por el lugar que ocupó como Jefa de
la columna de Buenos Aires.
María Antonia Berger, la otra mujer mencionada, fue una de las sobrevi-
vientes del trágico asesinato de los presos políticos en Trelew y una de las
fundadoras de las FAR. Estas militantes son más recordadas que otras porque,
como dijimos, en los inicios de las organizaciones las mujeres participantes
de la lucha armada eran excepcionales y sus imágenes recorrieron las primeras
planas de los diarios, pero además el recuerdo de Berger también puede deberse
a que su primera aparición pública, luego de salir en libertad en mayo de 1973,
fue en el barrio Santa Rosa de Lima en Santa Fe el 21 de agosto del mismo

167
año3 en un acto de homenaje a los muertos de Trelew. Berger, en el año 1977,
viajó a Cuba como representante de Montoneros con el cargo de Oficial 1°;
consideramos que su presencia en las memorias militantes se debe central-
mente a que fue una de las pocas mujeres que accedió a un puesto alto dentro
de la estructura jerárquica.
En el nivel de la Conducción Nacional, compartiendo lo planteado por
algunas de las investigaciones precedentes (Grammatico, 2009; Viano; Semi-
nara, 2009; Noguera, 2018), las mujeres Montoneras no llegaron a los altos
cargos jerárquicos dando cuenta de la constitución de una estructura hege-
mónicamente masculina, y si bien algunas mujeres tuvieron una participación
jerárquica accediendo a cargos de oficial, ninguna alcanzó el mayor rango
dentro del esquema organizativo, reproduciendo los modelos de la cultura
masculina de su época (Pozzi, 2001).
A nivel local, Raquel Negro4 fue una de las pocas mujeres que integró el
grupo original de las FAR en Santa Fe. Esta organización en la ciudad se fue
formando inicialmente por Raúl —uno de nuestros entrevistados—, entre
otros militantes, a fines de 1969 y principios de 1971, y con posterioridad se
unirán al grupo Marcelino Álvarez y Raquel Negro, que para ese entonces
eran pareja.
Raquel Negro tuvo una importante participación desde la actividad barrial
donde Montoneros había logrado un alto grado de inserción para fines de 1973
en barrios como Villa del Parque, Alto Verde y principalmente en Santa Rosa
de Lima donde suponemos que Negro tuvo contacto con María Antonia Ber-
ger cuando visitó la ciudad. Fue responsable de la formación del Movimiento
Villero Peronista y de la Agrupación Evita de Santa Fe, que además fue el
distrito elegido para desarrollar el Primer Congreso Nacional del Movimiento
Villero Peronista, el 20 y 21 octubre de 1973 en el Paraninfo de la Universidad
Nacional del Litoral, con una convocatoria de casi 2500 personas y con 22
delegados de todo el país.5 Aparentemente, según la triangulación de nuestras
fuentes orales es posible ubicar a Raquel Negro como oficial de Montoneros,
siendo la única mujer que accedió a este cargo en la estructura local.

3. El Litoral, Santa Fe, 20/08/1973.


4. Estudiante de Asistente social, militó en varios barrios marginales de la ciudad de
Santa Fe, fue una de las fundadoras de la Unidad Básica Olmedo y el Movimiento Villero
Peronista de la localidad, también formó parte de la Conducción de la Agrupación Feme-
nina Evita Regional Santa Fe, durante los años 1973–1974. Historias de Vida (2007:67)
5. El Litoral, Santa Fe, 19/10/1973.

168
Desde sus inicios, la organización en Santa Fe estuvo formada en su mayo-
ría por varones, y si bien hubo un grupo originario donde las mujeres tuvieron
incidencia en las decisiones fundamentales en los primeros años de formación
de Montoneros en la ciudad, ninguna de ellas accedió a cargos de jerarquía.
Esto tampoco sucedió posteriormente y, con el correr de los años, cuando
ingresaron más mujeres a la organización, se tradujo en una estructura orga-
nizativa hegemónicamente masculina. Las mujeres Montoneras tuvieron limi-
taciones para acceder a los cargos jerárquicos, siendo los lugares de poder y
liderazgo monopolizados por los varones. En las narraciones de las mujeres
militantes observamos que ellas reconocen desde el presente estas diferencias;
sin embargo, para ese momento las desigualdades de género de las estructuras
jerárquicas de Montoneros no fueron resistidas colectivamente.

Mujeres de alto vuelo. PRT–ERP

La estructura del PRT–ERP se configuró de una manera distinta a la de Mon-


toneros: mientras que esta última se formó como una organización política–
militar única, la organización del PRT–ERP se construyó diferenciadamente,
existiendo una separación entre el aspecto político y militar que se materiali-
zaba en un partido de cuadros y en el ejército popular bajo su dirección. Esta
separación tuvo el objetivo de poder articular los frentes políticos con el mili-
tar, de modo tal que la política guiara el fusil, tal como venimos describiendo
a lo largo del escrito. Y, también a diferencia de Montoneros, antes de 1972
tenía una estructura consolidada, cerrando su ciclo de crecimiento luego del
golpe de 1976.
Toda la militancia del PRT formaba parte del ERP, aunque no todos y todas
sus integrantes eran parte del partido —lo cual demuestra que las cualidades
de formación política fueron fundamentales—, constituyéndose como un
partido restringido que severamente monitoreaba quiénes serían sus integran-
tes. En este sentido, hubo un proceso especial para llegar a ser un militante,
cuyos pasos anteriores eran los de aspirantes, simpatizantes y contactos con
distintos deberes y derechos.
El PRT–ERP en su estatuto estableció una estructura jerárquica, donde los
cuadros eran militantes en puestos de responsabilidad y dirección; solamente
aquellos y aquellas que accedían al puesto de militantes tenían voz y voto en
la toma de decisiones, mientras que los y las aspirantes tenían voz pero no
voto y debían demostrar cualidades revolucionarias para ascender a militante;
por debajo se encontraban simpatizantes organizados, que no eran miembros

169
de la organización pero participaban de algún ámbito de colaboración y
debate, y por último, contactos y lectores que se encontraban por fuera de la
organización. Las fronteras entre militantes, aspirantes y simpatizantes eran
difusas y dependía de la necesidad y la coyuntura del momento (Pozzi, 2001).
El objetivo ideal de la organización era constituir una dirección de carácter
colectivo; así se estableció la dirección del PRT a través del Comité Central,
cuyos miembros constituían un Comité Ejecutivo de once militantes, el Buró
Político de seis, que fue el máximo poder dentro de la organización, y los jefes
Regionales de todo el país. Por debajo de la Dirección Nacional se organizaron
las distintas regionales que tenían un Comité Regional, que respondió a las
directivas del Comité Central. También existió una dirección ejecutiva, el
Secretariado Regional de cinco miembros, quienes eran elegidos por el Comité
Central (Mattini, 2007:178), siendo ambos Comités los que se encargaban de
dictar los lineamientos políticos.
El ERP tenía una estructura independiente del PRT y se relacionaban por un
sistema de mandos que generaba y establecía los nexos entre ambos, esto no sin
contradicciones y confusiones. Por un lado, el ERP estaba compuesto por un
Estado Mayor Central, dirigido por un Comandante en Jefe, y quien ocupó
este puesto fue el Secretario General del Comité Central (CC) del partido; tam-
bién el Estado Mayor estuvo constituido por un grupo de oficiales cada uno a
cargo de una jefatura (Jefatura de operaciones, de Logística, de Inteligencia y
de Personal), todos militantes y miembros del CC, cuya función era ejecutar los
planes implementados por el Comité Militar que se desprendía también del
Comité Central quien decidía el plan de operaciones (Mattini, 2007).
Al igual que Montoneros, PRT–ERP tuvo una organización piramidal y
clandestina, aunque con una forma de distribución de tareas y responsabili-
dades más compleja y compartimentada. Y si bien la organización era cole-
giada, el liderazgo de Mario Roberto Santucho fue indiscutido y en la práctica
todas las decisiones políticas y militares recaían sobre él.
Teniendo en cuenta la estructura organizativa, nos interesa indagar acerca
de las funciones y los roles jerárquicos que las mujeres y varones tuvieron en
dicha organización, tratando de pesquisar en especial el rol que tuvieron las
mujeres en la estructura jerárquica santafesina.
Hemos analizado para la organización de Montoneros que hubo algunas
mujeres que tuvieron responsabilidades importantes, siendo militantes con
cualidades de formación política pero que, sin embargo, sus capacidades no
le permitieron llegar a ocupar los mayores cargos jerárquicos, accediendo a
los peldaños intermedios solo como oficiales. Es decir, ninguna militante
mujer en Montoneros accedió a la Conducción Nacional.

170
Por su parte, en el esquema piramidal organizativo del PRT–ERP, Pozzi
(2001) señala que solo dos mujeres participaron del Comité Central, Liliana
Delfino y Susana Gaggero de Pujals en 1975, aunque tampoco ninguna acce-
dió al Buró Político. En su investigación plantea que ambas mujeres fueron
incorporadas por su formación política, pero particularmente porque fueron
las parejas de altos cuadros del partido —Luis Ortolani, Mario Santucho y
Luis Pujals— determinando, aparentemente, su acceso a puestos de dirección
como plantea Pasquali (2005). Previamente a esto, de los delegados del V
Congreso solo participaron, según la nómina de De Santis (2006), tres muje-
res: Clarisa Lea Place, Nélida «Pola» Augier, y Ana María Villarreal, mientras
que Luis Mattini (2007) olvida a Augier en su nómina de participantes. Por
su parte, en el relato testimonial que Nélida Augier realiza en el libro testimo-
nial de Marta Diana (2006:94), recuerda que junto a Clarisa Lea Place pudie-
ron votar en el V Congreso porque fueron las delegadas por Tucumán, mien-
tras que investigaciones recientes plantean que la única delegada del V
Congreso fue Clarisa Lea Place (Andújar, D’Antonio y Gatica, 2018). Esta
multiplicidad de narrativas demuestra, una vez más, las dificultades y desafíos
que significa reconstruir las presencias femeninas incluso en estos aconteci-
mientos tan reconocidos en la historia del partido.
Sabemos que el acceso a esta información puede ser recuperada a través de
la memoria militante, y reparar en esto significa reconocer que quienes recuer-
dan y olvidan son dos militantes que pertenecieron a la jerarquía del partido,
pero además son los que han realizado mayor esfuerzo por divulgar su histo-
ria a través de posteriores escritos; Augier, por su parte, también ha intentado
realizar lo mismo a través de su biografía con el fin claro de hacer visible su
participación como una de las fundadoras del ERP y como co–responsable del
aparato de inteligencia del PRT. Es decir, que reconocemos que las memorias
son selectivas y que están supeditadas a lo que se desea recordar o no volun-
tariamente y de lo que se quiere recuperar y transmitir como legado. Las
disputas y conflictos entre voces encontradas también son constitutivas de los
modos en los que se configuran los sentidos e interpretaciones del pasado en
las memorias de las y los militantes.
Más allá de estos relatos múltiples y contradictorios respecto a la presencia
femenina y a sus memorias sobre el V Congreso, las tres mujeres recordadas
fueron cuadros importantes dentro de la organización y en este sentido, algu-
nas cuestiones nos parecen relevantes de ser consideradas. La primera es que
todas ellas tuvieron relaciones sexoafectivas con altos cuadros del partido:
Clarisa Lea Place tuvo un breve romance con Benito Urteaga pero también
con Mario Santucho; Nélida Augier luego fue la pareja de Urteaga y Ana María

171
Villareal fue la primera esposa de Santucho. Esto evidencia que la dimensión
de la sexualidad se entrelazó e integró las prácticas revolucionarias en el ámbito
de militancia íntima y reducida de quienes formaban parte del órgano jerár-
quico. Asimismo, recordemos que en los primeros años 70 las mujeres eran
pocas y sumado a lo vertiginoso de los tiempos, los amores, desamores y
relaciones paralelas, formaban parte de la dinámica de la militancia, espacio
de relaciones afectivas y políticas (Andújar, 2009).
La segunda cuestión, teniendo en cuenta lo analizado en el capítulo tres,
es que estas tres mujeres eran oriundas de provincias del noroeste del país, dos
tucumanas y una salteña, siendo el modelo del obrero norteño y tucumano
representativo de la vanguardia revolucionaria, como ya dijimos. Desde esta
interpretación, consideramos que estas mujeres, por tener dicho origen, res-
pondían al menos en uno de sus rasgos al modelo ideal de revolucionario. El
PRT–ERP construyó la cultura provinciana como hegemónica, y en especial
la norteña, siendo esta corporizada en la figura de Santucho y en otros mili-
tantes, como Antonio «Negrito» Fernández (Pozzi, 2001:137).
Si bien Villarreal, Augier y Lea Place compartían trayectorias, una forma-
ción política solvente y un especial atributo cultural norteño, se considera que
ser «mujeres de…» fue la principal condición que las habilitó a participar de
uno de los eventos más importantes del partido como el V Congreso. Aunque
después de todo, ninguna de ellas accedió a cargos jerárquicos posteriormente,
esto podría haberse debido a sus caídas precipitadas durante la masacre de
Trelew producida en 1972. Nélida Augier fue la única que llegó a ser respon-
sable de la contrainteligencia designada por el propio Santucho (Augier, 2011).
En relación con esto, Ana,6 una militante mujer tucumana, que la conoció
durante su militancia en Córdoba, nos comentó acerca de la necesidad de
formar un equipo de contrainteligencia y de la que Augier llegó a ser la máxima
responsable.

6. Ana, era su nombre de guerra, nació en Tucumán y luego residió en Córdoba donde
realizó sus estudios universitarios. Junto a su pareja, F*, fueron militantes del PRT–ERP,
ambos de la regional de Córdoba. F* nació en Santa Fe, aunque muy joven residió en Cór-
doba donde estudió medicina y llegó a ser un alto oficial del partido. Él no quiso acceder
en ninguna oportunidad a una entrevista, pese a los continuos contactos personales que
tuvimos con Ana y con él. Luego del episodio expuesto más arriba, ambos pasan a la lega-
lidad en 1974, viviendo aproximadamente un año en Santa Fe, luego F* cayó preso en
Coronda en noviembre de 1974, quedando a disposición del PEN para luego exiliarse en
México. Ana no fue tenida en cuenta para realizar los perfiles de los y las militantes en
Santa Fe; sin embargo, la consideramos una informante muy valiosa para este estudio.

172
«Pola», que era tucumana. Con esto de la movilidad, yo la conocí en Córdoba
(después nos enteramos que habíamos estado internas en el mismo colegio), ella
va a Buenos Aires y forma parte de un organismo de inteligencia que creó el Buró
Político que era la máxima autoridad del PRT, ahí estaban el «Gringo» Menna,
Benito Urteaga y Santucho, creo que también Gorriarán (…) Ella estaba como
por arriba del Buró Político porque se había creado un organismo de inteligen-
cia que tenía que, incluso, controlar al mismo buró; porque en ese momento,
1975–76, un poco antes de que muriera Santucho —porque a él no lo mataron,
murió en combate— se crea eso porque ya había mucha infiltración en el Partido
de los servicios. «Pola» integraba lo que era el máximo nivel, ella era la mujer de
Benito Urteaga. Cuando cae Benito Urteaga, Santucho, el Gringo Mena y todos
los que caen ahí, Ana María Lanzilloto y la mujer de Santucho [Liliana Delfi-
no] ahí cae también el hijo de la «Pola» que era un bebé de un año y pico, dos,
el ejército se lo llevó. (…) La «Pola» quedó clandestina, recontra prófuga, logra
salir del país, después recupera el hijo y termina en Nicaragua en la Revolución
nicaragüense, una mujer muy comprometida. Sin embargo, ella escribe un libro
que se llama Los jardines del cielo, muy interesante, lo vas a encontrar en la revis-
ta Sudestada. Es muy importante lo que escribe porque ahí ella habla de todo lo
que tenía que sufrir como mujer militante a ese nivel, de todo lo que arriesgaba
y todas las contradicciones que tenía. Por correo electrónico con ella hemos ha-
blado de la cuestión de género y ella sí acepta que había terribles cuestiones de
género y que las compañeras no éramos tan bien conceptualizadas, teníamos que
hacer el doble o triple de esfuerzos para que nos dieran bola, cosa a la que yo no
estaba dispuesta. Sí quise mucho a mis compañeros, mi casa era de ellos. (Ana,
Santa Fe, 26/09/2015. Militante del PRT–ERP)

Los testimonios recogidos del grupo de militantes del PRT–ERP confirman la


idea de que pocas mujeres accedieron a los cargos jerárquicos de mayor res-
ponsabilidad, evidenciando el prejuicio sexista respecto a su formación política
como cuadros del partido que sobre ellas recaía; mientras que las mujeres que
accedían a tareas de responsabilidad debían hacer un doble o triple esfuerzo
para ser aceptadas.
Los cargos de mayor jerarquía dentro de la estructura del PRT–ERP fueron
ocupados exclusivamente por varones y a pesar de que las mujeres, entrado
los años setenta, incrementaron su ingreso a la organización, esto no las habi-
litó en el acceso a los mismos.

me parece que había muy pocas mujeres en los organismos de dirección. En el


Buró Político no hubo ninguna, estoy casi seguro. En el Comité Central habría

173
algunas mujeres, pero no muchas. Siempre la predominancia fue masculina. (Fla-
co, Santa Fe, //. Militante del –)

En general, nuestros informantes recuerdan a Liliana Delfino como una mujer


importante que llegó al Comité Central, quizás la reiterada presencia de esta
mujer en las memorias militantes se deba a varias cuestiones que confluyen.
Delfino tuvo una trayectoria política destacada, fue fundadora de Vanguardia
Comunista en Rosario, militante con mucha formación dentro de Palabra
Obrera y una de las primeras mujeres que integró el ; tuvo una manifiesta
participación política en la regional de Rosario, territorio donde militantes de
Santa Fe también operaron, y además cae el mismo día que Mario Santucho
y la dirección nacional del partido el  de julio de .

Mira, yo conocí bastante a Liliana Delfino, una mujer extraordinaria, excelente.


Estuve presa con ella, estuve en reuniones de trabajo, en formaciones políticas,
viví de cerca muchas cosas con ella, tengo una gran admiración, un gran apre-
cio, un gran afecto por ella. Ella terminó siendo la mujer del Negro y jamás lo
hubiera aceptado porque era la modestia hecha persona. Pero quizás se ha visto
en muchos casos. Yo no lo viví, porque de las compañeras con las cuales yo esta-
ba todo el tiempo en diferentes células, el compañero o estaba en otra célula, o
yo no lo conocía. Bueno, mi compañero también tenía responsabilidades, y yo
era «la hermana de» y «la hermana de», también se podría decir… Yo creo que lo
viví varias veces ahora, en los últimos años, el «¡Ah!, vos sos fulana de tal». Pero
no por ser la esposa de fulano de tal, sino más porque era la hermana de fulano
de tal, mi familia que es muy conocida. (Raquel, Santa Fe, //. Militan-
te del –)

La narración de Raquel, refuerza lo planteado por Pozzi () de que algunas


mujeres accedieron a cargos de responsabilidades por sus méritos políticos
como militantes, pero también por ser «parejas de…» o, como en el caso de
nuestra entrevistada, «hermanas de…», siendo mujeres más respetadas que
otras. En este sentido, nos interesa indagar acerca de cuáles eran las cualidades
necesarias para ir ascendiendo en responsabilidades dentro de la organización.
El  fue un partido de cuadros que consideró de suma importancia la
formación de sus miembros. Las responsabilidades en y con la organización
eran fundamentales, exigiendo una adhesión «total» a la línea del partido y
un compromiso en función de sus objetivos (Pasquali, ). Con tal fin, se
creó la Escuela Nacional de Cuadros para la formación de aspirantes que
querían ingresar como militantes y de la que participó la mayoría del grupo

174
entrevistado; igualmente hubo instancias de capacitación en Cuba y en Chile,
países que establecieron alianzas y acuerdos de lucha coordinada.7 En la escuela
se dictaron cursos teórico–prácticos de ingreso de dos o tres semanas, que
implicaban la formación en varios temas referidos a la historia del , al
conocimiento de los estatutos, así como la instrucción militar. Luego de fina-
lizado el curso, el responsable realizaba un diagnóstico y elevaba un informe
a la Dirección del frente o zona, donde se señalaba los atributos incorporados
dentro del grupo de militantes formados, y se atendía al grado de compromiso
y aceptación de la línea partidaria; la evaluación tenía la función de ubicar el
lugar que ocuparía la militancia (Mattini, :).

lo fundamental era adherir al proyecto y esa adhesión implicaba que se diera por
sentado que uno tenía o adhería a determinados valores. Luego, en la práctica,
uno iba demostrando el nivel de compromiso que tenía. Y esto era no sólo una
cuestión de participación en lo que te podían asignar, sino de iniciativa, de crea-
tividad, de generar cosas nuevas, y el tema de la formación a lo cual se le daba
mucha importancia. Antes te decía lo de la práctica del estudio como una práctica
inserta en nuestra rutina cotidiana. La confluencia de esos factores hacía que vos
en determinado momento pudieras ir recorriendo un camino por el que pasa-
bas de ser simpatizante —que era un primer acercamiento—, a ser un militante
que formaba parte de algún equipo o célula, y luego un militante con responsa-
bilidades. Las responsabilidades podían ser a nivel de alguno de los frentes, a ni-
vel regional o a nivel nacional; eso dependía del desempeño. (Carmen, Santa Fe,
//. Militante del –)

Primero la comprensión de la línea política que tenía el . Eso se tenía que co-
rresponder en la práctica, no es una verdad de perogrullo pero es así; saber es saber
hacer. Si no saber hacer (por más que recitaras a Lenin, al Che o a quien sea), lle-
ga un momento que se cae. (Hugo, Santa Fe, //. Militante del –)

Estudiábamos mucho. Bueno, en la Escuela arrancabas… De historia argentina,


los elementos de historia argentina que tenemos nosotros se los debemos al Par-

7. La Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) fue un ejemplo de las redes regionales


entre organizaciones de izquierda armada. En 1974 apareció públicamente, con un desa-
rrollo institucional relativamente autónomo de sus organizaciones miembros. Sus tareas
fueron de infraestructura, propaganda, logística, armamento y en especial intercambio de
militantes (Marchesi, 2008).

175
tido. Había una biblioteca recomendada que era el «Qué hacer», «El Manifiesto».
(Cabezón, Santa Fe, //. Militante del –)

El estudio de los teóricos del marxismo, pero también otros temas, fueron
muy importantes en la formación para la militancia, reconocido como cuali-
dad para ir asumiendo responsabilidades; asimismo, el proceso de proletari-
zación y la inserción de masas fue clave en el itinerario revolucionario siendo
una parte integral de la línea política, cuyo objetivo era derrocar al capitalismo.
En las trayectorias de formación política, necesarias para acceder a militan-
tes del partido, en general se manifestó entre los y las testimoniantes el proceso
de despojo que significó el dejar de ser «un pequeño burgués» para comenzar
a compartir la práctica social de la clase obrera, su modo de vida y trabajo.8
El obrero argentino fue paradigma del buen revolucionario, se reivindicaron
e idealizaron sus virtudes como la humildad, sencillez, paciencia, espíritu de
sacrificio, tenacidad, entre otros, atributos considerados que encarnaba la clase
obrera.
Los y las militantes del «–, debían ser hacedores y se los juzgaba
como tales» (Pozzi, :). Como dice Hugo, «no era sólo saber, sino saber
hacer», un cuadro del partido iba a lo práctico, siendo creativo, gestionando
y sabiendo resolver situaciones problemáticas.

Una era la proletarización. Cortar los vínculos con la clase media. (…) Dentro
la organización, digamos, que un escalón era la proletarización (entrar a trabajar
en una fábrica, en un barrio, en donde sea) y dedicarse a full. Dentro de las cua-
lidades que había que tener, ser buen compañero, y también se tenía en cuenta
la participación en la actividad militar. Pero más se tenía en cuenta el origen de
clase, no la capacidad militar. Si hablamos en términos de lo que sería ascender,
si en el  había dos con iguales condiciones, al obrero lo iban a marcar prime-
ro antes que a un pequeño burgués. Al de origen obrero se lo iba a marcar como
responsable. (Flaco, Santa Fe, //. Militante del –)

Primero, en el  (ya te habrán contado), existían varias categorías. Una era ser
simpatizante, que era la más baja, podías volantear, guardar gente en tu casa, to-
das esas tareas de infraestructura. La otra era ser militante del  y tenías que
reunir cualidades como una buena formación teórica en el marxismo leninismo
y tenías que haber demostrado en combate que ibas al frente, que no tenías va-

8. Moral y Proletarización, julio 1972.

176
cilaciones, tenías que demostrar también en tu vida personal (pero eso era más
elástico, ahí es donde se veía más eso de que las mujeres para un lado y para otro
los hombres), por ejemplo, si alguien trataba de ajustarse al documento de Moral
y Proletarización, eso estaba muy bien y destacarse en tu militancia. Si vos reu-
nías todos esos requisitos pasabas como aspirante al  y, probado un tiempo,
pasabas a ser miembro del Partido. Pero ¿por qué se hacía todo eso? Porque se
trataba de lograr un Partido de cuadros, como el de los vietnamitas, no entraba
cualquiera, el Partido era la dirección política del aparato militar, entonces tenían
que entrar cuadros muy bien formados, era un Partido de cuadros (a diferencia
del , por ejemplo, que hablaban de un Partido de masas, hacían grandes asados
y pasaban afiliando a la gente). Esto era un Partido de cuadros, entonces tenían
que estar muy bien probados. Ni hablar de que había categorías, por ejemplo, si
te habían metido preso y no habías hablado y habías tenido un comportamien-
to contra el enemigo, todo eso se tomaba en cuenta. (Ana, Santa Fe, //.
Militante del –)

La crítica y autoevaluación fueron parte del proceso por el que atravesaron


sus miembros que se realizó en todos los niveles de la estructura partidaria,
aunque la misma se vio afectada por el recrudecimiento de la represión que
inhibió el proceso al interior de la organización, situación similar atravesó la
estructura de Montoneros.

Lo elegíamos. Era el que más capacidades tenía para resumir el pensamiento co-
lectivo, el tipo que tenía más claridad para resolver las operaciones. Y eso se daba
naturalmente y vos lo reconoces, no tenías ningún prejuicio en reconocerlo. Y
después se proponía, cuando se formaba un equipo nuevo, los compañeros de
la Dirección nos decían: «A nosotros nos parece que puede ser tal compañero el
responsable de este equipo». Y se votaba entre todos y se aceptaba, o no. (Ma-
nuel, Santa Fe, // . Militante del –)

Es cómo los otros compañeros te veían a vos. Por lo menos donde yo funcioné,
teníamos reuniones periódicas donde siempre había una cuestión de la práctica
de la crítica y la autocrítica. No puedo generalizar y sé que no todas las expe-
riencias fueron así, pero por lo menos desde mi experiencia, a mí me consta que
nosotros teníamos instalada una práctica en la que evaluábamos qué era lo que
íbamos haciendo, cómo íbamos marchando, qué recorrido íbamos haciendo en
los equipos que uno estaba; esto implicaba una autoevaluación, una autocrítica,
y una evaluación de los demás. O sea que esta cuestión de estar en un lugar o en
otro o de asumir una responsabilidad o no, o el cambio, no eran… Aunque a ve-

177
ces venían algunas directivas: «Fulano y fulana van a pasar al frente porque hay
necesidad» y uno lo entendía, salvo que tuviera alguna cuestión, en general no
eran muy discutidas estas cosas. Los recorridos que se hacían no eran sorpresivos,
no era que de un día para el otro uno pasaba de un lugar a otro. Sí sé que no se
puede generalizar esto y que hay que tener en cuenta de que yo estoy hablando
del ’73, ’74, una coyuntura totalmente distinta a la que se dio en años posterio-
res. A partir del ’74 con el tema de la represión se empezaban a desmantelar los
equipos, la gente que quedaba asumía alguna que otra responsabilidad. (Carmen,
Santa Fe, 9/11/2014. Militante del PRT–ERP)

Las instancias de crítica y autoevaluación generaban criterios compartidos y


eran una forma de cohesionar la militancia en la formación política, cultural
y moral, pero también, como plantea Pozzi (2001), una forma de control social
de mucha rigidez.
La formación intelectual, política y militar, la proletarización, la aceptación
de las líneas partidarias, que implicó muchas veces consentir órdenes, pese a
la propuesta en teoría del centralismo democrático, pero especialmente el
compromiso con la causa, fueron esenciales para ir asumiendo responsabili-
dades dentro de la organización. Y si bien fueron pocas las mujeres elegidas
para los cargos de mayor jerarquía, progresivamente asumieron responsabili-
dades en algún equipo o célula. Solo dos mujeres llegaron a ocupar los pues-
tos del Comité Central del partido a nivel nacional, pero paralelamente hubo
muchas mujeres responsables en las distintas regionales, a medida que su
ingreso a la militancia fue en aumento.
Siguiendo con esta línea de análisis, nos preguntamos acerca de las mili-
tantes perretianas de la localidad que asumieron responsabilidades dentro del
partido y del ejército, para lo cual tuvimos en cuenta las entrevistas realizadas
al grupo de militantes del PRT–ERP en Santa Fe.
Por un lado, pudimos constatar la participación de muchas mujeres en la
organización en la ciudad, aunque siempre en proporciones menores a los
militantes varones. El Flaco, durante una de las entrevistas realizadas, realizó
una operación lógica y generalizada acerca de la militancia femenina en la
ciudad, planteando que «si todos teníamos parejas, éramos pareja o hacíamos
pareja dentro de la organización, así que lo lógico sería pensar que sería 50 y
50, o 55 y 45» (Santa Fe, 02/10/2014. Militante del PRT–ERP); esto puede ser un
indicio que nos permita analizar que más allá de los porcentajes o cantidades
que no se corresponden con la realidad, las mujeres tuvieron una significativa
presencia en la militancia en las organizaciones armadas en Santa Fe, pero
además que muchas de ellas y ellos militaron de a dos, como pareja militante.

178
Asimismo, esto puede tener sentido si tenemos en cuenta que, del total de
informantes, solo uno, que podríamos ubicarlo dentro de los integrantes de
los grupos originarios del partido, tuvo una compañera que no militó.
En general la militancia en Santa Fe, al igual que otras regionales, en las
organizaciones estudiadas tuvo el estilo de llevar adelante la práctica revolu-
cionaria en pareja, lo cual implicó un compromiso sexoafectivo, pero también
una responsabilidad compartida, interseccionando lo personal con lo político
en la práctica guerrillera (Cosse, ).
Por otro lado, se observa que la mayoría de las mujeres militantes de Santa
Fe fueron referentes de los primeros años de la militancia, siendo esos nombres
más inscriptos en las memorias que otros, ya que pocas fueron las mujeres que
militaron en la primera etapa en la organización, pero además porque tuvieron
transcendencia con posterioridad (Pasquali, ).
Es notable que en los relatos aparecen en reiteradas oportunidades referentes
mujeres que venían de otras regionales, y en particular, recuerdan a las Rosa-
rinas. Esto demuestra la fluidez en las relaciones entre la regional Santa Fe y
Rosario, y la coordinación en los primeros años de la organización, como
hemos señalado con anterioridad. Los tránsitos entre militantes se produjeron
por diferentes motivos; entre ellos podemos considerar la posibilidad que la
ciudad otorgó a la formación del grupo originario, surgido del ámbito estu-
diantil, jóvenes que residieron en la localidad para realizar sus estudios uni-
versitarios cursando parte de su militancia en la localidad, y también por las
demandas de militantes que otras regionales requerían.
Dos mujeres surgen con insistencia en las memorias, una de ella siempre
nombrada como «la compañera de» Alberto Carlos «Lobo» del Rey, Adriana
«La Negra» Capeletti, la otra, Nora Mattion. Ambas militaron en Santa Fe y
estuvieron muchos años presas en la cárcel de Devoto.
Capeletti es referenciada, al igual que otras mujeres destacadas, como «la
compañera de», ya que su pareja fue un cuadro muy importante del partido,
y tuvo una responsabilidad significativa en varios operativos en la ciudad.
Acerca de esta militante perretiana, nos resulta interesante rescatar el recuerdo
del Cabezón, concerniente al estilo y a la modalidad en su práctica como
referenta del partido. Capeletti es descrita como muy sensible y humana en
su manera de vincularse, dispuesta a reparar en los sentimientos y sensaciones,
empatizando con las situaciones personales que se tensionaban a veces cuando
se debía obedecer una orden. El recuerdo del Cabezón marca una clara dife-
rencia en relación con las respuestas y actitudes que tenían los referentes
varones, quienes, si bien eran cuadros muy bien formados, no contemplaban,
en la mayoría de los casos, las singularidades emocionales. Estos recuerdos se

179
cruzaban con aquellos primeros referentes varones del grupo originario del
partido, una generación anterior que la de él, cuyas compañeras en general
no fueron militantes de la organización, al menos directamente.

Yo, con la Negra, genial. Con la Capeletti, el poco tiempo que estuve con ella.
Aparte, era una mina muy especial. Digamos, hay una cosa, dentro del Partido
aparte de tener el militante viejo, el que no militaba su compañera, tenías tam-
bién el militante al que le calentaba poco la cuestión humana. ¿Me entendés? Y
nosotros teníamos cierto tiempo para la cuestión humana. Y la Negra, dentro
de los responsables que yo tuve dentro del Partido, siempre fue una mina que te
daba bola en las cuestiones humanas. (…) Y, yo con la Negra [hace referencia a
su compañera Dolores] y con la nena, cuando estábamos en la discusión de si yo
me iba a hacer la colimba o no… La Negra no quería que yo fuera a hacer la co-
limba porque ella no se lo iba a bancar, que de última hubo que hacer todo un
trabajo de convencimiento… Y ella era una mina que se ponía en la piel de los
compañeros, del compañero y la compañera. Y los compañeros ¡no! Los compa-
ñeros, la mayoría eran más. No. Dale para adelante, decile que deje de romper
las pelotas. (Cabezón, Santa Fe, //. Militante del –)

Nuestro informante nos acerca a uno de los temas que se han problematizado
sobre las organizaciones armadas desde los estudios de género, que refiere a la
reproducción de ciertos estereotipos masculinos en las formas del ejercicio del
poder de algunas mujeres al asumir puestos de dirección dentro del partido.
Si bien Capeletti no llega a los puestos de mayor jerarquía, fue una referenta
muy considerada en Santa Fe, y no negó compartir sus emociones, demos-
trando la empatía que al menos el Cabezón no encontró entre otros referentes
varones del partido.
Asimismo, tenemos otra mujer referenta de uno de los primeros grupos
comandos de apoyo formados en Santa Fe, luego de la creación del . Este
grupo, que ya venía del ámbito estudiantil militando en la –, comienza
a realizar algunas acciones armadas menores en la ciudad, aunque sin vincu-
lación orgánica y con poca o nula relación con la jerarquía. Teniendo en cuenta
la narración de otro de nuestros entrevistados varones, apareció entre sus
recuerdos el primer contacto que tuvo su grupo; una mujer a quien caracterizó
como una referenta muy valiosa y una militante muy importante del frente
estudiantil, a quien admiraban y respetaban por su formación. Sin embargo,
tenemos conocimiento de que esta militante fue la hermana de uno de los
formadores del partido en la ciudad y, aunque esto no fue mencionado por el

180
Flaco, se podría interpretar que nuevamente aparece la idea de «hermana de…»
que en la ciudad santafesina pareciera repetirse como un mantra.

Para nosotros era como alguien que viene de afuera. No la podíamos evaluar
cómo era ella como militante. (…) A nosotros nos atendía como contacto, nos
pasaba los materiales y trataba de explicarnos las cosas, pero me parece que bien.
En ese caso concreto con ella, era más bien una admiración que teníamos. (…)
Ella era bien accesible, explicaba las cosas muy convencida. Nosotros no preci-
sábamos que nos convenciera mucho, pero nos convencía…Bien. (Flaco, Santa
Fe, //. Militante del –)

La localidad de Santa Fe fue una regional pequeña pero autónoma, que aten-
día asimismo a la ciudad de Paraná, Provincia de Entre Ríos.9 Como hemos
planteado, tuvo una intensa actividad política–militar existiendo una frecuente
circulación de militantes. En general, el grupo de informantes la denominan
semillero de cuadros, y si bien lo fue, consideramos que la regional santafesina
podría ser visualizada desde otro ángulo, en tanto asumió una actividad polí-
tica y militar significativa que, aun cuando no tuvo las dimensiones de Rosa-
rio, Córdoba o Buenos Aires, no solamente constituyó «una cantera de cua-
dros» (Mattini, :). Del mismo modo, podemos dar cuenta de que hubo
una gran participación de mujeres dentro del –, y aunque ellas tenían
las mismas obligaciones que los varones, no tuvieron los mismos derechos y,
en general, muy pocas de ellas llegaron a tener cargos jerárquicos en esta
regional.
Todos los responsables políticos de Santa Fe fueron varones, uno de ellos
fue Julio Cesar Zervatto,10 que según los testimonios fue uno de los cuadros
mejor formados y estudiosos del , llegando a ser miembro del Comité

9. Recordemos que las ciudades de Santa Fe y Paraná son muy cercanas teniendo una
distancia entre ellas de 30 km. El Túnel Subfluvial «Raúl Uranga–Carlos Sylvestre Begnis»,
es un corredor subterráneo subfluvial construido bajo lecho del río Paraná, inaugurado a
fines de 1969, que posibilitó la integración regional, así como el tránsito frecuente entre
militantes (Serra Mengui; Bisordi, 2015).
10. Julio César Zervatto, o Darío, fue estudiante de Ingeniería Química en la ciudad, había
nacido en el pueblo de La Criolla, ubicada a 170 km de la capital provincial. Vivía en una
residencia universitaria donde conoció a otros compañeros que también militaron en el PRT.
Visitaba asiduamente las casas de las familias Mac Donald y los Benedettis. Fue secues-
trado en la ciudad de Santa Fe, mientras salía de la casa de Marta Zamaro, quien inme-
diatamente después también fue secuestrada y asesinada cruelmente junto a Nilsa Urquía.

181
Central, hasta que fue secuestrado en noviembre de . Su lugar fue reem-
plazado por Roberto Sorba,11 «El griego», también considerado un cuadro
muy importante del partido.12

La mujer también tenía que proletarizarse, tenía que ir a trabajar a la fábrica, tra-
tar de ser buena dirigente estudiantil u obrera. Respecto al rol dentro de la orga-
nización, habría que plantearse desde cómo era en ese momento —y no como lo
miramos ahora—. (…) Supongo que en esa época nadie nunca iba a poner como
una cosa a discutir si era mujer o si era hombre para ser responsables, lo que pasa
es que, si lo miramos desde ahora, generalmente caía el hombre siempre como
responsable. (Flaco, Santa Fe, //. Militante del –)

Pero pasa que acá no hubo muchas mujeres de alto vuelo. No porque no lo me-
recieran sino porque no se dio. Primero porque Santa Fe es una ciudad muy con-
servadora, y en su estructura social era una ciudad típica de clase media, y como
el  no jodía… Había que tener determinadas convicciones —tanto siendo
varón como mujer— para entrar. Por eso nosotros en estos lugares no crecimos
de la misma manera en que crecieron otras expresiones de la lucha armada. La
que venía con nosotros era porque estaba convencida de un montón de cosas.
Además, no era fácil entrar, no era fácil ser parte del , del  sí, pero del 
no. Por otro lado, al haber acá una población universitaria tan grande… Nosotros
no captábamos al boleo; tanto a hombres como a mujeres. Esa era una caracte-
rística, durante todo el año  se dio una afluencia hacia la lucha armada que fue
más hacia los «Monto», nosotros seguíamos siendo oposición. La que venía era
porque tenía determinadas cosas en la cabeza para identificarse. Sí hubo compa-
ñeras que llegaron… la Norita Mattion. Milagros tuvo más responsabilidades en
la cárcel que afuera. La compañera del Lobo del Rey. Pasa que, al ser una regional
chica, aquí no se daba la división de que el compañero estuviera en un frente y
la compañera en otro; estaban juntos por lo general. (…) quizás mi experiencia
no te sirva tanto, porque me movía en un nivel, donde no había indios, todos
teníamos responsabilidades entonces el nivel de discusión, era otro, donde había
órdenes. (Hugo, Santa Fe, //. Militante del –)

11. Estudiante de Ingeniería Química, oriundo de Nogoyá, Entre Ríos. Fue secuestrado
a fines de 1975 en la ciudad de Santa Fe.
12. Entrevista a Manuel, Santa Fe, 24/04/2020. Militante del PRT–ERP.

182
Este último testimonio nos invita a bucear un poco más acerca de las carac-
terísticas de la regional, así como también sobre las funciones y roles jerárqui-
cos asignados a mujeres y varones militantes del PRT–ERP en Santa Fe.
Como hemos planteado, si bien la regional en la ciudad no alcanzó grandes
dimensiones si la observamos comparativamente con otros territorios, en la
localidad funcionó una dirección constituida por responsables de distintos
frentes (político, estudiantil, barrial, fabril, militar, propaganda), que even-
tualmente circularon fluidamente entre los mismos. Podría decirse, además,
que durante los años 1972 y 1974 se producen sucesivas caídas dentro de esta
regional, situación que provocó el traslado de algunos cuadros de la ciudad
hacia otras regionales, significando un fuerte golpe para la organización.
A la dirección regional de Santa Fe tampoco accedieron las mujeres, no
habiendo, como dice nuestro informante, muchas mujeres de alto vuelo por-
que en donde se daban las órdenes los caciques eran todos varones. La estruc-
tura jerárquica santafesina reprodujo una división sexual del trabajo desigual
si analizamos la ausencia de mujeres en las altas esferas. El contexto social y
cultural de Santa Fe en los ’70, conservador y patriarcal, se vio reflejado en la
estructura partidaria, inhibiendo a las militantes el acceso a puestos jerárqui-
cos, donde no fue posible fisurar las desigualdades de género al interior de la
estructura partidaria.

Las células, ¿relaciones más horizontales?

Respecto de la estructura de las dos organizaciones analizadas, vimos que


ambas tuvieron un sistema de compartimentación que estuvo dado por la
formación de células que tenían la mayor autonomía táctica posible respecto
a la estructura. En el caso de PRT–ERP, teniendo en cuenta la diferenciación
entre el partido y el ejército, se distinguieron las células políticas con inciden-
cia en los frentes de masas y las células militares. Esta diferenciación implicó
desigualdades de género, porque si bien, como vimos, las mujeres se formaban
con las mismas obligaciones que los varones, pocas fueron las que participaron
de las células militares, siendo la mayoría constituidas por varones; distinto
era lo que ocurría en las células políticas, en donde las mujeres tuvieron una
incidencia significativa. En el caso de Montoneros sucedió algo similar, y
aunque sabemos que sus células imbricaban lo militar con lo político, también
existieron diferencias en su composición en relación con el género.
En Santa Fe, teniendo en cuenta el análisis de las entrevistas, observamos
que las relaciones al interior de cada una de las células, en ambas organizacio-

183
nes, tendieron a ser más horizontales, y su práctica manifiesta fue la crítica,
autoevaluación y la discusión política, intentando llevar adelante un criterio
más igualitario en la toma de las decisiones. Pese a esto, los miembros de cada
uno de los grupos debían remitirse siempre a su responsable, cuya función era
ser el nexo con las instancias superiores de mando.

No había tratos diferenciados. Responsables tuve varios, pero no lo noté. Te lo


digo así categórico porque teníamos el mismo trato. (Esther, Santa Fe, 24/02/
2011. Militante de Montoneros)

Tuve responsables varones. Había buen trato. Yo a su vez era responsable de otro
grupo de la organización, por ser responsable sentí que era valorada. (Lucía, San-
ta Fe, 17/02/11. Militante de Montoneros)

Probablemente en general en antigüedad y en experiencia yo tenía mayor anti-


güedad, mayor experiencia que ella [haciendo referencia a su responsable mujer],
y bueno a ella le tocó ser responsable mío y yo lo aceptaba con normalidad diga-
mos porque era una disposición interna no?…el responsable de un grupo no era
la estructura militar «que yo porque soy esto, vos tenés que hacer esto»… no era
así o sea nosotros como responsables del grupo teníamos que ser la síntesis del
grupo. (Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2009. Militante de Montoneros)

Tuve responsables mujeres y varones… Era de mucho respeto y de afecto. Pasa


que nosotros veníamos de una formación humanista, más desde el cristianis-
mo… Es más, después lo que nos sostuvo fue eso. Al desmoronarse la organiza-
ción, lo que te sostiene son los afectos… (Julia, Santa Fe, 20/02/ 2011. Militante
de Montoneros)

Los testimonios manifiestan en general que, aunque el esquema organizativo


de Montoneros tenía un sistema de conducción verticalista, existía el princi-
pio de centralismo democrático que propició un debate más igualitario entre
los géneros al interior de cada grupo. No obstante, consideramos que los
mismos reproducen una aparente igualdad de condiciones entre mujeres y
varones que al momento de la entrevista parecieran tener internalizado (Viano,
2011).
Las relaciones construidas en cada célula entre los y las responsables y sus
miembros eran percibidas como igualitarias y respetuosas, incluso comentan
que se conocían en algunos casos previamente y eran amigos. Considerando
que había vínculos afectuosos y que a pesar de que las obligaciones, compro-

184
misos y responsabilidades eran diferentes por el grado de jerarquía, el lugar
de responsable celular fue interpretado como «un compañero más», ya sea
mujer o varón.
Similares prácticas cotidianas fueron las que se produjeron en las células
políticas del PRT; sin embargo, la organización, y en especial las decisiones de
las células militares del ERP, parecieron ser más jerárquicas y disciplinadas.
Las relaciones entre militantes y referentes en las células del PRT–ERP, en
general, también fueron percibidas como respetuosas, de mucho compañe-
rismo, en donde se compartieron vínculos de amistad y de pareja. Un ámbito
donde se debatía, se discutían ideas y propuestas políticas, donde la evaluación
autocrítica y la elección de los y las responsables debía ser lo más democrática
posible. Como ya hemos señalado, hubo responsables mujeres en el PRT que
fueron figuras muy importantes, de mucha formación política y compañeras
entrañables, como también algunos compañeros varones. Sin embargo, encon-
tramos en las narraciones del grupo entrevistado del PRT–ERP algunas dife-
rencias en relación con la organización de Montoneros, relacionada especial-
mente con el disciplinamiento, percibida como mucho más rígido al momento
de adherir a ideas y principios, planteando en general una mayor obediencia
en la toma de decisiones sin desmedro de considerar la negociación previa
como práctica existente entre sus miembros.

Éramos cuatro o cinco compañeros muy jóvenes; el compañero responsable, que


dirigía, era una gran persona. Lo asesinaron más tarde, en diciembre del ’76 o
enero del ’77. Ahí yo con él aprendí mucho a nivel de la solidaridad. (Raquel,
Santa Fe, 22/12/2014. Militante del PRT–ERP)

Se discutían cosas, políticas. Había distintas opiniones a veces sobre algún tema.
Después había opiniones cuando se iba a hacer alguna acción militar, también
se opinaba, se acordaban cosas, se discutían. (Laura, Santa Fe, 21/11/2014. Mili-
tante del PRT–ERP)

Primero y principal que las órdenes se consensuaban, estaba todo establecido de


antemano. La única responsable militar que yo tuve, justamente ahora recupera-
ron los restos: la Negra Celia. Nunca tuvimos diferencias. Creo que es la única
que llegó a ser Teniente del Ejército. (…) El responsable del equipo era general-
mente un compañero que tenía más años, más experiencia o que ocupaba un car-
go jerárquico. En este caso era un compañero del Comité Central el responsable
nuestro. Pero la característica del responsable es que no se mandaba solo, no ha-
bía: «ordeno y mando». (Manuel, Santa Fe, 17/09/2014. Militante del PRT–ERP)

185
Todo esto dependía de quiénes eran los y las responsables, y muchas veces
sintieron vínculos distantes en especial de quienes venían de otras regionales
y no compartían una cotidianidad, o incluso se manifiesta desde los relatos
que hubo algunos militantes varones con los que el diálogo era imposible, y
que solo bajaba las órdenes, reproduciendo un modelo rudo, autoritario y
poco sensible a las demandas de sus compañeros y compañeras.

Encontrarme como delante de un muro ante ciertos compañeros que eran com-
pañeros que estaban en cargos de responsabilidad, con los cuales no había po-
sibilidad de diálogo. Por ejemplo, este compañero que fue asesinado, él te opo-
nía como un muro adelante (y encima era enorme), no había forma de diálogo.
Él decía «El Partido dijo tal cosa» o «yo decidí tal otra, esto es así…». No había
posibilidad de diálogo. (…) Era un modo de funcionamiento, él decidía, él era
la autoridad máxima a nivel de la célula en ese momento, duró bastante tiem-
po. (…) También mucho de eso era cuestión de la persona. El Partido no esta-
ba en una isla, entonces, si uno viene de una formación patriarcal y toda la vida
mamó eso… Creo recordar que este compañero que era terriblemente abusivo
al imponer su autoridad fue formado en una escuela de curas. Él estuvo siempre
en una escuela de curas acá, era santafesino. (Raquel, Santa Fe, //. Mi-
litante del –)

Las organizaciones formaron células que, en Santa Fe, según lo planteado por
nuestros informantes, constituían un colectivo de socialización cuyos vínculos
se construían no solamente por afinidades políticas e ideológicas sino también
por relaciones afectivas y trayectorias comunes: eran amigos o incluso eran
parejas. Y si bien encontramos algunas diferencias entre ambas organizaciones
en cuanto al disciplinamiento interno y el acatamiento de las órdenes, las célu-
las constituyeron para sus miembros un territorio político, pero también afec-
tivo, que tendió a trazar relaciones más horizontales, donde se trató que la toma
de decisiones fuera consensuada y negociada, a pesar de su estructura jerárquica.

Tareas y roles asignados a mujeres y a varones en las células

Teniendo en cuenta aquello que pudimos analizar en los apartados anteriores


en relación con los miembros de las células y el rol de sus responsables, obser-
vamos que ambas organizaciones intentaron incesantemente construir víncu-
los donde el debate, la participación y la crítica fueran prácticas cotidianas,
aunque no sin dificultades y contradicciones. Siguiendo en esta misma direc-

186
ción de análisis, nos interesa ahora examinar más de cerca sobre aquella hori-
zontalidad manifiesta en las narraciones de los grupos entrevistados para pre-
guntarnos sobre las tareas y roles asignados a mujeres y varones al interior de
las distintas células por donde transitaron nuestros interlocutores.
En tal sentido, mujeres y varones de Montoneros y – recuerdan
que las tareas en la organización celular se asignaban de forma equitativa,
compartiendo casi todas las actividades, desde los adiestramientos militares
hasta las discusiones políticas e ideológicas; poniéndose en juego toda una
serie de prácticas de cooperación, de intercambio y de asignación de tareas
que, según lo relatado, parecieran ser igualitarias entre los géneros, no habiendo
ningún tipo de diferencias. Sin embargo, cuando exploramos más profunda-
mente, encontramos que en varias ocasiones la división sexual del trabajo
reprodujo desigualdades de género patriarcales. Una de estas diferencias se
refiere a las capacidades o destrezas físicas donde se presuponía que los varones
tenían mejores habilidades que las mujeres para realizar ciertas actividades, la
más recurrente se relaciona con las tareas asignadas en los frentes militares o
en actividades de alto riesgo. En relación con esto, mientras que la mayoría
de las mujeres aseveran no haber tenido tareas diferenciadas a las de sus com-
pañeros varones, ellos plantean que algunas actividades las mujeres no podían
realizar o eran más capaces para otras actividades como la inserción de masas
y el trabajo político en el ámbito estudiantil y barrial.

No subestimo ninguna capacidad, todo lo contrario…pero convengamos que


en general había un marco mayor de torpeza digamos en la forma en la destreza
de cómo fugarse o escaparse arrojar una molotov ¿no? o sea cuestiones que fui-
mos saldando si, con el tiempo sí, pero estaba presente este machismo, y prejuz-
gábamos las destrezas de la mujer. (Juan Marco, Santa Fe, //. Militante
de Montoneros)

Las mujeres participaban (…) por ejemplo en la facultad si vos te ibas a pelear,
vos sabías que venía el clima enrarecido y que podía haber trompadas, normal-
mente la primera línea eran hombres no vas a poner mujeres…si vos ibas a un
acto político donde estaba la Juventud Sindical Peronista, no ibas a poner en pri-
mera línea a las mujeres, una cuestión protectora machista puede ser, pero por
otra parte la mujer tampoco estaba preparada físicamente no existían los gim-
nasios…venían de un colegio donde jugaban pelota al cesto y de ahí no pasaba,
físicamente vos no podés poner a pelearse con un mono del sindicalismo que
venían con unos palos que te partían la cabeza… (Darío, Santa Fe, // .
Militante de la )

187
Pensá que en la esquina había un tipo que medía dos metros, ¿y qué van a ir, dos
enanas? Se le ríen. Pero no era el objetivo matar, el objetivo era reducir; mostrar
superioridad numérica y de armamento en un momento determinado, esa era la
premisa de la guerra de guerrillas para disuadir la resistencia. Entonces, por ejem-
plo, había cosas que hacíamos a veces y que tenían que ver con esa necesidad de
protección hacia el otro sexo. Si había que hacer una tarea arriesgada nos propo-
níamos nosotros primero. (…) Había algunas que reclamaban. Yo decía que las
mujeres tienen mucha más capacidad para llegar a la gente, para hacer el trabajo
político. (…) Tenemos que aprovechar las mejores capacidades de cada uno. En
general las compañeras tenían esa capacidad, esa decisión, esa firmeza. (Manuel,
Santa Fe, 17/09/2014. Militante del PRT–ERP)

Siempre querían estar en la actividad militar, en realidad las mujeres querían es-
tar en la actividad militar igual que los hombres. El frente legal era una actividad
medio degradada, no era un entusiasmo que a uno le daba el estar en esas activi-
dades. (…) Porque el eje de la política era la lucha armada. Hubo mujeres com-
batientes muy valientes. (Flaco, Santa Fe, 02/10/2014. Militante del PRT–ERP)

Estas narraciones nos demuestran que las mujeres fueron consideradas, en


algunas oportunidades, menos capaces para participar en algunos operativos
o acciones armadas, pero a pesar de esto, ellas también quisieron ser protago-
nistas del cambio empuñando un fusil, incluso percibiendo la dificultad que
esto les traía aparejado. Montoneras y Perretianas reivindicaron igualmente la
lucha armada y asumieron la responsabilidad de llevarla a la práctica, aunque
no sin dificultades y quizás con mayores esfuerzos que los varones. Desde el
discurso, las organizaciones convocaron en igualdad de condiciones a las muje-
res para activar la revolución (Viano, 2011) pero al mismo tiempo reproducían
un modelo de ideal de guerrillero que respondía a un sujeto hegemónico
masculino y heterosexual, de modo tal que la mentada igualdad intergénero
se desdibujaba al momento de tener que responder con el cuerpo al paradigma.
Las diferencias en la asignación de tareas entre militantes mujeres y varones
se reiteraron cuando las pautas culturales de la época, relacionadas con ciertos
comportamientos y estereotipos de género dentro de la sociedad, fueron nece-
sarias como estrategias para la realización de operativos, principalmente por
cuestiones de seguridad interna, pero al mismo tiempo como forma de pro-
teger a las compañeras.

Personalmente dentro de la organización nunca vi diferencias. Salvo las ocasiones


cuando salíamos a pintar que salíamos en pareja, o en cuestiones de camuflaje por

188
ejemplo: «Andá vos que sos mujer y levantás menos sospecha». Pero eran cuestio-
nes de la sociedad no de nosotros, es decir, convenía. Por ejemplo, si tenías que
entrar a un bar convenía que fuera un varón porque en esa época una chica sola
en un bar de noche no correspondía. No era que no correspondía para nosotros
sino para la sociedad. Y si había un lugar donde tenía que entrar la chica sola el
varón se quedaba afuera. (Daniel, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Para algunas acciones era más conveniente que estuviera una mujer, por ejemplo,
para hacer relevamientos, investigaciones, chequeos de operativos, casi siempre
iban mujeres, que después no eran las que actuaban. Si vos ves una mujer cami-
nando por la calle mirando no te genera la misma sospecha que un hombre, era
como que pasaba más desapercibida. Incluso la idea era, según el lugar que te-
nías que chequear, ir vestida de una forma u otra que pasara más desapercibida o
que se notara como un minon, depende de qué cosas eran. Pero hay cuestiones
que sí, hacíamos las mujeres en cuanto al operativo. (Lucia, Santa Fe, //.
Militante de Montoneros)

Pero sí, dentro de una organización se planifica el rol de cada persona, pero no
había una diferenciación. De todos modos, debo decirte que los varones siempre
tienden a cuidarte, eso. Sí, a no exponerte o estar… eso sí he notado, una cosa
más de protección hacia las mujeres, específicamente. (Laura, Santa Fe, //.
Militante del –)

Yo encontré que siempre en los grupos, en las células en que estaba sola, los com-
pañeros tendían a protegerme. En realidad, tenían una postura machista, pero
con afecto. O sea, ellos tendían a protegerme, yo no quería ser protegida, eso se
jugaba así. (Raquel, Santa Fe, //. Militante del –)

Con mi compañera yo tenía la tendencia a la sobreprotección, a relevarla de ta-


reas, y teníamos peleas. Yo me doy cuenta que era una debilidad mía. (Manuel,
//. Militante del –)

Había una cuestión marcada y te diría satisfactoria, eso que uno la veía con satis-
facción de parte de los compañeros, esa cuestión del cuidado y de la protección
de la mujer…en situaciones de exposición o de riesgos siempre el varón tenía
una tendencia a proteger, nunca a dejar desprovista a la mujer. (Susana, Santa Fe,
//. Militante de Montoneros)

189
En general, observamos que las desigualdades en relación con la distribución
de las tareas asignadas fueron entendidas, en algunos casos, como modalidades
propias del resguardo o protección que los varones tuvieron con sus compa-
ñeras, provocando en la práctica el relevamiento de algunas actividades. Por
su parte, las mujeres entrevistadas percibieron ese tipo de actitudes como
afectuosas y de cuidado, aunque desde el presente y tomando distancia son
entendidas como cualidades machistas y de control, trazos identitarios de la
masculinidad hegemónica, y en algunas otras oportunidades la distribución
de tareas diferenciales fue utilizada como estrategia en los operativos armados
que no podía ir contra de la matriz cultural de la época.
En ninguna de las dos organizaciones se establecieron reglas explícitas y
prefijadas sobre la división del trabajo sexual, por el contrario, como hemos
analizado, las afirmaciones de igualdad son frecuentes entre los y las infor-
mantes, sin embargo, observamos que los frentes militares en Santa Fe orga-
nizaban tareas que por lo general fueron reservadas para los varones, aunque
las mujeres pugnaron por estar allí.
En suma, al interior de cada célula se debatían una variedad de temas
políticos, económicos, sociales y militares, construyendo relaciones declama-
das como iguales; no obstante, lejos estaban de responder a situaciones reales,
de modo tal que poco se hizo para construirlas, porque en la sociedad santa-
fesina de la época la igualdad entre los géneros estaba lejos de ser una realidad,
y si bien las organizaciones revolucionarias no fueron innovadoras al respecto
como plantea Alejandra Oberti (2015:209), algunas fisuras podemos encontrar.
En relación con los debates referidos a las problemáticas de género fueron
inexistentes, siendo otras las discusiones políticas relevantes para ambas orga-
nizaciones que se relacionaron estrictamente con el sistema de dominación de
clase, con la opresión de la burguesía sobre el proletariado, o con el obrerismo
como lo hemos analizado con el PRT, y no con la opresión de los varones sobre
las mujeres. La lucha, el compromiso y la entrega pasaban por erradicar el
sistema de dominación capitalista y no por cuestionar el sistema de dominación
patriarcal, por eso el desinterés en general de los y las militantes de discutir
acerca de las relaciones de poder de género, demostrando una vez más, como
plantea Pozzi (2001), que la guerrilla fue un fenómeno de su época.

190
Capítulo 6
La revolución pasa por los cuerpos

De acuerdo a lo propuesto en el marco teórico de nuestra introducción, así


como el recorrido de análisis sobre las trayectorias, experiencias y prácticas
complejas que significaron para la militancia santafesina emprender la lucha
revolucionaria, nos resulta necesario realizar un abordaje acerca de la proble-
mática de los cuerpos en la guerrilla en Santa Fe.
El derrotero de los operativos armados llevados adelante por la militancia
en las organizaciones, así como el intenso trabajo de inserción de masas en los
distintos ámbitos políticos de la ciudad, nos demuestran la importancia otor-
gada a la acción para llevar adelante la lucha revolucionaria con y en sus cuer-
pos. En relación con esto, algunas de las preguntas que guiaron dicho apartado
son: ¿cuáles fueron las representaciones visuales sobre los cuerpos revolucio-
narios que circularon en la época? ¿Cómo fue poner el cuerpo en la guerrilla
santafesina?

Encarnar la revolución en el cuerpo del guerrillero heroico,


¿y de la guerrillera heroica?

La cultura militante de izquierda se caracterizó, entre otras cosas, por la con-


fianza en el cuerpo como portador de conciencia, donde corporizar la revo-
lución significó manifestar en las acciones políticas y militares una gran resis-
tencia física, voluntad y un espíritu de sacrificio. La figura heroica de la
revolución triunfal cubana, el Che Guevara, fue el modelo a seguir: «todos
éramos el Che»,1 como decía una de nuestras entrevistadas de Montoneros.
Este modelo, asimismo, propició una herramienta de unidad y de reconoci-
miento pese a las diferencias entre las distintas organizaciones de izquierda
armada.

1. Entrevista a Silvia, Santa Fe, 16/12/2009. Militantes de Montoneros.

191
Una de las imágenes más populares de Ernesto Che Guevara se reprodujo
a través de la fotografía del Guerrillero Heroico, producida por el fotógrafo
cubano Alberto Días Korda, cuando Guevara, con  años edad, miraba el
cortejo fúnebre de las víctimas del atentado al barco francés del «Le Coubre»
en La Habana en marzo de , que dejó como saldo casi un centenar de
muertos y heridos.

Imagen 1. Fotografía de Alberto Días


Korda, «El guerrillero heroico», La
Habana, 5/03/1960.

Esta fotografía, cuya circulación se popularizó luego del fusilamiento de Gue-


vara en Bolivia en , evoca la apariencia de algo ausente y muestra algunos
aspectos singulares de su figura, asociados a un tipo de masculinidad que encarnó
el poder revolucionario de la época (Berger, :). La foto original viene junto
a su nombre, «El guerrillero heroico», estas palabras cambian la imagen que
suponemos reforzaron la mirada acerca de la grandeza del héroe. Se podría decir
que este perfil del cuerpo guerrillero fue el modelo hegemónico en las memorias
militantes, fue la imagen recurrente constitutiva de la visión del mundo de
mujeres y varones, que se tradujeron en ciertos estereotipos como la firmeza,
dureza, resistencia, dignidad, virilidad, pero por sobre todo autocontrol, rela-
cionados con lo que significó llegar a ser un buen militante.
La representación de la imagen del «Che» junto con la circulación de algunas
frases de su autoría, como, por ejemplo: «Hay que endurecerse sin perder la
ternura jamás», consideramos que fortalecieron las ideas acerca de los atributos
necesarios para tal proceso de aprendizaje. La difícil tarea entre la militancia se
encontraba en establecer un delicado equilibrio entre la fortaleza y la sensibili-
dad, o entre la dureza y la ternura, siendo los preceptos que atravesaron los

192
cuerpos militantes cuyo compromiso y voluntad estuvieron al servicio de poder
encarnar el modelo de guerrillero heroico, prefiguración del hombre nuevo.
Las imágenes son consideradas como testimonios directos del mundo que
rodeó a la militancia en los años setenta, y, en este sentido, pueden ser recu-
peradas como fuentes documentales, como representaciones simbólicas que
fueron evocadas por las organizaciones revolucionarias a través de la propa-
ganda política y agitación revolucionaria en sus publicaciones oficiales. «El
guerrillero heroico», por ejemplo, es la fotografía más recurrente entre los
distintos periódicos y revistas publicadas por distintas corrientes de la izquierda
revolucionaria argentina.
En este sentido, nos preguntamos acerca de: ¿cuáles fueron las representa-
ciones corporales en la prensa de las organizaciones? ¿Existieron otros mode-
los alternativos al guerrillero heroico?, ¿hubo representaciones del ideario
femenino revolucionario?
Para responder a estas preguntas, hemos seleccionado solo algunas publi-
caciones, especialmente las referenciadas por los grupos de entrevistados y
entrevistadas de PRT–ERP y Montoneros.
Respecto a la prensa partidaria del PRT–ERP, examinamos dos de sus publi-
caciones clandestinas, aunque sabemos que el partido contó con otras revistas
y diarios de circulación masiva.2 Por un lado, realizamos un recorrido sobre
la prensa oficial del partido desde 1968 a 1983 denominada El Combatiente,
con una publicación quincenal que en su punto más alto llegó a tener una
tirada de veintiún mil ejemplares. Y por otro, analizamos el órgano de prensa
del ERP, Estrella Roja, surgido a partir de 1970 y cuya publicación duró hasta
1977, y que fue el principal medio de difusión de acciones políticas y militares,
llegando a tener una tirada de más de cuarenta mil ejemplares, y, si bien fue
una publicación subterránea y clandestina, luego de 1973 se trató de darle una
forma legal, incluso se vendió en los kioscos (Maggio, 2015). De ambas revis-
tas, examinamos particularmente las imágenes de sus portadas y desde allí
intentamos responder a nuestros interrogantes.
En las portadas de las revistas Estrella Roja de abril de 1971 a febrero de 1977,
la imagen del Che Guevara aparece nueve veces de un total sesenta y nueve
revistas relevadas —sin contar la cantidad de veces que aparecen en el interior
de las publicaciones—, a través de fotografías o dibujos. Asimismo, la corpo-
ralidad masculina del guerrillero es la representación que se reitera sistemáti-

2. Entre las que podemos encontrar el diario El Mundo, el quincenario Nuevo Hombre y
la revista política Posición (Pozzi, 2004:27).

193
camente en imágenes que reproducen a varones con el puño o el fusil en alto
con cuerpos en movimiento de lucha y con rasgos faciales fuertes y serios. El
logotipo construido para el periódico Estrella Roja que se repite en cada uno
de sus números es muy sugerente en el mismo sentido: aparece un joven de
pelo corto, cara velada y con la boca abierta, que demuestra tener la voz en
alto y que podría significar un grito para la lucha popular; asimismo, la ima-
gen congela una expresión de un cuerpo en movimiento, en acción, a través
del brazo elevado con el fusil. Podría considerarse que esta representación
fotográfica simboliza el modo de ver que el ejército del partido tuvo sobre el
modelo de guerrillero, que como hemos analizado se encontraba encarnado
en el obrero, prototipo de todas las virtudes.

Imagen 2. Logo de Estrella Roja. Órgano


oficial del ERP. Nº 2 mayo de 1971.

En relación con esto, Isabella Cosse analiza que el estereotipo del comba-
tiente creado para el logo de la revista se podría relacionar con el colectivo con
el cual se identificó el –, la argentina rural, mestiza o indígena con
raíces norteñas, mostrando de este modo la contracara de la argentina del
litoral pampeano con centros urbanos, con una población en su mayoría
blanca y de clase media (Cosse, :).
Esta identidad provinciana construida por el partido y encarnada por su líder
Roberto Santucho fue la que le facilitó la captación y la inserción de masas
(Pozzi, :). Imagen que la propaganda política retomaría luego de su
fusilamiento, en la revista del partido El Combatiente a partir de  donde se
construye otro logo que se reitera hasta el final de su edición en . Allí aparece
el rostro aindiado del líder del partido, «El Negro», seudónimo que recupera los
rasgos de una piel oscura de sus orígenes santiagueños con tradiciones norteñas
que lentamente se irían fusionando con nuevas ideas y costumbres.

194
Imagen 3. El Combatiente Nº 263,
21/12/1978.

La fotografía seleccionada para el logotipo es solo del rostro de Santucho


que en este caso no responde a un cuerpo en movimiento o en combate, sino
que muestra el semblante sencillo y tranquilo que lo caracterizaba, que con-
tinuaría propiciando la identificación entre los obreros. También se puede
observar lo que plantea Peller (:) para el análisis de las imágenes de las
publicaciones del partido, y es que el perfil elegido se asemeja al tipo de foto
carnet de los obituarios de los caídos en combate que la prensa solía publicar,
para honrarlos y convertirlos en héroes revolucionarios y modelos a seguir.
Santucho, con su carisma particular, su sencillez e inteligencia, corporizó
un modelo de guerrillero al interior del  que convivía, pero que al mismo
tiempo disputaba, con el modelo de otro varón argentino, el Che Guevara,
quien encarnaba diferencias étnicas, de color de piel y de origen regional, pero
que, pese a sus diferencias, la construcción sacralizada de ambas figuras fue
constitutiva de la organización.
En el – confluyeron entonces dos representaciones de cuerpos mas-
culinos, maduros y reconocidos públicamente, que, sumado a su virilidad,
coraje y capacidad de seducción, mantuvieron privilegios y jerarquías inter-
género, y si bien su condición étnica los colocaba en un lugar diferencial
intragénero, el atributo de la negritud fue un valor apreciado por el partido.
Esto nos hace suponer que, en la organización social de la cultura partidaria,
Santucho no representaba una masculinidad marginal, sino que su masculini-
dad negra se reconfiguró en las prácticas generadas en la situación particular
del partido, pasando a ser una voz autorizada que, como hemos dicho, fundó
una identidad partidaria construida a su imagen y semejanza, configurando
prácticas específicas de género, clase y raza que cimentó una nueva matriz
identitaria al interior del partido (Connell, :).
El análisis de las imágenes seleccionadas, en diálogo con lo planteado por
Pablo Pozzi sobre la cultura partidaria del –, nos permite suponer que
hubo en la organización una construcción de masculinidad heroica, a través

195
de un proceso de configuración de prácticas propias enfocadas en la valoración
de la acción, ya que los y las militantes del PRT–ERP eran hacedores. El proceso
de la construcción del sujeto político ideal se forjó en base a masculinidades
hegemónicas, donde los modelos del Che Guevara y el Negro Santucho con-
fluyeron y al mismo tiempo disputaron.
Por su parte, la prensa de Montoneros, al igual que la del PRT–ERP, fue
prolífera3 aunque mucho más tardía, siendo este otro dato relevante que
demuestra que la estructura de Montoneros se consolidó con posterioridad.
En las páginas siguientes también nos detendremos en el análisis de las
portadas, en particular de dos revistas: El Descamisado, que fue el principal
órgano de expresión política y legal de Montoneros siendo su primera publi-
cación en mayo de 1973 (aunque previamente en marzo del mismo año aparece
una revista Extra de la misma publicación) hasta su clausura en abril de 1974,
con una tirada mayor a cien mil ejemplares en su punto más álgido. Con
posterioridad en diciembre de 1974, un mes después de la asunción de Isabel
Martínez de Perón, aparece la revista Evita Montonera. La misma fue redactada
directamente por la cúpula de la conducción de Montoneros, considerada el
órgano oficial de la organización, con una tirada mensual que variaba entre
diez mil y veinte mil ejemplares hasta marzo de 1976. Asimismo, recuperamos
como referencia la revista Cristianismo y Revolución, que si bien no fue un
órgano de prensa de la organización, varios de sus primeros integrantes estu-
vieron ligados a ella de manera directa o indirecta como parte de su edición
así como parte del grupo de lectores y lectoras, de modo tal que constituye
un antecedente simbólico relevante (Slipak, 2015:18). Su primera publicación
fue en septiembre de 1966, y con una periodicidad irregular máxima de dos
mil a cinco mil ejemplares por edición, publicó treinta números en total y
duró hasta 1971. Entre sus páginas desfilaron figuras sobresalientes del pero-
nismo revolucionario y del movimiento obrero, aunque su notoriedad se rela-
cionó con la participación del grupo de activistas que hacia 1970 funda la
organización Montoneros como plantea Esteban Campos (Campos, 2016:9).

3. Otras revistas editadas por Montoneros, fueron: El Peronista lucha por la Liberación
(de abril a mayo de 1974); La Causa Peronista (de julio a septiembre de 1974). También
se reconocen las publicaciones ligadas a las disidencias más importantes de la organiza-
ción, Puro Pueblo (publicada por la columna José Sabino Navarro de julio a septiembre de
1974) y el Movimiento para la Reconstrucción y Liberación Nacional (editada por un sec-
tor afín a la Juventud Peronista Lealtad desde abril hasta septiembre de 1974) (Slipak,
2015:18).

196
Continuando con nuestra línea de indagación que pretende analizar la
presencia del modelo del guerrillero heroico en las imágenes de las portadas
publicadas en algunas de las revistas de las organizaciones armadas, observamos
que, a diferencia de las publicaciones del PRT–ERP donde esta figura aparece
con mayor sistematicidad, en el caso de las revistas de Montoneros la repre-
sentación del Che aparece en algunas oportunidades en Cristianismo y Revo-
lución pero en ninguna de las portadas de El Descamisado y Evita Montonera.
Pese a esto, el cruce con las entrevistas realizadas a mujeres y varones Monto-
neros nos permite demostrar que el modelo del Che Guevara como referente
político fue constitutivo en los itinerarios de formación política entre la mili-
tancia de la izquierda peronista armada en Santa Fe.
Si bien la imagen del guerrillero heroico, como símbolo de virilidad y poder,
no aparece referenciado en gran escala en ninguna de estas tres publicaciones,
sí se observan otros modelos de masculinidades. Las portadas de las revistas
El Descamisado, se caracterizaron por su contundencia en los titulares cortos
y precisos que tendieron a exhibirse con letras mayúsculas, grandes y en gene-
ral con un fondo de color que provoca el efecto visual de contraste que no
pasa desapercibido, mientras que las imágenes son menos numerosas; sobre
un total de cuarenta y siete portadas solo aparecen nueve fotografías. En su
primer número se reproduce la imagen del perfil sonriente de Héctor Cám-
pora, y solo dos fotografías de Juan Domingo Perón. Es sugerente que la única
imagen de militantes de Montoneros aparezca en el extra del 14 de marzo de
1973, en una fotografía de portada con un fondo negro que atrae la atención
por el efecto de luz que enfoca la imagen de dos activistas varones de renom-
bre dentro de la estructura jerárquica de Montoneros y FAR: nos referimos a
Roberto Quieto, líder de las Fuerzas Armadas Peronistas, y Mario Firmenich,
líder de Montoneros. Recordemos que unos meses después, en octubre de
1973, estas organizaciones se fusionaron, quedando ambos líderes disputando
la jerarquía política; sin embargo, la imagen acompaña un titular que dice:
Montoneros, demostrando cómo las negociaciones de unión entre ambas se
venían gestando con antelación.

197
Imagen 4. El Descamisado, Nº Extra,
14/05/1973. «El 11 de marzo, Atlanta.
Cipolletti. Santa Fe. Tucumán. Miles
de peronistas movilizados y organizados
al año del triunfo popular, bajo la
conducción de los hijos legítimos
de la resistencia».

La imagen es concluyente: recrea el modelo del cuerpo combativo dentro


de la izquierda armada peronista; varones de clase media, altos, estilizados,
con pelo corto, camisa, brazos fornidos y en alto formando con sus dedos la
«V» de la victoria peronista, mientras que sobre sus hombros cuelga el fusil.
Encontramos similitudes entre estos dos líderes masculinos, si bien también
existieron algunas diferencias que se podrían relacionar con sus distintas tra-
yectorias políticas y, aunque ambos eran jóvenes, provenían de distintos gru-
pos generacionales: Quieto, para el año que se publica la fotografía tenía 
años, mientras que Firmenich solo tenía  años, es decir que ambos líderes
masculinos de la organización compartieron alguna modalidad específica de
pensamiento y experiencia en el terreno político, mientras que sus trayectorias
y su pertenencia generacional (Manzano, ) fueron marcas diferenciales
dentro de la masculinidad hegemónica detentada. Y de igual modo, sumado
al análisis expuesto con anterioridad, consideramos que ambos modelos de
liderazgo masculino convergieron al interior de Montoneros disputándose el
poder directamente y en el mismo territorio.
En relación con la construcción del modelo guerrillero, es importante recu-
perar en este análisis el devenir de cada una de las organizaciones: mientras
que Montoneros surgió como parte de un partido burgués y de masas, el 
fue un partido revolucionario prístino, aunque surge de la unión entre dos
organizaciones,  y Palabra Obrera, ambas de extracción socioideológica

198
pequeñoburguesa (Pozzi, 2001:43). Es decir, sus estructuras y líneas políticas
partieron de orígenes radicalmente distintos y eso se tradujo en las formas que
se mostraron. Asimismo, Montoneros fue parte de un movimiento cuyo líder
se encontraba en un juego fluctuante entre un adentro y un afuera de la orga-
nización, aunque muchas veces y teniendo en cuenta su derrotero, más afuera
que adentro, situación que generó aún mayor la complejidad de cimentar un
modelo de masculinidad hegemónica.
El líder del movimiento era indiscutiblemente Juan D. Perón, que represen-
taba a un varón de clase media, heterosexual y militar diferenciándose mucho
de la situación generacional de la juventud de la militancia montonera. En la
novela familiar, como plantea Valeria Manzano (2017), Perón fue reconocido
como la autoridad y el patriarca, y los jóvenes se autopercibían como los hijos
legítimos de la resistencia peronista (como enuncia el recuadro de la portada de
la revista) para el regreso del padre al seno familiar. Esta situación generó con-
flictos y disputas de liderazgo entre Perón y Montoneros, sin embargo, habilitó
la construcción de un modelo de cuerpos en lucha, de jóvenes masculinos
fornidos, viriles, con capacidad de liderazgo, de gran valor y coraje, semejante
a los caudillos dirigiendo las montoneras populares y rurales locales del siglo
XIX, y a los que su construcción nominal hacía referencia.
Las disputas de poder en el terreno político y público entre masculinidades
también se pueden analizar al interior del PRT, donde los conflictos entre
Nahuel Moreno y Roberto Santucho gestaron el proceso que llevó a su ruptura
a principio de 1968. El conflicto se debió centralmente a las diferentes postu-
ras respecto a la lucha armada, sin embargo, consideramos que estos funda-
mentos políticos se entretejieron en una arena de disputa viril entre masculi-
nidades hegemónicas, base del culto a la personalidad única que luego
encarnará Santucho.
Hasta aquí hemos analizado a través de las imágenes de las portadas de
revistas la insistente glorificación de un sujeto político hegemónico, pero
también de sus disputas de poder político al interior de las organizaciones,
encarnadas en varones, jóvenes y heterosexuales. Otra de las preguntas que
nos hicimos es si en el marco de las mismas publicaciones seleccionadas,
existieron intersticios que habilitaron la posibilidad del elogio a la acción de
corporalidades femeninas y combativas.
En las portadas de las revistas del PRT y ERP, aparecen imágenes reiteradas
de pueblos en lucha —especialmente el vietnamita—, multitudes movilizadas,
líderes políticos y guerrilleros. Sobre más de doscientas publicaciones releva-
das del El Combatiente, solo aparecen dos representaciones de cuerpos feme-
ninos en situación de combate que se supone recrea el territorio vietnamita.

199
La primera fotografía de mayo de  muestra a una mujer con rasgos
asiáticos en posición de lucha, apuntando con un fusil, montada con un
uniforme militar; también es posible reconocer algunos rasgos faciales y cor-
porales como labios aparentemente pintados y un peinado «tupé recogido»,
típico de la década de los sesenta y utilizado por algunas mujeres.

Imagen 5. El Combatiente,
PRT, Nº 28, 7/05/1969.

Tres meses más tarde, en agosto de , aparece una segunda fotografía
con dos cuerpos velados, también en situación de lucha y con uniforme mili-
tar, con cuerpos delgados y pequeños, siendo uno de ellos posiblemente el de
una mujer. La imagen muestra cuerpos en movimiento que se interpretan a
la luz del titular lacónico enunciado en letras mayúsculas, que dice: «Preparar
la guerra del pueblo», allí la imagen cambia pudiendo estar demostrando un
tiempo durante un entrenamiento militar.

Imagen 6. El Combatiente,
PRT, Nº 33, 6/08/1969.
«Preparar la guerra del
pueblo».

200
Las imágenes de cuerpos con rasgos femeninos en combate no vuelven a
formar parte de las publicaciones mensuales del año 1969, desapareciendo
completamente hasta el final de la revista en 1983. Sin embargo, estas iniciales
imágenes dentro del partido, incluso antes de la creación del ERP, dan cuenta
de la existencia, aunque moderada, de la representación de feminidades com-
bativas encarnadas en cuerpos de mujeres vietnamitas y anónimas.
El elogio a la acción reaparece ahora materializado en imágenes de mujeres
participantes, quienes se encargan de preparar la guerra del pueblo. Si bien
no podríamos afirmar hasta el momento la construcción de un modelo de
guerrillera heroica, sí se observan algunas pinceladas de feminidades combati-
vas, activas y públicas que comienzan a fisurar tempranamente los estereotipos
de madres, pasivas y privadas. Al mismo tiempo, las tensiones se visualizan en
las marcas étnicas de estas mujeres, en tanto el modelo es encarnado por
asiáticas, específicamente vietnamitas, en un contexto particular de guerra
contra los Estados Unidos. El mensaje acerca de la participación de las muje-
res en la guerrilla es preciso pero moderado, no siendo reproducido sistemá-
ticamente en El Combatiente.
En Estrella Roja, encontramos dos portadas donde aparecen imágenes feme-
ninas. La primera revista fue publicada a un año de la Masacre de Trelew,
conmemorando el día del combatiente revolucionario, el 22 de agosto de 1972.
Allí se observa una intervención fotográfica que se divide en dos (siendo una
parte de ella la tapa y la otra la contratapa) donde aparecen seis militantes que
luego serán fusilados por la dictadura de Lanusse. Con un contraste azul, las
figuras en blanco y negro de identifican con claridad, la misma integra a
jóvenes de distinto género, en su mayoría varones, y de variadas organizacio-
nes armadas. Las mujeres son Susana Lesgart, cordobesa, militante de Mon-
toneros y compañera de Fernando Vaca Narvaja y Ana María Villarreal, tucu-
mana, militante del PRT–ERP y compañera de Mario Santucho, ambas con
trayectorias políticas diferentes, pero con una importante participación en sus
respectivas organizaciones.

201
Imagen 7. Estrella Roja, ERP Nº 23,
11/08/1973.

Con posterioridad, en enero de , encontramos el dibujo de un cuerpo


con rasgos femeninos, pelo corto, las manos en la cara y mirando hacia arriba,
que se encuentra en el centro de la escena rodeada de banderas rojas; la silueta
del Che Guevara se ubica atrás y arriba, utilizando la técnica de puntillismo,
creando un efecto visual que solo es posible observarlo tomando distancia; los
puntos de color rojo forman las líneas de la figura del guerrillero heroico que
se eleva en el fondo englobando a la militancia combativa. La imagen es ubi-
cada además en un contexto a través de su titular en mayúscula y negritas, El
Combate de Monte Chingolo, a un año del operativo militar producido por el
 al batallón de arsenales ubicado en las afueras de la capital de Buenos
Aires, operativo que fracasó porque el ejército, advertido por un infiltrado, ya
se encontraba esperándolos.

Imagen 8. Estrella Roja,


ERP Nº 68, 19/01/1976.

202
Los rasgos femeninos de la figura se disipan, lo cual quizás podría relacio-
narse con el estilo partidario de la militancia del – y de la izquierda
armada de la época, que muchas veces se evidenció en el particular lenguaje
corporal, con vestimentas sencillas, limpias y fumando la misma marca de
cigarrillos (Pozzi, :). Deconstruir el modelo pequeñoburgués se encon-
traba entre las prioridades para la construcción del Hombre Nuevo; sin
embargo, en ese proceso, también se intentaron borrar algunos atributos rela-
cionados no solo con la experiencia de clase sino con el género, como el pelo
largo, el uso de minifaldas, adornos y maquillaje, vinculados con aquellas
mujeres a las cuales la lucha popular no representaba y que por tanto era
necesario suprimir, aunque también algunos de los rasgos del estereotipo feme-
nino fueron utilizados como estrategia de distracción en algunos de los ope-
rativos armados.
Respecto a las revistas de Montoneros, no hemos encontrado en ninguna
de sus portadas representaciones de cuerpos femeninos en combate, la única
imagen de mujer que se reitera es la de Eva Duarte de Perón. En relación con
esto, encontramos en el último número y por única vez en la portada de la
revista Cristianismo y Revolución de septiembre de , la representación de
Evita como símbolo revolucionario y lideresa de la lucha de los trabajadores
y del pueblo peronista. Al interior de la revista y en la primera página, hay un
reconocimiento a su lucha, con el titular que dice: «Si Evita viviera sería
Montonera», recuperando el grito y su memoria en una de las consignas de
Montoneros, como hemos analizado con anterioridad.

Imagen 9. Revista
Cristianismo y Revolución,
Nº 30, septiembre de 1971.

203
En la revista El Descamisado, la imagen de Evita y su historia se reconstruye en
un suplemento especial de ocho páginas donde aparece una de las fotografías más
conocidas de Eva Perón, con el pelo suelto y al viento, fresca, joven y sonriente
encarnando de este modo el espíritu revolucionario del peronismo y el culto a la
acción que se interpreta de la lectura de la frase que acompaña a la foto. Esta
imagen contrasta fuertemente con aquella reproducida a fines de la década del
, con rodetes, joyas y vestidos glamorosos, que era la fotografía elegida y pre-
sentada ante las masas en otro contexto y en otro tipo de publicaciones gráficas.

Imagen 10. Revista


El Descamisado,
Nº 10, 24/07/1973.

Por su parte, la revista Evita Montonera reproduce la fotografía de Evita


hablándole a los trabajadores, con el pelo recogido, símbolo de resistencia y
lucha de la única mujer reconocida públicamente como referente de Monto-
neros en tres portadas distintas. «El Evita», como se autodenominaba la pro-
pia publicación, era un aporte al adoctrinamiento y formación de sus cuadros
milicianos y representó una herramienta ideológica, política y organizativa.
Montoneros reivindicó a Eva Perón como la abanderada de los pobres y de la
lucha, que además fue sacralizada por la organización como heroína que dio
la vida por su pueblo. El modelo femenino hegemónico por excelencia de
Montoneros fue Evita Perón, que, asimismo, se tradujo en la nominación de
varios comandos armados. En Santa Fe, fue el nombre elegido para el primer
comando protomontonero y de una de las primeras .

204
Imagen 11 . Revista Oficial de Imagen 12 . Revista Oficial de
Montoneros, Evita Montonera, Nº 1, Montoneros, Evita Montonera,
diciembre de 1974. Nº 14 ,octubre de 1976.

Asimismo, el perfil de Evita, luego del año , se recreó tomando distan-
cia y marcando diferencia con la imagen de otra mujer, no reconocida y
desacreditada por Montoneros, Isabel Martínez de Perón. Silvia, una de nues-
tras entrevistadas, comenta que la representación de Evita contrastaba con «la
figura farsesca de Isabel».4 Estas tensiones entre modelos femeninos al interior
del movimiento al parecer fueron de la mano y formaron parte de las disputas
de poder entre Perón y la derecha del movimiento con la organización Mon-
toneros. Uno de los escenarios donde se evidenciaron públicamente estos
conflictos fue en el acto del ° de Mayo de ; en el palco se encontraba
Juan D. Perón y a su lado Isabel Martínez y José López Rega. El discurso de
Perón fue interrumpido en varias oportunidades por los cánticos de la Juven-
tud Peronista y Montoneros. Julia, una de las militantes entrevistada que
perteneció a Montoneros de Santa Fe, recuerda de la siguiente manera aque-
llo que cantaban.

«¡Qué pasa, que pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular!» Y
como para rematarla, decíamos: «Si Evita viviera, Isabelita sería copera». (Julia,
Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

4. Entrevista a Silvia, Santa Fe, 16/12/2009. Militante de Montoneros.

205
La organización político–militar Montoneros, inmersa en una sociedad andro-
céntrica con normas genéricas establecidas, no quedó exenta de reproducir
mandatos anclados en la matriz heteronormativa y de auspiciar tratos de
discriminación sexistas a través de este tipo de expresiones.
Por último, nos resulta interesante analizar una imagen reproducida en dos
revistas de divulgación, una de ellas Cristianismo y Revolución de enero–febrero
del año , donde, como hemos dicho, varios de los primeros integrantes
de Montoneros estuvieron vinculados; y la otra, Estrella Roja, del  publi-
cada unos meses después en mayo de .

Imagen 13. Revista Cristianismo y


Revolución, Año IV, Nº 27, enero–febrero
1971, p. 2. Revista Estrella Roja Nº 2,
mayo de 1971, p. 8.

La representación estética que comparten estas publicaciones muestra un


dibujo de una mujer joven de pelo largo atado, con un cuerpo robusto, sentada
con los pies descalzos, con manos grandes y fuertes, amamantando un bebé
sostenido con una mano mientras que la otra empuña un fusil, con una mirada
firme, atenta y expectante. La representación del cuerpo femenino en esta
imagen en blanco y negro detenta un doble juego de roles, de guerrillera y
madre, que pareciera demostrar la compatibilidad de ambas tareas, donde la
paciencia, la calma y los cuidados podían acompañar, sin aparente dificultad,
la lucha armada. En este sentido, la misma imagen de la mujer vietnamita la
analiza Mariela Peller, quien la considera como la mejor representación ya que
allí se refleja que el – entendió la unión entre la mujer y la combatiente,
entre la mujer y la política (Peller, : ). Asimismo, la figura de la guerrillera

206
reproducida en este dibujo publicado en los inicios de las organizaciones de
izquierda armada, podría pensarse también como una invitación a las mujeres
de los sectores populares a la acción política y militar, en un período donde
todavía su participación no era tan numerosa, aunque esta convocatoria, si es
que podemos analizarla desde aquí, no permaneció en el tiempo.
En suma, las representaciones visuales de los cuerpos combativos de algunas
revistas oficiales de PRT–ERP y Montoneros nos dan indicios que señalan que
la masculinidad hegemónica, la juventud y el espíritu de sacrificio en la prác-
tica revolucionaria fueron los atributos destacados en la construcción del
modelo del guerrillero heroico que simultáneamente fue disputado por otros
modelos de masculinidad al interior de cada una de las organizaciones.
Asimismo, aunque en menor medida y con variaciones en el tiempo, hubo
algunas representaciones de cuerpos combativos asociados a la feminidad. En
algunos casos nos encontramos con guerrilleras anónimas; en otros con nom-
bre y apellido, mujeres idealizadas, como Eva Perón; incluso combatientes
donde los rasgos que responden a las estéticas estereotipadas de lo femenino
y masculino se disipan, hasta un modelo de madre guerrillera en un doble rol
asignado que implicaba mayor esfuerzo y voluntad encarnados en los cuerpos
de las mujeres para llevar adelante la revolución. Demostrando que no era lo
mismo incorporar a la guerrilla a una compañera mujer que a un varón, siendo
estas diferencias no atendidas en la práctica, mientras que desde el discurso se
manifestaba una supuesta igualdad entre los géneros.
Si bien existieron algunos intersticios que habilitaron la aparición de imá-
genes de cuerpos con rasgos femeninos, el modelo de feminidad guerrillera
todavía se encontraba en una etapa de iniciación, donde los roles tradiciona-
les de las mujeres se iban desmontando para posibilitar algunas fisuras nece-
sarias para llevar adelante la lucha revolucionaria. En decir, consideramos que
existió una corporización femenina dinámica, que penduló entre los viejos
mandatos y los nuevos roles requeridos necesarios para ser parte y habitar los
espacios que la organización demandaba.

Poner el cuerpo para la revolución

La descripción y análisis de los operativos políticos y armados del PRT–ERP y


Montoneros en Santa Fe durante el período de 1969–1971 así como los itine-
rarios del mundo de la militancia y los perfiles de las mujeres y varón de
activistas en la localidad, fueron los distintos tramos del espinel que nos pro-
porcionaron algunas pistas para poder acercarnos a una posible respuesta

207
acerca de cómo fue poner el cuerpo en la revolución. En relación con esta
pregunta, aquello que nos comentan nuestros informantes cuando le solici-
tamos que nos describan un día de la vida cotidiana como militantes, es otro
de los tramos que recuperamos y que nos hace posible profundizar el análisis.
En su gran mayoría expresan que, en general, la experiencia de vida en la
guerrilla fue un tiempo de mucha adrenalina, que implicó gran esfuerzo y
cuidados extremos pero que al mismo tiempo fue vivida con mucha felicidad,
compromiso y recordada con nostalgia.
Poner el cuerpo para la revolución fue una tarea compleja de realizar, la
práctica de inserción de masas a través de la militancia estudiantil, barrial,
fabril y sindical fue un trabajo que implicó una transformación de las identi-
dades políticas. El cuerpo fue el territorio donde se cruzaron políticamente el
poder y el control individual, siendo el ámbito más privado y, por tanto,
centro mismo donde lo público de la militancia se construyó.

En la primera etapa, antes de caer presa, tenía una «doble vida», trabajaba como
docente en nivel medio y militaba clandestinamente para desinformar a los ser-
vicios de la dictadura sobre el compromiso político. Después del ’ militaba
desde que me levantaba hasta que me dormía, tardísimo, no hacía otra cosa que
tareas políticas con los compañeros. (Silvia, Santa Fe, //. Militante de
Montoneros)

En ese momento no estaba trabajando, ingresé a trabajar a fines del ’. Había
días que me reunía con chicos que iban al mismo curso a estudiar. Teníamos una
o dos casas de chicos de afuera y estudiábamos. En eso también teníamos cuida-
do, no encerrarnos dentro de los compañeros de militancia sino tener una inser-
ción real dentro del estudiantado. (…) Las clases normalmente eran de tarde, el
resto del día prácticamente nos la pasábamos en la facultad porque si no estába-
mos en clase estábamos con alguna actividad política, asambleas. Había asam-
bleas permanentemente, casi todos los días por algún tema. (…) También alguna
tarea o reunión de agrupación en la que se discutía la situación nacional, local y
documentos que bajaban desde la organización, discusiones de ese tipo. A veces
había que pegar afiches así que esa tarea era enrollarlos uno por uno para ser rá-
pido porque siempre estaba el riesgo. A partir del ’ todo era riesgoso. (Luisa,
Santa Fe, //. Militante de la )

Bueno, vamos a dividir, antes de ir a la imprenta, en el barrio yo trabajaba en la


construcción. María Dolores trabajaba limpiando casas. Teníamos una piecita de
material, con un bañito afuera, teníamos agua corriente, no teníamos luz. Era ir

208
a trabajar. Después, por ahí era horario corrido, ella también por ahí hacía tra-
bajo de servicio doméstico a la mañana. Y a la tarde era, o reunión en la vecinal,
o reunión de Partido, por ahí ir a otros barrios. Porque, por ejemplo, nosotros
también teníamos grupos de militantes de base en Ciudadela, Pompeya, donde
estábamos con compañeros más afianzados. En Barranquitas había también, pero
no eran lugares a los que nosotros íbamos, porque como ya habíamos estado mi-
litando por esos barrios, por ahí íbamos también a las reuniones en esos barrios.
(Cabezón, Santa Fe, 7/02/2020. Militante del PRT–ERP)

En el último tiempo de la secundaria empecé ya a militar en la organización. Ahí,


por ejemplo, yo vivía con mis padres, así que tenía actividades, iba a la escuela,
cumplía con el estudio, y después teníamos reuniones que eran en casas operativas
con compañeros que eran de los equipos en que uno participaba, y actividades.
En esa época se hacía lo que llamábamos «repartos», que eran acciones armadas,
por ejemplo, interceptar un camión de leche de los que salen a las cuatro o cinco
de la mañana, o de carne en algún frigorífico grande; esto implicaba una prepa-
ración previa. (Carmen, Santa Fe, 9/11/2014. Militante del PRT–ERP)

Hablemos de etapas. En una iba a la escuela. Así que iba a la escuela, cursaba nor-
malmente (excepto por las discusiones que podíamos tener con respecto a enfo-
ques con algún profesor), lo demás era que nos juntábamos en algún recreo, ha-
bía grupos, tocábamos algún tema (sea algo específico de la escuela que pasara),
siempre hacíamos algún comunicado, repartíamos volantes. Y después teníamos
reuniones, pero de formación política, estudiando Marx, Engels. Como tenía-
mos justo la guerra de Vietnam, leíamos mucho a Ho Chí Minh, el Libro Rojo
de Mao, ese tipo de cosas, y algunos textos internos del Partido, eso fue paulati-
no. En esa época había muchas movilizaciones, así que también era ir a movili-
zaciones, teníamos una cierta preparación para hacer molotov. (Laura, Paraná,
21/11/2014. Militante del PRT–ERP)

Un día en la vida cotidiana de la militancia setentista parecía que duraba más


de veinticuatro horas. Los y las militantes debían trabajar, estudiar, participar
en algún reparto, asistir a asambleas y estudiar la línea política de la organi-
zación para situarla en la particularidad espacial y social de una localidad como
Santa Fe y así llevar adelante la guerrilla.
La actividad política del PRT–ERP y Montoneros se imbricaba con la lucha
armada, esto involucró el entrenamiento de los cuerpos, la preparación física,
así como el aprendizaje sobre el uso de armas, prácticas de tiro y el armado
de bombas molotov, conocimientos necesarios para la práctica armada.

209
En mi caso sí, pero había compañeras que tenían muy buena formación militar
y ellas también entrenaban. En mi caso era un desastre, la primera vez que tiré la
piedra me saqué un hombro por hacer un movimiento demasiado abierto y fuer-
te. Pero tenía muy buena puntería. (…) Yo lo intenté, aprendí a limpiar armas,
desarmarlas, armarlas, contra reloj (…) te enseñaban todo eso, carga y descarga,
a armar explosivos (bombas molotov ya sabía porque había aprendido en el 
con la lucha estudiantil de la dictadura de Onganía. (Ana, Santa Fe, //.
Militante del –)

Entonces por ejemplo en esa época cuando yo dejo la facultad, primero iba a la
facultad y todas las otras horas eran para la militancia. Como yo terminé de Téc-
nico Químico, es una infidencia, pero yo estaba a cargo del laboratorio del Par-
tido. Nosotros hacíamos los fulminantes de Mercurio para todas las regionales
del país, eso es una cosa que tenías unas horas diarias para eso. Y además para
fabricar las bombas, los explosivos. (…) Y aparte teníamos trabajo político (…)
Yo me acuerdo que en esa época con un compañero empezamos un trabajo en el
barrio Chaqueño (…) Entonces no alcanzaba el día, porque había que chequear,
preparar, empezar. Además de preparar, nosotros íbamos los fines de semana a
hacer prácticas de tiro, pero además teníamos que chequear y preparar las ope-
raciones. En esa época las operaciones eran de recuperación de armamento. Era
sacarles el arma a los policías. (…) Acá en Santa Fe con un equipo me acuerdo
que íbamos a las islas. Y con otros íbamos allá, ahora pienso porque el otro día
anduve por allá. ¿Vos sabés dónde queda el frigorífico municipal? El 5 entraba
e iba hasta el fondo, entraba y estaba el frigorífico. Después venía el campo y el
río Salado. Para el norte de la ciudad donde ahora está barrio Acería, ahí no ha-
bía nada, estaba el frigorífico municipal. Ahí es donde nosotros íbamos a hacer
las prácticas de tiro. Nos íbamos a orillas del Salado, por supuesto, caminábamos
del frigorífico unas diez cuadras; íbamos con armas menores, una . No íbamos
a llevar una  porque nos escuchaban de todos lados. (…)

Generalmente por un problema de cobertura íbamos tres mujeres y dos va-


rones, o tres y tres. Parejas, como que íbamos de picnic o cualquier cosa. Si
no nos íbamos, cruzábamos el Salado con una canoa a las  de la mañana.
: ¿Las mujeres podían ir sin problemas a las  de la mañana?

5. Hace referencia a la línea de colectivo nº5.

210
Manuel: Por supuesto, claro. Iban con nosotros. Las compañeras eran compañe-
ras. Y ojo, porque los celos siempre existieron, pero había —y sobre todo en el
caso nuestro, de los que empezamos en el secundario—, un respeto muy grande.
Era natural. Si vos eras la compañera de alguien, vos eras mi compañera de orga-
nización, pero no había absolutamente ninguna capacidad de error, tenía barba
y bigote. (Manuel, Santa Fe, 17/09/2014. Militante del PRT–ERP)

Los cuerpos de mujeres y varones se encontraban expuestos a un sin número


de actividades y demandas; sin embargo, las mujeres tuvieron que afrontar
nuevos y mayores desafíos que se tensionaban con las prácticas tradicionales
asignadas, donde la reeducación de los cuerpos sexuados y combativos se
reprodujeron uno en relación con el otro, marcando diferencias sexuales en
el proceso de construcción de los mismos (Scott, 2011:98).
Como hemos visto en el apartado anterior, los cuerpos que se preparaban
para la revolución fueron representados desde rasgos corporales asociados a la
masculinidad, y sin lugar a dudas las mujeres tuvieron que atravesar el proceso
de transformación de los mismos recreando en algunas ocasiones la figura
modélica presentada y que la demanda del activismo proponía.
Asumir el compromiso de la acción armada no significó para los grupos de
militantes entrevistados una decisión fácil, pero además tampoco lo fue llevarla
a la práctica. Operar en Santa Fe requirió de una vivencia corporal particular,
puesto que, como hemos analizado, para la década del 70 era una ciudad
mediana, donde en general algunos grupos de jóvenes se conocía de los barrios
o de los ámbitos estudiantiles, pero además circulaban por similares espacios
de esparcimiento; esto hizo que en muchas oportunidades pasar a la clandes-
tinidad significara transitar hacia otra u otras ciudades. La localidad rodeada
de ríos propició con sus islas y orillas espacios para llevar adelante el entrena-
miento militar, pero al mismo tiempo complejizó las posibilidades de escape
a otras ciudades. Suponemos que este fue uno de los motivos por los que los
operativos armados de mayor espectacularidad fueron realizados en localida-
des más pequeñas y cercanas a Santa Fe.
Los análisis de los operativos políticos y armados nos demuestran que, para
llevarlos a cabo, se tuvo que realizar un trabajo meticuloso de inteligencia y
logística; en general algunos se preparaban con meses de antelación, debiendo
conseguir armamento, vestimenta apropiada y movilidad. Todas estas necesi-
dades básicas y materiales para operar se relacionaban con distintas acciones
que se iban ensamblando y que posibilitaron realizar acciones de propaganda
política de envergadura.

211
Poner el cuerpo para hacer la revolución debió significar un gran esfuerzo
de templanza, rigurosidad, preparación y coraje, en tanto debían elegir el día
para operar, esperar el momento indicado, pero al mismo tiempo llevar ade-
lante una doble vida, porque trabajaban y militaban clandestinamente para
desinformar a los servicios de la dictadura sobre su compromiso político pero
también para subsistir, porque todo el dinero que recuperaban de los bancos
era para la causa revolucionaria, y en la mayoría de los casos los y las militan-
tes no podían hacer uso personal.
Llegado el momento de la acción, todo tenía que ser orquestado con rigu-
rosidad y con un gran esfuerzo; por ejemplo, Agustín Cambiasso, en el «ope-
rativo explosivo», según uno de nuestros informantes fue uno de los que manejó
el camión de Amonita por camino de tierra durante horas, con el chofer en el
asiento de atrás maniatado y con los ojos vendados. Soportar con mesura lo
imprevisible, ya que esperaban cinco mil kilos de explosivos y se encontraron
con veinticuatro mil, debiendo llevarse todo —porque era considerado políti-
camente incorrecto dejar un acoplado abandonado— y luego descargar las cajas
de amonita en una de las casas operativas, durante varias horas.
La intensidad con la que vivían los y las jóvenes militantes, pero además el
esfuerzo físico y mental que significaba tener que disociar y actuar dos vidas
para llevar adelante la lucha revolucionaria. El cuerpo militante estaba expuesto
a un vaivén de secuencias de actividades que lo colocaban en situaciones
extremas y excepcionales, teniendo que demostrar la resistencia de los mismos.
Como ya hemos dicho, en la cultura militante, el cuerpo resistente asociado
a la masculinidad y a la juventud era el modelo a seguir, que inspiró y amoldó
las corporalidades a la excepcionalidad de la guerrilla. Las memorias militan-
tes se encuentran invadidas por recuerdos que se relacionan con la resistencia
al cansancio, con sensaciones de inseguridad y miedos, con la complejidad de
llevar adelante una doble vida, los silencios, sobrellevar límites corporales y
las enfermedades. Esto último por ejemplo se puede evidenciar también en la
vida de Agustín Cambiasso, al que le decían «El Viejo», ya que era uno de los
militantes con más edad que al momento del operativo tenía casi 30 años.
Este militante de Montoneros tenía problemas de corazón e hipertensión,
haciendo necesario el insumo de medicación permanente; sin embargo, llevaba
adelante una militancia comprometida participando de diversas acciones revo-
lucionarias, a pesar de su limitada salud corporal y de la disparidad de sus
condiciones.6

6. Nuevo Diario, Santa Fe, 20/08/1971.

212
La transformación de los cuerpos también fue parte de las experiencias y
prácticas en la cultura militante, existiendo una fabricación corporal, en tanto
la relación que existió entre la conciencia de los sujetos y el mundo que los
rodeaba se estableció desde sus propios cuerpos. En el proyecto ideal de escul-
pir al guerrillero heroico y al hombre nuevo en la misma corporalidad, se
fueron gestando nuevos estilos de vida, con nuevas pautas de comportamiento
y nuevos hábitos (Pérez, ).
Todo esto nos hace suponer que, en la acción revolucionaria, poner el
cuerpo significó llevar adelante una lucha por la vida y que más allá de la
conciencia mayor o menor acerca de la muerte que la militancia tuvo en aquel
entonces, sus cuerpos se reconfiguraron para llevar adelante la revolución
dignamente y resistir para vivir. Desde esta línea de análisis puede ser leída
una carta que María de los Milagros «Monina» Doldán le escribe a una amiga,
donde se evidencia su posición política respecto a la lucha revolucionaria, el
sentido de la vida puesto en la utopía de un mundo mejor entrelazados con
sus propios deseos subjetivos que son descriptos en sus ganas de jugar al vóley
y de encontrarse con sus amistades. Es decir, la experiencia corporizada de
algunas mujeres militantes no significó la escisión entre el sujeto de deseo, por
un lado, y el sujeto político por otro.

Hay cosas que a veces no conviene decir nada. No es porque queramos cuidar-
nos el cuero nosotros, todo el día lo tenemos expuesto, es por ustedes… te ex-
traño y extraño el vóley y las charlas, tu casa (…) los amigos (…) es tan débil
nuestra existencia que el amor es como alargar un poco la cosa. Nuestra vida es
simple, vivimos pobremente y luchamos todo el día hasta morir porque estamos
convencidos (…) Nuestra entrega es total, hasta la muerte, estamos definitiva-
mente por los pobres y explotados, por los que sufren. Nuestras vidas están en
ese proceso de liberación nacional. (Historias de Vida, Tomo I, :. Carta de
Monina Doldán a una amiga)

En este breve relato, «Monina» Doldán expresa el cuidado con amorosidad


hacia su compañera y al mismo tiempo los sigilosos y reservados cuidados con
su propio cuerpo, devenido en un cuerpo colectivo por la vida en nombre de
la revolución. La construcción de un cuerpo social y colectivo, donde la entrega
era total y al servicio de los pobres y explotados, muestran la empatía y el dolor
de los otros asumidos como propios.
Los cuerpos de la guerrilla, según la concepción de esta militante, son un
medio de construcción social y proyección de la utopía de lucha, que se pone
a disposición de los intereses colectivos (Pérez, ). Y al mismo tiempo es un

213
cuerpo atravesado por el goce, los deseos y el amor, experiencias sensibles de
su vida pasada que añoraba y que la lucha revolucionaria parecía tenerle vedada
momentáneamente. Algunos de sus deseos y emociones que se relacionaban
con el encuentro con sus afectos tenían que ser limitados o ubicados entre
paréntesis por seguridad, sabemos que esta fue una de las normas establecidas
en las organizaciones armadas impuesta como imperativo categórico; sin dudas,
los cuerpos debían disciplinarse, aunque esto no implicó que la norma se haya
encarnado entre la militancia de igual modo, siendo los vínculos de amistad
entre mujeres por fuera de la militancia algunas de las fisuras que provocaron
tensiones sobre la norma establecida, como veremos más adelante.
Como hemos analizado a través de las imágenes reproducidas en la prensa
oficial de las organizaciones, así como en los testimonios orales, el culto a la
resistencia de los cuerpos fue otro de los atributos que debía encarnar un buen
militante, sin embargo, encontró limitaciones. Juan Marco nos relata cómo
fue ser parte del «operativo explosivos» y particularmente describe el esfuerzo
que significó con sus 22 años.

Yo me acuerdo que llegaban las siete y media de la tarde y me agarraba unas li-
potimias que plum, me caía al piso, viste entendés era un estrés enorme digamos
que sostenía, el desinforme, el tener que trabajar, el hecho de prácticamente es-
tás full time (…) encima eso vos tenés que sumarle el hecho, que vos con la per-
sona con la que convivís viste no le podés contar nada. (Juan Marco, Santa Fe,
14/12/2009. Militante de Montoneros)

El relato del militante de Montoneros evidencia la construcción de la idea de


«que al cuerpo había que vencerlo o templarlo en lugar de tratarlo con mano
tierna» como plantea Stanley (2002:141). La permanente exposición de la
militancia a situaciones de extrema peligrosidad, muestra cómo los cuerpos
debieron ser reeducados, construyendo un nuevo modelo de vida. La división
entre lo secreto y lo público se corporizaba, transformando las subjetividades
y gestando nuevas prácticas cotidianas, donde el culto a la acción se hacía
presente, incluso poniendo al límite la posibilidad efectiva de resistencia de
cada cuerpo individual construido en función de los intereses colectivos.
Ahora bien, las experiencias revolucionarias y su encarnadura fueron tran-
sitadas de distinta manera por mujeres y varones. En general, las mujeres
tuvieron mayores limitaciones para poder militar que se relacionaron con el
estereotipo de género tradicional, que si bien, como hemos planteado, se
comenzaba a agrietar, se le seguían atribuyendo mandatos relacionados con
el rol de madre, esposas y pasivas. En varias oportunidades el estar casadas les

214
ofreció cierto intersticio de mayor libertad, aunque esto no las habilitaba de
igual modo a todas las mujeres. Algunas de ellas, aunque dependiendo de la
etapa, se encontraban en la escuela secundaria, vivían con sus familias de
origen y no podían circular con tanta independencia, teniendo que respetar
las reglas y horarios de la convivencia familiar, aunque muchas se resistieron
y cuestionaron el mandato.
La organización social de la diferencia sexual se puede analizar también a
través de los entrenamientos militares donde las mujeres intervinieron; sin
embargo, en la mayoría de los mismos, eran los varones los que entrenaban
en combate, incluso en algunos casos fueron consideradas inferiores e inca-
paces de entrenarse correctamente por su condición de género. Las limitacio-
nes fueron aún mayores en aquellas que se encontraban transitando un emba-
razo o eran madres, donde las posibilidades de poner el cuerpo full time se
encontraron sesgadas, problemática sobre la cual volveremos más adelante.
La construcción de la diferencia sexual de la estructura organizativa del
PRT–ERP y Montoneros también se manifestó en la orquestación de los ope-
rativos militares, existiendo asignaciones de roles y tareas según el género.
Mientras que los cuerpos masculinos en algunas acciones estuvieron todo el
tiempo expuestos al peligro que significaba la recuperación de armamentos,
camiones con explosivos, colocación de bombas y la conducción de automó-
viles; en general, a las mujeres se le asignaron tareas relacionadas con su rol
tradicional de cuidadoras o debieron actuar de señuelo como estrategia utili-
zada para ingresar a una comisaría. Paradójicamente, también encontramos
operativos que dan cuenta de que algunas pocas mujeres actuaron en enfren-
tamientos directos al menos en los orígenes de las organizaciones.
Por tanto, poner el cuerpo en la revolución implicó diferencias para mujeres
y varones. Las experiencias corpóreas de las feminidades se vieron condicionadas
en su práctica militante, pero al mismo tiempo, estas mujeres tensionaron los
límites impuestos. El cuerpo de las mujeres guerrilleras no solo fue un instru-
mento de acción y esquema socialmente construido; la corporalidad femenina
fue dinámica y susceptible también de resistir la apropiación social y cultural,
demostrando la dimensión productiva de los cuerpos, es decir, el rol activo y
transformador de las propias prácticas sociales y culturales.

215
Capítulo 7
Las relaciones de género en las organizaciones
revolucionarias santafesinas

La casa operativa, ¿un espacio democratizado?

Anteriormente, hemos analizado que la estructura verticalista y jerárquica de


Montoneros y PRT–ERP en la ciudad de Santa Fe parecía relajarse o flexibili-
zarse en el ámbito de las pequeñas células militantes, y que si bien, en algunas
ocasiones, fue la característica de la figura del referente la que forjó un tipo
de vínculo más disciplinado o más democrático, las relaciones construidas al
interior del espacio celular fueron de amistad, amorosidad, cuidado y mucho
compañerismo, donde además la mayoría de las veces se construyeron rela-
ciones sexoafectivas, sin significar esto la inexistencia de conflictos.
El espacio o ámbito de militancia de las estructuras orgánicas, las células,
muchas veces se materializaron en lo que se llamó casas operativas, donde lo
privado se entrelazaba con lo público y lo individual con lo colectivo, un lugar
propio y al mismo tiempo común, donde las cuestiones de pareja, la crianza,
las estrategias políticas, el trabajo, las cuestiones de seguridad aparecían ani-
dadas en una cotidianidad dinámica.
En tal sentido, nos preguntamos acerca de cómo fue la experiencia com-
partida entre militantes en el territorio de la casa operativa. Sabemos por
nuestras fuentes orales, que muchas veces sus miembros pertenecían a una
misma célula y convivían; otras que eran militantes que pertenecían a distin-
tas células, siendo «la casa» un espacio donde se operaba política y militar-
mente, pero también un territorio donde las emociones y los afectos se entre-
lazaban, a través de vínculos de amistad, de pareja, así como espacio de
socialización de la crianza, apuesta particular entre los grupos de militantes
setentistas.
En la ciudad de Santa Fe, las fuentes nos demuestran la existencia de una
variedad y multiplicidad de casas operativas ubicadas en distintos barrios del
centro como de la periferia, y en zonas más rurales y menos pobladas de los
alrededores de la capital. Estas casas fueron solventadas a veces por la organiza-
ción y otras por trabajos particulares, siendo permanentes o transitorias, alqui-
ladas o compradas, dependiendo de las circunstancias y necesidades inmediatas.

217
Las funciones de las casas operativas fueron diversas y complejas: desde un
sitio para reuniones hasta un lugar para la instalación de una imprenta clan-
destina o una cárcel del pueblo; además de ser imprescindible para el resguardo
de algunas pertenencias de las organizaciones (documentos, dinero, máquinas
de escribir, armamento, material de lectura, mimeógrafos, banderas, etcétera).
En algunas casas que operaron en Santa Fe se realizaron entrenamientos
militares o se llevó adelante la dolorosísima tarea de enterrar a un compañero
caído.1 Además, en la mayoría de los casos, se adquirían casas que tuvieran
«raje» o escape, para poder organizar desde allí la logística de evasión.2 Podría
decirse que el tiempo de las casas operativas para los y las jóvenes militantes
estuvo marcado por una diversidad de actividades y ocupaciones que indefec-
tiblemente muchas veces desbordaron las posibilidades de maniobras de
acción, así como del cuidado de los cuerpos expuestos a un constante desgaste
que la guerrilla les demandaba.
Para el año 1972, Montoneros, junto a FAR y FAP, tenía una fuerte presen-
cia en la ciudad y conjuntamente realizaron algunos operativos armados. El
más importante fue el «operativo banquito» que consistió en la recuperación
de dinero del Banco de la Provincia de Santa Fe en el Barrio Barranquitas,
aunque con anterioridad hubo otras acciones políticas y militares, entre las
que podemos nombrar el «Operativo Gurí»3 que consistió en la retención
durante unas horas de un joven brasilero miembro de la delegación interna-
cional del Rotary Club4 para que reconociera la pobreza y las condiciones de
existencia en los barrios marginales de la ciudad; el copamiento de la casa del

1. El entierro de Oscar Alfredo Aguirre Haus fue realizado en una casa operativa donde
vivía una pareja de Montoneros, Alcides Godano y Zulema «Tita» Williner, ubicada en el
norte de la ciudad. Aguirre Haus era estudiante de Ingeniería Química, oriundo de Bolivia
e integrante de la agrupación ateneísta. Fue asesinado por el Intendente Conrado Puccio
en un operativo político y armado, organizado producto de la situación de conflictos muni-
cipales, donde ASOEM había declarado un paro indeterminado debido a, entre otras cosas,
la demora en los pagos salariales. La acción se llevó adelante en la ciudad de San José
del Rincón el 18 de febrero de 1972. El Litoral, 18/02/1972; 19/02/1972; 23/02/1979;
Entrevista a Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2009.
2. Entrevista a Ana, Santa Fe, 26/09/2015. Militante del PRT–ERP; Entrevista al Flaco,
Santa Fe, 12/12/2019. Militante del PRT–ERP.
3. Entrevista a Raúl, Santa Fe, 15/01/2020. Militante de FAR–Montoneros.
4. Diario, El Litoral, Santa Fe, 12/01/1972.

218
intendente Conrado Puccio,5 así como la caída de una casa operativa en Monte
Vera y la muerte en un enfrentamiento de uno de los policías en dicho lugar.6
Con posterioridad a los hechos, se produjeron en Santa Fe y sus alrededo-
res importantes procedimientos de las fuerzas armadas y policiales, donde se
requisó más de veinte casas operativas que dieron a conocer, asimismo, la
existencia de redes de relación entre militantes de Córdoba y Rosario; este
dato demuestra el proceso de construcción y fortaleza que fue adquiriendo
Montoneros entre las regionales, especialmente la de Rosario, en tanto la
organización no había operado hasta el momento en dicha ciudad.
Esencialmente, el objetivo de las casas operativas se relacionó con el fun-
cionamiento de las células, que aspiró a la convivencia entre sus militantes y
a la experiencia cotidiana de la revolución. Como hemos analizado en los
capítulos anteriores, el trabajo político y de masas durante el período analizado
fue primordial, lo cual queda demostrado en la ubicación de las casas opera-
tivas, situadas en barrios marginales y villas de la ciudad.
Las memorias militantes recuerdan su paso por las casas operativas como
lugares donde se entretejieron relaciones de mucho compromiso, compañe-
rismo, amorosidad y solidaridad, pero también como territorios de riesgo y
disputa.
En este sentido, nuestro interés radicó en conocer cómo se construyeron
las relaciones de género al interior de las casas operativas, y en función de esta
pregunta fue que nos centramos en distintos problemas que nos acercaron al
entramado de esas relaciones, entre los que destacamos los vínculos de pareja
y amistad, la sexualidad, las disidencias sexuales, la crianza socializada y las
maternidades y paternidades.

Un doble vínculo. El amor a la revolución y a la pareja

En los años setenta, la participación política y social significó para los y las
militantes una entrega absoluta de la vida a la lucha revolucionaria; esto implicó,
por un lado, poner el cuerpo a un compromiso total por la causa detrás del
convencimiento de que «la revolución estaba a la vuelta de la esquina», haciendo
que la premura de la acción fuera inminente, pero también, por otro lado,
implicó gestar un territorio político «casi» exclusivo de sociabilización donde

5. Diario, El Litoral, Santa Fe, 19/02/1972.


6. Diario, El Litoral, Santa Fe, 15/01/1972; 16/01/1972.

219
se construyeron relaciones de amistad, de pareja y de familia. En este sentido,
las fronteras entre lo público y político con lo privado e íntimo se volvieron
difusas. Esta borrosa demarcación (Freytes, 2007) implicó una manera de rela-
cionarse que se entramó en la cotidianidad de las parejas de militantes que, en
la mayoría de las oportunidades, vivieron en una casa operativa.
En este sentido, los planes revolucionarios se inscribieron, en casi todos los
casos, en los marcos de una pareja heterosexual, unida por el amor y la política
(Cosse, 2010). Sin embargo, como hemos analizado, el modelo conyugal de
la familia doméstica había sido puesto en tensión por las jóvenes setentistas
que militaron en Santa Fe. La mayoría intentó romper con algunos mandatos
culturales, relacionados con el deseo, la sexualidad y el compromiso afectivo
a través del matrimonio como única vía, y al parecer el ámbito de la militan-
cia fue el más propicio de ser conmovido por estas nuevas búsquedas.
El modelo conyugal hegemónico también fue fisurado porque en algunas
oportunidades el espacio de residencia de la pareja fue compartido con otros
y otras militantes o incluso con otras parejas, donde se socializaron todos los
aspectos relacionados con lo doméstico (el dinero, la comida, la limpieza de
los platos, la crianza de hijas e hijos entre otros) y con lo político; no obstante,
una de las cuestiones que se encontró exceptuada de la socialización fue el
sexo entre compañeros y compañeras por fuera de la pareja.
Dos varones entrevistados, de Montoneros y PRT–ERP, nos cuentan acerca
de su experiencia en una de las casas operativas en la ciudad de Santa Fe donde
vivieron junto a su pareja y a un compañero de militancia.

Cuando yo me caso, nos fuimos a vivir a una casa que era chiquita así entendés
[muestra la sala donde estábamos dialogando], y lo único que tenía era una ha-
bitación, una especie de living–comedor, el ingreso todo junto, una cocinita y
un baño pero tenía un patio adelante, es decir la casa entrabas desde atrás para
adelante, y el Pancho [hace referencia a Francisco Molinas], dormía en la piecita
de adelante y nos dividía una habitación, teníamos un cuadro de la Celia Schnei-
der,7 un mural que dividía porque no había puerta y este hijo de puta escuchaba
el ruido de la cama y decía «ep, chee, ep» empezaba a los gritos, ni siquiera ese
pudor tenía el hijo de puta, pero yo recuerdo, qué sé yo, Pancho murió y nunca

7. Celia Schneider (Rafaela, 1934–Paraná, 2013) fue una artista plástica muy recono-
cida en Santa Fe, estudió con Antonio Berni y Ricardo Supisiche, también ejerció como
docente de la Escuela Provincial de Bellas Artes «Juan Mantovani» situada en el barrio sur
de la ciudad de Santa Fe.

220
supe a quién quería más de los dos o a M* [hace referencia a su exesposa] o a mí,
me entendés o sea era una integración grosa. (Juan Marco, Santa Fe, 14/12/2009.
Militante de Montoneros)

Después de casarme, alquilamos una casa, que es donde la Flaca se escapa y que
yo no llego a entrar porque la veo a la policía, y ahí vivía con nosotros César
Zervatto, yo digo que vivía con nosotros, porque tenía ropa y venía y se cam-
biaba. Darío era, no tenía mujer, no tenía hijos, no tenía nada, entonces podía
andar por todos lados, y donde le agarraba la noche dormía. Incluso hace poco
fuimos con los de la Secretaría [se refiere a la Secretaría de Derechos Humanos
de la provincia de Santa Fe] a la casa esa, y el dueño de casa que vivía ahí al lado
se acordaba de Darío, ¿y dónde está este chico me pregunta?, está desaparecido
le dije, y se acordaba que le decíamos Darío y todo. (…) yo a Darío lo conozco
en el año setenta y… [hace el esfuerzo por tratar de recordar la fecha], después
del 25 de mayo, cuando él llega acá, el año 73 debe haber llegado, pero nuestra
relación con Darío, era que vivía ahí en la casa (…) era la casa nuestra de ma-
trimonio, pero funcionaba como casa operativa, y ahí se reunía el secretariado
regional, que la Flaca no participaba en el secretariado regional, en la Dirección
Regional, que estaba constituida por Darío, Sorba, Munarriz8 y yo. (Flaco, San-
ta Fe, 12/12/2019. Militante del PRT–ERP)

El entramado complejo que significó convivir entre militantes en una casa


operativa hilvanó aspectos de la intimidad de la pareja con otros relacionados
con la organización de la política partidaria, que marcó algunos límites en la
posibilidad de socializar «todo». La Flaca, pareja de nuestro entrevistado, no
podía estar presente en las reuniones de la Dirección Regional, pese a que vivía
en la misma casa operativa donde se hacían las reuniones; podría decirse que
esto respondía al principio de compartimentación propia de la estructura del
PRT–ERP, aunque también nos brinda algunas pistas de indagación acerca de
la construcción de la organización social de la diferencia sexual al interior del
partido (Scott, 2010); más adelante volveremos sobre esto.

8. Alberto «El Capitán» Munarriz fue un militante del PRT–ERP, nacido en la ciudad de
Santiago del Estero, su militancia comenzó en la regional Buenos Aires. El 14 de noviem-
bre de 1974 fue secuestrado en un bar de Capital Federal, encontrándose desaparecido
hasta la actualidad. Estrella Roja N° 66 15/11/1975. Base de datos del blog, Héroes del
PRT–ERP, 27/09/2020. https://heroesdelprterp.blogspot.com/

221
Las mujeres y los varones militantes de Montoneros como del – en su
mayoría sostuvieron que era fundamental que la pareja elegida adhiriera a sus
convicciones políticas y compartiera el compromiso de la entrega revolucionaria.

Era imposible mantener la militancia, podía tenerse amigos, pero la pareja nece-
sitaba compartir tanto la política como las cuestiones de seguridad que superaban
lo individual. (Silvia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Justamente, yo en mis jóvenes años acumulaba los noviecitos, las minifaldas y


los novios. Tenía un noviecito que me gustaba mucho y me llevaba muy bien
con él. Cuando comienzo a ir a las reuniones políticas, a las movilizaciones, etc.,
le hablo de todo esto. Él estudiaba bioquímica y no se veía para nada en estas
cosas, solo iba a veces a alguna asamblea de la facultad. Y yo le planteé que para
mí era importante estar con una persona que esté de acuerdo con lo que para mí
iba a ser mi objetivo de vida. Nos separamos por eso. Para mí estaba muy claro
que la persona que estuviera conmigo tenía que estar de acuerdo con lo que yo
iba a elegir, porque yo no me iba a encontrar de ama de casa o de maestra o de
cualquier otro tipo de profesión que pudiera tener, quedarme en casa, cocinar
y tener hijos. No era ese mi objetivo de vida. Fue bastante desgarrador, porque
nos queríamos mucho, pero yo lo dejé. Andaba rondándome el que después fue
mi compañero (yo no me daba cuenta porque estaba todavía con otro tipo de
relaciones, de espíritu completamente diferente, para divertirnos…). Para mí es-
taba muy claro: mi compañero tenía que ser un compañero militante. Y como
yo nunca fui peronista y no adhería para nada a toda la cuestión de los «montos»
(que apenas comenzaban en esa época, como nosotros), para mí tenía que ser un
compañero de la organización, porque si no nos hubiéramos agarrado «de las me-
chas» todos los días. (…) yo creo que en la cotidianeidad es difícil. Yo no hubiera
podido aceptar que esté a mi lado alguien que estuviera todo el día levantando la
banderita y ¡Viva Perón! (Raquel, Santa Fe, // . Militante del –)

La pareja era el segundo lugar después de la militancia, así estaba eso, claro. Lo
primero era la militancia, el compromiso ideológico–político con el partido, y a
eso estaba sujeta la pareja.

: La pareja elegida ¿debía ser de la misma organización?

Flaco: No estaba explicitado, pero era así. Eso después traía problemas, los com-
pañeros que militaban y la compañera no, se le cuestionaba al compañero que
tenía que ganarla a la compañera para que milite. Casos muy raros deben haber

222
sido al revés, en que la compañera militara y el compañero no. Pero sé que hubo.
Sé ahora, porque he leído, pero no es que supiera en aquella época. Sé que han
terminado mal, cuando la compañera era la que arrastraba, el hombre fallaba,
digamos, terminaba generalmente cortando. Pero eso es una evaluación hoy, no
en aquella época. (Flaco, Santa Fe, 02/10/2014. Militante del PRT–ERP)

En realidad, yo a él lo conozco en el grupo juvenil y si bien él ya estaba militan-


do no me abre a esto inicialmente y después sí empezamos. Nuestra pareja se
forma y se construye como proyecto de vida alrededor de estos valores y de esta
identificación con un camino donde uno dice que el amor y la lucha van juntos
y son en cierto modo la razón de vivir. (…) Pero sí, ahí arrancó nuestra pareja y
siguió. (Carmen, Santa Fe, 9/11/ 2014. Militante del PRT–ERP)

Pero a ver, convengamos en esto. Los varones, en el caso particular de los más jó-
venes, buscábamos dentro del corral en el que ya estábamos encerrados. No íba-
mos a buscar otra cosa. (Cabezón, Santa Fe, 7/02/2020. Militante del PRT–ERP)

La construcción de las relaciones sexoafectivas se produjeron en general al


interior de la misma organización, debido a que las demandas del activismo
político inundaban la totalidad del tiempo y el espacio cotidiano (Andújar,
2009), además de los problemas de seguridad interna que fueron contempla-
dos. En este sentido, el Cabezón, uno de los militantes del PRT–ERP entrevis-
tados, elige para describir su condición de joven atravesado por sus deseos
masculinos el término «corral» para referirse a esa totalidad de la que nos
comenta Andújar. Acerca de esto, y teniendo en cuenta todo el relato de vida
de nuestro informante, podríamos suponer que desde su presente comprende
que el círculo de la militancia perretiana era el más propicio para los encuen-
tros amorosos, pero también evidencia la percepción de un adentro y un afuera
de la organización respecto a las relaciones de pareja que daría cuenta de una
contención afectiva de parte de esa estructura y de la construcción de una
identidad perretiana de donde partía la búsqueda de un doble vínculo de amor.
El activismo que inundaba la vida militante también funcionó como factor
clave para la atracción erótica entre sus miembros, donde el deseo y placeres
se conjugaron con aquellas responsabilidades y disciplinamientos propios de
las organizaciones armadas.
El estilo generalizado del activismo setentista en Santa Fe también se carac-
terizó por la militancia de a dos; la pareja asumía un doble vínculo relacionado,
por un lado, con el compromiso afectivo y sexual, y por otro, con la coinci-
dencia política (Vasallo, 2009). Estas relaciones arrogaron un compromiso

223
colectivo mayor en estrecho vínculo con el proyecto revolucionario, que tras-
cendía lo individual pero que también las excedía como parejas. Este fue uno
de los atributos constitutivos de un modelo específico de las relaciones sexo–
afectivas en el marco de la guerrilla, que se diferenció de aquellas otras rela-
ciones de noviazgos para divertirse o pasajeras como nos comentaba Raquel,
quien además manifestó haber puesto en crisis el modelo de mujer doméstica,
cuestionando las prácticas y roles tradicionales de las mujeres en el ámbito
privado, pero también de la virginidad hasta el matrimonio.
En amplia mayoría las mujeres entrevistadas tensionaron el modelo de sus
antecesoras, irrumpiendo en el espacio público, buscando nuevos modelos de
mujer, militante activa y pública, posibilitando nuevas relaciones de género,
aunque en el marco de una relación cis, heterosexual y monogámica.
El espacio de la pareja quedaba sellado por la dinámica de una militancia que
se hacía más intensa y riesgosa. La misma actividad política provocaba la fre-
cuencia cotidiana entre militantes, que condujo en algunas ocasiones a que se
enamoraran, además de influir ciertas razones de seguridad que generaban difi-
cultades para mantener una relación por fuera de la organización (Tell, ).

Lo que pasa es que, como en cualquier cosa, uno va construyendo las parejas en
base a la afinidad (…) En ese momento, donde había un altísimo nivel de mili-
tancia y de política, era normal que el acercamiento se diera ahí. Porque además
estamos hablando de grandes cantidades, imaginate que, si la  [Juventud Uni-
versitaria Peronista] en Santa Fe tenía trescientos militantes que eran  hombres
y  mujeres, y por lo menos  parejas tenías. (Carlos, Santa Fe, //.
Militante de Montoneros)

Era fundamental, era muy difícil sostener otra cosa. En ese sentido, si alguien
tenía una pareja fuera de la organización era un tema que se discutía. No había
un planteo directamente de «o esto se modifica o te vas» pero era un tema que se
trataba básicamente desde el punto de vista de los problemas de seguridad que
acarreaba. (Luisa, Santa Fe, //. Militante de la )

En este sentido, dos mujeres entrevistadas comentan el caso de una compañera


de Montoneros que decide irse a militar al –, porque se enamora de
un integrante de esta organización, aunque también la decisión se debió a su
desencanto con el proyecto político de Perón luego de la ruptura con Mon-
toneros el º de mayo de .

224
En mi historia personal ocurre que una compañera conoce a un compañero del
 y se enamora y se va de la organización nuestra al . Es una compañera
que muere. (Julia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Pero había parejas de diferentes organizaciones, una de mis amigas tenía una pa-
reja en otra organización, en el , cosa que yo no me enteré hasta que definió
su participación. Después se enojó, después del º de mayo, las puteadas con el
viejo se fue. (Luisa, Santa Fe, //. Militante de la )

Las entrevistadas hacen referencia a la santafesina Graciela del Carmen Rubio,9


que en sus inicios como activista había pertenecido a la Juventud Universita-
ria Peronista (). Rubio o «La Negrita» fue un cuadro muy valioso dentro
del –, militó en Santa Fe y luego fue trasladada a la regional de Rosa-
rio donde participó en varios operativos militares. La importancia que adquiere
en este apartado recuperar la memoria de Graciela Rubio se relaciona con
tratar de entender las construcciones de pareja en el marco de la militancia en
Santa Fe, que responden también al modelo de pareja construidos en el marco
de las organizaciones armadas de otras regionales. Similares apreciaciones
acerca de la pareja revolucionaria son planteadas para el análisis del –
en la provincia de Buenos Aires por Paola Martínez (), para el caso de las
organizaciones Montoneros y – en Córdoba por Ana Noguera (),
y recientemente, una investigación del – en la provincia de Mendoza
por Violeta Tortolini ().
Un caso similar al de Graciela Rubio donde el amor y la política se fusio-
naron, en nuestra localidad, fue el de María Teresa Serra o «Rita»,10 su nom-
bre de guerra. Esta militante estuvo en un primer momento militando en la
 para luego incorporarse a las filas del –.

9. Graciela Rubio provenía de una familia de clase obrera y peronista, estudiante de la


carrera de Edafología en la Universidad Católica de Santa Fe. Durante el copamiento del
Batallón de Arsenales 121 «Fray Luis Beltrán» de San Lorenzo en abril de 1975, cayó en
combate junto a otro militante, el obrero Hipólito Agustín Leyes, «El Tío». Este operativo fue
dirigido por Santiago Krasuk o Capitán Luis, perteneciente al grupo originario del PRT en la
ciudad de Santa Fe. En la primavera del año anterior, Graciela Rubio se había casado con
Fernando, pareja y compañero de militancia del PRT.
10. María Teresa Serra era oriunda de Entre Ríos, llegó a la ciudad en el año 1968 para
estudiar Ciencias Económicas, y, junto a su pareja, fueron trasladados a Paraná y final-
mente a Rosario, hasta que el 10 de agosto de 1976 fue secuestrada, encontrándose
desaparecida hasta el momento.

225
Las fuentes nos demuestran que ambas militantes fueron cuadros muy bien
formados y con inserciones diversas en el PRT–ERP; sin embargo, se observa
en las memorias militantes la sistemática descripción de sus rasgos de atracción
física. Los atributos de belleza son destacados en la mayoría de las descripcio-
nes de mujeres en la guerrilla, no así entre los varones, cuyas cualidades sobre-
salientes se relacionaron con la formación política, el coraje y la valentía. La
belleza femenina ha sido en la historia de las mujeres una de las propiedades
necesarias para ser reconocidas y amadas, como plantea Marcela Lagarde
(2000:33). El canon de belleza de los cuerpos femeninos, en la década del 70,
al menos en la pequeña burguesía, se relacionaron con la juventud, la delgadez,
cabellos preferentemente lacios y piernas estilizadas para utilizar minifaldas,
entre otros; pero como hemos visto, estas cualidades no fueron establecidas
como exigencias para llegar a ser una buena militante, y si bien en algunas
ocasiones fueron utilizadas como estrategias en operativos militares, el lenguaje
corporal de las mujeres tuvo que amoldarse a las representaciones de un cuerpo
hegemónicamente masculino, detrás de la utopía sexual neutral que las orga-
nizaciones reafirmaban (Pollock, 1982 [1988]). Si esto era así, nos preguntamos,
¿por qué cuando se recuerda a las mujeres combatientes, los atributos acerca
de su belleza física se despliegan como una constante? En este sentido se
analiza que, a pesar de que el modelo de combatiente se vinculó con los trazos
inherentes a la masculinidad, se siguió reproduciendo discretamente al interior
de las organizaciones la noción de feminidad donde la belleza constituía un
imperativo para las mujeres: ser una mujer revolucionaria, pero además ser
hermosa, pareció ser la fusión perfecta que reforzó las diferencias sexuales,
evidenciando que los estereotipos y prácticas de belleza al interior de la gue-
rrilla también reprodujeron relaciones de poder y jerarquía entre los géneros.
Continuando con el análisis acerca del doble vínculo y la confluencia entre
el amor a la pareja y a la revolución, los casos analizados nos permiten pro-
fundizar, por un lado, sobre la caracterización del perfil de la militancia perre-
tiana, en tanto nos demuestran la capacidad de captación de algunos militan-
tes de esta organización para ganarse a su compañera y promover su
integración al partido, condición considerada esencial de un buen combatiente
(Pozzi, 2001, Mattini, 2007); y por otro, refuerzan la idea de que era muy
difícil mantener vínculos de pareja por fuera del activismo revolucionario,
siendo esta situación más compleja para las mujeres que sí lo hacían y sus
parejas varones no tenían una práctica política sostenida; las mujeres se encon-
traron condicionadas y limitadas a una participación autónoma e indepen-
diente, si se encontraban en relaciones sexoafectivas con estas particularidades

226
enmarcadas en una organización social donde las diferencias sexuales le asig-
naban ciertos roles de género que las mujeres debían encarnar.

Era muy difícil. Sobre todo, para la mujer. Por ahí el hombre podía ser militan-
te y la mujer no. Sé de hombres que militaban y la mujer no. Te imaginás con el
machismo que había en esa época, que la mujer militara y el hombre no… (Lu-
cía, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Existió, por tanto, una diferencia genérica al momento de constituir una pareja
revolucionaria; los varones, tuvieron una mayor libertad en relación con sus
elecciones, encontrándose más habilitados por la sociedad y la organización
para priorizar su desarrollo político en el espacio público que las mujeres.
Pero, además, y siguiendo lo planteado por Paola Martínez (), las
mujeres, hayan compartido militancia o no con sus compañeros, se encontra-
ban obligadas a fomentar y alivianar la actividad política de sus parejas encar-
gándose de distintas tareas domésticas en el espacio de la casa operativa. Esto
último lo podemos visualizar en la narración de un varón de Montoneros,
quien comenta acerca de cómo fue su relación con su primera pareja que no
era militante de la organización, pero adhería al compromiso político, aunque
reproduciendo un rol doméstico de «colaboradora del hogar», cebando mates,
sirviendo una torta en alguna reunión política en su casa y encargándose de
la crianza de sus hijos.

…mi casa fue una casa operativa, una casa muy usada o sea que mis hijos estaban
permanentemente, ese es el tema de mi esposa en esa época, ella no militaba pero
nosotros veníamos a reunirnos y ella agarraba preparaba los mates… por ahí apa-
recía con alguna torta…colaboraba con compañeros que venían a dormir o con
compañeras que se quedaban, especialmente cuando yo me fui de la casa porque
formé la otra pareja, que duró muy poco también, ella siguió colaborando y la
casa se siguió usando de hecho la fueron a buscar ahí a ella, cuando me estaban
buscando a mí, entonces era mucho más fácil era mucho más entendible, eso es
lo que te permitía una militancia…entender el todo y bueno colaborar en todo.
(Raúl, Santa Fe, //. Militante –Montoneros)

Otro militante varón del frente sindical del –, también nos narra acerca
de su relación de pareja y cuenta que su esposa no llevaba adelante ningún
tipo de participación política, pero vivía en una casa operativa y adhería a la
militancia de su esposo. La relación sexoafectiva de Alejandro nació tempra-
namente, cuando él apenas tenía  años, y continuó muchos años después,

227
incluso luego de salir de la cárcel en .11 Durante el tiempo que vivió en
la casa operativa junto a su esposa, transitaron por allí otras y otros militantes,
aunque recuerda especialmente la convivencia con Luis Santiago Billinger12
y su pareja, de la que no recuerda su nombre y solo es referenciada como la
«mujer de».

El Secretario General, o Secretario del Partido en Santa Fe, era Aníbal, el Ruso.
Y ese vivía conmigo, vivía en mi casa, con su mujer. Vivíamos los cuatro aden-
tro. (Alejandro, Santa Fe, //. Militante del –)

Durante una de las entrevistas realizadas a Alejandro, nos interesó indagar,


entre otras cosas, acerca de por qué no había captado a su pareja para la orga-
nización, encontrándose él tan comprometido con la causa revolucionaria,
incluso conviviendo en una casa operativa. Sobre esto nos comenta lo siguiente:

¿Por qué a O* no la integraba? Porque era paternalista. Y ser paternalista era sub-
estimarla. ¿No será que tenía miedo de que me superara? Que hoy no lo tengo
(…) Hoy me gusta que me superen las mujeres. Pero no te olvides que, en aquel
entonces, además de ser otra época, yo era joven, mi pensamiento era joven. Pero
tuve un «click» en la vida, ¿cuál fue? Fue cuando comprendí la necesidad y el
valor que tenían los familiares. Y las familiares eran todas mujeres, o la mayoría,
no eran hombres, el hombre era débil. Mi suegro se la pasaba llorando y la vieja,
la gringa, salía y tenía una fortaleza bárbara; mientras el viejo se la pasaba lloran-

11. E.B.*, el sábado 30 de abril fue apresado en su casa operativa, ubicada al norte de
la ciudad, encontrándose en la misma una fosa, donde se halló mimógrafos, panfletos,
sellos de cinco puntas, armamentos, etc. Posteriormente, fueron detenidos Rubén Alcides
Bonetti, empleado de la imprenta oficial y Fernando Heldrado Gauna de 18 años estudiante
de Derecho. Diario, El litoral, Santa Fe, 2/05/1972.
12. Luis Santiago Billinger, «El Gringo» o «Aníbal», fue un combatiente oriundo de Entre
Ríos, cuya familia de origen pertenecía a la clase obrera. Se radicó en Santa Fe en el año
1967 para estudiar en la Facultad de Derecho de la UNL, vivió en una de las residencias
que la Universidad ponía a disposición de los estudiantes de pocos recursos, allí vivió con
otros jóvenes, uno de ellos fue César «El Buzón» Zervatto. En 1969–1970 ingresó al PRT,
fue uno de los primeros de los militantes en proletarizarse, trabajó en el Frigorífico Nelson,
y vivió en Laguna Paiva junto a los obreros ferroviarios. Formó parte de la Dirección Regio-
nal de Santa Fe y Rosario, fue responsable del Frente de la Carne, y luego pasó al Comité
Regional como dirigente del Frente Legal. Asimismo, fue uno de los primeros en incorpo-
rarse a la Compañía de Montes Ramón Rosa Giménez, en mayo de 1974. Cae en el intento
de un copamiento en Catamarca junto a otros compañeros en agosto de 1974.

228
do una pena porque el hijo estaba preso. Ella, como madre que lo había tenido
en el vientre, salía a levantar firmas, a discutir, a ver a los curas, a moverse. (…)

: ¿Y por qué considera que O* nunca ingresó a militar? ¿Qué otras tareas rea-
lizaba ella?

Alejandro: Yo no sé si no ingresó o no se encuadró. Ella y la Gorda, la mujer de


Aníbal que era el Secretario General, eran correo. Y O* conocía casas operativas
que yo no conocía. O* en otras palabras, era la benjamina del grupo. Además,
que los otros del grupo no tenían hijos, yo tenía hijos, era obrero, era loco…
Entonces, viste, yo siempre con ese cuidado, ese paternalismo con O*… Yo fui
muy paternalista con O*, yo decía que O* servía como una vanguardia, que ne-
cesitábamos una vanguardia que siguiera si nos pasaba algo a nosotros. O sea,
ese era mi criterio, mi formación. Y la formación del macho, pienso ahora, yo
en ese momento no me daba cuenta, ahora puedo evaluarme. Entonces, andá-
bamos bien. No se me obligaba a que O* militara de frente march, sino que a
O* se la respetaba, O* laburaba, nosotros la esperábamos porque llegaba con el
bolsito de laburar para comer. Porque del Banco de Desarrollo yo tenía el ropero
lleno de plata, lleno; pero esa plata no se tocaba, era del Partido, esa era la moral.
Comíamos con lo nuestro si teníamos, si no teníamos nos sonábamos, muchas
veces no llegábamos a fin de mes. Y estaban todos los compañeros… los que no
encontraban trabajo nunca (como el Ruso Aníbal, ja ja, el Ruso, divino). ¡Esta-
ba en el grupo la O*! (Alejandro, Santa Fe, //. Militante del –)

En este sentido, entendemos que en el relato se evidencian al menos dos


puntos que, consideramos, podrían desagregarse y que al mismo tiempo se
entrelazan con la construcción social de la diferencia sexual. Por un lado, se
observa la reproducción de estereotipos de género relacionados con la mascu-
linidad hegemónica, encarnada en prácticas relacionadas con una supuesta
protección masculina que primó sobre las disposiciones del partido: nos refe-
rimos a la capacidad de captación de militantes, que, sin lugar a dudas, debía
haber empezado por la propia compañera. Y, por otro, es sugerente lo que
Alejandro plantea cuando explica las razones de reconocimiento a las mujeres
de su familia, en tanto recupera y repara en la fortaleza femenina, aunque
relacionada directamente con los roles y funciones socialmente asignados a
las mujeres, específicamente vinculados con el cuidado y la maternidad.
Los relatos citados de varones militantes de –Montoneros y del –
 referidos a sus relaciones sexoafectivas, así como la recuperación de la

229
relación de pareja de Luis Billinger con «La Negra»13 —quien tampoco par-
ticipó como militante de la organización— son aquellos casos que nos permi-
ten reflexionar que, si bien las relaciones amorosas entre militantes en general
se construían no solo desde la atracción y el afecto sino también desde las
afinidades políticas y el amor por la revolución, hubo algunas parejas que se
formaron en Santa Fe que no se constituyeron desde este paradigma. Estos
modos de construir relaciones sexoafectivas entre algunos de los militantes
varones en las organizaciones armadas pueden ser entendidos desde la variable
de género, pero también de clase. Como ya hemos dicho, nuestros informan-
tes varones no habilitaron el activismo público y político de sus parejas muje-
res detrás de un supuesto principio de protección masculina.
En relación con esto, un entrevistado analiza que la trayectoria machista
del – en la localidad deviene de la línea vieja del partido, es decir, de
todos aquellos primeros varones militantes del grupo originario de Santa Fe
que no permitieron que sus compañeras militaran.

Vos tenías dentro del Partido una línea vieja (que era la de la generación de B*).
Esa línea vieja, por decirlo de un modo y no soy yo quien lo tiene que calificar,
era la línea machista. Era la línea en que la compañera no militaba, y militaba
el compañero. Por ejemplo, el Gordo, mi hermana nunca militó, si bien es una
mina políticamente piola, etcétera, pero no fue militante. El Gringo Aníbal, que
era dirección del Partido, la Negra tuvo el pibe y se fue a la mierda después que
él cayó; pero siempre fue una piba que nada que ver con nada. El Negrito Ceci-
lio, Ardiles, que también tenía una compañera que absolutamente nada que ver.
(Cabezón, Santa Fe, //. Militante del –)

Aquí observamos una diferenciación entre el grupo al cual pertenecía nuestro


informante y aquel constituido por algunos «viejos» militantes, asignándole
ciertas responsabilidades «machistas» al primer núcleo del  en la ciudad.
El relevamiento de las fuentes nos permite analizar además otros datos en
relación con estos integrantes varones de las células iniciales en Santa Fe, donde
observamos que existieron dos grupos diferenciados entre varones combatien-
tes: uno proveniente de la clase obrera y otro integrado por varones de la
pequeña burguesía o sectores medios y universitarios cuyas parejas fueron
militantes comprometidas. Es decir que las diferencias entre estos dos grupos
militantes del – en Santa Fe no solo podrían ser analizadas desde la

13. Estrella Roja, Nº 40. 23/9/1974.

230
distancia dentro de la propia generación, esto es, a través de las relaciones
intrageneracionales (Viano, 2012:16), sino que estas divergencias se intersec-
taron con otras como las de experiencias de clase y género.
La experiencia de clase entonces es otra de las variables de la diferencia que
nos posibilita analizar que aquellos militantes varones provenientes de la clase
obrera tenían un modo de pensar, sentir y obrar relacionado con la reproduc-
ción de estereotipos de género tradicionales, restringiendo la participación
política de sus parejas mujeres, quienes se encontraron limitadas por su con-
dición de género y de clase. Este análisis en clave interseccional nos permite
hacer visibles de qué manera se entretejen e interactúan las diferentes opre-
siones demostrando la desigual distribución de poder intergénero.
En tal sentido, Paola Martínez plantea para el caso del PRT–ERP en Buenos
Aires que

la actitud del varón obrero que no permitía que su mujer militara, para priorizar
el rol materno, fue adoptado como modelo de algunos sectores de la organiza-
ción, donde predominó la presencia obrera, como en los frentes sindicales. En
consecuencia, fueron pocas las activistas obreras que se integraron a la organi-
zación. (2009:221)

Si bien la autora realiza este análisis para la organización PRT–ERP lo consi-


deramos válido también para vislumbrar el modelo de pareja construido por
algunos militantes varones de Montoneros. Este modelo vincular desplegado
al interior de algunas casas operativas demuestra que en el territorio militante
se llevaron adelante prácticas de género tradicionales donde las distribuciones
de las tareas domésticas quedaban asignadas a las mujeres exclusivamente,
acentuando y marcando desigualdades entre los géneros.
En suma, podría decirse que convivieron al menos dos modelos de relacio-
nes en el marco de la guerrilla santafesina; nuestras fuentes orales además nos
permiten reflexionar que pareciera que el modelo integrado por una pareja
heterosexual comprometida con la lucha revolucionaria fue el que predominó,
generando fisuras incluso en relaciones más tradicionales, como el caso de Raúl.
Lo expuesto hasta aquí nos conduce a preguntarnos acerca de cómo se
construyeron las relaciones de género en parejas que asumieron juntas el com-

231
promiso revolucionario. En este sentido, dos parejas de militantes14 del PRT–
ERP y Montoneros entrevistadas nos acercan algunas respuestas.
La primera relación sexoafectiva que analizaremos es de dos integrantes del
PRT–ERP que formaron pareja cuando realizaban sus estudios en la escuela
media e integraban los Grupos Juveniles, con posterioridad se casaron y tuvie-
ron a su primera hija en octubre de 1973. Carmen nos acerca desde sus recuer-
dos cómo fue la experiencia de militar junto a Hugo su pareja.

MG: ¿Cómo fue militar con su pareja? ¿Cómo recuerda la vida cotidiana de la
pareja?

Carmen: Cuando vivía con mis padres, salía, hacía las actividades y volvía. No-
sotros teníamos nuestras actividades, a lo mejor salíamos a hacer un reparto, yo
a la noche me quedaba en otro lado y avisaba que no volvía y nada más. Esto
implicaba una tarea de preparación, de chequeo y demás, que se hacía en las re-
uniones, después venía la acción en sí e ir al barrio y repartir. Era eso, agarrar el
camión de leche o de un frigorífico e ir a un barrio de madrugada, llamar a la
gente y ahí se repartía. En realidad, eran acciones armadas de propaganda polí-
tica, porque ahí se repartía, se explicaba quiénes éramos, se repartía la prensa, la
Estrella Roja, que era la revista, y el planteo era: «Esto nos pertenece a nosotros,
le pertenece al pueblo, lo estamos sacando para que… Y vamos a tener que se-
guir por este camino de expropiar a los que más tienen…».

MG: ¿Usted participó con su pareja en muchos de esos operativos? ¿O participa-


ban en distintas células?

Carmen: No, en muy pocos. Teníamos frentes distintos. A veces teníamos una
célula en la que estábamos juntos y después por ahí teníamos tareas distintas. En
algunas sí estuvimos juntos, pero no siempre.

MG: ¿Tenían rangos o compromisos diferentes, distintos niveles?

14. Entre los grupos de informantes, se entrevistó a dos parejas cuyo vínculo de amor
se construyó durante la década de los setenta en Santa Fe, perdurando hasta el momento
de realizar la misma. Los encuentros de las entrevistas a las parejas revolucionarias no
fueron simultáneos, sino que fueron realizados por separado y en distintos días.

232
Carmen: Sí, había una organización que tenía que ver con niveles de responsabi-
lidades, podías ser responsable de un frente, de la regional, podías participar de la
organización nacional, ahí bajabas o seguías hasta lo que sería el nivel de simpa-
tizante o contacto. Yo estuve a cargo de equipos de simpatizantes o de contactos.

: ¿Y su pareja?

Carmen: Mi marido tenía más responsabilidades.

: ¿Esto generaba conflictos en la pareja por aquel entonces?

Carmen: No, en realidad no. Porque las historias son diferentes, uno forma la
pareja, pero cada cual es un individuo que hace un recorrido y por más que con-
fluimos en la misma organización o en el mismo proyecto, él se había iniciado
antes, los dos hicimos un recorrido diferente y se había formado y había desple-
gado su actividad de forma diferente a la mía. A mí no me generaba conflicto y
a él tampoco. (Carmen, Santa Fe, //. Militante del –)

El proyecto revolucionario fue encarnado por esta pareja y, aunque no fue la


base de su unión, conmovió durante muchos años el vínculo construido,
donde existieron iguales compromisos militantes, aunque con distintos grados
de responsabilidad que, desde el discurso, Carmen pareciera no reparar como
contradictorio; por el contrario, reconoció las jerarquías de la estructura par-
tidaria y las obligaciones de Hugo, dándole prioridad a la causa política. Con
respecto a esto, cuando entrevistamos a su pareja, él manifestó una lectura
diferente.

: ¿Cómo recuerda que fue la experiencia de militar junto a su pareja en aque-
lla época?

Hugo: A Carmen le tocó siempre la parte más dura, porque yo siempre fui el
que se fue.

: ¿Usted tenía responsabilidades diferentes respecto a ella?

Hugo: Sí. Siempre la dejé. La parte más dura para ella (como piba, porque era
una piba igual que yo), cuando me llega la orden para que me fuera al monte, la
orden era que no le dijera (…). Yo hablé con el compañero que me convocaba y

233
le respondí que yo le iba a decir, que él no me podía pedir eso, que no la podía
dejar sin decirle a dónde iba.

MG: ¿Ella sabía que se iba, pero no le podía decir adónde?

Hugo: Yo siempre me iba y avisaba «Vuelvo dentro de una semana», «Vuelvo en


dos días…». Así que el compañero me permitió. Vine, le dije y se largó a llorar,
porque no había vueltas; sabía que me iba y podía no volver. Estamos hablando
de febrero del ’74.

MG: ¿Ustedes ahí ya tenían hijos?

Hugo: Ya teníamos una hija. Cuando vuelvo a reencontrarme con ella es que que-
da embarazada de A*. No sé qué te puede haber transmitido ella, —o sea, sí sé
porque hemos hablado muchas cosas—; pero fue muy duro para ella porque la
dejaba sola, con una hija, tenía que asumir ante la familia que el marido no es-
taba más, que nadie sabía dónde estaba. Porque yo me fui siendo legal, después
quedé clandestino. No era fácil asumir eso. Mis viejos sabían que me iba, pero
nada más, nunca supieron adónde; después sí, cuando se dio lo de Catamarca.
Cuando vuelvo enfermo de neumonía estuve una semana escondido en mi casa;
cuando mi viejo me vio las manos, los pies, deformados por la penicilina, se dio
cuenta de dónde había estado. Cuando sucede la masacre de Catamarca mis vie-
jos se vienen de Rosario (estaban viviendo ahí) para preguntarle a mi hermana si
yo estaba en Catamarca; mi hermana tampoco sabía dónde estaba yo, que esta-
ba metido en medio del Impenetrable. Como al mes me llegó la comunicación:
«¿Dónde estás?». Cuando salió la lista, se dieron cuenta que no estaba ahí; pero
como había gente con nombres falsos, sospechaban. Uno de los pibes que aga-
rran es el que había caído preso con Carmen,15 vivo, entonces sospechaban que
yo estaba ahí. Esos fueron momentos duros. A ella le tocó vivir eso, porque ella
nunca se fue a una operación sin mí. Pero yo sí me iba sin ella. Cada despedida
era: «Me voy y no sé si vuelvo». Y ella era como yo, pendeja. Lo asumió como
una franciscana. (Hugo, Santa Fe, 12/12/2014. Militante del PRT–ERP)

15. Carmen y Hugo junto a otros y otras militantes también convivieron en una casa
operativa del barrio Pompeya, ubicado en la zona norte de la ciudad. La casa cayó en abril
de 1974. El Litoral, Santa Fe, 2/04/1974; 3/04/1974; 10/04/1974.

234
Como hemos dicho, Carmen durante la entrevista consideró que vivenció las
responsabilidades de su pareja sin contradicciones; sin embargo, Hugo consi-
deró que asumir mayores obligaciones dentro del partido trajo consecuencias
directamente en su relación sexoafectiva. La integración de este militante
perretiano en otros espacios combativos por fuera de la ciudad implicaron un
distanciamiento del espacio doméstico y familiar, que provocó que su pareja
asumiera exclusivamente las tareas de cuidado y crianza de su hija. Según el
punto de vista de Hugo, su esposa asumió situaciones difíciles y dolorosas
como una «franciscana» —aquí nuestro entrevistado despliega una provocativa
caracterización sobre ciertos atributos asignados a su compañera relacionados
con la posición social de su pareja, como mujer santa y abnegada—. Lo que
llama aún más la atención en este relato es que nuestro informante varón no
hace ninguna referencia acerca de sus sentimientos sobre la posibilidad de que
quizás nunca volvería a ver a Carmen ni a su hija, respondiendo de algún modo
al carácter de las narraciones propias de las masculinidades militantes que
priorizan en la explicación de sus decisiones las motivaciones políticas y racio-
nales sin expresar sus sentires al respecto.
La apariencia sin conflictos personales en esta pareja de militantes del PRT–
ERP se tensionó en el espacio político, los reclamos y cuestionamientos de
Carmen se direccionaron especialmente hacia el partido y no así al ámbito
afectivo o íntimo de su pareja.

En realidad, hubo un momento, no sé si crítico, pero hubo un momento de


nuestra historia que fue antes de que mi marido se fuera de acá, cuando se de-
cide que se tenía que ir a otro lado a militar. El planteo en el equipo fue que se
resolvía eso y que yo no podía saber ni dónde iba, ni cuándo volvía ni si volvía
o no. A eso yo lo cuestioné.

MG: ¿A quién cuestionó eso?

Carmen: En la reunión de equipo donde se planteó esto yo cuestioné. No cues-


tioné la decisión en sí, porque acordaba con eso y porque todos sabíamos que
hoy podíamos estar juntos y mañana en otro lado, era «donde la revolución te
necesite, ahí tenés que ir», era una cuestión de entrega, de desprendimiento. Lo
que yo cuestioné fue esta incertidumbre de: «Se va, puedo no saber a dónde, por
una cuestión de seguridad y lo puedo llegar a entender, pero dame alguna pers-
pectiva de futuro porque, si esto es la familia, acá se terminó, no sé si lo voy a
volver a ver o no». Lo cuestioné en esos términos. Sí, se planteó que, por cues-
tiones de seguridad, el lugar a donde iba… Y medio que lo planteé, generó una

235
discusión, hubo quienes acordaban y quienes no; después esto tuvo un proceso,
se tenía que hablar con el responsable, tenía que seguir una línea orgánica. Esto
concluyó en una decisión que por confianza y no sé qué, se me dijo «El Negro se
va a tal lado, la perspectiva es que puedas tener alguna comunicación de tal tipo,
a través de terceros…», o sea, se empezaron a abrir algunos canales. Esa fue la
única situación, que más vale que a mí me pegó fuerte, porque que un día ven-
gan y te digan: «Despedite, porque no lo ves más…».

MG: ¿Cómo entiende que vivió su marido a esto de tenerse que ir, dejar su fa-
milia, su hija?

Carmen: A él le pegaba, pero él estaba más puesto en cumplir con el deber mi-
litar. Cuando yo hice el planteo él dijo: «Sí, me parece bien, vamos a ver…», no
fue su iniciativa. Yo no sé si eso tiene que ver con el género o no, no soy especia-
lista en el tema, pero creo que uno como madre, y en la familia, la mujer juega
un rol distinto al hombre,16 para mí ni más importante ni menos, sino que cada
cual juega un rol diferente. (Carmen, Santa Fe, 9/11/2014. Militante del PRT–ERP)

El proyecto personal entre Carmen y Jorge se fusionó con el colectivo revolu-


cionario, que se evidenció en el impacto de las decisiones de la estructura
partidaria del PRT–ERP sobre la intimidad del vínculo amoroso y viceversa,
demostrando el entramado constituido entre lo público y privado.
El mandato «donde la revolución te necesite ahí tenés que ir» pareciera no
haber estado en discusión; como dijimos con anterioridad hubo, en la mayo-
ría de los casos, una práctica de entrega total a la revolución y al «pueblo». En
este sentido, lo que criticaba Carmen era la incertidumbre de no saber adónde
iba su compañero, que significó también cuidar sus vínculos afectivos y poder
seguir proyectando una familia.
Con respecto a esto, Andrea Andújar considera que «el vínculo amoroso
ingresaba en las oposiciones colectivo–individual, muerte–vida, pudiendo
funcionar el amor de pareja como un freno para el amor hacia los otros o por
la capacidad de dar la vida por esos otros» (2009:159). Para el caso de la relación
de pareja estudiada, consideramos que el vínculo sexoafectivo no operó nece-
sariamente como un límite, aunque sí tensionó algunos mandatos y reglas de

16. Esta división de género sobre los roles tradicionales asignados a las mujeres y varo-
nes dentro del ámbito familiar amerita una reflexión sin lugar a dudas que será retomada
en el apartado «La familia revolucionaria» de este mismo capítulo.

236
disciplinamiento y compartimentación del partido, manifestando que este fue
un territorio de disputa que se fue recreando al compás del activismo revolu-
cionario. De este modo, preferimos analizar los vínculos amorosos situada-
mente, entendiendo además la complejidad que trae aparejado el análisis desde
algunos dualismos.
Otra de las cuestiones necesarias de ser reflexionadas es que los relatos sobre
las propias y compartidas historias de vida se encontraron narrados desde el
propio género, existiendo una suposición respecto de cómo debían compor-
tarse (Pasquali, 2015). Cuando Carmen nos comentó «creo que uno como
madre, y en la familia, la mujer juega un rol distinto al hombre, para mí ni
más importante ni menos, sino que cada cual juega un rol diferente», consi-
deramos que manifestó con claridad que no fue lo mismo ser mujer en la
guerrilla que ser varón. Mientras que para nuestra informante la importancia
radicó en reclamar desde su rol de madre y guardiana de su espacio íntimo y
familiar al partido y no a su pareja, para Hugo lo central fue cumplir el deber
militar y las necesidades del partido. Los roles de género tradicionales se
reprodujeron en el ámbito íntimo, especialmente cuando los varones alcan-
zaron mayores niveles de responsabilidad dentro de la estructura jerárquica
partidaria.
Lucía y Daniel son los nombres de otra de las parejas que pudimos entre-
vistar. Las trayectorias políticas de ambos son diferentes, siendo su relación
sexoafectiva el resultado de la fusión de FAR con Montoneros; se casaron por
iglesia en julio de 1974 a días del fallecimiento de Juan Domingo Perón y
tuvieron su primera hija en abril de 1975.
Seguidamente nuestra entrevistada nos comenta acerca de cómo fue su
militancia en pareja y el nivel de responsabilidades dentro de la organización
de Montoneros.

En nuestro caso teníamos un mismo nivel… Tuve compañeras que estaban con-
migo y tenían al marido en un nivel mayor. No creo que haya sido por una cues-
tión de nivel, si no de responsabilidad, que hacía que la mujer estuviera más sola,
por ejemplo, una compañera tuvo su bebé y tenía otro hijo que era chiquito y
yo la cuidaba. Por ahí se daban esas situaciones. (…) Dependía de las respon-
sabilidades. En el caso de mi marido la cuidaba mucho [haciendo alusión a su
hija], estaba mucho tiempo. Pero en general era una tarea asumida por los dos,
no como ahora, incluso en mi actual pareja, que es la misma, hay una visión más
de ayudar, «Te ayudo», a diferencia de cuando éramos activos militantes que era
de compartirlo. Ahora es como una cuestión de solidaridad conmigo que soy la
que lo tengo que hacer y en la época en que militábamos eso no era así, el que

237
llegaba tenía que cocinar, si no había nada para comer tenía que salir a comprar
cosas, si había mucha ropa para lavar se ponía a lavar. Creo que en esas cosas se
reflejan las cuestiones de género todavía, los varones son generosos con las mu-
jeres, pero a modo de ayuda, generosamente ayudadores. Hace falta ir al super-
mercado y «¿Qué falta en casa? Voy ir al supermercado a comprar», pero ¿por
qué tengo que decidir yo qué falta? Quiere decir que sigue habiendo una fuerte
impronta de que la mujer se encarga de la cuestión de la casa. En esa época no
había otra. (Lucía, Santa Fe, 17/02/2011. Militante de Montoneros)

Lucía expresó en este relato que la relación con su pareja tendió a ser más
igualitaria porque ambos tuvieron similares niveles de responsabilidad. Lo
interesante de este relato, entre otras cosas, radica en que se marcan dos épo-
cas diferenciadas en el vínculo sexoafectivo respecto a la división de las tareas
domésticas. La entrevistada percibió que cuando eran «activos militantes» las
tareas se compartían más democráticamente debido a que ambos tenían los
mismos compromisos entre el espacio de la organización y el espacio domés-
tico. Podríamos suponer que las experiencias excepcionales de la guerrilla
propiciaron en algunas relaciones la democratización del espacio doméstico
en la casa operativa pero que, con el correr del tiempo, el vínculo transitó
hacia prácticas de género más tradicionales.
En cambio, Daniel no recuerda haber visto diferencias ni conflictos en las
parejas que tenían niveles de responsabilidades distintas, la invisibilización de
las desigualdades de nuestro entrevistado se fundamenta desde la naturaliza-
ción de los roles de género asignados a las mujeres y a los varones en la socie-
dad de su tiempo que impregnaron la organización. Asimismo, en la descrip-
ción acerca de la vida cotidiana de la pareja militante, también consideró que
las tareas del hogar se distribuían de igual modo en la época de mayor acti-
vismo político–militar.

Nos levantábamos, trabajábamos, casi todo el tiempo de casados vivimos con


varias parejas, algunas con chicos, otras no. (…) Puedo decir que sufría mucho
cuando por ejemplo tu compañera salía a la noche y decía: «Hoy tengo que ha-
cer» y te avisaba, te decía la hora: «Si no vuelvo para las 12…», vos no sabías ni a
dónde iba ni qué iba a hacer, entonces a las 12 menos cinco vos ya estabas dando
vueltas por toda la casa; si no aparecía para las 12 empezaban las preocupaciones.
Había dos preocupaciones, una saber qué le había pasado y otra era levantar la
casa, y si había chicos levantarlos y entrabas con: «¿A quién le aviso?», a quién
conocía ella, a quién no, hasta que aparecía. En mi caso siempre aparecimos los
dos, pero hubo casos en donde no aparecieron. Esos eran los momentos más crí-

238
ticos de la militancia en pareja… lo mismo le pasaba a mi compañera. Lo otro
era llevar una vida, si vos tomás esta época, a lo mejor la vida en pareja de esa
época es lo que hoy comúnmente es la vida de una pareja joven con recursos que
la tiene que salir a pelear todos los días con el laburo, el colegio, la guardería, la
plata que no alcanza, hacer las compras, quién va al súper que se acabó la leche,
nosotros le agregábamos salir a las de la mañana a repartir volantes, esos peque-
ños ingredientes. (Daniel, Santa Fe, 25/02/2011. Militante de FAR–Montoneros)

La cotidianidad de la militancia en pareja fue narrada desde el propio género:


mientras que Lucía reparó en la importancia de la distribución de las tareas
domésticas, Daniel por su parte priorizó en su relato las preocupaciones de su
experiencia militante, atendiendo al principio de compartimentación que
consideró indispensable para el resguardo y cuidado individual y colectivo de
la organización.
En general, las fuentes demostraron que las relaciones de género más jerár-
quicas o más igualitarias se relacionaron con las condiciones concretas de
responsabilidad y compromiso de cada integrante de la pareja. Las experiencias
militantes de Ana, integrante del PRT–ERP, y Esther, de la organización Mon-
toneros —quienes tuvieron parejas con altos cargos en la estructura de las
organizaciones— también expresaron las desigualdades de género señaladas.
La militancia de Ana transitó de Córdoba a Santa Fe, y si bien fue poco el
tiempo que permaneció en la ciudad, su relato nos permite visualizar cómo
los roles y responsabilidades diferentes dentro del partido impactaron en la
relación sexoafectiva que tenía con F*. Al igual que las otras parejas señaladas,
durante el proceso de la entrevista continuaban en pareja en el marco de un
nuevo entramado vincular.

La mayoría de las mujeres, de las compañeras, asumían una especie de (no me


gusta usar la palabra «inferioridad») prioridad de conocimiento y dirección de los
compañeros varones que eran compañeros valiosos. Por ejemplo, en el ’73 cuan-
do F* sale con el indulto y posterior amnistía, el Partido da la directiva de que se
sostenía la clandestinidad (más para ese tipo de gente para los que no era seguro
que anduvieran como legales), yo no quise pasar a la clandestinidad y quería se-
guir en el frente legal. Ni siquiera fue tomada en cuenta mi postura. Lo que se
consideraba más importante dentro del Partido era la militancia de él, entonces
yo tenía que ir a la casa y al frente donde lo mandaran a él. Me acuerdo de haber
estado con una compañera en el bar, éramos amigas (no M*, otra, está viva toda-
vía), y me decía: «Pero flaca, vos tenés que ir a donde manden a tu compañero».
Esto para que vos veas que, a pesar de lo militante, de que fueron gente maravi-

239
llosa, de que hicimos cosas que nadie había hecho nunca, seguía existiendo esa
formación de la familia patriarcal, en definitiva. La Negra me decía: «Porque el
F* es de vital importancia para el Partido», él era el jefe, responsable de un área
militar muy grande. (Ana, Santa Fe, //. Militante del –)

Las mujeres debían obedecer las órdenes del partido, y seguir a su compañero
como sea y donde sea; sin embargo, Ana, como ya hemos señalado en el
capítulo anterior, pudo ser crítica y cuestionar algunas decisiones.
De igual modo sucedió con Esther, quien recordó que, en situaciones de
emergencia y necesidades de la organización, la que siempre debía ceder tiem-
pos personales y políticos era ella, al igual que Carmen. La clandestinidad,
asimismo, fue vivenciada como un momento de cambio y condicionamientos
que implicó transitar por distintas provincias, como Corrientes, Chaco, hasta
llegar a Buenos Aires, ciudad donde R*, su compañero, fue secuestrado.

En mi caso a lo mejor vas a encontrar esto de la pareja de militantes en el seno


de la clandestinidad. Acá, cuando R* llegó y se incorporó tres o cuatro meses a la
militancia conmigo en donde yo estaba trabajando, la cosa era mucho más sen-
cilla. Yo decía «Salgo» y estaban las abuelas que eran unos soles que se quedaban
con los chicos y yo podía hacer trabajo de territorio. Cuando llegamos allá no
podías ir y decirle a la vecina «Mire, yo soy militante de Montoneros, ¿usted me
podría tener los chicos que yo voy al barrio aquél a trabajar?». (…) A mí me pasó
que siempre fui la compañera de alguien de más nivel, de mucho más nivel. En-
tonces si había que definir quién perdía la reunión, era yo. Mi marido era Oficial
Mayor, yo entré como Aspirante. Por eso decía antes que a mí me preocupaba
mucho la intencionalidad, se discutía internamente en los ámbitos de cada uno
quién cuidaba los chicos, quién hacía los mandados, quién manejaba el coche;
pero objetivamente cuando había que resolver en situaciones de emergencia o
en situaciones normales, pero más apuradas, siempre era mi lugar el que cedía el
espacio, el tiempo y demás. (…) sí recuerdo haber discutido en este ámbito «Por
qué no va alguien allá de tres escalones más arriba a putear contra éste que me
deja los chicos y se va». Pero objetivamente no había demasiadas posibilidades
de armarlo de otra manera. La conciencia estaba y también los límites. Monto-
neros no era un globo, era parte de la sociedad que seguía siendo absolutamente
machista. (Esther, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Se manifestó entonces que la división de tareas a nivel privado y público eran


discutidas en los distintos ámbitos de la militancia para que sea lo más democrá-
tica posible; pese a esto, la urgencia de las circunstancias políticas hacía que la

240
asignación de tareas terminara siendo desigual entre varones y mujeres. Aunque
encontramos relaciones donde fue posible una mayor igualdad en la cotidianidad
de la militancia, las distintas responsabilidades asumidas por los integrantes de
la pareja, donde, como ya hemos analizado en el capítulo cinco, la mayoría de
los cargos jerárquicos se asignaron a varones, las mujeres quedaron relegadas a
las tareas domésticas y si deseaban participar de otras actividades políticas debían
realizar un doble esfuerzo, siendo un sacrificio mayor para las mismas.
Durante la experiencia en la guerrilla, el amor a la revolución y a la pareja
en un doble vínculo se reiteró en las fuentes orales analizadas. En este aspecto,
si entendemos que el amor es situado e histórico, podemos reflexionar que,
en el marco de las prácticas revolucionarias, los vínculos amorosos reprodu-
jeron relaciones de poder jerárquicas que se reflejaron en la intimidad de las
relaciones sexoafectivas y viceversa, aunque existieron intersticios posibles para
recrear un territorio más democratizado y de emancipación íntima y política
cuando las negociaciones para el amor a la militancia y a la pareja fueron
posibles (Lagarde, ).

La amistad entre mujeres durante la guerrilla santafesina

El territorio de la casa operativa revolucionaria fue un espacio colectivo donde


se entretejieron vínculos de amor de pareja y se cimentaron también fuertes
lazos de amistad; en este apartado estudiaremos especialmente la particulari-
dad de la amistad entre mujeres.
La referencia a la trayectoria de la militante Graciela Rubio nos volvió a
brindar algunas pistas acerca de los vínculos de amistad; recordemos que Rubio
conoció a un integrante del – en el marco del conflicto político entre
Montoneros y Perón, cuando decidió sumarse al proyecto de su compañero;
aunque esta situación no modificó la relación afectiva entre Julia —que per-
maneció en Montoneros— y Graciela.

La amistad permaneció, las visitas, siempre disfrutando del dulce de leche, de las
risas y del debate, del meloneo mutuo. (Historias de Vida, Tomo I, Santa Fe, )

Cuando le preguntamos a Julia acerca de lo que consideraba que era compar-


tir un momento con su amiga y melonear, ella nos comenta, «la meloneaba
para que vuelva a las raíces, y ella me meloneaba a mí, para que me sume al

241
ERP».17 Su postura política las distanció ideológicamente y la militancia clan-
destina dificultó sus encuentros; sin embargo, la relación perduró. La amistad
entre estas dos mujeres militantes se despliega como un vínculo moldeado por
los lazos sensibles, amorosos e íntimos, pero también políticos. La confianza
construida fue esencial, ambas compartieron los placeres por la comida, los
secretos y las risas, así como los debates políticos acalorados respetándose en
sus diferencias.
El vínculo de amor–amistad entre Julia y Graciela nos posibilitó acercarnos
a un análisis de cómo se construyeron las relaciones intragéneros, en este caso
entre jóvenes mujeres durante la guerrilla en Santa Fe, así como demostró que
en la estructura de disciplinamiento, compartimentación y clandestinidad de
las organizaciones armadas existieron fisuras, que abrieron canales posibles de
establecer relaciones de amistad entre mujeres que no compartían el mismo
espacio de militancia y donde los vínculos de afectividad no suprimieron sus
posturas político–ideológicas ni viceversa.
El amor de amistad entre estas mujeres se distanció de la modalidad de
relacionarse en el amor de pareja intergénero, al mostrar un entramado dife-
rente al absorbente y exclusivo amor a la pareja y a la revolución.
La importancia de los vínculos de amistad, en especial entre mujeres, fue
también narrada por algunos y algunas activistas de Montoneros. Las relacio-
nes amorosas entre amigas fueron parte de las trayectorias militantes y a pesar
del riesgo que se corría en momentos donde la represión de la dictadura se
agudizaba, el encuentro para mimarse y cuidarse fueron los que les permitie-
ron, en algunos casos, sobrellevar el difícil compromiso de ser una mujer
guerrillera, y percibir a la amistad como un manto protector como plantea
Sandra Fernández (2012).

La verdad es que se vivía para la militancia, no era separada la vida del militante
de lo otro. Yo seguí manteniendo grupos de amigas del colegio que no tenían nada
que ver con la militancia, ese grupo de amigos fundamentalmente por afectos, del
que sigo siendo amiga. (Lucía, Santa Fe, 17/02/2011. Militante de Montoneros)

Hay una cuestión que es indudable y que eran los vínculos afectivos de com-
pañerismo y que en los momentos más difíciles también éramos personas. Una
compañera contaba que a fines del ’76 empezó la masacre acá en Santa Fe y ella
estaba embarazada; había estado un tiempo en una relación muy estrecha con

17. Entrevista a Julia, Santa Fe, 20/12/2010. Militante de Montoneros.

242
otra compañera que en un momento pasa a otro lugar, no se veían. Pero ellas se
seguían viendo clandestinamente, no estaba sola, pero había una agresión tan
grande del medio que ese lazo afectivo hacía que ellas se encontraran a escondidas
porque la otra quería saber cómo estaba, mimarla, esas cosas. Y la verdad se esta-
ban poniendo en riesgo. (Carlos, Santa Fe, 02/12/2010. Militante de Montoneros)

Podría afirmarse entonces que otros modelos de relaciones afectivas existieron


por fuera del ámbito donde se militaba, visibilizando, de este modo, que el
tejido de relaciones de apego en las organizaciones revolucionarias de los ’70
en Santa Fe eran permeables y posibles en el marco de lazos de solidaridad e
intercambio, donde el respeto a la diversidad y a las diferencias se viabilizaron,
como plantea Cristina Viano (2015), sellando, de algún modo, un pacto polí-
tico y privado intragénero, un pacto sororo (Lagarde, 2010).
Las relaciones de amistad amorosa entre mujeres, o incluso entre militantes
mujeres y amigas que no participaban orgánicamente, se entrelazaron entre
militantes de distintas organizaciones, así como al interior de las mismas.
Esto último se evidencia, por ejemplo, en la relación de amistad y militan-
cia de dos mujeres santafesinas que algunos y algunas del grupo de informan-
tes del PRT–ERP recuerdan. Nos referidos a la relación de las compañeras
Marta Zamaro y Nilsa Urquía. Ambas fueron abogadas egresadas de la UNL
y pertenecieron a la Asociación de Abogados de Santa Fe, siendo Marta
Zamaro también trabajadora del Nuevo Diario y delegada titular del gremio
de Gráficos, lugar que le había asignado el partido.18
Militaron juntas en el PRT–ERP y compartieron la misma casa operativa
ubicada en la zona norte de la ciudad, situación poco frecuente entre mujeres
en una localidad tan conservadora, donde en general las jóvenes abandonaban
la casa de la familia de origen de la mano de un varón/proveedor con el cual,
en la mayoría de los casos, se debían casar. A pesar de ello, Zamaro y Urquía
tensionaron el modelo de feminidad que el orden social establecía; fueron
mujeres solteras y decidieron no ser madres y su edad oscilaba entre los 30
años al momento en que fueran secuestradas. Nuestra investigación arroja
algunas claves que nos permiten reconstruir sus perfiles, demostrando que
fueron dos mujeres independientes y autónomas, que tuvieron su propio
trabajo, su casa, pero además con una muy buena formación política que les
permitió ser dos cuadros importantes del partido en Santa Fe, teniendo una

18. Entrevista a Alejandro, Santa Fe, 9/10/2019. Militante del PRT–ERP.

243
participación comprometida en los frentes sindicales y como defensoras de
presos políticos y sociales.
Los retazos de la historia de vida de Marta Zamaro también nos acercan a
conocer los vínculos de amistad con compañeras dentro de su ámbito laboral
que, en tiempo de clandestinidad, se convirtieron en relaciones donde el miedo
atravesaba el lazo, pero que, sin embargo, el riesgo se corrió igual. En este
sentido, el recuerdo de una amiga y compañera de trabajo del Nuevo Diario
son sugerentes para recuperar también el análisis de la amistad como otra de
las formas de construcción de relaciones afectivas entre militantes que perte-
necían a organizaciones revolucionarias, como aquellas constituidas por fuera
de ellas. Nos referimos a la memoria de Josefina Bochi Clapés,19 expuesta en
el libro Historias de Vida (: ).

Compartíamos en esa época el turno noche. Teníamos que escribir en el diario


todo lo que pasaba con la Triple A, que aparecía en todas las ciudades del país.
Esa forma particular de terrorismo de estado, que luego llegaría a la ciudad pre-
cisamente con el crimen de ellas.

Marta sabía el riesgo que corría. Tres días antes de que la secuestren viene a casa
a tomar sol, era muy femenina, me dice que Nilsa que vivía con ella se iba a ir
y que por tal razón se iba a venir a casa a vivir. Precisamente un día antes de ve-
nirse a vivir conmigo las secuestran. (Historias de Vida, Tomo I, Santa Fe, )

Las redes de afectividad entre Zamaro y Clapés jugaron un papel primordial


en la política militante y clandestina. La confluencia y sintonía que existió
entre estas mujeres cómplices del periodismo militante y del encuentro con
los placeres funcionó como un pacto de amor sororo, de cuidado y de lucha
contra la opresión de un régimen político que impuso y declaró, unos días
antes de que fuera secuestrada su amiga —el  de noviembre de — el
Estado de Sitio en todo el territorio argentino, medida que generó múltiples

19. El trabajo de Andrea Raina (2018), cuyo objetivo fue analizar la historia detrás de
las memorias desde un punto de vista personal haciendo historia oral, nos acerca breve-
mente a la relación de amistad que tenía su madre, Josefina Bochi Clapés, con Marta
Zamaro. Recuperamos entonces aquello que expresa de dicho vínculo y que aporta a lo
que queremos conocer, siendo la problemática de la amistad, un punto poco desarrollado
en el trabajo citado.

244
y variados procedimientos en la ciudad,20 donde estuvieron implicados la
policía federal y provincial.
El amor entre amigas en la guerrilla demostró que las relaciones afectivas
en Montoneros y PRT–ERP fueron fluidas, tensionando la idea de que las
organizaciones se erigieron como totalidad para sus integrantes; por el con-
trario, las subjetividades, en este caso de militantes mujeres, no se diluyeron
en un nosotros relacionados con un deber ser, como plantea Vera Carnovale
(2011) citando a Tarcus (1998). Es por esto que entendemos que ni Montone-
ros ni PRT–ERP funcionaron como organizaciones totalizadoras en la cons-
trucción de vínculos afectivos, sino que existieron vasos comunicantes que
propiciaron la gestación de lazos profundos y duraderos que, en muchos casos,
incluso les salvó la vida.
Las memorias de lucha y terror de actores políticos y sociales de la ciudad
de Santa Fe (Raina, 2018) se encuentran fuertemente marcadas por estas dos
militantes perretianas, en tanto fueron de las primeras en corporizar el terror
infringido por la Triple A, sufriendo en manos de esta uno de los asesinatos
más cruentos en la ciudad.21 En este sentido, entendemos que estos crímenes

20. Los procedimientos policiales a partir de este hecho —pero también con posteriori-
dad al ajusticiamiento de dos oficiales del Ejército Argentino en Santa Fe, producidos luego
de que el PRT–ERP reconociera públicamente la detención y asesinato de catorce militan-
tes en la ciudad de Catamarca en agosto de 1974, entre ellos un cuadro importante y uno
de los primeros referentes de la Regional Santa Fe del partido, Luis Billinger— fueron en
aumento, produciéndose la caída de varias casas operativas del PRT–ERP en la localidad.
Ejemplo de esto es el allanamiento de una de las casas, ubicada en el sur de la ciudad,
donde se encontró una célula compuesta por dos mujeres, Hilda Nava de Cuesta y Helda
María Menvielle y dos varones, José María Cuesta y Juan Tejerina. La casa donde vivía este
último militante ubicada en el centro de la ciudad de Santo Tomé también cayó, allí tam-
bién se encontraban en ese momento su esposa e hijo. Seguidamente, la investigación
persiguió dos pistas que la condujeron a la localidad de Laguna Paiva, donde cayó otro
militante del PRT–ERP, obrero ferroviario, Marcos Marcelo Lencinas de 49 años, así como
a otra casa operativa ubicada al sureste donde funcionaba además una imprenta clandes-
tina. Estos datos nos permitieron visualizar que para fines de 1974 el PRT–ERP de la regio-
nal Santa Fe se encontraba fortalecido en Santa Fe. El Litoral, Santa Fe, 22/11/1974;
27/11/1974; El Litoral, Santa Fe, 25/11/1974; Estrella Roja, 26/08/1974.
21. Marta Zamaro y Nilsa Urquía fueron dos combatientes perseguidas por la represión
que sufrieron amenazas de muerte explícitas a través por ejemplo de una nota escrita a
máquina que llegó en octubre de 1974 al Nuevo Diario, que decía: «Condenados a muerte
por la Alianza Anticomunista Argentina». Un mes después, el 14 de noviembre, estas muje-
res fueron secuestradas en su casa de la ciudad de Santa Fe. Luego de ser torturadas fue-
ron arrojadas, maniatadas y vendadas, en el arroyo Cululú, ubicado a 12 km de la ciudad

245
pueden ser explicados desde la dimensión sexogenérica que nos brinda la
posibilidad de dar cuenta de la elaboración de tecnologías represivas y de
disciplinamiento aplicadas desde el Estado al enemigo interno (D’Antonio,
2015). El asesinato cometido contra Marta Zamaro y Nilsa Urquía fue realizado
por agentes estatales, miembros de las instituciones que detentaban el mono-
polio de la fuerza estatal como militares y policías, así como civiles de la
derecha del peronismo, quienes llevaron adelante la práctica de violencia
sexual, patriarcal y masculina (Chejter, 2008); violencia impuesta sobre los
cuerpos de estas mujeres que fueron exhibidos –ya que no se ocultaron o
desaparecieron–, teniendo un efecto disciplinador en la sociedad santafesina
de los años 70, visibilizando la coerción para amedrentar a quienes pretendían
desestabilizar el orden social (D’Antonio, 2011). Los cuerpos de estas mujeres
guerrilleras, pero también de muchas otras, fueron objeto de una gran cruel-
dad que puso de manifiesto una doble amenaza, no solo política sino también
de género, que implicó una sexuación de la operación de exterminio como
plantea Isabela Cosse (2017).
Por último, podríamos reflexionar que la amistad fundada entre Zamaro y
Urquía nos demuestra que hubo no solo otros pactos de amor vincular en el
marco de la revolución sino otras maneras de cohabitar una célula político–
militar básica en una casa operativa, y sin duda también otros modos de
encarnar las feminidades distanciadas del rol de madres y esposas.
Lo importante de este análisis sobre la amistad en el contexto de guerrilla
es que fue al mismo tiempo personal y política, porque las bases de la intimi-
dad construida entre estas mujeres no se asentaron únicamente en la satisfac-
ción de un sentimiento íntimo, sino que fueron construidas al compás de
nuevos estilos de comportamientos políticos (Fernández, 2012).

Las encrucijadas en la construcción del Hombre Nuevo.


Sexualidad y política revolucionaria

La nueva sociedad por la que luchaban los y las militantes de las organizacio-
nes armadas de Montoneros y PRT–ERP debía superar a la sociedad capitalista,
causante de la deshumanización de los sujetos producto de la explotación de
la burguesía sobre el proletariado. El objetivo revolucionario era construir un

de Esperanza en el Departamento Las Colonias. Ambas fueron encontradas dos días más
tarde flotando en el agua. El Litoral, Santa Fe, 18/11/1974.

246
sujeto completamente emancipado y desarrollado en todos sus aspectos y una
sociedad en donde el «hombre» pudiera desplegar todo su potencial humano:
un Hombre Nuevo en una sociedad nueva que le permitiera la satisfacción
material y espiritual necesaria para su desarrollo político, ideológico y moral
(Tell, ).
Montoneros y – se nutrieron de la idea del Hombre Nuevo y plan-
tearon la necesidad de transformar al «hombre» en la medida en que este
transformaba la sociedad con nuevos valores y principios. La construcción del
Hombre Nuevo fue un reto importante para los y las militantes, en tanto la
encarnadura de tal mandato significó una amplia capacidad de entrega y un
gran compromiso de la vida a la revolución; implicó, además, el sacrificio de
la autosuficiencia individual en favor de un colectivo que planteaba la coope-
ración mutua, en un contexto social que seguía siendo individualista y ato-
mizado.
La contrapartida del Hombre Nuevo socialista, cuyas características eran
la humildad, la sencillez, el espíritu de entrega, el compromiso y la generosi-
dad, fue el «hombre viejo» o burgués liberal que representó todos los vicios
del capitalismo; en este sentido, se debía luchar contra todas aquellas acciones
individualistas y egoístas propias de un burgués.
Las organizaciones estudiadas, como ya hemos planteado en el capítulo
tres, se formaron y asumieron el compromiso como militantes desde una
«entrega total» para la formación del Hombre Nuevo desde matrices comunes,
pero con trayectorias político–ideológicas e incluso creencias diferentes. El
modelo de Hombre Nuevo para Montoneros tuvo una fuerte impronta deve-
nido del catolicismo renovador, que se distinguió notablemente de la cons-
trucción perretiana.

Había algunos documentos que hablaban acerca del Hombre Nuevo, el hombre
en un país como el que buscábamos, como el que deseábamos; y había algunos
documentos muy lindos, que se publicaban en una revista que se llamaba Evita
Montonera. (Julia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

En la vida cotidiana íbamos asumiendo las responsabilidades de ser militantes,


pareja, padres, todo eso. Cuando nos planteábamos lo del Hombre Nuevo (fue
muy fuerte esa mirada del hombre nuevo desde la iglesia), era eso: hombre nue-
vo, no mujer y hombre nuevo, si no hombre como generalidad y nuevo que im-
plicaba una serie de miradas diferentes también en el aspecto de género; asumir y
compartir las tareas de la casa como algo de los dos, de varón y mujer. Era nece-

247
saria la incorporación a la organización de ambos. (Lucía, Santa Fe, /.
Militante de Montoneros)

El tema era evitar las conductas liberales tanto para la mujer como para el hom-
bre. (Luisa, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

: En algún momento hablaste del Hombre Nuevo. ¿Qué características debía
tener el hombre nuevo? ¿Había un ideal que seguir?

Carmen: Sí, el Che era nuestro ideal. El hombre nuevo era lo que se aspiraba a
hacer en un proceso que considerábamos de cambio revolucionario. Era, funda-
mentalmente, la entrega y el compromiso por los otros que te hacía dejar tus co-
modidades de clase (la mayoría éramos provenientes de clase media si bien había
obreros), el tema de la proletarización y el dejar tus comodidades y beneficios (si
se quiere) de clase para vivir igual que el pueblo, y a partir de esa experiencia po-
der llegar a hacer un tránsito o una transformación que implicara centrar en los
valores y no en el consumo y en la solidaridad y no en el egoísmo. Para nosotros
el Che era el ideal en cuanto a la entrega, era alguien que venía de una clase pu-
diente, que incluso había accedido a un título universitario, había puesto su sa-
ber al servicio del pueblo, de los más necesitados, había abandonado todos esos
privilegios para compartir la experiencia con otros pueblos, su visión latinoame-
ricanista, su internacionalismo entendido como que la problemática no es solo
del lugar donde uno reside sino una visión más amplia. Había un profundo sen-
timiento antiimperialista que después se perdió (y hoy en día casi ni se habla del
imperialismo); en esa época era parte del . La expresión de la máxima entrega
en relación a la lucha por la liberación de los pueblos era el Che, incluso a nivel
del internacionalismo que había practicado, Cuba, Bolivia, Angola. (Carmen,
Santa Fe, //. Militante del –)

Bueno, nosotros hablábamos del Hombre Nuevo. Sobre todo, en un primer mo-
mento era muy místico, pero después nos dimos cuenta que era necesario. Era
algo ideal: tenemos que empezar a construir el Hombre Nuevo ahora, no maña-
na. En este proceso, construir valores que denoten vínculos diferentes. Para eso
tenemos que cambiar nosotros. Porque si repetimos cosas de esta dinámica de
vida que tenemos, no cambiamos. La práctica revolucionaria era liberadora, nos
enseñaba a valorar de otra forma las relaciones humanas, incluso los apetitos que
tienen que ver con la sociedad de consumo, nosotros los íbamos dejando. Las
relaciones humanas con los compañeros eran muy fuertes por las situaciones de
peligro. (Manuel, Santa Fe, //. Militante del –)

248
: ¿Qué características debía tener el hombre nuevo?

Laura: La solidaridad, siempre ser el mejor, predicar con el ejemplo. Ser el mejor
siempre. Si había que estudiar, se estudiaba y había que ser el mejor. Siempre te-
nía que estar eso de dar el ejemplo. La honestidad, la solidaridad, el compromiso.
Esos eran valores generales. (Laura, Paraná, //. Militante del –)

El proceso de formación de la construcción del Hombre Nuevo implicó asumir


una moral revolucionaria, constituida por una serie de cualidades y valores
necesarios que implicaron sacrificios y una entrega política total a la revolu-
ción. Uno de los atributos ineludibles en la formación militante de Monto-
neros y – se relacionó con la sexualidad, que habilitó ciertos modelos
hegemónicos de pareja y de familia, así como de conductas sexuales que estu-
vieron relacionadas no solo con las trayectorias y los mandatos de las estruc-
turas de las organizaciones sino con el contexto social y cultural de una ciudad
conservadora como la santafesina setentista.

Éramos muy exigentes en cuanto a valores morales, teníamos todo nuestro gru-
po que venía del Ateneo, que a su vez tenía sus raíces en el cristianismo con unos
principios morales muy estrictos, las lealtades, la verdad, la fidelidad, una cosa
muy fuerte en la formación que teníamos. (Julia, Santa Fe, //. Militan-
te de Montoneros)

El tema de la moral revolucionaria, moral cristiana que no es lo mismo, pero es


igual, como diría Silvio Rodríguez, voy a hacer algunas confesiones…espero sir-
van simplemente para interpretación y no para exposición…no para mi escarnio
¿sí? Yo machista no sé si era pero que obviamente tenía el modelo de la poligamia
la tenía, o sea gran parte de la participación de muchas de las compañeras era
como se decía en su momento groseramente con vencimiento vaginal. Y bueno
cuando me encuentro con quien va a ser después mi esposa, mi única esposa,
el planteo viene por el lado cristiano viste, si bien es cierto ¿el Hombre Nuevo
quién era?, el Hombre Nuevo era el Che Guevara, era Cristo, era Camilo Torres
viste, había un montón de Hombres Nuevos todo se confundía bajo el paraguas
del Hombre Nuevo, no podía tener una doble moral por ejemplo, entonces me
fajan mal por ese lado, por la infidelidad y muerdo el polvo mal. (Juan Marco,
Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Si bien ambos militantes de Montoneros participaron en distintos momentos


dentro de la organización, siendo nuestro informante varón miembro del

249
grupo originario en Santa Fe mientras que la mujer entrevistada se integró en
el año 1974, encontramos una línea de continuidad temporal entre los oríge-
nes de Montoneros y el período iniciado con el paso a la clandestinidad y el
ascenso del militarismo en relación con la moral sexual, que muestran cómo
la construcción de Hombre Nuevo gestó conflictos en la cotidianidad de la
pareja y en la subjetividad de los y las militantes que se imbricaron con la
necesidad de sumisión de los deseos a la lucha revolucionaria (Cosse, 2017).
El control sobre las pasiones sexuales formó parte del entramado pedagógico
que condujo a la formación de un buen militante en Montoneros, que implicó
un proceso de reeducación, un cambio en el modelo de vida, aunque no sin
conflictos. El testimonio de Juan Marco expone asimismo un modelo de mas-
culinidad que debía ser desterrado en base a los criterios de la moral revolu-
cionaria. La masculinidad burguesa del viejo hombre que se manifestaba a
través de los poderes de la sexualidad, que requirió de varias mujeres para
mostrar socialmente sus capacidades viriles y amatorias, fue puesta en tensión
por ser considerada profundamente deshonesta en el marco de una pareja
militante, no así por las relaciones desiguales que el modelo tradicional traía
aparejado.
Por su parte Raúl, otro entrevistado del grupo de Montoneros, nos comentó
acerca de las continuidades y los cambios sobre la problemática de la fidelidad
en el derrotero de la organización. Las percepciones acerca de la misma fueron
recordadas por nuestro informante en dos etapas: la primera, donde se le dio
prioridad a las raíces de la tradición cristiana que se tradujeron en una moral
sexual donde la fidelidad fue un valor apreciado; mientras que, en una segunda
etapa, las conductas sexuales fueron normalizadas a través de un código revo-
lucionario como consecuencia también de la necesidad de disciplinar la estruc-
tura de la organización producto del proceso de agudización de la represión
posterior a 1973.

En el concepto de Hombre Nuevo, el tema de la fidelidad era un tema en la que


muchas veces fue demasiado estricto. (…) Que aparece en el Código Revolucio-
nario en el año 75, pero fue desde siempre porque eso es una cuestión que viene
de la formación clerical, y en el caso de los compañeros del Marxismo, como el
PRT, también ellos trataban que la compañera y el compañero tuvieran una acti-
tud de fidelidad, es como que nos involucró a todos viste y también las transgre-
siones, ¿no? No creas que no las había, las había. Se aceptaba que vos rompieras
con una pareja, pero no se aceptaba el tema de la infidelidad, te estoy hablando
de la década del 70, no te estoy hablando ya después del ’73 donde hubo una
concepción formada, era como una cuestión de que la libertad sexual nunca fue

250
nuestra forma, fue muy estricto, la libertad sexual no se aceptaba, no, no (…)
estaba todo el tema de que había que controlarlo. (Raúl, Santa Fe, //.
Militante de –Montoneros)

El modelo que estableció la estructura de la pareja militante se relacionó con


un régimen de sexualidad exclusivo que consideró la libertad sexual también
como una desviación pequeñoburguesa. Montoneros intervino entre la casa
y la cama, deslizándose entre la vida pública e íntima de sus miembros, adoc-
trinando, inculcando valores comunes e incluso sancionando determinados
comportamientos considerados individualistas, desleales e inapropiados para
la moral revolucionaria. En este sentido, con el tiempo, la fidelidad como
pauta de conducta dentro de la pareja se instaló formalmente en la organiza-
ción. Montoneros, el  de octubre de , publicó el Código Penal Revolu-
cionario del Consejo Nacional, documento en el que se dispusieron algunas
normas de conductas y sanciones relacionadas con la traición, la deserción, la
insubordinación, la delación, entre otras, así como la deslealtad en la pareja;
en el artículo  de dicho código penalizó a «quienes tengan relaciones sexua-
les al margen de la pareja constituida, son responsables los dos términos de
esa relación aun cuando uno solo de ellos tengan pareja constituida».22 Para
esta sanción en particular, se estableció que el ámbito de aplicación de la
misma debió ser para los oficiales, oficiales segundos, oficiales primeros, ofi-
ciales mayores y oficiales superiores, y no así para los soldados, milicianos o
militantes de la agrupación. Las penas aplicadas por el Tribunal Revoluciona-
rio a la infidelidad podían ser: degradación, expulsión, confinamiento, des-
tierro, prisión, exceptuando para la misma el fusilamiento (Tell, ).
En relación con el Código Penal, el grupo de informantes de Montoneros
manifestó en general no haberlo conocido debido a que sus caídas fueron ante-
riores a la publicación del mismo, o prefieren no hacer ningún tipo de comen-
tarios al respecto, a excepción de Daniel que planteó una crítica al proceso de
militarización de la organización que se desprende del análisis del Código Penal
y comenta acerca de la deslealtad como código fundamental de la organización,
pero no hace una alusión o crítica a la sanción o pena por deslealtad. Esto puede
explicarse si se atiende al ya mencionado proceso de militarización, en el cual,
como hemos visto, se produjo un proceso de disciplinamiento y formalización
de las conductas sexuales que se relacionaron con el ascenso de la represión y la

22. Documento publicado en Lucha Armada en Argentina, Nº 8, pp. 124–127.

251
implantación del terrorismo de Estado que fortaleció la corriente militarista de
Montoneros, como plantea Isabella Cosse ().

Sí, lo conocí, voy a dar la opinión de todo mi grupo cuando lo leímos, nos pa-
reció que era una zarpada típica de cuando ya se estaba empezando a caer en el
militarismo. No en la organización político–militar que hacía acciones políti-
co–militares, es decir que cada acción militar tenía su contexto político, sino del
militarismo de uniforme. Me acuerdo que lo nuestro de la infidelidad venía de
la parte del hombre nuevo, te podías quedar a dormir en la casa de las mujeres,
dormíamos todos en la misma pieza, ningún problema y a vos no se te iba ocu-
rrir ni loco, teníamos una compañera adelante. La mujer era tu mujer o Raquel
Welch23 en el cine, la compañera era la cumpa de fulano, un tabú te diría casi.
No era el tema de la infidelidad hacia tu compañera si no: «¿Cómo le voy a hacer
eso a fulano de tal?», era una cuestión de códigos. (Daniel, Santa Fe, //.
Militante de –Montoneros)

Los recuerdos de Daniel son interesantes, en tanto se desprende de sus comen-


tarios una lectura del Código de Justicia que responde a la alianza y fraternidad
masculina, narrada desde una perspectiva del propio género según la cual la
infidelidad para este varón Montonero es interpretada como deslealtad a un
compañero, quedando así en segundo plano la deshonestidad a su pareja mujer.
Pero además el relato hace referencia a la representación femenina de la época
relacionada con una sex symbol del cine hollywoodense de los años setenta que
distaba de la imagen femenina de la guerrillera, dando cuenta de la persistencia
en los relatos de la disociación entre mujer/bella y mujer/militante.

La infidelidad a tu pareja era sancionada desde la organización política, porque


nuestra vida era un permanente servicio a la militancia. (…) Si vos no le eras
leal a tu compañera o a tu compañero no podías serle leal ni a la organización,
ni al proyecto político. El precepto era así. (Luisa, Santa Fe, //. Mili-
tante de la )

23. Raquel Welch es una actriz estadounidense que protagonizó varios films desde media-
dos de los años 60, convirtiéndose en la primera sex symbol «latina» por lucir un bikini para
publicitar la película Hace un millón de años (1966), cuyo póster fue vendido por millones.
Durante la década del 70 fue muy reconocida, especialmente por su belleza que respondía
a los cánones de belleza de la época dentro del mundo artístico hollywoodense.

252
Aquí observamos nuevamente cómo se fueron ensamblando los proyectos
personales con los políticos, asumiendo una entrega «total» a la revolución,
donde la lealtad política también se consumaba en la fidelidad amorosa y
viceversa, demostrando una vez más cómo lo personal es político.
Similares apreciaciones las podemos recuperar del grupo de testimoniantes
del –. En esta oportunidad relevamos los recuerdos acerca de la moral
revolucionaria, en especial acerca de las infidelidades amorosas y la importan-
cia para la construcción del Hombre Nuevo, de Hugo y el Flaco, militantes del
–, quienes en algunas oportunidades estuvieron en la misma célula, y
de Raquel, quien tuvo una trayectoria diferente a los anteriores militantes. Los
tres informantes se encontraban en pareja mientras hacían la revolución, sus
relatos nos acercaron a algunas de las interesantes discusiones partidarias sobre
la moral sexual; la intromisión del partido en la intimidad de las parejas; las
diferencias entre organizaciones en relación con la libertad sexual; el cuestio-
namiento al amor libre, aunque especialmente a las mujeres que lo practicaban.

: ¿Dentro del , como era la moral revolucionaria? Con relación a la sexua-
lidad, ¿la infidelidad, por ejemplo, era algo relevante?

Raquel: Sí. Yo creo que a eso se lo tomaba muy en serio. Se trataba. La infideli-
dad no era como es ahora. Por empezar porque eran otras épocas (aunque mis
dos abuelos tenían sus amantes, en cambio mi papá no y mis tíos tampoco). En
los años ‘, aunque era la época del hippismo, del amor libre, etc., cuando vos
estabas dentro de la organización, la moral era una reivindicación y una constan-
cia. La fidelidad era muy respetada y valorada. Uno podía caer preso y cuando
salías y volvías tu compañero debía estar esperándote, era lo lógico, porque si te
habían llevado preso era en el cuadro de tu militancia, de tu objetivo de vida, el
compañero no podía estar haciendo cualquier cosa. Mi compañero me esperó.
No digo que no ocurriera, ocurrió. Yo fui testigo de problemas de compañeras
que estuvieron presas conmigo, que cuando salieron en libertad se enteraron de
que sus compañeros mientras tanto habían andado… Se hablaba, y dependía del
lugar que ocupaba cada uno en la revolución. Por ejemplo, me contaron de una
compañera que había estado presa, cuando sale la mandan a la casa donde había
estado con su compañero; ahí había otra compañera y ella se da cuenta de que
había algo entre ellos dos y se entera que habían estado juntos. Cuando dentro
del Partido se enteran, mandaron a la otra compañera a militar a otro lado, la
sacaron de la casa operativa (aun así, la pareja después se separó). Más que san-
ciones, lo que yo vi, es que hubo una intervención por parte del Partido en el
tema de la infidelidad. (Raquel, Santa Fe, //. Militante del –)

253
Hugo: No hubo, de mujeres a varones no hubo. De varones a mujeres sí, pero
muy poco. Sí teníamos alguna «bombacha veloz», pero a esas las sacamos y deja-
ron de ser parte de la organización. Eran liberales, les gustaba y eran partidarias
del amor libre y esas pelotudeces. Pero les duró poco porque no había ambien-
te como para que eso proliferara, enseguida se separaron. Cuando ya llegaron al
tercer compañero se les decía «Querida, dedicate a otra cosa porque para esto no
servís». Con uno está bien, con dos… al tercero, fuiste.

MG: No era bien visto dentro de la organización que pasara…

Hugo: Es que estaba mal. Cuántos casos hubo en los campos mineros que se pa-
saron del otro lado en su relación con los torturadores, no era seguro. Uno no
puede ser tan endeble en los sentimientos.

MG: ¿Pero por una cuestión de seguridad o moral?

Hugo: Por una cuestión moral, no es un supermercado para que uno venga y elija
si esto le gusta o no y si no se devuelve. Es falso. Si te enamorás tienen que existir
una serie de condiciones y no tiene que ser algo pegado con moco. Sí teníamos
una idea de construcción de familia. No recitábamos a Engels, pero sabíamos
que teníamos que tener una pareja con papeles o sin papeles, a los hijos criarlos
con responsabilidad. Eso sí. Pero eso se vivió más en los ambientes estudiantiles,
pero era lógico que fuera así. Cuando entró el hipismo en el ’68 los vagos entra-
ron a revolear los calzoncillos y las pibas las bombachas, en el MALENA era bien
vista la cama redonda. Pero todas esas eran boludeces, no eran organizaciones
serias. (…) Había mucho más prejuicio en que la mujer fuera la que hiciera esto
a que fuera el varón, eso era así. Era social, cultural. (Hugo, Santa Fe, 12/12/2014.
Militante del PRT–ERP)

MG: ¿Por qué la fidelidad era algo tan importante?

Flaco: Me parece que era parte de que teníamos que ser ejemplares en todo. No
nos aceptábamos como hombres o mujeres normales, sino que teníamos que ser
como el Che, ejemplares en todo (no sé si en eso habrá sido ejemplar el Che).
Era prácticamente religioso eso. Dentro del PRT era así. En otras organizaciones
sé que no era así, más bien era libertinaje. Acá no. (Flaco, Santa Fe, 02/10/2014.
Militante del PRT–ERP)

254
La vida del militante abarcaba un conjunto de reglas y normas que hacía que
cada uno se sintiera parte de la organización, pero al mismo tiempo invadido
por ella. El «mundo del militante» atravesaba los comportamientos tanto del
espacio privado o doméstico como del espacio público. En este sentido, así
como las preocupaciones sobre la moral sexual en los vínculos amorosos fue
expresada explícitamente en el Código Revolucionario de Montoneros, por
su parte el PRT–ERP elaboró solo un documento doctrinario, Moral y Prole-
tarización,24 que funcionó como una guía práctica para la vida del militante,
donde se explicitó, entre otras cosas, cómo debían comportarse y relacionarse
las parejas y construir la familia con perspectiva revolucionaria. Luis Ortola-
ni,25 uno de los autores teóricos del documento, manifestó en el mismo las
regulaciones sexuales en el marco de los vínculos amorosos en las parejas
militantes que, como ya hemos dicho, tuvo un estilo particular en base a un
doble vínculo. Consideramos que el escrito reforzó las prescripciones respecto
del carácter monogámico y el cuestionamiento explícito a otras prácticas ama-
torias como el amor libre. La pareja militante fue absorbida por un molde
tradicional donde el amor y el sexo debían fusionarse, de lo contrario se
presuponía que la disociación de ambos implicaría un destino de manifiesto
fracaso.
En una entrevista realizada por Laura Pasquali (2011) a Luis Ortolani, donde
se refirió al documento del partido, el escritor planteó que su preocupación
se relacionaba en aquel entonces con los problemas de seguridad que genera-
ban las relaciones periféricas entre militantes que no eran parejas estables
dentro de las casas operativas, en especial aquellas ubicadas en la regional de
Córdoba, donde fue un miembro de la Dirección regional.

Yo tenía una preocupación como dirigente regional en Córdoba, durante todo el


año 71, que fue un año muy movido en Córdoba. Y en esa época se empiezan a
formar las casas operativas y eso trae muchos quilombos. Por eso el documento
hace cierto énfasis en ese punto que después fue tan criticado: «¿ese es el docu-
mento que dice que no hay que coger?» [risas]. Pero bueno, no era sólo ese pro-
blema, era toda una vida. Yo creo que la vida en una casa operativa es una vida

24. Moral y Proletarización fue un documento editado por la revista Gaviota Blindada y
realizada por los principales dirigentes guerrilleros del PRT–ERP que se encontraban presos
en la cárcel de Rawson.
25. Uno de los nombres de guerra de Luis Ortolani fue Julio Parra y con este nombre
publicó el documento.

255
antinatural (…) Era una célula político–militar básica. Y había muchos proble-
mas; muchos problemas de seguridad, mucho liberalismo. (Pasquali, :)

La moral revolucionaria fue esencial y constitutiva de la vida militante, y es


por esto que los dirigentes del – escribieron una guía teórica y práctica
de resolución de conflictos en una casa operativa. En este sentido, cuando le
preguntamos su opinión sobre el documento a los varones del partido en Santa
Fe, algunos no recuerdan haberlo leído, otros consideraron que fue correcto
el planteo para un determinado momento de la militancia, mientras que
algunos fueron críticos del mismo.

Bueno, el librito de Moral y Proletarización, por ejemplo, para los que veníamos
de una formación religiosa, no nos aportaba nada nuevo. Es más, estaba absolu-
tamente correcto. Hoy mismo me gustaría volver a verlo. Si bien yo estuve preso
con el autor del Moral y Proletarización. (Cabezón, Santa Fe, //. Mili-
tante del –)

: Con respecto a las prescripciones en la organización acerca de esos roles que
debían tener mujeres y varones, ¿estaba prescripto sobre cómo debía ser la rela-
ción de la pareja, la formación de una familia?

Hugo: Sí, sí estaba, Moral y Proletarización.

: ¿Cuáles eran esas prescripciones?

Hugo: Boludeces. Nosotros vivimos siempre con nuestra familia, fuimos a vivir a
Pompeya, vivimos tres meses, yo me fui y ellos cayeron presos (por unos boludos
que salieron a vender Estrellas Rojas en el barrio). Yo viví siempre con mi familia,
nosotros nunca nos desarraigamos, porque éramos pendejos.

: ¿Qué planteaba ese documento?

Hugo: Todo un estilo de vida, la casa operativa… Lo escribieron adentro de la


cárcel y redimensionaron. Le hizo mucho daño (sin mala leche) eso a la vida his-
tórica del . Porque la casa operativa sirvió durante un tiempo, pero después
fue contraproducente, porque vos tenías que seguir viviendo como una familia
normal y te podías juntar en una casa, no podían vivir dos parejas juntas, por-

256
que todo eso atraía el puterío, esos fueron errores. (Hugo, Santa Fe, //.
Militante del –)

Yo me acuerdo que en  sale un libro que escribió un compañero de la


Dirección, que se llamaba Moral y Proletarización, el seudónimo era Pa-
rra. Yo no me acuerdo de haberlo leído, pero ese compañero fue profesor en
la escuela de cuadros que yo fui primero. Él y su compañera, que era Liliana
Delfino, que después fue compañera del Negro Robi, porque después se se-
pararon. Lo que se trataba es que las relaciones fueran lo más transparentes po-
sibles porque nosotros necesitábamos ser transparentes en todos los órdenes.
: ¿Pero usted en ese momento no había leído ese documento?
Manuel: No. Lo leímos después y nos reíamos, pero de alguna manera fue riguro-
so porque había habido problemas de promiscuidad, y no nos podemos permitir
ser promiscuos nosotros, no tiene nada que ver con la moral que queremos cons-
truir. Entonces a este compañero se le ocurrió y puso reglas, cosas que había que
cumplir. Yo no lo he leído, pero nosotros naturalmente cuando éramos chicos,
prácticamente éramos monjes tibetanos. No se nos ocurría tocarnos, sobre todo
si tenías una compañera. (Manuel, Santa Fe, //. Militante del –)

Asimismo, cuando le preguntamos a las mujeres perretianas acerca de la lectura


del documento, algunas también afirman no recordar haberlo leído, mientras
que aquellas que lo recuerdan recuperan la importancia que se le dio al rol de
la familia y a la crianza en la guerrilla, en tanto mujeres atravesadas por la
maternidad en aquel momento.

Sí, nosotros lo estudiábamos [se refiere a Moral y Proletarización] y era nuestra


línea. Tiene que ver con que cuando nosotros abrazábamos, adheríamos al pro-
yecto de integrar la organización, en nuestras vidas, para usar una metáfora, eso
pasaba a ser nuestra familia. Uno tiene más coincidencias, teníamos más coinci-
dencias con nuestros compañeros a veces que con la propia familia biológica o
de sangre. Las relaciones se construían desde ese lugar y hasta el día de hoy. Se
construyeron relaciones que, si uno compara, compartió más cosas con los com-
pañeros que con algunos de su familia biológica o hermanos (dependiendo de
cada cual). Pero era así. Por eso también estaba planteado que si caíamos y que-
daban los chicos, que los chicos tenían que ser criados por los compañeros y no
por la familia. Era el lineamiento, esto no era materia obligada, era el lineamien-
to, no era una cuestión bajada que se tuviera que cumplirse a rajatabla, no era de
aplicación mecánica, cada cual tenía la libertad de decidir. (Carmen, Santa Fe,
//. Militante del –)

257
Por eso cuando viene Moral y Proletarización yo lo rechazo de plano porque la
única que podía encargarse y decirles algo a mis hijos era yo, y estaba muy im-
buida de esas ideas progresistas con los chicos, que tiene que pensar, ser libres,
nada que ver con cómo me habían criado a mí. (…) Yo no permitía que nadie
les llame la atención a mis hijos. En el Moral y Proletarización se supone que los
hijos son hijos de la revolución y del colectivo, esas pavadas conmigo no. Nunca
adherí. De plano lo rechacé. Pero la vida colectiva era buena, se distribuían las
tareas. (Ana, Santa Fe, 26/09/2014. Militante del PRT–ERP)

El análisis del documento permite evidenciar cómo el partido intentó ejercer


un intenso control sobre los cuerpos sexuados a través de fundamentos y
prescripciones en nombre de la seguridad. El Buró Político propuso reglar los
comportamientos sexuales y disciplinar sus prácticas, reproduciendo un
modelo hegemónico de pareja heteronormativa y monogámica. Sin embargo,
teniendo en cuenta los relatos de nuestros entrevistados varones, podríamos
suponer que el documento pareció no haber sido necesario para encarnar la
moral sexual revolucionaria, al menos entre la militancia de la regional santa-
fesina.
Quizás aquello que preocupó a Luis Ortolani sobre las prácticas más «libe-
rales» entre militantes de la regional cordobesa, y tal vez debido al estilo más
conservador propio de la militancia santafesina, las prescripciones no fueron
un aporte significativo y esencial para reglar las casas operativas de la localidad,
incluso algunos testimonios plantean que la norma se encontraba encarnada
debido a sus trayectorias previas, sin querer decir con esto que las infidelidades
no se produjeron, sino que desde el punto de vista de los militantes varones
de Santa Fe que pudimos entrevistar, las infidelidades parecieran no haber
sido un conflicto importante a resolver al interior de las casas operativas del
PRT–ERP en Santa Fe. Pero, además, las mujeres entrevistadas recuerdan sobre
la lectura del documento aquello relacionado con la vida afectiva y familiar,
en ningún momento hacen alusión a algún tipo de dispositivo de control de
la sexualidad.
Independientemente de lo planteado por los documentos doctrinarios ela-
borados por la dirigencia de las organizaciones y el análisis que podemos
realizar de los mismos, los grupos de testimoniantes del PRT–ERP y Monto-
neros coincidieron en la premisa que consideró que serle infiel a la pareja era
serle infiel a la revolución, esto era concebido como contrarrevolucionario y se
relacionó con ciertas actitudes liberales e inmorales; y por tal motivo, la infi-
delidad fue sancionada.

258
Las infidelidades y las sanciones pendularon en las organizaciones, y, como
dijimos, si bien existieron documentos que intentaron normalizar los modos
de vincularse sexualmente, las posibilidades de encuentros periféricos a la
pareja estable fluyeron en algunas oportunidades. La literatura sobre la gue-
rrilla recupera casos de reconocidos dirigentes como Paco Urondo,26 Mario
Santucho, entre otros, que evidencian la complejidad de encarnar la moral
revolucionaria incluso entre el grupo de militantes varones responsables o con
cargos jerárquicos en las organizaciones, pero nos permiten analizar también
cómo se reprodujeron algunos de los trazos de las masculinidades hegemónica
y burguesa relacionados con la virilidad y la necesidad de mantener relaciones
con varias mujeres, modelo ampliamente criticado desde los parámetros nece-
sarios para la construcción de un Nuevo Hombre, como ya hemos desarrollado
más arriba.
Las sanciones en general, no exclusivamente las referidas a la infidelidad,
estuvieron entramadas en un proceso de autocrítica cuyo arco de posibilidades
fue desde la elaboración de un trabajo escrito hasta la degradación, que se
ajustó al grado de jerarquía y responsabilidad que se ocupó en la estructura
de la organización. En este sentido, nuestros testimoniantes recuerdan que las
sanciones en general fueron impuestas y variadas de acuerdo al grado de res-
ponsabilidad de cada militante, dando cuenta que a mayor compromiso mayor
era también la sanción.

Te bajaban de nivel o suspendían en el nivel, o días de arresto en una casa, te


daban un dormitorio y una parva de libros para que leyeras, para rever por qué
había flaqueado tu moral revolucionaria. (Daniel, Santa Fe, 25/02/2011. Militan-
te FAR–Montoneros)

El tratamiento para los compañeros que estaban encuadrados en la organización


era bastante estricto y sobre todo con aquel que tuviera más responsabilidad. Es
lo que decía del compromiso, para el que asume una responsabilidad al ser con-
secuente, ante un error, las críticas y sanciones son mayores que hacia otro que
está empezando, aprendiendo; eso era una característica. O sea, podés encontrar
que ante una misma situación a alguien que tenía responsabilidades se lo trató
de manera mucho más severa que a uno que recién empezaba. Creo que lo que
estaba claro era que quienes conducían o dirigían tenían que dar el ejemplo, en-

26. Francisco «Paco» Urondo, nació en Santa Fe, fue poeta y periodista, militante de
Montoneros. Fue asesinado en Mendoza en junio de 1976.

259
tonces no se permitía que fueran un mal ejemplo. La sanción en general era des-
promoverlo, que pase a ocupar lugares menores. (Carlos, Santa Fe, 2/12/ 2010.
Militante de Montoneros)

Cuanto mayor nivel tenían las sanciones eran peores, de más rigor. Sanciones
para los militantes de base no conozco, en mi experiencia no sancionábamos a los
militantes de base, los llamábamos y los cagábamos a puteadas cuando se equi-
vocaban, se les planteaba desde un lugar de poder, porque el militante de base
sabía con quién estaba hablando. De lo que conozco, las sanciones eran internas.
Iban desde enchufarte dos días en la casa haciendo cartucheras hasta quince días
de encierro con trabajo interno, otras que conozco, documentos que tenías que
leer y elaborar tu posición. Se sancionaba por cualquier tipo de problema ideo-
lógico, por no respetar órdenes internas de la organización, por llegar tarde a una
cita, por no cubrir una actividad que tuvieras que hacer. Había sanciones, sí; y
eran mayores para los miembros de mayor nivel. (Esther, Santa Fe, 24/02/2011.
Militante de Montoneros)

MG: En cuanto a las sanciones, algo dijiste, ¿había sanciones diferenciadas? Por
ejemplo, para varones o para mujeres o para militantes de base o miembros de
la dirección.

Carmen: Para varones y mujeres no recuerdo. Según la responsabilidad que te-


nían sí, y según el tipo de transgresión que hubieras cometido. Más vale que a
mayor responsabilidad…

MG: ¿En cuanto a la infidelidad?

Carmen: Sí había. El recuerdo que tengo es de sanciones más a varones.

MG: ¿Esas sanciones en qué consistían?

Carmen: Dependía de cómo había sido la situación, qué había pasado. No es lo


mismo un compañero que en una reunión abre la situación por haber sido pro-
tagonista directo y hace una evaluación autocrítica de eso a alguien que abre lo
de otro… Desde eso que implican diferentes actitudes, o quien lo niega o jus-
tifica, hasta lo que hubieran sido los hechos en sí. La sanción podía ir desde no
participar en las actividades, suspenderlo en sus actividades ordinarias o bajar-

260
lo de responsabilidad. Era bastante heterogéneo. (Carmen, Santa Fe, 9/11/2014.
Militante del PRT–ERP)

MG: ¿Alguna vez fue sancionada o recuerda una sanción a algún compañero o
compañera?

Laura: Sí, recuerdo, no yo, recuerdo de un compañero.

MG: ¿Y por qué fue sancionado?

Laura: (Me voy metiendo en camisa de once varas…). Ese compañero tenía una
tarea que era cuidar a una chica justamente, no sé por qué estaba sancionada.
Era como si hubiera estado detenida dentro de una casa mientras hacían un re-
levamiento de los hechos; y él era el encargado de cuidarla y tuvo una relación
con ella. Sé porque estaba yo ahí.

MG: ¿Fue en la misma casa operativa en la que vivía usted?

Laura: Yo creo que estuve unos días ahí, no sé, tengo la imagen, pero no… Sé
que ellos tuvieron una relación que terminó ella que estaba en proceso de ver qué
había pasado y él sancionado.

MG: ¿Cómo lo sancionaron? ¿Qué sanciones se les daba por ejemplo en estos
casos?

Laura: Generalmente estaban relacionadas a algún tipo de tareas. Si tenía alguna


jerarquía, se apartaba de esa jerarquía. Y, como un trabajo más duro, no sé cómo
explicar, te mandaban a hacer algo a algún barrio por ahí más jodido, no sé cómo
explicar ese tipo de sanciones. Era como que volvías a la base y a hacer tareas más
de campo. (Laura, Paraná, 21/11/2014. Militante del PRT–ERP)

MG: ¿Algún compañero de esa casa operativa que haya recibido sanciones?

Flaco: Sí, no me acuerdo de algo específico, pero sí, tiene que haber habido. Por-
que hacíamos reuniones y el último punto de las reuniones siempre era crítica
y autocrítica. Había mucha formalidad en eso, sobre todo en la autocrítica, que
era más o menos como que uno tenía que autocriticarse de algo —por lo menos
eso yo lo sentía así—. Es como cuando iba con un cura que tenías que confesar

261
y algo tenías que decirle, me porté mal con mi mamá o cosas por el estilo [risas].
En la autocrítica había formalidad, a eso sí lo sentía como algo bastante formal.
Porque si vos no te autocriticabas por algo quedabas como que eras un orgulloso
que te creías más que los otros. Por algo te tenías que autocriticar. «Yo me auto-
critico porque no le estoy poniendo todo el ímpetu que pudiera», y era mentira,
estábamos las 25 horas. O una autocrítica que se podía hacer un compañero era
que se comió un helado. «¿Cómo te vas a comer un helado si no tenemos pla-
ta?». Porque ahí se ponía toda la plata, ahí lo que uno tenía se compartía, era una
vida en comunidad. Los que quieran creer que se vivía de lo que se robaba, de
los secuestros, no era así. Esa plata era para otra cosa. El que haya habido alguna
malversación es otra cosa, pero la tónica no era esa. Por eso decía que podía ha-
ber alguna sanción porque uno dijo que se comió un helado.

MG: ¿Cómo se lo sancionaba en esos casos?

Flaco: Cuatro padres nuestros [risas]. No, no me acuerdo.

MG: ¿Pero lo vivenciaban como un abuso?

Flaco: Sí, claro. Y las otras sanciones más graves eran que lo bajaban de categoría
o de responsabilidad, perdía la responsabilidad del equipo, de la regional o lo que
sea. Hubo sanciones grandes, gente del Buró Político sobre todo fue sancionada
por problemas de pareja, de infidelidad. Eso era castigado… Hay una anécdota
que decía que el capitán Santiago ganó en el campo de batalla el grado de capitán
y en la cama lo perdió, tuvo una relación extra–pareja y fue sancionado. (Flaco,
Santa Fe, 2/10/2014. Militante del PRT–ERP)

En cada célula política y militar que se materializó en varias oportunidades


en la casa operativa de las organizaciones se discutieron cuestiones relaciona-
das con las actividades que referían a la lucha política, así como asuntos
relacionados con la intimidad de la pareja. La encarnadura del Hombre Nuevo
condujo, en muchas ocasiones, a transitar en una arena de conflictos senti-
mentales y contradicciones cotidianas, donde los mandatos del control de la
sexualidad en algunas ocasiones fueron muy difíciles de asumir. Las sanciones
fueron parte del dispositivo de control de una educación disciplinaria y jerár-
quica propia de las estructuras consolidadas por Montoneros y PRT–ERP,
desplazando en algunos casos a sus miembros de sus grados jerárquicos. En
este sentido, para el caso de la militancia perretiana, la proletarización fue

262
parte de ese proceso de aprendizaje; en otras palabras, la militancia debió
atravesar la experiencia de convivir con el idílico proletariado.
En tal sentido, nos resulta oportuno contextualizar las condiciones de exis-
tencia por las que atravesaba la militancia, el carácter clandestino y compar-
timentado de la vida en las organizaciones y los riesgos que corrían en todo
momento, situación que gestó una dinámica propia en la existencia subjetiva
donde los conflictos emocionales relacionados con la vertiginosidad y la inten-
sidad de los vínculos permearon la cotidianidad. Las paradojas entre los man-
datos de la moral revolucionaria y los deseos y placeres propios de las subje-
tividades se evidencian en algunos fragmentos de relatos de los y las
informantes.
En relación con esto, recuperamos algunos testimonios que nos muestran
los vaivenes entre los mandatos de la moral revolucionaria del colectivo y los
deseos y placeres de las subjetividades de los y las militantes.

En ese momento cae preso el novio, la pareja de una compañera. Se empezó a


dar que las casas eran refugios de compañeros que venían de distintos lugares.
Cuando Montoneros pasa a la clandestinidad, lo que se podía mantener como
una fachada legal se usaba para que esos compañeros que venían escapando de
la represión estuvieran refugiados hasta que pudieran salir del país. Esta compa-
ñera tenía su novio preso (noviazgo de tres o cuatro meses porque se cortaban) y
además tenía un compañero encerrado en una pieza las 24 horas del día, no salía
ni a tomar aire al patio. Y se gustan, hay un acercamiento entre los dos, afecti-
vo, sexual y ella queda embarazada. Eso provocó una cuestión interna de mucha
discusión, de cómo puede ser si él está preso que ella tenga sexo con otro, cómo
se considera eso, ¡unas discusiones! Ella participaba, todo era muy frontal y de
mucho debate. Todo el mundo la veía y: «¡Ay! Mirá lo que hizo». ¡Nadie la que-
ría, nadie la quiso, pobre! Ahora que lo pienso, a él no se le cuestionó. En este
momento me cae que a él no se le cuestionó. Ella decide tener su bebé y le avisa
a su novio que estaba embarazada de otro. No sé cómo lo habrá tomado el pre-
so, pero fue así. Se mantiene con su embarazo…Estando embarazada se pone en
pareja con un tercero… un compañero espectacular porque entendió todo. Ella,
una transgresora, viéndolo ahora. Se casan, se van a vivir juntos con una pan-
za brutal. Los tres compañeros eran de la organización. (Julia, Santa Fe, 20/02/
2011. Militante de Montoneros)

Había un control [se refiere a la infidelidad], yo fui el tipo más sancionado de la


organización, un control estricto era mal visto por eso te digo, he tenido discu-
siones muy profundas porque yo disentía en el esquema, me adaptaba, lo acep-

263
taba porque era la decisión de la mayoría, pero yo en mi práctica disentía en la
consideración (…) y generalmente, te despromovían, te tenían preso un fin de
semana, entonces tenías que escribir por qué razón... y conmigo era notorio que
yo lo que escribía seguía discutiendo la posición, pero yo la acataba porque para
mí era absolutamente secundario, para mí lo más importante era la organización.
(Raúl, Santa Fe, 22/02/2010. Militante de FAR–Montoneros)

Me quedé pensando en lo que me preguntaste anteriormente, en un momento


yo tuve una relación con un compañero que era el encargado político nuestro,
y que después me enteré que era casado con hijos, hablando del tema femeni-
no y la… Nunca supe yo, por el tema de que no sabía ni quién era, ni de dónde
venía, ni nada.

MG: ¿Pero estuvo un tiempo en la casa operativa?

Laura: Él iba y venía, no dormía ahí. Yo no sabía a qué se debía ni nada.

MG: ¿Era de Santa Fe?

Laura: Sí.

MG: Con respecto a eso, ¿cómo tomaba la organización el tema de la infidelidad?

Laura: Yo creo que no era bien visto eso. No. Había un concepto de la fidelidad,
la pareja y del compromiso de pareja.

MG: ¿Usted cuándo se entera?

Laura: No, yo me entero después. Mucho después.

MG: ¿Después de la militancia?

Laura: Este compañero se murió, ahí me entero. O sea, eso fue un tiempo que
tuvimos una relación breve porque estuvimos brevemente en ese grupo. Después,
hablando con otro compañero, me enteré. Yo no sabía ni quién era, ni cómo se
llamaba, por eso te digo.

MG: ¿Murió en un enfrentamiento?

264
Laura: Sí. (Laura, Paraná, 21/11/2014. Militante del PRT–ERP)

MG: ¿Recordás si hubo sanciones diferenciadas?

Raquel: No me acuerdo de ese tipo de detalles. Además, no me acuerdo de ningu-


na compañera que no haya esperado a su compañero. Así que no te puedo decir.
Sé sólo de dos casos en particular. De la otra pareja sé que siguió, tuvieron una
criatura. A esa compañera la llamábamos «la plantita» porque cuando se enteró
de la infidelidad de su compañero (era muy joven y muy sabia) dijo: «El amor
es como una plantita, uno tiene que regarla y cuidarla. Yo no estaba». Los dos
compañeros esos están muertos, la pareja está muerta. Éramos jóvenes, éramos
hermosos, estábamos llenos de vida, llenos de ideales y por ahí, sí, había aventu-
ras. (Raquel, Santa Fe, 22/12/2014. Militante del PRT–ERP)

A la siguiente reunión llega el mismo compañero, y nos llama la atención que lle-
gara, y M*. estaba muy compungida, y dice: «Compañeros, la compañera M*. ha
sido bajada a la base por graves faltas a la moral»; entonces informa que la compa-
ñera había tenido un affaire con un compañero en la casa operativa donde vivían
y que si bien la compañera le había avisado por carta a su marido preso y el ma-
rido preso y ella se habían arreglado, el Partido no podía permitir esas faltas a la
moral; «Más teniendo a su compañero preso»… No obstante, había compañeras
presas a las que los maridos afuera les metían los cuernos. Pero acá la cosa era así.

MG: O sea, ¿la falta de la mujer era considerada diferente a la del varón?

Ana: De la mujer, sí de la mujer. En ese momento, cuando yo escucho eso, pego


un puñetazo en la mesa (hay una compañera que siempre se acuerda de eso).
«¡Cómo se atreven a meterse en la vida privada de los compañeros!». Ahí nomás
me bajaron a la base de nuevo, ni una semana de Aspirante al Partido, o sea, yo
era un desastre para el Partido, mi caso era un caso extremo, yo era un desastre.
(Ana, Santa Fe, 26/9/2014. Militante del PRT–ERP)

Como hemos dicho, las fuentes demuestran que las diferencias de sanción se
relacionaron con el nivel dentro de la estructura de las organizaciones; sin
embargo, nuestra investigación arroja información que demuestra también
diferencias de género, ya que, frente a la falta por infidelidad, las mujeres
fueron más estigmatizadas que sancionadas debido también a que pocas acce-
dieron a cargos jerárquicos. Es interesante reparar en cómo nuestras infor-

265
mantes vivenciaron y recordaron un hecho concreto de infidelidad dentro de
sus propios ámbitos, manifestando que más allá de la sanción, las mujeres
fueron mucho más cuestionadas que los varones moralmente cuando eran
infieles, puesto que a ellas se las cuestionaba por no haber esperado a sus
compañeros mientras se encontraban presos, respondiendo a las representa-
ciones sociales de la época donde las mujeres debían asumir la norma de
fidelidad conyugal con mayor estoicismo que los varones; pero además, en
algunas ocasiones, justificando las infidelidades de sus parejas debido a sus
ausencias por estar presas, ya que como nos cuenta Raquel acerca de su com-
pañera «el amor es como una plantita, uno tiene que regarla». Todo esto nos
demuestra cómo se construyeron relaciones de poder desiguales entre los
géneros, sobre prácticas sexistas tradicionales propias de la sociedad de la época
(Martínez, ).
Los preceptos morales regularon los vínculos sexoafectivos de los y las mili-
tantes; sin embargo, y a pesar del control de los cuerpos que implicó la posi-
bilidad de asumir una nueva subjetividad en la figura del Hombre Nuevo
dentro de las organizaciones revolucionarias, debemos considerar que las
mismas estuvieron enmarcadas en la excepcionalidad de sus condiciones clan-
destinas y de lucha armada, pero también en un contexto cultural y político
particular, donde la mayoría de los y las jóvenes se encontraron descubriendo
su sexualidad, que condujo, en algunas oportunidades, a confrontar los man-
datos familiares e incluso los roles tradicionales femeninos, aunque de manera
muy discreta y silenciosa en la localidad santafesina. Consideramos que las
condiciones anteriormente expuestas habilitaron también posibles resistencias
o diferenciaciones al modelo hegemónico de pareja y sexualidad establecido
por las organizaciones.
Analizamos entonces que hubo una diversidad de experiencias en torno a
la moral sexual revolucionaria y que cada situación adquirió sentidos diferen-
tes. En relación con esto, se nos hace difícil comprender a las organizaciones
armadas como estructuras homogéneas e idénticas a sí mismas; por el contra-
rio, demuestran haber sido complejas, existiendo una pluralidad de prácticas
y experiencias militantes. Y si bien el cuerpo guerrillero fue un territorio donde
las prohibiciones y sanciones le dieron forma y direccionaron la sexualidad,
los y las guerrilleros y guerrilleras muchas veces tensionaron las normas.
Poner el cuerpo en la guerrilla no fue solamente exponerlos al sacrificio y
al disciplinamiento, sino también a los placeres, a los deseos sexuales y a las
pasiones amorosas, evidenciando que la internalización de los mandatos revo-
lucionarios se encontraba en una arena movediza, donde las distintas voces

266
manifestaron la complejidad entre las prescripciones de las organizaciones y
las posibilidades reales de encarnar el mandato de las diversas subjetividades.

Las disidencias sexuales en las organizaciones armadas

Las encrucijadas generadas entre los y las militantes de las organizaciones, en


el proceso de construcción y encarnadura del Hombre Nuevo, que confluye-
ron entre los mandatos de una moral sexual rígida del colectivo revoluciona-
rio y los deseos de las subjetividades individuales, implicaron que se originen
relaciones afectivas de pareja monogámica, pero también heterosexuales. Es
por esto que otro tipo de relaciones o deseos que se corriera de la norma
fueron considerados desviaciones. Montoneros y –, como ya se dijo,
reguló y habilitó desde sus estructuras de organización un modelo hegemónico
de familia, pareja y sexualidad, pero al mismo tiempo ambas organizaciones
rechazaron otras modalidades de deseo.
La problemática de la homosexualidad no fue tratada explícitamente en
ninguno de los documentos analizados, aunque los testimonios reflejan cómo
las organizaciones encorsetaron la sexualidad en un estrecho marco heterosexual
y reproductivo, de modo tal que todo lo que se desviara de esta norma fue
considerado contrarrevolucionario. En este sentido, si bien en esta investigación
no podemos dar cuenta de las experiencias concretas de militantes sexualmente
disidentes, contamos con referencias que advierten de que las organizaciones
armadas fueron un territorio hostil a las sexualidades disidentes.27
Con respecto al grupo entrevistado de Montoneros, en su mayoría reflexionan
que la homosexualidad no era un tema que se encontraba en la agenda de debate,

27. Es importante para el análisis de la problemática de las sexualidades disidentes, o


como es nombrada por los testimoniantes, la homesexualidad o el lesbianismo (que repro-
dujo las taxonomías científicas), tener en cuenta que los grupos de entrevistas a militantes
Montoneros fueron realizados entre los años 2010 y 2011, mientras que al grupo de entre-
vistas del PRT–ERP, se realizaron durante los años que van desde el 2014 hasta el 2020.
Es decir, mientras que las primeras fueron elaboradas durante el proceso de debate y luego
declaración del matrimonio igualitario, sancionada en julio del 2010, el grupo conformado
por las entrevistas realizadas al PRT–ERP fueron consumadas incluso luego de la sanción
de la ley de Identidad de género, entre otras. Es por esto que no nos parece menor con-
siderar este contexto de cambios en la matriz heteronormativa, para reflexionar sobre los
distintos puntos de vista que los testimonios tienen desde su presente hacia ese pasado
reciente, sumado que quien escribe este estudio transita la experiencia de celebración de
los diez años de la ley del matrimonio igualitario.

267
esencialmente porque no se aceptaba y, por tanto, se ocultaba, silenciando de
este modo toda práctica que estuviera por fuera de la heteronorma, compar-
tiendo los mismos criterios homofóbicos de la sociedad de los años 70 que Pablo
Pozzi (2001) señala para el análisis del PRT–ERP.

Incluso en la cuestión de género nosotros no estábamos tan avanzados como


hoy, yo me veo a los 63 años hablando de la aceptación del casamiento de per-
sonas del mismo sexo no sé para mí, del mismo sexo por el aparato reproductor
bueno sí, (…) con personas de la misma orientación sexual como los gay que se
casan y unos serán pasivos y otros serán activos y las lesbianas lo mismo y bueno
es un problema de ellos viste, ahí en esa época todavía no estábamos tan avanza-
dos teníamos un discurso ¿no? De aceptación porque existía en aquel entonces
el Frente de Liberación Homosexual que marchaba con nosotros y yo reconoz-
co que en aquella época era mucho más difícil aceptar eso, ¿sí? El tema de la se-
xualidad, no era que lo vivíamos como una debilidad, sin embargo, compañeros
y gente que tuvieron un excelente comportamiento y otros que fueron hetero-
sexuales y no tuvieron el comportamiento. (Raúl, Santa Fe, 22/02/2010. Mili-
tante de FAR–Montoneros)

En nuestra época no considerábamos al feminismo una cosa muy válida que di-
gamos, porque planteábamos una revolución total, no era una cuestión de so-
lucionar pequeñas cosas. En la manera en que vos modifiques la sociedad todo
eso va a estar incluido. Obviamente hay cuestiones que en esa época no se plan-
teaban y no se incorporaban. Lo relativo a la mujer estaba muy presente, no así
otras cuestiones como la homosexualidad, eso lo sabemos todos. (Carlos, Santa
Fe, 2/12/2010. Militante de Montoneros)

MG: ¿Cuáles son los puntos de vista diferentes en relación a la organización y las
relaciones de género que tiene hoy con respecto a las experiencias de hace tres
décadas?

Luisa: Básicamente yo creo que hubiera sido necesario un avance en la reflexión


en cuanto al tema de género. Recuerdo que el tema de las relaciones homosexua-
les no estaba discutido y había cuestionamientos, el término «puto»; y esas cosas
no eran sancionadas, discutidas. Me parece que hubiera colaborado en esta cues-
tión de continuar profundizando las relaciones humanas y colaborando con esa
revolución que queríamos hacer en todas partes. Pero no hubo tiempo también.
(Luisa, Santa Fe, 11/02/2011. Militante de la JUP)

268
Los relatos de experiencias dentro de la izquierda armada peronista sobre las
sexualidades disidentes trazaron algunas pinceladas posibles de ser analizadas.
La primera se relaciona con el tema de la revolución total: los reclamos sobre
las desigualdades de género no fueron relevantes para el cambio revoluciona-
rio, por el contrario, fueron considerados demandas menores o «detalles» como
plantea Raquel en el apartado anterior. El triunfo revolucionario traería apa-
rejada la resolución de toda una serie de desigualdades, entre las que se encon-
trarían, por ejemplo, las desiguales relaciones entre los varones y mujeres. Sin
embargo, las jerarquías de género referidas a otras identidades sexuales se
mantuvieron al margen o, mejor dicho, absolutamente negadas, quedando
sellada la linealidad del deseo dentro de una matriz binaria, cis y heterosexual.
La segunda pincelada de análisis la podemos visualizar a través del relato
de Raúl, que refiere a la alianza que el Frente de Liberación Homosexual (en
adelante FLH) intentó con la izquierda argentina en general y con Montone-
ros en particular. El FLH fue una organización sexodisidente, descentralizada
y clandestina que operó desde 1971 hasta 1976 en la ciudad de Buenos Aires
y sus alrededores (Theumer, 2017). Lo que resulta interesante recuperar aquí
es que, como resultado de las influencias de la teoría marxista y del feminismo
radical, pero también del momento particular de efervescencia de la primavera
camporista y el regreso definitivo de Juan Domingo Perón al poder, el FLH se
había propuesto algunos acercamientos con la izquierda del peronismo, iden-
tificando la revolución sexual como indisociable a la revolución social. Pese a
los distintos intentos y argumentos para formalizar esta alianza, la misma no
prosperó.
En relación con esto, Santiago Insausti (2019) plantea que hubo posturas
o actitudes distintas dentro de la izquierda revolucionaria, que iban de las más
extremas, como el caso de Montoneros que había fusilado por lo menos a dos
compañeros homosexuales, a otras más conciliatorias como el Partido Socia-
lista de los Trabajadores de Nahuel Moreno. Luego del retorno de Perón, el
FLH manifestó públicamente en una revista de gran tirada, Así, su identifica-
ción con la izquierda peronista, acercamiento que generó efectos no deseados
especialmente para Montoneros y la Juventud Peronista, que fueron acusados
de homosexuales y drogadictos. Esta situación fue la que generó una respuesta
través de consignas que marcaban su distanciamiento y rechazo con el frente,
«No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros»
en marchas y movilizaciones, reproduciendo de este modo los sentidos hege-
mónicos de la sociedad sobre la homosexualidad.
Y como última pincelada, podríamos suponer que la moral revolucionaria
heterosexual rígida que encarnó la militancia setentista en Santa Fe les dificultó

269
tomar distancia sobre los deseos sexuales disidentes y aquellos mandatos vin-
culados a las actitudes y valores sobre lo que debía ser un buen militante.
El PRT–ERP, por su parte, compartió los mismos preceptos de comporta-
miento moralista que Montoneros, y de igual modo consideraron a las rela-
ciones sexuales no normativas como una debilidad. Entre los recuerdos de los
y las testimoniales se pueden observar diferentes actitudes en relación con las
disidencias sexuales en aquel entonces, que fueron desde una tolerancia velada
e incluso la empatía hasta la marginación de la mayoría. A pesar de las dife-
rencias de posiciones, la norma revolucionaria de la estructura partidaria con-
sideró a la homosexualidad como un compartimiento sexual inapropiado e
inaceptable.

MG: ¿Con respecto al tema de la homosexualidad? ¿Cómo fue tomado?

Hugo: Mal. Era visto como una debilidad. Implacable.

MG: ¿Hubo situaciones? ¿De homosexuales, lesbianas?

Hugo: Conozco casos de los dos lados.

MG: ¿Qué medidas se tomaron?

Hugo: Separarlos de la militancia. No podían subir. La mayoría de los casos que


saltaron fueron por las caídas, se dieron cuenta primero los milicos y después no-
sotros, desgraciadamente, ellos tienen mucha experiencia en eso. A las compañeras
que ellos ya sabían que tenían esa inclinación, después de tenerlas un año presas,
las llevaban y las metían en una celda con otra. Córdoba trabajó mucho con eso.

MG: ¿Los milicos de Córdoba?

Hugo: Sí. Ellos en La Perla fomentaron mucho la promiscuidad (aparte eso está
probado por los nazis). Producir un estado tal de hostilidad que rompa la barre-
ra de inhibición real que tenés (…).

MG: ¿De alguna manera esto estaba explícito o prescripto?

Hugo: No. Se podía hablar al pedo, pero no. Fue la vida la que nos avivó, uno no
podía tener un detector de sexualidad, y en aquel tiempo era muy reprimido todo

270
eso, no había exteriorización, era muy difícil darte cuenta, y el que lo era lo simu-
laba más. Si lo sabías era de antes que intentara entrar, no durante, era muy difícil.

Recuerdo un solo caso de un vago que se dijo: «Me parece que este no tiene to-
dos los puntos claros…» y en la cárcel eso después saltó, era obrero, no era de la
clase media. Pero fue por olfato, no por cuestiones ideológicas ni nada, actitu-
des. Ese compañero después murió. Pero uno siempre se acordaba en la cárcel
de cuando se hizo ese comentario de duda. Tampoco se acusaba a nadie sin una
prueba, en eso había coherencia, no enfrentabas a alguien sin una prueba real,
por subjetivismo miles de cosas pueden ocurrir. (Hugo, Santa Fe, //. Mi-
litante del –)

: ¿Qué pasaba con la homosexualidad?

Manuel: El problema de la homosexualidad era que ahí había un alto grado de


connotación machista, algunos compañeros la rechazaban terminantemente, y
otros —yo me excluyo porque conozco compañeros homosexuales que fueron
excelentes cuadros políticos y militares—. Acá en Santa Fe me animo a decir uno,
pero como no era eso lo que estaba en discusión, yo estoy seguro que su prefe-
rencia sexual no eran las mujeres.

: ¿Pero no podía asumirlo?

Manuel: No, pero además… Vos lo habrás escuchado, fue mucho tiem-
po responsable político de la regional, uno de los delegados del V Congre-
so, una capacidad impresionante. Ese compañero nunca tuvo compañera.
: ¿Pero había alguna sospecha?

Manuel: Sí, sospechábamos nosotros, pero lo queríamos como era. Además, si


era homosexual era una cosa de él, nosotros no sabíamos.

: Eso a nivel vincular, porque vos tenías un vínculo y eso te daba la acepta-
ción. ¿Y a nivel organización?

Manuel: A nivel organización eso no trascendía, nunca se valoró eso, porque es-
taba fuera de discusión. Yo siempre fui de la idea que la presencia sexual es de
cada persona. ¿Cómo podés mandar sobre otro? Mientras no sea una cosa pública
o agresiva para los otros, porque justamente el hecho de estigmatizarlos genera

271
violencia también. Entonces el tipo que hace ostentación de su homosexualidad
es porque se siente agredido, y te está agrediendo. Lo mismo pasa con las muje-
res que son lesbianas, y no hay ningún problema.

MG: ¿Hubo casos de mujeres?

Manuel: También.

MG: ¿Conoce o tuvo algún relato o recuerdo que se haya sancionado por eso?
Manuel: No, había un rechazo general. Peleábamos y decíamos «paremos la mano
con eso de estigmatizar a los putos, a las trolas. Dejémonos de joder, nos tenemos
que ocupar de las personas». Martí decía que los hombres están divididos en dos
partes, los que aman y crean, y los que odian y destruyen. Mirá que es amplio
eso, y te libera de un montón de cosas. Qué carajo te importa si el tipo es puto,
si la mujer es lesbiana, si para esto es buena persona. Y eso es lo que peleábamos
dentro del Partido, porque cuando te metías sobre todo en las organizaciones
sindicales, los obreros son muy machistas, muy jodidos. «Andá, puto de mierda»,
decían. Y había que pelear contra todo eso, dar argumentos. Yo me acuerdo de una
compañera, La Patora le decíamos; era buenísima, pero vos te dabas cuenta que
no le gustaban los hombres, era ostensible. Chichoneaba con las mujeres, nunca
se pasó de rosca ni nada por el estilo, y después de la dictadura me enteré que se
había suicidado. Andá a saber. Porque el objetivo de la revolución era liberadora
para todos. Hacer la revolución significaba poder tener un mundo diferente, en
esta etapa se pueden ir consiguiendo conquistas, pero son a regañadientes y por-
que en el medio hay intereses. Pero yo recuerdo compañeros, había uno, Carlos
Rey: médico. Era jefe del equipo de Sanidad, era como profesional excelente,
cirujano, de todo. Y él era homosexual. […] Lo sabíamos todos. A veces tenía
sus salidas fuera de la militancia. Era raro, pero lo ha hecho, me lo han conta-
do compañeros porque yo nunca estuve en el equipo con él. Desde el punto de
vista humano, superlativo, extraordinario. Ni un desliz, no permitirte agredir al
otro porque él sabía, con algunos compañeros con más confianza lo ha hablado.
Hay otros que salieron de la cárcel, excelentes personas, escritores, poetas, hay
uno que es profesor de la Universidad de Villa Mercedes en San Luis, que ahora
lo asume. Él ya era homosexual en aquella época, siempre fue. (Manuel, Santa
Fe, 17/9/2014. Militante del PRT–ERP)

Hay anécdotas. Cuando se lanzó el ERP en Córdoba se lanzó en mi casa, estaban


Gorriarán Merlo, Benito Urteaga, Domingo Mena, el Gringo (que es un capítulo
aparte, era un hermano para nosotros, sus padres, su familia). Yo cocinaba, hacía

272
todo porque era una mujer «como debía ser»; cuando estoy por levantar los pla-
tos el Gringo Mena me dice: «No compañera porque usted cocinó, deje nomás,
nosotros nos encargamos». El «nosotros nos encargamos» fue que él se encargó,
porque F*. era muy machista también, nadie se encargó. El Gringo levantó la
mesa, se fue y lavó los platos. Cuando se fue el Gringo yo le dije a F*: «¿Este mu-
chacho no será un poco raro?». Esto para que vos veas cómo era yo. «Raro» en el
sentido de homosexual; por otro lado, la homosexualidad estaba prohibida en el
Partido, se consideraba una enfermedad que ponía en riesgo el Partido, la segu-
ridad, todo. También tengo anécdotas de un compañero, un amigo muy querido
que era homosexual y la pasó muy mal.

MG: ¿De Córdoba? ¿Y lo identificaron?

Ana: Sí, de Córdoba y lo identificaron porque vivía en una casa operativa y hubo
alguna cuestión con un compañero que vivía ahí, homosexual, y el compañero
lo denunció, dijo que se le había metido en la cama. Fue bajado a la base. Era
un compañero muy valioso, muy amigo mío. Yo siempre era amiga de todos los
indeseables del Partido. Me preguntabas cómo era hacia el interior del PRT esta
relación entre hombres y mujeres. Por un lado, fue revolucionaria por todas las co-
sas que se cambiaron, las costumbres, etc. Pero por otro lado, había una posición
activa, militante, contra la homosexualidad porque también la tenía Cuba (re-
cién ahora creo que se empezó a abrir), la Unión Soviética no podía tener homo-
sexuales (Rusia sigue igual). (Ana, Santa Fe, 26/09/2014. Militante del PRT–ERP)

MG: Es decir, el tema no era «si era o no era» homosexual, sino ¿si era vox populi?

Alejandro: No, pará. Una cosa… Ahí tenés un entrevero que es lo que yo noto
(o no te lo han explicado bien los compañeros). Nosotros estábamos por la mo-
ral revolucionaria. ¿Qué era la moral revolucionaria? El respeto a la persona, a
la otra persona. Si este era homosexual pero no hacía una apología de la homo-
sexualidad, un «putaje» … Te voy a hablar con franqueza; si no era un tipo que
andaba manoteando vagos, o una mina que andaba manoteando vagos, o un
vago que andaba manoteando minas. Eso es lo que nosotros cuestionábamos, la
relación «inter parejas». (Alejandro, Santa Fe, 9/10/2019. Militante del PRT–ERP)

Lo que pasa es que por ahí era muy estricto en un montón de cosas. Por ahí si
vos tenés la ocasión de hablar con algún compañero que estaba decidido por ser

273
homosexual, lo tenía que ocultar a rabiar para que no le den la cana porque si no
lo iban a echar a la mierda. ¿Viste?

MG: Hubo situaciones en el Partido donde hubo sanciones al respecto. En Santa


Fe, específicamente, ¿te acordás de alguna?

Cabezón: No.

MG: ¿Y en la cárcel?

Cabezón: En la cana sí, porque yo fui partícipe, no de un hecho, pero sí de un


juzgamiento.

MG: ¿En cana, en qué año?

Cabezón: En la cárcel en el año 76–77.

MG: Vos estuviste preso del ’74 al ’81.

Cabezón: Al ’81, sí. En el ’76, por ahí era, hay un chango que plantea que tuvo
relaciones con un compañero de celda.

MG: ¿Que era del Partido?

Cabezón: Sí. Dentro de la cárcel. Entonces, cae uno de estos chicos, que era un
pibe, que declara haber tenido relaciones homosexuales con un compañero que
era militante; él era allegado al Partido, ¿me entendés? Entonces, él lo plantea en
el Partido, y me lo plantea a mí, por cercanía geográfica, por una cuestión de or-
ganización de celda. Porque era el militante más cercano que él tenía.

MG: O sea, en la cárcel se trasladaban las jerarquías…

Cabezón: Sí, seguro. Entonces, cuando él me lo plantea a mí, yo lo planteo a la


Dirección. La Dirección, entre otros, era el Nono Ortolani. Lo planteo (…) Se
lo juzga al compañero por haber tenido relación homosexual con este chico. El
otro era un pibito de 17–18 años, el (…) militante de 21–22, el allegado, que es
el que cuenta, (…) Al que se lo juzga es al militante.

MG: ¿Esto en qué cárcel?

274
Cabezón: En Coronda. ¡No! El hecho había ocurrido en la cárcel de Rosario y
salta en Coronda.

MG: Y en ese momento Ortolani estaba en Coronda.

Cabezón: Ortolani estaba en Coronda.

MG: ¿Y la sanción cuál fue?

Cabezón: Ninguna porque…Se declara que el vago estaba fabulando. A mí me


cuesta creerlo. Yo estaba de acuerdo, le creía al vago siempre. Es más, tengo una
anécdota de mierda, porque yo le creí tanto al vago, que un día lo encontramos
en Buenos Aires al otro, al juzgado y el vago me saluda: «¡Hola cabezón!». (…)
Ya en libertad. Y yo no le doy ni cinco de bola, y lo peor de todo es que como
a los dos o tres años me entero que el vago se suicida. Entonces, digo, ¡la puta
madre! ¡Qué cabeza de mierda! Yo no le di bola porque siempre consideré que el
vago…Había mentido mal. Entonces, en ese momento… Digamos, fueron co-
sas muy, muy puntuales.

MG: Pero ¿qué era lo que a vos te molestaba?

Cabezón: Que el vago no dijera la verdad primero, era la mentira.

MG: ¿Y después, porqué se debatía tanto esto de la homosexualidad? ¿Qué pa-


saba ahí?

Cabezón: Porque era una debilidad.

MG: Y en relación más allá de tu bronca con la mentira o lo que vos creíste, ¿por
qué decís que el Partido decidió…?

Cabezón: Porque no le creyó al pibe. Hasta con el fundamento de un psiquiatra


del Partido, que vendría a ser como el perito de parte.

MG: ¿Hubo como una investigación entonces? Hasta un psiquiatra.

Cabezón: Claro, claro. Pero, de todos modos, todo pasaba por mí, y yo hablaba
con ellos y les decía lo que el pibe me decía.

275
MG: ¿Acá en Santa Fe dentro del partido conoció o supo de compañeros que asu-
mieron sexualidades disidentes?

Cabezón: No, no. Dentro de, por ejemplo, no. (Cabezón, Santa Fe, 7/02/2020.
Militante del PRT–ERP)

Los testimonios, si bien recuperan en sus relatos la norma que estableció el


rechazo absoluto a la homosexualidad y al lesbianismo, no recuerdan en gene-
ral haber tenido compañeros o compañeras que hayan expuesto sus deseos
sexuales disidentes durante la militancia en Santa Fe. Esto nos hace suponer
que el mandato generó una fuerte opresión sexual sobre los cuerpos militan-
tes, silenciando y ocultando meticulosamente estas modalidades afectivas, de
las cuales solo tenemos la referencia de un militante varón que sospechó de
un compañero y amigo, aunque siempre lo mantuvo en absoluta reserva; nos
referimos a uno de los cuadros más formados de Santa Fe, y que llegó a ser el
responsable regional.28
Cuando intentamos triangular nuestras fuentes e indagar con mayor pro-
fundidad, encontramos que otro militante varón, que tuvo una relación polí-
tica y personal muy cercana con D*, nos comentó que la sospecha era otra, y
que él creía que mantenía una relación secreta con M*. Independientemente
de la veracidad de los testimoniantes lo importante es que, en general, todas
aquellas manifestaciones sexuales no heterosexuales generaron ciertas inco-
modidades, prefiriendo silenciarlas detrás del cumplimiento de la moral revo-
lucionaria al concebirlas, como planteaba Hugo, como un problema ideológico
y, por tanto, contrarrevolucionario.
La instancia de encierro carcelario, por su parte, pareció que fue el momento
donde las relaciones sexoafectivas disidentes fueron evidenciadas, pero también
discutidas y juzgadas discretamente. El relato del Cabezón nos permite vis-
lumbrar lo intrincado que les resultó a los miembros de la dirección del PRT–
ERP poder abordar este tipo de problemáticas, cuya resolución fue directa-
mente la negación de la existencia de esta posibilidad. Asimismo, se puede
analizar que la homosexualidad fue entendida como un problema ideológico
y patológico que, como dijimos, no se correspondía con los marcos de la moral

28. En relación con esto, decidimos por seriedad académica no reproducir algunos de
los nombres de militantes de los que se hizo referencia por fuera del grabador, pero forman
parte indudablemente de todo el acervo de esta investigación.

276
revolucionaria, pero además se consideró una degeneración, una enfermedad
que había que curar dentro de los cánones médicos de la época.
En suma, podríamos decir que durante la experiencia revolucionaria las
relaciones homoeróticas fueron ocultadas, disimuladas y manifiestamente
reprimidas (Green, 2012). La revolución total que se plantearon ambas orga-
nizaciones fue, en la práctica, parcial; las jerarquías de género se reprodujeron
no solo entre varones y mujeres heterosexuales, sino también entre la impo-
sibilidad siquiera de visibilizar a las identidades disidentes dentro de la revo-
lución, considerándolas incompatibles con el buen comportamiento revolu-
cionario que corría en paralelo a un contexto histórico represivo donde toda
manifestación sexual que se corriera de lo establecido dentro de la matriz
heteronormativa era perseguida con el objetivo de disciplinar y normalizar.
Es por ello que no podemos dejar de reparar en lo doloroso e intrincado que
significó asumir para algunos y algunas militantes la posibilidad de expresar
su sexualidad libremente, convivir bajo el control y el silencio de sus propios
deseos e incluso con la discriminación sistemática que condujo en algunas
oportunidades a oponerse a su propia vida eligiendo un trágico desenlace.

Una gran confianza en el futuro. La Familia revolucionaria

Los entramados de afectividad que se construyeron al interior de las organi-


zaciones como entre los márgenes de las mismas fueron dinámicas y consti-
tutivas del proceso revolucionario. Las relaciones de amistad, de pareja y las
familias formadas durante la militancia jugaron un rol primordial en la prác-
tica de la guerrilla en Santa Fe. Incluso las familias de origen fueron muy
importantes en la construcción de redes de contención y solidaridad entre
militantes.
En general, aunque con algunas excepciones, las y los jóvenes que militaron
en la ciudad y que pudimos entrevistar vivieron con su familia de origen hasta
encontrar una pareja para construir un nuevo vínculo; algunos se casaron y
otros prefirieron no hacerlo, pero de igual modo la mayoría manifestó que se
gestaron intersticios de complicidades entre madres, tías, hermanas y herma-
nos que no militaban orgánicamente pero con quienes los vínculos permane-
cieron, aunque con distancia, siendo muy importantes como apoyo emocio-
nal en especial para los y las guerrilleros y guerrilleras de Santa Fe; esta
dimensión ha sido explorada para el caso del PRT–ERP en la provincia de
Mendoza por Violeta Ayles Tortolini (2020).

277
Como hemos señalado, los planes revolucionarios en muchas oportunida-
des se produjeron en el marco de una pareja joven, heterosexual y monogá-
mica, donde el amor y la revolución se ensamblaron en un proyecto de fami-
lia que, en algunas ocasiones, y luego de estrechar el vínculo, comenzaron a
proyectar una planificación familiar que se concibió desde un modelo de vida
revolucionario como una continuidad en la lucha y una apuesta al futuro.
En los años sesenta se introdujo en la Argentina la píldora anticonceptiva,
método que significó un cambio revelador, permitiendo a las mujeres tener
una mayor autonomía de decisión sobre su propio cuerpo y la opción o no
por la maternidad (Felitti, ). Las pastillas anticonceptivas permitieron
separar la reproducción del placer; no obstante, entre las mujeres entrevistadas
que militaron en Santa Fe, se mantuvo el mandato de la maternidad como
ideal y proyección entendida como la de un cuerpo re–productor de proyec-
tos de futuro aún en situaciones de riesgo. Además, el análisis de las fuentes
demostró que el número de hijos e hijas no fue muy numeroso, por tanto, se
podría suponer que pudieron haber usado métodos anticonceptivos o que
quizás el impedimento de haber continuado con esta proyección se debió a
que muchas militantes o sus parejas caían presos sin dejar margen en la con-
tinuidad del proyecto.
La construcción de la familia revolucionaria fue moldeada de una manera
particular en el marco de las organizaciones armadas analizadas que se imbricó
con un proyecto de vida que miraba al futuro con confianza, existiendo un
convencimiento de que la victoria era inminente. Asimismo, los resultados de
la lucha político–militar por un país más justo serían disfrutados por su des-
cendencia quienes continuarían el proyecto y la lucha; esto se evidencia entre
los y las informantes de las agrupaciones y la organización de Montoneros.

Planteamos la maternidad como una forma de permanecer, de continuidad his-


tórica más allá que nuestros hijos fueran militantes o no. Éramos muy pocos los
que nos cuidábamos, queríamos tener hijos, tal es así que cuando caigo, mi hija
tenía seis meses y creí que estaba embarazada porque nunca nos cuidábamos.
(Lucía, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Con respecto a la formación de la familia, eso es algo que yo vivía con mucha
fuerza en esa época y todos mis compañeros también porque nosotros teníamos
una raíz cristiana y por ahí el tema de la familia era un tema muy fuerte y ade-
más porque nosotros, yo una de las cosas que tengo clara es que la familia era la
posibilidad de transferir, recrear, multiplicar todo lo que nosotros pensábamos de
la vida de la esperanza, las ilusiones que teníamos; era la manera de construirlas

278
desde nosotros mismos, y digamos tener hijos que pudiesen ser continuadores,
recreadores a quienes pudiésemos legarles un mundo diferente (…) eso era la fa-
milia. La posibilidad de establecer un diálogo con las generaciones anteriores era
muy difícil en la época, y la posibilidad de nosotros de construir una familia di-
ferente, la idea era eso también de hacer algo distinto de lo que fueron nuestras
familias. (Susana, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Creo que teníamos una gran confianza en el futuro (…) Era estar seguros de que
estábamos haciendo un mundo para los que venían y que además necesitábamos
muchos que lo continúen. Esa idea existía con un gran amor por debajo, por-
que no era «vamos a ser soldados para…», nosotros estábamos convencidos que
éramos los soldados que en tres años ganábamos la guerra y se terminaba todo,
pero nuestros hijos iban a construir el país justo que necesitábamos…mi primer
hijo nace cuando yo ya estaba en la cárcel. Mi compañera sigue en libertad un
año más y tuvimos a él en esa época. Ella estuvo en Devoto. Unos meses antes
deja a mi hijo con la familia materna, así que cuando cae, cae ella sola. (Carlos,
Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

…nosotros confiábamos en la victoria, la derrota no estaba en nuestro horizon-


te, entonces, era una discusión, yo sé que hubo agrupaciones que se plantearon
el no tener hijos, pero todo el planteo era desde el tema de la seguridad y lo que
implicaba para los chicos esta vida que era muy sacrificada, ir de acá para allá, que
muchos tuvieran muchísimos nombres, los chicos. Había determinados lugares
en que sabían que se llamaban de una manera y en otros de otra porque tenían
que compartir la clandestinidad de sus padres. El tema era que los chicos iban
a vivir para otro país, para esa victoria que era dentro de la vida que se llevaba
era tratar de mantener ciertos parámetros de la vida igual al común de la gente.
(Luisa, Santa Fe, //. Militante de la )

…sé que en la organización el tema de tener hijos tenía que ver con una pro-
yección revolucionaria, en donde el hijo era la continuidad del proyecto, esta es
la única explicación de la gran paridera que se da entre los años , ,  toda
una etapa donde hay una cantidad de hijos…sí, eso sí una consigna dentro de
la organización de Montoneros. (Juan Marco, Santa Fe, //. Militante
Montoneros)

279
tener hijos era importante porque lo que nos movía, siguiendo al Che, era la cons-
trucción del Hombre Nuevo, la proyección en los hijos era muy importante y
profundamente sentida. (Silvia, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Con respecto a estas apreciaciones, y si bien la mayoría del grupo entrevistado


del – tuvieron hijos o hijas durante la militancia o fueron buscados,
las narraciones demuestran lo controvertido que fue al interior de la organi-
zación la proyección de los mismos durante la guerrilla. Las discusiones al
respecto, aunque con variaciones en el tiempo, fueron aquellas que se relacio-
naron con el tema del riesgo y la exposición al peligro, los cambios de domi-
cilio de las infancias en clandestinidad, entre otros.

Una de las discusiones que se daban era si debíamos o no tener hijos. Y eso tenía
que ver con la mujer, con aceptar su condición de madres. Hubo una tendencia
en un primer momento que no tenían que tener hijos, por la revolución. Pero,
¿cómo sostenemos la revolución en el tiempo? Si esto va a ser prolongado. Con
ese pensamiento los vietnamitas hubieran sido derrotados, tuvieron  o  años
de guerra. Por eso, dentro de la anormalidad que significa la dedicación exclusiva
a todo lo que sea la militancia política revolucionaria, nosotros teníamos que ser
personas comunes, no seres extraterrestres. El problema que se planteaba es qué
pasaba con nuestros hijos (…) Hubo una discusión grande —se refiere a si tener
o no hijos/as—, y después quedó librado a cada una de las parejas, y la organi-
zación trataba de dar cobertura. (…) En el ’ me voy a Rosario, y empezamos
una relación. En abril del  caigo preso, y la primera carta que recibo era que
estaba embarazada. Ya era una cosa que veníamos hablando con mi compañera,
porque íbamos a hacer trabajo político a Saladillo, y el que menos tenía, eran
cinco hijos. Nosotros éramos nosotros solos, no teníamos nada. ¿Cómo hacemos
para convencerlo a un tipo que su objetivo es la revolución? Tiene cinco guachos
para mantener, la mujer. Nosotros no podíamos ser marcianos y teníamos que
mostrarle que teníamos ese compromiso y en ese compromiso estaban nuestros
hijos, que eran nuestra familia, lo que más queríamos. Teníamos que ser igual
que ellos, no diferentes. (Manuel, Santa Fe, //. Militante del –)

Justamente en ese sentido estaba muy controvertido, porque había gente que
decía que no se podía tener hijos, que si vos eras militante no podías tener hijos.
Yo te estoy hablando del año ‘. Me acuerdo perfectamente que por entonces
llegan directivas de arriba, de bien arriba, porque el Negro Santucho ya tenía tres
hijos, y después tiene a Marito con Liliana. Y varios de los compañeros que es-
taban en la dirección nacional tenían hijos. Entonces vino desde arriba la línea

280
acerca de que nosotros éramos personas como cualquier otra, que uno podía ser
un profesional de la revolución teniendo, al mismo tiempo, una vida familiar.
¿Qué era eso de ser descolgado, que éramos? (Raquel, Santa Fe, 22/12/2014. Mi-
litante del PRT–ERP)

Recuerdo haber tenido discusiones sobre si tener hijos o no tener hijos, ese tipo
de cosas, que fueron variando con el tiempo. (…) Porque en un momento se
pensaba que no había que tener hijos porque corrían riesgo de vida, era un ries-
go para los chicos estar militando y tener hijos. Yo creo que después hubo una
camada (cuando yo tuve mi hija más o menos), para la que eso fue cambiando y
se volcó cuando fue la vuelta de Perón, el regreso de la democracia primera. Creo
que ahí se generó otra expectativa de futuro y demás, la mayoría tuvimos hijos
en esa época. (Laura, Paraná, 21/11/2014. Militante del PRT–ERP)

Las evaluaciones controvertidas entre los testimoniantes del PRT–ERP, pen-


dularon entre los problemas de seguridad y riesgo con otros análisis relacio-
nados con la consideración de que un buen militante no podía disociar su vida
íntima del contexto social para el cual se planteaba la revolución. Si el com-
promiso era «total», venía de la mano de poder formar una familia con hijos
e hijas y asemejarse a la «familia obrera».

MG: Cuando ustedes deciden formar una familia con hijos durante la militancia.
¿Cómo fue su opción por la maternidad?

Carmen: Para nosotros la opción fue de pareja y siempre tuvimos el proyecto de


tener una familia con hijos. En realidad, para nosotros la concepción, la defini-
ción de traer hijos al mundo, tenía que ver con la apuesta a la construcción de
un mundo mejor para que las generaciones que vinieran pudieran disfrutar de
eso o sino seguir luchando para conseguirlo.

MG: ¿Era importante para la organización la proyección de tener hijos?

Carmen: En realidad había una postura dentro de la organización. Incluso había


un escrito, un cuadernillo, una cosa que leíamos siempre que era sobre la moral
revolucionaria, la familia, la crianza de los hijos…

MG: ¿Moral y Proletarización?

281
Carmen: Sí. Ese era un material de estudio obligado, bah, en general, en todos
los equipos se discutía. Cuando yo caí por primera vez mi marido no estaba acá
y estaban los compañeros y en realidad mi hija estaba con mi familia y en ningún
momento se me ocurrió sacarla ni que la tuvieran mis compañeros. La segunda
vez también, caímos, estuvimos casi nueve años presos y nosotros decidimos que
fueran con nuestros padres. Hay varias cuestiones. En el segundo contexto era a
fines del ’, ya había desapariciones, pero además había una confianza construi-
da, nosotros teníamos una familia que nos contenía y que nosotros sabíamos que
los iban a educar en la verdad, es decir, para qué íbamos a cargar a los otros que
ya demasiado tenían. Y esto era así, uno construía relaciones de confianza y de
compañerismo que hacían que el cariño y la identificación con el otro era cuasi
una familia. Pero, digo, es nuestra experiencia, no generalizo. (Carmen, Santa Fe,
//. Militante del –)

Los relatos manifiestan con claridad las fronteras difusas entre lo íntimo y lo
político; las infancias en el ámbito de una pareja se integraron en un núcleo
esencial de la familia revolucionaria (Oberti, ). La construcción de las
familias militantes fueron planificadas en el marco de relaciones de amor y
compromiso por el otro, pero también por la revolución, y si bien había
modelos a seguir, como los dirigentes del partido, o documentos que mani-
festaron el posicionamiento en relación con la familia, la pareja y los hijos e
hijas, algunos de nuestros informantes varones consideraron que esta proyec-
ción fue algo «natural»; dos de ellos hablaron del embarazo de sus parejas
como algo muy deseado, incluso buscando tratamientos cuando no se podía
o manifestando preocupación si esto no se producía rápidamente.

No sé si para la organización, para nosotros dos sí. Para nosotros dos era impor-
tante y después de la pérdida de la nena no pudo quedar embarazada. Hasta el
último día siempre quiso quedar embarazada, y yo acompañaba en eso también.
Se hizo tratamientos y todo. A pesar de la situación difícil que teníamos de clan-
destinidad, ya en esa época, buscó de hacer todos los tratamientos posibles para
quedar embarazada. (Flaco, Santa Fe, //. Militante del –)

: Y en cuanto a la proyección de hijos, ¿cuándo decidieron tenerlos?

Cabezón: No, eso vino solo. (…) Es un tanto incomprensible porque son plazos
muy cortos. Entonces, por ejemplo, ella queda embarazada y queda como algo

282
natural. Y el mes anterior no había quedado embarazada o el anterior tampoco,
y estábamos empezando a preocuparnos porque no quedaba embarazada.

MG: ¿Había alguna línea del Partido respecto a esta proyección?

Cabezón: No. Que los hijos eran hijos de todos. Pero en un sentido muy profun-
do de la palabra, porque en las casas donde convivíamos… Quizás por ahí haya
venido el quilombo con este vago, porque no me acuerdo que la haya tenido al-
guna vez en brazos a mi hija; fijate. En una de esas, quizás por ahí haya venido
también alguna cosa [se refiere a un compañero de la organización que vivió en
su casa operativa y que venía de Buenos Aires]. (Cabezón, Santa Fe, 7/02/2020.
Militante del PRT–ERP)

MG: ¿Por qué era importante la proyección de tener hijos?

Hugo: ¡Nos amábamos! Si amás a alguien, ¿no vas a tener hijos? Es la relación
de lo más natural, es la relación de la especie. (Hugo, Santa Fe, 12/12/2014. Mi-
litante del PRT–ERP)

El mandato social de formar una familia con hijos e hijas, podría decirse que
en el contexto de la guerrilla fue estructurante de las parejas revolucionarias,
siendo percibido en algunos casos como un proceso «natural», es decir, enten-
diendo a la familia como una unidad, comprendida por una pareja constituida
por dos personas de distinto sexo, pero además determinados por su naturaleza
a distintas funciones y roles con relación a los cuidados de la infancia princi-
palmente. Sin embargo, la familia, entendida como célula básica de la sociedad
(Maffia, 2005), se vio conmovida por la singularidad de la práctica revolucio-
naria, en tanto esas parejas con sus niños y niñas convivieron junto a otras
células, significando la ampliación de la familia nuclear tradicional, que pro-
pició un sistema de vínculos y valores esencialmente colectivos, que se mate-
rializó en un territorio metamórfico como lo fue la casa operativa.

283
Hijas e hijos de la victoria. Crianzas socializadas

El cuidado y la crianza de la infancia también fue una de las tareas comparti-


das entre militantes en las casas operativas de las organizaciones del PRT–ERP
y Montoneros. Los testimonios demuestran que el cuidado fue socializado
entre mujeres y varones militantes, y los que no eran madres o padres eran
tíos y tías.

Los compañeros cuidábamos los hijos de otros compañeros, eran todos como so-
brinos, ese era el vínculo. (Silvia, Santa Fe, 16/12/2009. Militante de Montoneros)

Recuerdo que en la cuestión del cuidado de los hijos era compartido porque
se ponían en un lugar común los hijos. Por ejemplo, pensábamos que en caso
que nos pasara algo queríamos que los hijos los tuvieran los compañeros, la fa-
milia…mucha gente tenía a su cuidado hijos de compañeros que caían. En ese
sentido veo que era un rol compartido el cuidado de los hijos. (Luisa, Santa Fe,
11/02/2011. Militante de la JUP)

…Lo que sí se hacía era socializar los hijos, los niños se conocían entre ellos, era
una subfamilia, estar con la tía tal, con los primos. En ese sentido sí, era discutir
cómo criarlos, cómo hablar con ellos de lo que estábamos viviendo, porque un
niño de cinco años no podía decir su apellido, por ejemplo. Mi hijo mayor, po-
bre, cargó con toda la responsabilidad de las dos brujitas a las que les encantaba
decir cómo se llamaban, y por ahí lo veías entrar corriendo con una hermana:
«¡Esta boluda dijo el apellido en la panadería!»; y ¿qué haces cuando la criatura
tiene cinco años y quiere ser eso? Eso se discutía mucho, pero en un tráfago de
cosas que estábamos haciendo permanentemente. No era muy fácil, porque había
cosas que teníamos que resolver, la respuesta a la situación política, la respuesta a
lo que significaba vivir solos y aislados en este marco de lo clandestino…No era
fácil, se discutía y se socializaban los hijos, era común ver a un compañero con
nueve chicos, tres suyos, más dos de fulano… Lo que de pronto también podía
generar problemas de seguridad porque ¡tanto pariente tenía este vago! Había
que contemplar todo eso, no era sencillo, había buena intención, pero no era fá-
cil. (Esther, Santa Fe, 24/02/2011. Militante de Montoneros)

MG: ¿Cómo era el cuidado de los niños?

284
Flaco: Entre todos. Los que no eran los padres eran los tíos. Éramos los tíos de
los chicos y ellos nos decían tíos a todos. Se compartía en eso. A mí me tocó vi-
vir con el Piqui Puyol en Córdoba y él estaba con las tres nenas, (…) Hasta lo
último, cuando cae. El 1° de diciembre del ’76 cae mi compañera, el 3 de diciem-
bre cae el Piqui. Y estábamos con las tres nenas, iban a la escuela… Era todo un
problema, pero se trataba de hacerlo lo más normal posible.

MG: ¿Cómo se organizaban?, ¿cómo se dividían las tareas para llevar los chicos
a la escuela?

Flaco: Se discutía. «Cómo podemos hacer hoy, mañana, pasado». «Hoy yo no voy
a estar, hoy tengo que viajar». «Tengo que hacer esto, lo otro».

MG: ¿Considera que el PRT o el ERP intentó cambiar los estereotipos con respec-
to a la crianza de los niños?

Flaco: Sí, absolutamente. Porque los queríamos criar en las casas operativas, con
chicos que empiecen a tener una ideología. No sé si bueno o malo, me parece
que en última instancia los resultados fueron más malos que buenos, pero sí se
quería. ¿Por qué lo digo? Porque muchos chicos hoy están sufriendo esas conse-
cuencias, muchos que eran chicos en esa época nos cuestionan hoy eso. Nues-
tro argumento era que lo hacíamos para darle un mundo mejor a los chicos. A
lo mejor si hubiera habido un triunfo hubiera sido así. Pero en la derrota, esos
chicos que han quedado, han sufrido mucho. (Flaco, Santa Fe, 02/10/2014. Mi-
litante de PRT–ERP)

¿Querés saber dentro de la organización? Porque sé de otros que estaban militan-


do y que tenían hijos. Estaba ese concepto de que los chicos eran parte de todo.
O sea, los chicos eran de todos. Sé de gente que vivían con los chicos en casas
operativas, todos eran los tíos, las tías, y cualquiera hacía el rol, se criaban entre
todos. (Laura, Paraná, 21/11/2014. Militante del PRT–ERP)

Como hemos visto, hubo un cambio de la concepción de familia tradicional


en las organizaciones, la familia nuclear se conmovió al compás de la acción
revolucionaria. Si bien podemos encontrar distintas modalidades, criterios y
prácticas familiares, el contexto de la guerrilla habilitó la construcción de un

285
modelo colectivo y fluido29 constituido por una variedad de integrantes que
se materializó en distintas casas operativas, donde la crianza infantil fue com-
partida, tensionando la idea de la propiedad exclusiva de las madres y los
padres (Felitti, 2016).
Estos cambios se fundaron bajo los principios de formación de Hombres
Nuevos para el futuro, confiando en las nuevas generaciones como los hijos
y las hijas de la victoria revolucionaria. El contexto de excepcionalidad de la
guerrilla condujo a la creación de fuertes vínculos de amistad y hermandad
entre la militancia de una misma célula política y militar, propiciada en algu-
nas ocasiones por la distancia con las familias de origen por diversos motivos
(la seguridad, las diferencias políticas e ideológicas o simplemente por los
traslados entre regionales). Es decir, la revolución favoreció la creación de
nuevos vínculos que tensionaron las ideas tradicionales de familia, de pareja
y de crianza.

Maternar y paternar como actos políticos revolucionarios

El análisis de las fuentes orales demuestra que se compartían y se socializaban


todas las tareas dentro de la casa operativa, pero por otro lado también indica
que entre las parejas revolucionarias la distribución igualitaria de las tareas
domésticas dependió del grado de responsabilidad que cada integrante prac-
ticó al interior de las organizaciones y, como dijimos, los cargos de mayor
jerarquía estuvieron casi en su totalidad ocupados por militantes varones.
Los prejuicios sexistas que gestaron desigualdades recorrieron transversal-
mente la estructura jerárquica de Montoneros y PRT–ERP, derramándose
especialmente en las relaciones de pareja con hijos e hijas, donde el modelo
de feminidad representado en el rol natural e instintivo de la mujer en su tarea
reproductora y guardiana del hogar continuó reproduciéndose, modelo que
se pronunció aún más en las relaciones sexoafectivas donde la mujer no mili-
taba orgánicamente.

29. Entendemos a la familia revolucionaria como «fluida», en tanto los cambios que se
producían al calor de la guerrilla hicieron que no siempre se encontraran las mismas per-
sonas conviviendo en una casa operativa, pero además porque la militancia transitó por
distintas regionales y habitó también varias casas operativas.

286
En este sentido, nos preguntamos: ¿cómo fue el acto maternar y paternar
durante la guerrilla?, ¿existieron nuevas configuraciones de maternidad y de
paternidad?

A los otros (varones) los veía colaborando más, pero también tenían menos nivel,
no lo estoy justificando, pero a lo mejor era porque tenía que hacer otras cosas.
De todos modos, él [refiriéndose a su marido] tenía su buen déficit ideológico,
su buena mentalidad machista… Los veía a los otros compañeros con los niños,
yendo al barrio, con los chicos arriba del auto haciendo una cita, con ellos, o ibas
a la casa y los veías limpiando con la criatura y ella estaba en el barrio. En ese
aspecto, cubriendo los lugares que normalmente cubríamos las mujeres. (Esther,
Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

: ¿Cómo fue la opción por la maternidad? ¿Cómo era la crianza y el cuida-
do de los hijos?

Raquel: Sé que había muchas diferencias en otras parejas, por ejemplo, una com-
pañera decía: «Militamos el día entero, nos levantamos los dos al mismo tiempo,
estamos todo el día juntos, pero cuando volvemos a casa, soy yo la que lava los
pañales». Pero yo no, mi compañero en ese sentido era una perla (no es porque
esté muerto, porque el otro compañero que no lavaba los pañales está muerto
también). Mi compañero compartía absolutamente todo, la crianza de nuestra
hija, el hogar, quizás cocinaba menos que yo porque sabía menos, pero él lavaba
después, me ayudaba a lavar la ropa (porque en la época no teníamos lavarropas
o cosas así), se lavaba todo a mano, las sábanas, etcétera.

: ¿Debiste renunciar a cuestiones de tu vida personal o de la militancia cuando


tuviste a tu hija? ¿Eso te limitó de alguna manera en la continuidad?

Raquel: No. Yo la tuve en la cárcel. Ahí estaba  horas sobre  como madre.
Cuando yo salgo de la cárcel nuestra hija tenía  meses. De entrada, los compa-
ñeros me ayudaban muchísimo. En ese momento yo estaba con tres compañeros
en una casa y la nena. Me ayudaban. Antes era todo a mano, los pañales eran de
tela y se lavaban a mano, y me acuerdo que un compañero había encontrado un
producto con el que enjuagábamos el pañal, lo metíamos adentro y eso ayudaba
mucho al lavado. En invierno era complicado, porque no se secaban. Tampoco
disponía de mucho dinero para juegos. Pero en ese sentido había mucha ayuda
de los compañeros. Eso fue en una de las células. Pero los modos dependerían de

287
dónde estabas. Porque esta compañera que citaba antes (no estábamos juntas en
las reuniones, pero yo la conocía) que decía que se levantaban temprano juntos y
cuando llegaban a la noche él se acostaba y ella lavaba los pañales… Eso dependía
del compañero. De todos modos, yo creo que, en última instancia, a nivel de la
militancia, eran siempre los hombres los que decidían. Fijate cuál era la cúpula
del partido. Creo que entre los «montos» también era esencialmente masculina.
Pero es que sería ridículo pensar que uno puede disociarse de la sociedad. Noso-
tros salíamos de ahí, lo que pasa es que queríamos aprender. Entonces uno sabe
bien que los caminos para cada uno son diferentes, toman diferentes tiempos. En
mucha gente había una real voluntad de cambio de estructuras mentales, pero no
es una cosa que sea evidente, que porque vos lo decidís se cambia. (…) Pero, aun-
que existiera esa voluntad, aunque muchos compañeros se hubieran dado cuen-
ta de que no estaban bien ciertos modos de funcionamiento, para cambiar eso,
hubiésemos necesitado mucho más tiempo, 20 años más, como para que se mo-
dificara progresivamente. (Raquel, Santa Fe, 22/12/2014. Militante del PRT–ERP)

yo me acuerdo que la nena tenía cinco cambiadas de pañales por día y nos re-
partíamos cuáles iba a lavar yo y cuáles iba a lavar él, pero no porque ninguno se
lo impusiera, digamos, sino porque él venía a lo mejor a la noche tarde, pero él
quería tener un contacto con las cosas de su hija, entonces guardame para que yo
le dé la última mamadera, no sé esas cosas eran. (Susana, Santa Fe, 24/11/2009.
Militante de Montoneros)

Para muchas mujeres la maternidad fue todo un desafío de valentía y atrevi-


miento porque su participación política y pública las condujo a la doble tarea
y esfuerzo de militar y maternar, sumado a los riesgos que corrían cuando se
fueron incrementando los niveles de represión. En relación con esto, algunas
de las mujeres entrevistadas comentaron que, si hubieran dimensionado la
gravedad del riesgo para con sus pequeños y pequeñas, no hubiesen optado
por la maternidad; aunque esto es una evaluación retrospectiva en el marco
de la derrota y el sufrimiento que implicó el distanciamiento con sus hijos e
hijas, la muerte o la desaparición de sus parejas.
Pese a estas consideraciones que implicaron revisar aquello realizado y que
desde su presente lo harían de otra manera, la mayoría de nuestras entrevis-
tadas que militaron en Santa Fe recuerdan haber sentido un deseo muy fuerte
por la maternidad, mientras que aquellas que no atravesaron esa experiencia
durante la guerrilla los motivos se debieron fundamentalmente a sus tempra-
nas caídas o las de sus compañeros.

288
…fue la terrible dificultad que a mí significó asumir la clandestinidad cuando se
empezó a podrir todo, socialmente hablando, asumir que tenía que abandonar
a mis hijos. Y los tenía que abandonar. Todas las noches antes de ir a dormir or-
ganizábamos las vías de escape, dónde quedaban encerrados los chicos, por dón-
de nos escapábamos. Eso siempre para mí fue una cosa tremenda, muy terrible,
hoy la pienso y me sigue pareciendo muy terrible. Sé que no había otra manera,
la otra manera era no tener hijos y ya los tenía. Mirá lo que te voy a decir, creo
que si hubiera planificado mi pareja en el ámbito de la militancia no hubiera te-
nido hijos o no los hubiera tenido inmediatamente porque para mí fue una de
las cosas más dolorosas de mi vida. El tener que separarme de mis hijos, estar
siete años presa con mis hijos chiquititos como eran, fue lo peor que me pasó en
la vida. Yo estuve siete años en cana, una tenía tres, la otra tenía cinco y el varón
tenía siete, y me sigo emocionando como cada vez que lo digo. No fue fácil, fue
muy difícil y sigue siendo. (Esther, Santa Fe, //. Militante de Montoneros)

Dentro del grupo de testimoniantes del –, en el caso de Laura la


experiencia de maternar la condujo a tomar distancia de la exposición pública
y de la práctica política revolucionaria más directa aunque se relacionó también
con la sensación que sintió de desprotección por parte del partido; podríamos
suponer que estas emociones se relacionaron con el distanciamiento con sus
hermanos varones, quienes la iniciaron en la militancia siendo cuadros polí-
ticos de renombre dentro del partido en la localidad, y que, para ese entonces,
ninguno de los dos se encontraba militando ni en la ciudad de Santa Fe ni en
Rosario.
Cabe aclarar que del total de mujeres entrevistadas de los grupos del –
 y Montoneros que se decidieron por la maternidad este fue el único caso
que se nos presentó donde se tomó la decisión de alejarse de la práctica de la
militancia, al menos de manera más directa, en tanto siguió colaborando y su
casa continuó operando.

.: Y en esa opción por la maternidad, ¿cómo era la crianza y el cuidado de los
hijos? Usted tuvo su primera hija en Rosario…

Laura: Yo estaba prácticamente sola en Rosario, porque cuando nace mi hija,


dije: «Yo no voy a seguir militando». Por qué, no sé, fue así, me pasó. Yo la tuve
en mis brazos y dije: «No». Y venía una época que ya se veía que iba a venir… Ya
empezaba la Triple A… Dije: «No la voy a poner en riesgo». Entonces quedamos
colaborando. Por ahí Rosario quedaba en el camino de la gente que iba para el
norte, para Tucumán, entonces paraban, dormían ahí, seguían viaje; ese tipo de

289
cosas, más de apoyo. De apoyo nomás. Pero activamente no milité más. (Laura,
Paraná, //. Militante del –)

Maternar fue, sin lugar a dudas, una experiencia compleja en el marco de un


proyecto de familia revolucionaria; la maternidad fue buscada y deseada, sin
embargo, estuvo atravesada por el peligro, las condiciones de clandestinidad
y el sufrimiento por las separaciones que generó la opción política. Esta fue
la tensión por la que transcurrieron las experiencias de maternidad, muy
diferentes a las transitadas por las experiencias de paternar, como veremos más
adelante.
La maternidad en las instituciones penitenciarias fue una experiencia por
la que transitaron varias de nuestras entrevistadas, quienes expresaron que la
misma fue y sigue siendo para ellas un dilema de difícil resolución. El relato
de una militante del – fue considerado como aquel que resume la
complejidad de aquella condición.
Carmen cayó presa en octubre de  —y, por nueve años consecutivos—
junto a su hija; además fue torturada con un embarazo de tres meses y debió
afrontar las complicaciones de salud de ambas hijas en el contexto de encierro.
La historia de esta militante perretiana santafesina es, entre otras cosas, la de
una madre que se aferró a sus pequeñas y luchó incansablemente junto a los
vínculos solidarios de sus compañeras presas políticas, debido al miedo de no
volverlas a ver nunca más.

: Usted estaba presa con V*, ¿dónde?

Carmen: En la Alcaidía de Chaco, nosotros caímos en Resistencia. (…) V* estu-


vo conmigo, pasó todo el periplo de brigada y Alcaidía de Chaco, coordinación,
vuelta y demás; y estaba con un problema de salud, tenía un absceso, se infectó,
estaba mal y no me atendían. Entonces, cuando me levantaron la incomunica-
ción… Ahí sí, estábamos los dos en Alcaidía y pedí tener una entrevista con mi
marido para decidir y me la dieron. En realidad, era una excusa para hablar otras
cosas, pero centralmente era por V*. Entonces ahí decidimos juntos que la lleva-
se la familia (…) Ahí decidimos que la sacaran, que le atendieran la salud y que
después volviera a entrar. En esa época todavía era un gobierno constitucional
y constitucionalmente te correspondía hasta los dos años tener los chicos. Ahí
ella sale, se la traen mis padres y se declara el estado de sitio y a mí me trasladan
a Buenos Aires, a Devoto. A mi marido lo dejan ahí y después lo llevan a Raw-
son. Yo estaba embarazada de mi segunda hija que es la que nace en la cárcel.
(…) Las dos estuvieron más o menos hasta la misma edad biológica conmigo.

290
V* cumplió un año cuando estábamos en Coordinación y salió cuando tenía un
año y un mes, y A* cumplió un año en abril y en junio del ‘76 los milicos sacan
el decreto 955/76 que establece que las madres que estábamos con nuestros hijos
presos no podíamos tener a los chicos mayores de seis meses, entonces ahí tu-
vimos que entregar a todos los chicos. (…) A* las ligó todas, tuvo problemas a
raíz de la tortura, yo estaba embarazada de tres meses cuando… En realidad, no
tuve problemas con el embarazo ni con el parto, pero a los tres meses creí que
se me moría, estuvo muy mal, no le descubrían qué tenía, y después de muchas
peleas y de «jarreos», esas cosas que hacíamos en la cárcel, logramos que me sa-
caran con ella y la internaron en lo que era el Hospital Rawson en ese momen-
to (que no existe más), eso era en junio del ‘75 más o menos. De un día para el
otro fue como que se descompaginó y era llanto y vómito, no dormía, no comía,
no tenía horario para nada. En realidad, la veía el pediatra del penal y llegó un
momento en que dijo: «Esta nena se está deshidratando, no sé qué tiene, no sé
qué hacer». No me querían llevar con ella porque tenía que salir sola. Y: «Yo no
la dejo, yo no la dejo», peleamos y conseguimos. Fuimos al Hospital Rawson,
con una custodia que no te podés imaginar, eran todos los pisos llenos de canas.
Eran épocas del Rodrigazo, pleno ‘75, los médicos… yo creo que esos médicos
están hoy la mayoría desaparecidos. Yo tenía una custodia muy fuerte, meten a
la nena en un box y me meten a mí y tenía una cana adentro. Los médicos esos
peleaban a brazo partido porque se los respetara, no los podían ni ver, le decían al
cana: «Usted de acá sale», la historia clínica no la quisieron hacer. Como máximo
consiguieron que quedara un poquito abierta la puerta, porque los canas tenían
que estar adentro porque era custodia de la Federal. Así, viéndolos pelearse con
todos, empiezo a ver que los tipos son re piolas. Me hacen una historia clínica
que nunca en mi vida me hicieron, de preguntarme si jugaba con la nena, si le
hablaba del padre —mi marido no la conocía, la conoció cuando tenía un año
y medio, dos años—; yo les decía «Me da vergüenza decirlo, pero sí, yo cuando
llega carta de él le digo que llega carta de papá…». (…) Ellos me dieron la tran-
quilidad de que le iban a hacer todo, yo decía: «Esta es la única oportunidad que
tengo, porque si no a mi hija la tengo que sacar, la tienen que atender afuera y
no la voy a ver más, ya sé que no la voy a ver más». (…) le hicieron una serie de
estudios y demás, (…) después concluyeron en el diagnóstico que en realidad no
tenía nada orgánico, que era funcional y que eso se debía a las descargas eléctri-
cas que había recibido justo en el tercer mes de gestación, el tema de la relación
con la formación del sistema nervioso, y que era una nena que tenía un nivel
de sensibilidad mayor que el normal, que no llegaba a ser patológico pero que
era disfuncional, yo lo entendí después cuando estudié esto. (Carmen, Santa Fe,
9/11/2014. Militante del PRT–ERP)

291
Ser mujer y ser madre en un contexto revolucionario, si bien fue una tarea
compleja y colmada de connotaciones sexo–genéricas, fue socializada en el
territorio de las casas operativas, pero también fue colectiva en los espacios de
encierro, cuando las militantes, a veces con sus hijos e hijas, caían presas,
gestando condiciones excepcionales donde la identidad maternal fue pública
y profundamente política (Nari, 2004). La maternidad durante la militancia
ha dejado huellas profundas en las mujeres, que permiten diferenciar los tes-
timonios de aquellas que fueron madres de aquellas que no lo fueron, como
plantea Laura Pasquali (2007), por el esfuerzo que implicó responder a la doble
demanda de militar y maternar.
Consideramos que la maternidad de las guerrilleras durante el contexto
revolucionario no fue una actividad excluyente de las mujeres de la participa-
ción política, ya que pudieron intervenir públicamente en las organizaciones
armadas, aunque limitadamente, en tanto su condición de género les implicó
un doble o triple esfuerzo de madres, militantes y trabajadoras; y que las
posicionó en un lugar marginal dentro de las jerarquías de las organizaciones
contribuyendo a la reproducción de las desigualdades sexistas, demostrando
que la construcción de un Hombre Nuevo no fue neutral.
A pesar de lo expuesto, las madres guerrilleras alteraron los estereotipos de
género asignados tradicionalmente a las mujeres, tensionando, aunque no sin
contradicciones, la exclusividad de la maternidad y de la reclusión al espacio
doméstico, así como la exclusión en la participación política.
Las entrevistas también demuestran que hubo una redefinición del concepto
de paternidad. Los padres militantes comenzaron a tener una mayor impli-
cancia en los cuidados de la infancia y una relación afectiva más próxima,
diferenciándose en algunos puntos del modelo de crianza de su propia gene-
ración donde el vínculo afectivo entre las madres y sus hijos e hijas no estaban
acompañadas de expresiones semejantes respecto del padre, como señala Isa-
bella Cosse (2010:177)

Mi hijo era una mochila, pobre, viste, dormía en los sillones del sindicato, porque
mi militancia después del ‘73 en realidad tiene que ver con algunas actividades
por ahí de logísticas pero era una militancia político–gremial…así que reuniones
gremiales en continuidad y obviamente mi hijo dormía en los sillones del sindica-
to, a veces pobre yo llegaba a casa y lo zamarreaba un rato viste vení que tenemos
que comer hijo (Juan Marco, Santa Fe, 14/02/2009. Militante de Montoneros).

292
Después, por ejemplo, nos encontrábamos todos en la sala del pediatra con los
chicos. Si alguien no podía llevar el chico al médico lo llevaba el que estaba. (Da-
niel, Santa Fe, 25/02/2011. Militante de FAR–Montoneros)

MG: Y volviendo a la paternidad, ¿cómo era la crianza, el cuidado?

Cabezón: Totalmente compartido. Por lo menos en mi caso era totalmente com-


partido.

MG: ¿Eso qué significaba?

Cabezón: Menos la teta, todo. Significaba cambiado, acunado, médico, todo.


Bueno, que después con ella [su actual pareja], lo tuvimos con los cuatro.

MG: Pero, por ejemplo, en el cuidado, si vos o ellas tenían una reunión…

Cabezón: Bueno, por ejemplo, estaban planificadas actividades en donde se ponía


como condición quién cuidaba la nena. Entonces, por ejemplo, había que salir a
hacer pintadas, y ese día le tocaba salir a ella, a la madre, y entonces me queda-
ba yo. La otra salida le tocaba quedarse ella y salía yo. Se repartían en base a que
los dos tuviéramos la misma actividad en cuanto al cuidado de los chicos. Y los
compañeros que convivían en las casas, también. (Cabezón, Santa Fe, 7/02/2020.
Militante del PRT–ERP)

Eso fue cuando empecé a tener la experiencia de militar junto con la nena, cómo
nos teníamos que repartir porque cuando ella iba a hacer las tareas que les de-
cíamos de masas, que era trabajar con gente, iba la Flaca y yo me quedaba con
Ana. ¿Qué iba a hacer? O según, porque si había que hacer un chequeo era lo
más natural del mundo que te trajeran una criatura. Porque, ¿quién iba a pensar
mal de un tipo que va con una nenita? Después siempre quedaba una compañe-
ra al cuidado de los nenes cuando una iba con nosotros a hacer algo. Teníamos
mucho trabajo político además en esa época, entonces se habían suspendido las
operaciones militares en el gobierno de Cámpora, había una tregua. No el Ejér-
cito. Bueno, es opinable todo eso.

MG: En esa convivencia, ¿cómo eran las distribuciones de tareas? ¿Qué hacía uno
y qué hacía otro? Las cosas más cotidianas, como ir al supermercado.

293
Manuel: Podía hacerla cualquiera de los dos, no había una regla. Por ejemplo, a
la Gaby [otra compañera que vivía en la casa operativa] le gustaba cocinar, no le
gustaba que le metieran mano. Decía: «Yo me encargo de esto». Era la que más
predisposición tenía a cuidar los niños. «Vos no te preocupés, que yo me quedo».
Y a veces iban las dos con los chicos, íbamos todos. Pero dependía de cuál era la
actividad concreta. Si era una actividad de ir a parar un camión de pollos para
repartirlo al barrio donde hacíamos trabajo político, no podíamos ir con niños,
de ninguna manera. Además, íbamos armados y podía haber riesgo de enfren-
tamiento. Entonces ahí los niños se quedaban con alguna de las dos, o se han
quedado con algún compañero alguna vez, porque reclamaban ellas y no había
discusión. Si se podía, se sopesaban las cosas. (Manuel, Santa Fe, //.
Militante del –)

En su mayoría, las narraciones de varones montoneros y perretianos dan


cuenta de una responsabilidad compartida en relación con la crianza y cuidado
de la infancia; los varones guerrilleros se atrevieron también a tensionar los
mandatos de masculinidad tradicional y se encargaron de varias tareas; los
llevaban al pediatra, lavaban y cambiaban los pañales, los acunaban para dor-
mir, les daban de comer, jugaban y eran mucho más demostrativos con el
afecto. Es decir, que el contexto de la guerrilla y la participación en pareja para
la revolución implicó también agrietar los roles tradicionales asignados a los
varones, como proveedor, racional y público. Los testimonios de las mujeres
también demuestran que en muchas oportunidades se sintieron acompañadas
por sus parejas, vivenciando una crianza compartida, percibida como un cam-
bio, aunque moderado, en relación con sus padres.

: ¿Cómo era la relación de los varones con el cuidado de los hijos?

Ana: Era diferente a como yo lo había vivido, a como era una familia tradicio-
nal. Participaban, cuidaban a los chicos, les hacían la mamadera, los cambiaban,
jugaban con los chicos, ahí sí se veía un cambio notable. Por ejemplo, yo tengo
un sueño muy pesado, era muy dormilona, y cada vez que nacía un hijo era F*
el que se despertaba de noche, iba a buscar el chico, lo traía y yo lo ponía en la
teta y después F* lo paseaba para que eructe, lo cambiaba… Como F*, todos
los compañeros. Había muchos cambios de base, porque tampoco los cambios
pueden ser mágicos. Pero sí hubo muchos cambios. (Ana, Santa Fe, //.
Militante del –)

294
La participación más o menos comprometida de los padres con el cuidado de
sus hijos e hijas, según los testimonios, dependió en algunas oportunidades
del nivel de responsabilidad de los varones dentro de las organizaciones, de
las tareas que debía realizar cada integrante de la pareja, pero también del nivel
de compromiso con la paternidad que cada compañero varón asumió en aquel
momento. Lo que sí es cierto es que a pesar de que las tareas de cuidado, en
su mayoría, eran compartidas, las mujeres continuaron siendo las responsables
principales de la crianza pese a los cambios que se dieron durante la militan-
cia y la convivencia en una casa operativa.

MG: ¿Cómo fue su rol paterno, la crianza y cuidado de sus hijas?

Hugo: Más que nada en Chaco, porque ahí militábamos en distintos espacios.
Se daba que ella, por sus actividades, me la pasaba a V* y yo me la llevaba a una
colonia aborigen que estaba a las afueras (…), en Chaco, ahí tenía una base. Al-
gunos todavía se acuerdan de las cagadas de V*, le daba el Nestum y la comida y
¡las cagadas! Porque en esos tiempos no existía el pañal descartable (existía, pero
era carísimo). En donde estuviera tenía que ir a buscar agua, a veces a una lagu-
na, lavar los pañales y ponerlos a secar en medio de los árboles y ponerle los pa-
ñales que me daba M*. Pero una vuelta, veníamos por una vía como a las 12 de
la noche, V* se caga y decíamos: «Si hay milicos nos van a sentir como a 50 me-
tros de distancia, porque hay un olor…». (…) Pero la mayor parte de la relación
la tenía ella con V*, que nació en octubre, yo me fui en febrero, vuelvo en junio,
en julio vuelvo a ir adentro; volvía una vez al mes o cada 15–21 días… Y esa era
mi relación. Después, estando en la cárcel… De la última vez que la vi hasta que
vuelvo a verla en los ’80, V* había aprendido a caminar en la Alcaidía. Después
no la veo más, a mí me trasladan al sur y durante cinco años no la veo. Ella [se
refiere a su pareja] sí la veía; porque mis suegros no viajaban al sur, viajaban mis
viejos, era carísimo. Y ellos tenían que sostenerlo porque ya tenían dos hijos pre-
sos. Pero estaba el vidrio de por medio, no se permitía hasta los tres años que te
vieran. O sea, V* me descubre en el año 80 recién. A* no me conocía, la conozco
en los ‘80 recién. (Hugo, Santa Fe, 12/12/2014. Militante del PRT–ERP)

Como hemos dicho a lo largo de este trabajo, la guerrilla fue un fenómeno de


su época pero también del espacio social y cultural donde se llevó adelante la
militancia, y si bien el modelo de paternidad tradicional se fisuró sin lugar a
dudas, la muestra pública de estas nuevas modalidades de crianza y de los nue-
vos formatos de paternidad en Santa Fe pudieron ser movimientos riesgosos
porque, como nos comenta seguidamente Daniel, asumir nuevas formas de

295
crianza por parte de los padres demostradas en público significó cierta eviden-
cia del compromiso y de la militancia dentro de alguna organización por parte
de las fuerzas de seguridad, representando una limitación para la construcción
de un nuevo modelo de paternidad como se evidencia en el testimonio del
militante de Montoneros que siempre tuvo una participación política y militar
en la ciudad de Santa Fe a diferencia de lo que nos cuenta Manuel más arriba
que la mayor parte de su paternidad transcurrió en Buenos Aires.

Era un signo de identificación. Había salido una cartilla de la Policía Federal


que decía: «¿Cómo identificar un guerrillero?: Fuma Particulares 70, toma yer-
ba Taragüí, normalmente andan con los bebés a cuesta y el bolso para cambiar-
le los pañales en el hombro». Eran cosas para identificarnos. (Daniel, Santa Fe,
25/02/2011. Militante de FAR–Montoneros)

Como hemos planteado, la construcción de un Hombre Nuevo para la mili-


tancia del PRT–ERP y Montoneros implicó nuevas formas de hacer política, con
valores que se relacionaron con una moral revolucionaria que significaron cues-
tionar y dejar atrás los principios de una sociedad burguesa–capitalista. Es por
esto que, en el proyecto de construcción de una nueva sociedad socialista, los
hijos fueron planificados en la convicción de que disfrutarían una sociedad más
justa, que representarían los Hombres Nuevos del mañana (Sepúlveda, 2015).
Desde este convencimiento, la crianza y el cuidado de la infancia se produjo
en muchas oportunidades de manera colectiva, donde la maternidad y la
paternidad se socializaba entre los y las militantes, todos eran tías y tíos, por-
que las infancias debían criarse en una familia revolucionaria.
Asimismo, se evidenciaron nuevas modalidades referidas a la paternidad;
sin embargo, y pese a lo disruptivo de las experiencias revolucionarias, las
organizaciones estuvieron atravesadas por las estructuras sociales y culturales
de la época y de la localidad, dejando poco margen a los cambios radicales.
Podría analizarse, entonces, que los testimonios demuestran una y otra vez
la superposición de lo personal con lo político cuando de los hijos e hijas se
trataba. La maternidad, pero también la paternidad revolucionaria, articularon
un proyecto político que era a la vez personal, donde maternar y paternar
fueron actos políticos detrás del convencimiento de que se estaban dejando
en el mundo las próximas generaciones de sujetos revolucionarios, los Hom-
bres Nuevos; ¿y las Mujeres Nuevas? Lamentablemente, la concepción neutral
de sujeto, que respondió a la representación masculina, contribuyó en la con-
tinuidad de la reproducción de desigualdades de género, aunque con algunas
fisuras, que nuevas generaciones retomaríamos.

296
Conclusiones

Desde los inicios de la construcción de nuestro espinel investigativo nos pro-


pusimos analizar, tomando como punto de partida los aportes de los campos
de Estudios de Género y de la Historia Reciente principalmente a través de
un diálogo posible desde un punto de vista feminista, los modos en que se
construyeron las relaciones de género en dos organizaciones armadas —PRT–
ERP y Montoneros— en la localidad de Santa Fe.
Este estudio se enmarcó en una perspectiva de género y pretendió analizar
las organizaciones armadas, recuperando con especial atención los sentimien-
tos y lo personal de las experiencias políticas de la militancia setentista. Al
mismo tiempo, desde una perspectiva interseccional, atendió a la complejidad
social, es decir, a la trama construida por múltiples dimensiones y variables
de la diferencia afectadas mutuamente, de modo tal de lograr un acercamiento
a la posibilidad de cartografiar las márgenes constitutivas de la identidad de
la izquierda revolucionaria setentista. Asimismo, desde un enfoque regional
y local, tuvo la finalidad de realizar una reconstrucción situada y contextuada
de las características y particularidades del entramado de relaciones de poder
entre mujeres y varones militantes en la ciudad de Santa Fe.
En este trabajo se privilegiaron las fuentes orales para contribuir con una
Historia Oral que orientara el estudio de las relaciones de género construidas
animadamente entre el mundo privado y público de la experiencia militante
al interior de las organizaciones armadas. La construcción de fuentes orales
nos permitió sumergirnos en la experiencia política/pública de la militancia
y, en especial, bucear en las profundidades de las esferas escondidas de la vida
privada/íntima, lo personal y afectivo de sus prácticas en las memorias mili-
tantes. En este sentido, la hipótesis que articuló este trabajo consideraba que
en las experiencias diversas de mujeres y varones militantes de las organiza-
ciones armadas se produjeron articulaciones —pero también tensiones— entre
la esfera de participación política/pública y la esfera privada/cotidiana de la
militancia en PRT–ERP y Montoneros en la Santa Fe setentista. Y que, en la
dinámica de las relaciones de género construidas en la trama social compleja
de esas esferas, se habilitaron ciertas fisuras respecto de los roles tradicionales

297
de género atribuidos a mujeres y varones producto de la excepcional modali-
dad de la vida militante durante la guerrilla.
Este fue el marco interpretativo que nos permitió transitar el complejo
entramado de investigación para llegar así a algunas reflexiones finales.
Como hemos visto, el contexto donde emergió la insurgencia revoluciona-
ria, y en especial aquel que propició la formación de organizaciones armadas,
se inscribió en un proceso de transformaciones económicas, políticas, sociales
y culturales en la Argentina, América Latina, pero también a nivel internacio-
nal. Durante nuestra investigación, nos encontramos que Santa Fe también
había sido protagonista de esos cambios y que la sociedad santafesina se encon-
traba durante mediados de los sesenta y principio de los setenta en proceso
de fermentación a un ritmo local, como decidimos caracterizarla.
La ciudad presentaba algunos rasgos particulares que fueron especialmente
reconstruidos para nuestro estudio, considerados importantes para dar cuenta
de la especificidad que adquirió la guerrilla como fenómeno social y político
en la localidad. Santa Fe, como capital y centro administrativo de la provincia,
no representaba una urbe industrial. Y si bien constituía una de las dos ciu-
dades más pobladas de la provincia junto a Rosario, la cantidad de sus habi-
tantes representaba un poco menos de la mitad de la población de esta última,
siendo un espacio que en términos demográficos podría considerarse no dema-
siado grande en comparación a otras capitales, pero sí importante en términos
políticos–administrativos y educativos, por la concentración de sus universi-
dades.
Nos hemos referido a la ciudad de Santa Fe y sus alrededores como un
territorio posible de realizar operativos armados, aunque con algunas com-
plejidades —a las que sumamos su ecosistema fluvial y sus escasas salidas o
vías de escape— para desplegarlos con gran espectacularidad. Además, hemos
demostrado el desarrollo de disímiles expresiones de la guerrilla que no se
limitaron a las organizaciones armadas más importantes y reconocidas como
las estudiadas u otras como FAR, FAL y FAP, sino que también en los albores
de los setenta se habían formado pequeños grupos de comando que manifes-
taron un amplio abanico de posibilidades para la militancia que la localidad
ofrecía.
El mapeo de los operativos políticos y militares de Montoneros y PRT–ERP
durante los años 1969 a 1971 —reconstruido pormenorizadamente con las
fuentes escritas, orales y gráficas— evidenciaron que la ciudad de Santa Fe fue
un territorio de insurgencia que fermentaba progresivamente y en sintonía con
los acontecimientos regionales y nacionales y que no solo ofició de cantera de
militantes, sino que también posibilitó acciones armadas de propaganda polí-

298
tica que confluyeron con un importante trabajo de masas. Es decir, fue un
contexto propicio pero complejo para la lucha armada, que significó también
que el accionar político y militar se expandiera a otras zonas cercanas, locali-
dades más pequeñas, con menos seguridad para llevar adelante acciones de
propaganda política.
La primera acción armada del grupo originario de Montoneros fue realizada
por una de sus células en septiembre de 1969 en San Carlos Sud, localidad del
Departamento Las Colonias, por el comando Eva Perón. Tal como analizamos,
la relevancia de este primer operativo fue que sus objetivos se relacionaron
con hacer explícita la convocatoria que pretendió establecer redes revolucio-
narias con otras regionales, manifestando, por un lado, que el grupo tenía una
muy buena caracterización de otras regionales —como las de Córdoba, Rosa-
rio y Tucumán— donde se encontraban los focos del conflicto; y por otro,
que la invitación daría cuenta de que Santa Fe, para fines de los años sesenta,
constituía un importante centro de militancia combativa.
El proceso de formación de células clandestinas que luego convergen en
Montoneros en la ciudad pueden rastrearse desde fines de 1967 y principios
de 1968. Estas se constituyeron en base a la inserción territorial, política y
sindical, y progresivamente irán optando por la lucha armada. El peronismo
fue el fundamento ideológico de sus prácticas, así como el socialismo su obje-
tivo y la lucha armada su método. Pero especialmente hemos considerado que
el evitismo tuvo una impronta significativa en la construcción identitaria de
algunas de las células de la localidad, que se reapropiaron de un peronismo
simbolizado en Eva Perón, denominando de este modo a uno de los primeros
comandos —luego devenido en Unidad Básica— y haciendo explícita la
importancia de su figura en algunos de sus comunicados.
Otro operativo de gran envergadura y despliegue, donde confluyeron las
células del MEUC y de Ateneo Universitario quedando en el olvido dentro de
la historia local pero también en la historia de Montoneros a nivel nacional,
fue La Toma de Progreso realizada meses antes de la Toma de la Calera, pero
que, sin embargo, no fue considerada como un antecedente inmediato ni
tampoco como uno de los primeros copamientos en el país. Ambas acciones
armadas tuvieron gran éxito en el proceso de fogueo de las células del Grupo
Santa Fe.
Desde septiembre de 1969 hasta agosto de 1970 se produjeron cuatro accio-
nes de propaganda política importantes en la localidad y sus alrededores,
donde se dieron a conocer los objetivos de la guerra revolucionaria alentando
al pueblo como único destinatario de poder a través de un trabajo conjunto
con los obreros de la FIAT y de Tool Research, acciones que además tuvieron

299
como objetivos la recuperación de armas, explosivos y dinero, necesarios para
la infraestructura de la guerrilla. El derrotero de operativos realizados y las
distintas casas operativas ubicadas a las afueras de la ciudad situadas en un
mapa, nos demostraron que posiblemente se intentaba construir un cerco que
rodeaba al adversario ubicado en la ciudad capital.
La consolidación de esta organización político–militar en la localidad no
será hasta febrero de 1971, cuando el grupo Santa Fe, a través de otra acción,
se autodefine e identifica con Montoneros dando paso a su confluencia defi-
nitiva. Y, aunque unos días más tarde la célula fundacional del MEUC es
descubierta en una de las casas operativas de Arroyo Aguiar, las acciones con-
tinuaron, demostrando el despliegue y la fortaleza alcanzada por la organiza-
ción en la localidad, aunque con algunos altibajos hasta noviembre del mismo
año donde se llevó a cabo el primer operativo realizado conjuntamente por
Montoneros, FAR y FAP, el llamado «operativo banquito» en el marco de
construcción de las OAP. Asimismo, no debemos olvidar el aumento de dis-
tintas Unidades Básicas de Combate que se han identificado. En suma, con-
cluimos que el recorrido que realizamos de los operativos políticos y armados
de Montoneros nos condujeron a la reflexión de que, haciendo foco desde un
análisis regional/local, la organización en Santa Fe se encontraba fortalecida
hacia fines de 1971 a pesar de que, como plantean investigaciones anteriores,
Montoneros se encontraba debilitado a nivel nacional.
Por su parte, recorridos diversos, aunque por momentos simultáneos, tuvo
el proceso de formación del PRT–ERP en la localidad capitalina. El ámbito
estudiantil, desde 1968, fue uno de los espacios que albergó a los primeros
integrantes de la agrupación universitaria del PRT: la ARE–TAR, que con pos-
terioridad se disolverá dando paso a la creación del ERP, destinando todo el
partido al combate. Asimismo, entre los años 1968 y 1969, varios militantes
del PRT consideraron la necesidad de salir del ámbito estudiantil y realizar un
trabajo de masas y proletarización. Sin embargo, son distintos los grupos —
también del ámbito obrero/sindical y del cristianismo posconciliar— que
confluyen en el marco del PRT–ERP, y que progresivamente irán definiendo
sus posturas ideológicas marxistas con reivindicación guevarista, además del
énfasis puesto en la práctica de inserción obrera, así como en el fuerte elogio
a la acción como encarnadura de un buen militante. Identidad que irá encon-
trando una impronta ajustada a las características de una ciudad que no repre-
sentaba una gran urbe industrial, pero que, a pesar a esto, la militancia perre-
tiana irá buscando su inserción política en zonas cercanas que le permitieron
desenvolver este perfil político–ideológico, por ejemplo, con los obreros del
ferrocarril de Laguna Paiva y del Frigorífico en Nelson.

300
A diferencia de Montoneros, una de las especificidades de su disposición
fue que la organización separó al partido del ejército revolucionario, creando
el ERP en julio de 1970. En la ciudad, discrepando con investigaciones ante-
riores que consideran que los inicios de los operativos armados fueron entre
los primeros meses en 1971, hemos demostrado que la primera acción de un
comando del ERP en Santa Fe se produjo en diciembre de 1970 dando cuenta
de que previamente hubo un desarrollo significativo de la actividad política
en los frentes de masa. Encontramos varios comandos del ERP operando
paralelamente en la ciudad como fuera de la misma. El análisis total de la
modalidad de acciones armadas vinculadas con los objetivos elegidos, la redac-
ción de los comunicados y sus fundamentos políticos e ideológicos, los men-
sajes elocuentes expuestos a través de la intervención de pintadas en las pare-
des y especialmente el modo de devolverle al pueblo lo que el ERP expropiaba
de la burguesía a través de los denominados repartos (de útiles escolares en las
escuelas de barrios marginales, chapas de zinc, leche y carne en barrios peri-
féricos) fue la tendencia de la práctica revolucionaria particular que adquirió
el PRT–ERP en la localidad, aunque semejante a otras regionales y diferente
de las prácticas llevadas adelante por Montoneros. De igual modo, se analizó
que, si bien ambas organizaciones llevaron adelante una modalidad de gue-
rrilla que consistió en realizar operativos de gran envergadura a pocos kiló-
metros de la ciudad, en localidades pequeñas y alejadas de la capital, encon-
tramos diferencias entre ambas. No solo Montoneros realizó mayores y
audaces tomas en los pueblos cercanos, sino que además analizamos que, si
bien su objetivo fue la propaganda política, la obtención de dinero y armas
fue principal, situación que se vio evidenciada de igual manera en las acciones
dentro de la ciudad. Por su parte, PRT–ERP, durante el período analizado,
solo llevó adelante un operativo cercano a la localidad, a partir de lo cual
pareciera que el riesgo y la espectacularidad de la acción solo adquirió sentido
porque estuvo dirigido especialmente a los obreros de la carne. En este último
operativo —nos referimos a la Toma del Frigorífico Nelson— si bien dos
cuadros importantes del partido fueron apresados, incluso un referente impor-
tante como Alberto Carlos del Rey, los comandos continuaron actuando en
la localidad manifestando la variedad y fortaleza que estos representaban para
el ERP hacia finales de 1971.
El territorio capitalino, durante los años 1969 y 1971, alojó, aunque con
trayectorias diversas, a las dos experiencias guerrilleras más importantes de la
época, quienes llevaron adelante un gran esfuerzo de combinar el trabajo de
masas con la lucha armada dirigida por el pueblo, o, como lo explicitó con
mayor énfasis el PRT–ERP, dirigida por la clase obrera. Asimismo, hemos

301
demostrado que los grupos de militantes de dichas organizaciones mantuvie-
ron vínculos de alianza con otras regionales, especialmente con Rosario por
parte del PRT–ERP y con Córdoba por Montoneros, que les permitió comba-
tir en mejores condiciones o propiciar apoyo a las mismas.
Si bien nuestra investigación realizó un recorrido de las acciones armadas
en Santa Fe que culmina en el año 1971 y responde al interés de recuperar los
orígenes de las organizaciones, consideramos de gran interés continuar con el
estudio de las trayectorias de los operativos políticos y militares, en tanto
constituyen una potencial línea investigativa que abriría nuevos interrogantes,
analizando otros períodos de Montoneros y PRT–ERP en la localidad.
Continuando con la caracterización de la ciudad, otro rasgo particular, como
hemos descrito, fue que los sectores hegemónicos de la sociedad santafesina
fueron aquellos que marcaron el ritmo de lo local. Muy conservadores y tradi-
cionales en sus costumbres, influenciados por principios y dogmas de la Iglesia
Católica, institución que, a través de varias escuelas privadas y confesionales,
educó a las elites santafesinas que tendrán una participación significativa en los
distintos ámbitos políticos. Esta situación, sumada al poder autoritario de
Eladio Modesto Vázquez, que continuó la línea moralista de la dictadura de
Onganía, condicionó la explosión cultural y la liberalización sexual que carac-
terizó a las prácticas sociales de jóvenes setentistas de la ciudad capitalina.
Territorio donde fueron posibles algunos cambios, pero también continuidades,
respecto a los patrones de conducta en las relaciones sexoafectivas y a los roles
de género asignados. En este sentido, se demostró que la revolución sexual para
los y las jóvenes en Santa Fe no solo fue discreta, sino que también silenciosa,
siendo la trasgresión a las reglas eróticas y sexuales tensionadas en algunas
oportunidades a través de diversas estrategias disimuladas.
Además de lo señalado, tres ámbitos de socialización —el estudiantil, el
catolicismo posconciliar y el obrero–sindical— fueron los privilegiados y que
posibilitaron el surgimiento de la guerrilla en Santa Fe, donde se entretejieron
redes de solidaridades y se gestaron grupos, algunos con tendencia a la radi-
calización política. Asimismo, los distintos actores sociales circularon fluida-
mente por los tres ámbitos, construyendo vínculos y alianzas que luego pro-
moverían la acción revolucionaria, como las que hemos particularizado en
esta conclusión. Por último, pero sin dudas fundamental para comprender las
nuevas formas de participación política armada, la capital provinciana durante
el año 69 fue también parte del continuo torbellino de movilizaciones y pro-
testas que se generaron a nivel nacional, de oposición y confrontación al nuevo
modelo social de acumulación de capital y a la represión de las dictaduras.

302
Esta caracterización acerca de la especificidad de la ciudad de Santa Fe y
los itinerarios por el mundo de la militancia nos proveyó de elementos nece-
sarios para estudiar y comprender, por un lado, el proceso de surgimiento de
las organizaciones armadas, pero además nos brindó la posibilidad de armar
el rompecabezas de un posible perfil de la militancia revolucionaria setentista
santafesina, por otro. Algunos indicadores de la diferencia como la experien-
cia de clase, la generación, la identidad de género, orientación y prácticas
sexuales, así como las experiencias políticas previas, fueron los que guiaron la
construcción de las trayectorias de mujeres y varones testimoniantes que deci-
dieron sumarse a los proyectos políticos y militares diferenciados del PRT–ERP
y Montoneros.
En relación con esto, de acuerdo a nuestra investigación, la construcción
del perfil militante demostró algunas particularidades que señalaron que los
y las jóvenes militantes de las organizaciones y/o los frentes de masas en la
capital santafesina no se constituyeron únicamente por sectores medios o de
la pequeña burguesía, sino que también participaron de la guerrilla militantes
que venían de familias obreras, aunque los primeros fueron los que en su
mayoría integraron estas organizaciones. Fenómeno que puede ser explicado
a la luz de las características de la ciudad que venimos exponiendo a lo largo
de este escrito. Hemos demostrado también que cuando analizamos las expe-
riencias de clase, atendiendo a la familia de origen como unidad de análisis,
vemos que existió una crisis del modelo doméstico tradicional por parte de
las mujeres militantes revolucionarias, corroborando que muchas de ellas
trabajaron y/o estudiaron, y que por tanto se animaron a reconfigurar los roles
de género de sus antecesoras que respondieron en general a mujeres dedicadas
a la crianza y a las tareas domésticas.
Asimismo, hemos encontrado diferencias en relación con el género respecto
del ingreso a las organizaciones armadas. El año 1972 operó como bisagra para
el aumento de las mujeres del PRT–ERP en Santa Fe, producto de la consoli-
dación del trabajo de inserción política que se dio fuertemente luego del
retorno al país de sus cuadros directivos con posterioridad a la fuga de Rawson,
y que coincidió con lo sucedido en otras regionales. Mientras que, por su
parte, el año 1973 lo fue para el caso de Montoneros, donde el aumento de
mujeres en sus filas se relacionó con el proceso de apertura electoral y con la
fusión con las FAR, que impactó fuertemente en la decisión de mujeres que
venían acompañando el proyecto de la izquierda peronista desde su partici-
pación en algunas agrupaciones, pero también de varones, mostrando un
crecimiento notorio de la organización político–militar.

303
Sobre el ingreso de los grupos de militantes entrevistados a las organizacio-
nes revolucionarias a fines de los sesenta y principios de los setenta encontra-
mos algunos antecedentes particulares que podemos destacar. Del grupo de
Montoneros, en su mayoría consideraron que el motivo principal se encon-
traba relacionado con su identidad política peronista de sus familias de origen,
que tensiona la caracterización general de la militancia de Montoneros cuyas
trayectorias se vinculaban en su mayoría con tradiciones familiares y forma-
ciones antiperonistas. Es de destacar que las mujeres montoneras recordaron,
en general, que su ingreso a la militancia estuvo especialmente relacionado
con el trabajo en los barrios marginados y que en su mayoría comenzó tem-
pranamente, durante sus estudios secundarios, con la labor conjunta con los
sacerdotes tercermundistas. Práctica que gestó una conciencia de las condi-
ciones desiguales de existencia y la impotencia de transformarlas, provocando
la búsqueda de otras opciones de participación política. Mientras que, en
general, los varones Montoneros refirieron a la participación estudiantil o
sindical como principal motivación. Esta situación nos condujo a la reflexión
de que las mujeres de Montoneros en Santa Fe, si bien también tuvieron una
actividad importante en los ámbitos estudiantiles e incluso sindicales, el desa-
rrollo del trabajo en distintos barrios de la ciudad —como Villa del Parque,
Santa Rosa de Lima, Alto Verde entre otros— fue concluyente para el proceso
de opción revolucionaria. Por su parte, los testimonios de mujeres y varones
del grupo de militantes del PRT–ERP manifestaron en general que el trabajo
barrial y/o gremial, y especialmente el tránsito por grupos cristianos también
durante los últimos años de la secundaria, fueron las experiencias más signi-
ficativas para decidir ingresar a una organización armada. Sin embargo, a
diferencia del grupo de Montoneros, con posterioridad no solo serán críticos
de los límites de las prácticas transformadoras propias de la iglesia católica,
pese a la renovada experiencia del catolicismo posconciliar, sino también de
su dogma, demostrando una vez más cómo el manto cristiano de la localidad
cubrió e impregnó algunos tramos de los itinerarios de la juventud revolucio-
naria santafesina. Otra particularidad que manifestaron nuestros informantes
refirió a las lecturas y a la formación política e intelectual marxista que encon-
traron en varios grupos de estudio que tuvieron la oportunidad de integrar,
que hemos podido analizar también entre los distintos comunicados de los
comandos del ERP. Esto último, de algún modo, matiza la idea de que en
general la militancia del PRT–ERP tuvo escasa formación teórica y, si se com-
paran con aquellos comunicados encontrados de los comandos Montoneros,
los mismos construyen un discurso sencillo con fundamentos ideológicos,
que, sin dejar de ser contundentes, apelaban más a la sensibilidad o sentimien-

304
tos de empatía con los líderes del movimiento que a un análisis desde argu-
mentos teóricos sobre la realidad.
Diversas motivaciones afectaron las decisiones de ingreso a la militancia
armada de los y las jóvenes setentistas, pero al situar dichas experiencias mili-
tantes en el territorio santafesino analizamos cómo circulaban por similares
ámbitos y espacios de socialización que produjo en algunas oportunidades la
compleja tarea de llevar adelante el principio de compartimentación de sus
células. De igual manera, esta situación nos posibilitó manifestar que los
ingresos a las organizaciones estuvieron influidos también por relaciones afec-
tivas, no solo de pareja sino también fuertes vínculos de amistad y familiares.
Acerca de estos hemos recuperado que, para el caso del PRT–ERP de la ciudad
de Santa Fe, las familias De Benedetti y Mc Donald han sido espacios íntimos
y políticos, por donde transitaron cuadros invaluables.
Como hemos demostrado en este libro, concluimos que las mujeres y varo-
nes tuvieron distintas modalidades de habitar la militancia. En tanto expe-
riencias generizadas, los motivos personales relacionados con las emociones y
los afectos fueron mayormente recuperados en los relatos de las mujeres gue-
rrilleras, de igual modo que sus razones políticas, mientras que los varones
repararon en las motivaciones políticas y criterios ideológicos más que en las
personales. Con esto no concluimos que los afectos y las relaciones íntimas
no hayan tenido relevancia alguna para los varones, sí que al momento de
exteriorizar estas razones son más reacios en su despliegue. En este sentido,
fue posible evidenciar que, dentro de las narraciones genéricas construidas por
algunas masculinidades hegemónicas, nos encontramos con fisuras a la hora
de recordar y narrar que demostraron tensiones en las normas y el rol tradi-
cional de las mismas. Una vez más decimos que cuando narramos lo hacemos
desde el propio género, desde donde partimos para poder explicar el lugar des-
tacado de las elucidaciones masculinizadas y feminizadas del pasado y su
estrecho entramado con significados y prácticas socializadas del presente de
la enunciación.
Indagar acerca de las relaciones de género nos condujo también a compren-
der que explorar la historia propia de las mujeres militantes nos abriría una
de las puertas para continuar profundizando acerca de las relaciones de poder
construidas al interior de las organizaciones armadas. Esto hizo que en varias
oportunidades nos detengamos acercando la mirada en las propias marcas de
género de las mujeres. En este sentido, pudimos demostrar que las jóvenes
insurgentes santafesinas pudieron romper mandatos, se rebelaron contra cier-
tas normas establecidas y modelos asignados de mujer–madre–esposa–ama de
casa, en una sociedad tradicionalista y conservadora que las condicionaba y

305
limitaba en un molde preestablecido de comportamientos del deber ser feme-
nino, pero enmarcados en un nuevo contexto convulsionado por transforma-
ciones en todas sus dimensiones que lograban agrietar esas estructuras, como
las de los modelos genéricos tradicionales.
Las setentistas revolucionarias de la ciudad de Santa Fe se atrevieron a
convivir con todas las presiones latentes; aun con altos costos personales bus-
caron intersticios y estrategias de acción que pugnaron con aquellas limita-
ciones de participación. Fueron protagonistas del cambio, ocuparon el espacio
público y político, aunque no con las mismas libertades que sus compañeros
varones frente a ciertas normas de comportamiento que las limitaba en el
tránsito entre la casa y la calle. Situación que les provocó dificultades para
responder al mandato central de las organizaciones: ser un buen militante, que,
como hemos examinado, se encontraba encarnado en la figura del Guerrillero
Heroico —aunque disputada por otros modelos al interior de cada organiza-
ción— representada casi exclusivamente por varones cis, heterosexuales y
jóvenes cuya entrega debía ser total.
Al interior del PRT–ERP, Mario Santucho, con su carisma, humildad, inte-
ligencia y gran sencillez —incluso en su vestimenta— en cuyas imágenes
públicas reproducidas en la mayoría de las oportunidades se encontraba escu-
chando o dando discursos y notoriamente casi nunca armado, corporizó otro
modelo de guerrillero, que convivió y disputó con la figura sacralizada del
Che Guevara, aunque con diferencias relacionadas con el color de piel, la
etnicidad y el origen regional. Es decir, confluyeron dos representaciones de
cuerpos masculinos, maduros y públicos que coincidían en algunos de sus
atributos como la virilidad, el coraje y la aptitud de seducción que los situaron
en una condición de privilegios y jerarquías intergénero. El origen norteño y
los rasgos físicos que acompañaban el apodo de «El Negro» Santucho también
fueron atributos que se añaden a ese proceso. La masculinidad negra, posible
de ser analizada como marginal dentro del orden hegemónico androcéntrico
—sujeto blanco, varón y heterosexual—, se reconfiguró en las prácticas propias
construidas en la situación particular del partido, conformando relaciones
específicas de la organización social de género, clase y raza, que cimentaron
una matriz identitaria propia de la cultura partidaria. Esta resultó compleja
de encarnar, aunque no solo desde los estereotipos físicos por no poder res-
ponder al modelo asignado, por ejemplo, en lo que nos relata sobre sus recuer-
dos El Flaco, que era rubio, sino también por el gran sacrificio de entrega a la
causa revolucionaria que muchas veces excedía los propios límites del cuerpo
y su cuidado.

306
La representación del Che Guevara fue la figura que condensaba todas las
cualidades necesarias para ser buen militante, siendo también un modelo
fuerte a seguir por la militancia de Montoneros y, de igual modo que lo suce-
dido en el PRT–ERP, consideramos que fue disputado por otros militantes
varones que reunían semejantes atributos, pero con algunas particularidades
intrínsecas al perfil situado dentro de la izquierda armada peronista. Nos
referimos a dos referentes que para el año 1973, luego de la fusión entre FAR
y Montoneros, representaron figuras de renombre y modelos a seguir: Mario
Firmenich y Roberto Quieto. Ambos recrearon modelos de cuerpos comba-
tivos, varones de clase media, vestidos con camisas prolijas y arremangadas,
con figuras estilizadas y brazos fornidos y armados. Y si bien hemos eviden-
ciado similitudes entre estos líderes masculinos, también existieron algunas
marcas diferenciadas asentadas en sus trayectorias políticas y en los grupos
generacionales de procedencia. Estos referentes combativos no solo disputaron
el modelo del Guerrillero Heroico, sino que al mismo tiempo compitieron
en la arena de disputa de poder político y militar al interior de Montoneros.
Del análisis de las imágenes de las portadas de la prensa oficial de las orga-
nizaciones concluimos, asimismo, que producto de las estructuras y líneas
políticas disímiles, así como de sus orígenes radicalmente distintos, PRT–ERP
y Montoneros eligieron diferentes modalidades y estrategias para mostrarse
públicamente. Y que, al mismo tiempo, por un lado, Montoneros, como parte
de un movimiento cuyo líder, Perón, vacilaba entre un adentro y un afuera
de la organización, gestó mayores dificultades para construir un único modelo
de masculinidad; por el contrario, coexistieron varios liderazgos que disputa-
ban el poder legítimo al interior del heterogéneo movimiento. Y, por otro
lado, las controversias en el terreno político del PRT entrelazadas con las
pugnas entre las virilidades masculinas de Nahuel Moreno y Mario Santucho
provocaron el cisma del partido y la formación de dos fracciones que acom-
pañaron a cada uno de sus líderes, el PRT «La Verdad» y El PRT «El Comba-
tiente»; sin embargo, el liderazgo de Santucho al interior del partido con
posterioridad será indiscutido y casi exclusivo.
Este análisis sobre las representaciones de masculinidades hegemónicas, así
como sus disputas al interior de cada una de las organizaciones nos permitie-
ron reflexionar también en la dificultad, o mejor dicho complejidad, que
tuvieron los militantes varones para poder encarnar en sus propios cuerpos
los modelos jerarquizados que circularon al interior de sus organizaciones que
se relacionaron con una entrega total que atravesaba todas las dimensiones de
la vida militante.

307
Por su parte, si bien hemos develado que existieron intersticios de repre-
sentaciones de modelos de feminidad guerrillera, aunque inundados de una
concepción neutral de sujeto que respondió a una representación masculina,
la misma se encontraba pendulando entre viejos y nuevos roles y preceptos
necesarios para llevar adelante la guerrilla por parte de las mujeres, quienes
también debían corporizar la revolución con gran resistencia física, voluntad
y espíritu de sacrificio, aunque aquí encontramos una diferencia entre las
portadas de las publicaciones de la prensa escrita de ambas organizaciones. El
PRT–ERP representó, por ejemplo, en varias oportunidades a las mujeres en
situación de combate, especialmente a través de un modelo que se reitera: el
de mujeres vietnamitas; mientras que Montoneros solamente representó sis-
temáticamente la imagen de Eva Perón, demostrando su clara adhesión al
evitismo y exhibiendo un modelo único de mujer luchadora.
Poner el cuerpo en la revolución significó un gran esfuerzo para los y las
jóvenes en Santa Fe, que implicó una vivencia particular en la localidad con
todos sus condicionamientos y particularidades expuestas. El elogio a la acción
y el culto a la resistencia de los cuerpos fueron constitutivos en el proceso de
construcción de la identidad militante, con nuevos estilos y nuevas pautas de
comportamiento necesarias para alcanzar el modelo ideal de Hombre Nuevo.
El cuerpo militante fue el territorio más íntimo y público donde los preceptos,
mandatos e ideales revolucionarios se encarnaron. Poner el cuerpo significó
sin dudas llevar adelante la lucha por la vida, dispuesto al sacrificio por inte-
reses colectivos, pero también dispuesto a todas las experiencias sensibles que
en algunas ocasiones la práctica militante truncó. Sin embargo, la experiencia
revolucionaria y su encarnadura fue habitada diferencialmente por las mujeres
y los varones, evidenciándose en la posibilidad de circulación pública, en la
modalidad de llevar adelante las acciones armadas, en los entrenamientos
militares, pero especialmente cuando las mujeres debieron maternar. Pero si
bien las experiencias corpóreas de las feminidades se vieron condicionadas
para llevar adelante la revolución, los límites impuestos fueron tensionados.
Las transgresiones fueron moderadas y muchas veces silenciosas ya que, al
integrar las organizaciones armadas, la mayoría de las mujeres militantes, y
los varones también, llevaron impresas las marcas de género patriarcales cor-
porizadas especialmente en los ámbitos de socialización primarios. A pesar de
esto, consideramos que muchas de las mujeres entrevistadas comenzaron a
transitar un proceso de concientización de género que se evidenció en nuevas
prácticas amatorias, eróticas y de pareja pero también en los roles y tareas que
fueron asumiendo en la estructura organizativa de PRT–ERP y Montoneros
en Santa Fe habilitadas por la condición excepcional revolucionaria, fisurando

308
el modelo femenino de la década de los años cincuenta, aunque con algunas
continuidades como la importancia de la sexualidad unida a la afectividad y
al matrimonio dentro de una pareja monogámica y heterosexual.
Las marcas de género se vieron reflejadas en las funciones, roles y tareas
asignadas a mujeres y varones dentro de la estructura jerárquica de PRT–ERP
y Montoneros; en especial se evidenciaron en la ocupación de cargos altos en
las regionales de Santa Fe, los cuales fueron integrados exclusivamente por
varones, reflejando la misma escala organizativa de las estructuras a nivel
nacional.
Sin embargo, hubo mujeres muy reconocidas en Santa Fe que asumieron
funciones de responsabilidad, en especial en una de las células fundacionales
de Montoneros donde el número de participación de las mujeres no solo fue
significativo sino que también las mismas tuvieron un liderazgo importante,
aunque estos roles se diluyeron al momento de integrar la estructura nacional:
nos referimos a las militantes María de los Milagros Doldán y Dora Riestra
de las células del MEUC, pero también a otras mujeres como María Alejandra
Niklison de la célula ateneísta o Raquel Negro de las FAR. Similar situación
la observamos en la regional del PRT–ERP de Santa Fe, donde los referentes
fueron siempre varones —como Cesar Zervatto que luego fue reemplazado
por Roberto Sorba— con pocas mujeres de alto vuelo según nos plantearon
nuestros entrevistados. No obstante, lo anterior, encontramos algunas notas
diferenciales en los relatos del grupo de informantes de dicha organización,
quienes recuerdan la presencia temprana de mujeres rosarinas que demostra-
ron la fluidez y coordinación entre las regionales de Santa Fe y Rosario. De
las memorias pudimos recuperar la presencia de «la compañera de» Alberto
Carlos «Lobo» del Rey, Adriana «La Negra» Capeletti, y de Nora Mattion, así
como de otra militante que fue entrevistada, Laura, que si bien nos manifestó
que su participación no fue significativa fue recordada como una referente
formada y un contacto importante con la estructura. Esta militante, además,
fue la hermana de uno de los formadores del partido en la ciudad, esto nos
demostró que los vínculos cercanos como «la compañera de…» pero especial-
mente la «hermana de…» en Santa Fe podrían ser considerados como lazos
afectivos que influenciaron el ingreso de algunas mujeres, además de su for-
mación política, en las filas del partido.
Reconstruir las presencias femeninas en la guerrilla en Santa Fe representó
un gran desafío, los olvidos, así como la multiplicidad de narrativas lo demos-
traron. Asimismo, los nombres inscriptos en las memorias militantes referen-
cian particularmente a mujeres que participaron en la primera etapa de mili-
tancia, siendo pocas y sus nombres más recordados dentro de la historia oficial

309
de las organizaciones. Es por esto que nos interesa también continuar en la
construcción de este nudo investigativo de modo de complejizar la indagación
acerca de las memorias de las mujeres en la guerrilla en Santa Fe.
Las células políticas constituyeron el ámbito de la estructura orgánica de
cada organización que se materializaron en varias oportunidades en las deno-
minadas casas operativas, pequeños territorios de lucha, pero también de res-
guardo, descanso, de lecturas, de planificación, en donde la cotidianidad
revolucionaria gestó relaciones intragénero y entre géneros de amistad, de
amor y de mucho compañerismo. Fueron consideradas un espacio dinámico
de la cotidianidad militante, un territorio personal y político, un lugar propio
y al mismo tiempo común donde se entrelazaron lo individual con lo colectivo.
Las casas operativas en la ciudad respondieron a la necesidad de construir
espacios clandestinos, funcionales para llevar adelante la lucha armada. Hemos
encontrado una variedad y multiplicidad de casas que se ubicaron en distintos
puntos estratégicos de barrios marginales y villas, así como del centro de Santa
Fe, pero también en sus alrededores. Demostrando, por un lado, que la capa-
cidad de las regionales de Santa Fe para ambas organizaciones fue significativa,
y por otro, que el trabajo de masas fue de gran relevancia como apuesta polí-
tica, y que para el período analizado no se encontraba disociado de la práctica
militar. Para el caso de Montoneros, la mayoría de las casas operativas se
ubicaron en la zona centro–sur de la ciudad, así como en barrios marginales
como Santa Rosa de Lima, Villa del Parque, Alto Verde y en zonas cercanas,
como Arroyo Aguiar, Monte Vera, Santo Tomé. Por su parte, las casas opera-
tivas del PRT–ERP se encontraron en los barrios periféricos de San Lorenzo,
Barranquitas, Pompeya, Las Lomas, La Guardia y Alto Verde, en zonas más
céntricas de la ciudad también, así como en localidades cercanas a la ciudad
como Laguna Paiva.
La reconstrucción de los vínculos construidos en algunas células del PRT–
ERP y Montoneros en Santa Fe manifestaron que las mismas fueron conside-
radas un colectivo «casi» exclusivo de socialización tendiente a la horizontali-
dad, siendo para sus integrantes un territorio político y afectivo, donde las
tomas de decisiones se consensuaban y negociaban pese a la estructura jerár-
quica y verticalista.
El activismo setentista santafesino se caracterizó por un modelo predoni-
mante de pareja militante que admitía un doble e imbricado juego de com-
promisos afectivos, con la pareja y con un proyecto colectivo revolucionario
que los excedía en su vínculo de a dos pero que al mismo tiempo desbordaba
su estilo de vida y erotizaba la relación sexoafectiva. Sin embargo, junto a este
modelo vincular convivió otro más tradicional, donde las mujeres no tuvieron

310
una participación activa en la guerrilla, aunque sí un apoyo a la causa. La
experiencia de clase y la distancia entre grupos generacionales como marca-
dores de la diferencia nos posibilitó explicar que se trató de varones militantes
procedentes de la clase trabajadora constituído por los «viejos» —miembros
de las primeras células en la ciudad—, reproductores de masculinidades hege-
mónicas y relaciones de género tradicionales, quienes limitaron la participa-
ción de sus parejas mujeres.
Como hemos analizado, los planes revolucionarios en la mayoría de los
casos de la militancia santafesina analizada se ensamblaron con un proyecto
en construcción de una familia revolucionaria que desde sus inicios fue con-
cebida desde una gran confianza en el futuro referido al triunfo revoluciona-
rio. Existió un mandato social de formar una familia con hijos e hijas que fue
percibido como un proceso «natural» y constitutivo del amor en pareja, pero
al mismo tiempo, la concepción de familia tradicional fue agrietada por la
propia dinámica revolucionaria. Hemos concluido, en este sentido, que se
habilitó un modelo de familia colectiva y fluida dentro de las casas operativas,
integrado por varias personas que compartían la crianza infantil, de modo tal
que los roles de maternidad y paternidad fueron expansivos y no exclusivos.
El cuidado y la crianza de los hijos e hijas de la victoria fue estructurada desde
una modalidad socializada; no obstante, también que en algunas ocasiones el
modelo de feminidad tradicional —de madre–reproductora— se vio reflejado
especialmente en aquellas relaciones sexoafectivas donde la mujer no militaba
en las estructuras de las organizaciones.
Igualmente concebimos como importante rescatar que la experiencia de
maternar y paternar fueron actos políticos revolucionarios, hubo un convenci-
miento de que el futuro de estas infancias sería en un mundo nuevo por el
que se encontraban luchando. La excepcionalidad de la vida revolucionaria
propició nuevas configuraciones de maternidad y paternidad. La actividad en
la guerrilla fue posible incluso para aquellas mujeres que decidieron ser madres,
tensionando su reclusión en el espacio doméstico y participando política-
mente, a pesar de que existieron limitaciones que les implicó un doble o triple
esfuerzo incluso en un marco donde las crianzas fueron compartidas. En
relación con las modalidades revolucionarias de paternar, pudimos evidenciar
algunas transformaciones respecto al modelo de masculinidad tradicional que
los diferenció del modelo de paternidad de sus antecesores. Sin lugar a dudas
los roles tradicionales de género se encontraron conmovidos por el nuevo
escenario, igualmente dependió del grado de responsabilidad y compromiso
que los varones militantes tuvieron dentro de la estructura.

311
Consideramos que el ámbito de la militancia fue el más propicio para
conmover el modelo conyugal de la familia doméstica. En varias ocasiones el
espacio de la casa operativa fue compartido con otras y otros militantes, e
incluso con parejas con hijos e hijas, donde se distribuían tareas de orden
doméstico y político; no obstante, el sexo quedó exceptuado de ser compartido
en aquel entramado colectivo. El control de las pasiones sexuales quedó sellado
bajo los preceptos de la moral revolucionaria que se relacionó con un régimen
de sexualidad exclusivo inherente al modelo de Hombre Nuevo y alejado de
las ideas de libertad sexual consideradas desviaciones pequeñoburguesas, pero
principalmente deslealtades a las parejas y a la revolución.
Al respecto hemos analizado también cómo en ambas organizaciones se
construyeron documentos —aunque con algunas particularidades específi-
cas— que reglaron los comportamientos sexuales, disciplinando sus prácticas.
Situación que se tradujo en un modelo hegemónico de pareja heteronormativa
y monogámica, y que al mismo tiempo evidenció la intromisión de dichas
organizaciones a través de un orden y pautas preestablecidas en las casas ope-
rativas, pero también en sus camas. Para el caso particular del PRT–ERP hemos
concluido, sin embargo, que el documento Moral y Proletarización elaborado
por el Buró Político pareció no haber sido necesario para encarnar la moral
sexual revolucionaria entre la militancia de la regional de Santa Fe, debido a
que nuestros y nuestras testimoniantes manifestaron que, producto del estilo
conservador de la ciudad y sumado a sus trayectorias cristianas, este no fue
un problema de difícil resolución.
Las reglas, sanciones, y disciplinamientos de los cuerpos militantes propios
de las estructuras jerárquicas estudiadas no solapó la posibilidad de analizar y
comprender la diversidad de vivencias y sentidos que adquirió la moral sexual
revolucionaria. En tal sentido, concluimos que las experiencias militantes al
interior de las organizaciones fueron plurales, y que, si bien las prohibiciones
y sanciones moldearon la subjetividad sexuada de los y las militantes, estas
normas también se tensionaron, dando lugar a los placeres y pasiones amoro-
sas en un contexto de riesgo y clandestinidad donde la vertiginosidad e inten-
sidad de los vínculos filtraron la cotidianidad y agrietaron las normas.
Montoneros y PRT–ERP fueron hostiles a las prácticas sexuales liberales,
pero sus normas sexuales rígidas fueron aún más contundentes en el rechazo
a otras modalidades de deseo y afectivas que se corrieran de la matriz hetero-
normativa: las sexualidades disidentes. Las mismas fueron rechazadas, silencia-
das y especialmente ocultadas por ser consideradas inapropiadas y contrarre-
volucionarias. En este sentido, observamos, por un lado, que el mandato en
Santa Fe generó una fuerte opresión sexual sobre los cuerpos de militantes

312
disidentes que suponemos optaron por simular y ocultar sus deseos, y por
otro, que las organizaciones compartieron los mismos criterios moralistas y
homofóbicos de la sociedad de los años setenta que provocó la invisibilización
generalizada —aunque con actitudes y posiciones diferentes al respecto— pero
especialmente los olvidos en los relatos de otras modalidades afectivas. Hemos
descubierto también que la instancia de encierro carcelario pareció ser un
momento donde las sexualidades disidentes, al menos para el caso del PRT–
ERP, fueron mayormente visibilizadas, así como debatidas, negadas y juzgadas
discretamente. De igual modo, consideramos que esta problemática amerita
continuar en un análisis más pormenorizado a la luz de nuevas entrevistas que
posibiliten la recuperación de las memorias de la vergüenza de un pasado
reciente y del orgullo presente.
La revolución total que se plantearon ambas organizaciones fue una práctica
incompleta, las jerarquías de género se reprodujeron entre varones y mujeres
heterosexuales —por ejemplo, frente a la falta por infidelidad las mujeres
fueron mucho más estigmatizadas que los varones o quedaron entrampadas
en una distribución desigual de las tareas domésticas—. La igualdad de género
fue considerada un problema menor o un detalle que luego del triunfo revo-
lucionario se saldaría, pero, asimismo, y más complejo aún, las diversidades
sexuales no formaron parte de la agenda de debate siendo excluidas totalmente.
Uno de los puntos que adquirió relevancia en este libro fue que los entra-
mados de vínculos afectivos y amorosos se constituyeron al compás de la lucha
revolucionaria, situación que propició que los lazos colectivos tomaran cuerpo
dentro de la casa operativa como territorio metamórfico, pero también por fuera
de ella. En este sentido, nos interesó explorar especialmente las relaciones de
amistad entre mujeres, que demostró que las estructuras de las organizaciones
en la ciudad de Santa Fe, si bien funcionaron como disciplinadoras de los
comportamientos emocionales, no clausuraron la posibilidad de gestar rela-
ciones de amistad en sus márgenes y de abrir vasos comunicantes que habili-
taron amistades sinceras y duraderas; por el contrario, hemos hallado vínculos
de amor–amistad entre mujeres que no compartían el mismo espacio de mili-
tancia, que las relaciones intragénero mostraron una modalidad diferente de
amor, distanciado de preceptos exclusivos y absorbentes, así como otras mane-
ras de habitar una célula política militar, como la convivencia de Marta
Zamaro y Nilsa Urquía en una casa operativa, quienes demostraron además
que otras feminidades fueron posibles, donde la maternidad no fue un destino
«natural»; y sin dudas, también la exploración ha evidenciado que la amistad
entre mujeres fue el manto protector que les permitió a muchas sobrellevar la
difícil tarea de ser una mujer en la guerrilla en el espacio íntimo/privado o

313
político/público. El respeto a la diversidad de posturas político–ideológicas,
los placeres compartidos, el cuidado permanente, el pacto amoroso fueron
parte del entretejido de la manta sorora que les permitió en muchas circuns-
tancias poder sobrevivir. Es por ello que consideramos que las relaciones de
amistad son un emergente que merece una continuidad en el análisis, por
ejemplo, atendiendo también a las relaciones intragénero entre varones durante
la guerrilla.
Finalmente, la desafiante tarea de sumergirnos en el río terroso removiendo
las profundidades, entrelazando los nudos del espinel para elaborar las distin-
tas tramas del mismo, evidenció que Montoneros y PRT–ERP fueron organi-
zaciones armadas inmersas en una sociedad androcéntrica con normas gené-
ricas establecidas, aunque con particularidades que las diferenciaron por sus
trayectorias y fundamentos políticos. Esto último nos permitió explicar por
qué las mismas no quedaron exentas de reproducir los mandatos biologicistas
de división sexual y de auspiciar tratos de discriminación. En este sentido, se
consideró que explicar las relaciones de género al interior de los colectivos
revolucionarios implicó reinsertar en la historia a estas organizaciones, devol-
verles su acción histórica y no deshistorizarla, pero también mostrar que pese
a que las desigualdades se reprodujeron también se resistieron.
El desafío de este libro fue poder desanudar las percepciones pasadas y
presentes sobre las relaciones desiguales de poder. Deseando que el rescate de
la historia de género de las izquierdas setentistas, conmueva el activismo revo-
lucionario feminista actual para seguir apostando a una lucha desde los inters-
ticios, pero también y abiertamente en la cama y en la calle.

314
Referencias bibliográficas

Fuentes y documentos

Fuentes orales de elaboración propia

Militantes del PRT–ERP en Santa Fe


Entrevista a Raquel. 22/12/2014. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Carmen. 09/11/2014. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Laura. 21/11/2014. Paraná, Entre Ríos.
Entrevista a Ana. 26/09/2014. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Griselda. 07/02/2020. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Hugo. 12/12/2014. La Capital. Santa Fe.
Entrevista a Cabezón. 07/02/2020. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Manuel. 17/09/2014, 05/12/2020, 24/04/2020. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Flaco. 02/10/2014, 12/12/2019. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Alejandro. 25/09/2019, 9/10/2019. La Capital, Santa Fe.
Militantes de Montoneros en Santa Fe
Entrevista a Lucía. 17/02/2011. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Julia. 20/12/2010, 19/05/2020. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Esther. 24/02/2011. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Silvia. 16/12/2009. La Capital, Santa Fe–Bariloche, Río Negro.
Entrevista a Luisa. 11/02/2010, 3/11/2019. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Susana. 24/11/2009. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Carlos. 02/12/2010. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Daniel. 25/02/2011. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Juan Marco. 14/12/2009. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Pedro. 09/09/2014. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Raúl. 22/02/2010, 15/01/2020. La Capital, Santa Fe.
Entrevista a Darío.30/11/2009. La Capital, Santa Fe.

Fuentes consultadas y construidas por el profesor Gerardo Helú

Entrevistas a exmilitantes del PRT–ERP/Exmilitantes de la agrupación ARE–TAR:


Entrevista 1, 06/07/2010.
Entrevista 2, 15/07/2010.
Entrevista 3, 25/07/2010.
Entrevista 4, 11/08/2010.
Entrevista 5, 12/10/2010.

315
Entrevista 6, 15/11/2010.
Entrevista 7, 14/07/2011.
Entrevista 8, 17/07/2011.
Entrevista 9, 22//07/2011.
Entrevista 10, 30/09/2011.
Entrevista 11, 12/07/2013.
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«Montoneros una historia» (Argentina, 1998) de Andrés Di Tella.
«La guardería: la casa para los hijos de Montoneros, en Cuba» (Argentina, 2016) de
Virginia Croatto.
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Repositorios online

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basededatos.parquedelamemoria.org.ar/
El Topo Blindado. Centro de Documentación de las organizaciones político–militares
argentinas. http://eltopoblindado.com/
Ruinas Digitales. http://www.ruinasdigitales.com/
http://www.robertobaschetti.com/

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Sobre la autora

María Gracia Tell. Doctora en Estudios de Género (Universidad Nacional


de Córdoba). Historiadora (Universidad Nacional del Litoral). Docente de
nivel superior en distintos institutos de formación docente y en la Facultad
de Humanidades y Ciencias (UNL). Investigadora de proyectos vinculados a
la Historia Reciente, a la Historia de Género y a la Educación Sexual Inte-
gral. Ha participado en numerosos congresos y jornadas en carácter de expo-
sitora y coordinadora. Ha publicado artículos relacionados con los temas de
investigación.

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