Revolución Industrial
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Revolución Industrial
Revolución industrial
Es el mayor cambio que ha conocido la producción de bienes desde 1800 en Inglaterra. La aparición de las
máquinas, instrumentos hábiles que utilizan energía natural en vez de humana, constituye la línea divisoria
entre dos formas de producción. La producción maquinista creó las condiciones para la producción y el
consumo en masa, característicos de época actual, hizo surgir las fábricas y dio origen al proletariado.
La revolución industrial es el cambio en la producción y
consumo de bienes por la utilización de instrumentos hábiles,
cuyo movimiento exige la aplicación de la energía de la
naturaleza. Hasta finales del siglo XVIII el hombre sólo había
utilizado herramientas, instrumentos inertes cuya eficacia
depende por completo de la fuerza y la habilidad del sujeto que
los maneja. El motor aparece cuando se consigue transformar
la energía de la naturaleza en movimiento. La unión de un
instrumento hábil y un motor señala la aparición de la
máquina, el agente que ha causado el mayor cambio en las
condiciones de vida de la humanidad.
Locomotora a vapor 1829.
La aplicación de la máquina de vapor a los transportes, tanto
terrestres como marítimos, tuvo una inmediata repercusión no sólo en procesos de comercialización, sino
también en la calidad de la vida, al permitir el desplazamiento rápido y cómodo de personas a gran distancia.
La construcción de los ferrocarriles fue la gran empresa del siglo XIX.
La tecnología
A comienzos del siglo XVIII las telas que se fabricaban en Europa tenían como
materia prima la seda (un artículo de lujo, debido a su precio), la lana o el lino.
Máquina de Arkwright
1870
(ampliar imagen)
Ninguna de ellas podía competir con los tejidos de algodón procedentes de la India y conocidos por ello como
indianas o muselinas. Para entonces, la producción de tejidos de algodón en Inglaterra era insignificante y
su importación desde la India constituía una importante partida de su balanza mercantil. Para competir con la
producción oriental se necesitaba un hilo fino y fuerte que los hiladores británicos no producían.
La primera innovación en la hilandería se produjo al margen de estas preocupaciones: Hargreaves, un hilador,
construyó el primer instrumento hábil, la spinning-jenny (1763), que reproducía mecánicamente los
movimientos del hilador cuando utiliza una rueca y al mismo tiempo podía trabajar con varios husos. El hilo
fino pero frágil que con ella se obtenía limitó su aplicación a la trama de tejidos cuya urdimbre seguía siendo
el lino. Continuó por tanto la fabricación de tejidos de lino y la productividad recibió nuevo impulso debido a las
limitadas exigencias de la jenny en espacio y energía.
Pocos años después surgía la primera máquina, con la aparición de la estructura de agua de Arkwright
(1870), que recibe su nombre porque necesitaba la energía de una rueda hidráulica para ponerse en
movimiento.
Para entonces, Samuel Crompton había construido una máquina nueva,
inspirada en las anteriores, conocida como la mula, y que producía un hilo
a la vez fino y resistente. El grueso de un hilo se mide por el número de
madejas de 768,1 metros (840 yardas) que se puede obtener con 453
gramos de algodón (una libra). Un buen hilandero podía fabricar 20
madejas y la mula comenzó duplicando esta cifra para pasar a 80 y poco
después a 350, más de 268 km. El número de husos, que no pasaba de
150 en la primera versión, alcanzó los dos mil al cabo de unos años y todo
ello se conseguía con el solo trabajo de un oficial y dos ayudantes. La
exportación de tejidos británica se multiplicó por cien en los cincuenta años
Telar de Crompton 1780 que siguieron a 1780.
(ampliar imagen)
A partir de la renovación de la hilandería se
puso en marcha un proceso que condujo a la mecanización de todas las etapas
de la producción de tejidos, desde la desmontadora de algodón, fabricada en
América por Eli Whitney, hasta las máquinas que en Inglaterra limpiaban de
cualquier impureza el algodón en rama (trabajo especialmente penoso por el
polvo que levantaba), el cardado y la elaboración mecánica de los husos para
la fabricación de hilo. Una vez fabricado éste, los telares mecánicos,
desarrollados en Francia por Jacquard, sustituían ventajosamente a los
manuales tanto por la rapidez como por la calidad.
El blanqueado de la tela, que llevaba varias semanas, se redujo a un par de
días cuando al cambiar el siglo se descubrió un procedimiento químico a base
de clorina. El estampado, que concluye el proceso, se hacía utilizando tacos
de madera, que se aplicaban manualmente, hasta que en 1785 se encontró un
rodillo que multiplicó la producción.
La demanda de energía que las máquinas textiles requieren fue satisfecha
inicialmente recurriendo al método tradicional de las ruedas hidráulicas y las
primeras fábricas se establecieron en las orillas de los ríos, tomando el nombre Hilado manual.
de molinos. La irregularidad de la corriente aconsejaba buscar una fuente
independiente de energía. Las experiencias para conseguir un motor capaz de elevar el agua, mediante el
vacío producido por la condensación del vapor, habían llegado, a mediados del siglo XVII, a una primera
formulación, desarrollada por Savery en una máquina eficaz, aunque de escasa potencia y limitada aplicación.
Newcomen combinó la presión de vapor con la atmosférica para producir una máquina mucho más eficaz,
aunque muy costosa por la cantidad de combustible que requería el calentar y enfriar sucesivamente el
cilindro en el que se iniciaba el movimiento. En la universidad de Glasgow enseñaba Black, quien había
descubierto la existencia del calor latente de vaporización, principio que venía a explicar la gran cantidad de
agua que se necesitaba para conseguir la condensación del vapor.
Pero el doctor Watt fue quien dirigió sus trabajos para independizar las dos etapas del proceso (vaporización y
condensación) de modo que no hubiera pérdida de energía. La construcción de un condensador
independiente, que permanecía constantemente frío, en tanto el cilindro estaba siempre caliente, puso fin al
despilfarro de carbón. La utilización de un cilindro de doble efecto permitió prescindir de la presión atmosférica
en tanto la aplicación de altas presiones, sin las cuales no había posibilidad de aplicar el motor a un vehículo,
se encuentra en el origen de la locomoción mecánica.
De entrada, la máquina de vapor vino a resolver el problema planteado por el drenaje de las minas y, junto
con la lámpara de seguridad de Davy (1815), permitió abrir pozos cada vez más profundos y explotar aquellos
que habían sido abandonados por las dificultades y riesgos que implicaba la explotación.
En cuanto al hierro, su demanda estaba limitada por la dificultad de transformar el mineral. éste se presentaba
combinado con oxígeno cuya eliminación se realizaba mediante combustión en altos hornos. La masa fluida
que se obtenía en la parte inferior estaba llena de impurezas que eran eliminadas mediante el afinado, que le
quitaba el carbono sobrante, y el forjado, en el que los golpes de un martillo hidráulico permitían
homogeneizar su estructura.
La primera línea de mejora consistió en la sustitución
del carbón por el coque, que se obtiene mediante la
combustión incompleta del carbón para separar el
sulfuro y el alquitrán. La utilización de coque en la
producción de hierro se realizó con éxito a comienzos
del siglo XVIII por Abraham Darby, pero sólo se
generalizó en la segunda mitad del siglo.
Una nueva técnica para mejorar la calidad del lingote
fue el pudelado, en el que la fusión se realizaba
manteniendo separado el carbón del mineral. El acero
es el hierro sin otra impureza que uno por ciento de
carbono; hasta entonces se había conseguido en
pequeñas cantidades utilizando como materia prima un
mineral de excepcional pureza. La fundición del hierro
en un crisol y a más altas temperaturas permitió la
Fabrica de hilados. producción masiva de acero y con ella la satisfacción de
toda clase de demandas procedentes de la propia industria.
La ideología marxista
En cambio, el socialismo "científico", como lo denominó Karl Marx (1818-1883), se decidió abiertamente
por la acción política. En 1848, este ideólogo alemán de origen israelita publicó, con la colaboración de
Federico Engels, el Manifiesto del Partido Comunista. En él aparecen los principios de la ideología marxista y
los fundamentos de su acción: materialismo histórico, lucha de clases, organización internacional de los
obreros y opción deliberada por la revolución como instrumento para conquistar el poder e implantar el
régimen comunista. En obras posteriores, Marx completó la exposición de su programa socio-político, pero el
"Manifiesto", por su estilo apasionado y su vibrante espíritu revolucionario, es el escrito que mayor repercusión
ha tenido entre los sectores obreros de la época.
En 1864, se organizó la "Primera Internacional Obrera" para impulsar la lucha revolucionaria en todos los
países. Esta asociación no pudo mantener su unidad por la escisión que se produjo en 1872 debido a la
corriente anarquista que dirigía el ruso Bakunin. El anarquismo deseaba suprimir el estado burgués liberal y
capitalista; pero se oponía también a la instalación de un estado socialista. Propiciaba la máxima libertad de
acción, por lo cual propugnaba la abstención política y la huelga para combatir al capitalismo. La Segunda
Internacional, creada en 1889, no pudo superar el nacionalismo de los partidos socialistas que la integraban
e hizo crisis al estallar la guerra de 1914.
La respuesta de la Iglesia
La Iglesia, conforme al mandato de Cristo, siempre ha mantenido obras asistenciales para ayudar a los
pobres y menesterosos. Desde su fundación ha contado con numerosas congregaciones destinadas a la
ayuda caritativa del prójimo más necesitado. Por esta tendencia tradicional, en el seno del cristianismo, no
faltaron desde comienzos del s. XIX las denuncias de algunos católicos contra las injusticias del sistema
capitalista y la condena al escándalo de los salarios ínfimos y a la duración excesiva de las jornadas de
trabajo. Entre 1835 y 1848 varios obispos franceses e italianos invocaron la intervención legislativa en
defensa del bien común y en favor de los más débiles. Incluso en 1831, y posteriormente en 1848, algunos
pensadores como Lacordaire y Ozanam trazaron un programa de legislación en defensa de los niños, de los
enfermos y de los ancianos, propusieron la formación de comités mixtos para dirimir los pleitos entre el capital
y el trabajo y, finalmente, exigieron el reconocimiento del derecho al trabajo.
En el plano práctico, el mismo Federico Ozanam organizó en 1833 "Las Conferencias de San Vicente de Paul"
para socorrer a los pobres y a los enfermos. En 1840 surgió la "Sociedad de San Francisco Javier" que creó
escuelas para los obreros y una oficina de colocación para los cesantes. Don Bosco, entre 1841 y 1854, echó
las bases de los oratorios y de las escuelas profesionales y, pocos años más tarde, el beato Luis Orione creó
la heroica fundación de Cottolengo.
Monseñor Emmanuel von Ketteler, obispo de Maguncia, dio un paso adelante con sus sermones en la
catedral durante el año 1848, y con la publicación en 1864 sobre "La cuestión social y el cristianismo". En
ambas ocasiones planteó la acción social como una exigencia de justicia y no solamente como caridad
asistencial.
No todos los sectores católicos coincidieron con estos planteamientos, se realizaron numerosos estudios
sobre el tema y se suscitaron acaloradas polémicas. Sin embargo, unos 40 años después, las corrientes del
catolicismo social representadas por Ketteler fueron confirmadas oficialmente en 1891 por el Papa León XIII
en su encíclica Rerum Novarum. Este documento pontificio ratificó: el derecho a la propiedad privada y la
función social de ella, la obligación, aunque limitada que le incumbe al Estado de promover la prosperidad
pública y privada, los deberes de los obreros para con sus patrones y sus derechos a un salario suficiente
para vivir con dignidad. Consagró así el aspecto humano y personalista del trabajo y la condenación de la
lucha de clases, aunque invitó a los obreros a organizarse en asociaciones para defender sus derechos e
intereses.
1745 Von Kleist (Alemán) Botella de Leyden 1780 Franklin (EE.UU.) Lentes Bifocales
1769 Watt (Escocés) Máquina de Vapor 1785 Ransome (Inglés) Arado de Hierro Fundido
1770 Cugnot (Francés) Carro de Vapor 1792 Murduch (Escocés) Lámpara de Gas
1777 Miller (Inglés) Sierra Circular 1797 Wittemor (EE.UU.) Máquina de Tarjeta
1802 Symington (Escocés) Bote Vapor 1876 Otto (Alemán) Motor 4 ciclos
1846 Howe (EE.UU.) Máquina de coser 1887 Tesla (EE.UU.) Motor de Inducción
1847 Staite (Inglés) Lámpara de Arco 1888 Eastman (EE.UU.) Cámara Kodak
1849 Bourding (Francés) Turbina Gas 1889 Daimler (Alemán) Motor Gasolina
1849 Francis (EE.UU.) Turbina Hidráulica 1892 Tesla (EE.UU.) Motor Corriente Alterna
1858 Siemens (Alemán) Horno para acería 1892 Morrison (EE.UU.) Auto Eléctrico
Pero ella (la solución que demanda la verdad y la justicia) es difícil de resolver y la empresa no carece de
peligro. Porque difícil es dar la medida justa de los derechos y deberes en que deben ubicarse ricos y
proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Y peligrosa es una contienda que por
hombres turbulentos y maliciosos frecuentemente se tuerce para pervertir el juicio de la verdad y mover a
sediciones la multitud. Como quiera que sea, vemos claramente, y en esto convienen todos, que es preciso
dar pronto y oportuno auxilio a los hombres de las clases modestas, pues que sin merecerlo se hallan la
mayor parte de ellos en una condición desgraciada y calamitosa.
Pues, destruidos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos y no habiéndoseles dado en su lugar
defensa alguna por haberse apartado las instituciones y leyes públicas de la Religión de nuestros padres,
poco a poco los obreros se encontraron entregados, solos e indefensos por la condición de los tiempos, a la
inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada codicia de sus competidores, hizo aumentar el mal la voraz
usura, la cual, aunque más de una vez condenada por sentencia de la iglesia, sigue siempre, bajo diversas
formas, la misma en su ser, ejercida por hombres avaros y codiciosos. Juntase a esto que los contratos de las
obras y el comercio de todas las cosas están casi todos en manos de pocos, de tal suerte que unos cuantos
opulentos y riquísimos hombres han puesto sobre los hombros de la multitud innumerables de proletarios un
yugo que difiere poco del de los esclavos".