Revolución Industrial

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y EDUCACIÓN


DEPARTAMENTO ACADÉMICO DE EDUCACIÓN

Revolución industrial

Orígenes de la Revolución Industrial en Inglaterra


Después de siglos de estancamiento en Europa, el crecimiento económico
volvió a encontrar perspectivas muy favorables. La Revolución Industrial
iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, al cambiar las condiciones
de producción, indujo un enriquecimiento espectacular que se fue
generalizando con el correr de los años.
Un buen índice de este crecimiento fue su producción de hierro: 60.000 ton. Caldera 1801
en 1780; 300.000 ton. en 1800 y 700.000 ton. en 1830. (ampliar imagen)

Es el mayor cambio que ha conocido la producción de bienes desde 1800 en Inglaterra. La aparición de las
máquinas, instrumentos hábiles que utilizan energía natural en vez de humana, constituye la línea divisoria
entre dos formas de producción. La producción maquinista creó las condiciones para la producción y el
consumo en masa, característicos de época actual, hizo surgir las fábricas y dio origen al proletariado.
La revolución industrial es el cambio en la producción y
consumo de bienes por la utilización de instrumentos hábiles,
cuyo movimiento exige la aplicación de la energía de la
naturaleza. Hasta finales del siglo XVIII el hombre sólo había
utilizado herramientas, instrumentos inertes cuya eficacia
depende por completo de la fuerza y la habilidad del sujeto que
los maneja. El motor aparece cuando se consigue transformar
la energía de la naturaleza en movimiento. La unión de un
instrumento hábil y un motor señala la aparición de la
máquina, el agente que ha causado el mayor cambio en las
condiciones de vida de la humanidad.
Locomotora a vapor 1829.
La aplicación de la máquina de vapor a los transportes, tanto
terrestres como marítimos, tuvo una inmediata repercusión no sólo en procesos de comercialización, sino
también en la calidad de la vida, al permitir el desplazamiento rápido y cómodo de personas a gran distancia.
La construcción de los ferrocarriles fue la gran empresa del siglo XIX.

La tecnología
A comienzos del siglo XVIII las telas que se fabricaban en Europa tenían como
materia prima la seda (un artículo de lujo, debido a su precio), la lana o el lino.

Máquina de Arkwright
1870
(ampliar imagen)
Ninguna de ellas podía competir con los tejidos de algodón procedentes de la India y conocidos por ello como
indianas o muselinas. Para entonces, la producción de tejidos de algodón en Inglaterra era insignificante y
su importación desde la India constituía una importante partida de su balanza mercantil. Para competir con la
producción oriental se necesitaba un hilo fino y fuerte que los hiladores británicos no producían.
La primera innovación en la hilandería se produjo al margen de estas preocupaciones: Hargreaves, un hilador,
construyó el primer instrumento hábil, la spinning-jenny (1763), que reproducía mecánicamente los
movimientos del hilador cuando utiliza una rueca y al mismo tiempo podía trabajar con varios husos. El hilo
fino pero frágil que con ella se obtenía limitó su aplicación a la trama de tejidos cuya urdimbre seguía siendo
el lino. Continuó por tanto la fabricación de tejidos de lino y la productividad recibió nuevo impulso debido a las
limitadas exigencias de la jenny en espacio y energía.
Pocos años después surgía la primera máquina, con la aparición de la estructura de agua de Arkwright
(1870), que recibe su nombre porque necesitaba la energía de una rueda hidráulica para ponerse en
movimiento.
Para entonces, Samuel Crompton había construido una máquina nueva,
inspirada en las anteriores, conocida como la mula, y que producía un hilo
a la vez fino y resistente. El grueso de un hilo se mide por el número de
madejas de 768,1 metros (840 yardas) que se puede obtener con 453
gramos de algodón (una libra). Un buen hilandero podía fabricar 20
madejas y la mula comenzó duplicando esta cifra para pasar a 80 y poco
después a 350, más de 268 km. El número de husos, que no pasaba de
150 en la primera versión, alcanzó los dos mil al cabo de unos años y todo
ello se conseguía con el solo trabajo de un oficial y dos ayudantes. La
exportación de tejidos británica se multiplicó por cien en los cincuenta años
Telar de Crompton 1780 que siguieron a 1780.
(ampliar imagen)
A partir de la renovación de la hilandería se
puso en marcha un proceso que condujo a la mecanización de todas las etapas
de la producción de tejidos, desde la desmontadora de algodón, fabricada en
América por Eli Whitney, hasta las máquinas que en Inglaterra limpiaban de
cualquier impureza el algodón en rama (trabajo especialmente penoso por el
polvo que levantaba), el cardado y la elaboración mecánica de los husos para
la fabricación de hilo. Una vez fabricado éste, los telares mecánicos,
desarrollados en Francia por Jacquard, sustituían ventajosamente a los
manuales tanto por la rapidez como por la calidad.
El blanqueado de la tela, que llevaba varias semanas, se redujo a un par de
días cuando al cambiar el siglo se descubrió un procedimiento químico a base
de clorina. El estampado, que concluye el proceso, se hacía utilizando tacos
de madera, que se aplicaban manualmente, hasta que en 1785 se encontró un
rodillo que multiplicó la producción.
La demanda de energía que las máquinas textiles requieren fue satisfecha
inicialmente recurriendo al método tradicional de las ruedas hidráulicas y las
primeras fábricas se establecieron en las orillas de los ríos, tomando el nombre Hilado manual.
de molinos. La irregularidad de la corriente aconsejaba buscar una fuente
independiente de energía. Las experiencias para conseguir un motor capaz de elevar el agua, mediante el
vacío producido por la condensación del vapor, habían llegado, a mediados del siglo XVII, a una primera
formulación, desarrollada por Savery en una máquina eficaz, aunque de escasa potencia y limitada aplicación.
Newcomen combinó la presión de vapor con la atmosférica para producir una máquina mucho más eficaz,
aunque muy costosa por la cantidad de combustible que requería el calentar y enfriar sucesivamente el
cilindro en el que se iniciaba el movimiento. En la universidad de Glasgow enseñaba Black, quien había
descubierto la existencia del calor latente de vaporización, principio que venía a explicar la gran cantidad de
agua que se necesitaba para conseguir la condensación del vapor.
Pero el doctor Watt fue quien dirigió sus trabajos para independizar las dos etapas del proceso (vaporización y
condensación) de modo que no hubiera pérdida de energía. La construcción de un condensador
independiente, que permanecía constantemente frío, en tanto el cilindro estaba siempre caliente, puso fin al
despilfarro de carbón. La utilización de un cilindro de doble efecto permitió prescindir de la presión atmosférica
en tanto la aplicación de altas presiones, sin las cuales no había posibilidad de aplicar el motor a un vehículo,
se encuentra en el origen de la locomoción mecánica.
De entrada, la máquina de vapor vino a resolver el problema planteado por el drenaje de las minas y, junto
con la lámpara de seguridad de Davy (1815), permitió abrir pozos cada vez más profundos y explotar aquellos
que habían sido abandonados por las dificultades y riesgos que implicaba la explotación.
En cuanto al hierro, su demanda estaba limitada por la dificultad de transformar el mineral. éste se presentaba
combinado con oxígeno cuya eliminación se realizaba mediante combustión en altos hornos. La masa fluida
que se obtenía en la parte inferior estaba llena de impurezas que eran eliminadas mediante el afinado, que le
quitaba el carbono sobrante, y el forjado, en el que los golpes de un martillo hidráulico permitían
homogeneizar su estructura.
La primera línea de mejora consistió en la sustitución
del carbón por el coque, que se obtiene mediante la
combustión incompleta del carbón para separar el
sulfuro y el alquitrán. La utilización de coque en la
producción de hierro se realizó con éxito a comienzos
del siglo XVIII por Abraham Darby, pero sólo se
generalizó en la segunda mitad del siglo.
Una nueva técnica para mejorar la calidad del lingote
fue el pudelado, en el que la fusión se realizaba
manteniendo separado el carbón del mineral. El acero
es el hierro sin otra impureza que uno por ciento de
carbono; hasta entonces se había conseguido en
pequeñas cantidades utilizando como materia prima un
mineral de excepcional pureza. La fundición del hierro
en un crisol y a más altas temperaturas permitió la
Fabrica de hilados. producción masiva de acero y con ella la satisfacción de
toda clase de demandas procedentes de la propia industria.

Los cambios en la agricultura


El parlamento inglés, durante el transcurso del siglo XVIII, permitió cercar las fincas en el campo abierto. El
gasto que demandaba esta operación favoreció a los hacendados más ricos y permitió la aplicación de
nuevas técnicas para incrementar la productividad agrícola. Se empezó la rotación de cultivos suprimiendo el
sistema anterior de barbecho, se mejoraron las especies ganaderas gracias al cruce de ejemplares
seleccionados, se generalizó el cultivo de nuevas especies, se mecanizaron las labores del campo, se
aumentaron las superficies cultivables desecando pantanos, y se logró un rendimiento mayor con la utilización
de abonos.
El ejemplo de Inglaterra fue seguido por los países europeos cuya producción agrícola se duplicó entre 1840 y
1914. Durante la misma época, en los extensos territorios de los Estados Unidos, Canadá, Australia y
Argentina se generalizó el cultivo de cereales o la crianza de ganado, convirtiéndose estos países en los
abastecedores de Europa y del mundo entero. En los países tropicales se intensificaron las plantaciones de
caña de azúcar, café y otros productos alimenticios, de algodón y de otras materias primas que abastecieron
las industrias europeas.

El crecimiento demográfico y su interrelación con el desarrollo urbano


La mejor alimentación, resultante de la diversificación y de los mejores rendimientos de la agricultura, permitió
disminuir la mortalidad infantil y alargar la vida de los europeos. A ello también contribuyeron los progresos de
la medicina, especialmente el descubrimiento y la aplicación de la Vacuna para atajar las epidemias
periódicas que diezmaban la población.
Los europeos casi se triplicaron en el transcurso del s. XIX, siendo su crecimiento más notorio en los países
industrializados. Este aumento demográfico estuvo estrechamente unido al despegue industrial, pues al
elevarse la población se contó con abundante mano de obra y un amplio mercado de compra que
garantizaron las ganancias indispensables para nuevas inversiones. El mejoramiento tecnológico de la
actividad agrícola liberó mano de obra y se produjo el éxodo rural hacia los centros industriales. Las antiguas
ciudades fueron adquiriendo una nueva fisonomía, pues la aparición de las fábricas y la aglomeración
demográfica impusieron cambios urbanísticos por las urgentes exigencias de distribución de agua, servicios
de alcantarillado, transportes, parques y lugares de esparcimiento.

La organización del trabajo y los problemas sociales


Las transformaciones económicas que originó la Revolución Industrial alteraron las estructuras sociales
vigentes desde la Edad Media. En las zonas rurales, el campesino se desvinculó del señorío feudal y se
convirtió en un jornalero cuyo trabajo se retribuyó con un salario. En las ciudades, el artesano que trabajaba
su propio taller se trasladó a las fábricas en calidad de obrero asalariado y pasó a depender del propietario de
las máquinas. Esta nueva situación constituyó el germen de las alteraciones campesinas y de las revoluciones
obreras que acontecieron durante la segunda mitad del s. XIX en Europa.

Segunda revolución industrial


Entre los años 1880 y 1914, el desarrollo industrial se extendió a
nuevos países y adquirió un ritmo acelerado. Este fue de tal
magnitud que muchos historiadores han denominado este
período como el de "la segunda revolución industrial".

El progreso científico y la aplicación tecnológica


Como vimos, las industrias textiles y siderúrgicas fueron las
primeras en desarrollarse. Los ingleses contaban con abundante
algodón proveniente de la India a bajo precio, por lo que crearon
grandes manufacturas textiles que terminaron por desplazar al
lino y a la lana en la confección del atuendo entre los europeos.
Para ello, desde mediados del s. XVIII, contaron con la
progresiva aparición de nuevos inventos que facilitaron una
rápida y abundante producción.
Se comenzó con el descubrimiento de la lanzadera volante, Fábrica alemana.
siguieron los diversos tornos de hilar que permitieron a un obrero trabajar varios husos a la vez, continuaron
con el telar mecánico y se combinaron de tal forma estos diversos inventos que la cantidad de productos
fabricados superó ampliamente la demanda tradicional. Esta situación convirtió a Inglaterra en un país
exportador y en el verdadero taller del mundo en la primera mitad del s. XIX.
El invento y la aplicación de la máquina a vapor abrió enormes posibilidades al desarrollo tecnológico que no
dejó de progresar durante todo el s. XIX. A fines del siglo, el alemán Daimler inventó el motor de combustión
interna; entre 1900 y 1914, el automóvil y el avión se perfeccionaron gracias al motor Diesel. Al mismo
tiempo, la electricidad empezó a utilizarse con fines industriales. Los estudios científicos, estimulados por los
gobiernos en las universidades y financiados por las empresas, lograron obtener algunas materias con
procedimientos químicos realizados en los laboratorios. Estos nuevos productos, como el caucho y el salitre
sintético, abrieron un campo ilimitado al desarrollo científico y tecnológico.

El avance de los medios de comunicación


Uno de los acontecimientos más destacados durante la segunda mitad del s. XIX, fue la población y
colonización de nuevas tierras. Trece millones de europeos se desplazaron a los Estados Unidos, otros se
dirigieron a Australia y al algunos países de Sudamérica. California y Australia ejercieron especial atractivo
sobre los buscadores de oro. Este sorprendente movimiento migratorio se pudo realizar porque los
transportes se abarataron y facilitaron a los campesinos, que no encontraban trabajo en las ciudades
europeas, el traslado a tierras donde existían mejores expectativas laborales. En 1869, se abrió el Canal de
Suez que acercó Europa al Lejano Oriente; más tarde, se construyó el ferrocarril en el Istmo de Panamá y,
finalmente, se construyó en 1914 el canal que une el Atlántico con el Pacífico.
La aplicación de la fuerza del vapor a la navegación que iniciara
Fulton en 1807 y la generalización de la hélice desde 1885
aumentaron las posibilidades de carga y de velocidad en el tráfico
marítimo. Los meses que se tardaban para viajar entre dos puntos se
redujeron a semanas. El ferrocarril, de invención más tardía, trajo
similares consecuencias y se erigió en el símbolo del progreso. Puso
en contacto las zonas rurales interiores con las ciudades costeras y
permitió unir las regiones más distantes de los extensos estados que
surgieron en la segunda mitad del s. XIX. Los ferrocarriles que unieron
Moscú con Vladivostock en el imperio ruso, y el transoceánico que
unió Nueva York con San Francisco, dieron vida a inmensos y
productivos territorios continentales.
Canal de Panamá 1914. La información se vio también favorecida por nuevos sistemas: el
telégrafo eléctrico, iniciado en 1844 y el teléfono en 1876, se unieron
al sistema de franqueo postal introducido desde 1840. Todos estos adelantos contribuyeron al acortamiento
de las distancias y al mejor aprovechamiento del tiempo, acercaron a los hombres y cambiaron las relaciones
económicas entre los pueblos y las empresas.

El apogeo del capitalismo


El nuevo sistema industrial exigió un cambio en el mundo de las finanzas. Las antiguas sociedades integradas
con capitales familiares fueron cediendo ante la aparición de las grandes sociedades anónimas,
indispensables para costear los gastos que demandaban la fabricación de las máquinas y la construcción de
los ferrocarriles. Gracias a esta concentración del capital, se formaron los grandes bancos internacionales y el
crédito permitió emprender obras cada vez más costosas y más rentables. Así se fue afirmando
progresivamente a lo largo del s. XIX un sistema económico en el que la dirección de las empresas pertenecía
exclusivamente a los poseedores del K: el capitalismo. A ello colaboraron diversos factores: la libertad de
enriquecimiento que benefició a quienes poseían la capacidad empresarial, la economía de mercado basada
en el libre juego de la oferta y la demanda en la fijación de precios y salarios, así como la formación de las
nuevas sociedades anónimas capaces de concentrar el capital indispensable para financiar los elevados
costos del maquinismo

Las trasformaciones sociales


La revolución industrial tuvo hondas repercusiones en la sociedad. La burguesía desplazó definitivamente a la
nobleza como clase rectora en los países occidentales. Los Lores ingleses, sin abandonar su carácter y
conservando algunos de sus privilegios, se mezclaron con los burgueses y compartieron con éstos las
ventajas del auge económico. En Francia y los Países Bajos la nobleza desapareció como grupo privilegiado.
En Alemania, los nobles tuvieron que conformarse con hacer carrera en el ejército y en la diplomacia.
Solamente en Rusia, escasamente industrializada, mantuvieron sus privilegios hasta el s. XX. En cambio, la
burguesía —integrada por los empresarios industriales y los banqueros (alta burguesía), por profesionales
como médicos, ingenieros o abogados, y por los comerciantes y pequeños empresarios (mediana y pequeña
burguesía)— impuso su concepción de la vida, sus costumbres y valores. Estos giraron en torno a la riqueza y
exaltaron las virtudes del ahorro metódico, de la constancia en el trabajo y del respeto del orden establecido.
El campesinado, arrojado del campo por la creciente mecanización de las actividades agrícolas, emigró a las
ciudades y, junto al artesano empobrecido por el nuevo sistema fabril, dio origen a la nueva clase social: el
proletariado obrero.

El proletariado y la cuestión social


La concentración fabril agrupó a los trabajadores, les hizo sentirse solidarios de sus problemas y tomar
conciencia de los mismos para buscarles solución. El proletariado se encontró sometido a duras condiciones
que empezaron a conocerse gracias a los informes de médicos y sociólogos a partir de 1830. El trabajo se
realizaba en jornadas superiores a las 15 horas diarias en fábricas inhóspitas. Algunos empresarios preferían,
por razones de economía, contratar a mujeres y niños. El salario se regía por la ley de la oferta y la demanda,
era bajo e inseguro. Tampoco existían leyes de previsión social ni sobre accidentes del trabajo. En ciertos
casos, las condiciones de las viviendas obreras eran insalubres y favorecían las enfermedades.
El estado burgués, imbuido de la ideología liberal, consideraba que toda intervención para solucionar los
problemas surgidos entre el capital y el trabajo era inútil, perjudicial e injusta, porque en toda actividad debían
respetarse las leyes naturales y no limitar la libertad de los individuos. Aunque en Inglaterra, en 1802, se
prohibieron los horarios que excedieran las 12 horas, y en 1819 el trabajo de niños menores de 10 años,
solamente a mediados del siglo los gobiernos publicaron las primeras leyes sociales favorables a los obreros.
Estas disposiciones fueron resultado de la presión de algunos intelectuales cuyos escritos despertaron un
sentimiento humanitario, y de los movimientos organizados de los trabajadores. Las primeras fueron las
diversas corrientes del "socialismo utópico". Entre sus exponentes se destacaron: Saint-Simon, Fourier,
Proudhon, Owen.

La ideología marxista
En cambio, el socialismo "científico", como lo denominó Karl Marx (1818-1883), se decidió abiertamente
por la acción política. En 1848, este ideólogo alemán de origen israelita publicó, con la colaboración de
Federico Engels, el Manifiesto del Partido Comunista. En él aparecen los principios de la ideología marxista y
los fundamentos de su acción: materialismo histórico, lucha de clases, organización internacional de los
obreros y opción deliberada por la revolución como instrumento para conquistar el poder e implantar el
régimen comunista. En obras posteriores, Marx completó la exposición de su programa socio-político, pero el
"Manifiesto", por su estilo apasionado y su vibrante espíritu revolucionario, es el escrito que mayor repercusión
ha tenido entre los sectores obreros de la época.
En 1864, se organizó la "Primera Internacional Obrera" para impulsar la lucha revolucionaria en todos los
países. Esta asociación no pudo mantener su unidad por la escisión que se produjo en 1872 debido a la
corriente anarquista que dirigía el ruso Bakunin. El anarquismo deseaba suprimir el estado burgués liberal y
capitalista; pero se oponía también a la instalación de un estado socialista. Propiciaba la máxima libertad de
acción, por lo cual propugnaba la abstención política y la huelga para combatir al capitalismo. La Segunda
Internacional, creada en 1889, no pudo superar el nacionalismo de los partidos socialistas que la integraban
e hizo crisis al estallar la guerra de 1914.

La respuesta de la Iglesia
La Iglesia, conforme al mandato de Cristo, siempre ha mantenido obras asistenciales para ayudar a los
pobres y menesterosos. Desde su fundación ha contado con numerosas congregaciones destinadas a la
ayuda caritativa del prójimo más necesitado. Por esta tendencia tradicional, en el seno del cristianismo, no
faltaron desde comienzos del s. XIX las denuncias de algunos católicos contra las injusticias del sistema
capitalista y la condena al escándalo de los salarios ínfimos y a la duración excesiva de las jornadas de
trabajo. Entre 1835 y 1848 varios obispos franceses e italianos invocaron la intervención legislativa en
defensa del bien común y en favor de los más débiles. Incluso en 1831, y posteriormente en 1848, algunos
pensadores como Lacordaire y Ozanam trazaron un programa de legislación en defensa de los niños, de los
enfermos y de los ancianos, propusieron la formación de comités mixtos para dirimir los pleitos entre el capital
y el trabajo y, finalmente, exigieron el reconocimiento del derecho al trabajo.
En el plano práctico, el mismo Federico Ozanam organizó en 1833 "Las Conferencias de San Vicente de Paul"
para socorrer a los pobres y a los enfermos. En 1840 surgió la "Sociedad de San Francisco Javier" que creó
escuelas para los obreros y una oficina de colocación para los cesantes. Don Bosco, entre 1841 y 1854, echó
las bases de los oratorios y de las escuelas profesionales y, pocos años más tarde, el beato Luis Orione creó
la heroica fundación de Cottolengo.
Monseñor Emmanuel von Ketteler, obispo de Maguncia, dio un paso adelante con sus sermones en la
catedral durante el año 1848, y con la publicación en 1864 sobre "La cuestión social y el cristianismo". En
ambas ocasiones planteó la acción social como una exigencia de justicia y no solamente como caridad
asistencial.
No todos los sectores católicos coincidieron con estos planteamientos, se realizaron numerosos estudios
sobre el tema y se suscitaron acaloradas polémicas. Sin embargo, unos 40 años después, las corrientes del
catolicismo social representadas por Ketteler fueron confirmadas oficialmente en 1891 por el Papa León XIII
en su encíclica Rerum Novarum. Este documento pontificio ratificó: el derecho a la propiedad privada y la
función social de ella, la obligación, aunque limitada que le incumbe al Estado de promover la prosperidad
pública y privada, los deberes de los obreros para con sus patrones y sus derechos a un salario suficiente
para vivir con dignidad. Consagró así el aspecto humano y personalista del trabajo y la condenación de la
lucha de clases, aunque invitó a los obreros a organizarse en asociaciones para defender sus derechos e
intereses.

Algunos Inventos, descubrimientos e innovaciones en el siglo XVIII

1709 Cristófori (Italiano) Piano 1777 Lavoisier (Francés) Explicación Combustión

1778 Jouffroy (Francés) Bote de Vapor


1714 Fahrenheit (Alemán) Temómetro de Mercurio
Experimental

1745 Von Kleist (Alemán) Botella de Leyden 1780 Franklin (EE.UU.) Lentes Bifocales

1745 Musschenbroeck (Alemán) Botella de


1783 Montgolfier (Francés) El Globo
Leyden

1752 Franklin (EE.UU.) Pararrayos 1785 Cartwright (Inglés) Telar Mecánico

1761 Harrison (Inglés) Cronómetro 1785 Blanchard (Francés) Paracaídas

1769 Watt (Escocés) Máquina de Vapor 1785 Ransome (Inglés) Arado de Hierro Fundido

1770 Cugnot (Francés) Carro de Vapor 1792 Murduch (Escocés) Lámpara de Gas

1774 Priestley (Inglés) Oxígeno 1796 Senefelder (Bohemio-Alemán) Litografía

1777 Miller (Inglés) Sierra Circular 1797 Wittemor (EE.UU.) Máquina de Tarjeta

Algunos Inventos, descubrimientos e Innovaciones en el siglo XIX

1800 Volta (Italiano) Pila 1868 Gramme (Belga) Dínamo

1802 Symington (Escocés) Bote Vapor 1876 Otto (Alemán) Motor 4 ciclos

1824 Aspdin (Inglés) Cemento Portland 1876 Bell (EE.UU.) Teléfono

1828 Henrry (EE.UU.) Electromagneto 1879 Edison (EE.UU.) Lámpara Incandescente

1835 Talbot (Inglés) Fotografía 1882 Wheeler (EE.UU.) Ventilador Eléctrico

1837 Davenport (US) Motor CD 1885 Benz (Alemán) Automóvil


1837 Morse (EE.UU.) Telégrafo 1885 Daimler (Alemán) Motocicleta

1885 Stanley (EE.UU.) Transformador


1845 Hoe (EE.UU.) Rotatíva
Eléctrico

1846 Howe (EE.UU.) Máquina de coser 1887 Tesla (EE.UU.) Motor de Inducción

1847 Staite (Inglés) Lámpara de Arco 1888 Eastman (EE.UU.) Cámara Kodak

1849 Bourding (Francés) Turbina Gas 1889 Daimler (Alemán) Motor Gasolina

1849 Francis (EE.UU.) Turbina Hidráulica 1892 Tesla (EE.UU.) Motor Corriente Alterna

1858 Siemens (Alemán) Horno para acería 1892 Morrison (EE.UU.) Auto Eléctrico

1864 Marcus (EE.UU.) Automóvil


1893 Tesla (EE.UU.) Radio
Experimental

1866 Nobel (Suizo) Dinamita 1895 Diesel (Alemán) Motor Diesel

León XIII: Encíclica Rerum Novarum, 1891 (extracto):


"Una vez despertado el afán de novedades, que hace tanto
tiempo agita a los pueblos, necesariamente había de suceder que
el deseo de hacer cambios en el orden político se extendiese al
económico, que tiene con aquel tanto parentesco. Efectivamente,
los aumentos recientes de la industria y los nuevos caminos
porque van las artes, al camino obrado en las relaciones mutuas
de patrones y trabajadores, el haberse acumulado las riquezas
en unos pocos y empobrecido la multitud, y en los obreros la más
clara sensación de lo que su propio valer y poder han alcanzado,
y la unión más estrecha con que unos a otros se han juntado, y ,
finalmente, la corrupción de las costumbres, han hecho estallar la
guerra.
... Por esto, proponiéndonos como fin la defensa de la iglesia y el
bien común... creemos deber escribir algo del estado y condición
de los obreros... Su Santidad León XIII.

Pero ella (la solución que demanda la verdad y la justicia) es difícil de resolver y la empresa no carece de
peligro. Porque difícil es dar la medida justa de los derechos y deberes en que deben ubicarse ricos y
proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Y peligrosa es una contienda que por
hombres turbulentos y maliciosos frecuentemente se tuerce para pervertir el juicio de la verdad y mover a
sediciones la multitud. Como quiera que sea, vemos claramente, y en esto convienen todos, que es preciso
dar pronto y oportuno auxilio a los hombres de las clases modestas, pues que sin merecerlo se hallan la
mayor parte de ellos en una condición desgraciada y calamitosa.
Pues, destruidos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos y no habiéndoseles dado en su lugar
defensa alguna por haberse apartado las instituciones y leyes públicas de la Religión de nuestros padres,
poco a poco los obreros se encontraron entregados, solos e indefensos por la condición de los tiempos, a la
inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada codicia de sus competidores, hizo aumentar el mal la voraz
usura, la cual, aunque más de una vez condenada por sentencia de la iglesia, sigue siempre, bajo diversas
formas, la misma en su ser, ejercida por hombres avaros y codiciosos. Juntase a esto que los contratos de las
obras y el comercio de todas las cosas están casi todos en manos de pocos, de tal suerte que unos cuantos
opulentos y riquísimos hombres han puesto sobre los hombros de la multitud innumerables de proletarios un
yugo que difiere poco del de los esclavos".

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