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Introducción a la Ciencia Política

Tema 1
EL ESTADO

1. – Las sociedades sin Estado.


Una de las cuestiones más debatidas en ciencia política y en la
antropología política es la posible existencia de sociedades que tuvieran
cierto grado de organización política sin la existencia de un aparato de
poder que pudiera imponer coactivamente sus órdenes y castigar la
trasgresión de sus prohibiciones. Este sería el sentido más primario del
concepto de Estado, vinculado a ese poder con fuerza de ordenar y de hacer
cumplir sus mandatos, aún muy lejos de la complejidad del Estado
moderno, que es un modelo político, como veremos, mucho más reciente,
ya que es hijo del Renacimiento europeo.

Aunque la opinión mayoritaria es que la existencia de ese aparato


estatal con fuerza para obligar a los miembros de su sociedad es
consustancial a la idea de sociedad organizada, sin embargo algunas
investigaciones antropológicas, como la Pierre Clastres sobre los tupí-
guaraníes, han demostrado la existencia de sociedades políticas sin Estado,
entendiendo este como ese aparato coactivo ya citado.

Las jefaturas entre los guaraníes asentados a principios del s. XV en


el sur de la actual Venezuela, eran de carácter funcional y temporal, es
decir, se ejercitaban mientras eran útiles a la comunidad y durante el
tiempo que ésta necesitaba de ellas, sin que la comunidad se sintiera
forzada a la obediencia sino por mecanismos persuasión debía actuar, o
pasado el tiempo funcional de su ejercicio –caza, recolección, pesca,
guerra, etc.- dejaba de ser reconocida y poder operar como tal jefatura. Una
de las más destacadas jefaturas era la que ejercían el que tenía “el don de la
palabra”. Su actividad no era la de un juez o un árbitro que podía aplicar
reglas para dar la razón a una parte en conflicto con otra. Su actividad
consistía en su capacidad de convencimiento y persuasión para que las
partes en conflicto aceptaran voluntariamente una fórmula de solución de
su conflicto. Esta jefatura se mantenía en tanto en cuanto demostraba su
eficacia en una mayoría de los casos, y dejaba de ejercerse cuando la
capacidad de convencimiento se debilitaba excesivamente.

Tal funcionamiento se encuentran en otras comunidades indígenas,


en donde además el órgano fundamental de gobierno es el Consejo de
Ancianos cuyas decisiones se toman tras largos diálogos y normalmente
por consenso.

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Conviene recordar que la crisis de la sociedad guaraní se produjo


también en aquel siglo xv cuando, tras un salto demográfico considerable y
una mayor concentración urbana, algunas jefaturas funcionales quisieron
reconvertirse en permanentes y coactivas anunciando la aparición de ese
aparato estatal, la reacción de una mayoría de la sociedad guaraní fue una
enorme emigración para salvar su modo de vida de sociedades sin Estado, y
tras una travesía de miles de kilómetros instalarse en su actual ubicación, el
altiplano de Paraguay, fronterizo con Argentina y Brasil.

Es cierto que la evolución de este modelo le ha llevado a su


aniquilación y a la tendencia a un poder coactivo que impone sus
decisiones al conjunto de la sociedad y que es el antecedente de las
sociedades estatales.

NOTA: Respecto a otras formas de sociedades preestatales hasta


llegar a la forma moderna e Estado véase Tema 1.1 “Formas históricas
preestatales” de Derecho Constitucional I.

2.- El origen del Estado.


Entre los siglos XV y XVI se producen transformaciones de gran
calado en el mundo.

El movimiento cultural conocido por Renacimiento que se inicia en


el siglo XV supone un redescubrimiento de la cultura greco- romana con
sus valores de humanismo y naturalismo.

El descubrimiento de América va ampliar extraordinariamente los


mercados y la comunicaciones, fomentando el comercio y la economía
monetaria. Los cambios de mentalidad, proclaman la libertad de
contratación, de comercio, de navegación y también la moral del éxito y del
beneficio, sentando los cimientos del capitalismo moderno.

La revolución científica con Copérnico y Galileo, los inventos de la


brújula y de la imprenta facilitan las comunicaciones y la difusión del
conocimiento. La utilización de la pólvora tecnifica la guerra, a la vez que
se amplían las relaciones diplomáticas entre los Estados.

Las lenguas romances o lenguas nacionales favorecen las identidades


nacionales y van paralelas a la construcción de los primeros Estados. Se ha
dicho que Sicilia, a principios del s. XIII, bajo la monarquía de Federico II

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supone una forma estatal precoz, por la centralización y secularización de


poder. A principios del s. XIII, la República de Venecia es un ejemplo de
Estado pleno, con embajadas permanentes en las Cortes extranjeras. En
otras ciudades- Estados italianas se va a preconfigurar también esta forma
política.

En cuanto a los grandes Estados europeos, Francia y España son los


primeros que unifican sus territorios bajo un principio de poder único.

Esta idea de un poder que no reconoce superior es la fórmula


definitoria del poder soberano del Estado.

Otros rasgo es la unificación del Derecho y de la Administración


regia en un territorio determinado.

Debe señalarse, sin embargo, que el término “Estado” aparece en su


acepción nueva en la obra El Príncipe de Maquiavelo. El Estado era una
forma política caracterizada principalmente por su estabilidad, por la
continuidad en el ejercicio del poder, apoyada en armas propias. Durante el
s. XVI hubo una amplia literatura sobre la llamada razón de Estado que
contribuyó a popularizar el nuevo término.

En el s. XVII se iniciarían las llamadas doctrina pactistas o


contractualistas sobre el origen de la sociedad estatal, a partir de esa
hipótesis originaria por la cual los ciudadanos transfieren al Príncipe sus
parcelas de poder a cambio de que éste garantice la paz social y la
seguridad. Autores como Hobbes, Locke y luego Rousseau, en el s. XVIII,
desde distintos enfoques, comparten esta concepción pactista o
contractrualista.

BIBLIOGRAFÍA:
TORRES DEL MORAL, Antonio. Estado de Derecho y Democracia
de Partidos, Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de
Madrid, Madrid, 1991.

3.- Elementos constitutivos del Estado.

La Teoría clásica del Estado ha venido sosteniendo que el Estado se


constituye a partir de la conjunción de tres elementos: la nación (como
elemento o base humana del mismo), el territorio (como base física) y el
poder (con una serie de características de las que la más importante es la
soberanía).

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El Estado como agrupación humana establecida sobre un territorio


determinado con poder soberano.

I. EL ELEMENTO HUMANO DEL ESTADO: EL PUEBLO


O NACION

El pueblo, políticamente considerado, es concepto que sólo se


explica en su relación con el poder, con la lucha por el poder o contra el
poder y con las formas que éste adopta en su ejercicio. Así el pueblo es el
agregado humano que, asentado en un territorio, tiene capacidad de decidir
sobre su propia organización.

El pueblo ha evolucionado desde su simple consideración como


súbdito y, por tanto, como objeto de la política, hasta convertirse en el
sujeto activo de la misma, capaz de constituir al propio Estado (el titular de
poder constituyente).

I.I Evolución histórica

Políticamente entendida, la nación no puede surgir hasta que se


fragmente el orden político medieval en una pluralidad de grupos
particulares unificados en torno al poder de sus respectivos monarcas.

El Renacimiento y la Reforma, suponen dos elementos aceleradores


en tal proceso de unificación; el primero, porque supone la ruptura
definitiva de los propósitos imperialistas del Papado y del Imperio; y el
segundo la ruptura del universalismo católico.

La revolución francesa acabará consagrando la idea y la realidad


nacional; es el pueblo o la nación quien la lleva a cabo frente a los
estamentos del Antiguo Régimen. La Revolución va a contribuir también a
asentar el sentimiento nacional con motivaciones espirituales (la bandera
nacional, el himno nacional, ...). Pero la Revolución influye también de
otro modo en la consolidación del sentimiento nacional, porque las guerras
emprendidas por ella y por Napoleón extienden el sentimiento nacional al
resto de Europa.

Otro paso, en el s. XIX, Mancini señala que los pueblos (por tener
una comunidad de origen, de costumbres, lengua, religión, etc., y además
conciencia de esa unidad) constituyen una nación y tienen el derecho de
constituirse en estados independientes. La teoría tenía una influencia

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política bien concreta: lograr la unificación italiana. Al terminar la I Guerra


Mundial este principio hallaría su reformulación a través del derecho de
autodeterminación de los pueblos.

Se ha intentado, erróneamente, explicar la esencia de la Nación en


torno a un solo elemento:
- Según la teoría de la raza, la unidad nacional descansa sobre una etnia
definida por la identidad de sus caracteres físicos.
- Según la teoría de la religión la unidad nacional descansa en la unidad de
las creencias religiosas.
- Según la teoría de la lengua, en cuya virtud se entendió que la Nación se
integra por el conjunto de gentes que hablan un mismo idioma. La lengua
es un importante elemento de integración, pero ello no es suficiente para
sostener esta teoría.

Todas ellas adolecen del mismo defecto: querer construir la idea de


Nación en torno a uno solo de sus elementos, cuando, en realidad, la
Nación no es sino la síntesis de una serie de ellos, objetivos unos,
subjetivos otros. Para Lucas Verdú, la Nación es “la comunidad que,
arrancando de un pasado histórico y mediante la síntesis de diversos
elementos, importantes pero no exclusivos, intenta, lográndolo a veces,
constituirse en Estado”.

Términos hasta aquí utilizados, pueblo y nación, son hoy sinónimos


y así lo utiliza nuestra Constitución vigente (art. 1.2).

II. EL TERRITORIO O ELEMENTO FÍSICO DEL


ESTADO

El territorio comprende, además de las porciones de terreno –suelo-,


el mar territorial, el subsuelo, el espacio aéreo, las sedes diplomáticas del
Estado y las naves y aeronaves que navegan bajo su bandera. El territorio
queda delimitado por las fronteras que sirven de límite al ámbito de
ejercicio del poder estatal.

Teorías:
- El territorio no es sino el objeto del Estado: éste tendría un derecho real
de propiedad sobre el territorio. El mismo carácter constitutivo que estamos
dando al territorio respecto del estado, impide sostener la validez de esta
teoría.

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- El Estado ejerce, indirectamente un dominio sobre el territorio, a través


del elementos humano (un imperium). No cabe hablar de imperium porque
éste sólo se ejerce de hombre a hombre.

- El territorio es una parte integrante de la personalidad del Estado.

- El territorio como ámbito espacial de la validez del orden jurídico estatal.


“La relación del Estado con su territorio no es una relación jurídica real ni
personal. El territorio no es otra cosa que el espacio de la validez, el ámbito
espacial de la vigencia del orden jurídico” (Kelsen).

Por tanto el territorio es:


- El marco de competencia que determina la esfera de autonomía en el
ámbito internacional.

- El medio de la acción del estado o soporte material de su autoridad. Quien


tiene el suelo tiene el habitante.

III. EL PODER DEL ESTADO

III.I. Precisiones terminológicas

La comprensión del poder es esencial para entender lo que sea el


Estado. Se trata de precisar qué se entiende por poder, por poder político
del Estado.

III.II. Auctoritas, poder e influencia

Son tres vías o modos de operar sobre la conducta de los demás.

Por poder entendemos la posibilidad directa o indirecta de influir


sobre los demás sin consideración a su voluntad; sustituir la voluntad ajena
por la propia, determinando la conducta del otro mediante el recurso a los
medios coactivos.

La influencia es la posibilidad de orientar la conducta ajena,


utilizando elementos o medios de carácter afectivo u otros factores de
relación social del influyente con el influenciado. No se utiliza la coacción.

La auctoritas. Si el poder determina la conducta ajena y la influencia


la orienta, la auctoritas la condiciona. La auctoritas está más cerca de la
influencia que del poder, puesto que inclina a los que reciben su afecto a
seguir a una conducta pero sin imponerla.

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La última aspiración de quien tiene el poder es llegar a tener


auctoritas. En ocasiones ambos coinciden.

III.III. La tendencia del Poder hacia su propia legitimidad

Cuando el poder no se halla establecido más que por la fuerza, se


trata tan solo de un poder de hecho. Sólo cuando se ejerce logrando el
consenso y el convencimiento de los gobernados estamos ante un poder de
derecho. Todo poder político aspira a lograr su conversión en poder de
derecho.

La evolución gira en torno a lograr un poder cada vez más


institucionalizado, más racional, y, en definitiva, más democrático.

III.IV. Formas históricas del Poder

El poder difuso.

También llamado inmediato o anónimo. Se impone a todos los


miembros del grupo sin necesidad de ser ejercido por ninguno de ellos. Se
da en sociedades primitivas en las que la observancia de las normas de
conducta no se lleva a cabo por efecto de la coacción ajena, ni se sanciona
la infracción de las mismas de otro modo que con la simple reprobación
colectiva.

El poder individualizado

La resolución de los conflictos sociales y la necesidad de organizar


mínimamente ese tipo de comunidad, hace surgir la exigencia de un poder
más fuerte que suele personalizarse en el individuo que encarna los valores
sociales imperantes en cada momento histórico y en cada comunidad. Un
poder de hecho que no ha logrado aún el grado de institucionalización
necesario para desprenderse de los elementos morales, religiosos y
económicos que le suelen acompañar.

El poder institucionalizado

Cuando el poder se halla institucionalizado y objetivado en Estado,


el traspaso de titularidad no comporta trauma alguno. Lo que caracteriza al
poder institucionalizado es la sujeción al Derecho. Se logra la objetivación
del poder político. Es aspiración de todo poder legitimarse
progresivamente.

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III.V. La legitimidad y sus clases

Max Weber distingue:

- La legitimidad tradicional que descansa en la herencia histórica, en


la santidad de lo que ha regido desde tiempo atrás.

- La legitimidad carismática, cuando los gobernados se entregan al


líder o a la persona que posee carisma (la ejemplaridad, las condiciones
extraordinarias,...). Aparece en tiempos de crisis.

- La legitimidad racional o democrática, propia de las democracias,


que coincide con un nivel avanzado de desarrollo en la sociedad. La
justificación del poder se basa en la idea de que la norma que rige el
ejercicio del poder del Estado se ajusta a las necesidades de la sociedad y,
sobre todo, es expresión de la misma voluntad social. La designación de
quienes ejercen el poder se lleva a cabo por métodos democráticos.

En los últimos tiempos, las actuales democracias han generado un


cuarto tipo de legitimidad: la legitimidad de la eficacia. El poder se
obedece porque es eficaz, logra los resultados apetecidos de progreso y de
modernidad.

III.VI. Teorías justificadoras del Poder

El origen del Poder (perspectiva filosófica).

Dos categorías: la que defiende el origen divino del poder y la que


cree hallarlo en la propia comunidad.

La primera halla su apoyo en los propios textos de la Biblia y en los


escritores católicos. Es la vía por la que Dios deposita el poder en el
monarca. Dos corrientes:
- La minoritaria. Dios deposita directamente el poder en el monarca.

- La mayoritaria. Para Suárez el poder de los gobernantes tiene su


origen en Dios sólo de una manera mediata o indirecta, porque Dios lo
deposita en el pueblo y no en el Rey. De ahí que el poder deba ejercerse
rectamente porque sólo así se legitima y porque su acción en perjuicio del

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pueblo justifica su pérdida. La voluntad para que el monarca ejerza el poder


puede hacer por consentimiento expreso o tácito.

La segunda categoría explica el origen del poder en la propia


comunidad (doctrinas voluntaristas o pactistas). El paso del Estado de
naturaleza al Estado sociedad de la comunidad política se opera gracias al
pacto social . Hoy en día no hay más justificación del poder político que la
que procede de la soberanía popular.

III.VII. Características del poder político

Es un poder centralizador. La evolución sufrida por los Estados


Federales en los que, con el mejor propósito de respetar los derechos de los
estados miembros, e Estado federal ha ido concretando funciones que en
principio eran de aquéllos.

Es un poder político (por contraposición al económico). No deriva


del dominio sobre la economía. Es por ello un poder de arbitraje entre los
distintos grupos que poseen el poder económico; no es un poder
patrimonial, pues no hay ninguna confusión entre el patrimonio del Estado
y el patrimonio privado de los gobernantes; y es un poder cuya observancia
está asegurada por sanciones.

Es un poder civil. Diferente netamente del militar.

Es un poder temporal (diferente del religioso), lo que implica una


separación entre poder civil y religioso, lo cual constituye una garantía de
libertad.

Es un poder soberano. La soberanía del Estado incluye el


monopolio de la fuerza armada y de la coerción organizada, en el sentido
de que los gobernantes están situados en una posición dominante.

4.- Evolución moderna del Estado. El Estado de


bienestar. La crisis del Estado.
Como ya vimos en la primera lección del Derecho Constitucional I,
la evolución desde el Estado absolutista al liberal pasa por un cambio de la
titularidad de la soberanía o poder el Estado: del Príncipe al pueblo.

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Introducción a la Ciencia Política

Posteriormente este pueblo se reconvertirá constitucionalmente en


Nación como una entidad abstracta y moral que permitirá que sus
representantes políticos sean limitados y estén engalanados por los
atributos de la propiedad, la renta y el pago consecuente de impuestos y
contribuciones.

Al mismo tiempo la concepción liberal constitucional de la burguesía


triunfante reclamará una actitud abstencionista del aparato del Estado. La
traducción política del viejo axioma mercantilista de dejar hacer, dejar
pasar. Se trata de que la sociedad organizada y dirigida por los propietarios
tenga el manejo de la economía y, por tanto, de sus consecuencias sociales,
a la vez que el monopolio de la representación política. Por ello, en esta
primera etapa, el Parlamento es la institución más destacada y el Gobierno
tiene un papel instrumental o al servicio de aplicar las leyes que aprueben
las Cámaras Parlamentarias.

Paralelamente a las reivindicaciones sociales, económicas y políticas


de los sectores populares para que se reconozca el derecho de asociación y
una participación irrestricta en las elecciones e instituciones políticas, el
mismo sistema burgués de partidos de cuadros va a evolucionar desde la
separación de poderes hacia la colaboración entres éstos y un creciente
incremento del papel del Gobierno y de sus intervenciones en distintos
sectores de la actividad del Estado y de la propia sociedad.

Al final del XIX y principios del s. XX el Estado se convierte en


intervensionista para realizar grandes servicios públicos como el ferrocarril
y también por el control del resto de las comunicaciones, la enseñanza, etc.
Este proceso culminará en la etapa del Estado Social de Derecho, cuando el
aparato del Estado para garantizar derechos sociales y laborales que tienen
la forma de prestaciones económicas o de servicios sociales, tiene que
convertirse en un gran empresario y un gran inversos público, que implica
ser un verdadero motor de la economía nacional desde este campo de la
actividad pública del Estado.

Después de la II Guerra Mundial y con la presencia de gobiernos


socialdemócratas y socialcristianos en una mayoría de países europeos se
implementan políticas públicas que quieren garantizar al ciudadano la
cobertura pública y gratuita de la mayoría de los servicios que necesita
durante su vida: sanidad, educación, vivienda, seguridad social, jubilación,
etc. La expresión sueca de que el Estado acompaña a sus ciudadanos desde
la cuna hasta la tumba es bien significativa de esta amplitud de cobertura, a
la que se va a denominar Estado de Bienestar. Este Estado es posible en
una coyuntura económica de crecimiento sostenido por la reconstrucción

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posterior a la guerra y la ayuda internacional, el plan Marshall, así como


por realizarse en países de importantes recursos industriales y agrícolas y
población escasa, como es el caso de los escandinavos, o con una gran
tradición industrial y tecnológica, como Alemania o el Reino Unido.

La crisis del Estado

Es una vieja historia esta de la crisis del Estado. En los años 50 el profesor
Manuel Fraga Iribarne ya publicó un libro con este título.
Es cierto que conceptos fundamentales vinculados al moderno Estado
constitucional como los de soberanía, representación, ley, etc se encuentran en
una crisis profunda. La globalización mundializadora con la hegemonía de
grandes potencias, tanto políticas como económicas, las empresas
multinacionales, las organizaciones de ámbito planetario han reducido aquel
poder supremo de Estados que en el plano internacional querían tratarse entre
iguales, a muy poco.
Los nuevos protagonistas colectivos de la vida política y social: partidos
políticos, sindicatos, asociaciones, medios de comunicación, grupos de
presión, etc. dejan al elegido y representante individual en una situación muy
débil ante la llamada democracia de partidos y la disciplina de éstos y otros
grupos y organizaciones sociales.
La tendencia a constituir organizaciones supranacionales a las que los Estados
transfieren parcela importantes de su soberanía implica un debilitamiento de
los aparatos estatales y sus viejas competencias.
La última crisis ha sido la del Estado de Bienestar, ese Estado protector,
asistencialista, que acompañaba a los ciudadanos desde la cuna a la tumba, con
servicios sociales gratuitos y ejercía una suerte de paternalismo tutelar. Tal
vez, esta crisis sea decisiva y, por ello, adjuntamos un documento (ANEXO I)
de un libro reciente sobre la misma: RODRÍGUEZ- MORCILLO, Luis. "El
Estado de bienestar", cap. IV del libro Introducción a la política, de
COLOMER VIADEL, José Luis, BARTOLOMÉ CENZANO, José Carlos y
RODRÍGUEZ MORCILLO, Luis. Ediciones Del Laberinto, Madrid, 2001, pp.
139- 147.

ANEXO I: La crisis del Estado del bienestar


Introducción

Con la crisis del petróleo en los primeros años setenta y el desarrollo en la

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Introducción a la Ciencia Política

misma década de las nuevas tecnologías de la información y la


automatización de los procesos laborales empieza a quedar en entredicho la
capacidad de la intervención estatal y la regulación económica para evitar la
recesión, y por tanto, el modelo de crecimiento económico posterior a la
Segunda Guerra Mundial, caracterizado por el pleno empleo y el crecimiento
económico sostenido, queda agotado.
Una posición generalmente aceptada centra las causas de la crisis en la
creciente competencia internacional en los mercados de productos, junto con
la deslocalización económica de la producción (la producción se realiza
fuera del país donde radica la empresa madre). Ello habría colapsado buena
parte de las economías y como consecuencia se habría disparado el desempleo,
haciendo disminuir los ingresos del Estado a la vez que aumentaban los gastos
por desempleo.
Para otros el pleno empleo de las economías hasta los años setenta y la
protección social, habrían minado la capacidad del capitalismo de
imponer su disciplina a la fuerza de trabajo, y ésta habría aumentado su
capacidad de presión al capital con un mayor grado en la década de los
sesenta.
En esta dinámica, dice David Anisi (Anisi: 1995) que el capital decide romper
el pacto keynesiano no escrito y aprovecha la crisis del petróleo para crear la
crisis del Estado del bienestar. Una estrategia que se asentó en la extensión del
desempleo, consiguiendo a través de él una reducción de salarios y la
precarización y consecuente flexibilización del empleo.
Las nuevas tecnologías vendrían a reforzar esta ofensiva del capital; la
orientación de la economía será la de sustituir mano de obra por nuevas
tecnologías y cambiar el modelo de producción de masas y en cadena por otro
más flexible y diferenciado, apoyado en la automatización de los procesos
productivos que facilitaba la informática.
En cualquier caso, se inicia un período de incertidumbre en el que ni el
Estado ni el mercado garantizan ya el crecimiento económico sostenido y,
con la extensión del desempleo, la demanda efectiva de las economías
nacionales disminuye agravando aún más el desempleo. Se empieza así un
proceso de nueva redistribución de renta a favor de las rentas de capital.
Bajo las condiciones de esta nueva confrontación social, para Francisco J.
Laporta (Moreno y Pérez: 1992) el Estado del bienestar pierde su inspiración
ética y se transforma en una estrategia de orden público o económico que
garantiza una mínima paz social.

1. Crisis fiscal y de gestión

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Introducción a la Ciencia Política

Con el fin del pleno empleo los ingresos estatales disminuyen y los gastos
aumentan. Ello supone una crisis financiera y un aumento del déficit público.
El desempleo comienza a afectar a tal cantidad de personas que mantener la
misma cobertura que en los años sesenta supondría desbordar el gasto social.
Éste, de ser un problema prácticamente inexistente hasta los primeros setenta,
inicia en 1974-75 un incesante aumento. La solución consistió en endurecer
el acceso al desempleo y disminuir el tiempo de percepción del paro
subvencionado, así como tratar de mermar la cuantía real de la indemnización.
Posteriormente, a estos gastos se han sumado los derivados de las políticas
activas de empelo, que se han generalizado.
Pero el desempleo es sólo uno de los factores. Entre 1973 y 1987, los ingresos
públicos del conjunto de países de la OCDE (Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico) aumentan un 16,2 % y los gastos un
24,3 %, centrados estos últimos por orden de importancia en pensiones,
sanidad y desempleo (González y Torres: 1992). A los problemas de empleo
se añade el problema demográfico de unas generaciones numerosas que
comienzan a cobrar sus pensiones y a requerir con mayor intensidad los
servicios médicos por su mayor esperanza de vida.
Otros factores que influyen en la crisis tienen que ver con los servicios y
prestaciones del Estado del bienestar que han dado lugar a una burocracia
estatal que presiona a favor de sus intereses. El resultado ha sido una cierta
ineficacia y despilfarro en la prestación de servicios. Son problemas que en
definitiva afectarían al sobrecoste de los servicios y a la calidad de las
prestaciones. De este modo, con la crisis se abandonan tanto las políticas de
pleno empleo como se reducen las garantías de nivel de renta mínima que
provee el Estado. La demanda de consumo se reduce y se profundiza en la
crisis económica y en la aceptación y legitimidad general del Estado del
bienestar.

2. Nueva estructura social y nuevo conflicto social

Al final de su proceso de desarrollo, el Estado del bienestar habría contribuido


poco a la reducción de las desigualdades, las clases no propietarias (los
trabajadores fundamentalmente), habían entrado en un proceso de
diferenciación de estatus, que fragmentó la estructura social. De esta forma se
hicieron posibles las políticas de flexibilización laboral y de recuperación del
beneficio empresarial sin generar graves y generales conflictos sociales. El
poder sindical que había tenido su cenit en los años de pleno empleo se ve

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Introducción a la Ciencia Política

debilitado y su capacidad de negociación disminuida. Toda la dinámica parece


ahora favorable a un incremento considerable de la acumulación de capital,
inclinándose el reparto de la renta de forma clara desde el factor trabajo
hacia el factor capital.
En ese contexto, surge, por un lado, un colectivo laboral que dispone de
trabajo estable y bien remunerado y que ha visto protegidos sus derechos
básicos con el apoyo de los sindicatos y de la evolución misma del Estado del
bienestar. Pero existe también, por otro lado, y apoyado en la economía
sumergida, otro colectivo que no tiene las seguridades, rentas ni apoyo
legislativo de la economía oficial.
Podríamos decir, siguiendo a Gregorio Rodríguez, (Rodríguez: 1994) que con
la crisis y reestructuración del Estado del bienestar se crean tres bloques
sociales diferenciados en las clases no propietarias: 1) las clases medias y la
clase obrera industrial con trabajo estable; 2) los parados, trabajadores en
precario y los pobres integrados en el sistema productivo; y 3) un sector de
marginados y excluidos de todo tipo.
Como nuevos grupos sociales constituidos con importancia numérica y fuerte
identidad grupal emergen: los mayores de 65 años, desempleados de larga
duración, la clase media proletarizada y una clase trabajadora cada vez
más heterogénea. Son arrastrados hacia los márgenes sociales, importantes
colectivos de las clases obreras y las viejas clases medias. A consecuencia de
este cambio en la estructura social, se dan nuevas formas de articulación de
intereses basados en la búsqueda de salidas individuales y corporativas que
persiguen fundamentalmente seguridad y autonomía.
La clase media, aliada de las clases bajas, con la crisis se desliga de ellas y
también del Estado del bienestar. Sobre la base de esta separación se produce
el nuevo corporativismo, de forma que los grandes acuerdos sociales, se
producen ahora entre las cúpulas empresariales y las cúpulas de los
trabajadores y técnicos de sector o de empresas. Acuerdos que tienen una
orientación hacia la productividad y la competitividad internacional. Las
reivindicaciones salariales y las mejoras en las condiciones de trabajo del
conjunto de los trabajadores se ven relegadas de la negociación y vinculadas a
los aumentos de productividad en la empresa o sector.
Al final, para el Estado, estos acuerdos de los agentes económicos suponen la
realización de otras políticas económicas y sociales diferentes y el Estado se
convierte en el lugar donde se centran las demandas que tienen los grupos de
interés con capacidad suficiente de negociación. Una negociación que depende
de la capacidad de presión de los agentes sociales. Y en la nueva situación la
debilidad o fortaleza de la clase trabajadora va a estar en función de la

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Introducción a la Ciencia Política

flexibilidad laboral que haya en la economía.


A mayor flexibilidad laboral y fragmentación de clase, mayor debilidad y
como consecuencia el tradicional consenso entre Capital, Trabajo y Estado se
produce ahora con una situación en la que el factor Trabajo incluye cada vez
a menos miembros – y los incluidos son los trabajadores más cualificados y
con mayor poder económico que pueden prescindir de las prestaciones
sociales del Estado del bienestar-. Éste va quedando en manos de las capas
sociales más favorecidas de la sociedad y con menor interés en la fortaleza del
Estado del bienestar.
Como consecuencia, los grupos sociales de renta baja, serían los más
afectados por este nuevo reparto del poder. Especialmente los parados que
entran en contradicción con los sectores laborales ocupados. Así la
articulación de intereses más provechosa es la que se da entre los grupos de
interés de las clases propietarias y profesionales y de los partidos políticos. Por
medio de la interrelación de las dos primeras se presiona al Parlamento y a la
burocracia administrativa y se constituye una alianza de considerable poder.
Pero el Estado del bienestar, aunque reformado y disminuido, sigue siendo
funcional para la apertura de las economías nacionales hacia la economía
internacional, pues, por un lado, protege los intereses de las empresas
nacionales, y por otro, se convierte en esencial en la medida en que garantiza
una mínima cohesión y armonía social, sin la cual no es posible conseguir
ventajas competitivas en el seno de una economía globalizada.

3. Nuevos valores sociales

Con la crisis del Estado del bienestar, se produjo un cambio importante en los
valores predominantes en la sociedad que modificó las actitudes sociales sobre
las funciones que deben de cumplir, tanto el Estado del bienestar como el
proceso económico. Se abrió paso una progresiva desideologización de los
ciudadanos y se produjo una reideologización de los discursos dominantes,
que tuvieron como objetivo fundamental la extensión de la economía de
mercado, hasta convertirla en el referente de cualquier aspecto de la vida
social. Esta reideologización se apoyaba en una desconfianza hacia el
intervencionismo estatal y en una desconfianza hacia lo público.
Como dicen Gregorio Rodríguez y Luis Enrique Alonso (Alonso y Rodríguez:
1994), la instauración de la ideología de la rentabilidad financiera como
criterio social general, difuminó la unidad de las capas asalariadas y consagró
y extendió socialmente la idea de la superioridad del mercado al amparo de
teorías liberales. Se impuso un liberalismo que creía que el Estado del

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Introducción a la Ciencia Política

bienestar negaba y desincentivaba el esfuerzo y la competitividad personal,


porque había extendido los derechos sociales hasta grados incompatibles con
la libertad económica.
Así, los nuevos valores emergentes fueron los del consumo, el confort, la
promoción social. Se disparó el consumo suntuario y la especulación
financiera a la vez que se pedía la austeridad de los asalariados y la
desregulación del trabajo o flexibilización del empleo. El Estado del bienestar
se comenzó a medir por criterios de ahorro, más que por los servicios
prestados, transformándose en un Estado austero que es el que actualmente se
preconiza de forma abierta por las más importantes alternativas políticas.
Como conclusión podemos decir, junto a Gregorio Rodríguez (Moreno y
Pérez comp.: 1992), que la crisis del Estado del bienestar refleja una nueva
escala de valores sociales, más orientados a lo privado que a lo público, más a
lo individual que a lo colectivo.

4. La crisis de legitimidad

El Estado-Nación adquirió una gran legitimidad al transformarse en Estado del


bienestar. Esa legitimidad le ha venido de tener que asumir una diversidad de
intereses, y la conservará en la medida que sea capaz de satisfacerlos sin grave
quebranto para el equilibrio y la estabilidad social.
Pero con la crisis económica, la idea de que el Estado del bienestar es incapaz
de evitar la crisis y que, además, la genera y la nutre empieza a cobrar fuerza.
El Estado del bienestar sufre con esa idea un proceso de deslegitimación, y
con él, el propio Estado, así como su clase política.
Pero, además, otra cuestión clave es que con la crisis económica y la
consecuente remodelación del Estado del bienestar se ha creado una sociedad
en la que dos tercios de la población se benefician del bienestar económico y a
la vez sustentan el poder político. La legitimidad del sistema estatal recae en
ellos, mientras que el resto de la población sufre un creciente distanciamiento
económico y político. La identificación entre Estado y sociedad se
resquebraja, porque un tercio de la población queda fuera del Estado del
bienestar. Así, la anterior legitimidad del Estado está siendo sustituida por, lo
que Antonio González y Eugenio Torres (González y Torres: 1992) llaman,
una legitimidad grupal condicionada.
Por otra parte, la ineficiencia de las políticas sociales debida a la
centralización y burocratización del Estado del bienestar ha deteriorado
también la legitimidad de los gobiernos y del Estado. Como señala Joan J.

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Introducción a la Ciencia Política

Artells (Moreno y Pérez comp.: 1992), son tres las grandes causas de esta
ineficiencia:
1. La provisión pública con carácter universal y sin precio aparente de
los servicios, que facilita la utilización innecesaria, el exceso de
consumo y la irracionalidad en la asignación de recursos, lo que se
traduce en desigualdad y en gasto social injustificado.
2. La creciente burocratización y corporativismo del personal
responsable de la prestación de los servicios que condiciona la
prestación de servicios a la obtención de sus intereses grupales
particulares.
3. La disociación existente entre las responsabilidades de garantizar
cobertura, de proveer los servicios y de gestionar los recursos
(gobierno, administraciones regionales, locales, sindicatos), separa a los
profesionales de la participación en la toma de decisiones y del
compromiso con la eficiente prestación de los servicios.
En última instancia, parece evidente que la marcha de la economía, la política
social del Estado y la gestión de esas políticas del Estado, son esenciales para
entender la legitimidad de los actuales Estados desarrollados, que todavía
pueden seguir denominándose Estado del bienestar por el alto componente de
políticas sociales que desarrollan.

5. Referencia bibliográfica

Introducción a la política
"El Estado de bienestar", cap. IV, pp. 139-147.
Colomer Viadel, José Luis, Bartolomé Cenzano, José Carlos y Rodríguez
Morcillo, Luis.
Ediciones Del Laberinto, Madrid, 2001.

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