Tarea 18-03-2023

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INSTITUTO TEOLÓGICO “SAN PABLO” PLANTEL CENTRAL

ATRIBUTOS NATURALES DE DIOS


(Genesis 1)

INTRODUCCIÓN

En relación a quienes los poseen, los atributos se dividen en esenciales o inherentes y


accidentales o contingentes.

Atributos esenciales o inherentes son los que constituyen la esencia de las cosas y no se
pueden variar o desaparecer, sin que varíe o se altere la naturaleza de los mismos.

Atributos accidentales o contingentes son los que pueden variar o desaparecer sin que se
altere o varíe la naturaleza de las cosas a que son referidos.

Ya hemos dicho que en el hombre los atributos son accidentales (o contingentes), en tanto
que en Dios son inherentes (o esenciales), por lo que aunque el hombre pierda alguno o
algunos de ellos, no se altera la naturaleza humana, mientras que si tal pérdida o incluso tan
solo una pequeña variación ocurriese en los de Dios, Él ya no sería Dios.

Cuando hablamos de los atributos divinos, nos referimos a las diferentes cualidades o
perfecciones inalterables que constituyen la naturaleza, substancia o esencia de Dios, de la
que son inseparables.

Los atributos de Dios le pertenecen de manera inalterable e inalienable.

Decimos que le pertenecen de manera inalterable porque no pudiendo Dios sufrir mudanza o
variación, sus atributos tampoco pueden ser alterados.

Decimos que le pertenecen de manera inalienable, porque no pueden ser enajenados o sea,
que Él no puede cederlos, ni pueden ser poseídos por nadie más que Él.

Los atributos divinos no son independientes entre sí, ni pueden estar en conflicto unos con
otros; tampoco existe graduación entre ellos, puesto que todos forman por igual la esencia de
la Divinidad, siendo Dios armonioso en todas Sus cualidades o perfecciones. Así, por ejemplo,
cuando Él actúa lo hace conforme a Su omnisciencia, sabiduría y poder.

La consideración de los atributos divinos nos sirve para formarnos un concepto claro de Dios,
tal como Él se ha revelado a nosotros en la Sagrada Escritura, única fuente infalible de
conocimiento que poseemos acerca de la Deidad.

Para su mayor comprensión, agruparemos los atributos en dos conjuntos: Naturales y


morales.

Llamamos atributos naturales a aquellas cualidades o perfecciones divinas que pertenecen a


la naturaleza de Dios, mientras que por atributos morales comprendemos las cualidades o
perfecciones divinas que manifiestan el carácter moral de la Deidad.

Definiéndolos de otro modo, decimos que los atributos naturales son aquellas cualidades o
perfecciones que no expresan acción, en tanto que por atributos morales entendemos
aquellos que expresan acción, implicando el ejercicio de la voluntad.

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Loa atributos naturales de Dios son: Omnisciencia, Omnipotencia, Omnipresencia, Eternidad,


Infinidad, Inmensidad, Inmutabilidad, Vida, Inteligencia y Voluntad.

Los atributos morales son: Sabiduría, Verdad, Fidelidad, Santidad, Justicia, Paciencia, Amor,
Bondad y Misericordia.

I.- OMNISCIENCIA:

La Omnisciencia es el atributo por el cual Dios conoce de una manera absolutamente perfecta
todas las cosas pasadas, presentes y futuras, tanto respecto de Sí mismo, con o en relación
con sus criaturas.

También podríamos denominar a este atributo como el Conocimiento Sumo. Cuando


afirmamos que Dios conoce de una manera absolutamente perfecta, queremos decir que Él no
tiene un conocimiento progresivo (como nos ocurre a los hombres, que vamos añadiendo
sucesivamente nuevos conocimientos a los ya obtenidos), sino que Él desde la eternidad, todo
lo ha percibido y conocido infaliblemente, por toda la duración de los siglos.

Así por ejemplo, comprendemos que el Cordero de Dios fue destinado “desde antes de la
fundación del mundo” para salvar a los hombres (1 P. 1:19-20), porque Dios sabía todo lo que
acontecería muchísimo antes de que sucediese, aún antes de la creación o sea, en la
eternidad.

Nosotros distinguimos lo pasado, lo presente y lo fututo, más para Dios todo está presente,
porque Su eternidad abarca el principio y el fin de todas las cosas. Luego, cuando decimos
que Él conoce todas las cosas pasadas, presentes y futuras, nos referimos a nuestro modo de
conocer las cosas, que es temporal y no al suyo, que es eterno.

Que Dios conoce todo respecto de Sí mismo, está claramente revelado por la Sagrada
Escritura. San Pablo utiliza una comparación para hacérnoslo entender, aclarando que así
como ningún hombre puede conocer lo que hay en otro hombre, sino el espíritu de este
mismo, “así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co. 2:11). El
Señor Jesucristo declaro que “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno,
sino el Hijo” (Mt. 11:27), lo que indica que las tres Personas de la Divina Trinidad se conocen
plenamente entre sí.

Igualmente la Biblia enseña que Dios conoce lo pasado, lo presente y lo porvenir en relación a
su criaturas de manera inequívoca, entendiendo que se refiere a la Creación entera y al
hombre en particular.

Así, por ejemplo, San Pablo dice que todo lo creado es conocido por Dios (He. 4:13); “No hay
cosa creada que no sea manifiesta en su presencia”.

Él conoce todas las cosas relativas al hombre (Sal. 139:1-4), incluyendo los sentimientos más
íntimos del corazón (1 R. 8:39, 1 Cr. 29:17; Pr. 17:3; Hch. 1:24) y sus pensamientos (Job 42:2;
Jer. 11:20; Sal. 139:2). Todo lo concerniente a nosotros es plenamente conocido por Dios,
hasta lo más insignificante, cual es el número exacto de nuestros cabellos (Mt. 10:30; Lc.
12:7).

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De todo lo dicho se dice que el conocimiento en Dios es ilimitado; todo lo conoce


absolutamente y nunca conoce tan solo una parte del objeto del conocimiento (1 Jn. 3:20).

Cuando el atributo que estamos tratando lo denominamos Conocimiento Sumo, queremos


decir que dicho conocimiento es supremo o sea, que no puede ser superado, ni igualado, a tal
grado que, en verdad para el hombre resulta inalcanzable (Is. 40:28), como lo confeso David
(Sal. 139:6), como inalcanzable es también para los ángeles (Mt. 24:36).

El conocimiento sumo incluye igualmente la cualidad de infinito (Sal. 147:5), puesto que no
tiene fin, ni término; de tal modo que no sólo conoce Dios todos los hechos pasados,
presentes y futuros, sino incluso también las posibilidades que esos hechos pueden llegar a
resultar, según se cumplan o no las circunstancias que los harían posibles.

Esto queda claramente ejemplificado con las palabras que Dios advirtió a David en Keila,
cuando habiéndole preguntado éste si Saúl vendría a la ciudad y si los hombres del lugar lo
entregarían a él, junto con sus fieles. Dios le respondió: “Os entregarán”, previendo así:

a).- La posibilidad de que Saúl descendiese a Keila.


b).- La posibilidad de que los vecinos de la ciudad traicionasen a David, si este no
abandonaba el pueblo.

Si David no hubiese huido, Saúl habría llegado y David hubiese sido entregado.

Dios conocía esas posibilidades y las hizo saber a su escogido para librarlo.

Cuando referimos Omnisciencia a la facultad de conocer perfectamente el futuro, podemos


denominarla Presciencia o sea el conocimiento infalible que Dios posee de todas las cosas,
antes que éstas acontezcan (Is. 42:9). El anuncio de los hechos futuros manifiesta plenamente
este atributo divino; por ejemplo, podemos identificar inequívocamente a Jesús como el
Mesías porque en Él se cumplieron todas las profecías dadas, gracias a la Presencia Divina
(Is. 53).

Ahora bien, el conocimiento que Dios tiene de las cosas entes que estas acontezcan, no es la
causa de que ellas ocurran, ya que la Presencia se refiere al conocimiento y no a la
causalidad o a la influencia.

Dicho de otro modo, el que Dios conozca previamente una cosa, no significa que Él la cause;
esto resulta claro si consideramos, por ejemplo, que Dios sabe cuándo y cómo vamos a ser
tentados, pero Él no es quien nos tienta (Stg. 1:13-14).

Todas las cosas suceden tal y como Él las prevé, pero no acontecen porque Él las haya
previsto; ilustremos esta verdad con el caso de estudiante desaplicado a quien el maestro
advierte que terminara por reprobarlo puesto que no estudia, el maestro prevé la reprobación
del discípulo, pero la causa de ello es la falta de aplicación del mismo.

Los hechos concernientes a la creación irracional sucederán infaliblemente, tal cual Dios prevé
según su Omnisciencia, pero no son causados por ésta, sino por su Providencia.

Así, por ejemplo, el Sol y la Tierra, que no teniendo razón, no tienen libertad, realizan
inevitablemente lo ordenado por las leyes naturales impuestas por la Providencia Divina.

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Pero los hechos morales concernientes a los seres racionales (los ángeles y los hombres),
ocurrirán según las resoluciones que éstos tomen conforme a su libre albedrío, sin imposición,
no coacción por parte de Dios, esto es claro, cuando consideramos que Dios anhela la
salvación delos hombres (1 Ti. 2:4), pero salva tan solo a los que voluntariamente aceptan a
Jesucristo (Jn. 3:16-18).

Las reflexiones sobre la Omnisciencia de Dios no son de gran beneficio espiritual, porque el
saber que Él conoce todas las cosas que hacemos, nos mueve a evitar lo malo, seguros de
que aunque pudiésemos ocultar nuestros pecados a los hombres, Dios los conocería y nos
impondría el juicio merecido (Pr. 5:21-23; Sal. 139: 1-4).

Además, estas reflexiones nos proporcionan consuelo y alegría cuando vivimos


esforzándonos en el camino cristiano, pues nos hacen considerar que cuando somos
calumniados o perseguidos. Dios conoce los hechos y finalmente nos reivindicará ante todos
los que nos quisieron hacer daño (1P. 3:14-16).

Y cuán grande gozo nos embarga al considerar que ese nuestro Dios que sabe todas las
cosas, nos dará a conocer todo cuanto ignoramos, cuando estemos en si Divina Presencia.

II.- OMNIPOTENCIA:

PASAJE DEVOCIONAL: SALMO 115.

INTRODUCCIÓN: Estando limitados en nuestros atributos, no podemos aspirar a formarnos


un concepto exacto e inmejorable del poder de Dios; así por ejemplo, cuando confesamos que
Dios es el creador de todas las cosas, no alcanzamos a comprender cuántas y cuán diversas
son las cosas que Él creo.

“Crear” significa producir algo de la nada.

El hombre produce muchas cosas, pero para hacerlo debe disponer de materiales ya
existentes, luego nada crea (para hacer un traje, digamos, el sastre necesita tener antes, tela,
hilo, tijeras y aguja). Dios, en cambio, produjo los mundos de la nada con manifestación plena
y gloriosísima de Su poder Sumo.

No es posible concebir que Dios tenga un poder limitado, ya que para crear y sustentar lo
creado, es indispensable el ejercicio de un poderío sin paralelo: La Omnipotencia.

Dios creó cuanto existe gracias al atributo de la Omnipotencia.

Él dijo “Sea la luz y fue la luz” (Gn. 1:3).

David proclamó la Omnipotencia divina con maravillosa sencillez: “Él dijo y fue hecho. Él
mando y existió” (Sal. 33:9).

La Omnipotencia divina se nos muestra no solo con la creación de todo cuanto existe, sino
también en su conservación como enseña San Pablo al afirmar que Dios “sustenta todas las
cosas con la palabra de Su poder” (He. 1:3).

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Dios manifiesta su Omnipotencia cada día, puesto que la conservación de lo creado demanda
el ejercicio constante de la energía que hizo posible la existencia de todo.

 DEFINICIÓN:

La omnipotencia es el atributo por el cual Dios puede hacer de manera independiente,


absoluta e ilimitada, todas las cosas posibles y consecuentes con su naturaleza perfecta.

Atendiendo a la forma en que la Omnipotencia divina se manifiesta al hombre, distinguimos en


ella dos clases; mediata y directa.

Llamamos mediata a la Omnipotencia que Dios manifiesta sin utilizar ningún medio y con
efectos inmediatos. Los milagros nos ofrecen un ejemplo claro de la Omnipotencia directa, ya
que cuando Dios realiza, prescinde de todo medio en beneficio de sus criaturas. Así cuando el
Señor sana a un enfermo, lo hace sin emplear no conocimientos, ni elementos humanos.
Jesucristo dijo: “Quiero, sé limpió” y el leproso sanó inmediatamente (Mt. 8:3).

 EXPLICACION:

Cuando decimos que Dios “puede hacer” todas las cosas, podemos señalar que Él posee todo
el dominio y energía necesarios para realizar cuanto le plazca, según enseñan las Sagradas
Escrituras (Gn. 18:14; Sal. 115:3; 135:6; Lc. 1:37).

Por dominio entendemos la autoridad que alguien ejerce sobre lo que es suyo; Dios creo todo
cuanto existe y por lo tanto, todo cuanto existe le pertenece, asistiéndole el derecho de ejercer
Su autoridad sobre todo lo creado, puesto que todo es suyo.

El dominio divino ésta claramente enseñado por la Biblia (1Cr. 29:11-12; Sal. 89:9; 103:19).

Por energía comprendemos la eficacia y vigor o fuerza que hacen posible la realización de una
actividad.

Dios posee plenamente el vigor o fuerza necesarios para utilizarlos con eficacia infalible en la
realización de sus propósitos como expresa admirablemente Isaías (40:26) y confiesa jubiloso
David (Sal. 89:11-13; 136:5-9).

Al afirmar que Dios puede hacer de “manera independiente todas las cosas, expresamos que
Él tiene la facultad de realizar todo cuanto quiera sin la ayuda de ningún ser o instrumento. El
controla todo lo creado, de modo que nada ni nadie puede pretender prestarle ayuda, sino que
todo puede realizarlo por Sí mismo.

Una ilustración clara que se encuentra por ejemplo, en Isaías 45:1-7, pasaje en que realza que
es Dios quien lleva a cabo todo, sin ayuda de nadie; lo mismo enseña el Salmo 33:9.

Esto se entiende tanto en la Omnipotencia directa, como de la mediata, ya que en esta última
forma de actuar, lo medios no ayudan a Dios, sino que Él los utiliza libremente según desea.
Así por ejemplo, si para hacer germinar la semilla envía Dios la lluvia, esta no le ayuda a Él,
sino que es utilizada por EL UNICO que tiene autoridad sobre todas las cosas para lograr el fin
que se propuso (Job 5:10; Sal. 65:9-10; 147:8).

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Al definir que Dios puede hacer todo de manera absoluta, damos a entender que la capacidad
que Él tiene para llevar a cabo cuanto pretenda, no es compatible, porque la Omnipotencia
pertenece exclusivamente a la Divinidad.

El poderío de los hombres, según aprendemos de la Escritura, es completamente inútil ante


Dios, quien señala falsedad de la fuerza atribuida a otro que no sea Él (Is. 40: 17-26).

Al proclamar que Dios puede llevar a efecto todo lo que se proponga, de manera ilimitada,
señalamos que Él tiene la aptitud de ejecutar cuanto apetezca, todas la veces que lo
determine sin restricción, ni requisito alguno, puesto que su poder no puede ser resistido por
nadie, ni termina jamás (Is. 43:13; Dn. 4:34).

Es un grave error pensar como creen algunos, que el poder de Dios cesó o dejó de ser
ejercido una vez que Él creo el universo, ya que Dios reina eternamente, ejerciendo pleno
dominio como Todopoderoso (Ap. 19:6).

Ahora bien, al decir que Dios puede hacer las cosas posibles y consecuentes con Su
naturaleza perfecta, queremos indicar que es capaz de llevar a cabo cuanto es digno de Él
mismo o sea cuanto no contradiga, ni repugne a su divina perfección.

Por ejemplo, en relación a Su creación, as absurdo pretender que Dios pueda hacer una
circunferencia cuadrada, un calor frio o una sal dulce; semejantes cosas muestran tan
patentes contradicciones en sí mismas, que ni siquiera son concebibles (Stg. 3:11-12).

Dios puede, en verdad, transformar una circunferencia en un cuadrado o hacer que el calor dé
paso al frío o que lo salado se torne dulce (Ex. 15: 23-25), con lo que la circunferencia no será
cuadrada, ni el calor será frío, ni lo salado será dulce, sino que las tres cosas se ven
cambiadas en su naturaleza, sin contradicción alguna.

En relación a su propia naturaleza. Dios no puede morir, porque ello no implicaría una
perfección, sino una gravísima deficiencia y cesación de su poder. La muerte es señal de
imperfección, siendo Dios perfecto, vive para siempre (Dn. 4:34; Ap. 5:14).

En cuanto a sus posibilidades morales, no se puede pensar que Dios pueda pecar, pero si
bien Él posee la voluntad libre, esa Su voluntad es como todos Sus atributos, infinitamente
perfecta, por lo que no podría elegir el mal sin contradecir Su propia naturaleza, ya que el mal
es la negación y el rechazo de lo perfecto.

El hombre puede usar la libertad de que está dotado para escoger el pecado, pero Dios,
siendo inmensamente perfecto, es impecable (Sal. 5:4; 1 P. 2:22).

De igual forma en relación a sus criaturas, es inconcebible pretender que Dios pueda salvar de
otro modo que no sea por medio de nuestro Señor Jesucristo, ya que Él mismo lo estableció
así, con lo que se incluye toda posibilidad, pues si la hubiese, contradiría las disposiciones
divinas (Hch. 5:31; 4:12).

Decir que Dios no es Omnipotente porque no puede morir, o pecar o realizar lo absurdo,
constituye una blasfemia, puesto que, el que Dios no pueda morir, ni pecar, ni realizar lo
absurdo, afirma precisamente su Omnipotencia, ya que ésta se refiere naturalmente a todo

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cuanto sea perfecto, Dios excluye de Sí mismo y de sus actos toda imperfección; Dios no
puede tener, ni cometer imperfecciones porque ello equivaldría a negarse a Si mismo, lo cual
es imposible (2 Ti. 2:13).

 APLICACION:

Las reflexiones sobre la Omnipotencia de Dios deben mover al arrepentimiento a los hombres
en general, puesto que de no hacerlo así recibirán el justo castigo, sin posibilidad de eludirlo
(Sal. 50:22), ya que el poder de Dios se extiende a la eternidad (Lc. 12:5).

Ahora bien, para el creyente es de gran provecho el considerar la Omnipotencia de Dios, pues
ello le afirma en su fe moviéndole a confiar plenamente en todas las promesas divinas (Is.
26:4), siguiendo el ejemplo de Abraham (Ro. 4:20-21), sabiendo que nada hay imposible para
Él (Jer. 32:17; Mt. 19:26).

Algunos sostienen que es arrogancia solicitar milagros para nuestro propio beneficio, pero
semejante idea solo manifiesta la falta de fe de quienes la sostienen, pues solicitar la
manifestación de la Omnipotencia divina en beneficio nuestro, no es arrogancia, sino
confesión de nuestra impotencia y expresión de nuestra confianza en Aquél que todo lo puede
(Hch. 11:16), quien al otorgarnos lo que le pedimos, aumenta el gozo de nuestra salvación, de
la que son prenda las señales milagrosas con que el Señor hace patente Su fidelidad (Jn.
16:23-24; Mr. 16:16-18).

De igual forma, estas reflexiones nos fortalecen ante la adversidad, moviéndonos a


sobreponernos a ella, seguros de que finalmente el Todopoderoso nos concederá la victoria
(Ro. 8:35-39; Sal. 107:23-30).

La convicción de la Omnipotencia de Dios nos conducirá, así mismo, a una vida de humildad,
sobrecogidos ante Su infinito poderío (1P. 5:6-7).

Al cristiano se le revela Dios como se manifestó a Abraham, con declaración solemnísima: “Yo
Soy el Todopoderoso” y ese privilegio nunca merecido, ha de movernos a esforzarnos en el
camino de la perfección para gloria del Omnipotente (Gn. 17:1).

El compenetrarnos del Poder Sumo de la divinidad, debe llevarnos a rechazar el culto a todos
los inútiles e impotentes simulacros que los hombres se han formado, para confiar tan sólo en
UNICO que puede ser y es nuestra ayuda y nuestro escudo (Sal. 115:3-9).

También, sin duda, las manifestaciones del Poder divino nos induce a ser agradecidos,
proclamando jubilosos como lo hizo María, las grandes maravillas que el Poderoso ha
realizado para nuestro beneficio (Lc. 1:49).

Por encima de toda otra resolución, el conocimiento de la Omnipotencia de Dios nos mueve a
adorarlo (Sal. 21:13), con lo que seguimos el ejemplo de esos ejércitos celestiales que lo
hacen así, reverentemente cantando su poderío eterno (Neh. 9:6).

III.- OMNIPRESENCIA:

PASAJE DEVOCIONAL: SALMO 139

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INTRODUCCIÓN: No importa cuán lejos este el punto del espacio que imaginemos, hemos de
confesar que Dios está presente ahí, esto nos asombra, pero más nos maravilla el saber y el
sentir que Él está dondequiera que estén sus criaturas. Hay más de 8 mil millones de gentes
diseminadas por toda la tierra; unos en el campo, otros en la ciudad, algunos en las montañas,
otros en los valles, aquellos en las estepas, estos en el desierto, pero todos ellos están en la
presencia de Dios y Dios está presente entre todos ellos y allá en los cielos, en los cielos de
los cielos, donde la vista no puede penetrar, ahí también esta Dios.

En todas partes, en todo tiempo, Dios está presente; en la Creación y fuera de ella.

¡Con cuanto recogimiento debemos adentrarnos en la consideración de la Omnipresencia


divina!

 DEFINICIÓN:

La Omnipresencia es el atributo por el atributo por el cual Dios está presente en todas partes
de manera constante, potencial y esencial, sin restricción alguna.

También suele señalarse a este atributo divino con el nombre de UBICUIDAD.

 EXPLICACIÓN:

Cuando decimos que “Dios está presente en todas partes”, queremos indicar que Él está
delante de todas las cosas creadas y que todas las cosas creadas están delante de Él, de
modo que nada escapa a Su presencia.

Así, no existe nada en el espacio que sea invisible para Dios, ante Quien todo lo creado está
descubierto, ya que Él presencia todo cuanto pasa en todos los lugares, incluso en lo más
recóndito del Seol (Job. 26:6; Pr. 15:11).

Al afirmar que Dios está presente “de manera constante” en todas partes, expresamos que Él
contempla todas las cosas, no de manera discontinuada o variable, sino en forma
ininterrumpida e inalterable, ya que todo está presente en el tiempo ante Su examen eterno e
inconmovible.

No puede esperarse que haya un solo momento en que algunas cosas queden fuera de la
presencia de quien todo lo escudriña, ya que para Dios el tiempo no cuenta, siendo lo mismo
para Él el día que la noche (Sal. 139:11-12).

David expresó esta verdad con palabras sencillas que demuestran su firme convicción de que
Dios está por encima del tiempo y sus efectos “He aquí no se adormecerá ni dormirá el que
guarda a Israel” (Sal. 121:4).

Y en cuanto a que Su manera de estar presente sea inalterable, se comprende por el hecho
de ser Él mismo inmutable, de modo que todo lo ve siempre con igual sentir y querer (Mal.
3:6).

Al definir que Dios está presente en todas partes “de manera potencial”, damos a entender
que Su presencia no es estática, inmóvil y desprovista de fuerza, sino que por el contrario, la
presencia suya es actuante e influyente en todas las cosas que están ante Él; así lo hace

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entender el salmista cuando expresa su confianza en la dirección divina. “Si tomare las alas
del alba y habitare en el extremo del mar, aún allí me guiara tu mano, y me asirá tu diestra”
(Sal. 139:9-10), porque David sabía que en cualquier lugar que estuviese la presencia divina
se manifestaría con señales de poder.

No podría dar mejor ejemplo al respecto que el de nuestra propia experiencia cuando al ser
testigos de un milagro, exclamamos jubilosamente que Dios está con nosotros, no porque le
veamos, sino porque sentimos su poderío infinito.

Ahora bien, al proclamar que Dios está presente en todas partes “de manera esencial”,
señalamos que en verdad Él no se manifiesta en el universo a través de una influencia
constante, sino que está personalmente presente con Su propia substancia, naturaleza o
esencia en medio de todas las cosas creadas.

Dicho de otro modo, cuando confesamos que Dios está presente en todas partes “de manera
esencial”, queremos decir que Él está dondequiera que hace sentir su fuerza, ahí donde
realiza sus obras.

Dios no está ausente de ningún sitio puesto que todo lo creado lo abarca Su Inmensidad,
como Él mismo advierte “¿No lleno yo el cielo y la tierra?” (Jer. 23:24).

Esta verdad resalta claramente al considerar el salmo 139 que mientras en el versículo 7
manifiesta que todas las cosas están presentes a Dios (“A dónde huiré de tu presencia”), en el
versículo 8 enseña que Dios está presente en todas las cosas (“Si subiere a los cielos, allí
estás tú; y si en seol, allí tu estas”), para realizar su obra: “aún allí me guiara tu mano”, (verso
10).

Es en relación a la presencia esencial de Dios que se utiliza el término “ubicuidad” que


entendemos como la facultad de estar presente a un mismo tiempo en todas partes.

Al decir que Dios está presente en todas partes sin restricción alguna, queremos indicar que Él
está presente a un mismo tiempo en todo lugar existente, ya que no está confinado por
ninguna parte del universo, ni en el tiempo, ni en el espacio.

Dios no está presente aquí y ausente allá, ni está presente ahora y ausente después; sino que
Él está presente aquí y allá, en todas partes; ahora y siempre, constantemente, con todo Su
poderío y en Persona de manera esencial.

Para San Pablo resulto tan claro que la asistencia de Dios no es una influencia, sino una
presencia real (esencial y substancial) que enseño inspiradamente, que en Dios: “Vivimos y
nos movemos y somos” (Hch. 17:28).

Al estar Dios real y esencialmente presente, da el ser y el vivir a todas las cosas, a quienes
comunica por su contacto, tanto el existir, como el subsistir.

Si Dios no estuviera substancialmente en todas partes, aquellas de las que Él se retirase se


corromperían y morirían, no en el sentido de un morir sujeto a cambios (como de la
Resurrección y transformación), sino en el seguro significado de aniquilamiento total, ya que
Dios es el único que da y sostiene la vida en la Creación (Job 12:10; Dn. 5:22-30).

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Si Dios tiene todas las cosas presentes ante Sí, es porque Él está presente en todas partes de
la Creación, sin restricción alguna, lo mismo cerca que lejos, igualmente en el cielo, que en la
tierra o en el hades, que en el Antiguo Testamento es llamado seol (Jer. 23:23-24; Hch. 17:27;
Ef. 1:23).

En cuanto a que todas las cosas estén presentes a Dios, algunos afirman que solo están
aquellas que le son gratas y existen en lugar que Él aprueba, pero las que son pecaminosas o
están en lugares viles, esas no están en la presencia divina, porque la presencia divina no
está en ellas:

Aristóteles, el célebre filósofo griego del siglo IV A.C; y Averroes, filósofo árabe que alcanzó
gran notoriedad en el siglo XII D. C; entre otros muchos sostuvieron ese error que la Biblia
rechaza al enseñar enfáticamente que todo el universo está presente ante Dios (Am. 9:2-3) y
que Dios está presente en todo el universo (Sal. 139:8).

Debemos entender que Dios está presente en todas partes, sin limitación, ni multiplicación, ni
división alguna de Su esencia, esto es; que Dios no es un ser compuesto de muchas partes
que pudiera limitarse, multiplicarse o dividirse, de modo que esas partes pudiesen distribuirse
en los diversos lugares de la creación.

Dios, como hemos dicho con anterioridad, es Espíritu simplísimo no tiene partes que lo
integren, sino que siendo infinito, Su presencia no tiene término llenando el universo entero
(Jer. 23:24).

La Sagrada Escritura afirma en repetidas ocasiones que el cielo es la morada de Dios (1 R.


8:30; Sal. 113:6; Mt. 6:9), pero no para indicar que Él está, restringido o limitado por ese
excelso lugar, ya que igualmente enseña, como hemos visto, que Dios está en todos sitios,
sino para indicarnos que allí manifiesta Él plenamente su gloria inmarcesible en presencia de
los ejércitos angélicos que le adoran lejos de toda maldad y pecado, cantando las
perfecciones del Creador (Is. 6: 1-3).
Por el contrario, comprendemos que la presencia de Dios en los lugares de pecado no se
manifiesta con complacencia, ni bendición, sino con severidad de sus juicios, de modo que las
diversas congojas que sufren los confinados en el Hades, son producto de la acción justiciera
de Dios, que ha ordenado ese lugar para los que esperan el día en que serán arrojados al lago
de fuego, habiéndolos separado ya de su comunión y excluido de Su gracia como
consecuencia de la maldad y rebelión de ellos.

Finalmente, cabe hacer notar que la Omnipresencia divina excluye el panteísmo que enseña
que todas las cosas forman parte de Dios. Quien está en ellas de tal modo que la substancia
de cada cosa es la substancia de Dios, de manera que Dios es todo y todo es Dios, lo cual es
falso.

El que Dios esté presente en todas las cosas no significa en modo alguno que Él forme parte
de ellas o que ellas formen parte de Él, ya que Dios, como las cosas, conservan su substancia
propia, cuando San Pablo afirma que en Dios “vivimos, y nos movemos, y somos”, no quiere
decir que nosotros seamos parte de Dios o que nuestra substancia sea la substancia de Dios,
lo que él enseña es que nuestra vida toda, esencia y subsistencia, se la debemos a Dios que
nos la dio y nos la conserva.

 APLICACIÓN:

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El saber que Dios manifiesta Su gloria plenamente en los cielos, nos mueve a elevar a Él
nuestro espíritu, desprendiéndonos delos anhelos terrenales para buscar las cosas de arriba
(Col. 3:1-2).

Igualmente, el conocimiento de la Omnipresencia de Dios nos mueve a adorar al que no


vemos, alejándonos delo que los hombres elaboran para dar culto a lo que ven, pues mientras
a una imagen la vemos, permanece quieta e impotente; a Dios no le vemos pero le sentimos
actuar poderosamente, manifestando así Su divina presencia, lo que nos mueve a darle culto
en espíritu y en verdad (Jn. 4:19-24).

Así somos perseverados del peligro de confundir la gloria de Dios con las glorias terrenales
que son nada ante su presencia, sino sólo basura (Fil. 3:8), sintiéndonos alentados a guardar
nuestra salvación con perseverancia, para alcanzar la morada que el Señor preparó para
nosotros, allí, donde Él manifiesta Su eterna majestad (Jn. 14:2-3).

Pero en tanto que somos trasladados allí, el saber que Dios está presente en todas partes,
nos mueve a apartarnos del pecado, seguros que Él nos ve cuando no le somos fieles,
aunque nos alejemos para pecar hasta los abismos más profundos (Sal. 139:7).

La seguridad de la Omnipresencia divina nos alienta a guardarnos firmes, seguros de que


Dios está con nosotros para protegernos y conducirnos a la Patria Celestial. ¡Cuánta paz nos
produce el saber que aun cuando dormimos. Él está con nosotros! (Sal. 4:8).

Por eso, al estar ciertos de la presencia de Dios con nosotros, nos consuela y libra de todo
temor terrenal, induciéndonos a continuar fieles hasta el fin, como expresamos
reverentemente cada vez que hacemos nuestro el Salmo 23: “¡Aunque ande en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo, tu vara y tu cayado me
infundirán aliento!”

Teología.-Alberto Blasco Asencio.

Teología I

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