Clase Resumen - Semana 5
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Datar la política del laissez-faire, como se hace a menudo, en la época en que se usó por
primera vez en Francia este término general, a mediados del siglo XVIII, sería cometer un
grave error histórico; puede asegurarse que el liberalismo económico no fue más que una
tendencia espasmódico durante otras dos generaciones. Sólo en el decenio de 1820
aparecen los tres lemas clásicos: que la mano de obra debía encontrar su precio en el
mercado; que la creación de dinero debía someterse a un mecanismo automático; que
los bienes debían fluir libremente entre los países, sin obstáculos ni preferencias; en
suma, los lemas del mercado de mano de obra, el patrón oro y el comercio libre.
1
Polanyi, Karl. 1992. La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. Caps.
XII y XIII.
1
evidente la magnitud de la aventura implica la creación de un mercado libre de mano de
obra, así como la extensión de 1a miseria que habría de infligiese a las víctimas del
progreso. En consecuencia, a principios de ese decenio se manifestó un marcado cambio de
actitud. Una reproducción de 1817, de la Dissertation de Townsend, contenía un prefacio
donde se elogiaba la presciencia con la que el autor había atacado a las Leyes de pobres y
demandado su abandono total; pero los editores prevenían contra su sugerencia
"imprudente y precipitada" de que se aboliera el subsidio directo a los pobres en el breve
lapso de diez años. El Principles de Ricardo, que apareciera en el mismo año, insistía
en la necesidad de la abolición del sistema de subsidios, pero prevenía
categóricamente que esto debería hacerse en forma muy gradual. Pitt, discípulo de
Adam Smith, había rechazado tal camino por los sufrimientos que impondría a gente
inocente. Y todavía en 1829, Peel "dudaba de que el sistema de subsidios pudiera
eliminarse sin peligro, si no era en forma gradual". Pero tras la victoria política de la clase
media, en 1832, se implantó el Proyecto de enmienda de la Ley de pobres en su forma más
extrema, y se puso en vigor de inmediato, sin ningún periodo de gracia. El laissez-faire
habla sido catalizado en una corriente de ferocidad sin límite.
Cualquiera podía ver que el patrón oro, por ejemplo, significaba el peligro de una deflación
mortal, y quizá de una astringencia monetaria fatal en un pánico. Por lo tanto, el
fabricante sólo podría aspirar a mantener su posición si se le aseguraba una escala de
producción creciente a precios remunerativos (en otras palabras, sólo si los salarios
bajaban por lo menos en proporción a la baja general de los precios, a fin de permitir
la explotación de un mercado mundial en continua expansión). Así pues, el Proyecto
de Ley antigranos de 1846 era el corolario de la Ley bancaria de Peel de 1844, y
ambas disposiciones legales suponían una clase trabajadora que, desde el Acta de
enmienda a la Ley de pobres de 1834, se veía obligada a esforzarse al máximo bajo la
amenaza del hambre, de modo que los salarios se regularon por el precio de los
granos. Las tres grandes medidas formaban un todo coherente.
Ahora podemos echar un vistazo al alcance global del liberalismo económico. Nada
menos que un mercado autorregulado a escala mundial podría asegurar el
funcionamiento de este mecanismo estupendo. Si el precio de la mano de obra no
dependía del grano más barato disponible, no habría ninguna garantía de que las
industrias desprotegidas no sucumbieran en las garras del amo voluntariamente
aceptado: el oro. La expansión del sistema de mercado en el siglo XIX era sinónima
de la difusión simultánea del libre comercio internacional, el mercado competitivo de
mano de obra y el patrón oro. No es extraño así que el liberalismo económico se
convirtiera en una religión secular en cuanto se hicieron evidentes los grandes peligros
de esta aventura.
El laissez-faire no tenía nada de natural; los mercados libres no podrían haber surgido
jamás con sólo permitir que las cosas tomaran su curso. Así como las manufacturas de
algodón -la principal industria del libre comercio- se crearon con el auxilio de los aranceles
protectores, los subsidios a la exportación y los subsidios indirectos a los salarios, el propio
laissez-faire fue impuesto por el Estado. Los años treinta y cuarenta no presenciaron
sólo una avalancha de leyes que repelían las regulaciones restrictivas, sino también un
incremento enorme de las funciones administrativas del Estado, que ahora estaba
siendo dotado de una burocracia central capacitada para realizar las tareas fijadas
por los defensores del liberalismo. Para el utilitario característico, el liberalismo
económico era un proyecto social que debía ponerse en vigor para la mayor felicidad del
mayor número; el laissez-faire no era un método para el logro de algo, sino lo logrado. Es
cierto que la legislación no podía hacer nada directamente, fuera de derogar las
restricciones nocivas. Pero ello no significaba que el gobierno no pudiera hacer nada,
especialmente en forma indirecta. Por el contrario, el liberal utilitario veía en el
gobierno la gran agencia para el logro de la felicidad. Por lo que se refiere al
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bienestar material, creía Bentham que la influencia de la legislación "no es nada" por
comparación con la contribución inconsciente del "ministro de la policía". De las tres
cosas necesarias para el éxito económico -la inclinación, el conocimiento y el poder- la
persona privada poseía sólo la inclinación. Enseñaba Bentham que el conocimiento y
el poder pueden ser administrados por el gobierno a un costo mucho menor que el de
las personas privadas. El ejecutivo debería reunir estadísticas e información, promover la
ciencia y la experimentación, además de proveer los innumerables instrumentos de la
realización final en el campo del gobierno. El liberalismo de Bentham significaba la
sustitución de la acción parlamentaria por la acción de los órganos administrativos.
Había un amplio campo para ello. En Inglaterra, la reacción no había gobernado -como lo
hiciera en Francia- con métodos administrativos, sino que sólo había utilizado la legislación
parlamentaria para imponer la represión política.
A esta paradoja se sumó otra. Mientras que la economía del laissez-faire era el producto
de una acción estatal deliberada, las restricciones subsecuentes al laissez-faire se
iniciaron en forma espontánea. El laissez-faire se planeó; la planeación no. Vimos
antes la demostración de la primera mitad de esta aseveración. Si hubo alguna vez un uso
consiente del ejecutivo al servicio de una política de control gubernamental deliberado, ello
ocurrió con los benthamistas en el periodo heroico del laissez-faire. La otra mitad fue
discutida por primera vez por el eminente liberal Dicey, quien quiso investigar el origen del
"anti-laissez-faire", o sea la tendencia "colectivista" de la opinión pública inglesa, cuya
existencia se puso de manifiesto a fines del decenio de 1860. Dicey se sorprendió al
descubrir que sólo se encontraba tal tendencia en los propios actos legislativos. Más
precisamente, no pudo encontrarse ninguna huella de una "tendencia colectivista" en la
opinión pública antes de las leyes que parecían representar tal tendencia. En cuanto a la
opinión "colectivista" posterior, Dicey infirió que la propia legislación "colectivista" podría
haber sido su fuente principal. El resultado de esta investigación penetrante fue que no
había existido ninguna intención deliberada de extender las funciones del Estado, o de
restringir la libertad del individuo, por parte de quienes eran directamente responsables de
las leyes restrictivas de los años setenta y ochenta. La acción legislativa de la reacción
contra un mercado autorregulado, que surgiera en el medio siglo siguiente a 1860 fue
algo espontáneo, no dirigido por la opinión, y movido por un espíritu puramente
pragmático.
Autores liberales tales como Spencer y Sumner, Mises y Lippmann, presentan una
explicación del doble movimiento sustancialmente similar al nuestro, pero lo interpretan de
manera enteramente diferente. Mientras que en nuestra visión era utópico el concepto
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de un mercado autorregulado, y su progreso se vio detenido por la autoprotección
realista de la sociedad, en la visión de tales autores todo proteccionismo fue un error
debido a la impaciencia, la avaricia y la miopía, sin el cual el mercado habría resuelto
sus dificultades. Determinar cuál de estas dos visiones es la correcta constituye tal vez el
problema más importante de la historia social reciente, ya que involucró nada menos que
una decisión sobre la pretensión del liberalismo económico de ser el principio de
organización básico en la sociedad. Antes de pasar al testimonio de los hechos,
necesitamos una formulación más precisa de la controversia.
En los años treinta se pusieron en tela de duda los juicios absolutos de los años veinte.
Después de varios años de restauración de las monedas y de presupuestos
balanceados, los dos países más poderosos -Gran Bretaña y Estados Unidos se
encontraban en dificultades, abandonaron el patrón oro y empezaron a administrar
sus monedas. Las deudas internacionales fueron repudiadas a gran escala, y los más ricos
y respetables abandonaron las creencias del liberalismo económico. A mediados de los años
treinta, Francia y otros estados que todavía se adherían al oro fueron obligados por las
tesorerías de Gran Bretaña y Estados Unidos -que antes habían sido guardianes celosos del
credo liberal- a abandonar el patrón.
En los años cuarenta, el liberalismo económico sufrió una derrota peor. Gran
Bretaña y Estados Unidos se alejaron de la ortodoxia monetaria, pero conservaron los
principios y los métodos del liberalismo en la industria y el comercio, la organización
general de su vida económica. Esto ayudaría a precipitar la guerra y se convertiría en un
obstáculo para el combate, ya que el liberalismo económico había creado y promovido la
ilusión de que las dictaduras estaban condenadas a la catástrofe económica. En virtud de
este credo, los gobiernos democráticos fueron los últimos en entender las implicaciones de
las monedas administradas y el comercio dirigido, aun cuando ellos mismos estaban
aplicando estos métodos por la fuerza de las circunstancias; de igual modo, el legado del
liberalismo económico obstruía el camino del rearme oportuno en nombre de los
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presupuestos balanceados y la libre empresa, que supuestamente proveerían los únicos
fundamentos seguros de la fortaleza económica en la guerra. Las creencias seculares de la
organización social que abarcan a todo el mundo civilizado no se destruyen por los eventos
de un decenio. Tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, millones de unidades
empresariales independientes derivaron su existencia del principia del laissez-faire. Su
fracaso espectacular en un campo no destruyó su autoridad en todos los campos. En efecto,
su eclipse parcial pudo haber fortalecido su control, ya que permitió a sus defensores argüir
que la aplicación incompleta de sus principios era la razón de todas las dificultades que
experimentaba.
El liberal insiste en que la raíz de todos los males estaba precisamente en esta
interferencia con la libertad del empleo, el comercio y las monedas, practicada por las
diversas escuelas del proteccionismo social, nacional y monopólico desde el tercer
cuarto del siglo XIX; de no haber mediado la falsa alianza de los sindicatos y los
partidos laboristas con los fabricantes rnonopólicos y los intereses agrarios, que en su
miope avaricia unieron sus fuerzas para frustrar la libertad económica, el mundo
estaría disfrutando ahora las ventajas de un sistema casi automático de creación de
bienestar material. Los líderes liberales no se cansan jamás de repetir que la tragedia del
siglo XIX derivó de la incapacidad del hombre para mantenerse Fiel a la inspiración de los
primeros liberales; que la generosa iniciativa de nuestros ancestros se vio frustrada por las
pasiones del nacionalismo y de la guerra de clases, por los intereses creados y los
monopolistas y, sobre todo, por la ceguera de los trabajadores ante la beneficencia final de
la libertad económica irrestricta para todos los intereses humanos, incluidos los suyos. Se
afirma que así se frustró un gran avance intelectual y moral por las debilidades intelectuales
y morales de la masa de la población; las fuerzas del egoísmo destruyeron lo que había
logrado el espíritu de la Ilustración. En resumen, esta es la defensa del liberal económico,
Si no se le refuta, continuará ocupando el primer plano en la contienda de los argumentos.
Primero, tenemos la sorprendente diversidad de los campos en los que se actuó. Esto
excluiría por sí solo la posibilidad de la acción concertada. Podemos citar una lista de
intervenciones compilada por Herbert Spencer en 1884, cuando acusaba a los liberales de
haber desertado de sus principios en aras de la "legislación restrictiva”. Difícilmente podría
ser mayor la diversidad de los temas. En 1860 se otorgó una autoridad para proveer
"analistas de alimentos y bebidas que serían pagados con los impuestos locales"; vino luego
una ley que establecía "la inspección de las instalaciones de gas"; una extensión de la Ley
de minas "que convertía en un delito el empleo de niños menores de 12 años que no asistían
a la escuela y no sabían leer o escribir". En 1861 se otorgó poder "a los guardianes de la
ley de pobres para que impusieran la vacunación"; se autorizó a las juntas locales "para que
fijaran tasas fijas de alquiler de los medios de transporte"; y ciertos organismos de
formación local "quedaron facultades para gravar a la localidad a fin de pagar las obras
rurales de riego y drenaje, y para proveer agua al ganado". En 1862 se promulgó una ley
que declaraba ilegal "una mina de carbón de un solo socavón"; una ley que otorgaba al
Consejo de Educación Médica el derecho exclusivo de "proveer una farmacopea, cuyo
precio deberá ser fijado por la Tesorería". Spencer, lleno de horror, llenó varias páginas
con una enumeración de estas medidas y otras similares. En 1863 llegó la "extensión de la
vacunación obligatoria a Escocia e Irlanda". Hubo también una ley que designaba
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inspectores de "la sanidad o falta de sanidad de los alimentos"; una Ley de barredores de
chimeneas para prevenir la tortura y la muerte eventual de los niños que debían barrer
duelos demasiado estrechos; una Ley de enfermedades contagiosas; una Ley de bibliotecas
públicas que otorgaba facultades locales "por las que una mayoría puede gravar a una
minoría por sus libros". Spencer adujo que estas eran pruebas irrefutables de una
conspiración antiliberal.
En tercer lugar tenemos la prueba indirecta, pero muy notable, proveída por una
comparación del desarrollo de una configuración política e ideológica muy diferente
en diversos países. Inglaterra victoriana y Prusia en la época de Bismarck eran polos
aparte, y ambas eran muy diferentes de Francia durante la Tercera república o del
Imperio de los Habsburgo. Sin embargo, cada uno de estos países experimentó un
periodo de libre comercio y de laissez-faire, seguido de un periodo de legislación
antiliberal en lo referente a la salud pública, las condiciones fabriles, el comercio
municipal, el seguro social, los subsidios a los embarques, los servicios públicos, las
asociaciones comerciales, etc. Podría elabora sin dificultad un calendario regular que
estableciera los años en los que ocurrieron cambios análogos en los diversos países. La
compensación de los trabajadores se promulgó en Inglaterra en 1880 y 1897, en Alemania
en 1879, en Austria en 1887, en Francia en 1899; la inspección fabril se introdujo en
Inglaterra 1833, en Prusia en 1853, en Austria en 1883, en Francia en 1874 y 1883; el
comercio municipal, incluida la administración de los servicios públicos, fue introducido
por Joseph Chamberlain, disidente y capitalista, en Birmingham en el decenio de 1870; por
el "socialista" católico y antijudío, Karl Lueger, en Viena imperial de los años noventa; en
los municipios alemanes y franceses por una diversidad de coaliciones locales.
En cuarto lugar tenemos el hecho importante de que, en varias ocasiones, los propios
liberales económicos sugirieron que se restringieran la libertad de contrato y el
laissez-faire en varios casos bien definidos de gran importancia teórica y práctica.
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Naturalmente, el prejuicio antiliberal no podría haber sido su motivación. Tenemos en
mente el principio de la asociación de los trabajadores por una parte, la ley de las
corporaciones por la otra. El primero se refiere al derecho de los trabajadores a coludirse
para elevar sus salarios; la segunda se refiere al derecho de los monopolios, los carteles u
otras formas de combinaciones capitalistas, para elevar los precios. En ambos casos se
censuró justamente que la libertad de contrato o el laissez-faire se estaban usando para
restringir el comercio. Ya se tratase de asociaciones de trabajadores para elevar los
salarios, o de asociaciones empresariales para elevar los precios, el principio del laissez-
faire podía emplearse obviamente, por las partes interesadas, para reducir el mercado de
mano de obra o de otras mercancías.
Vemos que los hechos corroboran nuestra interpretación del doble movimiento. Si la
economía de mercado era una amenaza para los componentes humanos y naturales de
la urdimbre social, como hemos señalado con insistencia, ¿qué otra cosa podríamos
esperar sino la presión de muy diversos grupos a favor de alguna clase de protección?
Esto fue lo que encontramos.
2. Lenin y el Estado2
a. La herencia de Marx
2
Carr, E.H. La revolución Bolchevique (1917-1923). Vol. 1. Madrid. Alianza Universitaria. Madrid. 1973.
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La doctrina del estado que se derivaba de los escritos de Marx y de Engels tenía, por tanto,
una doble vertiente. A la larga, se mantenía en su integridad la tradicional teoría socialista
del estado como un mal en sí mismo, como un producto de la contradicción y un
instrumento de opresión que no tenía cabida en el régimen comunista del futuro; a la corta,
argumentaba que el proletariado, después de destruir el instrumento burgués del estado por
medios revolucionarios, tendría que establecer un instrumento estatal temporal propio -la
dictadura del proletariado- hasta el momento en que los últimos vestigios de la sociedad
burguesa hubiesen sido desarraigados y el régimen socialista sin clases firmemente
establecido. Se elaboraba así una distinción funcional entre la eventual sociedad comunista,
en la que todas las desigualdades entre hombre y hombre habrían desaparecido y el estado
ya no existiría, y lo que vino a ser diversamente conocido como «socialismo» o «primera
etapa del comunismo», en que los últimos vestigios del régimen burgués no estarían
todavía desarraigados y el estado tomaría la forma de dictadura del proletariado. Esta
distinción iba a asumir en su día una importancia capital en la doctrina del partido.
Pero hubo otro refinamiento de la doctrina marxista del estado que influyó particularmente
en Lenin. La esencia del estado era la división de la sociedad en dos clases conflictivas:
dominantes y dominados.
Por otro lado, los socialdemócratas alemanes se movían con la misma decisión hacia una
interpretación del marxismo diametralmente opuesta a las teorías de los anarquistas y
sindicalistas; creados en el respeto al poder del estado prusiano-hegeliano y en el desprecio
marxista hacia los discípulos de Bakunin, se dejaron convencer por la astuta política de
Bismarck y por la encendida elocuencia de Lassalle de que podía fabricarse un estado para
servir el interés de los obreros. Bien pronto empezaron a separarse de la posición
estrictamente marxista en dos aspectos significativos; relegaron al limbo de la utopía la
noción íntegra de la “desaparición del estado”, abandonando así la tradición socialista
fundamental a este respecto y, en vez de insistir, como Marx, en que el proletariado debía
destrozar el mecanismo estatal burgués por procedimientos revolucionarios y establecer su
instrumento de estado propio -la dictadura del proletariado- acabaron por creer en la
posibilidad de apoderarse de la organización estatal existente y transformada y convertirla
en algo utilizable para los fines proletarios. En la década de 1890, Eduardo Bernstein se
convirtió en el jefe de un grupe revisionista socialdemócrata germano
sosteniendoabiertamente que el logro del socialismo se haría a través de un proceso de
reforma en cooperación con el estado burgués; la fuerza inherente a este movimiento se
demostró en el hecho de que Kautsky y sus seguidores, que originariamente lucharon en
nombre del marxismo ortodoxo, se pasaron finalmente a una postura que no se distinguía
de la de él. La repulsa al estado de Marx fue despachada, según palabras de Lenin, «como
una ingenuidad que había sobrevivido a su tiempo», lo mismo que los cristianos, después
de alcanzar la posición de una religión estatal, «olvidaron las ingenuidades del primitivo
cristianismo y su espíritu revolucionario democrático». El socialdemócrata alemán se
acercaba así más al punto de vista de los radicales ingleses, sindicalistas y fabianistas que
nunca habían sido marxistas y nunca se habían adherido de corazón a la tradición anti-
estatal del socialismo europeo. La influencia combinada de los grupos alemanes e ingleses
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en la Segunda Internacional preparó el camino a la alianza entre el socialismo y el
nacionalismo, que hizo pedazos a la Internacional al estallar la guerra de 1914.
Lenin continuó, al menos hasta la Revolución de Octubre, en una firme actitud marxista
con respecto al estado, navegando de un modo equidistante entre el Escila del anarquismo
y el Caribdis del culto al estado. Explicó su posición con claridad ejemplar en una de las
Cartas desde lejos que escribió en Suiza en el intervalo entre la Revolución de Febrero y su
retorno a Rusia:
“Necesitamos poder revolucionario, necesitamos (durante un cierto periodo de transición)
el estado, y en esto diferimos de los anarquistas. La diferencia entre los marxistas
revolucionarios y los anarquistas reside no sólo en el hecho de que los primeros son
partidarios de la producción comunista grande y centralizada, mientras que los últimos
defienden la producción descentralizada y a pequeña escala. La diferencia en cuanto a la
autoridad del gobierno y al estado consiste en esto: que nosotros estamos por la utilización
revolucionaria de las formas revolucionarias del estado en nuestra lucha en pro del socia-
lismo, mientras que los anarquistas están contra ella.
“Necesitamos estado, pero no uno de esos tipos de estado que varían desde una monarquía
constitucional a la más democrática de las repúblicas que la burguesía ha establecido por
todos sitios; en esto estriba la diferencia entre nosotros y los oportunistas y kautskianos de
los viejos y decadentes partidos socialistas que han tergiversado ú olvidado las lecciones de
la Comuna de París y el análisis que de ella hicieron Marx y Engels”.
En el momento de su retorno a Rusia, a comienzos de abril de 1917, Lenin añadió aún con
mayor énfasis:
El marxismo se distingue del anarquismo porque reconoce que el estado y el poder del
estado son indispensables en el periodo revolucionario en general, y en particular en la era
de transición del capitalismo al socialismo.
El marxismo se distingue de la «socialdemocracia» pequeño-burguesa y oportunista de los
señores Plejánov, Kautsky y compañía porque reconoce la necesidad en dichos periodos, no
de un estado como el de una república parlamentaria ordinaria, sino de un estado como el
de la Comuna de París.
c. El Estado como instrumento de opresión de clase, transición dictatorial y
extinción del Estado
Cuando, sin embargo, a fines del verano de 1917, Lenin, que entonces se escondía en
Finlandia, se puso a escribir su obra más importante sobre la doctrina marxista del estado,
estaba más preocupado con la segunda que con la primera de estas herejías. Las objeciones
anarquistas y sindicalistas a la acción política o a una eventual dictadura del proletariado,
no entraban mucho en el tema; era la lealtad de los llamados socialdemócratas al estado
nacional, su abandono del credo socialista fundamental de hostilidad al estado, lo que había
roto la solidaridad internacional de los obreros de Europa y los había llevado a
comprometerse en una lucha fratricida, a favor y a instancias de las clases dirigentes de sus
respectivas naciones. De aquí que el énfasis de El Estado y la Revolución, la obra escrita
por Lenin en agosto-septiembre de 1917 pero no publicada hasta el año siguiente, fuese en
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cierto modo unilateral. La argumentación contra los anarquistas en defensa de la dictadura
del proletariado ocupaba solamente unos pocos párrafos apresurados y el grueso del folleto
era un ataque contra aquellos pseudomarxistas que se negaban a reconocer: primero, que e!
estado es un producto de los antagonismos de clase y un instrumento de la dominación
clasista, destinado a desaparecer al mismo tiempo que las clases mismas; y segundo, que e!
objetivo inmediato no es apoderarse del mecanismo estatal burgués sino destruido y
remplazarlo por una dictadura del proletariado transicional que prepara el camino a la
desaparición final de las clases y del estado. La dictadura del proletariado cubriría el
periodo desde el derrocamiento revolucionario del estado burgués al establecimiento final
de una sociedad sin clases y sin estado, «del estado al no estado»
Todo esto viene directamente de Marx y Engels y los pasajes más interesantes de El Estado
y la Revolución son los que arrojan alguna luz sobre el modo en que Lenin concebía esta
transición. Lenin se burlaba de los anarquistas, con palabras tomadas de Engels, porque
éstos supusiesen que el estado podía ser abolido «de la noche a la mañana»; bien al
contrario, la transición habría de ocupar «todo un periodo histórico». Pero se pensaba en
este periodo en términos finitos; en 1918 lo calculó en «diez años o quizá más» y en su
discurso en la Plaza Roja el 1 de mayo de 1919 predijo que «una mayoría de los presentes
que no pasaban de los 30 ó 35 años verán la aurora del comunismo de la que aún se está
lejos». Un poco más tarde escribió que «diez o veinte años antes o después no suponen
diferencia cuando se mide a escala de historia mundial», pero más importante que ninguna
cuestión de tiempo era la enfática afirmación de Lenin en El Estado y la Revolución de que
«la extinción» del estado comenzaba en el acto:
Según Marx, lo que el proletariado necesita no es más que un estado en proceso de
extinción, es decir, constituido de modo que empiece en seguida a desaparecer
gradualmente y no pueda evitar su extinción... El estado proletario empezará a fenecer
inmediatamente después continuo cualquiera que fuese su duración.
Estas opiniones teóricas influenciaron la actitud de Lenin después de la Revolución con
relación a la estructura constitucional de la dictadura transitoria del proletariado. La
estructura del estado construido por la Revolución victoriosa tenía que satisfacer propósitos
divergentes que contenían desde el principio la semilla de una incompatibilidad mutua.
Tenía que ser un estado fuerte y despiadado para aplastar la última resistencia de la
burguesía y completar la represión de la minoría en interés de la mayoría, pero tenía al
mismo tiempo que prepararse para su propia extinción e incluso comenzar el proceso
inmediatamente:
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Lenin no reconoció que existiese nunca dificultad alguna de principio en el intento de
reconciliar la asociación casi voluntaria de los obreros implicada en la extinción del estado,
con la concentración de poder necesario para ejercer una dictadura despiadada sobre la
burguesía. De la severidad de esta dictadura habló en términos inconfundibles; reconocía
que una de las causas de la derrota de la Comuna había sido la negligencia en aplastar con
suficiente decisión la resistencia burguesa. La dictadura del proletariado, como cualquier
otra forma de estado, había de ser un instrumento no de libertad, sino de represión -
represión no como en los demás estados ejercido contra la mayoría, sino contra una
minoría intransigente. Lenin citaba en este ensayo, por dos veces, un pasaje tajante de
Engels:
“Mientras el proletariado necesita aún del estado, lo necesita, no en interés de la libertad,
sino en interés de la represión de sus adversarios; y cuando se hace posible hablar de
libertad, el estado como tal deja de existir”.
En tanto que exista el estado no hay libertad; cuando exista libertad no habrá estado. Pero
aun siendo represiva la dictadura del proletariado, era única en el sentido de ser ejercida
por una mayoría sobre una minoría v esto no sólo le confería su carácter democrático, sino
que simplificaba enormemente su labor:
En este estado de ánimo, en este espíritu se encontraba Lenin cuando ensalzó a los soviets
en septiembre de 1917 como la encarnación de una nueva forma de estado en la que podía
llegar a realizarse una «democracia directa» de los obreros:
«El poder a los soviets» significa un remodelado radical de todo el viejo aparato estatal,
del aparato de lo oficial que frena todo lo democrático; la destrucción de este aparato y su
remplazo por uno nuevo y popular, es decir, por la verdadera organización democrática de
los soviets, de la mayoría organizada y armada del pueblo, de los obreros, soldados y
campesinos; el reservar a la mayoría del pueblo la iniciativa y la independencia no sólo en
la elección de los diputados sino en la administración del estado y en la realización de las
reformas y transformaciones”.
Y en este espíritu también elaboró su proclama «A la Población», pocos días después de la
Revolución de Octubre:
“¡Camaradas obreros! Recordad que sois vosotros mismos quienes ahora administrais el
estado. Nadie os ayudará si no os unís y tomáis todos los asuntos del estado en vuestras
propias manos. Vuestros soviets son desde ahora los órganos del poder estatal, órganos
con plenos poderes, órganos de decisión”.
d. La burocracia y la administración de cosas
Si la burocracia era un producto específico de la sociedad burguesa, no era extravagante
pues el suponer que desaparecería cuando esta sociedad fuese derrotada. Los mismos
principios se aplicaban a la administración de los asuntos económicos, de la producción y
de la distribución. Lenin expuso por primera vez sus ideas a este respecto en el folleto
titulado ¿Conservarán los bolcheviques el poder del estado? y escrito en septiembre de
1917. Independientemente del aparato represivo del estado, «había también en el estado
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moderno un aparato estrictamente ligado con los bancos y los sindicatos y que lleva a
cabo una gran cantidad de contabilidad y de registros». Esto pertenecía a la categoría de
«administración de cosas» y no podía ni debía destruirse porque era una parte muy amplia
del aparato vital del régimen socialista. «Sin los grandes bancos el socialismo sería
irrealizable.» No había dificultad en que tomasen posesión de sus cargos los empleados
contratados en aquel momento para ese trabajo ni en reclutar los números mucho mayores
que serían necesarios bajo el estado proletario «puesto que el capitalismo ha simplificado
las funciones de contabilidad y control reduciéndolas a entradas, comparativamente,
directas y comprensibles para toda persona culta». En El Estado y la Revolución repetía
enfáticamente esta creencia y la ligaba con una visión elocuente del proceso por el cual el
aparato del estado se esperaba que se extinguiese:
Así, cuando todos aprendan a administrar y de hecho administren independientemente la
producción socializada e independientemente lleven adelante la comprobación y control de
los mentecatos, señoritos, estafadores y otros tales, «defensores de la tradición capitalista»,
el evadirse de este chequeo y control ejercido por todo el pueblo se hará inevitablemente
tan inconmensurablemente difícil, será una excepción tan rara, y con toda probabilidad irá
acompañado de un castigo merecido tan veloz (puesto que los obreros armados son gente
práctica y no intelectuales sentimentales y no permitirán que se burlen de ellos), que la
necesidad de observar las reglas fundamentales y sin complicaciones de toda sociedad
humana se hará pronto un hábito.
e. El Estado y la transición al socialismo
¿Hasta qué punto se modificaron con la experiencia de la Revolución las opiniones
expresadas por Lenin en vísperas de ésta? El efecto inmediato de la Revolución fue
apresurar la fe en la posibilidad de una transición inmediata al socialismo. Al mirar hacia
atrás desde el punto de ventaja que representa la situación del año 1921, Lenin confesaba
que en el invierno de 1917-1918 los jefes bolcheviques estaban sin excepción inclinados «a
presuponer -en forma no siempre expresada abiertamente, pero que se daba siempre por
supuesta en silencio- una transición inmediata a la fundación del socialismo». Pero muy
pronto el cuadro cambió radicalmente y durante el invierno la organización administrativa
y económica declinaba en proporciones alarmantes. El peligro no venía de la resistencia
organizada sino del derrumbamiento de toda autoridad. La apelación «a destrozar la
organización estatal burguesa» a que se incitaba en El Estado y la Revolución resultaba
ahora singularmente anacrónica, puesto que esta parte del programa revolucionario había
triunfado mucho más allá de lo esperado. La cuestión estaba ahora en hallar qué poner en
lugar del mecanismo que se había destruido. «La necesidad de destruir el viejo estado»,
decía Lenin a Bujarin en abril de 1918, era «una cuestión de ayer»: lo que ahora se requiere
es «crear el estado de la Comuna». Lenin había establecido ya desde hacía mucho dos
condiciones necesarias para la transición al socialismo: el apoyo de los campesinos y el de
la revolución europea, y la esperanza en la realización de esas dos condiciones había sido
la base de su optimismo; pero esa esperanza no había sido cumplida: en el interior, los
campesinos habían apoyado la Revolución como poder que les había entregado la tierra,
pero una vez que esto se había logrado y cuando la demanda insistente del régimen
revolucionario al campesino era la de que entregase alimentos a las ciudades, sin visible
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perspectiva de adecuada retribución, el campesino recayó en una hosca obstrucción e
incluso arrastró a una actitud de oposición pasiva a parte de los obreros urbanos. Fuera, el
proletariado europeo seguía dejándose arrastrar por sus gobiernos imperialistas a una
sanguinaria carnicería y los primeros débiles síntomas de revolución se habían malogrado
completamente. El nuevo régimen se encontró, por tanto, aislado en el interior, en medio
de una población rural predominantemente indiferente y algunas veces hostil -la dictadura
no de una «amplia mayoría», sino de una minoría determinada- y rodeado por un mundo
capitalista unido en su hostilidad al bolchevismo aunque temporalmente dividido entre sí.
Lenin no admitió nunca abiertamente estas decepciones, aunque quizá las reconoció en su
fuero interno, pero fueron probablemente la causa de las aparentes contradicciones entre la
teoría de El Estado y la Revolución y la práctica del primer año de régimen. Lenin se en-
contró con una situación en que el viejo mecanismo estatal había sido destruido y las
condiciones para la edificación de un régimen socialista no habían podido madurar.
Estas fueron las circunstancias en las que Lenin dio su primera nota de aviso en el séptimo
Congreso del partido en marzo de 1918. Se opuso, como prematura, a la propuesta de
Bujarin de que el programa del partido incluyese en su revisión alguna descripción de «el
régimen socialista desarrollado en el que no hay estado».
Por el momento somos partidarios incondicionales del estado; y en cuanto a dar una
descripción del socialismo en su forma desarrollada en la que no existirá el estado, no se
puede imaginar nada al respecto más que el que entonces se llevará a cabo el principio: «de
cada cual según capacidades, a cada cual según sus necesidades». Pero estamos aún muy
lejos de esto ... A ello llegaremos al final, si llegamos al socialismo.
Y de nuevo:
¿Cuándo comenzará a extinguirse el estado? Tendremos tiempo de celebrar más de dos
congresos antes de que podamos decir: «mirad cómo está desapareciendo nuestro estado»;
hasta entonces es demasiado pronto, y proclamar de antemano la extinción del estado sería
faltar a la perspectiva histórica,
Un poco más adelante acentuaba Lenin una vez más que «entre capitalismo y comunismo
existe un cierto periodo de transición» y que «es imposible destruir todas las clases
inmediatamente»; «habrá clases y se conservarán a lo largo de la época de la dictadura del
proletariado» 50. El Lenin de El Estado y la Revolución había proyectado con relieve la
perspectiva de la extinción del estado; en enero de 1919 creía que «incluso ahora» la
organización del poder soviético “muestra claramente la transición hacia la completa
abolición de todo poder y de todo estado”. Pero el Lenin de los años que van de 1918 a
1922 se preocupaba mucho más de hacer hincapié en la necesidad de fortalecer el estado en
el periodo de transición de la dictadura del proletariado.
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de cargar con su correspondiente porción de trabajo en la administración, trabajo
simplificado en cuanto que se haría cuando el «gobierno de los hombres se hubiese
transformado en una administración de las cosas». Es decir, en palabras del programa del
partido de 1919:
Al llevar adelante la lucha más decidida contra el burocratismo, el Partido Comunista Ruso
aboga por la completa superación de este mal con las siguientes medidas:
1) una llamada obligatoria a todos los miembros del soviet para que cumplan una tarea
determinada en la administración del estado;
2) una variación sistemática en esas tareas para que éstas puedan abarcar gradualmente
todas las ramas de la administración;
3) una incitación gradual a toda la población laboral para que trabaje individualmente en
la administración del estado.
La plena y universal aplicación de todas estas medidas, que representan un paso adelante
en la ruta trazada por la Comuna de París, y la simplificación de las funciones de la
administración acompañada de una elevación en el nivel cultural de los obreros, conducirá
a la abolición del poder estatal.
f. Estado y planificación económica
Sería, sin embargo, un error fundamental suponer que la experiencia del poder produjo un
cambio radical en la filosofía de Lenin sobre el estado. La extinción del estado dependía,
en la doctrina marxista, de la eliminación de las clases y del establecimiento de un régimen
socialista de planificación económica y de abundancia, y esto, a su vez, era dependiente del
cumplimiento de las condiciones que habían de ser determinadas empíricamente en el
momento dado v en un lugar determinado. La teoría por sí misma no podía servir de base a
la certeza sobre el curso acertado de la acción ni a la perspectiva de un futuro inmediato.
Lenin podía admitir muy bien, sin tratarse a sí mismo de estúpido o desacreditar la teoría,
que había calculado mal el ritmo del proceso de transformación. Y era también verdad que
la teoría de Lenin sobre el estado reflejaba la dicotomía existente en el pensamiento
marxista, el cual combinaba un análisis del proceso histórico muy realista y relativista con
una visión absoluta e inflexible de la meta final y se esforzaba en salvar la distancia entre
ambos puntos por una cadena de evolución causal. Esta transformación de la realidad en
utopía, de lo relativo en absoluto, del conflicto incesante de clases en la sociedad sin clases,
y del uso despiadado del poder estatal en una sociedad no clasista, era la esencia de lo que
Marx y Lenin creían. Hasta el punto en que todo esto fuese incompatible no cabe duda que
la inconsecuencia era fundamental; y no hay razón para acusar a Lenin, como se ha ·hecho
a menudo, de inconsecuencia de detalle en su actitud con respecto al estado.
3. El Estado socialdemócrata 3
Para Marx la democracia era una forma inestable hacia la revolución y no una forma de su
conservación. Eso pensaba en 1851 y en 1871.
3
Przeworski, Adam. 1988. Capitalismo y socialdemocracia. Madrid: Alianza Universidad. Cap. 5.
18
a. Capitalismo, hegemonia y democracia.
Un sistema hegemónico es, para Gramsci, una sociedad capitalista en la que los capitalistas
explotan a los explotados con el consentimiento de éstos. La hegemonía es cultural, política
y económica.
Las relaciones sociales forman estructuras de decisión dentro de las cuales la gente percibe,
evalúa y actúa. Consisten cuando eligen determinados cursos de actuación y cuando siguen
esas decisiones en la práctica.
Aunque a largo plazo los asalariados que no son militantes salen mejor parados, la
estrategia dominante, en el sentido que este término tiene en la teoría de los juegos, es de
de militancia económica moderada a plazo medio. Cuando los asalariados son militantes
moderados salen mejor parados durante los primeros periodos que sus contrapartes menos
militantes. Pero a pesar de esto la militancia moderada domina sobre posturas más
militantes en cualquier período superior a unos pocos años. Cuando los asalariados son
altamente militantes, los salarios crecen más rápidamente en un primer momento a
expensas de los beneficios.
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La estrategia moderadamente militante es, pues, dominante durante cualquier período de
tiempo razonable: la alta militancia genera crisis económica, la baja militancia aplaza el
disfrute de las ganancias para un futuro lejano. Eso hace esperar una conducta cíclica de la
acumulación inducida por los salarios o más precisamente por la legitimación.
2.En términos de función los aparatos represivos son los mismos que los aparatos
ideológicos. La diferencia es positiva (la educación) o negativa (la represión).
3. Lo que distingue a las instituciones tanto las aparentemente privadas como las que
parecen claramente políticas, no es su función durante el ejercicio normal de la hegemonía
sino el orden y los modos con que revelan sus funciones coercitivas cuando la hegemonía
se ve amenazada.
El problema es si los obreros al luchar por sus interese materiales tienen que optar
necesariamente por el socialismo. En cualquier momento los trabajadores se encontrarían
en la decisión de seguir subiendo hacia una situación mejor dentro del capitalismo o un
temporal deterioro de su situación por la vía del socialismo.
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En una sociedad capitalista los beneficios son condición necesaria para la inversión y la
inversión es condición necesaria para la continuidad de la producción, el consumo y el
empleo. Los beneficios son condición necesaria para el desarrollo, pero no son condición
suficiente para la mejora de ningún grupo determinado.
El compromiso de los obreros es sólo posible, si ellos tienen una certeza razonable de que
los futuros salarios aumentarán como función de los beneficios actuales. Los trabajadores
consienten la perpetuación de los beneficios como institución a cambio de la perspectiva de
mejorar su bienestar material en el futuro. Sobre la base de ese compromiso los capitalistas
tienen la posibilidad de apropiarse parte del producto porque los beneficios que de los que
se apropian se espera que los ahorren, los inviertan, los transformen en potencial de
producción y una parte les sea entregada como ganancia a los obreros.
Un par de estrategias es una solución de juego si ninguna de las dos clases puede mejorar
con una estrategia alternativa dada la respuesta anticipada de su oponente. De aquí que la
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solución sea un par que, una vez decidida, se mantendrá estable durante el tiempo en que
las condiciones continúan siendo las mismas. En el modelo está solución solo se da cuando
se rompe el acuerdo. La mejor respuesta de los capitalistas a los altos niveles de militancia
es desinvertir y la de los trabajadores es ser altamente militantes.
Los trabajadores son los de mayor riesgo mientras que los capitalistas están seguros de
obtener los beneficios estipulados en cualquier acuerdo. Esto ocurre cuando el grado de
sindicalización es bajo o hay varios sindicatos en competencia, las relaciones capital-mano
de obra están débilmente institucionalizadas y los trabajadores tienen poca influencia sobre
el estado: USA.
Los trabajadores están relativamente seguros y los capitalistas corren un alto riesgo,
entonces se puede llegar a un acuerdo en un punto en el que los capitalistas se ven
obligados a ahorrar por la amenaza de la militancia y el nivel óptimo de militancia no es
alto.
Resumiendo, cuando ambas clases están altamente inseguras de que podrá mantener el
compromiso no podrá llegarse a ningún acuerdo. Los trabajadores se harán muy militantes,
sea cual sea la tasa de ahorro, y los capitalistas intentarán desinvertir sin tener en cuenta la
militancia.
Cuando los trabajadores están inseguros y los capitalistas, seguros, se podrá llegar a
establecer un acuerdo en un punto en que los trabajadores no sigan incrementando su
militancia por miedo a la amenaza de desinversión de los capitalistas, y éstos mantengan su
tasa de inversión como positiva.
Cuando los trabajadores están relativamente seguros y los capitalistas corren un alto riesgo,
puede llegarse a un acuerdo en un punto en el que los capitalistas se ven obligados a ahorrar
por la amenaza de la militancia y el nivel óptimo de militancia no es alto.
Cuando los trabajadores y los capitalistas se enfrentan a una incertidumbre moderada, son
factibles tanto el compromiso bajo la amenaza de desinversión capitalista y otro bajo la
amenaza de militancia obrera. Ambos pueden afirmarse.
1. Los trabajadores tiene suficiente poder político para nacionalizar los medios de
producción y organizar la acumulación sobre nuevas bases.
2.Los capitalistas tienen poder político suficiente para imponer una solución no
democrática. Chile, Brasil, Argentina
3.Los capitalistas no tienen poder suficiente para imponer una solución autoritaria ni los
obreros ara imponer el socialismo. Crisis catastrófica. Francia 1920, GB 1926 Noruega
1921, Suecia 1909.
La acción del socialismo como alternativa puede ser asumida en dos situaciones:
a. La política de lo peor: No hay acuerdo, crisis económica, crisis política...
Hay que buscar más allá del sistema de producción capitalista las razones por cuales se
mantiene el capitalismo una vez que fallan todos los compromisos. Generalmente es el
Estado
Las formas de análisis del estado desde una perspectiva funcionalista: un instrumento y la
versión estructuralista del estado autónomo de los intereses particularistas.
El papel del estado depende del modelo de conflicto de clase. La política y el estado son la
expresión de un compromiso. Son instrumentales a los intereses de una coalición que
incluye tanto a obreros como a capitalistas. Cuando los obreros desarrollan estrategias que
conducen al compromiso, el Estado hace lo que parece necesario para reproducir el
capitalismo porque eso es lo deciden tanto obreros como capitalistas. La organización del
Estado y la política que lleva a cabo son expresión de un determinado compromiso de clase.
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