Psi Co Log Adela Mor

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Psicología del amor

Book · April 2002

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Bismarck Pinto
Universidad Católica Boliviana "San Pablo"
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Psicología del amor

Autor: Bismarck Pinto Tapia


Diseñ o de portada: XXXXXXXX
Diagramació n: Jorge Dennis Goytia Valdivia
Impresió n: SOIPA Ltda.
Depó sito legal: X - X - XXXX - XX

Publicació n del Departemento de Psicología


de la Universidad Cató lica Boliviana “San Pablo”

© La reproducció n total o parcial de este libro por


cualquier medio mecá nico o electró nico, no autorizada
expresamente por el autor, viola derechos reservados.
Para Elena
Índice

INTRODUCCIÓN:
EL AMOR................................................................................................9
1. Amor y trascendencia...................................................................9
2. Evolución del concepto del amor...................................................14
3. Amor de pareja..........................................................................15
4. Amor de padres y amor de hijos.................................................20
5. Amor a los demás......................................................................22
6. El amor a la naturaleza...............................................................34
7. El amor a Dios...........................................................................38

PRIMERA PARTE:
EL AMOR EN LA PAREJA.........................................................................43
1. Definición del amor de pareja......................................................43
1.1. Una aproximación psicolingüística..................................................43
1.2. Una definición relacional del amor..................................................46
1.3. El amor como juego......................................................................52
1.4. El amor en la cultura aymara.........................................................59
2. Amor y sexualidad.....................................................................65
2.1. Sexo, sensualidad y personalidad....................................................65
2.2. Funciones de la sexualidad humana................................................68
2.3. Identidad sexual, orientación sexual y dimensiones eróticas...............69
2.4. Satisfacción sexual y satisfacción marital..........................................73
2.5. Sociosexualidad y amor.................................................................76
2.6. Algo más que sexo.......................................................................78
2.7. Amor y sexualidad en el climaterio femenino...................................81
3. El ciclo vital de la pareja.............................................................87
3.1. La elección de pareja: la atracción..................................................88
3.2. El estrés del deseo: el enamoramiento.............................................96
3.2.1. Evitando el enamoramiento: el prende..................................110
3.2.2. El enamoramiento virtual: relaciones amorosas online............118
3.2.3. El síndrome del Chiru Chiru y Lorenza.................................123
3.3. La simbiosis................................................................................126
3.3.1. Tipos de simbiosis.............................................................129
3.3.2. Etiología de la simbiosis....................................................130
3.3.3. Evolución de la simbiosis...................................................131
3.3.4. La colusión.......................................................................133
3.4. El desencanto.............................................................................136
3.4.1. El amor y el cambio..........................................................143
3.4.2. La colisión........................................................................147
3.4.3. Matrimonio y desencanto...................................................150
3.5. La lucha de poder.......................................................................154
3.5.1. La violencia en la pareja...................................................160
3.5.2. Comunicación, negociación y satisfacción marital.................168
3.6. Emancipación conyugal...............................................................175
3.6.1. Separación y divorcio........................................................178
3.7. El reencuentro............................................................................187
3.7.1. El perdón y la reconciliación..............................................189
4. El falso amor............................................................................190
4.1. La infidelidad venérea.................................................................191
4.2. Celos o pavor al abandono..........................................................199
4.3. Dependencia amorosa.................................................................210
4.4. Codependencia o altruismo patológico............................................214
4.5. El amor vanidoso........................................................................215
5. Patología conyugal: enfrentando a la colusión.............................219
6. La terapia de pareja.................................................................222
REFERENCIAS...................................................................................229
Agradecimientos
No habría podido escribir este libro sin el apoyo incondicional de mi esposa Elena,
fuente de todas mis inspiraciones. También debo agradecer a mis tres hijos por su
paciencia: Selene, Pablo y Vico. A Pablito por el diseñ o de la cará tula del libro.
Gracias a mi hermano Edgar que desde la distancia hace barra por mis proyectos.

La publicació n se la debo a la entusiasta confianza de mi amiga y jefe Dra. Ximena


Peres.

Quiero agradecer al Dr. Hans van den Berg rector de la Universidad Cató lica
Boliviana San Pablo por el gran apoyo que presta a la investigació n científica.
Gracias al Dr. Edwin Claros y al Dr. Eric Roth por sus permanentes consejos y
empujoncitos para no perder la motivació n investigativa.

Me alegra la amistad con el Dr. Juan Luis Linares con quien clarifiqué muchas
ideas sobre el amor. Sigo profundamente agradecido a mi amigo y tutor de mi tesis
doctoral: Dr. Jaime Vila de la Universidad de Granada por promover la posibilidad
de investigar científicamente el amor. También estoy agradecido a mi amigo
Claudio Des Champs de la Escuela Sistémica Argentina por poner optimismo en
mis proyectos. Un abrazo por la luz que me trajo desde la Investigació n Narrativa
al Dr. Gerrit Loots de la Universidad Libre de Bruselas.

Mi gratitud por la amistad de mis hermanos sistémicos Blanca Lebl y Mario


Sá nchez. Por los momentos de reflexió n de mis estudiantes de doctorado: Marcela
Losantos, Scherezada Exeni, Carlos Velá squez, Tatiana Montoya, Alejandro Ará oz
y Mariana Santa Cruz. Por los proyectos en la tierra de mis raíces, Santa Cruz:
Oscar Urzagasti y Juan José Balderrama. Por las largas horas de trabajo en el
Instituto de Investigaciones en Ciencias del Comportamiento (IICC): Alhena Alfaro,
Natalie Guillén, Diego Joffre, Akemi Ponce, Jaime Gó mez, Eliana Aguilar, Paula
Muñ oz, Edison, Dodó y Percy. Por su apoyo silencioso a María Eugenia Pabó n. A
la distancia al gran amigo: Abdo Eid.

Psicología del amor: el amor en la pareja 7


Bismarck Pinto Tapia

A mis maestros que desde el cielo me iluminan: Pde. Esteban Bertolusso, Dr. René
Calderó n Soria y Dr. Luiz André Kossobudzky.

Las ideas vertidas en este trabajo provienen de mi labor como psicoterapeuta de


parejas y familias, ademá s de los estudios que he realizado sobre el concepto del
amor, las relaciones amorosas y las estructuras familiares. Por eso mi mayor
gratitud recae sobre esas personas anó nimas que confiaron en mi saber y
entregaron su dolor a mi corazó n.

Finalmente, gracias a Dios por protegerme y cuidar a los que amo.

8 Psicología del amor: el amor en la pareja


INTRODUCCIÓN:
EL AMOR

1. Amor y trascendencia

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.


Borges

Amar es condició n indispensable para vivir, quien no ama, no existe, no vive.


Nacemos, vivimos y morimos. Pero vivimos solamente cuando tenemos alguien
a quien amar. No es lo mismo amar a una flor, a un perrito, a un ser humano. La
flor nos regala sin querer su perfume, el perrito juega con nosotros, pero un ser
humano regala su perfume, juega conmigo y me hace existir.

Existen varias definiciones de la palabra “amor”, una de las má s acertadas es la


de Humberto Maturana: “El amor es la emoció n que constituye las acciones de
aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia. Por lo tanto, amar es abrir
un espacio de interacciones recurrentes con otro en el que su presencia es legítima
sin exigencias” (Maturana, 1997, p. 73).

Te amo cuando acepto tu existencia sin condiciones, cuando me “juego” entero por
nuestro encuentro. Eres una persona desconocida, soy para ti un desconocido,
somos dos extrañ os asumiendo el riesgo de equivocarnos. Por eso amar
necesariamente duele. Como decía Madre Teresa de Calcuta: si te duele es la mejor
señal de que amas.

El amor causa un dolor intenso, porque tenemos que renunciar a la seguridad del
amor del otro, debemos aprender a amar sin obligar a que nos amen. Virginia Satir
(1978) lo expresó de la siguiente manera:

Quiero amarte sin absorberte,


Apreciarte sin juzgarte,

Psicología del amor: el amor en la pareja 9


Bismarck Pinto Tapia

Unirme a ti sin esclavizarte,


Invitarte sin exigirte,
Dejarte sin sentirme culpable,
Criticarte sin herirte,
Y ayudarte sin menospreciarte.
Si puedes hacer lo mismo por mí,
Entonces nos habremos conocido verdaderamente,
Y podremos beneficiarnos mutuamente.

Cuando amo decido. Elijo como prioridad nuestra relació n sobre cualquier otra
cosa, inclusive sobre yo mismo – mejor dicho - sobre todo sobre yo mismo. Porque
quien es incapaz de despegarse de su “yo” es incapaz de amar.

Vivimos inmersos en un mundo de construcciones humanas, tanto materiales


como conceptuales, una de esas construcciones es el “yo”, el cual se alimenta de
poder y detesta la esencia (self). Quien se aferra al “yo”, nunca puede
desencarnarse para dejar fluir su esencia, esas personas son incapaces de amar. En
psicopatología diagnosticamos a este tipo de personas como portadoras de un
“trastorno de personalidad” (Pinto, 2005/2010).

Kierkegaard concibe dos tipos de personas, aquellas incapaces de desesperar y


las que desesperan. Las primeras asumen los mandatos sociales como suficientes
para alcanzar la felicidad, las segundas desesperan cuando se percatan de que
fueron engañ adas, escribió : “Quien desespera quiere, en su desesperació n, ser
él mismo. Ese yo, que ese desesperado quiere ser, es un yo que no es él (pues
querer ser verdaderamente lo que se es, es lo opuesto mismo de la
desesperació n)”. (Kierkegaard, 1994).

Las personas que nunca desesperan llegan a considerarse inmortales, son “felices”
cumpliendo las normas establecidas: terminar los estudios en la escuela, tener por
lo menos un título universitario, mucho dinero, tener lo que se dice que se debe
que poseer, casarse, engendrar hijos y esperar de ellos lo mismo que les fue
transmitido. Basta entonces un dolor físico, la inminencia de la muerte o la
desaparició n de sus bienes para que desespere.

Miguel de Unamuno al respecto escribió : “Má s y má s y cada vez má s; quiero ser


yo, y sin dejar de serlo, ser ademá s los otros, adentrarme a la totalidad de las
cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo
inacabable del tiempo”. (Unamuno, 2000).

Descubrir después de muchos añ os que no se vivió lleva a la desesperació n.


Entonces el desesperado tiene seis alternativas: negar los sucedido, huir del mundo

10 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

sumergiéndose en alteraciones de la conciencia (drogas, alcohol), amargarse al


intento a través de un síntoma psicoló gico (depresió n, ansiedad) (Watzlawick,
1995), suicidarse, querer cambiar el mundo transgrediéndolo, o atreverse a
trascender.

El suicidio es una alternativa paradó jica, pues la persona que se mata, antes de hacerlo
se percata que su vida le pertenece, coincide con Albert Camus quien afirmaba que
el sentido de la vida es el suicidio, porque segú n su pensamiento vivimos en un
mundo absurdo, en el cual lo ú nico que no nos pueden arrebatar es la posibilidad
de quitarnos la vida. (Camus, 2001). Personas que intentaron suicidarse o que lo
pensaron, cuando me consultan, relatan una vida ajena a ellos. Al igual que una
persona a quien le anuncian la indefectibilidad de su muerte: ¡recién quieren vivir!

Otras personas en lugar de enojarse consigo mismas, se enojan con los demá s, y
deciden destruirlos, a veces de manera desorganizada. Otras, inventan ideologías
que justifican su odio al mundo, tal como ocurrió con Hitler, Saddam Hussein,
Stalin, Banzer, Pinochet, y otros “líderes”. Ninguna muerte humana tiene
justificació n. Luis Espinal (2005) oró de la siguiente manera:

No hay nada que justifique la guerra. Se han acabado ya las guerras santas y
las cruzadas; fueron solamente un fraude. Ningún ideal puede exigir centenares
de cadáveres. El espíritu no tiene nada que ver con las balas. ¡Señor, haznos
aborrecer la retórica del armamentismo y de los desfiles, así como evitamos la
propaganda a favor de la criminalidad! Que prefiramos el diálogo humano, a las
amenazas, a la represión y a las matanzas. Haz, Señor, que caigamos en la cuenta
de que la violencia es demasiado trágica para utilizarla alegremente, como por
juego. Y a los profesionales de las armas y de la guerra hazles hallar un oficio
mejor; porque Tú, Príncipe de la Paz, odias la muerte. (En: Espinal, 2005)

La ciencia puede favorecer al desesperado malvado, utilizarla para construir


terribles armas para adueñ arse del poder, el Dalai Lama escribió : “La ciencia y la
tecnología, en conjunció n con el afecto humano, será n constructivas. De la mano
del odio será n destructivas” (En: Bunson, 2003, p. 139).

Una frase horripilante es la pregonada por Banzer Suá rez: “…a ustedes hermanos
campesinos, voy a darles una consigna como líder. El primer comunista que vaya al
campo, yo les autorizo, me responsabilizo, pueden matarlo. Si me lo traen aquí
para que se entienda conmigo personalmente les daré una recompensa” (Sivak,
2001).

Trascender no es matar a las personas que idearon un sistema social, tampoco


es retirarse del mundo. Es asumir que las reglas sociales son reglas de un juego,
nada má s, y por lo tanto no pueden ser má s importantes que las personas. Quien

Psicología del amor: el amor en la pareja 11


Bismarck Pinto Tapia

trasciende lucha contra las ideas que mellan los derechos humanos, pero no lo
hace contra los humanos.

En armas durante el añ o 2000 se gastaron en Estados Unidos alrededor de


798.000 millones de dó lares (25.000 dó lares por segundo); a partir 11 de
septiembre del 2001 se ha llegado a gastar alrededor de 956.000 millones de
dó lares (Colussi, 2005). El Dalai Lama escribió al respecto: “Las naciones destinan
trillones de dó lares a sus presupuestos militares. ¿Cuá ntas camas de hospital,
escuelas y viviendas podrían conseguirse con ese dinero?” (En Bunson, ob.cit.,
p.237).

La trascendencia es posible ú nicamente cuando asumimos nuestra mortalidad:


Vivir es darse, perpetuarse, y perpetuarse y darse es morir (Unamuno, 2000).
Leonardo da Vinci, uno de los seres humanos trascendentales escribió en su diario:
El que no valora la vida no se la merece.

No tenemos tiempo para “tonterías”, la vida es un regalo de Dios, debemos abrirla


para sumergirnos en ella, disfrutar de cada amanecer, de cada flor, dejarnos llevar
por la curiosidad, por el asombro y la urgencia de existir. Los que no reflexionan
sobre su existencia no viven, hacen planes, trabajan para tener cosas que luego los
encadenan, permanecen en el vacío revestido de plá stico.

Trascendemos a través del arte, la ciencia, el amor conyugal y el amor a Dios. El


arte es irreverente con la naturaleza y con los inventos, toma lo que existe y le da
una forma nueva, inú til y bella. La ciencia pregunta las causas de la vida, cuestiona
lo incuestionable, aquello que damos por obvio.

El amor de pareja es la construcció n de un mundo inventado por dos extrañ os en el


cual lo mundano no tiene cabida. El amor a Dios trasciende la piel, la naturaleza y
la sabiduría, desde la irracional fe se abandona toda “realidad” y se forja un destino
dirigido al encuentro con la gloria.

Cuando trascendemos nos jugamos enteros, “gastamos la vida”- en términos de


Luis Espinal-, desgajamos la corteza del á rbol prohibido hasta bebernos su savia,
aunque la mayoría de los seres humanos nos tilden de locos.

Si bien quien asume que la desesperació n es estú pida y trasciende las cosas del
mundo, para amar es imprescindible la autotrascendencia. Despojarnos del “yo”,
aquella construcció n engañ osa del cerebro ayudada por los condicionantes
sociales (Gazzaniga, 1998). No es posible amar aferrados al yo que se alimenta de
los valores estipulados por el momento socio histó rico (títulos, dinero, posesiones,
estatus, etc.). Para amar es requisito abandonarse en el vacío del espíritu, hablar
con el silencio del alma, querer con el cuerpo.

12 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Un transgresor como el Che Guevara dijo: “Prefiero morir de pie que vivir
arrodillado”. Mientras que Albert Einstein dijo: “El hombre es grande cuando
está de rodillas”. Esa es la diferencia entre quien odia y quien ama, el transgresor
decepcionado por la falsa vida, ve al pró jimo como un símbolo, olvidá ndose que
se trata de un ser humano; quien trasciende en cambio, jamá s verá en el otro un
objeto, para él será siempre un semejante.

Nada justifica la violencia. Nadie tiene derecho a hacer del otro lo que no es. Si
los seres humanos obedeciéramos nuestra tendencia natural al amor, no serían
necesarios los ejércitos ni la policía. Hemos sobrevivido como especie gracias a
nuestra capacidad de agruparnos y protegernos los unos a los otros (Maturana,
1997).

El lenguaje se fundamenta en la confianza de definir las cosas a través de acuerdos


sociales. El niñ o que es legitimado juega, y cuando crece sigue jugando. En cambio
aquel pequeñ o que es “querido” condicionalmente, no puede jugar, los padres
imponen con seriedad certezas absolutas y eluden las preguntas de su hijo; cuando
crece no sabe jugar y se toma el mundo humano en serio.

El cariñ o que recibimos de nuestros padres es uno de los condicionantes má s


importantes para definir nuestra capacidad de amar. Los padres amorosos
atienden las necesidades del bebé con paciencia y ternura. Miman a sus retoñ os
con dulzura, les plantean la opció n de llamarlos cuando se sienten incó modos
o temerosos. A esa manera de cuidar adecuadamente a los bebés, se denomina
apego seguro (Bowlby, 1985).

Los pequeñ os que han recibido amor, tienen mayores posibilidades de desarrollar
la autonomía suficiente al terminar su infancia, como señ alan varias
investigaciones que relacionan el apego y las relaciones amorosas (v.g. Penagos,
Rodríguez, Carrillo y Castro, 2005).

Cuando la infancia ha sido desarrollada en un clima de cariñ o incondicional, los


niñ os adquieren confianza en sí mismos y en sus padres (Erikson, 1959, Jerga,
Shaver, Wilkinson, 2011). Pero si existe privació n de afecto por parte de sus
progenitores, constantes críticas negativas a sus conductas, transmisió n de las
tensiones de los padres hacia los hijos, maltrato físico o afectivo, negligencia,
abandono (Rice, 1997); entonces los pequeñ os no aprenderá n a amar, sino a temer
ser abandonados, evitar el vínculo amoroso, buscar poder o protecció n, odiar, ser
insensibles al dolor ajeno (Pinto, 2005).

Psicología del amor: el amor en la pareja 13


Bismarck Pinto Tapia

2. Evolución del concepto del amor

Amamos y vivimos
Vivimos y amamos
Y no sabemos qué es la vida
Y no sabemos qué es amor.
Jacques Prévert

Es muy difícil asegurar cuá ndo fue que los seres humanos nombramos por primera
vez la construcció n social de dos personas con alguna palabra cercana al vocablo
que hoy utilizamos.

Los griegos diferenciaban ágape de eros, reservando la primera palabra para


el amor incondicional y la segunda para las relaciones de pareja. Los primeros
cristianos asumieron el amor hacia Dios como universal y puro, por lo que
eligieron la palabra ágape para referirlo. Los mismos cristianos eligieron la palabra
storge para referirse al amor entre padres e hijos y fileo para la amistad.

En resumidas cuentas se identifican cuatro tipos de amor: el amor a Dios (ágape),


el amor en la familia (storge), el amor entre amigos (fileo) y el amor de pareja
(eros).

Plató n en “El Banquete” manifiesta la existencia de dos diosas del amor: Afrodita
Pandemos y Afrodita Urania. La primera es la responsable por el amor carnal y la
segunda por el amor puro del alma. Plató n anuncia que el amor verdadero debería
desencarnarse por lo cual, en boca de Pausanias, promueve el amor duradero y
puro ligado al alma. El amor carnal sería una pérdida de tiempo para el alma, ésta
debe encaminarse a objetivos má s elevados.

A pesar de la represió n que promueven las ideas plató nicas, en el mismo texto
Só crates clama la universalidad de la necesidad de amar. Asunto que volverá a
retomarse en el siglo XX, cuando los etó logos demostraron que la necesidad de
afecto es má s necesaria que el instinto sexual (Harlow, 1962).

Durante má s de cincuenta añ os predominó la idea de que el amor era la


sublimació n del deseo sexual. Esta concepció n fomentaba la importancia de la
relació n incestuosa entre los hijos y la madre, la cual era determinante para la
elecció n de pareja y el establecimiento de los estilos amorosos del adulto.

Marie Henri Beyle (Stendhal) autor del libro “Del amor”, obvia las extremadamente
complejas explicaciones que Freud hace del amor, y simplemente expone sus
experiencias personales, fundando las bases para el amor romá ntico, aquél que

14 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

todo lo puede, el amor como un fin y no como un medio. Sus planteamientos


hacen referencia al amor obsesivo, caprichoso y ciego. Contempla en la pasió n
desenfrenada la ú nica posibilidad de encontrar la felicidad, ese amor descocado
nos hace sufrir y lo soportamos porque es el ú nico camino para la realizació n
plena. (Ackerman, 1997).

Hasta mediados del siglo XX Afrodita Pandemos estuvo destronada por Urania. Las
religiones y la formació n conservadora de las escuelas favorecieron el
derrocamiento de la pasió n. Sin embargo la píldora anti conceptiva, los
movimientos feministas, y el hastío por las ideologías fascistas apocaron los
estertores de la represió n sexual a favor de la bú squeda del placer conyugal.

Siguiendo la dialéctica hegeliana, la tesis fue el placer, la antítesis la represió n,


la síntesis la trascendencia manifestada en el compromiso de dos personas. La
propuesta actual es considerar al amor como una opció n asumida por un acuerdo
entre dos, definiendo a través de negociaciones el significado de la relació n.

3. Amor de pareja

Lo verdaderamente mágico de nuestro


primer amor es la absoluta ignorancia
de que alguna vez ha de terminar.
Benjamin Disraeli.

La teoría del apego hace referencia al establecimiento de lazos afectivos de


protecció n que se establecen entre quien cuida y quien es cuidado. Los estudios
de Harlow en Macacos separados de sus madres, demostraron fehacientemente la
importancia del contacto físico para el establecimiento de la seguridad emocional
(Harlow, 1958).

La teoría del apego surge para comprender las reacciones infantiles ante la
separació n y el duelo (Shaver y Fraley, 2008). Posteriormente se identificó su
importancia en el desarrollo de las relaciones amorosas (Mikulincer y Shaver, 2008).

La relació n amorosa activa el estilo de apego (Feeney y Collins, 2001). Es así que
el sistema de apego se mantiene durante el ciclo vital de los seres humanos. Morris
(1982) y Feeney y Noller (1990) encontraron coincidencias sorprendentes entre el
estilo de apego ansioso y la inadecuada selecció n de pareja.

Psicología del amor: el amor en la pareja 15


Bismarck Pinto Tapia

En el caso de las relaciones de pareja, la respuesta de apego se manifiesta ante


el riesgo de separació n conyugal, las personas experimentan sentimientos de
desesperanza ante el distanciamiento (Vormbrock, 1993). Nuestra manera de
relacionarnos afectivamente con nuestra pareja, está influenciada por el tipo de
apego que recibimos en nuestra infancia. El apego seguro definirá relaciones
amorosas sin temor al abandono, mientras que el apego ansioso estructura el
temor a dejar de ser amado; y el apego desorganizado se relaciona con las
conductas violentas (Yela, 2000).

En la pubertad los niñ os y las niñ as, descubren nuevas sensaciones en sus cuerpos,
las que les producen placer. Comparan sus ideas con las de los demá s, surge una
jerga sexual – la cual varía de generació n en generació n -, aprenden las técnicas de
conquistar al sexo opuesto. La autoestimulació n sexual1 se acompañ a de fantasías
eró ticas. (Rice, ob.cit.)

Durante la adolescencia la direcció n del interés sexual se inicia de manera


generalizada, es decir que el deseo no se restringe en particular a una determinada
persona, sino que por lo general se orienta a cualquiera que despierte el interés
sociosexual.

La sociosexualidad no restringida indica una tendencia a la implicació n vincular


exclusivamente sexual ( Baron y Byrne, 2001). Mientras menos pertenencia
sienta en su familia, el o la adolescente, tenderá a enamorarse intensamente. Este
“encaprichamiento”, se denomina amor apasionado: “respuesta emocional intensa
y a menudo poco realista hacia otra persona” (Baron y Byrne, ob.cit. p. 338).

El amor apasionado suele ir acompañ ado por la bú squeda de protecció n y


pertenencia. Cuando las dos personas implicadas tienen similares expectativas, se
establece un vínculo complementario excluyente del resto de las redes sociales, las
cuales se reducen al mínimo, ambos rechazan afectos familiares y de amistades.
Suele ocurrir que la intensidad del apasionamiento se confunda con “amor
verdadero”, y derive en la convivencia de los implicados. La cual por lo general
fracasa cuando disminuye la vehemencia del deseo.

La experiencia de enamoramiento está sesgada por la cultura, en algunas lo atractivo


será un aspecto físico que en otras no se considera. En un estudio que visó doce
factores precursores del enamoramiento en distintos grupos étnicos, encontró que

1 Antes se utilizaba el término “masturbación” y se refería exclusivamente a la autoestimulación de los


genitales, el término tenía una connotación negativa. Hoy utilizamos “auto estimulación sexual”,
para referirnos a cualquier tipo de caricia que la persona hace sobre cualquier parte de su cuerpo
con la finalidad de sentir placer sexual, por supuesto, incluye las caricias en los genitales.

16 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

la familiaridad y los gustos comunes son comunes, mientras que la personalidad,


la tendencia al aislamiento y la influencia social entre otros, son consideradas de
manera distinta. (Riela, Rodriguez, Aron, Xu, Acevedo, 2012).

A pesar de esas diferencias, las emociones involucradas en la experiencia son las


mismas. El apasionamiento es un estado de intenso deseo de unió n con el otro
(Hatfield, Bensman y Rapson, 2012). No importa la condició n social, cultural o
econó mica de los jó venes, las primeras experiencias de enamoramiento ocurren
durante los añ os de la adolescencia. El enamoramiento se manifiesta como la
explosió n de un gran volcá n (Alberoni, 1997), no necesariamente indica el inicio
de las relaciones coitales, las mismas que comenzará n en funció n a la permisividad
cultural. (Manzelli y Pantelides, 2005).

El desarrollo normal del amor, se inicia, evidentemente con el apasionamiento, a


diferencia de los jó venes que buscan desesperadamente un espacio de
comprensió n y afecto, aquellos amados por sus padres, pasan de la elecció n
dictaminada só lo por el deseo, a la orientació n amorosa restringida. Poseen un
perfil del tipo de compañ ero (a) a quien amar, y experimentan con distintas
personas, de tal modo que modifican o confirman el perfil de sus expectativas
(Zeifman y Hazan, 2008)

A diferencia del amor de pareja, la amistad no se fundamenta en la atracció n


sexual, sino en las semejanzas de actitudes, que conllevan a la deducció n de valores
similares. Esto es, puntos de vista similares hacia temas específicos. Con los amigos
se comparten actividades y se confían secretos. Raras veces un vínculo de amistad
se convierte en vínculo amoroso.

Existen personas que confunden el establecer un romance con formar una amistad.
Cuando ambas personas creen que amarse es ser “buenos amigos”, pueden
conformar una relació n matrimonial adecuada, pero será difícil el involucrarse
pasionalmente. Lo cual no quiere decir necesariamente que en todos los casos
sea imposible el surgimiento de la pasió n durante la convivencia. A pesar de las
excepciones, es má s probable que al convertirse una amistad en relació n amorosa,
se rompa la amistad al romperse el vínculo romá ntico.

En la elecció n amorosa, el encuentro está marcado por la atracció n sexual,


mientras que en la elecció n de amigos la pauta son los intereses comunes.

Cualquier tipo de amor tiene por funció n la legitimació n. En el amor de padres e


hijos, la legitimidad está contaminada por las expectativas condicionales definidas
histó ricamente (Andolfi, Angelo, 1989). El amor de amigos se define por la
semejanza de valores y actividades. El amor de pareja se inicia enamorá ndonos
de un extrañ o, quien lo ú nico que hace es atraernos sexualmente. Se trata del

Psicología del amor: el amor en la pareja 17


Bismarck Pinto Tapia

amor puro, sin antecedentes histó ricos, sin prejuicios. “Primero un yo; luego, una
posibilidad: el gozo exquisito de un ser que se encuentra con otro” (Branden,
2000).

El amor de nuestros padres nos debe hacer sentir diferentes al resto de los
componentes de nuestra familia, al mismo tiempo que nos ocasione la sensació n de
pertenencia y apoyo incondicional (Beavers, 1990). Nuestros amigos nos permiten
crear un nuevo espacio relacional de aprendizaje y valoració n de actividades que
no son factibles dentro de la familia.

El enamoramiento es el inicio del vínculo amoroso, en el cual seremos descubiertos


por alguien que no sabe nada de nosotros, por lo que se convierte en el espacio
de nuestro auto descubrimiento. Tenemos la necesidad de despojarnos de nuestro
yo, el cual paradó jicamente ocultamos al inicio de la relació n. Cuando el otro
desenmascara al yo falso deja desnuda nuestra convicció n más engañ osa: el sí
mismo constituido como un yo indeleble. Para que sea posible el auto
descubrimiento, debemos distanciarnos del yo, cuestionarlo y destruirlo, para que
se libere nuestra esencia en la entrega riesgosa hacia aquél desconocido que afirma
amarnos.

El amor romá ntico plantea: “Te veo como persona, y te quiero y te deseo porque
eres lo que eres, tanto para mi felicidad en general como para mi plenitud sexual
en particular” (Branden, ob.cit. p. 113).

Iniciar una relació n de pareja es “jugarse” por un desconocido. Entregarse sin


esperar recibir nada a cambio, aprender a querer después de que ese ser despertó
en nosotros la pasió n del deseo. Descubrir quién es, aceptar lo que encontremos,
sea rosa, sea clavel, locoto, piedra…El amor conyugal es una construcció n lenta
entre dos personas que jamá s se conocerá n a ciencia cierta. Cuando se alcanza
una meta se la “de –construye” (Derrida, 1980), es decir se la “renueva”. Por ello
la relació n amorosa obliga a la aparició n de crisis, cada encuentro requiere de una
despedida, la despedida de aquél que creíamos que teníamos al lado, para volver a
encontrarnos con su ser.

Rilke escribió : “El que tú seas basta. Y al hecho que yo exista déjalo, entre nosotros,
que se quede en suspenso. La realidad es verdad en su propia esfera; al fin lo
enteramente imaginario incluye todos los grados de transformació n. Y aunque
fuera el muerto má s perdido, al tú reconocerme yo existí….¡Ay, cuá nto valoramos
lo que es desconocido: demasiado deprisa se forma un rostro amado hecho de
parecido y contrastes” (Rilke, en: Bermú dez – Cañ ete, 2004).

El amor de pareja es necesariamente jugarse por un extrañ o, matar nuestro yo,


lo cual implica autotrascender, de tal manera que la felicidad del otro sea má s
importante que mi propia felicidad. Amar es aceptar la rosa como rosa, a quien
18 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia

se anima a estar contigo sin conocerte como es, aunque no sepamos quién es
realmente.

Descubrirnos mutuamente las almas, despojá ndonos cuidadosamente de las


má scaras que nos sirvieron para conquistarnos, y aceptar el rostro escondido
detrá s de ellas. Cada uno se percatará a través de su entrega que su rostro es
también una má scara, la cual oculta el ser desprotegido. Cuando amamos nos
arrojamos al vacío de la incertidumbre porque sabemos que estamos acompañ ados
sin exigencias.

El amor exige confianza, libertad y riesgo. Confianza en el sentido de creer sin


necesidad de evidencias; libertad en poder ponernos a prueba en nuestra realizació n
personal procurando no lastimar el “nosotros” que estamos construyendo; riesgo
al probar experiencias que pueden cambiar nuestra forma de ser y dejar de ser
amados o dejar de amar, al descubrir facetas en nosotros o en nuestra pareja que
contravengan los intereses comunes. Por eso, tal como señ aló Teresa de Calcuta:
¡amar duele!

Quien no soporta el dolor, la soledad y la incertidumbre no puede amar. Buscará


poder o protecció n, dará cuidados o control, actitudes infantiles relacionadas con
el apego, indispensable en la niñ ez, pero absurdo en el proceso de independencia.
De ahí que no es posible el amor entre dos personas incompletas, en el sentido
que le da Gikovate (1996): só lo puedo amar cuando doy cosas mías, no prestadas
o regaladas por otros. De ahí que entregar el cuerpo apasionado sea fá cil para
cualquiera, pero renunciar a los afectos previos (desvinculació n), a las prioridades
egoístas (amigos, sueñ os personales), ofrecer al otro un espacio y medios para
compartirlos en la convivencia, requiere necesariamente, de que cada uno de los
amantes tenga cosas construidas por sí mismo para el encuentro.

El falso amor de amantes es el fundamentado exclusivamente en el deseo, como


escribió Quoist (1992): la ley del fuego es extinguirse. Y tarde o temprano el
apasionamiento se desvanece, dejando a dos seres humanos mirá ndose extrañ ados
el uno al otro. El amor es razonable, no irracional. El deseo, la atracció n, el
enamoramiento es irracional, ciego, incapaz de predecir la posibilidad de la
construcció n de un verdadero amor.

El estilo de apego de la infancia se relaciona con el apego adulto que se activa en


la relació n de pareja (Feeney, J. 2008). Los estilos de apego inseguros (hudizo,
ambivalente y desorganizado) se configuran como apego temeroso, preocupado y
resistente en los vínculos conyugales.

El apego preocupado exige una relació n posesiva y maníaca (Lee, 1977), el


resistente lo opuesto: distante y sin intimidad, mientras que el temeroso enfatiza la

Psicología del amor: el amor en la pareja 19


Bismarck Pinto Tapia

desconfianza y la dependencia (Feeney y Noller, ob.cit.). Sin embargo, el estilo de


apego no es determinante para la concreció n de una relació n conyugal, el estilo es
diná mico y puede modificarse durante el romance (Bartholomew, 1990).

El amor surgirá en la convivencia, los amantes son dos extrañ os que deciden
compartir sus vidas, renunciando a considerar prioritarias otras cosas. Como
estudiaremos má s adelante, en la familia funcional predomina la valoració n del
matrimonio sobre los vínculos con la familia de origen y con los hijos. Los padres
deberá n volver a ser pareja, y los hijos deberá n irse de la casa. Por ello el vínculo
amoroso conyugal es mucho má s que deseo y amor del uno hacia el otro, es amar
juntos al amor a pesar de uno y del otro. Los enamorados se dicen: “te amo”, los
amantes: “amo nuestro amor”.

4. Amor de padres y amor de hijos.

Los hijos comienzan por amar a sus padres,


al crecer se ponen a
juzgarlos. A veces los
perdonan.
Oscar Wilde

El amor de padres a diferencia del amor de pareja, es un amor desapasionado, se


trata de un apego indispensable hasta el logro de la autonomía infantil, es decir
que el niñ o pueda paulatinamente hacerse cargo de sí mismo, sus pertenencias y
deberes. El amor entre padres e hijos se define como el sentimiento mutuo, gesta
el deseo de mantenerse en contacto a través del contacto físico cariñ oso, mirarse,
sonreírse, escuchar sin juzgar y poder ser escuchado. Es la relació n especial que un
niñ o establece principalmente con sus padres, un lazo afectivo que les impulsa a
buscar la proximidad y el contacto con ellas a lo largo del tiempo.

El sistema afectivo má s importante en la relació n paterno filial es el apego,


entendido como la respuesta que el niñ o emite ante la incertidumbre afectiva,
buscando la protecció n emocional que le proporcionará la seguridad suficiente
para encarar la situació n. Esta respuesta hace parte de un sistema de
comportamientos entre la persona que busca protecció n y quien le cuida (Cassidy,
2008).

El apego puede ser: seguro, ansioso y desorganizado (Ainsworth y Bowlby 1991).


Dependiendo del tipo de apego, se define el vínculo afectivo, es decir, la relació n
recíproca entre el niñ o y cada uno de sus padres.

20 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Existen distintos tipos de vínculos afectivos: el vínculo seguro es aquél en el cual el


niñ o es atendido por sus padres cuando expresa algú n malestar a través del llanto,
se entristecen cuando uno de los padres sale, y se alegran cuando vuelve. Aprenden
a confiar en la protecció n de sus padres, y se atreven a tomar decisiones por sí
mismos. (Cassidy, 1986 en Pappalia, ob.cit.).

Los vínculos negativos son aquellos que forjará n desconfianza, temores y/o
sensació n de abandono. Así el vínculo de evitación se identifica cuando el niñ o
evita a la madre o al padre cuando regresan a su lado, aprenden a apartarse de
ellos a pesar de necesitarlos. Peor que la evitació n es el vínculo ambivalente,
buscan cariñ o a la vez que lo rechazan, cuando un progenitor se acerca se acercan,
pero cuando se le demuestra cariñ o, patean o lloran. El vínculo desorganizado se
presenta en niñ os con comportamientos incoherentes, cuando se encuentran con
papá o mamá se alegran, pero al poco rato se alejan. (ob.cit.)

Los vínculos afectivos determinaran el tipo de apego del niñ o, éste puede ser
seguro o inseguro. En el primer caso, ante el retorno del cuidador el niñ o lo
buscará con alegría. En el segundo huirá del cuidador o lo agredirá .

Durante la adolescencia las personas nos damos cuenta que nuestros padres son
personas, no dioses. Los confrontamos con nuestros puntos de vista novedosos,
hacemos cosas para diferenciarnos de ellos, buscamos nuevos referentes
para construir nuestra identidad. De ahí que en esa etapa los amigos sean má s
importantes que nuestros padres.

Es durante la preparació n de la desvinculació n y la emancipació n que aparecen los


sentimientos del deseo sexual. Un proceso intempestivo, pues acontece durante la
“lucha de poder” contra los mitos de la familia. Se dan las primeras experiencias
de sufrimiento existencial, surgen los cuestionamientos acerca de la validez de los
valores del entorno, y la formació n de filosofías de vida propias (Erickson, 1968).

El adolescente normal determina el sentido de su vida independiente de las


exigencias de sus padres y de las instituciones, lo cual significa, necesariamente,
luchar contra aquellas ideas que no coinciden con sus propias expectativas. Los
adolescentes que provienen de familias disfuncionales optan por una de dos
opciones: o se ajustan a las exigencias externas o las transgreden. Los primeros,
son las personas que no viven su adolescencia, buscan el reconocimiento de su “yo
falso” para ser queridos, resultan una especie de “Pinochos de madera”, incapaces
de ser auténticos. Los segundos, recurren a conductas violentas o autodestructivas
– pandilleros, anoréxicas, drogodependientes, etc.- (Pappalia y Olds, 1999).

Psicología del amor: el amor en la pareja 21


Bismarck Pinto Tapia

La crisis de identidad es imprescindible en la adolescencia, para que la persona


se apropie de su “yo”. La familia funcional estimula la autonomía del hijo, o de
la hija, instauran con ejemplos modelos de moral, y aprenden a amar lo que el
adolescente ama.

Sin embargo, en las familias disfuncionales, los padres no aceptan el crecimiento


de sus hijos, los prefieren niñ os, en ese afá n prohíben cualquier manifestació n
de autonomía y diferenciació n. La madre o/y el padre rechazan el atisbo de
independencia, reduciendo al mínimo la interacció n del hijo con el entorno.
Surge pues, una lucha de poder entre el adolescente y los padres, los primeros
prohibiendo la desvinculació n afectiva del hijo, y el segundo utilizando todos sus
recursos para ser reconocido como un ser humano que quiere apropiarse de su
vida y desvincularse de sus padres (Haley, 2006).

Amamos a nuestros hijos só lo cuando aprendemos a amar lo que aman y


aceptamos que mientras má s los amamos, má s pronto se desvinculará n de
nosotros. Los padres amorosos asumen el desconocimiento del mundo en el cual los
hijos se desenvuelven, no les imponen sus sueñ os, los dejan soñ ar por sí
mismos, les ofrecen modelos de moral y amor, para acompañ arlos sin necesidad
de arrastrarlos ni empujarlos. Facundo Cabral tiene una frase que sintetiza lo que
intento transmitir: “Cuando se fue de su casa, niño aún, su madre lo acompañó a
la estación y, cuando se subió al tren, le dijo: este es el segundo y último regalo
que puedo hacerte, el primero fue darte la vida, el segundo libertad para
vivirla” (Cabral, 2005)

Para que nuestros hijos aprendan a amar, necesitan que sus padres ademá s de
padres sean pareja. De esa manera tienen el modelo de relació n de esposos y de
amantes en el vínculo parental: madre – padre. Por otro lado, los padres necesitan
tener empatía con sus hijos, por lo cual requieren preguntar acerca del mundo
juvenil. Barylko escribió : “Para ser padres, para ser maestros, para ser hombres,
tenemos que volver a la humildad del que sabe que no sabe. É se es el comienzo de
la sabiduría” (Barylko, 2001, p. 33).

5. Amor a los demás.

No descansen mientras haya un dolor que mitigar.


Alberto Hurtado

El altruismo considerado como la preocupació n por el bienestar de otros (Baron


y Byrne, ob.cit., p. 427), también denominado comportamiento prosocial, es

22 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

el amor hacia los otros desconocidos abstraídos como una entidad necesitada de
nuestras acciones que pueden beneficiarlos. Wittgenstein señ alaba que só lo es
posible comprender el dolor ajeno si lo podemos comparar con nuestro propio
dolor (Wittgenstein, 1979). Só lo aquellas personas capaces de sentirse mal por el
malestar de otros, son capaces de preocuparse y desprenderse de sí mismos para
beneficiarlos.

Un ejemplo notable es el caso de Madre Teresa de Calcuta, quien proclamaba la


necesidad de ser pobres para comprender la pobreza, el sentido de su vida fue el
proteger a los niñ os no deseados antes de que sean abortados, y el auxilio amoroso
hacia los enfermos, a pesar de críticas a su obra, es indudable la auto trascendencia
de Agnes Bojaxhiu (Sebba, 1998). Una de sus frases es suficiente para comprender
el profundo sufrimiento que le causaba la negligencia hacia los desamparados:
Para la tuberculosis tengo cura, a la lepra le encontré remedio, pero para el que se
siente rechazado y no amado, no he encontrado aún medicinas (en: Scolozzi,
2000).

Las personas capaces de asumir un oficio al servicio de los demá s poseen una
personalidad altruista. Los rasgos de estas personas son: empatía, creencia en un
mundo justo, responsabilidad social, generosidad predominante sobre el egoísmo.
Quien define el amor má s allá del vínculo conyugal es Erich Fromm cuando explica
que El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que
amamos. Cuando falta tal preocupació n activa, no hay amor. La esencia del amor es
“hacer crecer”, El amor y el ayudar a crecer son inseparables, es posible denominar
trabajo a ese afá n de desear que el otro sea lo que puede ser, por lo tanto, se ama
aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama (Fromm, 1987).

San Francisco de Asís, tal vez haya sido una de las personas con mayor
desprendimiento para darse íntegro a los demá s, las leyendas e historias que se
narran sobre su proceder ante los pobres y enfermos me permiten creer en la
posibilidad de hacer de nuestro mundo un mundo de amor, si abandonamos el
egoísmo y ese afá n necio de acumular riquezas necias, en lugar de disfrutar de la
ilusió n de haber sido partícipes en la alegría de otro. Francisco escribió : El Señor
me condujo ente los leprosos y con ellos hice misericordia, Y aquello que me
había parecido amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo (en:
Bodo, 2001).

Muchas veces quien ama a los demá s es un estorbo para el mundo convencional,
má s aú n si éste está regido por personas amargadas aferradas al necio poder.
Cristo es nuestro modelo de amor y al mismo tiempo de má rtir. Luis Espinal le
pedía: Jesucristo, enséñanos a amar; cada vez más, cada día más con desinterés.
No por sentir necesidad de afecto, sino porque los demás necesitan amor
(Espinal,

Psicología del amor: el amor en la pareja 23


Bismarck Pinto Tapia

2005, p. 5). ¿Por qué asesinaron tan cobardemente a Luis Espinal? ¿Por qué ya
estando muerto acribillaron a balazos su cuerpo inerte? El amor grita el dolor que
los poderosos temen sentir. El amor nos ata al mundo para cambiarlo (Hö lderin,
2003).

Para amar a los otros, es indispensable la trascendencia y la auto trascendencia, el


reconocer la mentira escondida en las verdades absolutas de las cosas inventadas
en el mundo humano. Bertrand Russell creyó en un mundo feliz, conformado por
seres humanos felices, si aprendían a “desaprender” las mentiras que nos
enseñ aron como verdades. El “satori” del Zen, es darnos cuenta de las ilusiones,
“despertar” del sueñ o al que nos han metido sin pedirnos permiso. El asumir las
mentiras verdaderas como tales, duele, el anunciar que só lo se puede ser feliz a
través del amor requiere coraje, temer al amor es temer a la vida, y los que
temen a la vida ya están medio muertos (Russell, 1996).

De ahí la necesidad de pobreza de quienes se “juegan” por los demá s. Se cuenta la


siguiente anécdota sobre San Francisco de Asís: “Una vez, el obispo de Asís le dijo
a Francisco: “Con respecto al no poseer ni tener nada en este mundo, me parece
que tu forma de vida es muy dura y rígida”. Pero Francisco le contestó : “Señ or, si
tuviéramos propiedades, también necesitaríamos armas para defenderlas” (Bodo,
ob.cit. p. 43). Teresa de Calcuta escribió : “El dinero só lo puede comprar cosas
materiales, como alimentos, ropas y vivienda. Pero se necesita algo má s. Hay
males que no se pueden curar só lo con dinero... sino só lo con amor”. (Scolozzi,
ob.cit.).

Suelen tildarme de romá ntico, de poseer una visió n ingenua del mundo, y que
soy “demasiado” poeta. Puede ser cierto, pero estoy convencido, gracias a mi
propia experiencia personal, como a las experiencias con personas que portan
sufrimientos y me los cuentan en mi consulta, que la respuesta al malestar de
nuestra civilizació n está en el amor y no en la riqueza. He visto gente muy rica
con ideaciones suicidas, y a personas miserables con gran felicidad. Los oficios
agó gicos2 sirven para rescatar el numen3 de aquellos seres que se pierden en el
torbellino de los inventos sociales ocasioná ndoles sufrimientos vanos.

La diferencia entre una persona que convierte su dolor en actitudes altruistas y


alguien que lo dirige hacia el odio hacia los demá s se encuentra en las experiencias
de amor que reciben en algú n momento de sus vidas los primeros y la ausencia
de legitimidad en los segundos. Francisco Pizarro provenía de un medio en el cual
no poseía ninguna valoració n, al llegar a América, compensa sus sentimientos de

2 Profesiones dedicadas al servicio de los demás. (García, 2003)


3 Numen: esencia espiritual.

24 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

inferioridad con el desprecio hacia los aborígenes, obteniendo de esa manera, la


falsa legitimidad que otorga el poder. Otro caso patético es el de Hitler, quien fue
maltratado por su padre Alois, quien insistía en que su hijo sea funcionario pú blico
como él, descalificando las motivaciones artísticas del pequeñ o. Otro dictador
sanguinario fue Idi Amin Dada, malvado gobernante de Uganda, quien también
recibió humillaciones en su infancia, ordenaba el fusilamiento de sus enemigos
vestidos de blanco «para que se les viera mejor la sangre (Twiss, 2003).

Por otra parte, Teresa de Calcuta, tuvo una infancia feliz, hasta que murió su
padre cuando tenía ocho añ os, a partir de ese momento enfrentó la pobreza y las
vicisitudes de la guerra. (Spink, 1997). Karol Wojtila (Juan Pablo II) también sufrió
experiencias dolorosas, a sus nueve añ os fallece su madre al dar a luz, añ os
después falleció su hermano y en 1941 pierde a su padre. Karol se refugia en el arte
y en su juventud el cardenal Sapieha valora su vocació n religiosa (Wiegel, 2000).

John Ronald Reuel Tolkien, autor del “Señ or de los Anillos”, fue un ser humano
con profunda convicció n cató lica y con un alma generosa, lo cual dio origen a sus
magníficos libros envueltos en el principio agustiniano de que del amor nada
puede hacerse malo; sufrió la temprana muerte de su padre (cuando tenía tres
añ os), y en durante su pubertad fallece su madre, quedando a cargo del fray
Francis, quien estimula los intereses literarios y religiosos del niñ o (Pinto, 2005 c).

Así como experiencias de pérdida y maltrato pueden transformar el dolor en


odio o en amor, la sobreprotecció n puede hacer lo mismo. Por ejemplo, Ernesto
Che Guevara fue sobreprotegido por su madre, e influido por la amargura de su
familia por no pertenecer a la clase dominante (Sola y Garcia, 2000) desarrolló
una personalidad vanidosa y odió a las personas con poder econó mico, ese odio lo
derivó hacia la idea del “imperialismo”. Nada justifica un asesinato, un ser humano
es un ser humano, no es posible que aludiendo una ideología se extermine la vida
de cualquier persona.

En contraposició n a la vida del Che, Mohandas Karamchad Gandhi, fue


sobreprotegido por sus padres, como consecuencia su comportamiento en la
escuela era intolerable, a los trece añ os deciden que contraiga matrimonio con
Kasturbai, una niñ a con la que le comprometieron sin que él lo supiera. Sus padres
eran muy religiosos, por lo que le inculcaron valores coincidentes con sus
creencias.

El sufrimiento del antiguo rey Harishchandra le infundió el deseo por la justicia.


Su padre muere cuando él tenía dieciséis añ os. Este golpe afectivo moderó su
vida desordenada, tomó a su padre como modelo y decidió estudiar Derecho en
Londres. El sentido de su vida quedó marcado por el modelo de correcció n de su

Psicología del amor: el amor en la pareja 25


Bismarck Pinto Tapia

padre y la religiosidad de su madre. El sufrimiento de su pueblo caló


dolorosamente en su alma, y decidió sacrificarse para liberar a la India del yugo
Inglés; lo hizo desde la no violencia, su trascendencia derivó en una posició n a
favor de la justicia pero sin necesidad de la destrucció n. Una frase que sintetiza
su forma de vivir es: Quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas,
el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia. (Colloti,
1989)

¿Qué hace con que una persona transforme el sufrimiento en maldad y otra en
bondad? La psicología contemporá nea ha planteado la hipó tesis de la “resiliencia”4.
“La resiliencia puede definirse como la capacidad de una persona para recobrarse
de la adversidad fortalecida y dueñ a de mayores recursos. Se trata de un proceso
activo de resistencia, autocorrecció n y crecimiento como respuesta a las crisis y
desafíos de la vida” (Walsh, 2004, p.26).

Que nuestro espíritu sobreviva en un entorno donde está prohibido existir es


un logro que tiene que ver fundamentalmente con el reconocimiento de nuestra
esencia por parte de nuestros padres en primer lugar, pero como mencionó Teresa
de Calcuta: El mundo sufre porque no hay tiempo para los hijos, no hay tiempo
para los esposos, no hay tiempo para disfrutar la compañía de otros.

El tiempo está destinado al trabajo con el fin de obtener bienes materiales. Se ha


hecho popular la frase de padres que justifican sus prioridades materiales: “lo que
importa no es el tiempo que les doy a mis hijos, sino la calidad de tiempo que les
destino”. ¡Absurdo! ¿Qué puede recibir un niñ o del beso de su padre que llega a las
once de la noche, cuando el pequeñ o está dormido? ¿Calidad? ¡Lo que necesitan
los hijos es tiempo interactivo!

Para que la terapia familiar afirme la importancia de la legitimidad hacia la esencia


de los niñ os han sido necesarios muchos añ os, el Dalai Lama desde su humilde
sabiduría lo dijo así: Cuando crecemos lo hacemos en medio de la bondad de
nuestros padres, y sin esa bondad no podríamos existir. Esto es cierto y, por
eso, aquellos niños que crecen sin el amor de los padres o los que sufren la
ruptura de la familia, padecen luego problemas psicológicos. (Discurso del Dalai
Lama al recibir el premio Nobel de La Paz en 1989)

Preguntemos a las personas que terminan destruyéndose en la droga, el alcohol, la


comida, la depresió n, ¿qué les faltó en la infancia? La respuesta suele ser: ¡tiempo
interactivo con sus padres! Tiempo para jugar, escuchar, acariciar, aceptar las
diferencias, estimular las potencialidades, dotar de ejemplos morales.

4 Término extraído de la física: elasticidad de un objeto, es decir, su tendencia a oponerse a la


rotura por choque.

26 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Descartes estropeó la concepció n del ser humano al dividirlo en cuerpo y mente,


ademá s de poner énfasis en la importancia del pensamiento con su frase: “pienso,
luego existo”; hoy la frase es peor: “compro, luego existo” (Lucini, 1996).

Mi generació n5 está atravesando una depresió n noó gena cró nica, debida al vacío
existencial consecuencia de la desorientació n ontoló gica: “¿quién soy?”. La
desgracia de nuestra generació n fue lograr nuestra meta sin estar preparados para
después de alcanzarla. ¡Conseguimos la democracia y la libertad! ¿Y ahora qué se
hace con ellas?

Emerge la desesperació n y como solució n trasgredimos, nos incorporamos con


los ojos cerrados a los condicionantes materialistas, o trascendemos (Pinto, 2005
b). La opció n de la trasgresió n es buscar el poder para ejercer dominio sobre los
demá s, ese poder puede ser “benevolente”, cuando responde a intereses
ideoló gicos democrá ticos, o ser “destructivo”, cuando plantea posturas racistas,
chauvinistas, fascistas, pregona violencia y destrucció n de seres humanos.

Un ejemplo vergonzoso lo vivimos en febrero del 2003, cuando se enfrentaron


policías y militares en la Plaza Murillo, con un total de dieciocho muertos. El
dominio no legitima, es violencia, pues “coloca al otro en el lugar que no quiere
estar” (Maturana, 1997).

La segunda opció n es la que sigue la mayoría de los adultos de clase media para
arriba: buscar “seguridad econó mica” o “agrandar el yo”. En ese sentido, el trabajo
y los logros académicos se convierten en prioridad, dejando en un nivel inferior a
la familia.

Los padres “inmanentes” han creado hijos con “ricopatía” (Minear y Proctor,
1990). La fó rmula es sencilla: libertinaje, demasiadas cosas materiales, presió n
para que sean buenos alumnos y luego profesionales, demasiada informació n,
excesiva protecció n o negligencia afectiva y finalmente el condimento má s
importante, demasiados “sacrificios” de los padres y pocas enseñ anzas sobre las
necesidades bá sicas de sobrevivencia (Minear y Poctor, ob.cit.).
La escuela ayuda a fomentar la “inmersió n” de los niñ os en el mundo ilusorio del
materialismo: “A un bien de consumo le damos hoy el nombre de educació n. Es
un producto que se fabrica de forma segura por medio de una institució n oficial
llamada escuela” (CEDECO, 1989).

5 Nací en 1961.

Psicología del amor: el amor en la pareja 27


Bismarck Pinto Tapia

La trascendencia es mal vista por la sociedad. Quienes se animan a renunciar


a la “programació n” del entorno materialista, son estigmatizados de “locos”,
“mediocres”, “irresponsables”.
La palabra “éxito” se ha impuesto a la palabra “autorealizació n”. La palabra
“autoestima” ha reemplazado a la palabra “generosidad”. Eufemismos para decir
egoísmo son vanagloriados y transmitidos como valores “humanos”: “calidad”,
“eficiencia”, “competencia”, “esfuerzo”, “superació n”, “ser alguien en la vida”, etc.
Ortega y Gasset escribió : Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede
destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. Por
ende, es muy difícil romper los esquemas rígidos de las expectativas de un sistema
preocupado en la riqueza como sinó nimo de felicidad.
Los progenitores capaces de amarse el uno al otro, a pesar de las exigencias
materiales, pueden a través de su amor trascender y criar hijos entusiasmados con
la vida: les transmitirá n valores espirituales, de tal manera que entiendan que lo
material es un medio y no un fin.
Hermann Hesse ironizó el tema de la siguiente manera: Da, Señor, a los
ricos todo lo que pidan. A nosotros, los pobres, que nada deseamos, danos tan
solo el gozo de saber que tú fuiste uno como nosotros.
Cuando los hijos caen en el abismo del poder, pueden ejercer un dominio
torturante sobre sus padres, hacerlos sentir culpables de sus “fracasos”, debido a
que no reciben de ellos las cosas que sus pares tienen: “No olvidemos, sin embargo,
que los padres son seres humanos sensibles, pensantes y sintientes, y que los
niñ os también tienen poder. Los niñ os también pueden hacer bastante
desgraciados a sus padres” (Rich, 1999, p. 366).
En mi consultorio escucho padres que son víctimas del maltrato que reciben de sus
hijos, algunos de ellos inclusive temen ser lastimados físicamente. Dotar de poder a
los niñ os hace de ellos potenciales trasgresores.

El amor en cambio les permite reconocer el absurdo del mundo material.


Kierkegaard escribió : El niño no sabe qué es lo horrible, pero el hombre lo
sabe y tiembla. El defecto de la infancia es, en primer término no conocer lo
horrible y, en segundo término temblar de aquello que no es de temer, lo mismo
le sucede al hombre natural; ignora dónde se halla realmente el horror, lo que
no le exime de temblar, pero tiembla de lo que no es lo horrible. (Kierkegaard,
1994)

A mayor valoració n de las cosas en vez de amar a los demá s, es má s probable el


surgimiento del temor a perder las posesiones, la moral se centra en defender lo

28 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

que se tiene, quienes inician las peleas son aquellos que pretenden aferrarse a sus
cosas, por eso Sastre escribió : Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres
los que mueren. Porque son los países má s ricos los que temen perder las cosas
que tienen, y detestan a los países pobres porque pueden hacerse algú n día ricos.

Nuestro país al ser pobre, es rico en recursos para la paz, “apenas” tenemos un
presupuesto militar de doscientos ochenta millones de dó lares al añ o6 280000000,
mientras que Chile, por ejemplo, tiene dos mil quinientos millones de dó lares, y
Estados Unidos ¡dos mil millones novecientos cuarenta y cinco mil (2945000000)!
(Indexmundi 2011). En cuestió n de armamento somos uno de los países peor
armados del mundo.

Bolivia es uno de los países má s pobres: “Segú n el Mapa de la Pobreza 2002 con
base en informació n del Censo del 2001, el 59 por ciento de una població n de má s
de 8.274.325 personas es pobre y el 24,4 por ciento vive en estado de extrema
pobreza. No obstante, muchos analistas sostienen que estas cifran deberían de ser
mayores porque el ingreso y el empleo no se consideraron para realizar el cá lculo”.
(UNICEF-Bolivia 2011, PNUD, 2011).

Considero que San Agustín planteó el principal fundamento ético con la frase:
Ama y haz lo que quieras. El Dalai Lama coincide: “La paz, en el sentido de
ausencia de guerra tiene poco valor para alguien que se está muriendo de hambre
o de frío” (Bunson, ob.cit.). En otra ocasió n dijo: Las naciones destinan trillones
de dó lares a sus presupuestos militares. ¿Cuá ntas camas de hospital, escuelas y
viviendas podrían conseguirse con ese dinero?

Es imposible amar a los demá s si no se es bueno. El Dalai Lama escribió : No


hiráis a los demás. Así como uno se enternece cuando ve a un allegado
querido, así debe propagarse el amor bondadoso al resto de las criaturas. (En:
Bunson, ob.cit.).

El bien es lo contrario al mal, está en relació n con lo ético, y só lo se puede ser ético
si se identifica a los demá s como similares a uno mismo, lo que nos hace humanos
es la capacidad de ponernos en el lugar del otro, la empatía, en el sentido que le da
Wittgenstein de que só lo es posible entender el dolor del otro si lo puedo comparar
con mi propio dolor. O sea, no habría dolor si no existieran personas capaces de
sentir dolor y comprender el dolor de sus semejantes (Wittgenstein, ob.cit).

6 Dato del 2010: http://www.fmbolivia.net/noticia18857-gasto-militar-de-bolivia-es-de-280-millones-


de-dlares-al-ao.html

Psicología del amor: el amor en la pareja 29


Bismarck Pinto Tapia

Ser bueno con uno mismo, es evitar hacer cosas que dañ en nuestro organismo y
nos limiten la vida. Por ello el dolor es una emoció n noble, surge para avisarnos
que algo malo ocurre en nuestro cuerpo. Al inicio susurra, si no le hacemos caso,
habla, luego grita y finalmente se retuerce, hasta que hacemos algo para “matarlo”:
mi dolor me ama, pues muere para que yo viva. Ser malo con uno mismo es
dañ arnos a pesar del dolor, y quien es malo consigo no podrá ser capaz de
comprender el dolor de otro.

A diferencia del dolor, que es una advertencia de desarreglos orgá nicos, el dolor
del alma (sufrimiento), es un sentimiento construido socialmente, que nos advierte
sobre la imposibilidad de alcanzar una meta culturalmente establecida. Por
ejemplo, el hambre es dolor, el aplazarse en un examen universitario es sufrimiento,
la muerte de alguien que amamos nos causa sufrimiento.

Entonces, existe el sufrimiento estú pido y el sufrimiento legítimo. El estú pido


es amargarse la vida por no alcanzar el éxito definido socialmente. Oscar Wilde
reflejó así la estupidez de quien elige sufrir por las mentiras verdaderas: Y el que
aspira a ser algo exterior a sí mismo: miembro del Parlamento, rico tendero,
eminente abogado, juez u otra cosa igualmente aburrida, ve siempre sus
esfuerzos coronados por el éxito. Y éste es su castigo. El que anhela una careta, no
tiene más remedio que llevarla.

Amargarte porque te robaron el auto, es diferente a amargarte porque murió


tu amigo. Sin embargo, existen personas que se suicidan por deudas, otras que
se deprimen porque no obtuvieron el dinero que esperaban, y son insensibles al
sufrimiento de un niñ o que debe trabajar en la calle para ayudar a sus padres a
sobrellevar su miseria.

Buscar el éxito es huir de sí mismo, es evitar sentir el vacío del alma llená ndolo
con cosas inú tiles. Coincido con Kierkeggard cuando escribió : A menudo pueden
convertirse en ciudadanos muy exitosos pero para mí no son individuos
maduros.

El poder es contrario al amor, quien domina controla que el otro sea lo que puede
ser, obligá ndole a sacrificar su libertad para satisfacer la fugaz sensació n de existir
anulando la existencia del otro. Quien domina consigue cosas y usa a las personas
como medios para conseguirlas, por ello lo material se convierte en fin y el ser
humano en objeto.

El que hace de la gloria el sentido de su existencia termina aislado de los demá s:


temido, respetado o admirado, pero no amado: “El que nada tiene, nada puede

30 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

perder. Tener es aferrar en el puñ o una cosa, una idea, una certeza. Ahí es donde
se atiza el pá nico. Se puede perder” (Barylko, 1999, pá g.273).

El amor hacia otro ser humano no es poseerlo como se posee un calzoncillo, es


ayudarle a ser libre, aunque ello implique poner en juego nuestra propia vida: Un
monje pasó su vida en prisió n para ayudar a los prisioneros. Como su conducta
era ejemplar, le soltaban rá pidamente. Pero de nuevo volvía a cometer algú n delito
para que le encerraran en prisió n. Al final no quedó ni un solo prisionero, excepto
él. (Deshimaru, 1986).

Amar a los demá s es reconocer en el otro algo de nosotros mismos, y cuando esta
persona se marcha, muere o simplemente decide que no valemos la pena para
ella, nos dolerá , y mucho. Ese es el sufrimiento legítimo, la angustia que nos hace
humanos.

No se trata de suponer que el otro necesita algo nuestro, pues en ese caso estamos
asumiendo una forma de poder “benevolente”, esto es, considerarnos superiores
que el menesteroso, y le damos porque sentimos pena.

La pena es un sentimiento inú til, porque proviene de la idea necia de que existen
personas mejores que otras, el que tiene y el que no tiene, el rico y el pobre. Debajo
del traje de mil dó lares hay un cuerpo desnudo lo mismo que debajo de los harapos
del pobre, ambos nacieron y se morirá n, ambos tienen la misma esencia espiritual,
por lo tanto pena debería darnos el que tiene demasiado pues posee má s cosas que
cubren su cuerpo y su alma.

San Francisco de Asís escribió en una carta: Tenemos que ser humildes, sencillos
y puros. No queramos desear ocupar cargos que estén por encima de los otros
hombres, sino que por amor a Dios, más bien tenemos que ser súbditos y
servidores de toda criatura humana.

Decidirse por los demá s, es una opció n que va má s allá del amor conyugal, en el
cual se ama a una persona en la cual ademá s se encuentra satisfacció n sensual.
Darse a otros, quienes quiera que sean, es apostarse para encuentros efímeros, en
los cuales nuestra alegría por la vida contagiará a personas que partirá n de nuestro
lado.

Guy (1992) al referirse a la vida de los psicoterapeutas, muestra con dramatismo lo


difícil que es sobrevivir a un oficio que exige despojarse del yo para recibir el dolor
ajeno sin tener que recibir nada a cambio. Esa es la diferencia entre el profesional
psicó logo y el que hace psicoterapia.

Psicología del amor: el amor en la pareja 31


Bismarck Pinto Tapia

El psicó logo “es”, el psicoterapeuta ama (Whitaker, 1993), se entrega plenamente


al “paciente”7, para que ambos puedan trascender, se consiga o no acompañ arse
hacia la auto trascendencia, el paciente paga y se va, dejando su dolor en el
corazó n del terapeuta. Por eso considero a mi oficio una forma sublime de amar,
un sacerdote amigo, le llamó a esta forma de amar “oblació n”, ofrendarse uno
mismo para que el otro sea feliz.

Una condició n indispensable para amar a los demá s entonces, es asumir una
posició n de ignorancia, pues el otro sabe má s que yo sobre lo que le ocurre en su
vida. Partir del “no saber”. Esta postura es radical en la Terapia Narrativa,
Goolishian y Anderson manifestaron como principio fundamental de la actitud
terapéutica lo siguiente: “Ten cuidado, si das la impresió n de que puedes cambiar
algo, el sistema caerá preso de la ilusió n de poder” (En: Cecchin, Lane y Ray, 2002).
Solamente si asumo que no sé, puedo preguntar. Si me coloco en la postura del
“que sabe”, no tengo preguntas, tengo afirmaciones.

La humildad8 es la actitud de quien ama a los demá s: La humildad es necesaria


para amar. Afirmó San Agustín: Cuanto más vacíos estamos de la hinchazón de
la soberbia más llenos estamos de amor. Las escuelas terapéuticas tradicionales,
ven al paciente como “objeto de estudio”.

Una de las escuelas má s denigrantes del ser humano es la psicoanalítica, en la cual


el analista es el que sabe y el analizado es quien debe aceptar la “verdad”, caso
contrario es acusado de “resistencia”. Gross al respecto escribió : “La interpretació n
es la culminació n del virtuosismo del arte analítico (…) El analista escucha,
observa, relaciona. Después emite lo que él cree que es el significado que hace
visible lo invisible y obvio lo desconocido. Se convierte en el metafísico en el
piná culo de su poderío” (Gross 1979, p. 234).

Haley añ adirá : “Dirigir con éxito a tantas personas para que se comportaran tan
extrañ amente durante tantos añ os, y pagaran tanto dinero por hacerlo es una
hazañ a increíble” (Haley, 2000, p. 89).

Durante la vida de Freud, Bleuler escribió : Es evidente que para usted (Freud)
establecer firmemente su teoría y asegurar su aceptación se convirtió en el
objetivo e interés de toda su vida. Para mí, la teoría no es más que una nueva
verdad entre otras verdades…Por consiguiente, estoy menos tentado que usted
a sacrificar toda mi personalidad por el fomento de la causa. El principio de

7 Paciente = del latín pati, sufrir. Patines-tae, el que sufre.


8 Humildad = del latín humilitas, de humus, tierra.

32 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

“todo o nada” es necesario para las sectas religiosas y los partidos políticos…
para la ciencia lo considero perjudicial. (En: Berger, 2001, p.250).

Otras corrientes psicoló gicas, a nombre de la ciencia han eludido la ética a favor de
las certezas inventadas en sus modelos teó ricos. De esa manera un modelo teó rico
científico puede convertirse en una técnica para el bien o para el mal del paciente,
dependiendo de la postura existencial del terapeuta.

Si el terapeuta auto trascendió , usará el conocimiento científico para bienestar de


la persona, y si no lo usará para beneficiar al sistema social imperante, o peor aú n,
lo usara ¡para beneficio propio! Así las técnicas de modificació n de conducta
pueden servir para ayudar a las personas a lograr metas propias benévolas,
mantenerlas dentro de un sistema inmoral o convertirlas en asesinos. Skinner
mismo reflexionó sobre los alcances y límites de la teoría conductista, revisando
principalmente la forma có mo ésta puede aplicarse (Skinner, 1991).

No debemos ser manejados por las teorías, ni por nuestros prejuicios, ni por
nuestro yo, sino debemos dejarnos llevar por el sufrimiento del otro hacia su dolor,
cuando llegamos a ese terrible lugar, acompañ arlo para que ambos podamos
crecer en el encuentro. Por eso es imprescindible contactarnos con nuestro propio
sufrimiento, despojarnos del estú pido y asumir al amor como antesala del
sufrimiento auténtico. Fue Madre Teresa de Calculta, una de las personas que
mejor entendió la renuncia al yo para la entrega incondicional, una de sus tantas
frases provocadoras fue: Sin nuestro sufrimiento, nuestra tarea no diferiría de la
asistencia social.

Al igual que el trabajo de quienes renunciaron al mundo para dedicarse a la vida


religiosa, quien ejerce la psicoterapia debe renunciar a las ilusiones del mundo
cotidiano, lo cual genera con frecuencia sentimientos de desolació n y angustia. Por
ello es necesario que quien se dedica a mi oficio tenga un espacio de amor con
su pareja para ser legitimado cada vez que vuelva del consultorio destrozado por
dolores inimaginables.

Si bien es cierto, que considero a la psicoterapia como un medio sublime de amor,


existen otros oficios menos exigentes que se relacionan con el servicio a los demá s:
trabajo social, medicina, enfermería, derecho, fisioterapia, magisterio escolar y
universitario, etc. Todos ellos requieren del desprendimiento del yo para poderse
entregar sin intereses egoístas y sin ver al otro como un medio.

¡Estoy harto de médicos que ven en las personas hígados, corazones, amígdalas,
cerebros, anos enfermos! Quiero médicos que me vean a mí como persona a quien
le duele una parte de su cuerpo, que me pusieron un nombre, y que como todos
quiero mantenerme con vida.

Psicología del amor: el amor en la pareja 33


Bismarck Pinto Tapia

Cuando un médico se aleja de sí mismo, se aleja de las personas y se convierte en


el “doctor”, dejando de existir, habla del paciente como si fuera un portador de un
tesoro de interés científico en su dolor. Dentro de la medicina quien má s tiene que
recuperar su humildad es el psiquiatra, olvidarse de su máscara de doctor, y
descubrir su ignorancia, asumiendo que se relaciona con seres humanos que han
perdido la posibilidad de amar, lo cual no los convierte en seres indignos de ser
amados.

Quiero terminar con este consejo de Madre Teresa de Calcuta: Nunca digas
adiós, si todavía quieres tratar. Nunca te des por vencido si sientes que puedes
seguir luchando. Nunca le digas a una persona que ya no la amas, si no
puedes dejarla ir. El amor llega a aquel que espera, aunque lo hallan
decepcionado; a aquel que aún cree, aunque haya sido traicionado: a aquel que
todavía necesite amar, aunque antes haya sido lastimado y aquel que tiene coraje
y la fe para construir la confianza de nuevo.

6. El amor a la naturaleza.

Los animales poseen un alma y los seres humanos


debemos amar y sentirnos solidarios con nuestros
hermanos menores. Ellos están tan cerca de Dios
como lo están los humanos.
Juan Pablo II

La naturaleza es el entorno prístino que nos rodea, el ambiente y sus seres


independientes de la voluntad del ser humano (Popper, 1996). Quienes se
entregaron plenamente a su estudio y aquellos que dedicaron su existencia a su
preservació n, tuvieron una actitud amorosa hacia la naturaleza, apasionada y
desprendida.

Pocas personas han sido capaces de luchar contra las imposiciones sociales y
hacerle caso a su espíritu. Una de ellas, fue Charles Darwin (1809-1882). Intentó
satisfacer las expectativas de su padre, estudiando primero medicina, luego
ingresó a la Universidad de Cambridge para formarse en teología. Cuando podía
escudriñ aba libros sobre botá nica y zoología. A pesar del disgusto se licenció en
teología, matemá ticas euclidianas y ciencias humanas. Sin tener ninguna formació n
académica, aceptó la “desquiciada” idea de su tío Josiah Wedgwood para partir
como “naturalista” en el navío “Beagle” para dar la vuelta al mundo. Sus
conocimientos sobre pá jaros y su entusiasmo para coleccionar fó siles fueron
suficientes para hacer

34 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

uno de los descubrimientos má s revolucionarios de la historia de la humanidad: la


evolució n de las especies.

Su amor por la ciencia queda reflejado en la siguiente frase de su autobiografía:


Al mirar hacia atrás veo ahora con claridad cómo mi amor a la ciencia se fue
imponiendo gradualmente sobre todos los demás gustos. (Darwin, 1977, p.35).
Darwin encontró el sentido de su existencia en tratar de comprender las relaciones
entre los animales y los seres humanos, rompió con los prejuicios de la época para
proponer una teoría que en vez de minimizar el poder del Creador, magnifica el
milagro de la vida. Cuando el Beagle zarpó de Valparaíso hacia las Islas Galá pagos,
no imaginaba que aquel viaje iba a obligar a que la religió n se apegue a la ciencia
para comprender tal como lo sugirió Teilhard de Chardin: “Adorar, antes, era
preferir má s a Dios que a las cosas, refiriéndose a É l y sacrificá ndolas a É l. Adorar,
ahora, es consagrarse en cuerpo y alma al acto creador, adhiriéndose a él para
perfeccionar el Mundo mediante el esfuerzo y la investigació n” (Chardin, 2001 p.
40).

Se ha tergiversado a Darwin para justificar sistemas teoló gicos ingenuos, se


asume como su hipó tesis má s importante una afirmació n que jamá s hizo, “el ser
humano desciende del mono”. En “El origen del hombre” (Darwin, 1982), el
primer capítulo lleva por título: “Pruebas de que el hombre desciende de una
forma inferior”; el planteamiento darwiniano se sintetiza la siguiente aseveració n:
“En conclusió n, tengo el pleno convencimiento de que la Selecció n Natural ha sido
el modo principal, no el ú nico de la modificació n” (Darwin, 1976, p. 54).

Cuando un ser humano ama, escudriñ a aquellas cosas que le permiten asombrarse.
La afirmació n del capitá n Colnett en 1793 sobre los pinzones de las Galá pagos
fue la siguiente: “En las islas no habitan gran variedad de aves terrestres y las
que vi no eran nada llamativas ni por su aspecto ni por su belleza” (En: Eibl-
Eibesfeldt, 1986, p. 146). Darwin encontró en las nada llamativas aves descritas
por Colnett, la solució n al origen de las especies. Demostró que existe un proceso
gradual de adaptació n y de mú ltiples alteraciones de generació n en generació n
entre las especies, de tal manera que, se diversifican, sobreviviendo aquellas que
poseen las condiciones orgá nicas idó neas para adaptarse al medio. Algunas no se
modificaron, permaneciendo las mismas, otras en cambio, mutaban de tal manera
que su descendencia o se extinguía por no poseer las condiciones de adaptació n
ó ptimas o sobrevivía (Leakey, 1986).

Durante la época de Darwin todavía se creía que ciertas razas humanas eran
inferiores, y la naturaleza era explotada sin consideració n alguna. Extinguimos
especies al destruir sus entornos. La crueldad con la que el ser humano actuaba
con la naturaleza destruyó gran parte de nuestro planeta. La teoría de Darwin es
una

Psicología del amor: el amor en la pareja 35


Bismarck Pinto Tapia

alabanza a la creació n divina, al delicado equilibrio que existe en el universo, y un


advertencia a la soberbia humana, que contrasta con la actitud humilde de aquellos
seres humanos dedicados a protegerlo.

Un jefe indio de Seatle dijo: Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos
enseñado a nuestros hijos: la tierra es nuestra madre. Lo que afecte a la tierra,
afectará también a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen a la tierra, se
escupen a sí mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al
hombre, sino el hombre pertenece a la tierra.

Dian Fossey (1932-1985) murió asesinada por los cazadores furtivos de los gorilas
de la montañ a en los Montes Virunga en la zona fronteriza de Ruanda, Uganda
y Zaire. Los gorilas de montañ a son una especie en peligro de extinció n debido
a la indiscriminada caza de la cual fueron víctima. Fossey intentó deque el mundo
tomara conciencia de la crueldad con la que se tratan a los gorilas en particular y a
los animales en general.

Diane Fossey tuvo un contacto afectivo con sus gorilas, principalmente con un
macho alfa al que le dio el nombre de Digit (Dedo); contravino la regla “científica”
de “observar sin participar”, al incluirse dentro del grupo familiar de los gorilas.
Circuló por todo el mundo la fotografía de Fossey acariciando la mano del
gigantesco macho alfa. Poco tiempo después de tomada la fotografía, Digit fue
decapitado por los cazadores furtivos, mientras entregaba su vida para defender a
su familia. Después de ese trá gico evento, Fossey no pudo volver a ser la misma:
“Hay momentos en que no se pueden aceptar los hechos por miedo a destrozarse.
Mientras escuchaba la noticia del asesinato de Digit, discurrió por mi mente toda
su vida, desde mi primer encuentro con él hacía diez añ os, pequeñ a bola juguetona
de negra pelusa. Desde entonces viví en una parte aislada de mi ser” (Fossey,
1985, p. 226).

Jane Goodall (1934) ha dedicado su vida al estudio de los chimpancés, concluyendo


que los seres humanos no somos los ú nicos seres en la naturaleza capaces de sentir
tristeza ante la muerte de un ser querido, los chimpancés se deprimen cuando
muere alguien de su grupo. Los chimpancés también son capaces de construir
herramientas, se organizan jerá rquicamente, comunican sus sentimientos y
pueden organizarse para cazar y ¡guerrear! (Goodall, 1986). Goodall no solamente
entiende que los chimpancés merecen ser respetados, sino que podemos aprender
de ellos: “Mi observació n de las madres chimpancés con sus crías me había
enseñ ado, ya entonces, que una infancia protegida y estable solía procurar, en la
vida adulta, confianza en uno mismo e independencia, mientras que unos inicios
problemá ticos podían también producir inseguridad en la vida adulta” (Goodall,
2000, p.98).

36 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Personas como Fossey o Goodall, son ejemplos notables de seres humanos


que dedicaron su vida al cuidado y comprensió n de otras especies. Esta entrega
incondicional y apasionada es una expresió n extraordinaria del amor, amor a la
naturaleza por la cual se está dispuesto a morir, como fue el caso de Chico Mendes
ante la defensa del Amazonas brasileñ o (Moro,

Nada de lo que ocurre en el mundo de los animales está por demá s, tardamos
demasiado en entender el delicado equilibrio de los ecosistemas de nuestro
planeta. Lloyd Morgan desarrolló el “principio de parquedad”, segú n el cual: “En
ningún caso podemos intepretar una acción como el resultado del ejercicio de
una facultad psíquicasuperior, si puede interpretarse como el resultado de una
acción psíquica inferior en la escala psicológica” (en Boring, 1983). Con este
principio se estaba aceptando la “superioridad” del ser humano.

Wolfgang Kö hler (1887 – 1967), se atrevió a hablar de “inteligencia animal”. A


partir de sus experimentos con chimpancés, observó que existían diferencias entre
la manera de resolver los problemas entre unos et.al. Así pasó a la historia de la
psicología Sultá n y su ingenio para alcanzar plá tanos utilizando una pila de
cajones. Kö hler acuñ ó el término “insigth” 9 para referirse al sorprendente
comportamiento del pequeñ o simio.

Jacques Cousteau (1910 – 1997) fue uno de los naturalistas que má s defendió
la posibilidad de que consideremos a los animales como seres dignos de respeto
y que no debíamos considerarnos “superiores”, porque ellos poseen su propia
cosmovisió n.

La teoría de la comunicació n desarrollada por la Escuela de Palo Alto, entiende al


lenguaje como un concepto perjudicial para la investigació n de la comunicació n,
porque lamentablemente la palabra “lenguaje” está necesariamente relacionada
con la “lengua”, y por ende, con la palabra. Esta asociació n inevitable, llevó durante
siglos a considerar al lenguaje como esencia del ser humano, cometiéndose el error
de confundir su ló gica lineal con las ló gicas del pensamiento. Watson (1878-1958),
consideraba que el pensamiento era simplemente “habla subvocal” (En: Hilgard
y Bower, 1977). Vygotsky (1896-1934), cae en la misma trampa, al desarrollar
la teoría de la mediació n del pensamiento, sobre valorando la importancia de las
palabras en la organizació n del pensamiento.

9 Palabra en inglés que suele mantenerse tal cual en el castellano. Sin embargo, en varios textos,
se ha traducido como “darse cuenta”. Fritz Perls en la Terapia Guestáltica usará el término
“awareness”, buscando una palabra en inglés que sea similar al concepto Zen de “satori”. Los
tres términos se refieren al “despertar súbito” que ocurre cuando encontramos la solución a un
problema de manera “intiuitiva”.

Psicología del amor: el amor en la pareja 37


Bismarck Pinto Tapia

A pesar de que los sentimientos del otro son inaccesibles, podemos, a partir de
nuestros referentes personales, inferir lo que la persona con quien interactuamos
está sintiendo, y expresar nuestro parecer. No ocurre lo mismo con los animales,
pues nuestra observació n está contaminada por el antropoformismo: observamos
có mo hemos aprendido a observar, por ello es que cuando al llegar a mi casa, mis
perros mueven la cola, les atribuyo el sentimiento de alegría, cuando lo que ellos
me está n expresando es el respeto que merezco como ¡el macho dominante!

A veces siento que los seres humanos al “degenerarnos”, somos má s animales


(seres sin alma) que aquellas criaturas que denominamos bestias. Asesinamos a
nuestros semejantes, cazamos por placer, no por necesidad. Existen madres y
padres que abandonan a sus hijos, abortamos, abusamos de los pequeñ os.
Reemplazamos nuestras necesidades por excesos.

7. El amor a Dios

La idea no es hablar de Dios, es poder hablar con Dios.


Martin Buber.

Quoist escribió : “Hay que devolver al amor su verdadero lugar y su verdadera


dimensió n. Su verdadero lugar está en el corazó n del hombre y en el corazó n de la
historia del mundo. El amor es la fuerza, la energía esencial, sin la que el hombre
y el mundo no pueden desarrollarse armó nicamente y conocer la felicidad. Su
verdadera dimensió n es infinita. El amor va má s allá del amor. Viene de otra parte
y vuela hacia otra parte. Para el creyente, el amor viene de Dios y va hacia Dios.
Dios es amor” (Quoist, M. 1992, p.6).

Amar a otro ser humano, como vimos, es muy difícil, el amor conyugal exige
renunciar a las satisfacciones del yo, corriendo el riesgo de estar equivocados en
nuestra elecció n amorosa y aceptar que quien está con nosotros tiene derecho a
dejarnos de amar. El amor a los hijos exige aprender a amar lo que ellos aman
para dejarlos marchar. El amor a los demá s es má s exigente, puesto que nos obliga
a trascender y auto trascender para entregarnos sin condiciones a desconocidos,
quienes a diferencia de nuestra pareja y de nuestros hijos no nos devolverá n los
pedazos de nosotros que les regalamos.

El amor má s exigente, y por lo tanto el má s difícil es el amor a Dios. Pues a


diferencia de los anteriores amores, es un amor que no nos pide que dejemos a un
lado algo que podemos “visitar de vez en cuando”, o que colocamos en un nivel de

38 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

prioridad secundario a nuestra relació n al fin y al cabo humana. Al salir del éxtasis
que me produce el enamoramiento que siento hacia mi esposa, la puedo ver, tocar,
nombrarla, recibir un beso, una palabra. Pero mi amor a Dios es un amor incierto,
puesto que no lo puedo ver.

Amar exclusivamente a Dios requiere sacrificio, como escribió Santa Teresita:


“Jesú s, amarte es pérdida fecunda” (En: Saporiti, 2002, p.61). El amor a mi esposa
y a mis hijos me exige confianza, el amor a los demá s me pide desprendimiento,
el amor a Dios me exige dejarlo todo: Es preciso abandonar la tranquilidad de la
orilla para lanzarse hacia el encuentro con Dios y con los hombres. (Staddford,
2005).

Jesú s le dice a un joven rico: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y
dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme. Pero
él, con el rostro afiigido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchas
posesiones (Mc10, 17-22), lo cual implica renunciar a las riquezas estú pidas del
mundo, los apegos ingenuos hacia los objetos que nos esclavizan y nos alejan
de nuestro self.

Pero Jesú s no solamente nos pide dejar las cosas materiales para amar a Dios, nos
pide dejar a ¡a quienes amamos! El que ama a su padre o a su madre más que a
mí no es digno de mí. (Mt, 10, 37). El amor a Dios exige que abandonemos nuestro
sufrimiento auténtico, explicitado por Jesú s de manera drá stica: un discípulo le
dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió:
Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos. (Mt 8, 21-22).

Jesú s pide que consideremos a nuestro cuerpo un simple vehículo del alma y que
sepamos renunciar a sus deseos, sobreponernos al dolor y a las necesidades son
otras de las exigencias para amar a Dios. Por ello la castidad es una consagració n
a Dios: Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son
como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección (Lc 20, 35-36).

La exigencia má s difícil es aquella en la que Jesú s nos dice: El que quiera venir en
pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc. 8, 34). Lo cual significa
abandonar nuestro ser, asumir nuestros dolores y sufrimientos auténticos (nuestra
cruz) y seguirle en silencio, dispuestos a morir por É l: Pues el que quiera salvar su
vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la salvará... (Mt 16,24-25).

Jesú s promete que si amamos a Dios: En verdad os digo que ninguno que
haya dejado casa, mujer, hermanos, padres e hijos por amor al reino de Dios dejará
de recibir mucho más en este siglo, y la vida eterna en el venidero (Lc 18, 29-
30).

Psicología del amor: el amor en la pareja 39


Bismarck Pinto Tapia

Queda clara la exigencia del amor a Dios apoyá ndonos en la fe cuando Cristo dice:
el que no ama a su hermano a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien
no ve (Jn 4, 20).

El medio de amor a Dios es la fe, el catecismo de la Iglesia Cató lica (2012)


menciona: En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia
divina: “Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por
imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia (S. Tomá s de A.,
s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).

San Juan de la Cruz escribió : “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que
muero porque no muero” (En: Cardona, 1994). Estrofa estremecedora, pues delata
la extraordinaria fe de este santo. Personalmente yo no tuve, ni creo tener aú n el
coraje suficiente como para una entrega absoluta de mi ser.

Eso diferencia a las personas normales de aquellos que se consagran enamorados


de Jesú s y mucho má s quienes fueron llamados por É l y le obedecieron. Uno
no encuentra a Dios, es Dios quien nos llama. Yo me perdí en mí mismo, y al
perderme me alejé de la permanente revelació n de Dios en la vida. Hoy siento
que a pesar de mi alejamiento, Dios está conmigo, estuvo todo el tiempo, y estoy
aprendiendo a amarle.

La Virgen María es el modelo má s notable del amor incondicional a Dios, desde el


momento mismo que concibió a Jesú s en su vientre, supo que ese Niñ o iba a sufrir
y a morir. Al pie de la cruz toleró un dolor inconmensurable,

Dios nos dice que amar duele desde el momento mismo en que envía a su Hijo
para que muera por nosotros: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único (Jn 3, 16). Despué s Cristo en la ú ltima cena nos anuncia: Y mientras
estaban en la cena, Jesús tomo el pan y lo bendijo, lo partió: se lo dio a sus
discípulos y dijo: Tomad y comed. Este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, dió
gracias y se los dió diciendo: Tomad todos de el. Porque esta es mi sangre del
nuevo testamento, la cual será derramada para el perdón de los pecados. (Mt
26: 26-28). Má s tarde en la cruz exclama: ¡Padre, perdó nalos porque no saben
lo que hacen! (Lc, 23,24).

Para mí, el ver a Cristo clavado desnudo en la cruz, es suficiente revelació n para
entender su mensaje: Ama, y para amar debes despojarte de tu yo, de tu cuerpo,
de tus pertenencias y aceptar el dolor que te causará el amor. Má s allá de las
promesas de vida eterna, el amar a Dios es suficiente para seguir a Jesú s y
aprender de María a sufrir cuando se ama, porque los frutos del amor no son
comparables con los frutos del poder: hacer sonreír a un niñ o nada cuesta,
consolar a un doliente

40 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

es sencillo, construir una familia a través del amor conyugal es simple, basta con
creer en la posibilidad real de un Ser bondadoso que dejó en muchos santos el
ejemplo de felicidad en la consagració n del espíritu personal al Espíritu Santo. La
oració n por la paz de San Francisco de Asís refleja de mejor manera lo que mis
palabras no consiguen decir:

Señor, hazme un instrumento de tu paz.


Donde haya odio, ponga amor.
Donde hay ofensa, perdón;
Donde hay duda, fe.
Donde hay desesperanza, esperanza.
Donde hay tinieblas, luz.
Donde hay tristeza,
alegría. Oh Divino Maestro,
que no busque yo tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar,
porque dando se recibe,
perdonando se es perdonado.
Y muriendo a si mismo
se nace a la vida eterna.

Psicología del amor: el amor en la pareja 41


PRIMERA PARTE:
EL AMOR EN LA PAREJA

1. Definición del amor de pareja

1.1. Una aproximació n psicolingü ística


Amar es despojarse de los nombres.
Octavio Paz

Las emociones son reacciones fisioló gicas ante situaciones que amenazan a
nuestro organismo o que promueven la reproducció n. El miedo por ejemplo, es la
emoció n que nos alerta ante el peligro, la rabia ante una situació n que nos
obstaculiza un logro (Damasio,

Las emociones está n bioló gicamente determinadas, vienen en nuestra carga


genética para que podamos sobrevivir. En la interacció n con los otros seres
humanos vamos aprendiendo a nombrarlas: esa sensació n de querer desaparecer,
huir, salir corriendo recibirá el nombre de miedo; aquella que nos genera las
ganas de golpear, morder, matar, la llamaremos rabia. En algunos casos podemos
aprender los nombres equivocados, por ejemplo a la rabia llamarle tristeza y a la
tristeza: rabia. (Maturana, 1997)

Es en nuestra familia donde aprendemos a asignarles palabras a las emociones,


luego las contrastaremos con los nombres que nuestros pares les dan. Toda la
vida vamos cambiá ndoles los nombres, ampliando el espectro de las palabras en
funció n a su intensidad. Diremos enojo, bronca, furia para designar el grado de
la rabia; pena, sufrimiento, depresió n para la tristeza. Y aun así faltará n palabras
(Hertenstein, Holmes, McCullough, Keltner, 2009).

La relatividad del nombre en relació n a la emoció n se verifica en la


incompatibilidad de las expresiones entre las personas. Para alguien pena puede
equivaler a lo que

Psicología del amor: el amor en la pareja 43


Bismarck Pinto Tapia

para otro es depresió n. Debido a que la experiencia de las emociones es subjetiva,


su nominació n es compleja e imprecisa, de tal modo que siendo de por sí las
palabras arbitrarias, éstas no alcanzan a expresar la integridad de una emoció n.
El sentimiento es el nombre de la emoció n. La percepció n del proceso fisioló gico de
la emoció n implica necesariamente una atribució n que oscila entre lo agradable y
lo desagradable, connotaciones que asociadas a la intensidad definen el nombre. De
ahí que cuando hablamos de las emociones siempre lo hacemos desde el
sentimiento. La emoció n se dirige a la acció n, su significado está sesgado
necesariamente por la valoració n.
Los valores se estructuran en la cultura, en el diá logo que los seres humanos
establecemos entre nosotros se forjan los acuerdos de los significados, si bien las
emociones son universales, los sentimientos se restringen a las palabras
construidas en las culturas.
Por ejemplo, en portugués se puede nombrar la experiencia emocional de la
ausencia con la palabra “saudade”, término que si bien existe en el castellano no es
utilizado con la frecuencia con que lo hace un brasileñ o. La “saudade” es má s que
nostalgia, se debe sumar el afecto, la ternura y la esperanza.
El inglés por su parte tiene menos palabras que el castellano para designar los
matices emocionales. Se dice que las lenguas latinas (que descienden del latín de
los romanos) está n hechas para el amor. Pero ¿qué queremos decir con esa
palabra? La palabra “amor”, ¿qué emoció n designa?, si es una emoció n ¿cuá l
es?
La primera etapa del amor se denomina “enamoramiento” en castellano, “to fall
in love” (caer en el amor) en inglés, “tomber amoureux” (caerse en el amor) en
francés, sich verlieben (con el mismo significado del inglés), en japonés ocurre lo
mismo: “koi ni ochuro” significa caerse en el amor y lo mismo en chino “tan lian
ai”. En portugués se dice: “ficar apaixonado” (estar apasionado).
En aymara se puede decir: juparupuniwa munta (es a ella a quien amo; la quiero),
en el sentido de desear a alguien, aunque también podría utilizarse en el sentido
del amor, no existe una diferencia clara entre el enamorarse y el amar.
Estar enamorado es un accidente, puesto que en los idiomas mencionados,
exceptuando el aymara y el portugués ¡nos caemos en el amor!

Pero veamos có mo la confusió n se hace mayor cuando revisamos la frase “te


amo”. ¿Qué queremos decir? En castellano es gracioso, porque se utiliza el nombre
del diosecillo griego “amor” y se lo lleva a la lengua, es como decir: “te Zeus”.
¡Nada que ver!

44 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Otro posible origen dice que la palabra amor proviene de la raíz indoerupea
“amma”, utilizada para llamar a la madre.

En inglés “love” proviene de la lengua anglosajona del medioevo con la palabra


luf, derivada del inglés antiguo: lufu, la misma que se origina de luba del antiguo
alemá n, y ésta de lubere. De ahí que en alemá n se diga “ich liebe dich” (te amo),
donde liebe tiene la misma raíz latina que love: lubere.

“Lubere” es una palabra que los latinos usaban para referirse al acto de gustar,
desear. Por lo tanto el sentido de la frase “I love you” es: “te deseo” o “me gustas”.

En castellano se dice “te amo” y “te quiero”, en nuestro medio se utiliza la primera
má s en el sentido de intimidad, mientras que la segunda infiere mayor pasió n. Pasa
lo mismo en italiano, puede decirse: “ti amo” o “ti voglio bene”.

Con la conquista españ ola la lengua aymara se vio afectada, en el caso del amor
tuvieron que reemplazar la palabra “waylluñ a” (enredarse, envolverse) que era
utilizada para expresar el amor por la impuesta del españ ol “desear” a “munañ a”
(desear, querer). De ahí que se forzó la expresió n “te quiero” que en aymara
tenía el sentido de desear una cosa. Por eso se puede decir: anchhiajj t’ant’amp
kisump munaskta (en este momento estoy deseando un queso) o en el sentido de
“quererse”, munasiña, cuando se expresa chacha warmijj jiwankam munasiñawa
(los esposos deben quererse hasta la muerte). (Pinto, 2011)

Los griegos establecieron distintos tipos de amor y a cada tipo le asignaron una
palabra: eros para el amor pasional, storge para la protecció n amorosa, phileo
para la amistad y á gape para el amor abnegado, desinteresado.

Robert Sternberg intrigado por el significado que le damos a la palabra amor,


llevó a cabo varios estudios con muestras representativas de los estadounidenses,
consiguiendo finalmente una coincidencia estadística en tres factores que componen
el concepto: pasió n, intimidad y compromiso. (Sternberg, 1998).

Pasió n es el elemento eró tico del amor, se relaciona con la sexualidad y la


diversió n, es esencialmente irracional.

La intimidad hace referencia a la confianza que permite la empatía, la posibilidad


de contar el uno con el otro.

El compromiso, es el factor que tiene que ver con el contrato de pareja, las reglas
de la convivencia, los límites del comportamiento de uno y otro. La decisió n de que
el otro es lo má s importante en nuestra vida.

Psicología del amor: el amor en la pareja 45


Bismarck Pinto Tapia

He replicado el estudio de Sternberg en poblaciones universitarias de la ciudad de


La Paz y del á rea rural aymara, en todas ellas encontré la misma correspondencia
que el psicó logo estadounidense: en nuestro medio se consideran los tres
componentes del amor. (Cooper y Pinto, Pinto, 2011, ob.cit.)

Investigaciones al respecto en otros países han establecido la universalidad de los


tres componentes, aunque existe una tendencia a dividir la pasió n en dos factores:
pasió n eró tica y pasió n romá ntica. (Yela, 1996)

Las diferencias se encuentran en el ordenamiento de los tres factores, en algunas


culturas es má s importante la pasió n que la intimidad y el compromiso, mientras
en otras, como en la aymara, el compromiso y la intimidad priman sobre la pasió n.
(Pinto, 2011).

Parece, a partir de la evidencia científica, que las personas usamos la palabra


“amor” como si fuera un sentimiento, es decir, el nombre de una emoció n. La
emoció n a la que hacemos referencia es el deseo eró tico.

Evidencia de esta falacia lingü ística es la referida a la ruptura amorosa cuando


uno o ambos amantes dejan de sentir deseo, ignorando que el deseo es efímero,
puede mantenerse, es cierto, a través de los juegos con la pasió n, ocasionando
la sensació n de “enamoramiento” que nada dice acerca del amor. La necedad
hace presa de las parejas romá nticas, duran poco, porque viven al amor como un
sentimiento. (Sbarra y Ferrer, 2006).

Ojalá el origen de la palabra inglesa “love” sea libere (libertad) en vez de lubere
(deseo), pues con ese sentido coincide con la finalidad del amor: la libertad. Sería
regio que cuando decimos “te amo” estuviéramos diciendo “te libero”. Amar es una
construcció n entre dos que permite la libertad de ambos.

1.2. Una definició n relacional del amor


El amor es la necesidad de salir de uno mismo.
Baudelaire

Alberoni (2004) escribe que el enamoramiento es un movimiento naciente de un


movimiento colectivo de dos. En el amor las personas existimos, nos reconocemos
a través de la legitimizació n del otro, ese reconocimiento nos otorga la posibilidad
de ser auténticos: libres.

46 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

El amor só lo puede darse en la libertad, no es posesió n, no es pasió n, es un proceso


de dos personas que se rebela contra lo bioló gico y lo cultural, es la expresió n
irreverente del pequeñ o cosmos que los amantes construyen para existir a pesar
del caos inherente al amor, a pesar de estar rodeados de un orden agobiante,
absurdo, impropio, creado por los sistemas sociales.

El amor nos libera inclusive de nosotros mismos, porque obliga a la entrega total,
al desgarramiento salvaje del alma impropia para que el otro pueda vislumbrar
nuestra esencia.

Qué triste haber aprendido a nombrar a la necesidad afectiva o al deseo con la


palabra amor, la primera es un requerimiento bá sico de los niñ os, “attachment” en
inglés, en castellano “apego” o “vínculo afectivo”.

Hendrick y Hendrick (1986, 1987, 1989) desde la teoría desarrollada por John
Lee (1973, 1977, 1998) identifican seis estilos de amor:

a) Eros: el amor pasional. La atracció n eró tica hacia la otra persona, es el amor
apasionado.
b) Storge: el amor de amigos, se funda en el afecto que se puede sentir por un
hermano, es una forma tranquila de amar, establecida entre dos personas
similares en sus valores.
c) Ludus: el amor de entretenimiento. El amor es un juego cuyo fin es el placer sin
ningú n compromiso, el sexo se considera como una diversió n.
d) Manía: el amor posesivo. Existen celos, posesió n y dudas acerca del grado de
compromiso de la otra persona, es un amor de todo o nada.
e) Pragma: el amor prá ctico. No existen grandes emociones, se busca una persona
adecuada con la que se pretende mantener una convivencia tranquila.
f) Á gape: es el amor desinteresado, caritativo. Existe preocupació n centrada en
el bienestar de la pareja antes que en el propio, se pide poco para sí mismo.

Hendrick, Hendrick y Foote (1984) estudian los tipos de amor segú n la teoría de
Lee, aplicando la Escala de Actitudes hacia el Amor a 800 estudiantes
universitarios. Los varones tienden al amor eró tico y lú dico; mientras que las
mujeres lo hacen hacia el amor “storge”, “maníaco” y “pragmá tico”.

Los estudios mencionados sugieren que las personas dirigen el amor hacia una
forma de relació n, por lo que no necesariamente todos coincidirá n en una
definició n general.

Psicología del amor: el amor en la pareja 47


Bismarck Pinto Tapia

El amor como sentimiento no solamente puede ser el nombre del deseo, sino
de la pena y la angustia. Pena cuando confundimos el deseo con la protecció n,
angustia: cuando lo asociamos con la carencia afectiva infantil. En ambos casos el
producto de la relació n será una patología relacional, puede terminar en violencia
o dependencia.

En definitiva, el amor no es un sentimiento, es una palabra hurañ a que no da


cuenta de lo que implica la construcció n rebelde de la pareja. La correcció n
lingü ística sería: cuando decimos “te amo” queremos decir “existes”.

Y como se ve, no estamos nombrando una emoció n, nombramos un proceso


relacional complejo: despojarnos de las mentiras aprendidas como verdades para
poder ser delante de quien nos ama, entregarnos a la posibilidad de existir y de
construirnos a partir de nuestras posibilidades, teniendo como testigo a alguien
que hace lo mismo.

Amar no es hacer feliz al otro, amar no es poseerlo, tampoco apasionarnos por la


eternidad, amar es construir un espacio para atestiguar la existencia ajena. Estar
para que el amado pueda ser. Es un proceso de constante reconocimiento que nos
obliga a abandonarnos para esforzarnos en el conocimiento del otro, a la par que
construimos metas conjuntas nos dejamos ser.

El amor es una característica exclusivamente humana porque las condiciones


bioló gicas del emparejamiento se supeditan a la necesidad de protecció n y cariñ o.
(Buss 1996). Linares (2012) expresa enfá ticamente que el amor es una condició n
exclusiva de la especie humana, retoma la idea de Maturana, segú n la cual somos
criaturas amorosas.

Es el amor la condició n que ha permitido la supervivencia de nuestra especie, al ser


filogenéticamente animales de presa la confianza en el pró jimo ha sido esencial
para la convivencia en grupo, só lo de esa forma pudimos enfrentar a los
depredadores y a las inclemencias del ambiente.

El amor es un proceso relacional que permite el reconocimiento de la existencia


a través de la legitimació n, la ternura y las acciones dirigidas al bienestar del otro.

Sternberg enfatiza los aspectos cognitivos y afectivos del amor conyugal: intimidad
y compromiso responden al primero y la pasió n al segundo. (Sternberg y Grajek,
1984). Yela (1996) encuentra que el componente “pasió n”, en realidad comprende
dos factores: pasió n romá ntica y pasió n eró tica.

48 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Este descubrimiento es el que sitú a al amor de pareja en una categoría distinta


a las otras formas de amor (familia, amistad, etc.). En el amor conyugal existe el
intercambio de caricias físicas, es ¡el amado se puede tocar y me toca!

En ningú n otro tipo de amor el reconocimiento es integral y completo. El amor no


somete sino que exige el reconocimiento (Alberoni, 2004). No es posible el amor
de pareja en una sola direcció n, es de ida y vuelta: amo para ser amado en la misma
medida en que doy mi amor.

Se trata de un “egoísmo – generoso”. El amor vacía el alma del amante por lo


que necesita volver a llenarse, se entrega con el afá n de tener una devolució n. A
diferencia, el amor de padres es de entrega sin retorno, la meta es dejar partir. En
el amor de amantes el retorno promueve la permanencia, es marchar cada uno por
su camino con la esperanza del re encuentro. Ademá s el amor en la familia no es
opcional, no queda má s remedio que amar a los hijos y éstos no pueden elegir a
sus padres. El amor de pareja es opcional, puesto que se ha decidido por alguien,
¡un desconocido!

El amor altruista tiene en comú n con el amor de pareja el hecho de la entrega


a alguien que se desconoce, pero carece del retorno, es má s, es el amor que no
espera retribució n, se da por el hecho de dar. Ademá s se entrega a alguien que
necesita algo que yo tengo. En el amor de pareja, se entrega a alguien que tiene
algo diferente a lo que yo poseo, no me necesita como en el caso de los miserables,
puede seguir sin mí, el pobre puede que no consiga sobrevivir sin mi ayuda.

El amor a la naturaleza es el extremo de la entrega a lo desconocido, se trata de


buscar comprensió n de mundos extraordinariamente diferentes, en algunos casos
es posible tocar aunque no en todos los casos puede darse el retorno de la caricia.
No es posible la construcció n de una realidad comú n, mientras que dicha realidad
inventada es indispensable en el amor de pareja.

El amor a Dios es el má s distante del amor de pareja, es una entrega al vacío, la


confianza indispensable en el amor de pareja se podría equiparar a la fe en el amor
a un Ser superior, la cima de la irracionalidad y a pesar de que existe la conciencia
del absurdo, la persona lo deja todo. En el amor a Dios las personas se sacrifican,
no así en el amor de pareja, al contrario, es un amor que exige libertad, dignidad
y respeto.

En síntesis, el amor de pareja es entregarse a una persona desconocida esperando


recibir en la misma medida que se entrega, ambos amantes construyen una
realidad que trasciende al mundo social establecido sin abandonarlo. Son dos
personas independientes, dos seres completos que no se necesitan para sobrevivir
sino para

Psicología del amor: el amor en la pareja 49


Bismarck Pinto Tapia

existir. El contexto del amor es la libertad, de tal manera que cada uno de los
amantes puede correr riesgos individuales. Estos riesgos ocasionan cambios en la
persona, haciéndola cada vez un nuevo misterio para su amante, quien obtendrá
nuevos reconocimientos, distintos en cada nueva mirada.

Es así que en el amor nunca somos los mismos, ambos cambiamos, nuestras
miradas casi nunca son las mismas. Á ngel Gonzá lez en el poema “Muerte en el
Olvido” lo expresa así:

Yo sé que existo. Porque tú me imaginas.

El amor es el fruto de esas imaginaciones contrastadas, es el constante construirme


a mí mismo desde el mirar de quien yo amo. No es el ego, es el yo al encuentro del
otro. El yo en su dimensió n relacional, el instrumento de contacto, desde la mirada
y desde el cuerpo. Entonces la palabra es un obstá culo porque necesariamente
hace ingresar a las convenciones. Por eso cuando calla o cuando se hace verso es
que ingresa al mundo del amor que todo lo transforma (Pinto, 1993).

Los amantes no pueden decirse en sus nombres, necesitan nombrarse de nuevo,


porque no pertenecen a su mundo, nada puede ser como es cuando ingresa al
amor, las realidades se deconstruyen, es decir, se destruyen para ser reconstruidas
(Derrida, 1998).

El amor es un movimiento revolucionario gestado por la comunidad social má s


pequeñ a: la pareja (Alberoni, 2004). No existe amor sin revolució n, sin rebelió n,
sin transgresió n. Es el ú nico lugar donde las personas podemos apropiarnos de
nuestra existencia, en un mundo cada vez má s alienante. (Beck y Beck Gernsheim,
2001).

Neuberger (2003) define la noció n de pareja como “una célula específica dotada
de una cierta forma de autonomía. Es capaz de defender sus fronteras sin levantar
por ello barricadas infranqueables entre ella misma y el mundo exterior. Es sobre
todo el resultado de una danza creativa que imagino, de acuerdo con el modelo
autopoyético “autofecundante”: abrazados, el mundo de los mitos de la pareja y el
mundo de los rituales que fecundan el uno al otro, se enriquecen mutuamente,
cada uno suscitando en el otro la aparició n de elementos homó logos” (pá gs. 34-
35).

Se trata de un sistema minú sculo que adquiere autonomía desprendiéndose de la


realidad social y de los condicionantes bioló gicos, se resiste a reproducir la
ideología convencional y lucha desencarná ndose de los mandatos bioló gicos
reproductivos. Defenderá su organizació n procurando cerrarse, pero las fuerzas
internas del caos la obligan a abrirse para que los elementos constitutivos puedan
aumentar su potencial de intercambio (Bertalanffy, 1995).

50 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La pareja es un organismo autopoyético. Se entiende a la autopoiesis como la


organizació n de los sistemas vivos que forman una red de procesos que lo hace
distinguible de los demá s sistemas. Pueden crear o destruir elementos del mismo
sistema, como respuesta a las perturbaciones del medio. Aunque el sistema cambie
estructuralmente, la organizació n permanece constante, manteniendo la identidad
del sistema (Varela y Maturana, 1974; Maturana, 2002).

Por ello, una pareja es un organismo vivo, se autorregula, se diferencia y cambia.


Cuando acaba la “danza”, la pareja desaparece o se hace rígida. Para evitar que el
sistema social se la trague a través del matrimonio, la relació n requiere de
constantes ritos y la creació n de mitos, las crisis se hará n frecuentes, resueltas y
marcadas por símbolos comprensibles ú nicamente para los amantes.

Los ritos determinan la identidad de un sistema social, en este caso de la pareja.


El rito es una forma de comunicació n repetida y estereotipada ((Bennett, Wolin y
McAvity, 1988 )

La sociedad crea una institució n para someter al amor a las reglas de la


convenció n: el matrimonio. El amor romá ntico es la condició n para casarse, luego
el matrimonio lo destruye. Los amantes procuran rescatar al amor de la villanía del
casamiento, anular la concepció n omnipotente de un quererse para toda la vida
para volver al amor transgresor a pesar del matrimonio. Porque definitivamente
en el matrimonio con el amor no basta. (Beck, 1998).

Es que pueden haber buenos matrimonios sin amor, porque los esposos requieren
de habilidades de convivencia independientes de cuá nto se amen. La psicología
del matrimonio no es la psicología del amor, es la psicología de la negociació n.
Por supuesto, si existe amor es má s probable una actitud benévola a la hora de
negociar, pero no necesariamente, también se puede negociar si existen intereses
econó micos en una de las partes.

El matrimonio es un acuerdo social entre dos personas que desde que se casan son
denominadas “có nyuges”. Se trata de una institució n socialmente definida, con
normas, deberes y derechos.

El amor es caó tico, el matrimonio ordenado. El amor hace crecer a las personas que
se aman, el matrimonio hace crecer los patrimonios. El divorcio es una excelente
medida cuando el matrimonio ha sido un fracaso, pero no es posible divorciar a
los amantes, éstos simplemente se dejan de amar y se van, no requieren de una
orden judicial. Por eso es que existen amantes separados y personas desconocidas
conviviendo juntas, la segunda opció n suele ser considerada como un buen

Psicología del amor: el amor en la pareja 51


Bismarck Pinto Tapia

matrimonio, ahora, claro, si ademá s se quieren está bien pero que no se quieran
mucho, no es decente.

1.3. El amor como juego

La vida conyugal es una barca que lleva a


dos personas en medio de un mar tormentos,
si uno de los dos hace algún movimiento brusco,
la barca se hundirá.
Leó n Tolstoi

El amor en la pareja se constituye en el proceso dialogal que permite la


legitimació n del otro. Una relació n donde la confianza es indispensable para la
confirmació n de las atribuciones que el amante expresa acerca del amado. Quien
nos ama es un extrañ o, en el sentido de que no pertenece a nuestra red familiar,
por lo que está exento de los prejuicios inevitables que tienen sobre nosotros
nuestros progenitores y los otros significativos que nos vieron crecer.

El amor de pareja es distinto al amor paterno filial, materno filial y fraterno. En


el amor entre padres e hijos las relaciones amorosas se establecen dentro de los
juegos de suma cero, en el sentido que le da la teoría de los juegos y las decisiones,
la que entiende a dichos juegos caracterizados por que la ganancia o pérdida de
un jugador se equilibra con las pérdidas o ganancias de los otros participantes; si
se suma el total de las ganancias y se resta las pérdidas totales el resultado es cero.
(Vega, 2000)

¿Por qué necesariamente el amor entre padres e hijos deriva en un juego de suma
cero? Porque el amor se fundamenta en la reciprocidad, es decir si uno da el otro
necesariamente debe devolver lo recibido. Esto ocurre por la tendencia
homeostática de los sistemas, la retroalimentació n negativa permite la reducció n
de la entropía, aunque esta jamá s puede ser reducida absolutamente, pues esto
generaría la muerte del sistema, por lo que el equilibrio requiere ademá s de
reguladores positivos, que mantienen la morfostasis del sistema impidiendo su
destrucció n en el afá n de equilibrarse. (Bertalanffy, 1995).

No es posible la retribució n equitativa en las relaciones complementarias, debido


a que el elemento que se encuentra en una posició n superior tiene má s que el
elemento inferior, no es posible la retribució n entre subsistemas de distintos
niveles jerárquicos.

52 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La urgencia de la desvinculació n se instaura cuando los hijos se hacen adolescentes


porque surge la necesidad reproductora en ellos, obligá ndoles a buscar fuera del
seno familiar a alguien que esté dispuesto a satisfacer sus demandas sexuales.

Luchar por el poder que ostentan los padres es una tarea inú til, aun cuando se
configuran relaciones jerá rquicas invertidas, los hijos no pueden desvincularse y el
sistema familiar se torna disfuncional, homeostá tico y resistente al cambio.

Solamente cuando los hijos salen del sistema familiar al encuentro de extrañ os es
que pueden establecerse vínculos amorosos en los cuales es factible el dar y recibir
equitativos (Minuchin, 1986, Haley, 2006).

La definició n má s precaria de “sistema” indica que se trata de un conjunto de


elementos que juntos se sostienen o juntos se caen. Nada má s cierto que en el má s
pequeñ o sistema relacional, la pareja. ¿Por qué la relació n conyuga se constituye
en un sistema tan frá gil?

Partiendo del principio de incertidumbre de Heisenberg, segú n el cual es imposible


determinar con precisió n arbitraria el momento o la posició n de las partículas, las
ciencias sociales han asumido que lo propio ocurre con la observació n de cualquier
fenó meno, es posible decir, que el acto de observar inevitablemente modifica lo
observado, por lo tanto es imposible la objetividad y la precisió n de cualquier
medida.

En ese mismo sentido, la teoría general de sistemas afirma que si bien la funció n
de cualquier sistema es la reducció n de la entropía, ésta es imposible que pueda
ser disminuida al cero absoluto.

Cuando un elemento del sistema sale, o ingresa algú n nuevo, el sistema se ve en


la obligació n de reorganizarse debido a la activació n inevitable de la entropía. Los
sistemas funcionales son capaces de dicha reestructuració n, por lo que tienden al
cambio y se fortalecen para el enfrentamiento de entropías cada vez mayores.

En cambio, los sistemas disfuncionales hacen todo lo posible por evitar la salida de
sus miembros y el ingreso de otros elementos para mantener al sistema
equilibrado. Es por eso que sus recursos de afrontamiento a la entropía son
mínimos y recurren al fortalecimiento de la resistencia al cambio.

La entropía se produce tanto en los sistemas externos y dentro del propio sistema;
en los sistemas parcialmente abiertos la entropía interna tiende a expandirse para
fuera del sistema. En los sistemas parcialmente cerrados, la entropía externa
difícilmente ingresa, pero la entropía interna tiende a expandirse dentro del sistema.

Psicología del amor: el amor en la pareja 53


Bismarck Pinto Tapia

Los sistemas funcionales tienden a equilibrar sus fronteras internas y externas,


mientras que los disfuncionales tratan de cerrarse o no poseen límites claros
con el exterior. En el primer caso la entropía interna hace “explotar” al sistema
desde el interior y en el segundo al carecer de fronteras definidas el sistema puede
desaparecer.

Las familias rígidas y amalgamadas son sistemas parcialmente cerrados, y es por


ello que la adolescencia de los hijos se constituye en una entropía interna capaz de
destruir la organizació n familiar, por lo que la familia hará todo lo posible por
evitar la emancipació n de los hijos.

Las familias disgregadas por su parte, no podrá n contener a sus hijos debido a la
fragilidad de los vínculos y de sus fronteras, produciendo la pronta expulsió n de
los hijos, debido a la negligencia parental del sistema.

La lucha de poder insulsa se fundamenta en juegos de suma cero al interior de la


familia disfuncional, los padres convocan desesperados a sus hijos para
convertirlos en sus protectores o en sus iguales, instaurando así triangulaciones
rígidas, perversas o patoló gicas, sometidas a relaciones complementarias o
simétricas rígidas, debido a que es imposible que los hijos puedan ganar el juego y
mucho menos cooperar con sus padres por la imposibilidad de la retribució n en
condiciones iguales.

La familia funcional en cambio, ante la confrontació n de valores entre la


generació n de los padres y de los jó venes, establece la pérdida ineludible de los
hijos, quienes no tienen otro remedio que independizarse, emancipá ndose y
desvinculá ndose de su familia, sin que esto se convierta en una ruptura con los
padres, sino que se pasa a otro tipo de relació n en la cual los padres respetan la
metamorfosis de un ser dependiente en otro independiente, ayudá ndoles
cariñ osamente para que puedan finalmente emanciparse.

En la relació n de pareja en cambio, es posible la retribució n, porque ambos se


encuentran en similares condiciones. De ahí la importancia de comprender que
el inicio de una buena relació n conyugal consiste en el encuentro de dos extrañ os
completos, y no el encuentro de dos incompletos que esperan completarse el uno
en el otro. Las expectativas de completitud son la base para la colusió n y por tanto,
de la psicopatología conyugal.

El “dilema del prisionero” es un ejemplo de la suma no nula en la teoría de los


juegos: la policía arresta a dos sospechosos de un delito. No se poseen las pruebas
suficientes para condenarlos. Los investigadores, deciden separarlos. Un policía
hace sendas visitas y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y el có mplice no,
el có mplice será condenado a diez añ os de cá rcel, y el primero saldrá en libertad.

54 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Si uno decide no confesar ni delatar a su compañ ero y el có mplice confiesa, el


primero recibirá los diez añ os de prisió n y será el có mplice quien salga libre. Si
ambos deciden callar, se los encerrará por seis meses. Pero si ambos confiesan, los
dos recibirá n una condena de seis añ os.

Segú n el equilibrio de Nash la mejor solució n es la de cooperació n, pues si ambos


prisioneros deciden callar, recibirá n la pena mínima. Von Neumann y Morgenstern
desarrollaron el principio “minimax” para los juegos de suma cero, en el sentido de
minimizar el dañ o má ximo posible para poder ganar, en otras palabras, para que
en el juego lo peor que le pueda pasar a un competidor sea empatar ante el riesgo
má ximo que es perder (Israel y Gasca, 2001)

En cambio en los juegos de suma no cero los jugadores deben recurrir a la


cooperació n para que el resultado sea el que todos ganen.

El amor se organiza como un juego de cooperació n, mientras que el poder lo hace


como un juego de suma cero. Siguiendo la teoría de los juegos, es posible decir que
el amor es un juego simétrico, mientras que el poder es un juego asimétrico.

En los juegos simétricos, las recompensas que se obtienen de una estrategia


dependen só lo de las estrategias que use el otro jugador y no de quién las juegue;
en otras palabras, un juego simétrico se da cuando las identidades de los jugadores
se modifican sin que cambien las recompensas de las estrategias. En los juegos
asimétricos, ambos jugadores poseen estrategias diferentes y por lo tanto se
encuentran en posiciones diferentes.

Segú n la teoría de la comunicació n humana, una interacció n es simétrica cuando


ambos interlocutores se encuentran en el mismo nivel de poder. La relació n
simétrica se hace rígida en presencia de una escalada simétrica sinfín, donde uno
da y el otro devuelve, obligando para mantener el equilibrio a que se devuelva y se
de una y otra vez. (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1971).

La escalada simétrica se rompe cuando uno se coloca en una posició n donde el otro
no puede llegar, en otras palabras, se pasa de la simetría a la complementariedad.
Esto ocurre cuando uno de los dos da algo que el otro no tiene la posibilidad de
devolver.

La escalada simétrica se estabiliza cuando uno y otro dan y devuelven lo mismo.

Para jugar al amor es indispensable que uno de los amantes de al otro un poco má s
de lo que recibió , pero no tanto que el otro no pueda devolver.

Psicología del amor: el amor en la pareja 55


Bismarck Pinto Tapia

Siguiendo con la teoría de Palo Alto, la relació n complementaria es similar al juego


asimétrico, pues uno de los interlocutores se encuentra encima del otro en
términos de la definició n de la comunicació n. La manera de romper la
complementariedad es el ascenso del que está debajo o el descenso del que está
arriba, de tal manera que se establezca una simetría. Cuando el ascenso es
imposible, el que está debajo solamente recibe del que está arriba siendo incapaz
de devolver, por lo que para igualar la relació n se ve obligado a buscar un aliado.

La escalada simétrica del juego simétrico puede ser amorosa o destructiva. En


el primer caso, las retribuciones son gratificantes para uno y otro jugador. En el
segundo, las retribuciones son destructivas, siendo la base para la escalada
violenta.

Es por esa fá cil inversió n de la gratificació n en destrucció n que el amor puede


convertirse en odio, el ejemplo clá sico es el consorte que antes del divorcio dice
amar profundamente a su pareja y durante el divorcio es quien manifiesta las
peores acciones destructivas.

El juego del amor es eterno, porque las retribuciones son exigentes para mantener
al pequeñ o sistema conyugal activo, si se detienen, el juego se estanca, si se
exagera en la entrega el juego se hace asimétrico, si se dan sanciones se ocasiona
la escalada violenta.

En síntesis, el juego del amor exige que los jugadores sean dos extrañ os, es
imposible el juego del amor entre hijos y padres. El juego del amor exige que los
amantes establezcan una escalada simétrica de gratificaciones.

La pareja es el sistema social má s pequeñ o. Se compone de dos elementos en


permanente interacció n para evitar el incremento de la entropía. Por eso es un
sistema frá gil, está expuesto al ingreso de entropía externa y a su provocació n
interna. El recurso que utiliza la pareja para estabilizar su sistema es la reciprocidad.

Von Bertalanffy (1968) estableció que la reciprocidad es el proceso por el cual


una parte del sistema cambia y éste a su vez interactú a con las partes del sistema
haciéndolas también cambiar. El continuo proceso de intercambio permite la
estabilidad del sistema, en el caso de la pareja es el ú nico recurso interno que
poseen sus miembros para evitar la gestació n de niveles entró picos imposibles de
reducir.

En el á rea de la antropología cultural, Temple (1986) considera a la reciprocidad


como un intercambio de “dones”. Segú n este investigador la reciprocidad es
contraria a la prestació n, en la cual la persona entrega algo para satisfacer un
interés propio, mientras que en el caso de la reciprocidad lo que interesa es el
bienestar del otro. La ganancia se establece en la construcció n de la relació n entre

56 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

los donantes.

Psicología del amor: el amor en la pareja 57


Bismarck Pinto Tapia

El don es el principio de la jerarquía (Temple y Chabal, 2003). De ello se cogita que


cada quien quiera donar, no con el fin de igualar los dones, sino de incrementar los
dones del otro. Este intercambio establece una competencia sin fin de dar y recibir,
donde las personas se constituyen en fuente del crecimiento del otro.

La reciprocidad debe responder a dos reglas fundamentales: debe darse só lo a


quien necesita y no debe darse má s de lo que el otro pueda devolver.

En relació n a la primera regla: cuando se da a quien no necesita, se produce


el resentimiento, porque es una acció n injuriosa para el que recibe, ¡no puede
devolver! Algunas relaciones conyugales se establecen por gratitud y no por amor,
la persona agradecida no tiene má s remedio que mantenerse con quien no ama
para de esa manera equilibrar un sistema donde no es posible la reciprocidad, uno
de los dos dio demá s.

La segunda regla, podríamos llamarla la regla de la “yapita”: para que el sistema


continú e activo produciendo pequeñ as entropías que pueden ser reducidas, se
debe entregar con un poco má s, de tal forma que el otro pueda devolver lo
que le dimos con ese pequeñ o interés. Cuando se entrega cabal, el sistema se
estabiliza y no puede crecer. Es necesaria la pequeñ a deuda para producir
movimiento en la relació n.

El vínculo amoroso se forja como una danza, el paso de uno dirige al paso del otro.
Se trata de un baile en que ambos danzarines obtienen beneficios potenciales para
cada uno. La danza amorosa se produce gracias a los intercambios recíprocamente
positivos: halagos, caricias, apoyo, actividades lú dicas, etc.

La reciprocidad positiva lleva necesariamente a la satisfacció n conyugal a través de


un círculo vicioso de gratificaciones.

La funcionalidad conyugal se produce en un sistema parcialmente abierto que


permita el crecimiento personal de sus miembros. El producto de la reciprocidad
es una entropía interna que requiere ser reducida a partir de nuevos productos de
intercambio, si los amantes no son capaces de enriquecerse a sí mismos, tarde o
temprano dejará n de tener dones para continuar con el intercambio. Si solo uno de
ellos crece y el otro no, es probable que el vínculo se desequilibre produciéndose la
recepció n de uno solo rompiendo la primera regla de la reciprocidad. Si ninguno de
los dos se enriquece el sistema se estabiliza impidiendo el crecimiento de la relació n.

La afirmació n de Gikovate (1996) “el amor se construye entre dos seres


completos”, echa por tierra la idea de que amamos a nuestra “media naranja”. No
es posible el amor entre medias naranjas porque no tienen nada distinto que
ofrecer al otro. El

58 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

amor obliga a que ambos miembros de la pareja tengan siempre algo que dar que
al otro le falta pero en la medida justa: ni má s ni menos.

Cuando el sistema amoroso es cerrado, no es posible la salida de ninguno de los


miembros, ni la entrada de nuevos elementos, entonces se agota la posibilidad
de dar y recibir. En un sistema conyugal cerrado es muy probable la emergencia
de la violencia como recurso homeostá tico, la reciprocidad positiva da lugar a la
negativa, dañ á ndose a las personas que componen la relació n. Los juegos de poder
son producto de ese tipo de configuració n conyugal, los celos y el control producen
el miedo que reemplaza al amor.

La pareja como sistema abierto impide el enriquecimiento del vínculo porque será
menos valorado que la realizació n personal. El modelo del “matrimonio abierto”
como una alternativa a la vida conyugal tradicional no sostiene una relació n
amorosa, tal vez logre la satisfacció n personal pero impide la construcció n del
amor. El amor exige libertad y compromiso: libertad para el crecimiento personal y
compromiso para la construcció n del “nosotros”.

Cuando el vínculo amoroso es producto de la persistencia recíproca del


intercambio y la autorrealizació n de cada uno de sus miembros, es frecuente el
asombro ante las permanentes novedades de la relació n y de los cambios
personales. El “nosotros” no absorbe a las personas ni es descuidado por ellas, sus
cimientos descansan en la confianza mutua.

En ese clima de confianza los esposos pueden dejar de ser hijos y pueden ser
padres, la pareja ha sido construida a través del mecanismo de la reciprocidad
positiva que se torna una costumbre en la relació n. Pueden ser padres sin dejar de
ser pareja, y podrá n dejar partir a los hijos porque se sostendrá la relació n
conyugal.

La construcció n conyugal no es eterna, puede terminar con el divorcio o puede


ocurrir la muerte de uno de los amantes, pero al haberse desarrollado la
individualidad en el seno del amor, las personas pueden seguir sus vidas sin
necesitar al otro. Sin embargo, cuando las personas se involucran en el desarrollo
de los vínculos recíprocos la sensació n que se tiene es la de infinitud, porque no
existe límite al dar y recibir, cada poco que se entrega obliga a su devolució n que es
vivida como un nuevo recibimiento que debe ser devuelto, y así hasta el infinito.

La interrupció n repentina de la mutualidad amorosa deriva en una desazó n


equiparable a la depresió n: ¿qué hago con tanto que todavía tengo para dar?,
¿qué hago con lo que he recibido? La ruptura amorosa es vivida como un duelo sin
objeto o una pérdida ambigua porque la ú nica persona que puede entender el
dolor es la persona que nos deja.

Psicología del amor: el amor en la pareja 59


Bismarck Pinto Tapia

1.4. El amor en la cultura aymara.


Resulta difícil establecer con rigurosidad la definició n que tienen los aymaras
sobre el amor, má s aú n, si no existe la palabra como tal en su idioma actual (Cotari,
Mejía y Carrasco 1978; Tarifa 1999; Layme 2004).

Algunos investigadores han llegado a pensar que en los aymaras existiría una
especie de “atrofia del amor”, porque las relaciones conyugales se establecen a
partir de las demandas laborales, por ejemplo: “si la unió n no ha respondido a las
exigencias de la vida, segú n ellos lo entienden, la mujer abandonada así no cae bajo
la sanció n social, conserva su prestigio, dentro de ella y generalmente contrae un
nuevo matrimonio” (Espinoza 1998, p.67).

El amor ocasiona una mezcla de emociones debido a la complejidad de las etapas


amorosas (Berscheid 2006) y la imposibilidad de expresarlas con palabras. Si no
existiera el amor entre los aymaras, no se produciría poesía: “tal vez ya no queden
muchos que duden de la existencia de la poesía en los Andes; pero habrá aú n
quienes se pregunten si existe el amor” (Millones y Pratt 1989, pá g. 1).

Una muestra de la expresió n poética-musical se encuentra en una famosa canció n


que dice: “Kunatakiraki, negra, chuymama chirista negrita, ¿chuymama churista?
¿Maya aru, paya aru munasiñ ataki? / Para qué negra, me diste tu corazó n, negrita,
¿para qué me diste? ¿Para querernos, só lo uno o dos días?” (Espinoza 1998, pá gs.
68-69). O en esta otra estrofa de un canto en quechua: “Eray, eray pampachapi/
pares, pares palomitay/ pikunwan tuspanakuchkan/ alanzan laqyanakuchkan/
chaypipunis kuyanakuy. [En las pampitas rastrojales/ palomitas de par en par/ se
está n picoteando/ se está n picoteando/ ahí mismo está el quererse]” (Millones y
Prat, ob.cit., pá g. 35).

Es probable que la predominancia del amor romá ntico en la cultura occidental


haga caer en el error de pensar que es el ú nico amor existente; produciéndose el
error de comparar el concepto del amor de otras culturas con esa concepció n. Por
ejemplo, “El amor romá ntico es un concepto extrañ o a los sirionó . El sexo como
el hambre es un impulso que tiene que ser satisfecho; consecuentemente, no es ni
muy inhibido por actitudes de decoro, ni muy elevado, por ideales de belleza. La
expresió n secubi [me gusta] es aplicada indiscriminadamente a todo lo deseable y
necesario para el placer, sea comida, un collar o una mujer” (Holmberg 1947, en:
Oporto 2001).

Lo propio ocurre con los quechuas de la serranía peruana: “El amor serrano es
má s bien, amor plebeyo. Lejano del amor cortesano de los trovadores, antecesor
primigenio del amor occidental”. (Millones y Pratt 1989, p. 11).

60 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Es probable que en el aymara prehispá nico y durante la primera etapa de la


conquista, los aymaras utilizaran la palabra waylluna (Bertonio 1612) para
expresar la palabra “amor” como verbo. No existe como tal en el aymara actual,
donde ú nicamente se utiliza el verbo munañ a [querer] (Yapita s/a, p. 38), al
mismo tiempo, esta palabra es sinó nimo de “desear”, en inglés: to want, wish.
Por eso se puede decir: anchhiajj t’ant’amp kisump munaskta [en este momento
estoy deseando un queso] (Cotari, Mejía y Carrasco 1978); o en el sentido de
“quererse”, munasiñ a, cuando se expresa chacha warmijj jiwankam munasiñ awa
[los esposos deben quererse hasta la muerte] (Cotari, Mejía y Carrasco ob.cit.).

La raíz del verbo munañ a se encuentra en diversidad de expresiones, por ejemplo:


muna [tener ganas de algo], “tener apetito”. Pero, es posible también decir
juparupuniwa munta [es a ella a quien amo; la quiero]. Otra derivació n es
munarañ a [acariciar], especialmente a los niñ os. El término muniri, se utiliza para
referirse al amante, al amador, el que ama. Se dice munata [amado], en el sentido
de querido; estimado con especial afecto. (Tarifa 1990, p. 150).

A partir de estas consideraciones, es probable que el término munañ a se refiera al


“amor tierno”, pues se le da la connotació n primaria de un “sentimiento que inclina
el á nimo hacia una persona o cosa que agrada. Estimar, apreciar, querer” (Tarifa
1990).

En el diccionario de Bertonio (1612), el significado de munañ a es “voluntad”;


aunque también manifiesta que munatha, amahuatha significa querer y también
amar, mientras que se dirá munahachtha para expresar “yo te quiero” y
munahachitta para “tú me quieres” (Bertonio 1612/1984, p.46).

Quizá s inicialmente el vocablo munañ a haya estado relacionado simplemente al


deseo, y que con la influencia españ ola, se haya empezado a utilizar como sinó nimo
de “quererse” dentro de la relació n de pareja; como también en el sentido de amar
tiernamente a los hijos y a los padres. Lo que implica haberle quitado a la palabra
su connotació n de “voluntad” y “deseo” cuando se la utiliza para las relaciones
amorosas en general.

La palabra antigua waylluna, ha dejado de usarse entre los aymaras; sin embargo,
se la encuentra en el término wayñ u (Layme 2004), utilizado como nombre de una
danza que se baila entre varones y mujeres en un claro remedo del galanteo. “El
género del wayñ u que se cantan mutuamente se considera como un ‘trenzar en
comú n’, k’anta’asiñ a, y se llama k’ank’isi: trenzamiento” (Arnold y Yapita 1998,
p. 552). Bertonio (1612/1984) a la palabra wayñ u ademá s de relacionarla con la
danza mencionada, le da también el significado de amigo y compañ ero (p.227); por

Psicología del amor: el amor en la pareja 61


Bismarck Pinto Tapia

lo que es probable que el vocablo tenga relació n con la idea de “estar unidos” a la
que hacen referencia Arnold y Yapita.

La idea de que la forma antigua de la palabra amor (waylluna), se relacione con


la expresió n pasional del amor, se confirma cuando se identifica que la palabra
ikthapiñ a: [acostarse al lado de alguien], posee la connotació n de “tener relaciones
sexuales” (Arnold y Yapita 1999); puesto que como se comentó antes, wayñ u se
asocia a trenzar.

Los conquistadores asociaban la sexualidad con el pecado, Bertonio utiliza la palabra


hocha para enunciar al pecado, actualmente se escribe jucha (Cotari, Mejía y
Carrasco 1978, p.143). Bertonio aú na el pecado a las relaciones sexuales con la
expresió n: hiska hocha [pecado venial], actualmente: jisk’a jucha [pecado menor].
Otras palabras que menciona son: marmimpi hochacha, iquitha [pecar con mujer],
chacha pura, yocalla pura hochacha [pecar con varó n] (Bertonio 1612/1984 p.
354).

Para Bertonio la relació n sexual es una panta [equivocació n] (Bertonio ob.cit. p.


354).

Cuando se refiere al coito lo llama miqa hocha [pecado de procreació n]; fornicar
con una mujer: marmimpi hochacha...marmi anitha (p.245); actualmente se escribe
warmimpi jucha [pecar con mujer] y warmi anita [tener coito con una mujer].
Fornicar la mujer con el varó n: Chachampi juchachasiñ a [pecar junto con el varó n]
anisiñ a, miqa laykuñ a, hoy se dice anisiñ a [tener relaciones coitales con alguien].

El seguimiento a la palabra waylluna, permite suponer que la concepció n ayamra


del amor era má s pasional que romá ntica, pero que se impuso el sentido del
“quererse” españ ol, manifiesto en el verbo munañ a extraído de su connotació n
original “desear” e introducida a un nuevo campo semá ntico “ternura”.

La derivació n del amor hacia un espacio donde no se roce con la ideació n eró tica
la encuentra también Miranda (2007) al estudiar la polisemia léxica de la palabra
aymara chuyma como base para la formació n de metá foras sexuales chacha-warmi
[varó n-mujer] segú n el uso que le dan los aymaras del norte del departamento de
La Paz.

Segú n Bertonio (1612), chuyma se usaba para decir corazó n y pulmó n


indistintamente: “los bofes propiamente; aunque se aplica al corazó n y al estó mago
y a casi todo lo interior del cuerpo”. Hardman (1998) amplió el aná lisis de su
aplicació n: chuymani [persona de mucha edad], jan chuymani [sin conciencia],
jisk’a chuyma [sentimental], por lo tanto, concluye que se usa la palabra en relació n
al cará cter psicoló gico.

62 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

El amor es robar y despojar, expresado en la frase chuyma lunthata [roba


corazones], implica ser una “ladrona de amor”. Otra frase expresa el dolor de la
ruptura amorosa: chuymaka kallq’susta [me has lamido mi corazó n]
metafó ricamente significa “me has despojado de mi amor” (Miranda 2007).

Otro uso metafó rico de la palabra chuyma, se relaciona con la soberbia y la


humildad, por ejemplo: qullqnitap lakux waytat chuymaniwa [porque tiene dinero
tiene los pulmones levantados], debe entenderse “es soberbio porque tiene
dinero”; jilaqatax alt’at chuymakiwa awati [el jilaqata conduce la comunidad con el
corazó n recogidos], quiere decir “el jefe comunal conduce la comunidad con
humildad” (Miranda 2007). Otra acepció n metafó rica tiene que ver con la violencia
por ejemplo: Tata Manukux juntú chuymawa [Don Manuel tiene el corazó n
caliente], metafó ricamente: “Don Manuel es violento” (Miranda ob.cit.).

También la palabra chuyma es utilizada para referirse al amor hacia los padres,
por ejemplo: imill wawapuniwa auki taykampi llampú chuymanixa [la hija mujer
siempre tiene el corazó n tibio con el padre y la madre] (Miranda ob.cit.).

Se utiliza para referirse al rol del varó n y al de la mujer. Por ejemplo: yuqall
wawaxa anqa chuymawa [el hijo varó n tiene el corazó n afuera], para referirse a
que el varó n pasa má s tiempo fuera del hogar; imill wawaxa uta chuymawa [la hija
mujer tiene el corazó n dentro de la casa], significando que la mujer es hogareñ a
(Miranda ob.cit.).

En castellano es frecuente que se utilice al corazó n como sede de los sentimientos


amorosos (Grijelmo 2001); por lo que es muy probable que el aymara haya
asimilado la idea aplicá ndola en el espacio semá ntico del amor. Si se da crédito a
Bertonio los aymaras de la colonia usaban la palabra chuyma vinculá ndolo al
estado de á nimo y a la humildad. Miranda encontró este vínculo en otras
metá foras: qullqnitap lakux waytat chuymaniwa [porque tiene dinero tiene el
corazó n levantado], debe entenderse “es soberbio porque tiene dinero”; jilaqatax
alt’at chuymakiwa awati [el jilaqata conduce la comunidad con los pulmones
recogidos], quiere decir “el jilaqata conduce la comunidad con humildad” (Miranda
2007).

Chambi (2007) lleva a cabo un estudio lingü ístico de la semá ntica durante el
discurso matrimonial de los aymaras a partir de la identificació n del denotativo
(significado nuclear conceptual) y el connotativo (significados que rodean al
nú cleo conceptual) de las palabras rituales.

Se utilizan palabras relacionadas con las plantas para expresar el atractivo de la


mujer, por ejemplo: jawas panqar tawaqu [flor de haba] con el significado de
“mujer bonita, hermosa y linda”; jawaq’ull panqarita [flor del cacto], usualmente
utilizada para decir “mujer joven” cuando una muchacha está pastoreando y el
Psicología del amor: el amor en la pareja 63
Bismarck Pinto Tapia

muchacho

64 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

tiene intenciones de cortejarla (Chambi 2007). Ambas expresiones permiten


afirmar que la lengua aymara puede ser usada de manera poética; ademá s de
sugerir que en algú n momento de la historia, un varó n enamorado halló en la
naturaleza la inspiració n para conquistar verbalmente a la mujer que le atraía y
que con el tiempo sus palabras fueron usadas por otros jó venes que se
encontraron en la misma circunstancia emocional.

El sentirse enamorada es considerado una molestia, tanto en la conducta del


galanteo como en la forma có mo se expresa ese sentimiento. La frase que utilizan
para manifestar que un varó n resulta atractivo es ispijump qhanayanista [con
espejo me hace alumbrar], lo que significa “ser molestada amorosamente”,
utilizado para expresar que la muchacha está enamorada (Chambi ob.cit.).

La sexualidad evoca al pecado cuando los padres de una muchacha descubren que
su hija ha tenido relaciones sexuales con su pretendiente, suelen decir wawanakaw
juchar puritä na [los hijos han llegado al pecado], connotando el desagrado porque
debido a su actividad sexual la familia enfrentará la vergü enza comunal si no se
casan (Chambi ob.cit).

Por eso cuando se sabe de la interacció n sexual de las hijas se plantea que no
queda otra que llevarse a la “ofendida” a vivir con la familia del pretendiente; se
canta irpastway irpastway paris palumit irpasta [me llevo dos palomitas], estrofa
que se repite una y otra vez durante la canció n de la irpaq’a [pedida de mano].

La concepció n negativa de la actividad sexual prematrimonial se patentiza má s


claramente con la frase qunqurit kayuni [de rodillas], obligatoriamente expresada
para pedir perdó n a los padres de ambas familias por lo que hicieron (Chambi
ob.cit.).

La idea de que el matrimonio debe ser para toda la vida, se expresa en la frase
karin qatati [arrastrar cadena], se utiliza para referirse a las personas divorciadas;
quiere decir que quien rompe su alianza matrimonial deberá soportar una larga
condena (Chambi ob.cit).

La moral cristiana consideraba al espacio eró tico recinto del pecado, Bertonio
lo muestra a través del término jisk’a jucha [pecado menor] como sinó nimo de
“fornicació n”; criterio que se impuso sobre el contexto eró tico. De tal forma que
se recurrió a otro espacio semá ntico, el bioló gico; reduciendo así la connotació n
eró tica al “apetito” y al “deseo”, munañ a - traducida por Bertonio como “voluntad”-,
y por la vinculació n con la expresió n “quererse” del castellano, se vincula con la
representació n del “querer a alguien”, que hoy se expresa en la frase “munsmawa”
[te quiero].

Psicología del amor: el amor en la pareja 65


Bismarck Pinto Tapia

Debido a la extracció n de su campo semá ntico, el verbo munañ a es polisémico,


puede referirse al deseo de cosas, al amor tierno hacia los padres, a las caricias que
se da a los niñ os, y también hará referencia al concepto del amor.

La prohibició n de la accesibilidad al espacio eró tico, derivó en otra invasió n


semá ntica del castellano hacia la palabra chuyma que inicialmente pertenecía a dos
contextos: el bioló gico y el psicoló gico, adquiriendo un uso polisémico similar al
del vocablo munañ a, al incluirse en el contexto semá ntico romá ntico; de tal manera
que es posible decir chuyma jalsuñ a [tener el corazó n agitado], para expresar que
se está enamorado; chuymacht’añ a [consolar], cuando se pretende acompañ ar a
alguien en su dolor; chuyma qhanaetayasiñ a [corazó n alegre], para decir que la
persona se siente alegre; aunque puede expresarse lo contrario con qala chuyma
[corazó n de piedra] o j’untu chuyma [enfurecerse].

En los resultados de la investigació n de Chambi (2007), es posible encontrar el


sentimiento de vergü enza que acarrea la atracció n sexual cuando se considera
al encuentro amoroso como una “molestia”. Por otra parte, es claro el contexto
semá ntico de la moral cristiana en la represió n que hacen los padres de la
expresió n sexual de sus hijos; sobre todo en la mujer. Para que se acepte una
relació n amorosa se hace necesario que los amantes arrodillados, pidan perdó n a
sus suegros por el pecado que cometieron. Ademá s, se establece claramente que la
relació n conyugal debe ser indisoluble y perenne.

Considerando la teoría triangular de Sternberg (1998, 2000), es posible, a partir de


este aná lisis psicolingü ístico, establecer que el contenido pasional –que pertenece
al contexto eró tico- ha sido anulado por la represió n españ ola, mientras que se
ha estimulado la intimidad y exigido la perpetuidad de la relació n. De tal manera,
que los componentes bá sicos del amor quedan conformados por la intimidad y el
compromiso que Sternberg tipifica como “amor de compañ ía”. Se caracteriza por
una relació n conyugal amistosa y comprometida a largo plazo sin que exista el
placer que otorga la pasió n.

La configuració n del “amor de compañ ía” entre los aymaras puede ser
consecuencia de tres factores (Pinto, 2011).

a) El apego inseguro. La forma de crianza de los niñ os y niñ as en la cultura


aymara ya sea en el campo (v.g. Romero 1994) o en la ciudad (v.g. Criales
1995), se estructura en una represió n de la ternura de la madre hacia su hijo o
hija, a lo que se añ ade el uso frecuente del castigo físico.

b) La represió n del placer sexual. Tanto el aná lisis psicolingü ístico de los
términos empleados para expresar el amor conyugal como la revisió n de los
discursos

66 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

durante los ritos del ciclo vital de la pareja, establecen la poca valoració n del
placer en general y del placer sexual en particular dentro de la cultura aymara.

c) El machismo aymara. Los niveles de pasió n son má s bajo en las mujeres que en
los varones, ademá s que ellas puntú an menos en el compromiso, lo cual puede
estar asociado al miedo que las mujeres desarrollan hacia la violencia
masculina (v.g. Criales 1994).

2. Amor y sexualidad

Y te amo
en el olor que tiene
mi cuerpo de tu cuerpo.
Piedad Bonnet

2.1. Sexo, sensualidad y personalidad.


La palabra sexo posee tres acepciones; bioló gica, anató mica y social. La
concepció n bioló gica hace referencia a las combinaciones de auto duplicació n
del á cido desoxirribonucleico (ADN), o agregaciones del mismo, ya sea mediante
la fusió n de dos compartimientos selulares separados o por la transferencia del
material genético de un cuerpo celular a otro, generalmente de la misma especie
(Doughery, 1955). Es así que el sexo bioló gico femenino se define por la presencia
de cromosomas XX y el masculino por los XY (Sack, 1999).

La referencia anató mica se refiere a las condiciones anató micas de ó rganos


sexuales pélvicos masculinos y femeninos (McCary, McCary, Á lvarez-Gayou, Del
Río y Suá rez, 1996). Finalmente, el significado de sexo asociado al género hace
alusió n a las diferencias socialmente determinadas de varones y mujeres (Scott,
1990). Esta acepció n es la má s cercana a la raíz etimoló gica latina de la palabra
“sexo”: dividir. Los roles de género son el conjunto de expectativas sociales sobre
el comportamiento que deben seguir los varones y las mujeres (Rathus, Nevid y
Fichner-Rathus, 2005).

Hablar de sexo dependerá del contexto, si es bioló gico tiene que ver con la
genética, si anató mico con los genitales y social con los roles. La sexualidad engloba
los tres contextos, sin embargo añ ade la interacció n del cuerpo. Es posible afirmar
que la sexualidad humana trata de las maneras en que nos expresamos y
experimentamos como seres sexuales (Rathus, Nevid, Fichner-Rathus, ob.cit.).

Psicología del amor: el amor en la pareja 67


Bismarck Pinto Tapia

Esta aproximació n obliga a diferenciar los actos sexuales del comportamiento


sexual. Los primeros conllevan la interacció n con los genitales: autoestimulació n,
coito vaginal, coito anal y coito oral. Mientras que el segundo involucra a la
sensualidad. (Masters, Johnson y Kolodny, 1987).

La sensualidad es la vivencia del placer con todos los sentidos, mientras que los
actos sexuales o interacció n genital se limitan a las sensaciones placenteras
derivadas del deseo sexual (Kennedy y Grov, 2010). Ser sensual es poseer una
estructura de sentimientos que permiten tomar conciencia y explorar las
sensaciones de belleza, lujuria, alegría y placer (Arrizó n, 2008).

La sexualidad humana se define como la interacció n entre la sensualidad y la


genitalidad dirigido a la expresió n y recepció n del placer. En otro libro enfaticé la
importancia del triá ngulo de la sexualidad: cuerpo – placer – comunicació n (Pinto,
1994).

Si bien los niveles del deseo sexual son diferentes entre varones y mujeres,
independientemente a la cultura (los hombres desean sexualmente con mayor
intensidad y buscan compañ eras sexuales con mayor frecuencia que las mujeres)
(Schmitt, 2003), los patrones de conquista dependen de la personalidad, cultura e
intensidad del deseo sexual (Schmitt, 2004).

La forma de vivenciar el placer hace parte de nuestra personalidad (Tordjman,


1985). Por ejemplo en un estudio acerca de la vinculació n entre los cinco grandes
factores de la personalidad, el autoritarismo y la sexualidad, llevado a cabo en
cinco países: Camerú n, China, Costa Rica y Alemania, se encontró que la
responsabilidad se asocia al control de los impulsos sexuales y a la disminució n del
dominio sobre otros. Por lo tanto, la forma có mo se afronta la prá ctica sexual es
parte inseparable de la manera có mo se asume la responsabilidad (Hofer, Busch,
Harris, Campos, Li y Law, 2010).

La experiencia sexual será valorada en funció n al esquema cognitivo que la


persona tenga de su propia sexual. En ese sentido, Cyranowski y Andersen (1994,
1998) comprobaron que las mujeres con esquemas negativos de su sexualidad
tendían a un bajo grado de deseo y disminuída excitació n sexual, al contrario de
aquellas con el esquema cognitivo positivo.

Las personas con la ansiedad como rasgo de la personalidad tienen menos


actividad sexual, practican con menor frecuencia el coito oral, poseen mayores
probabilidades de desarrollar disfunciones sexuales y aprehensió n al sexo, al
contrario de lo que ocurre con quienes poseen bajos niveles de ansiedad. ( Leavy y
Dobbins, 1983).

68 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

El sexo casual es má s frecuente en universitarios extravertidos y menos en


aquellos con alto grado de responsabilidad (Gute y Eshbaush, 2008). Los
varones con alto nivel de responsabilidad (Conscientiousness) toman má s
precauciones para protegerse durante sus relaciones coitales (Hagger-Johnson y
Schickle, 2009). Las personas amables (agreeableness) y extravertidas son má s
atractivas sexualmente que las egoístas e introvertidas (Meierm Robinson, Carter y
Hinsz, 2010).

Las personas con menos recursos de inhibició n de impulsos tenderá n a aceptar


encuentros sexuales casuales con mayor frecuencia que las que pueden controlarse
(Conley, 2011) Esta afirmació n coincide con que la primacía del placer define la
toma de decisiones sexuales (Abramson, y Pinkerton, 2002).

Schmitt y Shackelford (2008) estudian la relació n entre los cinco grandes factores
de la personalidad con la tendencia a la promiscuidad sexual en 46 países,
consideran una muestra de 13.243 personas. Concluyen que la extraversió n se
relaciona con la promiscuidad, la amabilidad y la responsabilidad con la
exclusividad sexual, mientras que la inestabilidad emocional y la apertura a la
experiencia lo hacen con las relaciones amorosas a corto plazo. Sin embargo el
interés por la variabilidad sexual no se relaciona con los rasgos de personalidad
(Nasrollahi, Drandegan y Rafatmah, 2011).

En los casos de trastornos de personalidad, es irrefutable la presencia de


alteraciones en la vinculació n sexual. Tomemos un ejemplo. En el trastorno límite
de la personalidad la sexualidad está ceñ ida por el temor a la intimidad asociada
a un estilo de apego huidizo, la persona no es capaz de clarificar la diferencia
entre el deseo sexual y sus necesidades de pertenencia, puede pues, confundir
un encuentro sexual casual con una expresió n de compromiso eterno (Schmitt y
Shackelford, 2008).

En otro estudio, Bouchard, Godbout y Sabourin (2009) encontraron que las


mujeres diagnosticadas con trastorno limítrofe de la personalidad, mostraron
actitudes negativas hacia la sexualidad, se sintieron presionadas sexualmente
por sus parejas, y manifestaron ambivalencia hacia la sexualidad. Los aná lisis de
regresió n estadística señ alaron la presencia de relació n entre el apego ansioso y las
sensaciones de presió n sexual.

Sansone y Sansone (2011) hacen una exhaustiva revisió n de las investigaciones


sobre el trastorno límite de la personalidad y la sexualidad, concluyen que es
una població n que muestra mayor preocupació n sexual que otras. Tienden a
aceptar con facilidad propuestas de encuentros sexuales, por ello tienden a ser

Psicología del amor: el amor en la pareja 69


Bismarck Pinto Tapia

promiscuas. Reportan un mayor nú mero de parejas sexuales diferentes, participan


en experiencias homosexuales con mayor frecuencia que otras poblaciones.

Ademá s, las pacientes con trastorno límite de la personalidad parecen estar


caracterizadas por un mayor nú mero de conductas de alto riesgo sexual:
expresan mayor probabilidad de haber sido forzadas a tener relaciones sexuales,
experimentaron ser forzadas sexualmente en la primera cita, o fueron violadas por
un extrañ o. Existe un alto riesgo de contraer enfermedades de transmisió n sexual.
En general su sexualidad se caracteriza por la impulsividad y la victimizació n.
(Sansone y Sansone, ob.cit.).

2.2. Funciones de la sexualidad humana.


La sexualidad humana posee tres funciones: reproductiva, romá ntica y lú dica. La
primera está dirigida a la procreació n, la segunda a la expresió n de sentimientos
y la tercera al juego eró tico (Masters, Johnson y Kolodny, ob.cit.). Las personas
sociables tienen más probabilidades de desear tener hijos que las personas solitarias
(Jokela, Kivimä ki, Elovaino y Keltikangas-Jä rvinen, 2009). Para la madresposa la
funció n reproductiva es la ú nica vá lida, tal como lo fue para las mujeres del inicio
del siglo XX (Revollo, 2001).

La concepció n de la sexualidad como transmisió n de sentimientos, es la que


consideramos funció n romá ntica. Segú n pesquisas de Aron, Fisherm Mashek,
Strong, Li y Brown (2005) alrededor de 166 sociedades contemporá neas aú n
consideran importante la funció n romá ntica de la sexualidad. Cuando las personas
son sometidas a fotografías de sus compañ eros sexuales, aquellas que se declaran
enamoradas activan el á rea tegmental ventral (VTA) ubicada en las regiones
mediales del cerebro derecho, regió n encargada de la liberació n de dopamina.

El deseo sexual es diferente al amor romá ntico, el primero responde a las


exigencias bioló gicas de la procreació n, el segundo a las necesidades de protecció n.
El deseo es activado por estímulos eró ticos mientras que el amor romá ntico lo
hace a través de la necesidad de protecció n, produciendo la manifestació n de
nuestro estilo de apego primario (Diamond, 2005). Bartels y Zeki (2000)
identificaron las regiones cerebrales que se activan ante el deseo sexual y el
enamoramiento: la ínsula medial se activa ante el reconocimiento visual de la
persona amada, luego la regió n del cíngulo anterior, el nú cleo caudado y el
putamen, finalmente estructuras de las zonas prefrontales, témporo mediales y
parietales del hemisferio derecho se responsabilizan por la organizació n de la
interacció n entre el deseo y la ternura.

70 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Villarroel y Pinto (2005) evaluaron la predominancia de placeres en una muestra


de 383 universitarios, 200 varones y 183 mujeres, las edades oscilaron entre 20
y 26 añ os. El placer predominante es el fisioplacer (Corres, Bedolla y Martinez,
1997), consistente en la bú squeda de gratificaciones inmediatas, comprende al
placer sexual entre otros. A diferencia de esta muestra, en otra investigació n, se
pudo establecer la baja motivació n hedó nica en las relaciones amorosas de los
aymaras (Pinto, 2011). Es posible considerar la posibilidad de que la funció n de
la sexualidad. Con la inserció n de los recursos audiovisuales e informá ticos hoy se
prioriza la funció n lú dica de la sexualidad en desmedro de la romántica y
procreativa (Gill y Arthurs, 2006).

2.3. Identidad sexual, orientació n sexual y dimensiones


eró ticas
La manera có mo orientamos nuestra sexualidad depende de varios factores:
identidad sexual, orientació n sexual y dimensiones eró ticas.

La identidad sexual se refiere al juicio subjetivo que define a la persona como


varó n o mujer (Rathus, Nevid, Fichner-Rathus, ob.cit.). Si bien en la cultura
occidental esos son los dos extremos de la identidad sexual, en otras culturas
existen má s de dos géneros, como en la aymara que define por lo menos diez
géneros (Spedding, 1997).

La identidad sexual es un producto social consecuente con la asignació n del sexo,


que a su vez surge a partir de los estereotipos de rol masculinos y femeninos
(Masters, Johnson y Kolodny, ob.cit.). Los problemas de identidad se producen ante
la presencia de la intersexualidad, o la deficiencia de sensibilidad a los estró genos.

Un caso extraordinario es el síndrome Harry Benjamin. El niñ o se desarrolla con


caracteres sexuales femeninos, por lo que es educado como una niñ a. Durante
su crecimiento se espera de él que evolucione como mujer aunque permanece
neuroló gicamente como un varó n, es decir se trata de una niñ a con cerebro
masculino (Ekins, 2005).

Ademá s de las alteraciones genéticas pueden producirse problemas de orden


psicoló gico, como la disforia de género o el trastorno de identidad sexual. En el
primer caso, la persona percibe una incongruencia entre su sexo anató mico y
su identidad sexual. En el segundo, antes denominado transexualismo, la persona
desea cambiar su sexo porque creen que pertenecen al otro sexo y su cuerpo es un
error (Gil, Esteva de Antonio y Berguero, 2006).

Psicología del amor: el amor en la pareja 71


Bismarck Pinto Tapia

La orientació n sexual es la direcció n que le damos a nuestros intereses sexuales


y afectivos. Por lo tanto, puede estar dirigida a personas de diferente sexo al
nuestro (heterosexualidad), del mismo sexo al nuestro (homosexualidad) o a
ambos (bisexualidad).

Kinsey reportó que cerca del 4 por ciento de los varones y entre el 1 y 3 por ciento
de las mujeres de su muestra tenían orientació n homosexual, llegó a plantear que
cerca del 10 por ciento de la població n estadounidense era homosexual Hoy se
considera que los porcentajes son má s bajos, alrededor del 5 por ciento (Rathus,
Nevid, Fichner-Rathus, ob.cit.).

Las causas de la homosexualidad han sido discutidas desde hace muchos añ os, los
estudios está n sesgados por la ideología y las creencias religiosas (Hans, Kersey
y Kimberly, 2012). Los planteamientos psicoanalíticos han fortalecido durante
décadas la falacia segú n la cual la homosexualidad masculina sería producto de la
ausencia del padre y el excesivo involucramiento con la madre, por lo que sería
consecuencia de un “complejo de Edipo no resuelto”.

Recién a inicios de los sesenta, los científicos decidieron que la homosexualidad


no era una enfermedad, sino que estaba asociada a una personalidad débil y a
impulsos “libidinosos” incontrolables. (Jonas, 1963). Sin embargo, los estudios se
fueron haciendo má s sofisticados en cuanto a la selecció n de muestras y a los
recursos de aná lisis estadístico, encontrando cada vez menos indicadores de
causas familiares, tal es el caso de Bailey y Pell (1993), quienes no encontraron
diferencias entre las relaciones entre hermanos ni con los padres de familias con
hijos o hijas homosexuales en comparació n a familias con hijos o hijas
heterosexuales.

Levay (1993), concluye que la causa de la homosexualidad es exclusivamente


bioló gica. Algunos autores como Ellis y Ashley (1987) plantearon tá citamente la
relació n entre los genes y la producció n hormonal que definirían la orientació n
sexual.

Abbott (2010) señ ala que definir a la homosexualidad como causada exclusivamente
por los genes enfrenta cuatro problemas:

1. es muy difícil que una entidad tan compleja como la homosexualidad sea
producto de la influencia de un solo gen, puesto que si fuera así
existirían efectos desastrosos para el organismo, como ocurre por
ejemplo en la enfermedad de Huntington, la fibrosis cística cystic, la
enfermedad de Alzheimer y otras.

72 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

2. Los comportamientos complejos como los homosexuales, son producto


de la interacció n de varios genes y el impacto del ambiente. Por ejemplo,
se identificó un gen del cromosoma X en algunos homosexuales, pero
no en todos los homosexuales estudiados (Hamer, Hu, Magnuson, Hu y
Pattatucci, 1993)

3. Un simple gen produce fenotipos discretos. Para que el gen impacte en


su manifestació n requiere de varias condiciones ambientales.

4. El ambiente afecta la organizació n genética. A pesar de la influencia


innegable que los genes ejercen sobre nuestro comportamiento, el
ambiente también puede modificar la actividad genética. El medio social
puede afectar a las proteínas presentes en diversos ó rganos y tejidos.

Estas consideraciones obligan a considerar a la homosexualidad como un


fenó meno humano complejo, resultante de la interacció n bioló gica, emocional y
fisioló gica. No es posible identificar una causa determinante, sino la presencia de
varios factores que interactú an entre sí. Sin embargo, no es posible afirmar que la
homosexualidad es producto exclusivo de las relaciones familiares, tampoco es una
decisió n, sino que en definitiva la persona no decide ser homosexual, sino que su
bagaje psicobioló gico dirige su atracció n hacia personas de su propio sexo.

Una persona homosexual, no tiene una crisis de identidad sexual, se sabe varó n
o mujer, pero se siente atraído o atraída por personas de su propio sexo. Las
relaciones amorosas homosexuales no difieren de las heterosexuales. Por ejemplo,
Rosenbluth y Steil, (1995) investigan la autoestima y los niveles de intimidad
amorosa en mujeres homosexuales y heterosexuales, no encuentran diferencias,
ambos grupos tienden a altos niveles de intimidad y adecuada autoestima. Duffy y
Rusbult (1986) investigan el nivel de compromiso y la calidad de la relació n
conyugal entre homosexuales y heterosexuales, encuentran que ambos grupos
invierten los mismos esfuerzos para mantener sus relaciones y que no existen
diferencias en relació n a los grados de compromiso ni satisfacció n.

Kurdek (1992) estudia el ajuste diá dico en 538 matrimonios heterosexuales y 197
convivientes homosexuales, los resultados no mostraron diferencias significativas
entre ambos grupos. Posteriormente, este mismo autor (Kurdek, 2008) evalú a
la estabilidad conyugal de parejas que cohabitan por lo menos hace diez añ os,
en 95 homosexuales mujeres y 92 homosexuales mujeres en comparació n a
226 heterosexuales con y sin hijos. Encuentra que los patrones de la calidad de
las relaciones dependen del tipo de pareja. Las má s estables son las parejas de
homosexuales femeninas. En general las relaciones heterosexuales son menos

Psicología del amor: el amor en la pareja 73


Bismarck Pinto Tapia

estables, ademá s que tienden a la disminució n de la intensidad de intimidad al


contrario que las relaciones homosexuales.

La dimensió n eró tica tiene que ver con las situaciones que conducen, buscan o
provocan una respuesta sexual fisioló gica o una excitació n psicoló gica. Existen
tres alternativas de expresió n eró tica: nunca haber tenido experiencias eró ticas
(no practicante), haber tenido alguna vez experiencia eró tica (practicante abierto)
y solo haber tenido la experiencia eró tica en sueñ os o fantasías (onírico
fantasioso). (McCary, McCary, Á lvarez-Gayou, Del Río y Suá rez, 1996).

La orientació n sexual se establece en el contenido de actividades en la dimensió n


eró tica. Así una persona homosexual puede recurrir a cualquiera de las tres
alternativas de expresió n eró tica, por ello, no solamente el mantener relaciones
sexuales entre personas del mismo sexo determina la homosexualidad. En ese
mismo sentido una persona célibe tiene definida su orientació n sexual aunque sea
no practicante.

Las parafilias se definen como variaciones sexuales atípicas que se hacen


problemá ticos para quien las ejerce o son consideradas como conductas sexuales
desviadas por la sociedad. Se trata de patrones de comportamientos recurrentes o
inevitables. (Rathus, Nevid, Fichner-Rathus, ob.cit.).

Existen infinidad de comportamientos sexuales parafílicos, los má s conocidos:

 Fetichismo: un objeto inanimado provoca excitació n sexual (ropas, partes de


cuerpo, etc.)

 Parcialismo: cuando la fuente de excitació n es una parte concreta del cuerpo.

 Travestismo: la persona necesita vestirse con ropas del sexo opuesto para
lograr excitarse sexualmente.

 Autoginefilia: fetichismo en el cual los varones se autoestimulan sexualmente


a través de fantasías en las que sus propios cuerpos son femeninos.

 Exhibicionismo: impulsos recurrentes para exponer los genitales a extrañ os


que no se lo esperan.

 Escatología telefó nica: realizar llamadas telefó nicas obscenas.

 Voyeurismo: necesidad de observar a personas desconocidas desnudas o


manteniendo relaciones sexuales sin que se percaten del observador.

74 Psicología del amor: el amor en la pareja


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 Masoquismo sexual: necesidad de dolor o humillació n para producir


excitació n sexual.

 Sadismo sexual: excitació n sexual a través de infligir dolor o humillació n


sobre otras personas.

 Froteurismo: impulsos sexuales y fantasías que atañ en el rozarse contra otra


persona o tocarla sin su consentimiento.

 Zoofilia: contacto sexual con animales.

 Necrofilia: mantener relaciones sexuales con cadáveres.

 Pedofilia: interés sexual por los niñ os.

 Gerontofilia: interés sexual por ancianos.

2.4. Satisfacció n sexual y satisfacció n marital


Cuando se hace referencia a la satisfacció n sexual, se pretende comprender la
percepció n que las personas tienen acerca de cuá n gratificante es su vida sexual.
Se la ha considerado como una actitud independiente de otros elementos en las
relaciones de pareja (Yeh, Lorenz, Wickrama, Conger y Elder, 2006). En ese
sentido, por ejemplo ha sido definida por el nú mero de orgasmos que una persona
experimenta durante un período determinado de tiempo o la frecuencia con que se
realiza el coito (Hurlbert, Apt, y Rabehl, 1993). Otro enfoque es el de comprenderla
como una experiencia subjetiva que no puede ser mensurada, tan solo se puede
referir a ella como “buena” o “mala” (Joannides, 2006).

El interés científico que ha despertado el estudio de la satisfacció n sexual, se


debe a su vinculació n inexorable en la vida conyugal. La pasió n como elemento
constitutivo del amor implica la alegría sexual, sin embargo, ¿cuá n importante es
para la estabilidad matrimonial?

La satisfacció n sexual se relaciona con un inicio temprano de las experiencias


coitales, nivel educativo universitario, asertividad sexual (ser capaz de expresar
los deseos sexuales), considerar a la sexualidad como algo importante en la vida,
reciprocidad en el amor, relaciones coitales frecuentes, versatilidad en las técnicas
sexuales, a menudo llegar al orgasmo. Para los varones, ademá s es importante el
uso de materiales eró ticos (revistas, películas, juguetes sexuales). Para las mujeres el
inicio de experiencias sexuales antes de los 20 añ os y la sensació n de reciprocidad
del placer (Haavio-Mannila y Kontula, 1997).

Psicología del amor: el amor en la pareja 75


Bismarck Pinto Tapia

La insatisfacció n sexual es consecuencia de un inicio tardío de las experiencias


sexuales, actitudes conservadores hacia la sexualidad, poca importancia de la
sexualidad en la vida personal, baja asertividad sexual y ausencia de creatividad en
las técnicas sexuales. (Haavio-Mannila y Kontula, ob.cit.).

Considerando que el inicio de la actividad sexual en Bolivia oscila entre los 15 –


19 añ os (Ministerio de Salud y Deportes, 2010), es importante revisar algunos
datos importantes acerca de la satisfacció n sexual en la relaciones amorosas pre
matrimoniales. Sprecher (2002) estudia de manera longitudinal una muestra de
101 parejas durante la satisfacció n sexual en parejas antes del matrimonio desde
1988 a 1992, realiza cinco medidas en el transcurso de esos añ os.

Encuentra que los varones incrementan la sensació n de satisfacció n sexual (de


54% al inicio de la relació n a 68% en el ú ltimo añ o), mientras que las mujeres lo
hacen de manera discreta (24% a 30%). En los varones la intensidad del amor se
mantiene, en las mujeres aumenta. En ambos casos el compromiso se incrementa
(Sprecher ob.cit.).

Estos datos coinciden con el hallazgo de Fisher (2007), el desencanto ocurre


después de cuatro añ os de matrimonio, el matrimonio tiene un patró n
transcultural de decadencia (pá g. 107), debido a que los niveles de satisfacció n
decaen, fundamentalmente al nivel de la sexualidad.

Petersen y Hyde (2010) evaluaron 14 componentes sexuales en el matrimonio


con el propó sito de identificar diferencias entre varones y mujeres: incidencia de
las caricias, frecuencia del coito vaginal, incidencia del coito vaginal, edad de inicio
de experiencias sexuales coitales, nú mero de parejas sexuales, incidencia del coito
oral, incidencia del coito anal, comportamientos sexuales con personas del mismo
sexo, sexo casual, sexo extramarital, uso de preservativo, masturbació n y uso de
material sexual complementario. Finalmente investigaron las actitudes hacia la
sexualidad.

Los varones consideran favorable el sexo casual a diferencia de las mujeres que lo
asocian con la infidelidad. Vieron que la masturbació n y el uso de materia sexual
complementario es importante para los varones y no para las mujeres. Los otros
factores investigados no ofrecen diferencias significativas (Petersen y Hyde, 2010).

Si consideramos que los varones mantenemos el interés sexual durante má s


tiempo que las mujeres, y ellas el interés romá ntico, tenemos ante nosotros un
grave problema para la convivencia. Con el paso del tiempo el varó n seguirá
exigiendo mantener relaciones sexuales y la mujer querrá relaciones romá nticas.
Para las esposas el temor a que el esposo les sea infiel se convierte en el centro de
atenció n

76 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

de su relació n, para los varones lo es la sensació n de no ser deseados (Barta y


Kiene, 2005).

Impett, Strachman, Finkel y Gable (2008) llevan a cabo tres estudios referidos
a la relació n entre las metas de la pareja y el deseo sexual en parejas casadas.
Encontraron que los varones inician sus relaciones con mayor intensidad del
deseo, aunque con el tiempo ambos sexos lo equiparan, ademá s el deseo se
mantiene y aumenta con el pasar del tiempo en las parejas que comparten
objetivos. Es interesante mencionar que también hallaron que las metas
conyugales permiten predecir el nivel del deseo, así las parejas que comparten
objetivos tienden a disfrutar má s de sus relaciones sexuales y las llevan a cabo con
mayor frecuencia que aquellas que difieren en sus metas.

La satisfacció n marital es la manera có mo los miembros de la pareja valoran su


relació n, no quiere decir ausencia de satisfacció n (Renaud, Byers y Pan, 1997).
Aunque la tendencia hoy es referirla a la felicidad conyugal, no se trata de
bienestar, sino de la percepció n del grado de felicidad (Kleinplatz y Menard, 2007).

Litzinger y Coop (2007) estudiaron la satisfacció n marital y su relació n con la


comunicació n y la sexualidad en 387 parejas. Concluyeron que ambas son
predoctores independientes de la satisfacció n matrimonial. Encontraron que a
mayor comunicació n, mejor es la sexualidad. Ademá s fue interesante comprobar
que la satisfacció n sexual puede compensar la comunicació n disfuncional.

Este estudio confirma la aproximació n que hizo Fields (1983) sobre la importancia
de la empatía para predisponer un matrimonio exitoso. La congruencia de la
percepció n del esposo hacia su esposa y viceversa con la auto-percepció n se
relaciona positivamente con matrimonios de larga duració n. Ademá s que al menos
un nivel mínimo de satisfacció n sexual está relacionado positivamente con la
concreció n de un matrimonio a largo plazo.

Una investigació n má s reciente con una muestra de 133 parejas monó gamas,
heterosexuales y con por lo menos doce meses de relació n amorosa (edades
oscilantes entre 18 y 37), fue evaluada con las siguientes encuestas: Index of Sexual
Satisfaction (ISS) (Índice de Satisfacció n Sexual) (Hudson, Harrison y Crosscup,
1981), Dyadic Adjustment Scale (DAS:) (Escala de Ajuste Diá dico) (Spanier, 1976),
Communication Function Questionnaire (CFQ) (Cuestionario de la Funció n
Comunicacional) (Burleson, Kunkey, Samter y Werking, 1996) y la Dyadic Sexual
Communication Scale (DSC) (Escala Diá dica de Comunicació n Sexual) (Catania,
2010). El propó sito fue identificar las relaciones entre la satisfacció n marital y
sexual con la comunicació n sexual y no sexual (Mark y Jozkowski, 2012).

Psicología del amor: el amor en la pareja 77


Bismarck Pinto Tapia

Los resultados indicaron que la comunicació n es un componente importante para


lograr y mantener la satisfacció n entre las parejas. El vínculo entre el ajuste marital
y la satisfacció n sexual está indirectamente afectado tanto por la comunicació n
sexual y la comunicació n no sexual. Este hallazgo también puede sugerir que si los
individuos está n maritalmente insatisfechos, pero mantienen la comunicació n en
general o la comunicació n específicamente relacionada con el sexo, la satisfacció n
sexual puede permanecer intacta.

2.5. Sociosexualidad y amor.


La sociosexualidad es el deseo de tener relaciones sexuales con otras personas
sin compromiso ni involucramiento emocional. Aquellas personas que deciden
mantener relaciones sexuales con envolvimiento emocional se denominan
sociosexuales con restricciones y las que prefieren evitar la intimidad emocional
son personas sociosexualmente sin restricciones (Simpson y Gangestad, 1991).

Estas son las preguntas que hacen parte de la Escala de Orientació n Sociosexual
(Simpson y Gangestead, ob.cit.):

1. ¿Con cuá ntas parejas diferentes ha tenido relaciones sexuales en el


ú ltimo añ o?

2. ¿Con cuá ntas parejas diferentes considera usted que tendrá relaciones
sexuales durante los pró ximos cinco añ os?

3. ¿Con cuá ntas parejas ha tenido relaciones sexuales en una sola ocasió n?

4. ¿Con qué frecuencia fantasea con tener relaciones sexuales con alguien
que no sea su pareja actual?

5. ¿Usted considera que es bueno el sexo sin amor?

6. ¿Se puede imaginar a usted mismo a gusto y disfrutando de relaciones


sexuales casuales con diferentes compañ ías sexuales?

7. ¿Usted tiene que estar unido emocional y psicoló gicamente antes de


sentirse có modo y disfrutar plenamente de tener relaciones sexuales
con una persona?

Snyder, Simpson y Gangestad (1986) identifican que existen dos posibilidades en


las relaciones amorosas, la primera mantener la exclusividad sexual con la pareja,
la segunda no hacerlo. Encuestan a 255 universitarios (139 varones y 116 mujeres)

78 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

a través del cuestionario sobre Comportamientos Sexuales y Sociales (Social


and Sexual Behavior). Los resultados indicaron que las personas que no tienen
restricciones de compañ eros sexuales tampoco lo tendrá n en el futuro, al
contrario, quienes prefieren relaciones sexuales restringidas a un solo compañ ero
sexual, mantendrá n esta actitud en el futuro.

Simpson y Gangestad (1991) revisan la relació n entre la sociosexualidad irrestricta


con las relaciones de pareja futuras en una muestra de 204 mujeres y 202 varones
universitarios. El estudio revela que las personas que tienen una orientació n
sociosexual sin restricciones tienden a tener relaciones sexuales en el primer
periodo del enamoramiento, mantienen relaciones sexuales con má s de una pareja
a la vez y participan en relaciones de pareja caracterizadas con poca inversió n
emocional, poco compromiso y sin dependencia afectiva. Finalmente, demostraron
que la orientació n sexual irrestricta se relaciona con bajos niveles de satisfacció n
sexual, ansiedad y culpa.

La psicología evolutiva parte del principio de la selecció n natural como la base de


los comportamientos amorosos de los mamíferos y de los seres humanos (Buss y
Schmitt, 1995). Es así que se ha observado que las mujeres consideran atractivos a
distintos varones dependiendo del día de su ciclo ovulatorio.

Gangestead, Garver-Apgar y Simpson (2007) demostraron que las preferencias de


las mujeres está n gobernadas por la selecció n de genes que les ofrezcan beneficios
con el nacimiento de hijos fuertes y protecció n. Se denomina a esta concepció n
como “hipó tesis de los buenos genes”, manifiesta que las mujeres preferirá n las
señ ales físicas en los hombres que auguren beneficios para su reproducció n, por
lo tanto, es má s probable que dicha selecció n adquiera mayor fuerza durante las
etapas fértiles de su ciclo.

En el mismo estudio, los investigadores encontraron que las mujeres que desean
una relació n a corto plazo eligen varones agresivos, musculosos, arrogantes,
físicamente atractivos e influyentes. Las que quieren una relació n a largo plazo
prefieren hombres inteligentes, econó micamente solventes, condiciones de ser
buenos padres, cariñ osos y fieles. Es interesante observar que durante los días
fértiles las mujeres escogen personas con las características necesarias para una
relació n amorosa a corto plazo.

En el caso de los varones, McIntyre, Gangestad, Gray, Chapman, Burnham,


O’Rourke y Thornhill (2006), observan que aquellos que está n casados tienen
menor cantidad de testosterona que los solteros. Consideran que esta diferencia se
debe a que cuando los varones que no se emparejan necesitan má s testosterona

Psicología del amor: el amor en la pareja 79


Bismarck Pinto Tapia

debido a la necesidad de esforzarse por encontrar una compañ era. La hipó tesis que
se deriva de esta evidencia es que el vínculo amoroso a largo plazo dependerá de
bajos niveles de testosterona.

Los autores mencionados intentaron definir la relació n de la testosterona


con la orientació n sociosexual, las relaciones extraconyugales y las historias
extraconyugales. El estudio comprendió a 102 universitarios de la Universidad de
Harvard, comprendidos entre 17 y 26 añ os. La conclusió n señ ala que a Escala de
Orientació n Sociosexual predice los niveles de testosterona, los estudiantes con
orientació n sociosexual irrestricta tienen má s altos niveles de testosterona que
aquellos con orientació n sociosexual restricta.

¿Existen diferencias en la orientació n sociosexual de los varones en comparació n


a las mujeres? Yost y Zurbriggen (2006) estudian estas diferencias en una muestra
de 168 personas entre 21 y 45 añ os, 88 varones y 80 mujeres. Encuentran que
los varones con orientació n sociosexual sin restricciones tienen mayores niveles de
aceptació n del mito de la violació n10, tienen gran nú mero de compañ eras sexuales
y mayor frecuencia de sus actividades sexuales. Las mujeres con orientació n
sociosexual irrestricta tienen más fantasías sexuales de dominancia y actitudes menos
conservadoras hacia la sexualidad. De manera general las mujeres tienen actitudes
conservadoras y manifiestan preferencia por los vínculos amorosos exclusivos y
romá nticos. Los varones, al contrario, tienden a concebir creencias prejuiciosas
sobre la sexualidad y prefieren relaciones amorosas variadas y apasionadas.

Finalmente, en el estudio de Webster y Bryan (2006) se encuentra que existen


diferencias entre la direcció n sociosexual, la hostilidad y el narcisismo en mujeres
y varones. Considera una muestra de 2787 personas, 60% mujeres, la tendencia
es que los varones con orientació n sociosexual irrestricta tienden al rasgo de
personalidad narcisista y a expresar má s conductas de hostilidad que las mujeres
con el mismo tipo de orientació n.

2.6. Algo má s que sexo.


Los estudios revisados hasta el momento, nos muestran que los seres humanos
hemos trascendido a los condicionantes bioló gicos, podemos decidir a pesar de
ellos. El amor no está definido por la genética, es una construcció n social compleja
desarrollada entre dos personas.

10 Mito de la violación: “Cuando las mujeres usan de faldas cortas y ajustadas, es que están
provocando para ser violadas”

80 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Si bien la atracció n sexual y los intercambios emocionales está n potencialmente


establecidos por nuestra biología, no son suficientes para configurar una relació n
a largo plazo. Por ejemplo, Buss (1988) establece que las tá cticas de conquista
y competició n por las hembras se centran en el “pavoneo” y demostraciones
de dominio. Puesta en prá ctica esta hipó tesis en un estudio con 54 varones y
54 mujeres, se confirma; sin embargo, las mujeres no eligen a los chicos má s
dominantes y altaneros, sino que prefieren a aquellos físicamente atractivos y
que les ofrece una buena perspectiva financiera o cuyo poder adquisitivo por la
apariencia de su presentació n, parece corresponder a un alto nivel.

En esa misma direcció n Speed y Gangestead (1997) encuentran que las mujeres
se sienten atraídas por los siguientes aspectos de un varó n: físicamente atractivo,
que esté a la moda, independiente, expresivo, confidente, divertido y que esté bien
vestido. Para los varones los aspectos que atraen de una mujer son: físicamente
atractiva, que esté a la moda, independiente, confidente y con una buena familia.
Estos autores observan que la capacidad adquisitiva no es un factor predominante,
al contrario del estudio de Buss. Sin embargo señ alan que existen muchas
limitaciones en esta á rea de investigació n, debido a la complejidad de los factores
sociales e histó ricos.

Para los japoneses existe una palabra que expresa los sentimientos y vivencias de
una pareja amorosa: amae. Proviene de una palabra que significa “dulce”. Involucra
sentimientos de calidez, seguridad e intimidad, los cuales emergen cuando se sabe
que la otra persona los aportará incondicionalmente. Amae es má s que un estado
emocional, hace referencia a los comportamientos asociados con los sentimientos
de amor. En síntesis es una palabra que indica que el otro está dispuesto a
aceptarme y a ser indulgente conmigo (Yamaguchi, 2004).

Para la cultura japonesa es muy reprochable la manifestació n de conductas


inapropiadas con el pacto implícito de una reciprocidad de indulgencia, es decir
de facilitarse uno al otro el perdó n y conceder las gracias. Esa actitud está reflejada
en la palabra amae conlleva una relació n con extremo respeto y consideració n
(Yamaguchi y Ariizumi, 2006).

Es interesante observar que la palabra amae no existe en otro contexto cultural.


Yu, Ellsworth y Yamaguchi (2006), estudiaron las consecuencias de solicitudes
inapropiadas a japoneses en los Estados Unidos, la consecuencia fue que no las
aceptaron o pidieron a otros para que las realicen. Concluyen que amae es una
emoció n asociada a la creencia de que todas las personas merecen respeto, lo cual
conlleva a que surjan las sensaciones emocionales de confianza y respeto. Aunque
estos investigadores observaron que la detecció n de amae no necesariamente ocurre

Psicología del amor: el amor en la pareja 81


Bismarck Pinto Tapia

en presencia de las mencionadas sensaciones. En otras palabras, amae puede ser


desmembrada como emoció n, sentimiento, comportamiento y juicio moral.

En las relaciones amorosas, los japoneses imponen el amae como requisito


fundamental para un relacionamiento cercano y positivo con la pareja. Los
japoneses experimentan amae con los amigos, madre y pareja. Las mujeres tienden
má s a las relaciones amorosas vinculadas por amae que los varones, siendo para
ellas un requisito indispensable en el establecimiento de un lazo amoroso con un
hombre. Los varones esperan amae de sus esposas porque quieren una relació n
maternal con ellas. Algunas japonesas llaman a sus maridos “hijo mayor” porque
no les ayudan en los quehaceres domésticos. Es comú n que los varones utilicen
el amae para manipular a sus parejas para que hagan cosas por ellos. (Marshall,
Chuong y Aikawa, 2011).

El amae influye positivamente en las relaciones romá nticas de las parejas


japonesas puesto que valoran sus lazos como poseedores de una calidad superior,
ademá s resuelven los conflictos con mayor eficiencia cuando está presente.
(Marshal, Chuong, Aikaea, ob.cit.) Este es un notable ejemplo para establecer la
importancia de la reciprocidad positiva, el respeto y la aceptació n como los
ingredientes indispensables en un vínculo amoroso.

Gonzaga, Turner, Keltner, Campos y Altemus (2006) concluyen que el amor


romá ntico y el deseo sexual son dos procesos relacionales independientes uno del
otro. Llegan a esta conclusió n después de observar a 63 parejas de estudiantes de
la Universidad de California, Berkeley. Se les aplica varios cuestionarios sobre el
amor y la sexualidad durante 45 minutos, luego son filmados por otros 45 minutos
interactuando entre ellos. Los investigadores detectan que la excitació n (arousal)
se relaciona con el deseo sexual, mientras que la felicidad lo hace con el amor. El
amor se entrelaza con el compromiso y la intimidad, mientras que el deseo sexual
lo hace con la atracció n de uno hacia el otro.

El amor permite el establecimiento del vínculo conyugal a largo término, mientras


que la reproducció n está influenciada por los grados de atracció n y excitació n
sexual. Queda demostrada la hipó tesis segú n la cual el amor es un proceso
relacional desarrollado por la cultura, cuyo fundamento emocional es el apego,
mientras que el deseo sexual simplemente es la bú squeda de la perpetuació n de
nuestra especie.

La sexualidad es la manifestació n suprema de la integració n bioló gica y social del


ser humano. Se cumple al mismo tiempo la prerrogativa del placer y del
compromiso, el primero permite la saciedad de una necesidad bioló gica, mientras
que el segundo promueve la consolidació n romá ntica de la construcció n amorosa.

82 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

2.7. Amor y sexualidad en el climaterio femenino


Se debe entender como menopausia al cese de la mensturació n, mientras que al
climaterio como el proceso a largo plazo que incluye a la menopausia e involucra
el declive gradual de la producció n de estró genos y con ello la pérdida
reproductora (Rathus, Nevid y Fichner-Rathus, 2005).

La menopausia corresponde a la ú ltima menstruació n identificá ndose una vez que


han transcurrido doce meses de amenorrea (Prior 1998). Ocurre alrededor de los
48 a 51 añ os (Lozano, Radó n y otros 2008). Sin embargo, en regiones altas se
presenta a edad má s temprana, aunque la sintomatología es similar (Gonzales y
Carrillo 1994).

En la lengua aymara se dice wila chhaqxaña para referirse a la menopausia,


literalmente significa “perderse ya la sangre”, se trata de una etapa en la vida
femenina que ocurre a los cincuenta añ os (Arnold, Yapita y Tito 1999). La mayoría
de las investigaciones antropoló gicas acerca del desarrollo humano en la cultura
aymara eluden el aná lisis del climaterio (v.g. Carter y Mamani 1989; Isbell 1997).
Considerando que la maternidad es la cualidad má s importante para la definició n
de la mujer en la cultura andina (Valderrama, R., Escalante, C. 1997; Crognier,
Villena y Vargas, 2001 y 2002) es factible que la experiencia menopá usica sea
difícil de asimilar en las mujeres aymaras.

Mori y Decuop (2004) indican que los estudios sobre la menopausia se extendieron
a partir de un artículo escrito por Robert Wilson en 1966 acerca de la disminució n
estrogénica y su influencia en el estado de á nimo.

El advenimiento de la tecnología farmacéutica ha mitificado la menopausia debido


al gran negocio que significa la venta de hormonas estabilizantes (Buchanan,
Villagran y Ragan 2001). Las primeras objeciones a la configuració n de la
menopausia como una “enfermedad” provinieron de la feminista Greer (1971),
puesto que un evento natural es enfocado como si se tratara de una “anormalidad”
que amerita intervenció n médica (Vanwesenbeeck, Vennix, Van de Wiel, 2001)

Durante el climaterio la disminució n de estró genos es concomitante a la manifestació n


de calores, insomnio y disminució n del deseo sexual (Ló pez, Gutierrez, Quiró z,
Malacara y Pérez, 2006; Hunter, Battersby, Whithehead, 2008). También durante
esta etapa se incrementa el riesgo de afecciones neuroló gicas, como ser: apoplejía,
epilepsia, enfermedad de Parkinson y demencia de Alzheimer (Henderson, 2007;
Henderson, 2009).

Psicología del amor: el amor en la pareja 83


Bismarck Pinto Tapia

Sin embargo no existe coincidencia en los estudios que refieren la expresió n de


síntomas psicoló gicos: ansiedad, mayor vulnerabilidad al estrés, miedo, depresió n,
irritabilidad, angustia y sentimientos de soledad (García, Muñ oz, Ross y Salazar
1982; Gutierrez, Urrutia y Cabieses, 2006).
Ibarra, y sus colaboradores (2001) consideran que la depresió n no necesariamente
es resultante de los cambios hormonales, sino que la mujer durante el climaterio
está enfrentando cambios vitales importantes como la emancipació n de los hijos,
crisis laborales y maritales. Illanes (2002) y Jokinen (2003) afirman que los
cambios psicoló gicos no se pueden atribuir exclusivamente a la alteració n
serotoninérgica resultante de la disminució n de estró genos. Este punto de vista fue
planteado en los primeros estudios acerca del tema (v.g. Neugarten 1965) donde se
apreciaba que la preocupació n sobre las consecuencias de la menopausia eran
má s inquietantes que los síntomas fisicos.

Sarmiento y Gutierrez (2002) concluyen enfá ticamente que los síntomas


psicoló gicos durante el climaterio dependen de la actitud que la mujer tenga
hacia la menopausia; estos investigadores identifican que los factores influyentes
son: la experiencia menstrual, la feminidad y los rasgos de personalidad. Elavsky
y Mc Auley (2007) confirman la importancia de los factores psicosociales en la
manifestació n o no de la depresió n menopá usica Por su parte Holte y Mikkelsen
(1991) plantearon que la experiencia menopá usica será negativa en las mujeres
que durante la premenopausia hayan enfrentado acontecimientos vitales
estresantes: muerte de los padres, viudez, enfermedad cró nica e inactividad
profesional.

Casas, Caulo y Couto (2003) consideran que los sudores nocturnos se asocian
con el insomnio, lo que deriva en fatiga e irritabilidad, sin embargo, la diná mica
familiar, las relaciones interpersonales y la satisfacció n laboral son má s
importantes para el desarrollo de la depresió n. En el estudio que llevaron a cabo en
Santiago de Cuba, constataron que só lo el 41% de las mujeres climatéricas con
nivel educativo superior manifestaban sentirse deprimidas. También encontraron
que a mayor apoyo familiar son menos los síntomas psicoló gicos.
Ojeda y Bland (2006) observaron que las mujeres menopáusicas que tienen mayores
probabilidades de desarrollar trastornos psicoló gicos son aquellas que presentan
trastornos de personalidad.
Ademá s de las crisis vitales y los trastornos de personalidad, otro factor que
influye en la expresió n de alteraciones del humor y el comportamiento es la falta
de conocimiento acerca del climaterio. Ferná ndez, Ojeda, Padilla y De la Cruz
(2007) observaron en una muestra mexicana de 4162 mujeres entre los 45 a 59
añ os que el 87% de ellas poseían poco conocimiento.

84 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Bromberger y su equipo de investigació n (2005) observaron que la irritabilidad,


la ansiedad y la tristeza no es un fenó meno universal, sino que se relativiza con la
cultura. Sommer, Avis, Meyer y otros (1999) establecieron que las mujeres
africanas tienen mejor actitud hacia la menopausia que las asiá ticas. Im (2005)
encuentra que los calores, dolores de cabeza y aumento de peso eran los ú nicos
síntomas comunes en cinco grupos de mujeres de distinta raíz étnica.
Jimenez y Marvá n (2005) en México y Mori y Decuop (2004) en Canadá establecen
que las mujeres que trabajan tienen menos probabilidades de desarrollar síntomas
psicoló gicos durante el climaterio en relació n a las mujeres que no lo hacen.
En definitiva, es posible afirmar que la reivindicació n femenina ha modificado el
mito del climaterio (Ciornai 1999). Se plantea que ha sido la medicina la
responsable de generar la imagen negativa de la mujer menopá usica (Buchanan,
Villagran, Ragan, 2002), un ejemplo de ello es que ú ltimamente existe una
sobrevaloració n de la delgadez femenina lo que conlleva al deterioro de la
autoimagen en las mujeres menopá usicas (Filip y otros 2000).
La mayoría de los investigadores coincide en señ alar que durante el climaterio se
produce una reducció n del deseo sexual. Kopera (1992) señ aló la relació n entre la
disminució n de estró genos y las alteraciones del deseo sexual durante el
climaterio. Nappi y colaboradores (2007) plantearon que uno de los factores
que ocasiona la disminució n del deseo es el dolor producido durante el coito
(dispareunia) y las caricias clitorídeas debido a que se produce una alteració n
en la irrigació n del clítoris. Natoin, McClusky y Leranth (1998) señ alan que
las alteraciones en la sexualidad menopá usica se deben fundamentalmente a la
alteració n de las sensaciones vibratorias del clítoris y la vagina.

Las alteraciones del deseo en el climaterio se producen debido a la disminució n de


la testosterona, hormona esencialmente masculina que se hace indispensable para
que se inicie la respuesta sexual femenina (Rako 1996). Sin embargo, Castelo-
Branco (2003) señ ala que má s de la mitad de las mujeres menopá usicas de la
muestra de su investigació n manifiestan ademá s de la disminució n del deseo,
trastornos en la excitació n, dispareunia y trastorno del orgasmo. Ibarra y
colaboradores (2001) plantean que el 67% de las mujeres de su estudio expresan
rechazo hacia las relaciones sexuales con sus parejas, siendo que el 89% de ellas
tiene disminuido el deseo y 96% padecen de anaorgasmia.

Sin embargo, otras investigaciones contradicen la universalidad de la presencia de


disfunciones sexuales durante el climaterio, por ejemplo, Stanford y colaboradores
(1987) hallaron que el 72% de las mujeres percibieron cambios en el interés
sexual en los añ os cercanos a la menopausia; en el 48% de los casos la
alteració n fue

Psicología del amor: el amor en la pareja 85


Bismarck Pinto Tapia

disminució n del interés sexual, en cambio 23% notaron un aumento del deseo y
20% de las mujeres encuestadas no notaron modificaciones.
En otro estudio llevado a cabo en 2001 mujeres australianas con edades
comprendidas entre 45 y 55 añ os se determinó que la mayoría de las mujeres
de la muestra (62%) no informó sobre cambios en su interés sexual, mientras el
31% reportó un decremento (Dennerstein, Smith y Burger 1994). En Dinamarca,
se observó que de 474 mujeres nacidas en 1936, entrevistadas a los 40, 45 y
51 añ os, el 70% no había experimentado cambio en su deseo sexual durante el
climaterio. Fue interesante ver que la modificació n en el deseo sexual en las
mujeres de 51 añ os no se produjo con la menopausia. La conclusió n a la que llegan
estos investigadores es que las alteraciones de la respuesta sexual son producto de
la interpretació n que la mujer le da a su experiencia menopá usica.

Otro tema de investigació n se ha referido a la actividad sexual durante el


climaterio, por ejemplo el Instituto Vasco de la Mujer (1993) señ ala que 42% de las
mujeres de 50 añ os son inactivas sexuales, incrementá ndose el porcentaje a 73% a
partir de los 60; en contraste, el 7% de los varones son inactivos sexuales a los 50
añ os y el 24% a partir de los 60. En Arizona se encuestaron a 2109 mujeres de 40 a
60 añ os de edad, encontrá ndose que el 60% se mantienen activas sexualmente.
Ademá s los investigadores observaron que la satisfacció n sexual se relaciona con
el contexto cultural, por ejemplo, las mujeres afroamericanas del estudio
manifestaron que se sentían má s satisfechas sexualmente en comparació n a las de
origen americano; la presencia de disfunciones sexuales fue má s frecuente en las
mujeres que no poseían título universitario (Addis y otros 2006). En Santiago de
Chile un estudio realizado en una muestra compuesta por 1204 mujeres entre 44 a
64 añ os mostró que el 64% de ellas tenía actividad sexual (Aedo y otros 2006).

A partir de los estudios señ alados, se puede apreciar que la actividad sexual
femenina durante el climaterio no necesariamente disminuye, depende de las
características socioculturales del grupo al que se dirige el estudio.
El climaterio es una etapa de la vida femenina que produce una crisis en la
identidad de la mujer. Sin embargo, la crisis puede ser interpretada como una
oportunidad o como un peligro, tal como se sugiere en el ideograma chino para la
palabra.
La tendencia desde la década de los sesenta ha sido presentar a la menopausia
como una anormalidad, de tal manera que se ha generado un negocio médico
a partir de la mitificació n de la menopausia. Por ejemplo, en 1994 se calculaba
que 45000 mujeres estadounidenses estaban recibiendo sustitució n hormonal, la
misma cifra de histerectomías se llevaron a cabo en Australia, siendo que el 90%
de las cirugías eran innecesarias (En: Aldana, 2008).

86 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Cuando cesa la menstruació n la mujer se pregunta: “¿qué está pasando conmigo?


¿Qué enfrentaré? ¿Quién soy ahora?” Las respuestas a esas preguntas pueden tener
un mayor impacto que el cambio hormonal. Su vida amorosa se puede afectar en
funció n al tipo de amor que haya construido con su pareja.

En el caso de los esposos maltratadores, la conyugalidad puede deteriorarse


debido a la presencia de creencias que desvaloricen la identidad de la mujer,
puesto que ella se habrá mantenido al lado del marido gracias a la presencia de
hijos que la necesitaban. “Por ustedes he tenido que aguantar a su padre”, es la
expresió n que sintetiza la situació n de la mujer maltratada. Cuando enfrenta la
posibilidad de que los hijos se vayan de casa, no le queda má s remedio que
dirigir la mirada hacia su marido. Tiene tres opciones: primera, impedir que los
hijos se vayan de casa; segunda, romper el matrimonio; tercera, sumergirse en la
depresió n.

La mujer que ha construido su identidad a partir del servicio al marido, vivirá la


menopausia sin grandes cambios, ella ya anuló el placer y toda posibilidad de
realizació n personal. El sentido de su vida ha sido hacer feliz al esposo, los hijos
se constituyeron en trofeos obtenidos en la victoria contra las adversidades que
se presentaban para frenar la realizació n de las expectativas del esposo sobre los
hijos. La frase “he dejado mi vida por ti” resume el sentir de este tipo de mujeres.
Renunciaron y soportaron todo, esperan una recompensa divina por lo que
generalmente se introducen de lleno en supersticiones religiosas cuando la
realidad les muestra que fracasaron.

La mujer que se quedó soltera porque asumió la responsabilidad de “cuidar” a sus


padres, al enfrentar la menopausia reconocerá que su vida la ha regalado a otros
y que el tiempo que le queda es muy corto para apropiarse de ella; ademá s, es
probable que sus progenitores mueran, por lo que experimentará un profundo
vacío que le será muy difícil llenar.

Aquella que hizo del sentido de su vida el ser madre, cuando llega a la menopausia
debe asimilar que no podrá traer nuevos hijos al mundo y contemplar có mo los
que tiene se separan de ella para emanciparse. Para que la vida aú n pueda ser
vivida, se aferran de los hijos impidiéndoles la desvinculació n, a través de hacerlos
sentir culpables por dejarla, una frase comú n es: “no me pueden dejar después de
que sacrifiqué mi vida por ustedes”. Sus alegrías se han limitado a los éxitos de su
progenie, lo propio con el sufrimiento, ha estado supeditado a las desdichas de los
hijos. Estas madres se convierten en las suegras que invaden la vida conyugal de
sus hijos, descalificando a la nuera o al yerno.

Psicología del amor: el amor en la pareja 87


Bismarck Pinto Tapia

A decir de Marcela Lagarde (1993), estas cuatro mujeres [maltratadas, al servicio


del marido, madres de sus padres y madres eternas] se tipifican como las
“madresposas” que cometieron “micro suicidio”, en el sentido que renunciaron a sí
mismas para vivir para los otros. El climaterio les obliga a mirarse y al no
encontrar nada que las haya realizado sin depender de los demá s se deprimen.
Les ocurre lo que a los pajarillos que vivieron enjaulados: cuando se les abre la
jaula prefieren mantenerse en ella porque ¡tienen miedo a volar!

La mayoría de las hijas de las “madresposas” han luchado en contra del modelo de
mujer que les ofrecieron. Los movimientos feministas son la expresió n radical de
la negació n de la mujer como madre y esposa abnegada. La manifestació n de la
liberació n ha ocasionado que los varones entremos en crisis. Acostumbrados a ser
“atendidos” por nuestras madres y con un modelo de hombre proveedor ofrecido
por nuestros padres, hemos sido incapaces de construir un modelo masculino
que involucre aspectos femeninos como ser: la expresió n de sentimientos y los
quehaceres en el hogar.

Los varones de todas las culturas tienen la necesidad de probar continuamente su


masculinidad, para ello, ademá s de competir en actividades de fuerza, se ha
utilizado a la mujer como trofeo (Gilmore 1994, pá g.25). La rebelió n de las
mujeres ha sido insoportable para los varones machistas porque la emancipació n
femenina los dejaba a expensas de sus incapacidades de sobrevivencia en el hogar:
los varones no han sido entrenados para ser madres ni amas de casa.

Las mujeres en proceso de emancipació n deben batallar contra los sentimientos


de culpa ocasionados por los mandatos rígidos dirigidos a la manutenció n del rol
de “madresposa”. La autorrealizació n está cargada de culpa porque se asocia al
abandono de las tres funciones del mandato machista: ser madre, ser esposa y ser
ama de casa.

Las “madresposas” censuran tá citamente a las mujeres que trabajan, a las que son
capaces de alcanzar el placer y a las que deciden realizar sus sueñ os exentos del
servicio a los demá s. Los esposos machistas boicotean los intentos de
emancipació n y autorrealizació n a través del maltrato y el chantaje.

Las “madresposas” no podían romper sus matrimonios porque no eran autó nomas
econó micamente, los maridos las chantajeaban con el dinero y con la tenencia de
los hijos. Las mujeres en proceso de emancipació n pueden dejar a sus esposos
puesto que han logrado autonomía econó mica. Por ello es que el ú nico recurso
para el chantaje que les queda a los maridos machistas es la tenencia de los hijos.

88 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Las mujeres en proceso de emancipació n que no tuvieron má s remedio que asumir


el rol de “madresposas” viven la menopausia como señ al de que se acerca el final
de sus vidas y no lograron realizarse, por ello esperan que sus hijas logren lo que
ellas no fueron capaces de alcanzar. El vínculo amoroso en su matrimonio estará
carente de pasió n e intimidad; la menopausia se convertirá en un pretexto para
distanciarse de su pareja.

Cuando ocurre la menopausia en las mujeres emancipadas, la pasió n que sienten


por realizar sus sueñ os hace con que prá cticamente pase desapercibida porque
el sentido de su vida es indiferente al anuncio del término de su fertilidad. Si se
mantienen casadas, el esposo es alguien que apoya el desarrollo de sus logros, y
probablemente se trate de un varó n que abandonó la estructura mental machista
por lo que será capaz de asumir funciones tradicionalmente femeninas.

Cuando la mujer emancipada deja de menstruar su vida sexual se adaptará a


los cambios. Con su pareja encontrará n alternativas eró ticas para continuar
disfrutando de sus encuentros sexuales. Se producirá una especie de “adolescencia
adulta”, porque las modificaciones hormonales se ligará n con nuevas sensaciones:
la sensualidad se hará má s tá ctil y má s serena. La renovació n eró tica y la
desvinculació n de los hijos promueven en la pareja el incremento de la intimidad,
el volver a enamorarse y la forja de nuevos planes conyugales.

Si la mujer rompió su matrimonio porque reconoció en su pareja alguien incapaz


de acompañ arla en el camino que la lleva a la autorrealizació n, cuando le sucede
la menopausia, no se contemplará a sí misma como un ser humano incapacitado
de amar, todo lo contrario, sentirá la necesidad de compartir su nuevo cuerpo y su
nueva alma con alguien dispuesto a recibirlos. Es así que se abre la posibilidad de
que pueda reescribir su historia de amor con nuevos ojos y con la madurez
suficiente que le permitirá involucrarse plenamente en la experiencia de amar y
ser amada.

3. El ciclo vital de la pareja

Ahora que me miraste y que viniste,


Me encontré pobre y me palpé desnuda.
Gabriela Mistral

El concepto de ciclo vital hace alusió n a la biología y al desarrollo de la vida:


nacer, crecer y morir. Entonces, es un proceso relacionado con el crecimiento y
el establecimiento de etapas sucesivas para que un sistema alcance su meta. En

Psicología del amor: el amor en la pareja 89


Bismarck Pinto Tapia

ese sentido, el fin de una etapa anuncia la aparició n de la siguiente. Haley (2006)
hace alusió n a las etapas del ciclo vital familiar. Otros investigadores, han recurrido
al concepto para aplicarlo a la evolució n de la pareja (Raje, 1997. Montgomery y
Sorell, 1997).

El enfoque sistémico considera que las crisis evolutivas son indispensables para la
reorganizació n de un sistema, de ahí que las etapas de cualquier ciclo son
precedidas por la presencia de conflictos, la solució n conlleva al surgimiento de
una nueva etapa (Pinto, 1995, Rios, 2005).

El ciclo vital de la pareja se inserta en un contexto cultural, de tal manera que


sus variaciones dependerá n de los requerimientos sociales, por ejemplo, en la
cultura aymara Albó (1976) identifica las siguientes etapas: sart’asiña (anuncio de
compromiso), irpaq’a (llevarse), sirw i skiwa (está sirviendo); kasarasiña (casarse).
Pinto, (2011) reivindica una primera etapa: wayllusiña (enredarse).

En la cultura occidental las etapas son: atracció n, enamoramiento, simbiosis,


desencanto, lucha de poder, emancipació n, re encuentro. Sin olvidar que se trata
de un modelo la utilidad radica en poder ubicar la evolució n de las crisis como
momentos que anuncian un cambio hacia el crecimiento de la relació n.

3.1. La elecció n de pareja: la atracció n.


Oh sonrisa, primera sonrisa, sonrisa nuestra.
Qué único fue aquello: respirar el
aroma De los tilos y oír el silencio del
parque…
Y de pronto mirarse, y sonreír de asombro.
Rainer Maria Rilke

Al igual que el miedo, el deseo sexual está determinado por nuestros genes: ante
la oportunidad de có pula nuestro organismo ordena la activació n de la respuesta
sexual. En la mayoría de los mamíferos la atracció n sexual se da por la recepció n de
las feromonas, la misma que se recibe en el ó rgano vó meronasal (OVN), también
denominado ó rgano de Jakobson, sus receptores se localizan en el epitelio
sensorial del ó rgano olfatorio.

En 1891 Potiquet identificó el OVN en el ser humano, sin embargo el


descubrimiento pasó desapercibido hasta que en 1991 García-Velasco llevó a cabo
una detallada descripció n del ó rgano y analizó su desarrollo desde la gestació n. En
1986 Winnifred Cutler demostró por primera vez la existencia de feromonas en

90 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

los humanos al exponer a un grupo de mujeres a la sudoració n axilar de varones,


observó que se alteraba el ciclo menstrual. Ivanka Savik (2005) llegó a la
conclusió n de que en los seres humanos la proteína afrodisina (identificada en
hamsters) es una feromona que precipita el deseo sexual en homosexuales. Savik
determinó que existen dos tipos de feromonas en los seres humanos, la feromona
masculina AND y la femenina EST.

Ademá s de la recepció n olfativa de la EST, el deseo sexual masculino está


relacionado con la estimulació n visual. Una vez detectados los estímulos eró ticos,
se produce la activació n del á rea preó ptica medial y el nú cleo ventromedial del
hipotá lamo de donde parten “ó rdenes” a las glá ndulas suprarrenales para que
emitan feniletilamina11. La secreció n de feniletilamina precipita la intervenció n del
á rea septal y del complejo nú cleo estriado-sustancia nigra de los ganglios de la
base, produciendo dopamina para proteger las conexiones nerviosas dada la
ingente estimulació n.

A la par que se produce la sensació n de “ardor sexual” por la combinació n de


dopamina y feniletilamina, en el cerebro masculino al excitarse los nú cleos
supraó pticos, el organismo se informa de un desequilibrio en la acumulació n de
líquidos, por lo que las neuronas de la amígdala medial y el nú cleo del lecho de la
estría terminal precipitan la producció n de vasopresina12, la que será
determinante para la erecció n del pene.

Dabbs (2001) estableció que durante la activació n sexual masculina, interviene el


nú cleo amigdalino emitiendo grandes cantidades de testosterona. La presencia de
testosterona es indicadora de la conducta depredadora, razó n por la que Dabbs
considera que el amor masculino está asociado a la violencia. La funció n de la
predisposició n al ataque se ha referido a la necesidad de pelear con otros machos
por la posesió n de la hembra y también para retenerla.

Segú n Buss (1996), el varó n en la naturaleza tenía que demostrar a las hembras
que era el má s fuerte, por lo que hacía alarde de sus virtudes físicas. Por su parte
Fisher (2007), considera que los machos humanos iban detrá s de las hembras que
les aseguraban la reproducció n de sus genes, por lo tanto, mientras má s mujeres
eran fecundadas, mayor era la probabilidad de tener hijos. Los planteamientos de

11 La feniletilamina es una amina aromática (C 8H11N), es una hormona activadora del sistema nervioso
al igual que las anfetaminas. Klein y Lebowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York la asociaron
al enamoramiento, puesto que comprobaron que se produce ante las miradas de conquista.
12 La vasopresina es una hormona peptídica antidiurética, es decir, disminuye la eliminación de agua.
Su presencia en el organismo produce vasocontricciones, las cuales conllevan a la erección del
pene.

Psicología del amor: el amor en la pareja 91


Bismarck Pinto Tapia

Buss y Fisher sugieren que la sexualidad masculina estuvo regida por la tendencia
a tener varias parejas, en otras palabras: ¡los varones somos infieles innatos!

La activació n del deseo sexual femenino depende de la excitació n del nú cleo ventro
medial del hipotá lamo y el nú cleo supraquiasmá tico. La respuesta sexual femenina
se inicia gracias a la secreció n de estradiol13 y testosterona14, es interesante
observar que se da un incremento de ambas hormonas durante la etapa de la
ovulació n, predisponiendo a la mujer para el “ardor sexual”. La estimulació n
del OVN por la AND masculina promueve la alteració n fisioló gica en la mujer, sin
embargo, a diferencia del varó n que es fundamentalmente viso-sexual, la
sexualidad femenina se inicia con el deseo provocado por mú ltiples sensaciones,
por lo que es factible decir que la mujer es poliseonsorial-sexual.

La feniletilamina produce la emisió n de dopamina tanto en el cerebro masculino


como femenino, sin embargo, en la mujer se manifiesta la presencia de oxitocina 15
durante su respuesta sexual, principalmente en el orgasmo.

Segú n Fisher y Buss, la mujer en la naturaleza buscaba al macho alfa 16 para


asegurarse de que su progenie sea la má s fuerte. La hembra humana al sentirse
atraída sexualmente por el má s fuerte, hizo que los machos compitiesen entre
ellos, de ahí que para la identidad masculina sea importante demostrarse como el
má s prestigioso y capaz de otorgar protecció n a la hembra.

La producció n de tantos neurotransmisores estimulantes en el varó n y la mujer,


determina que el sistema nervioso deba protegerse a través de la exudació n de
b-endorfina17 precipitada por la estimulació n del tá lamo, hipotá lamo, amígdala y
locus coeruleus. Esta sustancia produce dos fenó menos subjetivos: la sensació n de
tranquilidad y de “volar”, tal cual ocurre con las drogas alucinó genas y sedativas.

13 El estradiol es una hormona del grupo de los estrógenos


14 Rako S. (1996) La hormona del Deseo-Cómo mantener la libido femenina más allá de la
menopausia. Girona: Tikal
15 La oxitocina es una hormona péptida compuesta por nueve aminoácidos, difiere de la vasopresina por
sólo dos aminoácidos.
16 En etología se denomina macho alfa al líder de un grupo animal. Es el macho más fuerte cuya
función es la de proteger al grupo, su principal beneficio es que se asegura de que las crías le
pertenecen, por ello evita que los otros machos copulen con las hembras.
17 La b-endorfina es un polipéptido asociado con la inhibición del dolor, su constitución es similar a
los opiáceos.

92 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Las hembras de nuestra especie a diferencia de la mayoría mamíferas18 no


manifiestan un periodo de celo, estando dispuestas a la có pula siempre y cuando se
active su deseo, lo cual es probable que se relacione con la alta mortalidad infantil
debido a las dificultades del parto y las contingencias nefastas para los bebés en
la naturaleza. Al parecer el sistema neural de activació n del deseo es distinto en
varones y en mujeres, en ellos el deseo es principalmente activado por estímulos
externos, en ellas la activació n proviene de los cambios fisioló gicos internos.
White, Nicholas, Gritton, Truong,, Davidson y Jorgensen (2007) 19 En ambos sexos,
la excitació n conlleva un estado alterado del organismo, por lo que la corteza
cerebral se encarga de darle sentido.

En relació n a la primera forma de excitació n –externa-, Pipitone y Gallup (2007)


descubrieron que la voz femenina es distinta en funció n al momento de su ciclo
menstrual, resultando má s atractiva para los varones durante la etapa fértil, las
mujeres que alteran su ciclo a través de pastillas anticonceptivas no manifiestan la
variació n sonora de su voz.

Rupp y Wallen (2008) estudiaron las diferencias de la excitació n sexual a partir de


estímulos visuales en varones y mujeres. Encontraron que los hombres parecen
ser más influidos por imá genes sexuales independientemente del estado de su
organismo y de sus creencias; mientras que en las mujeres la respuesta varía
dependiendo de su estado fisioló gico y de las actitudes hacia las fotografías
eró ticas.

Ademá s de la excitació n visual y auditiva, varias investigaciones muestran la


importancia del olfato en los seres humanos en la atracció n sexual (Grammer,
Fink y Neave, 2008). Por ejemplo, el estudio de Penn, Grammer y Oberzaucher
demostraron que cuando una mujer segrega la hormona copulina20, los niveles
de testosterona aumentan en su pareja sexual masculina a la par que segrega
androstenona21 que produce un olor que aleja a las mujeres que no está n ovulando

18 Las hembras de los bonobos tampoco entran en celo, al igual que las humanas están prestas para
la cópula en cualquier momento. Ver: De Waal, F. (1997).
19 Es importante señalar que la división entre estimulación externa e interna es una apreciación simplificada
de los complejos procesos de organización de la actividad sexual humana, puesto que no se trata
de un organismo pasivo ante el contexto ambiental y fisiológico.
20 La copulina es una hormona femenina segregada durante la ovulación (el periodo fértil de la mujer),
Astrid Jutte la ha identificado como una potente feromona humana. Para profundizar ver: Borgarelli,
P. (2007) Aporte para el conocimiento anatomo-funcional del órgano vomeronasal humano y
su probable relación con la conducta socio-sexual. En: Revista Alcmeon, Vol. 14, Nº1.
Disponible en: http://alcmeon.com.ar/14/53/borgtotal.pdf
21 Androstenona: feromona humana que al ser expelida produce en la mujer la sensación que se encuentra
delante de un hombre dominante (macho alfa) ocasionando la activación del deseo; en cambio,

Psicología del amor: el amor en la pareja 93


Bismarck Pinto Tapia

y atrae a las que sí lo están (Penn, Oberzaucher, Grammer, Fischer, Soini,


Wiesler, Novotny, Dixon, Xu, y Brereton, 2007)
En cuanto a la activació n del deseo por cambios hormonales internos, Katherine
Hirschenhauser analizó el contenido de testosterona en la saliva de veintisiete
varones todos los días durante tres meses, también se les solicitó informació n
sobre su actividad sexual, la intensidad de la misma y si la llevaban a cabo con su
pareja habitual. En todos los hombres examinados, se presentaron subidas y
bajadas de los niveles testosterona, principalmente en aquellos que con su pareja
buscaban un embarazo: el incremento de la testosterona coincidía con los periodos
de actividad sexual intensa (Hirschenhauser, Oliveira, 2005).
Por su parte James Pfaus y Lisa Scepkowski se les dio a oler copulina impregnada
en hisopos de algodó n a un grupo de voluntarios, mientras que a otro grupo se
les hizo oler una sustancia con olor parecido. El resultado fue que los hombres que
habían olido la copulina tuvieron un incremento de 100 y el 150 por ciento de
testosterona. La conclusió n es que las mujeres segregan la feromona copulina en
sus fluidos vaginales que activan la producció n de testosterona en su pareja (Pfaus,
Scepkowski, 2005).
Otros estudios conllevan a sustentar la hipó tesis segú n la cual la atracció n sexual
es consecuencia de la activació n de ciertas á reas cerebrales a partir de la
precipitació n de sustancias emitidas por la persona o por la propia segregació n
interna de hormonas asociadas a los cambios bioló gicos del ciclo reproductivo (Por
ejemplo: Pfaus, Scepkowski, Georgescu, 2006).
La atracció n sexual dura má ximo dos añ os segú n el estudio de Marazziti (2005)
sobre el contenido de neurotrofinas 22 en la sangre de un grupo de voluntarios
quienes previamente fueron clasificados segú n una escala de amor. Marazziti
observó que con el pasar de los añ os las hormonas del deseo dan lugar a mayor
secreció n de la “hormona de la ternura”, la oxitocina.
El deseo sexual produce un estado alterado de la conciencia, inhibe la posibilidad
de discernimiento porque tiene una finalidad fundamental para la supervivencia:
¡procrear!
A estos antecedentes bioló gicos se añ aden los factores sociales, Money (1980) por
ejemplo, considera que la elecció n de pareja la hacemos a través de los mapas del

cuando es percibida por otros varones, la sensación es que se está en presencia de un competidor.
Información disponible en: http://www.feromonas.org/index.html?lang=es&target=d13.html
22 Las neurotrofinas son proteínas que sirven para proteger a las neuronas y permitir el desarrollo
de conexiones óptimas entre ellas.

94 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

amor construidos en nuestra infancia a partir de las relaciones con las personas
que nos son afectivamente significativas: padres, amigos, profesores, etc. Estos
mapas se configuran como referentes de las características que nos son atrayentes
y que determinará n la selecció n de pareja.

Murray, S., Holmes, Bellavia y Griffin (2002) estudian 77 parejas casadas y 28


cohabitantes, encuentran que los rasgos que les atrajeron de su pareja,
corresponden en realidad a sus propios rasgos de personalidad. El alma gemela
no es otra cosa que una proyecció n del sí mismo.

Si bien existe evidencia acerca de la influencia de los olores eró ticos asociados a la
atracció n sexual (Bhutta, 2007), en los cuales se pone de evidencia la
compatibilidad genética, como por ejemplo el complejo de la histocompatibilidad
(Wedekind, Seebek, Bettens, Papke, 1995), otros estudios se inclinan por la
importancia de la estética del rostro humano y su relació n con la salud, de tal
manera, que nos sentiremos má s atraídos por los rostros simétricos pues éstos
tienen mayor probabilidad de pertenecer a personas que nos aseguran hijos sanos
(Thornhill, y Grammer 1999).

Se ha verificado que el interés sexual por parte de las mujeres, no se centran


ú nicamente en los beneficios genéticos, sino también en la importancia de elegir
un varó n que pueda protegerlas. De ahí que la selecció n por los rostros estéticos
tiene que ver con la salud genética, pero se hacen secundarios a las características
de prestigio que auguran un buen nivel de cuidado de sí misma y de la prole (De
Bruine, Jones, Tybur, Lieberman y Griskevicius, 2010).

Es interesante observar que las mujeres consideran los indicadores de prestigio


social ademá s de la atracció n sexual, mientras que los varones se fijan
fundamentalmente en los aspectos asociados con la belleza femenina (Alexander y
Charles, 2009). Cuestiones que nos remiten una vez má s a condicionantes
filogenéticos en la selecció n de pareja. Los varones nos sentimos má s atraídos por
una mujer que está ovulando que por otra que no lo está (Pawlowski y Sorokowski,
2008).

En la ó pera de Donizetti, “Elixir de amor” Nemorino está enamorado de Adina,


sin embargo no es correspondido, porque él es un campesino y Adina aspira
a mejorar su estatus social por lo que prefiere al sargento Belcor. El ingenuo y
sufrido Nemorino se deja engatusar por el charlatá n Dr. Dulcamara (una especie
de pajpako italiano), quien le ofrece un elixir que supuestamente fue utilizado por
Isolda para fascinar a Tristá n.

Como era de esperar, el elixir no surtió el má s mínimo efecto, Adina ignora al pobre
Nemorino. La desilusió n del campesino, hace con que considere que necesita beber

Psicología del amor: el amor en la pareja 95


Bismarck Pinto Tapia

má s del elixir de Dulcamara, consigue el dinero necesario para comprarlo y vuelve


a beber aquel filtro de amor (en realidad es vino de muy mala calidad). Nemorino
se emborracha y la embriaguez le lleva a ser indiferente ante su amada. É sta se
siente despreciada por lo que busca el deseo de Nemorino, quien atribuye la
inesperada respuesta amorosa de la muchacha a los poderes má gicos del elixir.

¿Existe el elixir del amor? En la química de nuestros organismos sí. En la mujer


principalmente la oxitocina, en el varó n la testosterona y en ambos la vasopresina.

La oxitocina es sintetizada por el nú cleo supraó ptico y el paraventricular del


hipotá lamo, tanto en los varones como en las mujeres , aunque en la mujer se
produce en mayor cantidad. En la mujer es segregada en el torrente sanguíneo
cuando se succionan los pezones, la estimulació n de los genitales y la distensió n
del ú tero. Por lo tanto su presencia ocurre durante la lactancia, la estimulació n
sexual, el orgasmo y el parto.

Interactú a con la vasopresina y en el caso de las mujeres es regulada por el


estró geno. Se relaciona con el cuidado y protecció n tanto en los animales como en
los seres humanos. La ecuació n es la siguiente: a mayor oxitocina, mayor tendencia
a la protecció n. Es probable que ésta sea una de las razones por la cual algunas
mujeres pueden considerarse enamoradas de personas indefensas, cuando en
realidad lo que sienten es pena.

El 2002, Macrae y sus colaboradores publicaron un estudio sobre la relació n entre


las hormonas femeninas y la atracció n sexual. La investigació n consistió en poner a
prueba en el reconocimiento de rostros masculinos a cincuenta mujeres durante
dos fases distintas de su ciclo menstrual: el día de la ovulació n y los dos días
anteriores y los tres primeros días del ciclo. Durante los días fértiles las
participantes del estudio identificaban con un poco má s de rapidez a un varó n y lo
asociaban con valores eró ticos, mientras que los días menos fértiles el
reconocimiento se hacía má s lento y no otorgaban atributos atractivos a las
fotografías.

La oxitocina se relaciona con la confianza, tal como lo demostró el estudio de


Kosfeld, Heinrichs, Zak, Fischbacher y Fehr (2005), la inhalació n de la mencionada
hormona incrementa la posibilidad de correr riesgos sociales. El elixir de amor
para las mujeres debe poseer ingentes cantidades de chocolate, puesto que es
probable que posea activadores de la oxitocina (Billings et al. 2006).

Es indudable que en las mujeres su estado fisioló gico afecta la direcció n de sus
intereses amorosos, los residuos de los mandatos genéticos de nuestras antepasadas
influyen aú n en la activació n sexual de las mujeres del siglo XXI.

96 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Una comida con altos niveles de colesterol no benefician al erotismo, puesto que
el colesterol se plasma como un inhibidor de la respuesta sexual masculina. Así lo
indica el estudio realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de
Pavia (Fogari et al. 2002).

Por su parte Wells, Read, Laugharne, y Ahluwalia, 1998) demostraron que existe
una estrecha relació n entre bajos niveles de colesterol y la expresió n de la ira y la
manifestació n de tristeza.

El equipo de Wei (1994) demostró que los excesos de colesterol o su falta influyen
directamente en la erecció n. Estudios similares coinciden en señ alar la
disminució n de la actividad sexual o la expresió n de problemas en la respuesta
sexual de los varones con altos niveles de colesterol concomitantes a presió n
arterial elevada. La testosterona se relaciona con los grados de colesterol, por lo
que es imprescindible su producció n considerando la frontera entre lo saludable y
lo insalubre. De ahí que si la oxitocina se encuentra en el chocolate, la testosterona
lo hace en la carne con poca grasa.

Tomando en cuenta estas consideraciones, Asha y su equipo de investigació n


(2009), elaboraron un listado de alimentos que podrían producir el incremento
del deseo sexual y una adecuada respuesta sexual: palta, locotos, apio, chocolate,
aceite de oliva, higos, miel, regaliz negro, hinojos, entre otros alimentos.

En síntesis la atracció n sexual se establece a partir de ó rdenes ciegas por parte de


nuestro organismo que pretende la perpetuació n de nuestros genes, de ahí que la
ovulació n produzca mayor atractivo en las mujeres (Miller y Maner, 2011). Pero la
atracció n no define el vínculo, para ello las personas necesitamos enamorarnos.

La ciencia del siglo XXI nos ofrece la posibilidad de producir un efectivo elixir de
amor, sin ser propiamente un émulo del Dr. Dulcamara, puesto que a diferencia del
mañ oso doctor ofreceríamos legítimamente productos que en el laboratorio se
mostraron eficaces. ¿Qué lograríamos? Un varó n desesperado por concretar un coito
y una mujer tierna con escozores, y aquél que se dio un banquete de apio irá
desparramando en el aire el olorcillo de la feromona masculina. Lo que habríamos
obtenido es un caldo para activar los genitales, de ninguna manera una poció n de
amor.

El deseo de amar es má s intenso que el deseo de copular, los seres humanos


queremos amar y ser amados, no solamente concretar un encuentro entre
genitales. El elixir de amor no existe, apenas podemos preparar los picantes caldos
del deseo. Aú n si éstos funcionaran el efecto desaparecería después de saciado el
deseo. Como suele ocurrir en el caso de los encuentros apasionados e irracionales
de los jó venes amantes.

Psicología del amor: el amor en la pareja 97


Bismarck Pinto Tapia

El amor no se cocina con la mezcla de los productos mencionados en este artículo,


el amor es una compleja construcció n entre dos personas que son capaces de
mantenerse unidas a pesar de la desaparició n del deseo. El deseo es efímero, al
satisfacerse deja de ser necesario. El erotismo pasional pronto da lugar al tedio,
las parejas que se llevan bien sexualmente no necesariamente lo hacen en la
convivencia cotidiana.

El amor requiere de la confrontació n de intereses y valores, el planteamiento de


metas comunes y el respeto por el desarrollo personal independiente de la
relació n. La atracció n se hace a través de la intuició n que nos indica que esa
persona puede compartir con nosotros la vida. Si bien los elementos bioló gicos
pueden ser la base de la selecció n de pareja, no son necesarios. Muchas parejas
se han establecido a partir de encuentros fortuitos, otras por conveniencia y
algunas por el deseo. Valdrá la pena investigar al respecto, mientras Nemorino y
Adina disfrutan de su amor má s allá de aquel brebaje embriagador que lo ú nico
que hizo fue enriquecer al Dr. Dulcamara.

3.2. El estré s del deseo: el enamoramiento.

Y te amo…
en el olor que tiene mi cuerpo de tu cuerpo.
Piedad Bonnet

Dorothy Tennov en 1979 investigó el enamoramiento en cuatrocientas personas


(varones y mujeres) en la Universidad de Bridgeport en Connecticut (Estados
Unidos de América) identificando por primera vez desde una perspectiva científica
los síntomas del enamoramiento: temblores, palidecer o ruborizarse, sentimientos
de incomodidad, tartamudeo y pérdida del control de las emociones. Quedó
demostrado posteriormente que esas reacciones son universales. ¿Por qué ocurren
esas alteraciones físicas cuando nos sentimos atraídos por otro ser humano?

La naturaleza dotó a los seres vivos con un programa genético que les permitiera
adaptarse y sobrevivir a las amenazas del entorno, el ser humano no fue una
excepció n. Fuimos determinados para ser presas y no depredadores, nuestras
condiciones físicas nos hacían tan vulnerables como cualquier otro animal de la
sabana africana. Somos una especie que ha sobrevivido gracias a la inusual
habilidad de organizarnos en grupo y no por los limitados recursos defensivos de
nuestro cuerpo (Linares, 2012). Por ejemplo, la velocidad má xima que alcanzamos
es de treinta kiló metros por hora, un guepardo durante la caza llega a una
velocidad mínima de ochenta kiló metros por hora, la gacela logra setenta
kiló metros por hora.

98 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Como éramos muy frá giles ante los depredadores, hemos desarrollado un sistema
emocional de alerta excepcional. El miedo por ejemplo, es la consecuencia de la
segregació n de epinefrinas que excitan al sistema muscular prepará ndonos para
la huida. Gracias a la adrenalina, ante la visió n de dos guepardos hambrientos
podíamos acelerar nuestra corrida hasta treinta y siete kiló metros por hora, o nos
quedá bamos paralizados como la zarigü eya con la esperanza que los guepardos
sean gourmets sofisticados que desechen cadá veres. ¡Lo má s probable era que
seamos devorados!

Hoy en día tenemos pocas experiencias donde nuestra vida está en riesgo por
peligros naturales, sin embargo, la carga genética continú a intacta, pues los genes
no se han enterado que hemos superado nuestra vulnerabilidad natural.
Continuamos segregando las mismas sustancias químicas que eran indispensables
para sobrevivir, ningú n leó n nos persigue pero nuestro organismo se colma de
activadores del sistema nervioso cuando tenemos que enfrentar un examen
académico. Los estímulos han cambiado, pero las respuestas emocionales siguen
siendo las mismas porque los esquemas genéticos son inmutables: nuestro
organismo es ciego, responde a la estimulació n de las hormonas.

El estrés es consecuencia de nuestra “degeneració n” genética. Nos sometemos


a una situació n social inocua para nuestra supervivencia natural (ejemplos: llegar
a tiempo a la oficina, estudiar para un examen, hacer fila para tomar el minibú s,
etc.), nuestro organismo interpreta la señ al como peligrosa y empieza a segregar
adrenalina para que escapemos de la situació n. Como no huimos, la emisió n de
adrenalina se incrementa saturándose, por lo que liberamos dopamina para
proteger a nuestras neuronas. Nuestros mú sculos se tensionan, el corazó n
incrementa sus palpitaciones, transpiramos e incrementamos el ritmo respiratorio:
estamos en un estado de alerta para evitar al estímulo amenazante.

Como no nos retiramos ni atacamos a la amenaza, nuestro cuerpo puede colapsar,


por eso activamos la producció n cortisol (hidrocortisona) desde las glá ndulas
suprarrenales para activar las vías metabó licas, y así aumentar la concentració n de
glucosa, lípidos y aminoá cidos, todo con el fin de enviar energía a los mú sculos,
evitando un infarto cardíaco.

Hans Selye describió el Síndrome de Adaptació n General en 1936 y propuso


el té rmino inglé s stress para referirse a la tensió n muscular que se presenta en
personas que deben enfrentar situaciones amenazantes de las cuales no
pueden escapar. Encontró coincidencias en el comportamiento de empresarios
jó venes que sufrían de dolencias cardíacas denominá ndolo Conducta A.

Psicología del amor: el amor en la pareja 99


Bismarck Pinto Tapia

En 1980 Lá zarus y Folkman explicaron al estrés como consecuencia de la


interpretació n cognitiva desadaptada de la realidad, es decir: no es consecuencia
del estímulo, sino de la atribució n que las personas le dan. Se trata de una reacció n
fisioló gica generada por la percepció n catastró fica de eventos sociales en los cuales
la amenaza no es la muerte física sino la “muerte social”, en el sentido de que
tememos ser rechazados por el grupo o fracasar en el logro de alguna meta.

Cabe concluir que el estrés es un evento moderno que puede llevarnos a la tumba
puesto que la exposició n permanente a situaciones estresantes conlleva la excesiva
producció n de cortisol que acabará convirtiéndose en un destructor de tejidos y
mú sculos, ocasionando el riesgo de padecer trastornos cardíacos.

El enamoramiento surge como consecuencia de la inhibició n del deseo. Ante el


estímulo eró tico el sistema nervioso activa al endocrino para preparar la có pula,
pero las regiones prefrontales inhiben el impulso, por lo que la producció n de
feniletilamina, vasopresina, testosterona, estró genos y oxitocina se incrementa,
produciéndose mayor exudació n dopaminérgica hasta la secreció n de endorfinas.
La alteració n en la homeostasis de nuestro organismo determina un desequilibrio
en la serotonina23, lo mismo ocurre con la acetilcolina24.

Como no se da lugar al mandato de có pula, la persona tiene varios síntomas de la


depresió n asociados al descenso de la serotonina: falta de interés en las
actividades cotidianas, insomnio, pérdida de apetito, fatiga, disminució n de la
capacidad de concentració n.

Así mismo desarrolla patrones similares al trastorno obsesivo compulsivo debido


al incremento colinérgico: pensamientos e imá genes recurrentes relacionados con
la persona deseada, conductas compulsivas e irracionales como deshojar
margaritas, escribir el nombre de la persona que se quiere en diversos lugares, etc.

La presencia desmesurada de dopamina y acetilcolina, es también comú n en las


toxicomanías, como por ejemplo en la adicció n a la marihuana (Escobar, Berrouet
y Gonzá lez, 2009) Llama la atenció n que las personas faná ticas de las sectas y
las enamoradas, se comporten de la misma manera que las adictas a las drogas,
presentando los síntomas del síndrome de abstinencia y de tolerancia (Rodriguez,
2000)

23 La serotonina o 5-hidroxitriptamina (5-HT), es un neurotransmisor inhibidor del sistema nervioso, su


disminución se relaciona con la depresión.
24 El primer neurotransmisor descubierto fue la acetilcolina; es la encargada de la transmisión nerviosa
preganglionar a la postganglionar en el sistema nervioso autónomo. Se sabe que está relacionada con
la memoria y el aprendizaje. Su excesiva producción se asocia con el trastorno obsesivo compulsivo.

10 Psicología del amor: el amor en la pareja


0
Bismarck Pinto Tapia

La abstinencia se refiere a la crisis de angustia que sobreviene cuando no se ha


consumido la dosis necesaria de droga. La persona enamorada pasa por la misma
experiencia, si no ve a la persona que desea o por lo menos no logra una breve
comunicació n (como por ejemplo recibir un correo electró nico), ingresa en un
grave estado de desesperació n hasta que logra finalmente encontrarse con ella. El
encuentro, al igual que una inyecció n de heroína en el heroinó mano.

Al igual que en la drogadicció n, la persona enamorada desarrolla la tolerancia,


requiere cada vez má s la presencia de la persona deseada, es una necesidad
insaciable. El estado psicoló gico depresivo, obsesivo y adictivo es expresado
notablemente por los siguientes versos de Fernando Pessoa:

Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
Para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
Pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.

La separació n de los enamorados ocasiona dolor. La presencia de la sustancia P 25


se ha identificado en pacientes drogadictos y en los enamorados. Blum y Comings
acuñ an el término “síndrome de déficit de recompensa” para referirse a que la
adicció n se relaciona con la huida al dolor y no con la bú squeda de placer.

Segú n Rodríguez (2000), la presencia de la sustancia P en adictos a las drogas


y sectas, también se patentiza en los enamorados. En el enamoramiento es la
ausencia de la persona querida la que ocasiona la activació n de la sustancia P. La
necesidad del otro se relaciona con la segregació n de endorfinas que inhibirá n la
acció n dolorosa de la sustancia P.

25 La sustancia P es el primer neuropéptido activo considerado como neurotransmisor. Su función es la de


contraer los músculos, también está relacionada con la sensación de dolor crónico, las endorfinas
la inhiben. Ver: Ornstein, R., Sobel, D. The healing brain: breakthough discoveries. Nueva York: Simon
& Schuster.

Psicología del amor: el amor en la pareja 101


Bismarck Pinto Tapia

El dolor de los enamorados puede ser tan intenso que en algunos casos se produce
la muerte debido a la cardiomiopatía de Takotsubo 26. Segú n Martin Corwie del
Hospital Brompton, en Londres, las personas que sufren la pérdida de un ser
amado tienen mayor riesgo de morirse después de seis meses de la pérdida.
Frances O’Connor denominó “pena compleja” al síndrome del corazó n roto que se
asocia con la cardiomiopatía de Takotsubo27.

“¡Me muero por ti!”, “me estoy muriendo de amor” y otras frases expresadas
por amantes frustrados aparentaban ser las manifestaciones poéticas de corazones
desesperados. Sin embargo, en 1990 se publica el artículo “Takotsubo-type
cardiomyopathy dueto multivessel spasm” en el cual se describen los hallazgos de
dos cardió logos japoneses: Sato y Dote.

Se trata de la descripció n de varios pacientes diagnosticados inicialmente como


portadores de un infarto del miocardio, sin embargo cuando llevan a cabo el
estudio coronariográ fico encuentran que no existe taponamiento de las vías
vasculares coronarias, ademá s de que durante la evolució n del problema se
resuelven las anomalías de la contractibilidad de los ventrículos. Estaban pues
enfrentando un falso ataque cardíaco, al que denominaron “síndrome de
Takotsubo”.

A este tipo de afecció n del corazó n se le ha denominado también “discinesia apical


transitoria”, “síndrome del corazó n roto” o “miocardiopatía del estrés” (Nuñ ez,
Méndez y García, 2009). Su incidencia es mayor en varones que en mujeres, la
generalidad expresa un incidente estresante como precipitante del síndrome,
dicho estrés se relaciona con la muerte de un ser querido, haber recibido malas
noticias, discusiones, fiesta sorpresa, tormentas, hablar en pú blico, problemas
legales, accidentes de trá nsito, despido, problemas econó micos, apuestas y
negocios, cambio de residencia.

David Alexander, del Centro de Investigació n de Trauma en Aberdeen, Escocia


afirmó en el 2008 que las experiencias emocionales traumá ticas hacen probable
la aparició n de la cardiopatía de Takotsubo. Por su parte Naomi Eisenberger en
la Universidad de California ha logrado establecer que la exclusió n social ocasiona
la activació n de las mismas zonas cerebrales que se activan por el dolor físico:

26 Recer, P. (2003) Broken heart can hurt the brain as much as a physical injury. En: The
Milwaukee Journal Sentinel. Nº 10. Una colección de artículos sobre “el corazón roto” está
disponible en: http:// www.highbeam.com/doc/1P2-6239637.html
27 Regnante, R., Zuzek, R., Weinsier, S.,. Latif, R., Linsky, R., Ahmed, H., Sadiq, I. (2009)
Clinical Characteristics and Four-Year Outcomes of Patients in the Rhode Island Takotsubo
Cardiomyopathy Registry. American Journal of Cardiology. Vol. 103, Nº 7, Pags. 1015-1019

10 Psicología del amor: el amor en la pareja


2
Bismarck Pinto Tapia

la corteza anterior del cíngulo (Watanabe, Kodama, Okura, Aizawa, Tanabe y


Chinushi, 2005).

Liebowirz y Klein (1983) identificaron personas adictas al enamoramiento,


estas personas viven pendientes de enamorarse, por lo general escogen parejas
incompatibles, por lo que muy pronto la relació n se rompe y buscan
inmediatamente una nueva pareja. Fisher considera que la “adicció n al
enamoramiento” es producto de la intrincada química de la atracció n.

El enamoramiento normal tiene una duració n breve, oscila entre semanas a un


añ o. Existe relació n entre la edad y el tiempo de duració n del enamoramiento: a
menor edad menos dura el idilio pero es má s intenso el apasionamiento. Llega un
momento en que el “ardor sexual” disminuye hasta desaparecer.

En cambio, los enamoramientos de larga data suelen estar asociados a la


hipersexualidad o adicció n sexual y a la codependencia o adicció n al amor. La
hipersexualidad es la exacerbació n del deseo sexual, má s comú n en varones que en
mujeres, se trata de personas que han convertido a la actividad sexual en el sentido
de sus vidas.

La codependencia fue popularizada por Melody Beattie y por Robin Norwood,


ambas se refieren a la relació n que algunas mujeres establecen con varones
inmaduros, usualmente adictos al alcohol o a otras drogas, son maltratadas y viven
esperando que su pareja cambie a partir del exagerado “amor” que les prodigan.
La Asociació n Americana de Psiquiatría aú n no ha considerado al síndrome como
un trastorno que se pueda diferenciar de otros, por lo que no lo ha incluido en la
versió n revisada del Manual Estadístico de Trastornos Mentales (DSM IV-R).

Tanto la hipersexualidad como la codependencia son ejemplos de la patologizació n


de la etapa del enamoramiento, quizá s los primeros se hacen adictos a los
estimulantes químicos que se producen durante el deseo sexual, y las segundas lo
sean a la oxitocina que propicia la necesidad de protecció n.

Los varones tienden má s que las mujeres a confundir el apasionamiento con el


amor, de ahí que muchos se casan enamorados y esperan una vida conyugal con
intensa actividad sexual; las mujeres, en cambio, tienen má s tendencia a confundir
la intimidad con el amor, por lo que suelen casarse esperando un compañ ero antes
que un amante sexual (Sternberg, 1998).

El surgimiento del amor cortesano originado en el Sur de Francia durante el siglo


XI, puso énfasis en el deseo sexual como principal ingrediente del amor, antes,
las parejas se formaban por conveniencia social (Branden, 2000). En la cultura

Psicología del amor: el amor en la pareja 103


Bismarck Pinto Tapia

rural aymara, aú n se desconoce al enamoramiento como el recurso de elecció n de


pareja, recurriéndose a las convenciones comunitarias que valoran sobre todo la
laboriosidad del varó n y de la mujer (Pinto, 2011).
La globalizació n ha generalizado la importancia del enamoramiento para la
elecció n de pareja en la mayoría de las culturas. Es el principal motivo por el cual
las personas deciden contraer matrimonio. Los padres esperan que sus hijos e hijas
se casen enamorados, incurriendo en la irracionalidad de que el sentimiento
definirá el éxito matrimonial (Beck, 1998). El estar enamorado nos dice que
hemos reconocido en el otro un adecuado receptá culo para nuestros genes,
porque partimos de una atracció n sexual, pero no nos dice si esa persona es la
ó ptima para la convivencia.
Los trastornos de personalidad má s peligrosos son los má s atractivos sexualmente.
Para las mujeres los psicó patas y para los varones las personalidades, de ahí que
las personas hipernormales tengan mayores probabilidades de establecer vínculos
pseudoamorosos con personas que adolecen de los mencionados trastornos de
personalidad (Pinto, 2010).
Nos sentimos atraídos de cualquiera que nos produzca la sensació n de ansia
sexual, aunque no la reconozcamos como tal debido a la degeneració n cultural
que han sufrido nuestras emociones bá sicas. ¡No sabemos de quién nos estamos
enamorando! Se trata de alguien desconocido. Nos dejamos llevar por la ilusió n
de que la emoció n es suficiente prueba de reconocimiento del amor verdadero.
Somos seducidos por el otro y lo seducimos con lo que no somos, sino con lo que
pensamos puede serle atractivo (Hendrix, 1997).
Es probable que aú n seamos personas irresponsables socialmente cuando
experimentamos la intensidad del enamoramiento; puede ser que ante su
presencia se sume la necesidad de desvinculació n familiar por lo que fá cilmente la
pareja apasionada decida casarse. La probabilidad de que el otro sea compatible
con nuestros valores e intereses se reduce al mínimo durante la etapa del
enamoramiento, porque a mayor inmadurez má s intensas son las emociones
sexuales.
Fisher (ob.cit.) demuestra estadísticamente que el riesgo de infidelidad masculina
se incrementa durante el cuarto añ o de matrimonio, deduce que es debido a la
necesidad bioló gica de repartir genes en distintas hembras. ¿Có mo asegurar la
posibilidad de un matrimonio exitoso? ¿Có mo alentar la monogamia? El
enamoramiento no es el recurso para la felicidad matrimonial ni para la fidelidad
conyugal. Todo lo contrario, si la pareja se concentra en avivar la pasió n
descuidará la intimidad y pondrá en riesgo el compromiso. Los que tienen un
temperamento sexual ardiente rá pidamente perderá n el interés por su có nyuge y
buscará n aventuras extramatrimoniales para mantener viva la sensació n del deseo.
10 Psicología del amor: el amor en la pareja
4
Bismarck Pinto Tapia

Las personas má s estú pidas confundirá n el descenso del deseo con la desaparició n
del amor y propondrán el rompimiento del vínculo; sin percatarse que el ser
humano ha superado las necesidades bá sicas para priorizar los valores
trascendentales que será n los que configuren la creació n del lazo amoroso.
El amor no es cuestió n del automatismo del sistema nervioso autó nomo regido
por las exigencias genéticas, en todo caso, el amor es definido por las regiones
prefrontales de la corteza cerebral, las cuales está n dirigidas por los
condicionantes morales de la cultura. El enamoramiento no es producto de una
elecció n conciente, simplemente se da, cualquiera se puede enamorar.
El enamorarse se dice falling in love en inglés, significa tropezarse en el amor.
Una excelente manera de decir que el enamoramiento puede por cuestiones del
azar volverse una buena elecció n conyugal. Lo que sí debe quedar claro es que nos
augura una buena relació n pasional.
Puedo decir que el enamoramiento es una prolongació n de la atracció n sexual a
la cual se añ ade la ternura, produciéndose un vínculo que oscila entre el deseo
y la protecció n. Mikulincer (2006) observa una relació n intrínseca entre el
comportamiento amoroso y el estilo de apego en los humanos.
Por su parte, Brumbaugh y Fraley (2006), consideran al apego como un sistema
vincular que define la proximidad afectiva en las relaciones amorosas, consecuente
con la sensació n de seguridad que ofrece la percepció n de sentirnos protegidos. La
seguridad afectiva favorece las conductas de exploració n.
El enamoramiento no solamente será definido por los condicionantes bioló gicos
del deseo sexual, sino que ademá s involucra los requerimientos de protecció n
inherentes a la especie humana. El lazo amoroso produce un estado de neotenia 28,
por lo que los enamorados reactivan sus estilos de proximidad afectiva vivenciados
en la infancia.
La neotenia es la responsable para la permanencia afectiva, es la pauta que nos
hace monó gamos a pesar de la genética que nos impulsa a la promiscuidad. La
organizació n cerebral primaria activa el impulso de la atracció n sexual, la
emocional o secundaria vivifica las sensaciones agradables de la protecció n de
nuestra infancia. Finalmente será n las zonas terciarias (prefrontal) las que
modulará n la decisió n de amor. (McClean, 1989).
Cuando el estilo de apego es seguro, las probabilidades de mantener el vínculo a
pesar de la disminució n de intensidad del deseo son altas; al contrario, cuando el

28 Neotenia: persistencia de caracteres infantiles en la etapa adulta.

Psicología del amor: el amor en la pareja 105


Bismarck Pinto Tapia

estilo es inseguro la sensació n de abandono puede ser intolerable. La pasió n por si


sola se inserta como la base de la posesió n y la manía.

La ternura es el sentimiento que surge ante la indefensió n del otro, la raíz


etimoló gica es tener-era, significa doblegarse, romperse. La sensació n que causa
un bebé es la mejor manera de entender este rompimiento de las defensas del
ego que dan lugar a la urgencia de acariciar y proteger. Cuando se expresa la
indefensió n o se la descubre durante los actos romá nticos y eró ticos, la pareja se
doblega y deja surgir la caricia tierna, la cual difiere de la eró tica en su finalidad: la
primera pretende comunicar la presencia incondicional del amado, la segunda la
intenció n del encuentro corporal.

La ternura es el lenguaje del alma, el deseo, del cuerpo. Ambos se sintetizan


durante el enamoramiento, produciendo el sutil y silencioso lenguaje del amor de
dos personas que se desconocen y que juntas inician la aventura de descubrirse.

El proceso de enamoramiento hasta este punto implica el sentirse atraído (deseo


sexual) y sentirse bien (apego). Hace falta un tercer elemento indispensable para
el inicio del vínculo amoroso: sentirse complementado. Ese tercer factor atañ e las
funciones de la neo corteza, los dos anteriores como mencioné tienen que ver con
el sistema de activació n y el sistema límbico (Lewis, Amini y Lannon, 2001).

En el ú ltimo episodio de la séptima temporada de la serie Seinfeld Seinfeld, el


protagonista después de conocer a una muchacha que coincidía en todos sus
gustos, le comenta a su amigo Kramer: I love myself: me amo a mí mismo.

Hendrix (1997) desarrolla la teoría de la Imago, segú n la cual nos enamoramos de


proyecciones de nosotros mismos, de aquellas cosas que nos gustaría tener y de
las que no nos atrevemos a mostrar. Esta idea sin embargo, no es reciente, Jung
(1943) hace referencia a dos arquetipos: á nima y á nimus. El primero se relaciona
con las características de la feminidad y el segundo con la masculinidad. El amor
será la fusió n de la una con el otro. El varó n busca en la mujer su á nima y la mujer
en el varó n su á nimus.

Desde la perspectiva constructivista, la realidad es una construcció n, un invento,


somos producto de las interacciones con nuestras relaciones pasadas y presentes,
consecuencia de las narraciones sobre nosotros que organizan nuestra identidad.
Reconocemos algunas narrativas como pertenencias y otras nos son ajenas.
(Linares, 2012).

La mirada del otro define nuestra existencia (Cyrulnik, 2011), pone en juicio
nuestros mitos y narraciones (Linares, ob.cit.), nos avergü enza y nos confirma.

10 Psicología del amor: el amor en la pareja


6
Bismarck Pinto Tapia

En el enamoramiento queremos conquistar y seducir a ese ser extrañ o que nos ha


conmovido emocionalmente, por eso mostramos nuestro yo abierto y hacemos lo
imposible para esconder nuestro yo oculto (Fritzen, 2002).

La mirada de la persona enamorada incide en nuestro yo ciego, aquél que es


desconocido por nosotros y por los demá s, donde radican nuestros mitos
familiares má s recó nditos, aquellos que definen nuestro mapa del mundo (Elkaim,
1995), incuestionables y definitorios de nuestras actitudes. Por ejemplo: “todos los
hombres son infieles”, dogma de nuestra familia que arma el programa oficial:
“asegú rame que me será s fiel”. El programa oficial dará lugar al sentido de la
relació n amorosa, como es de suponer, en el ejemplo, esa muchacha está destinada
a convertir el amor en control, dedicá ndose má s a confirmar la lealtad de su pareja
que a amarla.

Buscaremos en el otro la confirmació n de las narrativas que dan sentido a nuestra


existencia, buscaremos un espacio comú n para sentir que somos uno en vez de dos.
Los detalles se ven como totalidades, si a ella le gusta la misma mú sica que a mí,
entonces es la mujer de mi vida.

Fisher (2009) plantea la tendencia a la proximidad en la etapa del enamoramiento,


surge como una necesidad indispensable el estar juntos todo el tiempo que sea
posible, cada uno de los enamorados siente que su sola presencia promueve el
bienestar del otro. Esta sensació n de unidad es consecuencia de los tres factores
analizados hasta el momento: deseo, ternura y compatibilidad.

Es un círculo de reforzamientos mutuos, por ejemplo: ver juntos una película que a
uno le es significativa, porque hace parte de su narració n y de sus mitos, aunque no
lo sea para el otro, ocasiona un clima de ternura, interpretado como “a ella le gusta
lo que me gusta” y por ella: “él es tan tierno cuando se apoya en mi pecho para ver
la película”. Interpretaciones distintas, ante el mismo evento. Luego, en medio de la
película la pareja se da un beso, él la besa conmovido por la compatibilidad, ella
por la ternura, a continuació n el beso activa la respuesta sexual y ambos se
involucran en un torrente de pasió n.

El enamoramiento coincide con la rebelió n hacia los mitos familiares, hace parte
del proceso de desvinculació n de la familia de origen, para aquellas personas que
provienen de familias disfuncionales, el otro puede ser una oportunidad para
romper los juegos patoló gicos de su hogar. En el caso de las familias funcionales, el
enamoramiento simplemente fortalece el proceso de desvinculació n y emancipació n
ya existente en el sistema familiar (Haley, 2006). En el primer caso, la consecuencia
será la patología del enamoramiento: la simbiosis.

Psicología del amor: el amor en la pareja 107


Bismarck Pinto Tapia

Entre los primeros estudios acerca de la relació n entre factores de la personalidad


y su relació n con la atracció n sexual está el realizado por Dutton y Aron (1974),
encontraron que los altos niveles de ansiedad identificados en ochenta y cinco
varones que caminaban sobre un puente colgante, incrementaban sus sentimientos
de atracció n hacia la mujer que les encuestaba. Los mismos resultados aparecieron
en una situació n experimental en la que los participantes eran sometidos a
experiencias de shock. No identificaron diferencias significativas entre varones y
mujeres. La conclusió n es que las situaciones que nos generan miedo incrementan
la atracció n sexual hacia las personas del otro sexo que se encuentran cerca.

Por su parte, Ellis (1995) revisa las condiciones de atracció n presentes en varias
culturas, identifica tres requisitos indispensables para que un varó n sea atractivo
sexualmente para las mujeres: proveedor eficaz, habilidades de protecció n y prestigio.
Las señ ales que propician la presencia de estas tres características las encuentran
en el status social, la ornamentació n, la ostentació n del poder econó mico, la fuerza
física, la expresió n verbal y corporal y la presencia de personalidades fuertes y
dominantes.

La relació n entre ornamentació n y personalidad son las cuestiones investigadas


por Skeeg, Nada-Raja, Paul y Skeeg (2007), cuando entrevistan a 966 jó venes de 26
añ os que utilizan piercings en la oreja. Concluyen que el uso de esta ornamentació n
tiene por objetivo reforzar el atractivo sexual. Los resultados encontrados señ alan
la existencia de relació n entre rasgos de personalidad que denotan inseguridad
emocional con el uso del piercing. Contrario a lo esperado por los jó venes, las
mujeres ven que el uso de los piercings en varones indican promiscuidad sexual y
por lo tanto, son poco atractivos para un vínculo romá ntico estable. En cambio, las
mujeres que utilizan piercings se consideran má s atractivas sexualmente por parte
de los varones.

Schmitt y Buss (2002) relacionan los cinco grandes factores de la personalidad


(extraversió n, estabilidad emocional, apertura a la experiencia, amabilidad y
responsabilidad) con las sietes dimensiones léxicas de la sexualidad (atracció n,
exclusividad, orientació n, moderació n del impulso sexual, disposició n erotofílica,
carga emocional e identidad sexual). Identifican un nivel de relació n moderado que
hace probable la importancia de los rasgos de la personalidad en la organizació n
de la sexualidad.

Es aceptable la importancia de los rasgos de personalidad en el proceso de


enamoramiento, las personas afianzan sus sentimientos pasionales y romá nticos
con parejas que les aseguran compatibilidad emocional. Becker, Kenrick, Neuberg,
Blackwell, y Smith, (2007) establecieron que la expresió n de la felicidad es un
atributo asignado a las mujeres. Por su parte Tracy y Beall (2011) sobre la
atracció n

10 Psicología del amor: el amor en la pareja


8
Bismarck Pinto Tapia

y la expresividad emocional en 1041 participantes, establecieron tres expresiones:


felicidad, vergü enza y orgullo. Concluyen que las actitudes de atracció n son
diferentes entre hombres y mujeres en relació n a la expresividad emocional. Así la
expresió n de felicidad es atractiva para los varones y el orgullo para las mujeres.

Por supuesto que los factores de atracció n sexual difieren entre varones y mujeres,
aú n aquellos que se relacionan con las características individuales como el
temperamento y la personalidad (Levesque, Nave y Lowe, 2005). Es así que los
rasgos relacionados con la provisió n, el prestigio y la fortaleza son características
atractivas para las mujeres, mientras que los relacionados con la ternura,
protecció n y capacidad procreadora lo son para los varones. Tal vez los
condicionantes bioló gicos genéticamente transmitidos, se han camuflado en rasgos
socialmente establecidos.

Hoy en la relació n de pareja, las mujeres se empeñ an en despertar las


características femeninas atrofiadas en los varones: ternura, sensibilidad,
delicadeza y capacidad de consuelo (Ludovico, 2001). La concepció n de dureza
como atributo masculino y la concepció n romá ntica del amor han contribuido al
abuso de poder y a la violencia machista (2001).

Una de las consecuencias nefastas de las concepciones socio bioló gicas del amor es
la justificació n de las actitudes machistas, por ejemplo, puesto que la mujer busca
alguien que provea es correcto que ellas se queden en la cocina y ellos vayan a la
oficina (Bourassa, 2004). No se trata de justificar la opresió n porque naturalmente
estamos determinados. Todo lo contrario, lo que nos hace humanos es la capacidad
de trascender nuestra condició n natural.

La cultura se constituye en un factor influyente en la generació n de criterios


relacionados con la atracció n sexual, hoy má s que en otras épocas los medios
masivos de comunicació n se encargan de difundir los referentes de belleza
asociados a la moda, ocasionando una cultura frívola en vez de sensual (Ugalde,
2010). Sin embargo, segú n la hipó tesis del emparejamiento (Rathus,Nevid y
Fichner, 2005), a la hora de establecer un vínculo amoroso las personas elegimos a
quienes se parecen a nosotros en términos físicos y psicoló gicos (Michael, Gagnon,
Launmann y Kolata, 1994).

En el estudio que realizó Fisher (2009) acerca de la relevancia de la personalidad


en el enamoramiento, basado en estudios científicos sobre la atracció n romá ntica,
el apego y la personalidad. Descubrió que las personas con determinados tipos
de personalidad relacional (explorador, constructor, director, negociador),
independiente a su sexo prefieren parejas que coincidan con su forma de ser.

Psicología del amor: el amor en la pareja 109


Bismarck Pinto Tapia

Triandis (1979) elabora un modelo teó rico acerca de la influencia de los valores en
las relaciones interpersonales: mantenemos nuestras relaciones sociales a partir
de la coincidencia entre nuestros principios y los que tienen los otros. Lou y Zhang
(1979) identificaron que la reciprocidad (Newcomb, 1956, Kenny, 1994) es el
valor má s importante en los vínculos amorosos en relació n a la similitud, la belleza
y la seguridad.

La permanencia del vínculo amoroso se establece por la compatibilidad entre las


personalidades y la coincidencia de valores (Kelly y Conley, 1987. Shakerian,
Fatemi y Farhadian, 2011). Existe evidencia de que la satisfacció n marital se funda
en el mantenimiento del enamoramiento, la compatibilidad de las personalidades y
la coincidencia de valores, factores que fomentan la fidelidad conyugal y la
felicidad matrimonial (Campbell, 2009).

Sintetizando, el enamoramiento es una etapa compleja que sintetiza las


condiciones bioló gicas con las sociales. La atracció n sexual está dirigida por las
necesidades genéticas de supervivencia de la especie, la mantenció n del vínculo
por la necesidad de seguridad afectiva manifiesta en las respuestas de apego, a
ellas se suma la consolidació n del lazo amoroso a través de la reciprocidad de
valores y la compatibilidad de las personalidades.

En la imagen que se presenta a continuació n, se sintetizaron los procesos


bioquímicos inmersos en el proceso del enamoramiento.y su relació n con los
sentimientos que los acompañ an. Se trata de la combinació n de las ó rdenes
hormonales para la concreció n de la có pula y la inhibició n de las mismas que
producen las sensaciones de angustia.

La vasopresina y la feniletilamina pueden considerarse como las precursoras


de la actividad estimulante de la respuesta sexual, en el varó n se asocian con la
testosterona y en la mujer con la oxitocina, provocando en los primeros una
intensa sensació n de posesió n y en la mujer de protecció n.

Los inhibidores de estas sustancias fracasan, provocando la segregació n de


sustancias reguladoras (serotonina y GABA), que a su vez propician la expulsió n de
dopamina y endorfinas, las cuales ofrecen las sensaciones placenteras del
enamoramiento. Sin embargo al no conseguir el propó sito, el organismo se contrae
fomentando las sensaciones que atañ en al dolor y a la angustia.

Así, estar enamorados nos introduce en un estado alterado de la conciencia y en


alteraciones complejas de nuestro organismo. Estar enamorado es salir de uno
mismo y perder la capacidad crítica.

11 Psicología del amor: el amor en la pareja


0
Adrenalina Testosterona
+ Glucosa ANGUSTIA

Visual

DESEO Feniletilamina Melatonina DOLOR


E Auditivo
Psicología del amor: el amor en la pareja

Olfativo
Placer Agresión

Bismarck Pinto Tapia


Juegos
eróticos
Taquicardia Excitación Nocipercepción

Vasopresina Dopamina Serotonina

Sudoración Noradrenalina GABA Sustancia P


y Rubor
Parto sexual
orgasmo
Cuidado
de crías

Abstinencia Inhibición

Endorfinas y
Oxitocina
109

opiáceos
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3.2.1. Evitando el enamoramiento: el prende.


Cuando nos inventamos en la noche
Quedamos tan espléndidos
Que no nos reconocen.
Mario Benedetti

La “revolució n sexual” se inicia con la publicació n del libro “Conducta sexual del
varó n” de Alfred Kinsey en 1947, ocasionando un repentino cambio de actitudes
hacia la sexualidad en los Estados Unidos y en Europa. Al finalizar la época
franquista se produce la “liberació n sexual” y el “destape” en Españ a. El amor deja
de asociarse con la sexualidad, ¡era posible amar sin sexo!, y ¡tener sexo sin amor!

El análisis de las cartas amorosas entre amantes brasileñ os de tres décadas


diferentes llevado a cabo por Carpenedo y Koller (2004), muestra que antes de los
ochenta, las parejas asociaban el amor con la sexualidad, eran tímidas en la
expresió n de sus intereses sexuales, el varó n era quien tomaba la iniciativa
seductora y consideraban que el enamoramiento necesariamente debería llevar
al matrimonio. Después de los ochenta, el contenido de las cartas amorosas se
modifica notablemente, la sexualidad está exenta de connotaciones romá nticas,
varó n y mujer toman la iniciativa indistintamente, ambos expresan de manera
directa sus intereses sexuales y no se busca el compromiso.

Mientras los europeos y estadounidenses se ajustaban a la nueva moral sexual, en


Latinoamérica, el Brasil se constituía en el país que con mayor facilidad asimilaría
los cambios de actitudes hacia el comportamiento sexual. Durante la década de los
ochenta aparece una nueva forma de establecer vínculos eró ticos entre los jó venes,
el ficar (quedar).

No se trata de sexo casual (casual sex) (Sö nmez, 2006. Grello, Welsh y Harper,
2010). En el ficar no se presenta el coito, puesto que se trata de una forma de
relacionarse placentera sin que amor y sexo vayan juntos. Un joven brasileñ o lo
define así: “Normalmente es un intercambio de besos y caricias durante un corto
periodo de tiempo -una noche-, y después, no se vuelven a interesar el uno por el
otro”.29

En los países sudamericanos de lengua castellana, el ficar es reemplazado por


el “prende”. Probablemente el término se relacione con el “prenderse” de los

29 En: http://br.answers.yahoo.com/question/index?qid=20071225153035AAx7pZI

110 Psicología del amor: el amor en la pareja


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jó venes argentinos, en el sentido de “pasar a la acció n”30; otro probable origen


es la expresió n italiana mi prende, que tiene el sentido de “agarrarse”. Sea como
fuere, el término llega a Bolivia y rá pidamente se generaliza entre los jó venes en la
década de los noventa.

“Prenderse” no se relaciona con “agarró n”, palabra que se empleaba para referirse
a una relació n pasional sin compromiso ni intimidad, esencialmente sexual.
“Prende” tiene el mismo significado que fica.. Se dice “prenderse” a la acció n de
establecer un “prende”.

Un “buen prende” se da cuando ambas personas coinciden en el juego sensual del


encuentro amoroso casual. Sin embargo, no siempre es así, puede ocurrir que uno
de los dos desee algo “serio” con el otro, si se da el caso, la relació n está estropeada
porque la moral juvenil dice: “no debes prenderte con aquella persona de la que
esperas una relació n seria”.

Otra circunstancia inesperada del “prenderse” es que se produzca el enamoramiento


durante el “prende”, esto es que surja la ternura y la compatibilidad psicoló gica. En
ese caso se hace referencia a un “prende jodido”, sobre todo si solamente uno de
los dos protagonistas se siente involucrado afectivamente en la relació n y el otro no.

Se habla del “prende fijo” para hacer alusió n a aquella persona que por lo general
está dispuesta a “prenderse” con uno, de tal manera que pueden ocurrir infinidad
de “prendidas” entre ambos.

El “prende” cuando es preá mbulo de una relació n coital (oral, anal o genital), deja
de ser “prende” y se convierte en “algo má s”; término que permite comprender
mejor que la connotació n del “prenderse” implica placer sensual y no
necesariamente relaciones genitales.

El “prenderse” se ha convertido en un instrumento de manipulació n en las


relaciones interpersonales. Por ejemplo, si una muchacha o un muchacho, desea
estropear una relació n amorosa, puede generar un “prende” con alguno de los
miembros de la pareja, y posteriormente de manera directa o indirecta hacerle
saber al otro de la falta de honorabilidad de su consorte.

Otra manera de utilizar el “prende”, es saberlo aplicar con la destreza suficiente


como para producir un “prende jodido” en el otro, ya sea para propiciar un vínculo
amoroso en serio o para vengarse.

30 Ver en: http://www.geocities.com/mercuriusyelrincon/diccionario_del_chabon.htm

Psicología del amor: el amor en la pareja 111


Bismarck Pinto Tapia

Esta forma de vinculació n eró tica entre los jó venes, obliga a identificar con
precisió n el lenguaje no verbal para no caer en trampas o echar a perder la
posibilidad de conquistar a una persona con la que se espera tener una relació n
amorosa seria. Los varones tienen má s dificultades que las mujeres para
decodificar las señ ales no verbales, por lo que confunden má s fá cilmente que las
mujeres las invitaciones a tener un “prende”.

El “prende” se sitú a en una moral ambigua, puesto que la mayoría de los muchachos
y muchachas afirma haberse “prendido” alguna vez; al mismo tiempo que
consideran un acto de infidelidad si su pareja estable lo hace.

También es importante resaltar que el “prenderse” denota la actitud actual hacia el


amor romá ntico o eró tico, confirmando el estudio de Cooper y Pinto (2007) que
identificó la tendencia hacia un amor con intimidad y pasió n sin compromiso en
jó venes universitarios de clase media de la ciudad de La Paz.

La consumació n del deseo sin el enamoramiento emergente en la juventud es una


muestra del cambio de actitud hacia la sexualidad y al amor. Lo sexual deja de ser
solamente el encuentro genital y se enmarca en el contexto de la sensualidad,
donde el placer y la intimidad adquieren primacía sobre el deseo sexual y el
compromiso amoroso.

En el “prende” tanto la mujer como el varó n se encuentran en las mismas


condiciones de conquista y de intercambio de caricias, desplaza al “agarró n”
machista, conformado por el que “agarra” y por la que es “agarrada”, para
instaurarse en una manera de amar independiente del género, en la que ambos se
prenden apasionadamente por un breve periodo de tiempo.

El erotismo del “prende” es una danza de movimientos sutiles de seducció n; cada


uno de los participantes debe cautelosamente coordinar sus propios pasos con los
pasos de su pareja produciendo una coreografía amorosa donde ambos saben que
quizá sea la ú ltima vez que la vayan a bailar.

Se trata de un encuentro prohibido con alguien que puede estar traicionando a un


tercero; al mismo tiempo existe la posibilidad de lanzarse al juego con la esperanza
de conseguir “algo má s” mientras se piensa que el otro puede estar esperando lo
mismo; o simplemente ambos quieran sentirse en el abrazo perpetuo de la ternura
regocijante de la experiencia perdida del apego infantil.

El “prende” puede darse en privado aunque má s frecuentemente se lo haga en


pú blico, en las fiestas que se han convertido en el crisol de los desenfrenos
casuales. Se genera así un pacto social de silencio, todos los presentes lo
saben, él es el

112 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

“prende” de ella y ella es el “prende” de él; pero deben callar, só lo lo hablará n


en las tertulias de amigos íntimos, pero nadie se atreverá a denunciar a la pareja
transgresora.

Los “prendidos” abandonan el sueñ o breve de su encuentro y al abrir los ojos tal
vez comentetará n que se dejaron vencer por las pasiones. Volverá n la mirada hacia
su có mplice pero no reconocerá n al compañ ero eró tico, será como que se hubiera
despojado de la magia del placer para volver a ser el amigo o la amiga de siempre,
quizá se sonrían el uno al otro como remembranza pícara de lo que ocurrió entre
ellos, o quizá fatalmente alguno de ellos no pueda liberarse de las sensaciones que
aú n hacen eco en el corazó n y se sumirá en la tristeza que queda cuando alguien
sabe que su amor no será correspondido.

El Instituto de Investigaciones en Ciencias del Comportamiento de la Universidad


Cató lica Boliviana San Pablo31, llevó a cabo un estudio sobre el “prende” en una
universidad paceñ a, considerando una muestra de 311 jó venes (194 mujeres y
117 varones). El 90% de la muestra señ aló que el “prende” no comprende al coito,
un porcentaje similar considera que no implica enamoramiento. Si bien los datos
no pueden generalizarse a toda la població n juvenil de la ciudad de La Paz, nos
permite tener una base de informació n para profundizar sobre este fenó meno.

Para tal fin se elaboró un cuestionario resultante de sondeos previos al estudio,


una vez obtenida la informació n se procedió con el aná lisis estadístico,
posteriormente se recurrió a grupos focales para interpretar los resultados.

La incidencia del “prende” entre la gente joven de la muestra es de alrededor del


80%. No implica enamoramiento ni relaciones sexuales que involucren coito. Por
lo tanto, se trata de una forma de relacionamiento sexual comú n entre la juventud
actual, surge en respuesta a la necesidad de vivenciar experiencias placenteras sin
que exista la posibilidad de intimidad afectiva ni compromiso.

Llama la atenció n la actitud moral ambivalente hacia el “prende”, el 20% de los


muchachos y el 40% de las jó venes consideran que es una prá ctica moralmente
mala y el 80% de ambos sexos considera que “prenderse” con alguien teniendo
una relació n formal con otra persona es una muestra de infidelidad. Sin embargo
apenas alrededor del 20% de los encuestados (tanto mujeres como varones)
expresa haberse arrepentido alguna vez después de “prenderse”.

31 El equipo de investigación fue dirigido por el autor del libro y las Licenciadas Alhena Alfaro y
Natalie Guillén. Los resultados se publicaron en los Cuadernos de Investigación del IICC.

Psicología del amor: el amor en la pareja 113


Bismarck Pinto Tapia

Para tener un “buen prende” es indispensable que ambos protagonistas del hecho
estén de acuerdo en las siguientes reglas bá sicas:

 Será n “enamorados” ú nicamente durante el tiempo que dure el “prende”.

 Habrá n caricias eró ticas que no deberá n concluir en cualquier tipo de coito
(oral, anal o genital).

 No deberá n entablar ningú n tipo de intimidad afectiva.

 Se evitará el compromiso y el enamoramiento.

 Al encontrarse después del “prende” ninguno de los dos hará menció n a lo


acontecido.

¿Có mo saber que el compañ ero está dispuesto a “prenderse”? Nadie invita al otro
a “prenderse” expresá ndolo de manera verbal. Se trata de un complejo juego no
verbal en una escalada simétrica de insinuaciones que pueden ser aceptadas o no.
Está claro que si una de las dos personas siente auténtica atracció n por el otro no
cederá a las instigaciones, porque se considera incorrecto establecer un vínculo
amoroso genuino con alguien que está dispuesto a “prenderse”.

El amor romá ntico ha sido incorporado en la cultura occidental con el


advenimiento del amor cortesano en el siglo XI, segú n el cual el ideal era la pasió n
exaltada a través del adulterio. Surge como un reclamo hacia la castidad
matrimonial, pregonando la necesidad de la expresió n libre del amor en
relaciones extramaritales porque só lo de esa manera era posible la reciprocidad
del placer, puesto que gracias a los mandatos cristianos la pasió n había sido
erradicada entre los esposos (Branden, 2000).

La meta del matrimonio era fundamentalmente la procreació n, y a pesar de ello


a los ojos de la Iglesia Cató lica era preferible el celibato porque segú n San Pablo:
“‘Huid de la fornicació n. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su
cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo” (1 Cor. , 6, 18).

Se trata de insistir en que el cuerpo es nada má s que un receptá culo del Espíritu
Santo y como tal una incomodidad. Tal insistencia condenó el placer en todas
sus manifestaciones pero principalmente al placer sexual relacionado
forzosamente con el pecado original.

114 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Las corrientes má s ortodoxas de la Iglesia Cató lica preferirían que los varones
fueran eunucos32 siguiendo la línea de San Pablo, al que no le queda má s remedio
que aceptar el matrimonio a pesar de sus objeciones: “En cuanto a lo que me
habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razó n
de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido” (1 Cor. 7,2-
1), pero acaba de esta manera: “Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien.
Y el que no se casa, obra mejor” (1 Cor.7, 38).

Así el concepto de amor se forjó dentro de la doctrina “anhedó nica” del


pensamiento cristiano, extirpá ndole cualquier atisbo de placer. La actividad sexual
estaba prohibida antes del matrimonio y durante, debía ceñ irse dentro de la
funció n procreativa.

Es evidente que la concepció n tradicional del matrimonio conlleva valores machistas


explicitados por San Pablo: “A la mujer no le consiento enseñ ar ni arrogarse
autoridad sobre el varó n, sino que ha de estarse tranquila en su casa” (I Tim 2,12).
Bastaba nacer mujer para que el destino sea el cautiverio. Fueron condicionadas
para pensar que el sentido de su vida era estar en funció n del otro: “Si trabajo, si
me someto, si hago cosas por el otro, si le doy mis bienes, si me doy, será mío, y
yo, seré”. (Legarde, 1993, pá g. 17). La condició n de “madresposa” le definió el
cuerpo para concebir, amamantar y ser objeto de placer del varó n. La mujer negó
su posibilidad de goce.

La exigencia de perpetuidad amorosa impuesta al matrimonio se ha convertido en


el crisol de los conflictos de pareja y el advenimiento del divorcio como alternativa
de solució n a un problema creado por la cultura tradicionalista. ¿Có mo es posible
el amor eterno en una relació n ajena al placer? ¿Có mo amar al que me oprime?

Segú n el INE el 2005 se registraron 22.000 matrimonios en todo el territorio


nacional, mientras que en 1991 fueron 40.861. Estos datos muestran la
disminució n de parejas que deciden casarse. A la par que disminuyen las parejas
que se casan, se incrementan las que se divorcian (11% de las mujeres bolivianas
son separadas o divorciadas).

Los padres de los actuales jó venes han pertenecido a la generació n donde las
mujeres lucharon por su emancipació n, forjá ndose así una identidad femenina
exenta del referente masculino. En el matrimonio de los abuelos se vivía la
hegemonía masculina y la erradicació n del placer, situació n que la siguiente
generació n intentó

32 Basados en esta frase del Evangelio: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay
eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino
de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12).

Psicología del amor: el amor en la pareja 115


Bismarck Pinto Tapia

modificar sin tener referentes. La consecuencia fue que el matrimonio colapsó


debido a que los varones no estaban entrenados para enfrentar las consecuencias
de la equidad de género. Como efecto de la lucha de poder entre los géneros se
incrementó la violencia del varó n hacia la mujer llegá ndose a datos extremos: 67,6
% de las mujeres bolivianas han sido víctimas (Encuesta Nacional de Demografía y
Salud, 2004).

Las mujeres bolivianas en todos los estratos sociales abandonaron el rol “paulista”
de “madresposas” para buscar su identidad apartadas de la sombra masculina; los
varones fueron presa de una crisis en su identidad debido a las exigencias
femeninas: las mujeres desean varones que puedan atender el hogar, cuidar de los
niñ os y ofrecer ternura. Sin pará metros en sus progenitores, los varones
incrementaron sus conductas machistas.

La familia patriarcal empezó su transacció n hacia una familia democrá tica, sin
embargo, el cambio ofreció una madre con doble jornada laboral (dentro y fuera
de la casa) y un padre ausente (huyendo del hogar). Los hijos se decepcionaron del
matrimonio y de la familia tradicional, no desean repetir la historia de sus padres
por lo que está n promoviendo la convivencia sin compromiso y la tenencia de hijos
sin necesidad del matrimonio.

Los padres de los jó venes actuales dan énfasis al futuro antes que al presente,
contrariando a los abuelos, quienes preferían el pasado. Los jó venes no
comprenden la visió n hacia el mañ ana de sus padres porque han gestado una
generació n “hic et nunc” (aquí y ahora), en la que lo má s importante es disfrutar
del momento.

En un estudio acerca de las actitudes hacia el amor se identificó el amor tipo “Eros”
como predominante tanto en varones como en mujeres universitarios bolivianos.
El amor “Eros” se refiere al amor apasionado y romá ntico, caracterizado por la
atracció n física y la pasió n. En cuanto a los componentes del amor, mujeres y
varones priorizan la pasió n, mientras que la intimidad es un poco má s importante
para ellas que para ellos, en relació n al compromiso, los varones tienden a
señ alarlo como má s importante que en el caso de las mujeres (Cooper y Pinto,
ob.cit.).

El “prende” intenta producir la misma revolució n que ocasionó el amor cortesano


ante la abolició n del amor en la elecció n de pareja. Sin embargo, el “prende” no se
erige como una alternativa ante el matrimonio, sino como una alternativa eró tica
y lú dica ante la formalidad de la relació n amorosa antes del matrimonio.

El “prende” se instala como una forma de rebelió n ante las formas de relació n
establecidas por la generació n anterior. Por un lado cuestiona al amor romá ntico
al plantear la posibilidad del placer sin amor, por otro, se rebela contra la
116 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia

hegemonía masculina al permitir el disfrute en la mujer cuando se involucra en


iguales condiciones que su eventual pareja en el juego eró tico, también enfatiza la
importancia de vivir el presente: carpe diem quam minimum credula postero:
vive el momento, no confíes en mañ ana.

¿Cuá les son los riesgos del “prende”? Justamente que fracase en sus intenciones
revolucionarias:

 Fracaso en su intenció n de desprestigiar al amor romá ntico. Ocurre cuando


uno de los dos “prendidos” olvida la regla principal: ¡no te involucres
afectivamente! Puede ocurrir como error al interpretar las señ ales del otro y
pensar que se trata de una relació n seria, o puede incurrirse en el “prende”
cuando se desea “algo má s”, o finalmente no tener la madurez suficiente para
evitar el vínculo amoroso.

 Fracaso en la intenció n de reivindicar a la mujer. Cuando el varó n utiliza la


experiencia como un recurso para sacar provecho sexual sin importarle los
sentimientos de ella, comportá ndose como un violador.

 Fracaso ante el machismo. Los varones rechazan a las mujeres que se han
“prendido” por considerarlas putas, mientras que entre ellos se valora como
“macho” al que se “prende” con la mayoría de chicas.

Es interesante observar que las formas de relacionamiento amoroso remiten


obligatoriamente a una reflexió n sobre el sistema de valores de la cultura donde
se realizan. En nuestro caso en particular, debe llamarnos la atenció n la crisis de
valores de los adultos que ha ocasionado una juventud decepcionada de sus padres
y que desesperadamente busca alternativas que les permita sobrevivir en medio
del caos político y social que han heredado. Se hace urgente el diá logo
generacional, los adultos tienen mucho que aprender de los jó venes y viceversa, es
imprescindible abandonar los prejuicios que tienen unos y otros para fomentar la
creació n de un espacio comú n que permita la convivencia.

Los jó venes piden orientació n pero ésta no es posible si desconocemos su mundo,


sus intereses y valores. Nada logramos al cerrar los ojos y negar la existencia de
cosmovisiones extrañ as a nuestra ló gica, debemos abrir los ojos, reconocer los
errores que cometimos y alentar a nuestros hijos para que encuentren mejores
derroteros hacia la felicidad.

Psicología del amor: el amor en la pareja 117


Bismarck Pinto Tapia

3.2.2. El enamoramiento virtual: relaciones amorosas online.


Te urjo amor que cambies de formato
Prefiero recibirte en times new roman
Mas nada es comparable a aquel desnudo
Que era tu signo en tiempos de la remington.
Mario Benedetti

Una extraordinaria prueba de que el enamoramiento no requiere de feromonas, es


el establecimiento de vínculos amorosos a través de las redes sociales presentes en
la Internet. Varios estudios han demostrado que no existe diferencia significativa
entre el ajuste y la satisfacció n marital de parejas vinculadas virtualmente y
aquellas que lo hicieron de la manera tradicional.

Blank y Dutton (2012) estudian el cambio de la confianza y la edad de los usuarios


en el uso de la Internet en el periodo 2003 a 2009. Lo que encuentran es que la
confianza en la informació n obtenida a través de la Internet está influenciada por
la experticia en el manejo de los ordenadores, esto es: a mayor experiencia con el
uso de Internet, mayor es la confianza depositada en la informació n. Ademá s es
posible afirmar que la confianza en la tecnología se asocia con la confianza hacia
la tecnología.

Silver (2000) y Lü ders (2008) revisan la influencia de las redes en las relaciones
interpersonales, mostrando un incremento en su uso y el desarrollo de nuevas
formas de interacció n generadas por estos recursos de la Internet. Dutton y Blank
(2011), en un estudio realizado en el Reino Unido, muestran que el uso de la
Internet ha superado a la audiencia de la televisió n, (46% recurre a la Internet y el
15% lo hace a la televisió n), encuentran que las personas mayores de cincuenta
añ os está n igualando en el uso de la Internet a las personas de la generació n actual.

Segú n LatinTec.info, de junio a diciembre del 2008 se generó un incremento del


25% en usuarios de Internet en Latinoamérica, esto es alrededor de 173,6 millones
de personas. Brasil es el país que má s usuarios tiene (67,5 millones). En Bolivia de
78.000 usuarios en el 2000 hubo un incremento a 1.103.000 en el 2009 (Index
mundi, 2012).

Actualmente 20% de los usuarios a la Internet son miembros de alguna red social.
Las personas inscritas a alguna red social, consultan su red al menos dos veces al
día. Lo que má s hacen los usuarios a las redes, es enviar y revisar mensajes. Como
promedio cada miembro llega a establecer vínculos de amistad con doscientas

118 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

personas, de éstos por lo menos ha sido eliminado el contacto con uno de ellos.
Es interesante que el 15% no coloca una foto real de sí mismo (Rivas Santi, 2012)

La red que má s usuarios tiene en el mundo es Facebook (800 millones), se


pronostican 1000 millones hasta el fin del añ o 2012. Le siguen: MySpace y Twitter
(Rivas Santi, ob.cit.). Gracias a este recurso es posible establecer relaciones entre
personas de culturas distintas y crear vínculos amorosos.

Otra informació n interesante es la referida a los rasgos de personalidad má s


frecuentes entre los usurarios de las Redes Sociales. Las personalidades
extravertidas son las que má s utilizan los recursos de la Internet para instituir
vínculos de amistad y romances (Amichai-Hamburger y Vinitzky, 2010. Carpenter,
Green y LaFlam, 2011). La propensió n es mayor de aquellos con perfiles narcisistas
(Buffardi y Campbell, 2008). En la investigació n de Pettijohn (2012) ademá s de los
factores mencionados, identifican que a nivel psicopatoló gico las personas
depresivas recurren a las Redes, lo cual se asocia con dos grandes grupos de
usuarios: narcisistas con alto nivel de autoestima y depresivos con bajo nivel de
autoestima.

Segú n la investigació n de Nadhami y Hoffman (2011), las personas recurren


al Facebook por las necesidades de pertenencia y de presentarnos al mundo.
Requisitos indispensables para configurar nuestras identidad, somos en la medida
en que nos relacionamos con personas similares a nosotros y al mismo tiempo nos
podemos diferenciar de ellas. La paradoja de la identidad conlleva la revelació n
de nuestro yo auténtico ú nicamente en espacios donde encontraremos personas
parecidas a nosotros, lo que aumenta la probabilidad de que seamos aceptados.

Lo mencionado, se refuerza con el estudio de Gonzales y Hancock (2011):


observaron que la exposició n de datos personales incrementa la autoestima,
ademá s de mejorar el autoconcepto. Por otra parte Yu, Wan Tian, Vogel y Chi-
Waim (2010) concluyen que en culturas colectivistas como la China, el uso del
Facebook puede impactar positivamente en la autoestima.

De las relaciones por Internet, el 7,9% son de índole amorosa. Estos lazos se
fundamentan en la restricció n de informació n que uno le da al otro, no se ofrece
sino la necesaria para evaluar la posibilidad de un encuentro formal. Entonces
es posible seleccionar los datos que se consideran atractivos o bien se exponen
aquellos percibidos como defectuosos con el afá n de definir si la otra persona a
pesar de ellos se siente interesada en mantener un lazo. (Wallace, 1999)

Las relaciones íntimas por Internet no se forman a través de la proximidad


sino de la frecuencia de intersecció n, referida a las veces que la persona acepta
comunicarse desde que ha sido invitada a participar del grupo social selecto por el

Psicología del amor: el amor en la pareja 119


Bismarck Pinto Tapia

usuario. Entonces, a mayores aceptaciones de participar en las distintas


actividades (compartir links, revisar noticias, chatear, etc.), má s estrecho es el
vínculo afectivo (Wallace, ob.cit.).

Dutton, Helsper, Whitt, Nai Li, Buchwalter y Lee. (2009) estudian parejas que se
formaron a través del chat o el correo electró nico. La muestra estuvo compuesta
por 14.607 matrimonios. 40% en Reino Unido, 29% en Australia y 33% en
Españ a. Los matrimonios que se conformaron después de relacionarse
virtualmente fueron 6% del Reino Unido, 9% de Australia y 5% de Españ a. El
estudio demuestra que las relaciones por Internet permiten a personas que no
podrían encontrarse hacerlo a través de este recurso informá tico. El conocerse a
través de empresas que utilizan informació n seleccionada a partir de pará metros
científicos, los cuales enfatizan los valores, intereses y la personalidad, conllevan a
una selecció n má s rigurosa y racional por parte del usuario, al contrario de lo que
ocurre en el mundo “real”, los encuentros son má s azarosos.

McKenna, Green y Gleason (2002) investigan 20 grupos de encuentros en


la Internet, de 1600 existentes en ese momento. Eligen una muestra de 568
participantes, 333 mujeres y 234 varones.

Llevan a cabo dos estudios, el primero: “mi yo real y mis relaciones por Internet”.
Plantean un cuestionario con 36 ítems, distribuidos en las siguientes á reas:
ansiedad social, soledad, expresió n del yo real, tipo de relació n, profundidad de la
relació n y comportamientos manifiestos online.

Los resultados muestran que la relació n a través de la Internet facilita la manifestació n


del yo real a diferencia de los encuentros reales. No es necesario el desenmascarar
las características esenciales de los valores e intereses del otro. Muchos
expresaron que las relaciones por Internet son má s profundas y sinceras y que es
un recurso excelente para personas que tienen dificultades para movilizarse fuera
de casa.

El segundo estudio trató sobre “la estabilidad temporal de las relaciones a través
de la Internet”. Se llevó a cabo un seguimiento del grupo participante en el
primer estudio por dos añ os, al cabo de los cuales 354 participantes pudieron
ser contactados nuevamente. De esta muestra 25% disolvieron su vínculo y 29%
establecieron una relació n amorosa. El resto definió vínculos de amistad (21%) o
mantuvieron contactos esporá dicos por la Red (33%).

Las parejas formadas a través de la Internet han permitido la reflexió n acerca del
debate sobre si nos enamoramos de nuestros opuestos o de nuestros similares.
Las personas que se vinculan amorosamente a través de las Redes Sociales, lo

120 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

hacen con aquellas que tienen similitudes, má s fá cilmente rechazan a los que son
diferentes (Dryer y Horowitz, 1997)

Los intercambios afectivos se establecen en una espiral de “me gusta de ti”: uno
expresa los aspectos agradables que percibe en el otro, el otro devolverá con lo mismo.
Los contenidos del intercambio recíproco estás referidos sobre todo a las
actividades, ideas, valores y actitudes y muy pocos a los aspectos físicos. (Wallace,
1999).

Es interesante observar que el resultado de las relaciones probablemente no


difiera de lo que ocurre en los lazos amorosos tradicionales, Warren (1992) escribe
un libro acerca de los criterios que las personas deben usar a la hora de elegir
pareja. Funda e-harmony, empresa encargada de facilitar el encuentro del
compañ ero o compañ era idó nea. Coloca a los candidatos potenciales a través de un
cuestionario antes de que su perfil sea admitido en el sitio, son má s de 200
preguntas y dura aproximadamente una hora en completarse. El sitio afirma que
es responsable de
43.000 matrimonios al añ o en los Estados Unidos (http://www.eharmony.com/).

En e-harmony, emplean criterios de relació n ó ptima adaptados a las condiciones de


los encuentros virtuales: focalizar la felicidad personal, practicar una comunicació n
sincera, practicar el arte de la apreciació n, plantear con firmeza lo que uno quiere
recibir y lo que está dispuesto a dar, revisar continuamente la satisfacció n que
produce la relació n para ambos (Assimos, 2012).

En Bolivia existen alrededor de veinte agencias para encuentros amorosos, visando


la posibilidad de matrimonio (Por ejemplo:
http://bolivia.contactosmatrimoniales.com/)

Una de estas agencias nos ha permitido revisar má s de trescientos protocolos de


candidatos, donde exponen sus características má s importantes y lo que esperan
de su pareja. La informació n comprende aspectos fú tiles como el signo del zodiaco
hasta aspectos fundamentales como las expectativas de vida 33. La responsable de
la agencia nos informó acerca del éxito en la mayoría de las parejas concertadas a
través del sistema.

Los usuarios a las Redes Sociales piensan que no existe diferencia entre la
infidelidad en conexiones reales y los enlaces virtuales. En una pesquisa de 6.000
parejas casadas, el 97% desaprueba que sus có nyuges se vinculen
afectivamente con otras personas en Internet y el 85% estaban en contra del
coqueteo en línea. La desconfianza entre las parejas es relativamente alta un 20%
admite que siente celos por lo que no escatiman esfuerzos en leer los mensajes de
correo electró nico de sus parejas y un 13% comprueba si existen indicios de
infidelidad en las historias
Psicología del amor: el amor en la pareja 121
Bismarck Pinto Tapia

33 Investigación en curso en el IICC.

122 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

publicadas en las redes sociales de sus có nyuges. (Dutton, Helsper, Whitty, Nai Li,
Buchwalter y Lee, 2009).

Las actividades en línea que se consideran comportamientos infieles son: el ciber-


sexo (94%), revelar detalles íntimos (92%), comunicar los problemas de la pareja
(89%), el intercambio de informació n personal acerca de una pareja (88%) y el
coqueteo (85%). (Ob. Cit.).

Jeff Gavin (2006) de la Universidad de Bath concluyó que se necesita un añ o por


lo menos para que una pareja logre un lazo amoroso estable. Investigó con su
equipo las relaciones exitosas en la pá gina de contactos “Match.com”. La muestra
se compuso de 147 parejas, de las cuales el 61 por ciento dijo que disfrutaba de
su relació n.

Varios estudios coinciden con los resultados del estudio piloto de McCown,
Fischer y Homart (2004), donde se identifica que las personas que se vinculan
romá nticamente online tienden a dar crédito a la informació n que reciben aunque
pocos son los que inician su relació n mencionando sus verdaderos nombres. El
porcentaje de personas que pasan la barrera de la amistad es de alrededor del 6%.

Alesandra Dela Coleta y sus colaboradore (2008) estudiaron las expectativas


amorosas de 58 parejas brasileñ as que establecieron vínculos amorosos a través
de la Internet, encontraron que la mayoría de ellas tarde o temprano exigieron
el encuentro cara a cara, no identificaron diferencias entre las características del
enamoramiento posterior en comparació n con parejas que establecieron su
relació n amorosa en el contexto real.

¿Es posible la intimidad en las relaciones amorosas online? Los datos expuestos
hasta el momento motivan a suponer que sí es posible, sin embargo ¿habrá
diferencias en comparació n a las relaciones cara a cara? Scott, Mottarella y Lavooy
(2006) decidieron investigar el problema utilizando la escala que mide la
Intimidad del cuestionario del concepto de amor de Sternberg y la escala del amor
de Rubin. Encuestaron a 546 personas, 159 varones y 387 mujeres, comprendidas
entre los 18 y 59 añ os. Todas tuvieron experiencias amorosas on-line y cara a
cara.

Los resultados indicaron que en ambos casos se producen experiencias de


intimidad, sin embargo, es mayor en el relacionamiento cara a cara. El estudio
manifiesta que la relació n mediada por el computador facilita la comunicació n
sobre todo en la manifestació n del discurso personal: es má s fá cil hablar de uno
mismo a través de la Internet que cara a cara. Queda a favor de la relació n física sin
mediació n de la tecnología la conexió n emocional y sexual, las mismas que en el
caso virtual son superficiales.

Psicología del amor: el amor en la pareja 123


Bismarck Pinto Tapia

Otro cuestionamiento que surge inevitablemente cuando abordamos el tema de


las relaciones romá nticas online, es el riesgo de que una persona quede vinculada
con un criminal. Yip, Shadbolt y Webber (2012) revisan las características de la
comunicació n online que favorecen a los cibercriminales: pueden mantener su
anonimato y crear niveles elevados de confianza, obtener con facilidad informació n
de sus víctimas.

Si partimos de la premisa segú n la cual, los usuarios de las Redes Sociales asumen
como verídica la informació n que reciben (Blank y Dutton, ob.cit.), entonces los
cibercriminales pueden involucrarse sentimentalmente con personas ingenuas
(Lusthaus, 2012). A pesar de los evidentes riesgos, los psicó patas también pueden
encantar a sus víctimas en relaciones cara a cara (Garrido, 2000).

Los vínculos amorosos online, confirman el modelo bá sico del enamoramiento


expuesto anteriormente. No solamente los factores bioló gicos establecen la
atracció n, sino que la personalidad juega un papel determinante en el
establecimiento de la permanencia del lazo amoroso. En el enamoramiento cara a
cara, los primeros factores que se ponen en juego son los relacionados con la
atracció n sexual física, mientras que en la atracció n virtual será n los concernientes
a la psicología: personalidad, valores, intereses y narrativa.

3.2.3. El síndrome del Chiru Chiru y Lorenza.


Le ordeno a usted que me quiera.
Francisco Franco

Cuenta la leyenda colonial referida por el cura Emeterio Villarroel (1789) que una
joven e imprudente mozuela llamada Lorenza Choquiamo se enamoró perdidamente
de un ladronzuelo de mal vivir -aunque reivindicado por las idas y venidas de la
historia como una especie de Robin Hood andino- de nombre Anselmo Belarmino
y apodado el Chiru Chiru o Nina Nina.

La consecuencia de aquel evento amoroso fue la tragedia: el padre de Lorenza


acuchilló al Chiru Chiru, quien a pesar de la milagrosa intervenció n de la Virgen
de la Candelaria, murió después de un legítimo arrepentimiento, los cronistas lo
refieren a su mal vivir, pero queda la posibilidad, que se haya lamentado por haber
dado lugar al amor con aquella moza.

El Síndrome del Chiru Chiru (SCHL) y Lorenza, hace referencia al enamoramiento


dirigido a personas peligrosas.

124 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La atracció n eró tica no discrimina el status de las personas, simplemente ocurre


regida por la ley de la evolució n que indica que debemos elegir a la persona que
asegure la continuidad de nuestros genes. A la naturaleza no le importa que el
sujeto del deseo sea un pobretó n psicó pata o un ricachó n generoso, una bella
limítrofe o una fea bondadosa, le interesa ú nica y exclusivamente un macho
dominante y una hembra fértil.

Los amores ingenuos son marca indeleble de la fastuosidad hormonal de los


primeros añ os durante la adolescencia. No importa la condició n social, ni la
historia personal, ni valores, ni nada de nada, interesa simplemente la
predisposició n al juego eró tico generalmente sin coito, dando lugar a los
malestares propios del falling in love (caer en el amor).

Las relaciones amorosas prematuras, son por lo tanto las má s proclives a terminar
convertidas en el SCHL. Los jó venes que provienen de familias donde la expresió n
física del afecto es una excepció n, experiencias intensas de duelo y de las familias
donde los padres atraviesan una crisis conyugal, es má s probable que establezcan
vínculos de pareja afectivos como sustitutos de la carencia amorosa familiar.
Cuando la necesidad afectiva es saciada por su pareja o el proceso de duelo
concluye recién se percatan de quien es el objeto de su enamoramiento, puede
ocurrir que el azar favorezca un buen vínculo, pero también se corre el riesgo de
que la elecció n sea infortunada y la pareja resulte un ser humano maligno.

El SCHL puede producirse como la rebelió n de un (a) adolescente reprimida. La


pregunta que se hace es ¿có mo vengarme de estos padres injustos? La respuesta:
¡enamorarme del Chiru Chiru! Traer a casa la antítesis de los valores familiares y
ademá s expresando que se lo ama, es como poner una bomba ató mica, la familia
entra en crisis, la adolescencia penetra en ella con toda su fuerza, pero puede ser
innecesaria y dejar ruinas en vanos o a pesar de ella el sistema familiar mantener
su rigidez y por ende no propiciar ningú n cambio.

El SCHL también se manifiesta cuando una personalidad maligna seduce a una


persona ingenua. Los narcisistas malignos y los psicó patas (varones y mujeres)
tienen la habilidad de mostrarse atractivos para adolescentes y jó venes inexpertos
(Garrido, 2001).

La película españ ola “La vida de Nadie” 34 muestra el proceso de conquista de un


narcisista: se presenta como un bonachó n dispuesto a ayudar a cambio de nada,
ofrece aquello que la joven necesita hasta ocasionar la necesidad de retribució n

34 Película española (2003), dirigida por Eduard Cortés.

Psicología del amor: el amor en la pareja 125


Bismarck Pinto Tapia

ante tanta generosidad, por lo que finalmente, fá cilmente la presa cae en las garras
del depredador. Si bien la película tiene un final feliz para la víctima, las historias
en el mundo real suelen terminar muy mal para ellas, por ejemplo: descubrir que
el encantador está casado y tiene hijos, quedar embarazada y percatarse que se
tendrá que asumir la crianza del bebé en completa soledad, terminar en el hospital
o en la morgue.
Una historia real del SCHL con una personalidad maligna fue la relació n entre el
asesino serial Charles Starkweather y la adolescente Caril Fugate. Charles asesinó
a la madre de Caril porque no estaba de acuerdo con el romance y después mató al
padrastro. Caril ayudó a su enamorado a limpiar la escena del crimen.
Starkweather fue sentenciado en la silla eléctrica después de haber asesinado a 11
personas y Caril cumple cadena perpetua debido a su comlicidad (Leyton, 2005).
Sin embargo, el SCHL puede darse fuera de una relació n inmadura u otra
patoló gica, puede simplemente ocurrir entre dos personas pertenecientes a
mundos diferentes en los cuales su pareja jamá s será aceptada. Ejemplos de este
tipo de vínculos se dan cuando existen diferencias étnicas, econó micas, religiosas,
generacionales, de orientació n sexual, etcétera.
¿Qué pueden hacer las personas que se dan cuenta de la incompatibilidad amorosa
de los portadores del SCHL? ¡Nada! Es má s, por lo general la intervenció n
incrementa el deseo y fortifica el vínculo eró tico de la pareja. El riesgo de que
los amantes tomen decisiones siniestras se hace mayor cuando agentes externos
intervienen tales como el suicidio, asesinato o el suicidio-asesinato.
Los portadores del SCHL se enajenan del mundo y se insertan en las profundidades
de la pasió n, anulan la racionalidad y la moralidad, só lo existen el uno para el
otro en una simbiosis con un fuego aparentemente inagotable. Al cerrarse ante el
mundo crean un sistema de creencias fundamentado en sus ilusiones eró ticas
donde todo es posible y aceptable, incluyendo el destruir a los demá s tal como
ocurrió con la patética relació n de los delincuentes estadounidenses Bonnie
Elizabeth Parker y Clyde Champion Barrow.
Lo que sí es posible es prevenir el SCHL, cuatro son las á reas en las cuales los
padres deben trabajar: el afecto físico, las alternativas vocacionales, la sexualidad y
la conyugalidad armoniosa.

Es imprescindible que nuestros hijos reciban caricias psicoló gicas y físicas, deben
sentirse queridos por todos los flancos posibles, sin que ello signifique anular los
límites, deben reconocerse amados y aceptar la necesidad de respetar a los padres.

126 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Desde pequeñ os los hijos deben aprender a buscar sus potencialidades, esto se
hace ampliá ndoles el mundo, fomentando la bú squeda de su realizació n,
mostrá ndoles alternativas para que aprendan a elegir y comprendan que pueden
elegir sin ser censurados.

La sexualidad debe insertarse dentro de la sensualidad, comprendida como la


posibilidad de disfrutar de la vida con todos los sentidos, el placer no se limita a la
genitalidad, sino que abarca toda la gama de sensaciones físicas agradables. Los
hijos deben comprender, ademá s que el amor es mucho má s que el erotismo, el
primero es fruto de la convivencia, el segundo es inmediato y efímero.

Lo má s difícil se sitú a en el á rea conyugal de los padres, donde los hijos verá n lo
que es una relació n de pareja que será la base de sus propias relaciones amorosas.
Deben aprender que el amor no se reduce a la pasió n, sino que los padres negocian
sus diferencias y que la vida personal no se somete a la vida conyugal.

El SCHL difícilmente concluye en una relació n de pareja armoniosa, lo comú n es


que la relació n se rompa luego de una profunda crisis que deriva en la decepció n
de uno o ambos amantes. La psicoterapia individual es usual para reparar el dañ o
psicoló gico sufrido en la víctima.

3.3. La simbiosis.

Estoy enferma de ti,


maltrecha adolorida.
Otros brazos me buscan
y no puedo abrazarlos.
Me besan y no puedo
responder con mis labios.
Renata Durá n.

“Simbiosis” es un término de la biología, usado para referirse a la unió n entre dos


o má s especies distintas para facilitar la supervivencia; por ejemplo, la anémona
de mar y el cangrejo ermitañ o: la primera ofrece protecció n debido a sus
tentá culos venenosos y el segundo movilidad.

La idea romá ntica del amor favorece el establecimiento de esta etapa como si
se tratara de la meta que toda relació n de pareja debería alcanzar. Dicha idea se
patentiza en la concepció n del amor como el encuentro entre dos medias naranjas
(De Angelis, 1994).

Psicología del amor: el amor en la pareja 127


Bismarck Pinto Tapia

Quizá s la metá fora sea una pobre emulació n del mito del andró gino relatado en
“El Banquete” de Plató n (edició n 1970). Aristó fanes cuenta que al inicio de los
tiempos existían tres sexos: los varones, las mujeres y los andró ginos. Estos
ú ltimos eran redondos, tenían cuatro brazos y cuatro piernas, dos rostros y los
genitales masculinos estaban junto a los femeninos por lo que no procreaban como
el resto de los mamíferos, sino que derramaban sus semillas en el suelo.

Los andró ginos eran arrogantes e intentaron subir al cielo para enfrentar a los
dioses. Ante la afrenta Zeus decidió partirlos por la mitad. Apolo se compadeció
de los pobres mutilados y curó sus heridas. Desde aquellos tiempos el Amor
intenta unir las partes separadas, de tal manera que cuando se encuentran se
funden para toda la vida haciendo que dos se conviertan en uno indivisible.

Ir al encuentro de nuestra media naranja es buscarnos a nosotros mismos en el


otro, y si el otro no es como queremos vernos, lo debemos convertir en lo má s
parecido a nosotros. Se trata de personas que no escarmentaron con la
desafortunada muerte de Narciso, aquel vanidoso que se lanzó al agua en el afá n de
amarse a sí mismo.

¡Por supuesto que existen personas que encontraron su símil! Esas parejas
excepcionales justifican el mito del andró gino y echan por tierra el suicidio de
Narciso. Pero son excepciones, no la regla. La mayoría de las personas se vincula
amorosamente con un desconocido. Durante la etapa de la conquista se puede
recurrir a la seducció n a través de la sugerencia de similitud, pero será recién
en la convivencia cuando los có nyuges descubran sus diferencias y aprendan a
negociarlas, a la par que compartirá n actividades comunes y construirá n nuevos
espacios de relació n. Nadie sabe de quien realmente se está enamorando hasta que
se desencanta.

La simbiosis amorosa se produce entre dos personas inmaduras. La inmadurez la


defino como la incapacidad de valerse por sí mismo, desvincularse de la familia de
origen y asumir responsabilidades sociales. Gikovate (1996) asocia la simbiosis al
encuentro de dos seres incompletos, el amor en cambio, só lo es posible entre dos
personas completas.

No es posible una relació n amorosa cuando no tienen nada propio que entregarse
el uno al otro, el juego del amor obliga a la reciprocidad, por lo que se hace
indispensable el dar y recibir desde la pertenencia. Un amante adolescente
depende de sus padres, no ha definido el sentido de su vida, en sí no tiene
nada suyo a no ser su cuerpo. El vínculo entre dos adolescentes no es
amoroso, es eró tico. O en términos de Sternberg (1989), só lo puede ser
“encaprichamiento” (pasió n) o “romá ntico” (pasió n + intimidad); pero no puede
establecerse un amor pleno,

128 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

porque no existe la posibilidad del compromiso. Por esas razones es que la


simbiosis es una etapa típica de los romances juveniles, aunque no su exclusividad,
porque puede ocurrir en cualquier momento de la vida.

La simbiosis se refiere al establecimiento de un vínculo de pareja


interdependiente: el uno creo que no puede ser sin el otro. Caillé (1992) plantea
que la suma en el amor es de 1 + 1 = 3, significando que una persona va al
encuentro de otra y entre ambos construyen una nueva entidad denominada
“nosotros”. En cambio, en la simbiosis lo que se da es: 1 + 1= 1, en el sentido de que
una persona se aferra a la otra y la otra hace lo mismo.

Las frases que identifican a esta etapa entre otras, son las siguientes: “Sin ti no
vivo”. “Te necesito”. “Nunca cambies”. “Jamá s me dejes”. “Somos el uno para el
otro”, etcétera.

La pareja evita reconocer al otro como es, impone la imagen que se ha construido
de la persona y no permite que haya ninguna incongruencia. El otro en su afá n de
complacer para mantener la unidad se niega a sí mismo y se ajusta a las exigencias
especulares del otro. Ambos se entregan a un juego de espejos infinitos hasta
perderse a sí mismos.

La simbiosis es el producto emergente de un sistema cerrado (Bertalanffy,1995):


nada entra ni nada sale. Se niega la individualidad, se restringe la libertad. Nada
puede ser más importante que el otro, nada que no involucre a la pareja es
permitido. El fundamento de la ligazó n es el sacrificio y por la regla de la
reciprocidad, si uno renuncia a algo el otro también debe hacerlo. La pareja se aísla
del mundo exterior, se constriñ e y la diferenciació n se hace imposible.

Cada uno está hipnotizado por el otro: “A menudo, los có nyuges se sienten
individualmente atrapados en un diá logo vertiginoso en el que se profieren
palabras dolorosas e hirientes y se estimulan estados de conciencia hipnó ticos”
(Kershaw, 1994). La pareja no puede salir del trance porque el hipnotizador
también lo está . Se niega el dolor, se anulan las pérdidas, cada uno ha entregado la
totalidad de su vida al otro y nada propio les queda.

La atadura es imposible de cortar, cualquier intento conlleva a enfrentar la soledad


en el mundo exterior, por lo tanto es mejor retornar al juego interminable.
Cualquier intento por abandonarlo es descalificado por el otro, el terror al
abandono se inserta ferozmente en el corazó n de los amantes, dispuestos a
cualquier cosa por mantener al otro. Ninguno de los dos puede autorrealizarse
porque todo debe estar dispuesto hacia el mantenimiento del vínculo.

Psicología del amor: el amor en la pareja 129


Bismarck Pinto Tapia

El aislamiento ocasiona que no sea factible el ingreso de incertidumbre externa,


porque lo de afuera no importa. Pero al cerrarse, el má s mínimo desequilibrio
interno produce conflicto, es por eso imprescindible la bú squeda interminable de
la estabilidad perpetua. La consecuencia es que la relació n eró tica tarde o
temprano dará lugar a una relació n violenta.

3.3.1. Tipos de simbiosis.


Existen dos tipos de simbiosis: simétrica y complementaria (Watzlawick, Beavin
y Jackson, 1971). La simbiosis simétrica ocurre cuando ambos miembros de la
pareja intentan igualar su conducta recíproca: si uno da el otro debe devolver en la
misma proporció n y así sucesivamente generando progresiones simétricas.

La simetría puede ser positiva cuando la entrega es beneficiosa para el otro, como
en el caso de las caricias; es negativa cuando la donació n es perjudicial, como
ocurre con los golpes e insultos. A una caricia el otro responde con otra caricia, a
un golpe el otro responde con otro golpe. Como no existen posibilidades de
enriquecer el repertorio porque no hay salida del sistema, se oscila entre la
simetría positiva y la negativa. Para continuar el juego los amantes deben provocar
situaciones que permitan su continuidad. Es lo que pasa en el círculo de la
violencia: maltrato, arrepentimiento, promesa de reparació n, éxtasis, nuevo
maltrato (Madanes, 1993).

En la simbiosis complementaria, uno domina y el otro es dominado, es una relació n


de un padre o madre hacia un hijo o hija. Uno sabe, el otro es ignorante; uno
protege el otro es indefenso. La dependencia es de ambos, no puede existir el
mandó n sin la persona obediente. Para mantener el juego los amantes boicotean
la posibilidad del cambio, cuando el que cumple el papel de dominado alcanza las
exigencias del dominante, cualquiera de los dos busca una alternativa para
continuar en el mismo estado de poder, ¡el cambio no es suficiente! También puede
darse que intercambien los roles, el dominante se hace dominado y viceversa.

Los extremos patoló gicos de la simbiosis son el asesinato y el suicidio. El


“asesinato pasional” ocurre en parejas simbió ticas cuando uno de los amantes no
tolera el desencanto, cuando el otro sale del trance hipnó tico y quiere terminar la
relació n. También uno de los miembros de la pareja puede matar al otro cuando se
ha quebrantado alguna de las reglas establecidas en la relació n.

El suicidio puede ser de dos maneras, como un recurso de manipulació n o como


una salida ante la desesperació n. Cuando uno de los dos decide salir de la
simbiosis, el otro puede amenazar con suicidarse y ejecutar la amenaza ante el
“abandono”. La otra opció n se da cuando la persona se siente desamparada,
engañ ada o abandonada por el otro, la sensació n de soledad, el reconocer que se ha
obsequiado
130 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia

la vida a alguien que no la merecía y la vergü enza hacia los que dijeron que la
relació n no valía la pena y no se les escuchó se hacen insoportables, por lo que la
muerte se presenta como la mejor opció n.

3.3.2. Etiología de la simbiosis.


a) Quienes provienen de familias hiperprotectoras (Nardone, Giannotti y Rocchi,
2003). Una familia hiperprotectora es aquella en la que los adultos sustituyen
continuamente a los hijos, hacen su vida má s fá cil, intentan eliminar todas las
dificultades, llegando a hacer las cosas en su lugar. Se ha configurado un apego
inseguro ansioso del tipo ambivalente (Bolwby, 1988), el niñ o/la niñ a han sido
incapaces de desarrollar una afectividad segura, han sido asfixiados por sus
cuidadores, no saben si los quieren cerca o lejos. En su desarrollo los
cuidadores han sido incapaces de abandonar la idea de que son niñ os. La
desvinculació n es imposible, los hijos jamá s podrá n valerse por sí mismos
(Cancrini y La Rosa, 1996). La simbiosis se produce cuando encuentra una
persona que lo reconoce como alguien que puede proteger. Se trata de un
pseudo adulto porque ha construido una imagen de sí mismo a partir de la
idealizació n de la madurez, es alguien que se presenta como un sabelotodo sin
haber tenido experiencia con la vida.

b) Quienes provienen de familias sacrificantes (Nardone, Giannoti y Rocchi,


ob.cit.). Las familias sacrificantes se caracterizan por partir del principio
segú n el cual para ser aceptado por el otro es necesario sacrificarse. Como
resultado se produce la insatisfacció n de los deseos personales y la continua
condescendencia con las necesidades de los demá s. Los hijos se han criado
en un sistema afectivo de apego inseguro por evitació n, han sido castigados
cuando se atrevían a darse algú n placer. El mandato familiar es que los padres
se sacrifican por los hijos y éstos deberá n hacerlo por sus padres. Es
inaceptable la desvinculació n de los hijos porque deben cuidar de sus padres.
La simbiosis ocurre cuando la persona encuentra alguien que le ofrece la
oportunidad de cambiar de objeto de sacrificio: en vez de sacrificarse por sus
padres deberá sacrificarse por ella. Se configura una relació n afectiva “sado-
masoquista” (Willi, 1993) porque para mantenerse juntos será necesaria la
presencia del sufrimiento, uno se presentará como sanador y el otro como
sufriente.

c) Quienes pertenecen a una familia autoritaria. Una familia autoritaria se


caracteriza porque los padres esperan que los hijos sean obedientes, para
lograr tal fin se recurre al castigo y al maltrato ( Nardone, Giannoti y Rocchi,
ob.cit.) . Los hijos crecen en un ambiente hostil que les produce miedo y
desconfianza, con el tiempo el temor se convierte en furia contenida y
necesidad de venganza.
Psicología del amor: el amor en la pareja 131
Bismarck Pinto Tapia

La afectividad ha sido formada en un estilo de apego inseguro por evitació n,


de ahí la necesidad de evitar la intimidad y fomentar la pasió n desenfrenada
que se patentiza en la violencia por la necesidad imperiosa de posesió n. La
desvinculació n es aparente (Cancrini y La Rosa, ob.cit.) porque es difícil
abandonar el resentimiento. Estas personas se hacen simbió ticas con alguien
que les permita alimentar la sensació n de dominio y que posibilite la
proyecció n de la venganza.

d) Quienes han sido desplazados. Aquellas personas que sufrieron el desplazamiento


afectivo de sus padres hacia un/una hermano/hermana o el advenimiento
intempestivo de una enfermedad cró nica en alguno de los miembros de la
familia, buscará n compensar su carencia con alguien que esté dispuesto a
devolverles la atenció n y el cariñ o perdidos.

e) Quienes han sufrido una pérdida irreparable. Tanto en el caso del duelo no
resuelto (Worden, 1997), como en la pérdida ambigua (Boss, 2003), la persona
que no encuentra en su familia los recursos para terminar el duelo o afrontar
la ambivalencia ante una pérdida inminente, pueden establecer una relació n
simbió tica con alguien dispuesto al consuelo y a devolverle la esperanza.

f) Quienes no han tenido experiencias amorosas previas. Personas que no


experimentaron las fases del amor y tampoco sufrieron pérdidas amorosas,
cuando son presas del enamoramiento pueden fá cilmente caer en la creencia
de que encontraron al amor verdadero y alentar la atadura simbió tica.

3.3.3. Evolució n de la simbiosis.


a) El enamoramiento. Dos extrañ os se sienten atraídos sexualmente, luego
ambos se involucran en un juego amoroso altamente erotizado. La inhibició n
del impulso sexual ocasiona estados alterados de la conciencia que fomentan
la idea de estar frente a algú n designio misterioso. El enamoramiento fugaz
como empezó se desvanece, dando lugar al despertar y reconocer con quién la
persona se involucró .

b) La simbiosis “normal”

En los primeros amores juveniles es comú n el establecimiento de una etapa


simbió tica caracterizada por la exacerbació n de las pasiones. La relació n de
pareja se centra en la sexualidad hasta que surge la necesidad de diferenciarse
del otro. Uno o ambos amantes reconocen que el vínculo los está privando
del crecimiento personal por lo que van espaciando los encuentros o rompen
abruptamente la relació n. Una vez propiciado el distanciamiento recién pueden

132 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

contemplar las ventajas y desventajas de su relació n para decidir si la


continú an o la detienen.

c) Imposibilidad de aceptar el desencanto. Una vez que disminuye el deseo


sexual, la pareja necesita reconocerse y evaluar la compatibilidad. Las
relaciones amorosas normales pasan del enamoramiento al desencanto sin
estancarse. Las parejas simbió ticas evitan afrontar la diferencia entre la
imagen ideal y la real (Hendrix, 1997), por lo que mantienen la idealizació n de
la relació n. Ante las muestras de que lo real difiere de lo ideal surgen los
recursos de resistencia al cambio.

d) Mantenimiento de la simbiosis. Para evitar el cambio, la pareja se ve obligada a


aislarse y a proponer juegos simétricos o complementarios infinitos. Se
plantean reglas absurdas para evitar el encuentro basadas en la siguiente
proposició n: “evita que cambie y yo haré lo mismo contigo”. El resultado es una
relació n posesiva, el otro es un objeto que se debe preservar.

e) Celos. La necesidad de evitar el desprendimiento del otro conlleva a la


producció n de delirios celotípicos y conductas de control asumidas como
reglas indispensables para mantener el “amor”. Cualquiera de afuera de vuelve
una amenaza para la relació n por lo que el cimiento del vínculo debe ser la
“sinceridad” y la “fidelidad” absolutas. El contenido de la comunicació n es la
revisió n de las reglas y la competencia sobre cual de los dos es má s fiel y má s
sincero. Los celos son miedos al abandono y a ser reemplazado por otro,
reflejan las características del apego inseguro de la infancia.

f) Violencia. Como es imposible la certeza, má s aú n la referida a los sentimientos


del otro, las pruebas del amor son insuficientes para esclarecer la lealtad del
amante. Las exigencias se incrementan, las reglas se hacen má s rígidas, el
mundo debe reducirse cada vez má s para que só lo el uno sea el satisfactor
del otro. La consecuencia es la transgresió n de las normas porque el límite
entre lo permitido y lo prohibido se ha ido haciendo má s estrecho. Ante la
contravenció n emana la desesperació n y ésta activa la violencia como ú ltimo
recurso para mantener el sistema estable. La violencia se convertirá así en el
problema que la pareja debe resolver sin darse cuenta que está llenando el
vacío producido por la falta de individualidad.

g) El círculo vicioso de la violencia. Madanés escribió : “Cuanto má s intenso es el


amor, más cerca está de la violencia, en el sentido de posesió n intrusiva”
(Madanes, ob. cit.). El maltrato conlleva al arrepentimiento en el abusador y en
la pareja simbió tica a la negació n del dolor a través de dos posibles
racionalizaciones:

Psicología del amor: el amor en la pareja 133


Bismarck Pinto Tapia

“me lo merezco” y/o “va a cambiar”. El asumir la responsabilidad por la maldad


del otro y el alentar esperanzas de cambio evitan que sea posible reconocer
que nadie tiene derecho de lastimarnos. Puede ocurrir también que los actos
de violencia saquen del trance a la persona maltratada y que ésta intente
romper el vínculo, pero al intentarlo se incrementa la agresió n del otro
por lo que la persona lastimada se mantiene en la relació n por el miedo.
Después del arrepentimiento se produce la promesa del “nunca má s” y la
reconciliació n generalmente expresada de manera sexual. Cualquiera haya sido
el problema que la violencia intentó resolver, éste no ha desaparecido, por lo
que volverá a manifestarse la conducta opresora.

h) El matrimonio como solució n. Algunas parejas simbió ticas deciden casarse como
consecuencia de dos posibilidades: la primera, confunden su estado simbió tico
con el verdadero amor o la segunda, ven en el matrimonio la esperanza de salir
del círculo vicioso.

i) La colusió n. Si la pareja simbió tica empieza a convivir, enfrentan inicialmente


los problemas de adaptació n frecuentes en la primera etapa del matrimonio,
esto puede distraer durante un tiempo el estado de interdependencia, pero
má s tarde volverá n a surgir los impasses producidos por la atadura. El
matrimonio añ ade el compromiso lo que dificulta aú n má s la posibilidad de
diferenciació n entre los miembros de la pareja. Ambos esperan ver satisfechas
sus necesidades infantiles con má s ahínco que antes porque cumplieron el
sueñ o de estar juntos para siempre. No podrá n estar juntos ni separados.
Algunas parejas verá n en el divorcio la solució n, pero éste se convertirá en una
manera má s de mantenerlos unidos.

j) La triangulació n. La simbiosis só lo puede mantenerse si se introduce un


tercero. Es así que el nacimiento de un hijo permite a los có nyuges asumir un
nuevo rol: padres. Tarde o temprano, sin embargo volverá la angustia y se
peleará para que el hijo se vuelva aliado de uno en contra del otro o para
protegerse del otro (Guerin y Fogarty, 2000).

3.3.4. La colusió n
El concepto de colusió n fue acuñ ado por Jü rg Willi (1993) para referirse al
“inconsciente comú n” en la relació n conyugal Segú n este autor, la colusió n es la
presencia de un juego de pareja donde los conflictos se repiten constantemente en
una sucesió n relacional de acercamiento y alejamiento. Se trata de dos contra un
tercero: el terapeuta, los hijos, el o la amante, etc.

134 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La pareja no soporta la intimidad pero tampoco soporta la separació n, de ahí que


cuando se encuentran cercanos el uno del otro se sienten asfixiados y se alejan;
cuando está n lejos no toleran la soledad y vuelven a buscarse (Pinto, 2010).

La colusió n se establece como un reclamo de afectos infantiles entre ambos


có nyuges, lo que conlleva a una irreal construcció n de la imagen del otro, puesto
que la misma es un constructo personal (Botella y Freixas, 1998) que toma como
referencia a las experiencias de la infancia.

El amor só lo se puede constituir cuando se abandonan tales expectativas y se


reconoce al otro como un legítimo otro en la convivencia (Maturana, 1997).
Forjarse expectativas imposibles de ser satisfechas por la pareja determina un
vínculo patoló gico capaz de destruir la vida de cada uno de los có nyuges en lugar
de la construcció n amorosa del “nosotros”.

La teoría del apego adulto señ ala que el estilo de apego durante la infancia influirá
en la relació n conyugal adulta debido a que se activan las carencias y excesos
recibidos de los cuidadores (Mikulincer y Shaver, 2008).

El intercambio amoroso se da en vínculos de reciprocidad simétrica. En la colusió n


en cambio el vínculo es complementario, uno dominante y el otro dominado o uno
protector y el otro protegido. Lo que Willi denomina relació n progresiva –
regresiva (ob.cit.).

En la colusió n el triá ngulo del amor siempre será incompleto. El amor pleno se
constituye por la presencia de los tres elementos identificados por Sternberg
(1998): intimidad, pasió n y compromiso. La pareja colusionada evitará alguno de
los componentes del amor y exacerbará otro, por ejemplo en la estructura de
personalidad histérica, la persona enfatiza la bú squeda de la intimidad a través de
la manifestació n exagerada de la pasió n evitando el compromiso; en el caso del
trastorno de personalidad dependiente, la persona rechaza la pasió n y exacerba la
intimidad a la par que exige el compromiso.

Los padres colusionados como pareja triangulan a sus hijos; ante la tensió n en
la díada se producen emociones intensas en la familia, las cuales producen un
triá ngulo relacional estabilizador (Guerin, Fogarty y Gilbert, 2000) Por lo tanto,
donde existe un hijo triangulado existirá n unos padres colusionados en su relació n
conyugal.

La importancia de la emancipació n juvenil es analizada con detenimiento por


Haley (2006), quien destaca la importancia de la misma en la configuració n de
psicopatologías, Para este autor, el momento má s difícil del ciclo vital familiar se

Psicología del amor: el amor en la pareja 135


Bismarck Pinto Tapia

produce durante la adolescencia debido a que los hijos deberá n dejar el hogar de
sus padres. Cuando un hijo se encuentra triangulado, la emancipació n será difícil e
inclusive imposible.

La emancipació n es el proceso por el cual el joven se hace independiente


econó micamente de sus padres. Sin embargo, segú n Cancrini y La Rosa (1996) la
emancipació n es secundaria a la desvinculació n.

La desvinculació n implica un proceso de independencia afectiva hacia la familia de


origen, es decir, la persona deja de hacer sus cosas para satisfacer las expectativas
familiares. Durante la desvinculació n se generan cuestionamientos a los mitos
familiares, confrontació n a las expectativas de los padres y el estado naciente del amor.

Alberoni (2005) es quien mejor define al enamoramiento: “es el estado naciente de


un movimiento colectivo de dos”. Es un estado naciente, porque se instaura como
una novedad bioló gica y cognitiva en los amantes, al mismo tiempo se constituye
en un movimiento colectivo, porque es revolucionaria cuando cuestiona los afectos
recibidos en el seno familiar, ademá s de poner en tela de juicio las expectativas de
los padres al cotejarlas con las expectaciones del enamorado.

La desvinculació n en una familia estructurada a partir de una triangulació n a veces


só lo es posible si se presenta un intenso enamoramiento que produzca niveles de
entropía incapaces de ser reducidos por la regulació n del sistema conyugal, no
quedando otra alternativa que permitir la salida del elemento homeostá tico.

Son frecuentes las historias de amor escabrosas perpetradas por amantes que
contravenían todas las normas de la familia, por ejemplo la novela de Shakespeare:
“Romeo y Julieta”. Lo lamentable de esas historias romá nticas es que suelen acabar
con la muerte de uno o ambos amantes. En la vida real, una vez que el intruso
cumple la funció n de “salvar” a la persona triangulada, la relació n conyugal deja de
tener sentido, por lo que en la mayoría de los casos esos matrimonios se quiebran,
y en no son pocas las personas que vuelven al triá ngulo.

Es posible afirmar que la colusió n es una relació n entre dos personas que no
lograron desvincularse de sus familias de origen. No es posible el amor si aú n se
sigue siendo hijo. El amor lo exige todo, es indispensable jugarse entero, por lo
que no se puede establecer un vínculo amoroso entre dos personas incompletas
(Gikovate, 2005).

Para que no se produzca la colusió n es indispensable dos seres humanos


emancipados y desvinculados de sus familias de origen. La emancipació n exige
responsabilidad social y la desvinculació n madurez afectiva.

136 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La experiencia amorosa só lo es posible entre dos personas que asumen su soledad


y que no imponen expectativas infantiles hacia su pareja. Asumir la soledad
significa entender que es imposible la felicidad otorgada por el otro; amar no es
necesitar del otro, menos obligar a que el otro ame como se espera ser amado.
El amor va de la mano con la libertad, un amor que posee no es amor, es odio,
porque odiar es obligar a que el otro ame como uno desea ser amado.

La imposició n de expectativas infantiles es creer que el otro debe ajustarse a los


requerimientos afectivos personales, en lugar de aceptar incondicionalmente la
forma de ser del otro.

Aquellas cosas que impiden la convivencia deben negociarse con racionalidad,


algunas se podrá n resolver, otras se podrá n tolerar. La reciprocidad obliga a que
si uno cede el otro también lo haga, la escalada simétrica del amor permite el
crecimiento individual; mientras que la lucha de poder ocasiona la escalada
simétrica de la violencia.

Ú nicamente cuando la pareja es capaz de decir adió s a su familia de origen podrá


dejar de mirar a su pareja para comenzar a mirar en la misma direcció n para
construir al fin un “nosotros”, ademá s podrá retornar a la casa de sus padres para
cuidarlos en la vejez o acercarse a ellos para sentirse protegidos sin, libre de culpa
y rencores.

3.4. El desencanto.

Oh tú que me subyugas ¿Por qué has llegado tarde?


¿Por qué has venido ahora cuando el alma no arde,
cuando rosas no tengo para hacerte con ellas
una alegre guirnalda salpicada de estrellas?
Alfonsina Storni

La ley del fuego es consumirse.


Michel Quoist

Ya he explicado la inhibició n del deseo sexual que da lugar al proceso fisioló gico
del enamoramiento. Ademá s de producirse los intrincados cambios bioquímicos en
nuestro organismo, se producen a nivel cognitivo una serie de constructos que dan
lugar a los juegos psíquicos de la atracció n.

Psicología del amor: el amor en la pareja 137


Bismarck Pinto Tapia

El concepto de constructo cognitivo proviene de la filosofía de Kant (1724-1804):


consideraba que la realidad era aprehendida a partir de la construcció n de
esquemas mentales, los cuales son las referencias de la realidad. No es necesaria la
presencia real del objeto, sino que se le da sentido a partir de la existencia de
esquemas mentales predeterminados. En ese sentido, son dos las fuentes del
conocimiento: la primera es la recepció n simple del objeto, la segunda es su
representació n a partir de la organizació n que le da el pensamiento.

Los postulados kantianos retornan al pensamiento idealista de Plató n segú n el cual


la realidad es inaprensible porque no podemos conocer la esencia de las ideas. En
“La Repú blica” el filó sofo griego recurre a una historia: delante de una caverna
está n unos prisioneros que no pueden moverse porque se encuentran
encadenados. La caverna es iluminada por una fogata, entre el fuego y los reos
existe un camino cercado por un muro donde se reflejan los objetos que
manipulan los hombres que está n dentro de la cueva. Plató n reflexiona de esta
manera: “¿crees que esos hombres han visto de sí mismos o de otros algo que no
sean las sombras proyectadas por el fuego en la caverna, exactamente enfrente de
ellos…Si, pues, tuviesen que dialogar unos con otros, ¿no crees que convendrían en
dar a las sombras que ven los nombres de las cosas?”. (Plató n, ob.cit. pá g. 259) .

Piaget (1896-1980) desarrolla la Psicología Genética a partir del postulado de que


la realidad es una construcció n de la mente. Segú n el bió logo suizo organizamos
la realidad a partir de tres procesos cognitivos: la acomodació n, la asimilació n y la
adaptació n. Cuando detectamos un estímulo nuevo necesitamos acomodarlo a una
representació n previa, es decir lo comparamos con nuestra experiencia, luego lo
adaptamos para darle sentido y finalmente lo asimilamos al interiorizarlo como un
concepto.

El psicó logo cognitivo George Kelly (1905-1967) aplica la concepció n de la


construcció n de lo real a partir de esquemas mentales al estudio de la
personalidad, para ello acuñ a el término “constructo personal”, definido como la
organizació n de la realidad a partir de similitudes y diferencias entre el objeto
percibido y la hipó tesis elaborada desde la experiencia. Por eso un hecho puede ser
interpretado de distintas maneras dependiendo del constructo personal de los
observadores. (Botella y Feixas, 1998).

Existe evidencia en el campo neuropsicoló gico que confirma las teorías


constructivistas de Piaget y Kelly. Por ejemplo, en el campo de la percepció n visual
se ha establecido que vemos aquello que es reconocido por los mapas visuales
corticales, es por eso que podemos afirmar que el color y el movimiento de los
objetos son construidos por la corteza cerebral. Zeki (1995) denominó a esos

138 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

esquemas corticales “mapas construccionales”. La construcció n del color de un


á rea del cerebro debe comparar informació n que procede al mismo tiempo de
varias zonas del campo visual, lo propio pasa con la percepció n de la forma: se
relacionan unas partes adyacentes con otras para definir la estructura de un objeto
y luego poderlo identificar como un estímulo visual.

En el estudio del dolor Ramachandran logró explicar el fenó meno de los


“miembros fantasmas”35 al llevar a cabo experimentos ingeniosos que
demostraron que en el cerebro continú a existiendo la representació n de la parte
amputada como si ésta aú n estuviera presente (Ramachandran y Blaskeslee,
1999). A partir de esos estudios, el neurocientífico hindú concluyó : “nuestro
propio cuerpo es un fantasma…construido por nuestro cerebro a su conveniencia”
(Doidge, 2008).

Cuando nos enamoramos, los cambios bioló gicos son impetuosos y por lo tanto
ocasionan un alto nivel de incertidumbre. El cerebro humano le debe dar ló gica a
todo lo que percibe, Aleksandr Luria demostró que la regió n anterior del ló bulo
frontal es la zona má s importante para organizar el mundo (Luria, 1979), cuando
se lesiona altera la capacidad de organizació n de la actividad psíquica.

El estudio má s interesante en relació n a las malas decisiones y el estado de


excitació n sexual lo realizaron Ariely y Loewestein (2006). El experimento
consistió en colocar a 35 estudiantes de la Universidad Berkeley delante de sendas
computadoras portá tiles, cuyas pantallas está n divididas en tres partes: imá genes
eró ticas, preguntas y una escala de evaluació n tipo termó metro.

La serie de preguntas está distribuida en tres tipos: a) lo atractivo de algunos


estímulos sexuales y actividades sexuales, b) participació n en actividades sexuales
moralmente incorrectas y c) participació n en actividades sexuales riesgosas.

Por ejemplo una pregunta del tipo a): ¿Puede usted imaginarse una chica atractiva
de 40 añ os?, ¿Encontrarías excitante el coito anal? Del tipo b): ¿Le suministrarías
una droga a la chica con la que saliste para aumentar las chances de tener sexo?
Tipo c): ¿Usarías siempre un preservativo si desconoces la historia sexual de tu
compañ era?

Cada pregunta deberá ser evaluada en una escala en forma de termó metro en un
extremo está sí y en el otro no, con niveles intermedios acerca de la posició n que
tengan sobre la pregunta enunciada. Lo propio debía hacerse con una escala de
excitació n sexual que se colocaba debajo de la fotografía eró tica.

35 Cuando una persona sufre una amputación suele manifestar sensaciones (dolor, escozor, movimiento,
etc.) que le llegan del lugar donde antes estaba la parte del cuerpo ahora faltante.

Psicología del amor: el amor en la pareja 139


Bismarck Pinto Tapia

Los resultados señ alaron un promedio de excitació n de 84 a 92 puntos sobre un


nivel má ximo de 100. Las respuestas en excitació n alta se compararon con las de
excitació n baja. La conclusió n es que los hombres cuando se excitan cambian sus
gustos sexuales, les importa un bledo la moralidad y son capaces de correr riesgos
con consecuencias irremediables.

Esta investigació n permite comprender por qué es tan difícil reconocer nuestros
errores al elegir una pareja peligrosa o incompatible con nuestro estilo de vida.
Imagina que has decidido viajar al Huayna Potosí para escalarlo, realizará s uno de
los má s grandes sueñ os de tu vida, llevas ropa abrigada y una mochila cargada con
implementos de andinismo. Tu futura amante se ha preparado para una aventura
en los Yungas, pretende acampar y pescar en uno de los ríos –también es el sueñ o
de su vida-, lleva como carga instrumentos de pesca e implementos necesarios
para sobrevivir en el tró pico, ademá s de acarrear ropa liviana. Lo ú nico comú n es
que ambos llevan una carpa para acampar.

Antes de abordar los respectivos transportes, se sienten atraídos físicamente, ella


está ovulando y la excitació n del viaje a ambos los hace exudar epinefrinas que se
mezclan con testosterona. Ella responde a tus criterios de belleza y tú a los de ella.
Mientras esperan la partida, conversan, se activa la ternura y se sienten
encantados por la compatibilidad de personalidades e intereses. ¡Está n
enamorados! Pero… viajan a distintos lugares. Cuando te enteras que su destino no
es el tuyo, tienes tres opciones: abandonar tu idea de escalar y cambiar de
improviso tu vocació n de andinista y volverte pescador. Forzarla a arrojar su
carga, convencerla de las desventajas de la pesca y los peligros de la selva,
arrastrarla a tu viaje, aunque sabes que no tiene los implementos necesarios,
morirá si se va contigo.

La tercera opció n es desencantarte, asumir que los destinos son diferentes y que
no es posible poder disfrutar del destino, aunque con seguridad el viaje será
entretenido y sexualmente inolvidable.

Vivimos en la ilusió n de la certidumbre, el cerebro nos engañ a para evitar el caos,


todo debe ser organizado. Por ejemplo, las manchas del test de Rorschach no
significan nada, pero cuando el psicó logo pide que el paciente diga lo que ve en
ellas, la persona empieza a darle sentido a cada una de ellas, después el psicó logo
otorga significado a las percepciones del paciente, convirtiéndose en un juego del
sentido de lo que no tiene sentido: las interpretaciones del paciente en primer
lugar y las interpretaciones de las interpretaciones del paciente por parte del
psicó logo en segundo lugar.

140 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Gazzaniga planteó que nuestro cerebro sabe antes que nos demos cuenta de lo que
hemos percibido pero nos crea la ilusió n de que las cosas pasan durante el tiempo
real y no antes de la participació n de nuestra conciencia. (Gazzaniga, 1998).

Los argumentos de Gazzaniga dan la razó n a los descubrimientos de Joseph


LeDoux (1999) sobre la doble vía de recepció n de los estímulos emocionales.
Segú n este psicofisió logo, existen dos caminos por los cuales recorre el impulso
nervioso que fue activado por un estímulo que irá a desencadenar una
respuesta emocional: el primero impacta sobre el tá lamo sensorial el cual
inmediatamente precipita la actividad del nú cleo amigdalino, éste comandará la
segregació n de noradrenalina para que los mú sculos reaccionen precipitando
conductas de huida; el segundo es má s largo, del tá lamo sensorial el impulso
nervioso se dirigirá a la corteza cerebral para que ésta reciba, analice, organice y
de sentido al estímulo.

Las emociones son señ ales de preparació n para la acció n ante situaciones que
implican riesgo para nuestra supervivencia (Vila, 1990) El deseo sexual es una
emoció n que a diferencia de las otras (miedo, rabia, etc.) no es activada por un
evento amenazante, sino que se produce ante una estimulació n que ocasiona el
impulso de responder genitalmente.

El proceso de encantamiento se inicia con la activació n bioló gica del deseo que
genera un estado alterado del organismo, el impulso de có pula no es satisfecho
por lo que la persona busca una explicació n racional, usualmente asumirá que
los sentimientos que lo afectan se asocian con la persona con la que se coincidió
durante la explosió n de las sustancias “afrodisíacas” en su organismo.

Retornemos a la caverna de Plató n. El filó sofo termina su reflexió n de la siguiente


manera: “Considera pues la situació n de los prisioneros, una vez liberados de
las cadenas y de su insensatez…cuando alguno de ellos quedase desligado y se
le obligase a levantarse sú bitamente, a torcer el cuello, y con el centelleo de la
luz se vería imposibilitado de distinguir los objetos cuyas sombras percibía con
anterioridad. ¿Qué podría contestar ese hombre si alguien dijese que entonces só lo
veía nimiedades?... ¿No piensas que le alcanzaría gran dificultad y que vería las
cosas vistas anteriormente como má s verdaderas que las que ahora se muestran?
(Plató n, ob.cit., pá g. 272).

Tarde o temprano las personas fascinadas por el enamoramiento tendrá n que


reconocerse mutuamente y decidir si vale o no la pena seguir juntas. Al igual que el
prisionero desatado en la historia de la caverna, dejará de ver la sombra de quien
se enamoró para reconocerla de frente.

Psicología del amor: el amor en la pareja 141


Bismarck Pinto Tapia

Todas las personas enamoradas sufren los efectos de la “disonancia cognitiva”,


teoría desarrollada por Leon Festinger (1957). Segú n este psicó logo social, no
toleramos la incongruencia entre nuestras creencias y los hechos, cuando ocurre,
se produce una crisis emocional que se busca resolver a través de
racionalizaciones. El mejor ejemplo es la fá bula de Esopo “La zorra y las uvas”: una
zorra hambrienta se topó con una parra, trató de alcanzar las uvas saltando hacia
ellas, una y otra vez, exhausta abandonó la tarea, mientras se decía a sí misma “ni
modo…estaban demasiado verdes”.

Ante la incertidumbre causada por el deseo, buscamos referentes afectivos para


disminuirla; requerimos un esquema mental para comparar la nueva experiencia.
Hendrix (1997) opina que confundimos a nuestra pareja con los referentes
afectivos de la infancia. Durante el juego de seducció n ambos enamorados
presentará n al otro una imagen que reduzca el caos del éxtasis sexual para
atraerse. A la imagen que presentamos para “atrapar” al otro es la imago.

La imago es una representació n que responde a las experiencias infantiles


positivas, aquello que nos hizo bien y que pensamos que será agradable para el
otro, una combinació n de los rasgos masculinos y/o femeninos de las personas
que nos quisieron o de aquello que nos hubiera gustado recibir de ellos. Esperamos
también que la otra persona tenga los atributos necesarios para satisfacer nuestras
expectativas de relació n afectiva. Durante los primeros encuentros, los
enamorados hará n de todo para conquistar al otro, ambos tratará n de controlar
aquellas facetas de su personalidad que consideran repulsivas y alentará n las que
piensan que son fascinantes.

Ninguno de los enamorados sabe con precisió n si el otro realmente está atraído
por las imá genes que se le muestran, por ejemplo, uno puede estar seguro que el
otro se siente atraído por la delicadeza mientras oculta su torpeza, y el otro estar
má s atento a la inteligencia. Se trata de un juego de imá genes, como el encuentro
de dos espejos, puesto que segú n Hendrix cada quien proyecta en el otro sus
propias necesidades.

El estudio sobre el apego adulto está dando la razó n a la teoría de Hendrix.


Bartholomew (1990) considera que el enamoramiento necesariamente activa el
estilo de apego infantil36. Feeney y Noller (2001) establecen que el apego seguro
de la infancia augura una buena relació n de pareja, mientras que el apego ansioso
y el ambivalente se relacionan con la patología conyugal.

36 La teoría del apego (Attachment) fue desarrollada por John Bowlby (1907-1990). El apego se refiere
a la forma cómo el niño desarrolla el vínculo afectivo con sus cuidadores. Par profundizar ver:
Bowlby,
J. (1984) Attachment and loss (Vol. 1) Harmondsworth: Penguin

142 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

a) Apego seguro: se desarrolla en un niñ o o niñ a que ha tenido relaciones cá lidas


con sus cuidadores.

En su vida amorosa construye imá genes má s coincidentes con la realidad de


su pareja. Son capaces de sentir confianza y de provocar intimidad, ademá s de
fomentar el compromiso.

Cuando se desencantan reconocen su error y rompen la relació n. Si el otro


coincide con sus expectativas pero ellos no con las de su pareja, sufren el dolor
del amor no correspondido pero finalmente dejan partir.

b) Apego ansioso: las personas que desarrollaron apego ansioso durante su


infancia son los tuvieron cuidadores distantes y con tendencia al rechazo.

Prefieren relaciones de pareja distantes, desconfían de las intenciones del otro,


evitan cualquier posibilidad de depender y construyen su relació n en funció n a
sí mismos sin considerar las necesidades del otro. Juegan con los sentimientos
de sus parejas, tienden a las relaciones eventuales sin considerar su relació n
formal.

Lo má s importante en su vida amorosa es mantener la distancia, temen perder


la autonomía por lo que hacen pocas revelaciones íntimas. Se desencantan
cuando el otro trata de conocerlos, por ello sus relaciones son breves y sin
apasionamiento. Rompen la relació n cuando el otro se encuentra má s
involucrado en el afá n de amarlos.

No entienden que su pareja puede desencantarse de ellos, por lo que recurren


a la violencia para hacerles entrar en “razó n”. Muchos no llegan al desencanto
porque no tienen referentes de amor legítimo en sus vidas, así que no se
enamoran, sino que simplemente responden a los mandatos del deseo.

c) Apego ambivalente: ocurre en niñ os que tienen cuidadores injustos, algunas


veces son cá lidos otras distantes, pueden ser castigados y premiados por la
misma conducta, quienes los cuidan son personas ansiosas o angustiadas.

Su vida amorosa se caracteriza por intensos enamoramientos, idealizan con


facilidad a la persona, establecen la convivencia con premura sin darle tiempo
al desencanto. Son posesivos y celosos porque no poseen seguridad emocional.
Les cuesta mucho sentirse satisfechos con lo que reciben, piensan que dan
demasiado y reciben muy poco a cambio. Son extremos en sus sentimientos,
pasan del amor al odio con facilidad porque no toleran que el otro no se ajuste
a sus exigencias.

Psicología del amor: el amor en la pareja 143


Bismarck Pinto Tapia

El desencanto es una experiencia devastadora para este tipo de personas, no


pueden aceptar que el otro sea distinto a la imagen que construyeron, por
lo que se aferran a su ilusió n romá ntica. El amor no correspondido es una
experiencia que no pueden asimilar, porque no son capaces de ponerse en el
lugar del otro sin apartarse de sí mismos. Se exigen a sí mismos amar al otro
aunque no coincida con la realidad y exigen ser amados por el otro aunque la
evidencia demuestre que no son la persona esperada por el otro.

Los espejos deben romperse para que se produzca el encuentro y se defina


la continuidad de la relació n a partir de propuestas puestas en comú n y
planes para el futuro. El desencanto en lugar de ser una experiencia nefasta
es un requerimiento para la construcció n del amor. Las sombras no pueden
ser abrazadas, es imprescindible abrir los ojos para que los amantes puedan
contemplar sus almas y decidir si quieren compartir sus vidas sin entorpecerlas.

La película Shrek37 muestra el final feliz de la etapa del desencanto: el ogro


Shrek estaba enamorado de la princesa Fiona que de día era humana y de
noche se transformaba en ogra. Fiona era víctima de un hechizo que só lo podía
romperlo un beso de amor, el ogro la besa y ella queda convertida en ogra para
siempre, lo cual hace felices a ambos.

Ante el desencanto hay dos alternativas saludables y una patoló gica. Las
saludables se relacionan con el afrontamiento que el otro no es la imagen que
hemos elaborado, no es una figura de nuestro pasado, es alguien independiente
de nuestros deseos. Si estamos dispuestos aceptamos a la persona como es y
si no terminamos la relació n. La relació n patoló gica conlleva la magnificació n
de la imagen en detrimento de lo que el otro es, podemos encapricharnos
negando las diferencias de valores e intereses e insistir en mantener el falso
vínculo o si el otro decide romperlo, manipular para evitar su alejamiento.

3.4.1. El amor y el cambio.


El que tú seas basta. Y al hecho que yo exista
déjalo, entre nosotros, que se quede en suspenso.
La realidad es verdad en su propia
esfera; Al fin lo enteramente imaginario
incluye todos los grados de
transformación.
Y aunque fuera el muerto más perdido,

37 Shrek: película de dibujos animados por sistema digital dirigida por Andrew Adamson y Vicky
Janson; basada en el libro de William Steig.

144 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

al tú reconocerme yo existí….
¡Ay, cuánto valoramos lo que es desconocido!
Demasiado de prisa se forma un rostro
amado
hecho de parecido y contrastes.
Rainer Maria Rilke

Cuando Herá clito planteó que no podemos bañ arnos dos veces en el mismo río,
rompió la organizació n de la realidad en nuestro cerebro, el cual está
acostumbrado a detener los procesos: nos obligaba a ver el río como una
fotografía. El cerebro nos engañ a y nos fuerza a caer en sus trampas, es un ó rgano
que nos predispone, por eso no tolera las modificaciones del entorno, si ocurren
hace cosas para que no las apreciemos.

Cuando una persona sufre una lesió n cerebral que altera su percepció n, podemos
comprender la funció n que cumple aquella regió n lastimada cuando está intacta,
es así que Paul Broca (1824-1880) definió a la tercera circunvolució n frontal del
hemisferio izquierdo como la zona del lenguaje. Hoy sabemos que los procesos
neuroló gicos involucrados en la producció n lingü ística son mucho má s complejos
de lo que se pensaba el anatomista decimonó nico. Lo que ocurre es que el cerebro
humano se estudia a sí mismo y proyecta su forma de organizar la realidad.
También lo podemos ver desde la ó ptica de Wittgenstein: el mundo no tiene ló gica,
la ló gica está en nuestro cerebro (Wittgenstein, 1922/1997).

Un ejemplo de có mo la neuropsicología nos ayuda a descubrir los trucos


neuronales es la agnosia para el movimiento (akinetoagnosia), ocurre después de
una lesió n en la zona V5 de la regió n parietal, produce la incapacidad de ver la
diná mica de las cosas, la persona percibe la acció n como si estuviera constituida
por fotografías independientes. Lo que significa que para percibir el movimiento,
nuestro cerebro debe replicar el truco del cinemató grafo, hacer que una imagen se
suceda rá pidamente a la siguiente.

En síntesis: nuestro cerebro está hecho para crear certidumbre, no tolera el caos,
todo debe ordenarse, mejor si se establece en secuencias causales (Punset, 2006).
En el fascinante libro: “Kant y el ornitorrinco”, Umberto Eco (1999) incursionó en
las paradojas del conocimiento a partir de la broma de Dios al crear a ese animalito
antipá tico para el cerebro: el ornitorrinco. ¿Qué es?, ¿un ave porque pone huevos
y tiene patas palmípedas?, ¿un anfibio porque vive en el agua y la tierra?, ¿un
mamífero porque sus crías maman de las tetillas de su madre? Al final los cerebros
de los zoó logos concluyeron: ¡mamífero! Bueno, al bichito no le importa a qué
clase zooló gica pertenece y sigue nadando en las aguas de los ríos australianos.

Psicología del amor: el amor en la pareja 145


Bismarck Pinto Tapia

Explique a un niñ o que Plutó n dejó de ser un planeta porque 2500 científicos lo
decidieron el 200638 y si pregunta por qué, manifiéstele que es muy pequeñ o para
entender.

El cerebro no tolera la irracionalidad, enloquece ante el desorden.

Por su parte, el amor se constituye en el daimon que revolotea alrededor de


Dionisos para enfadar a Febo y a los demá s dioses de la racionalidad. El cerebro
intenta reducir al amor a uno de sus constituyentes bá sicos: el deseo, porque sí
comprende su funció n: la reproducció n. No entiende que la persona continú e
relacioná ndose con su pareja a pesar de que ya no existe la presencia de
feniletilamina que ordena la có pula.

El amor es irreverente con la biología, el cerebro intenta darle sentido: ¿es depresió n?,
¿es obsesió n?, ¿es adicció n? Los amantes son víctimas de la desenfrenada
bú squeda de estabilidad orgá nica, algunos son abatidos por ella: está n los que
creen que ya no aman porque no desean, está n los que tienen miedo a la pérdida y
se vuelven posesivos.

El cambio es lo contrario a la persistencia, es hacer algo distinto y no má s de


lo mismo, es ser capaz de decidir no importando las circunstancias (Watzlawick,
Weakland y Fisch, 1986). Somos esclavos de un ó rgano conservador, lo fá cil es
rendirnos a sus pies, mejor dicho a sus axones y negar nuestra libertad a pesar de
los mandatos genéticos.

Cuando alguien nos dice que nos ama y reconoce en nosotros aspectos que
desconocíamos, nuestro cerebro se ve en la obligació n de revisar sus esquemas
cognitivos, ¡otro cerebro está pretendiendo corregirlo! El cerebro se esfuerza para
crear la ilusió n de un yo inconmovible y perfecto (Gazzaniga, 1998). Nuestra
autoimagen y autoestima se establece gracias a las disonancias cognitivas que se
crean entre el esquema yoico del cerebro y las experiencias del sujeto. En fin… el
cerebro sabe con certeza, el amor pone en duda sus construcciones.

Las personas que rodean a los amantes les dicen que los notan cambiados, no son
los mismos, sus cerebros está n confundidos, no soportan la nueva imagen; pero
los enamorados está n tan embadurnados de oxitocina, feniletilamina y
testosterona (Fisher, 1997) que las neuronas no tienen espacio para modificar su
estructura química.

38 Página electrónica oficial de la NASA: http://www.nasa.gov/worldbook/pluto_worldbook.html

146 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Al amar cambiamos para conquistar al otro, modificamos esquemas rígidos sobre


el mundo y sobre nosotros mismos sin má s argumento persuasivo que la necesidad
de agradar. Nos involucramos en el mundo del otro, y al hacerlo asumimos nuevas
actitudes y aprendemos nuevos comportamientos que pueden convertirse en parte
de nuestro repertorio conductual. Cuando la intensidad del deseo es grande o
cuando el afecto se convierte en pasió n, la persona puede cambiar sus valores,
transformar sus creencias e inclusive darle un nuevo sentido a su vida.

He visto varias parejas que consolidaron su relació n en un matrimonio a pesar


de que antes de conocerse no coincidían en valores religiosos ni morales. Por
ejemplo, Juana39, una mujer casada de treinta y tantos añ os, asiste por primera vez
a la consulta psicoló gica porque estaba deprimida después de haber descubierto
que su esposo sostenía una relació n extramarital. En las sesiones individuales y en
las conyugales, Juana expresó una postura moral rígida en relació n al adulterio y
manifestó actitudes puritanas hacia la sexualidad. Después de la terapia de pareja,
Juana y su esposo decidieron continuar juntos a pesar de tener creencias distintas
en relació n a la vida conyugal.

Pasaron tres añ os y Juana volvió a buscar ayuda psicoló gica porque había iniciado
una relació n extraconyugal con una persona diez añ os menor que ella con quien
mantenía relaciones sexuales sadomasoquistas y estaba pensando divorciarse.
Juana había cambiado su moral, la actual no tenía nada que ver con los discursos
acerca de la sexualidad puritana ni sobre sus ideas sobre la fidelidad matrimonial
que vertió añ os antes, reconoció el cambio de su filosofía y lo atribuyo
simplemente
¡a que se había enamorado!

El amor se implanta como una entropía que ocasiona una hecatombe en el sistema
de creencias de los amantes; por ello, tanto el sistema nervioso como el cognitivo
se esfuerzan para dar sentido a lo que no tiene sentido. Los reguladores externos
no funcionan, los amantes está n sordos ante las argumentaciones de los que
preocupados observan los cambios en la persona; tampoco los controles internos
son efectivos, el amante ignora sus propias consideraciones racionales acerca de
su relació n irracional.

Francesco Alberoni (2005) ha denominado a la etapa del enamoramiento como


un “estado naciente de un movimiento colectivo de dos”. Es naciente porque se
presenta como una novedad en la experiencia del individuo, tanto a nivel orgánico

39 Tanto el nombre como algunos datos son ficticios, con la finalidad de proteger la confidencialidad en
la que se obtuvo la información.

Psicología del amor: el amor en la pareja 147


Bismarck Pinto Tapia

como psicoló gico; es un movimiento colectivo porque se produce una revolució n


en los sistemas individuales y sociales de los amantes.

Por eso es coherente la consideració n que Wilhelm Reich (1977) hacía en relació n
al orgasmo: ¡al capitalismo no le conviene! El amor cuestiona lo establecido, de ahí
que el fundamentalismo es el peor enemigo del amor y del deseo, por ello Mencken
definió al puritanismo como “el miedo obsesionante de que alguien, en algú n lugar,
pueda ser feliz”.

Las religiones han intentado otorgarle reglas al amor, prohibiendo esto o aquello,
han convertido en pecado lo que ocasiona placer, ¡condenaron al amor en nombre
del amor!

Ni a la política ni a la religió n les conviene la existencia de los amantes, porque


ellos siempre cuestionaran al Estado y a Dios. El amor es gratuito, furtivo y
naturalmente creativo. Nada importa má s que el amado cuando se está con él, el
mundo se reduce a dos enredando sus cuerpos y almas, mirá ndose para
descubrirse, hablando en silencio para decirse, tocá ndose para cerciorarse de que
no el otro existe en las propias sensaciones. Abandonamos nuestro yo y todo lo qué
él arrastra consigo: las fú tiles pertenencias del mundo.

El cerebro cansado se rinde ante la evidencia, inhibe sus funciones corticales para
dar permiso a las zonas subcorticales, dejamos de pensar mientras nos inundamos
de sentimientos. Al despertar no seremos los mismos, aunque volvamos a la
cotidianeidad, habremos cambiado, traeremos en nosotros los vestigios de la
experiencia con el ser amado, y cuando volvamos a encontrarlo será otro para
volver a comenzar una y otra vez en el encuentro infinito de dos almas que só lo
saben que existen en las miradas silenciosas del otro.

3.4.2. La colisió n.

Una voz que me hable…


Pablo Neruda

El desencanto suele ser un proceso lento, da tiempo para que podamos adaptarnos
a la nueva persona con la que nos topamos. La manera de mantener la relació n
satisfactoria durante esta etapa es la de dialogar, negociar y ser capaces de
modificar las reglas (Wachs, 2001).

Este proceso no necesariamente se produce al unísono entre los amantes, lo má s


comú n es que uno se desencante antes que el otro. Señ al de estar enamorados es

148 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

no ser capaces de desencantarnos. Algunas veces podemos abrir los ojos y


volverlos a cerrar de inmediato porque lo que vimos nos pareció desconocido. A
esa manera de negar la realidad le llamamos “encaprichamiento” (Sternberg,
2000).

Cuando nos damos cuenta que aquella persona que amamos no es quien en
realidad pensamos, concluimos inevitablemente que hemos construido una ilusió n
(Hendrix, 1997). Llegar a ese momento dependerá de varios factores: el
temperamento sexual (Levine, 2011), la historia de la pareja (Sternberg, 1999), la
presencia o ausencia de simbiosis (Kernberg, 1998), el estilo de apego (Feeney y
Noller, 1990) y la racionalidad (Lazarus, 1985).

Por supuesto que se trata de una etapa traumática debido a que debemos
enfrentarnos con el desengañ o. Nuestro organismo está hecho para la perpetuació n
de nuestra especie, nos hace creer que la atracció n, el deseo y el enamoramiento
señ alan hacia la persona idó nea para la convivencia. La hembra y el macho
humano consolidan el lazo afectivo para asegurarse de una buena distribució n de
los genes y la protecció n de los mismos (Linden, 2010). Pero…¡no vivimos en la
naturaleza!

Para amar debemos tener la capacidad de tolerar la desilusió n y la desesperanza.


Desilusió n, porque quien llevamos a vivir con nosotros es y será un perfecto
extrañ o, un desconocido que nos mira sonriente porque aú n no se ha desencantado
de nosotros. Desesperanza, porque el amor no cambia a nadie, al contrario, lo
fortalece ante nuestras actitudes de aceptació n incondicional. Mariscal (2004) lo
escribe de manera taxativa: “El que ama no necesita esperanza alguna, ya está
instalado allí, completo, pleno, en el mejor lugar. Para quien no ha ingresado en
la gloria del corazó n y ansía hacerlo, la espera es un beatífico asilo protector de la
negatividad en el desierto de la carencia” (pá g. 23).

¿Puede ocurrir algo peor? Sí, la colisió n.

Pinto (2005) describe el fenó meno como una experiencia destructiva: reconocer
de manera imprevista, intempestiva y traumá tica que nuestra pareja no coincide
en lo absoluto con la imagen que poseíamos.

Por ejemplo: descubrir que tu pareja está casada, pero no contigo o que los
problemas sexuales que pensabas se asociaban al temperamento frío de tu pareja,
en realidad ocurren porque es homosexual.

El descubrimiento de la incompatibilidad entre nuestro esquema cognitivo y la


evidencia del yo del otro escapa al aná lisis racional, vivimos la decepció n como
un acto de deslealtad. La aparició n de la imagen incongruente se la vive como un
terremoto del espacio amoroso.
Psicología del amor: el amor en la pareja 149
Bismarck Pinto Tapia

Se trata evidentemente de una pérdida ambigua (Boss, 2001), la persona sigue


pero ha dejado de ser quien era, nos enfrentamos a la má s dolorosa experiencia
humana. Vivimos al mismo tiempo una pérdida, la desilusió n, sensació n de traició n
y el enfrentamiento de nuestra indefensió n. No por nada, muchas personas deciden
suicidarse o asesinar a quien amaban (Jimeno, 2002).

El impacto de la pérdida anuncia la probabilidad de que se genere un duelo


patoló gico (Volkan, 2011), puede no resolverse la pérdida (duelo perenne o
incompleto) o provocar depresió n. La persona es capaz de desarrollar la
sintomatología del estrés agudo y con el tiempo instaurar un trastorno por estrés
postraumá tico (DSM IV-TR). No tolerará conversaciones sobre el tema
traumatizante, será incapaz de olvidar el evento, torturá ndole inclusive en sueñ os
y manifestará ansiedad y violencia desatinada.

La experiencia es como un choque intempestivo con la realidad, de ahí el nombre


que elegí para describirla, es como una colisió n con un bloque de cemento. La
persona la vive como una muerte no anunciada, es un duelo abrupto y traumá tico.
La primera reacció n suele ser de incredulidad. Sobreviene una parálisis, es
imposible acomodar las emociones y disolver el choque.

Se parece a la percepció n que los miembros de una familia tienen hacia el anciano
con demencia, sucumben ante la desesperanza de no poder recuperar a la persona
que se ha ido y deben reconocer a la nueva para darle la bienvenida. Si se
mantienen en la esperanza de recuperar al ser querido, no pueden superar la
pérdida y luego la muerte no podrá acompañ arse de un duelo saludable (Boss,
2010).

Es como que la persona niega la informació n. Esta negació n ansiosa que nos
paraliza, es una manera que nuestro organismo tiene de protegernos, es un escudo
que nos protege de la desilusió n, permitiendo que nos recuperemos durante un
tiempo, permitiendo la reflexió n y la elecció n de medidas razonables (Kü bler-Ross,
1981).

Es posible una desrealización, en el sentido de ignorar la desilusió n y promover


una fantasía. Se trata de una disociació n de la conciencia (Seligman y Kirmayer,
2008) producida por la exudació n de endorfinas y opiá ceos en el sistema nervioso,
lo que ocasiona una especie de alucinació n que disuelve la vivencia torturante. Las
personas viven realmente la enajenació n como una realidad sin que se trate de un
brote psicó tico.

Coincidiendo con la teoría de la disonancia cognitiva (Festinger, 1957), la persona


no logra equilibrar su creencia de la evidencia y se refugia en el ensueñ o. Puede ser
una disociació n o una decisió n para evitar el dolor. La incredulidad también puede

150 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

ser alentada por el otro, sobre todo en aquello que poseen perfiles psicopá ticos
(Garrido, 2001).

Terminada la etapa de la negació n (si es que se hubiera dado), la persona se


desesperará , angustia, rabia y miedo se juntan. La impotencia produce la sensació n
de angustia, el desengañ o la rabia hacia el otro y la culpa hacia sí mismo: ¿por
qué él? ¿Có mo fui tan estú pido? Sobrevendrá el miedo a la soledad y al futuro.
Este conjunto de emociones provocan la aparició n de conductas desatinadas que
ofrecen a los testigos la impresió n de una despersonalizació n.

Tanto si la relació n continú a como si se rompe, las consecuencias psicoló gicas


son devastadoras. Si bien no existen datos estadísticos, considero que muchas
depresiones mayores se originan en este tipo devastador de experiencia.

3.4.3. Matrimonio y desencanto.


El amor abre el paréntesis, el matrimonio lo cierra.
Víctor Hugo.

¿Por qué referirme al matrimonio en la etapa del desencanto? Porque


generalmente el desencanto ocurre en la convivencia conyugal. La mayoría de la
gente se casa enamorada (Donner, 2012), pensando erró neamente que el
enamoramiento augura un buen matrimonio. No es así. El matrimonio no
corresponde a la psicología del amor, sino a la psicología de las organizaciones.

La palabra matrimonio proviene del latín matrimonium, significa “cuidado de la


madre”, esto me lleva a cogitar acerca de que se trata de un espacio socialmente
definido para preservar la condició n procreadora de la pareja. Es una institució n
socialmente regulada que crea un vínculo legal entre los có nyuges.

El cará cter de organizació n social es patente en el uso de las palabras esposo y


esposa. Las cuales provienen de la palabra latina sponsus, significa “quien hace un
acuerdo”, por eso decimos sponsor para referirnos al “patrocinador”.

El matrimonio requiere de un contrato, éste está estipulado por las normas legales
de la sociedad, sin embargo la pareja establece otro promovido por los
protagonistas (Sager, 1980). Este contrato se denomina individual, y se define de la
siguiente manera: “conceptos expresados y tá citos, conscientes e inconscientes,
que posee una persona con respecto a sus obligaciones conyugales y a los
beneficios que espera obtener del matrimonio en general y de su esposo en
particular, pero

Psicología del amor: el amor en la pareja 151


Bismarck Pinto Tapia

subrayando sobre todo el aspecto recíproco de este contrato: lo que cada có nyuge
espera dar al otro y espera recibir de él a cambio de lo otorgado” (pá g. 10).

El incremento de los divorcios y separaciones conyugales no señ alan la


desaparició n del matrimonio, sino el surgimiento de nuevas alternativas de
convivencia conyugal (Gonzá lez, 1995). El matrimonio no solamente es el peor
enemigo del amor, sino que lo ha sido también para las mujeres. Las esclavizó al
hogar y al servicio incondicional del marido, para pasar luego al cuidado indefinido
de los hijos e hijas (Lagarde, 1993).

En Bolivia, el 60 por ciento (59 por ciento en 1998) de las mujeres en edad fértil
vive en estado de unió n conyugal: formalmente casadas el 41 por ciento y en
situació n de convivencia el 19 por ciento. El 61 por ciento de los hombres vive en
estado de unió n conyugal: formalmente casados el 44 por ciento y en situació n de
convivencia el 17 por ciento. (INE, 2003)

Las mujeres al inicio de la vida fértil, entre los 15 y 19 añ os, casi la totalidad (96
por ciento) son solteros, pero al concluir los 34 añ os, só lo el nueve por ciento no
vive en unió n conyugal. Entre los 15 y 19 añ os, casi 9 de cada 10 mujeres son
solteras, pero má s de la mitad (51 por ciento) de las mujeres en el grupo 20-24 ya
vive en unió n conyugal (68 por ciento en el á rea rural). Después de los 40 añ os,
apenas alrededor del 4 por ciento de las mujeres permanecen solteras. El
promedio de mujeres bolivianas se casa a los 21 añ os, los varones a los 23.
(INE, 2003).

Los amantes entusiastas y apasionados de repente se percatan que la arte del


amor no sirve para sobrevivir en la convivencia. La regla de la reciprocidad no es
funcional para enfrentar los problemas del diario vivir. Má s aú n si ninguno tuvo la
experiencia de vivir solo y se mantuvieron como hijos hasta días antes de casarse.
El despertar después de la Luna de Miel será desastroso, ¿có mo lidiar con un
extrañ o?

Sussman, Cogswell y Ross (1973) estudiaron diversos contratos matrimoniales,


encontrando trece estipulaciones frecuentes:

1. Divisió n del trabajo doméstico.


2. Distribució n de los espacios habitacionales.
3. Distribució n de tareas en la crianza de los hijos.
4. Manejo del dinero y su distribució n en bienes, deudas y gastos.
5. Equilibrar el trabajo profesional con la familia y pareja.
6. Derechos de herencia.
7. Uso de apellidos.

152 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

8. Relaciones con los amigos y amigas propios y de la pareja.


9. Relaciones con las familias de origen.
10. Causales de separació n o divorcio.
11. Fidelidad sexual y afectiva, criterios consecuentes de la exclusividad
sexual y afectiva.
12. Distribució n de la diversió n.
13. Posició n asumida en cuanto a la procreació n.

Sager (ob.cit.) indica que ademá s de las estipulaciones expresadas, existen otras
que son intrapsíquicas:

1. Independencia/dependencia.
2. Actividad/pasividad.
3. Intimidad/distanciamiento.
4. Poder.
5. Posesió n o dominio del compañ ero.
6. Miedo al abandono.
7. Grado de angustia.
8. Mecanismos de defensa.
9. Identidad sexual.
10. Atracció n sexual.
11. Autoestima y valoració n del compañ ero.
12. Estilo cognitivo.

Tanto las estipulaciones manifiestas como las intrapsíquicas será n una sorpresa
para los ingenuos amantes. Se topará n con que la pareja deberá convertirse en un
sistema marital, cualitativamente distinto al sistema romá ntico del cual provienen.
Parece que la funció n del matrimonio es aniquilar al amor.

En muchos casos triunfa el matrimonio destruyendo a los amantes, por eso no es


requisito de un buen matrimonio la presencia del amor, puede existir amor dentro
de un mal matrimonio; puede no existir amor dentro de un buen matrimonio.
El ajuste marital no se relaciona con los niveles de amor (Blanchard, Hawkins,
Baldwin, Scott y Fawcett, 2009).

Si retomamos la teoría de Sternberg (1998), el amor sin pasió n ni intimidad, solo


existe compromiso (amor vacío) puede manifestarse en un buen matrimonio,
mientras que un amor sin compromiso pero con bastante intimidad y pasió n (amor

Psicología del amor: el amor en la pareja 153


Bismarck Pinto Tapia

romá ntico) seguramente no resistirá a las presiones del matrimonio. El amor pleno
(compromiso, pasió n e intimidad) será el que permita la convivencia pacífica entre
el sistema marital y el sistema amoroso.

Las cosas se ponen muy difíciles para el amor romá ntico(Ziglar, 1990), se apresura
el desencanto y puede pillar a los miembros de la pareja desprevenidos. No
contaban con un compañ ero inú til en las habilidades requeridas para la
convivencia, sus há bitos cotidianos pueden ser insoportables. Es lo que ocurre con
la pareja bú ho y gallina: el bú ho está despierto por la noche y duerme en el día, al
contrario que la gallina. Cada uno descalifica al otro, las peleas se inician la primera
mañ ana que despiertan juntos, él necesita dormir, ella quiere ir a trotar.

Linares y Campo (2001) identifican dos funciones fundamentales de la pareja en


la vida familiar: la conyugalidad y la parentalidad. La primera es la residencia del
vínculo amoroso de la pareja y la segunda de la protecció n a los hijos. El descuido
de una o ambas conlleva el desarrollo de las distintas formas depresivas en la
prole. La normalidad familiar se funda en el equilibrio entre ambas funciones del
matrimonio.

La vida matrimonial conlleva la relació n entre por lo menos cuatro roles que deben
asumir los contrayentes: amantes, esposos, amigos y padres. Las tres primeras
corresponden a las funciones conyugales referidas por Linares y Campo.

a) Los amantes: es el rol de los apasionados enamorados ingenuos que llegan


al matrimonio con la esperanza de amarse toda la vida. Su relacionamiento
es simétrico y la reciprocidad su manera de mantener el equilibrio de este
minú sculo sistema. El objetivo de los amantes es la nutrició n afectiva (Linares,
2012). La negociació n está relacionada con los sentimientos. Los espacios
de los amantes son sus pieles y sus tiempos definidos por la intensidad de los
momentos vividos. Las bases de la relació n son la pasió n y la ternura.

b) Los esposos: es el rol de los convivientes. El relacionamiento es complementario,


uno domina una habilidad y el otro se subordina, luego intercambian
posiciones. Prima la racionalidad y la negociació n es sobre actividades,
intereses y valores. La relació n responde a contratos matrimoniales
modificables segú n la etapa del ciclo vital conyugal y familiar. Los espacios
está n limitados por la individualidad privada de cada conviviente: existe el
espacio comú n y el espacio privado. El tiempo está regido por los ciclos vitales.
La base de la relació n es el compromiso y la lealtad.

c) Los amigos: es el rol de los compañ eros y có mplices. El relacionamiento


es complementario, uno expresa y el otro escucha, uno cuida y el otro es
cuidado. Se trata de acompañ ar al amado en su travesía personal, apoyarle y

154 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

comprenderle. Los espacios se dilatan y estrechan en procesos de proximidad


y distancia dependiendo del momento que la persona esté viviendo en pos de
su autorrealizació n. El tiempo está definido por las crisis personales
compartidas con el otro. Las bases de la relació n son la confianza y la
intimidad.

d) Los padres: es el rol de los protectores y cuidadores de la prole. El


relacionamiento es simétrico cuando se deben enfrentar los problemas de los
hijos y complementarios cuando cada uno se hace cargo de alguna
competencia que el otro carece. Se trata de acordar los criterios de educació n y
los recursos de protecció n. Son roles que a diferencia de las funciones
conyugales se acaban con la emancipació n de los hijos. El espacio está limitado
por el subsistema filial y fraterno. El tiempo se conduce de acuerdo a la etapa
de desarrollo de los hijos. Las bases son los valores y la filosofía de vida.

Estos cuatro roles interactú an en una misma persona con su pareja. A veces se
mezclan, otras desaparece alguno. Los roles se afectan unos a otros. Una crisis
econó mica afecta a los roles parentales y maritales, pero el rol de amigos puede
ayudar en la solució n. Un conflicto sexual es un problema del rol de amantes, pero
puede afectar al rol de esposos, o al contrario, un problema de esposos puede
influir en la vida sexual de los amantes.

El rol má s frá gil es el de amantes, debido principalmente a la carencia de recursos


racionales, su esencia es el sentimiento y su expresió n la sexualidad. Algunas
parejas tratan de resolver sus problemas maritales con encuentros sexuales
lujuriosos de los amantes, reciben la sensació n de paz post orgá smica, pero las
cuentas siguen si pagar.

Lo ideal sería que las parejas lleguen desencantadas al matrimonio, así comprenderían
la importancia de la racionalidad para resolver los problemas de la convivencia.
Eso significa que nadie debería casarse enamorado. Sin embargo, lo má s probable
sería que nadie se casaría.

3.5. La lucha de poder.


¡Atrévete a casarte sin volverte loco!
Franz Kafka

Por lo general, la verificació n de que se ha estado enamorado de un extrañ o


ocurre durante el matrimonio, porque debido a la idealizació n del enamoramiento
creemos que amamos cuando deseamos y pensamos que debemos casarnos en ese

Psicología del amor: el amor en la pareja 155


Bismarck Pinto Tapia

estado de alteració n de la conciencia. Algunos matrimonios (los má s apasionados)


suelen confundir el desvanecimiento del deseo con el fracaso marital por lo que
dan término muy temprano a la convivencia.

Si el letargo del deseo no se produce, es la funció n de esposos la que despierta a


los ensoñ ados amantes. El matrimonio exige la supervivencia de la pareja, deben
activarse las potencialidades de cada uno para compartir la comida y el techo,
ademá s de aprender a adaptarse a las costumbres del otro (Fischer y Hart, 2002).

El dejar de mirarse a los ojos obliga a dirigirse hacia el entorno, si se sale de un


vínculo simbió tico la colisió n con la realidad cotidiana puede producir una crisis
emocional devastadora, porque se presenta la soledad de forma intempestiva. La
simbiosis se organiza alrededor del miedo al abandono, los amantes sacrificaron
muchas cosas de sí mismos para encadenarse al otro; el renunciar a espacios
personales vitales obligó a que cada uno se despoje de relaciones con otros
sistemas ajenos a la relació n, principalmente con la familia de origen y las
amistades.

El desencanto en la simbiosis va acompañ ado de violencia por el afá n de impedir


la separació n de los amantes y al no poseer recursos externos que puedan reducir
las tensiones internas. Darse cuenta que el otro no es alguien que convenga para
el desarrollo personal produce una intensa desazó n que dirigirá las conductas
hacia un solo fin: romper el vínculo.

Si el otro aú n se encuentra afianzado al pseudoamor, entonces los intentos de


ruptura provocará n amenazas de violencia (suicidio, maltrato, asesinato, etc.) o
directamente se pasará a las acciones que precipiten la culpa en la persona que
intenta acabar la relació n, de tal manera que atemorizado se mantenga afianzado
a la insulsa relació n.

Cuando la pareja está colusionada, es decir, que no puede ser capaz de intimidad
ni de alejamiento debido a que ambos esperan que el otro satisfaga necesidades
infantiles, los problemas cotidianos de la convivencia se convertirá n en armas de
lucha en vez de ser afrontados y resueltos. La permanente insatisfacció n afectiva
que se hace presa de los amantes, ocasiona una insoportable angustia que suele
recubrirse de irracionalidad al manifestar la absurda bú squeda de culpables en vez
de soluciones. Por ejemplo, el esposo abatido por los celos encontrará
justificaciones para su delirio ante cualquier planteamiento de problema cotidiano,
cualquier cosa le recordará el miedo que tiene de ser abandonado.

Tanto en la simbiosis como en la colusió n la posibilidad de establecer contratos


equitativos para la supervivencia quedan restringidos por las necesidades
inmaduras de los có nyuges. Si a esta imposibilidad de negociació n se agregan
las funciones
156 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia

parentales y maternales, los hijos será n convocados a la batalla encarnizada,


triangulá ndolos en un combate desleal que jamá s tendrá ganadores.

El involucrar a los hijos en la lucha de poder de los amantes, conlleva a que los
primeros tengan que sacrificar su vida para hacerse cargo del conflicto parental
con la esperanza de que de esa manera puedan recuperar la protecció n y el
cuidado que necesitan.

La lucha de poder en la colusió n deriva en violencia conyugal o en la organizació n


de sistemas familiares patoló gicos. La violencia se expresará como producto de
la incapacidad para llenar los vacíos dejados por las carencias infantiles que se
exigen sean satisfechos por el có nyuge. La ú nica manera que se percibe para
reducir la incertidumbre interna es congelar las conductas del otro, impidiendo su
crecimiento, es como prohibirle a la oruga que se convierta en mariposa.

Se exige al otro que pague la deuda adquirida en la familia de origen. Al no


conseguir los réditos esperados se convoca a un tercero para que se aliarlo en
contra del có nyuge, produciéndose así la segunda consecuencia de la colusió n: la
organizació n de un sistema familiar patoló gico.

En la triangulació n, los problemas de supervivencia conyugal son rezagados por los


síntomas de los hijos. Por ejemplo, cuando la esposa espera que el marido sea con
su hija aquello que ella no tuvo con su padre y el marido espera de su esposa sea
con él la madre que no tuvo, ambos pueden triangular a la hija de tal manera que la
madre exigirá al esposo que sea un padre abnegado, el esposo esperará que la hija
se aparte de la relació n que él desea tener con su esposa-madre; la hija se sentirá
doblemente expulsada: una madre que la arroja hacia el padre y un padre que trata
de sacarla del medio. La hija puede desarrollar un síntoma para congelar el juego
de sus progenitores, la anorexia sería un excelente recurso, puesto que hace que
ambos se preocupen por ella, al mismo tiempo que los castiga.

Cuando la pareja es funcional, se encuentra conformada por dos personas


maduras, capaces de vivir el uno sin el otro, se han permitido realizar sus metas
personales y cuentan con que el có nyuge legitimará su felicidad, la lucha de poder
se presentará como un obstá culo que la pareja debe enfrentar para conseguir
adaptarse a los problemas de la cotidianeidad.

La lucha de poder implica la confrontació n de necesidades incompatibles, uno


desea algo que el otro no, por lo tanto cada quien se esfuerza para imponer su
deseo. Es difícil convivir con un extrañ o porque cada uno tiene distintas formas de
vida. No se trata de aceptarlo todo sin reclamo alguno, se debe discutir y buscar
soluciones. La pareja está obligada a negociar.

Psicología del amor: el amor en la pareja 157


Bismarck Pinto Tapia

Entendemos por negociació n a “la acció n conjunta entre dos partes para
beneficio potencial de cada una” (Ramírez, 2000). Es importante reconocer que
en todo proceso negociador cada parte realiza una propuesta inicial y recibe una
contrapropuesta con el propó sito de alcanzar un equilibrio entre ambas (Dasí y
Martínes-Vilanova, 1999).

Para negociar se debe asumir que es la mejor opció n para obtener un resultado
mejor que si no se hubiese hecho ningú n trato, en otras palabras: si no se negocia
se pierde. La pareja debe ser una aliada para alcanzar algo mejor de lo que se
tiene; para negociar es indispensable la cooperació n, por tanto, ambos deben
estar interesados en el resultado, al final de la negociació n los participantes deben
encontrarse satisfechos con el resultado.

La presencia del amor predispone a la negociació n, puesto que amar es legitimar


al otro, la principal virtud de la negociació n –escuchar- está presente, facilitando el
diá logo y la actitud generosa.

La lucha de poder insertada en el enamoramiento, difícilmente es concebida como


una necesidad de adaptació n. Los enamorados ignoran las diferencias, o bien las
insertan como incordios sentimentales, tanto los problemas como las soluciones
son consideradas como parte del quererse; por eso, ningú n problema de
adaptació n es resuelto, al contrario, se mantienen, ya sea ignorá ndolos o
planteá ndolos como pasajeros, esperando que la intensidad del amor produzca el
milagro de las soluciones.

Cuando la presencia de un conflicto es insostenible desde las emociones erotizadas,


se produce la colisió n, esta experiencia produce un impacto catastró fico,
despertando intempestivamente a la persona enamorada. Por lo general, la
relació n se rompe o se torna patoló gica.

Si la lucha de poder coincide con el desencanto, la pareja puede confundir


la presencia de conflictos con la erradicació n del amor. Muchas parejas suelen
acudir a terapia en situaciones como la mencionada; uno o ambos có nyuges está n
convencidos de que la mejor solució n es la separació n, sin percatarse que es
inevitable el afrontamiento de diferencias.

El ciclo vital personal y el familiar determinan el surgimiento de nuevas


disyuntivas que fuerzan a al enfrentamiento de nuevas necesidades de adaptació n,
por lo cual una y otra vez se debe reanudar la emergencia de negociaciones.

Sager (1980) fue uno de los primeros en sugerir un sistema de evaluació n e


intervenció n en las áreas conflictivas de la convivencia conyugal. Este
psicoterapeuta

158 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

plantea la necesidad de trabajar en la elaboració n de un “contrato matrimonial”


que facilite la adaptació n de los có nyuges. En mi experiencia clínica con parejas he
visto que las á reas de mayor contienda en los matrimonios paceñ os que acudían a
mi consultorio son las siguientes:

a) Familias de origen. Si la esposa y/o el esposo aú n no se han desvinculado y/o


emancipado de sus padres se manifiesta el conflicto conyugal debido a que se
confunden las prioridades amorosas, por un lado la necesidad de mantenerse
ligado a los padres y por otro, la organizació n de una propia familia. Haley
(2006) plantea que no es posible un vínculo conyugal cuando uno o ambos
có nyuges aú n siguen “siendo hijos”. Es frecuente en nuestro medio que
la pareja se case sin haberse aú n emancipado, por lo que los procesos de
emancipació n y desvinculació n suelen ocurrir después del matrimonio. Un
motivo de desencanto es descubrir que el có nyuge se encuentra ligado a su
familia de origen. Decidir a favor del matrimonio en vez de las relaciones con
la familia de origen no es una tarea sencilla, debido a los mitos sociales sobre el
“amor a la madre” y la “familia unida”.

b) Las amistades. Es un á rea de conflicto má s frecuente para las esposas que


para los esposos. Consecuencia de la ideología machista, los varones suelen
mantener sus actividades juveniles con sus amigos, siéndoles difícil reconocer
que el matrimonio exige que se renuncie a la vida de soltero. Las relaciones con
los amigos se solapan con el consumo de alcohol y la posibilidad de entablar
relaciones sexuales extramaritales. De ahí que la demanda oculta cuando la
mujer exige al marido que reduzca el tiempo con sus amistades es la de evitar
la posibilidad de infidelidad venérea.

c) Crianza de los hijos. Se manifiesta de dos maneras, la primera, cuando los


hijos son má s importantes que la relació n conyugal y la segunda cuando no hay
acuerdos en cuanto a las normas de la crianza. El primer caso es consecuencia
del mito de la “madre abnegada”, ocasionando que la esposa sacrifique sus
vínculos de pareja y sus funciones se restrinjan al cuidado y protecció n de
los hijos; esto puede generar celos encubiertos en el marido, quien ante el
distanciamiento de la esposa puede ingresar a una crisis emocional, la cual
hace má s probable el surgimiento de la “infidelidad venérea”. El segundo caso
está relacionado con los mandatos familiares, poniendo en tela de juicio la
validez de los valores de cada uno de los miembros de la pareja, los mismos
que se manifiestan en actitudes relacionadas por ejemplo, en la elecció n de
escuela, la ayuda en las tareas, etc.

Psicología del amor: el amor en la pareja 159


Bismarck Pinto Tapia

d) Manejo del dinero. Los cambios en los roles de género han ocasionado la
necesidad de establecer normas equitativas en la distribució n y manejo del dinero.
No existe una norma general que pueda satisfacer los estilos econó micos de
todos los matrimonios, cada uno de ellos establece una forma de organizació n
econó mica. Algunos consideran que el dinero de la esposa y del esposo es un
fondo comú n; otros distribuyen los pagos de los requisitos de mantenimiento
del hogar y la educació n de los hijos, dejando el resto a uso discrecional de
cada uno de los có nyuges; en otros se define una bolsa para la familia y la
pareja y el resto le pertenece a cada có nyuge; no falta el matrimonio
tradicional que maneja la economía designando al marido como proveedor y a
la esposa como administradora.

e) Há bitos. No son raros los matrimonios interculturales en Bolivia, por ejemplo


que el esposo sea cruceñ o y la esposa paceñ a, o que uno de ellos provenga
del campo y el otro de la ciudad. A mayor diferencia cultural existirá n má s
dificultades en la conciliació n de há bitos.

f) Sexualidad. Resulta sorprendente que en pleno siglo XXI aú n existan parejas


con problemas sexuales debido a la falta de informació n. La ignorancia sexual
repercute en la vida eró tica de la pareja, por ejemplo: maridos que consideran
a sus esposas anorgá smicas cuando son ellos los que padecen de eyaculació n
precoz (Abal y Linares, 2005). La pareja confronta dificultades sexuales en
relació n a la frecuencia, los juegos previos, las posturas coitales, el uso de
juguetes sexuales, uso de métodos anticonceptivos, realizació n de fantasías,
etc.

g) Realizació n personal. En una sociedad que ha facilitado la realizació n de los


varones en desmedro de la de las mujeres, es frecuente que se presenten crisis
en los esposos cuando enfrentan la decisió n de emancipació n de sus esposas.
La experiencia puede ser insoportable para el marido, acostumbrado al modelo
de subyugació n de la mujer, peor aú n cuando debe enfrentarse con un mundo
que está equilibrando los derechos sexuales. Lorente (2009) propone que el
postmodernismo ha traído consigo un “postmachismo” que se traduce en las
nuevas estrategias masculinas para que nada cambie en relació n al dominio
masculino.

La consecuencia infortunada de la incapacidad de negociació n es el surgimiento


de la violencia. Sin embargo, vale la pena señ alar que el proceso de confrontació n
de las diferencias conyugales produce inevitablemente sensaciones de enojo ante
la frustració n y la angustia, por lo que se hace indispensable que los miembros
de la pareja tengan la capacidad de manejar la rabia para direccionarla hacia la

160 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

asertividad, es decir que sean capaces de reclamar por sus derechos sin necesidad
de herir al otro. Los conflictos pueden resolverse, postergarse, o empeorarse.

Es evidente que la primera opció n es la mejor, pero no siempre los impases pueden
ser superados debido a diversos factores, entre ellos: la disponibilidad de recursos
y la temporalidad. Algunas parejas prefieren la “procrastinació n” -neologismo para
referirnos a la postergació n de las soluciones-, se niega el problema o se atiende
otras situaciones evitando la confrontació n del conflicto manteniéndolo incó lume
hasta que explote, destruyendo la relació n o generando otros problemas a su
alrededor. Finalmente, la pareja puede empeorar la situació n cuando la solució n se
convierte en problema (Watzlawick, Weakland y Fish, 1986).

La lucha de poder se presentará durante toda la vida conyugal, sin embargo, si


la pareja ha sido capaz en el pasado de resolver sus conflictos, recurrirá a los
estilos de negociació n y afrontamiento de problemas que fueron efectivos. Aquellas
parejas que se mantuvieron juntas a pesar de los conflictos irresueltos, ante nuevas
dificultades utilizará n con mayor probabilidad las mismas alternativas
equivocadas del pasado. Otras no podrá n soportar la tensió n ocasionada por la
confrontació n y preferirá n abandonar el campo de batalla a través de la
separació n o el divorcio.

La lucha de poder conyugal muestra que la idea romá ntica del amor eterno crisol
de la paz y la felicidad está muy lejana de la realidad, puesto que es imposible que
dos personas extrañ as no tengan que poner en tela de juicio sus diferencias. La
pelea es un ingrediente de la vida en pareja, pero también lo es el placer que
produce el alcanzar un acuerdo que satisface a los dos compañ eros, quienes al
percatarse de su capacidad de conciliació n, no pueden hacer otra cosa que
intensificar su amor.

3.5.1. La violencia en la pareja.


Posee un pájaro, no el cazador que dispara, lo hiere o mata,
sino el que cariñosamente lo alimenta y domestica.
Posee una fiera, quien logra amansarla a fuerza de paciencia y de bondad.
Posee un hombre, quien va del corazón a la cabeza.
Alberto Hurtado.

La línea que separa al amor de la violencia es la certidumbre. El amor se sitú a en


el caos (Beck y Beck-Gernsheim, 2001), el poder en el orden (Haley, 1974). El
apego seguro ofrece la posibilidad de la sensació n de protecció n ante la angustia
de la separació n (Bowlby, 1985). El miedo al abandono es la base del amor, puesto

Psicología del amor: el amor en la pareja 161


Bismarck Pinto Tapia

que al amar promocionamos la libertad del otro, éste puede dejarnos si nuestra
compañ ía no le ofrece bienestar.

A la violencia ejercida en el seno de las relaciones de pareja se la denomina


violencia doméstica, maltrato a la esposa o abuso a la esposa. Es importante
recordar que la violencia puede ocurrir en el matrimonio o fuera de él (violencia
durante el noviazgo) (Gosselin, ob.cit.)

La OMS define a la violencia doméstica como: todo acto de violencia basado en el


género que tiene como resultado posible o real un dañ o físico, sexual o psicoló gico,
incluidas las amenazas la coerció n o la privació n arbitraria de la libertad, ya sea
que ocurra en la vida pú blica o en la vida privada (1999). Es toda acció n u omisió n
que causa dañ o a la autoestima, a la identidad o al desenvolvimiento de la persona
(Min. Salud, Brasil, 2002).

Vaiz y Spanó (2004) indican que el 25% de las mujeres han sido víctimas de algú n
tipo de violencia a nivel mundial. Se asume que la violencia contra la mujer está
asociada al consumo de drogas y alcohol (Vargas y Fontã o, 2012). Sin embargo
se trata de una simplificació n del problema: lo que hacen las drogas y el alcohol
es desinhibir los impulsos agresivos ya presentes en el agresor, así que el consumo
no puede ser un atenuante del acto violento (Norströ m y Pape, 2010). Zanville y
Bennet (2012), después de un exhaustivo estudio sobre los factores de riesgo para
ser víctimas de violencia doméstica en mujeres, llegaron a la conclusió n de que son
multifacéticos, no es posible definir la predominancia de un factor sobre otro.

Las víctimas a nivel mundial suelen ser má s las mujeres que los hombres (85%),
lamentablemente este dato surge de las denuncias y de casos ocurridos en el
matrimonio, quedan fuera los casos de personas que no revelan el hecho y las
enamoradas y novias (Gosselin, 2010).

Se consideran generalmente tres tipos de violencia: física, psicoló gica y sexual.


La violencia psicoló gica es la má s difícil de definir, puesto que conlleva factores
subjetivos como la percepció n de ser descalificado y humillado. En ese sentido,
Linares (2006) lo define como cualquier pauta relacional disfuncional que genera
sufrimientos que comprometen el equilibrio psicoló gico y la salud mental de la
víctima, siendo tan o má s dañ ino que el físico.

El INE de Bolivia (2003) identificó cinco formas de violencia psicoló gica en las
relaciones conyugales: acusació n de infidelidad, limitació n de las relaciones con la
familia de origen, descalificació n: “no sirves para nada”, amenaza de irse con otra
mujer/hombre, amenaza con quitar el apoyo econó mico.

162 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

En Bolivia el 54 por ciento de las mujeres casadas/unidas evidenciaron haber sido


víctimas de algú n tipo de violencia psicoló gica ya sea de manera frecuente o alguna
vez, en comparació n el 37% de los varones casados/unidos lo manifestaron. se
puede indicar que contra las mujeres es mayor la violencia cuanto má s bajo el
estatus socioeconó mico y contra los hombres es al contrario, es decir es mayor la
violencia contra los hombres de mayor estatus socioeconó mico. (INE, 2003).

El 37% de las bolivianas afirman que fueron víctimas de insultos, 33% de


acusaciones de infidelidad. En el caso de los varones el 31% señ ala haber sido
víctima de acusaciones de infidelidad y en segundo lugar la descalificació n “no
sirves para nada” (17%). Es interesante observar que los divorciados y los
separados han recibido má s agresiones psicoló gicas que los casados: el 30 % de los
hombres casados denunció haber sido víctima de acusació n de infidelidad frente al
46 % de los divorciados o separados (INE, ob.cit.).

En relació n a la violencia física y sexual el INE, se identificaron las siguientes


manifestaciones: ser empujada(o) o jaloneada(o), golpeada(o) con la mano o con
objeto duro, si habían tratado de estrangularla (o) o quemarla (o), o forzada(o) a
tener relaciones sexuales en contra de su voluntad.

El 53% de las mujeres casadas/unidas denunciaron haber sufrido algú n tipo de


violencia física por parte de su pareja, ya sea de forma frecuente o esporá dica. El
porcentaje de hombres fue del 27%. Las mujeres separadas o divorciadas fueron
las que má s violencia física sufrieron en comparació n a las casadas y convivientes.
La forma má s frecuente de violencia física son los empujones y jalones, reportada
por el 48 % de las mujeres, mientras que el 42% de ellas denunciaron golpes con
las manos o los pies. El 12% de las mujeres expresaron que fueron víctimas de
violencia sexual en relació n al 1% de los varones. (INE, 2003).

Un dato interesante es que solamente tres de cada diez mujeres y uno de cada
diez hombres afirmaron haber buscado ayuda. Es triste constatar que el 10% de
las mujeres bolivianas considera que ser víctimas de la violencia doméstica es algo
normal y aceptable (INE, 2003). Lo que muestra una vez má s que las estadísticas
basadas en informació n de las Instituciones a cargo de la protecció n y justicia, no
permiten tener una visió n certera de la gravedad del problema.

Makepeace (1981) es el primero en llamar la atenció n hacia la violencia en las


relaciones de pareja durante el noviazgo (courtship). Actualmente se ha
encontrado una consistente relació n entre el consumo de alcohol y el maltrato a la
mujer en parejas jó venes (v.g. Roudsori, Leahy y Walters, 2009, Cá ceres y Cá ceres,
2006). Wolitzky-Taylor y su equipo de investigadores (2008) llevan a cabo un
exhaustivo

Psicología del amor: el amor en la pareja 163


Bismarck Pinto Tapia

estudio sobre 3000 jó venes entre los 12 y 17 añ os en los Estados Unidos,


encuentra una prevalencia de maltrato en el cortejo de 1,6%, 2,7% corresponde a
las adolescentes y 0,6% a los muchachos.

Un equipo de investigació n liderado por Lehler (2009) investigó la presencia y


formas de violencia en universitarios chilenos durante la gestió n 2005. Se trató de
una muestra de 970 estudiantes entre los 17 y 30 añ os, 463 mujeres y 430 varones,
confirmaron una relació n de pareja de por lo menos un añ o. Se identificaron
tres á reas de maltrato psicoló gico: comportamientos amenazantes, control y
manipulació n emocional. Tres de maltrato físico: leve (empujar, zarandear, etc.),
moderado (arañ azos, mordidas, etc,), severo (puñ etazos, quemaduras, puñ aladas,
etc.). Ademá s indagan la presencia de lesiones físicas causadas por su pareja. 16%
de las mujeres y 6,9% de los varones expresaron que fueron agredidos físicamente
en algú n momento de su relació n, 43% de las mujeres mencionaron que fueron
agredidas psicoló gicamente y el 20% de los varones.

En otro estudio, Miller (2011) en una muestra compuesta por 1530 universitarios
(56,1% mujeres, 43,9% varones) encontró que 1 de cada 4 personas era víctima
de algú n tipo de violencia en su relació n amorosa. Harned (2002) plantea un rango
entre el 9% y el 87% de presencia de violencia entre las parejas durante el
noviazgo. Las discrepancias de los datos sin duda se deben a la fragilidad del
constructo “violencia”, y a la subjetividad implicada en los auto informes. Sin
embargo, el problema está presente y no tenemos datos al respecto en Bolivia.

El estrés de los estudios y los conflictos con los padres se asocian con el
incremento de la violencia durante el cortejo (Makepeace, 1983). Racine y Senem
(2012) identifican otros factores asociados al maltrato durante el noviazgo:
racismo, estatus socio econó mico y proximidad con vecinos o familiares que viven
violencia doméstica. Nabors (2010) encuentra una alta relació n entre el consumo
de drogas y la violencia a la pareja durante el cortejo, su muestra fue de 1938
universitarios. Kivisto y sus colaboradores (2011) en un estudio con 423
universitarios hallaron que las conductas antisociales se relacionan con el maltrato
a sus parejas. Por su parte Gover, Kauchinen y Fox (2008) estudian la relació n
entre el maltrato durante el cortejo con la experiencia de maltrato en la familia, su
muestra estuvo compuesta por 2541 jó venes, los resultados muestran un alto nivel
de relació n entre ambas variables.

Leytó n y Hurtado (2005) estudian las actitudes hacia la violencia en el noviazgo


en una muestra de 370 escolares de la ciudad de El Alto entre 17 y 19 añ os.
Los resultados obtenidos muestran una predominancia de actitudes pasivas
(conformistas) ante el problema.

164 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Como se observa los distintos estudios proponen distintos factores que pueden
influir en la manifestació n de violencia en el cortejo: estrés, drogas, alcohol,
racismo, estatus socio econó mico, ejemplo de vecinos y violencia en la familia. Es
probable que en nuestro país el problema no sea vislumbrado en su magnitud, por
lo que urge investigar su incidencia.

La violencia es colocar al otro en un lugar en el cual no quiere estar (Maturana,


1997, 2000). En ese sentido es cualquier acció n dirigida a la descalificació n. Las
carencias emocionales son la base de la violencia, el odio y la hostilidad. El agresor
concibe a su víctima como al enemigo, aquél que lo ha ofendido al no amarlo (Beck,
2003). En ese sentido el odio es la transformació n radical del amor: odiamos a
quien queremos que nos ame.

El odio es la consecuencia de la intolerancia (Beck, ob.cit.), en el caso de la relació n


de pareja es la incapacidad de aceptar que la otra persona no corresponde a
nuestras expectativas. La violencia hacia la mujer se ha considerado como natural
en las relaciones maritales, ella debía soportarla porque el varó n tenía derecho
absoluto sobre su cuerpo. Lamentablemente este pensamiento aú n se mantiene en
algunas culturas (Gosselin, 2010).

La violencia doméstica está relacionada con la psicología masculina (Caldwell,


Swan y Woodbrown, 2012), sobre todo con la necesidad cultural de afirmar la
masculinidad, los varones son educados a considerar a la mujer un ser inferior y
como objeto sexual (Moore, Stuart, McNulth, Addis, Có rdova y Temple, 2010).

En la cultura aymara aú n se fomenta el maltrato a la mujer, la esposa dice: “es mi


marido, tiene derecho a golpearme” (Criales, 1994). Las mujeres toleran el
maltrato físico porque el marido tiene derecho a “cuidar que su esposa se porte
bien” (De la Cadena 1997). Mientras que el marido proteja a sus hijos y mantenga
estable la economía del hogar, la violencia es un asunto secundario para las
esposas.

El matrimonio representa la perpetuació n de la subordinació n al varó n, por


ejemplo, en la irpaq’a, es frecuente que la madre recomiende a su hija: “La vida
es sufrimiento. Si te casas es para sufrir. Cuando tu marido te pegue, y te pegará ,
no me vengas llorando. No tendré nada que ver contigo” (Carter y Mamani 1989,
p. 206).

Al finalizar la boda, la madre del novio advierte lo siguiente a su nuera:

“Cuando me casé, mi marido me pegaba brutalmente. Mi hijo tiene el mismo


cará cter. Así que, tú , mi hija, tendrá s que sufrir como yo he sufrido. Esa es una
de las razones: ¿por qué te has casado? Y cuando tu marido te pegue, nunca

Psicología del amor: el amor en la pareja 165


Bismarck Pinto Tapia

deberá s decirlo a tus padres o a tus hermanos. Tienes que perder toda la tristeza y
sufrimiento en tu corazó n. Si se lo cuentas a tus padres o hermanos te ayudará n un
tiempo, pero no toda tu vida. Tienes que vivir con tu marido. Nunca vengas a mí
llorando. Para eso tienen una madrina” (Carter y Mamani 1989, pá gs.223-224).

En la cultura Aymara Existe ambigü edad en relació n a la violencia conyugal,


porque las mujeres la toleran en privado pero la censuran en pú blico: “los maridos
que imponen violentamente su autoridad sobre su esposa son criticados en la
comunidad; son incluso reñ idos pú blicamente en las fiestas por parte de las
mujeres mayores” (Spedding 1997, pá g.332).

No importando la cultura, la pareja al desencantarse puede inmediatamente


ingresar en círculos de violencia interminables. La mujer descubre que se ha
casado con dos maridos: el bueno que la ama con pasió n y ternura y el malo que la
odia con pasió n y odio (Enander, 2010).

Las narraciones de las mujeres víctimas de maltrato por parte de sus parejas,
independientemente a la cultura suelen contener una idea romá ntica del amor,
como en los cuentos de hadas, piensa que al casarse le espera la felicidad eterna,
se trata de una concepció n del “amor perfecto” (Adams, Towns y Gavey, 1995,
Towns y Adams, 2000). Wood (2001) indica que un motivo por el cual las mujeres
maltratadas toleran la violencia es la idealizació n del amor que conlleva la esperanza
del cambio en el agresor.

Boonzaier (2008) investiga las narraciones de quince parejas heterosexuales,


concluye que la violencia es percibida como un atentado contra el sí mismo de
las personas, fomentá ndose por la sensació n de poder y control que genera en
el agresor. Lavis, Horrocks, Kelly y Barker (2005) resaltan que el problema debe
comprenderse como un desajuste moral antes que como un problema de salud
mental.

En Bolivia, Tarifa y Domic (2008) identificaron que las mujeres toleran el


maltrato durante la primera etapa del matrimonio, en la segunda se defiende con
verbalizaciones y en la tercera responde físicamente a las agresiones.

Si bien el 4,4% de la població n adolece de algú n trastorno de personalidad (5,4%


varones, 3,4% mujeres), no necesariamente todos tienen propensió n a la violencia,
de la població n con trastornos mentales asociados con conductas violentas 26%
adolecen de algú n trastorno de personalidad. Las agresiones pueden ocurrir en
personas normales, por lo que es difícil establecer un perfil general del agresor
(McMurran y Howard, 2009).

166 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La violencia doméstica puede darse en dos niveles de poder: simétrico o


complementario. La violencia simétrica se refiere a la escalada de agresiones que
se ejecutan de manera recíproca. La complementaria también denominada
“violencia- castigo” se refiere a una persona dominante y a otra dominada. Estas
formas de relacionamiento pueden complementarse o mantenerse rígidamente
(Linares, 2002).

Ferraro (1997) identifica cuatro fases durante el ciclo vital de la pareja violente:

Fase 1: Atracció n. Generalmente, durante los seis primeros meses la relació n


se caracteriza por altos niveles de pasió n y afecto, se plantea como prioridad la
exclusividad y no se expresa aú n el maltrato.

Fase 2: Maltrato psíquico. Aparecen las primeras agresiones verbales asociadas


a la necesidad de posesió n y la incapacidad de desencantarse. El agresor
imagina que las conductas de su pareja contradicen sus expectativas, las
considera provocaciones a su integridad por lo que empieza a expresar
argumentos de reproche, ocasionando altos niveles de culpabilidad en su
víctima.

Fase 3: Incremento del abuso. Los reproches se hacen má s frecuentes y se van


transformando en acciones de control y represió n. Se manifiestan los primeros
ataques físicos. La víctima vive su relació n como una tortura y humillació n.

Fase 4: Castigo. La mujer experimenta su situació n como un castigo y se siente


incrédula ante las agresiones de su pareja. Es una etapa sin retorno, la
violencia se hace má s frecuente y má s intensa. Esta etapa deriva en la
depresió n y en el trastorno por estrés post traumá tico. El suicidio y el
asesinato pueden verse como opciones de solució n.

Los agresores mantienen la violencia y pierden el juicio moral. Ugazio, Lamn y


Singer (2012) han demostrado que la valoració n moral de una situació n se ve
afectada por las emociones, la rabia altera el juicio, al grado que la persona puede
creer que su acto violento se justifica debido a la supuesta falta de la víctima por
nimia que pueda ser.

La violencia es la expresió n inadecuada del enojo. Las personas violentas no saben


controlar su ira, algunas usan recursos cognitivos y fisioló gicos para reprimirla,
otras actú an con impulsividad. En ambas la violencia puede ser devastadora. Pond
y sus colaboradores (2012) encontraron que las personas violentas no saben
reconocer sus emociones ni tampoco discriminarlas, por ello plantean un
programa de regulació n del enojo que parte del aprendizaje de discriminar las
emociones en general en base a categorías discretas.

Psicología del amor: el amor en la pareja 167


Bismarck Pinto Tapia

El enojo no necesariamente se convierte en violencia, es una emoció n que surge


como advertencia de que una situació n impide el alcance de una meta. Por lo tanto
su expresió n no debería ser dañ ina, sino una manifestació n de un reclamo. Ford
y Tamir (2012) encuentran que las personas podemos darle un sentido positivo a
nuestras sensaciones de rabia. Heilman, Houser, Miclea y Miu (2010) investigan la
importancia de la regulació n de emociones en la toma de decisiones, demostrando
que la evaluació n cognitiva de las emociones permite su control y con ello una
adecuada toma de decisió n.

Resulta eficiente el control cognitivo de las expectativas para, Delgado y sus


colaboradores (2008), observaron có mo disminuía la activació n de los nú cleos
amigdalinos cuando las personas pensaban de manera estratégica la solució n de
problemas.

El control de pensamientos hostiles, permite la inhibició n paulatina de la rabia y


el desarrollo de conductas asertivas en vez de violentas. Milkowski y Robinson,
aplicaron una técnica cognitiva a 55 jó venes graduados (38 varones y 17 mujeres)
de alrededor de 21 añ os. Encontraron que los participantes con rasgos de ira
podían controlar mejor sus impulsos hostiles cambiando las palabras agresivas por
otras racionales, mientras que las personas con estado de ira tuvieron mayores
dificultades.

La ira-estado, se refiere a personas con una personalidad hostil y violenta, la ira


– rasgo, se atribuye a las personas que eventualmente pueden expresar su enojo
de manera desadaptada. Estos hallazgos permiten comprender la complejidad del
manejo de la ira sobre todo en situaciones que implican vínculos amorosos.

La violencia es una mala solució n, no se trata del problema. Podemos decir que
la solució n se convirtió en el problema. Las parejas se agreden para resolver un
problema. Con la violencia el problema no se resuelve. Como el agresor se siente
culpable y la víctima piensa que hizo algo mal, entonces pueden creer que con el
arrepentimiento y la promesa de que no volverá a ocurrir, el problema se
resolverá.

Deviene el arrepentimiento y el perdó n, generalmente la reconciliació n se la


celebra con actividad sexual, como consecuencia todo se pone intenso, las
pasiones se activan…pero el problema continú a. Por ello la pareja vuelve a pelear
violentamente, y así sucesivamente hasta llegar a la fase 4 de Ferraro.

Como vimos en las investigaciones sobre el enojo y las decisiones, las personas no
resolvemos problemas estando enojados, má s bien creamos nuevos. Sin embargo
el estudio de Jouriles, Grych, Rosenfield, McDonald y Dodson (2011) acerca de
los pensamientos automá ticos en adolescentes violentos, muestra que la respuesta

168 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

agresiva en sus relaciones de noviazgo respondía siempre a pensamientos


irracionales hostiles hacia sus novias. Los investigadores concluyen que una
técnica eficaz para el control de la violencia en las relaciones romá nticas es el
control de los pensamientos hostiles automá ticos.

La pareja debe aprender a enfrentar los problemas que se presentará n en la


convivencia, para ello es necesario que puedan comunicarse eficazmente. La
comunicació n eficaz comienza con la empatía, sin ella es imposible negociar
(O’Brien, De Longis, Pomaki, Puterman y Zwicker, 2009).

3.5.2. Comunicació n, negociació n y satisfacció n marital.


El matrimonio es una
barca que lleva a dos personas por un mar
tormentoso. Si uno de los dos hace algún
movimiento brusco,
la barca se hunde.
Leo Nikolaevich Tolstoi.

¿Es posible la felicidad en el matrimonio? Los primeros en formular el problema


desde la perspectiva científica fueron Terman, Buttenweiser, Ferguson, Johnson y
Wilson (1938) al comparar parejas felices con infelices. El estudio llevó a
cuestionar el concepto de felicidad matrimonial, puesto que las respuestas que
obtuvieron fueron muy dispersas. Sin embargo, el aporte fue la necesidad de
reemplazar la “felicidad” con “satisfacció n”. De esta manera determinar la felicidad
del matrimonio se insertó dentro de los estudios de las actitudes a través de auto
informes (Burgess, Locke y Thomes, 1971).

El estudio sistemático de las relaciones en el matrimonio se inicia con la


investigació n de Weiss, Hops, y Patterson (1973). Spanier (1976) introduce su
escala para medir el “ajuste diá dico”, instrumento que aú n hoy se valida y aplica
(South, Krueger y Iacono, 2009). En México, Arias (1989) valida la Escala de
Satisfacció n Marital de Roach, Browden y Frazier, reconociendo la idoneidad del
instrumento para ser utilizado en poblaciones mexicanas.

Los primeros estudios que recurrieron a los conceptos de “satisfacció n marital”


y “ajuste diá dico” mostraron que los aspectos recurrentes en los problemas
matrimoniales son: la resolució n de conflictos y las habilidades de comunicació n.
¡No encontraron ningú n atisbo del amor!

Gottman y Krokoff (1989) estudiaron 25 matrimonios con niveles variables de


satisfacció n marital. El estudio fue longitudinal, se evaluaron las parejas con la

Psicología del amor: el amor en la pareja 169


Bismarck Pinto Tapia

escala de Spanier y dos instrumentos de ajuste marital: escala de Locke y Wallace,


cuestionario de Locke y Williamson. Ademá s se observaron tres có digos de
interacció n en filmaciones de las parejas discutiendo. Se volvió a encuestarlas y
filmarlas tres añ os después. Dos matrimonios se divorciaron por lo que se
revisaron solamente 23. La conclusió n má s importante se refirió a las situaciones
que producen malestar: conductas defensivas, terquedad y abandono de la
interacció n. Fue interesante establecer que el enojo y el desacuerdo son frecuentes
en las relaciones conyugales pero que a la larga no dañ an al matrimonio.

La terapia comportamental ha demostrado ser el recurso terapéutico má s eficaz


en la atenció n psicoló gica a las parejas (Christensen, Atkin, Baucom y Yi, 2010;
Baucom, Sevier, Kathleen, Doss, Christensen, 2011). Este éxito se justifica si
consideramos que para la sobrevivencia del matrimonio son necesarias ciertas
habilidades en vez de la intensidad de los sentimientos. No importa cuá nto ames
a tu pareja, lo que necesitas es tener las competencias para relacionarte con ella.

En el estudio sobre los factores determinantes de la satisfacció n marital Bradbury,


Fincham y Beach (2000) evalú an los siguientes factores: cognició n, afecto,
fisiología, padrones de relacionamiento, apoyo social y violencia.

1. Cognició n: es relevante la atribució n cognitiva que los có nyuges le dan a


los problemas de la cohabitació n. Los pensamientos racionales derivan
en comportamientos adaptables y los irracionales a la desadaptació n.

2. Afecto: si bien varias investigaciones dan relevancia a los afectos


positivos (agrado, valoració n, apoyo emocional, etc.), no son
determinantes de una buena convivencia. Se sitú a este factor como la
base de la relació n conyugal. Los autores del artículo manifiestan la
importancia de profundizar su estudio.

3. Fisiología: se ha observado sincronía en las funciones fisioló gicas de


parejas armó nicas. Los cambios hormonales femeninos ocasionan
disturbios en la relació n conyugal, la tendencia a segregar más testosterona
y adrenalina que el có nyuge hace má s probable la manifestació n de
malestar.

4. Patrones de interacció n: la secuencia de las interacciones se establecen


como patrones rígidos en el vínculo conyugal, de tal manera que si la
reciprocidad es positiva la percepció n de la relació n será buena, en
cambio, si es negativa se la experimentará como mala. Es difícil el
cambio del patró n, sin embargo se ha demostrado que al reemplazar

170 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

las interacciones negativas por positivas, la satisfacció n marital se


incrementa.

5. Apoyo social: la intervenció n de los miembros que componen los


sistemas sociales de la pareja (amigos, familia extensa, trabajo, etc.)
pueden ser determinantes en el proceso vincular. El soporte social es
fundamental para la mantenció n de la relació n y el afrontamiento de
dificultades.

6. Violencia: el manejo racional del enojo es vital para la supervivencia


del matrimonio. Cuando el enojo se convierte en violencia, la relació n
conyugal corre peligro. En cambio, reconocerlo y direccionarlo hacia
cambios en las pautas relacionales o en la modificació n del estilo de vida
favorecen la vinculació n de la pareja.

Un factor importante en el desarrollo de la armonía conyugal es la capacidad de


perdonar (Fenell, 1993; Fincham y Beach, 1995; Fincham y Beach, 2004). El
perdó n consiste en reconocer que nuestra pareja nos ha herido, no se trata de
olvidar el error o minimizarlo, al contrario, es imprescindible atribuirle la
intencionalidad o al menos la negligencia de nuestro có nyuge (Enright y Coyle,
1998). El perdó n tiene lugar cuando la persona ofendida asume que tiene derecho
a sentirse herida y que su pareja no tiene que esperar su simpatía (North, 1998).

Considerando que la convivencia genera intensos niveles de estrés y de enojo, es


posible que alguno o ambos miembros de la pareja pierdan en algú n momento el
control o se conduzcan faltando al contrato matrimonial. Por ello, es prá cticamente
imposible que no ocurran experiencias de ofensa, de ahí que si no es posible el
perdó n, será imposible la continuidad saludable del matrimonio.

Finchman, Beach y Dá vila (2007) llevan a cabo una investigació n sobre la


influencia del perdó n en las relaciones maritales. Recurren a una muestra de 96
parejas, les hacen un seguimiento al añ o. Evalú an la calidad del matrimonio a
través de la Escala de Satisfacció n Marital de Locke y Wallace, la resolució n de
conflictos con el Inventario de Argumentos Ineficaces de Kurdek y el perdó n se
evalú o a través de un cuestionario acerca de algú n comportamiento de su pareja
que les hubiera herido. Los resultados son asombrosos, só lo aquellas parejas que
fueron capaces de perdonar pudieron enfrentar sus conflictos, aunque hayan
puntuado alto en la escala de satisfacció n y en la de argumentos ineficaces.

La comunicació n efectiva juega un papel indispensable para la relació n conyugal,


“las palabras penetran al corazó n” (Smalley y Trent, 1991, pá g. 11). Gudykunst y
Nishida (2000) definen la comunicació n efectiva como el conjunto de habilidades
para disminuir la incertidumbre y la ansiedad.

Psicología del amor: el amor en la pareja 171


Bismarck Pinto Tapia

Montgomery (1981) define la comunicació n efectiva en el matrimonio como un


proceso simbó lico, interpersonal y transaccional por el cual los có nyuges logran
mantener la comprensió n uno del otro.

El primer intento de estudiar la comunicació n en el matrimonio lo llevó a cabo


Bienvenu (1970), recurrió a una muestra de 172 parejas, dedicó su atenció n a los
aspectos no verbales como el tono de voz y las inflexiones, ademá s de considerar
la metacomunicació n verbal.

Navran (1967) fue pionero en investigar las relaciones entre la comunicació n y el


ajuste marital. Burleson y Denton (1992) establecieron una relació n estrecha entre
los niveles de comunicació n y la satisfacció n marital. Estos mismos investigadores
el 2009 encuentran que la comunicació n efectiva se relaciona con el incremento de
la atracció n sexual hacia la pareja y la satisfacció n marital. Kline, Zhang, Manohar,
Ryu, Takeshi y Mustafa (2012) estudian la concepció n de los roles maritales en seis
países (Estados Unidos, China, Corea del Sur, Japó n, India y Malasia), encuentran
que en todos los casos la comunicació n es considerada como fundamental para la
vida matrimonial.

En Latinoamérica los resultados no difieren de las investigaciones mencionadas.


Sá nchez, Carreñ o, Martinez y Gó mez (2003) estudiaron la relació n entre la
comunicació n marital y las disfunciones sexuales en mujeres mexicanas, tomaron
una muestra de doscientas mujeres, mitad de ellas con alguna disfunció n sexual y
la otra mitad sin disfunció n. Hallaron que la comunicació n adecuada se relaciona
con la ausencia de disfunciones.

Otro estudio mexicano llevado a cabo por Armenta y Díaz (2008) en una muestra
compuesta por 114 parejas determinó que los estilos de comunicació n eficaces se
relacionan con altos niveles de satisfacció n marital. Esta investigació n recurre al
uso de instrumentos desarrollados por mexicanos: Estilos de Comunicació n
(Sá nchez y Díaz, 2003) y Comunicació n Marital (Nina, 1991), Inventario
Multifasético de Satisfacció n Marital (Cortés, Díaz y Monjará s, 1994).

En otra investigació n, Nina (2011) estudió a 101 personas casadas, 41 varones y


60 mujeres, descubrió que la satisfacció n marital se encuentra en directa relació n
con el significado del compromiso y las estrategias de mantenimiento del
matrimonio: personales, conjuntas ademá s de su valoració n. Dichas estrategias se
sostienen en la comunicació n constructiva.

En Españ a, Montes (2009) plantea el concepto “comunicació n constructiva mutua”


para referirse a la comunicació n efectiva en la relació n conyugal. Comprueba que

172 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

la comunicació n constructiva se relaciona positivamente con la satisfacció n marital


y negativamente con los malos tratos.

Partiendo de que la satisfacció n marital depende de la capacidad que tiene la


pareja de afrontar la lucha de poder, es indispensable reforzar las habilidades
conyugales concernientes a los patrones de comunicació n y cogniciones
indispensables para la vida matrimonial.

Probablemente el á mbito conyugal sea el espacio relacional donde se producen


má s conflictos que en cualquier otro sistema social humano. Los conflictos son el
resultado de la presencia de objetivos diferentes, uno positivo y el otro negativo o
uno má s atractivo que el otro o ambos atractivos (O’Connor et al. (2002)

No es suficiente con desarrollar un buen sistema comunicacional, sino que se hace


necesaria una eficaz capacidad de negociació n. Se entiende por negociar al proceso
de comunicació n entre personas que tienen que tomar una decisió n respecto a un
tema o cuestió n que los involucra (Díez, 2002).

La negociació n en la relació n conyugal se refiere a un proceso cooperativo entre


dos partes para resolver un conflicto (Belucci y Zeleznikow, 2001).

Laferrer (1998) verifica la influencia positiva de la negociació n para los acuerdos


sexuales en parejas de Mumbai. Por otra parte, Wolff, Blanc y Gage (200)
confirman la necesidad de negociació n para las actividades sexuales conyugales en
parejas de Uganda.

Por lo enunciado, es posible concluir que el desarrollo de las habilidades


necesarias para la sobrevivencia al matrimonio, pueden aprenderse. Generalmente
las parejas llegan al matrimonio con el bagaje de conocimiento asimilado en sus
familias de origen. Por ello, es má s factible un buen matrimonio en personas que
provienen de familias donde existieron modelos de comunicació n asertiva y
habilidades de negociació n. (Laferrere, 1999)

Sin embargo, las parejas pueden aprender por sí solas a manejar adecuadamente
los conflictos durante la lucha de poder, ya sea por ensayo – error, o porque
pueden aplicar recursos aprendidos en otras situaciones sociales (amistad, trabajo).
En otras parejas, el asesoramiento profesional puede ayudarlas a desarrollar las
habilidades que necesitan.

McKay, Fanning y Paleg (1994) identifican 17 habilidades indispensables para el


enfrentamiento y solució n de conflictos conyugales. Por supuesto, dependiendo

Psicología del amor: el amor en la pareja 173


Bismarck Pinto Tapia

del problema las personas recurrirá n a alguna o varias de estas habilidades. Las
habilidades son:

1. Escuchar activamente: recibir la informació n sin juzgarla,


asegurá ndonos que hemos entendido expresando nuestra
interpretació n y esperando la retroalimentació n.

2. Expresar sentimientos y describir necesidades: poner palabras a nuestros


sentimientos y nuestras necesidades asegurá ndonos que nuestra pareja
los ha entendido.

3. Reforzamiento recíproco: valorar y hacer notar las acciones que


nos agradan, favorecen o nos ayudan en la solució n de problemas.
Reconocer y exigir los reforzamientos que nuestra pareja hace hacia
nuestras conductas positivas.

4. Comunicació n clara: expresar todo lo que queremos, pensamos y


sentimos con palabras que son utilizadas también por nuestra pareja,
asegurarnos que nuestra expresió n verbal coincida con la verbal

5. Identificació n y modificació n de pensamientos irracionales: las


atribuciones que las personas damos a los problemas determinan
nuestras acciones, adaptativas cuando son coherentes y desadaptadas
cuando no. Debemos identificar los pensamientos estú pidos y
modificarlos por otros racionales.

6. Negociació n: llegar a una mutua satisfacció n entre las dos partes a


través de estrategias comunicacionales, cada uno recibe una propuesta y
hace una contrapropuesta para que ambos salgan ganando.

7. Solució n de problemas: dirigir el razonamiento, los sentimientos y las


conductas a la bú squeda de la mejor solució n, reconocer las que no
sirven, desecharlas, las que no son factibles también rechazarlas, y
quedarse con las plausibles.

8. Evaluar y cambiar las estrategias aversivas: detectar las formas de


afrontar problemas y sus soluciones que pueden ocasionar rabia, miedo
o angustia y modificarlas por otras menos aversivas.

9. Manejo del enojo: capacidad para reconocer la sensació n de enojo y


convertirla en reclamo, advertencia o defensa racional de la dignidad
personal, inhibir el impulso violento.

174 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

10. Manejo del enojo del có nyuge: ser capaz de controlar la ansiedad, miedo
y el propio enojo ante la expresió n de rabia de la pareja. Comportarse
de tal manera que pueda disminuir el nivel de agresió n de nuestra
pareja.

11. Tiempo fuera: retirarse del entorno cuando los niveles de agresió n de
uno o ambos miembros de la pareja alcancen niveles riesgosos de
violencia.

12. Manejo de las defensas: identificar y controlar los mecanismos de


defensa que utilizamos para evitar la confrontació n de nuestras
limitaciones y la responsabilidad como partícipes del conflicto.

13. Identificar los esquemas de la relació n: comprender que la imagen que


tenemos de nuestro có nyuge es una construcció n personal que puede
o no tener algo que ver con la realidad. Es importante reconocer la
congruencia e incongruencia de nuestros esquemas mentales.

14. Intervenir sobre los esquemas: modificar los esquemas incongruentes


por otros congruentes.

15. Expectativas, reglas y aceptació n: reconocer cuá les son las expectativas
en relació n al matrimonio, modificar las reglas de acuerdo a la etapa
conyugal, aceptar las limitaciones.

Ridley y Nelson (1984) demostraron que las relaciones amorosas


prematrimoniales pueden mejorar notablemente después de la aplicació n de un
programa para resolver problemas. La mayor dificultad en la solució n de
problemas se produce porque es difícil dejar de involucrar los sentimientos. La
pareja debe aprender que las emociones de desprotecció n se activan ante el
conflicto, deben evitar que se conviertan en el problema (Smalley y Trent, 1984).

A partir de los resultados obtenidos con el Cuestionario de Patrones


Comunicacionales (Communication Patterns Questionnaire, Christensen and
Sullaway, 1984), aplicado a matrimonios suizos, alemanes y estadounidenses,
se concluyó que lo má s importante para el manejo de conflictos es la capacidad
de mantener una comunicació n constructiva basada en la reciprocidad positiva
(Bodenmann y colaboradores, 2001).

Significa que para enfrentar los problemas y resolverlos, los miembros de la pareja
deben estar dispuestos a negociar utilizando como principal fortaleza la comunicació n
diá fana que permitirá retroalimentarse mutuamente para construir una solució n
aceptable para ambas partes. Es imprescindible el control de emociones, caso
contrario los problemas pueden acrecentarse (Sullivan, Pasch y Bradbury, 2010).

Psicología del amor: el amor en la pareja 175


Bismarck Pinto Tapia

McNuty y Russell (2010) estudiaron la manera de resolver problemas de 72


parejas de Ohio. Observaron que los mecanismos para empeorar la situació n
son: culpar al otro, mandar y rechazar. Mientras que la forma má s efectiva de
encarar los problemas es redefinir los problemas graves hacia problemas que
pueden ser resueltos. La conversió n de este enfoque de los problemas implica
necesariamente una forma de percibir positiva. Los matrimonios que utilizan
recursos inadecuados para resolver problemas tienen mayor probabilidad de
sentirse insatisfechos, al contrario de lo que ocurre con los que pueden redefinir
sus problemas.

Es interesante considerar que los predictores para un cambio positivo de la


relació n son distintos para las mujeres que para los varones. Para ellas lo má s
importante es que su pareja sepa manejar los conflictos y mantener un buen nivel
de comunicació n. Para ellos, la mejora de la intimidad sexual (Bodenmann et al.
2001).

3.6. Emancipació n conyugal.


Emanciparse es independizarse. Hace parte del ciclo vital familiar (Carter y
Mcgodrick, 1989; Hesse-Biber y Williamson, 1984; Berbow et al. 1990), ocurre
cuando los hijos se hacen jó venes y dejan el hogar (Wynne, 1984; Haley, 1985).
Es un proceso complejo que ocurre en un sistema que necesariamente se debe
reorganizar, por lo que promueve dolor e incertidumbre (Teyber, 1983).

El proceso de emancipació n juvenil se asocia a la desvinculació n afectiva, se realiza


en forma de distanciamiento con el propó sito de diferenciarse de la familia de
origen (Cancrini y La Rosa, 1996). Se trata de la ruptura de la dependencia
emocional hacia los padres y de éstos hacia los hijos. Fase mucho má s difícil y
compleja que la emancipació n, requiere de madurez filial (Blenker, 1965), se
configura en personas que desarrollaron un estilo de apego seguro (Barnier,
Lacrose y Whipple, 2005).

El estancamiento de la familia en esta etapa se ha asociado al desarrollo de


cronicidad en las enfermedades mentales (Rolland, 1987), lo que demuestra su
importancia en el ciclo vital de la familia.

En la vida matrimonial, la pareja atraviesa por distintas crisis que la sostienen


gracias a la fortaleza de la intimidad. Los requerimientos afectivos inmaduros
favorecen los vínculos de dependencia y su estacionamiento configura la patología
conyugal o colusió n (Barnhill y Longo, 1978; Willi, 1984; Pinto, 2011). La
intimidad só lo es posible si se abandonan las demandas afectivas infantiles, puesto
que se hace obligatoria la aceptació n de la separació n como opció n que tiene el
otro a pesar de nuestras acciones (Wynne y Wynne, 1986; Larson, Hammond y
176 Psicología del amor: el amor en la pareja
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Harper, 1998).

Psicología del amor: el amor en la pareja 177


Bismarck Pinto Tapia

El desenganche de nuestras necesidades afectivas infantiles, conlleva a la


confrontació n de los vínculos emocionales dependientes que se han establecido en
la relació n de pareja. Suele coincidir con la etapa de emancipació n juvenil de
nuestros hijos, puesto que hasta ese momento, el matrimonio se mantuvo
primordialmente centrado en sus roles parentales, y en las necesidades de
supervivencia del hogar. Cuando los muchachos y muchachas abandonan
paulatinamente la adolescencia se motiva a dejar el hogar y fuerzan a que sus
padres renuncien a sus funciones de cuidado y protecció n para retomar el vínculo
amoroso.

El matrimonio obliga a la renuncia de algunas metas que son incompatibles con


la vida conyugal, también congela algunos procesos de crecimiento personal, en
muchos casos genera frustració n y desilusió n (Stanley et al. 2003) Esta percepció n
es peor si uno o ambos esposos está n insatisfechos, se magnificará n los logros
estacionados y la valoració n de sí mismo se deteriora ante la visió n catastró fica de
los añ os perdidos (Gordon y Baucom, 2009).

Durante el matrimonio la pareja debe organizarse para mantener la convivencia


y el orden del hogar, eso implica asumir funciones que se asocian con los roles
sexuales (MacDermid, Huston y McHale, 1990). Para las psicó logas feministas, el
matrimonio es una institució n opresora de las mujeres, por lo que han planteado
varios argumentos en contra de ella (Finlay y Clarke, 2003), Burns (2003) precisa
que el matrimonio obliga al sacrificio de la mujer.

Estos planteamientos se insertan durante el siglo XIX en Europa cuando las


mujeres lucharon para liberarse del rol de madre esposa (Doepke y Tertilt, 2009).
La consecuencia fue la emancipació n femenina del matrimonio y el contraste de
valores entre madres e hijas, las primeras considerando el sentido de la vida
femenina en el matrimonio, las segundas en la auto realizació n (Walker et al.
2006).

La emancipació n femenina modificó la estructura familiar clá sica, se


incrementaron los divorcios y se organizaron nuevas formas familiares:
monoparental (Rodriguez y Luengo, 2003), ensamblada (Wilcox et al., 2002) y
homoparental (Ross, 1986; Ará ujo et al. 2007).

El rol de madre esposa está siendo reemplazado por la mujer emancipada (Zarco y
Quiró s, 2002), entre la primera y segunda se presenta una mujer transitoria,
aquella que “trabaja para el marido”, denominada de esa manera porque si bien ha
dejado las labores del hogar, paga a las mujeres que la reemplazan (niñ era,
cocinera, etc.).

Como consecuencia de este proceso social, los varones hemos entrado en crisis
econó mica (Weaver et al. 2012) y psicoló gica (Addis, 2003). Las mujeres han
178 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia

cambiado, se dieron cuenta de que no somos necesarios para su sobrevivencia

Psicología del amor: el amor en la pareja 179


Bismarck Pinto Tapia

y tomaron la iniciativa. Estamos viviendo un momento histó rico que bien podría
denominarse “la era de la mujer”.

Los procesos sociales impactan irremediablemente en la vinculació n amorosa,


y ésta en la organizació n familiar. Por ello es que la etapa de la emancipació n,
quizá s ausente hace cincuenta añ os en Bolivia (Revollo, 2001), se hace presente
indefectiblemente en las relaciones conyugales actuales.

Antes la mujer estaba predestinada a cuidar de los hijos, hogar y marido,


subyugada a la voluntad del esposo no tenía otras alternativas en la vida. En ese
contexto machista el varó n podía realizarse personalmente, ademá s se justificaba
porque tenía que ser un excelente proveedor. Las mujeres liberales eran tildadas
de prostitutas y condenadas al aislamiento social (Lagarde, 1993).

Al dispersarse la concepció n romá ntica y religiosa del matrimonio, los có nyuges


pueden ponerlo en tela de juicio y repensar su reglamentació n. No se trata má s
de un hecho del destino, sino de una opció n. El problema está en los inicios de
la convivencia, usualmente regidos por el enamoramiento y no por la razó n. La
cotidianeidad despeja la ilusió n romá ntica dejando lugar a la expresió n cruda de la
supervivencia con un extrañ o.

En la crisis positiva se producirá la necesidad de recuperar los sueñ os olvidados


en un contexto de ternura cuando ambos có nyuges lograron cobijarse en un amor
maduro sin exigencias y sin la obligació n de ajustarse a las expectativas de uno y
del otro. Contenidos en la libertad de decisió n, ante la crisis de la edad (McFaden
y Rawson, 2012).

Los factores asociados a la crisis negativa son: el estrés laboral, la influencia de


los amigos y amigas que está n en proceso de emancipació n, la filosofía liberal, la
religió n, la emancipació n de los hijos jó venes, la presencia de violencia
intrafamiliar, la decepció n del có nyuge (McFaden y Rawson, ob.cit.).

Un antecedente de la emancipació n puede ser un estado depresivo concomitante


con la desilusió n y desencanto del vínculo amoroso, má s aú n si se presentó
infidelidad sexual o afectiva. El pisar fondo puede proporcionar la sensació n de
inercia vital y por ende activar la necesidad de autorrealizació n.

La crisis negativa define la ruptura del matrimonio, pues ha puesto en riesgo


el desarrollo personal de uno o ambos esposos. En la crisis de la edad media la
persona puede sentir que ha perdido añ os de su vida y buscará desesperada y
apasionadamente vivir una especie de adolescencia tardía, muchas veces junto a
una o a un amante joven. En la mayoría de los casos no habrá vuelta atrá s, la
familia

180 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

se siente engañ ada y es incapaz del perdó n. Ademá s mientras uno desbarataba su
vida el otro también buscará la libertad fuera de la relació n.

3.6.1. Separació n y divorcio.


La ley del fuego es consumirse.
Michel Quoist

El amor es una construcció n llevada a cabo por dos protagonistas, para su


destrucció n es suficiente uno de los dos. Puede ocurrir que uno aú n tenga
intenciones de seguir construyendo, mientras que el otro decidió detener la obra; o
bien, ambos, por mutuo acuerdo concluyen que la edificació n debe interrumpirse.

¿Qué hace con que se produzca el fin de una relació n amorosa?

La causa má s frecuente es el “desencanto”, etapa inevitable del desarrollo amoroso,


en la cual los amantes se percatan de la necesidad de abandonar sus expectativas
hacia el otro y asumirlo como se presenta: dejar de besar al sapo para que se
convierta en príncipe y aceptarlo como es. Cuando la persona no acepta al otro,
simplemente no lo ama, porque amar es reconocer al otro como un auténtico otro,
libre de tomar sus propias decisiones.

Amar obliga a asumirnos como entidades solitarias e independientes, só lo en esas


circunstancias es posible dejar ser al otro o dejarlo partir. Si no hemos alcanzado la
posibilidad de valernos por nosotros mismos, nuestras relaciones se establecerá n
en funció n a la dependencia en vez de basarse en la libertad, y sin libertad no es
posible amar.

La elecció n de pareja, si bien aú n mantiene muchos de sus intrincados procesos


en el misterio, probablemente se deba simple y llanamente al azar, má s allá de la
intervenció n de las feromonas, del destino o de Dios. Objetiva y racionalmente no
podemos saber con quién empezamos a enamorar, lo vamos descubriendo en la
relació n y a medida que cada quien se va quitando las má scaras de la conquista.

Las relaciones inmaduras y las patoló gicas se fundamentan en expectativas infantiles


o idealizadas. Se espera ser cuidado o cuidar, depender o hacer depender, admirar
o ser admirado, se la puede plantear como un perenne enamoramiento definido
como un eterno apasionamiento donde el deseo es indispensable. Las relaciones
má s peligrosas se organizan en la complementariedad: posesió n - dependencia, y
las má s absurdas en la estabilidad aburrida de la costumbre.

Psicología del amor: el amor en la pareja 181


Bismarck Pinto Tapia

Cuando ocurre el desencanto, las personas nos sentimos abrumadas por la


estupidez, no podemos comprender có mo nos involucramos con esa persona
que no tiene los atributos que esperaba, duele la irracionalidad y el tiempo
perdido, conmueven las miradas de quienes nos quieren y que favorecieron o
desfavorecieron nuestra relació n, ¿qué dirá n los unos y los otros? ¡Trá game tierra!

El placer de amar es sustituido por el miedo y el sufrimiento del dejar partir. Si el


mundo se redujo a “nosotros dos”, mayor es el abismo que tienes que enfrentar:
nadie, nadie para sostenerte. Lo mejor es volver al vínculo insulso pero que
permite que cierres los ojos al vacío de una vida que dejó de ser vivida. La pareja
se forja como una simbiosis, el uno no puede ser sin el otro, y ambos se devoran
mutuamente, quedá ndose solos en el vacío. Basta que uno suelte la mano del otro
para que surja una inmensa depresió n.

Si la relació n la configuraron dos personas maduras, esto es, emancipadas y


desvinculadas de sus familias de origen, en pos de su realizació n, o mejor aú n,
habiéndola conseguido, seres humanos apropiados de su existencia y conscientes
de su soledad e independencia, el proceso de ruptura será doloroso, por cierto,
pero será ajeno a los miedos irracionales del abandono y de la opinió n de la
sociedad.

En el caso de las parejas inmaduras y patoló gicas, cuando uno de los miembros
(má s difícilmente ambos) se reconoce como una persona con derecho a la felicidad
y que la felicidad del otro es responsabilidad del otro y no de ella, pude mirar su
relació n amorosa con objetividad y poder decidir si vale la pena continuarla o no.

Por lo tanto lo primero que debe ocurrir es que la persona necesita reconocer su
nivel de desarrollo personal, a nivel externo e interno. Externo: ¿es dependiente
econó micamente y afectivamente de sus padres o familiares? Si la respuesta es
afirmativa, es una persona inmadura socialmente. No puedes establecer un vínculo
amoroso formal si aú n no te emancipaste econó micamente de otros, ni tampoco si
tu familia de origen sigue siendo lo má s importante en tu vida.

El nivel interno se refiere a la necesidad de protecció n y cuidado, la pregunta es:


¿me considero aú n una niñ a (un niñ o) que necesita de la protecció n de otros? Si
la respuesta es afirmativa, entonces está s en serios problemas, porque no conoces
el amor, lo confundes con el miedo a ser abandonado (a) o la pena que te causa tu
pareja.

El problema de estas personas suele ser que el desarrollo de su sexualidad no va a


la par de su desarrollo social. Para desempeñ arnos sexualmente no necesitamos
independencia familiar ni madurez psicoló gica, basta que nuestro cuerpo reciba

182 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

y exprese placer para dar rienda suelta a las relaciones eró ticas. Pero eso no es
suficiente en el amor.

Jugar al amor es fá cil, encuentros apasionados y sentimientos de gran amistad:


“nadie te amará como yo”, “nunca me sentí mejor en mi vida”, “lo eres todo”…
Hasta que surge el planteamiento del compromiso, hacer una vida juntos. La
intimidad y la pasió n no alcanzan, se necesita verificar los intereses, valores y la
posibilidad de ser dos adultos independientes el uno del otro en todo sentido.

Los celos, por ejemplo, son clara señ al de inmadurez, cela el que no soporta la
libertad de su pareja, por lo tanto no la ama, es violento con ella. Lo fatal es
que muchas personas víctimas de los celos, no se reconocen como víctimas de
violencia. Debemos recordar que violencia es querer cambiar al otro sin que el otro
lo desee, imponer nuestros criterios a la vida de una persona que decimos amar.
Si el otro no te convence ¡déjalo partir!, no intentes cambiarlo, busca alguien que
realmente desees y que sea como tú quieres que sea, no hagas de una mariposa
un chorizo, si vuelas y eres de la familia de las mariposas, ¡bá rbaro!, ama a la otra
mariposa, pero si eres un salame bú scate un chorizo en el frial no en el bosque.

Cuando nos damos cuenta que el otro es un auténtico otro, debemos reflexionar
si queremos seguir con esa persona, si la respuesta es no, entonces lo mejor es
terminar. Es que va a doler, claro, y mucho porque te acostumbraste, pasaste
momentos bonitos, se hicieron promesas cargadas de ilusió n, pero, el amor obliga
a no lastimarse, y lastimarse es seguir juntos sin avanzar a ningú n lado. Tarde o
temprano uno de los dos querrá moverse y será difícil, sino imposible.

Si el otro sigue queriéndome, decirle adió s será muy doloroso para él, sin embargo
así como tuviste el coraje de comenzar la relació n, debes tenerla para terminar.
Fritz Perls decía: “El nosotros no existe, está formado por el yo y el tú ”. Así es, la
idea de vivir fusionados es probablemente la mayor irracionalidad de concepció n
del amor,

1 + 1 no es 1, es 3: yo, tú y lo que construimos. Pero nuestra construcció n no


puede devorarnos, debe hacernos mejores personas, a tu lado me siento libre,
puedo ser yo mismo sin herirte, porque si te hiero no te amo, será cosa mía decidir
arrancarme algunas espinas, pero debo hacerlo porque te amo, no porque me lo
exiges.

Es lo que ocurre en las relaciones con personas adictas, la codependencia consiste


en vivir por el vicio del otro, el sentido de la vida es que mi pareja deje su vicio
cualquiera que este sea (alcohol, drogas, mujeres, varones, trabajo, etc.), uno se
oculta en su vicio y el otro en su afá n de “salvador”. Cuando la persona dependiente

Psicología del amor: el amor en la pareja 183


Bismarck Pinto Tapia

reconoce que no tiene vida propia, si aú n es tiempo, suelta las amarras y deja
partir. Amar es dejar partir, si el otro quiere volverá y dependerá de uno si lo
quiere recibir o no.

El miedo te carcomerá el alma cuando reconozcas que la relació n no va má s,


un miedo con mil cabezas, miedo a la soledad, a herir, a la crítica, al futuro, a la
equivocació n. La ú nica manera de vencer al miedo es afrontarlo, caso contrario se
convierte en angustia y ésta a su vez en culpa. Es razonable que tengas miedo, pero
no lo es que te atormentes por él, só lo podrá s conocer su verdadero rostro cuando
termines la relació n. Por lo general el miedo antes del fin es mucho mayor al miedo
durante el proceso de la ruptura.

Otra característica del miedo es que oculta la rabia, y al hacerlo nos priva de la
posibilidad de reconocer lo que nos perturba. El miedo puede dar lugar a justificar
la relació n, amplificando las cosas buenas y minimizando las malas, luego se
producen encuentros eró ticos intensos con nuevas promesas e ilusiones, claro, el
miedo desaparece pero la situació n sigue siendo la misma.

Es importante escuchar al miedo y a la rabia. La rabia te dirá qué no soportas


má s, y te mostrará el miedo ligado a ella. Por ejemplo, fue fatal que el día de tu
cumpleañ os haya preferido estar con sus amigos, esto te genera bronca y miedo
a que se vuelva a repetir; peor aú n, en otro caso te da mucha rabia que te haya
golpeado y el miedo te anuncia que puede volver a ocurrir.

Pero si só lo escuchas al miedo, es un miedo ridículo porque te muestra tu


inmadurez y tus propios temores no resueltos que no tienen nada que ver con tu
pareja, por ejemplo, tienes miedo a la soledad, que fue el mismo motivo que te
lanzó a sus brazos.

Una vez que asumas la rabia y el miedo asociados al aná lisis objetivo de lo que
puede esperarte en el futuro con tu pareja, podrá s decidir si continuas la relació n
como está , pides algunas modificaciones o terminas.

Si tu decisió n es terminar, lo mejor es actuar con respeto por la otra persona, sobre
todo si te sigue queriendo. Reconoce que tu decisió n necesariamente los afectará
a ambos, por lo que no hay manera de evitar el dolor y la rabia. Conversa con tu
pareja, refiérete a tus sentimientos y expectativas, no hables por la otra persona,
deja que ella también puede expresarse libremente; déjale claro tus motivos, evita
cualquier contradicció n y sobre todo no alientes ninguna esperanza. Lo mejor es
hacerlo cara a cara, evita los mensajes o cartas. Si temes una reacció n violenta,
es preferible tener esta conversació n en un lugar donde hayan personas (v.g. una
plaza, un café).

184 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

En caso de que el fin de la relació n sea consecuencia de una conducta


imperdonable, será muy difícil que quieras encontrarte con la persona, entonces, lo
mejor es simplemente hacerle saber que todo terminó utilizando una carta, un
mensaje o una comunicació n por teléfono, no vale la pena que te humilles otra vez
enfrentando su rostro.

En los casos donde se estableció la simbiosis, puede ser necesario un tiempo para
dilucidar el fin o la continuidad de la relació n. El límite es de un mes a tres meses
en el caso del noviazgo y de seis meses a un añ o en el caso del matrimonio.
Aunque estos límites pueden variar dependiendo de la historia amorosa. Pero no
se trata de un tiempo sin hacer nada, lo mejor durante ese tiempo es buscar ayuda
psicoló gica de tal manera que con una (un) profesional calificado la persona pueda
reflexionar sobre sí misma y su desarrollo personal. Una vez má s: la simbiosis no
es un problema de pareja, es un problema personal.

En mi experiencia atendiendo parejas, he visto que es muy difícil que una


relació n amorosa pueda luego constituirse en una amistad, por cierto que existen
excepciones, probablemente sean de dos tipos: aquellas donde jamá s fueron pareja
y las de personas con un extraordinario nivel de madurez.

Una vez que ha terminado la relació n, sobrevienen las emociones típicas del duelo:
dolor, rabia, angustia, esperanza, vacío. Con ellas la reacomodació n cognitiva de
la persona que se va, dependiendo del tiempo de la relació n, de la intensidad de la
relació n, del apoyo social, de la personalidad y la capacidad de adaptació n.

El sufrimiento es inmenso, la sensació n de vacío insoportable, mientras má s se


amó má s se sufrirá , pero pasa, y se renace, salimos del fondo como mejores
personas. Es necesario llorar, y mucho, es imprescindible decir adió s a todo lo que
nos recuerda a esa persona, no solamente a la persona, sino las cosas, los lugares,
los sueñ os. Es un proceso largo, puede durar meses en el caso del noviazgo y añ os
en el caso del matrimonio. Pero, pasa… como escribió Taisen Deshimaru “El
sufrimiento pasa con el tiempo y al final os parece un sueñ o”.

La ruptura amorosa debe considerarse como un proceso de duelo similar a


cualquier otro; pues se trata de una pérdida. El duelo en este caso se circunscribe
en la categoría de las pérdidas ambiguas (Boss 2001), en el sentido que el objeto
querido aú n está presente aunque ya no es el mismo, como ocurre en el caso
de pacientes terminales, con Alzheimer, psicosis et.al. La familia entra en una
depresió n incomprensible, puesto que la persona amada aú n está con vida pero ha
dejado de ser lo que era.

Psicología del amor: el amor en la pareja 185


Bismarck Pinto Tapia

La ruptura amorosa también coincide con el duelo sin objeto, situació n que se
produce cuando fallece alguien y no se puede recuperar el cadá ver o en los casos
de desaparecidos; los dolientes no pueden cerrar el proceso del duelo debido a que
no tienen un objeto del cual despedirse.

Amar habiendo dejado de ser amado, es uno de los sufrimientos humanos má s


dolorosos, porque se vive la experiencia como una pérdida ambigua y un duelo
sin objeto. La desesperació n hace presa del amante, nada lo puede reconfortar,
nadie lo puede comprender, porque la ú nica persona que entendería el dolor es
justamente la persona que ha producido el sufrimiento.

La ruptura puede producirse lentamente mientras la pareja continua estando


junta, ya sea durante el noviazgo o en la convivencia. El amante se percata del
distanciamiento, se esfuerza por renovar la relació n y aú n guarda la esperanza
de que el otro se acerque. “Ya no es lo mismo”, el otro ha cambiado. Tarde o
temprano quien ha dejado de amar pedirá un tiempo, se alejará en silencio o
planteará la ruptura.

Cuando este tipo de ruptura se produce dentro del matrimonio con hijos, es comú n
que la pareja continú e junta aunque sin amor, estableciendo un compromiso de
esposos y padres, el mismo que puede inclusive ser funcional. Son los divorcios
emocionales sin quiebre de la relació n. El matrimonio se configura como el crisol
de la depresió n, donde uno ha dejado de amar hace mucho tiempo y el otro niega
el desamor.

La ruptura es má s dolorosa cuando ocurre inesperadamente, muchas veces la


persona que ama está viviendo con intensidad la relació n, cuando el otro plantea la
ruptura. Esa experiencia la he denominado “colisió n” (Pinto 2005a), debido a que
el amante se siente como si hubiera tenido un choque con la realidad.

La ruptura amorosa pone a prueba la madurez emocional del doliente. Las


personas que recibieron apego seguro durante su infancia tienen má s
probabilidades de soportar las pérdidas (Mikulincer 2006). Viven la pérdida
siguiendo las etapas normales del duelo: insensibilidad, anhelo, desesperació n y
aceptació n (Parkes en: Worden 1997).

La insoportable sensació n de vacío que conlleva la pérdida amorosa es má s intensa


en la persona simbiotizada, cuando la pareja lo es todo y en las colisionadas,
cuando se espera que el otro llene las necesidades infantiles no resueltas.

El dejar ir es insoportable cuando se vive la experiencia de un falso amor, cuando


se ha establecido un vínculo de dependencia. Cuando se ama plenamente se deja

186 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

marchar porque el amor exige la felicidad del otro sobre todas las cosas, y si uno
no es parte de esa felicidad, entonces por la misma fuerza del amor se acepta el
derecho que el otro tiene de no amarme.

Las personas inmaduras manipulará n para impedir la ruptura a través de dos


recursos: auto destruirse, o la destrucció n del otro. La personalidades limítrofes
son capaces de usar ambas: amenazará n con suicidarse, se automutilará n o
amenazará n de muerte al có nyuge o a quienes imaginan responsables por la
ruptura; todo ello con la esperanza de provocar sentimientos de culpa que
obliguen al retorno. Las personalidades dependientes recurrirá n a la depresió n o al
consumo de alcohol. Las personalidades narcisistas enmascarará n su depresió n
con relaciones amorosas intempestivas. Las histéricas se refugiarán en síntomas
psicosomáticos. Las obsesivas tratará n de encontrarle ló gica a la pérdida
concluyendo en racionalizaciones acrobá ticas que definitivamente ellas son las
responsables.

La ruptura amorosa demuestra que el amor es un proceso de construcció n


conjunta entre dos extrañ os. En el ínterin de la construcció n los extrañ os se irá n
conociendo a través de permanentes desenmascaramientos. La convivencia obliga
a tolerar y negociar cotidianamente, el amor establece la legitimació n del otro sin
condiciones y sin expectativas: a mayor madurez personal mayor es la aceptació n
de la libertad de quien amo.

Amar requiere del reconocimiento de la libertad del amor de quien amo, si quiere
me ama, si quiere deja de amarme. El sentido de mi amor no es ser amado, sino
amar aunque existe desde el inicio del vínculo la posibilidad de dejar de ser amado.
Orfeo debió confiar en la presencia de Eurídice en vez de dudar, su desconfianza
fue el final del amor.

¿Cuá l es la cura para la pérdida amorosa? Es vivir el proceso de duelo en soledad.


Comprender que la esperanza y la depresió n se turnará n para ocupar el vacío
que dejó el amor, saber que a mayor intensidad del amor má s tardará el dolor en
abandonarnos.

Se debe dar lugar a la tristeza y a la rabia, tristeza por las ilusiones desperdiciadas,
por las alegrías que no volverá n; rabia por el tiempo invertido, por la decepció n.
Es bueno dejarse abrigar por la soledad para poder sumergirse en el océano del
sufrimiento. No es bueno buscar una nueva relació n sin haber cerrado la herida.
Es bueno buscar un amigo silencioso que permita el refugio sin consejos inú tiles.
Tarde o temprano el dolor pasará y seguiremos viviendo, como escribió Rainer
María Rilke: Tenemos una cosa en comú n: yo sucedo en la soledad mía, y tú , tú
sucediste…

Psicología del amor: el amor en la pareja 187


Bismarck Pinto Tapia

El divorcio es una solució n para una mala relació n matrimonial. Sin embargo, a
pesar de que racionalmente se divorcia la pareja, el proceso acarrea muchas otras
rupturas. De ahí que la vivencia del divorcio sea la de una pérdida ambigua (Boss,
2001b), puesto que la persona con quien ya no se está aú n se hace presente en los
roles familiares.

En Bolivia, durante el 2011 se registraron 5.887 divorcios, los departamentos con


mayor nú mero de registros son: La Paz (1.553), Santa Cruz (1.407) y Cochabamba
(1.383). Es factible afirmar que se producen 16 divorcios al día, segú n el Servicio
de Registro Cívico (2012). Las causas denunciadas son la de “sevicia (crueldad),
injurias graves o malos tratos de palabra o de obra que hagan intolerable la vida en
comú n” y la separació n de hecho: “libremente consentida y continuada por má s de
dos añ os” puesto que probar hechos como el adulterio u otras causas suele
requerir evidencia que difícilmente se logra.

El proceso del duelo por divorcio demora entre cuatro a seis añ os (Gadalla, 2008),
el motivo se refiere principalmente a los distintas separaciones que las personas
tienen que afrontar una vez que inician la separació n. El divorcio legal es el má s
sencillo, puesto que acaba con las firmas de los querellantes.

El má s complejo es el emocional (García, 2001). Se inicia con el dolor que


produce la inminente separació n. La persona sufre la disonancia que le produce
el sentir apego por la persona y la decepció n consecuente de la situació n que
impide continuar en la convivencia. En algunos casos, las personas no toleran la
incongruencia emocional y promueven un vínculo amoroso externo al matrimonio.

La infidelidad se plantea como una tregua al sufrimiento emocional, no lo resuelve,


lo disfraza con las intensas sensaciones de pasió n que produce el deseo prohibido.

Quizá s sea la razó n por la que pocas son las relaciones extramaritales que forjan un
nuevo vínculo matrimonial satisfactorio (Espinar, Carrasco, Martínez y García-
Mina, 2003). Los varones tienen má s dificultades en asumir las pérdidas amorosas
que las mujeres (Rostyslaw y Weitzman, 1998), por ello es má s frecuente que el
esposo establezca un vínculo extramarital durante la crisis de la relació n
matrimonial.

Un factor determinante en el proceso de asimilació n de la separació n es el estilo de


apego de los có nyuges. Aquellos con apego seguro tienden a tener má s recursos
para afrontar la pérdida que las personas con apego inseguro (Yá rnoz, 2009).
El proceso de divorcio se vive como una pérdida ambigua (Boss, 1983, 1986),
al inicio la persona está físicamente pero no emocionalmente, y al final no está
físicamente pero se mantiene presente afectivamente.

188 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La decepció n transforma el amor en odio (Fordward, 2006), y se produce una


vinculació n má s fuerte que cuando se amaba. El odio es la reacció n ante el
desamor, la furia concentrada de no recibir en la misma medida que se entrega. La
aspiració n del odio es la venganza, de ahí que la batalla del divorcio se hace
encarnizada en parejas que manifestaron en algú n momento de su relació n un alto
nivel de enamoramiento.

Es posible referirnos al divorcio exitoso, cuando la pareja toma la decisió n de dejar


de vivir juntos después de reconocer las carencias emocionales de la relació n y las
incompatibilidades de convivencia. Posteriormente la pareja disuelve legalmente
el matrimonio, se lleva a cabo una repartició n racional de los bienes y de la
economía, se procede a organizar el apoyo emocional y el cuidado de los hijos.
Las consecuencias personales, son el logro de autonomía personal, la renovació n
del grupo de amigos y la ausencia de sentimientos de culpa por la decisió n tomada
(Putman, 2011).

El divorcio difícil, contrario al exitoso es aquél donde se hizo imposible la


reorganizació n de la relació n entre los có nyuges y los hijos después de la
separació n (Isaacs, Montalvo y Abelsohn, 1986). Considerando al divorcio como un
proceso de duelo, el divorcio disfuncional será contemplado como una pérdida
ambigua no resuelta.

El divorcio contempla varias separaciones: separar la familia, las relaciones con los
amigos, los vínculos con la familia del có nyuge y los bienes. (Huddleston y
Hawkings, 1993). El afrontamiento de estos cambios se añ aden a la crisis
emocional personal por lo que la experiencia implica un profundo sufrimiento que
puede estancarse ante la imposibilidad de asimilar la soledad.

El divorcio difícil promueve la inclusió n de los hijos en el juego de poder de la


pareja (Moon, 2011). Un concepto que ha ejercido influencia en el á mbito legal
es el de “alienació n parental”, Gardner (1982) fue su creador, definiéndolo dentro
de un proceso de la siguiente manera: El padre o madre se quiere afirmar como el
preferido del hijo (a) destruyendo la empatía e identificació n con el otro
progenitor, obligá ndole a expresarse a favor suyo en un conflicto abierto aunque
ambivalente con el enemigo (a). La consecuencia es que la relació n amorosa con el
otro có nyuge se rompe ignorando por completo las necesidades de desarrollo del
hijo (a).

Es muy difícil que durante el divorcio no se afecten a los hijos, éstos pueden ser
convocados por cada uno de los progenitores para ponerse a su favor en contra
del otro có nyuge. Ademá s pueden ser obligados a albergar sentimientos hacia sus
padres que en realidad les son ajenos. El impacto del divorcio de los padres afecta

Psicología del amor: el amor en la pareja 189


Bismarck Pinto Tapia

a los hijos no importando su edad (Hakvoort, Bos, Van Balen y Hermanns, 2011;
Song, Benin y Glick, 2012).

En síntesis, el divorcio se instala como una de las experiencias humanas má s


dolorosas, incapaz de resolver por sí solo la crisis conyugal, desata problemá ticas
má s complejas que la situació n que pretende solucionar. No es posible un divorcio
sin dolor, la terapia puede acelerar las etapas de las pérdidas pero es incapaz de
desensibilizar el proceso.

3.7. El reencuentro
La lucha de poder se extenderá durante toda la convivencia, sin embargo, los
estilos de negociació n exitosos será n utilizados cada vez que la pareja enfrente
problemas. Cuando el estilo no sea eficaz, los có nyuges buscará n nuevas maneras
de afrontar sus dificultades, por lo que la vida en comú n tenderá con má s
frecuencia a la estabilidad, por lo que la pareja tendrá tiempo para retomar su
relació n como amantes, a esta etapa la denominaré “el reencuentro”.

La funció n de padres también atenta contra la relació n de amantes, obliga a cuidar


a los hijos y confrontar diferencias de educació n con la pareja. Al término de la
adolescencia de los hijos, lo má s probable es que la pareja tenga menos funciones
parentales y disponga de má s tiempo para retomar la historia amorosa.

Reencontrarse es volver a reconocerse en la vida del otro, ¿dó nde nos quedamos?,
terminó el paréntesis que impusieron el matrimonio y los hijos; también se
aprendió a lidiar con las diferencias individuales y a negociar las desavenencias. Es
tiempo de volver a mirarse a los ojos, de volverse a enamorar y de elaborar planes
o quizá s de comprender que no es posible continuar juntos.

El volverse a enamorar ocurre de forma diferente a como ocurrió en la juventud,


ahora la pareja reconoce sus diferencias y las respeta, identifica los intereses y
el sentido de realizació n. El amor emerge como actitudes racionales dirigidas
a estimular el logro de metas de la persona amada. Es como darse cuenta del
tiempo perdido en el afá n utó pico de hacer de dos uno solo y tratar de resarcir las
renuncias personales que se hicieron para beneficiar al amor, a partir del apoyo
para la realizació n de sueñ os independientes del vínculo amoroso. También surge
la toma de conciencia de planes conjuntos postergados ya sea por la falta de
recursos econó micos o porque existían urgencias que debían ser atendidas.

La pareja se da cuenta que el tiempo ha pasado, por lo que se puede activar la


nostalgia y la tristeza, es tiempo para recordar y valorar lo construido. La pareja

190 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

vuelve a mirar hacia los ojos del otro para volver a reconocerse, descubren que las
expectativas afectivas infantiles no fueron satisfechas y que tampoco valieron la
pena. Si existen nietos, la funció n de abuelos modifica las demandas que tuvieron
como padres, puesto que también reconocen que el amor hacia los hijos entrañ a
libertad.

Sin embargo, existen parejas que no son capaces del nuevo encuentro, ya sea
porque se mantienen colusionadas o porque no supieron resolver los conflictos
conyugales de por lo que aú n continú an en la lucha de poder. Algunas son capaces
de mantener triangulados a los hijos adultos y aú n involucrar en sus juegos a los
nietos.

Las familias “delegantes” utilizan a los abuelos para evadir la responsabilidad de


crianza, y los abuelos asumen la funció n pseudoparental debido a la imposibilidad
de reconocerse como pareja, perpetuando de esta manera los juegos conyugales
(Minuchin, 1986).

Cuando la pareja es capaz de profundizar el reconocimiento mutuo: mirar al otro y


mirarse a sí mismo, paulatinamente se descubren y al hacerlo dejan de mirarse
para mirar hacia fuera de la relació n. El amor se rebalsa, trasciende a sí mismo.

El amor que se trasciende promueve la acció n conyugal dirigida hacia los demá s,
hacia el tercero desconocido. Por esto la “abuelidad” es un ejercicio de generosidad
incondicional. El amor trascendido puede extenderse hacia los que necesitan, por
lo cual la pareja empieza a forjar metas dirigidas hacia el bienestar social.

La sexualidad se devela serena y tierna, la fogosidad de la pasió n incluye a la calma


del amor. La fusió n del deseo con el afecto amoroso promueve que la vejez no
sea la enemiga encarnizada del erotismo sino su có mplice. El placer sexual está
en relació n con la intimidad y la comunicació n antes que en la disminució n de la
libido. La pareja se involucra en el juego de caricias (con o sin coito)
incrementando la calidad del encuentro sexual en vez de concentrarse en la
intensidad y en la cantidad.

Los amantes se concentran en disfrutar de lo que construyeron: familia, espacios


vitales, comodidades, etc. Continú an planeando actividades conjuntas al mismo
tiempo que deben enfrentar la aparició n de enfermedades y la proximidad de la
muerte.

Psicología del amor: el amor en la pareja 191


Bismarck Pinto Tapia

3.7.1. El perdó n y la reconciliació n.


El perdó n es esencial para la reconciliació n conyugal, concretá ndose en la finalidad
de la mayoría de casos en terapia de pareja. Llama la atenció n de que el perdó n
es un tema poco investigado en la literatura científica, a pesar de ser indispensable
para los procesos terapéuticos (Legarde, Turner y Lollis, 2007).

Desde la filosofía, el perdó n es un suceso que implica la acció n individual de


otorgar una gracia, reconociéndolo como una obligació n moral. Desde la sociología
se entiende como la transformació n de la irreversibilidad de la acció n y la
superació n de su cará cter reactivo (Garrido, 2008).

El perdó n es un proceso psicoló gico personal que determina la reconciliació n que


es interpersonal. Es decir, quien perdona ha asumido la posibilidad de continuar la
relació n con el otro a pesar de la ofensa sufrida. Pero la consecuencia esperada
só lo es posible si el ofensor acepta el perdó n (McCullough, 2000).

Considerando que la reconciliació n es un convenio entre las dos personas:


ofendido y ofensor, el perdó n debe estudiarse como un fenó meno consensual que
obliga a revisar las posiciones de uno y otro protagonistas del proceso. No es
suficiente perdonar, se necesita la aceptació n del perdó n (McCullough, ob.cit.).

Es posible abordar el perdó n desde dos perspectivas, la primera lo considera una


decisió n y la segunda un descubrimiento. Como decisió n se trata de la
consecuencia de una reflexió n personal que deriva en afrontar una acció n para
retomar el vínculo previo a la ofensa (Kaminer et.al. 2000). Como
descubrimiento se pone énfasis en la interacció n de ambos protagonistas, quienes
deben evaluar si tienen o no el coraje para enfrentar la vergü enza y asumir que la
reconciliació n será saludable y uno una experiencia tó xica (Hill, 2001).

Perdonar no es olvidar, es retomar el vínculo aceptando y recordando lo ocurrido


sin rencor ni odio. Ambos miembros de la pareja deben esforzarse para alimentar
la nueva relació n y evitar el rencor. Ambos deben trabajar para erradicar los
sentimientos de vergü enza y culpa. Deben asumir la responsabilidad por el nuevo
plan de vida que obliga la reflexió n sobre los errores cometidos y la renovació n del
contrato de convivencia.

El perdó n se vive como parte del ciclo de pérdida, la pareja enfrenta el cierre de
una etapa que no volverá a vivirse, ambos deben reconocer la tristeza que los
sumerge la despedida. El perdó n no augura una relació n mejor si no se trabajan los
asuntos pendientes que pudieron envolver la ofensa.

192 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

4. El falso amor.

Me dueles.
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Jaime Sabines

Las crisis personales pueden confundirse con los conflictos amorosos, pensar
que las elucubraciones individuales se fundan en la relació n de pareja. Estas crisis
impiden amar, las personas está n má s involucradas con sus carencias afectivas que
en el afá n de reconocer al otro como un legítimo ser independiente.

El falso amor puede dar la sensació n de que se ama porque suele estar
acompañ ado de la intensidad de las pasiones. El deseo sexual se afianza en la
urgencia de la posesió n, la carencia afectiva en la dependencia y la ausencia de
validació n en la necesidad de reconocimiento.

El amor romá ntico se ha construido en base a los requisitos inmaduros de las


personas, creando vanas ilusiones y la idealizació n del vínculo amoroso como un
fin en sí mismo. Basta sentirse enamorado para que la relació n funcione. No es
así. El amor trasciende al romance, requiere de la razó n y de la compatibilidad de
valores. El amor no es solamente un sentimiento, es sobre todo compromiso y
entrega desinteresada.

Dos son los pilares del falso amor: la infidelidad venérea y los celos. Ambos han
sido considerados y aú n suelen serlo problemas del vínculo conyugal. En realidad,
son producto de la inmadurez de las personas que actú an de una y de otra manera.
Es curioso observar que ambos se relacionan íntimamente, quien cela teme la
infidelidad de su pareja.

Ademá s de estos dos monstruos que carcomen al amor en su nombre, existe una
forma de relacionarse estrictamente patoló gica: la colusió n. Cuando una pareja
existe en la medida en que se ponen en contra de un tercero. Incapaces de amarse,
no pueden estar juntos ni separados. A continuació n analizaré estas tres formas del
falso amor.

Psicología del amor: el amor en la pareja 193


Bismarck Pinto Tapia

4.1. La infidelidad venérea.

Quisiera hablar de ti a todas horas


En un congreso de sordos
Enseñar tu retrato a todos los ciegos que encuentre.
Jaime Sabines

La infidelidad conyugal implica el establecimiento de una relació n afectiva


escondida del có nyuge. Este vínculo secreto se establece con alguien o algo a
expensas del vínculo amoroso. Por ejemplo: con miembros de la familia de origen,
con amigos, con algú n vicio, con el trabajo, etc. Por lo tanto, dos son las condiciones
para definir la infidelidad en general: un vínculo afectivo externo a la relació n y el
secreto.

Por su parte, la infidelidad conyugal denominada “adulterio” se refiere a un vínculo


amoroso afectivo y/o sexual con una persona externa a la relació n conyugal
“oficial”. Para diferenciarla de la infidelidad general, planteo el término “infidelidad
venérea” asociado a Venus, la diosa romana del amor y famosa por su tendencia a
ser la amante de los dioses.

La infidelidad es considerada como la ruptura del contrato sobre la exclusividad


sexual entre dos personas casadas, en noviazgo u otro tipo de relació n amorosa
comprometida. Actualmente se ha ampliado la definició n de la infidelidad
relacioná ndola con el “cibersexo”, el contemplar pornografía, distintos niveles
de intimidad física como besos y caricias no necesariamente sexuales y cualquier
involucramiento emocional que ocasione el deterioro del vínculo amoroso oficial
(Hertlein, Wetchler y Piercy, 2005).

En síntesis es posible afirmar que se debe considerar a la infidelidad como


cualquier comportamiento que vaya en contra del contrato de exclusividad
amorosa (eró tica o sentimental) de la pareja oficial (Lusterman, 1998). Es
importante recalcar que la definició n de infidelidad depende de la atribució n que
la persona le otorgue, lo cual significa que en una pareja la consideració n de un
comportamiento infiel puede diferir entre el uno y el otro. Sin embargo como
señ alan Hertlein, Wetchler y Piercy (2005), las consecuencias son el desgaste
emocional, el tiempo desperdiciado y la bú squeda de alternativas para mantener la
relació n a pesar del engañ o.

Es interesante señ alar que Kinsey en 1953 mencionaba que el 26% de las esposas
estadounidenses con 40 añ os o má s habían sido infieles en algú n momento de
su matrimonio. Alrededor 75% de los esposos manifestaron deseos ocasionales
de tener una relació n extramarital. Hunt en 1974 estableció que el 41 % de los

194 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

esposos estadounidenses admitían haber incurrido en coitos extramaritales en


alguna etapa de su casamiento.

Hoy en día las estadísticas de la infidelidad venérea se han modificado, por


ejemplo: el 2005 en la China el 60 % de los esposos aceptan haber sido infieles a
sus esposas, y 41% de las esposas. El 2001 en Estados Unidos se estimaba que el
60% de los esposos habían sido infieles a sus esposas en alguna época de la
relació n conyugal, mientras ellas alcanzaban el 40% (Gordon, 2001). Sin embargo
la dispersió n de datos se muestra en estudios donde plantean porcentajes que
oscilan entre el 15 y el 70% (Hertlein, Wetchler y Piercy, 2005).

En el libro: “Descobrimento Sexual do Brasil: para Curiosos e Estudiosos” de


Carmita Abdo, se menciona que la infidelidad es un asunto que varía en cada
estado brasileñ o: en Rio Grande do Sul el 60% de los varones ha sido infiel en
algú n período de su matrimonio y 32% de las mujeres. En el otro extremo está el
Estado de Paraná con el 43% de los varones y el 19% de las mujeres (Abdo, 2004).

En la encuesta del 2003 acerca de la infidelidad en Buenos Aires, el Centro de


Estudios para la Opinió n Pú blica (CEOP) encontró que el 30% de las esposas
porteñ as admitían haberles sido infieles a sus esposos, mientras que el 70% de
los varones consideraban que las mujeres son má s infieles en esta época que en
anteriores (CEOP, 2000).

Es factible enunciar que entre el 20 al 25% de los matrimonios se ven afectados


por la infidelidad (Greeley, 1994). Los reportes de terapeutas indican que entre
el 50 y 65% de los casos de pareja atendidos se relacionan con efectos de la
infidelidad (Glass y Wright, 1988).

No conozco datos acerca de la incidencia de la infidelidad en Bolivia, sin embargo,


en mi prá ctica de psicoterapia de pareja, de cada cuatro parejas que buscan ayuda
profesional, una lo hace debido a una experiencia de infidelidad venérea.

Hite (2002) reportó que el 70 % de las mujeres infieles lo son después del cuarto y
quinto añ o de matrimonio, mientras que el 72% de los varones lo son después del
segundo añ o.

¿Por qué se produce la infidelidad venérea? Los etó logos consideran que la
monogamia no es una condició n natural de la especie humana, sino que se ha
generado como consecuencia del establecimiento de la propiedad privada: el varó n
debe asegurarse de la continuidad de sus genes, por lo que sería indispensable la
dispersió n de su semen en muchas mujeres. Por su parte, las mujeres preferirán

Psicología del amor: el amor en la pareja 195


Bismarck Pinto Tapia

hombres que ofrezcan beneficios a la continuidad de la especie, de tal modo que


reemplazarían a sus parejas débiles por otras má s fuertes (Buss, 1996).

Sin la presencia del amor no sería necesaria la fidelidad. El amor es una


construcció n social mientras que el deseo es bioló gico; el primero responde a un
contrato consciente, el segundo es determinació n genética que no requiere de
una puesta en comú n. El deseo es ciego, obedecerá a los impulsos reproductivos
independientemente a la moral imperante.

Por lo tanto, es posible plantear la siguiente hipó tesis: si el deseo es una condició n
bioló gica, entonces debe ser reprimido para favorecer el vínculo amoroso
socialmente establecido.

La palabra fidelidad proviene del latín fideres (confianza). La confianza es la base


fundamental del amor, el amante considera que a partir del contrato de lealtad
establecido con su pareja, ninguno de los dos definirá otro vínculo amoroso.
Definir un vínculo amoroso con otra persona a espaldas de la pareja, requiere
necesariamente la ruptura de la confianza y la contravenció n del contrato
conyugal, por lo que la relació n ha sido ofendida ocasionando mucha dificultad
para la reparació n.

Si admitimos que los seres humanos nos hemos constituido en seres


“degenerados” en relació n a nuestros genes (Barylko, 2003), no es suficiente la
explicació n etoló gica del deseo para comprender el motivo de la infidelidad sexual.
Por ello los activadores del comportamiento infiel se deben buscar en los vínculos
sociales del infiel.

Muchas personas adú lteras sostienen que su comportamiento fue consecuencia de


la insatisfacció n marital en la que se encontraban; sin embargo si bien es posible
determinar una relació n significativa entre satisfacció n marital e infidelidad (Buss
y Shackelford, 1997; Atkins, Baucom, Jacobson, 2001), no necesariamente las
parejas insatisfechas generan comportamientos adú lteros y tampoco es el
principal motivo para la disolució n matrimonial (Previti y Amato, 2004).

La probabilidad de infidelidad venérea es mayor en varones que en mujeres, las


edades donde el riesgo es mayor ocurre entre los 55 y 65 en los varones y entre los
40 y 45 en las mujeres (Atkins, Baucom y Jacobson, 2001).

Se ha demostrado que son dos los factores que se asocian con mayor frecuencia
en el desencadenamiento de la infidelidad sexual: el estrés y la oportunidad
(Atkins, Baucom y Jacobson, ob.cit.). A estos se debe añ adir la depresió n (Gorman y
Blow, 2008)

196 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

El disestrés se presenta como un precipitante de la actividad sexual indiscriminada


en el ambiente laboral (Hall y Finchman, 2009), también ocurre como
consecuencia de la complejidad del divorcio, algunas personas no pueden manejar
el estrés y antes de divorciarse se vinculan con otra pareja sexual (Spanier y
Margolis, 1983).

La oportunidad hace referencia a las situaciones que propician encuentros


sexuales extramaritales, comú n en los ambientes laborales estresantes y cerrados.
En este sentido, el principal factor es el estrés que motiva su descarga en
actividades eró ticas. De ahí que es posible afirmar que los trabajos que producen
mayor estrés facilitan los encuentros sexuales extramaritales (Atwood y Seifer,
1997).

O’Leary (2005) reporta que el 38% de las mujeres que descubrieron que sus
maridos les estaban siendo infieles se deprimieron en el lapso de un mes posterior
al hallazgo, a pesar de que no tenían antecedentes depresivos. Este mismo
investigador identificó que el 72% de mujeres con antecedentes depresivos recaen
después de descubrir el engañ o de sus parejas.

Evidentemente la depresió n es una de las consecuencias funestas del engañ o


adú ltero, sin embargo puede ser también la causa de la depresió n. Aseltine y
Hessler (1993) encontraron relació n entre los estados depresivos y la bú squeda
de una relació n extramarital. Uno de los efectos de la depresió n masculina es la
consecució n de vínculos adú lteros (Chuik et.al. 2009). Es probable que la pérdida
active la inseguridad del apego promoviendo la bú squeda de consuelo en la
amante.

Drigotas, Safstrom y Gentilia (1999) identifican cinco categorías relacionadas con


la infidelidad: sexualidad, satisfacció n emocional, contexto, normas y venganza.

Algunas personas infieles lo son porque necesitan variabilidad sexual, son


incapaces de poner los frenos suficientes a su sociosexualidad o se sienten
incompatibles sexualmente con su pareja oficial.

En otros casos la precipitació n de la relació n extramarital ocurre por carencias


emocionales generadas dentro del matrimonio o fuera de él, lo que se busca es
fortalecer el ego a través de la protecció n otorgada por la relació n ilícita.

El contexto hace referencia tres aspectos: oportunidad, proximidad y separació n


de la pareja. Es decir, la persona se encuentra con alguien en una situació n
oportuna, establece una relació n cercana con ella y su pareja oficial no está
presente.

Psicología del amor: el amor en la pareja 197


Bismarck Pinto Tapia

Las actitudes hacia la infidelidad son determinadas por las normas de la cultura
en la que las personas se desenvuelven, si en ella la norma plantea que es normal
tener un romance extramatrimonial, entonces es norma dicha conducta. Es visible

198 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

este fomento a la infidelidad en entornos laborales machistas como el ejército y los


ambientes hospitalarios (Prins, Buunk y VanYperen, 1993)

Finalmente, el quinto factor hace alusió n a la venganza. Se trata de có nyuges que


deciden una relació n extramarital para provocar malestar en su pareja. Esta forma
de infidelidad es la má s desastrosa, puesto que no solamente es una forma de
violencia hacia el matrimonio sino que se utiliza a la tercera persona como arma
(Buss y Shackelford, 1997).

Las personas son responsables de sus decisiones, salvo que sean obligadas a optar
por una alternativa bajo amenaza de muerte. ¡No es el caso de la infidelidad
venérea! La infidelidad venérea es una solució n emocional a problemas
emocionales del infiel (García, 2001; Pinto, 2006).

¿Qué determina la duració n de la relació n extramarital? Se puede responder esta


pregunta desde el “modelo de la inversió n” de Rusbult (1983). Segú n este autor,
la duració n de un vínculo amoroso depende del compromiso. É ste es fruto de tres
factores: satisfacció n, calidad de la elecció n y la inversió n.

La satisfacció n se relaciona con el sentirse a gusto con el otro. La calidad de la


elecció n se relaciona con haber tomado la mejor decisió n al compararla con las
otras posibilidades disponibles. La inversió n hace referencia a lo que se perdería si
se termina la relació n.

La inversió n implica aspectos tangibles (posesiones compartidas) e intangibles


(experiencias vividas) que se ponen en juego en el momento de evaluar la
posibilidad de la ruptura. Por lo tanto a mayor inversió n menor es la posibilidad de
terminar una relació n. Por ello, el modelo de la inversió n se implanta como una
excelente explicació n del compromiso que define, claro está , la estabilidad y la
duració n de un vínculo amoroso. También explica la disposició n a la adaptació n y
al sacrificio en pos de la estabilidad amorosa (Drigotas, Safstrom y Gentilia, 1999).

Por lo tanto, la fortaleza del compromiso en el vínculo matrimonial inhibe la


posibilidad de relaciones extramatrimoniales. En ese sentido el compromiso sería
má s importante que la intimidad en el modelo triangular del amor (Sternberg y
Grajek, 1984).

El compromiso debe ser visto como la motivació n má s importante en el vínculo


marital. Esta motivació n se organiza a partir de tres ingredientes: la subjetividad
de la dependencia de los có nyuges, el afrontamiento a los cambios del otro y la
capacidad de inhibir el impulso de la infidelidad a pesar del costo personal
(Drigotas, Safstrom y Gentilia, 1999).

Psicología del amor: el amor en la pareja 199


Bismarck Pinto Tapia

La subjetividad de la dependencia se refiere a la complementariedad de los


vínculos relacionales, expresados en que uno siente que no puede vivir sin el otro.
El afrontamiento a los cambios, indica que se cuenta con la capacidad de
adaptarse a las nuevas facetas en la vida y en la personalidad del amado. Estos dos
aspectos se suman a la hora de evitar la infidelidad a pesar de las ganancias
emocionales, sexuales o econó micas que ésta representaría.

El involucramiento emocional en la relació n extramarital es mucho má s


importante para el lazo afectivo que la presencia solamente de relaciones sexuales.
Eso explica que los swingers no consideren al coito con una pareja informal como
infidelidad. Drigotas, Safstrom y Gentilia (1999) estudiaron parejas que rompieron
la relació n y otras que no lo hicieron después de una experiencia de infidelidad,
encontrando que en las primeras se produjo un enlace emocional y en las segundas
solamente sexual.

Los varones tienden menos que las mujeres a involucrarse emocionalmente con
sus parejas extramaritales (Shackelford, 1997). Si bien, podemos
apresurarnos a considerar a la cultura machista como la primera
responsable de este fenó meno, no debemos descuidar una segunda
hipó tesis: los varones tenemos má s dificultades para desvincularnos
afectivamente de nuestras familias y de nuestras parejas oficiales.
Moultrup (1999) encontró conexió n entre el proceso de diferenciació n y la
infidelidad. Este investigador considera que la capacidad de establecer relaciones
íntimas y comprometidas promueve la firmeza de las relaciones. Aquellas personas
que temen a la intimidad son má s propensas a compensar las carencias
emocionales de sus relaciones amorosas con terceras personas. Bowen (1978) fue
el primero en señ alar que las personas necesitamos desvincular nuestro sentir y
pensar de nuestros progenitores. Se trata de un proceso de diferenciació n que
marca la formació n de la identidad y la individuació n. Este sistema afectivo es
dependiente del estilo de apego y conlleva la posibilidad de amar porque permite
la conexió n afectiva, la interdependencia y la aceptació n de la pérdida.

El nivel de diferenciació n se relaciona con el grado de satisfacció n marital,


Skowron y Friedlander (1998) identificaron que las personas con altos niveles de
satisfacció n con sus matrimonios tenían procesos de diferenciació n resueltos,
mientras que aquellas personas indiferenciadas no solamente puntuaban bajo en la
escala de satisfacció n conyugal, sino que tenían mayor probabilidad de desarrollar
relaciones extra diá dicas.

200 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Hertlein y su equipo de investigació n (2003) encontraron que la diferenciació n se


relaciona con el involucramiento emocional en las vinculaciones extramaritales y
no así cuando el ingrediente del lazo es ú nicamente sexual.

Otro factor que se ha asociado con la infidelidad es la personalidad. Al respecto,


se ha encontrado relació n entre la inestabilidad emocional con la falta de control
de la ira, el abandono afectivo de la pareja y la insatisfacció n marital. Este rasgo
de la personalidad se relaciona a la vez con el de la falta de amabilidad, por lo que
estas personas difícilmente son empá ticas con sus có nyuges, al grado que pueden
considerar que su conducta adú ltera no debería ser considerada como un engañ o
(Barta y Kiene, 2005).

Actualmente ha surgido una nueva forma de infidelidad: a través de la Internet.


Hammersley (1995) considera que existen varias razones por las cuales las personas
buscan cybersexo: pueden comunicarse con gente con la que normalmente no
tendrían relació n, el costo de los encuentros sexuales es bajo, los juegos sexuales
generan sistemas de reforzamiento, pueden establecer intimidad fá cilmente
porque se siente escuchados, pueden ser presentados a otros con similares
intereses sexuales, ademá s pueden realizar sus fantasías sexuales y sentirse menos
solos cuando está n insatisfechos con sus matrimonios.

Es interesante observar que en los Estados Unidos, entre 50 y 60% de los esposos
y entre 45 al 55% de las mujeres casadas han tenido algú n juego sexual con una
persona externa al matrimonio a través de la Internet (Atwood, 2008). Se ha
incrementado el nú mero de mujeres que recurren al cybersexo, la principal causa
segú n el estudio de Nelson y colaboradores (2005) es que en las relaciones cara
a cara tienen poco manejo del poder, mientras que en los recursos de la Internet
pueden dar rienda suelta a sus fantasías, demandas, y ser ellas quienes manejen el
juego eró tico.

En mi prá ctica profesional he visto có mo los conflictos conyugales debidos al uso


de las redes sociales y los celulares han aumentado dramá ticamente. Ambos
recursos tecnoló gicos han servido para facilitar la comunicació n con las amantes y
los amantes, al mismo tiempo que permiten el descubrimiento de la relació n a
partir de que la esposa o el esposo tengan acceso a las claves o sepan manejar
há bilmente los mencionados instrumentos.

Las consecuencias de la infidelidad en el matrimonio dependerá n del grado en que


se afecte el contrato de exclusividad matrimonial y el efecto en la salud mental de
la persona engañ ada. Las consecuencia má s funesta es la precipitació n de un
cuadro

Psicología del amor: el amor en la pareja 201


Bismarck Pinto Tapia

depresivo independiente de predisposició n genética, consecuente con la sensació n


de humillació n (Cano y O’Leary, 2000).

La psicoterapia de pareja cognitivo comportamental (Atkins, Eldridge, Baucom,


y Christensen, 2005), terapia comportamental integrativa (Atkins, Yi, Baucom,
Christensen, 2005) y la de orientació n sistémica (Hertlein et.al. 2003) son eficaces
para facilitar el proceso de ruptura o reconciliació n después de una experiencia
extramatrimonial.

El problema es si se deja marchar y a quién. Las opciones son: terminar la relació n


extra diá dica, finalizar el matrimonio, acabar con ambas o mantenerlas. Desde el
punto de vista del có nyuge traicionado, la pregunta es si se perdona o no (DiBlasio,
2000). Los terapeutas deben tener experiencia y reconocer el impacto que un
evento de esa naturaleza tiene en la vida de la persona que ha sido engañ ada
(Butler et.al. 2010).

Otro problema inmanente a la infidelidad es que la mayoría de las personas infieles


mantienen su relació n informal oculta de su pareja oficial. La culpa se incrementa
al mantener el secreto, por sí la relació n se deteriora porque se hace imposible la
intimidad, a su vez que el lazo infiel se fortalece, gestándose un círculo vicioso del
cual es muy difícil salir (Glass, 2002). Cuando se descubre el engañ o las
consecuencias en la persona traicionada son muy graves, tanto que se asemejan a
los síntomas del estrés postraumá tico (Snyder, Gordon y Baucom, 2004).

Es frecuente que en una sesió n individual el có nyuge informe al terapeuta sobre


su relacionamiento extramarital. La situació n es compleja, reconociendo ademá s
las consecuencias que tendrá la develació n. El terapeuta debe regirse por la norma
ética de la confidencialidad, pero al mismo tiempo está presionado por el principio
de benevolencia (sobre todo no dañ ar), por lo que debe dilucidar acerca de cuá l es
la medida má s acertada: callar o disuadir al confidente de que debe dar a conocer
el secreto (Bersoff, 1995).

Lo ideal es que el esposo o esposa infiel cuente el secreto durante el


proceso terapé utico, sin embargo no siempre es así, la American
Association for Marriage and Family Therapy (2001) ha sugerido a sus
miembros que ante tal situació n elaboren un documento firmado en el
cual anuncien a la persona que la informació n deberá ser conocida por el
có nyuge.
Los terapeutas está n en la obligació n de develar el secreto cuando el có nyuge
traicionado: tiene una enfermedad grave o terminal, el divorcio es inminente,
existe

202 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

la posibilidad de violencia, han pasado varios añ os de la infidelidad (Butler et.al.


2010).

and couple’s future is diminished.

El proceso terapéutico será dirigido por la decisió n que tomen los có nyuges, ya sea
romper la relació n o reconciliarse. Los terapeutas no deben influir en la decisió n
pero deben estar dispuestos a colaborar a la pareja independientemente a la
resolució n.

DiBlasio (2000) plantea las características del perdó n: el perdó n solo es posible si
se deja partir al resentimiento y a la amargura. El perdó n es un acto de nuestra
voluntad. Perdonar duele, pero permite el control de la venganza. El sufrimiento
emocional permanecerá durante todo el proceso del perdó n. El perdó n es el inicio
de un proceso, no el final. Decidir perdonar produce beneficios para la relació n.
Sin embargo, no es una obligació n, las personas pueden o no perdonar, pueden o
no aceptar el perdó n.

4.2. Celos o pavor al abandono.

Para tener celos


basta, sólo el temor de
tenerlos,
que ya está sintiendo el daño,
quien está sintiendo el riesgo.
Sor Juana Inés de la Cruz

Los celos está n implicados en muchas rupturas matrimoniales, como en los peores
actos de violencia conyugal, pueden producir asesinatos y suicidios. (Harris y
Dorby, 2010). Es inquietante que muchas personas piensen que sin celos no existe
amor (Brever, 2009).

La palabra celo proviene del griego zein (hervir) y del latín zelos (ardor) , de ahí
la frase: “mi perrrita está en celo”, es decir, que entró en su etapa de estro (ardor
sexual de los mamíferos) . Por supuesto no es lo que intentamos transmitir cuando
nos referimos a una persona celosa.

Como suele ocurrir con las palabras, su origen se pierde en las sombras del tiempo
y el uso lo tergiversa. Es probable que haya ocurrido una de las siguientes dos
cosas, la primera: la emoció n de los celos es la pasió n, por lo tanto quizá s algú n
romano quiso decir que estaba ardiendo de rabia o miedo ante la posibilidad de la

Psicología del amor: el amor en la pareja 203


Bismarck Pinto Tapia

infidelidad. La segunda: que la etimología no sea la referida al calentamiento


sexual, sino al acto de ocultar, del latín celare (cubrir).

Sea como haya sido, la combinació n de ambas acepciones se ajusta al sentimiento


de las personas celosas, el componente emocional es la pasió n y el cognitivo la
desconfianza en la fidelidad del otro. La frase sería: “hiervo de desconfianza
porque creo que me está s engañ ando”.

Por lo tanto, no cualquiera puede sentir celos. Para ello se necesitan cuatro
factores: baja autoestima, susceptibilidad, miedo al abandono y obsesividad
(Marazziti et. al., 2010)

Podemos definir los celos como un estado emocional que es despertado por la
percepció n de amenaza sobre la relació n de pareja y la generació n de la motivació n
y el comportamiento destinado a contrarrestar dicha amenaza (Daly et.al. 1982).
Implica necesariamente un triá ngulo: la pareja y el rival potencial imaginario o real
(Harris y Dorby, 2010).

Los celos despiertan tres emociones entremezcladas: miedo, rabia y tristeza. Miedo
ante la soledad, rabia por la traició n y tristeza por la probable pérdida (Sharpsteen,
1991). Es probable que cada una de estas emociones active independientemente
un tipo concreto de comportamiento. Así el miedo puede estimular la posesividad,
la rabia las conductas agresivas y la tristeza activar la necesidad de protecció n
infantil (Frijda, 1986).

Existen cinco teorías psicoló gicas que intententan explicar el origen de los celos:
El psicoaná lisis los considera resultado de experiencias infantiles. El enfoque
sistémico plantea que son resultado de la diná mica relacional de la pareja. La
teoría comportamental los contempla como resultado del aprendizaje. La
psicología social propone a los celos como determinados por el entorno social.
Finalmente, la aproximació n evolucionista de la sociobiología define a los celos
como producto de la predisposició n genética (Pines y Hertzeliza, 1999).

Algunas de ellas se contradicen, otras coinciden. Sin embargo, la teoría del apego
se ajusta como el fundamento de la confianza en las relaciones de pareja. Personas
con apego seguro difícilmente desarrollan celos irracionales, mientras que las
celosas poseen como estructura afectiva una fuente de apego inseguro (Sharpsteen
y Kickpatrick, 1997).

Es importante diferenciar la envidia de los celos. La envidia ocurre cuando


percibimos al otro como poseedor de cualidades superiores, logros o posesiones y
cualquier otra condició n que que a nosotros nos gustaría tener. Esta sensació n de
deficiencia

204 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

existe en un campo que nos define y es incrementado por la insatisfacció n personal


ocasionada por la comparació n que hacemos hacia la sensació n de superioridad
que el otro tiene y nosotros no (Parrot y Smith, 1993).

La envidia se fecunda en sentimientos de inferioridad, anhelo, resentimiento por


las circunstancias y mala voluntad hacia la persona envidiada. Algunas veces se
produce acompañ ada de culpa, negació n o reconocimiento de lo inapropiado que
es sentirse así (Parrot y Smith, ob.cit.).

Por su parte, los celos ocurren en el contexto de la relació n de pareja, cuando


sentimis miedo de perder una relació n amorosa importante ante la amenaza de
que otra persona nos arranque a quien amamos (Hupka, 1991). Así como la
envidia, los celos está n formados en una complejidad de emociones: miedo a la
pérdida, ansiedad, susceptibilidad y rabia ante la posibilidad de la traició n y el
engañ o (Parrot y Smith, 1993).

La diferencia entre la envidia y los celos, es que en la primera deseamos lo que


no tenemos y en la segunda no queremos compartir lo que tenemos. Los celos se
relacionan de una manera curiosa con la envidia: celamos a nuestra pareja de la
persona que envidiamos. ¡Quisiéramos ser como es nuestro rival! (Schmitt, 1988)..

El sentido comú n considera a los celosos y a los envidiosos como inseguros. Craso
error. La envidia necesita seguridad: la certeza de que si tengo lo que el otro tiene
seré feliz. Lo mismo en el celo, las personas celosas está n seguras que el otro le
engañ a. Así que debemos entender que son excelentes ejemplos de certidumbre,
se trata de personas extraordinariamente seguras. Por lo tanto, ambos son seguros
a nivel cognitivo.

Curiosamente las personas celosas definen al probable rival a partir de las


características que envidian, así el flaco pensará que su pareja preferirá un gordo,
la petiza, que su pareja le engañ a con una persona alta. Si elaboramos una lista de
los rasgos de quien puede ser preferido por nuestra pareja, se verá en ella todo lo
que no pudimos lograr y aquellos atributos que nosotros queremos tener.

La envidia y el celo van de la mano, puesto que el celoso está preocupado en su


rival (al que envidia) y en sí mismo (sus carencias). Al sentir la mezcla de miedo,
angustia, tristeza, deseo sexual y rabia, se incrementa la sensació n de pasió n
(Sharpsteen, 1991). Piensa que la pasió n es la señ al inequívoca del amor, por eso
las personas celosas asegurará n ante cualquier testigo que aman intensamente.
Otra vez se equivocan.

Psicología del amor: el amor en la pareja 205


Bismarck Pinto Tapia

La pasió n es el sentimiento del deseo y de la rabia, es correcto decir “te quiero


con pasió n” como lo es: “siento una rabia apasionada”, las consecuencias
neuroquímicas son las mismas: epinefrinas y testoterona (Fitnes y Fletcher, 1993;
Harmon et.al. 2009). Lo interesante es que ambas se activan durante el proceso de
atracció n sexual y también en la activació n de la rabia (Levine, 2011). Se produce
una distorsió n de atribució n emocional, se confunde al miedo y a la rabia con la
pasió n sexual.

Actualmente la Real Academia de la Lengua Españ ola (vigésima segunda edició n)


señ ala en su séptima significació n de la palabra celo: “sospecha, inquietud y recelo
de que la persona amada haya mudado o mude su cariñ o, poniéndolo en otra”.

Se trata de una experiencia desesperanzadora y la presencia de desolada angustia


(DeSteno et.al. 2006). Es la negació n de la posibilidad de ser amado, considerar que
no es posible ser querido, a la par define la necesidad de controlar las actividades
de la pareja para asegurar la imposibilidad del abandono. Así que la experiencia
de los celos combina el miedo y la rabia ocasionando una imperiosa necesidad de
controlar las actividades del otro.

El amor se fundamenta en la confianza y genera mucha incertidumbre porque


amar es reconocer al otro como una persona independiente de mis expectativas,
aceptarlo como es y puede ser. Tal como escribió Gertrude Stein (1913): “rosa
es una rosa es una rosa es una rosa”. Significa que la condició n indispensable del
amor es la legitimació n del otro, la aceptació n plena, por lo tanto está asociada
necesariamente a la libertad.

Cuando amamos nos sentimos felices al percibir que la persona amada logra una
meta. Lo contrario ocurre cuando envidiamos, pues envidiar es desear algo que
uno no posee, por eso el envidioso se alegra cuando al otro le salen mal las cosas.
La envidia es contraria al amor.

Buss y su equipo de investigació n (1992) evaluaron las reacciones fisioló gicas de


varones y mujeres ante situaciones imaginadas de infidelidad sexual y emocional.
Encontraron que los varones expresan reacciones de celos sexuales mucho má s
que las mujeres, y al contrario, ellas celan emocionalmente a sus có nyuges.

Los varones temen la infidelidad sexual y las mujeres la emocional (Buss et.al.
1999). Esto se debe a que el vínculo amoroso es definido de manera distinta en los
varones que en las mujeres. Para ellos la masculinidad juega un papel
predominante, de ahí que si la pareja es infiel temen que el rival sea má s efectivo
sexualmente, poniendo en tela de juicio la virilidad. Las mujeres invierten afecto
y protecció n, por lo que

206 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

la infidelidad será evaluada en términos emocionales antes que sexuales, la


traició n la evalú an a partir del envolvimiento afectivo (Kuhle, Smedley y Schmitt,
2009).

El varó n preguntará ¿qué encontraste en él que es mejor que lo que tengo yo?,
ella: ¿qué te dio ella que no puedo darte yo? Es interesante observar que el enfoque
masculino es má s egoísta que el femenino, estamos má s preocupados con nuestra
actuació n sexual, mientras que las mujeres con su capacidad protectiva. Sin
embargo estas conclusiones deberá n ser revisadas porque en algunos estudios se
encuentran contradicciones (Edlund y Sagarin, 2009).

El amor no es la pasió n del deseo. La necesidad de procrear activa el organismo


para la bú squeda sexual, el apasionamiento o enamoramiento no es nada má s que
la señ al fisioló gica del deseo, no es indicador de un encuentro amoroso sino
eró tico.

El amor es una construcció n social de dos personas interesadas en acompañ ar


el crecimiento del otro y compartir intereses, valores y metas. Es una interacció n
de afectos y acciones dirigidas al bienestar del otro. Se establece como un
proceso diná mico, los intercambios dependen de la historia personal y requieren
permanentemente equilibrarse. Puesto que es un sistema social muy pequeñ o,
compuesto por dos elementos, el recurso del equilibrio es la reciprocidad.

Los celos no hacen referencia al amor porque no utilizan la reciprocidad positiva,


es una acció n de negació n del otro. La violencia es obligar al otro a que sea distinto
de lo que es (Maturana, 1997). Existe una persona que obliga y otra que debe
obedecer, un agresor y una víctima.

La persona celosa agrede al otro al descalificarla, controlarla y obligarla a


abandonar los espacios donde existirían riesgos de infidelidad. Por lo tanto la cara
que esconde la má scara de los celos es la violencia. Una persona celada es víctima
de maltrato (Holtzworth, Stuart y Hutchinson, 1997; Puente y Cohen, 2000).

El amor requiere espacios de libertad, el celo le teme a la libertad, necesita control


para evitar el abandono. En el amor las personas confían una en la otra, al
relacionarse de manera recíproca se incrementa la intimidad y con ella la
confianza. No se promueve la posesividad, sino la libertad. Es como que los
amantes se encuentran y despiden continuamente, saben que necesariamente los
encuentros promueven despedidas.

El amor involucra pasió n sexual pero no es su fundamento. La base del amor son
la intimidad y el compromiso. El celo, se construye sobre la pasió n sexual. El miedo
al abandono es el eje de todos sus pensamientos, el control la ú nica manera que

Psicología del amor: el amor en la pareja 207


Bismarck Pinto Tapia

encuentra para evitar el desamparo. Se trata de una concepció n inmadura del


amor: la posesió n consecuente con el intenso deseo pasional.

La palabra celo es el eufemismo de los sentimientos de miedo y envidia. El miedo


es inmenso, es pavor al abandono. Se desglosa en dos grandes miedos: ser
rechazado y la posibilidad de que exista alguien mejor que uno. Proviene del terror
al abandono, mina la autoestima, promueve el odio a la persona amada y genera
depresió n (Mathes, Adams y Davies, 1985).

El miedo al rechazo responde a la pregunta: ¿có mo alguien como ella/el, puede


amar a alguien insignificante como yo? Se parte de un profundo sentimiento de
inferioridad, generalmente secreto, escondido en un ego inmenso. Claro… quien
ostenta su ego es porque esconde una frá gil concepció n de sí mismo. Para
equilibrar la baja autoestima lo que este tipo de persona hace es descalificar los
logros de su pareja, así evita que ella pueda superarlo y abandonarlo.

Todos los días procederá a disminuirla con insultos referidos a la certeza de que es
o ha sido engañ ado. Posteriormente es probable que recurra a la violencia física
cuando haya logrado que su pareja se vea a sí misma como indefensa

Los celos patoló gicos se asocian con el homicidio (Mullen y Martin, 1994), los
varones celosos tienden má s al asesinato que las mujeres (Daly et.al. 1982). Varias
patologías se relacionan con ellos, por ejemplo el trastorno obsesivo compulsivo
(Lensi et.al. 1996), la personalidad paranoide (Bringle y Evenbeck, 1979).

En los celos retró grados, es decir, aquellos que parten de una historia amorosa
previa con otra persona, la persona celosa se encargará de recordar una y otra
vez las afrentas recibidas ¡antes de que se inicie el romance actual! Nada má s
angustiante: el pasado no se puede cambiar.

El marco de referencia es muy sencillo, e inclusive puede ser expuesto


descaradamente: alguien como tú no puede amar a una persona como yo, así
que es imposible que no me engañ es. El otro es: todos, tarde o temprano me
abandonan, por lo tanto debo evitar que me dejes porque sé que lo hará s. Se trata
pues de una profecía autocumplidora (Watzlawick, 1995), tarde o temprano la
persona celosa confirma sus sospechas.

La víctima está paralizada por la paradoja en la cual la persona celosa la inserta: si


le dice que no le engañ a el otro dudará , si le dice que es cierto, el otro confirma su
idea. Diga lo que diga, haga lo que haga no podrá demostrar su fidelidad.

208 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Quien cela también está inmerso en una paradoja, la premisa es: estoy siendo
engañ ado. No se trata de una hipó tesis a poner a prueba, es una afirmació n tá cita,
diríamos….un axioma psicoló gico, ¡no requiere demostració n! Así que haga lo que
haga su pareja, cualquier acció n será relacionada con la ineludible traició n.

He aquí algo muy importante: la víctima no necesariamente es portadora de un


trastorno mental, simplemente está atrapada en un juego del cual es imposible
salir.

En aquellos casos en los cuales existe el antecedente de una infidelidad, tampoco


se justifican los celos. Existen dos alternativas racionales: se termina la relació n o
se perdona. No es justificable el desarrollar un control irracional y plasmar los
celos como una consecuencia inevitable.

La mayoría de los celos se han originado en la historia familiar (Sluski, 1989) .


Dos son los procesos afectivos má s comunes en la organizació n celopá tica: apego
inseguro y descalificació n.

El apego es la respuesta que damos ante una necesidad afectiva. Nuestras figuras
de apego son generalmente nuestros padres, pero pueden haber sido los abuelos,
hermanos mayores, niñ era, etc., las personas a las que recurríamos para ser
consolados. El apego seguro es aquél que ocasiona que el niñ o busque protecció n
de alguien significativo; el inseguro aquél donde se evita o agrede a quien debería
protegernos (Bartholomew, 1990).

La sensació n que ofrece el apego seguro es la contenció n afectiva, la cual derivará


en la capacidad de enfrentar las pérdidas y superarlas. Mientras que el inseguro
ocasiona inestabilidad ante la pérdida y por ende miedo al abandono
(Bartholomew, ob.cit.).

Un efecto notable de la sobreprotecció n es el desarrollo del temor al abandono,


justamente porque al ser exageradamente protegido se nos priva de correr riesgos
a la vez que se nos crea la idea de un mundo peligroso (Guerrero, 1998).

Ni qué decir de la negligencia y el castigo, los niñ os y las niñ as víctimas de


violencia desarrollan afectos desesperanzadores y angustia. Todo ello conlleva a la
construcció n de la angustia que se asociará a la inevitable idea del abandono.

La descalificació n es el proceso relació n a través del cual se niega la potencialidad


de la persona, o peor aú n puede anulá rsela (Linares, 2012). Es promover la baja
autoestima e inadecuada autoeficacia, la persona se ve como inú til y/o fea, ademá s
incapaz de alcanzar sus metas. De remate es probable que haya sido comparada
con sus hermanos o hermanas, ellos son brillantes, ella una basura. Si durante

Psicología del amor: el amor en la pareja 209


Bismarck Pinto Tapia

la crianza se vive la experiencia de que la valoració n se hace sobre alguno de los


hermanos y no sobre la persona, es fá cil construirse la idea de que existe siempre
alguien mejor que uno, alguien que siempre me ganará .

Otra condició n comú n en la historia de las personas celosas, es haber vivido el


dolor de uno de los progenitores ante la infidelidad del otro, peor aú n si se ha
participado en la protecció n y/o la venganza (Berman y Frazier, 2005). Se
establece un destino inevitable expresado en la frase: todos los hombres son
infieles, o todas las mujeres son prostitutas. Puede decidirse seguir el guió n sin
cambiarlo o demostrar que sí es posible modificarlo. No importa qué se prefiera,
el resultado es el mismo: desconfianza y control.

¿Có mo salir de una relació n celosa? Antes que nada, reconocer que el celo es
violencia, y que por lo tanto se es víctima de un/una agresor/agresora. Evaluar si
es vá lido entregarse a alguien que promueve la restricció n de mi libertad, que me
niega, desmerece e indigna. Debemos partir de un principio: mi amor no cambiará
al otro. Si soy celado no soy amado, aunque nuestros encuentros sean apasionados,
mi integridad personal está sobre el placer del momento.

En la relació n amorosa no basta con que uno ame, ambos deben amarse, darse
cosas buenas el uno al otro, promover el crecimiento del otro y disfrutar de crecer
al lado de esa persona extrañ a, atreverse a confiar, correr riesgos, dejar partir
para volverse a encontrar renovados, con nuevas cosas para entregarse. La ruta
del amor es plena de cambios inesperados, alegrías y decepciones que obligan al
perdó n si somos capaces de soportar el dolor que ellas nos producen.

El camino del celo está repleto de terror, de rutina y desesperanza, las alegrías son
pocas generalmente cuando existen espacios de paz. La paz no es la felicidad,
es una breve liberació n de las tensiones, la felicidad es la sensació n de poder
arriesgarse a soñ ar nuevamente, sentirse libre a pesar de estar con otro. Esa
ilusió n de amor no es otra cosa que un momento de quietud que antecede a una
nueva avalancha de violencia.

Es probable que el momento en que decidas romper la relació n, la persona celosa


muestre la violencia guardada. No restringirá nada de sí a la hora de evitar tu
partida, puede amenazar con matarse o con destruirte, lo cual demostrará que
era estú pido estar con alguien así. En lugar de retroceder en tu decisió n, debes
reconocer que es la mejor que puedes tomar. Busca protecció n en las personas que
pueden defenderte, evita esconder el maltrato que recibiste.

¿Có mo reconciliarse? Existen amantes que son capaces de enfrentar una nueva
vida juntos habiendo erradicado el pavor al abandono. La base de esas relaciones

210 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

consiste en la capacidad de dialogar racionalmente sobre el absurdo miedo. Ese


diá logo só lo es posible si la persona celosa reconoce que su problema le pertenece
de manera exclusiva y que no tiene derecho de lastimar a quien dice amar. Si
esto acontece, pedirá ayuda a su pareja. Esa ayuda só lo puede ser otorgada si se
produce el perdó n.

El perdó n es la má xima expresió n del amor, aceptar al otro a pesar de lo que


me hizo. No es olvidar, es recordar y seguir mirá ndonos a los ojos. No es fá cil ni
instantá neo, es un proceso penoso, muchas veces requiere soledad y aislamiento,
tener un tiempo y un espacio para reflexionar si vale o no la pena mantenerse en
la relació n (DiBlasio, 2000). Nadie tiene derecho a decidir por la persona y nadie,
absolutamente nadie puede comprender el dolor que ha sufrido.

Quien cela al reconocer su responsabilidad por la violencia ejercida, debe esperar


la decisió n de su pareja sin presionar ni prometer nada. Mientras ocurre esto, es
comú n que la persona celosa descubra que puede vivir sin depender de nadie,
entonces y só lo entonces entenderá que el amor no es posesió n ni necesidad, el
amor es una decisió n libre de estar con otra persona. Quien se siente desvalido no
puede amar, busca ser protegido y reconocido. Só lo ama la persona plena, aquella
que se sabe autó nomo, entonces tiene mucho que dar de sí y sabrá reconocer lo
que la otra persona le pueda dar.

Ese tiempo de reflexió n dura lo que tenga que durar, meses o añ os. He visto parejas
que se divorciaron que después de varios añ os retomaron el matrimonio, también
he atendido a parejas que después de algunos meses de separació n fueron capaces
de reconciliarse.

Durante el noviazgo los procesos son má s rá pidos e impredecibles, pocas son los
novios que buscan ayuda psicoló gica, de ahí que no exista mucha informació n
sobre los procesos de reconciliació n, aunque sí estudios sobre el maltrato prenupcial
(Rey-Anacona, 2009).

¿Có mo vencer a los celos?

Antes que nada debes reconocer que los celos son tu propiedad exclusiva, no los
veas como problemas de tu pareja, sino como una construcció n personal: son tu
responsabilidad y de nadie má s.

No busques las causas, debes entender que las acciones derivadas de tus celos son
violentas, por lo tanto eres un agresor. No tienes otra alternativa: debes eliminar
los celos, te convierten en un monstruo y sabes bien que no lo eres. Tus celos son
consecuencia de un temor infantil, el miedo a ser abandonado.

Psicología del amor: el amor en la pareja 211


Bismarck Pinto Tapia

Mírate al espejo, eres una persona capaz de vivir sola, sin depender de nadie,
por lo que es irracional temer que te abandonen. Acepta tu soledad, asume tu
independencia. Si no eres capaz de hacerlo eres incapaz de amar. Para amar debes
entregarte plenamente, jugarte el todo por el todo, y para eso necesitas
reconocerte como un ser autó nomo.

Mira adentro de ti, está s repleto de terror y rabia, no hay cabida para recibir a
la persona que dices amar. Ella no te pertenece, es libre e independiente, tiene
derecho a amarte o no, eso no es de tu incumbencia. Aprende a respetar y tolerar
las relaciones que ella tiene con las personas que le rodean, si la quieres
seguramente es una persona querible por otras personas también.

Te enamoraste de alguien que es como es, no intentes cambiarla, pregú ntate si


está s dispuesto a amarla así, si no eres capaz déjala partir, si lo eres acompá ñ ala,
aprende a disfrutar sus logros y a enorgullecerte de ella. Aprende a llorar con sus
dolores y a soportar sus frustraciones aunque no entiendas qué las producen.

Deja de llamarle celos a tu incapacidad de amar y al pá nico que sientes ante la


idea de que no te amen. Pide perdó n por cada una de las veces que fuiste incapaz
de reconocer al otro como un ser independiente de ti, por todas las veces que
atentaste contra su libertad y por aquellas otras donde creíste má s en tus fantasías
que en la realidad.

Para curarse de los celos necesariamente hay que mirarse hacia adentro.
Avergonzarse de las cosas estú pidas que le hicimos a quien deberíamos amar.
Finalmente debes preguntarte si es posible el amor en tu corazó n. Para ello debes
vaciarlo de la envidia y el miedo.

Sé tú mismo, acéptate, sé bueno contigo, así dejará s de envidiar, porque entenderá s


que en lo que envidias está la clave de tus sueñ os, aquellos que crees que no
alcanzará s. Cuando reconozcas que ya no eres un niñ o desvalido, reconocerá s que
no necesitas de nadie para ser feliz, só lo así podrá s derramar alegría y dejar que las
cosas sean como puedan ser, podrá s ver los ojos de quien amas arrancá ndolos de
tu propia mirada, comprenderá s que el amor es el reconocer al otro a pesar de uno
mismo y entonces recién entonces, empezará s la aventura maravillosa del amor.

¿Có mo manejar una relació n con alguien celoso?

Recuerda que si tu pareja actú a fundamentá ndose en sus celos está siendo violenta
contigo. La violencia no es parte del amor, por lo tanto no eres amada sino
maltratada. Puede ocurrir que la relació n se muestre intensamente apasionada, eso

212 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

ocurre porque la violencia es también apasionada. La pasió n no es el amor, es una


pequeñ a parte de él.

Si te sientes amedrentada, a veces acorralada y percibes que no eres respetada,


está s siendo víctima de violencia. La violencia no es ú nicamente golpes e insultos,
es en todos los casos descalificació n. La peor manera de descalificar es a través de
los celos, ellos son un insulto a tu entrega, a tu ternura y a tu esperanza.

No permitas que los celos crezcan, ponle un alto ni bien se manifiesten, tu pareja
no es un progenitor ni un docente, es un compañ ero que está a tu mismo nivel.
Quien te ama te respeta y te trata procurando sobre todo tu bienestar.

Los celos del otro no son un problema tuyo, tú no los provocas, es la persona
que inventa las condiciones para justificar su temor a ser abandonado. Quien te
cela es inmaduro, necesita reconocer en sus pensamientos y acciones sus propias
carencias que nada tienen que ver con tu existencia. No es tu culpa si no fue amado
en su infancia o comparado con otros. Simplemente llegaste y te enamoraste de
alguien que si no modifica su forma de actuar hacia ti, definitivamente no merece
tu amor.

No es posible amar a algo que nos dañ a, el malestar nos obliga a apartarnos en vez
de acercarnos. Arranca de ti la vana esperanza, tu amor no cambiará la inmadurez
de tu pareja, porque no reconoce el amor, lo confunde con la obediencia sumisa y
el aislamiento y cree que te ama cuando se siente apasionado.

El peor error que puedes cometer es sentir pena por quien te ofende. No lo veas
como niñ o abandonado, que nadie puede querer. Pregú ntate ¿por qué será que
nadie lo puede querer? Reconoce cuá nto vales, no busques que te aman, ama a
quien merece tu amor.

Si las cosas siguen como está n a pesar de que asumiste que los problemas de celos
son responsabilidad del otro y que no puedes seguir siendo víctima de violencia,
entonces queda un solo camino: terminar la relació n.

Será difícil y durante el proceso es probable que entiendas por qué esa persona no
merecía tu amor. Pero no puedes seguir así, la vida se escapa de nuestras manos
cada día que pasa. Abre los ojos, la vida es mucho má s que tu relació n. Existen
personas que te cuidan y que está n a tu lado: gente de tu familia y amigos, no los
pierdas por culpa de este capricho estú pido e inú til.

¿Qué hacer cuando ambos actú an guiados por los celos?

Psicología del amor: el amor en la pareja 213


Bismarck Pinto Tapia

Se trata de violencia simétrica, ambos hacen parte del juego pasional de quien
controla mejor al otro. Abandonan el arte de amar por el arte de la guerra. Suelen
ser parejas intensamente ardientes, viven el romance en las reconciliaciones, luego
viene el vacío que se llena con el juego destructivo del “pesca – pesca”. Es un
combate de competencias, infames insultos asociados con infidelidades reales o
ficticias. Se encuentran en una simbiosis enceguecedora.

La violencia es el contenido de la reciprocidad, por lo que se incrementa en cada


pelea, puede terminar con el asesinato. Si uno de los dos abre los ojos, debe parar
de inmediato el juego, develá ndolo en primer lugar y marcando nuevas reglas en
la relació n. Por lo general el proceso es tortuoso y se hace necesaria la ayuda
profesional.

Lo má s difícil es cuando este tipo de relació n se establece dentro del matrimonio y


se añ ade la presencia de los hijos. Lo má s probable es que alguno de ellos genere
un trastorno psicoló gico grave como consecuencia de una familia a todas luces
disfuncional.

4.3. Dependencia amorosa.

Abuela: ¡Qué boca tan grande tienes!


¡Para comerte
mejor! Y diciendo estas
palabras,
este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja
y se la comió.
Charles Perrault

Estar enamorados no es amar, el sentirnos atraídos por una persona no indica que
esa persona sea la indicada para construir una relació n de pareja. La pasió n no
es suficiente en el amor, amar requiere de madurez, de independencia, de estar
completos. La idea de la media naranja es una estupidez. No son dos medias
naranjas que se encuentran, son dos personas completas, só lo en la integridad del
ser es posible el amor.

Una intensa relació n pasional no asegura una buena relació n de pareja, puede
predecir un excelente encuentro sexual pero no nos dice nada en relació n
a la convivencia. En otras palabras, un buen amante, una buena amante no
necesariamente será n buenos como pareja.

214 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Depender no es amar, depender es necesitar del otro. El amor no genera


necesidad, no es un sentimiento, es una construcció n que hacen dos personas al
tomar la decisió n de convertir su relació n en prioridad. Amar es acompañ arse en
el crecimiento personal, disfrutarse y apoyarse, en suma, amar es ser testigo de la
felicidad del otro.

Quien ama no hace feliz al otro ni al ser amados el otro nos hace feliz, la felicidad
es el logro de nuestras metas que nos permiten conocernos y realizarnos. Quien
nos ama nos acompañ a pero no dictamina nuestra vida.

Quien te ama no vive por ti, no piensa ni siente por ti, te deja ser, con esa persona
te sientes libre de mostrarte como eres, de realizar tus sueñ os, segura de que no
será s juzgada sino que te sentirá s comprendida.

El amor de pareja no nos hace crecer, crecemos porque nos da la gana, el amor
nos hace sentir acompañ ados en el proceso de encontrarnos a nosotros mismos.

Es difícil en un tiempo donde se construyen falsas historias de amor en el cine, la


televisió n, los libros y demá s cuentos. La idea romá ntica del amor es la pauta para
los amores que no tendrá n nada de romá nticos. Lamentablemente para la pasió n,
el amor se construye desde la racionalidad, el sentimiento es el acompañ ante
silencioso de la posibilidad de compartir, negociar, tolerar y comprender.

Las personas que piensan que el amor es un intenso sentimiento pueden


encontrarse con el Lobo Feroz o la Loba Feroz, al creer que esa intensa sensació n
de deseo, pena o admiració n asegura una relació n segura. No es así. La sensació n
no es suficiente, es imprescindible conocer al otro.

Los Lobos y Lobas son depredadores que esperan encontrar una presa para
devorarla. No les interesa el amor, lo desconocen, les interesa el poder, desde el
cual puedan someter y dirigir la vida de la otra persona. Saben escribir contratos
con condiciones, usualmente comienzan con la frase: “si me amas…”luego agregan
cualquier cosa: “…dejarías a tus amigas”, “…dejarías tus estudios”, “…te cambiarías
de ropa”, “…harías esto o aquello por mí”.

Caperucita tiene pena por el lobito, confunde la compasió n con el amor y cae en la
trampa; puede asumir que el amor es sacrificarse por el otro y renunciar a
aquellas cosas que la hacen persona.

Recuerda: quien te ama jamá s pide que te desprendas de las cosas que quieres.
Todo lo contrario, porque esas cosas te hacen feliz, te alienta a que las sigas
cosechando.

Psicología del amor: el amor en la pareja 215


Bismarck Pinto Tapia

Si la persona que quiere amarte no tolera algunas de tus pasiones, simplemente


termina la relació n, no intenta cambiarte.

Amarte es aceptarte así como eres y aprender a amar tus cambios. Un encuentro
amoroso legítimo no está marcado por el miedo ni por la pena, el amor nos hace
sentir seguros de nosotros mismos, sabemos que quien nos ama nos acompañ ará a
pesar de nuestros riesgos, riesgos que al final de cuentas nos pueden hacer
cambiar, y en ese proceso tal vez nos ocurra que ya no queremos estar con esa
persona porque hemos cambiado, entonces puede ser que decidamos romper la
relació n. Quien nos ama nos deja partir.

Dejar partir, he ahí la pauta del amor, por eso amar duele, porque amarte es un
riesgo, el riesgo que crezcas y que cambies, de tal manera que dejes de ser la
persona que esperaba que seas, luego debo aprender a amarte aú n a pesar de tus
cambios, si no lo logro, porque te amo…te dejo partir.

Amar, por lo tanto no es poseer, qué alejada del amor la frase: ¡eres mía! El amor
exige a que seas tuya, que seas tuyo, que reconozcas que la vida te pertenece que
no tienes má s remedio que vivirla y entregarte a la realizació n de tus sueñ os.
Suena bonito, lo sé, pero es extremadamente difícil.

Difícil porque nos juntamos con una persona que no conocemos, ¡nos jugamos por
un desconocido! Por eso todo inicio amoroso es peligroso, nunca sabemos con
quién estamos saliendo. Puede ser el Lobo o la Loba, puede ser el Príncipe o la
Princesa, o peor, un monstruo disfrazado de oveja.

Por eso es imprescindible que no necesitemos de nadie, que hayamos aprendido a


vivir solos, que disfrutemos de nuestra libertad, que reconozcamos que la soledad
es inevitable, só lo en la soledad puede nacer el amor. Pero si tenemos miedo al
abandono, creemos que el otro nos debe completar, o que el amor es servicio
(trasponiendo la caridad al á mbito eró tico), entonces no reconocerá s al bicho
carnívoro que acabará con tu alma y tu vida.

Si estamos completos, si sabemos hacia dó nde vamos, si con claridad divisamos


nuestras metas, entonces no tendremos miedo al abandono ni buscaremos ser
admirados, simplemente buscaremos alguien que comparta nuestros valores
e intereses, alguien que a nuestro lado pueda realizarse sin dependencias. No
caeremos en trampas, es má s al detectar alguna, rá pidamente cambiaremos de
camino, sin ese “tengo miedo lastimarlo”.

216 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Cuando te sientas realizado deseará s compartir tus emociones, y nada má s


hermoso que hacerlo con aquella persona que amas. A la par, con esa persona
querrá s satisfacer tus deseos eró ticos, fundiéndose así el ágape con el eros.

Deja de buscar alguien que te ame, mientras má s ingenua o ingenuo eres, má s


fá cilmente te topará s con lobos y lobas aduladores. Si tienes tu ego de Alasitas,
rá pidamente te encontrará s entre los pú tridos dientes del depredador. Deja de
pensar que tu realizació n depende del que te ame. Busca alguien a quien amar,
alguien que merezca tu amor. Una vez encontrado, á malo y punto, si el otro te ama
o no es su problema, el tuyo es hacerte cargo de tu amor.

Sí, lo he oído muchas veces, “no quiero lastimarlo”…Es un absurdo mayú sculo
que permite ver có mo la persona conceptualiza a su pareja: un pobre cachorrito
pulguiento y enfermo. Luego ¿có mo se puede tener una relació n amorosa con un
indefenso bebé? Si tu pareja es una mujer o un varó n, entonces no tendrá s miedo
de lastimarla, sabrá s que como persona madura supo a qué atenerse en el
momento en que decidió jugar al amor contigo, ese juego tiene una finalidad:
¡conocernos!

Conocernos para ver si vale o no la pena seguir juntos, la respuesta puede ser sí o
no, si es no hay que terminar la relació n porque si siguen juntos será una pérdida
de tiempo. Recuerda: el amor no cambia a nadie.

Verá s que mientras má s “amor” le pongas a la relació n será peor, el otro no só lo no


cambia, sino que se hace cada vez má s monstruoso. Porque lo que está s poniendo
no es amor, puede ser miedo, orgullo, pena, sacrificio, pero no es amor, porque si
lo fuera lo aceptarías como es, y como no puedes aceptar a un Lobo o Loba (por
si acaso lo olvidaste eres una ser humano) no lo puedes amar.

Es curioso, muchas personas creen que no son amadas, cuando en realidad son
incapaces de amar a alguien que les hace dañ o. Es que no se puede amar a alguien
que nos hace dañ o, eso de amar al enemigo, vale en la guerra o en la caridad, pero
no en la relació n de pareja. Tu pareja te ama, luego no te dañ a de ninguna manera.
Si te dañ a simplemente no te ama, no le des má s vueltas, no te ama y punto.

La pregunta entonces es: ¿puedo amarlo?, o má s simple si quieres: ¿puedo


aceptarlo así? Si tu respuesta es afirmativa, entonces lo amas, pero si te dañ a, no
eres para esa persona, porque si te amara no trataría de cambiarte, entonces si lo
amas y reconoces que no te ama, lo dejas partir, justamente porque lo amas.

No dejamos partir porque no nos aman, dejamos partir porque nos damos cuenta
que no podemos amar a alguien así. Un Lobo es un Lobo y tarde o temprano

Psicología del amor: el amor en la pareja 217


Bismarck Pinto Tapia

tendrá hambre. Caperucita debe abandonar su tendencia zoofílica o su fantasía de


convertir a un animal en un ser humano y buscar a alguien de su especie.

4.4. Codependencia o altruismo patoló gico.


Una variante de la dependencia amorosa es la relació n que se establece entre una
persona y el vicio de otra. Se trata de dos personas adictas, sin percatarse la “lame
heridas” también se hace alcohó lica o drogadicta sin consumir la sustancia, puesto
que vive pensando en la sustancia e idealiza el amor que ocurrirá esplendoroso
cuando su pareja abandone su adicció n.

Mellody (1989) introduce el concepto “codependencia” para referirse a las


personas que se mantienen involucradas con alcohó licos y toxicó manos con la
esperanza que abandonen su adicció n. Inicialmente se escribió sobre los co-
alcohó licos, para desembocar en una personalidad con rasgos dependientes cuyo
sentido de vida se liga al vicio de otra persona.

Cuatro factores definen el comportamiento codepediente: atenció n focalizada a la


opinió n y expectativas de los demá s, autosacrificio, control interpersonal bajo la
creencia que su amor y esperanza será n suficientes para producir el abandono de
la sustancia en su pareja, supresió n emocional para manipular el cambio en el otro
(Dear, Roberts, Lange, 2004).

Inicialmente el concepto se refería a las personas que convivían con un alcohó lico
o un toxicó mano, reduciéndose al vínculo amoroso conyugal. Sin embargo, con el
tiempo se ha extendido a los familiares. Resulta que una vez que la pareja
abandona su funció n, alguno de los miembros de la familia la asumía (Morgan,
1991).

Aparentemente estamos ante individuos con un extraordinario sentido de la


generosidad, sin embargo no es así, se trata de personas que necesitan vivir bajo
la ilusió n de un amor perfecto que sobrevendrá inevitablemente una vez que el
otro abandone su dependencia química. Mientras esperan el cambio inusitado dan
rienda suelta al afá n de depender emocionalmente, proteger y cuidar del desvalido
adicto (Morgan, ob.cit.).

Una dificultad que surge es el límite entre la patología y la normalidad del


comportamiento dependiente. Es innegable que puede darse una actitud
protectora y reparadora hacia una persona que queremos y tiene un problema
serio con alguna sustancia química. La diferencia radica en que la codependencia
se forma cuando el centro de la vida es cuidar del adicto.

218 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Una manera de resolver el problema fue definir a la codependencia como


“altruismo patoló gico” (Grath y Barley, 2011). Este concepto se lo define
cvonsiderando la presencia de la imposibilidad de tolerar afectos negativos de los
demá s, estableciendo niveles empá ticos irracionales (v.g. justificar
comportamientos netamente destructivos del otro).

El altruismo patoló gico no se restringe a la dependencia afectiva con personas


adictas, sino que hace referencia al mantenimiento de relaciones amorosas con
cualquier tipo de persona que hace dañ o o se dañ a a sí misma (psicó patas,
perversos sexuales, etc.).

La codependencia no es amor, es caridad perversa. Es una entrega incondicional


a alguien con la esperanza de cambiarlo para beneficio propio. Por eso es
perversa, implica egoísmo y narcisismo escondidos dentro de una actitud generosa
exhacerbada.

Establecer una relació n de este tipo conlleva un círculo vicioso, la meta es que
otro abandone el vicio, si lo hace se termina la relació n, por lo que cuando se
manifiestan atisbos de cambio, el codependiente los boicotea porque el logro se su
sacrificada labor desnuda su falta de sentido.

4.5. El amor vanidoso.


¿Por qué el orgullo suele imponerse al amor? La voz del dolor calla ante la
soberanía del ego, el quererte puede sucumbir ante la necesidad de proteger mi
frá gil yo. Y lo perdí todo, te dejé marchar cuando sabía que nos queríamos, me
quedé con las manos vacías y el corazó n destrozado porque preferí ocultarte mis
sentimientos detrá s de la férrea má scara de mi vanidad, ahora lloro en soledad,
ante la mirada impasible de mi orgullo que parece reír a carcajadas al verme
abandonado por su insistente demanda de callar antes de entregarlo al silencio del
suplicio.

Dejar marchar, sentirnos incapaces de abordar a alguien que nos atrae o mantener
un conflicto sin resolver, son algunas de las consecuencias del orgullo. Pero antes
de seguir vale la pena detenernos un momento en su definició n.

Segú n la Real Academia de la Lengua Españ ola, la palabra orgullo proviene del
catalá n “orgull” o del francés “orgueil” y significa: arrogancia, vanidad, exceso
de estimació n propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y
virtuosas.

Psicología del amor: el amor en la pareja 219


Bismarck Pinto Tapia

En inglés la palabra pride (orgullo), deriva de proud (digno, valiente), por lo que
el término posee una connotació n positiva. En portugués la palabra “orgulho” es
definida por el diccionario Aurelio de la siguiente manera: Sentimiento de dignidad
personal, brío, altivez (…).

Tanto en inglés como en portugués la connotació n es má s bien positiva; mientras


que en castellano se asocia con la arrogancia, que tiene que ver con “dar por
sentado”, esto es: “presumir”, de donde sale el término “presumido”. Luego:
orgulloso es aquél que presume, que toma por cierto algo que no necesita poner a
prueba. De ahí que originalmente esta palabra poseía una acepció n negativa.

Se considera que lo contrario al orgullo es la humildad, palabra que proviene del


latín humus (tierra), se refiere a postrar a alguien en la tierra para que reconozca
su inferioridad. Entonces, la palabra antó nima má s adecuada es “soberbia” porque
proviene del latín “superbus”, significando: estar encima. Desde el punto de vista
relacional, no es posible alguien encima si no está otro abajo, el concepto de
soberbia requiere para su definició n de alguien que es sometido.

El uso y abuso de las palabras, las traducciones que van y vienen han ocasionado
confusiones con el término “orgullo”, puesto que se ha asociado con la idea de
la valoració n de uno mismo, por ejemplo en la frase “te falta orgullo”, que es lo
mismo que decir “tienes baja autoestima”. Pero también se lo usó para referirse
al exceso de ego: “eres un orgulloso” para decir: “¿quién te crees que eres?”. La
consecuencia es que la palabra “orgullo” puede usarse con doble sentido: como un
piropo y como un insulto.

Por estas razones lingü ísticas es preferible recurrir a la palabra “soberbia” que
ademá s está considerada como la definició n de uno de los pecados capitales,
considerado el peor de los siete porque de él se derivan los otros seis (lujuria,
envidia, pereza, gula, ira y avaricia), su origen se lo achaca a Lucifer cuando quiso
ser superior a Dios. Ese deseo lo hemos heredado, la negació n del poder divino,
el considerarnos má s que cualquier otra cosa en el universo, ser vanidoso al creer
que nos merecemos todo y prepotente al considerar que los demá s son inferiores y
deben apartarse para darnos lugar.

La soberbia es la má scara de hierro del sufrimiento. Su origen es la ausencia de


consuelo cuando experimentamos soledad después de un dolor. Por ejemplo, un
niñ o ha sido maltratado en la escuela, al llegar a casa encuentra a sus padres
discutiendo, el pequeñ o prefiere callar su problema para no causar un problema
má s y disimula su pena. Una niñ a ha sido insultada por el abuelo, corre hacia su

220 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

madre, pero ésta está acongojada por algú n problema personal, entonces, la hija
disimula su dolor para evitarle uno má s a mamá .

La soberbia nace a partir del dolor no expresado, es la disimulació n que ofrece la


idea de que está mal sufrir porque cuando se sufre nadie consuela. De ahí la idea
que llorar es signo de debilidad, porque si no fuimos protegidos, lo má s probable
es que tampoco sepamos proteger.

El miedo a la soledad no es sino el temor al desconsuelo, a la desprotecció n, a no


tener alguien que reciba el dolor. La primera necesidad humana es ser protegidos,
de ella se desprenderá posteriormente nuestra capacidad de amar.

Aprendemos a buscar protecció n, la manera có mo lo hacemos determina nuestro


estilo de apego. El apego seguro se refiere a la bú squeda de consuelo cuando nos
sentimos desprotegidos y a la seguridad de que nos protegerá n cuando estemos
solos. El apego inseguro se refiere al temor de confiar o a la confusió n ante la
angustia porque no estamos seguros de que nos cuidará n.

Entonces la soberbia es el refugio de nuestro miedo ante la presencia del dolor; nos
crea la ilusió n de fortaleza porque con ella estamos ocultá ndonos de quien debería
cuidarnos, ya sea porque así nosotros protegemos a quien nos debe proteger o
porque a nadie le importa nuestro sufrir.

En el segundo caso, la soberbia se funde con nuestra identidad. No existimos sino


cuando somos el orgullo de quien nos debería cuidar. El niñ o es un trofeo de
sus cuidadores, só lo existe si tiene éxito, entendido como la consecució n de las
expectativas de sus padres. Pero no existe cuando se muestra auténtico o tiene un
problema. Só lo importa si se adapta a la imagen que esperan de él, negá ndose a
sí mismo.

La negació n de sí a precio de existir para el otro a través de un ego falso que es


legitimado por los cuidadores. La consecuencia es la soberbia transformada en
personalidad, una forma de ser que impedirá los encuentros legítimos, un anatema
en contra del amor que ha sido denominado “narcisismo”.

El amor requiere desnudez de cuerpo y alma: del eros al á gape. La pasió n se


transformará en romanticismo para desencadenar en el amor desinteresado. Las
personas vanidosas se estancan en la pasió n porque le temen a la intimidad y
le huyen al compromiso. Como el erotismo se esfuma, la urgencia de intimidad
expresada por la pareja se hace apabullante, el narcisista le huirá a la desnudez del
alma porque no sabe proteger y desconoce lo que es ser protegido.

Psicología del amor: el amor en la pareja 221


Bismarck Pinto Tapia

El pá nico a la entrega es inmenso, la ú nica vía conocida es enmascararse en el ego.


La persona se buscará en el éxito, trabajará má s, estudiará má s o se embarcará en
una nueva empresa.

Otra manera de evitar la entrega es adormecer la conciencia para apartarse de la


realidad, esto se consigue a través del alcohol, las drogas o las aventuras eró ticas:
la solució n es cerrar los ojos ante la deslumbrante faz del amor.

La pasió n puede derretir el hierro de la má scara, pero entonces su fuego quema la


piel, la persona queda desprotegida, vulnerable ante el amor del otro, el vacío gime
angustia, como lo dice Piedad Bonnet en sus versos:

Como un depredador entraste en casa,


rompiste los cristales,
a piedra destruiste los espejos,
pisaste el fuego que yo había encendido…
Por mi ventana rota aú n te veo.
En mi hogar devastado se hizo trizas el día,
pero en mi eterna noche aú n arde el fuego.

El niñ o desamparado queda al descubierto, su dolor palpita en sus ojos ensombrecidos


por la remota pena. No entiende lo que pasa, el deseo se ha desbordado dejando
un silencioso vacío, una extrañ a sensació n de abandono que no tiene que ver con
la relació n de pareja, porque nada malo ha pasado en ella. Buscará en los má s
recó nditos lugares alguna justificació n para la angustia, provocará el rompimiento
del vínculo y si lo consigue se hundirá aú n má s en la desazó n.

La confusió n debe resolverse a través de lo conocido: el éxito o la alteració n de


la realidad mientras se deja al amor desconcertado. Muchas veces lo he oído en
pacientes desesperados: “¡la (lo) dejé marchar! No entiendo”. Alfonsina Storni
escribió aturdida por un amor pasional que acabó inesperadamente:

Y te dejé marchar calladamente,


a ti que amar sabías y eras bueno,
y eras dulce, magná nimo y prudente.
…Toda palabra en ruego fue poca,
pero el dolor cerraba mis oídos…
Ah, estaba el alma como dura roca.

222 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

No se entiende la razó n de la ruptura, si todo estaba bien, o peor, el amor estaba


en su má xima expresió n. Justamente por eso, el soberbio no tolera la posibilidad
de mostrarse a sí mismo, porque inevitablemente el erotismo se desbordará en el
océano de la intimidad, donde no hay posibilidad de enmascaramiento.

El amor derrite la má scara de la soberbia, obliga a que la persona se confronte


consigo misma, quien lo ama no tiene interés en el ego, importa el alma. Cuando
se ama es inevitable la sensació n de soledad y el requerimiento de protecció n.
La soberbia tiene que apartarse para el ingreso de la pasió n y la ternura; caso
contrario, el amor no hace su nido en el corazó n.

5. Patología conyugal: enfrentando a la colusión.

Huir uno hacia el otro, desviarse uno del otro,


Nada de ello ha llevado a la alegría.
Rainer Maria Rilke

La colusió n es una forma de relació n amorosa en contra de un tercero (terapeuta,


hijo, etc.) en la cual se produce “un juego conjunto no confesado, oculto
recíprocamente, de dos o má s compañ eros a causa de un conflicto fundamental
similar no superado” (Willi, 1993, pá g. 67). Este lazo ocasiona un aferramiento
entre ambos miembros de la pareja, cada uno espera que el otro le resuelva
su propio conflicto, sin embargo la simbiosis fracasa en su intento de resolver
las cuestiones afectivas infantiles pendientes. Se trata de una “danza” cíclica
interminable y monó tona (Middelberg, 2001).

Esta manera de vinculació n propicia el desarrollo de juegos de poder entre los


miembros de la pareja, la consecuencia es la imposibilidad de mantenerse juntos,
cuando se unen se asfixian y cuando se separan se extrañ an. Al estar juntos
temen perderse en la relació n, por lo cual se distancian, pero al alejarse se sienten
abandonados, por lo que vuelven a buscarse (Pinto, 2005).

Temen a las crisis por lo que congelan su relació n en una fusió n vincular está tica,
excluyen al mundo y limitan su independencia individual (Cá rdenas y Ortiz, 2005).
Si la pareja en colusió n tiene hijos, alguno o varios de ellos está n triangulados. La
inestabilidad de las díadas produce triá ngulos relacionales (Guerin, Fogarty, Fay
y Kautto, 1996). Nos referimos a una triangulació n cuando una relació n diá dica
henchida de conflictos se expande para incluir a un tercero (hijo, amante,
terapeuta, etc.), lo que determina el encubrimiento o la aparente desactivació n
del conflicto

Psicología del amor: el amor en la pareja 223


Bismarck Pinto Tapia

(Simon, Stierlin y Wyne, 2002). Cuando se tienen carencias afectivas infantiles, las
personas tienden a buscar una pareja que pueda corregir ese desarrollo defectuoso
(Framo, 1996).

El amor só lo se puede constituir cuando se abandonan tales expectativas y se


reconoce al otro como un legítimo otro en la convivencia (Maturana, 1997).
Forjarse expectativas imposibles de ser satisfechas por la pareja determina un
vínculo patoló gico capaz de destruir la vida de cada uno de los có nyuges en lugar
de la construcció n amorosa del “nosotros”.

La teoría del apego adulto señ ala que el estilo de apego durante la infancia influirá
en la relació n conyugal adulta, debido a que se activan las carencias y excesos
recibidos de los cuidadores. El apego por lo tanto, es otro elemento que se debe
tomar en cuenta para la comprensió n de la patología conyugal, pues permite
relacionar los afectos insatisfechos con las demandas hacia la pareja.

En la colusió n el triá ngulo del amor siempre será incompleto. El amor pleno se
constituye por la presencia de los tres elementos identificados por Sternberg
(1998): intimidad, pasió n y compromiso. La pareja colisionada evitará alguno de
los componentes del amor y exacerbará otro, por ejemplo en la estructura de
personalidad histérica, la persona enfatiza la bú squeda de la intimidad a través de
la manifestació n exagerada de la pasió n evitando el compromiso; en el caso del
trastorno de personalidad dependiente, la persona rechaza la pasió n y exacerba la
intimidad a la par que exige el compromiso.

Los padres colusionados como pareja triangulan a sus hijos; ante la tensió n en
la díada se producen emociones intensas en la familia, las cuales producen un
triá ngulo relacional estabilizador. Por lo tanto, donde existe un hijo triangulado
existirá n unos padres colusionados en su relació n conyugal.

La importancia de la emancipació n juvenil es analizada con detenimiento por


Haley (2006), quien destaca la importancia de la misma en la configuració n de
psicopatologías. Para este autor, el momento má s difícil del ciclo vital familiar se
produce durante la adolescencia debido a que los hijos deberá n dejar el hogar de
sus padres. Cuando un hijo se encuentra triangulado, la emancipació n será difícil e
inclusive imposible.

La emancipació n es el proceso por el cual el joven se hace independiente


econó micamente de sus padres. Sin embargo, segú n Cancrini y La Rosa (1996), la
emancipació n es secundaria a la desvinculació n.

224 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

La desvinculació n implica un proceso de independencia afectiva hacia la familia de


origen, es decir, la persona deja de hacer sus cosas para satisfacer las expectativas
familiares. Durante la desvinculació n se generan cuestionamientos a los mitos
familiares, confrontació n a las expectativas de los padres y el estado naciente del
amor.

La desvinculació n en una familia estructurada a partir de una triangulació n a veces


só lo es posible si se presenta un intenso enamoramiento que produzca niveles de
entropía incapaces de ser reducidos por la regulació n del sistema conyugal, no
quedando otra alternativa que permitir la salida del elemento homeostá tico.

Son frecuentes las historias de amor escabrosas perpetradas por amantes que
contravenían todas las normas de la familia, por ejemplo la novela de Shakespeare:
“Romeo y Julieta”. Lo lamentable de esas historias romá nticas es que suelen acabar
con la muerte de uno o ambos amantes. En la vida real, una vez que el intruso
cumple la funció n de “salvar” a la persona triangulada, la relació n conyugal deja de
tener sentido, por lo que en la mayoría de los casos esos matrimonios se quiebran,
y en no son pocas las personas que vuelven al triá ngulo.

Es posible afirmar que la colusió n es una relació n entre dos personas que no
lograron desvincularse de sus familias de origen. No es posible el amor si aú n se
sigue siendo hijo. El amor lo exige todo, es indispensable jugarse entero, por lo
que no se puede establecer un vínculo amoroso entre dos personas incompletas
(Gikovate, 1996).

Para que no se produzca la colusió n es indispensable dos seres humanos


emancipados y desvinculados de sus familias de origen. La emancipació n exige
responsabilidad social y la desvinculació n madurez afectiva.

La experiencia amorosa só lo es posible entre dos personas que asumen su soledad


y que no imponen expectativas infantiles hacia su pareja. Asumir la soledad
significa entender que es imposible la felicidad otorgada por el otro; amar no es
necesitar del otro, menos obligar a que el otro ame como se espera ser amado.
El amor va de la mano con la libertad, un amor que posee no es amor, es odio,
porque odiar es obligar a que el otro ame como uno desea ser amado.

La imposició n de expectativas infantiles es creer que el otro debe ajustarse a los


requerimientos afectivos personales, en lugar de aceptar incondicionalmente la
forma de ser del otro.

Aquellas cosas que impiden la convivencia deben negociarse con racionalidad,


algunas se podrá n resolver, otras se podrá n tolerar. La reciprocidad obliga a que

Psicología del amor: el amor en la pareja 225


Bismarck Pinto Tapia

si uno cede el otro también lo haga, la escalada simétrica del amor permite el
crecimiento individual; mientras que la lucha de poder ocasiona la escalada
simétrica de la violencia.

Ú nicamente cuando la pareja es capaz de decir adió s a su familia de origen podrá


dejar de mirar a su pareja para comenzar a mirar en la misma direcció n para
construir al fin un “nosotros”, ademá s podrá retornar a la casa de sus padres para
cuidarlos en la vejez o acercarse a ellos para sentirse protegidos sin deuda alguna,
libre de culpa y rencores.

6. La terapia de pareja.

Todos los sufrimientos de los demás


debemos padecerlos también nosotros.
Franz Kafka

La Terapia de Pareja (TP) consiste en un proceso complejo de relaciones entre


el terapeuta y la pareja, donde los propó sitos dejan de ser dirigidos hacia la
problemá tica personal de los pacientes, para orientarse má s bien al complejo
sistema inter e intra personal de los có nyuges.

La TP pretende la solució n de problemas inherentes a la relació n de dos personas


que deciden convivir íntimamente juntos (Pinto, 1999). La construcció n de los
problemas en una relació n interpersonal difiere del planteamiento de problemas
personales: durante la construcció n de un problema personal es la persona quien
define las características del mismo, a la par que la solució n es responsabilidad de
una decisió n particular del sujeto; mientras que la definició n de un problema de
pareja requiere necesariamente de una negociació n, la propia que es resultado
de la “dialoguicidad” (Maturana,1997) entre los miembros, de la misma forma la
planificació n y ejecució n de la solució n deja de ser particular para convertirse en
un proceso de interacció n. Aunque durante o al final de la terapia la pareja decida
por el divorcio, éste no es el propó sito de la TP cuya acció n estará siempre dirigida
a la solució n de los problemas de la relació n.

La inconveniencia de atender por separados a los có nyuges, el diagnó stico


relacional antes que el personal, las formas propias de las técnicas terapéuticas, la
posibilidad de emplear un equipo supervisor, los problemas éticos propios, (Pinto,
2000), hacen del proceso de la TP ú nico comparada con otros abordajes.

226 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

Una modalidad muy provechosa dentro de la TP es la coterapia, donde participan


dos terapeutas usualmente de géneros distintos, de tal manera que la diná mica
del sistema terapéutico se agiliza, sin embargo dicho estilo de trabajo requiere
que ambos terapeutas sean capaces de complementarse y de asumir ambos la
responsabilidad por los pacientes.

Por lo mencionado, es pertinente deducir que la TP posee sus propios fines y


procesos, lo que la convierten en un á rea concreta de la Psicología Clínica en
general y de la Psicoterapia en particular (Weiner,1992).

El enfoque cognitivo – sistémico

Dentro de la evolució n dela epistemología psicoló gica ocupa un lugar privilegiado


el modelo cognitivo, debido a la profundidad teó rica y a los resultados ó ptimos de
su aplicació n en distintas á reas del quehacer psicoló gico.

El principal postulado del modelo cognitivo señ ala que el aprendizaje es producto
de “ las actividades involucradas en el pensamiento, razonamiento, toma de
decisiones, memoria, solució n de problemas y todas las otras formas de procesos
mentales superiores” (Baron, 1996, pg. 269). Desde esa perspectiva, la
psicopatología deberá abordarse desde las formas de construcció n cognitiva que
el paciente le da a la realidad (Ellis, 1987), será n las distoriciones ocasionadas por
pensamientos irracionales que ocasionen la desadaptació n de la persona y por
ende la aparició n de síntomas que plasmen un cuadro psicopatoló gico.

Segú n Huber y Baruth (1991), el enfoque cognitivo de la psicoterapia pone énfasis


e la racionalidad como filosofía, puesto que el quehacer humano es una constante
toma de decisiones, las mismas que será n acertadas en la medida que
correspondan a un adecuado aná lisis racional de la realidad.

Durante una psicoterapia racional emotiva individual, dirigida a resolver


problemas conyugales, lo que generalmente ocurre es un alivio notable del
paciente en detrimento del có nyuge que se queda en casa. Muchas veces la terapia
individual dirigida a problemas conyugales destruye lo poco que quedaba de la
relació n de pareja (Grove y Haley 1996).

Emplear el enfoque cognitivo individual durante una terapia de pareja convierte a


uno de los có nyuges en espectador del proceso terapéutico de su compañ ero, el
terapeuta no logra resolver los problemas relacionales y por ende la terapia está
dirigida al fracaso.

Psicología del amor: el amor en la pareja 227


Bismarck Pinto Tapia

El enfoque sistémico posibilita una visió n má s compleja de las relaciones humanas,


al introducir como factor de aná lisis a las relaciones interpersonales como
prioritarias durante la construcció n de la realidad. (Pinto, 1995) Se trata de un
enfoque proveniente de la Teoría General de Sistemas, la Cibernética, la Teoría
Matemá tica de la Informació n y la Teoría de la Comunicació n. La persona es parte
de un conjunto mayor má s que un todo en sí misma ( Huber y Baruth ob.cit.), se
es un subsistema a la par que sistema parcialmente abierto ( Betalanffy, 1978), un
ser en interacció n.

La inclusió n del modelo cognitivo en el enfoque sistémico se produce a partir del


hecho de que los seres humanos compartimos un mundo real simbó lico producto
de acuerdos sociales (Popper y Eccles, 1993). Dicho fenó meno es notable en la
construcció n de la relació n de pareja, donde uno y otro provienen de diferentes
historias concomitante a formas de percibir diferentes, estilos de pensamiento
generalmente singulares, maneras de comunicarse diversas, por todo ello con
expectativas también diferentes, modelos personales que puestos en comú n
configuran un contrato matrimonial negociado implícitamente durante el ciclo
vital de la pareja (Sager, 1980).

Esa puesta en comú n es lo que Elkaim denomina “historia oficial” producto


del “mapa del mundo” (Elkain,1995), mapa del mundo que coincide con las
explicaciones del modelo cognitivo de la psicología experimental, con el añ adido
de que cada mapa configurará una construcció n comú n, donde yo y tú hacen un
NOSOTROS (Caillé, 1980).

Durante el trabajo terapéutico en la TP, el paciente es el “nosotros”, se trata de


entender las construcciones cognitivas que derivan en esa realidad
emocionalmente difusa de la relació n íntima, la misma que ocasionará
comportamientos que retroalimentará n el accionar de uno sobre otro en una
secuencia de hechos por lo general confusa (Watzlawick, 1971).

Se trata entonces de una confrontació n entre realidades construídas: la de los


có nyuges y las del terapeuta (Pinto, 1996). Se procura una reestructuració n del
nosotros desde recursos dialogales y comportamentales; los primeros dirigidos a
la modificació n de la ló gica y de los pensamientos, los segundos desde el aná lisis de
las interacciones comportamentales y ambos desde la comprensió n de los
procesos comunicacionales de la pareja (Pinto, 1997ª).

Desde la perspectiva sistémica se menciona un abordaje de los factores políticos y


de los semá nticos ( Keeney y Ross, 1987), abordar los aspectos políticos significa
prestar atenció n a las jerarquías relacionales de la pareja: el manejo del poder,

228 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

mientras que trabajar en el campo semá ntico es centrarse en los contenidos de


la relació n: la comunicació n. Introducir el factor cognitivo amplía la perspectiva
de comprensió n de los fenó menos relacionales al otorgar un modelo teó rico que
enfatiza la forma de organizació n de la realidad, no se verá solamente el quién hace
qué a quién, ni tan só lo el significado de la comunicació n (Watzlawick, ob.cit.) sino
que ademá s será posible identificar la ló gica subyacente a la construcció n de la
problemá tica relacional.

Una pareja de cinco añ os de matrimonio, sin hijos, el esposo de 42 añ os,


ingeniero de profesió n, la esposa de 34 añ os, secretaria. Buscan ayuda terapéutica
debido a un deseo sexual inhibido en la esposa; desde la perspectiva política se
identifica que la señ ora se encuentra bajo un control excesivo del esposo quien
prá cticamente la aisló del mundo exterior mientras que él no tiene restricciones en
su comportamiento social, la forma como la esposa equilibra el sistema de poder
es negando las relaciones sexuales al esposo aduciendo la falta de interés sexual.

Desde la perspectiva semá ntica el esposo considera que ya no es amado en lugar


de ello se siente despreciado, mientras que ella a través de muchos sacrificios
personales cree que ama demasiado al marido. Tales formas de traducir la realidad
generan un escalada simétrica dirigida al infinito: a mayor negació n sexual por
parte de la mujer má s distanciamiento del hombre y por ende la mujer incrementa
la frecuencia de su postergació n sexual con el esposo.

Si incluímos la perspectiva cognitiva apreciamos que la esposa posee un estilo


cognitivo dependiente de campo y el esposo es independiente de campo (Pinto,
1998), la esposa utiliza un razonamiento inductivo y el esposo deductivo, ambos
distorcionan la realidad utilizando pensamientos irracionales (McKay, 1985).

Este ejemplo demuestra la diversidad de posibilidades que se presentan en


el momento de abordar un problema de pareja, el modelo integrado cognitivo
sistémico consigue configurar un modelo dialéctico entre los factores relacionales,
comunicacionales y cognitivos (Pinto, 1997)

La representació n del nosotros ocurre desde la configuració n de los modelos


cognitivos individuales, los mismos que han sido aprendidos en el contexto
familiar de origen (Andolfi, 1987a, 1987b, 1989).

La terapia familiar transgeneracional explica que las historias familiares se repiten,


nuestras expectativas en relació n al Otro son consecuencia de nuestra historia
familiar, la forma de representar a la pareja es fruto de los patrones otorgados por
las relaciones establecidas en nuestra familia de origen, só lo es posible ver aquello
que aprendimos a ver, no existe aquello que no podemos nombrar, lo nuevo es

Psicología del amor: el amor en la pareja 229


Bismarck Pinto Tapia

asimilado só lo si tenemos referentes con los cuales establecer la comparació n de


tal manera que logremos configurar una identidad del estímulo diferente al
estímulo padró n (Von Foerster, 1987)

Indagar en la historia familiar de cada uno de los miembros de la pareja nos


permite lograr comprender los fundamentos del contrato matrimonial, los temores
y expectativas, por ejemplo: el esperar del otro una eterna protecció n, temer
la infidelidad, temer el consumo de alcohol, etc. Só lo cuando se identifican las
creencias familiares introyectadas será posible discutir la irracionalidad de las
mismas, puesto que los mitos familiares se construyen siempre desde afirmaciones
irracionales. (Pinto,B 1997b).

La TP se organiza a partir de la identificació n de los postulados heredados hacia la


elaboració n de postulados inherentes a la pareja, es decir se requiere de un
divorcio de la familia de origen antes de que se pueda establecer el matrimonio
entre los amantes; el problema surge de un estancamiento en la etapa de la
emancipació n juvenil durante el ciclo vital familiar (Haley, 1987). Dicha
emancipació n no incluye solamente la separació n física y afectiva de la familia de
origen, sino que consiste ademá s en la elaboració n de una discriminació n de
pensamientos introyectados pero no reflexionados.

Debemos recordar que cada uno de los có nyuges trae a la relació n su propia
enajenació n mental (creer que pienso cuando en realidad me lo pensaron) y
ambos confrontan las realidades ajenas a la relació n, es como que se diera una
complementació n entre las configuraciones previas, así el alcohó lico se casa con
la codependiente, el desamparado con la protectora, la fó bica social con el celoso
patoló gico. Dichas complementaciones ofrecen durante el proceso terapéutico
una resistencia notable al cambio (Watzlawick, Weakland, Fisch. 1984) puesto que
el sistema relacional patoló gico es producto de un extraordinario equilibrio que
imposibilita el cambio (Watzlawick, 1986).

A las confrontaciones de las realidades inventadas que traen los amantes se deberá
sumar la realidad inventada que posee el terapeuta quien no está exento de haber
sido influenciado por su propia experiencia personal ( Guy, 1995) a lo que se suma
el modelo teó rico que utiliza (Watzlawick, 1995a).

En algunas ocasiones el sistema relacional de la pareja enlaza con el modelo


relacional del terapeuta, ocasioná ndose entonces un estancamiento en el proceso
terapéutico, debido al aporte personal del terapeuta para mantener la homeostasis
relacional. Esto puede pasar por coincidencia en la enajenació n mental,
parcializació n del terapeuta con alguno de los có nyuges, similitudes en la
problemá tica de la

230 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

relació n con las propias relaciones del terapeuta, inflexibilidad del modelo teó rico,
incapacidad emocional para recibir el dolor de la pareja, incapacidad profesional o
simplemente tedio.

A diferencia de otras posturas, el fenó meno de la resistencia desde la perspectiva


sistémica no se concibe como un fenó meno exclusivo del consultante, sino que
es producto de todo el sistema terapéutico: pacientes y terapeuta. La solució n al
impase es la introducció n al sistema de un nuevo elemento, esto se logra con la
participació n del equipo supervisor.

El uso del equipo supervisor es una distinció n de la terapia familiar y de la TP, la


fundamentació n epistemoló gica proviene de la segunda cibernética (Von Foerster,
ob.cit.), donde el observador es observado observando (Watzlawick, 1995b).
Puesto que se ve lo que se aprendió a ver jamá s logramos ver lo que “realmente”
ocurre sino lo que creemos que ocurre (Maturana, 1997), el equipo superisor se
convierte en un nuevo punto de observació n que ve al terapeuta como parte de un
sistema mientras que el terapeuta ignora dicha configuració n al observar al
sistema de la pareja.

La supervisió n es el recurso para salir del atolladero de la resistencia, es la


inclusió n del tercero en el sistema terapéutico, dicha supervisió n se la puede hacer
in situ ya sea utilizando una cá mara de Gessell o sin ella, como también la
supervisió n post facto ya sea analizando una grabació n en video de la sesió n en
cuestió n o a través de la presentació n del caso por parte del terapeuta. Un nuevo
sistema recientemente incorporado por el Instituto Boliviano de Terapia Familia es
la interconsulta en vivo, la cual consiste en la introducció n de un supervisor al
sistema terapéutico donde el terapeuta presenta el caso y el supervisor interviene
directamente con la pareja y el terapeuta.

La terapia generalmente tiene éxito cuando se ha definido con precisió n el objetivo


terapéutico, de tal manera que sea posible identificar la solució n acorde con las
expectativas de los pacientes, situació n muy difícil de efectuarse en la TP debido a
la constante lucha de poder inmersa en las relaciones patoló gicas, a pesar de ello
no es aconsejable iniciar el camino de la psicoterapia sin saber a dó nde uno esta
yendo. De ahí que la TP cognitiva sistémica es una terapia rigurosamente dirigida
a la solució n de problemas.

Las parejas patoló gicas son parejas con graves dificultades en la concreció n de sus
metas, usualmente la meta es ganar al otro en lugar de consensuar, por ello que el
só lo hecho de establecer un problema en el cuá l ambos có nyuges estén de acuerdo
es de por sí terapéutico.

Psicología del amor: el amor en la pareja 231


Bismarck Pinto Tapia

La TP requiere de un terapeuta con formació n só lida en psicología clínica, alto


nivel de creatividad y capacidad de flexibilizar su ló gica y lenguaje acomplá ndolo a
los estilos cognitivos de cada có nyuge.

Uno de los problemas má s severos de la TP es el problema del género y sus


prejuicios (Goodrich,y otros. 1994), si bien es cierto que la carga má s pesada pero
finalmente identificable es aquella que pertenece a nuestra propia historia familiar,
también lo es que cargamos mensajes inculcados por la sociedad, dicha carga es
menos perceptible. Los temas de género derivan muchas veces en actitudes
prejuiciosas sin que el actor de las mismas sea conciente del prejuicio que subyace
a las mismas.

En una sesió n terapéutica donde se trataba el tema de las “farras” del esposo y
las constantes peleas que devenían cada vez que él retornaba a casa mareado, el
terapeuta que a sí mismo no se consideraba machista, narró la siguiente historia
con propó sitos terapéuticos: “una vez mi perro escapó de la casa, al volver la
empleada lo golpeó de tal manera que la siguiente vez que salió nunca má s retornó ,
desde esa experiencia, cada vez que el nuevo perro que tengo sale de la casa le
espero con una agradable chuleta...” el terapeuta intentaba explicar con ello que la
esposa al reñ ir al esposo cada vez que éste llegaba mareado a casa lo que estaba
consiguiendo era que el marido evite la llegada a casa. Ni bien el terapeuta terminó
de contar la historia fue llamado detrá s del espejo por la supervisora quien le hizo
notar lo escandalosamente machista que era la anécdota, el terapeuta no se había
percatado que con la historia estaba victimizando al “pobre borracho”.

El tratamiento de parejas homosexuales, matrimonios abiertos, contratos


matrimoniales “perversos”, quizá s sean los temas má s difíciles de abordarse
cuando el terapeuta aú n es presa de convencionalismos prejuiciosos (Goodrich
y otros Ob. Cit.), la liberació n de los prejuicios só lo es posible a través de la
constante confrontació n con los límites del terapeuta por parte del equipo
supervisor.

El terapeuta debe ser capaz de “entrar” a la ló gica del pensamiento de cada uno
de los có nyuges, comprender los sistemas de creencias y respetarlos, aprender a
no parcializarse con ninguno, elaborar preguntas relacionales antes que causales,
recurrir a metá foras y anécdotas. No temer a la improvisació n cuando existe un
marco teó rico de referencia só lido (Keeney, 1998), la TP requiere de mucha
creatividad y entusiasmo por parte del terapeuta quien deberá hacer uso de todos
los recursos a su alcance.

232 Psicología del amor: el amor en la pareja


Bismarck Pinto Tapia

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