Psi Co Log Adela Mor
Psi Co Log Adela Mor
Psi Co Log Adela Mor
net/publication/256791293
CITATION
READS
1
680,073
1 author:
Bismarck Pinto
Universidad Católica Boliviana "San Pablo"
45 PUBLICATIONS 226 CITATIONS
SEE PROFILE
All content following this page was uploaded by Bismarck Pinto on 03 June 2014.
The user has requested enhancement of the downloaded file.
Psicología del amor
INTRODUCCIÓN:
EL AMOR................................................................................................9
1. Amor y trascendencia...................................................................9
2. Evolución del concepto del amor...................................................14
3. Amor de pareja..........................................................................15
4. Amor de padres y amor de hijos.................................................20
5. Amor a los demás......................................................................22
6. El amor a la naturaleza...............................................................34
7. El amor a Dios...........................................................................38
PRIMERA PARTE:
EL AMOR EN LA PAREJA.........................................................................43
1. Definición del amor de pareja......................................................43
1.1. Una aproximación psicolingüística..................................................43
1.2. Una definición relacional del amor..................................................46
1.3. El amor como juego......................................................................52
1.4. El amor en la cultura aymara.........................................................59
2. Amor y sexualidad.....................................................................65
2.1. Sexo, sensualidad y personalidad....................................................65
2.2. Funciones de la sexualidad humana................................................68
2.3. Identidad sexual, orientación sexual y dimensiones eróticas...............69
2.4. Satisfacción sexual y satisfacción marital..........................................73
2.5. Sociosexualidad y amor.................................................................76
2.6. Algo más que sexo.......................................................................78
2.7. Amor y sexualidad en el climaterio femenino...................................81
3. El ciclo vital de la pareja.............................................................87
3.1. La elección de pareja: la atracción..................................................88
3.2. El estrés del deseo: el enamoramiento.............................................96
3.2.1. Evitando el enamoramiento: el prende..................................110
3.2.2. El enamoramiento virtual: relaciones amorosas online............118
3.2.3. El síndrome del Chiru Chiru y Lorenza.................................123
3.3. La simbiosis................................................................................126
3.3.1. Tipos de simbiosis.............................................................129
3.3.2. Etiología de la simbiosis....................................................130
3.3.3. Evolución de la simbiosis...................................................131
3.3.4. La colusión.......................................................................133
3.4. El desencanto.............................................................................136
3.4.1. El amor y el cambio..........................................................143
3.4.2. La colisión........................................................................147
3.4.3. Matrimonio y desencanto...................................................150
3.5. La lucha de poder.......................................................................154
3.5.1. La violencia en la pareja...................................................160
3.5.2. Comunicación, negociación y satisfacción marital.................168
3.6. Emancipación conyugal...............................................................175
3.6.1. Separación y divorcio........................................................178
3.7. El reencuentro............................................................................187
3.7.1. El perdón y la reconciliación..............................................189
4. El falso amor............................................................................190
4.1. La infidelidad venérea.................................................................191
4.2. Celos o pavor al abandono..........................................................199
4.3. Dependencia amorosa.................................................................210
4.4. Codependencia o altruismo patológico............................................214
4.5. El amor vanidoso........................................................................215
5. Patología conyugal: enfrentando a la colusión.............................219
6. La terapia de pareja.................................................................222
REFERENCIAS...................................................................................229
Agradecimientos
No habría podido escribir este libro sin el apoyo incondicional de mi esposa Elena,
fuente de todas mis inspiraciones. También debo agradecer a mis tres hijos por su
paciencia: Selene, Pablo y Vico. A Pablito por el diseñ o de la cará tula del libro.
Gracias a mi hermano Edgar que desde la distancia hace barra por mis proyectos.
Quiero agradecer al Dr. Hans van den Berg rector de la Universidad Cató lica
Boliviana San Pablo por el gran apoyo que presta a la investigació n científica.
Gracias al Dr. Edwin Claros y al Dr. Eric Roth por sus permanentes consejos y
empujoncitos para no perder la motivació n investigativa.
Me alegra la amistad con el Dr. Juan Luis Linares con quien clarifiqué muchas
ideas sobre el amor. Sigo profundamente agradecido a mi amigo y tutor de mi tesis
doctoral: Dr. Jaime Vila de la Universidad de Granada por promover la posibilidad
de investigar científicamente el amor. También estoy agradecido a mi amigo
Claudio Des Champs de la Escuela Sistémica Argentina por poner optimismo en
mis proyectos. Un abrazo por la luz que me trajo desde la Investigació n Narrativa
al Dr. Gerrit Loots de la Universidad Libre de Bruselas.
A mis maestros que desde el cielo me iluminan: Pde. Esteban Bertolusso, Dr. René
Calderó n Soria y Dr. Luiz André Kossobudzky.
1. Amor y trascendencia
Te amo cuando acepto tu existencia sin condiciones, cuando me “juego” entero por
nuestro encuentro. Eres una persona desconocida, soy para ti un desconocido,
somos dos extrañ os asumiendo el riesgo de equivocarnos. Por eso amar
necesariamente duele. Como decía Madre Teresa de Calcuta: si te duele es la mejor
señal de que amas.
El amor causa un dolor intenso, porque tenemos que renunciar a la seguridad del
amor del otro, debemos aprender a amar sin obligar a que nos amen. Virginia Satir
(1978) lo expresó de la siguiente manera:
Cuando amo decido. Elijo como prioridad nuestra relació n sobre cualquier otra
cosa, inclusive sobre yo mismo – mejor dicho - sobre todo sobre yo mismo. Porque
quien es incapaz de despegarse de su “yo” es incapaz de amar.
Las personas que nunca desesperan llegan a considerarse inmortales, son “felices”
cumpliendo las normas establecidas: terminar los estudios en la escuela, tener por
lo menos un título universitario, mucho dinero, tener lo que se dice que se debe
que poseer, casarse, engendrar hijos y esperar de ellos lo mismo que les fue
transmitido. Basta entonces un dolor físico, la inminencia de la muerte o la
desaparició n de sus bienes para que desespere.
El suicidio es una alternativa paradó jica, pues la persona que se mata, antes de hacerlo
se percata que su vida le pertenece, coincide con Albert Camus quien afirmaba que
el sentido de la vida es el suicidio, porque segú n su pensamiento vivimos en un
mundo absurdo, en el cual lo ú nico que no nos pueden arrebatar es la posibilidad
de quitarnos la vida. (Camus, 2001). Personas que intentaron suicidarse o que lo
pensaron, cuando me consultan, relatan una vida ajena a ellos. Al igual que una
persona a quien le anuncian la indefectibilidad de su muerte: ¡recién quieren vivir!
Otras personas en lugar de enojarse consigo mismas, se enojan con los demá s, y
deciden destruirlos, a veces de manera desorganizada. Otras, inventan ideologías
que justifican su odio al mundo, tal como ocurrió con Hitler, Saddam Hussein,
Stalin, Banzer, Pinochet, y otros “líderes”. Ninguna muerte humana tiene
justificació n. Luis Espinal (2005) oró de la siguiente manera:
No hay nada que justifique la guerra. Se han acabado ya las guerras santas y
las cruzadas; fueron solamente un fraude. Ningún ideal puede exigir centenares
de cadáveres. El espíritu no tiene nada que ver con las balas. ¡Señor, haznos
aborrecer la retórica del armamentismo y de los desfiles, así como evitamos la
propaganda a favor de la criminalidad! Que prefiramos el diálogo humano, a las
amenazas, a la represión y a las matanzas. Haz, Señor, que caigamos en la cuenta
de que la violencia es demasiado trágica para utilizarla alegremente, como por
juego. Y a los profesionales de las armas y de la guerra hazles hallar un oficio
mejor; porque Tú, Príncipe de la Paz, odias la muerte. (En: Espinal, 2005)
Una frase horripilante es la pregonada por Banzer Suá rez: “…a ustedes hermanos
campesinos, voy a darles una consigna como líder. El primer comunista que vaya al
campo, yo les autorizo, me responsabilizo, pueden matarlo. Si me lo traen aquí
para que se entienda conmigo personalmente les daré una recompensa” (Sivak,
2001).
trasciende lucha contra las ideas que mellan los derechos humanos, pero no lo
hace contra los humanos.
Si bien quien asume que la desesperació n es estú pida y trasciende las cosas del
mundo, para amar es imprescindible la autotrascendencia. Despojarnos del “yo”,
aquella construcció n engañ osa del cerebro ayudada por los condicionantes
sociales (Gazzaniga, 1998). No es posible amar aferrados al yo que se alimenta de
los valores estipulados por el momento socio histó rico (títulos, dinero, posesiones,
estatus, etc.). Para amar es requisito abandonarse en el vacío del espíritu, hablar
con el silencio del alma, querer con el cuerpo.
Un transgresor como el Che Guevara dijo: “Prefiero morir de pie que vivir
arrodillado”. Mientras que Albert Einstein dijo: “El hombre es grande cuando
está de rodillas”. Esa es la diferencia entre quien odia y quien ama, el transgresor
decepcionado por la falsa vida, ve al pró jimo como un símbolo, olvidá ndose que
se trata de un ser humano; quien trasciende en cambio, jamá s verá en el otro un
objeto, para él será siempre un semejante.
Nada justifica la violencia. Nadie tiene derecho a hacer del otro lo que no es. Si
los seres humanos obedeciéramos nuestra tendencia natural al amor, no serían
necesarios los ejércitos ni la policía. Hemos sobrevivido como especie gracias a
nuestra capacidad de agruparnos y protegernos los unos a los otros (Maturana,
1997).
Los pequeñ os que han recibido amor, tienen mayores posibilidades de desarrollar
la autonomía suficiente al terminar su infancia, como señ alan varias
investigaciones que relacionan el apego y las relaciones amorosas (v.g. Penagos,
Rodríguez, Carrillo y Castro, 2005).
Amamos y vivimos
Vivimos y amamos
Y no sabemos qué es la vida
Y no sabemos qué es amor.
Jacques Prévert
Es muy difícil asegurar cuá ndo fue que los seres humanos nombramos por primera
vez la construcció n social de dos personas con alguna palabra cercana al vocablo
que hoy utilizamos.
Plató n en “El Banquete” manifiesta la existencia de dos diosas del amor: Afrodita
Pandemos y Afrodita Urania. La primera es la responsable por el amor carnal y la
segunda por el amor puro del alma. Plató n anuncia que el amor verdadero debería
desencarnarse por lo cual, en boca de Pausanias, promueve el amor duradero y
puro ligado al alma. El amor carnal sería una pérdida de tiempo para el alma, ésta
debe encaminarse a objetivos má s elevados.
A pesar de la represió n que promueven las ideas plató nicas, en el mismo texto
Só crates clama la universalidad de la necesidad de amar. Asunto que volverá a
retomarse en el siglo XX, cuando los etó logos demostraron que la necesidad de
afecto es má s necesaria que el instinto sexual (Harlow, 1962).
Marie Henri Beyle (Stendhal) autor del libro “Del amor”, obvia las extremadamente
complejas explicaciones que Freud hace del amor, y simplemente expone sus
experiencias personales, fundando las bases para el amor romá ntico, aquél que
Hasta mediados del siglo XX Afrodita Pandemos estuvo destronada por Urania. Las
religiones y la formació n conservadora de las escuelas favorecieron el
derrocamiento de la pasió n. Sin embargo la píldora anti conceptiva, los
movimientos feministas, y el hastío por las ideologías fascistas apocaron los
estertores de la represió n sexual a favor de la bú squeda del placer conyugal.
3. Amor de pareja
La teoría del apego surge para comprender las reacciones infantiles ante la
separació n y el duelo (Shaver y Fraley, 2008). Posteriormente se identificó su
importancia en el desarrollo de las relaciones amorosas (Mikulincer y Shaver, 2008).
La relació n amorosa activa el estilo de apego (Feeney y Collins, 2001). Es así que
el sistema de apego se mantiene durante el ciclo vital de los seres humanos. Morris
(1982) y Feeney y Noller (1990) encontraron coincidencias sorprendentes entre el
estilo de apego ansioso y la inadecuada selecció n de pareja.
En la pubertad los niñ os y las niñ as, descubren nuevas sensaciones en sus cuerpos,
las que les producen placer. Comparan sus ideas con las de los demá s, surge una
jerga sexual – la cual varía de generació n en generació n -, aprenden las técnicas de
conquistar al sexo opuesto. La autoestimulació n sexual1 se acompañ a de fantasías
eró ticas. (Rice, ob.cit.)
Existen personas que confunden el establecer un romance con formar una amistad.
Cuando ambas personas creen que amarse es ser “buenos amigos”, pueden
conformar una relació n matrimonial adecuada, pero será difícil el involucrarse
pasionalmente. Lo cual no quiere decir necesariamente que en todos los casos
sea imposible el surgimiento de la pasió n durante la convivencia. A pesar de las
excepciones, es má s probable que al convertirse una amistad en relació n amorosa,
se rompa la amistad al romperse el vínculo romá ntico.
amor puro, sin antecedentes histó ricos, sin prejuicios. “Primero un yo; luego, una
posibilidad: el gozo exquisito de un ser que se encuentra con otro” (Branden,
2000).
El amor de nuestros padres nos debe hacer sentir diferentes al resto de los
componentes de nuestra familia, al mismo tiempo que nos ocasione la sensació n de
pertenencia y apoyo incondicional (Beavers, 1990). Nuestros amigos nos permiten
crear un nuevo espacio relacional de aprendizaje y valoració n de actividades que
no son factibles dentro de la familia.
El amor romá ntico plantea: “Te veo como persona, y te quiero y te deseo porque
eres lo que eres, tanto para mi felicidad en general como para mi plenitud sexual
en particular” (Branden, ob.cit. p. 113).
Rilke escribió : “El que tú seas basta. Y al hecho que yo exista déjalo, entre nosotros,
que se quede en suspenso. La realidad es verdad en su propia esfera; al fin lo
enteramente imaginario incluye todos los grados de transformació n. Y aunque
fuera el muerto má s perdido, al tú reconocerme yo existí….¡Ay, cuá nto valoramos
lo que es desconocido: demasiado deprisa se forma un rostro amado hecho de
parecido y contrastes” (Rilke, en: Bermú dez – Cañ ete, 2004).
se anima a estar contigo sin conocerte como es, aunque no sepamos quién es
realmente.
El amor surgirá en la convivencia, los amantes son dos extrañ os que deciden
compartir sus vidas, renunciando a considerar prioritarias otras cosas. Como
estudiaremos má s adelante, en la familia funcional predomina la valoració n del
matrimonio sobre los vínculos con la familia de origen y con los hijos. Los padres
deberá n volver a ser pareja, y los hijos deberá n irse de la casa. Por ello el vínculo
amoroso conyugal es mucho má s que deseo y amor del uno hacia el otro, es amar
juntos al amor a pesar de uno y del otro. Los enamorados se dicen: “te amo”, los
amantes: “amo nuestro amor”.
Los vínculos negativos son aquellos que forjará n desconfianza, temores y/o
sensació n de abandono. Así el vínculo de evitación se identifica cuando el niñ o
evita a la madre o al padre cuando regresan a su lado, aprenden a apartarse de
ellos a pesar de necesitarlos. Peor que la evitació n es el vínculo ambivalente,
buscan cariñ o a la vez que lo rechazan, cuando un progenitor se acerca se acercan,
pero cuando se le demuestra cariñ o, patean o lloran. El vínculo desorganizado se
presenta en niñ os con comportamientos incoherentes, cuando se encuentran con
papá o mamá se alegran, pero al poco rato se alejan. (ob.cit.)
Los vínculos afectivos determinaran el tipo de apego del niñ o, éste puede ser
seguro o inseguro. En el primer caso, ante el retorno del cuidador el niñ o lo
buscará con alegría. En el segundo huirá del cuidador o lo agredirá .
Durante la adolescencia las personas nos damos cuenta que nuestros padres son
personas, no dioses. Los confrontamos con nuestros puntos de vista novedosos,
hacemos cosas para diferenciarnos de ellos, buscamos nuevos referentes
para construir nuestra identidad. De ahí que en esa etapa los amigos sean má s
importantes que nuestros padres.
Para que nuestros hijos aprendan a amar, necesitan que sus padres ademá s de
padres sean pareja. De esa manera tienen el modelo de relació n de esposos y de
amantes en el vínculo parental: madre – padre. Por otro lado, los padres necesitan
tener empatía con sus hijos, por lo cual requieren preguntar acerca del mundo
juvenil. Barylko escribió : “Para ser padres, para ser maestros, para ser hombres,
tenemos que volver a la humildad del que sabe que no sabe. É se es el comienzo de
la sabiduría” (Barylko, 2001, p. 33).
el amor hacia los otros desconocidos abstraídos como una entidad necesitada de
nuestras acciones que pueden beneficiarlos. Wittgenstein señ alaba que só lo es
posible comprender el dolor ajeno si lo podemos comparar con nuestro propio
dolor (Wittgenstein, 1979). Só lo aquellas personas capaces de sentirse mal por el
malestar de otros, son capaces de preocuparse y desprenderse de sí mismos para
beneficiarlos.
Las personas capaces de asumir un oficio al servicio de los demá s poseen una
personalidad altruista. Los rasgos de estas personas son: empatía, creencia en un
mundo justo, responsabilidad social, generosidad predominante sobre el egoísmo.
Quien define el amor má s allá del vínculo conyugal es Erich Fromm cuando explica
que El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que
amamos. Cuando falta tal preocupació n activa, no hay amor. La esencia del amor es
“hacer crecer”, El amor y el ayudar a crecer son inseparables, es posible denominar
trabajo a ese afá n de desear que el otro sea lo que puede ser, por lo tanto, se ama
aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama (Fromm, 1987).
San Francisco de Asís, tal vez haya sido una de las personas con mayor
desprendimiento para darse íntegro a los demá s, las leyendas e historias que se
narran sobre su proceder ante los pobres y enfermos me permiten creer en la
posibilidad de hacer de nuestro mundo un mundo de amor, si abandonamos el
egoísmo y ese afá n necio de acumular riquezas necias, en lugar de disfrutar de la
ilusió n de haber sido partícipes en la alegría de otro. Francisco escribió : El Señor
me condujo ente los leprosos y con ellos hice misericordia, Y aquello que me
había parecido amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo (en:
Bodo, 2001).
Muchas veces quien ama a los demá s es un estorbo para el mundo convencional,
má s aú n si éste está regido por personas amargadas aferradas al necio poder.
Cristo es nuestro modelo de amor y al mismo tiempo de má rtir. Luis Espinal le
pedía: Jesucristo, enséñanos a amar; cada vez más, cada día más con desinterés.
No por sentir necesidad de afecto, sino porque los demás necesitan amor
(Espinal,
2005, p. 5). ¿Por qué asesinaron tan cobardemente a Luis Espinal? ¿Por qué ya
estando muerto acribillaron a balazos su cuerpo inerte? El amor grita el dolor que
los poderosos temen sentir. El amor nos ata al mundo para cambiarlo (Hö lderin,
2003).
Suelen tildarme de romá ntico, de poseer una visió n ingenua del mundo, y que
soy “demasiado” poeta. Puede ser cierto, pero estoy convencido, gracias a mi
propia experiencia personal, como a las experiencias con personas que portan
sufrimientos y me los cuentan en mi consulta, que la respuesta al malestar de
nuestra civilizació n está en el amor y no en la riqueza. He visto gente muy rica
con ideaciones suicidas, y a personas miserables con gran felicidad. Los oficios
agó gicos2 sirven para rescatar el numen3 de aquellos seres que se pierden en el
torbellino de los inventos sociales ocasioná ndoles sufrimientos vanos.
Por otra parte, Teresa de Calcuta, tuvo una infancia feliz, hasta que murió su
padre cuando tenía ocho añ os, a partir de ese momento enfrentó la pobreza y las
vicisitudes de la guerra. (Spink, 1997). Karol Wojtila (Juan Pablo II) también sufrió
experiencias dolorosas, a sus nueve añ os fallece su madre al dar a luz, añ os
después falleció su hermano y en 1941 pierde a su padre. Karol se refugia en el arte
y en su juventud el cardenal Sapieha valora su vocació n religiosa (Wiegel, 2000).
John Ronald Reuel Tolkien, autor del “Señ or de los Anillos”, fue un ser humano
con profunda convicció n cató lica y con un alma generosa, lo cual dio origen a sus
magníficos libros envueltos en el principio agustiniano de que del amor nada
puede hacerse malo; sufrió la temprana muerte de su padre (cuando tenía tres
añ os), y en durante su pubertad fallece su madre, quedando a cargo del fray
Francis, quien estimula los intereses literarios y religiosos del niñ o (Pinto, 2005 c).
¿Qué hace con que una persona transforme el sufrimiento en maldad y otra en
bondad? La psicología contemporá nea ha planteado la hipó tesis de la “resiliencia”4.
“La resiliencia puede definirse como la capacidad de una persona para recobrarse
de la adversidad fortalecida y dueñ a de mayores recursos. Se trata de un proceso
activo de resistencia, autocorrecció n y crecimiento como respuesta a las crisis y
desafíos de la vida” (Walsh, 2004, p.26).
Mi generació n5 está atravesando una depresió n noó gena cró nica, debida al vacío
existencial consecuencia de la desorientació n ontoló gica: “¿quién soy?”. La
desgracia de nuestra generació n fue lograr nuestra meta sin estar preparados para
después de alcanzarla. ¡Conseguimos la democracia y la libertad! ¿Y ahora qué se
hace con ellas?
La segunda opció n es la que sigue la mayoría de los adultos de clase media para
arriba: buscar “seguridad econó mica” o “agrandar el yo”. En ese sentido, el trabajo
y los logros académicos se convierten en prioridad, dejando en un nivel inferior a
la familia.
Los padres “inmanentes” han creado hijos con “ricopatía” (Minear y Proctor,
1990). La fó rmula es sencilla: libertinaje, demasiadas cosas materiales, presió n
para que sean buenos alumnos y luego profesionales, demasiada informació n,
excesiva protecció n o negligencia afectiva y finalmente el condimento má s
importante, demasiados “sacrificios” de los padres y pocas enseñ anzas sobre las
necesidades bá sicas de sobrevivencia (Minear y Poctor, ob.cit.).
La escuela ayuda a fomentar la “inmersió n” de los niñ os en el mundo ilusorio del
materialismo: “A un bien de consumo le damos hoy el nombre de educació n. Es
un producto que se fabrica de forma segura por medio de una institució n oficial
llamada escuela” (CEDECO, 1989).
5 Nací en 1961.
que se tiene, quienes inician las peleas son aquellos que pretenden aferrarse a sus
cosas, por eso Sastre escribió : Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres
los que mueren. Porque son los países má s ricos los que temen perder las cosas
que tienen, y detestan a los países pobres porque pueden hacerse algú n día ricos.
Nuestro país al ser pobre, es rico en recursos para la paz, “apenas” tenemos un
presupuesto militar de doscientos ochenta millones de dó lares al añ o6 280000000,
mientras que Chile, por ejemplo, tiene dos mil quinientos millones de dó lares, y
Estados Unidos ¡dos mil millones novecientos cuarenta y cinco mil (2945000000)!
(Indexmundi 2011). En cuestió n de armamento somos uno de los países peor
armados del mundo.
Bolivia es uno de los países má s pobres: “Segú n el Mapa de la Pobreza 2002 con
base en informació n del Censo del 2001, el 59 por ciento de una població n de má s
de 8.274.325 personas es pobre y el 24,4 por ciento vive en estado de extrema
pobreza. No obstante, muchos analistas sostienen que estas cifran deberían de ser
mayores porque el ingreso y el empleo no se consideraron para realizar el cá lculo”.
(UNICEF-Bolivia 2011, PNUD, 2011).
Considero que San Agustín planteó el principal fundamento ético con la frase:
Ama y haz lo que quieras. El Dalai Lama coincide: “La paz, en el sentido de
ausencia de guerra tiene poco valor para alguien que se está muriendo de hambre
o de frío” (Bunson, ob.cit.). En otra ocasió n dijo: Las naciones destinan trillones
de dó lares a sus presupuestos militares. ¿Cuá ntas camas de hospital, escuelas y
viviendas podrían conseguirse con ese dinero?
El bien es lo contrario al mal, está en relació n con lo ético, y só lo se puede ser ético
si se identifica a los demá s como similares a uno mismo, lo que nos hace humanos
es la capacidad de ponernos en el lugar del otro, la empatía, en el sentido que le da
Wittgenstein de que só lo es posible entender el dolor del otro si lo puedo comparar
con mi propio dolor. O sea, no habría dolor si no existieran personas capaces de
sentir dolor y comprender el dolor de sus semejantes (Wittgenstein, ob.cit).
Ser bueno con uno mismo, es evitar hacer cosas que dañ en nuestro organismo y
nos limiten la vida. Por ello el dolor es una emoció n noble, surge para avisarnos
que algo malo ocurre en nuestro cuerpo. Al inicio susurra, si no le hacemos caso,
habla, luego grita y finalmente se retuerce, hasta que hacemos algo para “matarlo”:
mi dolor me ama, pues muere para que yo viva. Ser malo con uno mismo es
dañ arnos a pesar del dolor, y quien es malo consigo no podrá ser capaz de
comprender el dolor de otro.
A diferencia del dolor, que es una advertencia de desarreglos orgá nicos, el dolor
del alma (sufrimiento), es un sentimiento construido socialmente, que nos advierte
sobre la imposibilidad de alcanzar una meta culturalmente establecida. Por
ejemplo, el hambre es dolor, el aplazarse en un examen universitario es sufrimiento,
la muerte de alguien que amamos nos causa sufrimiento.
Buscar el éxito es huir de sí mismo, es evitar sentir el vacío del alma llená ndolo
con cosas inú tiles. Coincido con Kierkeggard cuando escribió : A menudo pueden
convertirse en ciudadanos muy exitosos pero para mí no son individuos
maduros.
El poder es contrario al amor, quien domina controla que el otro sea lo que puede
ser, obligá ndole a sacrificar su libertad para satisfacer la fugaz sensació n de existir
anulando la existencia del otro. Quien domina consigue cosas y usa a las personas
como medios para conseguirlas, por ello lo material se convierte en fin y el ser
humano en objeto.
perder. Tener es aferrar en el puñ o una cosa, una idea, una certeza. Ahí es donde
se atiza el pá nico. Se puede perder” (Barylko, 1999, pá g.273).
Amar a los demá s es reconocer en el otro algo de nosotros mismos, y cuando esta
persona se marcha, muere o simplemente decide que no valemos la pena para
ella, nos dolerá , y mucho. Ese es el sufrimiento legítimo, la angustia que nos hace
humanos.
No se trata de suponer que el otro necesita algo nuestro, pues en ese caso estamos
asumiendo una forma de poder “benevolente”, esto es, considerarnos superiores
que el menesteroso, y le damos porque sentimos pena.
La pena es un sentimiento inú til, porque proviene de la idea necia de que existen
personas mejores que otras, el que tiene y el que no tiene, el rico y el pobre. Debajo
del traje de mil dó lares hay un cuerpo desnudo lo mismo que debajo de los harapos
del pobre, ambos nacieron y se morirá n, ambos tienen la misma esencia espiritual,
por lo tanto pena debería darnos el que tiene demasiado pues posee má s cosas que
cubren su cuerpo y su alma.
San Francisco de Asís escribió en una carta: Tenemos que ser humildes, sencillos
y puros. No queramos desear ocupar cargos que estén por encima de los otros
hombres, sino que por amor a Dios, más bien tenemos que ser súbditos y
servidores de toda criatura humana.
Decidirse por los demá s, es una opció n que va má s allá del amor conyugal, en el
cual se ama a una persona en la cual ademá s se encuentra satisfacció n sensual.
Darse a otros, quienes quiera que sean, es apostarse para encuentros efímeros, en
los cuales nuestra alegría por la vida contagiará a personas que partirá n de nuestro
lado.
Una condició n indispensable para amar a los demá s entonces, es asumir una
posició n de ignorancia, pues el otro sabe má s que yo sobre lo que le ocurre en su
vida. Partir del “no saber”. Esta postura es radical en la Terapia Narrativa,
Goolishian y Anderson manifestaron como principio fundamental de la actitud
terapéutica lo siguiente: “Ten cuidado, si das la impresió n de que puedes cambiar
algo, el sistema caerá preso de la ilusió n de poder” (En: Cecchin, Lane y Ray, 2002).
Solamente si asumo que no sé, puedo preguntar. Si me coloco en la postura del
“que sabe”, no tengo preguntas, tengo afirmaciones.
Haley añ adirá : “Dirigir con éxito a tantas personas para que se comportaran tan
extrañ amente durante tantos añ os, y pagaran tanto dinero por hacerlo es una
hazañ a increíble” (Haley, 2000, p. 89).
Durante la vida de Freud, Bleuler escribió : Es evidente que para usted (Freud)
establecer firmemente su teoría y asegurar su aceptación se convirtió en el
objetivo e interés de toda su vida. Para mí, la teoría no es más que una nueva
verdad entre otras verdades…Por consiguiente, estoy menos tentado que usted
a sacrificar toda mi personalidad por el fomento de la causa. El principio de
“todo o nada” es necesario para las sectas religiosas y los partidos políticos…
para la ciencia lo considero perjudicial. (En: Berger, 2001, p.250).
Otras corrientes psicoló gicas, a nombre de la ciencia han eludido la ética a favor de
las certezas inventadas en sus modelos teó ricos. De esa manera un modelo teó rico
científico puede convertirse en una técnica para el bien o para el mal del paciente,
dependiendo de la postura existencial del terapeuta.
No debemos ser manejados por las teorías, ni por nuestros prejuicios, ni por
nuestro yo, sino debemos dejarnos llevar por el sufrimiento del otro hacia su dolor,
cuando llegamos a ese terrible lugar, acompañ arlo para que ambos podamos
crecer en el encuentro. Por eso es imprescindible contactarnos con nuestro propio
sufrimiento, despojarnos del estú pido y asumir al amor como antesala del
sufrimiento auténtico. Fue Madre Teresa de Calculta, una de las personas que
mejor entendió la renuncia al yo para la entrega incondicional, una de sus tantas
frases provocadoras fue: Sin nuestro sufrimiento, nuestra tarea no diferiría de la
asistencia social.
¡Estoy harto de médicos que ven en las personas hígados, corazones, amígdalas,
cerebros, anos enfermos! Quiero médicos que me vean a mí como persona a quien
le duele una parte de su cuerpo, que me pusieron un nombre, y que como todos
quiero mantenerme con vida.
Quiero terminar con este consejo de Madre Teresa de Calcuta: Nunca digas
adiós, si todavía quieres tratar. Nunca te des por vencido si sientes que puedes
seguir luchando. Nunca le digas a una persona que ya no la amas, si no
puedes dejarla ir. El amor llega a aquel que espera, aunque lo hallan
decepcionado; a aquel que aún cree, aunque haya sido traicionado: a aquel que
todavía necesite amar, aunque antes haya sido lastimado y aquel que tiene coraje
y la fe para construir la confianza de nuevo.
6. El amor a la naturaleza.
Pocas personas han sido capaces de luchar contra las imposiciones sociales y
hacerle caso a su espíritu. Una de ellas, fue Charles Darwin (1809-1882). Intentó
satisfacer las expectativas de su padre, estudiando primero medicina, luego
ingresó a la Universidad de Cambridge para formarse en teología. Cuando podía
escudriñ aba libros sobre botá nica y zoología. A pesar del disgusto se licenció en
teología, matemá ticas euclidianas y ciencias humanas. Sin tener ninguna formació n
académica, aceptó la “desquiciada” idea de su tío Josiah Wedgwood para partir
como “naturalista” en el navío “Beagle” para dar la vuelta al mundo. Sus
conocimientos sobre pá jaros y su entusiasmo para coleccionar fó siles fueron
suficientes para hacer
Cuando un ser humano ama, escudriñ a aquellas cosas que le permiten asombrarse.
La afirmació n del capitá n Colnett en 1793 sobre los pinzones de las Galá pagos
fue la siguiente: “En las islas no habitan gran variedad de aves terrestres y las
que vi no eran nada llamativas ni por su aspecto ni por su belleza” (En: Eibl-
Eibesfeldt, 1986, p. 146). Darwin encontró en las nada llamativas aves descritas
por Colnett, la solució n al origen de las especies. Demostró que existe un proceso
gradual de adaptació n y de mú ltiples alteraciones de generació n en generació n
entre las especies, de tal manera que, se diversifican, sobreviviendo aquellas que
poseen las condiciones orgá nicas idó neas para adaptarse al medio. Algunas no se
modificaron, permaneciendo las mismas, otras en cambio, mutaban de tal manera
que su descendencia o se extinguía por no poseer las condiciones de adaptació n
ó ptimas o sobrevivía (Leakey, 1986).
Durante la época de Darwin todavía se creía que ciertas razas humanas eran
inferiores, y la naturaleza era explotada sin consideració n alguna. Extinguimos
especies al destruir sus entornos. La crueldad con la que el ser humano actuaba
con la naturaleza destruyó gran parte de nuestro planeta. La teoría de Darwin es
una
Un jefe indio de Seatle dijo: Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos
enseñado a nuestros hijos: la tierra es nuestra madre. Lo que afecte a la tierra,
afectará también a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen a la tierra, se
escupen a sí mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al
hombre, sino el hombre pertenece a la tierra.
Dian Fossey (1932-1985) murió asesinada por los cazadores furtivos de los gorilas
de la montañ a en los Montes Virunga en la zona fronteriza de Ruanda, Uganda
y Zaire. Los gorilas de montañ a son una especie en peligro de extinció n debido
a la indiscriminada caza de la cual fueron víctima. Fossey intentó deque el mundo
tomara conciencia de la crueldad con la que se tratan a los gorilas en particular y a
los animales en general.
Diane Fossey tuvo un contacto afectivo con sus gorilas, principalmente con un
macho alfa al que le dio el nombre de Digit (Dedo); contravino la regla “científica”
de “observar sin participar”, al incluirse dentro del grupo familiar de los gorilas.
Circuló por todo el mundo la fotografía de Fossey acariciando la mano del
gigantesco macho alfa. Poco tiempo después de tomada la fotografía, Digit fue
decapitado por los cazadores furtivos, mientras entregaba su vida para defender a
su familia. Después de ese trá gico evento, Fossey no pudo volver a ser la misma:
“Hay momentos en que no se pueden aceptar los hechos por miedo a destrozarse.
Mientras escuchaba la noticia del asesinato de Digit, discurrió por mi mente toda
su vida, desde mi primer encuentro con él hacía diez añ os, pequeñ a bola juguetona
de negra pelusa. Desde entonces viví en una parte aislada de mi ser” (Fossey,
1985, p. 226).
Nada de lo que ocurre en el mundo de los animales está por demá s, tardamos
demasiado en entender el delicado equilibrio de los ecosistemas de nuestro
planeta. Lloyd Morgan desarrolló el “principio de parquedad”, segú n el cual: “En
ningún caso podemos intepretar una acción como el resultado del ejercicio de
una facultad psíquicasuperior, si puede interpretarse como el resultado de una
acción psíquica inferior en la escala psicológica” (en Boring, 1983). Con este
principio se estaba aceptando la “superioridad” del ser humano.
Jacques Cousteau (1910 – 1997) fue uno de los naturalistas que má s defendió
la posibilidad de que consideremos a los animales como seres dignos de respeto
y que no debíamos considerarnos “superiores”, porque ellos poseen su propia
cosmovisió n.
9 Palabra en inglés que suele mantenerse tal cual en el castellano. Sin embargo, en varios textos,
se ha traducido como “darse cuenta”. Fritz Perls en la Terapia Guestáltica usará el término
“awareness”, buscando una palabra en inglés que sea similar al concepto Zen de “satori”. Los
tres términos se refieren al “despertar súbito” que ocurre cuando encontramos la solución a un
problema de manera “intiuitiva”.
A pesar de que los sentimientos del otro son inaccesibles, podemos, a partir de
nuestros referentes personales, inferir lo que la persona con quien interactuamos
está sintiendo, y expresar nuestro parecer. No ocurre lo mismo con los animales,
pues nuestra observació n está contaminada por el antropoformismo: observamos
có mo hemos aprendido a observar, por ello es que cuando al llegar a mi casa, mis
perros mueven la cola, les atribuyo el sentimiento de alegría, cuando lo que ellos
me está n expresando es el respeto que merezco como ¡el macho dominante!
7. El amor a Dios
Amar a otro ser humano, como vimos, es muy difícil, el amor conyugal exige
renunciar a las satisfacciones del yo, corriendo el riesgo de estar equivocados en
nuestra elecció n amorosa y aceptar que quien está con nosotros tiene derecho a
dejarnos de amar. El amor a los hijos exige aprender a amar lo que ellos aman
para dejarlos marchar. El amor a los demá s es má s exigente, puesto que nos obliga
a trascender y auto trascender para entregarnos sin condiciones a desconocidos,
quienes a diferencia de nuestra pareja y de nuestros hijos no nos devolverá n los
pedazos de nosotros que les regalamos.
prioridad secundario a nuestra relació n al fin y al cabo humana. Al salir del éxtasis
que me produce el enamoramiento que siento hacia mi esposa, la puedo ver, tocar,
nombrarla, recibir un beso, una palabra. Pero mi amor a Dios es un amor incierto,
puesto que no lo puedo ver.
Jesú s le dice a un joven rico: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y
dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo; luego ven y sígueme. Pero
él, con el rostro afiigido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchas
posesiones (Mc10, 17-22), lo cual implica renunciar a las riquezas estú pidas del
mundo, los apegos ingenuos hacia los objetos que nos esclavizan y nos alejan
de nuestro self.
Pero Jesú s no solamente nos pide dejar las cosas materiales para amar a Dios, nos
pide dejar a ¡a quienes amamos! El que ama a su padre o a su madre más que a
mí no es digno de mí. (Mt, 10, 37). El amor a Dios exige que abandonemos nuestro
sufrimiento auténtico, explicitado por Jesú s de manera drá stica: un discípulo le
dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió:
Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos. (Mt 8, 21-22).
Jesú s pide que consideremos a nuestro cuerpo un simple vehículo del alma y que
sepamos renunciar a sus deseos, sobreponernos al dolor y a las necesidades son
otras de las exigencias para amar a Dios. Por ello la castidad es una consagració n
a Dios: Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son
como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección (Lc 20, 35-36).
La exigencia má s difícil es aquella en la que Jesú s nos dice: El que quiera venir en
pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc. 8, 34). Lo cual significa
abandonar nuestro ser, asumir nuestros dolores y sufrimientos auténticos (nuestra
cruz) y seguirle en silencio, dispuestos a morir por É l: Pues el que quiera salvar su
vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la salvará... (Mt 16,24-25).
Jesú s promete que si amamos a Dios: En verdad os digo que ninguno que
haya dejado casa, mujer, hermanos, padres e hijos por amor al reino de Dios dejará
de recibir mucho más en este siglo, y la vida eterna en el venidero (Lc 18, 29-
30).
Queda clara la exigencia del amor a Dios apoyá ndonos en la fe cuando Cristo dice:
el que no ama a su hermano a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien
no ve (Jn 4, 20).
San Juan de la Cruz escribió : “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que
muero porque no muero” (En: Cardona, 1994). Estrofa estremecedora, pues delata
la extraordinaria fe de este santo. Personalmente yo no tuve, ni creo tener aú n el
coraje suficiente como para una entrega absoluta de mi ser.
Dios nos dice que amar duele desde el momento mismo en que envía a su Hijo
para que muera por nosotros: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único (Jn 3, 16). Despué s Cristo en la ú ltima cena nos anuncia: Y mientras
estaban en la cena, Jesús tomo el pan y lo bendijo, lo partió: se lo dio a sus
discípulos y dijo: Tomad y comed. Este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, dió
gracias y se los dió diciendo: Tomad todos de el. Porque esta es mi sangre del
nuevo testamento, la cual será derramada para el perdón de los pecados. (Mt
26: 26-28). Má s tarde en la cruz exclama: ¡Padre, perdó nalos porque no saben
lo que hacen! (Lc, 23,24).
Para mí, el ver a Cristo clavado desnudo en la cruz, es suficiente revelació n para
entender su mensaje: Ama, y para amar debes despojarte de tu yo, de tu cuerpo,
de tus pertenencias y aceptar el dolor que te causará el amor. Má s allá de las
promesas de vida eterna, el amar a Dios es suficiente para seguir a Jesú s y
aprender de María a sufrir cuando se ama, porque los frutos del amor no son
comparables con los frutos del poder: hacer sonreír a un niñ o nada cuesta,
consolar a un doliente
es sencillo, construir una familia a través del amor conyugal es simple, basta con
creer en la posibilidad real de un Ser bondadoso que dejó en muchos santos el
ejemplo de felicidad en la consagració n del espíritu personal al Espíritu Santo. La
oració n por la paz de San Francisco de Asís refleja de mejor manera lo que mis
palabras no consiguen decir:
Las emociones son reacciones fisioló gicas ante situaciones que amenazan a
nuestro organismo o que promueven la reproducció n. El miedo por ejemplo, es la
emoció n que nos alerta ante el peligro, la rabia ante una situació n que nos
obstaculiza un logro (Damasio,
Otro posible origen dice que la palabra amor proviene de la raíz indoerupea
“amma”, utilizada para llamar a la madre.
“Lubere” es una palabra que los latinos usaban para referirse al acto de gustar,
desear. Por lo tanto el sentido de la frase “I love you” es: “te deseo” o “me gustas”.
En castellano se dice “te amo” y “te quiero”, en nuestro medio se utiliza la primera
má s en el sentido de intimidad, mientras que la segunda infiere mayor pasió n. Pasa
lo mismo en italiano, puede decirse: “ti amo” o “ti voglio bene”.
Con la conquista españ ola la lengua aymara se vio afectada, en el caso del amor
tuvieron que reemplazar la palabra “waylluñ a” (enredarse, envolverse) que era
utilizada para expresar el amor por la impuesta del españ ol “desear” a “munañ a”
(desear, querer). De ahí que se forzó la expresió n “te quiero” que en aymara
tenía el sentido de desear una cosa. Por eso se puede decir: anchhiajj t’ant’amp
kisump munaskta (en este momento estoy deseando un queso) o en el sentido de
“quererse”, munasiña, cuando se expresa chacha warmijj jiwankam munasiñawa
(los esposos deben quererse hasta la muerte). (Pinto, 2011)
Los griegos establecieron distintos tipos de amor y a cada tipo le asignaron una
palabra: eros para el amor pasional, storge para la protecció n amorosa, phileo
para la amistad y á gape para el amor abnegado, desinteresado.
El compromiso, es el factor que tiene que ver con el contrato de pareja, las reglas
de la convivencia, los límites del comportamiento de uno y otro. La decisió n de que
el otro es lo má s importante en nuestra vida.
Ojalá el origen de la palabra inglesa “love” sea libere (libertad) en vez de lubere
(deseo), pues con ese sentido coincide con la finalidad del amor: la libertad. Sería
regio que cuando decimos “te amo” estuviéramos diciendo “te libero”. Amar es una
construcció n entre dos que permite la libertad de ambos.
El amor nos libera inclusive de nosotros mismos, porque obliga a la entrega total,
al desgarramiento salvaje del alma impropia para que el otro pueda vislumbrar
nuestra esencia.
Hendrick y Hendrick (1986, 1987, 1989) desde la teoría desarrollada por John
Lee (1973, 1977, 1998) identifican seis estilos de amor:
a) Eros: el amor pasional. La atracció n eró tica hacia la otra persona, es el amor
apasionado.
b) Storge: el amor de amigos, se funda en el afecto que se puede sentir por un
hermano, es una forma tranquila de amar, establecida entre dos personas
similares en sus valores.
c) Ludus: el amor de entretenimiento. El amor es un juego cuyo fin es el placer sin
ningú n compromiso, el sexo se considera como una diversió n.
d) Manía: el amor posesivo. Existen celos, posesió n y dudas acerca del grado de
compromiso de la otra persona, es un amor de todo o nada.
e) Pragma: el amor prá ctico. No existen grandes emociones, se busca una persona
adecuada con la que se pretende mantener una convivencia tranquila.
f) Á gape: es el amor desinteresado, caritativo. Existe preocupació n centrada en
el bienestar de la pareja antes que en el propio, se pide poco para sí mismo.
Hendrick, Hendrick y Foote (1984) estudian los tipos de amor segú n la teoría de
Lee, aplicando la Escala de Actitudes hacia el Amor a 800 estudiantes
universitarios. Los varones tienden al amor eró tico y lú dico; mientras que las
mujeres lo hacen hacia el amor “storge”, “maníaco” y “pragmá tico”.
Los estudios mencionados sugieren que las personas dirigen el amor hacia una
forma de relació n, por lo que no necesariamente todos coincidirá n en una
definició n general.
El amor como sentimiento no solamente puede ser el nombre del deseo, sino
de la pena y la angustia. Pena cuando confundimos el deseo con la protecció n,
angustia: cuando lo asociamos con la carencia afectiva infantil. En ambos casos el
producto de la relació n será una patología relacional, puede terminar en violencia
o dependencia.
Sternberg enfatiza los aspectos cognitivos y afectivos del amor conyugal: intimidad
y compromiso responden al primero y la pasió n al segundo. (Sternberg y Grajek,
1984). Yela (1996) encuentra que el componente “pasió n”, en realidad comprende
dos factores: pasió n romá ntica y pasió n eró tica.
existir. El contexto del amor es la libertad, de tal manera que cada uno de los
amantes puede correr riesgos individuales. Estos riesgos ocasionan cambios en la
persona, haciéndola cada vez un nuevo misterio para su amante, quien obtendrá
nuevos reconocimientos, distintos en cada nueva mirada.
Es así que en el amor nunca somos los mismos, ambos cambiamos, nuestras
miradas casi nunca son las mismas. Á ngel Gonzá lez en el poema “Muerte en el
Olvido” lo expresa así:
Neuberger (2003) define la noció n de pareja como “una célula específica dotada
de una cierta forma de autonomía. Es capaz de defender sus fronteras sin levantar
por ello barricadas infranqueables entre ella misma y el mundo exterior. Es sobre
todo el resultado de una danza creativa que imagino, de acuerdo con el modelo
autopoyético “autofecundante”: abrazados, el mundo de los mitos de la pareja y el
mundo de los rituales que fecundan el uno al otro, se enriquecen mutuamente,
cada uno suscitando en el otro la aparició n de elementos homó logos” (pá gs. 34-
35).
Es que pueden haber buenos matrimonios sin amor, porque los esposos requieren
de habilidades de convivencia independientes de cuá nto se amen. La psicología
del matrimonio no es la psicología del amor, es la psicología de la negociació n.
Por supuesto, si existe amor es má s probable una actitud benévola a la hora de
negociar, pero no necesariamente, también se puede negociar si existen intereses
econó micos en una de las partes.
El matrimonio es un acuerdo social entre dos personas que desde que se casan son
denominadas “có nyuges”. Se trata de una institució n socialmente definida, con
normas, deberes y derechos.
El amor es caó tico, el matrimonio ordenado. El amor hace crecer a las personas que
se aman, el matrimonio hace crecer los patrimonios. El divorcio es una excelente
medida cuando el matrimonio ha sido un fracaso, pero no es posible divorciar a
los amantes, éstos simplemente se dejan de amar y se van, no requieren de una
orden judicial. Por eso es que existen amantes separados y personas desconocidas
conviviendo juntas, la segunda opció n suele ser considerada como un buen
matrimonio, ahora, claro, si ademá s se quieren está bien pero que no se quieran
mucho, no es decente.
¿Por qué necesariamente el amor entre padres e hijos deriva en un juego de suma
cero? Porque el amor se fundamenta en la reciprocidad, es decir si uno da el otro
necesariamente debe devolver lo recibido. Esto ocurre por la tendencia
homeostática de los sistemas, la retroalimentació n negativa permite la reducció n
de la entropía, aunque esta jamá s puede ser reducida absolutamente, pues esto
generaría la muerte del sistema, por lo que el equilibrio requiere ademá s de
reguladores positivos, que mantienen la morfostasis del sistema impidiendo su
destrucció n en el afá n de equilibrarse. (Bertalanffy, 1995).
Luchar por el poder que ostentan los padres es una tarea inú til, aun cuando se
configuran relaciones jerá rquicas invertidas, los hijos no pueden desvincularse y el
sistema familiar se torna disfuncional, homeostá tico y resistente al cambio.
Solamente cuando los hijos salen del sistema familiar al encuentro de extrañ os es
que pueden establecerse vínculos amorosos en los cuales es factible el dar y recibir
equitativos (Minuchin, 1986, Haley, 2006).
En ese mismo sentido, la teoría general de sistemas afirma que si bien la funció n
de cualquier sistema es la reducció n de la entropía, ésta es imposible que pueda
ser disminuida al cero absoluto.
En cambio, los sistemas disfuncionales hacen todo lo posible por evitar la salida de
sus miembros y el ingreso de otros elementos para mantener al sistema
equilibrado. Es por eso que sus recursos de afrontamiento a la entropía son
mínimos y recurren al fortalecimiento de la resistencia al cambio.
La entropía se produce tanto en los sistemas externos y dentro del propio sistema;
en los sistemas parcialmente abiertos la entropía interna tiende a expandirse para
fuera del sistema. En los sistemas parcialmente cerrados, la entropía externa
difícilmente ingresa, pero la entropía interna tiende a expandirse dentro del sistema.
Las familias disgregadas por su parte, no podrá n contener a sus hijos debido a la
fragilidad de los vínculos y de sus fronteras, produciendo la pronta expulsió n de
los hijos, debido a la negligencia parental del sistema.
La escalada simétrica se rompe cuando uno se coloca en una posició n donde el otro
no puede llegar, en otras palabras, se pasa de la simetría a la complementariedad.
Esto ocurre cuando uno de los dos da algo que el otro no tiene la posibilidad de
devolver.
Para jugar al amor es indispensable que uno de los amantes de al otro un poco má s
de lo que recibió , pero no tanto que el otro no pueda devolver.
El juego del amor es eterno, porque las retribuciones son exigentes para mantener
al pequeñ o sistema conyugal activo, si se detienen, el juego se estanca, si se
exagera en la entrega el juego se hace asimétrico, si se dan sanciones se ocasiona
la escalada violenta.
En síntesis, el juego del amor exige que los jugadores sean dos extrañ os, es
imposible el juego del amor entre hijos y padres. El juego del amor exige que los
amantes establezcan una escalada simétrica de gratificaciones.
los donantes.
El vínculo amoroso se forja como una danza, el paso de uno dirige al paso del otro.
Se trata de un baile en que ambos danzarines obtienen beneficios potenciales para
cada uno. La danza amorosa se produce gracias a los intercambios recíprocamente
positivos: halagos, caricias, apoyo, actividades lú dicas, etc.
amor obliga a que ambos miembros de la pareja tengan siempre algo que dar que
al otro le falta pero en la medida justa: ni má s ni menos.
La pareja como sistema abierto impide el enriquecimiento del vínculo porque será
menos valorado que la realizació n personal. El modelo del “matrimonio abierto”
como una alternativa a la vida conyugal tradicional no sostiene una relació n
amorosa, tal vez logre la satisfacció n personal pero impide la construcció n del
amor. El amor exige libertad y compromiso: libertad para el crecimiento personal y
compromiso para la construcció n del “nosotros”.
En ese clima de confianza los esposos pueden dejar de ser hijos y pueden ser
padres, la pareja ha sido construida a través del mecanismo de la reciprocidad
positiva que se torna una costumbre en la relació n. Pueden ser padres sin dejar de
ser pareja, y podrá n dejar partir a los hijos porque se sostendrá la relació n
conyugal.
Algunos investigadores han llegado a pensar que en los aymaras existiría una
especie de “atrofia del amor”, porque las relaciones conyugales se establecen a
partir de las demandas laborales, por ejemplo: “si la unió n no ha respondido a las
exigencias de la vida, segú n ellos lo entienden, la mujer abandonada así no cae bajo
la sanció n social, conserva su prestigio, dentro de ella y generalmente contrae un
nuevo matrimonio” (Espinoza 1998, p.67).
Lo propio ocurre con los quechuas de la serranía peruana: “El amor serrano es
má s bien, amor plebeyo. Lejano del amor cortesano de los trovadores, antecesor
primigenio del amor occidental”. (Millones y Pratt 1989, p. 11).
La palabra antigua waylluna, ha dejado de usarse entre los aymaras; sin embargo,
se la encuentra en el término wayñ u (Layme 2004), utilizado como nombre de una
danza que se baila entre varones y mujeres en un claro remedo del galanteo. “El
género del wayñ u que se cantan mutuamente se considera como un ‘trenzar en
comú n’, k’anta’asiñ a, y se llama k’ank’isi: trenzamiento” (Arnold y Yapita 1998,
p. 552). Bertonio (1612/1984) a la palabra wayñ u ademá s de relacionarla con la
danza mencionada, le da también el significado de amigo y compañ ero (p.227); por
lo que es probable que el vocablo tenga relació n con la idea de “estar unidos” a la
que hacen referencia Arnold y Yapita.
Cuando se refiere al coito lo llama miqa hocha [pecado de procreació n]; fornicar
con una mujer: marmimpi hochacha...marmi anitha (p.245); actualmente se escribe
warmimpi jucha [pecar con mujer] y warmi anita [tener coito con una mujer].
Fornicar la mujer con el varó n: Chachampi juchachasiñ a [pecar junto con el varó n]
anisiñ a, miqa laykuñ a, hoy se dice anisiñ a [tener relaciones coitales con alguien].
La derivació n del amor hacia un espacio donde no se roce con la ideació n eró tica
la encuentra también Miranda (2007) al estudiar la polisemia léxica de la palabra
aymara chuyma como base para la formació n de metá foras sexuales chacha-warmi
[varó n-mujer] segú n el uso que le dan los aymaras del norte del departamento de
La Paz.
También la palabra chuyma es utilizada para referirse al amor hacia los padres,
por ejemplo: imill wawapuniwa auki taykampi llampú chuymanixa [la hija mujer
siempre tiene el corazó n tibio con el padre y la madre] (Miranda ob.cit.).
Se utiliza para referirse al rol del varó n y al de la mujer. Por ejemplo: yuqall
wawaxa anqa chuymawa [el hijo varó n tiene el corazó n afuera], para referirse a
que el varó n pasa má s tiempo fuera del hogar; imill wawaxa uta chuymawa [la hija
mujer tiene el corazó n dentro de la casa], significando que la mujer es hogareñ a
(Miranda ob.cit.).
Chambi (2007) lleva a cabo un estudio lingü ístico de la semá ntica durante el
discurso matrimonial de los aymaras a partir de la identificació n del denotativo
(significado nuclear conceptual) y el connotativo (significados que rodean al
nú cleo conceptual) de las palabras rituales.
muchacho
La sexualidad evoca al pecado cuando los padres de una muchacha descubren que
su hija ha tenido relaciones sexuales con su pretendiente, suelen decir wawanakaw
juchar puritä na [los hijos han llegado al pecado], connotando el desagrado porque
debido a su actividad sexual la familia enfrentará la vergü enza comunal si no se
casan (Chambi ob.cit).
Por eso cuando se sabe de la interacció n sexual de las hijas se plantea que no
queda otra que llevarse a la “ofendida” a vivir con la familia del pretendiente; se
canta irpastway irpastway paris palumit irpasta [me llevo dos palomitas], estrofa
que se repite una y otra vez durante la canció n de la irpaq’a [pedida de mano].
La idea de que el matrimonio debe ser para toda la vida, se expresa en la frase
karin qatati [arrastrar cadena], se utiliza para referirse a las personas divorciadas;
quiere decir que quien rompe su alianza matrimonial deberá soportar una larga
condena (Chambi ob.cit).
La moral cristiana consideraba al espacio eró tico recinto del pecado, Bertonio
lo muestra a través del término jisk’a jucha [pecado menor] como sinó nimo de
“fornicació n”; criterio que se impuso sobre el contexto eró tico. De tal forma que
se recurrió a otro espacio semá ntico, el bioló gico; reduciendo así la connotació n
eró tica al “apetito” y al “deseo”, munañ a - traducida por Bertonio como “voluntad”-,
y por la vinculació n con la expresió n “quererse” del castellano, se vincula con la
representació n del “querer a alguien”, que hoy se expresa en la frase “munsmawa”
[te quiero].
La configuració n del “amor de compañ ía” entre los aymaras puede ser
consecuencia de tres factores (Pinto, 2011).
b) La represió n del placer sexual. Tanto el aná lisis psicolingü ístico de los
términos empleados para expresar el amor conyugal como la revisió n de los
discursos
durante los ritos del ciclo vital de la pareja, establecen la poca valoració n del
placer en general y del placer sexual en particular dentro de la cultura aymara.
c) El machismo aymara. Los niveles de pasió n son má s bajo en las mujeres que en
los varones, ademá s que ellas puntú an menos en el compromiso, lo cual puede
estar asociado al miedo que las mujeres desarrollan hacia la violencia
masculina (v.g. Criales 1994).
2. Amor y sexualidad
Y te amo
en el olor que tiene
mi cuerpo de tu cuerpo.
Piedad Bonnet
Hablar de sexo dependerá del contexto, si es bioló gico tiene que ver con la
genética, si anató mico con los genitales y social con los roles. La sexualidad engloba
los tres contextos, sin embargo añ ade la interacció n del cuerpo. Es posible afirmar
que la sexualidad humana trata de las maneras en que nos expresamos y
experimentamos como seres sexuales (Rathus, Nevid, Fichner-Rathus, ob.cit.).
La sensualidad es la vivencia del placer con todos los sentidos, mientras que los
actos sexuales o interacció n genital se limitan a las sensaciones placenteras
derivadas del deseo sexual (Kennedy y Grov, 2010). Ser sensual es poseer una
estructura de sentimientos que permiten tomar conciencia y explorar las
sensaciones de belleza, lujuria, alegría y placer (Arrizó n, 2008).
Si bien los niveles del deseo sexual son diferentes entre varones y mujeres,
independientemente a la cultura (los hombres desean sexualmente con mayor
intensidad y buscan compañ eras sexuales con mayor frecuencia que las mujeres)
(Schmitt, 2003), los patrones de conquista dependen de la personalidad, cultura e
intensidad del deseo sexual (Schmitt, 2004).
Schmitt y Shackelford (2008) estudian la relació n entre los cinco grandes factores
de la personalidad con la tendencia a la promiscuidad sexual en 46 países,
consideran una muestra de 13.243 personas. Concluyen que la extraversió n se
relaciona con la promiscuidad, la amabilidad y la responsabilidad con la
exclusividad sexual, mientras que la inestabilidad emocional y la apertura a la
experiencia lo hacen con las relaciones amorosas a corto plazo. Sin embargo el
interés por la variabilidad sexual no se relaciona con los rasgos de personalidad
(Nasrollahi, Drandegan y Rafatmah, 2011).
Kinsey reportó que cerca del 4 por ciento de los varones y entre el 1 y 3 por ciento
de las mujeres de su muestra tenían orientació n homosexual, llegó a plantear que
cerca del 10 por ciento de la població n estadounidense era homosexual Hoy se
considera que los porcentajes son má s bajos, alrededor del 5 por ciento (Rathus,
Nevid, Fichner-Rathus, ob.cit.).
Las causas de la homosexualidad han sido discutidas desde hace muchos añ os, los
estudios está n sesgados por la ideología y las creencias religiosas (Hans, Kersey
y Kimberly, 2012). Los planteamientos psicoanalíticos han fortalecido durante
décadas la falacia segú n la cual la homosexualidad masculina sería producto de la
ausencia del padre y el excesivo involucramiento con la madre, por lo que sería
consecuencia de un “complejo de Edipo no resuelto”.
Abbott (2010) señ ala que definir a la homosexualidad como causada exclusivamente
por los genes enfrenta cuatro problemas:
1. es muy difícil que una entidad tan compleja como la homosexualidad sea
producto de la influencia de un solo gen, puesto que si fuera así
existirían efectos desastrosos para el organismo, como ocurre por
ejemplo en la enfermedad de Huntington, la fibrosis cística cystic, la
enfermedad de Alzheimer y otras.
Una persona homosexual, no tiene una crisis de identidad sexual, se sabe varó n
o mujer, pero se siente atraído o atraída por personas de su propio sexo. Las
relaciones amorosas homosexuales no difieren de las heterosexuales. Por ejemplo,
Rosenbluth y Steil, (1995) investigan la autoestima y los niveles de intimidad
amorosa en mujeres homosexuales y heterosexuales, no encuentran diferencias,
ambos grupos tienden a altos niveles de intimidad y adecuada autoestima. Duffy y
Rusbult (1986) investigan el nivel de compromiso y la calidad de la relació n
conyugal entre homosexuales y heterosexuales, encuentran que ambos grupos
invierten los mismos esfuerzos para mantener sus relaciones y que no existen
diferencias en relació n a los grados de compromiso ni satisfacció n.
Kurdek (1992) estudia el ajuste diá dico en 538 matrimonios heterosexuales y 197
convivientes homosexuales, los resultados no mostraron diferencias significativas
entre ambos grupos. Posteriormente, este mismo autor (Kurdek, 2008) evalú a
la estabilidad conyugal de parejas que cohabitan por lo menos hace diez añ os,
en 95 homosexuales mujeres y 92 homosexuales mujeres en comparació n a
226 heterosexuales con y sin hijos. Encuentra que los patrones de la calidad de
las relaciones dependen del tipo de pareja. Las má s estables son las parejas de
homosexuales femeninas. En general las relaciones heterosexuales son menos
La dimensió n eró tica tiene que ver con las situaciones que conducen, buscan o
provocan una respuesta sexual fisioló gica o una excitació n psicoló gica. Existen
tres alternativas de expresió n eró tica: nunca haber tenido experiencias eró ticas
(no practicante), haber tenido alguna vez experiencia eró tica (practicante abierto)
y solo haber tenido la experiencia eró tica en sueñ os o fantasías (onírico
fantasioso). (McCary, McCary, Á lvarez-Gayou, Del Río y Suá rez, 1996).
Travestismo: la persona necesita vestirse con ropas del sexo opuesto para
lograr excitarse sexualmente.
Los varones consideran favorable el sexo casual a diferencia de las mujeres que lo
asocian con la infidelidad. Vieron que la masturbació n y el uso de materia sexual
complementario es importante para los varones y no para las mujeres. Los otros
factores investigados no ofrecen diferencias significativas (Petersen y Hyde, 2010).
Impett, Strachman, Finkel y Gable (2008) llevan a cabo tres estudios referidos
a la relació n entre las metas de la pareja y el deseo sexual en parejas casadas.
Encontraron que los varones inician sus relaciones con mayor intensidad del
deseo, aunque con el tiempo ambos sexos lo equiparan, ademá s el deseo se
mantiene y aumenta con el pasar del tiempo en las parejas que comparten
objetivos. Es interesante mencionar que también hallaron que las metas
conyugales permiten predecir el nivel del deseo, así las parejas que comparten
objetivos tienden a disfrutar má s de sus relaciones sexuales y las llevan a cabo con
mayor frecuencia que aquellas que difieren en sus metas.
Este estudio confirma la aproximació n que hizo Fields (1983) sobre la importancia
de la empatía para predisponer un matrimonio exitoso. La congruencia de la
percepció n del esposo hacia su esposa y viceversa con la auto-percepció n se
relaciona positivamente con matrimonios de larga duració n. Ademá s que al menos
un nivel mínimo de satisfacció n sexual está relacionado positivamente con la
concreció n de un matrimonio a largo plazo.
Una investigació n má s reciente con una muestra de 133 parejas monó gamas,
heterosexuales y con por lo menos doce meses de relació n amorosa (edades
oscilantes entre 18 y 37), fue evaluada con las siguientes encuestas: Index of Sexual
Satisfaction (ISS) (Índice de Satisfacció n Sexual) (Hudson, Harrison y Crosscup,
1981), Dyadic Adjustment Scale (DAS:) (Escala de Ajuste Diá dico) (Spanier, 1976),
Communication Function Questionnaire (CFQ) (Cuestionario de la Funció n
Comunicacional) (Burleson, Kunkey, Samter y Werking, 1996) y la Dyadic Sexual
Communication Scale (DSC) (Escala Diá dica de Comunicació n Sexual) (Catania,
2010). El propó sito fue identificar las relaciones entre la satisfacció n marital y
sexual con la comunicació n sexual y no sexual (Mark y Jozkowski, 2012).
Estas son las preguntas que hacen parte de la Escala de Orientació n Sociosexual
(Simpson y Gangestead, ob.cit.):
2. ¿Con cuá ntas parejas diferentes considera usted que tendrá relaciones
sexuales durante los pró ximos cinco añ os?
3. ¿Con cuá ntas parejas ha tenido relaciones sexuales en una sola ocasió n?
4. ¿Con qué frecuencia fantasea con tener relaciones sexuales con alguien
que no sea su pareja actual?
En el mismo estudio, los investigadores encontraron que las mujeres que desean
una relació n a corto plazo eligen varones agresivos, musculosos, arrogantes,
físicamente atractivos e influyentes. Las que quieren una relació n a largo plazo
prefieren hombres inteligentes, econó micamente solventes, condiciones de ser
buenos padres, cariñ osos y fieles. Es interesante observar que durante los días
fértiles las mujeres escogen personas con las características necesarias para una
relació n amorosa a corto plazo.
debido a la necesidad de esforzarse por encontrar una compañ era. La hipó tesis que
se deriva de esta evidencia es que el vínculo amoroso a largo plazo dependerá de
bajos niveles de testosterona.
10 Mito de la violación: “Cuando las mujeres usan de faldas cortas y ajustadas, es que están
provocando para ser violadas”
En esa misma direcció n Speed y Gangestead (1997) encuentran que las mujeres
se sienten atraídas por los siguientes aspectos de un varó n: físicamente atractivo,
que esté a la moda, independiente, expresivo, confidente, divertido y que esté bien
vestido. Para los varones los aspectos que atraen de una mujer son: físicamente
atractiva, que esté a la moda, independiente, confidente y con una buena familia.
Estos autores observan que la capacidad adquisitiva no es un factor predominante,
al contrario del estudio de Buss. Sin embargo señ alan que existen muchas
limitaciones en esta á rea de investigació n, debido a la complejidad de los factores
sociales e histó ricos.
Para los japoneses existe una palabra que expresa los sentimientos y vivencias de
una pareja amorosa: amae. Proviene de una palabra que significa “dulce”. Involucra
sentimientos de calidez, seguridad e intimidad, los cuales emergen cuando se sabe
que la otra persona los aportará incondicionalmente. Amae es má s que un estado
emocional, hace referencia a los comportamientos asociados con los sentimientos
de amor. En síntesis es una palabra que indica que el otro está dispuesto a
aceptarme y a ser indulgente conmigo (Yamaguchi, 2004).
Mori y Decuop (2004) indican que los estudios sobre la menopausia se extendieron
a partir de un artículo escrito por Robert Wilson en 1966 acerca de la disminució n
estrogénica y su influencia en el estado de á nimo.
Casas, Caulo y Couto (2003) consideran que los sudores nocturnos se asocian
con el insomnio, lo que deriva en fatiga e irritabilidad, sin embargo, la diná mica
familiar, las relaciones interpersonales y la satisfacció n laboral son má s
importantes para el desarrollo de la depresió n. En el estudio que llevaron a cabo en
Santiago de Cuba, constataron que só lo el 41% de las mujeres climatéricas con
nivel educativo superior manifestaban sentirse deprimidas. También encontraron
que a mayor apoyo familiar son menos los síntomas psicoló gicos.
Ojeda y Bland (2006) observaron que las mujeres menopáusicas que tienen mayores
probabilidades de desarrollar trastornos psicoló gicos son aquellas que presentan
trastornos de personalidad.
Ademá s de las crisis vitales y los trastornos de personalidad, otro factor que
influye en la expresió n de alteraciones del humor y el comportamiento es la falta
de conocimiento acerca del climaterio. Ferná ndez, Ojeda, Padilla y De la Cruz
(2007) observaron en una muestra mexicana de 4162 mujeres entre los 45 a 59
añ os que el 87% de ellas poseían poco conocimiento.
disminució n del interés sexual, en cambio 23% notaron un aumento del deseo y
20% de las mujeres encuestadas no notaron modificaciones.
En otro estudio llevado a cabo en 2001 mujeres australianas con edades
comprendidas entre 45 y 55 añ os se determinó que la mayoría de las mujeres
de la muestra (62%) no informó sobre cambios en su interés sexual, mientras el
31% reportó un decremento (Dennerstein, Smith y Burger 1994). En Dinamarca,
se observó que de 474 mujeres nacidas en 1936, entrevistadas a los 40, 45 y
51 añ os, el 70% no había experimentado cambio en su deseo sexual durante el
climaterio. Fue interesante ver que la modificació n en el deseo sexual en las
mujeres de 51 añ os no se produjo con la menopausia. La conclusió n a la que llegan
estos investigadores es que las alteraciones de la respuesta sexual son producto de
la interpretació n que la mujer le da a su experiencia menopá usica.
A partir de los estudios señ alados, se puede apreciar que la actividad sexual
femenina durante el climaterio no necesariamente disminuye, depende de las
características socioculturales del grupo al que se dirige el estudio.
El climaterio es una etapa de la vida femenina que produce una crisis en la
identidad de la mujer. Sin embargo, la crisis puede ser interpretada como una
oportunidad o como un peligro, tal como se sugiere en el ideograma chino para la
palabra.
La tendencia desde la década de los sesenta ha sido presentar a la menopausia
como una anormalidad, de tal manera que se ha generado un negocio médico
a partir de la mitificació n de la menopausia. Por ejemplo, en 1994 se calculaba
que 45000 mujeres estadounidenses estaban recibiendo sustitució n hormonal, la
misma cifra de histerectomías se llevaron a cabo en Australia, siendo que el 90%
de las cirugías eran innecesarias (En: Aldana, 2008).
Aquella que hizo del sentido de su vida el ser madre, cuando llega a la menopausia
debe asimilar que no podrá traer nuevos hijos al mundo y contemplar có mo los
que tiene se separan de ella para emanciparse. Para que la vida aú n pueda ser
vivida, se aferran de los hijos impidiéndoles la desvinculació n, a través de hacerlos
sentir culpables por dejarla, una frase comú n es: “no me pueden dejar después de
que sacrifiqué mi vida por ustedes”. Sus alegrías se han limitado a los éxitos de su
progenie, lo propio con el sufrimiento, ha estado supeditado a las desdichas de los
hijos. Estas madres se convierten en las suegras que invaden la vida conyugal de
sus hijos, descalificando a la nuera o al yerno.
La mayoría de las hijas de las “madresposas” han luchado en contra del modelo de
mujer que les ofrecieron. Los movimientos feministas son la expresió n radical de
la negació n de la mujer como madre y esposa abnegada. La manifestació n de la
liberació n ha ocasionado que los varones entremos en crisis. Acostumbrados a ser
“atendidos” por nuestras madres y con un modelo de hombre proveedor ofrecido
por nuestros padres, hemos sido incapaces de construir un modelo masculino
que involucre aspectos femeninos como ser: la expresió n de sentimientos y los
quehaceres en el hogar.
Las “madresposas” censuran tá citamente a las mujeres que trabajan, a las que son
capaces de alcanzar el placer y a las que deciden realizar sus sueñ os exentos del
servicio a los demá s. Los esposos machistas boicotean los intentos de
emancipació n y autorrealizació n a través del maltrato y el chantaje.
Las “madresposas” no podían romper sus matrimonios porque no eran autó nomas
econó micamente, los maridos las chantajeaban con el dinero y con la tenencia de
los hijos. Las mujeres en proceso de emancipació n pueden dejar a sus esposos
puesto que han logrado autonomía econó mica. Por ello es que el ú nico recurso
para el chantaje que les queda a los maridos machistas es la tenencia de los hijos.
ese sentido, el fin de una etapa anuncia la aparició n de la siguiente. Haley (2006)
hace alusió n a las etapas del ciclo vital familiar. Otros investigadores, han recurrido
al concepto para aplicarlo a la evolució n de la pareja (Raje, 1997. Montgomery y
Sorell, 1997).
El enfoque sistémico considera que las crisis evolutivas son indispensables para la
reorganizació n de un sistema, de ahí que las etapas de cualquier ciclo son
precedidas por la presencia de conflictos, la solució n conlleva al surgimiento de
una nueva etapa (Pinto, 1995, Rios, 2005).
Al igual que el miedo, el deseo sexual está determinado por nuestros genes: ante
la oportunidad de có pula nuestro organismo ordena la activació n de la respuesta
sexual. En la mayoría de los mamíferos la atracció n sexual se da por la recepció n de
las feromonas, la misma que se recibe en el ó rgano vó meronasal (OVN), también
denominado ó rgano de Jakobson, sus receptores se localizan en el epitelio
sensorial del ó rgano olfatorio.
Segú n Buss (1996), el varó n en la naturaleza tenía que demostrar a las hembras
que era el má s fuerte, por lo que hacía alarde de sus virtudes físicas. Por su parte
Fisher (2007), considera que los machos humanos iban detrá s de las hembras que
les aseguraban la reproducció n de sus genes, por lo tanto, mientras má s mujeres
eran fecundadas, mayor era la probabilidad de tener hijos. Los planteamientos de
11 La feniletilamina es una amina aromática (C 8H11N), es una hormona activadora del sistema nervioso
al igual que las anfetaminas. Klein y Lebowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York la asociaron
al enamoramiento, puesto que comprobaron que se produce ante las miradas de conquista.
12 La vasopresina es una hormona peptídica antidiurética, es decir, disminuye la eliminación de agua.
Su presencia en el organismo produce vasocontricciones, las cuales conllevan a la erección del
pene.
Buss y Fisher sugieren que la sexualidad masculina estuvo regida por la tendencia
a tener varias parejas, en otras palabras: ¡los varones somos infieles innatos!
La activació n del deseo sexual femenino depende de la excitació n del nú cleo ventro
medial del hipotá lamo y el nú cleo supraquiasmá tico. La respuesta sexual femenina
se inicia gracias a la secreció n de estradiol13 y testosterona14, es interesante
observar que se da un incremento de ambas hormonas durante la etapa de la
ovulació n, predisponiendo a la mujer para el “ardor sexual”. La estimulació n
del OVN por la AND masculina promueve la alteració n fisioló gica en la mujer, sin
embargo, a diferencia del varó n que es fundamentalmente viso-sexual, la
sexualidad femenina se inicia con el deseo provocado por mú ltiples sensaciones,
por lo que es factible decir que la mujer es poliseonsorial-sexual.
18 Las hembras de los bonobos tampoco entran en celo, al igual que las humanas están prestas para
la cópula en cualquier momento. Ver: De Waal, F. (1997).
19 Es importante señalar que la división entre estimulación externa e interna es una apreciación simplificada
de los complejos procesos de organización de la actividad sexual humana, puesto que no se trata
de un organismo pasivo ante el contexto ambiental y fisiológico.
20 La copulina es una hormona femenina segregada durante la ovulación (el periodo fértil de la mujer),
Astrid Jutte la ha identificado como una potente feromona humana. Para profundizar ver: Borgarelli,
P. (2007) Aporte para el conocimiento anatomo-funcional del órgano vomeronasal humano y
su probable relación con la conducta socio-sexual. En: Revista Alcmeon, Vol. 14, Nº1.
Disponible en: http://alcmeon.com.ar/14/53/borgtotal.pdf
21 Androstenona: feromona humana que al ser expelida produce en la mujer la sensación que se encuentra
delante de un hombre dominante (macho alfa) ocasionando la activación del deseo; en cambio,
cuando es percibida por otros varones, la sensación es que se está en presencia de un competidor.
Información disponible en: http://www.feromonas.org/index.html?lang=es&target=d13.html
22 Las neurotrofinas son proteínas que sirven para proteger a las neuronas y permitir el desarrollo
de conexiones óptimas entre ellas.
amor construidos en nuestra infancia a partir de las relaciones con las personas
que nos son afectivamente significativas: padres, amigos, profesores, etc. Estos
mapas se configuran como referentes de las características que nos son atrayentes
y que determinará n la selecció n de pareja.
Si bien existe evidencia acerca de la influencia de los olores eró ticos asociados a la
atracció n sexual (Bhutta, 2007), en los cuales se pone de evidencia la
compatibilidad genética, como por ejemplo el complejo de la histocompatibilidad
(Wedekind, Seebek, Bettens, Papke, 1995), otros estudios se inclinan por la
importancia de la estética del rostro humano y su relació n con la salud, de tal
manera, que nos sentiremos má s atraídos por los rostros simétricos pues éstos
tienen mayor probabilidad de pertenecer a personas que nos aseguran hijos sanos
(Thornhill, y Grammer 1999).
Como era de esperar, el elixir no surtió el má s mínimo efecto, Adina ignora al pobre
Nemorino. La desilusió n del campesino, hace con que considere que necesita beber
Es indudable que en las mujeres su estado fisioló gico afecta la direcció n de sus
intereses amorosos, los residuos de los mandatos genéticos de nuestras antepasadas
influyen aú n en la activació n sexual de las mujeres del siglo XXI.
Una comida con altos niveles de colesterol no benefician al erotismo, puesto que
el colesterol se plasma como un inhibidor de la respuesta sexual masculina. Así lo
indica el estudio realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de
Pavia (Fogari et al. 2002).
Por su parte Wells, Read, Laugharne, y Ahluwalia, 1998) demostraron que existe
una estrecha relació n entre bajos niveles de colesterol y la expresió n de la ira y la
manifestació n de tristeza.
El equipo de Wei (1994) demostró que los excesos de colesterol o su falta influyen
directamente en la erecció n. Estudios similares coinciden en señ alar la
disminució n de la actividad sexual o la expresió n de problemas en la respuesta
sexual de los varones con altos niveles de colesterol concomitantes a presió n
arterial elevada. La testosterona se relaciona con los grados de colesterol, por lo
que es imprescindible su producció n considerando la frontera entre lo saludable y
lo insalubre. De ahí que si la oxitocina se encuentra en el chocolate, la testosterona
lo hace en la carne con poca grasa.
La ciencia del siglo XXI nos ofrece la posibilidad de producir un efectivo elixir de
amor, sin ser propiamente un émulo del Dr. Dulcamara, puesto que a diferencia del
mañ oso doctor ofreceríamos legítimamente productos que en el laboratorio se
mostraron eficaces. ¿Qué lograríamos? Un varó n desesperado por concretar un coito
y una mujer tierna con escozores, y aquél que se dio un banquete de apio irá
desparramando en el aire el olorcillo de la feromona masculina. Lo que habríamos
obtenido es un caldo para activar los genitales, de ninguna manera una poció n de
amor.
Y te amo…
en el olor que tiene mi cuerpo de tu cuerpo.
Piedad Bonnet
La naturaleza dotó a los seres vivos con un programa genético que les permitiera
adaptarse y sobrevivir a las amenazas del entorno, el ser humano no fue una
excepció n. Fuimos determinados para ser presas y no depredadores, nuestras
condiciones físicas nos hacían tan vulnerables como cualquier otro animal de la
sabana africana. Somos una especie que ha sobrevivido gracias a la inusual
habilidad de organizarnos en grupo y no por los limitados recursos defensivos de
nuestro cuerpo (Linares, 2012). Por ejemplo, la velocidad má xima que alcanzamos
es de treinta kiló metros por hora, un guepardo durante la caza llega a una
velocidad mínima de ochenta kiló metros por hora, la gacela logra setenta
kiló metros por hora.
Como éramos muy frá giles ante los depredadores, hemos desarrollado un sistema
emocional de alerta excepcional. El miedo por ejemplo, es la consecuencia de la
segregació n de epinefrinas que excitan al sistema muscular prepará ndonos para
la huida. Gracias a la adrenalina, ante la visió n de dos guepardos hambrientos
podíamos acelerar nuestra corrida hasta treinta y siete kiló metros por hora, o nos
quedá bamos paralizados como la zarigü eya con la esperanza que los guepardos
sean gourmets sofisticados que desechen cadá veres. ¡Lo má s probable era que
seamos devorados!
Hoy en día tenemos pocas experiencias donde nuestra vida está en riesgo por
peligros naturales, sin embargo, la carga genética continú a intacta, pues los genes
no se han enterado que hemos superado nuestra vulnerabilidad natural.
Continuamos segregando las mismas sustancias químicas que eran indispensables
para sobrevivir, ningú n leó n nos persigue pero nuestro organismo se colma de
activadores del sistema nervioso cuando tenemos que enfrentar un examen
académico. Los estímulos han cambiado, pero las respuestas emocionales siguen
siendo las mismas porque los esquemas genéticos son inmutables: nuestro
organismo es ciego, responde a la estimulació n de las hormonas.
Cabe concluir que el estrés es un evento moderno que puede llevarnos a la tumba
puesto que la exposició n permanente a situaciones estresantes conlleva la excesiva
producció n de cortisol que acabará convirtiéndose en un destructor de tejidos y
mú sculos, ocasionando el riesgo de padecer trastornos cardíacos.
Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
Para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
Pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.
El dolor de los enamorados puede ser tan intenso que en algunos casos se produce
la muerte debido a la cardiomiopatía de Takotsubo 26. Segú n Martin Corwie del
Hospital Brompton, en Londres, las personas que sufren la pérdida de un ser
amado tienen mayor riesgo de morirse después de seis meses de la pérdida.
Frances O’Connor denominó “pena compleja” al síndrome del corazó n roto que se
asocia con la cardiomiopatía de Takotsubo27.
“¡Me muero por ti!”, “me estoy muriendo de amor” y otras frases expresadas
por amantes frustrados aparentaban ser las manifestaciones poéticas de corazones
desesperados. Sin embargo, en 1990 se publica el artículo “Takotsubo-type
cardiomyopathy dueto multivessel spasm” en el cual se describen los hallazgos de
dos cardió logos japoneses: Sato y Dote.
26 Recer, P. (2003) Broken heart can hurt the brain as much as a physical injury. En: The
Milwaukee Journal Sentinel. Nº 10. Una colección de artículos sobre “el corazón roto” está
disponible en: http:// www.highbeam.com/doc/1P2-6239637.html
27 Regnante, R., Zuzek, R., Weinsier, S.,. Latif, R., Linsky, R., Ahmed, H., Sadiq, I. (2009)
Clinical Characteristics and Four-Year Outcomes of Patients in the Rhode Island Takotsubo
Cardiomyopathy Registry. American Journal of Cardiology. Vol. 103, Nº 7, Pags. 1015-1019
Las personas má s estú pidas confundirá n el descenso del deseo con la desaparició n
del amor y propondrán el rompimiento del vínculo; sin percatarse que el ser
humano ha superado las necesidades bá sicas para priorizar los valores
trascendentales que será n los que configuren la creació n del lazo amoroso.
El amor no es cuestió n del automatismo del sistema nervioso autó nomo regido
por las exigencias genéticas, en todo caso, el amor es definido por las regiones
prefrontales de la corteza cerebral, las cuales está n dirigidas por los
condicionantes morales de la cultura. El enamoramiento no es producto de una
elecció n conciente, simplemente se da, cualquiera se puede enamorar.
El enamorarse se dice falling in love en inglés, significa tropezarse en el amor.
Una excelente manera de decir que el enamoramiento puede por cuestiones del
azar volverse una buena elecció n conyugal. Lo que sí debe quedar claro es que nos
augura una buena relació n pasional.
Puedo decir que el enamoramiento es una prolongació n de la atracció n sexual a
la cual se añ ade la ternura, produciéndose un vínculo que oscila entre el deseo
y la protecció n. Mikulincer (2006) observa una relació n intrínseca entre el
comportamiento amoroso y el estilo de apego en los humanos.
Por su parte, Brumbaugh y Fraley (2006), consideran al apego como un sistema
vincular que define la proximidad afectiva en las relaciones amorosas, consecuente
con la sensació n de seguridad que ofrece la percepció n de sentirnos protegidos. La
seguridad afectiva favorece las conductas de exploració n.
El enamoramiento no solamente será definido por los condicionantes bioló gicos
del deseo sexual, sino que ademá s involucra los requerimientos de protecció n
inherentes a la especie humana. El lazo amoroso produce un estado de neotenia 28,
por lo que los enamorados reactivan sus estilos de proximidad afectiva vivenciados
en la infancia.
La neotenia es la responsable para la permanencia afectiva, es la pauta que nos
hace monó gamos a pesar de la genética que nos impulsa a la promiscuidad. La
organizació n cerebral primaria activa el impulso de la atracció n sexual, la
emocional o secundaria vivifica las sensaciones agradables de la protecció n de
nuestra infancia. Finalmente será n las zonas terciarias (prefrontal) las que
modulará n la decisió n de amor. (McClean, 1989).
Cuando el estilo de apego es seguro, las probabilidades de mantener el vínculo a
pesar de la disminució n de intensidad del deseo son altas; al contrario, cuando el
La mirada del otro define nuestra existencia (Cyrulnik, 2011), pone en juicio
nuestros mitos y narraciones (Linares, ob.cit.), nos avergü enza y nos confirma.
Es un círculo de reforzamientos mutuos, por ejemplo: ver juntos una película que a
uno le es significativa, porque hace parte de su narració n y de sus mitos, aunque no
lo sea para el otro, ocasiona un clima de ternura, interpretado como “a ella le gusta
lo que me gusta” y por ella: “él es tan tierno cuando se apoya en mi pecho para ver
la película”. Interpretaciones distintas, ante el mismo evento. Luego, en medio de la
película la pareja se da un beso, él la besa conmovido por la compatibilidad, ella
por la ternura, a continuació n el beso activa la respuesta sexual y ambos se
involucran en un torrente de pasió n.
El enamoramiento coincide con la rebelió n hacia los mitos familiares, hace parte
del proceso de desvinculació n de la familia de origen, para aquellas personas que
provienen de familias disfuncionales, el otro puede ser una oportunidad para
romper los juegos patoló gicos de su hogar. En el caso de las familias funcionales, el
enamoramiento simplemente fortalece el proceso de desvinculació n y emancipació n
ya existente en el sistema familiar (Haley, 2006). En el primer caso, la consecuencia
será la patología del enamoramiento: la simbiosis.
Por su parte, Ellis (1995) revisa las condiciones de atracció n presentes en varias
culturas, identifica tres requisitos indispensables para que un varó n sea atractivo
sexualmente para las mujeres: proveedor eficaz, habilidades de protecció n y prestigio.
Las señ ales que propician la presencia de estas tres características las encuentran
en el status social, la ornamentació n, la ostentació n del poder econó mico, la fuerza
física, la expresió n verbal y corporal y la presencia de personalidades fuertes y
dominantes.
Por supuesto que los factores de atracció n sexual difieren entre varones y mujeres,
aú n aquellos que se relacionan con las características individuales como el
temperamento y la personalidad (Levesque, Nave y Lowe, 2005). Es así que los
rasgos relacionados con la provisió n, el prestigio y la fortaleza son características
atractivas para las mujeres, mientras que los relacionados con la ternura,
protecció n y capacidad procreadora lo son para los varones. Tal vez los
condicionantes bioló gicos genéticamente transmitidos, se han camuflado en rasgos
socialmente establecidos.
Una de las consecuencias nefastas de las concepciones socio bioló gicas del amor es
la justificació n de las actitudes machistas, por ejemplo, puesto que la mujer busca
alguien que provea es correcto que ellas se queden en la cocina y ellos vayan a la
oficina (Bourassa, 2004). No se trata de justificar la opresió n porque naturalmente
estamos determinados. Todo lo contrario, lo que nos hace humanos es la capacidad
de trascender nuestra condició n natural.
Triandis (1979) elabora un modelo teó rico acerca de la influencia de los valores en
las relaciones interpersonales: mantenemos nuestras relaciones sociales a partir
de la coincidencia entre nuestros principios y los que tienen los otros. Lou y Zhang
(1979) identificaron que la reciprocidad (Newcomb, 1956, Kenny, 1994) es el
valor má s importante en los vínculos amorosos en relació n a la similitud, la belleza
y la seguridad.
Visual
Olfativo
Placer Agresión
Abstinencia Inhibición
Endorfinas y
Oxitocina
109
opiáceos
Bismarck Pinto Tapia
La “revolució n sexual” se inicia con la publicació n del libro “Conducta sexual del
varó n” de Alfred Kinsey en 1947, ocasionando un repentino cambio de actitudes
hacia la sexualidad en los Estados Unidos y en Europa. Al finalizar la época
franquista se produce la “liberació n sexual” y el “destape” en Españ a. El amor deja
de asociarse con la sexualidad, ¡era posible amar sin sexo!, y ¡tener sexo sin amor!
No se trata de sexo casual (casual sex) (Sö nmez, 2006. Grello, Welsh y Harper,
2010). En el ficar no se presenta el coito, puesto que se trata de una forma de
relacionarse placentera sin que amor y sexo vayan juntos. Un joven brasileñ o lo
define así: “Normalmente es un intercambio de besos y caricias durante un corto
periodo de tiempo -una noche-, y después, no se vuelven a interesar el uno por el
otro”.29
29 En: http://br.answers.yahoo.com/question/index?qid=20071225153035AAx7pZI
“Prenderse” no se relaciona con “agarró n”, palabra que se empleaba para referirse
a una relació n pasional sin compromiso ni intimidad, esencialmente sexual.
“Prende” tiene el mismo significado que fica.. Se dice “prenderse” a la acció n de
establecer un “prende”.
Se habla del “prende fijo” para hacer alusió n a aquella persona que por lo general
está dispuesta a “prenderse” con uno, de tal manera que pueden ocurrir infinidad
de “prendidas” entre ambos.
El “prende” cuando es preá mbulo de una relació n coital (oral, anal o genital), deja
de ser “prende” y se convierte en “algo má s”; término que permite comprender
mejor que la connotació n del “prenderse” implica placer sensual y no
necesariamente relaciones genitales.
Esta forma de vinculació n eró tica entre los jó venes, obliga a identificar con
precisió n el lenguaje no verbal para no caer en trampas o echar a perder la
posibilidad de conquistar a una persona con la que se espera tener una relació n
amorosa seria. Los varones tienen má s dificultades que las mujeres para
decodificar las señ ales no verbales, por lo que confunden má s fá cilmente que las
mujeres las invitaciones a tener un “prende”.
El “prende” se sitú a en una moral ambigua, puesto que la mayoría de los muchachos
y muchachas afirma haberse “prendido” alguna vez; al mismo tiempo que
consideran un acto de infidelidad si su pareja estable lo hace.
Los “prendidos” abandonan el sueñ o breve de su encuentro y al abrir los ojos tal
vez comentetará n que se dejaron vencer por las pasiones. Volverá n la mirada hacia
su có mplice pero no reconocerá n al compañ ero eró tico, será como que se hubiera
despojado de la magia del placer para volver a ser el amigo o la amiga de siempre,
quizá se sonrían el uno al otro como remembranza pícara de lo que ocurrió entre
ellos, o quizá fatalmente alguno de ellos no pueda liberarse de las sensaciones que
aú n hacen eco en el corazó n y se sumirá en la tristeza que queda cuando alguien
sabe que su amor no será correspondido.
31 El equipo de investigación fue dirigido por el autor del libro y las Licenciadas Alhena Alfaro y
Natalie Guillén. Los resultados se publicaron en los Cuadernos de Investigación del IICC.
Para tener un “buen prende” es indispensable que ambos protagonistas del hecho
estén de acuerdo en las siguientes reglas bá sicas:
Habrá n caricias eró ticas que no deberá n concluir en cualquier tipo de coito
(oral, anal o genital).
¿Có mo saber que el compañ ero está dispuesto a “prenderse”? Nadie invita al otro
a “prenderse” expresá ndolo de manera verbal. Se trata de un complejo juego no
verbal en una escalada simétrica de insinuaciones que pueden ser aceptadas o no.
Está claro que si una de las dos personas siente auténtica atracció n por el otro no
cederá a las instigaciones, porque se considera incorrecto establecer un vínculo
amoroso genuino con alguien que está dispuesto a “prenderse”.
Se trata de insistir en que el cuerpo es nada má s que un receptá culo del Espíritu
Santo y como tal una incomodidad. Tal insistencia condenó el placer en todas
sus manifestaciones pero principalmente al placer sexual relacionado
forzosamente con el pecado original.
Las corrientes má s ortodoxas de la Iglesia Cató lica preferirían que los varones
fueran eunucos32 siguiendo la línea de San Pablo, al que no le queda má s remedio
que aceptar el matrimonio a pesar de sus objeciones: “En cuanto a lo que me
habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razó n
de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido” (1 Cor. 7,2-
1), pero acaba de esta manera: “Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien.
Y el que no se casa, obra mejor” (1 Cor.7, 38).
Los padres de los actuales jó venes han pertenecido a la generació n donde las
mujeres lucharon por su emancipació n, forjá ndose así una identidad femenina
exenta del referente masculino. En el matrimonio de los abuelos se vivía la
hegemonía masculina y la erradicació n del placer, situació n que la siguiente
generació n intentó
32 Basados en esta frase del Evangelio: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay
eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino
de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12).
Las mujeres bolivianas en todos los estratos sociales abandonaron el rol “paulista”
de “madresposas” para buscar su identidad apartadas de la sombra masculina; los
varones fueron presa de una crisis en su identidad debido a las exigencias
femeninas: las mujeres desean varones que puedan atender el hogar, cuidar de los
niñ os y ofrecer ternura. Sin pará metros en sus progenitores, los varones
incrementaron sus conductas machistas.
La familia patriarcal empezó su transacció n hacia una familia democrá tica, sin
embargo, el cambio ofreció una madre con doble jornada laboral (dentro y fuera
de la casa) y un padre ausente (huyendo del hogar). Los hijos se decepcionaron del
matrimonio y de la familia tradicional, no desean repetir la historia de sus padres
por lo que está n promoviendo la convivencia sin compromiso y la tenencia de hijos
sin necesidad del matrimonio.
Los padres de los jó venes actuales dan énfasis al futuro antes que al presente,
contrariando a los abuelos, quienes preferían el pasado. Los jó venes no
comprenden la visió n hacia el mañ ana de sus padres porque han gestado una
generació n “hic et nunc” (aquí y ahora), en la que lo má s importante es disfrutar
del momento.
En un estudio acerca de las actitudes hacia el amor se identificó el amor tipo “Eros”
como predominante tanto en varones como en mujeres universitarios bolivianos.
El amor “Eros” se refiere al amor apasionado y romá ntico, caracterizado por la
atracció n física y la pasió n. En cuanto a los componentes del amor, mujeres y
varones priorizan la pasió n, mientras que la intimidad es un poco má s importante
para ellas que para ellos, en relació n al compromiso, los varones tienden a
señ alarlo como má s importante que en el caso de las mujeres (Cooper y Pinto,
ob.cit.).
El “prende” se instala como una forma de rebelió n ante las formas de relació n
establecidas por la generació n anterior. Por un lado cuestiona al amor romá ntico
al plantear la posibilidad del placer sin amor, por otro, se rebela contra la
116 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia
¿Cuá les son los riesgos del “prende”? Justamente que fracase en sus intenciones
revolucionarias:
Fracaso ante el machismo. Los varones rechazan a las mujeres que se han
“prendido” por considerarlas putas, mientras que entre ellos se valora como
“macho” al que se “prende” con la mayoría de chicas.
Silver (2000) y Lü ders (2008) revisan la influencia de las redes en las relaciones
interpersonales, mostrando un incremento en su uso y el desarrollo de nuevas
formas de interacció n generadas por estos recursos de la Internet. Dutton y Blank
(2011), en un estudio realizado en el Reino Unido, muestran que el uso de la
Internet ha superado a la audiencia de la televisió n, (46% recurre a la Internet y el
15% lo hace a la televisió n), encuentran que las personas mayores de cincuenta
añ os está n igualando en el uso de la Internet a las personas de la generació n actual.
Actualmente 20% de los usuarios a la Internet son miembros de alguna red social.
Las personas inscritas a alguna red social, consultan su red al menos dos veces al
día. Lo que má s hacen los usuarios a las redes, es enviar y revisar mensajes. Como
promedio cada miembro llega a establecer vínculos de amistad con doscientas
personas, de éstos por lo menos ha sido eliminado el contacto con uno de ellos.
Es interesante que el 15% no coloca una foto real de sí mismo (Rivas Santi, 2012)
De las relaciones por Internet, el 7,9% son de índole amorosa. Estos lazos se
fundamentan en la restricció n de informació n que uno le da al otro, no se ofrece
sino la necesaria para evaluar la posibilidad de un encuentro formal. Entonces
es posible seleccionar los datos que se consideran atractivos o bien se exponen
aquellos percibidos como defectuosos con el afá n de definir si la otra persona a
pesar de ellos se siente interesada en mantener un lazo. (Wallace, 1999)
Dutton, Helsper, Whitt, Nai Li, Buchwalter y Lee. (2009) estudian parejas que se
formaron a través del chat o el correo electró nico. La muestra estuvo compuesta
por 14.607 matrimonios. 40% en Reino Unido, 29% en Australia y 33% en
Españ a. Los matrimonios que se conformaron después de relacionarse
virtualmente fueron 6% del Reino Unido, 9% de Australia y 5% de Españ a. El
estudio demuestra que las relaciones por Internet permiten a personas que no
podrían encontrarse hacerlo a través de este recurso informá tico. El conocerse a
través de empresas que utilizan informació n seleccionada a partir de pará metros
científicos, los cuales enfatizan los valores, intereses y la personalidad, conllevan a
una selecció n má s rigurosa y racional por parte del usuario, al contrario de lo que
ocurre en el mundo “real”, los encuentros son má s azarosos.
Llevan a cabo dos estudios, el primero: “mi yo real y mis relaciones por Internet”.
Plantean un cuestionario con 36 ítems, distribuidos en las siguientes á reas:
ansiedad social, soledad, expresió n del yo real, tipo de relació n, profundidad de la
relació n y comportamientos manifiestos online.
El segundo estudio trató sobre “la estabilidad temporal de las relaciones a través
de la Internet”. Se llevó a cabo un seguimiento del grupo participante en el
primer estudio por dos añ os, al cabo de los cuales 354 participantes pudieron
ser contactados nuevamente. De esta muestra 25% disolvieron su vínculo y 29%
establecieron una relació n amorosa. El resto definió vínculos de amistad (21%) o
mantuvieron contactos esporá dicos por la Red (33%).
Las parejas formadas a través de la Internet han permitido la reflexió n acerca del
debate sobre si nos enamoramos de nuestros opuestos o de nuestros similares.
Las personas que se vinculan amorosamente a través de las Redes Sociales, lo
hacen con aquellas que tienen similitudes, má s fá cilmente rechazan a los que son
diferentes (Dryer y Horowitz, 1997)
Los intercambios afectivos se establecen en una espiral de “me gusta de ti”: uno
expresa los aspectos agradables que percibe en el otro, el otro devolverá con lo mismo.
Los contenidos del intercambio recíproco estás referidos sobre todo a las
actividades, ideas, valores y actitudes y muy pocos a los aspectos físicos. (Wallace,
1999).
Los usuarios a las Redes Sociales piensan que no existe diferencia entre la
infidelidad en conexiones reales y los enlaces virtuales. En una pesquisa de 6.000
parejas casadas, el 97% desaprueba que sus có nyuges se vinculen
afectivamente con otras personas en Internet y el 85% estaban en contra del
coqueteo en línea. La desconfianza entre las parejas es relativamente alta un 20%
admite que siente celos por lo que no escatiman esfuerzos en leer los mensajes de
correo electró nico de sus parejas y un 13% comprueba si existen indicios de
infidelidad en las historias
Psicología del amor: el amor en la pareja 121
Bismarck Pinto Tapia
publicadas en las redes sociales de sus có nyuges. (Dutton, Helsper, Whitty, Nai Li,
Buchwalter y Lee, 2009).
Varios estudios coinciden con los resultados del estudio piloto de McCown,
Fischer y Homart (2004), donde se identifica que las personas que se vinculan
romá nticamente online tienden a dar crédito a la informació n que reciben aunque
pocos son los que inician su relació n mencionando sus verdaderos nombres. El
porcentaje de personas que pasan la barrera de la amistad es de alrededor del 6%.
¿Es posible la intimidad en las relaciones amorosas online? Los datos expuestos
hasta el momento motivan a suponer que sí es posible, sin embargo ¿habrá
diferencias en comparació n a las relaciones cara a cara? Scott, Mottarella y Lavooy
(2006) decidieron investigar el problema utilizando la escala que mide la
Intimidad del cuestionario del concepto de amor de Sternberg y la escala del amor
de Rubin. Encuestaron a 546 personas, 159 varones y 387 mujeres, comprendidas
entre los 18 y 59 añ os. Todas tuvieron experiencias amorosas on-line y cara a
cara.
Si partimos de la premisa segú n la cual, los usuarios de las Redes Sociales asumen
como verídica la informació n que reciben (Blank y Dutton, ob.cit.), entonces los
cibercriminales pueden involucrarse sentimentalmente con personas ingenuas
(Lusthaus, 2012). A pesar de los evidentes riesgos, los psicó patas también pueden
encantar a sus víctimas en relaciones cara a cara (Garrido, 2000).
Cuenta la leyenda colonial referida por el cura Emeterio Villarroel (1789) que una
joven e imprudente mozuela llamada Lorenza Choquiamo se enamoró perdidamente
de un ladronzuelo de mal vivir -aunque reivindicado por las idas y venidas de la
historia como una especie de Robin Hood andino- de nombre Anselmo Belarmino
y apodado el Chiru Chiru o Nina Nina.
Las relaciones amorosas prematuras, son por lo tanto las má s proclives a terminar
convertidas en el SCHL. Los jó venes que provienen de familias donde la expresió n
física del afecto es una excepció n, experiencias intensas de duelo y de las familias
donde los padres atraviesan una crisis conyugal, es má s probable que establezcan
vínculos de pareja afectivos como sustitutos de la carencia amorosa familiar.
Cuando la necesidad afectiva es saciada por su pareja o el proceso de duelo
concluye recién se percatan de quien es el objeto de su enamoramiento, puede
ocurrir que el azar favorezca un buen vínculo, pero también se corre el riesgo de
que la elecció n sea infortunada y la pareja resulte un ser humano maligno.
ante tanta generosidad, por lo que finalmente, fá cilmente la presa cae en las garras
del depredador. Si bien la película tiene un final feliz para la víctima, las historias
en el mundo real suelen terminar muy mal para ellas, por ejemplo: descubrir que
el encantador está casado y tiene hijos, quedar embarazada y percatarse que se
tendrá que asumir la crianza del bebé en completa soledad, terminar en el hospital
o en la morgue.
Una historia real del SCHL con una personalidad maligna fue la relació n entre el
asesino serial Charles Starkweather y la adolescente Caril Fugate. Charles asesinó
a la madre de Caril porque no estaba de acuerdo con el romance y después mató al
padrastro. Caril ayudó a su enamorado a limpiar la escena del crimen.
Starkweather fue sentenciado en la silla eléctrica después de haber asesinado a 11
personas y Caril cumple cadena perpetua debido a su comlicidad (Leyton, 2005).
Sin embargo, el SCHL puede darse fuera de una relació n inmadura u otra
patoló gica, puede simplemente ocurrir entre dos personas pertenecientes a
mundos diferentes en los cuales su pareja jamá s será aceptada. Ejemplos de este
tipo de vínculos se dan cuando existen diferencias étnicas, econó micas, religiosas,
generacionales, de orientació n sexual, etcétera.
¿Qué pueden hacer las personas que se dan cuenta de la incompatibilidad amorosa
de los portadores del SCHL? ¡Nada! Es má s, por lo general la intervenció n
incrementa el deseo y fortifica el vínculo eró tico de la pareja. El riesgo de que
los amantes tomen decisiones siniestras se hace mayor cuando agentes externos
intervienen tales como el suicidio, asesinato o el suicidio-asesinato.
Los portadores del SCHL se enajenan del mundo y se insertan en las profundidades
de la pasió n, anulan la racionalidad y la moralidad, só lo existen el uno para el
otro en una simbiosis con un fuego aparentemente inagotable. Al cerrarse ante el
mundo crean un sistema de creencias fundamentado en sus ilusiones eró ticas
donde todo es posible y aceptable, incluyendo el destruir a los demá s tal como
ocurrió con la patética relació n de los delincuentes estadounidenses Bonnie
Elizabeth Parker y Clyde Champion Barrow.
Lo que sí es posible es prevenir el SCHL, cuatro son las á reas en las cuales los
padres deben trabajar: el afecto físico, las alternativas vocacionales, la sexualidad y
la conyugalidad armoniosa.
Es imprescindible que nuestros hijos reciban caricias psicoló gicas y físicas, deben
sentirse queridos por todos los flancos posibles, sin que ello signifique anular los
límites, deben reconocerse amados y aceptar la necesidad de respetar a los padres.
Desde pequeñ os los hijos deben aprender a buscar sus potencialidades, esto se
hace ampliá ndoles el mundo, fomentando la bú squeda de su realizació n,
mostrá ndoles alternativas para que aprendan a elegir y comprendan que pueden
elegir sin ser censurados.
Lo má s difícil se sitú a en el á rea conyugal de los padres, donde los hijos verá n lo
que es una relació n de pareja que será la base de sus propias relaciones amorosas.
Deben aprender que el amor no se reduce a la pasió n, sino que los padres negocian
sus diferencias y que la vida personal no se somete a la vida conyugal.
3.3. La simbiosis.
La idea romá ntica del amor favorece el establecimiento de esta etapa como si
se tratara de la meta que toda relació n de pareja debería alcanzar. Dicha idea se
patentiza en la concepció n del amor como el encuentro entre dos medias naranjas
(De Angelis, 1994).
Quizá s la metá fora sea una pobre emulació n del mito del andró gino relatado en
“El Banquete” de Plató n (edició n 1970). Aristó fanes cuenta que al inicio de los
tiempos existían tres sexos: los varones, las mujeres y los andró ginos. Estos
ú ltimos eran redondos, tenían cuatro brazos y cuatro piernas, dos rostros y los
genitales masculinos estaban junto a los femeninos por lo que no procreaban como
el resto de los mamíferos, sino que derramaban sus semillas en el suelo.
Los andró ginos eran arrogantes e intentaron subir al cielo para enfrentar a los
dioses. Ante la afrenta Zeus decidió partirlos por la mitad. Apolo se compadeció
de los pobres mutilados y curó sus heridas. Desde aquellos tiempos el Amor
intenta unir las partes separadas, de tal manera que cuando se encuentran se
funden para toda la vida haciendo que dos se conviertan en uno indivisible.
¡Por supuesto que existen personas que encontraron su símil! Esas parejas
excepcionales justifican el mito del andró gino y echan por tierra el suicidio de
Narciso. Pero son excepciones, no la regla. La mayoría de las personas se vincula
amorosamente con un desconocido. Durante la etapa de la conquista se puede
recurrir a la seducció n a través de la sugerencia de similitud, pero será recién
en la convivencia cuando los có nyuges descubran sus diferencias y aprendan a
negociarlas, a la par que compartirá n actividades comunes y construirá n nuevos
espacios de relació n. Nadie sabe de quien realmente se está enamorando hasta que
se desencanta.
No es posible una relació n amorosa cuando no tienen nada propio que entregarse
el uno al otro, el juego del amor obliga a la reciprocidad, por lo que se hace
indispensable el dar y recibir desde la pertenencia. Un amante adolescente
depende de sus padres, no ha definido el sentido de su vida, en sí no tiene
nada suyo a no ser su cuerpo. El vínculo entre dos adolescentes no es
amoroso, es eró tico. O en términos de Sternberg (1989), só lo puede ser
“encaprichamiento” (pasió n) o “romá ntico” (pasió n + intimidad); pero no puede
establecerse un amor pleno,
Las frases que identifican a esta etapa entre otras, son las siguientes: “Sin ti no
vivo”. “Te necesito”. “Nunca cambies”. “Jamá s me dejes”. “Somos el uno para el
otro”, etcétera.
La pareja evita reconocer al otro como es, impone la imagen que se ha construido
de la persona y no permite que haya ninguna incongruencia. El otro en su afá n de
complacer para mantener la unidad se niega a sí mismo y se ajusta a las exigencias
especulares del otro. Ambos se entregan a un juego de espejos infinitos hasta
perderse a sí mismos.
Cada uno está hipnotizado por el otro: “A menudo, los có nyuges se sienten
individualmente atrapados en un diá logo vertiginoso en el que se profieren
palabras dolorosas e hirientes y se estimulan estados de conciencia hipnó ticos”
(Kershaw, 1994). La pareja no puede salir del trance porque el hipnotizador
también lo está . Se niega el dolor, se anulan las pérdidas, cada uno ha entregado la
totalidad de su vida al otro y nada propio les queda.
La simetría puede ser positiva cuando la entrega es beneficiosa para el otro, como
en el caso de las caricias; es negativa cuando la donació n es perjudicial, como
ocurre con los golpes e insultos. A una caricia el otro responde con otra caricia, a
un golpe el otro responde con otro golpe. Como no existen posibilidades de
enriquecer el repertorio porque no hay salida del sistema, se oscila entre la
simetría positiva y la negativa. Para continuar el juego los amantes deben provocar
situaciones que permitan su continuidad. Es lo que pasa en el círculo de la
violencia: maltrato, arrepentimiento, promesa de reparació n, éxtasis, nuevo
maltrato (Madanes, 1993).
la vida a alguien que no la merecía y la vergü enza hacia los que dijeron que la
relació n no valía la pena y no se les escuchó se hacen insoportables, por lo que la
muerte se presenta como la mejor opció n.
e) Quienes han sufrido una pérdida irreparable. Tanto en el caso del duelo no
resuelto (Worden, 1997), como en la pérdida ambigua (Boss, 2003), la persona
que no encuentra en su familia los recursos para terminar el duelo o afrontar
la ambivalencia ante una pérdida inminente, pueden establecer una relació n
simbió tica con alguien dispuesto al consuelo y a devolverle la esperanza.
b) La simbiosis “normal”
h) El matrimonio como solució n. Algunas parejas simbió ticas deciden casarse como
consecuencia de dos posibilidades: la primera, confunden su estado simbió tico
con el verdadero amor o la segunda, ven en el matrimonio la esperanza de salir
del círculo vicioso.
3.3.4. La colusió n
El concepto de colusió n fue acuñ ado por Jü rg Willi (1993) para referirse al
“inconsciente comú n” en la relació n conyugal Segú n este autor, la colusió n es la
presencia de un juego de pareja donde los conflictos se repiten constantemente en
una sucesió n relacional de acercamiento y alejamiento. Se trata de dos contra un
tercero: el terapeuta, los hijos, el o la amante, etc.
La teoría del apego adulto señ ala que el estilo de apego durante la infancia influirá
en la relació n conyugal adulta debido a que se activan las carencias y excesos
recibidos de los cuidadores (Mikulincer y Shaver, 2008).
En la colusió n el triá ngulo del amor siempre será incompleto. El amor pleno se
constituye por la presencia de los tres elementos identificados por Sternberg
(1998): intimidad, pasió n y compromiso. La pareja colusionada evitará alguno de
los componentes del amor y exacerbará otro, por ejemplo en la estructura de
personalidad histérica, la persona enfatiza la bú squeda de la intimidad a través de
la manifestació n exagerada de la pasió n evitando el compromiso; en el caso del
trastorno de personalidad dependiente, la persona rechaza la pasió n y exacerba la
intimidad a la par que exige el compromiso.
Los padres colusionados como pareja triangulan a sus hijos; ante la tensió n en
la díada se producen emociones intensas en la familia, las cuales producen un
triá ngulo relacional estabilizador (Guerin, Fogarty y Gilbert, 2000) Por lo tanto,
donde existe un hijo triangulado existirá n unos padres colusionados en su relació n
conyugal.
produce durante la adolescencia debido a que los hijos deberá n dejar el hogar de
sus padres. Cuando un hijo se encuentra triangulado, la emancipació n será difícil e
inclusive imposible.
Son frecuentes las historias de amor escabrosas perpetradas por amantes que
contravenían todas las normas de la familia, por ejemplo la novela de Shakespeare:
“Romeo y Julieta”. Lo lamentable de esas historias romá nticas es que suelen acabar
con la muerte de uno o ambos amantes. En la vida real, una vez que el intruso
cumple la funció n de “salvar” a la persona triangulada, la relació n conyugal deja de
tener sentido, por lo que en la mayoría de los casos esos matrimonios se quiebran,
y en no son pocas las personas que vuelven al triá ngulo.
Es posible afirmar que la colusió n es una relació n entre dos personas que no
lograron desvincularse de sus familias de origen. No es posible el amor si aú n se
sigue siendo hijo. El amor lo exige todo, es indispensable jugarse entero, por lo
que no se puede establecer un vínculo amoroso entre dos personas incompletas
(Gikovate, 2005).
3.4. El desencanto.
Ya he explicado la inhibició n del deseo sexual que da lugar al proceso fisioló gico
del enamoramiento. Ademá s de producirse los intrincados cambios bioquímicos en
nuestro organismo, se producen a nivel cognitivo una serie de constructos que dan
lugar a los juegos psíquicos de la atracció n.
Cuando nos enamoramos, los cambios bioló gicos son impetuosos y por lo tanto
ocasionan un alto nivel de incertidumbre. El cerebro humano le debe dar ló gica a
todo lo que percibe, Aleksandr Luria demostró que la regió n anterior del ló bulo
frontal es la zona má s importante para organizar el mundo (Luria, 1979), cuando
se lesiona altera la capacidad de organizació n de la actividad psíquica.
Por ejemplo una pregunta del tipo a): ¿Puede usted imaginarse una chica atractiva
de 40 añ os?, ¿Encontrarías excitante el coito anal? Del tipo b): ¿Le suministrarías
una droga a la chica con la que saliste para aumentar las chances de tener sexo?
Tipo c): ¿Usarías siempre un preservativo si desconoces la historia sexual de tu
compañ era?
Cada pregunta deberá ser evaluada en una escala en forma de termó metro en un
extremo está sí y en el otro no, con niveles intermedios acerca de la posició n que
tengan sobre la pregunta enunciada. Lo propio debía hacerse con una escala de
excitació n sexual que se colocaba debajo de la fotografía eró tica.
35 Cuando una persona sufre una amputación suele manifestar sensaciones (dolor, escozor, movimiento,
etc.) que le llegan del lugar donde antes estaba la parte del cuerpo ahora faltante.
Esta investigació n permite comprender por qué es tan difícil reconocer nuestros
errores al elegir una pareja peligrosa o incompatible con nuestro estilo de vida.
Imagina que has decidido viajar al Huayna Potosí para escalarlo, realizará s uno de
los má s grandes sueñ os de tu vida, llevas ropa abrigada y una mochila cargada con
implementos de andinismo. Tu futura amante se ha preparado para una aventura
en los Yungas, pretende acampar y pescar en uno de los ríos –también es el sueñ o
de su vida-, lleva como carga instrumentos de pesca e implementos necesarios
para sobrevivir en el tró pico, ademá s de acarrear ropa liviana. Lo ú nico comú n es
que ambos llevan una carpa para acampar.
La tercera opció n es desencantarte, asumir que los destinos son diferentes y que
no es posible poder disfrutar del destino, aunque con seguridad el viaje será
entretenido y sexualmente inolvidable.
Gazzaniga planteó que nuestro cerebro sabe antes que nos demos cuenta de lo que
hemos percibido pero nos crea la ilusió n de que las cosas pasan durante el tiempo
real y no antes de la participació n de nuestra conciencia. (Gazzaniga, 1998).
Las emociones son señ ales de preparació n para la acció n ante situaciones que
implican riesgo para nuestra supervivencia (Vila, 1990) El deseo sexual es una
emoció n que a diferencia de las otras (miedo, rabia, etc.) no es activada por un
evento amenazante, sino que se produce ante una estimulació n que ocasiona el
impulso de responder genitalmente.
El proceso de encantamiento se inicia con la activació n bioló gica del deseo que
genera un estado alterado del organismo, el impulso de có pula no es satisfecho
por lo que la persona busca una explicació n racional, usualmente asumirá que
los sentimientos que lo afectan se asocian con la persona con la que se coincidió
durante la explosió n de las sustancias “afrodisíacas” en su organismo.
Ninguno de los enamorados sabe con precisió n si el otro realmente está atraído
por las imá genes que se le muestran, por ejemplo, uno puede estar seguro que el
otro se siente atraído por la delicadeza mientras oculta su torpeza, y el otro estar
má s atento a la inteligencia. Se trata de un juego de imá genes, como el encuentro
de dos espejos, puesto que segú n Hendrix cada quien proyecta en el otro sus
propias necesidades.
36 La teoría del apego (Attachment) fue desarrollada por John Bowlby (1907-1990). El apego se refiere
a la forma cómo el niño desarrolla el vínculo afectivo con sus cuidadores. Par profundizar ver:
Bowlby,
J. (1984) Attachment and loss (Vol. 1) Harmondsworth: Penguin
Ante el desencanto hay dos alternativas saludables y una patoló gica. Las
saludables se relacionan con el afrontamiento que el otro no es la imagen que
hemos elaborado, no es una figura de nuestro pasado, es alguien independiente
de nuestros deseos. Si estamos dispuestos aceptamos a la persona como es y
si no terminamos la relació n. La relació n patoló gica conlleva la magnificació n
de la imagen en detrimento de lo que el otro es, podemos encapricharnos
negando las diferencias de valores e intereses e insistir en mantener el falso
vínculo o si el otro decide romperlo, manipular para evitar su alejamiento.
37 Shrek: película de dibujos animados por sistema digital dirigida por Andrew Adamson y Vicky
Janson; basada en el libro de William Steig.
al tú reconocerme yo existí….
¡Ay, cuánto valoramos lo que es desconocido!
Demasiado de prisa se forma un rostro
amado
hecho de parecido y contrastes.
Rainer Maria Rilke
Cuando Herá clito planteó que no podemos bañ arnos dos veces en el mismo río,
rompió la organizació n de la realidad en nuestro cerebro, el cual está
acostumbrado a detener los procesos: nos obligaba a ver el río como una
fotografía. El cerebro nos engañ a y nos fuerza a caer en sus trampas, es un ó rgano
que nos predispone, por eso no tolera las modificaciones del entorno, si ocurren
hace cosas para que no las apreciemos.
Cuando una persona sufre una lesió n cerebral que altera su percepció n, podemos
comprender la funció n que cumple aquella regió n lastimada cuando está intacta,
es así que Paul Broca (1824-1880) definió a la tercera circunvolució n frontal del
hemisferio izquierdo como la zona del lenguaje. Hoy sabemos que los procesos
neuroló gicos involucrados en la producció n lingü ística son mucho má s complejos
de lo que se pensaba el anatomista decimonó nico. Lo que ocurre es que el cerebro
humano se estudia a sí mismo y proyecta su forma de organizar la realidad.
También lo podemos ver desde la ó ptica de Wittgenstein: el mundo no tiene ló gica,
la ló gica está en nuestro cerebro (Wittgenstein, 1922/1997).
En síntesis: nuestro cerebro está hecho para crear certidumbre, no tolera el caos,
todo debe ordenarse, mejor si se establece en secuencias causales (Punset, 2006).
En el fascinante libro: “Kant y el ornitorrinco”, Umberto Eco (1999) incursionó en
las paradojas del conocimiento a partir de la broma de Dios al crear a ese animalito
antipá tico para el cerebro: el ornitorrinco. ¿Qué es?, ¿un ave porque pone huevos
y tiene patas palmípedas?, ¿un anfibio porque vive en el agua y la tierra?, ¿un
mamífero porque sus crías maman de las tetillas de su madre? Al final los cerebros
de los zoó logos concluyeron: ¡mamífero! Bueno, al bichito no le importa a qué
clase zooló gica pertenece y sigue nadando en las aguas de los ríos australianos.
Explique a un niñ o que Plutó n dejó de ser un planeta porque 2500 científicos lo
decidieron el 200638 y si pregunta por qué, manifiéstele que es muy pequeñ o para
entender.
El amor es irreverente con la biología, el cerebro intenta darle sentido: ¿es depresió n?,
¿es obsesió n?, ¿es adicció n? Los amantes son víctimas de la desenfrenada
bú squeda de estabilidad orgá nica, algunos son abatidos por ella: está n los que
creen que ya no aman porque no desean, está n los que tienen miedo a la pérdida y
se vuelven posesivos.
Cuando alguien nos dice que nos ama y reconoce en nosotros aspectos que
desconocíamos, nuestro cerebro se ve en la obligació n de revisar sus esquemas
cognitivos, ¡otro cerebro está pretendiendo corregirlo! El cerebro se esfuerza para
crear la ilusió n de un yo inconmovible y perfecto (Gazzaniga, 1998). Nuestra
autoimagen y autoestima se establece gracias a las disonancias cognitivas que se
crean entre el esquema yoico del cerebro y las experiencias del sujeto. En fin… el
cerebro sabe con certeza, el amor pone en duda sus construcciones.
Las personas que rodean a los amantes les dicen que los notan cambiados, no son
los mismos, sus cerebros está n confundidos, no soportan la nueva imagen; pero
los enamorados está n tan embadurnados de oxitocina, feniletilamina y
testosterona (Fisher, 1997) que las neuronas no tienen espacio para modificar su
estructura química.
Pasaron tres añ os y Juana volvió a buscar ayuda psicoló gica porque había iniciado
una relació n extraconyugal con una persona diez añ os menor que ella con quien
mantenía relaciones sexuales sadomasoquistas y estaba pensando divorciarse.
Juana había cambiado su moral, la actual no tenía nada que ver con los discursos
acerca de la sexualidad puritana ni sobre sus ideas sobre la fidelidad matrimonial
que vertió añ os antes, reconoció el cambio de su filosofía y lo atribuyo
simplemente
¡a que se había enamorado!
El amor se implanta como una entropía que ocasiona una hecatombe en el sistema
de creencias de los amantes; por ello, tanto el sistema nervioso como el cognitivo
se esfuerzan para dar sentido a lo que no tiene sentido. Los reguladores externos
no funcionan, los amantes está n sordos ante las argumentaciones de los que
preocupados observan los cambios en la persona; tampoco los controles internos
son efectivos, el amante ignora sus propias consideraciones racionales acerca de
su relació n irracional.
39 Tanto el nombre como algunos datos son ficticios, con la finalidad de proteger la confidencialidad en
la que se obtuvo la información.
Por eso es coherente la consideració n que Wilhelm Reich (1977) hacía en relació n
al orgasmo: ¡al capitalismo no le conviene! El amor cuestiona lo establecido, de ahí
que el fundamentalismo es el peor enemigo del amor y del deseo, por ello Mencken
definió al puritanismo como “el miedo obsesionante de que alguien, en algú n lugar,
pueda ser feliz”.
Las religiones han intentado otorgarle reglas al amor, prohibiendo esto o aquello,
han convertido en pecado lo que ocasiona placer, ¡condenaron al amor en nombre
del amor!
El cerebro cansado se rinde ante la evidencia, inhibe sus funciones corticales para
dar permiso a las zonas subcorticales, dejamos de pensar mientras nos inundamos
de sentimientos. Al despertar no seremos los mismos, aunque volvamos a la
cotidianeidad, habremos cambiado, traeremos en nosotros los vestigios de la
experiencia con el ser amado, y cuando volvamos a encontrarlo será otro para
volver a comenzar una y otra vez en el encuentro infinito de dos almas que só lo
saben que existen en las miradas silenciosas del otro.
3.4.2. La colisió n.
El desencanto suele ser un proceso lento, da tiempo para que podamos adaptarnos
a la nueva persona con la que nos topamos. La manera de mantener la relació n
satisfactoria durante esta etapa es la de dialogar, negociar y ser capaces de
modificar las reglas (Wachs, 2001).
Cuando nos damos cuenta que aquella persona que amamos no es quien en
realidad pensamos, concluimos inevitablemente que hemos construido una ilusió n
(Hendrix, 1997). Llegar a ese momento dependerá de varios factores: el
temperamento sexual (Levine, 2011), la historia de la pareja (Sternberg, 1999), la
presencia o ausencia de simbiosis (Kernberg, 1998), el estilo de apego (Feeney y
Noller, 1990) y la racionalidad (Lazarus, 1985).
Por supuesto que se trata de una etapa traumática debido a que debemos
enfrentarnos con el desengañ o. Nuestro organismo está hecho para la perpetuació n
de nuestra especie, nos hace creer que la atracció n, el deseo y el enamoramiento
señ alan hacia la persona idó nea para la convivencia. La hembra y el macho
humano consolidan el lazo afectivo para asegurarse de una buena distribució n de
los genes y la protecció n de los mismos (Linden, 2010). Pero…¡no vivimos en la
naturaleza!
Pinto (2005) describe el fenó meno como una experiencia destructiva: reconocer
de manera imprevista, intempestiva y traumá tica que nuestra pareja no coincide
en lo absoluto con la imagen que poseíamos.
Por ejemplo: descubrir que tu pareja está casada, pero no contigo o que los
problemas sexuales que pensabas se asociaban al temperamento frío de tu pareja,
en realidad ocurren porque es homosexual.
Se parece a la percepció n que los miembros de una familia tienen hacia el anciano
con demencia, sucumben ante la desesperanza de no poder recuperar a la persona
que se ha ido y deben reconocer a la nueva para darle la bienvenida. Si se
mantienen en la esperanza de recuperar al ser querido, no pueden superar la
pérdida y luego la muerte no podrá acompañ arse de un duelo saludable (Boss,
2010).
Es como que la persona niega la informació n. Esta negació n ansiosa que nos
paraliza, es una manera que nuestro organismo tiene de protegernos, es un escudo
que nos protege de la desilusió n, permitiendo que nos recuperemos durante un
tiempo, permitiendo la reflexió n y la elecció n de medidas razonables (Kü bler-Ross,
1981).
ser alentada por el otro, sobre todo en aquello que poseen perfiles psicopá ticos
(Garrido, 2001).
El matrimonio requiere de un contrato, éste está estipulado por las normas legales
de la sociedad, sin embargo la pareja establece otro promovido por los
protagonistas (Sager, 1980). Este contrato se denomina individual, y se define de la
siguiente manera: “conceptos expresados y tá citos, conscientes e inconscientes,
que posee una persona con respecto a sus obligaciones conyugales y a los
beneficios que espera obtener del matrimonio en general y de su esposo en
particular, pero
subrayando sobre todo el aspecto recíproco de este contrato: lo que cada có nyuge
espera dar al otro y espera recibir de él a cambio de lo otorgado” (pá g. 10).
En Bolivia, el 60 por ciento (59 por ciento en 1998) de las mujeres en edad fértil
vive en estado de unió n conyugal: formalmente casadas el 41 por ciento y en
situació n de convivencia el 19 por ciento. El 61 por ciento de los hombres vive en
estado de unió n conyugal: formalmente casados el 44 por ciento y en situació n de
convivencia el 17 por ciento. (INE, 2003)
Las mujeres al inicio de la vida fértil, entre los 15 y 19 añ os, casi la totalidad (96
por ciento) son solteros, pero al concluir los 34 añ os, só lo el nueve por ciento no
vive en unió n conyugal. Entre los 15 y 19 añ os, casi 9 de cada 10 mujeres son
solteras, pero má s de la mitad (51 por ciento) de las mujeres en el grupo 20-24 ya
vive en unió n conyugal (68 por ciento en el á rea rural). Después de los 40 añ os,
apenas alrededor del 4 por ciento de las mujeres permanecen solteras. El
promedio de mujeres bolivianas se casa a los 21 añ os, los varones a los 23.
(INE, 2003).
Sager (ob.cit.) indica que ademá s de las estipulaciones expresadas, existen otras
que son intrapsíquicas:
1. Independencia/dependencia.
2. Actividad/pasividad.
3. Intimidad/distanciamiento.
4. Poder.
5. Posesió n o dominio del compañ ero.
6. Miedo al abandono.
7. Grado de angustia.
8. Mecanismos de defensa.
9. Identidad sexual.
10. Atracció n sexual.
11. Autoestima y valoració n del compañ ero.
12. Estilo cognitivo.
Tanto las estipulaciones manifiestas como las intrapsíquicas será n una sorpresa
para los ingenuos amantes. Se topará n con que la pareja deberá convertirse en un
sistema marital, cualitativamente distinto al sistema romá ntico del cual provienen.
Parece que la funció n del matrimonio es aniquilar al amor.
romá ntico) seguramente no resistirá a las presiones del matrimonio. El amor pleno
(compromiso, pasió n e intimidad) será el que permita la convivencia pacífica entre
el sistema marital y el sistema amoroso.
Las cosas se ponen muy difíciles para el amor romá ntico(Ziglar, 1990), se apresura
el desencanto y puede pillar a los miembros de la pareja desprevenidos. No
contaban con un compañ ero inú til en las habilidades requeridas para la
convivencia, sus há bitos cotidianos pueden ser insoportables. Es lo que ocurre con
la pareja bú ho y gallina: el bú ho está despierto por la noche y duerme en el día, al
contrario que la gallina. Cada uno descalifica al otro, las peleas se inician la primera
mañ ana que despiertan juntos, él necesita dormir, ella quiere ir a trotar.
La vida matrimonial conlleva la relació n entre por lo menos cuatro roles que deben
asumir los contrayentes: amantes, esposos, amigos y padres. Las tres primeras
corresponden a las funciones conyugales referidas por Linares y Campo.
Estos cuatro roles interactú an en una misma persona con su pareja. A veces se
mezclan, otras desaparece alguno. Los roles se afectan unos a otros. Una crisis
econó mica afecta a los roles parentales y maritales, pero el rol de amigos puede
ayudar en la solució n. Un conflicto sexual es un problema del rol de amantes, pero
puede afectar al rol de esposos, o al contrario, un problema de esposos puede
influir en la vida sexual de los amantes.
Lo ideal sería que las parejas lleguen desencantadas al matrimonio, así comprenderían
la importancia de la racionalidad para resolver los problemas de la convivencia.
Eso significa que nadie debería casarse enamorado. Sin embargo, lo má s probable
sería que nadie se casaría.
Cuando la pareja está colusionada, es decir, que no puede ser capaz de intimidad
ni de alejamiento debido a que ambos esperan que el otro satisfaga necesidades
infantiles, los problemas cotidianos de la convivencia se convertirá n en armas de
lucha en vez de ser afrontados y resueltos. La permanente insatisfacció n afectiva
que se hace presa de los amantes, ocasiona una insoportable angustia que suele
recubrirse de irracionalidad al manifestar la absurda bú squeda de culpables en vez
de soluciones. Por ejemplo, el esposo abatido por los celos encontrará
justificaciones para su delirio ante cualquier planteamiento de problema cotidiano,
cualquier cosa le recordará el miedo que tiene de ser abandonado.
El involucrar a los hijos en la lucha de poder de los amantes, conlleva a que los
primeros tengan que sacrificar su vida para hacerse cargo del conflicto parental
con la esperanza de que de esa manera puedan recuperar la protecció n y el
cuidado que necesitan.
Entendemos por negociació n a “la acció n conjunta entre dos partes para
beneficio potencial de cada una” (Ramírez, 2000). Es importante reconocer que
en todo proceso negociador cada parte realiza una propuesta inicial y recibe una
contrapropuesta con el propó sito de alcanzar un equilibrio entre ambas (Dasí y
Martínes-Vilanova, 1999).
Para negociar se debe asumir que es la mejor opció n para obtener un resultado
mejor que si no se hubiese hecho ningú n trato, en otras palabras: si no se negocia
se pierde. La pareja debe ser una aliada para alcanzar algo mejor de lo que se
tiene; para negociar es indispensable la cooperació n, por tanto, ambos deben
estar interesados en el resultado, al final de la negociació n los participantes deben
encontrarse satisfechos con el resultado.
d) Manejo del dinero. Los cambios en los roles de género han ocasionado la
necesidad de establecer normas equitativas en la distribució n y manejo del dinero.
No existe una norma general que pueda satisfacer los estilos econó micos de
todos los matrimonios, cada uno de ellos establece una forma de organizació n
econó mica. Algunos consideran que el dinero de la esposa y del esposo es un
fondo comú n; otros distribuyen los pagos de los requisitos de mantenimiento
del hogar y la educació n de los hijos, dejando el resto a uso discrecional de
cada uno de los có nyuges; en otros se define una bolsa para la familia y la
pareja y el resto le pertenece a cada có nyuge; no falta el matrimonio
tradicional que maneja la economía designando al marido como proveedor y a
la esposa como administradora.
asertividad, es decir que sean capaces de reclamar por sus derechos sin necesidad
de herir al otro. Los conflictos pueden resolverse, postergarse, o empeorarse.
Es evidente que la primera opció n es la mejor, pero no siempre los impases pueden
ser superados debido a diversos factores, entre ellos: la disponibilidad de recursos
y la temporalidad. Algunas parejas prefieren la “procrastinació n” -neologismo para
referirnos a la postergació n de las soluciones-, se niega el problema o se atiende
otras situaciones evitando la confrontació n del conflicto manteniéndolo incó lume
hasta que explote, destruyendo la relació n o generando otros problemas a su
alrededor. Finalmente, la pareja puede empeorar la situació n cuando la solució n se
convierte en problema (Watzlawick, Weakland y Fish, 1986).
La lucha de poder conyugal muestra que la idea romá ntica del amor eterno crisol
de la paz y la felicidad está muy lejana de la realidad, puesto que es imposible que
dos personas extrañ as no tengan que poner en tela de juicio sus diferencias. La
pelea es un ingrediente de la vida en pareja, pero también lo es el placer que
produce el alcanzar un acuerdo que satisface a los dos compañ eros, quienes al
percatarse de su capacidad de conciliació n, no pueden hacer otra cosa que
intensificar su amor.
que al amar promocionamos la libertad del otro, éste puede dejarnos si nuestra
compañ ía no le ofrece bienestar.
Vaiz y Spanó (2004) indican que el 25% de las mujeres han sido víctimas de algú n
tipo de violencia a nivel mundial. Se asume que la violencia contra la mujer está
asociada al consumo de drogas y alcohol (Vargas y Fontã o, 2012). Sin embargo
se trata de una simplificació n del problema: lo que hacen las drogas y el alcohol
es desinhibir los impulsos agresivos ya presentes en el agresor, así que el consumo
no puede ser un atenuante del acto violento (Norströ m y Pape, 2010). Zanville y
Bennet (2012), después de un exhaustivo estudio sobre los factores de riesgo para
ser víctimas de violencia doméstica en mujeres, llegaron a la conclusió n de que son
multifacéticos, no es posible definir la predominancia de un factor sobre otro.
Las víctimas a nivel mundial suelen ser má s las mujeres que los hombres (85%),
lamentablemente este dato surge de las denuncias y de casos ocurridos en el
matrimonio, quedan fuera los casos de personas que no revelan el hecho y las
enamoradas y novias (Gosselin, 2010).
El INE de Bolivia (2003) identificó cinco formas de violencia psicoló gica en las
relaciones conyugales: acusació n de infidelidad, limitació n de las relaciones con la
familia de origen, descalificació n: “no sirves para nada”, amenaza de irse con otra
mujer/hombre, amenaza con quitar el apoyo econó mico.
Un dato interesante es que solamente tres de cada diez mujeres y uno de cada
diez hombres afirmaron haber buscado ayuda. Es triste constatar que el 10% de
las mujeres bolivianas considera que ser víctimas de la violencia doméstica es algo
normal y aceptable (INE, 2003). Lo que muestra una vez má s que las estadísticas
basadas en informació n de las Instituciones a cargo de la protecció n y justicia, no
permiten tener una visió n certera de la gravedad del problema.
En otro estudio, Miller (2011) en una muestra compuesta por 1530 universitarios
(56,1% mujeres, 43,9% varones) encontró que 1 de cada 4 personas era víctima
de algú n tipo de violencia en su relació n amorosa. Harned (2002) plantea un rango
entre el 9% y el 87% de presencia de violencia entre las parejas durante el
noviazgo. Las discrepancias de los datos sin duda se deben a la fragilidad del
constructo “violencia”, y a la subjetividad implicada en los auto informes. Sin
embargo, el problema está presente y no tenemos datos al respecto en Bolivia.
El estrés de los estudios y los conflictos con los padres se asocian con el
incremento de la violencia durante el cortejo (Makepeace, 1983). Racine y Senem
(2012) identifican otros factores asociados al maltrato durante el noviazgo:
racismo, estatus socio econó mico y proximidad con vecinos o familiares que viven
violencia doméstica. Nabors (2010) encuentra una alta relació n entre el consumo
de drogas y la violencia a la pareja durante el cortejo, su muestra fue de 1938
universitarios. Kivisto y sus colaboradores (2011) en un estudio con 423
universitarios hallaron que las conductas antisociales se relacionan con el maltrato
a sus parejas. Por su parte Gover, Kauchinen y Fox (2008) estudian la relació n
entre el maltrato durante el cortejo con la experiencia de maltrato en la familia, su
muestra estuvo compuesta por 2541 jó venes, los resultados muestran un alto nivel
de relació n entre ambas variables.
Como se observa los distintos estudios proponen distintos factores que pueden
influir en la manifestació n de violencia en el cortejo: estrés, drogas, alcohol,
racismo, estatus socio econó mico, ejemplo de vecinos y violencia en la familia. Es
probable que en nuestro país el problema no sea vislumbrado en su magnitud, por
lo que urge investigar su incidencia.
deberá s decirlo a tus padres o a tus hermanos. Tienes que perder toda la tristeza y
sufrimiento en tu corazó n. Si se lo cuentas a tus padres o hermanos te ayudará n un
tiempo, pero no toda tu vida. Tienes que vivir con tu marido. Nunca vengas a mí
llorando. Para eso tienen una madrina” (Carter y Mamani 1989, pá gs.223-224).
Las narraciones de las mujeres víctimas de maltrato por parte de sus parejas,
independientemente a la cultura suelen contener una idea romá ntica del amor,
como en los cuentos de hadas, piensa que al casarse le espera la felicidad eterna,
se trata de una concepció n del “amor perfecto” (Adams, Towns y Gavey, 1995,
Towns y Adams, 2000). Wood (2001) indica que un motivo por el cual las mujeres
maltratadas toleran la violencia es la idealizació n del amor que conlleva la esperanza
del cambio en el agresor.
Ferraro (1997) identifica cuatro fases durante el ciclo vital de la pareja violente:
La violencia es una mala solució n, no se trata del problema. Podemos decir que
la solució n se convirtió en el problema. Las parejas se agreden para resolver un
problema. Con la violencia el problema no se resuelve. Como el agresor se siente
culpable y la víctima piensa que hizo algo mal, entonces pueden creer que con el
arrepentimiento y la promesa de que no volverá a ocurrir, el problema se
resolverá.
Como vimos en las investigaciones sobre el enojo y las decisiones, las personas no
resolvemos problemas estando enojados, má s bien creamos nuevos. Sin embargo
el estudio de Jouriles, Grych, Rosenfield, McDonald y Dodson (2011) acerca de
los pensamientos automá ticos en adolescentes violentos, muestra que la respuesta
Otro estudio mexicano llevado a cabo por Armenta y Díaz (2008) en una muestra
compuesta por 114 parejas determinó que los estilos de comunicació n eficaces se
relacionan con altos niveles de satisfacció n marital. Esta investigació n recurre al
uso de instrumentos desarrollados por mexicanos: Estilos de Comunicació n
(Sá nchez y Díaz, 2003) y Comunicació n Marital (Nina, 1991), Inventario
Multifasético de Satisfacció n Marital (Cortés, Díaz y Monjará s, 1994).
Sin embargo, las parejas pueden aprender por sí solas a manejar adecuadamente
los conflictos durante la lucha de poder, ya sea por ensayo – error, o porque
pueden aplicar recursos aprendidos en otras situaciones sociales (amistad, trabajo).
En otras parejas, el asesoramiento profesional puede ayudarlas a desarrollar las
habilidades que necesitan.
del problema las personas recurrirá n a alguna o varias de estas habilidades. Las
habilidades son:
10. Manejo del enojo del có nyuge: ser capaz de controlar la ansiedad, miedo
y el propio enojo ante la expresió n de rabia de la pareja. Comportarse
de tal manera que pueda disminuir el nivel de agresió n de nuestra
pareja.
11. Tiempo fuera: retirarse del entorno cuando los niveles de agresió n de
uno o ambos miembros de la pareja alcancen niveles riesgosos de
violencia.
15. Expectativas, reglas y aceptació n: reconocer cuá les son las expectativas
en relació n al matrimonio, modificar las reglas de acuerdo a la etapa
conyugal, aceptar las limitaciones.
Significa que para enfrentar los problemas y resolverlos, los miembros de la pareja
deben estar dispuestos a negociar utilizando como principal fortaleza la comunicació n
diá fana que permitirá retroalimentarse mutuamente para construir una solució n
aceptable para ambas partes. Es imprescindible el control de emociones, caso
contrario los problemas pueden acrecentarse (Sullivan, Pasch y Bradbury, 2010).
Harper, 1998).
El rol de madre esposa está siendo reemplazado por la mujer emancipada (Zarco y
Quiró s, 2002), entre la primera y segunda se presenta una mujer transitoria,
aquella que “trabaja para el marido”, denominada de esa manera porque si bien ha
dejado las labores del hogar, paga a las mujeres que la reemplazan (niñ era,
cocinera, etc.).
Como consecuencia de este proceso social, los varones hemos entrado en crisis
econó mica (Weaver et al. 2012) y psicoló gica (Addis, 2003). Las mujeres han
178 Psicología del amor: el amor en la pareja
Bismarck Pinto Tapia
y tomaron la iniciativa. Estamos viviendo un momento histó rico que bien podría
denominarse “la era de la mujer”.
se siente engañ ada y es incapaz del perdó n. Ademá s mientras uno desbarataba su
vida el otro también buscará la libertad fuera de la relació n.
En el caso de las parejas inmaduras y patoló gicas, cuando uno de los miembros
(má s difícilmente ambos) se reconoce como una persona con derecho a la felicidad
y que la felicidad del otro es responsabilidad del otro y no de ella, pude mirar su
relació n amorosa con objetividad y poder decidir si vale la pena continuarla o no.
Por lo tanto lo primero que debe ocurrir es que la persona necesita reconocer su
nivel de desarrollo personal, a nivel externo e interno. Externo: ¿es dependiente
econó micamente y afectivamente de sus padres o familiares? Si la respuesta es
afirmativa, es una persona inmadura socialmente. No puedes establecer un vínculo
amoroso formal si aú n no te emancipaste econó micamente de otros, ni tampoco si
tu familia de origen sigue siendo lo má s importante en tu vida.
y exprese placer para dar rienda suelta a las relaciones eró ticas. Pero eso no es
suficiente en el amor.
Los celos, por ejemplo, son clara señ al de inmadurez, cela el que no soporta la
libertad de su pareja, por lo tanto no la ama, es violento con ella. Lo fatal es
que muchas personas víctimas de los celos, no se reconocen como víctimas de
violencia. Debemos recordar que violencia es querer cambiar al otro sin que el otro
lo desee, imponer nuestros criterios a la vida de una persona que decimos amar.
Si el otro no te convence ¡déjalo partir!, no intentes cambiarlo, busca alguien que
realmente desees y que sea como tú quieres que sea, no hagas de una mariposa
un chorizo, si vuelas y eres de la familia de las mariposas, ¡bá rbaro!, ama a la otra
mariposa, pero si eres un salame bú scate un chorizo en el frial no en el bosque.
Cuando nos damos cuenta que el otro es un auténtico otro, debemos reflexionar
si queremos seguir con esa persona, si la respuesta es no, entonces lo mejor es
terminar. Es que va a doler, claro, y mucho porque te acostumbraste, pasaste
momentos bonitos, se hicieron promesas cargadas de ilusió n, pero, el amor obliga
a no lastimarse, y lastimarse es seguir juntos sin avanzar a ningú n lado. Tarde o
temprano uno de los dos querrá moverse y será difícil, sino imposible.
Si el otro sigue queriéndome, decirle adió s será muy doloroso para él, sin embargo
así como tuviste el coraje de comenzar la relació n, debes tenerla para terminar.
Fritz Perls decía: “El nosotros no existe, está formado por el yo y el tú ”. Así es, la
idea de vivir fusionados es probablemente la mayor irracionalidad de concepció n
del amor,
reconoce que no tiene vida propia, si aú n es tiempo, suelta las amarras y deja
partir. Amar es dejar partir, si el otro quiere volverá y dependerá de uno si lo
quiere recibir o no.
Otra característica del miedo es que oculta la rabia, y al hacerlo nos priva de la
posibilidad de reconocer lo que nos perturba. El miedo puede dar lugar a justificar
la relació n, amplificando las cosas buenas y minimizando las malas, luego se
producen encuentros eró ticos intensos con nuevas promesas e ilusiones, claro, el
miedo desaparece pero la situació n sigue siendo la misma.
Una vez que asumas la rabia y el miedo asociados al aná lisis objetivo de lo que
puede esperarte en el futuro con tu pareja, podrá s decidir si continuas la relació n
como está , pides algunas modificaciones o terminas.
Si tu decisió n es terminar, lo mejor es actuar con respeto por la otra persona, sobre
todo si te sigue queriendo. Reconoce que tu decisió n necesariamente los afectará
a ambos, por lo que no hay manera de evitar el dolor y la rabia. Conversa con tu
pareja, refiérete a tus sentimientos y expectativas, no hables por la otra persona,
deja que ella también puede expresarse libremente; déjale claro tus motivos, evita
cualquier contradicció n y sobre todo no alientes ninguna esperanza. Lo mejor es
hacerlo cara a cara, evita los mensajes o cartas. Si temes una reacció n violenta,
es preferible tener esta conversació n en un lugar donde hayan personas (v.g. una
plaza, un café).
En los casos donde se estableció la simbiosis, puede ser necesario un tiempo para
dilucidar el fin o la continuidad de la relació n. El límite es de un mes a tres meses
en el caso del noviazgo y de seis meses a un añ o en el caso del matrimonio.
Aunque estos límites pueden variar dependiendo de la historia amorosa. Pero no
se trata de un tiempo sin hacer nada, lo mejor durante ese tiempo es buscar ayuda
psicoló gica de tal manera que con una (un) profesional calificado la persona pueda
reflexionar sobre sí misma y su desarrollo personal. Una vez má s: la simbiosis no
es un problema de pareja, es un problema personal.
Una vez que ha terminado la relació n, sobrevienen las emociones típicas del duelo:
dolor, rabia, angustia, esperanza, vacío. Con ellas la reacomodació n cognitiva de
la persona que se va, dependiendo del tiempo de la relació n, de la intensidad de la
relació n, del apoyo social, de la personalidad y la capacidad de adaptació n.
La ruptura amorosa también coincide con el duelo sin objeto, situació n que se
produce cuando fallece alguien y no se puede recuperar el cadá ver o en los casos
de desaparecidos; los dolientes no pueden cerrar el proceso del duelo debido a que
no tienen un objeto del cual despedirse.
Cuando este tipo de ruptura se produce dentro del matrimonio con hijos, es comú n
que la pareja continú e junta aunque sin amor, estableciendo un compromiso de
esposos y padres, el mismo que puede inclusive ser funcional. Son los divorcios
emocionales sin quiebre de la relació n. El matrimonio se configura como el crisol
de la depresió n, donde uno ha dejado de amar hace mucho tiempo y el otro niega
el desamor.
marchar porque el amor exige la felicidad del otro sobre todas las cosas, y si uno
no es parte de esa felicidad, entonces por la misma fuerza del amor se acepta el
derecho que el otro tiene de no amarme.
Amar requiere del reconocimiento de la libertad del amor de quien amo, si quiere
me ama, si quiere deja de amarme. El sentido de mi amor no es ser amado, sino
amar aunque existe desde el inicio del vínculo la posibilidad de dejar de ser amado.
Orfeo debió confiar en la presencia de Eurídice en vez de dudar, su desconfianza
fue el final del amor.
Se debe dar lugar a la tristeza y a la rabia, tristeza por las ilusiones desperdiciadas,
por las alegrías que no volverá n; rabia por el tiempo invertido, por la decepció n.
Es bueno dejarse abrigar por la soledad para poder sumergirse en el océano del
sufrimiento. No es bueno buscar una nueva relació n sin haber cerrado la herida.
Es bueno buscar un amigo silencioso que permita el refugio sin consejos inú tiles.
Tarde o temprano el dolor pasará y seguiremos viviendo, como escribió Rainer
María Rilke: Tenemos una cosa en comú n: yo sucedo en la soledad mía, y tú , tú
sucediste…
El divorcio es una solució n para una mala relació n matrimonial. Sin embargo, a
pesar de que racionalmente se divorcia la pareja, el proceso acarrea muchas otras
rupturas. De ahí que la vivencia del divorcio sea la de una pérdida ambigua (Boss,
2001b), puesto que la persona con quien ya no se está aú n se hace presente en los
roles familiares.
El proceso del duelo por divorcio demora entre cuatro a seis añ os (Gadalla, 2008),
el motivo se refiere principalmente a los distintas separaciones que las personas
tienen que afrontar una vez que inician la separació n. El divorcio legal es el má s
sencillo, puesto que acaba con las firmas de los querellantes.
Quizá s sea la razó n por la que pocas son las relaciones extramaritales que forjan un
nuevo vínculo matrimonial satisfactorio (Espinar, Carrasco, Martínez y García-
Mina, 2003). Los varones tienen má s dificultades en asumir las pérdidas amorosas
que las mujeres (Rostyslaw y Weitzman, 1998), por ello es má s frecuente que el
esposo establezca un vínculo extramarital durante la crisis de la relació n
matrimonial.
El divorcio contempla varias separaciones: separar la familia, las relaciones con los
amigos, los vínculos con la familia del có nyuge y los bienes. (Huddleston y
Hawkings, 1993). El afrontamiento de estos cambios se añ aden a la crisis
emocional personal por lo que la experiencia implica un profundo sufrimiento que
puede estancarse ante la imposibilidad de asimilar la soledad.
Es muy difícil que durante el divorcio no se afecten a los hijos, éstos pueden ser
convocados por cada uno de los progenitores para ponerse a su favor en contra
del otro có nyuge. Ademá s pueden ser obligados a albergar sentimientos hacia sus
padres que en realidad les son ajenos. El impacto del divorcio de los padres afecta
a los hijos no importando su edad (Hakvoort, Bos, Van Balen y Hermanns, 2011;
Song, Benin y Glick, 2012).
3.7. El reencuentro
La lucha de poder se extenderá durante toda la convivencia, sin embargo, los
estilos de negociació n exitosos será n utilizados cada vez que la pareja enfrente
problemas. Cuando el estilo no sea eficaz, los có nyuges buscará n nuevas maneras
de afrontar sus dificultades, por lo que la vida en comú n tenderá con má s
frecuencia a la estabilidad, por lo que la pareja tendrá tiempo para retomar su
relació n como amantes, a esta etapa la denominaré “el reencuentro”.
Reencontrarse es volver a reconocerse en la vida del otro, ¿dó nde nos quedamos?,
terminó el paréntesis que impusieron el matrimonio y los hijos; también se
aprendió a lidiar con las diferencias individuales y a negociar las desavenencias. Es
tiempo de volver a mirarse a los ojos, de volverse a enamorar y de elaborar planes
o quizá s de comprender que no es posible continuar juntos.
vuelve a mirar hacia los ojos del otro para volver a reconocerse, descubren que las
expectativas afectivas infantiles no fueron satisfechas y que tampoco valieron la
pena. Si existen nietos, la funció n de abuelos modifica las demandas que tuvieron
como padres, puesto que también reconocen que el amor hacia los hijos entrañ a
libertad.
Sin embargo, existen parejas que no son capaces del nuevo encuentro, ya sea
porque se mantienen colusionadas o porque no supieron resolver los conflictos
conyugales de por lo que aú n continú an en la lucha de poder. Algunas son capaces
de mantener triangulados a los hijos adultos y aú n involucrar en sus juegos a los
nietos.
El amor que se trasciende promueve la acció n conyugal dirigida hacia los demá s,
hacia el tercero desconocido. Por esto la “abuelidad” es un ejercicio de generosidad
incondicional. El amor trascendido puede extenderse hacia los que necesitan, por
lo cual la pareja empieza a forjar metas dirigidas hacia el bienestar social.
El perdó n se vive como parte del ciclo de pérdida, la pareja enfrenta el cierre de
una etapa que no volverá a vivirse, ambos deben reconocer la tristeza que los
sumerge la despedida. El perdó n no augura una relació n mejor si no se trabajan los
asuntos pendientes que pudieron envolver la ofensa.
4. El falso amor.
Me dueles.
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Jaime Sabines
Las crisis personales pueden confundirse con los conflictos amorosos, pensar
que las elucubraciones individuales se fundan en la relació n de pareja. Estas crisis
impiden amar, las personas está n má s involucradas con sus carencias afectivas que
en el afá n de reconocer al otro como un legítimo ser independiente.
El falso amor puede dar la sensació n de que se ama porque suele estar
acompañ ado de la intensidad de las pasiones. El deseo sexual se afianza en la
urgencia de la posesió n, la carencia afectiva en la dependencia y la ausencia de
validació n en la necesidad de reconocimiento.
Dos son los pilares del falso amor: la infidelidad venérea y los celos. Ambos han
sido considerados y aú n suelen serlo problemas del vínculo conyugal. En realidad,
son producto de la inmadurez de las personas que actú an de una y de otra manera.
Es curioso observar que ambos se relacionan íntimamente, quien cela teme la
infidelidad de su pareja.
Ademá s de estos dos monstruos que carcomen al amor en su nombre, existe una
forma de relacionarse estrictamente patoló gica: la colusió n. Cuando una pareja
existe en la medida en que se ponen en contra de un tercero. Incapaces de amarse,
no pueden estar juntos ni separados. A continuació n analizaré estas tres formas del
falso amor.
Es interesante señ alar que Kinsey en 1953 mencionaba que el 26% de las esposas
estadounidenses con 40 añ os o má s habían sido infieles en algú n momento de
su matrimonio. Alrededor 75% de los esposos manifestaron deseos ocasionales
de tener una relació n extramarital. Hunt en 1974 estableció que el 41 % de los
Hite (2002) reportó que el 70 % de las mujeres infieles lo son después del cuarto y
quinto añ o de matrimonio, mientras que el 72% de los varones lo son después del
segundo añ o.
¿Por qué se produce la infidelidad venérea? Los etó logos consideran que la
monogamia no es una condició n natural de la especie humana, sino que se ha
generado como consecuencia del establecimiento de la propiedad privada: el varó n
debe asegurarse de la continuidad de sus genes, por lo que sería indispensable la
dispersió n de su semen en muchas mujeres. Por su parte, las mujeres preferirán
Por lo tanto, es posible plantear la siguiente hipó tesis: si el deseo es una condició n
bioló gica, entonces debe ser reprimido para favorecer el vínculo amoroso
socialmente establecido.
Se ha demostrado que son dos los factores que se asocian con mayor frecuencia
en el desencadenamiento de la infidelidad sexual: el estrés y la oportunidad
(Atkins, Baucom y Jacobson, ob.cit.). A estos se debe añ adir la depresió n (Gorman y
Blow, 2008)
O’Leary (2005) reporta que el 38% de las mujeres que descubrieron que sus
maridos les estaban siendo infieles se deprimieron en el lapso de un mes posterior
al hallazgo, a pesar de que no tenían antecedentes depresivos. Este mismo
investigador identificó que el 72% de mujeres con antecedentes depresivos recaen
después de descubrir el engañ o de sus parejas.
Las actitudes hacia la infidelidad son determinadas por las normas de la cultura
en la que las personas se desenvuelven, si en ella la norma plantea que es normal
tener un romance extramatrimonial, entonces es norma dicha conducta. Es visible
Las personas son responsables de sus decisiones, salvo que sean obligadas a optar
por una alternativa bajo amenaza de muerte. ¡No es el caso de la infidelidad
venérea! La infidelidad venérea es una solució n emocional a problemas
emocionales del infiel (García, 2001; Pinto, 2006).
Los varones tienden menos que las mujeres a involucrarse emocionalmente con
sus parejas extramaritales (Shackelford, 1997). Si bien, podemos
apresurarnos a considerar a la cultura machista como la primera
responsable de este fenó meno, no debemos descuidar una segunda
hipó tesis: los varones tenemos má s dificultades para desvincularnos
afectivamente de nuestras familias y de nuestras parejas oficiales.
Moultrup (1999) encontró conexió n entre el proceso de diferenciació n y la
infidelidad. Este investigador considera que la capacidad de establecer relaciones
íntimas y comprometidas promueve la firmeza de las relaciones. Aquellas personas
que temen a la intimidad son má s propensas a compensar las carencias
emocionales de sus relaciones amorosas con terceras personas. Bowen (1978) fue
el primero en señ alar que las personas necesitamos desvincular nuestro sentir y
pensar de nuestros progenitores. Se trata de un proceso de diferenciació n que
marca la formació n de la identidad y la individuació n. Este sistema afectivo es
dependiente del estilo de apego y conlleva la posibilidad de amar porque permite
la conexió n afectiva, la interdependencia y la aceptació n de la pérdida.
Es interesante observar que en los Estados Unidos, entre 50 y 60% de los esposos
y entre 45 al 55% de las mujeres casadas han tenido algú n juego sexual con una
persona externa al matrimonio a través de la Internet (Atwood, 2008). Se ha
incrementado el nú mero de mujeres que recurren al cybersexo, la principal causa
segú n el estudio de Nelson y colaboradores (2005) es que en las relaciones cara
a cara tienen poco manejo del poder, mientras que en los recursos de la Internet
pueden dar rienda suelta a sus fantasías, demandas, y ser ellas quienes manejen el
juego eró tico.
El proceso terapéutico será dirigido por la decisió n que tomen los có nyuges, ya sea
romper la relació n o reconciliarse. Los terapeutas no deben influir en la decisió n
pero deben estar dispuestos a colaborar a la pareja independientemente a la
resolució n.
DiBlasio (2000) plantea las características del perdó n: el perdó n solo es posible si
se deja partir al resentimiento y a la amargura. El perdó n es un acto de nuestra
voluntad. Perdonar duele, pero permite el control de la venganza. El sufrimiento
emocional permanecerá durante todo el proceso del perdó n. El perdó n es el inicio
de un proceso, no el final. Decidir perdonar produce beneficios para la relació n.
Sin embargo, no es una obligació n, las personas pueden o no perdonar, pueden o
no aceptar el perdó n.
Los celos está n implicados en muchas rupturas matrimoniales, como en los peores
actos de violencia conyugal, pueden producir asesinatos y suicidios. (Harris y
Dorby, 2010). Es inquietante que muchas personas piensen que sin celos no existe
amor (Brever, 2009).
La palabra celo proviene del griego zein (hervir) y del latín zelos (ardor) , de ahí
la frase: “mi perrrita está en celo”, es decir, que entró en su etapa de estro (ardor
sexual de los mamíferos) . Por supuesto no es lo que intentamos transmitir cuando
nos referimos a una persona celosa.
Como suele ocurrir con las palabras, su origen se pierde en las sombras del tiempo
y el uso lo tergiversa. Es probable que haya ocurrido una de las siguientes dos
cosas, la primera: la emoció n de los celos es la pasió n, por lo tanto quizá s algú n
romano quiso decir que estaba ardiendo de rabia o miedo ante la posibilidad de la
Por lo tanto, no cualquiera puede sentir celos. Para ello se necesitan cuatro
factores: baja autoestima, susceptibilidad, miedo al abandono y obsesividad
(Marazziti et. al., 2010)
Podemos definir los celos como un estado emocional que es despertado por la
percepció n de amenaza sobre la relació n de pareja y la generació n de la motivació n
y el comportamiento destinado a contrarrestar dicha amenaza (Daly et.al. 1982).
Implica necesariamente un triá ngulo: la pareja y el rival potencial imaginario o real
(Harris y Dorby, 2010).
Los celos despiertan tres emociones entremezcladas: miedo, rabia y tristeza. Miedo
ante la soledad, rabia por la traició n y tristeza por la probable pérdida (Sharpsteen,
1991). Es probable que cada una de estas emociones active independientemente
un tipo concreto de comportamiento. Así el miedo puede estimular la posesividad,
la rabia las conductas agresivas y la tristeza activar la necesidad de protecció n
infantil (Frijda, 1986).
Existen cinco teorías psicoló gicas que intententan explicar el origen de los celos:
El psicoaná lisis los considera resultado de experiencias infantiles. El enfoque
sistémico plantea que son resultado de la diná mica relacional de la pareja. La
teoría comportamental los contempla como resultado del aprendizaje. La
psicología social propone a los celos como determinados por el entorno social.
Finalmente, la aproximació n evolucionista de la sociobiología define a los celos
como producto de la predisposició n genética (Pines y Hertzeliza, 1999).
Algunas de ellas se contradicen, otras coinciden. Sin embargo, la teoría del apego
se ajusta como el fundamento de la confianza en las relaciones de pareja. Personas
con apego seguro difícilmente desarrollan celos irracionales, mientras que las
celosas poseen como estructura afectiva una fuente de apego inseguro (Sharpsteen
y Kickpatrick, 1997).
El sentido comú n considera a los celosos y a los envidiosos como inseguros. Craso
error. La envidia necesita seguridad: la certeza de que si tengo lo que el otro tiene
seré feliz. Lo mismo en el celo, las personas celosas está n seguras que el otro le
engañ a. Así que debemos entender que son excelentes ejemplos de certidumbre,
se trata de personas extraordinariamente seguras. Por lo tanto, ambos son seguros
a nivel cognitivo.
Cuando amamos nos sentimos felices al percibir que la persona amada logra una
meta. Lo contrario ocurre cuando envidiamos, pues envidiar es desear algo que
uno no posee, por eso el envidioso se alegra cuando al otro le salen mal las cosas.
La envidia es contraria al amor.
Los varones temen la infidelidad sexual y las mujeres la emocional (Buss et.al.
1999). Esto se debe a que el vínculo amoroso es definido de manera distinta en los
varones que en las mujeres. Para ellos la masculinidad juega un papel
predominante, de ahí que si la pareja es infiel temen que el rival sea má s efectivo
sexualmente, poniendo en tela de juicio la virilidad. Las mujeres invierten afecto
y protecció n, por lo que
El varó n preguntará ¿qué encontraste en él que es mejor que lo que tengo yo?,
ella: ¿qué te dio ella que no puedo darte yo? Es interesante observar que el enfoque
masculino es má s egoísta que el femenino, estamos má s preocupados con nuestra
actuació n sexual, mientras que las mujeres con su capacidad protectiva. Sin
embargo estas conclusiones deberá n ser revisadas porque en algunos estudios se
encuentran contradicciones (Edlund y Sagarin, 2009).
El amor involucra pasió n sexual pero no es su fundamento. La base del amor son
la intimidad y el compromiso. El celo, se construye sobre la pasió n sexual. El miedo
al abandono es el eje de todos sus pensamientos, el control la ú nica manera que
Todos los días procederá a disminuirla con insultos referidos a la certeza de que es
o ha sido engañ ado. Posteriormente es probable que recurra a la violencia física
cuando haya logrado que su pareja se vea a sí misma como indefensa
Los celos patoló gicos se asocian con el homicidio (Mullen y Martin, 1994), los
varones celosos tienden má s al asesinato que las mujeres (Daly et.al. 1982). Varias
patologías se relacionan con ellos, por ejemplo el trastorno obsesivo compulsivo
(Lensi et.al. 1996), la personalidad paranoide (Bringle y Evenbeck, 1979).
En los celos retró grados, es decir, aquellos que parten de una historia amorosa
previa con otra persona, la persona celosa se encargará de recordar una y otra
vez las afrentas recibidas ¡antes de que se inicie el romance actual! Nada má s
angustiante: el pasado no se puede cambiar.
Quien cela también está inmerso en una paradoja, la premisa es: estoy siendo
engañ ado. No se trata de una hipó tesis a poner a prueba, es una afirmació n tá cita,
diríamos….un axioma psicoló gico, ¡no requiere demostració n! Así que haga lo que
haga su pareja, cualquier acció n será relacionada con la ineludible traició n.
El apego es la respuesta que damos ante una necesidad afectiva. Nuestras figuras
de apego son generalmente nuestros padres, pero pueden haber sido los abuelos,
hermanos mayores, niñ era, etc., las personas a las que recurríamos para ser
consolados. El apego seguro es aquél que ocasiona que el niñ o busque protecció n
de alguien significativo; el inseguro aquél donde se evita o agrede a quien debería
protegernos (Bartholomew, 1990).
¿Có mo salir de una relació n celosa? Antes que nada, reconocer que el celo es
violencia, y que por lo tanto se es víctima de un/una agresor/agresora. Evaluar si
es vá lido entregarse a alguien que promueve la restricció n de mi libertad, que me
niega, desmerece e indigna. Debemos partir de un principio: mi amor no cambiará
al otro. Si soy celado no soy amado, aunque nuestros encuentros sean apasionados,
mi integridad personal está sobre el placer del momento.
En la relació n amorosa no basta con que uno ame, ambos deben amarse, darse
cosas buenas el uno al otro, promover el crecimiento del otro y disfrutar de crecer
al lado de esa persona extrañ a, atreverse a confiar, correr riesgos, dejar partir
para volverse a encontrar renovados, con nuevas cosas para entregarse. La ruta
del amor es plena de cambios inesperados, alegrías y decepciones que obligan al
perdó n si somos capaces de soportar el dolor que ellas nos producen.
El camino del celo está repleto de terror, de rutina y desesperanza, las alegrías son
pocas generalmente cuando existen espacios de paz. La paz no es la felicidad,
es una breve liberació n de las tensiones, la felicidad es la sensació n de poder
arriesgarse a soñ ar nuevamente, sentirse libre a pesar de estar con otro. Esa
ilusió n de amor no es otra cosa que un momento de quietud que antecede a una
nueva avalancha de violencia.
¿Có mo reconciliarse? Existen amantes que son capaces de enfrentar una nueva
vida juntos habiendo erradicado el pavor al abandono. La base de esas relaciones
Ese tiempo de reflexió n dura lo que tenga que durar, meses o añ os. He visto parejas
que se divorciaron que después de varios añ os retomaron el matrimonio, también
he atendido a parejas que después de algunos meses de separació n fueron capaces
de reconciliarse.
Durante el noviazgo los procesos son má s rá pidos e impredecibles, pocas son los
novios que buscan ayuda psicoló gica, de ahí que no exista mucha informació n
sobre los procesos de reconciliació n, aunque sí estudios sobre el maltrato prenupcial
(Rey-Anacona, 2009).
Antes que nada debes reconocer que los celos son tu propiedad exclusiva, no los
veas como problemas de tu pareja, sino como una construcció n personal: son tu
responsabilidad y de nadie má s.
No busques las causas, debes entender que las acciones derivadas de tus celos son
violentas, por lo tanto eres un agresor. No tienes otra alternativa: debes eliminar
los celos, te convierten en un monstruo y sabes bien que no lo eres. Tus celos son
consecuencia de un temor infantil, el miedo a ser abandonado.
Mírate al espejo, eres una persona capaz de vivir sola, sin depender de nadie,
por lo que es irracional temer que te abandonen. Acepta tu soledad, asume tu
independencia. Si no eres capaz de hacerlo eres incapaz de amar. Para amar debes
entregarte plenamente, jugarte el todo por el todo, y para eso necesitas
reconocerte como un ser autó nomo.
Mira adentro de ti, está s repleto de terror y rabia, no hay cabida para recibir a
la persona que dices amar. Ella no te pertenece, es libre e independiente, tiene
derecho a amarte o no, eso no es de tu incumbencia. Aprende a respetar y tolerar
las relaciones que ella tiene con las personas que le rodean, si la quieres
seguramente es una persona querible por otras personas también.
Para curarse de los celos necesariamente hay que mirarse hacia adentro.
Avergonzarse de las cosas estú pidas que le hicimos a quien deberíamos amar.
Finalmente debes preguntarte si es posible el amor en tu corazó n. Para ello debes
vaciarlo de la envidia y el miedo.
Recuerda que si tu pareja actú a fundamentá ndose en sus celos está siendo violenta
contigo. La violencia no es parte del amor, por lo tanto no eres amada sino
maltratada. Puede ocurrir que la relació n se muestre intensamente apasionada, eso
No permitas que los celos crezcan, ponle un alto ni bien se manifiesten, tu pareja
no es un progenitor ni un docente, es un compañ ero que está a tu mismo nivel.
Quien te ama te respeta y te trata procurando sobre todo tu bienestar.
Los celos del otro no son un problema tuyo, tú no los provocas, es la persona
que inventa las condiciones para justificar su temor a ser abandonado. Quien te
cela es inmaduro, necesita reconocer en sus pensamientos y acciones sus propias
carencias que nada tienen que ver con tu existencia. No es tu culpa si no fue amado
en su infancia o comparado con otros. Simplemente llegaste y te enamoraste de
alguien que si no modifica su forma de actuar hacia ti, definitivamente no merece
tu amor.
No es posible amar a algo que nos dañ a, el malestar nos obliga a apartarnos en vez
de acercarnos. Arranca de ti la vana esperanza, tu amor no cambiará la inmadurez
de tu pareja, porque no reconoce el amor, lo confunde con la obediencia sumisa y
el aislamiento y cree que te ama cuando se siente apasionado.
El peor error que puedes cometer es sentir pena por quien te ofende. No lo veas
como niñ o abandonado, que nadie puede querer. Pregú ntate ¿por qué será que
nadie lo puede querer? Reconoce cuá nto vales, no busques que te aman, ama a
quien merece tu amor.
Si las cosas siguen como está n a pesar de que asumiste que los problemas de celos
son responsabilidad del otro y que no puedes seguir siendo víctima de violencia,
entonces queda un solo camino: terminar la relació n.
Será difícil y durante el proceso es probable que entiendas por qué esa persona no
merecía tu amor. Pero no puedes seguir así, la vida se escapa de nuestras manos
cada día que pasa. Abre los ojos, la vida es mucho má s que tu relació n. Existen
personas que te cuidan y que está n a tu lado: gente de tu familia y amigos, no los
pierdas por culpa de este capricho estú pido e inú til.
Se trata de violencia simétrica, ambos hacen parte del juego pasional de quien
controla mejor al otro. Abandonan el arte de amar por el arte de la guerra. Suelen
ser parejas intensamente ardientes, viven el romance en las reconciliaciones, luego
viene el vacío que se llena con el juego destructivo del “pesca – pesca”. Es un
combate de competencias, infames insultos asociados con infidelidades reales o
ficticias. Se encuentran en una simbiosis enceguecedora.
Estar enamorados no es amar, el sentirnos atraídos por una persona no indica que
esa persona sea la indicada para construir una relació n de pareja. La pasió n no
es suficiente en el amor, amar requiere de madurez, de independencia, de estar
completos. La idea de la media naranja es una estupidez. No son dos medias
naranjas que se encuentran, son dos personas completas, só lo en la integridad del
ser es posible el amor.
Una intensa relació n pasional no asegura una buena relació n de pareja, puede
predecir un excelente encuentro sexual pero no nos dice nada en relació n
a la convivencia. En otras palabras, un buen amante, una buena amante no
necesariamente será n buenos como pareja.
Quien ama no hace feliz al otro ni al ser amados el otro nos hace feliz, la felicidad
es el logro de nuestras metas que nos permiten conocernos y realizarnos. Quien
nos ama nos acompañ a pero no dictamina nuestra vida.
Quien te ama no vive por ti, no piensa ni siente por ti, te deja ser, con esa persona
te sientes libre de mostrarte como eres, de realizar tus sueñ os, segura de que no
será s juzgada sino que te sentirá s comprendida.
El amor de pareja no nos hace crecer, crecemos porque nos da la gana, el amor
nos hace sentir acompañ ados en el proceso de encontrarnos a nosotros mismos.
Los Lobos y Lobas son depredadores que esperan encontrar una presa para
devorarla. No les interesa el amor, lo desconocen, les interesa el poder, desde el
cual puedan someter y dirigir la vida de la otra persona. Saben escribir contratos
con condiciones, usualmente comienzan con la frase: “si me amas…”luego agregan
cualquier cosa: “…dejarías a tus amigas”, “…dejarías tus estudios”, “…te cambiarías
de ropa”, “…harías esto o aquello por mí”.
Caperucita tiene pena por el lobito, confunde la compasió n con el amor y cae en la
trampa; puede asumir que el amor es sacrificarse por el otro y renunciar a
aquellas cosas que la hacen persona.
Recuerda: quien te ama jamá s pide que te desprendas de las cosas que quieres.
Todo lo contrario, porque esas cosas te hacen feliz, te alienta a que las sigas
cosechando.
Amarte es aceptarte así como eres y aprender a amar tus cambios. Un encuentro
amoroso legítimo no está marcado por el miedo ni por la pena, el amor nos hace
sentir seguros de nosotros mismos, sabemos que quien nos ama nos acompañ ará a
pesar de nuestros riesgos, riesgos que al final de cuentas nos pueden hacer
cambiar, y en ese proceso tal vez nos ocurra que ya no queremos estar con esa
persona porque hemos cambiado, entonces puede ser que decidamos romper la
relació n. Quien nos ama nos deja partir.
Dejar partir, he ahí la pauta del amor, por eso amar duele, porque amarte es un
riesgo, el riesgo que crezcas y que cambies, de tal manera que dejes de ser la
persona que esperaba que seas, luego debo aprender a amarte aú n a pesar de tus
cambios, si no lo logro, porque te amo…te dejo partir.
Amar, por lo tanto no es poseer, qué alejada del amor la frase: ¡eres mía! El amor
exige a que seas tuya, que seas tuyo, que reconozcas que la vida te pertenece que
no tienes má s remedio que vivirla y entregarte a la realizació n de tus sueñ os.
Suena bonito, lo sé, pero es extremadamente difícil.
Difícil porque nos juntamos con una persona que no conocemos, ¡nos jugamos por
un desconocido! Por eso todo inicio amoroso es peligroso, nunca sabemos con
quién estamos saliendo. Puede ser el Lobo o la Loba, puede ser el Príncipe o la
Princesa, o peor, un monstruo disfrazado de oveja.
Sí, lo he oído muchas veces, “no quiero lastimarlo”…Es un absurdo mayú sculo
que permite ver có mo la persona conceptualiza a su pareja: un pobre cachorrito
pulguiento y enfermo. Luego ¿có mo se puede tener una relació n amorosa con un
indefenso bebé? Si tu pareja es una mujer o un varó n, entonces no tendrá s miedo
de lastimarla, sabrá s que como persona madura supo a qué atenerse en el
momento en que decidió jugar al amor contigo, ese juego tiene una finalidad:
¡conocernos!
Conocernos para ver si vale o no la pena seguir juntos, la respuesta puede ser sí o
no, si es no hay que terminar la relació n porque si siguen juntos será una pérdida
de tiempo. Recuerda: el amor no cambia a nadie.
Es curioso, muchas personas creen que no son amadas, cuando en realidad son
incapaces de amar a alguien que les hace dañ o. Es que no se puede amar a alguien
que nos hace dañ o, eso de amar al enemigo, vale en la guerra o en la caridad, pero
no en la relació n de pareja. Tu pareja te ama, luego no te dañ a de ninguna manera.
Si te dañ a simplemente no te ama, no le des má s vueltas, no te ama y punto.
No dejamos partir porque no nos aman, dejamos partir porque nos damos cuenta
que no podemos amar a alguien así. Un Lobo es un Lobo y tarde o temprano
Inicialmente el concepto se refería a las personas que convivían con un alcohó lico
o un toxicó mano, reduciéndose al vínculo amoroso conyugal. Sin embargo, con el
tiempo se ha extendido a los familiares. Resulta que una vez que la pareja
abandona su funció n, alguno de los miembros de la familia la asumía (Morgan,
1991).
Establecer una relació n de este tipo conlleva un círculo vicioso, la meta es que
otro abandone el vicio, si lo hace se termina la relació n, por lo que cuando se
manifiestan atisbos de cambio, el codependiente los boicotea porque el logro se su
sacrificada labor desnuda su falta de sentido.
Dejar marchar, sentirnos incapaces de abordar a alguien que nos atrae o mantener
un conflicto sin resolver, son algunas de las consecuencias del orgullo. Pero antes
de seguir vale la pena detenernos un momento en su definició n.
Segú n la Real Academia de la Lengua Españ ola, la palabra orgullo proviene del
catalá n “orgull” o del francés “orgueil” y significa: arrogancia, vanidad, exceso
de estimació n propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y
virtuosas.
En inglés la palabra pride (orgullo), deriva de proud (digno, valiente), por lo que
el término posee una connotació n positiva. En portugués la palabra “orgulho” es
definida por el diccionario Aurelio de la siguiente manera: Sentimiento de dignidad
personal, brío, altivez (…).
El uso y abuso de las palabras, las traducciones que van y vienen han ocasionado
confusiones con el término “orgullo”, puesto que se ha asociado con la idea de
la valoració n de uno mismo, por ejemplo en la frase “te falta orgullo”, que es lo
mismo que decir “tienes baja autoestima”. Pero también se lo usó para referirse
al exceso de ego: “eres un orgulloso” para decir: “¿quién te crees que eres?”. La
consecuencia es que la palabra “orgullo” puede usarse con doble sentido: como un
piropo y como un insulto.
Por estas razones lingü ísticas es preferible recurrir a la palabra “soberbia” que
ademá s está considerada como la definició n de uno de los pecados capitales,
considerado el peor de los siete porque de él se derivan los otros seis (lujuria,
envidia, pereza, gula, ira y avaricia), su origen se lo achaca a Lucifer cuando quiso
ser superior a Dios. Ese deseo lo hemos heredado, la negació n del poder divino,
el considerarnos má s que cualquier otra cosa en el universo, ser vanidoso al creer
que nos merecemos todo y prepotente al considerar que los demá s son inferiores y
deben apartarse para darnos lugar.
madre, pero ésta está acongojada por algú n problema personal, entonces, la hija
disimula su dolor para evitarle uno má s a mamá .
Entonces la soberbia es el refugio de nuestro miedo ante la presencia del dolor; nos
crea la ilusió n de fortaleza porque con ella estamos ocultá ndonos de quien debería
cuidarnos, ya sea porque así nosotros protegemos a quien nos debe proteger o
porque a nadie le importa nuestro sufrir.
Temen a las crisis por lo que congelan su relació n en una fusió n vincular está tica,
excluyen al mundo y limitan su independencia individual (Cá rdenas y Ortiz, 2005).
Si la pareja en colusió n tiene hijos, alguno o varios de ellos está n triangulados. La
inestabilidad de las díadas produce triá ngulos relacionales (Guerin, Fogarty, Fay
y Kautto, 1996). Nos referimos a una triangulació n cuando una relació n diá dica
henchida de conflictos se expande para incluir a un tercero (hijo, amante,
terapeuta, etc.), lo que determina el encubrimiento o la aparente desactivació n
del conflicto
(Simon, Stierlin y Wyne, 2002). Cuando se tienen carencias afectivas infantiles, las
personas tienden a buscar una pareja que pueda corregir ese desarrollo defectuoso
(Framo, 1996).
La teoría del apego adulto señ ala que el estilo de apego durante la infancia influirá
en la relació n conyugal adulta, debido a que se activan las carencias y excesos
recibidos de los cuidadores. El apego por lo tanto, es otro elemento que se debe
tomar en cuenta para la comprensió n de la patología conyugal, pues permite
relacionar los afectos insatisfechos con las demandas hacia la pareja.
En la colusió n el triá ngulo del amor siempre será incompleto. El amor pleno se
constituye por la presencia de los tres elementos identificados por Sternberg
(1998): intimidad, pasió n y compromiso. La pareja colisionada evitará alguno de
los componentes del amor y exacerbará otro, por ejemplo en la estructura de
personalidad histérica, la persona enfatiza la bú squeda de la intimidad a través de
la manifestació n exagerada de la pasió n evitando el compromiso; en el caso del
trastorno de personalidad dependiente, la persona rechaza la pasió n y exacerba la
intimidad a la par que exige el compromiso.
Los padres colusionados como pareja triangulan a sus hijos; ante la tensió n en
la díada se producen emociones intensas en la familia, las cuales producen un
triá ngulo relacional estabilizador. Por lo tanto, donde existe un hijo triangulado
existirá n unos padres colusionados en su relació n conyugal.
Son frecuentes las historias de amor escabrosas perpetradas por amantes que
contravenían todas las normas de la familia, por ejemplo la novela de Shakespeare:
“Romeo y Julieta”. Lo lamentable de esas historias romá nticas es que suelen acabar
con la muerte de uno o ambos amantes. En la vida real, una vez que el intruso
cumple la funció n de “salvar” a la persona triangulada, la relació n conyugal deja de
tener sentido, por lo que en la mayoría de los casos esos matrimonios se quiebran,
y en no son pocas las personas que vuelven al triá ngulo.
Es posible afirmar que la colusió n es una relació n entre dos personas que no
lograron desvincularse de sus familias de origen. No es posible el amor si aú n se
sigue siendo hijo. El amor lo exige todo, es indispensable jugarse entero, por lo
que no se puede establecer un vínculo amoroso entre dos personas incompletas
(Gikovate, 1996).
si uno cede el otro también lo haga, la escalada simétrica del amor permite el
crecimiento individual; mientras que la lucha de poder ocasiona la escalada
simétrica de la violencia.
6. La terapia de pareja.
El principal postulado del modelo cognitivo señ ala que el aprendizaje es producto
de “ las actividades involucradas en el pensamiento, razonamiento, toma de
decisiones, memoria, solució n de problemas y todas las otras formas de procesos
mentales superiores” (Baron, 1996, pg. 269). Desde esa perspectiva, la
psicopatología deberá abordarse desde las formas de construcció n cognitiva que
el paciente le da a la realidad (Ellis, 1987), será n las distoriciones ocasionadas por
pensamientos irracionales que ocasionen la desadaptació n de la persona y por
ende la aparició n de síntomas que plasmen un cuadro psicopatoló gico.
Debemos recordar que cada uno de los có nyuges trae a la relació n su propia
enajenació n mental (creer que pienso cuando en realidad me lo pensaron) y
ambos confrontan las realidades ajenas a la relació n, es como que se diera una
complementació n entre las configuraciones previas, así el alcohó lico se casa con
la codependiente, el desamparado con la protectora, la fó bica social con el celoso
patoló gico. Dichas complementaciones ofrecen durante el proceso terapéutico
una resistencia notable al cambio (Watzlawick, Weakland, Fisch. 1984) puesto que
el sistema relacional patoló gico es producto de un extraordinario equilibrio que
imposibilita el cambio (Watzlawick, 1986).
A las confrontaciones de las realidades inventadas que traen los amantes se deberá
sumar la realidad inventada que posee el terapeuta quien no está exento de haber
sido influenciado por su propia experiencia personal ( Guy, 1995) a lo que se suma
el modelo teó rico que utiliza (Watzlawick, 1995a).
relació n con las propias relaciones del terapeuta, inflexibilidad del modelo teó rico,
incapacidad emocional para recibir el dolor de la pareja, incapacidad profesional o
simplemente tedio.
Las parejas patoló gicas son parejas con graves dificultades en la concreció n de sus
metas, usualmente la meta es ganar al otro en lugar de consensuar, por ello que el
só lo hecho de establecer un problema en el cuá l ambos có nyuges estén de acuerdo
es de por sí terapéutico.
En una sesió n terapéutica donde se trataba el tema de las “farras” del esposo y
las constantes peleas que devenían cada vez que él retornaba a casa mareado, el
terapeuta que a sí mismo no se consideraba machista, narró la siguiente historia
con propó sitos terapéuticos: “una vez mi perro escapó de la casa, al volver la
empleada lo golpeó de tal manera que la siguiente vez que salió nunca má s retornó ,
desde esa experiencia, cada vez que el nuevo perro que tengo sale de la casa le
espero con una agradable chuleta...” el terapeuta intentaba explicar con ello que la
esposa al reñ ir al esposo cada vez que éste llegaba mareado a casa lo que estaba
consiguiendo era que el marido evite la llegada a casa. Ni bien el terapeuta terminó
de contar la historia fue llamado detrá s del espejo por la supervisora quien le hizo
notar lo escandalosamente machista que era la anécdota, el terapeuta no se había
percatado que con la historia estaba victimizando al “pobre borracho”.
El terapeuta debe ser capaz de “entrar” a la ló gica del pensamiento de cada uno
de los có nyuges, comprender los sistemas de creencias y respetarlos, aprender a
no parcializarse con ninguno, elaborar preguntas relacionales antes que causales,
recurrir a metá foras y anécdotas. No temer a la improvisació n cuando existe un
marco teó rico de referencia só lido (Keeney, 1998), la TP requiere de mucha
creatividad y entusiasmo por parte del terapeuta quien deberá hacer uso de todos
los recursos a su alcance.
Referencias
Abal, Y., Linares, E. (2005) Trastorno orgá smico femenino. Psiquiatría Noticias, 7 (3): 27-32.
Abbott, D (2000) Behavioral Genetics and Homosexuality. Journal of Human Sexuality, 1: 67-104.
Abdsagerm J., Roe, K. (2003) “What’s your definition of dirty, baby?”: Sex in music video. Sexuality
and culture, 7 (3) : 79-97.
Abdo, C. (2004) Descobrimento Sexual do Brasil: para Curiosos e Estudiosos. Sao Paulo: Summus.
Abramson, P., Pinkerton, S. (2002). With pleasure: Thoughts on the nature of human sexuality.
NuevaYork: Oxford University Press.
Ackerman, D. (1997) Uma histó ria natural do amor. Rio de Janeiro: Bertrand Brasil.
Adams, P.J., Towns, A. and Gavey, N. (1995) ‘Dominance and Entitlement: The Rhetoric Men Use to
Discuss their Violence towards Women’, Discourse & Society 6 (3): 387–406.
Addis, I., Van Den Eeden, S., Wassel-Fyr, Ch., Vittinghoff, E., Brown, J., Thom, D. (2006) Sexual
Activity and Function in Middle-Aged and Older Women. Obstetrics and Gynecology.
107(4): 755–764.
Addis, M. (2008) Gender and Depression in Men. Clinical Psychology: Science and Practice, 15 (3):
153-168.
Aedo, S., Porceli, A., Irribarra, C. (2006) Calidad de vida relacionada con el climaté rio en una població n
chilena de mujeres saludables. Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología, 71(6): 402-409.
Ainsworth, M., Bowlby, J. 19991 An ethological approach to personality development. American
Psychologist, 46: 331-341.
Alberoni, F. (2005) Enamoramiento y amor. Barcelona: Gedisa.
Alberoni, F. (1997) El Primer amor. Barcelona: Gedisa.
Alberoni, F. (2004) El misterio del enamoramiento. Barcelona: Gedisa.
Albó , X. (1976) Esposos, suegros y padrinos entre los aymaras. La Paz: CIPCA.
Aldana, R. (2008) La mujer: jugoso negocio mé dico. Publicalpha.com. Disponible en: http://publicalpha.
com/la-mujer-jugoso-negocio-medico/
Alexander, G., Charles, N. (2009) Sex Differences in Adults’ Relative Visual Interest in Female and Male
Faces, Toys, and Play Styles. Archives of Sexual Behavior, 38, (3): 434-441.
American Psychiatric Association (1996) DSM IV-TR Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales. Madrid: Masson.
American Association for Marriage and Family Therapy (2001). Code of ethics for marriage and family
therapists. Alexandria: Author.
Amichai-Hamburger, Y., Vinitzky, G. (2010) Social network use and personality. Computers in Human
Behavior, 26: 1289-1295.
Barylko, J. (2003) Refiexiones filosóficas. Los múltiples caminos hacia la verdad. Buenos Aires: El
Ateneo.
Barnhill, L., Longo, D. (1978) Fixation and Regression in the Family Life Cycle. Family Proces, 17
(4): 469-578.
Barnier, A., Lacrose, S., Whipple, N. (2005) Leaving home for college: A potentially stressful event for
adolescents with preoccupied attachment patterns. Attachment & Human Development, 7 (2)
:171-185.
Baron, R., Byrne, B. (2001) Psicología social. Madrid: Prentice Hall.
Barta, W., Kiene, S. (2005) Motivations for infidelity in heterosexual dating couples: The roles of
gender, personality differences, and sociosexual orientation. Journal of Social and Personal
Relationship, 22 (3): 339–360.
Bartels, A., Zeki, S. (2000). The neural basis of romantic love. Neurological Report, 1: 3829–3834.
Bartholomew, K. (1990) Avoidance of intimacy: an attachment perspective. Journal of Social and
Personal Relationship, 7: 147-178.
Barylko, J. (1999) En busca de uno mismo. Buenos Aires: Emecé.
Barylko, J. (2001) Volver a casa. Un rescate de la familia. Buenos Aires:
Sudamericana. Barylko, J. (2002) Cómo ser persona en tiempos de crisis. Buenos
Aires: Emecé.
Baucom, D. H., Epstein, N., Rankin, L. A., & Burnett, C. K. (1996). Assessing relationship standards:
The inventory of specific relationship standards. Journal of Family Pychology, 10: 72–88.
Baucom, K., Sevier, M., Kathleen, E., Doss, B., Christensen, A. (2011) Observed Communication in
Couples Two Years After Integrative and Traditional Behavioral Couple Therapy: Outcome and
Link With Five-Year Follow-Up. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 79 (5): 565–
576.
Beattie, M. (1998) Libérate de la codependencia. Madrid: Sirio.
Beck, A. (1998) Con el amor no basta. Buenos Aires: Paidó s.
Beck, A. (2003) Prisioneros del odio. Las bases de la ira, la hostilidad y la violencia. Barcelona: Paidó s.
Beck, U., Beck-Gernsheim, E. (2001) El normal caos del amor. Las nuevas formas de la relación
amorosa. Barcelona: Paidó s.
Becker, D., Kenrick, D., Neuberg, S., Blackwell, K., Smith, D. (2007). The confounded nature of angry
men and happy women. Journal of Personality and Social Psychology, 92: 179–190.
Belucci, E., Zeleznikow, J. (2001) Representations of decision-making support in negotiation. Journal of
Decision System, 10 (4): 449-479
Bennett, L., Wolin, S., McAvity, K. (1988) Identity, Ritual and Myth: a cultural perspective on life cycle
trasitions. Psychologist, 11: 575–586.
Berbow, S., Egan, D., Marriot, A., Tregan, K., Walsh,S., Wells, J., Wood, J. (1990) Using the family
life cycle with later life familias. Journal of Family Therapy. 12, (2): 321-340.
Berger, L. (2001) Freud, el genio y sus sombras. Barcelona: Vergara.
Berman, M. I., & Frazier, P. A. (2005). Relationship power and betrayal experience as predictors of
reactions to infidelity. Personality and Social Psychology Bulletin, 31: 1617–1627.
Bermudez – Cañ ete, F. (Compilador) (2004) Rainer Maria Rilke: Poesia Amorosa. Madrid: Hiperió n.
Berscheid, E., Meyers, S. (1996) A social categorical approach to a question about love. A Daily Diary
Analysis. Emotion. 12 (12) : 326-337.
Bertonio L. (1612/1984) Vocabulario de la lengua aymara. La Paz: CERES, IFEA, MUSEF. (Editores:
Albó , X., Laime, F.)
Bersoff, D.N. (1995). Ethical confiicts in psychology. Washington: American Psychological Association.
Bertalanffy,L. (1995) Teoría general de sistemas. Madrid: FCE
Bhutta, M. (2007) Sex and the nose: human pheromonal responses. Journal of the Royal Society of
Medicine, 100: 268-274.
Bienvenu, M. (1970) Measurement of Marital Communication. The Family Coordinator, 19 (1) : 26-31
Billings, B, Speroc, J.A., Vollmera, R., Amico J. (2006) Oxytocin null mice ingest enhanced amounts
of sweet solutions during light and dark cycles and during repeated shaker stress. Behavioural
Brain Research. 171 (1): 134-141
Black, G., Dutton, W. (2012) Age and Trust in the Internet: The Centrality of Experience and Attitudes
Toward Technology in Britain. Social Science Computer Review, 1: 12-20.
Blanchard, V., Hawkins, A., Baldwin, S., Fawcett, E. (2009) Investigating the effects of marriage and
relationship education on couples’ communication skills: A meta-analytic study. Journal of
Family Psychology, 23 (2) : 203-214.
Blenker, M. (1965) Work and Family Relationships in Ater Life With Some Thoughts on Filial
Maturity. Shanas A. Streib, F. (Editores): Social Structure and theFamily. Nueva York: Prentice-
Hall Inc.
Blum, K., Cull, J., Braverman, E., Comings, D. (1996) Reward deficiency syndrome. American Scientist,
84 (2): 132-145.
Bodo, M. (2001) Los cinco minutos de San Francisco. Buenos Aires: Claretiana.
Boonzaier, F. (2008) ‘If the Man Says you Must Sit, Then you Must Sit’: The Relational Construction of
Woman Abuse: Gender, Subjectivity and Violence. Feminism & Psychology, 18 (2): 183-206.
Boring,E.G. 1983 Historia de la psicología experimental. México D.F.: Trillas
Boss, P. (1983). The marital relationship: Boundaries and ambiguities. En. Figley,C., McCubbin, H.
(Editores) (1983) Journal of Marriage and Family. Stress and the family: 26–40.
Boss, P. (1986) Psychological Absence in the Intact Family: A Systems Approaches to a Study of Fathering.
Marriage & Family Review,10(1): 11-39.
Boss, P. (2001) La pérdida ambigua. Cómo aprender a vivir con un duelo no terminado. Barcelona:
Gedisa.
Boss, P. (2001b). Family stress management Newbury Par. California: Sage.
Boss, P. (2010) The Trauma and Complicated Grief of Ambigous Loss. Pastoral Psychology, 59 (2):
137-145.
Botell, M., Valdés, S., Pérez, J. (2001) Caracterizació n de la mujer en la etapa del climaterio. Revista
Cubana de Obstetricia y Ginecología, 27 (1): 16-21
Botella, L., Feixas, G. (1998). La teoría de los constructos personales: Aplicaciones a la práctica
psicológica. Barcelona: Laertes.
Bourassa, K. (2004) Love and the Lexicon of Marriage. Feminism and Psychology, 14 (1) : 57-62.
Bowen, M. (1978). Family therapy in clinical practice. Northvale, Nueva Jersey: Jason Aronson.
Bowlby, J. (1982) Attachment and lost. Londres: Hogarth.
Bowlby, J. (1985) La separación afectiva. Buenos Aires: Paidó s
Bowlby, J. (1988) A secure base: Clinical applications of attachment theory. London: Routledge.
Bradbury, T., Fincham, F., Beach, S. (2000). Research on the nature and determinants of marital
satisfaction: A decade in review. Journal of Marriage and the Family, 62: 964–980.
Crognier, E., Villena, M., Vargas, E. (2001) Helping patterns and reproductive success in Aymara
communities. American Journal of Human Biology. 14 (3) : 372-379.
Crognier, E., Villena, M., Vargas, E. (2002) Reproduction in high altitude aymara: Physiological stress
and fertility planning? Journal of Biosocial Science, 34 (4): 463-473
Cyranowski, J., Andersen, B. (1994) Women’s Sexual Self-Schema. Journal of Personality and Social
Psychology. 67 (6): 1079-1100.
Cyranowski, J., Andersen, B. (1998) Schemas, Sexuality, and Romantic Attachment. Journal of
Personality and Social Psychology 74 (5) : 1364-1379
Cyrulnik, B. (2011) Morirse de vergüenza. El miedo a la mirada del otro. Madrid: Debate
Dabbs, J. (2001) Héroes, amantes y villanos. La infiuecia de la testosterona en el comportamiento
humano. México: MCGraw-Hill
Dalai Lama (2008) Discurso al recibir el premio Nobel. Disponible http://www.prensalibre.co.cr/2008/
abril/05/abanico06.php
Daly, M., Wilson. M., Weghorst, S. (1982). Male sexual jealousy. Ethology and Sociobiology. 3: 11-
27. Damasio,A. (1994) El error de Descartes. Santiago: Andrés Bello
Darwin, Ch. (1976) El origen de las especies. México D.F.: Editora Econó mica.
Darwin, Ch. (1977) Autobiografía. Madrid: Alianza.
Darwin, Ch. (1984) La expresión de las emociones en los animales y el hombre. Madrid: Alianza.
Darwin, Ch. (1982) El origen del hombre. Madrid: Edad.
Dasí, F., Martínez-Vilanova, R. (1999) Técnicas de negociación, un método práctico. Madrid: Escuela
Superior de Gestió n Comercial y Marketing.
De Angelis, B. (1994) ¿Eres mi media naranja? Mé xico DF: Grijalbo.
Dear, G. E., Roberts, C., Lange, L. (2004). Defining codependency: An analysis of published
definitions. En: Shohov, S. (Editor.), Advances in psychology research. Huntington, Nueva York:
Nova Science Publishers: 63–79.
De Bruine, L., Jones, B., Tybur, J., Lieberman, D., Griskevicius, V. (2010 Women’s 1990–2000’. En D.
Gauntlett (2000) (editores.) Web.Studies: Rewiring Media Studies for the Digital Age. Londres:
Arnold: 19–30.
De la Cadena, M. (1997) Matrimonio y etnicidad en comunidades andinas. Arnold, D. (1997)
(Compiladora). Má s allá del silencio. Las fronteras de gé nero en los Andes. La Paz: CIASE/ILCA.
De Steno, D., Valdesolo, P., barlett, M. (2006) Jealousy and the Threatened Self: Getting to the Heart
of the Green-Eyed Monster. Journal of Personality and Social Psychology. 91 (4): 626–641.
De Waal, F. (1997) Bonobo: The Forgotten Ape. Califormia: University of California Press.
Dela Coleta, A., Dela Coleta, M., Guimarã es, J. (2008) O amor pode ser virtual? O relacionamento
amoroso pela Internet. Estudios de Psicologia. 13 (2): 277-285.
Delgado, M. R., Gillis, M. M., & Phelps, E. A. (2008). Regulating the expectation of reward via
cognitive strategies. Nature Neuroscience, 11: 880–881.
Dennerstein, L.; Smith, A. M.; Morse, C.A.; Burger, H.G (1994) Sxuality and the menopause. Journal
of Psychosom-Obstetetricy and Ginaecology, 11: 59-66.
Derrida, J. (1980) Writing and Difference. Chicago: University Of Chicago Press.
Derrida, J. (1998) Aporías. Barcelona: Paidó s, 1998.
Deshimaru, T. (1986) Ciento veinte cuentos Zen. México: Edicomunicació n.
De Steno, D., Valdesolo, P., Bartlett, M. (2006) Jealousy and the Threatened Self: Getting to the
Heart of the Green-Eyed Monster. Journal of Personality and Social Psychology. 91 (4) :
626–641
Diamond, L. (2004) Emerging Perspectives on Distinctions Between Romantic Love and Sexual Desire.
Current Directions in Psychological Science. 13 (2): 116-119.
DiBlasio, F. (2000) Decision-Based Forgiveness Treatment in Cases of Marital Infidelity. Psychotherapy.
37 (2): 149-158.
Diez, F. (2002) El arte de negociar. Manual de Gerencia Política. Instituto Nacional Demó crata.
Programa de Amé rica Latina y El Caribe del NDI. Disponible en: http://www.redpartidos.org/
files/mgp2002_negociacion.pdf
Doepke, M., Tertilt, M. (2009) Women’s Liberation: What’s In It For Men? The Quarterly Journal of
Economics, 124 (4) : 1541-1591.
Doidge, N. (2008) El cerebro se cambia a sí mismo. Madrid: Aguilar. (Pá g. 193).
Dougherty, E. (1955) Comparative evolution and the origin of sexuality. Systems Zooligal, 4: 145-152.
Drigotas, S., Safstrom, A., Gentilia, T. (1999) An Investment Model Prediction of Dating Infidelity.
Journal of Personality and Social Psychology. 77 (3) : 509-524.
Dryer, D., Horowitz, W. (1997) When Do Opposites Attract? Interpersonal complementarity versus
similarity. Journal of Personality and Social Psychology, 72, (3): 592-603.
Duffy, S., Rusbult, C. (1986) Satisfaction and Commitment in Homosexual and Heterosexual Relationships.
Journal of Homosexuality. 12 (2): 1 – 23.
Dutton, D., Aron, A. (1974) Some evidence for heightened sexual attraction under conditions of high
anxiety. Journal of Personality and Social Psychology, 30 (4): 510-517.
Dutton, G., Blank, G. (2012) Next Generation Users: the Internet in Britain. Oxford Internet Institute.
University of Oxford. Disponible en: http://microsites.oii.ox.ac.uk/oxis/
Dutton, W., Helsper, E., Whitty, M., Nai Li, J., Buchwalter, G., Lee, G. (2009 ) The Role of the Internet
in Reconfiguring Marriages:A Cross-national Study. Interpersonal Psychology. 3, (2) : 3-18.
Eco, U. (1999) Kant y el ornitorrinco. Barcelona: Lumen.
Edlun, J., Sagarin, B. (2009) Sex differences in jealousy: Misinterpretation of nonsignificant results as
refuting the theory. Personal Relationships, 16: 67–78.
Eibl-Eibesfeldt, (1986) Las Islas Galápagos. Un arca de Noé en el pacífico. Madrid: Alianza.
Ekins, R. (2005) Science, Politics and Clinical Intervention: Harry Benjamin, Transsexualism and the
Problem of Heteronormativity. Sexualities, 8 (3): 306-328.
Elavsky, S., McAuley, E. (2007) Physical activity and mental health outcomes during menopause: A
randomized controlled trial. Annals of Behavioral Medicine. 33 (2): 132-142
Elkaïm,M. (1995) Si me amas no me ames. Barcelona: Paidó s.
Ellis, A. (1987) The impossibility of achieving consistently good mental health. Nueva York:American
Psychologist.
Ellis, B. (1995) The evolution of sexual attraction: evaluative mechanism in women. En: Barkow, J.,
Cosmides, L., Tooby, J. (1995) The adapted mind: evolutionary psychology and the generation
of culture. Nueva York: Oxford University Press: 267-288.
Ellis, L. Ashley, M. (1987) Neurohormonal functioning and sexual orientation: A theory of
homosexuality– heterosexuality. Psychological Bulletin, 101 (2) : 233-258.
Enander, V. (2010) Leaving Jekyll and Hyde: Emotion work in the context of intimate partner violence.
Feminism & Psychology, 21 (1): 29-48.
Enright, R., Coyle, C. (1998). Researching the process model of forgiveness within psychological
interventions. En: Worthington, E. (1998) (Editor) Dimensions of forgiveness:
Psychological research and theological perspectives. Philadelphia: Templeton Press: 139–161.
Erikson, E.H. (1959) Identidy and the life cycle. Nueva York: International Universities Press.
Erikson, E.H. (1968) Identidy: Youth and crisis. Nueva York: Norton.
Escobar, I., Berrouet, M., Gonzá lez, D. (2009) Mecanismos moleculares de la adicció n a la marihuana.
Revista Colombiana de Psiquiatría, 38 (1) : 126 – 142.
Espinal, L. (2005) Oraciones a quemarropa. La Paz: Remaar.
Espinar, I., Carrasco, M.J., Martínez, M.P., García-Mina, A. (2003) Familias reconstituidas: Un estudio
sobre las nuevas estructuras familiares. Clínica y Salud, 14 (3) : 301-332.
Espinoza, A. (1998) El sirvinakuy en el mundo aymara. Primer festival del libro Huancaneñ o, Tomo III.
Lima: Municipalidad Provincial de Huancané .
Falicov (1988) Family transitions. Continuity, Chasnge over the life circle. Nueva York: Guildford
Press.
Falicov, C. (2010) Changing Constructions of Machismo for Latino Men in Therapy: ‘‘The Devil Never
Sleeps’’. Family Process, 93 : 309-329.
Feeney, B. (2008) Adult romantic attachment. En: Cassidy, J., Shaver, Ph. (Editores) (2008) Handbook
of attachment: theory, research, and clinical applications. Nueva York: Guilford.
Feeney, B., Collins, N. (2001) Predictors of caregiving in adult intimate relatioships: An attachment
theretical perspective. Journal of Personality and Social Psychology, 80: 972-994.
Feeney, B., Noller, P. (1990) Attachment Style as a Predictor of Adult Romantic Relationships. Journal
of Personality and Social Psychology. 58 (2) : 281-291.
Fenell, D. (1993). Characteristics of long-term first marriages. Journal of Mental Health Counseling,
15 : 446–460.
Ferraro, K. (1997) Battered Wom Strategies for Survival. En: Cardarelli (Editor) (1997) Violence
between Intimate Partners: patterns, causes and effects. Needham Heights: Allyn & Bacon.
Festinger, L. (1957) A theory of cognitive dissonance. Illinois: Row.
Fields, N. (1983). Satisfaction in long-term marriages. Social Work, 28: 37–41.
Filip, D.Mendes, A., Simoes, L., Raskin, A., Zangiacomi, E. (2000) Fatores associados à obesidade
e ao padrã o andró ide de distribuiçã o da gordura corporal em mulheres climaté ricas. Revista
Brasileira de Ginecologia e Obstetrícia. 22 (2) : 435-441.
Fincham, F., Beach, S. (1999) Conflict in marriage: Implications for working with couples. Annual
Review of Psychology, 50 : 47–77.
Fincham, F., Beach, S. (2004) Forgiveness and Conflict Resolution in Marriage. Journal of Family
Psychology, 21 (3): 542-545.
Fincham, F., Beach, S., Dá vila, J. (2007) Longitudinal relations between forgiveness and conflict
resolution in marriage. Journal of Family Psychology, 21(3): 542-545.
Finlay, S., Clark, V. (2003) “A Marriage of Inconvenience?” Feminist Perspectives on Marriage. Feminism
Psychology, 13 (4): 415-420.
Fischer, K., Hart, Th. (2002) El matrimonio como desafío. Bilbao: Desclé e De Brouwer.
Fisher, H. (2004) Why we love. The nature and chemistry of romantic love. Nueva York: St. Martin’s
Griffin.
Fisher, H. (2007) Anatomía del amor. Barcelona: Anagrama.
Fisher, H. (2009) Why him? Why her? Nueva York: Henry Holt and Company.
Fitnes, J., Fletcher, G. (1993) Love, Hate, Anger, and Jealousy in Close Relationships: A Prototype
and Cognitive Appraisal Analysis. Journal of Personality and Social Psychology. 65 (5):
942-958
Fogari, R., Zoppi, A., Preti, P., Rinaldi, P., Marasi, G., Vanasia, A., Mugellini, A., Fogari R. (2002)
Sexual activity and plasma testosterone levels in hypertensive males. American Journal of
Hypertension, 15 (3) : 217-221
Ford, B., Tamir, M. (2012). When Getting Angry Is Smart: Emotional Preferences and Emotional
Intelligence. Emotion. Disponible en:
http://hinarigw.who.int/whalecompsycnet.apa.org/whalecom0/psycarticles/2012-02790-001.pdf
Fordward, S. (2006) Cuando el amor es odio. México DF: Grijalbo.
Fosey, D. (1985) Gorilas en la niebla. Madrid: Salvat.
Framo, J. (1996) Familia de origen y terapia familiar. Buenos Aires: Paidó s.
Frijda, N. (1986). The emotions. Cambridge: Cambridge University Press.
Fritzen, S. (2002) La ventana del Johari. Barcelona: Sal Terrae
Fromm,E. (1987) El arte de amar. Buenos Aires: Paidó s.
Gadalla, T. (2008) Impact of Marital Dissolution on Men’s and Women’s Incomes: A Longitudinal Study,
Journal of Divorce & Remarriage, 501:55-65.
García, L. (2001) El vínculo emocional. Crisis y divorcio. Valencia: Promolibro.
García, J., Muñ oz, A., Rozo, R., Salazar, M. (1982) Actitudes de las mujeres hacia la menopausia.
Revista Latinoamericana de Psicología. 14 3, : 397-404.
Gardner, R. A. (1982). Family Evaluation in Child Custody Litigation. Cresskill, Nueva York: Creative
Therapeutics, Inc.
Garrido, E. (2008) El perdó n en procesos de reconciliació n: el mecanismo micropolítico del aprendizaje
para la convivencia. Papel Político. 13 (1): 123-167.
Garrido, V. (2000) El psicópata. Un camaleón en la sociedad actual. Madrid: Algar.
Garrido, V. (2001) Amores que matan. Acoso y violencia contra las mujeres. Barcelona: Algar.
Gazzaniga, M. (1998) El pasado de la mente. Barcelona: Andrés Bello.
George, A. (1998) Differential perspectives of men and women in Mumbai, India on sexual relations and
negotiations within marriage. Reproductive Health Matters, 6, (12): 87–96
Gikovate, F. (1990) O amor nos anos 80. Sã o Paulo: MG editores.
Gikovate, F. (1996) Uma nova visão do amor. Sã o Paulo: MG Editores asociados.
Gil, E., Esteva de Antonio, I, Berguero, T. (2006) La transexualidad, transexualismo o trastorno de la
identidad de gé nero en el adulto: Concepto y características bá sicas. Cuadernos de Medicina
Psicosomática y Psiquiatría de Enlace. 8: 7-12.
Gilbert, R., Gonzalez, M., Murphy, N. (2011) Sexuality in the 3D Internet and its relationship to real-life
sexuality. Psychology and Sexuality, 2 (2): 107-122.
Gill, R., Arthurs, J. (2006). New femininities? Feminist Media Studies. 6 (4): 443–451.
Gilmore, D. (1994) Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad. Barcelona: Paidó s.
Glass, S.,Wright, T. (1988). Clinical implications of research on extramarital involvement. En Brown,
R., Field, J. (Editores.). Treatment of sexual problems in individual and couples therapy Nueva
York: PMA Publishing. : 301-346.
Glass, S.(2002). Couple therapy after the trauma of infidelity. En: Gurman, A., Jacobson, N. (Editores)
Clinical handbook of couple therapy Nueva York,: Guilford Press: 408-507.
Gonçalves, R., Barbosa, M. (2005) O climaté rio: a corporeidade como berço das experiê ncias do vivido.
Revista Brasileira de Enfermagem. Disponible en: http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_
arttext&pid=S0034-71672005000600012&lang=pt
Gonzaga, G., Turner, R., Keltner, D., Campos, B., Altemus, M. (2006) Romantic love and sexual desire
in close relationships. Emotion. 6 (2): 163 – 179.
Gonzales, A., Hancock, J. (2011) Mirror, Mirror on my Facebook Wall: effects of Exposure to Facebook
on Self-Esteem. Cyberpsychology, Behavior & Social Networking, 14 (2): 79-83.
Gonzales, G., Carrillo, C. (1994) Estudio de la menopausia en el Perú . Acta Andina. 3 (1): 55-66.
Gonzá lez, S. (1995) Del matrimonio eterno a las mujeres que no aguantan. En: Doring, M.T.
(compiladora) (1995) La pareja o hasta que la muerte nos separe. ¿Un sueñ o imposible? Mé xico
DF: Fontamara.
Goodall, J. (1986) En la senda del hombre. Barcelona: Salvat.
Goodrich,T. y otros. (1994) Terapia familiar feminista. Buenos Aires: Paidó s.
Gordon, D. (2001) High infidelity. Newsweek: Julio.
Gorman, L., Blow, A. (2008) Concurrent Depression and Infidelity, Journal of Couple & Relationship
Therapy: Innovations in Clinical and Educational Interventions. 7 (1): 39-58.
Gosselin, D. (2010) Heavy Hands. An Introduction to the Crimes of Family Violence. Boston: Prentice
Hall, Pearson.
Grammer, K., Fink, B., Neave, N. (2008) Human pheromones and sexual attraction. European
Journal of Obstetrics & Gynecology and Reproductive Biology, 118 (2): 135-142.
Greeley, A. (1994). Marital infidelity. Society. 574: 9-13.
Greer, G. (1971) The female eunuch. Londres: Paladin.
Grello, C., Welsh, D., Harper, M. (2010) No strings attached: The nature of casual sex in college students.
Journal of Sex Research. 43, (3): 255 – 267.
Gross, M. (1979) La falacia de Freud. Madrid: Cosmos.
Grove, D., Haley,J. (1996) Conversaciones sobre terapia. Buenos Aires: Amorrortu
Gudykunst, W., Nishida, T. (2000) Anxiety, uncertainty, and perceived effectiveness of communication
across relationships and cultures. International Journal of Intercultural Relation,. 25 (1): 55–
71.
Guerin, Ph., Fogarty, Th. (2000) Triángulos relacionales. El abc de la terapia. Buenos Aires: Amorrortu.
Guerrero, L. (1998). Attachment-style differences in the experience and expression of romantic jealousy.
Personal Relationships, 5: 273–291.
Gute, G., Eshbaush, E. (2008) Personality as a Predictor of Hooking up Among College Students
Personality as a Predictor of Hooking up Among College Students. Journal of Community
Health Nursing. 25 (1): 26-43.
Gutierrez, A., Urrutia, M., Cabieses, B. (2006) Climaterio y postmenopausia: aspectos educativos a
considerar segú n la etapa del periodo. Ciencia y enfermería 121:19-27. Disponible en: http://
www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717 95532006000100003&lng=es&nrm
=iso
Guy,J. (1995) La vida personal del psicoterapeuta. Buenos Aires: Paidó s.
Haavio-Mannila, E., Kontula, O. (1997) Correlates of Increased Sexual Satisfaction. Archives of Sexual
Behavior. 26 (4): 399-419.
Hagger – Johnson, G., Schickle, D. (2009) Conscientiousness, perceived control over HIV and condom
use in gay/bisexual men. Psychology & Sexuality, 1(1) : 62-74.
Hakvoort, E., Bos, H., Van Balen, F., Hermanns, J. (2011). Postdivorce Relationships in Families
and Children’s Psychosocial Adjustment. Journal of Divorce & Remarriage, 52 (2): 125-
146.
Haley, J. (2006) Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar. Buenos Aires:
Amorrortu Haley, J. (1974) Las tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos. Buenos
Aires: Tiempo
Contemporáneo
Haley, J. (1985) Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar. Buenos Aires: Amorrortu.
Haley,J. (2000) Las tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos.2ª edició n. Buenos Aires: Paidó s.
Hamer, D., Hu, S., Magnuson, V., Hu, N., Pattatucci, A. (1993). A linkage between DNA markers on the
X chromosome and male sexual orientations. Science. 261: 321–327.
Hans, J., Kersey, M. Kimberly, Cl. (2012) Self-Perceived Origins of Attitudes Toward Homosexuality.
Journal of Homosexuality. 59 (1): 4-17.
Harlow, H.F. (1958) The nature of love. American Psychologists. 13:673-678.
Harlow, H.F. (1962) The development of affectional patterns in infant monkeys. En: Foss, M.
(Editor) Determinants of infant behavior. Nueva York: Academic Press.
Harmon, E., Peterson, C., Harris, Ch. (2009) Jealousy: Novel Methods and Neural Correlates. Emotion.
9 (1) :113–117.
Harned, M. S. (2002). A multivariate analysis of risk markers for dating violence victimization. Journal
of Interpersonal Violence. 17: 1179-1197.
Harris, Ch., Dorby, R. (2010) Jealousy in Adulthood. En: Hart, S., Legarstee, M. (Compiladores)
Handbook of Jealousy: Theory, Research, and Multidisciplinary Approaches. Nueva York:
Blackwell Publishing Ltd.:547-571.
Heilman, R., Houser, D., Miclea, M., Miu, A. (2010) Emotion Regulation and Decision Making Under
Risk and Uncertainty. Emotion. 10 (2) : 257 -265.
Henderson, V. (2007) Neurología de la menopausia. Revista del climaterio. 11 (61): 16-31
Henderson, V.W. (2009) Menopause, cognitive ageing and dementia: practice implications. Menopause
International. 15: 41-44
Hendrick, C., Hendrick, S. (1986) A Theory and Method of Love. Journal of Personality and Social
Psychology, 50(2): 392-402.
Hendrick, C., Hendrick, S. (1987) Love and Sexual Attitudes, Self-disclosure and Sensation-seeking.
Journal of Social and Personal relationships 4(3): 281-297.
Hendrick, C., Hendrick, S. (1989) Research on Love: Does it Measure up? Journal of Personality and
Social Psychology, 56 (5): 784-794.
Hendrick, C., Hendrick, S., Foote, F. (1984) Do Men and Women Love Differently? Journal of Social
and Personal Relationships, 1(2) : 177-195.
Hendrix, H. (1997) Conseguir el amor de su vida. Buenos Aires: Obelisco.
Hertenstein, M., Holmes, R., McCullough, M., Keltner, D. (2009) The Communication of Emotion via
Touch. Emotion, 9(4) : 566 – 573
Hertlein, K., Ray, R., Wetchler, J., Killmer, J. (2003): The Role of Differentiation in Extradyadic
Relationships. Journal of Couple & Relationship Therapy: Innovations in Clinical and
Educational Interventions, 2 (4) : 33-50.
Hertlein, K., Wetchler, J., Piercy, F. (2005) Infidelity. Journal of Couple & Relationship Therapy:
Innovations in Clinical and Educational Interventions. 4(2): 5-16
Hesse-Biber, S., Williamson, J. (1984) Resource Theory and Power in Families: Life Cycle Considerations
Family Process, 23 (2) : 261-278.
Hilgard, E. Bower,G. (1977) Teorías del aprendizaje. México D.F.: Trillas.
Hill, E. (2001) Understanding forgiveness as discovery: implications for marital and family therapy.
Contemporary Family Therapy, 234: 369-384.
Hirschenhauser, K., Oliveira, R. (2005) Social modulation of androgens in male vertebrates: meta-
analyses of the challenge hypothesis. Animal Behaviour, 71 (2): 265-277
Hite, S. (2002) El informe Hite. Estudio de la sexualidad femenina. Madrid: Punto de lectura.
Hofer, J., Busch, H., Harris, M., Campos, D., Li, M., Law, R. (2010) The Implicit Power Motive and
Sociosexuality in Men and Wom Pancultural Effects of Responsibility. Journal of
Personality and Social Psychology, 99 (2): 380–394.
Hö lderlin, J. (2003) Himno al amor. Buenos Aires: Longseller.
Holten, A., Mikkelsen, A. (1991) The menopausal syndrome: a factor analytic replication.
Maturitas, 133: 193-203.
Holtzworth, A., Stuart, G., Hutchinson, G. (1997) Violent Versus Nonviolent Husbands: Differences
in Attachment Patterns, Dependency, and Jealousy. Journal of Family Psychology, 11 (3):
314- 331.
Huber, Ch, Baruth,L. (1991) Terapia familiar racional - emotiva. Barcelona: Herder
Huddleston, R., Hawkings, L. (1993) The Reaction of Friends and Family to Divorce. Journal of Divorce
& Remarriage, 19 (1) : 195-208.
Hudson , W. , Harrison , D. , Crosscup , P. ( 1981 ). A short-form scale to measure sexual discord in
dyadic relationships. Journal of Sex Research, 17: 157 – 174
Hunt, M. (1974) Sexual behavior in the seventies. Chicago: Play-boy Press.
Hunter, M., Battersby, R., Whithehead, M. (2008) Relationships between psychological symptoms,
somatic complaints and menopausal status. Maturitas, 61 (1): 95-106.
Hupka, R. (1991). The motive for the arousal of romantic jealousy: Its cultural origin. En: Salovey, P.
(Editores.), The psychology of jealousy and envy Nueva York: Guilford Press: 252-270
Hurlbert, D., Apt, C., Rabehi, S. (1993). Key variables to understanding female sexual satisfaction:
an examination of women in nondistressed marriages. Journal of Sex and Marital Therapy,
17: 154 – 165 .
Ibarra, L.G., Diez García, M., Ruiz, T., Coronado, R., Pacheco, R. (2001) Factores biopsicosociales de
la rehabilitació n durante la menopausia. Revista Mexicana de Medicina Física y de
Rehabilitación, 13: 5-8.
Im, E. (2005) A Descriptive Internet Survey on Menopausal Symptoms: Five Ethnic Groups of Asian
American University Faculty and Staff. Journal of Transcultural Nursing, 16 (2): 126-135.
Impett, E., Strachman, A., Finkel, E., Gable, S. (2008) Maintaining Sexual Desire in Intimate
Relationships: The Importance of Approach Goals. Journal of Personality and Social
Psychology. 94 (5): 808–823.
Kennedy, K., Grov, Ch., Parsens, J. (2010) Ecstasy and Sex Among Young Heterosexual Wom A
Qualitative Analysis of Sensuality, Sexual Effects, and Sexual Risk Taking. International Journal
of Sexual Health, 22(3): 155-166.
Kenny, D. A. (1994). Interpersonal perceptions. Nueva York: Guilford.
Keeney, B. (1998) La improvisación en psicoterapia. Buenos Aires: Paidó s.
Keeney,B., Ross, J. (1987) Construcción de terapias familiares sistémicas. Buenos Aires: Amorrortu
Kernberg, O. (1998) Relaciones amorosas. Normalidad y patología. Buenos Aires: Paidó s.
Kershaw, C.J. (1994) La danza hipnótica de la pareja. Creación de estrategias ericksonianas en
terapia conyugal. Buenos Aires: Amorrortu.
Kierkegaard, S. (1994) Tratado de la desesperación. Barcelona: Fontana.
Kinsey, A.C., Pomeroy, W., Martin, C. (1953) Sexual behavior in the human female. Philadelphia:
Saunders.
Kivistom A., Kivisto, K., Moore, T., Rethigan, D. (2011) Antisociality and Intimate Partner Violence: The
Facilitating Role of Shame. Violence and Victims, 26, (6): 758-773.
Kleinplatz, P., Menard, D. (2007). Building blocks toward optimal sexuality: Constructing a conceptual
model. The Family Journal, 15 : 72 – 78.
Kline, S., Zhang, S., Manohar, U., Ryu, S., Takeshi, S., Mustafa, H. (2012) The role of communication
and cultural concepts in expectations about marriage: Comparisons between young adults from
six countries. International Journal of Intercultural Relations. 36, (3) : 319–330
Kopera H. (1992) Alteraciones endocrinas y síntomas del climaterio. Avances en Obstetricia y
Ginecología. Barcelona, Salvat. : 311-317.
Kosfeld,M., Heinrichs, M., Zak, P., Fischbacher, U., y Fehr, E. (2005) Oxytocin increases trust in
humans. Nature, 435: 673-676.
Kü bler-Ross, E. (1981) Sobre a morte e o morrer. Sã o Paulo: Martins Fontes.
Kuhle, B., Smedley, K., Schmitt, D. (2009) Sex differences in the motivation and mitigation of jealousy-
induced interrogations. Personality and Individual Differences, 46: 499–502
Kurdek, L. (2008) Change in relationship quality for partners from lesbian, gay male, and heterosexual
couples. Journal of Family Psychology, 22 (5): 701-711.
La Valleur, J. (2002). Counseling the perimenopausal woman. Obstetrics and gynecology clinics of
North America, 293: 541-553.
Laferrer, A. (1999) Intergenerational Transmission Models: A Survey. The Geneva Papers on Risk and
Insurance - Issues and Practice, 24(1): 2-26.
Lagarde, M. (1993) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas.
México DF: Universidad Nacional Autó noma de México
Layme, F. (2004) Diccionario aymara – castellano, castellano-aymara. Consejo educativo aymara.
Larson, J., Hammond, J., Harper, J. (1998) Perceived Equity and Intimacy in Marriage. Journal of
Marital and Family Therapy, 244: 487-506.
Latin Tec.info (2009) Estadísticas de usuarios de internet en Amé rica latina (por país). Disponible en:
http://latintec.info/comercio-electronico/estadisticas/estadisticas-usuarios-de-internet-america-
latina-por-pais.
Lawrence, E., Pederson, A., Bunde, M., Barry R., Brock, R., Fazio, E., Mulryan, L., Hunt, S., Madsen,
L. Dzankovic, S. (2008) Objective ratings of relationship skills across multiple domains as
predictors of marital satisfaction trajectories. Journal of Social and Personal Relationships,
25 (3): 445-466.
Lü ders, M. (2008) Conceptualizing personal media. New Media Society. 10: 683-702
Ludovico, I. (2001) O resgate do feminino A força da sensibilidade e ternura em homens e mulheres.
Revista Junguiana. Disponible en:
http://www.ipfb.org.br/paz/wp-content/uploads/2011/10/O-resgate-do-feminino-
Luo, Sh. Zhang, G. (2009) What Leads to Romantic Attraction: Similarity, Reciprocity, Security, or
Beauty? Evidence From a Speed-Dating Study. Journal of Personality. 77 (4): 933-964.
Luria, A.R. (1979) El cerebro humano y los procesos psíquicos. Barcelona: Fontanella.
Lusterman, D. (1998). Infidelity: A survival guide. Nueva York: MJF Books.
Lusthaus, J. (2012) Trust in the world of cybercrime. Global Crime. 13 (2): 71-94.
MacDermid, S., Huston, T., McHale, S. (1990) Changes in Marriage Associated with the Transition
to Parenthood: Individual Differences as aFunction of Sex-Role Attitudes and Changes in the
Division of Household Labor. Journal of Marriage and Family. 52 (2): 475-486.
MacLean, P. (1989) Brain in evolution. Role in paleocerebral functions. Nueva York: Plenum Press.
Macrae, N., Hood, B., Milne, A., Rowe, A., Mason, M. (2002) Are You Looking at Me? Eye Gaze and
Person Perception. Psychological Science. 13 (5): 460-464
McCullough, M.E. (2000). Forgiveness as human strength: Theory, measurement and links to well-being.
Journal of Social and Clinical Psychology. 19: 43-55.
McKay,M. y otros. (1985) Técnicas cognitivas para el tratamiento del estrés. Barcelona: Martinez Roca.
Madanes, C. (1993) Sexo, amor y violencia. Barcelona: Paidó s
Makepeace, J. (1981). Courtship violence among college students. Family Relations. 30: 97-102.
Makepeace, J. (1983) Life Events Stress and Courtship Violence. Family Relations. 32 1:101-109
Manzelli, H., Pantelides, E. (2005) La edad a la iniciación sexual y sus correlatos en varones de
cuatro ciudades de América Latina. Organizació n Panamericana de la Salud: Aportes a la
Investigació n Social en Salud Sexual y Reproductiva.
Marazziti, D. (2005) The neurobiology of love. Current Psychiatry Reviews. 581: 2575–2579
Marazziti D, Sbrana A, Rucci P, Cherici L, Mungai F, Gonnelli C, Massimetti E, Raimondi F, Doria MR,
Spagnolli S, Ravani L, Consoli G, Osso M. (2010) Heterogeneity of the jealousy phenomenon in
the general population: an Italian study. CNS Spectrum. 15 (1): 19-24
Mariscal, E. (2004) Enamorarse de nuevo. Buenos Aires: Aguilar.
Mark, K., Jozkowski, K. (2012) The Mediating Role of Sexual and Nonsexual Communication
Between Relationship and Sexual Satisfaction in a Sample of College-Age Heterosexual
Couples. Journal of Sex and Marital Therapy.
Marshall, T., Chuong, K., Aikawa, A. (2011) Day-to-day experiences of “amae” in Japanese romantic
relationships. Asian Journal of Social Psychology 14: 26–35
Marturana, H. Nisis, S. (1997) Formación humana y capacitación. Santiago: UNICEF, Dolmen.
Masters, J., Johnson, V. (1980) El vínculo del placer. México: Grijalbo.
Masters, W., Johnson, V., Kolodny, R. (1987) La sexualidad Humana. (Tres tomos). Barcelona: Grijalbo.
Mathes, E., Adams, H., Davies, R. (1985) Jealousy: Loss of Relationship Rewards, Loss of Self-Esteem,
Depression, Anxiety, and Anger. Journal of Personality and Social Psychology. 48 (6): 1552-
1561
Maturana, H. (2000) La objetividad, un argumento para obligar. Santiago: Dolmen.
Maturana, H. (2002) Autopoiesis, Structural Coupling and Cognition: A history of these and other
notions in the biology of cognition. Cybernetics & Human Knowing. 9(3): 5-34.
Maturana, H. (2003) Desde la biología a la psicología. Buenos Aires: Lumen.
Maturana,H. (1997) Emociones y lenguaje en educación y política. Santiago: Dolmen.
McCary, J. McCary, S., Á lvarez-Gayou, J., Del Río, C., Suá rez, J. (1996) Sexualidad Humana de
McCary. México DF: Manual Moderno.
McCown, J., Fischer, D., Homart, M. (2004) Internet Relationships: people who meet people. Cyber
Psychology & Behavior. 4 (5): 593-596.
McFaden, J., Rawson, K. (2012) Women During Midlife: Is It Transition or Crisis? Family and Consumer
Sciences Research Journal. 40 (3): 313-325.
McGrath, M.. Oakley, B. (2011) Codependency and Pathological Altruism. Oakley, B., Knafo, A.,
Madhavan, G., Wilson, D. (editors). Nueva York: Oxford University Press : 49-74.
McIntyre, M., Gangestad, S. Gray, P., Chapman, J. Burnham, T., O’Rourke, M., Thornhill, R. (2006)
Romantic involvement often reduces men’s testosterone levels but not always: The moderating
role of extrapair sexual interest. Journal of Personality and Social Psychology. Vol 91 (4):
642-651.
McKay, M., Fanning, P., Paleg, K. (1994) Couple Skills. Making your relationship work. Okland: New
Harbinger Publications.
McKenna, K., Green, A., Gleason, M. (2002) Relationship Formation on the Internet: What’s the Big
Attraction? Journal of Social Issues, 58 (19): 9—31.
McMurran, M., Howard, R. (2009) Personality, Personality Disorder and Violence. Chichester, West
Sussex: Wiley-Blackwell.
McNulty, J., Russell, V. (2010) When “negative” behaviors are positive: A contextual analysis of the long-
term effects of problem-solving behaviors on changes in relationship satisfaction. Journal of
Personality and Social Psychology. 98 (4): 587-604.
Meier, B., Robinson, M., Carter, M., Hinsz, V. (2010) Are sociable people more beautiful? A zero-
acquaintance analysis of agreeableness, extraversion, and attractiveness. Journal of Research in
Personality. 44 (2): 293–296.
Mellody, P. (1989) Facing codependence. San Francisco: Harper & Row.
Mencken, H.L. (2012) Citado http://www.sindioses.org/frasesracionalistas.html
Michael, R., Gagnon, J., Launmann, E. Kolata, G. (1994) Sex in America: A definitive survey.
Boston: Little Brown.
Middelberg, C. (2001) Projective Identification In Common Couple Dances. Journal of Marital and
Family Therapy. 27 (3): 341-352.
Mikulincer, M., Shaver, Ph. (2008) Adult Attachment and Affect Regulation. Cassidy, J., Shaver, Ph.
(Editores) (2008) Handbook of attachment: theory, research, and clinical applications. Nueva
York: Guilford.
Mikulincer,M. (2006) Attachment, caregiving, and sex within romantic relationships: a behavioral
systems perspective. En: Mikulincer, M., Goodman, G. (2006) Dynamics of romantic love.
Attachment, caregiving and sex. Nueva York: The Guilford Press.
Milkowski, B., Robinson, M. (2008) Guarding Against Hostile Thoughts: Trait Anger and the Recruitment
of Cognitive Control. Emotion. 8 (4): 578-583.
Miller, L. (2011) Physical Abuse in a College Setting: A Study of Perceptions and Participation in Abusive
Dating Relationships. Journal of Family Violence, 26 (1): 71-80.
Miller, S., Maner, J. (2011) Ovulation as a Male Mating Prime: Subtle Signs of preferences for masculinity
in male faces are predicted by pathogen disgust, but not by moral or sexual disgust.
Evolution and Human Behavior, 31(1): 69-74.
Millones, L., Pratt, M. (1989) Amor brujo. Imagen y cultura del amor en los Andes. Lima: Instituto
de Estudios Peruanos.
Minear, R., Proctor, W. (1990) El niño que tiene de todo en exceso. Bogotá : Norma.
Ministé rio de Salud del Brasil (2002) Acciones Institucionales, Promoviendo la Salud de la Mujer.
Revista Promoción de la Salud, 3(6).
Ministerio de Salud y Deportes. Direcció n General de Salud. Unidad de Servicios de Salud y Calidad.
(2010) Plan estratégico nacional de salud sexual y reproductiva 2009- 2015.Ministerio de
Salud y Deportes 2ed. La Paz : Excelsior.
Minuchin, S. (1986) Familias y terapia familiar. Buenos Aires: Gedisa.
Money, J. (1980) Lovemaps: clinical concepts of sexual/ erotic health and pathology, / erotic health
and pathology, and gender transposition in childhood, adolescence and maturity. Baltimore:
Johns Hopkins University Press.
Montes, B. (2009) Patrones de comunicació n, diferenciació n y satisfacció n en la relació n de pareja:
Validació n y aná lisis de estas escalas en muestras españ olas
Montgomery, B. (1981) The Form and Function of Quality Communication in Marriage. Family
Relations 30 (1): 21-30.
Montgomery, M., Anales de Psicología. 25 (2): 288-298.
Moon, M. (2011) The Effects of Divorce on Childr Married and Divorced Parents’ Perspectives, Journal
of Divorce & Remarriage. 525: 344-349
Moore, T., Stuart,G., McNulth, J., Addis, E., Có rdova, J., Temple, J. (2010) Domains of Masculine Gender
Role Stress and Intimate Partner Violence in a Clinical Sample of Violent Men. Psychology
of Violence, 1: 68-75.
Morgan, J. (1991) What is codependency? Journal of Clinical Psychology, 47 (5): 120-127
Mori, M., Decuop, V.L. (2004) Mulheres de Corpo e alma: aspectos biopsicosociais da Media-Idade
Feminina. Psicologia Refiexão e Critica, 17 (2): 177-187.
Moro, J. (1992) Senderos de libertad. Barcelona: Seix Barral
Morris, D. (1982) Attachment and intimacy. En: Fisher, M., Stricker, G. (editores) Intimacy. Nueva York:
Plenum.
Moultrup, D. (1990). Husbands, wives, and lovers: The emotional system of the extramarital affair.
Nueva York: The Guilford Press.
Mullen, P., Martin, J. (1994). Jealousy: A community study. The British Journal of Psychiatry. 164: 35–
43.
Murray, S., Holmes, J., Bellavia, G., Griffin, D. (2002) Kindred spirits? The benefits of egocentrism
in close relationships. Journal of Personality and Social Psychology, 82 (4): 563-581.
Nadhami, A., Hoffmann, S. (2011) Why do people use Facebook? Personality and Individual
Differences. 52 (3): 243-249.
Nappi, R., Ferdeghino, F., Sampaolo, P., Vaccaro, P., DeLeonardo,F., Satonia, A., Polatti, F. (2007)
Circulació n del clítoris em mujeres posmenopá usicas con disfunció n sexual: estú dio piloto al azar
com terapia hormonal. Revista del climaterio 10 (50): 185-193.
Nardone, G., Giannotti, E., Rocchi, R. (2003) Modelos de familia. Barcelona: Herder.
Nasrollahi, B., Darandegan, K., Rafatmah, A. (2011) The relationship between personality traits and
sexual variety seeking. Journal of Personality and Social Psychology, 96 (1): 218–230.
Nash, M. (1990) Historia y género de las mujeres en la Europa moderna y contemporánea. Valencia:
Alfonso el Magná nimo.
Natoin B, McClusky N, Leranth C. (1998) The cellular efects of the estrogens on neuroendocrine tissues.
En: Journal of Steroid Biochemical, 30:195-207.
Navran, L. (1967) Communication and Adjustment in Marriage. Family Process 6 (2) : 173–184.
Nelson, T. Piercy, F., Sprenkle, D. (2005): Internet Infidelity. Journal of Couple & Relationship Therapy:
Innovations in Clinical and Educational Interventions. 4 (2): 173-194.
Nettle, D. (2005). An evolutionary approach to the extraversion continuum. Evolution and Human
Behavior, 26: 363–373.
Neuburger, R. (1998) Nuevas parejas. Buenos Aires: Paidó s
Neugarten, B.L., Kraines, R. (1965) Menopausal Symptoms in Women of Various Ages. Psychosomatic
Medicine, 27: 266-273.
Neumann, I.D. (2008) Brain Oxytocin: A Key Regulator of Emotional and Social Behaviours in Both
Females and Males. Journal of endocrinology 20 (6): 858-868.
Nina, E. (1991). Comunicación marital y estilos de comunicación: Construcción y validación. Tesis de
Doctorado no publicada, México: Universidad Nacional Autó noma de México.
Norströ m, Th., Pape, H. (2010) Alcohol, suppressed anger and violence. Addiction, 105(9): 1507-
1683.
North, J. (1998). The “ideal” of forgiveness: A philosopher’s exploration. Enright R., North, J. (1998)
(Editores) Exploring forgiveness, 4:15–45 Madison: University of Wisconsin Press.
Norwood, R. (2003) Las mujeres que aman demasiado. Madrid: Vergara.
Nú ñ ez, I., Méndez, M.L., García-Rubira, J. (2009) Cardiopatía de estrés o síndrome de Tako-Tsubo:
conceptos actuales. Revista Argentina de Cardiología, 77: 218-223.
O’Brien,T., De Longis A., Pomaki, G., Puterman, E., Zwicker, A. (2009) Couples coping with stress:
The role of empathic responding. European Psychologist, 14 (1): 18-28.
O’Connor, K., De Dreu, C., Schrott, H., Bairy, B., Litucky, T., Bazerman, M. (2002) What We Want to
Do Versus What We Think We Should Do: An Empirical Investigation of Intrapersonal Conflict.
Journal of Behavioral Decision Making. 3: 403-418.
O’Leary, K. (2005). Commentary on intrapersonal, interpersonal, and contextual factors in extramarital
involvement. Clinical Psychology: Science and Practice, 12: 131-133.
Ojeda, L., Bland, J. (2006) Menopausia sin medicina. Nueva York: Hunter House.
Oliver, M., Hiyde, S. (1993) Gender differences in sexuality: a meta-analysis. Psychological Bulletin.
114(1): 29-51.
Oporto, L. (2001) (Compilador) Las mujeres en la historia de Bolivia. Imá genes u realidades del
siglo XX (1900 – 1950). Antología. La Paz: Embajada del Reino de los Países Bajos/Sol de
Intercomunicació n. Personal Relationships. 3 (1): 19–43.
Organizació n Mundial de la Salud. (1999) Dando prioridad a las mujeres: Recomendaciones éticas
y de seguridad para la investigación sobre la violencia doméstica contra las mujeres. Red
internacional de investigació n sobre violencia contra las mujeres (Documento no oficial).
Pappalia,D. Olds,S. (1999) Psicología del desarrollo. Bogotá : Mc Graw Hill.
Pawlowski, B., Sorokowski, P. (2008) Men’s attraction to women’s bodies changes seasonally. Perception.
37 (7) 1079-1085.
Penagos, A., Rodríguez, M., Carrillo, S., Castro, J. Apego, relaciones romá nticas y autoconcepto en
adolescentes bogotanos. Universidad de Psicología, Bogotá, 5 (1): 21 – 36.
Penn, D., Oberzaucher, E., Grammer, K., Fischer, G. Soini, H., Wiesler, D. Novotny, M., DixonS.,
Xu, Y. Brereton, R. (2007) Individual and gender fingerprints in human body odour.
Interface. Journal of the Royal Society. 4 (13): 331-340.
Perrot, W., Smith, R. (1993) Distinguishing the Experiences of Envy and Jealousy. Journal of Personality
and Social Psychology. 64 (6): 906-220.
Petersen, J., Hyde, S. (2010) A Meta-Analytic Review of Research on Gender Differences in
Sexuality, 1993–2007. Psychological Bulletin. 136 (1): 21–38.
Pettijohn, T., La Pienne, K., Pettijohn, T., Horting, A. (2012) Relationships between Facebook Intensity
Friendship Contingent Self esteem and personality. Cyberpsychology, 6 (1) Disponible en:
http//www. cyberpsychology.eu
Pfaus, G., Scepkowski, L.A. (2005) The biologic basis of libido. Current Sexual Health Reports. 2
(4): 95-100.
Pfaus, G., Scepkowski, L.A., Georgescu, M. (2006) Neuroendocrine factors in sexual desire and
motivation. http://csbn.concordia.ca/Faculty/Pfaus/docs/Scepkowski,Georgescu,Pfaus%20.
pdf
Piaget, J. (1957/1982) La construcción de lo real en el niño. Buenos Aires: Nueva Visió n.
Pinto, B. (1993) Callando versos. La Paz: Prometeo.
Pinto, B. (1994) Terapia de Pareja. Conferencia. Seminario: “Casos de Psicología” Carrera de Psicología
Universidad Cató lica Boliviana. La Paz.
Pinto, B. (1995) Padres, hijos y pareja. Un enfoque sistémico de las relaciones familiares. La Paz:
A-Tiempo.
Pinto, B. (1996) Terapia cognitiva sistémica aplicada a los problemas sexuales de la pareja. Conferencia
Primer Congreso Internacional de Sexología y Educació n Sexual. Lima
Pinto, B. (1997a) Terapia Familiar Sistémica. Curso – Taller. Cuarto Congreso de Psicología do Pantanal.
Corumbá.
Pinto, B. (1997b) Del individuo al sistema: avances en los modelos terapéuticos cognitivos.
Conferencia. XXVI Congreso interamericano de Psicología. Sao Paulo.
Pinto, B. (1999) Técnicas terapéuticas cognitivo sistémicas aplicadas a la terapia de pareja. Conferencia:
X Congreso Latinoamericano de Aná lisis y Modificació n del Comportamiento. Caracas.
Pinto, B. (2000) Problemas éticos de la Terapia Familiar. Seminario “Etica y Psicología” Carrera de
Psicología Universidad Cató lica Boliviana. La Paz.
Pinto, B. (2005) (c) Realidad y simbolismo en el Señor de los Anillos. La Paz. (No publicado).
Pinto, B. (2005) Colisión, colusión y complementariedad en las relaciones conyugales. Ajayu. Ó rgano
de difusió n Científica del Departamento de Psicología. Universidad Cató lica Boliviana. 3, No 1.
Disponible http//www.ucb.edu.bo/publicaciones/Ajayu/v3n1/v3n1a3.pdf
Pinto, B. (2006) Terapia para resolver problemas y terapia narrativa aplicadas al trastorno límite de
la personalidad. Trabajo de grado para el ingreso a la Maestría en Psicología de la Salud. La Paz:
Universidad Cató lica Boliviana (No publicada).
Pinto, B. (2011) Amor y personalidad en los aymaras. La Paz: Verbo Divino.
Pinto, B. (2011) Porque no sé amarte de otra manera. Estructura familiar y conyugal de los
trastornos de la personalidad. La Paz: Universidad Cató lica Boliviana San Pablo. Segunda
edició n.
Pinto, B. 2005 (b) Refiexiones irreverentes sobre la irreverencia en psicoterapia. La Paz: (No publicado)
Pinto, B., Alfaro, A., Guillé n, N. (2010) El prende, amor romántico casual. Cuadernos de Investigació n,
IICC. 1 (6) Instituto de Investigaciones en Ciencias del Comportamiento. Universidad Cató lica
Boliviana San Pablo.
Pipitone, R., Gallup, J. (2007) Women’s voice attractiveness varies across the menstrual cycle. Evolution
and behaviour. 29 (4): 268-274.
Plató n (1970) El banquete. Lima: Universo.
PNUD (2011) Mapa de pobreza de Bolivia.
Disponible en: http://hdrstats.undp.org/es/paises/perfiles/BOL.html
Pond, R., Kashdan, T., DeWall, C., Savostyanova, A., Lambert, N., Finchman, F. (2012) Emotion
Differentiation Moderates Aggressive Tendencies in Angry People: Emotion. 12(2): 326-337.
Popper, K. (1996) En busca de un mundo mejor. Buenos Aires: Paidó s.
Popper, K. Eccles,J. (1993) El yo y su cerebro. Barcelona: labor
Previti, D., Amato, P. (2004) Is Infidelity a Cause or a Consequence of Poor Marital Quality? Journal of
Social and Personal Relationships, 21 (2): 217-230
Prins, K. S., Buunk, B. P., & Van Yperen, N. W. (1993). Equity, normative disapproval and extramarital
relationships, Journal of Social and Personal Relationships, 10: 39-53.
Prior, J.C. (1998) Perimenopause: the complex endocrinology of menopausal transition. Endocrinology
Revue, 19: 397-428.
Puente, D., Cohen, D. (2003) Jealousy and the Meaning (or Nonmeaning) of Violence. Personality
And Social Psychology Bulletin, 29 (4): 449-460
Punset, E. (2006) El alma está en el cerebro. Madrid: Punto de lectura.
Quoist, M. (1992) Háblame de amor. Barcelona: Herder.
Rage, E. (1997) Ciclo vital de la pareja y la familia. Mé xico DF: Plaza y Valdés.
Rako S. (1996) La hormona del Deseo: ¿Cómo mantener la libido femenina más allá de la menopausia?
Madrid: Tikal.
Ramachandran, V.S., Blaskeslee, S. (1999) Phantoms in the Brain: Probing the Mysteries of the
Human Mind. Nueva York: Harper Perennial.
Ramírez, J.S. (2000) Negociar es bailar. La Paz: Santillana
Rathus, S., Nevid, J., Fichner, L. (2005) Sexualidad Humana. Madrid: Pearson-Prentice Hall.
Real Academia de la Lengua Españ ola (RALE) Diccionario de la lengua españ ola.
Reich, W. (1977) La función del orgasmo. Buenos Aires: Paidó s.
Reissi, I. (1986) A sociological journey onto sexuality. Journal of Marriage and Family, 48: 233-242.
Renaud, C., Byers , E., Pan, I. ( 1997 ). Sexual and relationship satisfaction in mainland China .
Journal of Sex Research 34: 399 – 410.
Restrepo,L. C. 1995 El derecho a la ternura. Bogotá : Arango.
Revollo, M. (2001) Mujeres bajo prueba. La participación electoral de las mujeres antes del voto
universal (1938-1949) La Paz: Eureka.
Rey – Anacona, C. (2009) Maltrato de tipo físico, psicoló gico, emocional, sexual y econó mico en el
noviazgo: un estudio exploratorio. Acta Colombiana de Psicología, 12 (2): 24-32.
Rich,J. (1999) El mito de la educación. Barcelona: Grijalbo.
Ridley, C., Nelson, R. (1984) The Behavioral Effects of Training Premarital Couples in Mutual Problem
Solving;Skills. Journal of Social and Personal Relationships, 1 (2): 197-210.
Ridley, C., Wilhelm, M. Surra, A. (2001) Married Couples’ Conflict Responses and Marital Quality.
Journal of Social and Personal Relationships. 18 (4): 517-534.
Rios, J. (2005) Los ciclos vitales de la familia y la pareja. Madrid: Editorial CCS
Rivas Santi (2012) Notas sobre las redes sociales. Disponible en: http://rivasanti.net/notas-sobre-las-
redes-sociales.
Rodríguez, G., Luengo, T. (2003) Un aná lisis del concepto de familia monoparental a partir de una
investigació n sobre nú cleos familiares monoparentales. Papers: Revista de Sociología. 69: 59-
82.
Rodríguez, P. (2000) Adicción a las sectas. Pautas para el análisis, prevención y tratamiento. Barcelona:
Sine qua non.
Rolland, J. (1987) Chronic Illness and the Life Cycle: A Conceptual Framework. Family Process 26
(2): 203–221.
Romero, R. (1994) Ch’iki. Concepción y desarrollo de la inteligencia en niños quechuas pre
escolares de la comunidad de Titikachi. Cochabamba: Instituto de Investigaciones de la Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educació n de la Universidad Mayor de San Simó n.
Rosenbluth, S., Steil, J. (1995) Predictors of Intimacy for Women in Heterosexual and Homosexual
Couples. Journal of Social and Personal Relationships. 12 (2): 163-175
Ross, J. (1988) Challenging Boundaries: An Adolescent in a Homosexual Family. Journal of Family
Psychology, 2 (2): 227-240.
Rostyslaw, N., Weitzman, S. (1998) The nature of grief: loss of love relationships in young
adulthood. Journal of Personal and Interpersonal Loss: International Perspectives on
Stress & Coping. 3 (2): 205-216
Roursori, B., Leahy, M., Walters, S. (2009) Correlates of Dating Violence Among Male and Female
Heavy-Drinking College Students. Journal of Interpersonal Violence. 24(11): 1892-1905.
Rupp, H., Wallen, K. (2008) Sex Differences in Response to Visual Sexual Stimuli: A Review.
Archives of Sexual Behavior, 37 (2): 206-218.
Rusbult, C. E. (1983). A longitudinal test of the investment model: The development (and deterioration)
of satisfaction and commitment in heterosexual involvement. Journal of Personality and Social
Psychology, 45: 101-117.
Russell, B. (1996) El credo del hombre libre y otros ensayos. Madrid: Cá tedra.
Sack, G. (1999) Genética médica. México DF: McGraw Hill.
Sager, Cl. (1980) Contrato matrimonial y terapia de pareja. Buenos Aires: Amorrortu.
Sá nchez, A. R. & Díaz-Loving, R. (2003). Patrones y estilos de comunicació n de la pareja: Diseñ o de un
inventario. Anales de psicología. 19 (2): 257-277.
Sansone, R., Sansone, L. (2009) Sexual Behavior in Borderline Personality. A review. Innovations in
Clinical Neuroscience, 8 (2): 14–18.
Saporiti, N. (Compilador) (2002). Los cinco minutos de Santa Teresita. Buenos Aires: Claretiana.
Sarmiento, P.B., Gutierrez, M.F. (2002) Prevenció n de los trastornos psicoló gicos en la menopausia.
Revista electrónica Psiquiatría.com. Disponible en: http://www.psiquiatria.com/psiquiatria/
revista/69/5355/?++interactivo
Satir, V. (1978) En contacto íntimo. México D.F. : Concepto.
Sato H., Tateishi H., Uchida T. (1990) Takotsubo-type cardiomyopathy. En: Kodama K., Haze K., Hon
M. (editors) Clinical Aspect of Myocardial Injury: From Ischemia to Heart Failure. : 56-64.
Savic, I. (2005) Borgarelli, M. (2007) Aporte para el conocimiento anatomo-funcional del ó rgano
vomeronasal humano y su probable relació n con la conducta socio-sexual. Alcmeon. Revista
Argentina de Clínica Neuropsiquiátrica,14(1): 5- 48.
Sbarra, D., Ferrer, E. (2006) The structure and process of emotional experience following nonmarital
relationship dissolution: dynamic factor analyses of love, anger, and sadness. Emotion, 6, (2):
224-238.
Sharpsteen, D. J. (1991). The organization of jealousy knowledge: Romantic jealousy as a blended
emotion. Salovey, P. (Editor) The psychology of jealousy and envy, 3: (2) 31–51.
Sharpsteen, D., Kickpatrick, L. (1997) Romantic Jealousy and Adult Romantic Attachment. Journal
of Personality and Social Psychology, 72 (3): 627-640.
Schmitt, D. (2003) Universal Sex Differences in the Desire for Sexual Variety: Tests From 52 Nations, 6
Continents, and 13 Islands. Journal of Personality and Social Psychology, 85 (1) : 85–104.
Schmitt, D. (2004) Patterns and Universals of Mate Poaching Across 53 Nations: The Effects of Sex,
Culture, and Personality on Romantically Attracting Another Person’s Partner. Journal of
Personality and Social Psychology, 86 (4): 560-584.
Schmitt, D., Buss, D. (2002) Sexual Dimensions of Person Description: Beyond or Subsumed by the Big
Five? Journal of Research in Personality, 34 (2): 141-177.
Schmitt, B. (1988). Social comparison in romantic jealousy. Personality and Social Psychology
Bulletin. 14 : 374-387.
Schmitt, D., Schackelford, T. (2008) Big Five Traits Related to Short-Term Mating: From Personality
to Promiscuity across 46 Nations. Evolutionary Psychology. Disponible en: http://www.
toddkshackelford.com/downloads/Schmitt-Shackelford-EP.pdf
Scolozzi, A. (Recopilador) (2000) Los cinco minutos de la Madre Teresa. Buenos Aires:
Claretiana. Scott, J. (1990) El género, una categoría útil para el análisis histórico. Amelangy, J.,
Scott, V., Mottarella, K., Lavooy, M. (2006) Does virtual Intimacy exist? A brief exploration in to
reported levels of intimacy in online relationships. Cyber Psychology Behavior, 9 (6) : 759-761.
Sebba, A. (1998) Madre Teresa de Calcuta. Más allá de la imagen. Barcelona: Herder.
Seligman, R., Kirmayer, J. (2008) Dissociative Experience and Cultural Neuroscience Narrative,
Metaphor and Mechanism. Culture, Medicine and Psychiatry, 32, (1): 31-64.
Servicio de Registro Civil (2012) Boletín estadístico. La Paz: Corte Nacional Electoral. Disponible http://
www.oep.org.bo/RegistroCivil/
Shackelford, T. (1997) Cues to infidelity. Personality and Social Psychology Bulletin. 23 (10): 1034-
1046.
Shakerian, A., Fatemi, A., Farhadian, M. (2011) A survey on relationship between personality
characteristics and marital satisfaction. Scientific Journal of Kurdistan University of Medical
Sciences, 16 (1) : 92-99.
Shaver, Ph., Fraley, R. (2008) Attachment, Loss and Grief. Bowlby’s views and current controversies.
Cassidy, J., Shaver, Ph. (Editores) (2008) Handbook of attachment: theory, research, and clinical
applications. Nueva York: Guilford.
Silver, D. (2000) Looking Backwards, Looking Forwards: Cyberculture Studies.
Simon, F., Stierlin, H., Wynne, L. (2002) Vocabulario de terapia familiar. Barcelona: Gedisa
Simpson, J., Gangestad, S. (1991) Individual Differences in Sociosexuality: Evidence for Convergent and
Discriminant Validity. Journal of Personality and Social Psychology, 60 (6): 870-883.
Sivak, M. (2001) El dictador elegido. Biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez. La Paz: Plural.
Skeeg, K., Nada-Raja, S., Paul, Ch., Sheeg, D. (2007) Body Piercing, Personality, and Sexual Behavior.
Archives of Sexual Behavior, 36: 47-54.
Skinner, B.F. (1991) El análisis de la conducta: una visión retrospectiva. México D.F.: Limusa.
Skowron, E. A.&Friedlander, M. L. (1998). The Differentiation of Self Inventory:Development and initial
validation. Journal of Counseling Psychology. 45 (3): 235-246.
Sluzki, C. (1989). Jealousy. Networker, Mayo/Junio, : 53-55.
Smalley, G., Trent, J. (1991) The language of love. Pomona: World Books.
Snyder, M., Simpson, J., Gangestad, S. (1986) Personality and sexual relations. Journal of
Personality and Social Psychology. 51 (1):181-190.
Snyder, D., Gordon, K., Baucom, D. (2004). Treating affair couples: Extending the written disclosure
paradigm to relationship trauma. Clinical Psychology: Science and Practice. 11: 155–159.
Sola O., García, F. (2000) Che: Images of a Revolutionary. Londres : Pluto Press
Sommer, B., Avis, N., Mouton, Ch., Ory, P., Madden, T., Kagawa-Singer, M., Meyer, P., O’Neill,
N., Adler, S. (1999) Attitudes Toward Menopause and Aging Across Ethnic/Racial Groups.
Psychosomatic Medicine, 61: 868-875.
Song, Ch., Benin, M., Glick, J. (2012): Dropping Out of High School: The Effects of Family Structure
and Family Transitions. Journal of Divorce & Remarriage, 531: 18-33.
Sö nmez, S. (2006) Binge drinking and casual sex on spring break. Annals of Tourism Research, 33 (4):
895-917.
Sorell, G.T. (1997) Differences in love attitudes across family life stages. Family Relations. 46 (1):
55-61.
South, S., Krueger, R., Iacono, W. (2009) Factorial invariance of the Dyadic Adjustment Scale across
gender. Psychological Assessment 21 (4): 622-628.
Spanier, G. (1976) Measuring Dyadic Adjustment: New Scales for Assessing the Quality of Marriage and
Similar Dyads. Journal of Marriage and Family. 38 (1): 15-28.
Spanier, G. B. (1976). Measuring dyadic adjustment: New scales for assessing the quality of marriage
and similar dyads. Journal of Marriage and the Family. 38: 15-28.
Spanier, G., Margolis, R. (1983). Marital separation and extramarital sexual behavior. Journal of Sex
Research, 19 (1): 23-48.
Spedding, A. (1997) Esa mujer no necesita hombre: en contra de la dualidad andina-imágenes de
género en los Yungas de La Paz. En: Arnold, D. (1997) (Compiladora). Má s allá del silencio. Las
fronteras de gé nero en los Andes. La Paz: CIASE/ILCA: 325-343.
Speed, A., Gangestad, W. (1997) Romantic Popularity and Mate Preferences: A Peer-Nomination Study.
Personality and Social Psychology Bulletin. 23 (9): 928 – 936.
Spink, K. (1997) Madre Teresa. Biografía autorizada. Barcelona: Plaza y
Janes Stadford, F. (2005) Centinelas de la mañana.
Disponible en: http://www.multimedios.org/docs/d001093/
Stanford J., Hartge P., Brinton L.A., Hoover R., Brookmeyer R. (1987) Factors influencing the age of the
natural menopause. Journal of Chronical Disseases, 40: 995-1002.
Stanley, S., Ragand, E., Rhoades, G., Markman, M. (2012) Examining Changes in Relationship
Adjustment and Life Satisfaction in Marriage. Journal of Family Psychology, 26 (1): 165–170.
Stein, G. (1913) Sacred Emiliy. Literary Cubism - Geography & Plays - Selected Works of Gertrude
Stein. (2011) El Paso Texas: Traveling Press.
Sternberg, R. Grajek, S. (1984). The nature of love. Journal of Personality and Social Psychology,
47 (2): 312-329.
Sternberg,R. (1998) El triángulo del amor. Barcelona: Paidó s.
Sternberg, R. (1999) El amor es como una historia. Barcelona: Paidó s
Sternberg, R. (2000) La experiencia del amor. Barcelona: Paidó s.
Stierlin, H. 1974 Separating parents and adolescentes: a perspective on running away, schizofrenia,
and waywardness. Nueva York: Quadrangle.
Strong. B., DeVault, C. (1988) Understanding our sexuality. Saint. Paul: West.
Sullivan, K., Pasch, Johnson, M., Bardbury, Th. (2010) Social support, problem solving, and the
longitudinal course of newlywed marriage. Journal of Personality and Social Psychology, 98
(4): 631-644.
Sussman, M.B., Cogswell, B., Ross, H. (1973) The Personal Contract – New Form of Marriage Bond.
En: Sager, Cl. (1980) Contrato matrimonial y terapia de pareja. Buenos Aires: Amorrortu.
Tannen, D. (1995) Tú no me entiendes. ¿Por qué es tan difícil el diálogo hombre – mujer?
Buenos Aires: Vergara.
Tarifa, E. (1990) Diccionario aymara – castellano. La Paz: Instituto Nacional de Integració n.
Tarifa, A., Domic, J. (2008) Percepcion social de las mujeres sobre la violencia sexual dentro de la vida
conyugal. Ajayu,6 (2)
Disponible en: http://www.ucb.edu.bo/publicaciones/Ajayu/v6n2/v6n2a7.pdf
Temple, D. (1986) La dialéctica del don. Ensayo sobre la economía de las comunidades indígenas. La
Paz: Hisbol, AUMM, R y C.
Temple, D., Chabal, M. (2003) La reciprocidad y el nacimiento de los valores humanos. Primer tomo
de Teoría de la Reciprocidad. La Paz: Garza Azul.
Temple, D., Layme, F., Michaux, J., Gonzales, M. Blanco, E. (2003) Las estructuras elementales de la
reciprocidad. La Paz: Garza Azul.
Tennov, D. (1979) Love and Limerance: the experience of being in love. Nueva York: Stein & Day.
Terman, L. M., Buttenweiser, P., Ferguson, L., Johnson, W., Wilson, D. (1938) Psychological factors in
marital happiness. Nueva York: McGraw Hill.
Teyber, E. (1983) Effects of The Parental Coalition on Adolescent Emancipation from The Family.
Journal of Marital and Family Therapy. 9 3, : 305-310.
Thornhill, R., Grammer, K. (1999) The body and face of woman: one ornament that signals quality?
Evolution and Human Behavior, 20 (2) : 105-120.
Tordjman, G. (1985). Realidades y problemas de la vida sexual. Barcelona: Argos Vergara.
Towns, A. and Adams, P. (2000) ‘“If I Really Loved Him Enough, He Would Be Okay”: Women’s Accounts
of Male Partner Violence’. Violence Against Women 6 (6): 558–585.
Tracy, J., Beall, A. (2011) Happy guys finish last: The impact of emotion expressions on sexual attraction.
Emotion. 11 (6): 1379-1387
Triandis, H. (1979) Values, attitudes, and interpersonal behavior. Nebraska Symposium on Motivation.
27: 195-259.
Twiss, M. (2003) Los más malos de la historia. Bogotá : Martinez Roca
Ugalde, L. (2010) La esté tica de la frivolidad, moda y representaciones contemporá neas. Redalyc: Razón
y Palabra, 72 Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/1995/199514906060.
pdf
Ugazio, G., Lamn, C., Singer, T. (2012) The Role of Emotions for Moral Judgments Depends on the
Type of Emotion and Moral Scenario. Emotion. 2 (3): 579-590.
UNICEF Bolivia (2011) Situación de pobreza en el país. Disponible en: http://www.unicef.org/bolivia/
spanish/overview.html
Vaiz, R., Spanó , A. (2004) La violencia intrafamiliar, el uso de drogas en la pareja, desde la perspectiva
de la mujer maltratada. Revista Latinoamericana de Enfermagem, 12: 433-438.
Valderrama, R., Escalante, C. (1997) Ser mujer: warmi kay – la mujer en la cultura andina. Arnold,
D. (Compiladora) (1997) Má s allá del silencio. Las fronteras de gé nero en los Andes. La Paz:
CIASE/ILCA.
Van den Berg, H. 1992 Religión aymara. Van den Berg, H., Schiffers, N. (compiladores) 1992 La
cosmovisió n aymara. La Paz: Hisbol/ UCB.
Vanwesenbeeck, I., Vennix, P., Van de Wiel, H. (2001) ‘Menopausal symptoms’: associations with
menopausal status and psychosocial factors. Journal of Psychosomatic Obstetrics and
Gynecology. 22 (3): 149 – 158.
Varela, F., Maturana, H. (1974) Autopoiesis: The organization of living systems, its characterization and
a model. Biosystems, 5 (4) : 187-196.
Vega, F. (2000) Economía y juegos. Barcelona: Antoni Bosch
Velasco, V., Ferná ndez, R., Ojeda, Padilla, I., De la Cruz, L. (2007) Conocimientos, experiencias, y
conductas durante el climaterio y la menopausia en las usuarias de los servicios de medicina
familiar del IMSS. Revista Médica del Instituto Mexicano de Seguro Social, 456: 549-556.
Vila, J. (1990) Activación y conducta. En: Palafox, S., Vila, J. (Compiladores) Motivació n y emoció n.
Granada : Alhambra :Universidad. : 1-45.
Villarroel, H., Pinto, B. (2005) El concepto de placer en hombres y mujeres estudiantes de la universidad
cató lica boliviana: la paz. Revista Ajayu. 3(2): 1-20.
Disponible en: http://www.ucb.edu.bo/publicaciones/Ajayu/v3n2/v3n2a7.pdf
Volkan, V. (2011) Unending Mourning and its Consequences. Psychoterapie-Wissenschaft, 1 (2)
Disponible en> http://www.psychotherapie-wissenschaft.info/index.php/psy- wis/article/
view/36/155
Von Bertalanffy, L. (1968/1998) Teoría General de Sistemas. México: Fondo de Cultura Econó mica.
Von Foerster,H. (1987) Sistemi che osservano. Roma: Editrice Astrolabio
Vormbrock, J.K. (1993) Attachment theory, research and intervention. Nueva York: Praegen.
Vygotsky, L.S. 1989 Lenguaje y pensamiento. México D.F.: Alfa y Omega.
Wachs, K. (2001) Los secretos del amor. Barcelona: Amat.
Walker, A., Thompson, L., Morgan, C. (2006) Two Generations of Mothers and Daughters: Role Position
and Interdependence. Psychology of Women Quarterly. 11 (1):195-208.
Wallace, P. (1999) The Psychology of the Internet. Nueva York: Cambridge University Press.
Walsh, F. (2004) Resiliencia familiar. Estrategias para su fortalecimiento. Buenos Aires: Amorrortu.
Warren, N. C. (1992) Finding the love of your live. Ten principles for chosing the right partner. Nueva
York: Pocket Books.
Watanabe, H., Kodama, M, Okura, Y., Aizawa, Y., Tanabe N., Chinushi, M. y col. (2005) Impact of
earthquakes on Takotsubo cardiomyopathy. JAMA 294: 305-307.
Watzlawick, P. (1986) ¿Es real la realidad? Barcelona: Herder.
Watzlawick, P. Beavin, J., Jackson, D. (1971) Teoría de la comunicación humana. Barcelona: Herder.
Worden, J.W. (1997) El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y psicoterapia. Barcelona:
Paidó s.
Wynne, L. (1984) The Epigenesis of Relational Systems: A Model For Understanding Family Development.
Family Process. 23 2, : 297-318.
Wynne, L., Wynne, A. (1986) The Quest of Intimacy. Journal of Marital and Family Therapy. 12 (4)
: 383-394.
Yamaguchi, S. (2004). Further clarifications of the concept of Amae in relation to dependence and
attachment. Human Development, 47: 28–33.
Yamaguchi, S., Ariizumi, Y. (2006) Close Interpersonal Relationships among Japanese Amae as
Distinguished from Attachment and Dependence. Indigenous and Cultural Psychology.
International and Cultural Psychology, Segunda parte, 4(3) : 163-174.
Yampara, S. 1992 Economía comunitaria aymara. Van den Berg, H., Schiffers, N. (compiladores) La
cosmovisió n aymara. La Paz: Hisbol/ UCB.
Yapita, J. (s/a) Vocabulario Castellano, Inglés, Aymara. La Paz: Idicep.
Yá rnoz, S. (2009) Forgiveness, Attachment, and Divorce. Journal of Divorce & Remarriage. 50 (4):
282-294
Yeh , H. Lorenz , F., Wickrama , K., Conger, R.,Elder,G. (2006 ). Relationships among sexual
satisfaction, marital quality, and marital instability at midlife. Journal of Family Psychology.
20: 339 – 343.
Yela, C. (1996) Basic components of love: Some variations on Sternberg’s model. Revista de Psicología
Social. Fundació n Infancia y Aprendizaje. 11(2): 185-201.
Yela, C. (2000) El amor desde la psicología social. Madrid: Pirámide.
Yost, M., Zurbriggen, E. (2006) Gender differences in the enactment of sociosexuality: An examination of
implicit social motives, sexual fantasies, coercive sexual attitudes, and aggressive sexual behavior.
Jornal of Sex Research. 43 (2): 163-173
Young, M., Denny, G., Young, T., Luquis, R. (2000). Sexual satisfaction among married women.
American Journal of Health Studies. 16, 73–84.
Yu, A., Wan Tian, S., Vogel, S., Chi-Waim R. (2010) Can learning be virtually boosted? An
investigation of online social networking impacts. Computers & Education. 55 (4) : 1494-
1503.
Zanville, H., Cattaneo, L. (2012). The Nature of Risk and Its Relationship to Coping Among Survivors of
Intimate Partner Violence. Psychology of Violence. Advance online publication. Doi: 10.1037/
a00281
Zarco, V. Quiró s, M. (2002). Género y trabajo: aproximación psicosocial a la identidad laboral de la
mujer. Rodríguez, A., Dei, D. (editores): Psicosociología de las Organizaciones. Buenos
Aires: Editorial Docencia.
Zeifman, D., Hazan, C. (2008) Pair bonds and attachment. Reevaluating the evidence. Cassidy, J.,
Shaver, Ph. (Editores) (2008) Handbook of attachment: theory, research, and clinical applications.
Nueva York: Guilford.
Zeki, S. (1995) Una visión del cerebro. Barcelona: Ariel.
Ziglar, Z. (1990) Cómo hacer que el romance no muera con el matrimonio. Barcelona: Norma.