Antologia Mail-Order Brides For Christmas - Varios Autores
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Joy Mistletoe
***
Mis hijos me quieren. Y aunque algunos pueden tener un
caparazón exterior más duro que otros, todos tienen un centro blando
cuando se trata de mí. Y de alguna manera, ninguno de ellos parece
oponerse a la idea de comprar Snow Valley. Tal vez sea el hecho de
que los he calentado con bourbon de azúcar moreno y mi famoso
pastel de frutas. Pero que todos mis hijos vengan después de la cena
a escucharme significa mucho. Sé que no todas las madres tienen
tanta suerte.
1Es una expresión para cuando estás obsesionado con algo y no puedes dejar de pensar
en eso.
—Al abuelo le encantaría que usáramos su dinero para el bien —
dice Mason después de mi discurso. Bueno, parte de mi discurso. No
he mencionado la estipulación del 'matrimonio'. O el hecho de que
tuve una larga llamada con Holly Huckleberry, una mujer enérgica
de más de sesenta años que es dueña del servicio de pedido de novias
por correo. Holly estuvo de acuerdo en que encargar a todos mis hijos
novias era el regalo de Navidad perfecto.
—Y como todos pensamos quedarnos en Snow Valley a largo
plazo, no veo por qué no —dice Nate. Escucharlo decir eso me calienta
el corazón teniendo en cuenta sus últimos años.
Matt se pasa una mano por la mandíbula. —Creo que las cifras
funcionan. Significaría más trabajo para todos nosotros, pero puede
que consiga un socio en el bufete pronto, y tendría más tiempo. —
Como abogado de la familia, y como hijo mayor, aprecio su enfoque
pragmático.
Spencer, el menor, dice que está de acuerdo. —Aunque, como
carpintero, no estoy seguro de poder aportar mucho a la parte
empresarial. Pero puedo ayudar a arreglar la ciudad. ¿Has visto lo
vieja que es toda la señalización de este lugar? No creo que Jasper
haya puesto un centavo de su dinero en Snow Valley en años.
Christopher, el más tranquilo de mis chicos, se echa hacia atrás
en su silla, extendiendo sus largas piernas hacia delante. Su
expresión es pensativa: —No obtendrás una discusión de mi parte.
No necesito que una empresa venga a decirme cómo tengo que llevar
mi cervecería y mi bar.
—¿Estamos seguros de que no queremos que venga la
Corporación Titán? —pregunta Hartley. —Las ciudades turísticas
atraen a los visitantes. Y a este lugar le vendrían bien más mujeres.
Mason se ríe. —Lo dice el tipo que ya ha salido con todas las
disponibles.
Hartley se encoge de hombros. —No es que haya muchas
opciones.
Miro a Hank, que sonríe mientras añade más bourbon a su vaso.
Sabe la parte que he omitido y piensa que estoy loca por llevar esta
idea tan lejos como lo he hecho.
—Hablando de mujeres... —Agarro la botella de bourbon de las
manos de Hank y les digo a los chicos que rellenen sus vasos. No
pretendo emborracharlos, pero quiero que tengan la mente abierta
cuando mencione la siguiente parte. —Hay una cosa que tengo que
mencionar. —Les explico la arcaica ley sobre que los propietarios del
pueblo deben estar casados -incluso he ido al Ayuntamiento esta
tarde para ver la ley con mis propios ojos-.
—Bueno, entonces ¿por qué estamos teniendo esta
conversación? —pregunta Mason. —Ninguno de nosotros tiene
pareja.
—Todavía —digo, levantando un dedo.
—¿Qué quieres decir con todavía? —pregunta Nate, volviéndose
a sentar en su silla.
—Puede que haya hecho algo... algo... un poco imprudente. —Me
llevo una mano al corazón, dándome cuenta de repente del enorme
peso de lo que he hecho.
—¿Imprudente? —gime Matt. —Mamá, ¿qué has hecho?
Miro a Hank, mordiéndome el labio.
—Vamos, Joy —dice con un movimiento de cabeza. —Dile a tus
hijos lo que has hecho.
Les doy una sonrisa exagerada. —Les he pedido una novia a cada
uno.
—¿Una novia? —se ríe Spencer. —Mamá, tengo veintidós años.
—Tu padre tenía veintiún años cuando se casó conmigo —le
replico.
—Por supuesto que no —gruñe Christopher. —No necesito que
una mujer se entrometa en mis asuntos en absoluto.
—Cuando dices pedido... ¿qué significa eso, exactamente? —
pregunta Matt. Todos los chicos se detienen y me miran fijamente,
esperando mi respuesta.
Sonrío alegremente. —Cada uno de ustedes recibirá una novia
por correo en unas semanas. —Mis hijos me miran con una mezcla
de horror, confusión y diversión. Me conocen lo suficiente como para
entender que no es una broma. —Feliz Navidad —les digo. —Tengo la
sensación de que van a ser unas fiestas muy interesantes este año.
Christopher
Fiona davenport
Capítulo 1
Christopher
—Creo que te he oído mal, ¿podrías repetirlo? —Al otro lado del
teléfono, la voz de Lincoln suena sorprendida y divertida a la vez.
Pongo los ojos en blanco y miro al techo de mi despacho. —Ya
me has oído. Novias. Por. Correo.
—¿Tu madre encargó novias para ti y tus hermanos? ¿Para
Navidad? ¿Es eso siquiera legal?
—Aparentemente.
—¿Y estás seguro de que esto no es sólo tu madre intentando
conseguir nietos?
Lo consideré porque no me entraba en la cabeza la idea de que
necesitaba una esposa para salvar Snow Valley, el pequeño pueblo
donde crecimos mis hermanos y yo.
—Sí. Lo investigué yo mismo. El fundador de Snow Valley
promulgó una ley en 1870 que estipulaba que el dueño o los dueños
del pueblo estuvieran casados. De alguna manera, se ha pasado por
alto durante los últimos ciento cincuenta años, más o menos.
Lincoln se ríe. —Probablemente fuera su propio plan para los
nietos.
—Quién diablos sabe. Pero Jasper se jubila y planea vender
Snow Valley a la Corporación Titan el día de Año Nuevo. Así que,
ahora estoy atrapado entre casarme con una desconocida para la
víspera de Año Nuevo o perder el pueblo.
Lincoln ni siquiera intenta contener la risa, y yo aprieto los
dientes hasta que finalmente se calma. —Lo siento, pero esto es como
algo sacado de un viejo romance del Oeste.
—Suena como si quisieras ocupar mi lugar —digo.
Lincoln resopla. —Eres como un hermano para mí, Christopher,
pero no voy a recibir esa bala por ti. —Se ríe antes de añadir: —Es
hora de cepillar el viejo caballo y la calesa antes de conocer a la
señora.
—Dime otra vez, ¿por qué somos amigos?
Lincoln y yo hemos sido mejores amigos desde que éramos niños,
aunque no tenga sentido ya que somos prácticamente opuestos. Él es
extrovertido, divertido y el alma de la fiesta, mientras que yo soy el
hombre de pocas palabras que prefiere estar trabajando en mi oficina
o en casa con mis perros y un buen libro.
—Porque necesitas a alguien que te moleste de vez en cuando.
Suspiro y dejo caer mis dedos sobre la parte superior de mi
escritorio. —Esto es una locura.
—Y sin embargo, vas a seguir adelante con ello.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque amas a tu madre y a esta ciudad. Y, sabes que ella tiene
razón. Lo último que quieres es que vengan unos imbéciles ávidos de
dinero y conviertan Snow Valley en una trampa para turistas, y que
te digan cómo llevar tu pub.
—Tampoco necesito que una mujer se entrometa en mi bar y mi
cervecería —refunfuño.
—Ya, ya. Es 'nuestro' pub y cervecería, no 'mi'.
Jodido infierno. —Necesito un maldito trago —murmuro antes de
colgar y salir a toda prisa de mi despacho.
Voy detrás de la barra, busco mi whisky favorito y me sirvo un
trago. Después de bebérmelo, me sirvo otro y bajo el vaso de golpe
sobre la barra de madera brillante que mi hermano menor, Spencer,
construyó para mí. Él hizo la mayor parte del trabajo de restauración
cuando renové el Holly Jolly Pub hace unos años. He derramado mi
propio sudor y sangre en él todos los días desde que compré el lugar
hace siete años.
Tal como ha dicho Lincoln, mis hermanos y yo amamos Snow
Valley, el pequeño pueblo donde crecimos, tanto como nuestra
madre. Hace tiempo que hemos tomado la decisión de quedarnos y
construir nuestras vidas aquí. Miro alrededor del bar, me imagino la
fábrica de cerveza que hay detrás y sé que haría lo que fuera necesario
para que mi pueblo no se viera afectado por una gran corporación
que le quitaría todo su encanto y la sensación de pueblo pequeño.
A pesar de lo molesto que estoy por la intromisión de mi madre
y su descabellado plan, debo admitir que es una forma rápida de
resolver nuestra situación, lo que sólo me hace enojar más. No con
mi madre, sino con la situación en general.
A lo largo de los años apenas he pensado en una familia.
Supongo que creía que se produciría de forma natural. Aunque había
descartado a cualquiera del pueblo, y por muchas mujeres que
conociera al viajar, nunca había pensado en ninguna de ellas.
Después de haber vivido con el ejemplo del matrimonio de mis
padres, yo era de los que se casarían una sola vez. Odio la idea de
estar divorciado; me parece una palabra de cuatro sílabas que me
deja un mal sabor de boca. Pero no me quedaría en un matrimonio
sin amor, aunque decepcionara a mi madre.
Y no hay manera de que haga que mi futura esposa duerma en
la misma cama que mi ex, así que tendré que conseguir muebles
temporales.
Con un suspiro, me sirvo otro trago y lo vuelvo t omar de un
trago. Esta temporada navideña ha ido cuesta abajo muy rápido.
Levanto la barbilla hacia el camarero de turno, que me hace un gesto
de reconocimiento, y me dirijo a mi despacho.
Me siento en la silla de mi escritorio y enciendo el ordenador para
pedir una cama y cualquier otra cosa que pueda necesitar. Mientras
examino los colchones, un pensamiento me golpea de repente. ¿Qué
demonios estoy haciendo? Que me case con la mujer no significa que
tenga que acostarme con ella. Sólo necesito que lleve un anillo hasta
que se consume la compra del pueblo.
Si no se consuma el matrimonio, eso abre la puerta a una
anulación.
Animado por mi revelación, cierro la pestaña del depósito de
muebles y abro una nueva. Quiero empezar las cosas con buen pie
con mi 'novia', lo que significa hacerle saber que será un matrimonio
'sólo de nombre'. Lo más justo es hacérselo saber a esta mujer desde
el principio. Así no habrá malentendidos ni expectativas de eternidad.
Investigo un poco, recordando todos los detalles que mi madre
ha mencionado sobre el servicio, y finalmente lo encuentro. Redacto
un mensaje para la propietario y le doy a enviar. Satisfecho conmigo
mismo, me recuesto en la silla y pogo los pies sobre el escritorio,
cruzando los tobillos.
Es el plan perfecto.
Capítulo 2
Winter
Christopher
Pongo los ojos en blanco antes de levantar la vista para ver las
luces del tren en la distancia.
Winter
Christopher
Winter
Christopher
Winter
Christopher
Frankie Love
Prologo
Hartley
Hartley
Hace un mes que mi madre nos sentó a todos y nos dio la noticia.
Nos ordenó que consiguiéramos esposas. Esposas.
Yo, Hartley, de veintiséis años, ¿me voy a casar?
Es imposible.
Intento hacerme a la idea de que viene una novia. Para mí. Un
tipo que nunca ha tenido una relación seria. Me siento mal por ella,
sea quien sea.
Considero la posibilidad de salirme de esto, de todo el asunto -
comprar el pueblo y casarme con una desconocida-, pero cuando
abordo el tema con mis hermanos me lanzan una mirada que dice:
Cierra el pico, Hartley.
Nadie quiere contrariar a nuestra madre, y menos en Navidad.
Así que si todos mis hermanos están de acuerdo con esto, ¿cómo
puedo ser yo el raro? ¿Puedes imaginar cómo me sentiría en cada
reunión familiar durante los próximos cincuenta años? Como si la
hubiera defraudado. Como si los hubiera defraudado a todos.
Sé que le he dado a mamá muchos dolores de cabeza a lo largo
de los años, así que no voy a agitar el barco y arruinar esto para
todos. Especialmente cuando mi padre me entregó su amada
ferretería hace sólo un año. Aunque cuando me hice cargo de la
tienda, no me di cuenta de que tendría que ser una persona tan
condenadamente sociable. Me encanta construir cosas, y hacer
trabajos manuales; pasé años en las montañas transportando
madera para un aserradero. Podía pasar días enteros sin hablar más
allá de un gruñido con un tipo del equipo. Pasaba las noches solo, en
mi cabaña.
Entonces papá quiso jubilarse, y el astillero cerró el negocio - y
parecía una transición bastante buena.
Resulta que el negocio ha bajado. Muy abajo. Y sé que es porque
papá no está aquí. Puedo ser un Mistletoe, pero seguro que no soy el
que los clientes quieren ver.
Pero hago lo que puedo, y sigo apareciendo en un trabajo que me
irrita. Porque lo último que quiero hacer es enojar a la gente que se
ha pasado toda la vida cuidando de mí.
Aun así, casarme es algo muy importante.
Aunque mentiría si dijera que no me intriga la idea de hacer el
amor con una desconocida. Una mujer en mi cama, un dulce cuerpo
desnudo apretado contra el mío.
Algunos de mis hermanos ya tienen sus esposas en el pueblo. No
es que las haya conocido. Todos hicimos un pacto para ocuparnos de
nuestros propios asuntos con todo este tema: si las mujeres que nos
envían son un buen partido, entonces genial. Pero sin expectativas.
O tal vez eso es lo que me he dicho a mí mismo. La verdad es que
algunos de mis hermanos son mejores hombres que yo. Al menos
mejores en las relaciones.
Mi madre pasa por Mistletoe Hardware justo cuando estoy
cerrando la tienda para ir al pequeño aeropuerto de las afueras de la
ciudad. Cierro la puerta principal, de pie en el frío, con el frío invernal
en el aire y la mordedura de la escarcha de la montaña girando a
nuestro alrededor. La nieve ha estado cayendo toda la tarde y frunzo
el ceño, pensando en la mujer que vuela para encontrarse conmigo.
Espero que su vuelo no tenga problemas.
Mamá tiene esa mirada que dice que está tramando algo. Está
envuelta en un abrigo de invierno con una bufanda de cuadros rojos
y verdes alrededor del cuello. Sus pendientes tienen forma de
pequeñas coronas y lleva las uñas arregladas como si fueran árboles
de Navidad. Parece tan feliz, y sé que no es sólo porque falten 25 días
para la Navidad.
—¿Qué pasa, mamá? —le pregunto, tratando de ser un buen
hijo. Y quién sabe, tal vez ella tenga alguna perla de sabiduría que
pueda aprender antes de ir a conocer a mi esposa.
—Oh, Hartley —dice, dándome una palmadita en el brazo. —Sólo
quería pasar por aquí y decirte que te quiero. Pase lo que pase, nada
cambiará eso.
Resoplo. —¿Se supone que eso es un voto de confianza o tus
condolencias por lo que podría ser un matrimonio terrible?
Ella frunce el ceño. —Oh, cariño, solo quería decir que, pase lo
que pase, tu padre y yo estaremos aquí para ti. No te preocupes por
decepcionarnos.
Admito que me siento un poco dolido por la falta de fe de mi
propia madre en mí. Quizá he pasado demasiados años dando la
razón a todo el mundo.
—Mira, quiero hacerte feliz. ¿No es por eso que tus hijos están
haciendo todo esto de todos modos?
Mamá aprieta los labios. —Siento si te he presionado.
—Un poco tarde para eso —digo con un poco de fuerza.
—Odio haberte disgustado, Hartley. Nunca debería haber hecho
esto. Pero Mason y Nate parecen...
La corto. —No quiero saber nada de sus matrimonios, mamá. No
quiero empezar a comparar. Con cinco hermanos, es lo único que he
hecho toda mi vida.
Mamá suspira, mirando al otro lado de la calle. Veo que su mejor
amiga y vecina, Louise, la saluda fuera de la cafetería.
—Ve, mamá, estoy bien —le digo, tirando de ella para darle un
abrazo. —Hace mucho frío aquí fuera y tengo que ver a mi mujer.
—¿Tienes el anillo? —pregunta.
Asiento con la cabeza. —Está en casa, y el pastor Monroe se
reunirá con nosotros allí dentro de unas horas. Lo que significa que
debería ponerme en marcha. Sobre todo porque parece que esta
noche va a nevar de verdad.
—Recuerda —dice, apretando mi mano, —le conté a Holly
Huckleberry todo sobre ti, y te va a enviar a la chica perfecta. Lo sé.
Sólo asegúrate de expresarte, Hartley. Sé cómo te puedes poner.
—¿Qué se supone que significa eso?
Mamá se lleva las manos al corazón. —No sueles compartir tus
emociones, Hartley. Y esta desconocida va a necesitar que te
comuniques.
—Entendido —digo, sintiéndome más agobiado que nunca.
—Te quiero —dice mientras se va. Mamá cruza la calle y yo me
dirijo a mi camioneta, preguntándome cómo demonios será mi chica
perfecta.
Jo-Anne, una chica del pueblo que siempre me hace pasar un
mal rato, se cruza conmigo en la acera antes de que llegue a mi
camioneta. Se revuelve el pelo negro azabache y frunce los labios. —
He oído que vas a salir del mercado.
—Has oído bien.
Jo-Anne pone los ojos en blanco. —Es imposible que todos los
hermanos Mistletoe se casen en el mismo mes. Especialmente tú.
—No es asunto tuyo, Jo-Anne —exhalo, sabiendo que esta chica
siempre está buscando una discusión conmigo. Todavía me echa en
cara el hecho de que no la llevara a una segunda cita cuando éramos
juniors en el instituto. La verdad es que no es mi tipo.
—Bueno, Dylan está destrozada. Te das cuenta de que la has
engañado durante años, ¿no?
Me quejo. Dylan es otra chica a la que nunca debería haber
llevado a casa desde el bar. Este pueblo es demasiado pequeño y todo
el mundo se acuerda de todo.
—Pensó que te ibas a casar con ella. —Jo-Anne se encoge de
hombros. —Aunque he oído que Laura Hill pensaba lo mismo.
—No es mi problema —le digo. —Y puedes hacerles saber a esas
chicas que nunca me iba a casar con ellas.
Jo-Anne sacude la cabeza. —Nunca funcionará. No eres de los
que se casan, Hartley, simplemente no lo eres. A menos que sea para
algo negativo, nunca te expresas —se mofa. —Lo que realmente me
molesta es que pienses que ninguna de las chicas con las que creciste
es lo suficientemente buena, y sin embargo te casarás con una
completa desconocida.
—Sí, eso es exactamente lo que voy a hacer —digo, sintiéndome
más firme en la decisión que en todo el mes. Mamá no parece creer
que pueda hacer que esto funcione. He hecho enojar a todas las
mujeres solteras de la ciudad que no parecen creer que soy material
para el matrimonio.
Al diablo con eso. Puede que no sea el tipo de hombre con el que
todas las chicas sueñan casarse, pero estoy seguro de que pienso
hacer que esto funcione. Y no porque crea que es posible enamorarse
de una completa desconocida, sino porque realmente odio perder.
Capítulo 2
Hattie
Hartley
Hattie
Hartley
Hattie
Hartley
Hattie
Hartley
Hartley
Año Nuevo
Hattie
***
Hartley
Después de meter a la cumpleañera en la cama, agarro a Hattie
de la mano y la llevo al salón. Tengo 'White Christmas' de Frank
Sinatra en el equipo de música y ella se derrite en mis brazos cuando
empieza a sonar la canción. Hay un árbol de Navidad encendido en
un rincón, lleno de adornos que hemos coleccionado en los últimos
años. En la repisa de la chimenea hay medias colgadas en hilera y
una foto familiar colgada encima.
Sé que Hattie perdió muchas cosas antes de llegar a casa, y me
propuse darle la familia que siempre anheló. Estoy seguro de que
quiero que mi Hattie sea feliz.
—Amelia estaba tan emocionada —dice, con su aliento cálido en
mi oído. —Nunca la he visto tan feliz.
—Tendrá dulces sueños esta noche —digo.
—¿Y tú, Papá? ¿Tendrás dulces sueños? —Se lame los labios y
levanta una ceja.
—Siempre los tengo contigo a mi lado.
—Antes de dormir, sin embargo... ¿podríamos divertirnos un
poco?
—¿Qué tienes en mente? —pregunto.
Sus ojos brillan mientras me lleva por el pasillo hasta nuestro
dormitorio. —Yo también tengo un deseo navideño.
—¿Y cuál es, Sra. Mistletoe?
Cierra la puerta y empieza a desvestirse, su ligero bulto de
embarazada excitándome. Me encanta el hecho de que mi mujer vaya
a tener nuestro bebé. Se ve tan caliente, tan jodidamente sexy, y me
siento el hombre más afortunado de todo el maldito mundo.
—Esperaba que pudiéramos recrear nuestra primera noche de
diciembre, hace tantos años.
Gimo de deseo mientras ella se acuesta en la cama, separando
las rodillas y ofreciéndome su dulce coño. Mojado y preparado.
—¿Sabes cuánto te amo? —pregunto, desnudándome y
uniéndome a mi mujer en la cama. —Jodidamente tanto.
—Yo te amo más —susurra mientras me inclino sobre ella, con
la polla preparada y su cuerpo siendo mío.
Puede que sea una novia pedida por correo, pero es lo mejor que
he recibido por correo.
Mason
Hope Ford
Capítulo 1
Mia
Mia
***
Mason
Mia
Mason
Mia
Mason
Mason
***
Mia
Mason
***
Mia
Me ha dado el mejor orgasmo que he tenido nunca. Me besa por
el cuerpo y, cuando está a mi lado, lo beso suavemente antes de bajar
por la cama para devolverle el favor.
—No, cariño.
Sus duras palabras me son gruñidas, y lo miro con una especie
de shock. —Quiero...
—Ni siquiera duraré. Necesito estar dentro de ti. Ahora mismo.
Todo lo que he pensado desde que te vi en los brazos de ese otro
hombre es estar dentro de ti, tomarte y hacerte mía, hacer que olvides
a todos los hombres que te han abrazado antes —me suplica,
empujándome sobre mi espalda y rodando sobre mí.
—Hombre, ¿qué hombre? —le pregunto, sin tener ni idea de
quién está hablando.
—El hombre del avión.
—Se... —Pero no consigo decir su nombre.
Me detiene con un gemido mientras su cabeza cae sobre mi
pecho. —No quiero ni oírte decir su nombre.
Sonrío entonces, sin creer el control que tengo sobre este hombre
tan tosco, mi marido. —Yo también, Mason. Sentí lo mismo cuando
te vi. Quería que fueras mío. —Paso mis manos por su pecho, entre
sus piernas, tomando su circunferencia en mis manos. —Te quería
así.
Sisea, y sus caderas se agitan en mi mano mientras lo acaricio.
Hay fuego en sus ojos cuando se arrodilla y se sienta, acercando
su dureza a mi abertura. Durante un breve segundo, me pongo
nerviosa. —Por favor, sé amable, Mason —le pido.
Sus ojos me miran como si me hiciera una pregunta, pero antes
de que la exprese, le digo: —Eres mi primero. Me estaba reservando
para mi marido.
De nuevo, su cabeza cae sobre mi pecho con un —Joder —
murmurado.
Tiene un debate interno consigo mismo. Me mira con
preocupación. —No quiero hacerte daño.
Respiro profundamente y pongo mi confianza en él. —Sé que no
lo harás.
Me mira a los ojos y empuja dentro de mí suavemente al
principio, y me estira, llenándome. Me siento llena y estirada
mientras mi cuerpo lo acepta. Sé en qué momento llega a mi barrera.
Sus dedos se dirigen de nuevo a mi clítoris, y todavía estoy sensible
por mi anterior orgasmo, así que no pasa mucho tiempo antes de que
esté lista de nuevo, y él empuja, llenándome por completo y
tomándome.
Con cada empujón, susurra contra mí: —Mía. Mía. Mía.
Quiero tranquilizarlo y hacerle saber que efectivamente soy suya,
pero estoy medio perdida por la forma en que mi cuerpo responde al
suyo. Gime contra mi cuello, me besa, y mis sentidos se desbordan.
Lo siento por todas partes y, en poco tiempo, vuelvo a correrme. El
corazón se me acelera, tengo sudor en la frente y jadeo.
Empuja una vez, dos veces más, y luego gruñe, llenándome con
su semen.
—Sí —gimo.
Completamente saciada, me quedo lánguida y sin fuerzas
mientras él cae a mi lado. No sé qué se supone que hay que hacer
después, así que sigo mi instinto y me acurruco contra él, besando
su pecho.
Con sus brazos rodeándome, me abraza tan fuerte que apenas
puedo respirar, pero no le pido que se detenga. Nunca me he sentido
tan segura, tan cuidada o, me atrevo a decir, tan querida.
Capítulo 9
Mason
***
Mia
Mason
Sólo trabajé unas cinco horas. Entré por la tarde y trabajé hasta
la noche, pero juro que me pareció el turno más largo de mi vida. Sólo
podía pensar en Mia. Me preguntaba qué estaría haciendo y si estaría
bien. Estuve a punto de llamarla varias veces para ver si quería venir
a sentarse un rato, pero pensé que probablemente necesitaba un
poco de espacio. Llevábamos más de unos días juntos.
Atravieso la puerta principal de la casa y las luces ya están
apagadas. Subo las escaleras y entro en el dormitorio, dejando
escapar un suspiro cuando la veo acostada en la cama. Me he
asustado por un momento, preguntándome si se había ido o algo así.
Me siento en la silla frente a la cama y empiezo a quitarme los
zapatos. No puedo apartar los ojos de ella y observo cómo se mueve
su cuerpo con cada respiración. Sé que está despierta, pero actúa
como si no lo estuviera.
—Mia —digo en voz baja en la oscura habitación que solo está
iluminada por la luz de la luna que se cuela por la ventana.
Ella no abre los ojos. —¿Sí?
—¿Estás despierta? —le pregunto tontamente.
—Sí, estoy despierta —dice. Su voz es gruesa, y algo suena mal.
—¿Por qué no me esperaste cuando trajiste la comida? Me habría
gustado mostrarte el lugar.
No me contesta, pero moquea. Cambio el ángulo de donde estoy
sentado y observo sus labios hinchados y la mancha húmeda en la
almohada sobre la que está recostada. Me agacho en el suelo junto a
ella. —Mia, cariño, mírame.
Abre los ojos pero no dice nada. Ha estado llorando. Hay tanto
dolor en su cara que siento que mi corazón se rompe. —¿Qué pasa?
¿Qué está mal?
Se sienta y se mueve hacia atrás en la cama. Pone distancia entre
nosotros y no me gusta. Me levanto del suelo y me siento en la cama,
con mi cadera junto a sus piernas. Me mira pero no dice nada. Esa
no es Mia. Al menos, no es la Mia que yo conozco. Pongo la mano en
su pierna e ignoro la forma en que se tensa bajo mi palma. —¿Qué
pasa?
Ella cierra los ojos. Empieza a hablar, en voz baja y suave. —
Creo que hemos cometido un error, Mason. Creo que esto sucedió
demasiado rápido.
Hay una repentina pesadez en mi pecho. Una parte de mí sabía
que esto era demasiado bueno para ser verdad. Después de sólo unos
días, ella está lista para divorciarse de mí. Mi cabeza empieza a
palpitar y mi corazón a doler. —¿Qué quieres decir con que hemos
cometido un error?
Por fin abre los ojos. Su voz dice una cosa, pero sus ojos me dicen
otra. Parece que va a enfermar físicamente. —He pensado en ello, y
tal vez sería mejor si vuelvo a casa.
—Esta es tu casa —enuncio cada palabra. Es la verdad. Este es
su hogar ahora. Sin ella en él, no es más que una casa.
Ella sacude la cabeza. —Está bien. Estaré bien. Y podemos
seguir casados... Sé lo importante que es Snow Valley para ti.
Ella mueve su rodilla de debajo de mi mano, y yo aprieto las
mantas. —Seguir casados... —murmuro, la sorpresa me
golpeándome en la cara. Me está dejando. ¿Cómo demonios he podido
estropear esto ya?
Se desliza por la cama hacia el otro lado y se levanta. Lleva
puesto su camisón, que es largo, blanco y vaporoso. El material de
algodón, la forma en que cubre todas las partes de su cuerpo, no
debería ser sexual, pero aun así, es probablemente uno de los
camisones más sexys que he visto. Todo porque está en Mia.
Se aleja de mí, con las manos en el tocador. —Bueno, quiero decir
que podemos seguir casados si quieres... Si has encontrado una
manera de salvar Snow Valley sin ello... entonces puedes divorciarte
de mí.
Ella se atraganta con la palabra divorciarte, y esa es la única
gracia salvadora a la que me aferro. Ella no actúa como si quisiera
dejarme. Actúa como si esto le hiciera daño... entonces, ¿por qué lo
hace?
Me levanto y camino alrededor de la cama. Su cuerpo se congela
bajo mi toque, pero la rodeo con mis brazos, sujetando mis manos
alrededor de su cintura y atrayéndola contra mí. Mantiene la espalda
recta y espero a que se separe, pero ya sé que no voy a dejarla. Si
quiere poner fin a este matrimonio, voy a retenerla mientras intenta
convencerme de que está mejor sin mí.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? ¿Qué he hecho? —pregunto
suavemente contra su oído.
Levanto los ojos y miro el espejo de la cómoda que tenemos
delante. Ella está mirando nuestro reflejo. —No has hecho nada.
Está mintiendo. Lo veo en su cara. —Mentira, cariño. Dime lo
que he hecho. No puedo arreglarlo si no me lo dices.
Su cuerpo empieza a fundirse con el mío y apoya su cabeza en
mi pecho. Vuelve a tener los ojos cerrados. —Cuando me casé contigo,
pensé que sería para siempre. Al menos quería que lo fuera.
Mis brazos la rodean con fuerza. ¿No puede ver que yo quiero lo
mismo? —Yo también. Eso es lo que yo también quiero.
Sus ojos se cierran. —No, Mason. Por favor, no me mientas.
Puedo soportar cualquier cosa, bueno, casi cualquier cosa, pero no
me mientas. No puedo soportar eso.
—Mírame —le digo.
Ella sacude la cabeza y la hago girar en mis brazos. Sigue con
los ojos cerrados, como si mirarme fuera a ser doloroso o algo así. —
Mírame —le digo de nuevo.
Abre los ojos y, cuando lo hace, una única lágrima cae por su
mejilla. —Joder —murmuro. La limpio con la yema del dedo y la tomo
en brazos. La llevo de vuelta a la habitación y me siento en la silla
con ella en el regazo. —Dime qué pasa.
Se apoya en mi pecho. —Me voy, Mason. Será más fácil ahora
que después. Me está matando, pero si espero, no sobreviviré.
Su mano se enrosca en mi camisa, su palma sobre mi corazón.
—Pero no lo entiendo. ¿Por qué te vas?
Quiero entender, necesito saber lo que pasa por su mente, pero
al mismo tiempo, sé que nunca la dejaré ir.
—Jessica me contó lo que dijiste.
—¿Qué dije? —le pregunto, hurgando en mi cerebro, tratando de
recordar algo que le haya dicho a Jessica que pudiera molestar a Mia.
No se me ocurre nada. Realmente no hablo mucho con Jessica.
—Dijiste... —se detiene y respira profundamente. —Dijiste que
había una salida... que no estaríamos atrapados juntos para siempre,
y he pensado en ello toda la tarde, Mason. Probablemente será mejor
si me voy ahora que después.
Pongo mi dedo en su barbilla y acerco su cara a la mía. —No me
vas a dejar, Mia. No te dejaré.
Ella envuelve su mano alrededor de la mía. —Pero a la larga es
lo mejor.
Le rodeo la barbilla con la mano. Odio oírla hablar así. —No, no
lo es. Se lo dije a Jessica cuando me enteré de la idea de mi madre
del matrimonio concertado. Eso fue antes de que mi madre hablara
contigo y de que yo te conociera.
Parpadea y abre la boca para decir algo, pero le pongo el dedo
sobre los labios para detenerla. —Y ahora, bueno, ahora que te tengo,
que eres mi esposa, que eres la señora de Mason Mistletoe, no hay
manera de que te deje ir. Antes de conocerte, nunca creí en la
eternidad. No creía que alguna vez encontraría el amor como lo han
hecho mis padres. Pero ahora, joder, ahora, Mia, no puedo imaginar
mi vida sin ti en ella.
Sus ojos se abren de par en par. —¿Así que no piensas
divorciarte de mí una vez que todo esté arreglado con Snow Valley?
Sacudo la cabeza con severidad. —Nada me importa más que tú,
Mia. Ahora eres mi vida. Todo lo que hago es por ti.
Me observa atentamente, escudriñando mi rostro, y sé que
necesita escuchar las palabras casi tanto como yo necesito decirlas.
—No, Mia. No me voy a divorciar de ti. Sé que no nos conocemos
desde hace mucho tiempo, pero te amo. Sé que puedes hacerlo mejor
que yo. Sé que eres joven, hermosa, inteligente y tienes tu propio
dinero. No me necesitas. Pero te prometo que no habrá nadie que te
ame más que yo.
Ella sacude la cabeza. —Pero te equivocas, Mason.
La miro interrogativamente. Se agarra a la parte delantera de mi
camisa y me acerca para que nuestros labios casi se toquen. —Sí te
necesito. Sentí que no podía respirar sólo de pensar en dejarte. Te
necesito, Mason.
Sonrío, dispuesto a sellarlo con un beso, pero ella continúa. —Y
más que eso, te amo. Cuando te vi por primera vez y por la forma
posesiva en que me miraste, supe que te amaba. Más que nada en
este mundo, quiero ser tuya.
La beso entonces. Con fiereza, sin contenerme. Ella se gira en mi
regazo, a horcajadas sobre mí. Me alejo lo suficiente para quitarle el
camisón. —Eso está bien, cariño. Porque eres mía. Siempre serás
mía.
Ella levanta los brazos y yo le saco el camisón por la cabeza. Se
inclina, presionando su pecho contra el mío. —Me gusta cómo suena
eso.
Me paso toda la noche -el resto de la eternidad- demostrándole
que lo digo en serio. Ella es mía... y yo soy suyo.
***
Mia
Más tarde en la noche, estoy acurrucada en los brazos de Mason,
y me siento tan cerca de él.
Podría quedarme aquí, así, los dos solos, y saber que nunca
querré otra cosa.
Acurrucada contra él, trazando patrones en su pecho, le
pregunto: —¿Crees que le voy a gustar a tu familia?
—Oh, no sé... —empieza.
Jadeo y lo miro a la cara, y me sonríe con maldad. —Oh, tú —
digo, dándole una palmada juguetona en el pecho.
Finalmente dice: —Te amarán. No tanto como yo, pero sí.
Le rodeo el cuello con los brazos y le planto un gran beso en los
labios. —Yo también te amo. Ahora déme de comer, Sr. Mistletoe, y
luego lléveme a la cama.
Se levanta y me tiende la mano. —Como quieras, esposa. —
Bajamos a la cocina donde comemos, pero no llegamos al dormitorio
antes de que me demuestre de nuevo lo mucho que me necesita.
Epilogo
Mia
Un año después…
—No puedo creer que haya pasado tanto tiempo desde que estuve
aquí. ¿Crees que mis padres estarían molestos conmigo? —le
pregunto a Mason.
Me toma de la mano fuera de la bodega de mis padres y me tira
para que me detenga. Mi ritmo cardíaco se acelera sólo con mirarlo.
Llevamos un año casados y ha sido lo mejor que he hecho en mi vida.
Mason ha demostrado una y otra vez que definitivamente fue el
destino el que nos unió. No tengo ninguna duda de que somos almas
gemelas y estamos hechos el uno para el otro. Lo sé, y estoy bastante
segura de que él también lo cree.
Me mira con tanto amor en la cara que sé que mis planes para
hoy van a ser perfectos.
Me levanta la mano y me besa los nudillos. —Tu madre y tu padre
entenderán que necesitabas tiempo. Ya estamos aquí. Y estoy
deseando que me muestres todo.
Miro el viñedo, y aunque las vides están desnudas ahora mismo,
recuerdo lo hermoso que es este lugar en verano. Por suerte, mi plan
está en marcha desde hace tiempo, y he podido completarlo con las
uvas más dulces de la temporada.
Ava, la gerente que ha estado supervisando la bodega, se acerca
a mí, y después de unos saludos, pone una caja en mis manos. —
Aquí está. El nuevo vino que has aprobado —me dice moviendo las
cejas.
Dirijo mis ojos a Mason, pero por suerte, no se ha dado cuenta.
Por suerte, mi marido sólo tiene ojos para mí. Me giro hacia Ava y le
digo: —Gracias —pero ya está casi en la puerta por la que acaba de
entrar. Con un rápido gesto de la mano, sale y nos deja solos.
—Esto es para ti —le digo, entregándole la caja.
Sorprendido, sus ojos se dirigen a los míos. —¿Para mí?
Asiento con la cabeza y le hago un gesto para que la abra. Tenía
un gran discurso, pero sabía que no sería capaz de hacerlo sin que
se me saltaran las lágrimas, estoy muy emocionada últimamente, así
que hice que adjuntaran una carta a la caja.
Abre el sobre y lee la carta.
Querido Mason,
Te amo, creo que lo sabes. Estoy tan agradecida de que
el destino (y tu madre) nos haya unido. Tú y tu familia me han
ayudado a sanar y me han hecho sentir parte de tu familia.
Me haces feliz cada día. He disfrutado del último año juntos,
y sé que tendremos muchos años por delante. Como me has
regalado algo especial, sabía que quería darte algo que tú
también apreciaras. Espero que te guste tu regalo.
Te amo. Mia
Mason
Kelli Callahan
Capítulo 1
Nate
***
El folleto sigue al lado de mi cama donde lo dejé cuando me
despierto. No ha sido un sueño. Tampoco lo es mi resaca. Gracias a
Dios, hoy no tengo que ir a trabajar. Empiezo a tomar el café, me lavo
los dientes, me ducho y, para cuando termino mi primera taza de
café, siento que empiezo a recuperarme de la noche.
Justo cuando creo que voy a tener una mañana tranquila,
llaman a mi puerta y, al mirar por la ventana, veo a mi padre fuera.
—Buenos días, papá... —Abro la puerta y doy un paso atrás. —
Pasa.
—Espero que tengas hambre. —Sostiene una bolsa. —He traído
el desayuno.
—¿Por qué siento que esto es un soborno? —Me acerco y le sirvo
una taza de café mientras él pone nuestro desayuno en la mesa.
—No es un soborno. Sólo quería desayunar con mi hijo. —Se ríe
en voz baja.
—¿Sí? —Le tiendo la taza de café. —¿Cómo me ha tocado la
lotería? Somos seis. Debe haber una razón por la que has decidido
pasar la mañana conmigo.
—No es la primera vez que te traigo el desayuno, Nate. —Se
sienta en la mesa.
—Lo sé. —Entrecierro los ojos. —Pero es la primera vez que me
traes el desayuno después de que mamá decidiera organizar seis
bodas.
—Admito que yo también pensé que era una locura cuando lo oí.
—Asiente con la cabeza. —Quería que todos vivieran sus propias
vidas y gastaran su dinero como quisieran.
—No tengo ningún problema en comprar el pueblo. —Me encojo
de hombros. —Te lo dije en la cena. Estoy en Snow Valley a largo
plazo. Es la otra parte de la cual no estoy tan seguro.
—Tu novia por correo va a venir, estés o no preparado para ella.
—Toma un bocado de su comida. —¿Seguro que no vas a dejar a la
pobre chica de pie en tu porche cuando aparezca?
—Puede que sí... —me río, pero lo digo algo en serio.
La conversación continúa. Mi padre tiene buenas intenciones. Lo
entiendo. Mi madre también. Tiene seis hijos mayores, y ninguno de
nosotros está casado. Quiere que encontremos el tipo de felicidad que
ella tiene con nuestro padre. Salvar Snow Valley se alinea
perfectamente con todo lo que ella ha querido para su familia.
Papá deja el asunto de la novia por correo después de
convencerme todo lo que puede. Una vez que se ha ido, vuelvo a tomar
el folleto y lo hojeo por lo que parece ser la millonésima vez. A este
ritmo, voy a desgastar las páginas antes de que mi novia aparezca en
mi puerta.
Todavía no sé si la dejaré entrar o la mandaré de vuelta a casa.
Capítulo 2
Catriona
***
Hogar dulce infierno.
Un apartamento en el lado este del purgatorio que comparto con
una chica que trafica con drogas para pagar el alquiler y otra que
fuma tanta hierba en el salón que me da un subidón con solo entrar
por la puerta.
—¿Qué pasa Kitty-Cat? —Mi compañera de piso, Laura, levanta
la vista de su pipa el tiempo suficiente para reconocerme.
—Acabo de salir del trabajo. —Me obligo a sonreír. —¿Está Gina
por aquí?
—No, está haciendo sus recorridos. —Laura se ríe. Es una risa
de drogadicta. No tiene nada de gracioso, pero a ella todo le parece
divertidísimo. —¿Quieres ver algo de televisión? Acabo de empezar el
último episodio de South Park. Es divertidísimo.
—Quizá más tarde. —Asiento con la cabeza. —Tengo que hacer
un par de llamadas. Estaré en mi habitación si me necesitas.
—Genial. —Se inclina hacia delante y oigo cómo su pipa empieza
a burbujear.
Ha envuelto su pipa en luces de Navidad. Qué festivo. Podría ser
la única decoración navideña que tengamos en nuestro apartamento
este año.
Nunca imaginé que acabaría aquí. Viviendo con una traficante
de drogas y una drogadicta. Tuve una buena vida, hace un tiempo, y
se sentía como un cuento de hadas. Ya no. Todo eso está en el pasado.
Ya no vivo. Sólo existo.
Necesito un nuevo comienzo. Cualquier cosa, realmente. Incluso
me conformaría con mejores compañeras de piso. Esa es la primera
decisión que tengo que tomar. Nuestro contrato de arrendamiento se
acerca, y aunque será difícil conseguir mi parte de la renta, respondí
a un anuncio para un compañero de cuarto en una parte mucho
mejor de la ciudad.
—Hola, soy Catriona Phillips. Te llamé ayer por tu anuncio para
una compañera de piso... —Me siento en mi cama. —Oh, ya has
encontrado a alguien. Bien, gracias.
Otro callejón sin salida. Igual que mi vida.
Mi siguiente llamada es a mi madre. La conversación es bastante
breve. No tenemos mucho que decirnos estos días. Hubo un tiempo
en el que nos pasábamos horas hablando de las cosas que queríamos
comprar, de mis planes para la universidad y de cómo íbamos a
engatusar a mi padre para que nos llevara a cualquier lugar exótico
al que quisiéramos ir de vacaciones.
Esos días quedaron atrás.
Después de hablar con mi madre, busco mi portátil y lucho por
conectarlo al Wi-Fi de nuestro vecino. Es lo suficientemente generoso
como para dejarlo abierto para que otros puedan utilizarlo. Ojalá
todos fueran tan amables como él. No sé cuánto tiempo podré seguir
aprovechándolo. Mi portátil parece estar en las últimas, y pasará un
tiempo antes de que pueda permitirme uno nuevo.
—Oh, vaya. —Miro fijamente un correo electrónico en mi bandeja
de entrada, y siento como si el aire se me escapara del pecho
inmediatamente.
Tengo un correo electrónico de una mujer llamada Holly
Huckleberry. Me da miedo hacer clic en él. Una noche, después de
pasar demasiado tiempo en el salón en medio de la borrachera de
Laura y bebiendo un vino barato que Gina había traído a casa, me
apunté a un servicio de novias por correo.
Nunca esperé recibir una respuesta. Pensé que era una especie
de broma, pero sentí que estaba lo más cerca posible de tocar fondo.
Desde entonces, todo ha ido empeorando.
—Esto es una locura... —Hago clic en el correo electrónico y
empiezo a leerlo.
Puede que me pareciera una broma cuando me apunté, pero la
respuesta de Holly no lo es. Ha encontrado una pareja para mí. Una
mujer de un pueblo llamado Snow Valley tiene seis hijos que no están
casados, y Holly cree que soy la pareja perfecta para uno de ellos.
Un tipo llamado Nate. Es mecánico, bueno, es el dueño del taller
mecánico de Snow Valley. Tiene veintinueve años. Nueve años mayor
que yo. Su madre lo describe como un poco tosco, pero un auténtico
encanto una vez que lo conoces.
Me recuesto en la cama y miro la grieta del techo. A veces tengo
pesadillas en las que pienso que un millón de cucarachas o arañas
van a salir de esa grieta mientras duermo.
Mi padre solía decir siempre que la vida es un camino, y si lo
haces bien, siempre es un camino ascendente. El mío solía ir en esa
dirección. Antes de que mi padre lo perdiera todo. Antes de que el
chico con el que iba a casarme cancelara el compromiso. Nunca dijo
que estaba conmigo por el dinero de mi padre, pero el momento sí
que fue sospechoso.
Mi camino ha ido firmemente hacia abajo desde entonces.
Quizá sea así como lo cambie.
Me incorporo y empiezo a responder al correo electrónico. Podría
trabajar como una esclava en esa cafetería durante años y no
conseguir nunca poner los pies en el suelo. Seguro que en Snow
Valley hay una cafetería. De todos modos, necesito empezar de nuevo,
y si las cosas no funcionan con Nate, un pueblecito tranquilo sería
mucho mejor que este lugar. Quién sabe, tal vez éste sea el camino
que mi vida necesita ahora mismo.
Las instrucciones de Holly Huckleberry dicen que si firmo el
acuerdo, todo lo que tengo que hacer es subirme a un avión y todo lo
demás estará resuelto. Eso sí que suena bien.
Capítulo 3
Nate
Catriona
Nate
Catriona
Nate
Catriona
Nate
Catriona
Nate
Catriona
s.e. law
Capítulo 1
Jenna
Jenna
Matt
***
Llego al aeropuerto una hora antes de que llegue su avión. Sin
nada más que hacer, pido un café solo en el abarrotado Starbucks de
la terminal. Por lo menos, puedo sorber algo y leer el periódico en un
esfuerzo por ahogar mis pensamientos.
Mis pensamientos, debo admitir, no son precisamente positivos.
Quiero confiar en mi madre; sé que tiene buenas intenciones.
También sé que estoy más cerca de los cuarenta de lo que a Joy le
gustaría, y que probablemente ya es hora de sentar cabeza. Pero no
estoy convencido de que esta sea la manera de hacerlo.
Me siento en una silla incómoda frente a la puerta de embarque.
Miro por la ventana, pero el avión aún no ha llegado. Al cruzar las
piernas y notar que la de arriba rebota rápidamente, me doy cuenta
de que estoy experimentando una emoción desconocida: el
nerviosismo. Soy un tipo bastante tranquilo, y hace falta mucho para
que me altere, incluso en la sala de audiencias. Sin embargo, la
perspectiva de conocer a la que podría ser mi futura esposa me tiene
jodidamente nervioso.
Intento leer el periódico, pero las palabras parecen más bien
garabatos ininteligibles en la página. Tomo un sorbo de café, pero el
líquido me quema el paladar. Maldita sea. No tengo redes sociales,
así que ni siquiera puedo hacer scroll sin sentido para distraerme.
Supongo que tendré que limitarme a observar a la gente hasta que
llegue mi posible novia: Jenna, me han dicho que se llama.
Durante un rato, observo cómo la gente desembarca por una
puerta adyacente. Entrecerrando los ojos, inspecciono a cada
pasajero a su paso, intentando decidir qué mujer se parece más a mi
pareja ideal. Hace tiempo que no salgo con nadie, pero todas mis
antiguas novias se parecían entre sí: altas, rubias, atléticas, de las
que querían beber batidos verdes en el desayuno y jugar al tenis
después de cenar. Todas eran encantadoras, pero, por la razón que
sea, ninguna era la compañera de vida adecuada para mí. Me
pregunto si mi futura esposa será como ellas, o alguien
completamente diferente...
Tan pronto como este pensamiento se pasea por mi mente, el
avión de Jenna llega a la puerta de embarque. Me siento más recto,
con el periódico olvidado en mi regazo. ¿Cómo será ella? no puedo
evitar preguntármelo de nuevo mientras el avión se detiene. Esta
Holly Huckleberry no me ha conocido nunca; ¿qué tan bien podría
haberme emparejado con alguien? ¿Y si es maleducada? ¿Y si es
tímida? ¿Y si no bebe o no come carne? Un millón de posibilidades
diferentes pasan por mi cabeza y me paso una mano nerviosa por mi
pelo oscuro. Esto podría ser un desastre.
La gente empieza a salir del avión, lentamente. Me pongo en pie,
alisando las arrugas invisibles de mis pantalones de traje. Me parece
absurdo querer estar bien para ella, cuando ni siquiera sé quién es.
Sin embargo, sea quien sea, quiero causar una buena primera
impresión. Es lo menos que puedo hacer por ella viniendo desde tan
lejos.
Mis ojos van de persona en persona, buscando a cualquier mujer
que parezca tener unos veinticinco años (mi madre se negó a decirme
más que su nombre y su edad, y dijo que el resto sería 'una sorpresa').
Me meto las manos en los bolsillos mientras investigo cada rostro
potencial. Me fijo en una mujer, una morena bajita con unos
llamativos ojos verdes. Me sonríe y siento que mi corazón da un salto
absurdo, como si fuera un adolescente en una cita a ciegas. ¿Jenna?
Cuando se acerca, se dirige hacia mí, pero acaba pasando por delante
de mí, adentrándose en el aeropuerto.
Suelto un suspiro que no me había dado cuenta de que estaba
conteniendo. ¿Quién podría ser Jenna?
Ella luce como una Jenna, pienso, viendo a una elegante pelirroja
salir del avión. Me ve observándola, me mira de arriba abajo y sonríe
tímidamente. Le devuelvo la sonrisa, enarcando una ceja. Sin
embargo, reprimo la sonrisa cuando un hombre sale del avión y le da
un beso en la mejilla, llevando un perro alegre en un transportín. Tal
vez no.
Cada vez hay más gente bajando del avión y pasando por delante
de mí. Me aclaro la garganta, tratando de ordenar mis emociones. El
nerviosismo sigue presente, sí, pero también hay algo de frustración,
una chispa de fastidio e incluso una pizca de arrepentimiento. Tal vez
no debería haber seguido este plan. El teléfono me pesa en el bolsillo
y pienso en llamar a mi madre, decirle que el trato se ha cancelado y
volver a casa. Sin embargo, inmediatamente desestimo esta idea. Le
debo a mi madre algo de confianza, como ella me pidió. Y le debo a
Jenna, aunque no la conozca, el recogerla en el aeropuerto.
Nuevamente decidido, meto las manos en los bolsillos de la
chaqueta y espero a que Jenna se dé a conocer.
Los últimos rezagados bajan del avión: cuatro mujeres mayores,
dos parejas, un chico joven y un hombre de mediana edad. Mi frente
se frunce. ¿Podría no haberla visto? Tal vez haya pasado de largo sin
darse cuenta. Quizá debería haber hecho un maldito cartel de cartón,
como me animó a hacer mi madre...
Cuando estoy a punto de localizar a la morena de ojos verdes,
preguntándome si podría ser Jenna, la última rezagada sale de la
puerta. Nuestras miradas se encuentran. Ella sonríe, tímidamente.
Sospecho que es lo único tímido que tiene.
Definitivamente no tiene más de veinticinco años. Es rubia, sí,
pero ahí acaban las similitudes con mis anteriores amantes. Un
llamativo mechón de color rosa atraviesa la parte delantera de su
cabello. Es bajita y tiene unas curvas deliciosas, su amplio pecho está
cubierto por un crop top que muestra su tonificada barriga. Sus
leggings con estampado de leopardo revelan todas sus curvas. Puede
que no sea mi tipo habitual, pero, Dios, es sexy, de una manera
salvaje. No se parece en nada a nadie que haya visto en Snow Valley,
y por eso me intriga al instante.
—¿Jenna? —la llamo, y ella levanta una mano, saludándome con
las uñas de color rosa brillante.
—¡Tú debes ser Matt! —dice mientras se acerca.
Le tiendo la mano para que la estreche, y ella coloca la suya en
ella. No creo en el amor a primera vista, ni en nada a primera vista,
pero que me cuelguen si no siento un chisporroteo de electricidad
entre nosotros cuando sus ojos azules se encuentran con los míos y
siento el primer contacto con su suave piel. Sus ojos se abren de par
en par y se muerde inconscientemente el labio inferior de una forma
que me resulta irresistible.
Después de todo, puede que sea un emparejamiento interesante.
Capítulo 4
Jenna
Jenna
Jenna
Matt
***
—¡Cariño, ya estoy en casa! —llamo al entrar en la casa. Fue una
tontería decirlo el primer día que estuvo aquí, pero ahora he caído en
la rutina. Jenna siempre se ríe cuando lo oye, y a menudo me
devuelve un juguetón —¡Hola, cariño!. —Pero hoy, no escucho nada.
—¿Jenna? —Cuelgo la chaqueta y pongo las llaves en el cuenco
cerca de la puerta. Todavía no hay respuesta. Frunciendo una ceja,
subo al dormitorio, pero antes de que pueda entrar, la puerta se me
cierra en las narices.
—¡Aún no estoy lista! —grita Jenna desde el otro lado de la
puerta. —¡Llegas a casa demasiado pronto!
Me río y sacudo la cabeza. —¿Qué, te estás arreglando más esta
noche?
—De hecho, sí —responde. —Ve a prepararnos una copa y
terminaré pronto.
—Sí, señora —respondo. Vuelvo a bajar obedientemente y me
pregunto qué dirán mis hermanos de que esté siendo 'azotado'. Sus
propias novias por correo aún no han llegado, aunque la de Nate
llegará esta semana. Estoy deseando escuchar lo que tienen que decir
sobre las nuevas mujeres en sus vidas.
Por mi parte, me he mantenido lo más callado posible. Mi madre
me llamó la noche después de la llegada de Jenna y me pidió detalles.
—¿Cómo es ella? ¿Es simpática? ¿Viene de una buena familia? —
Respondí tan vagamente como pude. Sin embargo, quiero que Jenna
conozca pronto a mi familia, algo que me sorprendió cuando me di
cuenta. Sólo nos conocemos desde hace dos semanas, y siempre soy
reacio a presentar a las mujeres a mi familia. Sin embargo, algo en
Jenna es diferente. Algo en ella se siente... correcto.
Sacudo la cabeza ante mi monólogo interior excesivamente
dramático y termino de preparar nuestros cócteles.
Cuando vuelvo a subir, con una copa en cada mano, digo: —Muy
bien, Srta. Cosa. ¿Lista para debutar?
La puerta se abre lentamente y casi se me caen las bebidas.
Jenna siempre está preciosa, pero esta noche ha llegado a nuevos
extremos. Imagino que esta es la persona que Jenna adopta cuando
está en el escenario, y es embriagadora. Su pelo platino y rosa está
rizado, y su maquillaje incluye un atrevido labio rojo y ojos oscuros.
De pie, con las manos en la cadera, lleva un chaleco de cuero con sólo
un sujetador rojo debajo, unos shorts vaqueros increíblemente
pequeños y unas botas rojas de cowboy. Es la estrella de rock por
excelencia y estoy asombrado.
Al verme boquiabierto como un pez, me dedica una sonrisa
deslumbrante. —¿Qué te parece? —me pregunta, haciendo un giro
que me permite ver su perfecto culo en esos pantalones cortos.
—Creo —gruño, dejando las bebidas en el tocador, —que no
vamos a salir de este dormitorio esta noche, después de todo.
Agarro a Jenna y la beso, sin importar el lápiz labial rojo. Ella me
devuelve el beso, derritiéndose en mis brazos, pero luego se aparta,
riéndose. —No he hecho todo este trabajo para quedarme aquí —me
informa, tomando su bebida. —¡Ahora vístete y salgamos de aquí!
Diez minutos y varios besos después, estoy vestido con unos
vaqueros oscuros y una camiseta negra abotonada, que es lo más
parecido a lo informal que consigo. Jenna me ruega que me ponga un
sombrero de vaquero que saca de la espalda, pero la beso lo suficiente
como para que abandone el tema.
Es una preciosa tarde de finales de verano; las primeras estrellas
guiñan el ojo en el crepúsculo. Le abro la puerta del lado del pasajero
a Jenna y ella se alegra de este trato especial. Luego, nos dirigimos al
centro de Snow Valley, charlando sobre nuestros cantantes country
favoritos. (Dolly Parton es una campeona para las dos).
Cuando entramos en el bar, Jenna va inmediatamente a
buscarnos bebidas mientras yo nos busco una mesa. Las luces son
tenues y brumosas, y el suelo está pegajoso por la cerveza derramada.
Aun así, sabía que era el tipo de lugar que le gustaría a Jenna.
—¡Esto es genial! —grita por encima de la música, confirmando
mis sospechas mientras nos sentamos. Me acerca un whisky después
de tomar un sorbo ella misma. Su bebida preferida, como siempre, es
un gin-tonic. Sus labios escarlata se curvan en una sonrisa sensual
sobre el borde del vaso. Alargo la mano y la rozo por el brazo, siempre
deseoso de tocarla.
—¿Has bailado alguna vez en fila? —le pregunto. Ella niega con
la cabeza. Agarro mi copa con una mano y le ofrezco la otra. —
Entonces pongámonos en marcha, señorita.
—¿Es ese tu intento de hablar en tono sureño?
Me encojo de hombros y sonrío. —Creo que podría ser peor.
Un pequeño grupo de personas está en la pista de baile,
cantando una canción de Alan Jackson mientras bailan en fila. Estoy
absolutamente seguro de que voy a hacer el ridículo y me he
resignado a mi destino. Jenna, en cambio, se anima casi de
inmediato. —¡Vamos, Matt! —me anima, apretando mi mano con
fuerza y tirando de mí hacia la pista de baile.
Tropiezo con varios pasos mientras Jenna baila con maestría. Me
pierdo observando el balanceo de sus deliciosas caderas, sus pechos
en su diminuto sujetador sacudiéndose mientras salta. Me descubre
mirando y me guiña un ojo, luego me da un codazo en el costado. —
Un poco menos de mirada y un poco más de baile —me amonesta. Lo
hago lo mejor que puedo, que no es muy bueno.
Al final, después de que Jenna se haya hecho amiga de todos los
que nos rodean, la música cambia a una popular canción de club
moderna. Jenna se da la vuelta para quedar de espaldas a mí y,
sonriéndome por encima del hombro, se abraza a mí seductoramente.
Siento un tirón en mis pantalones cuando coloco mis manos en sus
caderas, bajando lentamente para acariciar la suave piel de sus
muslos por debajo de sus cortos pantalones. Dios, me excita sin
esfuerzo. Nunca he estado con una mujer que respirara tanta
sensualidad y confianza como ella.
—¿Te diviertes? —le murmuro al oído antes de besar su cuello.
—Mmm —ronronea. —Me divierto mucho.
—Hay algo que olvidé decirte sobre este lugar —susurro.
Se da la vuelta y me rodea el cuello con los brazos, con la cabeza
inclinada. —¿Qué?
En ese momento, un hombre alto con un sombrero de vaquero
entra a grandes zancadas en el pequeño escenario de la parte
delantera de la sala. —Nuestro concurso semanal de karaoke está a
punto de empezar —anuncia entre aplausos y gritos. Los ojos azules
de Jenna se abren de par en par y me mira con desconfianza. Me
encojo de hombros inocentemente.
—¿Todavía intentas que cante para ti, eh? —pregunta con una
ceja levantada.
—Quizá —confieso. —Vamos. Eres una estrella. El karaoke no
debería ser gran cosa para ti.
Jenna mira hacia el escenario, con una expresión melancólica.
—Me encanta el karaoke... —dice. Cuando me devuelve la mirada,
sonríe ampliamente. —Voy a cantar una canción. Sólo para ti.
—Soy un tipo con suerte.
Me da un beso en la mejilla y corre hacia el escenario para
apuntarse. Me dirijo a la barra y pido otra ronda de bebidas. Algo, sin
embargo, me dice que no necesitará ningún valor líquido para esto.
Jenna se sienta conmigo y vemos cantar a los primeros
concursantes. Uno de ellos canta a gritos I Wanna Dance With
Somebody, mientras que otro canta Dream On de Aerosmith, una
canción que yo preferiría dejar en manos de Steven Tyler. Sin
embargo, cuando hago una mueca de dolor, Jenna me golpea en las
costillas. —Hacen lo que pueden —ríe en voz baja. —Cantar es difícil,
y aprecio a cualquiera que se suba ahí y lo intente. —Y,
efectivamente, aplaude con fuerza y entusiasmo después de cada
actuación. Intento igualar su entusiasmo.
Cuando el hombre del sombrero de vaquero la llama por su
nombre, Jenna se gira hacia mí y me agarra la mano. —¡Aquí no pasa
nada! —Me besa en la mejilla y sube al escenario prácticamente de
un salto, con el aspecto más feliz que le he visto hasta ahora. Me
recuesto en mi silla, cruzando los brazos sobre el pecho. Tengo la
sensación de que vamos a disfrutar de un espectáculo.
Cuando empiezan a sonar las primeras notas de Hit Me With Your
Best Shot, de Pat Benatar, en la pista de karaoke, el público estalla
en gritos y alaridos, el mío entre ellos. Jenna saca el micrófono de su
soporte, se pavonea por el escenario y hace trabajar al público antes
de empezar a cantar. No puedo evitar una sonrisa. Definitivamente
está en su lugar feliz allí arriba.
Cuando las primeras notas salen de su boca, me quedo con la
boca abierta. Sabía que era una buena cantante; lo notaba sólo con
sus tarareos y silbidos, y sabía que estaba de gira con una banda de
moderado renombre. Sin embargo, y no soy propenso a la
exageración, su forma de cantar va más allá de lo que sabía que era
capaz de hacer un ser humano. Cada nota es fuerte, hermosa, clara
como el cristal con un gruñido sexy: la voz de una verdadera rockera.
Su carisma también se sale de lo normal, desde cada movimiento de
sus caderas hasta los guiños y sonrisas que regala al público. Estoy
tan cautivado como el resto del público, y siento que algo parecido al
orgullo se agranda en mi pecho. Ella está conmigo, quiero gritar, como
si se tratara de un drama adolescente de los años cincuenta. En
cambio, no digo nada, pero no puedo dejar de sonreír.
Esa es mi chica.
Cuando termina la canción, hace una pose y el público pierde la
cabeza. La gente se pone en pie, aplaudiendo y animando como si
acabara de marcar el touchdown ganador en un partido de fútbol.
Jenna se inclina, saluda y vuelve a inclinarse, dando las gracias a la
primera fila. Es un momento realmente mágico. Me pregunto si está
reviviendo su época de gira con su banda, y un sabor agridulce entra
en mi boca. Si realmente se casara conmigo y se mudara a Snow
Valley, su tiempo con su banda probablemente habría terminado...
No tengo tiempo para pensar en esto, porque Jenna se apresura
a volver a la mesa, con una enorme sonrisa. —¡Ha sido muy divertido!
—exclama, con los ojos brillando como las estrellas de fuera.
Me levanto y la envuelvo en mis brazos, plantando un beso en su
frente. —Has estado increíble —le murmuro al oído. —La mejor
cantante que he escuchado nunca.
—Oh, basta —murmura, pero la aprieto aún más.
—Lo digo en serio —digo con convicción. Luego, para demostrar
mi punto de vista, la sumerjo en mis brazos y la beso con toda la
pasión que puedo reunir.
Cuando salimos del bar, con su trofeo de plástico del primer
puesto agarrado con orgullo a su pecho, la beso de nuevo, bajo la
lluvia de estrellas.
—Eres algo más, Jenna Cook —le susurro.
Ella me mira, sus ojos bailan. —¿Lo dices en serio?
Sonrío. —No he dicho qué es ese 'algo más'.
Me da un golpecito juguetón y nos tomamos de la mano durante
todo el camino a casa.
Capítulo 8
Jenna
Matt
***
Cuando entro por la puerta después de un largo día, la casa está
extrañamente silenciosa. —¡Cariño, estoy en casa! —llamo, como
siempre, pero sólo me recibe el silencio. Cuelgo la chaqueta con el
ceño fruncido. Jenna a veces hace recados los fines de semana, pero
entre semana suele tener la cena y las bebidas preparadas para
cuando llego a casa. Es muy tradicional y hogareño, pero descubro
que me gusta, y a mi chica con curvas tampoco parece importarle.
Entro en el comedor. Hay un extraño silencio y la cocina está
vacía. ¿Dónde está Jenna? Me doy una vuelta por las demás
habitaciones, pero mi exuberante novia no aparece por ningún lado.
No soy propenso a un pánico innecesario, pero el miedo empieza
a acumularse en algún lugar detrás de mi esternón. Anoche Jenna
quería decir algo, pero no se atrevió a hacerlo. ¿Estaba planeando
dejarme y se arrepintió en el último momento? No puede ser, pienso
mientras subo las escaleras del segundo piso con más prisa que de
costumbre. Las cosas van tan bien... increíblemente bien. No ha
sacado a relucir ninguna preocupación sobre mí o sobre nuestra
relación, excepto el elefante en la habitación: su banda y sus
continuas giras.
Mierda, pienso mientras miro nuestro dormitorio vacío. Quizá
Sarah haya convencido a Jenna de que Lolly Popz la necesita. Quizá
esté en un avión de vuelta a Nueva York ahora mismo. Tal vez...
Me doy cuenta con una sacudida de que la puerta del baño
principal está cerrada. La golpeo con los nudillos. —¿Jenna? —llamo.
No hay respuesta.
Estoy a punto de darme la vuelta cuando oigo el inconfundible
sonido de un llanto ahogado. Vuelvo a girar sobre mis talones y llamo
de nuevo, esta vez con más insistencia. —Jenna, te oigo ahí dentro —
digo, aliviado por haberla encontrado pero preocupado por oírla
llorar. —¿Estás bien?
La cerradura hace clic. Abro la puerta lentamente,
preparándome para lo que voy a ver.
Es sólo Jenna, mi hermosa Jenna, con lágrimas cargadas de
rímel cayendo por su cara. Sigo su mirada hacia algo que tiene en las
manos.
Un test de embarazo.
Un test de embarazo positivo.
Por un momento no siento nada. Creo que es un shock, mi
cerebro intenta desesperadamente procesar lo que ven mis ojos.
Entonces, lo siento todo a la vez. El corazón me salta a la garganta y
mis manos vuelan para apoyarse en la parte superior de los brazos
de Jenna.
—Jenna, ¿estás bien? —pregunto, con la voz extrañamente
ahogada en mi garganta. —Esto es... esto es...
—Esto es increíble —solloza ella, y se derrumba contra mi pecho.
El alivio me inunda como si acabara de sumergirme bajo el agua. Me
aterra ser padre, y siempre lo ha hecho, pero, Dios, también me
emociona. Mi padre, Hank, es sólido como una roca, lo cual era
necesario en una casa llena de seis niños. Siempre he querido emular
su presencia, su suave influencia y su tonto sentido del humor.
Quiero transmitir lo que me enseñó, y ahora voy a tener la
oportunidad.
Si Jenna dice que esto es increíble, entonces ella también debe
estar emocionada. Pero siento que sus lágrimas calientes siguen
manchando la parte delantera de mi camisa. Le acaricio el pelo
durante un minuto, abrazándola, antes de mirar hacia abajo.
—¿Qué pasa, cariño? —le pregunto. —¿Necesitas sentarte?
Asiente con la cabeza. La llevo al dormitorio y se sienta en el
borde de la cama, inclinándose hacia delante para que su cara quede
acunada entre sus manos. Me siento a su lado y le froto la espalda
en grandes y lentos círculos. Mi propio corazón sigue latiendo con
fuerza, pero en este momento sé que tengo que estar aquí para Jenna.
—Tengo tanto miedo —susurra finalmente, levantando su rostro
manchado de lágrimas. —Nunca creí realmente que sería una madre.
Pero ahora estoy tan, tan feliz y emocionada. No tenía ni idea de que
sería tan feliz. —Se le caen los mocos. —Pero... Oh, Dios mío, ¿qué
pasa con la banda? ¿Qué pasa con mi carrera? —Empieza a llorar de
nuevo, respirando entrecortadamente. —¿Qué voy a hacer?
Me duele el corazón por ella y vuelvo a estrecharla contra mi
pecho, murmurando palabras tranquilizadoras contra su sedoso
cabello. No puedo imaginar cómo debe sentirse. No tengo que
preocuparme por mi carrera, aunque vaya a ser padre. Estar
inesperadamente en esta situación debe ser aterrador. Ojalá hubiera
algo, cualquier cosa, que pudiera hacer.
Entonces, sé exactamente cuál es mi plan.
—Espera un segundo —digo de repente, separándome de ella
para poder ponerme de pie. Me dirijo a la cómoda y rebusco en el
cajón superior la pequeña caja que hay escondida. La tomé hace unas
dos semanas, con la seguridad de que, aunque Jenna no estuviera
segura de querer casarse conmigo, yo sabía sin lugar a dudas que
quería casarme con ella. Pensaba que la vida en el adormecido Snow
Valley sería siempre igual. Pero Jenna ha introducido mucha más luz,
color y música en mi vida, y no quiero volver a estar sin ella.
—Jenna —digo después de respirar profundamente. —Sé que
esto debe ser aterrador para ti. Dios, yo también estoy aterrado. Pero
pase lo que pase, quiero que sepas que estamos juntos en esto. —Me
arrodillo frente a ella y Jenna jadea, llevándose las manos a la cara.
—Nunca pensé que me enamoraría de mi novia por correo. Pero ahora
eres mucho más que eso para mí. Eres la mejor persona que he
conocido, y eres tan digna de ser feliz. Déjame darte eso. Déjame darte
todo lo que quieras.
Jenna vuelve a llorar, pero sonríe tanto que le debe doler la cara.
Yo también sonrío, como un idiota, como un niño que acaba de ganar
el primer premio en la feria de ciencias. Abro la caja del anillo y Jenna
jadea al ver el brillante diamante que hay dentro.
—Ya resolveremos tu carrera, cariño —continúo. —Hay formas
de seguir cantando y haciendo música, incluso siendo madre. Lo
resolveremos juntos. Te apoyaré en cada paso del camino. Cásate
conmigo, Jenna. ¿Lo harás?
—Sí —respira ella. —Oh, Dios mío, Matt. Sí. Seamos padres
juntos. Vamos a conquistar el mundo juntos. —Se ríe con lágrimas
en los ojos. —Y salvemos Snow Valley, si tus hermanos se apresuran
a casarse también.
Extiende una mano temblorosa, y yo deslizo el anillo en su dedo.
Encaja perfectamente. Apenas puedo contener mi alegría, me pongo
de pie y la levanto, haciéndola girar mientras ambos reímos. De
repente, todo parece más claro y luminoso, como si acabara de salir
el sol en esta habitación. Siento un calor que se extiende por todo mi
cuerpo y me doy cuenta de que es una alegría como nunca antes
había experimentado.
—Ha sido una propuesta condenadamente buena —susurra
Jenna mientras nos levantamos y nos abrazamos. —¿Desde cuándo
te has vuelto tan ñoño, Sr. Abogado Importante?
Sonrío y le beso la punta de la nariz, y ella arruga la cara, como
siempre. —Cuando tengo algo por lo que ser ñoño. Ahora, ¿podemos
darnos prisa e irnos a la cama para celebrarlo?
Se ríe y me tira al colchón, besándome tan dulcemente que
podría morir feliz aquí y ahora.
Pero gracias a Dios estoy vivo. Nuestra vida juntos no ha hecho
más que empezar, y tengo la sensación de que nos esperan más que
unas cuantas aventuras.
Epilogo
Jenna
Jenna
Tracy Lorraine
Capítulo 1
Gabriella
Spencer
Gabriella
Spencer
Gabriella
Se ha ido.
Me alejo de mis maletas y me apresuro a acercarme a la ventana
a tiempo de ver cómo su coche se aleja a toda velocidad por el camino
de entrada.
¿Qué demonios?
La decepción me inunda, aunque no sé por qué. Spencer y yo no
hemos hablado desde el día en que dejé Snow Valley. ¿De verdad
pensaba que tendríamos un feliz reencuentro y que continuaríamos
nuestra amistad como si nunca nos hubiéramos separado?
Dejo caer la cabeza mientras el peso de la decisión que tomé de
venir aquí me agobia.
¿Qué habría pasado si hubiera sido cualquier otra persona que
no fuera él quien me estuviera esperando? ¿Podría haber hecho
realmente una vida para mí y un marido aquí sabiendo que él todavía
vivía aquí? Él ha tenido mi corazón desde que tenía unos siete años.
Fue ingenuo por mi parte pensar que podría funcionar con alguien
más que con él.
Me imagino que fuera uno de sus hermanos el que me esperara.
Un escalofrío me recorre la espalda al pensarlo.
Exhalando un suspiro, me alejo de la ventana. Mirar como una
perdedora tras el chico de mi pasado no me va a llevar a ninguna
parte.
Miro alrededor de la escasa habitación y los pensamientos de
arrastrar mis maletas e instalarme aquí llenan mi mente. La idea de
meterme en la cama con su cálido cuerpo a mi lado, con su aroma
llenando mi nariz, es casi demasiado para negarlo, pero con un triste
suspiro, dejo atrás su habitación y en su lugar llevo mis maletas a la
del otro lado del pasillo.
Por mucho que quiera demostrarle que soy la misma chica que
se fue, no quiero presionarlo. El infierno sabe que esta situación ya
es bastante extraña.
La habitación opuesta a la suya tiene un aspecto muy similar.
Papel pintado descascarillado y desteñido, tarima expuesta y una
ventana que deja entrar el frío del exterior.
Tiene mucho trabajo que hacer aquí, pero ya puedo imaginarme
lo increíble que se verá una vez que esté todo hecho.
Acomodo mis maletas contra una de las paredes y abro la
cremallera, aunque no saco mucho ya que no tengo dónde poner la
ropa.
Me pregunto qué esperaba Spencer de su futura esposa. Estoy
segura de que muchas mujeres no aceptarían esto como yo. No podría
importarme menos el estado de este lugar, el hecho de que incluso
sea el dueño significa para mí más de lo que ya he aceptado. Me
quedaría aquí de buena gana aunque no tuviera techo.
Saco algunos de mis artículos de aseo y me dirijo al baño para
darme una ducha. Esta mañana me he levantado antes que el sol
para tomar mi vuelo. Me duele la espalda y tengo el cuello rígido. Sé
que el baño es probablemente antiguo, pero espero que tenga una
bañera utilizable.
Me paso casi una hora relajándome en la vieja bañera con patas
que he descubierto y, cuando salgo, mi piel está muy bien depilada y
mi estómago retumba recordándome que la única comida que he
tomado hoy ha sido la del avión, que no es la más adecuada.
Me pongo unos leggings y una sudadera de gran tamaño antes
de secarme el pelo y de ir a explorar la cocina con la esperanza de
encontrar algo comestible.
Para mi sorpresa, encuentro tanto la nevera como los armarios
completamente llenos. Tal vez se preparó para la llegada de su novia.
Saco algunos tomates frescos y albahaca y me pongo a preparar
una sencilla salsa de tomate antes de agarrar un poco de pasta y
dejarla cocer a fuego lento mientras exploro el piso de abajo un poco
más a fondo.
Encuentro una despensa, un cuarto de baño en la planta baja y
otras dos enormes habitaciones con ventanas que aprovechan las
increíbles vistas. Una, en particular, tiene la luz más increíble,
incluso cuando el sol comienza a ponerse detrás de las montañas. En
ese momento decido que, si puedo quedarme aquí, será mi oficina.
No me importa lo que cueste, lo convenceré de alguna manera de que
tiene que ser algo mío.
Encuentro una vieja silla en un rincón de la otra habitación, le
quito el polvo y la arrastro hasta mi nueva habitación favorita,
colocándola justo frente al sol del final del día.
Me siento allí el resto del día. Después de cenar, mientras el sol
desciende por última vez, busco mi portátil y me pongo a hacer lo que
siempre imaginé hacer con esta vista. Escribir.
Tengo montones de libros que he empezado a lo largo de los años,
pero nunca he encontrado suficiente inspiración para continuar con
ninguno de ellos. Pero ahora, sentada aquí, en la casa con la que
siempre he soñado, que es propiedad del único hombre que ha sido
dueño de mi corazón, encuentro que las palabras se me escapan de
los dedos.
Hace tiempo que ha oscurecido cuando cierro el portátil y estiro
el cuello y los hombros, otra vez doloridos.
Han pasado horas desde que Spencer huyó de la casa, sin
dejarme ninguna pista sobre la hora a la que podría reaparecer.
Después de ordenar mi desorden, me dirijo a la cama. Me quito
la ropa, me pongo una camiseta para dormir y me meto bajo las
sábanas. Hace frío con la corriente de aire de la ventana, pero no
tardo en calentar las sábanas y me dejo llevar por un sueño tranquilo.
Me despierto en algún momento de la noche. La habitación está
en total oscuridad y la casa parece estar en silencio.
No tengo ni idea de si Spencer ha llegado a casa, pero mientras
balanceo las piernas sobre el lado del colchón para poder dirigirme al
baño, espero que esté bien arropado en el suyo.
La puerta cruje cuando la abro y juro que resuena en la
silenciosa casa. Con una mueca de dolor, me deslizo a través de ella
en cuanto se abre lo suficiente, con la esperanza de no despertarlo si
está aquí.
Me dirijo de puntillas al cuarto de baño y hago lo mío, enjugando
mi boca seca con un poco de enjuague bucal antes de secarme las
manos y abrir la puerta.
Doy un paso antes de detenerme, con el corazón saltando en mi
garganta.
Los pasos empiezan a subir las escaleras y mi mano, que sigue
en el pomo de la puerta, empieza a temblar, pensando que estamos a
punto de chocar.
Miro hacia la puerta de mi habitación, pero sé que no tengo
tiempo suficiente para entrar allí.
El corazón me late cuando se acerca.
No ha encendido ninguna luz, así que cuando aparece, sólo lo
ilumina la luz de la luna que entra por la ventana del fondo del pasillo.
—Joder —ladra en el momento en que se gira hacia el baño y me
encuentra de pie como un ciervo atrapado frente a los faros.
Nuestros ojos se conectan, los suyos son oscuros y salvajes y,
cuando aspiro, no puedo dejar de percibir el olor a alcohol que
desprende.
—Spencer, yo...
—No. —Da un paso hacia mí y presiona dos dedos contra mis
labios.
Mi pecho se agita cuando entra en mi espacio.
Sus ojos bajan de los míos a mis labios que están medio
cubiertos por sus dedos y luego bajan.
—Estás... joder.
Sigo su mirada y miro mi camiseta.
Mierda. Llevo una vieja camiseta de Snow Valley. Su camiseta de
Snow Valley. Si me hiciera girar, encontraría su antiguo número
impreso en la espalda.
Esta camiseta fue mi salvadora cuando llegué a Nueva York. Por
aquel entonces todavía olía a él y me acostaba con ella todas las
noches.
Al cabo de un tiempo, su olor se desvaneció y cuando mi madre
la encontró, la metió con mis sábanas y la mandó a la lavandería. Me
quedé destrozada. Era lo único suyo que tenía. Era lo único a lo que
podía aferrarme.
Después de eso, empecé a llevarla a la cama y he continuado
desde entonces, necesitando sentirme más cerca del lugar que tanto
he echado de menos.
Me hace girar y me empuja suavemente contra la pared con su
mano en la nuca.
—Hijo de puta —lo dice tan bajo que me pregunto si lo he
imaginado, eso hasta que vuelve a hablar. —Llevas mi número. ¿Por
qué? —Sus dedos se flexionan, no lo suficiente como para hacerme
daño, pero sí lo suficiente como para que el calor se acumule en mi
interior.
—Porque es tuya. Me recuerda a ti.
—Pero tú te fuiste. —Se acerca, con la parte delantera de su
cuerpo presionando ligeramente contra mi espalda. —Te fuiste y
nunca miraste atrás.
—Me dijiste que lo hiciera.
Deja caer su frente sobre mi hombro y aspira profundamente
mientras las palabras que me dijo el día que fui a despedirme pasan
por mi mente.
—Estaba tan jodidamente enojado —admite. —Me estabas
dejando.
—No era necesario que lo terminaras. Podríamos haber...
—No, nunca hubiera funcionado.
—¿Quién lo dice?
—Ni siquiera llamaste. —La emoción en su voz entrecortada me
mata.
—Me dijiste que no lo hiciera. Que si tenía que irme que... que
era t-todo. —Mi propia voz se quiebra al final de la frase.
—Joder, Gabby... Ella... Joder.
Se aparta y echo de menos su calor, su tacto, inmediatamente.
Miro por encima del hombro, a punto de volver a girar, pero la
intensa expresión de su rostro y la oscura advertencia de sus ojos me
congelan en el lugar.
Vuelve a dar un paso hacia delante, con una determinación que
no tenía antes.
—¿Cuánto me has echado de menos exactamente? —Alarga la
mano y mete un dedo bajo el dobladillo de su camiseta. —¿Lo
suficiente como para estar desnuda bajo mi número?
La levanta, revelando mis bragas de encaje que se cortan en lo
alto de mi culo.
—Hmmm... no tanto entonces.
—No, Spenc...
—¿Alguna vez te has puesto esto y te has excitado deseando que
fuera yo?
Jadeo, sorprendida por sus palabras. Aunque no puedo negar la
necesidad que despiertan en mí.
—Contéstame —exige.
—S-sí —admito, con las mejillas enrojecidas por el calor de
decirle la verdad.
Vuelvo a respirar cuando su dedo toca mi piel. Pasa una punta
por el borde del encaje.
Mi respiración se vuelve agitada mientras intento tomar el aire
que necesito.
—¿Te has imaginado lo que te haría? ¿Mis dedos dentro de ti, mi
lengua contra tu clítoris?
Mierda, ¿dónde se ha metido el chico dulce que conocía? Nunca
me hablaría con palabras tan sucias. Es caliente. Tan jodidamente
caliente.
Vuelve a cerrar el espacio que nos separa y sus dedos se dirigen
a mi parte delantera, siguiendo el rastro de mis bragas.
Todos los músculos por debajo de mi cintura se tensan mientras
la anticipación me invade.
—Sí —suspiro, incapaz de encontrar la fuerza para decirlo en voz
alta.
—Joder.
Una de sus manos me agarra el pelo, tirando de mi cabeza hacia
un lado para exponer mi cuello.
—Spencer —gimo cuando su nariz recorre la sensible piel hasta
llegar a mi oreja.
—Sssh, mi ratoncita.
—Oh, Dios —gimo al escuchar el nombre con el que me llamaba
de pequeña. Nunca pensé que lo volvería a escuchar.
Las lágrimas me queman los ojos, pero el calor que recorre mi
cuerpo es más apremiante.
Me roza el cuello con sus labios, su lengua se escabulle para
saborear mi piel y mis rodillas se debilitan.
Estiro una mano hacia la pared para estabilizarme.
—¿Estás mojada por mí?
Mi cerebro está a punto de estallar cuando mete sus dedos en el
encaje de mis bragas.
—Contéstame —me dice al oído y me pone la piel de gallina.
—S-sí. Por favor, Spencer. Por favor —le ruego descaradamente.
—¿Por favor qué? ¿Que te recuerde lo bueno que puede ser?
—Sí, sí —grito mientras él empuja hacia abajo.
Sus dedos me separan, encontrando mi centro empapado y
gimiendo en mi oído. Rodea mi clítoris una vez antes de bajar y
burlarse de mi entrada.
—Nunca he podido reclamar esto.
—Jesús, Spencer. —Quiero sonar sorprendida por sus palabras,
pero mi voz suena necesitada.
—Quizá debería hacerlo antes de convertirte en mi esposa. Hace
tiempo que debería haberlo hecho, ¿no crees?
Me mete un dedo en el interior y yo me retuerzo contra él al sentir
la sensación. Su otra mano sube por mi vientre hasta tomar mi pecho
desnudo.
Otro gruñido retumba en su garganta.
—Por favor —susurro mientras sigue jugando conmigo con sus
hábiles dedos.
En un segundo me dirijo hacia la liberación y al siguiente, mis
pies han abandonado el suelo y nos estamos moviendo.
Me baja al colchón que hay en el suelo. Me siento en el centro
con la camiseta alrededor de la cintura y observo cómo él mismo se
desnuda.
Joooooder.
El Spencer que recuerdo se ha transformado definitivamente en
un hombre.
Mis ojos se deleitan con su torso expuesto, siguiendo las líneas
de sus músculos hasta la cintura de sus pantalones.
Observo sus dedos mientras trabaja con el cinturón y se quita
los zapatos antes de bajarse los pantalones y patearlos hasta la
esquina de la habitación.
Espero que vaya a por sus calzoncillos, que no dejan mucho a la
imaginación, pero no lo hace. En su lugar, se arrodilla y me empuja
hasta que me acuesto, apoyándome en los codos para poder
observarlo.
Sus dedos rodean el encaje de mis caderas y me lo quita,
tirándolo por encima del hombro. Sus ojos se centran en mi cuerpo
recién depilado antes de volver a mirar brevemente los míos.
Si pensaba que tenía un aspecto salvaje en el pasillo, no es nada
comparado con este momento.
Con sus ásperas manos contra mis muslos, me abre las piernas
y avanza.
En el momento en que su lengua entra en contacto conmigo,
grito, mi espalda golpea el colchón y mis manos se deslizan por su
pelo para mantenerlo en ese lugar.
—Oh, mierda. Spencer.
Aumenta la presión antes de añadir un dedo y luego otro para
abrirme.
Siento que apenas ha empezado, pero mi liberación avanza a una
velocidad que no puedo controlar. Mucho antes de estar preparada,
grito su nombre mientras exploto en su cara.
Mi pecho se agita y mi piel está cubierta de sudor cuando él se
retira y se limpia la boca con el dorso de la mano.
Nuestras miradas vuelven a conectarse, y entre nosotros se dicen
palabras silenciosas.
Espero que haga algo más, que me toque, que me pida que le
devuelva el favor, cualquier cosa. Pero en realidad, lo único que hace
es levantarse y salir de la habitación.
Da un portazo a la puerta del baño con tal fuerza que toda la
casa tiembla.
Todavía estoy sentada en medio de su cama improvisada cuando
vuelve. Tiene el pelo revuelto, los ojos desorbitados y los calzoncillos
todavía abultados, pero no hace ni dice nada más que levantar las
sábanas a mi lado y meterse dentro.
¿Qué demonios?
Decidiendo que probablemente es hora de que me vaya, pongo
un pie en el suelo, lista para empujar desde el colchón bajo cuando
su voz llena la habitación.
—Métete dentro.
Capítulo 6
Spencer
Gabriella
Gabriella
Spencer
Gabriella
Un año después…
Joy Mistletoe
Estar casada con Hank todos estos años significa que sé un par
de cosas sobre enamorarse y vivir feliz para siempre... pero ver a todos
mis hijos casados, con esposas que se comprometen a ser sus
compañeras, trae un nuevo nivel de felicidad a mi corazón.
Hank me entrega una copa de champán, rodeando mi cintura
con un brazo. —Lo has hecho bien, Joy —me dice. —Creo que nunca
he visto a nuestros chicos tan condenadamente felices.
Sonrío, mirando alrededor de nuestra sala de estar. El árbol de
Navidad sigue en el rincón junto a la chimenea, titilando con las
luces, y hay guirnaldas de hoja perenne envueltas alrededor de la
chimenea. Tenemos fotos familiares enmarcadas y alineadas en él de
las Navidades pasadas. Pero tengo el presentimiento de que una foto
familiar de este año va a estar montada en lo alto, justo en el centro.
—No puedo creer que tenga seis nueras —digo antes de dar un
sorbo al champán. —¿Y no parecen todas tan dulces? —pregunto. —
Y perfectamente adecuadas para cada uno de los chicos.
El carácter juguetón de Jenna resalta el lado más reservado de
Matt.
Mia es la pareja perfecta para Mason: su corazón está en sus
manos y saca lo mejor de mi hosco hijo.
Catriona está comprometida, en lo bueno y en lo malo, y sabe
que Nate siempre luchará por su amor.
Hattie es un encanto que ve lo mejor de cada uno, incluso de
Hartley, que a veces es un poco salvaje.
Winter está llena de amor y energía, y es la única que puede
hacer que Christopher salga de su caparazón reservado y
melancólico.
Y Gabriella es la mujer que Spencer ha necesitado toda su vida,
y pensar que se han conocido todo este tiempo.
Hank me toma de la mano y me arrastra bajo el muérdago,
dándome un beso. Las seis parejas aplauden y gritan ante la muestra
de afecto de sus padres. Matt golpea con un cuchillo el lateral de su
copa de champán, llamando así nuestra atención.
—Me gustaría hacer un brindis —dice. —Hoy, mis cinco
hermanos y yo hemos firmado los papeles y hemos comprado
oficialmente Snow Valley, salvándola de la Corporación Titan. Y
aunque eso es motivo de celebración, creo que la verdadera heroína
de esta Navidad es nuestra madre. A ti, mamá, por estar lo
suficientemente loca como para creer en que tus hijos encuentren el
amor en el lugar menos probable.
—¡Por mamá! —dicen todos los chicos, levantando sus vasos.
—Basta —digo yo, limpiándome los ojos. —Me están haciendo
llorar.
Jenna se ríe. —Si eso te hace llorar, espera a saber de qué han
estado hablando tus chicos toda la noche.
—¿Qué? —digo, mirando alrededor de la habitación a mi
hermosa familia.
—Todos estamos haciendo apuestas —dice Hartley con una
sonrisa.
—¿Apuestas? —Por un momento se me detiene el corazón.
Seguramente no apostarían sobre la duración de sus matrimonios.
—Le vas a dar un ataque de pánico a tu madre —dice Gabriella.
—No te preocupes, Joy, es una buena apuesta.
—Bueno, nada podría superar lo que siento ahora mismo —digo,
queriendo decir cada palabra.
—Creo que esta apuesta puede —se ríe Mason.
—Bien, ahora tenemos que saber —dice Hank, riendo.
—La apuesta es sobre quién les dará a ti y a mamá el primer
nieto —dice Nate.
Christopher resopla y atrae a Winter hacia su lado. —Empecé a
trabajar en eso el día que Winter llegó. Entreguen su dinero ahora,
porque esta vez voy a ganar yo.
Los otros chicos protestan y discuten de buen grado.
Los miro, sorprendida por el anuncio, pero llena de emoción.
Levanto la voz para que se me oiga por encima de ellos: —Bueno, esta
es una apuesta en la que no voy a intervenir —digo.
Los chicos se ríen, con una expresión dudosa. Supongo que me
lo merezco. Estas Navidades he dejado claro que se me da muy bien
inmiscuirme en sus vidas. Pero les hice la promesa de dejarlos vivir
sus propias vidas y resolver sus matrimonios por su cuenta. Hank y
yo siempre estaremos aquí para ayudarlos, pero esto es asunto de
ellos.
Las novias me piden que me acerque para una foto de chicas, y
me ofrezco a llevar la cámara para capturarla. —No —dice Catriona.
—¡Te vas a meter aquí con nosotras!
Nunca he tenido hijas, pero estas Navidades he ganado seis. Los
ojos de Hank se encuentran con los míos y le doy una sonrisa con los
ojos llorosos. Él sabe lo mucho que esto significa para mí. De alguna
manera, todos mis deseos navideños se han hecho realidad.
Y puede que el año que viene, por estas fechas, haya un montón
de bebés en el árbol familiar.
Fin