Pastoral y Nulidad

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REDC 63 (2006) 747-766

LA DIMENSIÓN PASTORAL DEL PROCESO DE NULIDAD


MATRIMONIAL. ANOTACIONES AL DISCURSO
DEL ROMANO PONTÍFICE AL TRIBUNAL APOSTÓLICO
DE LA ROTA ROMANA (28 ENERO 2006)

I. TEXTO

Benedicto XVI, Discurso a los Prelados, Auditores, Defensores del


vínculo y Abogados de la Rota Romana, 28 de enero de 2006*.
Ilustres jueces, oficiales y colaboradores del Tribunal apostólico de la
Rota romana:
Ha pasado casi un año desde el último encuentro de vuestro tribunal
con mi amado predecesor Juan Pablo II. Fue el último de una larga serie.
De la inmensa herencia que él nos dejó también en materia de derecho
canónico, quisiera señalar hoy en particular la Instrucción Dignitas connu-
bii, sobre el procedimiento que se ha de seguir en las causas de nulidad
matrimonial. Con ella se quiso elaborar una especie de vademécum, que
no sólo recoge las normas vigentes en esta materia, sino que también las
enriquece con otras disposiciones, necesarias para la aplicación correcta de
las primeras. La mayor contribución de esa Instrucción, que espero sea
aplicada íntegramente por los agentes de los tribunales eclesiásticos, con-
siste en indicar en qué medida y de qué modo deben aplicarse en las cau-
sas de nulidad matrimonial las normas contenidas en los cánones relativos
al juicio contencioso ordinario, cumpliendo las normas especiales dictadas
para las causas sobre el estado de las personas y para las de bien público.
Como sabéis bien, la atención prestada a los procesos de nulidad
matrimonial trasciende cada vez más el ámbito de los especialistas. En
efecto, las sentencias eclesiásticas en esta materia influyen en que muchos
fieles puedan o no recibir la Comunión eucarística. Precisamente este

* AAS 98, 2006, 135-38. Texto castellano: Ecclesia, 18 de febrero de 2006, 254-56.

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aspecto, tan decisivo desde el punto de vista de la vida cristiana, explica


por qué, durante el reciente Sínodo sobre la Eucaristía, muchas veces se
hizo referencia al tema de la nulidad matrimonial.
A primera vista, podría parecer que la preocupación pastoral que se
reflejó en los trabajos del Sínodo y el espíritu de las normas jurídicas reco-
gidas en la Dignitas connubii son dos cosas profundamente diferentes,
incluso casi contrapuestas. Por una parte, parecería que los padres sinoda-
les invitaban a los tribunales eclesiásticos a esforzarse para que los fieles
que no están casados canónicamente puedan regularizar cuanto antes su
situación matrimonial y volver a participar en el banquete eucarístico. Por
otra, en cambio, la legislación canónica y la reciente Instrucción parecerí-
an poner límites a ese impulso pastoral, como si la preocupación princi-
pal fuera cumplir las formalidades jurídicas previstas, con el peligro de
olvidar la finalidad pastoral del proceso.
Detrás de este planteamiento se oculta una supuesta contraposición
entre derecho y pastoral en general. No pretendo afrontar ahora a fondo
esta cuestión, ya tratada por Juan Pablo II en repetidas ocasiones, sobre
todo en el discurso de 1990 a la Rota romana (cf. AAS 82 [1990] 872-877).
En este primer encuentro con vosotros prefiero centrarme, más bien, en
lo que representa el punto de encuentro fundamental entre derecho y pas-
toral: el amor a la verdad. Por lo demás, con esta afirmación me remito
idealmente a lo que mi venerado predecesor os dijo precisamente en el
discurso del año pasado (cf. AAS 97 [2005] 164-166).
El proceso canónico de nulidad del matrimonio constituye esencial-
mente un instrumento para certificar la verdad sobre el vínculo conyugal.
Por consiguiente, su finalidad constitutiva no es complicar inútilmente la
vida a los fieles, ni mucho menos fomentar su espíritu contencioso, sino
sólo prestar un servicio a la verdad. Por lo demás, la institución del pro-
ceso en general no es, de por sí, un medio para satisfacer un interés cual-
quiera, sino un instrumento cualificado para cumplir el deber de justicia
de dar a cada uno lo suyo.
El proceso, precisamente en su estructura esencial, es una institución
de justicia y de paz. En efecto, el proceso tiene como finalidad la declara-
ción de la verdad por parte de un tercero imparcial, después de haber
ofrecido a las partes las mismas oportunidades de aducir argumentaciones
y pruebas dentro de un adecuado espacio de discusión. Normalmente,
este intercambio de opiniones es necesario para que el juez pueda cono-
cer la verdad y, en consecuencia, decidir la causa según la justicia. Así
pues, todo sistema procesal debe tender a garantizar la objetividad, la tem-
pestividad y la eficacia de las decisiones de los jueces.

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También en esta materia es de importancia fundamental la relación


entre la razón y la fe. Si el proceso responde a la recta razón, no puede
sorprender que la Iglesia haya adoptado la institución procesal para resol-
ver cuestiones intraeclesiales de índole jurídica. Así se fue consolidando
una tradición ya plurisecular, que se conserva hasta nuestros días en los
tribunales eclesiásticos de todo el mundo. Además, conviene tener presen-
te que el derecho canónico ha contribuido de modo muy notable, en la
época del derecho clásico medieval, a perfeccionar la configuración de la
misma institución procesal.
Su aplicación en la Iglesia atañe ante todo a los casos en los que,
estando disponible la materia del pleito, las partes podrían llegar a un
acuerdo que resolviera el litigio, pero por varios motivos eso no acontece.
Al recurrir a un proceso para tratar de determinar lo que es justo, no se
pretende acentuar los conflictos, sino hacerlos más humanos, encontrando
soluciones objetivamente adecuadas a las exigencias de la justicia.
Naturalmente, esta solución por sí sola no basta, pues las personas
necesitan amor, pero, cuando resulta inevitable, constituye un paso signifi-
cativo en la dirección correcta. Además, los procesos pueden versar tam-
bién sobre materias que exceden la capacidad de disponer de las partes,
en la medida en que afectan a los derechos de toda la comunidad ecle-
sial. Precisamente en este ámbito se sitúa el proceso para declarar la nuli-
dad de un matrimonio: en efecto, el matrimonio, en su doble dimensión,
natural y sacramental, no es un bien del que puedan disponer los cónyu-
ges y, teniendo en cuenta su índole social y pública, tampoco es posible
imaginar alguna forma de autodeclaración.
En este punto, viene espontáneamente la segunda observación. En
sentido estricto, ningún proceso es contra la otra parte, como si se tratara
de infligirle un daño injusto. Su finalidad no es quitar un bien a nadie,
sino establecer y defender la pertenencia de los bienes a las personas y a
las instituciones. En la hipótesis de nulidad matrimonial, a esta considera-
ción, que vale para todo proceso, se añade otra más específica. Aquí no
hay algún bien sobre el que disputen las partes y que deba atribuirse a
una o a otra. En cambio, el objeto del proceso es declarar la verdad sobre
la validez o invalidez de un matrimonio concreto, es decir, sobre una rea-
lidad que funda la institución de la familia y que afecta en el máximo
grado a la Iglesia y a la sociedad civil.
En consecuencia, se puede afirmar que en este tipo de procesos el
destinatario de la solicitud de declaración es la Iglesia misma. Teniendo
en cuenta la natural presunción de validez del matrimonio formalmente
contraído, mi predecesor Benedicto XIV, insigne canonista, ideó e hizo

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obligatoria la participación del defensor del vínculo en dichos procesos


(cf. const. ap. Dei miseratione, 3 de noviembre de 1741). De ese modo se
garantiza más la dialéctica procesal, orientada a certificar la verdad.
El criterio de la búsqueda de la verdad, del mismo modo que nos
guía a comprender la dialéctica del proceso, puede servirnos también para
captar el otro aspecto de la cuestión: su valor pastoral, que no puede
separarse del amor a la verdad. En efecto, puede suceder que la caridad
pastoral a veces esté contaminada por actitudes de complacencia con res-
pecto a las personas. Estas actitudes pueden parecer pastorales, pero en
realidad no responden al bien de las personas y de la misma comunidad
eclesial. Evitando la confrontación con la verdad que salva, pueden inclu-
so resultar contraproducentes en relación con el encuentro salvífico de
cada uno con Cristo. El principio de la indisolubilidad del matrimonio,
reafirmado por Juan Pablo II con fuerza en esta sede (cf. los discursos del
21 de enero de 2000, en AAS 92 [2000] 350-355, y del 28 de enero de
2002, en AAS 94 [2002] 340-346), pertenece a la integridad del misterio
cristiano.
Hoy constatamos, por desgracia, que esta verdad se ve a veces oscu-
recida en la conciencia de los cristianos y de las personas de buena volun-
tad. Precisamente por este motivo es engañoso el servicio que se puede
prestar a los fieles y a los cónyuges no cristianos en dificultad fortalecien-
do en ellos, tal vez sólo implícitamente, la tendencia a olvidar la indisolu-
bilidad de su unión. De ese modo, la posible intervención de la institución
eclesiástica en las causas de nulidad corre el peligro de presentarse como
mera constatación de un fracaso.
Con todo, la verdad buscada en los procesos de nulidad matrimonial
no es una verdad abstracta, separada del bien de las personas. Es una
verdad que se integra en el itinerario humano y cristiano de todo fiel. Por
tanto, es muy importante que su declaración se produzca en tiempos razo-
nables.
Ciertamente, la divina Providencia sabe sacar bien del mal, incluso
cuando las instituciones eclesiásticas descuidaran su deber o cometieran
errores. Pero es una obligación grave hacer que la actuación institucional
de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más cercana a los fieles.
Además, la sensibilidad pastoral debe llevar a esforzarse por prevenir
las nulidades matrimoniales cuando se admite a los novios al matrimonio
y a procurar que los cónyuges resuelvan sus posibles problemas y encuen-
tren el camino de la reconciliación. Sin embargo, la misma sensibilidad
pastoral ante las situaciones reales de las personas debe llevar a salva-

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guardar la verdad y a aplicar las normas previstas para protegerla en el


proceso.
Deseo que estas reflexiones ayuden a hacer comprender mejor que
el amor a la verdad une la institución del proceso canónico de nulidad
matrimonial y el auténtico sentido pastoral que debe animar esos proce-
sos. En esta clave de lectura, la Instrucción Dignitas connubii y las preo-
cupaciones que emergieron en el último Sínodo resultan totalmente
convergentes. Amadísimos hermanos, realizar esta armonía es la tarea
ardua y fascinante por cuyo discreto cumplimiento la comunidad eclesial
os está muy agradecida. Con el cordial deseo de que vuestra actividad
judicial contribuya al bien de todos los que se dirigen a vosotros y los
favorezca en el encuentro personal con la Verdad, que es Cristo, os ben-
digo con gratitud y afecto.

II. COMENTARIO

La XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cele-


brada durante el mes de octubre del 2005, al hablar sobre los fieles divor-
ciados vueltos a casar civilmente y la recepción de la Eucaristía, indicaba
lo siguiente: «Al mismo tiempo, el Sínodo auspicia que se hagan todos los
esfuerzos posibles para asegurar el carácter pastoral, la presencia y la
correcta y solícita actividad de los Tribunales eclesiásticos respecto a las
causas de nulidad matrimonial, tanto profundizando ulteriormente los
elementos esenciales para la validez del matrimonio, corno teniendo en
cuenta también los problemas emergentes del contexto de profunda trans-
formación antropológica de nuestro tiempo, por el que los mismos fieles
corren el riesgo de ser condicionados, especialmente si carecen de una
sólida formación cristiana»1. Afirmación que parece chocar con la Instruc-
ción Dignitas Connubii, recientemente promulgada2, en la que nuevamen-
te se indica en qué medida y de qué modo deben aplicarse en las causas
de nulidad matrimonial las normas contenidas en los cánones relativos al
juicio contencioso ordinario.

1 XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Proposición 40, in: Ecclesia,
18 de noviembre de 2005, 1782.
2 Pontificium Consilium de Legum Textibus, Instructio servanda a tribunalibus dioecesanis
et interdioecesanis in pertractandis causis nullitatis matrimonii, 25 ianuarii 2005, Cittã del Vaticano
2005.

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El mismo Benedicto XVI, en su tradicional discurso al Tribunal Apos-


tólico de la Rota Romana del 28 de enero de 2006, se hacía eco, de esta
aparente contradicción: «Por una parte, parecería que los padres sinodales
invitaban a los Tribunales eclesiásticos a esforzarse para que los fieles que
no están casados canónicamente puedan regularizar cuanto antes su situa-
ción matrimonial y volver a participar en el banquete eucarístico. Por otra,
en cambio, la legislación canónica y la reciente Instrucción parecerían
poner límites e ese impulso pastoral, como si la preocupación principal
fuera cumplir las formalidades jurídicas previstas, con el peligro de olvidar
la finalidad pastoral del proceso». Planteamiento detrás del cual se oculta
una supuesta contraposición entre derecho y pastoral en general y, en
particular, entre la actividad de los Tribunales eclesiásticos y la atención
pastoral matrimonial.
No se trata de una afirmación aislada. Ya U.Trammna decía hace algu-
nos años lo siguiente: «En el ano 1983 tuve una intervención pare solicitar
el interés cálido y afectuoso de cada uno de los Obispos y de las Confe-
rencias Episcopales Regionales y Nacional sobre los problemas de los Tri-
bunales eclesiásticos. Propuse concretamente que en la Conferencia
Episcopal Italiana, al lado de las preciosísimas y eficacísimas Comisiones
para el Clero, la Familia, la Catequesis, etc., se instituyera también, con la
presencia de expertos, una Comisión para la administración de la justicia.
La propuesta fue acogida con entusiasmo, aplausos y consensos. Debo
suponer que caló tan profundamente en el corazón de los Obispos que
después ha sido difícil hacerla emerger, y se ha quedado en el corazón,
en lo profundo del corazón, tan en el fondo que nunca ha visto la luz, al
menos hasta ahora»3.
Palabras que reflejan el desinterés real, de forma generalizada, que
los Obispos tienen con los Tribunales eclesiásticos y su marginación, en la
práctica, de la pastoral diocesana: así, por ejemplo, en las diócesis espa-
ñolas el Tribunal eclesiástico no figura en los planes o proyectos pastora-
les programados corno líneas de actuación para la diócesis; el vicario
judicial, generalmente, no suele pertenecer al Consejo Episcopal o al Con-
sejo de Gobierno, y ni tan siquiera es miembro nato del Consejo Presbite-
ral Diocesano, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal
Española, mientras que sí lo son el vicario general, los vicarios episcopa-
les, el rector del Seminario Mayor y el presidente del Cabildo Catedral... Y
la misma Conferencia Episcopal Española, que tantos documentos ha publi-

3 U.Tramma, Diritto alta giustizia sollecita ed economica, in: II Diritto alta Difesa nell’Ordi-
namento Canonico, Città del Vaticano 1988, 21.

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cado y publica sobre múltiples y variadas materias, sólo en uno de 1979


hizo unas referencias genéricas a los Tribunales eclesiásticos. Tampoco
ninguno de sus abundantes y diferentes organismos se ocupa específica-
mente de los Tribunales eclesiásticos.
Más aún: el Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España,
publicado recientemente, enumera muy detalladamente las estructuras de
la pastoral matrimonial y familiar (diócesis, parroquia, movimientos fami-
liares), los servicios (centros de orientación familiar y consultorios familia-
res; centros de métodos naturales de conocimiento de la fertilidad; centros
de acogida, ayuda y defensa de la vida; centros de estudios sobre el matri-
monio y la familia y bioética...) y los responsables de la misma (obispos,
presbíteros, matrimonios y familias, religiosos y religiosas, laicos). No se
hace, sin embargo, ninguna referencia a la tarea que realizan los Tribuna-
les eclesiásticos, cuya actividad prácticamente se circunscribe a cuestiones
matrimoniales, ni a su relación con la pastoral matrimonial y familiar, sino
que sólo se les mencionan como medios al servicio de los Centros de
Orientación Familiar o de la mediación familiar4, lo cual, por cierto, no se
corresponde con lo que establece el ordenamiento canónico sobre ellos y
manifiesta, además, un completo desconocimiento de la actividad que
desarrollan los Tribunales eclesiásticos.
El discurso de Benedicto XVI al Tribunal Apostólico de la Rota Roma-
na nos da la ocasión para, una vez más, insistir en el carácter pastoral de
los Tribunales eclesiásticos, en el desarrollo de su específica función, com-
partiendo las siguientes palabras que decía. Mons.V.Fagiolo en 1998: «Qui-
zás a algunos puede parecer extraño que entre los sujetos de la pastoral
matrimonial se incluyan los Tribunales pera los procesos matrimoniales...
A mí me parece, sin embargo, que habría una grave laguna si los pastores
de almas...no pensaran en estos Tribunales corno en factores pastorales, y
que la comunidad eclesiástica...no considerase los aspectos pastorales de
la obra de los mismos Tribunales»5.

4 Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en Espa-


ña, 21 de noviembre de 2003, nn. 209-215.
5 V.Fagiolo, La dimensione pastorale dei Tribunali ecctesiastici per le cause matrimoniali,
in: L’Osservatore Romano, 13 febbraio 1998, p.6. Sobre todo ello, veáse: F.R.Aznar Gil, La inserción
del tribunal eclesiástico en la pastoral matrimonial diocesana, in: REDC 59, 2002, 249-61, con la
bibliografía allí indicada. Véanse, además: J. I. Bañeras, ¿Normas procesales vs. charitas pastoralis
en la nulidad del matrimoni? El Discurso de Benedicto XVI al Tribunal de la Rota Romana de 28
de enero de 2006, in: IC 91, 2006, 299-306; S. Villeggiante, Il discorso de S. S. Benedetto XVI del
28 gennaio 2006 alla Rota apre le porte al nuovo processo matrimoniale canonico?, in: Angelicum
83, 2006, 685-704.

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1. Pastoral matrimonial y Tribunales eclesiásticos

Mons.V.De Paolis, en la presentación de la Instrucción Dignitas Con-


nubii, indicaba que las causas de nulidad matrimonial habían aumentado
enormemente en los últimos decenios, especialmente en los países de anti-
gua tradición cristiana, debiéndose ello a diferentes causas y sacando las
siguientes reflexiones sobre los datos estadísticos: a) el total de las causas
de nulidad matrimonial está indicando que no se trata de un fenómeno
insignificante o puramente académico sino de una realidad que no se debe
infravalorar; b) en diversas partes del mundo sólo hay una posibilidad
muy limitada de obtener una declaración de nulidad matrimonial por no
tener la posibilidad real de presentar su demanda y de obtener una deci-
sión justa; c) en los países donde los tribunales eclesiásticos funcionan y
son accesibles, hay diferencia en el número de las causas de nulidad matri-
monial presentadas y en el de las sentencias afirmativas emanadas,
dependiendo ello en gran parte de la disponibilidad concreta de recursos,
especialmente de personal preparado. Mons. V. De Paolis recalcaba que,
en este tema, lo verdaderamente importante es la seriedad de la jurispru-
dencia junto con la posibilidad real de obtener una declaración de nuli-
dad en un tiempo razonable cuando el matrimonio sea realmente inválido6.
Las anteriores observaciones se pueden extrapolar perfectamente a
los tribunales eclesiásticos de una misma nación: también entre ellos se
encuentran diferencias significativas debidas, fundamentalmente, a los
recursos disponibles y al personal preparado. Y ello influye, necesaria-
mente, tanto en la seriedad de sus decisiones como en la posibilidad real
de obtener una declaración de nulidad en un tiempo razonable, lógica-
mente siempre que exista una causa justa para ello. Esto sucede, por ejem-
plo, en los tribunales eclesiásticos españoles, en los que se pueden
apreciar grandes diferencias entre ellos en muchos aspectos: v.gr., el núme-
ro de sentencias dictadas; la duración de los procesos; la accesibilidad de
los fieles a los mismos; la preparación y dedicación de las personas que
allí trabajan; los costos económicos para los fieles; etc.7. Y, sobre todo, en
la imagen, generalmente negativa, que se tiene de los mismos tanto den-
tro como fuera de la comunidad eclesial.

6 Communicationes 37, 2005, 102-4. Ideas ya indicadas anteriormente por F.Daneels, Osser-
vazioni sut processo per la dichiarazione di nullitá del matrimonio, in: Quaderni di Diritto Ecclesia-
le 14, 2001, 79.
7 D. M. Gómez Arce, Los tribunales eclesiásticos en España: organización administrativa,
Salamanca 2005.

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Así, por ejemplo, todavía perdura en amplios sectores de la opinión


pública, e incluso dentro de la propia comunidad eclesial, una imagen
negativa de los tribunales eclesiásticos creada por una serie de tópicos
que rodean, envuelven y deforman las causas de nulidad matrimonial: se
habla con ligereza de «divorcio» para católicos, de causas amañadas, de
cifras con muchos ceros a pagar por los que solicitan la nulidad de su
matrimonio, de la tardanza y oscuridad en los procesos, etc. ¿Desinforma-
ción interesada? Tal vez. Lo cierto es que se difunde una información erró-
nea y confusa, que, salvo casos aislados, no tiene nada que ver con la
verdadera realidad. Y si se intenta facilitar que el fiel pueda ejercer su
derecho en este campo, se habla ligeramente de «rebajas» para «anular
bodas». Hay que reconocer que, ciertamente, la mayor parte de los tribu-
nales eclesiásticos españoles adolecen de graves deficiencias, que se siguen
produciendo actuaciones escandalosas por algunos profesionales y que es
necesario adoptar serias medidas para su adecuada actualización. Una de
ellas, urgente, es la información detallada y continua de su actividad8. Pero
muchas de estas acusaciones generalizadas son tópicos, sin fundamento
real, pero que contribuyen eficazmente a crear una imagen negativa de
nuestros tribunales eclesiásticos.
Hay, igualmente, un generalizado desconocimiento eclesial de la fun-
ción que tienen en la Iglesia, de lo que vienen realizando los tribunales
eclesiásticos: así, por ejemplo, un amplio sector de la propia comunidad
eclesial, incluidos los sacerdotes, participa de los mismos tópicos indica-
dos anteriormente. No faltan, incluso, las críticas indiscriminadas de algu-
nos medios eclesiásticos, achacando a los tribunales eclesiásticos el alto
número de declaraciones de nulidad matrimonial ya que, en su opinión,
éstas se pronuncian basándose en errores teológicos sobre la naturaleza e
indisolubilidad del matrimonio, en la falta de preparación canónica de sus
miembros, en un concepto equivocado que se tiene sobre la pastoral de
los matrimonios fracasados, etc. Se viene a decir, en suma, que, ante las
cada vez más frecuentes declaraciones de nulidad matrimonial, los tribu-
nales eclesiásticos están contribuyendo en la práctica a vaciar de conteni-
do la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad matrimonial, lo que
produce escándalo y desánimo en la comunidad eclesial.
Acusaciones que son evidentemente falsas: los fracasos conyugales,
que previsiblemente irán en aumento durante los próximos años, se deben
a un conjunto de causas o de factores que no cabe simplificar. Y, entre

8 R. Mª Navarro, ¿Desinformación interesada? Nulidades eclesiásticas: los matrimonios ine-


xistentes, in: Alfa y Omega 58, 1997, 3-7.

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756 Federico R. Aznar Gil

estas causas, no cabe desconocer la deficiente atención pastoral prematri-


monial. Pero, en cualquier caso, no son los tribunales eclesiásticos los
favorecedores de los fracasos conyugales. Más aun: éstos se enfrentan
actualmente a la grave responsabilidad de corregir los efectos derivados
de una admisión generalizada al matrimonio canónico de personas que no
lo deberían celebrar, y de ser prácticamente el único cauce eclesial esta-
blecido para solucionar el grave problema planteado por los divorciados
casados civilmente de nuevo y su admisión a la comunión eucarística.
Y, conjuntamente con este desconocimiento generalizado de la tarea
que realizan los tribunales eclesiásticos, está su marginación de la acción
pastoral diocesana9. Hay, en la práctica, un desinterés real por la actividad
de los tribunales eclesiásticos: la razón de ello radica, en el fondo, en que
no se acaba de asumir «que las causas de nulidad matrimonial entran en
el ámbito de la pastoral familiar, unidas esencialmente con el sacramento
del matrimonio, y que su tratamiento y sus costos económicos deben estar
marcados por la lógica de la realidad sacramental, extraña a los criterios
de la contractualidad e inspirada más bien en el servicio y en la participa-
ción», tal como dice la Conferencia Episcopal Italiana a propósito de los
tribunales eclesiásticos10.
La tarea que realiza el tribunal eclesiástico es una labor pastoral pues-
to que es una actividad plenamente eclesial insertada en la misión de la
Iglesia. Pero hay que ser conscientes de la especificidad de su función
para no exigirle lo que no puede realizar ya que, ante el progresivo
aumento del número de fieles divorciados y casados civilmente de nuevo
que desean regularizar su situación eclesial, puede pensarse que el tribu-
nal eclesiástico es la vía para solucionar este grave problema pastoral.
Ciertamente que el tribunal eclesiástico puede ser una solución para estas
situaciones pero, siendo más precisos, sólo puede ser una solución para
una parte de los matrimonios fracasados y, muy probablemente, sólo para
una parte bastante limitada de estos matrimonios. Y ello es así porque la
finalidad específica del tribunal eclesiástico no es resolver estas situacio-
nes, que exceden con mucho su competencia y sus posibilidades, sino el
examen de una eventual declaración de nulidad matrimonial.

9 Tienen razón, por tanto, los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Granada cuando afir-
man que ‘uno de los aspectos, bastante ignorado, de la pastoral matrimonial de la Iglesia, es el de
la actuación que se realiza a través de los tribunales eclesiásticos; actuación que, aunque descono-
cida, no es menos importante que las otras actuaciones pastorales’, Provincia Eclesiástica de Grana-
da, Matrimonios en. dificultad. Atención pastoral de la Iglesia a través de los tribunales eclesiásticos,
Granada 2000, preámbulo.
10 Il Regno 5, 1998, 170.

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La dimensión pastoral del proceso de nulidad matrimonial… 757

2. La declaración de nulidad matrimonial

El fallecido Juan Pablo II, en su alocución del 17 de enero de 1998,


señalaba que «no está ausente de mi ánimo de Pastor el angustioso y dra-
mático problema que viven aquellos fieles cuyo matrimonio ha naufragado
no por su propia culpa y que, antes de obtener una eventual sentencia
eclesiástica que declare legítimamente la nulidad, inician nuevas uniones
que ellos desean que sean bendecidas y consagradas ante el ministro de
la Iglesia. Ya otras veces he reclamado vuestra atención sobre la necesi-
dad que ninguna norma procesal, meramente formal, debe representar un
obstáculo a la solución, en caridad y equidad, de tales situaciones... Pero,
conjuntamente con la citada preocupación pastoral, tengo presente la nece-
sidad de que las causas matrimoniales sean concluídas con la seriedad y
la celeridad requeridas por su propia naturaleza». Y, precisamente con esta
doble finalidad, constituyó ese mismo año una Comisión Interdicasterial
«encargada de preparar un proyecto de Instrucción sobre el desarrollo de
los procesos relativos a las causas matrimoniales»11. Comisión que culminó
sus trabajos con la promulgación de la Instrucción Dignitas Connubii, el
25 de enero de 2005, sobre las normas a observar por los tribunales ecle-
siásticos en las causas de nulidad matrimonial12.
El discurso del Romano Pontífice del presente año 2006 al Tribunal
Apostólico de la Rota Romana incide en esta misma cuestión, es decir la
relación entre la pastoral matrimonial y la declaración de nulidad matrimo-
nial: «A primera vista, dice el Papa, podría parecer que la preocupación
pastoral que se reflejó en los trabajos del Sínodo y el espíritu de las nor-
mas jurídicas recogidas en la Dignitas connubii son dos cosas profunda-
mente diferentes, incluso casi contrapuestas. Por una parte, parecería que
los padres sinodales invitaban a los tribunales eclesiásticos a esforzarse
para que los fieles que no están casados canónicamente puedan regulari-
zar cuanto antes su situación matrimonial y volver a participar en el ban-
quete eucarístico. Por otra, en cambio, la legislación canónica y la reciente
Instrucción parecerían poner límites a ese impulso pastoral, como si la
preocupación principal fuera cumplir las formalidades jurídicas previstas,
con el peligro de olvidar la finalidad pastoral del proceso»13. Y el Cardenal
A.Scola señalaba a este respecto:

11 AAS 90, 1998, 784, n. 5.


12 Cfr. supra nota 2.
13 Benedicto XVI, Discurso a tos Prelados Auditores, Defensores del Vínculo y Abogados de
la Rota Romana, 28 Enero 2006.

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«Hablando de la naturaleza pastoral de los tribunales eclesiásticos,


los padres sinodales no pretendían ciertamente favorecer la multiplicación
de las declaraciones de nulidad de los matrimonios canónicos fracasados
para remover el obstáculo que impide a los divorciados casados de nuevo
civilmente acceder a la comunión eucarística... Está, por tanto, fuera de
lugar...la afirmación...de que no puede sorprender que los obispos, que
no siempre conocen bien la finalidad y el método de los procesos judicia-
les de nulidad de matrimonio, puedan considerar erróneamente… que la
misión pastoral de sus tribunales sea eliminar el obstáculo que impide a
los divorciados casados de nuevo civilmente acceder a la comunión euca-
rística, esto es declarar siempre nulo el matrimonio fracasado de forma
que puedan casarse una segunda vez ante la Iglesia... Sería del todo infun-
dado...atribuir a los padres sinodales semejante posición»14.

Por otra parte, un tal planteamiento que, en el fondo, presenta una


supuesta contradicción entre derecho y pastoral, ya ha sido rebatido varias
veces por los Romanos Pontífices: «En nombre de supuestas exigencias
pastorales, decía en 2005 Juan Pablo II, no faltan voces que proponen
declarar nulas uniones completamente fracasadas. Para alcanzar este resul-
tado, se sugiere recurrir al expediente de mantener las apariencias sustan-
ciales del procedimiento, disimulando la inexistencia de un auténtico juicio
procesal. De esta forma se cae en la tentación de proceder a un plantea-
miento de los cargos de nulidad y a una prueba de los mismos en con-
flicto con los más elementales principios de la normativa y del magisterio
de la Iglesia»15. Benedicto XVI profundiza en estas mismas ideas: el amor
a la verdad es el punto básico y central de encuentro entre derecho y
pastoral matrimonial.

a) Concepto de nulidad matrimonial

No es infrecuente, desgraciadamente, que en muchos ambientes, tanto


eclesiásticos como no, haya una gran confusión sobre la naturaleza de los
procesos canónicos de nulidad matrimonial. Confusión debida a diferentes
circunstancias y que, como muy acertadamente señalaba Mons. J. Herranz
en la presentación de la Instrucción Dignitas connubii, puede hacer creer
que «también los procesos canónicos de nulidad matrimonial puedan ser
fácilmente malinterpretados, como si no fueran otra cosa más que vías
para obtener un divorcio con el aparente beneplácito de la Iglesia. La dife-

14 A.Scola, Processi matrimoniali: una prospettiva pastorale, in: Il Regno 7, 2006, 227.
15 AAS 97, 2005, 1641-66, n.3. Idénticas ideas en: AAS 82, 1990, 872-77.

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La dimensión pastoral del proceso de nulidad matrimonial… 759

rencia entre nulidad y divorcio sería meramente nominal. A través de una


hábil manipulación de las causas de nulidad, todo matrimonio fracasado
se volvería nulo»16.
Se trata, ciertamente, de un peligro real, ya existente y bastante exten-
dido. Así, por ejemplo, J. I. Alonso Pérez indica que, ante el incremento
exponencial de las causas de nulidad matrimonial, «se ha señalado por la
doctrina el peligro de que la potenciación actual, de facto, de la declara-
ción de nulidad lleve a desnaturalizarla. De la praxis de no pocos tribuna-
les, se subraya, se podría concluir que en las causas matrimoniales no se
ventila la verificaci6n o no de la validez del matrimonio, que se presume
hasta que se pruebe lo contrario, sino de un derecho a la declaración de
nulidad derivado de la verificación del fracaso del vínculo entre los cón-
yuges. La altísima probabilidad de obtener una sentencia pro nullitate...
podría hacer surgir en la conciencia de muchos cristianos y no cristianos
la convicción de que el fracaso de un matrimonio comporta la declaración
de su nulidad, transformando la naturaleza real del procedimiento de
declarativa en constitutiva»17.
Puede suceder, como ya hemos dicho, que se quiera emplear el pro-
ceso de declaración de nulidad matrimonial para resolver el grave proble-
ma pastoral de los fieles que, divorciados, han contraído una nueva unión
civil y quieren ser readmitidos a la comunión eucarística, presuponiendo,
básicamente, que un matrimonio fracasado es, generalmente, un matrimo-
nió nulo. Pero esto es un planteamiento equivocado: la declaración de
nulidad matrimonial y la eventual admisión a los sacramentos de las per-
sonas divorciadas y unidas civilmente de nuevo, mediante la declaración
de nulidad de su anterior matrimonio y la convalidación canónica de su
posterior unión civil, son cuestiones distintas y que no se deben mezclar.
El Magisterio de la Iglesia ha recordado constantemente que los fieles
que se encuentran en esta situación deben examinar si su matrimonio
canónico, del que se han divorciado civilmente, es válido o no a tenor de
la legislación de la Iglesia18. Pero conviene tener en cuenta, como veni-
mos diciendo, que la declaración de nulidad de un acto supone la inexis-
tencia jurídica de un acto, que el acto examinado nunca ha existido
jurídicamente, siendo nulo por consiguiente el acto en su origen, en su
formulación, que contiene defectos de tal gravedad que hacen que, jurídi-

16 J. Herranz, Istruzione “Dignitas connubii”: la sua natura e finalitá, in: Communicationes


37, 2005, 93-97.
17 J. I. Alonso Pérez, Evoluzione delle patologie matrimoniali dei cattolici presso i Tribunali
Ecclesiastici di Europa 1971-2001, in: Antonianum 80, 2005, 135.
18 V.gr., XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, o. c., proposición 40.

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760 Federico R. Aznar Gil

camente, el acto deba ser tenido como no celebrado. Y, obviamente, para


declarar la nulidad de un acto se considera lo que ocurrió en el momento
de producirse el acto jurídico. Aplicado esto al matrimonio, la declaración
de nulidad de un matrimonio presupone que el matrimonio, jurídicamen-
te, no existió porque en el momento de prestar el consentimiento matri-
monial, que es el factor constitutivo del matrimonio (c. 1057), uno al
menos de los contrayentes estaba afectado por algún impedimento, o algún
defecto o vicio del consentimiento, o el matrimonio se celebró con defec-
to de la forma, no siendo convalidada tal carencia jurídica posteriormente.
Y ello hace que, inevitablemente, el proceso para la declaración de nuli-
dad matrimonial sólo pueda ser una solución para una parte de los matri-
monios fracasados y, probablemente, sólo para una parte bastante limitada
de dichos matrimonios19.
Conviene insistir en ello ante la confusión existente en muchos
ambientes tanto dentro como fuera de la Iglesia: la declaración de nulidad
de un matrimonio significa que, realmente, desde su inicio no ha existido
jurídicamente el vínculo matrimonial porque el matrimonio se celebró en
contra de alguna norma que afectaba a su validez jurídica, lo cual no quie-
re decir que, de hecho, no haya habido nada en tal convivencia20: las cau-
sas de nulidad matrimonial se refieren a la existencia canónica o no del
vínculo matrimonial. En ellas se trata de buscar la verdad objetiva21, o más
exactamente la verdad procesal, sobre la constatación en nombre la Igle-
sia de la existencia o inexistencia de un matrimonio válido desde su misma
realización: la declaración de nulidad matrimonial no es, por tanto, la diso-
lución de un matrimonio válido tal como acontece, por ejemplo, en el
divorcio civil22.
Y, por ello, el procedimiento de declaración de nulidad matrimonial
es intrínsecamente distinto al establecido por la legislación civil para el
divorcio, ya que no se trata de disolver un matrimonio válido, aunque
quizá fracasado irremisiblemente, sino de verificar la hipótesis de que el
matrimonio, más allá de la celebración formal, jurídicamente nunca ha

19 F. Daneels, Osservazioni sul processo, art. cit., 79-81.


20 Evidentemente en estos casos ha habido siempre una historia de vida que ha unido a las
dos partes en causa; ha podido haber hijos que se consideran legítimos a todos los efectos (cc.1137;
1631,§3), etc.
21 Instructio Dignitas connubii, art. 65, § 2: “el juez exhortará a los cónyuges para que, pos-
poniendo todo deseo personal, actuando verazmente con caridad, colaboren sinceramente en la
búsqueda de la verdad objetiva, como lo exige la naturaleza misma de la causa. Matrimonial”.
22 La misma Instrucción Dignitas connubii recuerda que “se ha de tener en cuenta clara-
mente la distinción, también en cuanto a la terminología, entre la declaración de nulidad y la diso-
lución del matrimonio”, art.7, § 2.

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La dimensión pastoral del proceso de nulidad matrimonial… 761

existido porque carecía de los presupuestos esenciales referentes a la esfe-


ra del consentimiento, de la capacidad, de los impedimentos dirimentes...
Proceso de nulidad y proceso de disolución del matrimonio son dos pro-
cedimientos radicalmente diferentes. La especificidad canónica de la decla-
ración de nulidad matrimonial es la de definir un estado que es la
constatación procesal de una verdad objetiva: la existencia de un vínculo
matrimonial válido o nulo23. Se trata, en definitiva, de ofrecer un servicio
de la Iglesia a la verdad y a la conciencia de los fieles.
El actual Romano Pontífice se sitúa, lógicamente, en línea de las ante-
riores alocuciones pontificias al Tribunal de la Rota. Juan Pablo II decía,
por ejemplo, en el año 2004: «Qué decir entonces de la tesis según la cual
el fracaso mismo de la vida conyugal debería presumir la invalidez del
matrimonio? Desgraciadamente la fuerza de este erróneo planteamiento es
a veces tan grande que se transforma en un generalizado prejuicio, que
lleva a buscar los capítulos de nulidad como meras justificaciones forma-
les de un pronunciamiento que, en realidad, se apoya sobre el hecho
empírico del fracaso matrimonial. Este injusto formalismo de los que sub-
vierten el tradicional favor matrimonii puede llegar a olvidar que, según la
experiencia humana signada por el pecado, un matrimonio válido puede
fracasar a causa del uso equivocado de la libertad de los mismos cónyu-
ges»24. Ideas repetidas en el discurso del siguiente año cuando indicaba
que «en nombre de supuestas exigencias pastorales, no faltan voces que
proponen declarar nulas las uniones completamente fracasadas. Para alcan-
zar este resultado, se sugiere recurrir al expediente de mantener las apa-
riencias sustanciales del procedimiento, disimulando la inexistencia de un
auténtico juicio procesal. De esta forma se cae en la tentación de proce-
der a un planteamiento de los cargos de nulidad y a una prueba de los
mismos en conflicto con los más elementales principios de la normativa y
del magisterio de la Iglesia»25. Benedicto XVI recuerda, lógicamente, las
mismas ideas: «En sentido estricto, ningún proceso es contra la otra parte,
como si se tratara de infligirte un daño injusto. Su finalidad no es quitar
un bien a nadie, sino establecer y defender la pertenencia de los bienes a
las personas y a las instituciones. En la hipótesis de nulidad matrimonial...
no hay algún bien sobre el que disputen las partes y que deba atribuirse

23 AAS 88, 1996, pp. 774-75, n. 3.


24 Juan Pablo II, Udienza ai Prelati Uditori, Officiali e Avvocati del Tribunale della Rota
Romana, 29 gennaio 2004, n. 5.
25 Juan Pablo II, Udienza ai Prelati Uditori, Officiali e Avvocati del Tribunale della Rota
Romana, 29 gennaio 2005, n. 3.

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762 Federico R. Aznar Gil

a una u a otra... El objeto del proceso es declarar la verdad sobre la vali-


dez o invalidez de un matrimonio concreto»26.

b) La verdad sobre el vínculo conyugal

El eje central, sin embargo, de su discurso es la afirmación de que


‘el proceso canónico de nulidad del matrimonio constituye esencialmente
un instrumento para certificar la verdad sobre el vínculo conyugal’, por lo
que ‘su finalidad constitutiva. ..es prestar un servicio a la verdad’27. Idea
también desarrollada por el anterior Romano Pontífice en su discurso al
Tribunal de la Rota Romana del año 2005 cuando indicaba que en los pro-
cesos canónicos ‘se trata de conocer la verdad acerca de la existencia o
no de un matrimonio’, advirtiendo sobre algunos riesgos que pueden
poner en peligro ‘la rectitud del itinerario procesal’, y destacando igual-
mente que ‘en nombre de supuestas exigencias pastorales, no faltan voces
que proponen declarar nulas las uniones completamente fracasadas’28. El
mismo Romano Pontífice recuerda «la relación esencial del proceso con la
búsqueda de la verdad objetiva», insistiendo detalladamente en que «la
deontología del juez tiene su criterio inspirador en el amor a la verdad»29.
Y la Instrucción Dignitas connubii recuerda esta misma idea: «el juez,
se dice, exhortará a los cónyuges para que, posponiendo todo deseo per-
sonal, actuando verazmente con caridad, colaboren sinceramente en la
búsqueda de la verdad objetiva, como lo exige la naturaleza misma de la
causa matrimonial»30, así como que ambas partes, el demandante y el
demandado, deben tomar parte activa en el proceso «para averiguar más
fácilmente la verdad»31.
Benedicto XVI insiste y desarrolla esta misma idea en su primera alo-
cución al Tribunal de la Rota Romana: el proceso canónico establecido
para la declaración de la nulidad matrimonial no tiene como finalidad la
de «complicar inútilmente la vida a los fieles ni mucho menos fomentar su
espíritu contencioso» sino que «tiene como finalidad la declaración de la

26 Benedicto XVI, Discurso a los Prelados Auditores, Defensores del Vínculo y Abogados
del Tribunal de la Rota Romana, 28 Enero 2006.
27 Ibid.
28 Juan Pablo II, Udienza ai Prelati Uditori, art.cit., 29 gennaio 2005, nn. 3-4.
29 lbd., nn. 4-6.
30 Instrucción Dignitas connubii, art. 65,2.
31 Ibid., art.95,§1. La misma cuidadosa regulación sobre la no comparecencia de una de las
partes parece responder, al menos como uno de sus principales objetivos, a este mismo deseo: cfr.
arts. 138-142.

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La dimensión pastoral del proceso de nulidad matrimonial… 763

verdad por parte de un tercero imparcial, después de haber ofrecido a las


partes las mismas oportunidades de aducir pruebas y argumentaciones den-
tro de un adecuado espacio de discusión», que «todo sistema procesal debe
tender a garantizar la objetividad, la tempestividad y la eficacia de las deci-
siones de los jueces». Recuerda, además, que el matrimonio es una de las
materias «que exceden la capacidad de disponer de las partes, en la medi-
da en que afectan a los derechos de toda la comunidad eclesial», por lo
que «en este ámbito se sitúa el proceso para declarar la nulidad del matri-
monio: el matrimonio, en su doble dimensión, natural y sacramental, no
es un bien del que puedan disponer los c6nyuges y, teniendo en cuenta
su índole social y pública, tampoco es posible imaginar alguna forma de
autodeclaración». Es decir: pertenece al denominado bien público32.
Y es, precisamente, ‘el criterio de la búsqueda de la verdad’, finali-
dad del proceso, donde se subraya ‘su valor pastoral (ya que éste) no
puede separarse del amor a la verdad’, recordando que, a veces, la cari-
dad pastoral puede contaminarse ‘por actitudes de complacencia con res-
pecto a las personas. Estas actitudes pueden parecer pastorales, pero en
realidad no responden al bien de las personas y de la misma comunidad
eclesial. Evitando la confrontación con la verdad que salva, pueden inclu-
so resultar contraproducentes en relación con el encuentro salvífico de
cada uno con Cristo’, recordando además que el principio de la indisolu-
bilidad del matrimonio pertenece a la integridad del misterio cristiano33.

c) El carácter pastoral del proceso

Benedicto XVI, además, indica que «la verdad buscada en los proce-
sos de nulidad matrimonial no es una verdad abstracta, separada del bien
de las personas. Es una verdad que se integra en el itinerario humano y
cristiano de todo fiel. Por tanto, es muy importante que su declaración se
produzca en tiempos razonables... Es una obligación grave hacer que la
actuación institucional de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más cer-
cana a los fieles». También se trata ésta de una idea constantemente repe-

32 Recuerda, además, algo que es obvio pero que, frecuentemente, se suele olvidar: el pro-
ceso de declaración de nulidad matrimonial no es contra nadie, ‘su finalidad no es quitar un bien
a nadie...(sino) declarar la verdad sobre la validez o invalidez de un matrimonio concreto’.
33 Recuerda, además, el Romano Pontífice que ‘por este motivo es engañoso ‘el servicio que
se puede prestar a los fieles y a los cónyuges no cristianos en dificultad fortaleciendo en ellos, tal
vez sólo implícitamente, la tendencia a olvidar la indisolubilidad de su unión. De ese modo, la
posible intervención de la institución eclesiástica en las causas de nulidad corre el peligro de pre-
sentarse como mera constatación de un fracaso’.

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764 Federico R. Aznar Gil

tida en las alocuciones pontificias de forma que, como se dice en la Ins-


trucción Dignitas connubii, se evite «con especial urgencia tanto el forma-
lismo jurídico, completamente contrario al espíritu de las leyes de la Iglesia,
como un modo de actuar que favorezca en demasía el subjetivismo al
interpretar y aplicar el derecho sustantivo y las normas procesales»34. Es
decir: respetando la necesaria intervención procesal de la Iglesia, habrá
que conseguir que ésta sea cada vez más cercana a los fieles.
Y, en este sentido, el Card. A. Scola sugiere algunas pistas de trabajo
o sugerencias para que se subraye todavía más la relación entre pastoral y
derecho en los tribunales eclesiásticos: en algunos casos, son sugerencias
o hipótesis de trabajo referentes al mismo proceso de declaración de nuli-
dad matrimonial tales como que, en lugar de ser un proceso judicial, se
considere la viabilidad de tratar las causas de nulidad matrimonial en un
proceso contencioso administrativo o en un proceso contencioso oral o
sumario que sería más rápido; en otros casos son sugerencias dirigidas a
los tribunales eclesiásticos italianos tales como mejorar la formación y los
recursos de las personas que allí desempeñan su labor; potenciar la figura
del patrono estable en el propio tribunal; la concesión del patrocinio gra-
tuito; la consulta y asesoramiento a los fieles; etc.35. Y en el caso de los
tribunales eclesiásticos españoles, pienso que habría que prestar una aten-
ción especial a algunos aspectos externos del proceso, tales como la debi-
da formación, preparación, remuneración y recursos de los que desarrollan
su labor en el tribunal; la duración del mismo proceso atendiendo a la
indicación del c. 1453: no debería exceder un año en la primera instancia
y seis meses en la segunda; la debida información y asesoramiento a los
fieles «sobre la posibilidad de introducir la causa de nulidad de su matri-
monio y sobre el modo de proceder, en la medida en que pudiera haber
fundamento»36 sobre, ello; todo lo referente a los costes económicos del
proceso, de forma que «por el modo de actuar de los ministros del Tribu-
nal o por el coste exagerado, los fieles no se vean apartados del ministe-
rio de los tribunales, con grave daño para las almas, cuya salvación debe
ser siempre la ley suprema en la Iglesia»37 etc.
Y, como señala A. Neri, el proceso que lleva a una decisión judicial
sobre la presunta nulidad del matrimonio debería demostrar dos aspectos
de la misión pastoral de la Iglesia: ‘en primer lugar, debería manifestar
claramente el deseo de sus fieles a la enseñanza del señor concerniente a

34 Instrucción Dignitas connubii, introducción.


35 A. Scola, art. cit., 229-31.
36 Instrucción Dignitas connubii, art. 113.
37 Ibid., art. 308.

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La dimensión pastoral del proceso de nulidad matrimonial… 765

la naturaleza permanente del matrimonio sacramental; en segundo lugar,


debería inspirarse en la auténtica solicitud pastoral para cuantos recurren
al ministerio del tribunal para clarificar su propia posición en el interior
de la Iglesia», indicando que, «quedando firme que el llevar las causas
matrimoniales al tribunal debería ser el último recurso, el tribunal ejercita
un ministerio de verdad, puesto que su finalidad consiste en determinar la
existencia o no de hechos que, por ley natural, divina y eclesiástica, inva-
lidan el matrimonio, de forma que se pueda llegar a la promulgación de
una sentencia verdadera y justa sobre la afirmada no existencia del víncu-
lo conyugal; y todos los que en el proceso matrimonial canónico están
implicados.., tienen la obligación jurídica y moral de perseguir el único fin
de este proceso»38.

3. CONCLUSIÓN

La alocución pontificia, además, insiste en una idea ya repetida en


varias ocasiones por el anterior Romano Pontífice: «La sensibilidad pastoral
debe llevar a esforzarse por prevenir las nulidades matrimoniales cuando
se admite a los novios al matrimonio y a procurar que los cónyuges resuel-
van sus posibles problemas y encuentren el camino de la reconciliación»39,
ya que, como recuerda el Card. A. Scola, «en fuerza de este realismo sacra-
mental, es necesario insistir.., sobre el hecho de que, en todos los niveles
(desde la asistencia espiritual de los sacerdotes, al acompañamiento de la
comunidad cristiana, al eventual recurso a los expertos en derecho) la
tarea de la Iglesia en relación con los esposos que se encuentran en difi-
cultad tiene como horizonte propio la recuperación existencial del don
sacramental y por ello la reconciliación de los cónyuges»40. Idea que, como
decimos, es una constante eclesial: «El Sínodo considera que...hay que ase-
gurar gran atención a la formación de los novios y a la previa constata-
ción de que comparten efectivamente tas convicciones y los compromisos
irrenunciables para la validez del sacramento del matrimonio, y pide a los

38 A.Neri, Osservazioni circa la funzione pastorale dei tribunali ecclesiastici, in: Rivista di
Scienza Religiose 15, 2001, 344 y 358. Cfr. también F.Daneels, Osservazioni sul processo, art. cit.,
77-88.
39 Idea, como decimos, varias veces repetida por el anterior Romano Pontífice Juan Pablo
II: “La constatación de las verdaderas nulidades debería llevar, más bien, a investigar con mayor
seriedad, en el momento de las nupcias, los requisitos necesarios para casarse, especialmente los
relativos al consentimiento y a las reales disposiciones de los contrayentes”, Alocución a los Prela-
dos Auditores, Oficiales y Abogados del Tribunal de la Rota Romana, 29 Enero 2004, n. 5.
40 A.Scola, art. cit., 228.

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766 Federico R. Aznar Gil

obispos y a los párrocos valentía para un serio discernimiento, evitando


que impulsos emotivos o razones superficiales conduzcan a los novios a
la asunción de una gran responsabilidad consigo mismos, con la ‘Iglesia y
con la sociedad, a la que no sabrán luego responder»41.
Es comprensible que, por la complejidad y tecnicidad de las normas
procesales, la actividad de los tribunales eclesiásticos pueda ser percibida
frecuentemente como situada al margen de la acción pastoral eclesial y, a
veces, incluso como contraria a la misma. Idea que ya hemos indicado
que no es correcta, por las razones que hemos dicho, pero que al mismo
tiempo debe servir de estímulo para «proseguir en la tarea de repensar la
naturaleza y la acción de los tribunales eclesiásticos para que sean siem-
pre cada vez más una expresión de la normal vida pastoral de la Iglesia
local»42. Y queda claro, en cualquier caso, que, como dice el Romano Pon-
tífice en su alocución al Tribunal de la Rota Romana, «el amor a la verdad
une la institución del proceso canónico de nulidad matrimonial y el autén-
tico sentido pastoral que debe animar esos procesos. En esta clave de lec-
tura, la Instrucción Dignitas connubii y las preocupaciones que emergieron
en el último Sínodo resultan totalmente convergentes»43.

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41 XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de tos Obispos, art. cit., proposición 40.
42 A. Scola, art. cit., 227.
43 Sobre el valor jurídico de las alocuciones pontificias al Tribunal Apostólico de la Rota
Romana, véase, entre otros: G.Comotti, Le allocuzioni del Papa alta Rota Romana e i rapporti tra
Magistero e Giurisprudenza canonica, in: Studi suite fonti del diritto matrimoniale canonico, Padova
1988, 175-85; J. Llobell, Sulla valenza giuridica dei Discorsi del Romano Pontefice al Tribunale
Apostolico della Rota Romana, in: IE 17, 2005, 547-64.

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