Tragamundos

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PRUEBA DIGITAL

SARINHA Y LUH
VALIDA COMO PRUEBA DE COLOR
EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.

DISEÑO 08/07/2015 Jorge Cano

EDICIÓN

SELLO ESPASA
COLECCIÓN

tragamundos sarinha y luh


FORMATO 15 X 23 cm
RUSTICA SIN SOLAPAS

Un día cualquiera, en una aldea situada Una colosal


SERVICIO
y mágica aventura
en el centro de un pequeño mundo.
de tus héroes
Sus habitantes, todos animales con cuerpo favoritos CARACTERÍSTICAS

humanoide, están enfrascados en sus IMPRESIÓN 4/0 tintas


CMYK
quehaceres diarios. Llevan una existencia
apacible y sin sobresaltos. Pero esta jornada
será distinta: unos forasteros enmascarados, PAPEL -

venidos de tierras lejanas y dotados de


PLASTIFÍCADO BRILLO
extraordinarios poderes, hechizarán con
su magia a estos pacíficos personajes, UVI -

arrancándolos de su mundo. Para rescatarlos, RELIEVE -


Sarinha y Luh se embarcarán en una
increíble aventura. BAJORRELIEVE -

STAMPING -

FORRO TAPA -

PVP 12,90 € 10135279


GUARDAS -

INSTRUCCIONES ESPECIALES
COLECCIÓN 9 788427 042513
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4You2 www.edicionesmartinezroca.com

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Una colosal y mágica aventura
de tus héroes favoritos

SARINHA y LUH

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© Sarinha, 2016
© Luh, 2016
Redacción y versión final del texto: Daniel Estorach
© Editorial Planeta, S. A., 2016
Ediciones Martínez Roca, sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
www.mrediciones.es
www.planetadelibros.com

Diseño de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño,


Área Editorial Grupo Planeta
Imágenes de cubierta e interior: © Héctor Trunnec
Fotografías de contracubierta: cortesía de los autores
Diseño de interior: Rudesindo de la Fuente

Primera edición: mayo de 2016


ISBN: 978-84-270-4251-3
Depósito legal: B. 6.948-2016
Preimpresion: Safekat, S. L.
Impresión: Huertas, S. L.
Printed in Spain - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro
y está calificado como papel ecológico.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación


a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier
medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación
u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción
de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal).

Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita


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con Cedro a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en
el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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ÍNDICE

Prólogo .................................................................................................. 11
1. El encuentro ..................................................................................... 17
2. Mundo mutante ............................................................................ 27
3. El informe ........................................................................................... 39
4. Los salvajes de Ruadashán................................................... 51
5. La emboscada .................................................................................. 61
6. Bienvenidos a Chupilandia ................................................. 73
7. El campeonato de boxeo ....................................................... 83
8. Reunión en Ciudad Hechizo .............................................. 97
9. Aprendiendo magia ................................................................... 107
10. El pueblo del desierto .............................................................. 117
11. La fortaleza ........................................................................................ 127
12. El rescate.............................................................................................. 139
13. La Leyenda del Magnimanibus ....................................... 151
14. El Tragamundos ............................................................................ 169
15. Despedida ........................................................................................... 185

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1.
EL ENCUENTRO

E l silencio que se había apoderado de Nímal, que


parecía que fuera a durar eternamente, se quebró
con el sonido de unos pasos cortos que se acercaban a
la entrada sur del pueblo.
Sarinha, con el arco a la espalda, regresaba de una
de sus sesiones de prácticas en lo más profundo del
bosque, ignorando los sucesos que habían tenido lu-
gar pocos minutos antes. Al cruzar la entrada y no ver
a nadie en la carpintería se extrañó, pues a esa hora
solía estar siempre Bracus Buey convirtiendo troncos
en leña o en bonitos muebles que luego vendería su
esposa Mirra en el mercado, pero no le dio mayor im-
portancia. Fue al pasar junto al claro donde el viejo
Yorl daba sus clases cuando empezó a preocuparse; a
esa hora debería estar lleno de niños escuchando al-
guna de sus fantásticas historias, pero no había un
alma. Entonces se percató del silencio: ni un murmu-
llo llegaba a sus oídos desde la plaza del mercado.
«¿Qué está pasando aquí?», pensó. Aquello no era
normal. De ninguna de las maneras. Acelerando el

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paso recorrió las calles hasta llegar al mercado y, una
vez allí, sus sospechas se confirmaron: no había nadie
allí negociando. Inaudito.
Se cruzó de brazos y observó alrededor durante
unos segundos. Ningún movimiento, ningún sonido
salía tampoco de las casas cercanas; y la hora de co-
mer estaba cerca. Entonces entendió. Y se enfadó mu-
chísimo. Sus vecinos, hartos de sus bromas, habían
decidido unirse y gastarle una gran broma a ella para
escarmentarla.
—¡Muy bien! ¡Ya podéis salir! ¡Sé de qué vais! —gri-
tó. Pero no sucedió nada.
Se sentó sobre un pequeño arcón de madera y
decidió esperar. Tarde o temprano se cansarían o les
entraría hambre. Pero a medida que pasaban los mi-
nutos su enfado e impaciencia fueron convirtiéndose
en preocupación y nervios. Poco después decidió mo-
verse, harta de esperar, y fue al cruzar la plaza cuando
vio varios productos tirados por el suelo de cualquier
manera. Y entonces comprendió que no se trataba de
ninguna broma.
Con el corazón en un puño corrió hasta su casa,
deseando llegar y encontrar a sus padres ya sentados
a la mesa, esperándola para comer y riñéndola por lle-
gar tarde, como tantas otras veces. Pero allí tampoco
encontró a nadie. Desesperada, sin comprender qué
estaba pasando y esperando que todo aquello no fuera
más que un mal sueño del que no tardaría en desper-
tar, salió de casa y se sentó en uno de los escalones que
conducían a la calle. Estaba a punto de echarse a llorar
cuando una voz conocida la sobresaltó.

El encuentro
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—¡Sarinha! —gritaba Luh, mientras corría hacia
ella con una expresión de sorpresa y esperanza dibu-
jada en el rostro— ¡Creía que me había quedado solo!
Sarinha observó al oso, pero logró contener la ale-
gría que por un instante la había invadido al descu-
brir que tampoco ella estaba sola. Luh no le caía muy
bien: era demasiado bueno, y aquello lo convertía en
alguien aburrido.
Por su parte, a Luh tampoco le hacía mucha gracia
Sarinha: cuando no estaba practicando con el arco en
el bosque se dedicaba a gastar bromas pesadas que no
tenían ninguna gracia; y él había sido el blanco de más
de una.
—¿Qué ha pasado, Luh? —preguntó Sarinha, ha-
ciendo una mueca mientras se levantaba.
—¡Unos enmascarados se han llevado a todos! —gri-
tó Luh, levantando los brazos para enfatizar a sus pa-
labras. Luego empezó a hablar sin tomarse tiempo ni
para respirar—. Aparecieron unas luces y yo estaba
dentro de mi refugio en el árbol y las vi, y las luces cre-
cían y todos se arremolinaron alrededor, pero yo me
quedé en el árbol... ¡es que es flipante! ¡Veintinueve!
—¡Para, para! —lo interrumpió Sarinha, levantan-
do también los brazos —. Luh, no me estoy enterando
de nada. Relájate y cuéntamelo todo desde el princi-
pio, pero poco a poco...
Luh respiró hondo un par de veces y se sentó en el
escalón donde hacía un momento estaba sentada Sa-
rinha. Ella lo imitó, con cara de fastidio. «¿Tenía que
ser él el único que quedara en el pueblo?», pensó.

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El encuentro
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—Y eso es todo... ¡Flipa! —terminó Luh su relato,
con un nudo en la garganta y otro en su corazón de
oso.
Sarinha, también con el corazón encogido, no sa-
bía qué decir ni qué hacer.
Durante unos minutos volvieron a estar solos en
Nímal, pese a estar sentados el uno junto al otro. Solos
con sus pensamientos y con el silencio que se había
apoderado del pueblo.
—¡Vale, ya sé! —gritó Sarinha de repente, levantán-
dose de un salto y de paso dándole un susto de muerte
a Luh. Luego, sin dar más explicaciones, echó a correr
calle abajo, como si le fuera la vida en ello. Luh tardó
unos segundos en reaccionar, pero pronto empezó a
seguirla y, gracias a su envergadura y al tamaño de sus
zancadas, no tardó en darle alcance.
—A ver, sorpréndeme —preguntó Luh mientras
corría a su lado—. ¿No será esto una bromita de las tu-
yas, no? ¡Ya la estás liando!
Sarinha, sin detener su carrera, le dirigió una mi-
rada asesina y guardó silencio.
—Vale, vale... Tranquila. ¡Yo qué sé! ¡Era una posi-
bilidad! —se excusó Luh.
Cuando llegaron al claro donde solo quedaba el
viejo roble, Luh comprendió.
—¡Maestro! ¡maestro Yorl! —gritó Sarinha, apro-
ximándose al enorme y nudoso tronco del árbol que
tantas cosas les había enseñado cuando eran peque-

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ños. Luh la siguió, rememorando tiempos mejores,
y por un momento se sintió a salvo de nuevo, como
si aquellos enmascarados nunca hubieran existido y
todo siguiera igual que antes.
—Sarinha, Luh... Pensaba que ya no quedaba na-
die en Nímal... —dijo el maestro Yorl, arrastrando las
palabras más de lo habitual, debido a la tristeza que lo
embargaba.
—Maestro, ¡necesitamos tu ayuda! ¿Has visto lo
que ha pasado?
Yorl permaneció unos segundos en silencio, y lue-
go dijo:
—Lo he visto todo, pero mis raíces... me han impe-
dido actuar... —En ese momento las ramas del viejo ro-
ble se estremecieron de manera casi imperceptible—.
Hace ya demasiado, mis niños..., demasiado tiempo
que permanezco en este claro... y las raíces se han he-
cho tan fuertes y se han cavado tan hondo que ahora
estoy atado a este lugar para siempre. Lo siento, mis
niños... No he podido ayudarlos. No he podido hacer
nada...
Sarinha y Luh, sorprendidos, contemplaron en-
tonces cómo la corteza de su antiguo maestro empeza-
ba a cubrirse de resina, y comprendieron que el gran
árbol estaba llorando por la pena que sentía.
—No sé si el maestro está en condiciones de ayu-
darnos —dijo Luh, sus ojos negros brillantes por la
emoción.
—Vamos a esperar un poco. Ya se calmará —con-
testó Sarinha en un susurro. No había nadie más que
pudiera echarles una mano—. Lo necesitamos.

El encuentro
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Luh y Sarinha se sentaron sobre la hierba, a la
sombra de su maestro, y aguardaron en silencio, cada
uno sumido en sus propios pensamientos una vez más.
Pero a medida que transcurrían los minutos la deses-
peranza crecía en su interior, conscientes de que cada
instante que perdían allí sentados, sin hacer nada, los
alejaba de sus seres queridos.
De repente sucedió algo totalmente inesperado: al
otro lado del claro apareció un nuevo círculo de luz,
idéntico a los que Luh había visto un rato antes. Él, al
verlo, se sobresaltó y empujó a Sarinha hacia el tronco
de Yorl.
—¡¿Qué haces, loco?! —gritó ella con rabia cuando
Luh se situaba a su lado. Él se limitó a señalar hacia
el círculo de luz y ella, al verlo, abrió mucho los ojos
y observó con asombro cómo giraba sobre sí mismo
y se agrandaba mientras cambiaba de color. Sarinha,
desde que tenía memoria, había sentido fascinación
por las historias que Yorl contaba sobre magos, brujas
y conjuros de todo tipo, y siempre había soñado con
convertirse en una poderosa hechicera.
Desde su escondite, Sarinha y Luh vieron una fi-
gura que surgía de la luz y, de un salto, aterrizaba en
medio de la calle principal. El recién llegado vestía una
chaqueta roja de piel que llegaba casi hasta el suelo y
unos pantalones oscuros, y de no ser por la máscara de
metal que también ocultaba su rostro, podrían haber
pensado que no tenía nada que ver con los forasteros
que se habían llevado a sus familiares y amigos poco
antes.

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El extraño echó un vistazo a su alrededor, para
situarse, y luego enfiló una de las calles que llevaban
hacia la zona norte del pueblo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Luh, mirando primero
a Sarinha y luego a Yorl, que seguía llorando resina en
silencio, ajeno a todo.
—Vamos a seguirle. ¡A ver qué hace! —contestó Sa-
rinha, abandonando el escondite a la vez que tomaba
el arco de su espalda. Luego preparó una flecha y cru-
zó el claro hacia la calle donde flotaba el círculo de luz.
El extranjero caminaba sin prisa, con las manos
cruzadas a la espalda y silbando una extraña y pega-
diza melodía mientras observaba todo con aparente
desinterés. Sarinha y Luh, por su parte, lo seguían
manteniendo las distancias, ocultándose en portales
y tras las esquinas siempre que podían para evitar ser
descubiertos.
Un rato después cruzaron la entrada norte del
pueblo para salir al camino de tierra que atravesaba
los huertos y los campos de cultivo que se extendían
hasta los pies de la montaña.
—¿Y este adónde va? —preguntó Sarinha, extraña-
da, al ver que el enmascarado no se detenía.
—Huurrmm... —murmuró Luh a su lado, fruncien-
do el ceño—. Esto me da mal rollo, así que mejor no lo
perdamos de vista.
Poco después, ya lejos del pueblo, el forastero se
detuvo. Luh y Sarinha, cubiertos de espigas, hierba-
jos y tierra húmeda debido a su incursión a través de
los sembrados, lo agradecieron en silencio; sobre todo

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Luh, que, debido a su tamaño, había tenido que avan-
zar a rastras durante un buen trecho.
—Oh, no —murmuró Luh al ver al extraño planta-
do en medio del Prado de las Abejas. Este, por vez pri-
mera, mostraba interés por algo desde que había lle-
gado a Nímal, y moviéndose con delicadeza entre las
flores parecía estudiar a aquellas pequeñas criaturas
que, ignorando su presencia, se afanaban en recolec-
tar el polen que luego convertirían en miel.
Luh lo observaba con recelo, temiendo que fuera
a hacerles algún daño a sus amigas. Llevaba muchos
años cuidándolas, tantos que era capaz de reconocer-
las e incluso había puesto nombre a cada una de ellas.
Era el pastor de abejas de Nímal, y su trabajo no con-
sistía únicamente en recolectar la miel de extraordi-
narias propiedades que fabricaban y a la que tantos
usos le daban.
De repente, el forastero se irguió, estiró los brazos
y empezó a gesticular en el aire. Luh, al recordar lo
que había sucedido a sus familiares y amigos, se incor-
poró dispuesto a abandonar su escondite y enfrentar-
se a él, pero Sarinha lo detuvo.
—¿Estás loco? ¡Es un mago! ¡No puedes con él! ¡Te
va a destrozar!
—Pero... —dijo Luh, con un nudo en la garganta,
desde su escondite tras unos matorrales. Un nuevo
círculo de luz empezó a manifestarse en el prado, por
encima de las flores, y las abejas empezaron a volar en
su dirección— ¡Se las lleva! ¡Se lleva a mis niñas!
—¡Shhht! —lo riñó Sarinha, tirando del grueso pelo
que le cubría el cuello— ¡La vas a liar!

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—Pero se las va a llevar... ¡Y luego se irá también!
—protestó Luh. Las abejas ya habían empezado a des-
vanecerse al entrar en el círculo de luz y todos sus sen-
tidos le gritaban que saltara sobre el enmascarado, que
intentara salvar a tantas como pudiera, que aún había
tiempo..., pero en su interior sabía que Sarinha lleva-
ba razón: un oso jamás vencería a un mago, ni siquie-
ra con la ayuda de una cerdita armada con un arco.
En silencio, sintiéndose impotentes, Sarinha y Luh
esperaron hasta que todas las abejas hubieron desapa-
recido.
—¿Y ahora qué? —preguntó Luh, con los ojos hú-
medos, mientras el forastero se dirigía hacia la luz.
—Ahora lo seguimos —contestó Sarinha, decidida.
Tras un instante, el forastero empezaba a desdibujar-
se, y Sarinha y Luh corrían como locos campo a través.
Luego, sin detenerse a pensar en las posibles conse-
cuencias, saltaron al interior del círculo y se desvane-
cieron también.
Poco después, la luz se apagó y una paz incómoda,
antinatural, cayó sobre el Prado de las Abejas.

El encuentro
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