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DISEÑO 02/11/2021 Jorge cano

M Ó N I C A M A RT Í N M A N S O EDICIÓN

UNA NOVELA ROMÁNTICO-ERÓTICA ÁGIL Y ATRACTIVA

El chico con el que


SELLO ESENCIA

contaba Estrellas
El chico
SOBRE EL PRIMER AMOR Y LO MUCHO QUE PUEDE COLECCIÓN

LLEGAR A MARCARNOS. FORMATO 145 X 215mm


RUSTICA SIN SOLAPAS

Lara se cree feliz con Javier, su jefe, cuando en realidad solo está

con el que
SERVICIO

manteniendo una relación tóxica en la que ella se ha convertido


en la otra. CARACTERÍSTICAS

Afortunadamente, el destino le depara un plan muy especial

contaba
IMPRESIÓN 4/0 tintas
con la persona más inesperada. CMYK
Lucas es un biólogo marino que ha sufrido mucho por amor.
Aun así es leal, divertido y sexy.

estrellas
Lara y Lucas se conocen desde niños. Ya de adolescentes, PAPEL -

entre travesuras, risas llenas de ingenuidad, mariposas en el


PLASTIFÍCADO BRILLO
estómago y noches con estrellas que contar, fraguaron su amistad
en un pequeño pueblo. Y Lara se enamoró secretamente de él. LOMO (mm) 19 mm
Cuando quince años después se reencuentren de manera casual

M Ó N I C A M A RT Í N M A N S O
en la isla de Mallorca, los cimientos de la existencia de Lara se UVI -

tambalearán hasta el punto de replantearse la vida gris que lleva


RELIEVE -
en Madrid y los sueños que nunca se ha atrevido a tener.
Lucas la impulsará a salir de su zona de confort y la lanzará BAJORRELIEVE -

de lleno a la aventura de vivir, con lo bueno y lo malo que tienen


STAMPING -
la vida y el amor.
Una historia que habla del primer amor, de la necesidad de
FORRO TAPA -
no conformarse y de cómo la fuerza de la costumbre se confunde
fácilmente con la felicidad, hasta el punto de anclarnos en una vida
que no es la nuestra.
GUARDAS -

FAJA / CARACTERÍSTICAS

PVP 21,90 € 10267797


Diagonal, 662, 08034 Barcelona PVP 14,90 € 10290794
IMPRESIÓN 4/0 tintas
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www.planetadelibros.com 9 788408 250579 PLASTIFÍCADO BRILLO

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ED. PLANETA TD. 15 x 23cm. FSC


ar te

diseño ESENCIA RÚSTICA SIN SOLAPAS 145X215MM PEFC


El chico con el que
contaba estrellas
Mónica Martín Manso

Esencia/Planeta

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© Noelia
MónicaAmarillo,
Martín Manso,
2021 2022
2022
© Editorial Planeta, S. A., 2021
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
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Primera de la
edición: autora:dearchivo
octubre 2021 de la autora
ISBN: 978-84-08-24693-0
Primera edición:
Depósito legal: B.febrero de 2022
12.538-2021
ISBN: 978-84-08-25057-9
Composición: Realización Planeta
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661-2022en España
Composición: Realización Planeta
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Esta y encuadernación:
es una obra Romanyà
de ficción. Los nombres, Valls, S.lugares
personajes, A. y sucesos que aparecen son
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autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier
parecido con personas reales (vivas o muertas), empresas, acontecimientos o lugares es
Esta coincidencia.
pura es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos que apa-
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Capítulo 1
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La vida raramente, muy raramente, sale como la hemos planeado.


Es tan hija de puta que va a su bola. Te maneja con sutileza a través
de eso que nos empeñamos en llamar destino, manipulando un
manojo de hilos invisibles para llevarte justo por donde ella quiere,
como si fueras un títere. O sea, mal que nos pese, y esto que os voy
a decir puede que duela, somos unos monigotes a su antojo, y a
veces su antojo es muy caprichoso, muy voluble y muy cabrón.
Decía John Lennon que la vida es aquello que te va sucediendo
mientras te empeñas en hacer otros planes.
No sé si yo me he empeñado alguna vez en disfrutar de los pla-
ceres comunes de los que disfrutan el resto de los mortales; ya se
sabe, un pack de esos —muy a menudo indivisible— que incluye
pareja e hijos. Un dos por uno, cual oferta del Carrefour. Supongo
que cuando era cría sí, como todas, aunque no estoy segura. Siem-
pre he sido un poco como la vida, me ha gustado ir a mi bola. Lo de
seguir la corriente, o convencionalismos varios, no parece estar he-
cho para mí.
Sea como sea, y me empeñara en lo que me empeñase de niña,
he acabado liada con un hombre casado. Para ser más concreta, he
acabado liada con mi jefe, que está casado, como ya he dicho, y que
además tiene hijos. Tres, exactamente. Su pack era de familia nu-
merosa.
No me excusaré en un alarde de cobardía detrás de esos ma-
nidos clichés que resultan absurdos y más aburridos que una
misa retransmitida por radio. No diré que él me ha prometido

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dejar a su mujer, con la que lleva casado más de una década, ni


que su matrimonio va mal y está pensando en separarse, ni que
va a bajarme la luna, porque sería faltar a la verdad. Tampoco yo
quiero que se divorcie ni que me regale la luna. Sería demasiada
responsabilidad sobre mis hombros y, además, ¿qué coño iba a
hacer yo con la luna? ¿Dónde iba a meterla? Mi piso es muy pe-
queño.
—Lara, ¿qué esperas de un hombre casado que además tiene
tres hijos? —me pregunta Helena. El sonido de su voz está impreg-
nado de una nota de desaprobación.
Helena es una de las primeras personas que me tendió la mano
cuando llegué a estudiar Turismo a un Madrid caótico y demasia-
do grande, recién cumplida la mayoría de edad. La conocí el pri-
mer día de clase en la universidad, cuando andaba más perdida
por el laberíntico edificio que un cliente de visita por Ikea. No me
habría orientado ni con flechas fluorescentes en el suelo. Tantas
puertas, tantos pasillos, tantas aulas...
—¿Buscas la clase de Sociología del Turismo? —me preguntó
mientras yo leía el cartel de la puerta con la misma concentración
que un cirujano extirpa un tumor en el cerebro.
Giré el rostro hacia ella. Ante mí tenía a una chica más o menos
de mi edad, de facciones suaves salpicadas de una constelación de
pequeñas pecas, aferrada a una carpeta, que me miraba con expre-
sión amable. Yo, en cambio, mostraba un ceño profundamente
fruncido y a ratos contrariado, como si estuviera inmersa en el en-
tramado de uno de esos complejos problemas matemáticos cuya
resolución se premia con un millón de dólares. Problemas del mile-
nio, creo que se llaman. Sé lo que estáis pensando, que soy una
dramática, y tenéis razón, lo soy.
—Sí —respondí desesperada, porque me daba en la nariz que
iba a llegar tarde.
—Es esta —dijo con indulgencia, apiadándose de mí.
Mis pulmones se vaciaron de golpe por el inmenso alivio que
sentí. ¡Alabado fuera Dios y todos los que están sentados a su de-
recha! Por instinto, me llevé las manos al pecho con la sensación de
que se me acababa de aparecer la Virgen María.

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—Joder, menos mal, llevo más de diez minutos de reloj dando


vueltas como una tonta —le expliqué—. Ya pensaba que no iba
llegar a la primera clase.
—Eso nos ha pasado a todos alguna vez. A mí me ha ocurrido
lo mismo antes con la asignatura de Geografía Turística —dijo
cómplice.
Me sonrió con esa calidez con la que sonríen las personas com-
prensivas y generosas, y en ese instante supe que íbamos a hacer
buenas migas, como diría mi madre.
Y no me equivoqué.
—Me llamo Lara —me presenté.
—Yo Helena.
Nuestra amistad fue consolidándose a través del tiempo y del
espacio hasta convertirnos prácticamente en hermanas. Entre no-
sotras circulaba un amor fraternal que nos empujaba a apoyarnos
y a protegernos la una a la otra. Ambas compartíamos virtudes,
defectos y pareceres, ambas nos habíamos trasladado a la gran ciu-
dad desde nuestros pueblos natales cuando éramos unas niñas de
dieciocho años. Íbamos a la capital con miedo, pero también con la
maleta llena de ganas de bebernos la vida y de comernos el mundo,
si es que antes el mundo no nos comía a nosotras.
Aún recuerdo aquel encuentro como si fuera ayer, está impreso
en mi memoria con una nitidez rigurosa. Sin embargo, hace ya
más de once años.
Me encojo de hombros con un gesto vago, volviendo a la rea-
lidad de la terraza de la cafetería en la que nos encontramos sen-
tadas.
—Nada —contesto con humildad a su pregunta. Y es cierto—.
No espero nada de él. Nunca lo he hecho. Sé lo que hay y en qué
situación estamos.
Helena levanta la cabeza y me mira por encima del borde de la
taza de su café capuchino, su preferido. En el fondo de sus vivara-
chos ojos grises hay un destello de comprensión.
Ella nunca ha aprobado mi relación con Javier. Siempre lo ha
dejado claro. No porque albergue algo contra él, o quizá sí, puesto
que no tiene en muy buen concepto a las personas infieles, y Javier

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lo es, pero, como mi mejor amiga, me apoya en todas las decisiones


que tomo, incluso aunque no sean las más acertadas o no esté de
acuerdo.
—En serio, puedes escoger al hombre que quieras. ¡Al que quie-
ras! —enfatiza con vehemencia. Deja la taza en el platillo, levanta
las manos y comienza a enumerar con los dedos—. Eres guapa,
inteligente, dulce... y haces un arroz con leche para chuparse los
dedos —bromea.
No puedo más que sonreír a su retahíla de halagos.
—Me ves con muy buenos ojos —apunto.
—¡¿Qué buenos ojos ni qué mierda?! Los tíos se quedan biz-
cos al verte. Los amigos de Gustavo me acosaban a preguntas so-
bre ti cuando te conocieron. En la facultad sucedía tres cuartos
de lo mismo. Todos querían tener una cita contigo, pero tú tuvis-
te que liarte con un hombre casado y con hijos, un hombre que
solo te hace perder el tiempo, porque nunca se va a separar de su
mujer.
—Lo sé —reconozco frunciendo levemente el ceño—. Tampoco
quiero que deje a su mujer, no me sentiría bien si lo hiciera, por eso
nunca se lo he pedido ni me atrevería a pedírselo. No me divierte
la idea de destrozar un hogar.
Helena abre los ojos y muestra en ellos una mirada concluyente
que me dirige como un dardo.
—¿Entonces...?
—Bueno..., conoces a Javier. —Javier en sí mismo resulta una
buena justificación. Solo hay que verlo. Está para exponerlo en un
museo—. Es un hombre muy atractivo, inteligente, culto, y posee
un carisma como pocas personas.
—Ya sé que es muy atractivo, que es inteligente y culto. Ya sé
que también es muy carismático, que le vendería un peine a un
calvo. Sería el hombre perfecto, Lara, si no fuera porque es un ca-
brón. Le pone los cuernos a su mujer. ¡Y se los pone contigo!
Lanzo un suspiro al aire, vaciando los pulmones. Me lo dice
como si no lo supiera.
—Lara, no mereces ser la otra. —Helena vuelve a hablar con un
sentido común que aplasta cualquiera de mis argumentos, por muy

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sólidos que sean o parezcan—. No mereces que ningún hombre te


tenga a la sombra, que te relegue a un segundo plano en su vida. Te
mereces ser protagonista, no un personaje secundario.
Y tiene razón.
Sé que la tiene.
De verdad que lo sé.
—¿Y qué hago? —planteo, dejando caer los hombros en un ges-
to resignado o derrotista, o una mezcla de ambos—. Estoy enamo-
rada de él —admito, como siempre he hecho—. Lo quiero. —Mi
voz se ha vuelto un susurro.
—Lo sé, cariño, pero Javier es un camino que no lleva a ningu-
na parte.

* * *

De regreso a la agencia de viajes, en pleno corazón del paseo de


la Castellana, no paro de dar vueltas a la conversación que he man-
tenido con Helena. No es que otras veces no hayamos tocado ese
tema, pero en esta ocasión me ha afectado más que en otras. Es
cierto que mi relación, o lo que sea que tengo con Javier, no me va
a llevar a ninguna parte. Es un callejón sin salida. Y ya sabemos
qué sucede con esas cosas: que permanecen en un constante y eter-
no punto muerto.
Tengo cumplidos los veintitodos y me estoy acercando peligro-
samente a la treintena, la década más importante en la existencia
de una persona. Esa década en la que te casas, tienes hijos, te esta-
bleces y creas una familia. Esa década en la que adquieres tu pack,
en la que oficialmente te conviertes en un adulto, por la puerta
grande, y ya no hay vuelta atrás.
Helena y su novio, Gustavo, ya están planeando pasar por el
altar, y de ahí a tener hijos solo hay un paso, uno muy pequeño.
Llevan juntos tantos años que he perdido la cuenta, hasta ellos la
han perdido. Es lógico que quieran formalizar su relación. Yo, en
cambio, no tengo nada que formalizar con Javier, ni ante Dios ni
ante los hombres.
Lo que tengo de pronto es la sensación de estar a años luz del

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resto del mundo. De ir a la retaguardia. De estar en el culo del uni-


verso. Es una sensación que no he experimentado nunca hasta este
momento, y que no me gusta nada, porque el sabor que me deja en
la boca es amargo.
Al llegar, Gonzalo ya está atareado programando el nuevo itine-
rario de los viajes a Tailandia, conviene refrescar las rutas para
atraer a nuevos clientes, y Alma, la otra empleada de la agencia, ha
estado todo el día visitando hoteles para incorporarlos a las pro-
mociones, así que no se encuentra en la oficina en estos momen-
tos.
—Hola, Gonzalo —saludo al entrar.
—Hola, guapa —dice con ánimo por encima de la pantalla del
ordenador.
Gonzalo tiene treinta y cinco años y una expresión particular-
mente ratonil. El primer día que lo vi le dije a Alma que era clava-
dito a Stuart Little. Sí, el de la película. Y más cuando una mañana
se presentó con un jersey de lana verde con rayas azules, como él.
Ninguna de las dos pudimos evitar echarnos a reír cuando lo vi-
mos aparecer en la agencia.
Voy directa a mi mesa, situada al lado del despacho de Javier, y
me siento en la silla giratoria.
—¿Estás bien? —me pregunta Gonzalo, que parece haber perci-
bido algo en mi rostro.
Sonrío con desgana.
—Creo que necesito cogerme las vacaciones ya —digo para sa-
lir del paso, fingiendo desenfado y disimulando lo que realmente
da vueltas en mi cabeza hasta el punto de marearme.
No era plan de contarle a Gonzalo los escarceos que mantenía
con el jefe desde años atrás. Ahora me parecen tantos que no me
atrevo ni a ponerles número.
Entré en la agencia como becaria después de acabar la carrera,
a través de las prácticas no remuneradas que concertaba la uni-
versidad con distintas entidades privadas, y ya no salí de allí. Des-
de el primer momento le caí bien a Javier, y él a mí, no voy a ne-
garlo, pero no fue hasta un año después que nos liamos por primera
vez.

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Fue en Barcelona.
Lo acompañé a la Ciudad Condal para visitar la nueva sucursal
que había abierto allí. Iba en calidad de ayudante, para formar a
los nuevos empleados en una especie de masterclass exprés, y ter-
minamos follando como animales irracionales en el hotel.
No fue algo buscado o premeditado, o por lo menos no por mi
parte, aunque Helena siempre ha afirmado que Javier me pidió a
mí que lo acompañara para llevarme al huerto de una vez por to-
das. Quizá fuera verdad, quizá sí hubiera premeditación y alevosía
en su intención. Nunca me lo ha confesado y yo nunca se lo he
preguntado, pero nuestra aventura se ha ido alargando y con los
años ha llegado a convertirse en una relación en las sombras con
identidad propia.
—Todos las necesitamos. Este año ha sido un caos —dice Gon-
zalo, continuando con la conversación—. Yo estoy hasta los cojo-
nes. Tengo ganas de pillarme mis quince días y largarme a la Costa
del Sol, a ver si me ligo a una guiri.
La voz de Gonzalo hace que relegue al fondo de mi cabeza los
pensamientos sobre Javier.
¿A una guiri? ¿Ha dicho a una guiri? Como no sea a una de esas
que van cargadas de alcohol hasta las cejas..., es decir, ciegas como
beodos, lo dudo. Gonzalo no es demasiado guapo ni posee una
personalidad medianamente atractiva o cautivadora. ¿A qué chica
en su sano juicio podría gustarle un tío que parece la versión hu-
mana de Stuart Little?
—La verdad es que no hemos parado ni un minuto, y el verano
se presenta igual de movido —digo.
—No creo que nuestro querido jefe esté descontento —comen-
ta con mordacidad, mientras yo me hago la sueca guardando el
bolso en uno de los cajones de la mesa—. El muy hijo de puta se ha
embolsado un auténtico dineral este año solo con las siete agencias
que tiene en Madrid.
Me quedo cortada porque no sé muy bien qué contestar cuando
Gonzalo y Alma despotrican de Javier (como hace el 95 por ciento
de los empleados de sus jefes). ¿Qué se supone que tengo que ha-
cer? ¿O decir? ¿Echar pestes del tío al que me follo? Es mi jefe, sí,

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pero también es mi amante, aunque esta palabra me suena a intri-


gas palaciegas del siglo xvii.
Por suerte para mí, la conversación se interrumpe cuando él
entra en la agencia.
La luz natural de la Castellana recorta la silueta de su figura en
la puerta de la oficina. Yo lo miro embobada, como cuando era una
becaria. Y es cuando lo miro cuando encuentro la respuesta a las
preguntas que me hace Helena. A todas y cada una de ellas. Enton-
ces se despejan las dudas y desaparecen las indecisiones.
Javier es un hombre de cuarenta y tres años, de constitución
atlética; alto, con un aplomo y un semblante que lo hacen destacar
del resto. Su afición al pádel, deporte que practica casi a diario, le
confiere una musculación de deportista de élite. Posee unas faccio-
nes varoniles y acusadas que resultan sumamente atractivas. Vale,
ya veis que estoy colgada de él.
—Buenas tardes —nos saluda.
—Buenas tardes —contestamos Gonzalo y yo al unísono.
—Gonzalo, ¿has terminado los nuevos itinerarios para los via-
jes a Tailandia? —le pregunta Javier.
—Sí. Acabo de terminarlos.
—Llévalos a la imprenta para que editen los diseños definitivos.
Gonzalo asiente en silencio, coge los itinerarios de encima de su
mesa, los guarda en el maletín y se marcha. Yo sé qué es lo que
pretende Javier. Siempre que quiere quedarse a solas conmigo para
pasar un buen rato en su despacho, se deshace de los chicos man-
dándolos a algún recado fuera de la oficina.
La puerta se cierra tras Gonzalo y Javier se apresura a echar el
cerrojo. Todavía quedan veinte minutos para abrir oficialmente y
los quiere aprovechar bien. Hoy viene con ganas. Con las mismas
que tengo yo. No sé cuánto tiempo hace que no hemos estado jun-
tos. ¿Días? ¿Semanas? ¿Un mes? Para mí, una eternidad. La comu-
nión de su hija y el fin de curso de los otros dos churumbeles lo
han tenido muy ocupado.
Se vuelve enfundado en su impoluto traje de elegante corte y se
acerca a mí despacio esbozando una sonrisa traviesa en unos la-
bios que permanecen cerrados.

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d El chico con el que contaba estrellas D

Conozco muy bien ese gesto sensual e incitante, anunciador de


pecados e impulsos pecaminosos.
—Acompáñame a mi despacho. —Juega, cediéndome el paso.
—Sí, señor —respondo pícara, siguiéndole el juego.

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