Lecturas Gnoseología 5°
Lecturas Gnoseología 5°
Lecturas Gnoseología 5°
En lo que va del curso hemos trabajado con la verdad como algo que se puede
afirmar acerca de proposiciones, esto es, dada una proposición podemos asignarle un
valor de verdad (o verdadera, o falsa). Cabe la pregunta, ¿Qué significa “verdad”? De
haber una verdad, ¿podemos acceder a ella? ¿Qué hace que una proposición o un
juicio sean verdaderos? ¿Podemos “conocer” realmente la verdad?
“La teoría del conocimiento es, como su nombre indica, una teoría, esto es, una
explicación e interpretación filosófica del conocimiento humano. (...)
Hemos visto que el conocimiento significa una relación entre un sujeto y un objeto, que
entran, por decirlo así, en contacto mutuo; el sujeto aprehende el objeto. Lo primero que cabe
preguntar es, por ende, si esta concepción de la conciencia natural es justa, si tiene lugar
realmente este contacto entre el sujeto y el objeto. ¿Puede el sujeto aprehender realmente el
objeto? Esta es la cuestión de la posibilidad del conocimiento humano.”
1
Que nada se sabe
Francisco Sánchez
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Entonces me encerré dentro de mí mismo y poniéndolo todo en duda y en
suspenso, como si nadie en el mundo hubiese dicho nada jamás, empecé a
examinar las cosas en sí mismas, que es la única manera de saber algo. Me
remonté hasta los primeros principios, tomándolos como punto de partida para
la contemplación de los demás, y cuanto más pensaba más dudaba: nunca pude
adquirir conocimiento perfecto.
Sentí una profunda desesperación, mas persistí no obstante en mi
ardentísima y angustiosa empresa intelectual. Volví a acercarme a los Maestros y
de nuevo les pregunté con ansia por la Verdad codiciada. ¿Y qué me contestaron?
Cada uno de ellos había construido una ciencia con sus propias imaginaciones o
con las ajenas; de las cuales deducían nuevas consecuencias, más fantásticas aún,
y de esas consecuencias artificiales inferían otras y otras, fuera ya de las cosas
mismas, hasta dar en un laberinto de palabras sin fundamento alguno de verdad.
Así, en vez de una recta interpretación de los fenómenos naturales, se nos ofrece
un tejido de fábulas y ficciones que ningún cabal entendimiento puede recibir.
Pues ¿Quién ha de comprender lo que no existe; los átomos de Demócrito, las
ideas de Platón, los números de Pitágoras, los universales de Aristóteles, el
intelecto agente y todas esas famosas invenciones que nada enseñan ni
descubren sino es el ingenio de sus artífices? Con este cebo pescan a los
ignorantes, prometiéndoles que les revelaran los recónditos misterios de la
Naturaleza y los infelices lo creen a pie juntillo, tornan a resobar los libros de
Aristóteles, los leen y releen, los aprenden de memoria, y es tenido por más docto
el que mejor sabe recitar el texto aristotélico.
(...)
Tú, lector desconocido, quien quiera que seas, con tal que tuvieres la
misma condición y temperamento que yo; tú, que dudaste muchas veces, en lo
secreto de tu alma, sobre la naturaleza de las cosas, ven ahora a dudar conmigo;
ejercitemos juntos nuestros ingenios y facultades; séanos a los dos libre el juicio,
pero no irracional.
Pero dirásme, por ventura: —¿Qué novedades puedes tú traerme después
de tantos y tan ilustres sabios como en el mundo han sido? ¿Te estaba esperando
a ti solo la Verdad? —Ciertamente que no —respondo al punto—. Pero ¿acaso la
Verdad les había esperado antes a ellos? Porque Aristóteles haya escrito, ¿me he
de callar yo? ¿Por ventura Aristóteles llegó a apurar en sus obras toda la potestad
de la naturaleza y abrazó todo el ámbito de los seres? No creeré tal aunque me lo
prediquen algunos doctísimos modernos exageradamente adictos al Estagirita a
quien llaman dictador de la Verdad y árbitro de la Ciencia. No: en la república de
la ciencia, en el tribunal de la verdad, nadie juzga, nadie tiene imperio sino la
verdad misma.
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Yo tengo a Aristóteles por uno de los más agudos y sutiles escudriñadores
de la Naturaleza que hubo en el mundo; yo le admiro como a uno de los más
fértiles ingenios que ha producido la especie humana: pero afirmo, también, que
ignoró muchas cosas, que en otras muchas anduvo vacilante, que enseñó no
pocas con grande confusión, que algunas cuestiones las trató sucintamente o las
pasó y huyó por no atreverse a afrontarlas. Hombre era al fin, lo mismo que
nosotros, y hartas veces, contra su voluntad, hubo de dar muestras de la
limitación y flaqueza humanas. Tal es nuestro juicio. Suceden tiempos a tiempos,
y con los tiempos se mudan las opiniones de los hombres; cada cual cree haber
encontrado la verdad, siendo así que de mil que opinan variamente sólo uno
puede estar en lo cierto. Mas dentro de esa fatal y común flaqueza, todos los
hombres deben ejercitar sus facultades y, sin curar de opiniones ajenas, aun a
costa de errores y caídas, investigar las cosas por sí mismos.
Séame, pues, lícito, como a todos los demás, y con ellos o sin ellos, hacer la
misma indagación. Quizá encuentre, al apartarme de las antiguas autoridades,
un destello de la verdad que busco. Y no te admire, lector, que después de tantos y
tan ilustres varones venga yo, tan humilde, a mover de nuevo esta roca, pues no
sería la primera vez que un ratoncillo rompiese los lazos que sujetaban al león;
más fácilmente cobran la presa muchos perros que uno solo.
Y no por eso te prometo la verdad, pues yo la ignoro lo mismo que todas las
demás cosas; únicamente prometo inquirirla en cuanto me sea posible, para ver
si sacándola de las cavernas en que suele estar encerrada puedes tú perseguirla
en campo raso y abierto. Ni tampoco tengas tú muchas esperanzas de alcanzarla
nunca ni, menos, de poseerla; conténtate, como yo, con perseguirla. Este es mi
fin, este es mi propósito, este debe ser también el tuyo.
Empezando, pues, por los principios de las cosas, vamos a examinar los
fundamentos más graves de la Filosofía, los que pusieron por base a sus doctrinas
los más insignes pensadores. (...)
Ni esperes de mí compuesta y atildada expresión. Si me pusiera a escoger
las palabras y a usar de giros elegantes, la Verdad se me escaparía de entre las
manos. (...)
Tampoco me pidas autoridades ni falsos acatamientos a la opinión ajena,
porque ello más bien sería indicio de ánimo servil e indocto que de un espíritu
libre y amante de la verdad. Yo sólo seguiré con la razón a sola la naturaleza. La
autoridad manda creer; la razón demuestra las cosas; aquélla es apta para la fe;
ésta para la ciencia.
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QUE NADA SE SABE...
NI esto siquiera sé, que nada sé; lo conjeturo, sin embargo, de mí y de los demás.
Sea esta proposición mi bandera; ésta se debe seguir: Nada se sabe.
Si supiere probarla, concluiría con razón que nada se sabe; si no supiere, mejor
todavía, pues tal es lo que afirmo.
Pero dirás: si sabes probarla, seguiráse lo contrario, pues ya sabes algo.
Pero yo concluí lo contrario primero que tú arguyeras.
Ya se comienza a enredar la cosa; de esto mismo ya se sigue que nada se sabe.
Tal vez no me entendiste y me llamas ignorante y caviloso.
Dijiste verdad. Pero yo mejor que tú, porque no entendiste.
Ambos, pues, ignorantes.
Ya, pues, sin saberlo, concluíste lo que buscaba.
Si entendiste la ambigüedad de la consecuencia, viste manifiestamente que
nada se sabe; si no, piensa, distingue y desátame el nudo.
Aguza el ingenio. Prosigo.
Traigamos la cosa por su nombre. Pues para mí toda definición es nominal y
casi toda cuestión lo es.
Voy a explicarme.
No podemos conocer las naturalezas de las cosas; al menos yo; si dices que tú
sí, no lo disputaré; pero es falso. ¿Por qué tú y no yo? De ahí, que nada sabemos.
Y si no las conocemos, ¿cómo demostrarlas? De ninguna manera.[3]
Tú, no obstante, dices que es definición la que demuestra la naturaleza de la
cosa. Dame una. No la tienes. Concluyo, pues...
Además, ¿cómo ponemos nombres a las cosas que no conocemos? No lo
concibo. Los hay, sin embargo.
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De ahí, duda perpetua acerca de los nombres y mucha confusión y falacia en
las palabras, y tal vez en todo esto que acabo de decir. Concluye tú...
Dices que tú defines esta cosa que es el hombre con esta definición: animal
racional mortal. Niego. Pues dudo nuevamente de la palabra animal, de la
racional y de la otra.
Definirás todavía estas cosas por los géneros y las diferencias superiores, según
les llamas, hasta llegar al ente. Preguntaré lo mismo de cada uno de los nombres
y, finalmente, del último: ente. Ya sé menos.[4]
Dirás, sin embargo, que al fin se ha de cesar en las preguntas. Esto no resuelve
la dificultad ni satisface a la mente. Declaras, forzado, la ignorancia. Me alegro.
Procedo, pues, en consecuencia.
Una sola cosa es el hombre; pero la señalas, no obstante, con muchos nombres:
ente, substancia, cuerpo, viviente, animal, hombre y, finalmente, Sócrates. ¿No
son, todas éstas, palabras? Ciertamente. Si significan lo mismo, son superfluas; si
nuevas cosas, no significan una sola: el hombre.
Dices que consideras muchas cosas en el mismo hombre, a cada una de las
cuales atribuyes nombres propios. Haces la cuestión más dudosa. No entiendes a
todo el hombre, que es algo magno, craso y perceptible por el sentido, y lo divides
en tan pequeñas partes, que escapan al sentido, el más seguro de todos los jueces,
para indagarlas con la razón falaz y oscura. Obras mal, me engañas, y te engañas
más a ti mismo.
Pregunto: ¿qué llamas en el hombre animal, viviente, cuerpo, substancia,
ente? Lo ignoras como antes. Y yo también. Y esto quería. Lo diré, sin embargo,
más abajo.
Pregunto después: ¿qué significa este nombre cualidad, qué naturaleza, qué
ánima, qué vida? Dirás: esto. Lo negaré fácilmente, pues puede ser otra cosa.
Pruébalo. Recurres a Aristóteles. Yo a Cicerón, cuyo es el oficio de mostrar las
significaciones de las palabras.
Dirás que no habló con tanta propiedad Cicerón ni con tanta exquisitez. Yo
replicaré lo contrario, pues Cicerón ejercía este arte, no Aristóteles. Si quieres
más, traeré otros cultivadores de la lengua latina o de la griega, pues es lo
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mismo. No hay entre ellos concordia alguna, ninguna certidumbre, ninguna
estabilidad, ningunos límites. Cada cual fuerza las palabras a su antojo, las
desencaja aquí y allí las acomoda a su placer. De ahí tantos tropos, tantas figuras,
tantas reglas, tanta confusión, de todo lo cual se compone la Gramática.
Y ¿qué no pervierten la Retórica y la Poética? ¿De qué modos no abusan?
Todos ellos ejercitan sólo la inútil locuacidad.
Así también la Dialéctica o Lógica, aunque de diversa suerte; pues dispone en
orden las palabras, las prepara al combate y les prohibe que peleen separadas, en
vez de unidas; dicta leyes, cohibe, consiente, apremia. Finalmente, son parecidas
la Dialéctica y la Lógica a aquellos que fingen batallas y campamentos en los
juegos y espectáculos públicos, en los cuales se requiere más decoro que fuerza;
muy al contrario acontece a los que se preparan seriamente para la guerra, a los
cuales más conviene la fuerza que la hermosura.
Y, para todos, son las palabras soldados locuaces. ¿A cuál de ellas creerás más?
Es dudoso. Cada una quiere ser creída. No basta esto. Las significaciones de las
palabras parece que dependen principal o totalmente del vulgo, y, por tanto, a él
se han de preguntar; pues ¿quién nos enseñó a hablar sino el vulgo?
Por esta razón, casi todos los que hasta el momento presente escribieron
tomaron por fundamento de disputa lo que más frecuentemente está en boca de
los hombres, como aquello: «Entonces decimos que sabemos algo cuando
conocemos sus causas y principios», y aquello otro: «Hase de aceptar aquí aquel
principio aprobado por el consentimiento de todos, que todos los hombres
entonces se juzgan firmes», etc.
Mas ¿hay en el vulgo alguna certidumbre y estabilidad? Ninguna. ¿Cómo,
pues, habrá alguna vez reposo en las palabras?
Ya no hay dónde te refugies.
Dirás tal vez que se ha de buscar qué significación usó el que primero impuso
el nombre. Búscalo, pues. No lo hallarás.
Pero ya es bastante.
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¿Es o no es todo, manifiestamente, cuestión de nombres? A mí me parece que
lo probé. Si lo niegas continuarás la prueba de la cuestión principal. Pero luego se
probará mejor.
El conocimiento.
Mas ahora sujetémonos al negocio que interesa de presente.
¿Qué es conocimiento? La aprehensión de la cosa. ¿Qué es aprehensión?
Apréndetelo de ti, pues yo no puedo ingerírtelo todo en la mente. Y si insistes diré:
intelección, perspección, intuición. Si sigues preguntándome de estas últimas
cosas, callaré. Distingue, no obstante, la aprehensión de la recepción; pues recibe
el perro la imagen del hombre, de la piedra, de la cantidad; pero no conoce. Y aun
recíbela nuestro ojo y tampoco conoce. Recíbela el alma muchas veces y no
conoce, como cuando admite lo falso, cuando se ofrecen a un ingenio tardo cosas
obscuras.
Distingue también el conocimiento propiamente dicho que ahora describimos,
pero que no conocemos, de otro impropiamente dicho, por el cual dícese que
conoce cada cual aquellas cosas que vió en otra ocasión y retiene en la memoria
ornadas con las propias señales. Pues con este conocimiento dícese que conoce el
niño al padre y al hermano, y el perro al dueño y el camino por donde fué.
Divide, después, todo conocimiento en dos: Uno perfecto, por el cual se
contempla y entiende la cosa por todas partes, por dentro y por fuera, y ésta es la
ciencia que ahora quisiéramos conciliar con los hombres, pero que ella no quiere.
Otro imperfecto, por el cual apréndese la cosa de cualquier manera. Y éste nos es
familiar. Pero es mayor, menor, más claro, más obscuro y, finalmente, dividido
en varios grados, según los varios ingenios de los hombres.
Este segundo conocimiento lo hacen doble.
Uno externo, que se hace por los sentidos y le llaman, por consiguiente,
sensual; otro interno, que es por sola la mente, pero nada menos que eso.
De otra manera se han de considerar estas cosas.
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El hombre es un solo cognoscente. Uno solo el conocimiento en todas estas
cosas; pues es una sola la mente que conoce lo externo y lo interno.
El sentido nada conoce, nada juzga; sólo recibe lo que ofrezca a la mente que
ha de conocer. Del mismo modo que el aire no ve los colores ni la luz, aunque los
reciba para ofrecerlos a la vista.
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temperamento? Lo ignoramos. Pero aunque lo supiésemos ¿cuántas mudanzas
del aire, del espacio, del alimento, de la edad, la educación, las opiniones, las
doctrinas, de todo cuanto rodea, influye y mueve en este oleaje de la vida
humana a nuestro cuerpo y nuestro espíritu, no habrá de padecer el más capaz y
atemperado de todos para la investigación de la Verdad?
Piénsalo y experiméntalo en ti mismo.
de una probable conjetura. Se dirá que nada de esto es ciencia. Pues no hay otra.
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William James
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esa significación. En estos casos, la verdad, al no consistir más que en una posible
verificación, es manifiestamente incompatible con una actitud de resistencia por nuestra
parte. ¡Pobre de aquel cuyas creencias jueguen a lo loco y a la ligera con el orden que siguen
las realidades en su experiencia!: o no les llevaría a ningún lado, o le harían establecer falsas
conexiones.
Por “realidades” u “objetos” entiendo o cosas para el sentido común, cosas presentes
de forma sensible, o también relaciones del sentido común, tales como fechas, lugares,
distancias, géneros, actividades. Al seguir nuestra imagen mental de una casa a lo largo de la
senda de ganado, realmente llegamos a ver la casa; obtenemos la verificación plena de esa
imagen. Estas orientaciones verificadas de manera simple y plena constituyen ciertamente los
originales y prototipos del proceso de verdad. (...)
En su mayor parte, la verdad vive realmente de un sistema de crédito. Nuestros
pensamientos y creencias “circulan” mientras nada les ponga en entredicho, igual que los
pagarés bancarios “circulan” mientras nadie los rechace. Pero todo esto remite a
verificaciones frente a frente en alguna parte, sin las cuales la fábrica de la verdad se
derrumbaría como un sistema financiero que careciera de una garantía de liquidez. Ustedes
aceptan mi verificación de una cosa, y yo acepto su verificación de otra. Comerciamos con
nuestras respectivas verdades, pero las creencias verificadas concretamente por alguien son
los pies de toda la superestructura.
(...)
Todo el pensamiento humano tiene lugar en forma discursiva; intercambiamos
ideas; prestamos y tomamos prestadas verificaciones, obteniéndolas unos de otros mediante
el trato social. Así es como toda verdad se forja linguisticamente, se almacena y se pone a
disposición de todos. Y de ahí que debamos hablar coherentemente, exactamente igual que
debemos pensar coherentemente, pues tanto en el lenguaje como en el pensamiento,
tratamos con géneros. Los nombres son arbitrarios, pero una vez comprendidos se deben
mantener. (...)
De este modo, el acuerdo con la realidad pasa a ser esencialmente un asunto de
orientación, orientación que es útil porque se ejerce en dominios que encierran objetos que
resultan importantes. Las ideas verdaderas nos conducen a dominios verbales y conceptuales
útiles, igual que nos llevan directamente hasta términos sensibles útiles. Nos llevan a la
consistencia, a la estabilidad y a un fluido intercambio humano. (...)
Lo “absolutamente” verdadero, comprendido como lo que ninguna experiencia
posterior alterará nunca, es es punto de fuga ideal hacia el cual imaginamos que algún día
convergerán todas nuestras verdades temporales. (...) Entretanto tenemos que vivir al día de
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hoy con arreglo a la verdad que podemos obtener al día de hoy, y estar dispuestos a llamarla
falsedad el día de mañana.
EL SIGNIFICADO DE LA VERDAD
PREFACIO
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Pero verificabilidad, añado yo, vale tanto como verificación. Frente a un proceso-verdad completo,
hay millones en nuestras vidas que actúan en embrión. Éstos nos conducen hacia la verificación
directa, hacia las proximidades del objeto que contemplan; y luego, si todo se desenvuelve
armónicamente, estamos tan seguros de que su verificación es posible que la omitimos, y
corrientemente nos justificamos por todo lo que sucede.
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1 Pero verificabilidad, añado yo, vale tanto como verificación. Frente a un
proceso-verdad completo, hay millones en nuestras vidas que actúan en embrión.
Éstos nos conducen hacia la verificación directa, hacia las proximidades del objeto
que contemplan; y luego, si todo se desenvuelve armónicamente, estamos tan
seguros de que su verificación es posible que la omitimos, y corrientemente nos
justificamos por todo lo que sucede. tal activo contacto con ella que se la maneje, a
ella o a algo relacionado con ella, mejor que si no estuviéramos conformes con ella.
Mejor, ya sea en sentido intelectual o práctico... Cualquier idea que nos ayude a
tratar, práctica o intelectualmente, la realidad o sus conexiones, que no complique
nuestro progreso con fracasos, que se adecué, de hecho, y adapte nuestra vida al
marco de la realidad, estará de acuerdo suficientemente como para satisfacer la
exigencia. Mantendrá la verdad de aquella realidad.
"Lo verdadero, dicho brevemente, es sólo lo ventajoso en nuestro modo de
pensar, de igual forma que lo justo es sólo lo ventajoso en el modo de conducirnos.
Ventajoso en casi todos los órdenes y en general, por supuesto, pues lo que
responde satisfactoriamente a la experiencia en perspectiva no responderá de
modo necesario a todas las ulteriores experiencias tan satisfactoriamente. La
experiencia, como sabemos, tiene modos de "salirse" y de hacernos corregir
nuestras actuales fórmulas."
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pedantería, la explicaría como una determinada clase de existencia de los tigres en
nuestra mente, llamada "inexistencia intencional". Finalmente, muchas personas
dirían que lo que queremos significar por conocer los tigres es apuntar
mentalmente hacia ellos mientras nos hallamos sentados aquí.
HUMANISMO Y VERDAD
Actividad:
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Esencia, sustancia (es.langenscheidt.com/aleman-espanol)
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