Cuento Ricitos Oro
Cuento Ricitos Oro
Cuento Ricitos Oro
– Hija mía, lo que haces no está nada bien. ¿Acaso a ti te gustaría que
yo te cogiera los juguetes del armario o me pusiera tus vestidos?
Pero la niña no podía evitarlo. ¡Le gustaba tanto mirarlo todo, aunque
no fuera suyo!…
Le pudo la curiosidad. ¡Tenía que entrar a ver cómo era! Por allí no
había nadie y la puerta estaba abierta, así que sin pensárselo dos veces,
la empujó cuidadosamente y empezó a recorrer el salón.
– ¡Oh, qué casa tan coqueta! Está tan limpia y cuidada… Echaré un
vistazo y me iré.
Decidida, trató de subirse a la silla más alta, pero no fue capaz. Probó
con la mediana, pero era demasiado dura. De un pequeño impulso se
sentó en la pequeña.
– ¡Oh, vaya, qué mala suerte, con lo cansada que estoy!… Iré a la
habitación a ver si puedo dormir un ratito.
El cuarto parecía muy acogedor. Tres camitas con sus tres mesillas
ocupaban casi todo el espacio. Ricitos de Oro se decantó por la cama
más grande, pero era demasiado ancha. Se bajó y se tumbó en la
mediana, pero no… ¡El colchón era demasiado blando! Dio un saltito y
se metió en la cama más pequeña que estaba junto a la ventana. Pensó
que era la más confortable y mullida que había visto en su vida. Tanto,
que se quedó profundamente dormida.
A los pocos minutos aparecieron los dueños de la casa, que eran una
pareja de osos con su hijo, un peludo y suave osezno color chocolate.
En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, notaron que alguien había
entrado en su hogar durante su ausencia.
El pequeño osito se acercó a la mesa y comenzó a lloriquear.
Todo era muy extraño. Papá y mamá osos con su pequeño, subieron
cautelosamente las escaleras que llevaban a la habitación y encontraron
que la puerta estaba entreabierta. La empujaron muy despacio y vieron
a una niña dormida en una de las camas.
– ¡Largo de aquí ahora mismo, niña! Esta es nuestra casa y, que yo sepa,
nadie te ha invitado a pasar.
– Hija, ahí tienes lo que sucede cuando no respetamos las cosas de los
demás. Espero que este susto te haya servido para que, de ahora en
adelante, pidas permiso para utilizar lo que no es tuyo y dejes de
fisgonear lo ajeno.