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SEMINARIO DE CRITICA – AÑO 1996

N° 71

“Buenos Aires, la ciudad de


la etapa inicial (1580-1680)”

Autora: Beatriz Patti.

Octubre de 1996
BUENOS AIRES, LA CIUDAD DE LA ETAPA INICIAL
(1580-1680)

Beatriz Patti

Se fundaba sobre la nada.


Sobre una naturaleza que se
desconocía, sobre una sociedad que
se aniquilaba, sobre una cultura
que se daba por inexistente.
José Luis Romero (*)

La ciudad en suspenso

A lo largo de cuatro décadas Buenos Aires fue una ciudad


intangible pero presente en la visión prospectiva de
interesados particulares, funcionarios reales, y la propia
Corona española.

Después del fracaso en 1541 del asiento de Pedro de


Mendoza, el enclave establecido por esa expedición se
convirtió en el recuerdo de un nombre y en una potencialidad,
que parecía tener una fuerte presencia en las mentes de muchos
y en la voluntad por volver a intentar la empresa. “Buenos
Aires era presentida y alabada cuando aún no se sabía cual
sería su asiento definitivo, ni el nombre que retendría, ni el
origen del grupo humano que arrostraría las primeras
penalidades para asegurar la fundación y el futuro de la
ciudad”1.

1
Silvio ZAVALA. Orígenes de la colonización en el Río de la Plata. México.
Ed. El Colegio Nacional. 1978, p. 550.

1
No sólo parece no haber decaído en ningún momento el
interés por reponer un emplazamiento urbano en el área más
austral de la cuenca del Plata, antes todavía, documentos de
1548, ciertamente en un lapso muy cercano al desmantelamiento
que llevara a cabo Alonso de Cabrera, mantienen vigentes
funciones que potencialmente debían implementarse en el
contexto del asiento que acababa de darse por levantado, y que
según el documento conservaba el desempeño de “puerto de carga
y descarga de las naos que fuesen a la dicha provincia”2. Así,
en dos Reales Cédulas emitidas en relación a personas
diferentes se prorroga por un año más la “(...) merced de un
regimiento del pueblo de los Buenos Aires con que dentro de
cierto término (...)” se le indica al interesado su obligación
de presentarse “(...) con la provisión del dicho regimiento en
el Cabildo del dicho pueblo”3. Como se nota, se hacía caso
omiso de los sucesos acontecidos poco tiempo atrás.

(*) Latinoamérica. Las ciudades y las ideas. México, 1983, p.67

2
Los documentos que se citan corresponden al Archivo de fuentes inéditas
(microfilms) en guarda en el Instituto de Investigaciones de Historia del
Derecho de Buenos Aires, pertenecientes al Archivo General de Indias. Son
ellos:
1548 agosto 18 Valladolid R. C. a Francisco de Escovar, estante en la
provincia del Río de la Plata. Prórroga, por otro año, el término
establecido para hacerse cargo de un regimiento del pueblo que se hiciere
en el paraje de Buenos Aires para puerto. (Fs. 247/247 Vta.)
1548 noviembre 28 Valladolid
R. C. a Pedro Muñoz. Prórroga por un año más el término establecido para
hacerse cargo de un regimiento del pueblo de los Buenos Aires. (Fs. 258)
3
Ibídem.

2
En los años siguientes esa situación de latencia estuvo
poblada de voces, cuyas argumentaciones resultaban
convergentes en un panorama del que se esforzaban por
demostrar sus bondades:

“la entrada del río (es) más difícil de poblar: para


adelante será lo mejor: porque así que no tengan repartimiento
de indios, tendrá dehesas y la posesión de ellas para criar
infinitos ganados, y más el comercio y trato de los navíos que
entrarán de España, y del comercio y contratación que saldrá
de la tierra, de lo que por allí se contratará de Charcas y
provincias, de la ciudad de La Plata y Potosí, como de Tucumán
y Chile, y lo que esta por descubrir del Estrecho de
Magallanes (...)”. [Relación de Jaime Rasquín en 1559, de
regreso de su fracasada expedición]4.

“(...)(insisto) que sería gran bien para esta tierra


vecinos y habitantes en ella, y para su aumento y de la real
hacienda, (...) para evitar las grandes costas y peligros que
hay de aquí a España en la navegación (...) se descubriese
puerto por chancle se pudiese más presto ir a España (...) A
se de poblar desde España el puerto de Buenos Aires a donde ha
habido ya otra vez población y (...) buen temple y buena
tierra. Los que allí poblaren serán ricos por la gran
contratación que ha de haber allí de España, de Chile y del
Río de la Plata y desta tierra como luego diré.” [Carta al Rey
de Juan de Matienzo, enero de 1566]5.

4
“Relación de Jaime Rasquín, sobre los lugares y pueblos que convenía
poblar, indicando algunas producciones de la tierra”. En: COMISION OFICIAL
DEL IV CENTENARIO DE LA PRIMERA FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES 1536-1936.
Documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y colonización
rioplatense. Buenos Aires. 1941. Volumen 1, p. 56.
5
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (en adelante AGI).
“Carta del licenciado Matienzo, Oidor de la audiencia de Charcas, a S. M.
describiendo los territorios de aquel distrito, y los cuatro puertos que
pudieran utilizarse para ponerse en comunicación más directa con España. La
Plata, Charcas. 2 de enero de 1566”. 74-4-1.0. Biblioteca Nacional de
Buenos Aires. Tomo 96.

3
“(...) (sería) de utilidad tan grande (...) que se
pueble y sustente aquel puerto de Buenos aires. Hasta la
ciudad de la nueva Córdoba 80 leguas y de allí a Santiago,
cabeza de la gobernación de Tucumán, 70 leguas y de allí a la
ciudad de Chuquisaca y cerro de Potosí menos de 200 leguas
(...) y a otros muchos pueblos del Perú se puede ir desde el
puerto de Buenos Aires por muy buenos caminos, así para
carretas como para arrías para llevar las mercaderías de un
pueblo a otro con facilidad (...) hay muy gran aparejo de
dehesas fértiles y abundosas de todo (...)” [Carta al Rey de
Hernando de Montalvo desde Asunción, noviembre de 1579]6.

Es claro, en los documentos examinados aparecen algunas


constantes que se ponen de relieve en los párrafos
transcriptos. Sin embargo, la potencial productividad de la
tierra que allí se describe, señalada por estos observadores
externos, resulta secundaria. Lo importante, lo que subyace en
las argumentaciones es el interés que despierta la ubicación
geográfica. Esto se hace más evidente en la extensa carta del
oidor de la Audiencia de Charcas, Juan de Matienzo, en donde
propone la reposición de Buenos Aires en el marco de un
esquema de fundaciones de ciudades en lo que hoy es el
noroeste argentino y en la región de la cuenca del Plata,
orientado aquí al dominio de la red fluvial que daba vida al
extenso territorio y cuya llave era el Río de la Plata. Queda
esbozada en el texto la idea de una trama espacial, modelada
por líneas que, uniendo ciudades, conducirían a la
consolidación de la región que todavía estaba en pleno proceso
de colonización: foco convergente y de conexión con la
Metrópoli sería Buenos Aires.
Este planteo, lejos de ser original, se inscribe en una

6
AGI. “Carta del tesorero del Río de la Plata, Hernando de Montalvo, al
Rey; dando cuenta de los sucesos ocurridos en aquella Gobernación. Asunción,
15 de noviembre de 1579”. 74.4.1.0. Biblioteca Nacional de Buenos Aires.
Tomo 116.

4
corriente que, si bien ahora se percibía la conveniencia de
aplicarlo en el Nuevo Mundo, venía imponiéndose en suelo
hispano a través de los años de la Reconquista. Se asentaba en
una estrategia de categorización urbana, que consistía en
asignarle a las ciudades la misión de cumplir el papel “de
guía, signo y foco de difusión de la fe”, y de constituirse en
centros de organización del territorio circundante7. De esta
manera, “(...) a ambos lados del Atlántico, la conciencia de
control territorial, y la del área de influencia ideológico-
religiosa se (basaban) en un mismo modelo de estructura
jerarquizada, fundamentada en un sistema de enclaves urbanos”8.
Por otra parte, para Matienzo el perfil del habitante que
habría de constituirse en colono también tenía su importancia
y era imprescindible poner atención al seleccionarlo. En otro
texto al mencionado anteriormente, después de señalar el
número de hombres que sería conveniente llevar de España,
indica que “(...) estos han de ser los más de ellos
ciudadanos, mercaderes y labradores, y pocos caballeros porque
estos ordinariamente no se quieren aplicar a tratos ni a
labranzas sino andarse holgando, jugando y paseando, y
haciendo otras cosas de poco provecho en mucho daño e
inquietud de los que están sosegados y pacíficos, y piensan
que es poco todo el Perú para ellos, y aunque son menester
algunos así para sustentar la tierra que poblaren como para
tener los cargos de justicia y otras cosas semejantes a estas,
han de ser pocos y muy conocidos.”9.
Sus asiduas exposiciones dirigidas a la autoridad real, a
lo largo del período que permaneció en el cargo, no parecen
haber sido meras opiniones de un funcionario, sino las
reflexiones de una figura gravitante, puesto que el propio
Matienzo presentó a Juan Ortiz de Zárate ante la Corona para

7
Santiago QUESADA. La idea de ciudad en la cultura hispana de la Edad
Moderna. Barcelona. Universidad de Barcelona, Publicaciones. 1992, p. 45.
8
Ibídem, p. 220.
9
Juan de MATIENZO. Gobierno del Perú. Buenos Aires. 1910, p. 187. (obra
escrita a fines del siglo XVI).

5
llevar adelante esa empresa. Y efectivamente, fue éste el
adelantado con quién Felipe II tomó en Madrid la capitulación
por la que se le encargaba que “fundara pueblo en la entrada
del río, en el puerto que llaman de San Gabriel o Buenos
Aires”10.
El poblado duradero que iba a originarse a partir de la formal
fundación de Buenos Aires en manos de Juan de Garay en 1580,
traía implícito características marcadamente diferentes de lo
que había sido el primer asiento. Se trataba de dos tiempos El
episodio de 1536 (un punto aislado en la inmensidad del
territorio) se había enmarcado en la etapa de conquista.
Conformando uno de sus centros, obedecía “al criterio de
establecer un polo que actuara como intermediario entre la
ruta marítima y el supuesto foco de riqueza (...) que, se
aseguraba, existía en el corazón del territorio. (...) es
decir, iba a constituir la boca de salida de los metales y las
piedras preciosas que se hallaran”11, y su abandono se enlaza
íntimamente a la insatisfacción de aquellas expectativas.

Este segundo impulso estaba insertado en pleno período de


colonización y, a juzgar por el empeño demostrado por
Matienzo, se hallaba estrechamente vinculado a las tensiones e
intereses que surgían en los territorios coloniales. El
proyecto de localización de la nueva ciudad pasaba a integrar
un conjunto de redes y de elementos interrelacionados entre
los que ya existían, como lo eran las recientes ciudades de
Córdoba y Santa Fe, y los que habrían de fundarse. Ahora la
ciudad puerto tomaba relevancia por sí misma al adjudicársele
gravitación económica, en términos de producción y comercio.

10
Anales de la Biblioteca. Buenos Aires. 1915. Tomo X, p. 68
11
Beatriz PATTI. “ La instalación de Pedro de Mendoza en el Río de la Plata
en 1536: crítica de sus fuentes”. Instituto de Arte Americano e
Investigaciones Estéticas. Crítica No 44. Buenos Aires, noviembre de 1993,
p. 11.

6
La ciudad física

Como tantas otras fundaciones coloniales Buenos Aires nació


a partir de un Acta de fundación. Sobre la base de la
experiencia acumulada, y observando con bastante acercamiento
las instrucciones de Indias para la población de ciudades,
villa y pueblo”12 se determinó para ella un trazado en damero,
se fijó el lugar de la plaza principal, del fuerte y de la
iglesia mayor, se señalaron las calles a cordel y regla como
mandaba la norma, y se le asignó una organización política,
religiosa y administrativa.

El parcelamiento urbano prolijamente asentado en el plano


que su fundador diseñó para repartir las porciones de tierra
en propiedad a los pobladores recientes, fue proyectado en
abstracto con una extensión de quince manzanas paralelas al
río y nueve en sentido perpendicularmente, con “sectores al
norte destinados a chacras, y al sur, señalados Para
estancias.13 “Dándoselas para sitios y cuadras, por de fuera de
la ciudad para sus indios servicios y menesteres y así mismo
para rozas de sus labores y heredades y así mismo estancias
para bus ganados labranzas y crianzas, y heredamientos y
edificios y así mismo huertas y otras cosas útiles y
necesarias para su servicio (...)”14, como expresamente se dejó

12
Se trata del “Título Siete” de la Recopilación de leyes de los Reynos de
las Indias, compilada bajo el reinado de Felipe II en 1573, compuesta por
el conjunto de órdenes, cédulas y provisiones reales dictadas para
organizar el Nuevo Mundo, y estructura y dar contenido formal a las
acciones en él.
13
Como toda fundación de ciudades involucró en un sólo acto a la ciudad
misma, en tanto “(...) el espacio destinado a la población urbana y a la
vecindad de sus casas, y también a grandes extensiones de tierra que se
daban en el momento primario como término y jurisdicción del núcleo, (...)
repartiendo y adjudicando no sólo las tierras y riquezas de la 'planta' o
'traza', sino también las 'chacras', 'estancias' y demás, en grandes
extensiones”. Cfr. Amílcar RAZORI. Historia de la ciudad argentina. Buenos
Aires. López. 1945. Vol. 1, p.486.
14
“Traslado de los autos proveídos por el General Juan de Garay, fundador
de Buenos Aires, sobre el orden que había de guardarse en el repartimiento
a sus pobladores, de tierras, solares, estancias”. En: (Enrique PEÑA).
Documentos y Planos relativos al período edilicio colonial de la Ciudad de

7
anotado respecto del orden que había de guardarse en el
reparto.

Otros aspectos se definieron con minuciosidad. La


protección del derecho de propiedad quedó establecido con la
puntualización de que “(...) los dichos conquistadores han de
haber (su tierra) y gozar como cosa suya propia (...) y
disponer dello como quisieren con tanto que sustenten la
vecindad el tiempo y orden que su magestad manda (...)”15, es
decir, mientras acataran la obligación de poblar el bien
asignado por un término no menor a cinco años.

Los derechos de uso de los espacios públicos también


quedaron previstos. Con la distribución misma del territorio
quedó delimitada un área de unas cinco cuadras contiguas al
río, entre el solar del fundador y la cuadra destinada para la
orden de San Francisco, consignando que “(...) esto es la
frente del servicio desta ciudad para gozar del agua del
puerto y rivera della (...)”16. Y en particular, se cuidó la
vital provisión de agua para e] consumo al indicar que, “(...)
se entiende que ha de quedar entre huerta y huerta calle tan
ancha como la que pasa entre los solares por lo que los
vecinos dellos se puedan servir del río y rivera sin hacer
rodeos ni recibir agravios ni molestia ellos y su servicio
(...)”. Y sobre lo que puede presumirse la comprensión de las
bases funcionales y estéticas que debía cumplimentar el diseño
urbano de una ciudad planificada, se alega en el acta que esto
es “lo que conviene a la traza y pulicia de la ciudad (...)”17.

Sin embargo, la realidad por largo tiempo parece haber


mostrado un paisaje bien distinto al que podría imaginarse

Buenos Aires. Buenos Aires. Peuser, 1910. tomo 1, p. 10.


15
Ibídem, p.11.
16
Ibídem.
17
Ibídem.

8
contemplando el plano y el Acta de repartimiento. En un
terreno irregular, rodeado de barrancas, depresiones, y
atravesado por zanjones, que rebasaban asiduamente en su
capacidad a causa de las propias de la región tan sólo un
asentamiento portuario reducido a un puñado de chozas,
desparramadas entre el enorme río al este y la inmensa llanura
pampeana en todo en todo el perímetro. Sin servicio de indios,
el escaso número de habitantes, que representaban los 66
pobladores iniciales, apenas podía ocupar y trabajar sectores
muy limitados y dispersos del territorio otorgado, hecho que
da lugar a suponer la lentitud con que se iba plasmando la
proyectada traza en la meseta natural y lo vagamente dibujada
que iba apareciendo en el terreno.

El modelado tangible, de lo que implicó crear ciudad, fue


construido en una espacialidad que poseía una impronta
cultural ignorada por los recién llegados y de la que parecían
prescindir18, y se enfrentaba a la carencia de antecedentes de
implantación urbana autóctona en el sitio fundacional. En este
contexto, toda acción que se imprimiera en el terreno aparecía
desacondicionado de influencias, a diferencia de lo que
sucedía en otras regiones pobladas de sitios dominantes y
expresivos de fuerte significación local19, consintiendo que la
elección de cualquier patrón de asentamiento en el espacio
apareciera aquí factible.

18
Respecto de la existencia de población autóctona, de Paula señala a los
guaraníes del sur, quienes “(...) conservaban sus hábitos sedentarios y su
economía basada en la pesca, el cultivo de la tierra y la caza (...)”,
precisando que “la fundación de Buenos Aires (...) se realizó en el enclave
guaraní de la pampa ondulada”, al parecer, en inmediaciones de sus
asentamientos. Esto revela la presencia en el entorno de características
culturales que potencialmente podrían haber ejercido algún aporte. No
obstante, su conocimiento constituye un vacío todavía a investigar. Cfr.
Alberto DE PAULA. “La comarca bonaerense y su proceso urbano (1580-1779)”.
Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Crítica No 43.
Buenos Aires, p. 5.
19
Fue situación corriente que el proceso de colonización sustituyera
“(...) lo indígena por centros de poder religiosos o civiles. Así se ubicó
por ejemplo en México la catedral sobre la zona religiosa azteca”. Cfr.
Santiago QUESADA. Óp. Cit. nota 7, p. 48.

9
Ahora bien, cómo abordar el conocimiento de todo ese
proceso; en base a qué elementos desentrañar el sucesivo
accionar que fue produciendo la construcción urbana. La
información concreta que dé cuenta de la evolución material de
la ciudad a lo largo de su primer siglo es algo menos que
escasa.

El testimonio de indiscutible valor lo constituyen los


Acuerdos del Cabildo, sin embargo, las escuetas actas de sus
sesiones apenas alcanzan para mitigar el vacío documental. En
particular, las evidencias de lo sucedido en los tiempos
iniciales han sufrido algunas bajas. Lo convenido por los
capitulares de Buenos Aires durante la primer década se perdió
antes que pudiera registrarse algún resguardo, los escritos
existentes abarcan los años de 1589 y de 1590, una sola sesión
de enero de 1591, y después de un prolongado silencio, las
actas se reanudan en enero de 1605. Otros textos constituyen
instrumentos que complementan ese material, aunque abundan en
interesarse por tratar asuntos tangenciales a la cuestión de
la ciudad en su constitución física, antes que detenerse en
hacer un seguimiento detenido de ella misma. Entre ellos, las
“Cartas y Memoriales” de Hernandarias de Saavedra, gobernador
en varios períodos, y la Correspondencia de la Ciudad de
Buenos Aires con los Reyes de España, conforman contenidos que
enriquecen un poco más la indagación. Cabe también en esta
categoría Administración Edilicia de la Ciudad de Buenos Aires
que, aunque reúne material relativo al siglo XVIII, hace
numerosas referencias a situaciones preexistentes, y marca la
tendencia con que la ciudad orientó su formación en el proceso
de devenir en hecho urbano.

Si bien, como se ha especificado ya, la ciudad nació


planificada, sobre la base de una traza preconcebida que actuó
como estrategia de ocupación, el proceso concreto de toma de

10
posesión del medio se fue desarrollando con la espontaneidad
que permitían los recursos humanos y materiales disponibles. Y
fue modificándose el ordenamiento geométrico, y extendiéndose
la asignación de sectores en las orientaciones de más fácil
disponibilidad cuando el requerimiento lo hizo oportuno. Ya en
1602 el Cabildo amplió la traza de la ciudad hacia el sur
“(...) desde la quebradita que esta de la otra banda de las
casas que fueron de Francisco Muños Bejarano, difunto, hacia
el Riachuelo de los Navíos (...)”, absorbiendo una parte del
ejido para uso urbano, que dividió en solares y entregó a los
vecinos, señalándose en ese reparto una cuadra de terreno
sobre la barranca para la aduana20.

Redefinir el otorgamiento de los espacios acordados, dentro


de los límites estrictamente urbanos, fue otro hecho que formó
parte de la dinámica de su desarrollo. La realidad de solares
concedidos que no, fueron ocupados fehacientemente por su
poblador constituyó una condición habitual que aportó vacíos e
indefiniciones, y mostró por largo tiempo la persistencia de
un paisaje más rural que urbano, aunque la comprensión de esta
tendencia hizo que se adoptaran muy pronto medidas que
intentaban revertir la situación. Al respecto, en una carta al
Rey fechada en 1607, Hernandarias de Saavedra señalaba que los
solares y tierras habían sido repartidos por el fundador para
que “las personas a quién se les daban los poblasen y
asistiesen (...) y visto por mis antecesores y por mí que los
más de los solares estaban vacíos, sin edificar en ellos las
personas a quienes se repartían. Han ido mandando cada
gobernador en su tiempo y yo en el mío (...) que todos los que
tienen solares en esta dicha ciudad los edifiquen dentro de
tanto tiempo. So pena de que los que queden vacos se hará
merced de ellos a otras personas que los edifiquen. Con todo

20
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (en adelante AGN). Acuerdos del Extinguido
Cabildo de Buenos Aires. Buenos Aires. 1907. Serie II. Tomo VIII, 1741 a
1746. Libro XXV, p. 241.

11
esto hay muchos por edificar”21.

Sin embargo, la situación dada también flexibilizó la


oportunidad de encontrar sitios disponibles para los que iban
llegando y así incorporar vecinos nuevos dentro del perímetro
fundacional. Como en otros casos, cuando a la ciudad arribó la
Compañía de Jesús se acordó en la necesidad de darle “(...) un
sitio conveniente (...) (haciéndoles) merced de una cuadra que
esta frontero del Fuerte y Plaza desta ciudad atento que esta
la dicha cuadra despoblada por no haber poblado las personas a
quién de ella estaba hecha la merced (...)”22.

El riesgo de olvidar y confundir qué pertenecía a cada


quién fue una cuestión que surgió apenas una década después
del acto fundacional. Cuando los nombres de los pobladores
empezaron a borrarse de la asignación de solares en el
pergamino de cuero, que para tal fin había usado su fundador,
debió apresurarse su traslado al papel antes de que ya no
pudiera leerse. Este hecho, quizás pequeño, asoma como otra
muestra de las condiciones de esos primeros tiempos, en donde
inestabilidad e imprecisiones parecen haber sido las
características preponderantes23.

Y en lo material, mantener presente la demarcación inicial


de la ciudad y de las propiedades rurales de su entorno
21
“Carta del Gobernador Hernandarias de Saavedra al Rey, 27 de mayo de
1607”. En: COMISIÓN OFICIAL DEL IV CENTENARIO..., Op. Cit. nota 4., pp.
190-191.
22
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 23 de junio de
1608, p.55. En éste como en otros casos, la sesión del solar no implicó su
inmediata ocupación con edificios. En carta al Rey de enero de 1612, es
decir cuatro años después, el gobernador en ejercicio, Diego Marín Negrón,
informaba que la sede de la Compañía en Buenos Aires “(...) se va haciendo
porque no tienen casa ni iglesia por ser la que tienen muy pequeña y mal
cubierta, porque a los principios no se trató más que de hacer donde
recogerse los padres”. Cfr. “Carta del gobernador del Río de la Plata,
Diego Marín Negrón, al Rey, en la que informa sobre las casas que poseía en
su gobernación la Compañía de Jesús, 12 de enero de 1612”. En: COMISION
OFICIAL DEL IV CENTENARIO..., Op. Cit. nota 4, p. 219.
23
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I. Cabildo del 9 de julio
de 1590, p.76.

12
tampoco fue una tarea fácil, sino una cuestión a la que había
que dedicarle esfuerzos y el desenvolvimiento de los trabajos
oportunos para evitar que se esfumara de la realidad.

En este sentido las sucesivas mensuras que debieron


efectuarse hablan por sí solas, manifestando los ajustes que
la necesidad imponía ante los problemas consumados.

“(...) por no estar las chacras desta dicha ciudad


amojonadas por orden de la Justicia y Regimiento della y
conforme a el padrón hay muchas diferencias entre los vecinos
y señores dellas, y algunos no las siembran ni plantan por no
saber al cierto lo que es suyo, y se siguen muchos otros
inconvenientes que cesarían si se amojonasen y señalasen
(...)”24.

Exponía ante los capitulares en 1606 el Procurador General.

La medición de las suertes de tierras que en ese momento se


hizo “(...) por donde parecía estar una linde antigua”, con la
intención de “dar a cada uno lo que le toca y pertenece (...)
para que se guarden y cumplan en todo tiempo los padrones y
mojones, y medidas fieles y firmes (...)”25, se propuso poner
algo de orden en el espacio incierto. Aunque también condujo a
la emergencia de algunas desagradables sorpresas.

En la reorganización de las tierras acordadas no faltó el


caso de que algún vecino, llevando él mismo la delantera de la
medición por donde aseguraba era el rumbo cierto, “(...) halló
que las casas y mucha parte de su hacienda caía en la tierra y

24
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I. Cabildo del 9 de octubre de
1606, p. 232.
25
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I. Cabildo del 19 de octubre
de 1060, pp. 234 y 235.

13
chacra (...) “del poblador contiguo26.

Lejos de darse por concluido el estado de confusión, la


situación irregular persistió en el tiempo. La inexistencia de
alambradas y de sistemas precisos de deslinde, mantuvieron la
incertidumbre en las pertenencias y motivaban el tránsito casi
sin controles por la propiedad privada.

“(...) cada día vienen con quejas agraviándose los


vecinos y moradores de esta ciudad, en razón de las chacras
tierras y estancias que tienen, diciendo que sus vecinos se
les meten en parte dellas todo a causa de la poca
justificación cuenta y razón que hay en lo que a cada uno
pertenece, (...) y así mismo muchas personas tienen y poseen
muchas tierras chacras y estancias, sin títulos orden ni razón
alguna y otras que se han dado por personas no legítimas en
nombre de su Magestad”27.

El diagnóstico que ahora exponía el Procurador General no


sólo manifestaba el consabido problema de límites, sino además
dejaba en descubierto la ocupación ilegal de propiedades. En
este contexto la mensura de 1608 adquirió una dimensión de
vital relevancia, puesto que, por decisión del Cabildo,
incluía el análisis de los registros y la exhibición de
títulos de propiedad.

El consenso sobre la dirección a seguir se enfrentó a la


falta de claridad expresada en la documentación existente, y
ante la conclusión de que “en los papeles de la fundación no
se halla ni consta el rumbo que se ha de tomar en las dichas
medidas (...)”, se consultó a las personas antiguas de la
ciudad “(...) para que declaren y señalen el que se ha de

26
Ibídem.
27
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 6 de diciembre
de 1608, p. 106.

14
llevar (...) como en sus conciencias les pareciere conveniente
(...)”28.

De esta manera, quedando en buena parte la orientación


librada al juicio personal y al margen de error que de su
apreciación podía emerger, volvieron a definirse las tierras
del común y el repartimiento individual en el terreno. Cada
verificación se señalizó con mojones de modo de que en
adelante oficiaran de guía, llevándose por las indicaciones
del norte magnético. Las chacras desde la ciudad hacia el río
de las Conchas mantuvieron una línea nordeste sudoeste, con el
frente sobre la barranca de la costa del Río de la Plata29.
Sobre las tierras del Riachuelo de los Navíos se decidió que
“(...) el rumbo que han de llevar y que se señala es la tierra
adentro de suerte a nordeste y por cabezadas de nordeste a
sudoeste, y el frente la barranca del Riachuelo”30. Y para el
ejido “(...) se tomó con la aguja el rumbo que tienen las
calles que es de norte a sur y se comenzó a medir”, echando
las cuerdas necesarias hasta cerrar el perímetro con el
31
amojonamiento convenido . Paralelamente se acordó en el
compromiso de “avivar” los mojones del ejido cada año, a fin
de mantener presente su demarcación32.

El problema del espacio indefinido y el pedido de cierta


precisión en las delimitaciones físicas se repitió en las
chacras del pago de la Matanza, aduciendo grandes diferencias
entre los vecinos33, y en 1612, se ejecutó en las tierras
concedidas para chacras en el denominado Monte Grande. Con

28
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 8 de diciembre
de 1608, pp. 108 y 109.
29
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 16 de
diciembre de 1608, p. 110.
30
Ibídem, p. 116.
31
Ibídem, pp. 116 a 119.
32
Se recuerda en la sesión del Cabildo del 13 de septiembre de 1610, p.
293. Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II.
33
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 28 de julio de
1608, p. 72.

15
argumentaciones semejantes también allí surgió una realidad de
interferencias recíprocas en posesiones ajenas “(...) por no
saber cada uno lo que le pertenece”, que el Cabildo se vio
obligado a resolver, tratando de hallar en “el libro viejo” el
rumbo y las medidas que le había dado el fundador34.

En el trazado urbano, la delineación de cuadras teóricas de


140 varas de frente, se desenvolvió en la práctica con errores
de medición. Esto dio por resultado no pocos conflictos al
momento de verificar la dimensión de los solares, usualmente
solicitada por el propietario a los maestros alarifes
designados por la autoridad para tal fin, en el marco de las
normas que exigían (desde mediados de 1590) comprobar las
medidas del predio antes de edificar35, o bien cuando lo
requerían las condiciones de transferencia de los bienes. La
irregularidad del trazado y las consecuencias que desencadenó
se describen con minuciosidad en algunas demandas de tiempos
posteriores. Como aquella en la que, luego de haber comprado
un grupo de vecinos “(...) un terreno en la Barranca de la
Merced, y queriendo saber cuánto era el fondo de su
pertenencia, para poder arreglar su plano, pidió se mensurase
-cuya diligencia se hizo igualmente respecto de los demás
terrenos (...)-, (y) tirada la línea de fondos, que en partes
no llega a más que a cincuenta y tres varas escasas, hallamos
que esta dimensión no sólo los priva de cuatro o cinco varas
más de terreno, que les pertenece, sino que si ella se
verificara, sentirían un considerable quebranto los 'Pobres
vecinos de aquellas inmediaciones, que se hallan situados a la
parte del Molino sobre la misma barranca y promontorio que
sale al Río, porque dicha línea o punto que hoy se les
considera (a los nuevos propietarios), pasando rasante en el
expresado Molino, por la parte de adentro, corta y destruye

34
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II Cabildo del 2 de abril de
1612. Y Mensura del 4 de abril de 1612, pp. 422-423.
35
Cfr. AGN. Acuerdos..., Op. Cit. nota 23, p. 75.

16
una porción de edificios de varios vecinos”36.

Exposiciones de este tipo no manifiestan una excepción, por


el contrario, las diferencias de algunas varas en más o en
menos parece haber sido una situación habitual, que debió
resolverse sobre la marcha de los hechos toda vez que quedara
en descubierto.

“El Síndico Procurador dice, que se halla cerciorado


haber en la cuadra de que tratan los suplicantes algún exceso
a las 140 varas de que debía componerse, como también de que
en otras cuadras hay más y menos, (...), como se verificó en
la de la Cathedral, y frente a la Real Fortaleza (...)”37.

El procedimiento de regularizar los valores fue el


dictamen que corrientemente parece haber resuelto el Cabildo,
y conducía a repartir en la medida de lo posible “las creces y
las menguas entre todos los poseedores a proporción de sus
terrenos38.

Las diferencias entre la teoría y la realidad no se


debió solamente a la defectuosa aplicación práctica del
proyecto urbano inicial. El disciplinamiento del vecindario
para que respetara la emergencia del trazado con la mayor
fidelidad posible a la traza dada por el fundador, fue
asimismo una labor ardua. Debió enfrentarse los accionares
individuales, y frenar constantemente la invasión de áreas de
la planta urbana y de su entorno que se hallaran fuera de la

36
Bando No 23. “Los dueños de los terrenos y casas frente al Río ante el
Cabildo. Sobre la restitución del despojo, y formación de camino. [12 de
mayo de 1787]”. En: Documentos para la Historia Argentina. Administración
Edilicia de la Ciudad de Buenos Aires (1772-1805). Buenos Aires. 1918. Tomo
IX, p. 183-184.
37
Bando No 20. “Representación de algunos vecinos del Barrio de San Nicolás
sobre que se les prorrateen las creces y menguas de las calles en que
moran. [noviembre de 1784]”. En: Documentos para la ..., Op. Cit. nota 36,
p. 180-181.
38
Ibídem, p. 179.

17
pertenencia privada de cada poblador. Apenas unos años después
de la fundación se reconocía como hecho corriente el de tomar
y meter en sitios particulares las calles de la ciudad39. La
situación trató de delimitarse con normas que la tuvieran bajo
control, indicándose que “(...) conviene que para que no haya
pleitos y no se ocupen las calles con edificios de tapias sino
que queden exentos conforme a la traza (...) (se) nombren dos
personas que sean alarife veedores y medidores que ningún
vecino no sea osado a tapiar su sitio sin que los así
40
nombrados lo vayan a medir (...)” . No obstante, frente al
común del vecindario las condiciones aparecían más sencillas
de manejar que ante el poder eclesiástico instalado en la
ciudad, que podía echar mano a la atemorización con amenaza de
excomuniones para avanzar en sus aspiraciones de apropiación41.

Un caso que trasciende con asiduidad en la


documentación es el que refiere el conflicto generado por la
Orden franciscana precisamente en esos años, y deja en
descubierto la compulsa producida entre el fraile Francisco
Romano y el Cabildo. A partir de la posición adoptada por el
religioso, de cerrar la calle ubicaba entre las dos cuadras
pertenecientes a la Orden “(...) de su autoridad y contra
voluntad del cabildo, quitando a todos los vecinos el servicio
de ella en mucho perjuicio de sus casas, (...) (e) intentando
cerrar otra calle que va desde el dicho puerto por las
espaldas de las dichas dos cuadras sobre la barranca del Río,
que es el pasaje para toda la ciudad y ha de ser todo el
comercio de los marinos calafatea y carpinteros, y demás cosas
pertenecientes al trato del mar (...)”42, debió acudirse a una

39
“Petición del Procurador de la Ciudad Miguel Navarro, del 9 de abril de
1589”. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I p. 14.
40
AGN. Acuerdos..., Op. Cit. nota 23, p. 75.
41
El dictamen de la Audiencia que emite la Real Provisión del 15 de
diciembre de 1590 denuncia tal estado de cosas en la ciudad. Cfr. AGN.
Época colonial. Reales Cédulas y Provisiones 1517-1662. Buenos Aires. 1911.
Tomo I, p. 29.
42
Ibídem.

18
presentación formal del caso ante la Audiencia de Charcas. Y
fue la emisión de una Real Provisión ordenando la suspensión
de las obras del convento, con fecha del 15 de diciembre de
1590, lo que impidió que la Orden consumara su objetivo, y se
apropiara de un total de cuatro cuadras tomando también la
franja correspondiente hasta la lengua del agua43.

Sin embargo, la reiteración con que asuntos de esta


índole aparecen tratados en la documentación, con distancia de
largos períodos, y las medidas que de tiempo en tiempo se
adoptaron para remediar perjuicios ocasionados, manifiestan la
persistencia de una conducta general irregular. Y el empeño
por mantener las calles cerradas y por consiguiente las
cuadras unidas, principalmente en el entorno de quintas de la
ciudad, “(...) imposibilitando el tránsito de las gentes,
cabalgaduras y carretas, precisándolos a rodear caminos para
la entrada con los abastos y su tráfico” a la zona urbana, es
la demostración de un éxito normativo no logrado, por lo menos
hasta fines del siglo XVIII44. Los senderos cerrados al paso
público e introducidos en propiedad privada fue una constante
tanto en la ciudad como en la zona rural, así como la
insistencia de las órdenes dadas por la autoridad capitular
para liberarlos45, y la vigilancia implantada a través de
rutinarias visitas para verificar que estuvieran “aderezados y
abiertos”46.

43
Ibídem.
44
Los Bandos de Buen Gobierno, publicados a fines del siglo XVIII, ponen de
relieve el estado maniobrable en que se hallaba esta cuestión hasta la
fecha. La cita del texto corresponde al No 9. “Bando mandando abrir calles
entre las quintas, de veinte varas de cerco a cerco. [23 de mayo de 1796]”.
En: Documentos para la..., Op. Cit. nota 36, p. 46. Este Bando reitera
observaciones efectuadas ya en el No 1: “Bando publicado en 21 de Mayo de
1772, para el aseo, limpieza y policía de la Ciudad de Buenos Aires”,
principalmente en la p. 11, recopilado en la obra indicada.
45
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo III. Cabildo del 11 de
agosto de 1614, p. 101.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo III. Cabildo de 21 de octubre de
1614, p. 109.
46
En las sesiones del Cabildo se acordaban con regularidad las inspecciones
para determinar tanto el estado de las calles urbanas, como las salidas de

19
El puerto de Buenos Aires, instalado sobre la boca
del Riachuelo, generó un foco de atracción en relación a la
ciudad misma, y en función de ello, lo inicialmente proyectado
y el proceso concreto que siguieron los hechos también aquí
encontraron un punto de confrontación. La inclinación a
polarizar la materialización urbana hacia el sur de la plaza
mayor” tendió a desvirtuar la traza simétrica con que nació la
ciudad, y produjo una reorganización de los sitios concedidos
por el fundador, alterando la concreción de algunas de las
funciones en los espacios por él asignados. La situación quedó
claramente explicada cuando se trató en el Cabildo la
conveniencia de llevar a cabo la fundación del hospital,
previsto en el repartimiento de solares urbanos y largamente
pospuesto. Al exponer “(...) algunas dificultades que se han
ofrecido para que el Hospital e Iglesia de San Martín se hagan
en la cuadra más arriba del Monasterio de Nuestra Señora de la
Merced señalada para ello por el fundador”, se argumentó que
no era “(...) parte cómoda por estar fuera de donde es el
comercio y (es allí) donde se han de pedir y recoger las
limosnas y (...) que sería más útil hacerle en el camino que
va al Riachuelo, donde esté más cerca del comercio”,
puntualizando además la oportunidad de esa ubicación, por ser
“(...) el paso por donde entran en la ciudad la gente que
viene por el mar y por donde vienen la mayor parte de los
pobres enfermos”. Tales razones fueron encontradas suficientes
para llevar a cabo una permuta de solares, y obtener un predio
adecuado, sobre la calle que unía con el puerto “(...) en la
mano izquierda como se va de la ciudad”47.
Comprender el modo en que se fue conformando la

la ciudad y los itinerarios habituales que vinculaban con chacras y


estancias.
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo IV. Cabildo del 5 de junio
de 1616, pp. 343-344.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 7 de marzo de
1611, pp. 343-344.
47
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 7 de marzo de
1611, pp. 343-344.

20
estructura edilicia de la ciudad, y en esa trama, los centros
que sostenían el desenvolvimiento de las distintas funciones
de la vida pública, implica ir descubriendo el proceso
material que fue modelando y construyendo el nuevo paisaje en
el que tenían lugar los actos cotidianos. Aunque, la
concatenación de hechos que permitan hilar ese proceso se ve
restringida por una fuerte limitación, relativa a la
singularidad de los contenidos existentes. El documento deja
testimonio del conflicto48. Los aspectos que inquietaban, que
agitaban los intereses y ponían en riesgo la satisfacción de
las necesidades son los elementos que emergen en las fuentes,
nunca el discurrir normal de la ejecución de las obras. Esto
parece tener su lógica, y es que lo obvio, lo esperable que se
realizaba llanamente sin ofrecer resistencias no necesitaba
ser plasmado, y probablemente hasta pasaba inadvertido. En
este contexto, el construir ciudad es un acontecimiento del
que el escrito da cuenta a través de la exposición de
problemas relativos a aspectos específicos y fragmentarios, en
donde se hace forzoso practicar una lectura lateral para ir
dando forma al objetivo buscado.

Los hechos que monopolizaban la atención en las


sesiones del Cabildo y se constituían en objetos de debate
eran, especialmente, periódico deterioro de los espacios
abiertos (calles, huecos); la iglesia catedral; el fuerte; las
casas de cabildo y cárcel; el matadero de la ciudad.
Escasamente aparecen otros temas tratados que abarquen
cuestiones edilicias y urbanas. En su mayoría no se apartan de
los aspectos de particular interés económico. Y ésta no parece
haber sido solamente una característica propia del Cabildo de
Buenos Aires, de acuerdo a lo que observa Vives Azancot, fue

48
Prácticamente la totalidad de documentos y escritos contenidos en las
compilaciones que respaldan la presente investigación, y sobre las que se
hace referencia a lo largo del trabajo y en sus respectivas notas, guardan
la característica señalada.

21
una situación generalizada que sus hombres se perfilaran como
“(...) imágenes locales del poder, la vana-gloria y los
negocios”. En este contexto, “los cabildos indianos del XVII
(...) limitaron la “ciudad” a un problema de abastos, ornatos
simbólicos, deslindes y precios de solares, viaje de aguas y
poco más (...)”, y si se agregaba el hecho de que la ciudad
era pequeña “en un lugar más o menos perdido, olvidado hasta
de la Hacienda Real”, como sin duda era el caso de Buenos
Aires, “hablar de urbanismo en esa realidad” era, según su
análisis, por completo superfluo49.

La conciencia de la orientación que había ido tomando


aquí la construcción del ámbito urbano pareció llegar a fines
del siglo siguiente, cuando se reconocía que “(...) el
desarreglo que se advierte en los frentes de las casas,
colocación de sus puertas, y planos de sus calles, tan general
como gravoso a muchos vecinos, es efecto de que en la
construcción de sus edificios no observaron el primitivo
alineamiento y Padrón de la ciudad”50.

Mientras, en el transcurso del siglo XVII, es posible


encontrar asidua mención a cuestiones relativas de los
espacios comunes que, desde la perspectiva de lo que había que
superar, manifiestan una imagen de ese entorno.

La topografía natural del terreno, de partida,


ofrecía un paisaje urbano caracterizado por accidentes
físicos, interrupciones, desniveles y barrancos, y el clima
propio del área aportaba lluvias, frecuentemente convertidas
en verdaderos aguaceros, generando lodazales y pantanos que se
acumulaban indefinidamente en las depresiones de las calles.

49
Pedro VIVES AZANCOT. “Iberoamérica y sus ciudades en los siglos XVII y
XVIII”. En: La Ciudad Iberoamericana. Buenos Aires 12 -14 de noviembre de
1985. Madrid MOPU. 1986, p. 310.
50
“Bando (NO 1) publicado en 21 de Mayo de 1772, para el ..., Op. Cit. nota
44, p. 10.

22
Aunque también las maneras de acercarse al medio y la forma en
que los pobladores ejercían su apropiación sobre él, jugaban
una parte decisiva en la permanencia de tales condiciones. La
calle, antes que el espacio de todos, parece haber sido la
franja hacia donde se extendía la búsqueda de satisfacción de
las necesidades privadas. La irregularidad del trazado, fruto
en gran medida de la pobreza de instrumentos con que
demarcarlo y sostenerlo, se veía incrementada por la modalidad
constructiva que en muchos casos se adoptó. Cuya irrupción
condujo al Cabildo a intervenir y a determinar que “(...) las
casas que caen a las calles y tienen las tijeras que salen muy
afuera, y son bajas las paredes, lo cual es de mucho perjuicio
para la gente que anda a caballo y las carretas, (...) se
pregone en la Plaza Pública (...), que todas las tijeras que
caen a la calle se corten y queden de media vara no Más, y los
que de aquí en adelante edificaren ha de estar de tres tapias
a la calle, y con la dicha vara las tijeras (...)”51.

La nivelación accidentada, que constituía la condición de


base de muchas de esas calles, se vio profundizada por el
hábito de los vecinos más cercanos, que las encontraban el
sitio más adecuado donde hacer hoyos para mojar la paja con
que cubrirían los techos de sus edificios52. Y la utilización
de la tierra de su superficie, constituido en el material
elegido para construir la tapia de sus casas más inmediatas,
parece haber sido una costumbre tan extendida, que el Cabildo
luego de reconocer que (...) hay exceso grande en sacar tierra
de las cuadras de los vecinos”, decidió que se hicieran medir
y amojonar las cuadras, y señalar sitio donde pudiera
extraerse tierra, “(...) sin perjuicio de tercero para la
fábrica de sus casas, del ejido y tierras baldías”,

51
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 27 de julio de
1609, p. 187.
52
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1914. Tomo XI. Cabildo del 23 de agosto
de 1656, p. 26.

23
estableciendo la prohibición de usar la de aquellas que
quedaran amojonadas53.
Resulta evidente que las conductas individuales deliberadas
podían limitarse siempre que se adoptaran las medidas
apropiadas, y al parecer el Cabildo estaba decidido a ejercer
su autoridad para lograrlo. No obstante, existían otros hechos
perturbadores que se mostraban más renuentes al hallazgo de
soluciones adecuadas. Desde que aparecieron en escena, las
carretas y su tráfico significaron para el ámbito urbano,
además de una imprescindible presencia por lo que
representaban en cuanto a abastecimiento y a comunicación con
la región, un elemento más de alteración para el perfil de la
ciudad. Actuaron como constantes depredadoras de la vía
pública por donde circulaban, generaban huellas donde había
regularidad, ahondaban los desniveles y las condiciones de
deterioro, y obligaban a la infructuosa reparación una y otra
vez. Tan conflictivo como involuntario fue un fenómeno difícil
de superar. Recién a fines del siglo XVIII empezó a discutirse
en firme la búsqueda una solución más radical, obligándolas a
hacer un camino de circunvalación alrededor del área urbana
más consolidada54. Hasta entonces, de tiempo en tiempo el
Cabildo comisionaba al Fiel Ejecutor para que acudiera a
“(...) apremiar a los vecinos, que cada uno haga aderezar y
limpiar lo que le tocare, y que se pongan en las travesías de
las calles principales palos para que no pasen las carretas”55,
tratando así de reducir los daños producidos y de detener su
continuidad.

53
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1911. Tomo VII. Cabildo del 12 de marzo
de 1629, p. 54.
54
Cfr. Bando No 16. “El Cabildo en vista de la imposibilidad del empedrado
de las calles, propone los medios para conservación de las mismas. [ 2 de
septiembre de 1783]”.
Bando No 19. “Expediente sobre el trazado, construcción e higiene de las
calles de la ciudad de Buenos Aires, iniciado por un oficio del Virrey J.
J. de Vertí, dirigido al Cabildo de esta ciudad. [16 de agosto de 1783 - 1
de mayo de 1785]”. En: Documentos para la Historia..., Op. Cit. nota 36,
pp. 65-69 y 83-85, respectivamente.
55
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo IV. Cabildo del 26 de
septiembre de 1616, p. 371.

24
El clima edilicio que respiraba Buenos Aires estuvo
fuertemente condicionado por los materiales de edificación,
las modalidades constructivas que se implementaban, y las
cualidades de perdurabilidad y obsolescencia a las que esos
materiales estaban sujetos.

Cubiertas y muros fueron dos aspectos convergentes en un


mismo problema que implicaba el desafío de mantener los
edificios en pie. En muchas ocasiones la factura defectuosa
fue la que generó el estado de alerta, como cuando se hundió
“(...) la techumbre de la Iglesia mayor por haberse roto las
cabezas de los tirantes y rehuido las soleras hacia afuera
(...) con peligro de venirse al suelo (...) ( y aún) caer de
golpe”, situación que impulsó al presuroso operativo de llevar
la imagen del Santísimo Sacramento que albergaba a la Iglesia
de San Francisco, y a destecharla para iniciar la acción sobre
ella quitándole esa carga56. Mientras que, la peculiaridad
climática junto a las características del componente material
fue siempre una combinación poco benevolente, que prontamente
acabó por infundir en los pobladores conciencia de la
caducidad cíclica de los edificios que erigían. “(...) por ser
los templos y casas que hay en este puerto y en toda esta
provincia cubiertas de paja, y de tierra suelta sin género de
cal ni piedra (...) ni de materias más durables, respecto de
lo cual y por ser el temple de esta tierra frío y de grandes
inviernos es forzoso andar de continuo reparando, reedificando
y cubriendo las dichas casas (...)”57.

La cuestión estacional y los períodos de lluvias


concluyeron en la resignada aceptación de que “(...) como los

56
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo IV. Cabildo del 21 de enero de
1616, p. 305.
57
“Información levantada en Buenos Aires por el Procurador Johan Díaz de
Ojeda entre los moradores”. En: (Roberto LEVILLIER). Correspondencia de la
Ciudad de Buenos Aires con los Reyes de España. Buenos Aires.
Municipalidad. 1915. Tomo 1, pp. 179-181.

25
edificios son de paja y tan fácil la madera (de deteriorarse),
porque las aguas son gran causa de su ruina, cada dos años han
menester hacerlas de nuevo (...)”58. Aunque no todas las veces
el remedio por todos reconocido fue tan sencillo de
implementar. La reedificación periódica llegó a constituirse
en una pesada preocupación sobre la insuficiencia crónica de
los recursos comunales de la ciudad. En alguna de sus etapas,
el nivel crítico alcanzado condujo al Procurador General a
solicitar a los capitulares, frente al estado ruinoso de las
casas del Cabildo y cárcel, “(...) se venda un pedazo de solar
del Cabildo que esta caído por no haber con que repararlo y
edificarlo (...)”59.

El Fuerte, quizás el edificio de mayor presencia en la


consideración del conjunto de la población, por la condición
de representación de la autoridad y de defensa de la ciudad
que se concentraba en él, lejos de mantenerse ajeno a la
corriente reinante, fue en sí mismo paradigmático de ella.

“El Fuerte de este lugar es un corral cuadrado de


tapias con un terrapleno a la vanda de la mar sobre la
barranca, que está hundido con el tiempo como un estado y en
él hundidas también tres piezas de artillería que hay, la una
de bronce y las dos de yerro, están por encabalgar y sin
ningún género de munición ni otro aparejo ninguno (...)”60.

“(...) hallo en las casas Reales que llaman el


Fuerte un terraplenado sobre la barranca que cae al río

58
“Carta al Rey, del 5 de junio de 1608”. En “Cartas y Memoriales de
Hernandarias de Saavedra. Informes del primer gobernador criollo del Río de
la Plata, al Rey y al Consejo de Indias”. En: Revista de la Biblioteca
Nacional. Buenos Aires, abril-junio de 1937. No 2. Tomo 1, p. 390.
59
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1911. Tomo VII. Cabildo del 22 de mayo de
1634, p. 401.
60
AGI. “Carta de Diego Rodríguez de Valdés y de la Banda. 1599 mayo 20. Al
Rey de España”. ACH, Legajo 112. Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti.
Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires, p. 8 [foja 16 del original].

26
cercado con una tapia de tierra de poco más de una vara de
alto y peinada la barranca sobre que estaban las tapias muchas
de las cuales estaban caídas y se iban cayendo, y con los
primeros aguaceros se cayó todo un lienzo para cuyo remedio
(...) personas de experiencia dijeron convenir volverse a
hacer de nuevo las dichas tapias y todo fortalecerlo con una
barbacana de tierra por fuera hacia el río (...)”61.
La descripción que refería al Rey en 1599 el reciente
gobernador Diego Rodríguez Valdez y de la Banda, en su
evaluación de las existencias; y en segunda instancia, el
testimonio que en 1619 transmitía al mismo interlocutor el
gobernador Diego de Góngora, muestran desalentadoras
semejanzas pese al tiempo transcurrido entre ambas. Y resultan
muy sugerentes de la imagen característica con que se
perpetuaría, por largas décadas, en la memoria de quienes
estuvieron en presencia de ese fuerte que, coincidentemente
para muchos, de él sólo conservaba el nombre62, cuya artillería
pasaba más tiempo “(...) en el suelo (...) (y) desparramada
por la campaña”63, que en la ubicación correcta. Un sinfín de
derrumbes y reconstrucciones constituyó el estado habitual de
ese edificio, que, prácticamente en todo el siglo XVII, no
logró superar la condición de “(...) ser de flaco material e
irregular fundamento”64, como se lo describía todavía en 1678,

61
AGI. “Testimonio sobre las tapias y aderezo del fuerte en Buenos Aires.
27 de julio de 1619. (en) Diez cartas del Gobernado] Diego de Góngora”.
20.VII. Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Tomo 204.
62
Cfr. AGI. “Carta al Rey de los oficiales del Río de la Plata Buenos
Aires, 15 de mayo de 1610”. 15.V. Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Tomo
191.
“Carta al Rey del Obispo del Paraguay Tomás de Torres. Buenos Aires, 4
de mayo de 1521”. 4. V. Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Tomo 208.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1911. Tomo IX. Cabildo del 8 de agosto de
1641,-p. 170.
63
Cfr. AGI. “Cinco cartas del Gobernador Marín Negrón. Buenos Aires, 30 de
abril de 1610”. 30.IV. Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Tomo 1919.
[Carta No 3].
AGN. Acuerdos ..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 1 de marzo
de 1610, p. 238.
“Memorial” adjunto a la “Carta al Rey, del 28 de julio de 1615”. En “Cartas
y Memoriales de....”, Op. Cit. nota 58. Octubre-diciembre de 1937. No 4.
Tomo 1. p. 770.
64
“Respuesta del Rey al Maestro de Campo Joseph de Garro. Madrid, 26 de

27
y estuvo privado de los elementos distintivos que lo
convirtieran en lo que se esperaba que fuera: la protección de
la ciudad ante la posible incursión de corsarios.

Recién después de 1670 se hizo asidua la discusión sobre la


oportunidad de construir una fortaleza acorde a las
características consideradas necesarias para la defensa, en
sincronía nada casual con el emplazamiento de la Colonia del
Sacramento, que establecieron los portugueses en la banda
65
opuesta del Río de la Plata .

Tan demorada decisión no fue producto, precisamente, de que


la cuestión defensiva fuera estimada un asunto menor. Por el
contrario, a lo largo del XVII ocupó un dilatado espacio en la
preocupación de vecinos y autoridades en Buenos Aires, y fue
un tema recurrente en incontables ocasiones.

La concepción de resguardo dictada por la Legislación de


Indias para las ciudades coloniales exigía el mantenimiento de
un contorno libre de 300 pasos alrededor de la edificación
urbana, para “(...) seguridad y defensa de las poblaciones”66.
Y si bien, en la misma ley quedaba expresada la condición de
amurallado que debía cumplimentarse en cada fundación que se
hiciera, este mandato en muchos casos no se cumplió. Sino que,
en torno al esquema urbano de límites precisos, se resolvió la
situación ubicando estratégicamente sitios puntuales de
vigilancia.

febrero de 1680”. En: (Enrique PEÑA). Documentos y Planos relativos ...,


Op. Cit. nota 14, p. 244. (La cita señala el estado del fuerte en un
informe del 31 de agosto de 1678).
65
De los cinco volúmenes que componen los Documentos y Planos relativos al
período edilicio colonial, compilados por Enrique PEÑA, el Tomo 1 citado en
nota 14 reúne la documentación relativa al fuerte de Buenos Aires y a los
estudios para la fortificación de la costa, abarcando ciudad, puerto, y
extensión hacia el interior de la pampa hasta la Guardia del Río Luján.
66
Ley XII. Título Siete. Recopilación de las leyes de los Reinos de las
Indias. Madrid. Consejo de la Hispanidad. 1943. Tomo II, p. 22. (Edición
facsimilar de la cuarta impresión hecha en Madrid en 1791).

28
En Buenos Aires las cosas fueron más lejos aún, ya que
estas guardias en concreto tuvieron una impronta sumamente
débil la amenaza potencial de enemigos extranjeros mantuvo
desde siempre una zozobra latente entre los pobladores y dio a
la ciudad cierto carácter de cuartel encubierto, puesto que,
para sustentar la vecindad no sólo estaban obligados a poblar
y edificar las tierras concedidas, sino además sostener una
actitud vigilante y la disposición de acudir con armas y
67
caballos toda vez que fuera requerida su intervención .

Con la misma dinámica que la reedificación cíclica, la


ciudad periódicamente demostraba su inquietudante la realidad
del desamparo. Manifestaba su disgusto por vivir en una “(...)
plaza :,.arriesgada para poderse defender de los enemigos que
cada día se aguardan, como tan circunvecinos a ella no hay de
donde poderse socorrer la necesidad (...)”68, y esbozaba la
posibilidad de seleccionar sitio acomodado en puntos
específicos, y hacer allí algunos fuertecillos para centinelas
con el objetivo de complementar y apuntalar la debilidad del
fuerte principal, tanto en lo relativo a su condición material
como de su localización respecto del puerto y otros bordes
distantes de la ribera urbana69.

67
Reiteradamente los documentos dejan constancia de estos hechos, como
parte ordinaria de la vida en la ciudad. Cfr. “Memorial” adjunto a la
“Carta al Rey, del 5 de mayo de 1607”. En “Cartas y Memoriales de ..., Op.
Cit. nota 58. Enero-marzo de 1937. No 1. Tomo 1, p. 146.
68
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1911. Tomo IX. Cabildo del 8 de
agosto de 1641, p. 171. Expresiones de este tipo se suceden en
documentación escrita de todo el período, ya se trate de discusiones
internas de la ciudad, como de cartas, memoriales y peticiones diversas
efectuadas ante la autoridad metropolitana.
69
El asunto de la defensa y su instrumentación material fue un tema que
siempre parecía estar empezando. En cada documento la solución señalada
emerge sin mencionar la presencia de experiencias existentes donde lo nuevo
pueda respaldarse.
Cfr. “Memorial” adjunto a la “Carta al Rey, del 5 de mayo de 1607”. En
“Cartas y Memoriales de...”, Op. Cit. nota 58. Enero-febrero de 1937. No 1.
Tomo 1, p. 146.
“Memorial del Procurador General del Cabildo de Buenos Aires, Antonio de
León al Rey, en que se exponen todos los servicios prestados por la Ciudad
desde su fundación. Buenos Aires, 1629”. En: (Roberto LEVILLIER). -

29
La fiebre defensora desatada en las últimas décadas del
XVII, que incluyó la construcción ya mencionada de una
fortaleza: con todos sus tributos, derivó en una planificación
de protección abarcadora también del área de influencia de
Buenos Aires, y significó para la ciudad por primera y única
vez la perspectiva de verse rodeada de murallas. Sin embargo,
la comprensión de que “(...) así lo que cae sobre la barranca
como de la parte de tierra tenía por impracticable el poderse
fortificar ni circunvalarla en la forma que estaba sin
cortarla por las dos puntas de sur y norte, y derribar las
casas y parte de oficinas y tapias de los conventos que caen
sobre la barranca, y que quedarían fuera muchas viviendas con
inconveniente de las muralla (...)”, arrojada por el análisis
técnico. Y el cálculo de que “(...) costaría más la
satisfacción que debía darse a las casas y conventos que se
derribasen, doblado lo que podía costar una nueva
fortificación (...)”70, parecen haber sido razón suficiente
para desestimar esa posibilidad, desviando la atención una vez
más hacia la consolidación de puestos de guardia puntuales.

La preocupación por los abastecimientos básicos, a partir


de un entorno más o menos amplio, fue una constante para las
ciudades medievales y para el período posterior que estamos
tratando. De creciente ingreso en la era del capitalismo y en
una etapa previa a lo que habría de significar la Revolución
Industrial, en Europa y por derivación directa también en las
colonias, campo y ciudad se mantenían estrechamente enlazados,
y es que “(...) la ciudad moderna aparecía progresivamente
como centro visible económico de un “hinterland” externo,
agrario en trance de comercialización de sus actividades
71
(...)” , y la relación de ambas áreas obedecía a reglas claras
de coexistencia.

Correspondencia..., Op. Cit. nota 57, p. 255.


70
Op. Cit. nota 64, p. 243.
71
Santiago QUESADA. Op. Cit. nota 7, p. 77.

30
Las ciudades creaban y sostenían sus tierras de labor a la
medida de sus necesidades, mientras que “(...) hasta bien
entrado el siglo XVIII, incluso las grandes aglomeraciones
conservaban actividades rurales. Albergaban pastores,
labradores, viñateros (hasta en París), y poseían dentro y
fuera de sus murallas, un cinturón de huertos y vergeles
(...)”72, y “(...) al llegar el momento de la recolección,
artesanos y gentes de todos los oficio abandonaban sus
ocupaciones habituales y sus casas para ir a trabajar en los
campos. Así ocurría en el Flandes industrioso y superpoblado
del siglo XVI, y en Inglaterra en vísperas de la
(industrialización) (...)”73. Y en esta compleja trama de
vínculos, en la que la fertilidad de la campaña implicaba la
segura abundancia de la ciudad, ésta asumía “(...) una función
rectora significativa y, por tanto, tomaba a su cargo y
privilegio la organización jurídica de su extensión rural, de
la mano precisamente de las élites urbanas que vivían en la
ciudad, que cumplían su función rectora en ella y que, en todo
caso, tenían o disfrutaban de posesiones y villas campestres
en el entorno”74.

Buenos Aires, como lo que era, la expresión más elemental


de ciudad, se adscribía a tales características, y constituía
a su escala y en la medida de sus posibilidades una unidad
agrourbana, del mismo modo que aquellas. Aunque también-cabe

72
Fernand Braudel. Civilización material, economía y capitalismo. Siglos
XV-XVIII. Madrid. Alianza. 1984. Tomo I (Las estructuras de lo cotidiano),
p. 425.
73
Ibídem, p. 426.
74
Santiago QUESADA. Op. Cit. nota 7, p. 71. Quesada agrega que “de manera
semejante ocurría en Indias, donde Vetancourt (en Teatro Mexicano.
Descripción breve de los sucesos, ejemplos históricos y religiosos del
Nuevo Mundo de las Indias de 1698), describe los caseríos del entorno de
México como un aspecto más del señorío de la ciudad:
“ todo lo más de la comarca en cinco leguas en contorno esta poblado de
huertas, jardines y olivares con casas de campo y los ricos de la Ciudad
han edificado para su recreo (...) paraíso occidental donde se compiten con
gastos excesivos los dueños de las huertas a cual más curiosa (...)” [p.
77].

31
notar que, como producto específico de un proceso de
colonización dirigido, esta articulación campo-ciudad poseía
un factor agregado a los rasgos que era corriente hallar en
enclaves urbanos de emergencia espontánea. La Legislación de
Indias que, evidentemente se recostaba sobre la experiencia de
antecedentes concretos, apuntaba asimismo a la conformación de
un tipo de ciudad asentada en los aspectos ideales de un
entorno favorable. Así, Buenos Aires en su fundación se vio
obligada a responder a condiciones que venían imbricadas en la
misma letra de la ley que normaba la creación de ciudades en
el Nuevo Mundo, en donde “el ámbito de la comarca era uno de
los referentes básicos en el ordenamiento territorial
indiano”75, y obedecía (como todo emplazamiento ex novo) los
preceptos que ordenaban se procurara “(...) tener el agua
cerca (...), y los materiales necesarios para edificios,
tierras de labor, cultura y pasto (...)”76, y aquellos que
señalaban la conveniencia de que “(...) el terreno y la
cercanía que se ha de poblar, se elija en todo lo posible el
más fértil, abundante de pastos, leña, madera, metales
77
(...)” . Además, la forma en que debían repartirse las
propiedades, otorgando a cada beneficiario de manera conjunta
tierras urbanas, y rurales - designadas de manera distintiva
para uso agrícola y ganadero -, acentuaba una modalidad
agrourbana peculiar, y es de prever que generara una corriente
fluida de interconexión entre las diferentes funciones que de
hecho se encontraban en manos del mismo hacedor.

De manera muy general, la reciprocidad planteada parece


haber dado en Buenos Aires muestras de buen funcionamiento. El
informe que objeta el amurallado, de la ciudad registra que

75
Cfr. Alberto de PAULA. Op. Cit. nota 18, p. 1. Esta investigación estudia
con minuciosidad los aspectos relativos al desarrollo específico del
hinterland circundante a la ciudad.
76
Ley I. Título Siete. Recopilación... Op. Cit. nota 66, p.19.
77
Ley III. Ordenanza III. Título Siete. Recopilación... Op.Cit nota 66. p.
20.

32
no sólo su concreción sería gravosa para la hacienda real,
sino que al señalar que “(...) ni convendría, por el consumo
de los bastimentos, porque dentro de ella no tienen ninguno y
al paso que los necesitan los van trayendo de sus chacras para
su gasto ordinario (...)”78, reconoce el impacto negativo que
su construcción ejercía sobre la relación de la ciudad con sus
tierras rurales, y en particular, sobre el vínculo de los
vecinos con sus propias finca. Sin embargo, la riqueza de
posibilidades que, en principio, surge del tipo de
repartimiento colonial, en Buenos Aires estaba lejos de
verificarse todas las veces. La escasez permanente de servicio
de indios que efectuaran las necesarias labranzas ponía al
poblador de recursos más bajos ante el impedimento de
sustentar todos los sitios concedidos, y en no pocas ocasiones
se daba el caso de que el vecino optaba por poblar la
propiedad rural y con ello asegurarse la subsistencia de él y
su familia, dejando un vacío en la ciudad79.

Por lo demás, algunos conflictos característicos de este


tipo de estructuras agitaban aquí la rutina diaria en igual
medida que en otras partes. La permanencia de ganado en los
límites que con tanta insistencia el Cabildo combinaba al
vecindario a trasladar a sitios rurales, no era privativo de
esta ciudad en particular. El reiterado aviso al convento de
Santo Domingo para que diese orden de “(...) que las ovejas
que tienen en la playa y ribera dente río grande y en los
pastos de la ciudad y su ejido las retirasen a una estancia o
parte que no hiciese daño (...) porque no es justo que dentro
de la ciudad y sus arrabales se haga estancia de ganado (...)
particularmente de ovejas que es fuego que abraza los pastos

78
(Enrique PEÑA). Documentos y Planos relativos..., Op. Cit. nota 14, p.
186.
79
La situación de hallarse poblando la propiedad rural era esgrimida en
recurrentes ocasiones por los vecinos, como la razón por la que se
declinaba la aceptación del desempeño de un cargo adjudicado por el cuerpo
capitular, que lo obligaría a sostener una presencia activa en la ciudad.

33
por mucho tiempo”80, no difiere mayormente de la prohibición a
la que debió recurrirse, todavía en 1746, en Venecia a la cría
de cerdos en la ciudad y en los monasterios81, por supuesto
salvando la enorme distancia que separaba a Buenos Aires de
cualquier ciudad europea, aún de la más pequeña.

Esa disparidad, de la que seguramente ningún colono - ni


siquiera el más antiguo que había cruzado décadas atrás el
océano con la expedición de Pedro de Mendoza - podía tener
dudas, resultaba comprendida de manera más ajustada cuando
reparaban en ella observadores recientemente arribados. En
este caso, la mirada externa aportada por algunos viajeros, si
bien tiene mucho de circunstancia y relativo por su condición
subjetiva, tiene también la posibilidad de individualizar en
algún grado las diferencias, y de proveer elementos que
contribuyen a dar cuenta del estado real de la ciudad.
Testimonios casi contemporáneos de mediados del XVII convergen
en adjudicarle la existencia de unas cuatrocientas casas. Y
si por una parte, se pone de relieve la relieve la tenían
sólo “(...) una planta, sin otros pisos y del mismo modo los
conventos, (...) (y) techada con paja y ramajes”82, por otra,
se agrega a esta observación la espaciosidad que caracterizaba
a los predios edificados, al señalar “(...) los grandes
patios, detrás de las casas las grandes huertas, llenas de
naranjos, limoneros, higueras, manzanos, peras y otros árboles
frutales, con legumbres en abundancia (...)”83 describiendo una
imagen eminentemente aldeana, tan distinta al perfil que,
ciertamente, en pleno proceso de expansión comercial

80
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1911. Tomo IX. Cabildo del 10 de
diciembre de 1641, p. 221.
81
Fernand BRAUDEL. Op. Cit. nota 72, p. 425.
82
Primeras crónicas de Buenos Aires. Las dos memorias de los hermanos
Massiac (1660-1662)”. En: Historia No 1. Año 1. Buenos Aires, agosto -
octubre de 1955, p. 121.
83
“Relación de los viajes de Monsieur Acarete du Biscay al Río de la
Plata”. En: La Revista de Buenos Aires No 49. Año V. Tomo XIII. Buenos
Aires, mayo de 1867, p. 18.

34
presentarían por entonces las ciudades europeas.

Esa imagen iba a demorarse mucho en verse modificada.


Todavía al fin del siglo, el punto de vista extranjero le daba
a Buenos Aires la calificación de “(...) pueblecillo (...), el
cual no tiene más que dos calles construidas en cruz (...), y
las casas e iglesias (...) en un sólo piso (...)”84, resaltando
la escasa consolidación, que apenas hacía reconocible la
existencia de dos vías circulatorias y los rasgos distintivos
de una dispersión edilicia y un perfil urbano que, de manera
persistente, se empeñaba en mostrarse endeble y elevándose
incipiente en el territorio.

La ciudad inmaterial

“(...) los seis años primeros no hubo en ella


(Buenos Aires) comunicación ni trato con (...) parte ninguna,
en los cuales se pasó y padeció (...) tanta hambre y necesidad
de todas las cosas necesarias para la vida humana y sustento
de ella que perecieron muchas personas por falta de medicinas
y algunos refrigerios, hasta que después del dicho tiempo que
aportaron a este puerto algunos navíos de la costa del Brasil
que trajeron algunos bastimentos y cosas para vestir(...), se
animaron los vecinos de esta ciudad y comenzaron a alzar y
hacer casas en que vivir y a labrar y cultivar la tierra
(...)”85.

El momento fundante parece haberle dilatado


extensamente según lo que puede obtenerse del testimonio de un
poblador inicial. El acto de crear la ciudad fue solo el

84
Documentos para la Historia..., Op. Cit. nota 36, p. CXVIII.
85
“Información levantada por un vecino de Buenos Aires entre los
habitantes, para exponer el estado de miseria de la ciudad al Rey. Buenos
Aires, mayo de 1599”. En: (Roberto LEVILLIER). Correspondencia..., Op. Cit.
nota 57, p. 437.

35
principio del proceso de germinación, que iba a derivar en la
materialidad prevista y deseada, y que de manera transitoria,
muy posiblemente, se componía de una estructura de precarias
tiendas, ranchos y enramadas donde pudieran recogerse, como
proveía para el caso la Legislación de Indias86. Mientras
tanto, en un medio físico fuertemente natural el tejido urbano
se construía con las accione: y con el comportamiento. Así, la
ciudad empezó a existir antes de la ciudad, e invisible aún,
era creada, recreada y sostenida a diario por medio de las
formalidades, la ritualidad y las ceremonias que, plenas de
sentidos específicos, diseñaban la vida urbana y se
proyectaban sobre el espacio. Es significativo que, cuando en
el paisaje casi ningún hecho urbano daba todavía muestras de
su existencia, los objetos para el culto poseían un valor
francamente relevante, por ejemplo. Los ornamentos para
ambientar la liturgia en el momento de la misa eran reclamados
y ubicados en igualdad de necesidad que los que sustentaban lo
más elemental de la subsistencia. En tal sentido, se hacía
constar en una información de 1599 que “(...) para el servicio
del culto divino (...) no hay vino, ni cera ni aceite para
alumbrar el santísimo sacramento, ni tafetán ni otra seda ni
Holanda ni otro lienzo para poder hacer lo necesario para el
servicio de los altares (...)”87. Por otra parte, es factible
suponer que el ejercicio de las rutinas urbanas en el tiempo
debió haberse prolongado lo suficiente hasta que comenzó a
ensamblarse paulatinamente con la ciudad concreta, hallando de
manera progresiva elementos que daban cuenta de su presencia.

Las prácticas, que confluían y se desenvolvían en


escenarios urbanos de existencia cada vez más real, partían de
orígenes diversos. Básicamente, las promovidas y estimuladas
por el ámbito religioso, y los procedimientos protocolares de

86
Ley XVI. Título Siete. Recopilación..., Op. Cit. nota 66, p. 22-23.
87
“Información levantada...”, Op. Cit. nota 85, p. 438.

36
índole cortesana, junto a algunas tradiciones recreadas en el
seno de lo popular se constituían en acciones configuradoras
de la ciudad incorpórea.

El desarrollo del acto fundacional, escalón primero de todo


este proceso, era en sí mismo una secuencia de acciones
formales previstas de manera escrupulosa. Apoyado en
instrucciones de los comienzos de la incursión conquistadora
en América, para que en nombre del Rey se tomara lo que se iba
descubriendo “(...) con toda la más solemnidad que se pueda,
haciendo todos los autos y diligencias que en tal caso se
requieren (...)”88, llegó a convertirse en un conjunto de
pautas de las que debía dejarse constancia escrita para que,
por disposición de la Corona, la actuación tuviera “pública
forma en manera que se haga fe”89.

En nuestro caso, del documento se desprende que el fundador


llevó adelante el formulismo legal corriente, observando la
puntillosa minuciosidad que, contemporáneamente, Bernardo de
Vargas Machuca recogía en su Milicia y Descripción de las
Indias, echando mano aquí a la modalidad explícita de las
escenas de una obra teatral90.

Si la designación de las autoridades revistió vital

88
Los distintos aspectos de la formalidad habían sido “(...) claramente
expresados en las instrucciones de Velásquez a Cortés del 23 de octubre de
1518 (...). Años más tarde las Ordenanzas de Población de Felipe II dieron
fuerza legal al acto (...). (Aunque) las disposiciones no determinan la
forma de 'la solemnidad y autos necesarios”, dejando por tanto a
descubridores y pobladores en libertad de fijar los actos solemnes a
realizarse (...)”. Cfr. Francisco DOMINGUEZ COMPAÑY. Política de
Poblamiento de España en América. La Fundación de ciudades: Madrid.
Instituto de Administración Local. 1984, pp. 33-35.
89
Ibídem, p. 33.
90
Por su contenido, esta obra parece conformar un verdadero manual para
fundadores de ciudades en el Nuevo Mundo. Publicada en Madrid en 1599, en
ella orienta los preparativos del escenario, guía paso a paso los actos que
deberán desarrollarse, e indica las expresiones verbales y gestuales
apropiadas a adoptar en cada instancia de la ceremonia. Cfr. Bernardo de
VARGAS MACHUCA. Milicia y Descripción de las Indias. Madrid. 1892. Tomo 1 ,
pp. 18-28.

37
importancia, ya que con ello quedaba constituido el Cabildo,
al que Juan de Garay le otorgó “(...) entero poder (...) en
nombre de su Real majestad para que (sus miembros) usen sus
oficios conforme a las leyes y pragmáticas (...)” del Rey91,
dando así inicio al régimen jurídico local, otras condiciones
de carácter emblemático acabaron de configurar la
formalización de la nueva ciudad. Los símbolos exteriores del
poder espiritual y temporal tuvieron acordado su lugar. El
primero en la “(...) advocación de la Santísima Trinidad la
cual ha de ser Iglesia mayor y parroquial (...)”92 y el segundo
en los actos que Vargas Machuca define como ceremonias de
protestación, reto y posesión; que, por una parte, Garay
ejecutó alzando y enarbolando en el sitio asignado a la plaza
“(...) un palo y madero por Rollo público y consagil para que
sirva de árbol de justicia (...)”, en representación de la
justicia real. Y por otra, dio cumplimiento a la toma de
posesión, y “(...) en nombre de su majestad (...) echó mano a
su espada y cortó hiervas y tiró cuchilladas (...)” en un
cierto radio en torno al grupo, dejando constancia ante los
otros, convertidos así en testigos, sobre el motivo de su
accionar93.
Manifestaciones de autoridad local y demostraciones de
sumisión, presentes en este modo de iniciación representado en
el Acta, perduraron y se extendieron hacia aspectos diversos
de la cotidianeidad, en donde deberes y derechos que se
adquirían de forma pública comportaban una ineludible
formalización.

El dominio de la Corona fue personificado en el Estandarte


Real. Poseía en uno de sus lados la imagen de la Virgen María
y en el otro las insignias y armas reales del monarca en el

91
“Acta de Fundación de la Ciudad de Buenos Aires”. En: (Enrique PEÑA).
Documentos y Planos..., Op. Cit. nota 14, p. 4.
92
Ibídem.
93
Ibídem, pp 6-7.

38
trono en ese momento, y era resguardado, por lapsos anuales,
por quien detentaba el cargo, designado por el Cabildo, de
Alferez Real de la ciudad. El procedimiento de entrega y
devolución del estandarte era una ceremonia que llevaba a cabo
el mismo gobernador, tomando juramento a su nuevo depositario,
quien adquiría el compromiso de “(...) que tendría aquel
estandarte en nombre de Su Magestad y le defendería y haría
todo aquello que los servidores y vasallos de sus señores son
obligados (...)”94.

La distribución y toma de posesión de los cargos del


Cabildo también se cumplía a través de una estricta rutina,
renovándose el primer día de cada año. La vara conformaba el
objeto simbólico que, entregado en el momento de la jura,
otorgaba “(...) en nombre de Su Magestad, poder y facultad
para que (...) puedan usar y usen, los oficios (...)”95, de
acuerdo a las competencias de cada cargo. De todos ellos, no
es un aspecto menor en la línea del análisis que estamos
desarrollando, el que en algunos casos las incumbencias
parecían estar orientadas a modelar las conductas de los
pobladores hacia progresivos rasgos de urbanidad, y a regular
derechos y deberes grupales e individuales en el marco de la
nueva ciudad. Por sus atribuciones, las investiduras del Fiel
Ejecutor y del Procurador General aparecen como figuras
facilitadoras de la convivencia urbana.

El Procurador General, que ya en el Acta de fundación se le


concedía el que “(...) viese lo que convenga al bien común”96,

94
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I. “Entrega bajo juramento del
Estandarte Real al Alferez de la Ciudad Francisco Bernal en 11 de noviembre
de 1589”, pp 52-53.
95
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I. Cabildo del 1 de enero de
1606, P. 174. El cuerpo capitular quedaba conformado por Alcaldes de primer
y segundo voto, Regidores, Alcaldes de la Santa Hermandad, Alferez Real,
Procurador General, más el cargo del Fiel Ejecutor cuya frecuencia de
traspaso era de cuatro meses.
96
“Acta de Fundación de la Ciudad de Buenos Aires”. En: (Enrique PEÑA).
Documentos y Planos..., Op. Cit. nota 14, p. 7.

39
en los hechos ejercía su rol tomando a su cargo globalmente la
defensa de todo derecho que resultaba amenazado. Unas veces
eran los derechos de la ciudad, otras los derechos del
Cabildo, otras, los derechos de los vecinos aún en contra del
mismo Cabildo o en contra de la autoridad política97. Y si bien
estaba restringido en su capacidad para tomar decisiones por
sí mismo, sus atribuciones le otorgaban una amplia facultad
para dirimir conflictos y hacerse escuchar en el ámbito que
correspondía.

Por lo que respecta al Fiel Ejecutor, se trata de un cargo


que habilitaba por lapsos de sólo cuatro meses a quien lo
desempeñaba. Aunque sus incumbencias estaban dirigidas a
obtener una finalidad similar a la competencia del procurador,
los medios para lograrlo le daban un matiz diferente. En su
caso, ejercía la tarea de vigilar y obligar el cumplimiento de
las normas que acordaba el cuerpo municipal. El traspaso de la
vara, aún el breve período de la función, estaba imbuido de un
clima de solemnidad semejante a lo que sucedía con los otros
cargos. Con el juramento de rigor, el funcionario de turno
adquiría el compromiso de actuar “(...) en forma debida (...),
guardando las ordenanzas y (...) haciendo justicia en lo que
se ofreciere sin pasión ni afición (...)”98.

Es interesante observar que la asidua rotación de roles de


la actividad capitular en un grupo humano tan pequeño, como lo
era el que reunía la categoría de vecinos en la ciudad,
llevaba, seguramente, a ubicar en sitios opuestos
alternativamente a unos y a otros con relativa frecuencia. Y
si en un momento uno detentaba autoridad en algún grado, al
97
María Isabel Seoane en su obra: Buenos Aires vista por sus procuradores
(1580-1821). [Buenos Aires. Instituto de Investigaciones de Historia del
Derecho, 1992] analiza ampliamente el desempeño de esta figura de la
institución capitular porteña, específicamente en base a fuentes primarias
en guarda en el Archivo General de la Nación.
98
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo III. Cabildo del 22 de
septiembre de 1614, p. 103.

40
poco tiempo podía pasar a ocupar otro cargo de igual o
distinta jerarquía, o bien, un espacio del común, y el lugar
que había dejado vacante podía ahora ser ejercido también por
alguien que salía del común, con la sola condición de
pertenecer al mismo nivel de poblador99.
Mucho se ha insistido sobre la situación de aislamiento que
sufrió Buenos Aires en esta etapa de su desenvolvimiento
colonial, acentuándose en particular la pobreza de recursos
materiales con que construir la ciudad misma y las formas
urbanas de vida. Rasgos destacados de este proceso, como el
riguroso acatamiento de Hernandarias a las órdenes dadas por
la Corona sobre la prohibición del funcionamiento portuario,
la estricta vigilancia para impedir el ingreso de extranjeros
que debía efectuar la autoridad local y de las que dan cuenta
muchas de las sesiones del Cabildo, la imposición de aduanas
secas primero en Córdoba en 1622 y en Jujuy en 1685 , y,
observaciones que reiteraban las carencias de las-más
elementales-medicinas para curar enfermos, las que indicaban
que hasta faltaba jabón para lavar la ropa por largas etapas,
tienden a modelar esa imagen100.

99
Es frecuente verificar La sucesiva rotación de un grupo de nombres a lo
largo del tiempo en las designaciones de los cargos del Cabildo. Algún
ejemplo puede ser ilustrativo al respecto, como lo es el caso del vecino
fundador Antón Higueras de Santana. En cierto momento puede hallárselo
cumpliendo la función de Alferez Real, con el honor de recibir en guarda el
Estandarte Real
[Cabildo del 10 de noviembre de 1605, p. 164]. Casi un año después, a
partir del proceso de mensuras a que fueron sometidas las tierras de la
ciudad y su hinterland y en el que participaba de manera activa, se lo
encuentra en la dificultosa posición de haberse convertido sin buscarlo en
invasor de tierras rurales ajenas, por errores en la demarcación [Cabildo
del 19 de octubre de 1606, p. 236]. En otra instancia, aparece siendo
apremiado por el Fiel Ejecutor de turno - cargo que él mismo ocupara en
variados momentos , para que cumpliera con su compromiso de mantener en
buen estado el matadero de la ciudad, como permisionario que era [Cabildo
del 22 de septiembre de 1614, p. 102].
100
En especial, la línea de trabajos que se han abocado al estudio de la
vida económica de Buenos Aires muestran la faceta de su estado mísero y su
condición de rincón incomunicado en la parte más austral del territorio
poblado, sólo franqueada por las escasas permisiones y la trasgresión que
provocaba el contrabando, focalizándose en sus consecuencias sociales y
económicas.
Cfr. Raúl MOLINA. “Una historia desconocida sobre los navíos de registro
arribados a Buenos Aires en el siglo XVII”. En: Historia No 16. Buenos

41
Sin embargo, y aunque no puede negarse que las cuestiones
acotadas conlleven su porción de verdad, es posible suponer
que Buenos Aires estaba en realidad bastante menos aislada que
lo que se empeñan en mostrar el sin número de lamentaciones
qué al respecto proporcionan muchos de los documentos del
período en especial los que abogan por una mayor flexibilidad
comercial para la ciudad. Ciertos indicios así permiten
vislumbrarlo.

La vinculación con puntos distantes y cercanos de


diferentes lugares del territorio, de dominio hispano o no,
como por ejemplo las costas del Brasil, era un hecho. Más allá
de la legalidad o ilegalidades de tales contactos, éstos
aportaban noticias, permitían que se filtraran novedades en
los usos y costumbres, y traían, objetos de impensable
producción local. Como aquellos que fueron confiscados en 1588
a un navío portugués, entre los que se contaban “cojines de
seda de la India”, “paño verde de Londres”, “abanicos de
seda”, “almohadas y alfombras de estrado”, “sedas de Toledo”,
que, si se los compara con la pobreza de oportunidades a que
estaba sometida la población, revestían características de
manufacturas suntuarias101. Y una vez inventariadas y
adjudicados los respectivos precios se libraron a la venta,
pasando seguramente a manos de los más pudientes de la ciudad.

Aires, abril-junio de 1959, pp. 11-100.


Raúl MOLINA. “Las navegaciones del Río de la Plata, después de la
fundación de Juan de Garay”. En: Historia No 40. Buenos Aires, 1965, pp. 3-
85.
Guillermo CESPEDES DEL CASTILLO. “Lima y Buenos Aires, repercusiones
económicas y políticas de la creación del Virreinato del Plata”. En:
Anuario de Estudios Americanos, III. 1946. pp. 664-874.
Emilio CONI. Agricultura, Comercio e Industrias coloniales. Siglos XVI
a XVIII. Buenos Aires. Ed. El Ateneo. 1941.
Silvio Zavala. Orígenes..., Op. Cit. nota 1. Si bien en este caso se trata
de una obra que estudia el proceso de colonización con un enfoque amplio y
más complejo, acentúa rasgos que convergen en la imagen señalada.
101
MUSEO MITRE. Archivo Colonial. Arm. B, C15, P.I, No 14. “Piezas sueltas
en que se contienen las cuentas que se han tomado en nombre de su Magestad
a los oficiales Reales de las Provincias del Río de la Plata. En 1588”. Se
refiere al navío de Lope Baez llamado San Francisco, llegado del Brasil al
puerto de Buenos Aires el 2 de mayo de 1588.

42
Poco puede extrañar entonces que, con el ingreso reiterado de
mercaderías de esta índole, a mediados del XVII Acarete du
Biscay haya encontrado que esas construcciones de adobe que
cíclicamente había que reconstruir, si se trataba de “las
casas de los habitantes de primera clase (...)”, presentaban
ciertos rasgos de refinamiento, “(...) adornadas con
colgaduras, cuadros, y otros ornamentos y muebles decentes, y
(...) (con servicio) en vajilla de plata (...)”102, irradiando
su influencia sobre los modos de vida en el común de la
población.

Por otra parte, las distanciadas comunicaciones con la


Metrópoli y la relación con buques extranjeros que se
acercaban subrepticiamente a sus costas en busca de los frutos
del país, proporcionaban “por cierto también lo propio.

Esta etapa de la evolución de Buenos Aires transcurre


contemporánea al fenómeno que engloba a las distintas
manifestaciones del Barroco, que Maravall sitúa en España
desarrollándose desde poco antes de 1600 a 1680
aproximadamente103. Y si bien, efectuar un análisis detenido de
la influencia que alcanzó en Buenos Aires y el grado en que se
extendió a la obra humana y a la vida social de la ciudad,
excede las posibilidades de este trabajo, es factible
encontrar puntos de contacto entre la cultura del Barroco y la

102
“Relación de los viajes...”, Op. Cit. nota 83, p. 18.
103
Con un enfoque eminentemente social y político, José Antonio Maravall
desenvuelve con agudeza este proceso centrado en España en su obra La
cultura del Barroco. Barcelona. Ariel. 1983, 2o ed. Desde su punto de vista
“(...) estudiar el Barroco es situarse, por de pronto, ante una sociedad
sometida al absolutismo monárquico y sacudida por apetencias de libertad:
como resultado, (nos ubicamos) ante una sociedad dramática, contorsionada,
gesticulante, tanto de parte de los que se integran en el sistema cultural
que se les ofrece, como de parte de quienes incurren en formas de
desviación, muy variadas y de muy diferente intensidad. (...) Barroco es
pues un concepto histórico, (...). Como época de contrastes interesantes y
quizás tantas veces de mal gusto (se caracteriza) por individualismo y
tradicionalismo, autoridad inquisitiva y sacudidas de libertad, mística y
sensualismo, teología y superstición, guerra y comercio, geometría y
capricho (...)” pp. 11-46.

43
transformación de ciertas ceremonias públicas, así como hallar
elementos en el universo de lo cotidiano que parecen emerger
de sus características.

La progresiva acentuación de la pompa en el término de


pocas décadas en el traspaso del Estandarte Real, que se
efectuaba hasta 1610 en el día del patrono de la ciudad y a
partir de entonces en el inicio de cada año, merece dedicarle
cierta atención.

El acto que en 1589 se desarrollaba de manera austera, en


sólo unas secuencias que culminaban con el juramento habitual
del nuevo depositario del emblema104, lo hallamos en 1605
compuesto por una serie de pasos, que incluía un orden
específico de las autoridades locales en el modo de acompañar
el estandarte por el itinerario público, seguidas por “(...)
los vecinos y encomenderos feudatarios de su Magestad y
(luego) los demás vecinos y soldados todos por su orden bien
compuesto y ordenado como cosa tan estimada y a quién se debe
venerar (...)”105, según se dejaba asentado en la sesión
correspondiente del Cabildo.

La ceremonia que se llevó a cabo en 1610 sorprende por el


nivel de complejidad alcanzado, que ahora comprendía una
sucesión de actos en dos días consecutivos. Aunque resulte un
tanto tedioso por la sinuosidad del desarrollo, vale detenerse
en todo este proceso. La apertura debía ser iniciada por los
miembros del cuerpo municipal quienes, previamente reunidos en
el Cabildo con los vecinos relevantes, “(...) a caballo, han
de salir por su orden y antigüedad, por el señor Gobernador
(...,) a su casa (...) (regresando con él) a las del Cabildo
donde quedara con el Alferez, electo a quién se (entregaría)

104
AGN. Acuerdos..., “Entrega..., Op. Cit. nota 94, p. 53.
105
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo I. Cabildo del 10 de
noviembre de 1605, p. 162-164.

44
el dicho Estandarte. Seguidamente, “(...) el dicho Cabildo y
acompañamiento han de ir por el Estandarte a casa del Alferez
Real que le tiene y hubiere de entregar, y traerle a las
dichas casas del Cabildo (llevándolo) la Justicia Mayor (...)
entre los dos Alcaldes Ordinarios (...)”. Llegados al lugar,
el Alferez Real saliente debía ponerlo en manos del
Gobernador, quién lo daría a su nuevo depositario tomando el
juramento de fidelidad acostumbrado. La escena siguiente se
desenvolvía en la iglesia, donde ingresaba el Gobernador
llevando “a su mano derecha” al Alferez electo, el que debía
ser ubicado en “(...) una silla con una alfombra y cojín en
medio de la capilla mayor en medio del Gobernador y Justicia
Mayor, el rostro a el altar mayor, y después de haber hecho
oración llegara el alcalde más antiguo acompañado de dos
regidores, los más antiguos, y le tomara el dicho Alcalde el
Estandarte y le pondrá a la mano derecha del Evangelio(...)”.
Acabado esto, “(...) en la misma forma y con el mismo
acompañamiento se le devolverá, y al tomarlo y devolverlo a de
estar siempre el Cabildo en pie y destocados, y lo mismo el
dicho Alferez, y salidos en la misma forma de la Iglesia se
pondrán a caballo, tomando al Alferez Real el Estandarte el
Alcalde al subir a caballo, y los dos regidores dichos, el uno
el estribo y el otro la rienda, y en sus puestos dichos, se
dará una vuelta al lugar pasando por la ermita del patrón
(...)”. El regreso implicaba desandar los pasos dados al
comienzo. Se conducía al Alferez Real con el Estandarte a su
casa, luego el Cabildo en cuerpo y el acompañamiento llevaba a
la suya al Gobernador. El segundo día la reunión del conjunto
que se efectuaba nuevamente a través de una rigurosa
organización tenía por objetivo, misa mediante, un nuevo
ritual en la iglesia. Allí, en el momento de decir el
Evangelio “(...) el dicho Alcalde volverá a dar el Estandarte
al dicho Alferez Real. Los dos Regidores se quedarán con las
puntas en las manos hasta que acabe el Evangelio, volviendo el

45
dicho Alcalde a tomarle y ponerlo en el altar (...)”. Luego de
unos complicados pasos entre unos y otros frente al altar, y
“(...) acabada la misa se volverá el dicho Alferez a su casa y
el Gobernador a la suya en la forma que el día anterior
(...)”106.

La ceremonia, con toda su innovación y exaltación del


cultivo de las formas protocolares, pone el acento en la
valorización de un orden social tradicional, en donde el
respeto por las jerarquías y la antigüedad en ella tienen
vital importancia, y el trato que recibe el estandarte,
encarnación de la figura del monarca, lo eleva por encima de
los presentes y lo ubica en el plano del poder absoluto que el
soberano detentaba.

La disposición renovada frente a la insignia real fue


impulsada por el gobernador de entonces Diego Marín Negrón, y
es posible suponer que nada había en ello de azaroso. Antes
bien, podría inferirse una voluntad de ejercer algún efecto
premeditado. En este sentido, no puede pasarse por alto que se
trataba de alguien relativamente recién llegado de la
Metrópoli, que procedía de un contexto en el que se estaban
sucediendo cambios. Allí la cultura del Barroco, apunta
Maravall, constituía un instrumento empírico (...) para operar
adecuadamente con los hombres, (...) a fin de acertar
prácticamente a conducirlos y a mantenerlos integrados en el
sistema social”107.

En este contexto, cabe preguntarse si la incorporación de

106
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 9 de
noviembre de 1610, pp. 304-306.
107
Cfr. José Antonio Maravall. Op. Cit. nota 103, p. 132. En este tiempo la
cuestión del dominio real adquiere un lugar central y, paralelamente, una
perspectiva diferente: “En el Barroco no se quería sólo acallar, sino que
se pretendía atraer. (el poder absoluto del soberano) se mantiene en el
XVII sobre el fondo movedizo-de la opinión. De ahí el valor de la
persuasión y de los medios que la promueven” (p. 167).

46
elementos y aspectos que complejizan la ceremonia estaban
guiados sólo por la aspiración de otorgarle un refinamiento
estético tendiente a “(...) procurar conmover e impresionar
(...) acudiendo a una intervención eficaz sobre el resorte de
las pasiones (...)”108, acabando aquí como un fin en sí mismo,
o en realidad, la movilización de sentimientos constituía un
medid dirigido a lograr en los súbditos de la ciudad indiana
un creciente involucramiento y compromiso con el significado
de la ceremonia y, por extensión, fomentar del sentimiento de
pertenencia al Imperio hispánico.

En público y en privado, la sociedad que conformaba Buenos


Aires no podía ni aún en los últimos tramos del XVII, siquiera
imaginar la posibilidad de disponer de la abundancia de
recursos con los-que en ciudades como Lima o México, quienes
podían despegarse del común y encumbrarse, construían la vida
a diario rodeada de cierto halo que aspiraba a ser
aristocrático, impregnada de artificios y reglas de cortesía,
y, con “(...) la vanidad en los trajes, galas y pompa de
criados y librea”109. Sin embargo, el cuadro que trasciende de
la descripción de Acarete du Biscay, en donde asimismo
incorpora la presencia de “(...) muchos sirvientes, negros,
mulatos, mestizos, indios, cafres o zambos, siendo todos estos
esclavos”110, muestra ya entre los más privilegiados una
inclinación hacia aquellas actitudes señoriales y los hábitos

108
Ibidem, p. 170.
109
Fray Bernabé COBO. Historia de la Fundación de Lima [c.1536j. Citado en
José Luis Romero. Latinoamérica. Las ciudades y las ideas. Buenos Aires.
Siglo XXI, p. 87. Romero señala, al tratar la noción de Hidalguía que se
extiende en la América hispana, “(...) la conquista constituyó en Indias
desde un comienzo sociedades urbanas homólogas a las metropolitanas de su
tiempo, ignorando o descartando la primera etapa del proceso de desarrollo
urbano que era inseparable de la constitución del mundo mercantil y de las
actividades de la incipiente burguesía que se formó bajo su estimulo. El
mundo mercantil prosperaba, pero las ciudades hidalgas de Indias fingían
(...) ignorarlo. (...). Así quedó implantada en las ciudades hispánicas y
lusitanas una sociedad barroca de Indias, como una imagen especular de las
de España y Portugal, alterada por el color cobrizo de las clases no
privilegiadas” (p. 85).
110
“Relación de los viajes Op. Cit. nota 83, p. 18.

47
dominados por el afán de ostentación.

Precisamente, uno de los aspectos que aparecen como


característicos del Barroco es su condición urbanas, y en ese
marco, la exhibición de la posesión de riqueza ante los otros
se guiaba por él ánimo de poner distancia, diferenciarse
socialmente y demostrar la pertenencia privilegiada al nivel
de los distinguidos. “Las gentes ciudadanas del Barroco
(estaban) para e] lucimiento ostentoso” en la sociedad
111
española , y esa disposición se proyectó a América con rasgos
análogos. Si bien en Buenos Aires la pobreza de medios era una
dificultad y tendía a eclipsar las aspiraciones de distinción,
es claro que, si las observaciones del viajero citado son
veraces, permitía en algún grado el brillo superficial de la
vida privada. Y en público, tampoco alcanzaba a impedir la
reproducción a su escala de ese aire de estudiada hidalguía,
que se manifestaba en todas las ocasiones que aparecía
posible. En particular, los ritos religiosos resultaban ser la
oportunidad frecuente donde liturgia y ceremonia cortesana
encontraban una propicia confluencia. Las reglas que pautaban
la “forma y orden para comulgar el Cabildo en cuerpo (...) en
la iglesia parroquial los días primeros de las tres pascuas
del año (...)”112, el modo en que los capitulares, encomendados
para ello, debían acudir “(...) al encierro y desencierro del
Santísimo Sacramento el jueves y viernes Santo” en cada una de
las iglesias de la ciudad113, muestran el nivel de protocolo
alcanzado cuando todavía la segunda década del XVII no había
llegado a su fin y, seguramente, el ritmo constructivo distaba
mucho de proveer una imagen urbana en un mínimo satisfactoria.
Fiestas públicas y patronales, procesiones, rogativas, con su
animación y movimiento, alternaron la monotonía de las

111
José Antonio Maravall. Op. Cit. nota 103, p. 251.
112
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 6 de abril de
1610, pp. 243-244.
113
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo III. Cabildo del 26 de marzo
de 1616, p. 323.

48
prácticas rutinarias y de las obligaciones habituales que
sostenían la supervivencia, y al aglutinar en torno suyo al
conjunto de los pobladores, impregnaron de dinámica urbana a
la cotidianeidad de la ciudad en formación.

Al tener su desencadenante en la inmediatez de situaciones


que involucraban lo vital de la comunidad, las rogativas
tránsito de la ciudad por momentos límites de enfermedades,
plagas, o sequías. Aunque en el marco de esquemas claramente
reglados, respondían a hechos apremiantes que tenían que ver
con la propia experiencia y con la imperiosa demanda de hallar
resoluciones concretas a esos problemas reales, relegando a un
segundo plano el apego a las formas y a las artificiosas
apariencias. Y ya fuese a través de sermones, misas cantadas,
novenarios o procesiones, se traducían en un despliegue
austero sostenido por el contenido emocional, producto de la
necesidad, y marcado por la formalidad de los actos señalada
cada vez por el Cabildo, que vehiculizaban los motivos que
originaban su emergencia114.
Alejadas de urgencias vitales, las conmemoraciones tenían
lugar en un contexto bien diferente, en el que la innovación,
la creatividad, la gravitación de las influencias ajenas
tenían oportunidad para manifestarse en los preparativos
específicos, la ambientación y el desarrollo de la ceremonia,
orientada ésta no sólo a generar adhesión por el contenido que
encerraba sino a constituirse además en un espectáculo que
levantara admiración por el despliegue exterior. De esta
manera, también en Buenos Aires “(...) el regocijo con

114
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo III. Cabildo del 23 de
octubre de 1617, p. 467.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo IV. Cabildo del 22 de octubre de
1618, pp. 76-77.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo VI. Cabildo del 7 de mayo
de 1627, p. 317.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1909. Tomo VII. Cabildo del 23 de
julio de 1642, p. 290.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1914. Tomo XIV. Cabildo del 24 de noviembre
de 1674.

49
mosquetería y otros instrumentos de pólvora, (...) el clamor
de cama s y trompetas (...)”, el que la estuviera “muy bien
aderezada” (...)”, la incorporación en medió del altar mayor
dé una imagen “(...) que pegaba devoción a todos los que le
miraban”, por ejemplo: adquiría relevante importancia115.
Asimismo, si bien la solemnidad, la observancia del debido
decoro, el apego a un orden riguroso, estaban siempre
presentes y proporcionaban la estructura dentro de la cual
debía desenvolverse la sucesión de escenas, y otorgaban un
cierto clima para el desarrollo, en el caso de los
acontecimientos festivos, el meticuloso pautado de su programa
incorporaba alguna porción de flexibilidad donde tenían cabida
las actividades lúdicas. Juegos cañas, fiestas de toros116,
corridas de patos, conformaban la parte popular de la
severidad y el júbilo predeterminado.

Las planificadas demostraciones de alegría necesitaban de


una escenografía propiciatoria y su realización parece haber
sido un hecho corriente en el periodo. El desarrollo del
ceremonial y de los festejos urbanos implicaba en las ciudades
hispánicas del XVII la aplicación de “ (...) verdaderos
programas arquitectónicos reales y ficticios, cargados de

115
La fiesta de Corpus Christi de 1609 parece haber tenido un despliegue
espléndido, si se lo compara con la situación material de la ciudad y el
reducido número de habitantes con que contaba. La descripción efectuada por
el jesuita Diego de Torres (que se cita en el texto) abarca un desarrollo
de varios días consecutivos, incluye las demostraciones que era tradición
en toda Hispanoamérica y muestra la imagen de un ámbito urbano convertido
en un extendido recinto para la liturgia y los juegos populares. Cfr.
“Residencia de Buenos Aires”. En: Documentos para la Historia Argentina.
Cartas Anuas. Buenos Aires. 1927. Tomo XIX, pp. 51-55.
116
Maravall señala que “el tremendismo, la violencia, la crueldad, que con
tanta frecuencia se manifiestan en las obras de arte del Barroco, vienen de
la raíz de la concepción pesimista del hombre y del mundo (en este período)
(...). El gusto por la truculencia sangrienta se observa en muchas obras
francesas, italianas, españolas (...). (En este contexto) las fiestas y
diversiones daban ocasión para aplicaciones de un sistema equivalente de
acción configuradora de la mentalidad (...). Por ejemplo, los toros, como
fiesta, daban ocasión también a poner de manifiesto sentimientos de
violencia sangrienta”. Cfr. José Antonio Maravall. Op. Cit. nota 103, p.
335-337.

50
referencia histórica y simbólica (...)”117 específicamente se
trataba de festividades religiosas, el decorado urbano
concentraba “(...) la costumbre de levantar costosos altares
callejeros para asombrar a las gentes”118, que, si cumplían su
objetivo, lograban producir el clima ilusorio que se
orientaban a buscar. Y en la ciudad de la Colonia usualmente
estas ocasiones conducían, a convertirla “(...) por entero en
una vasta catedral”119.

La Buenos Aires del XVII, por cierto, bien lejos estaba de


las posibilidades materiales para concretar semejantes
transformaciones, con todo éstas existían. La ambientación
para esos acontecimientos se llevaba a cabo con el despliegue
ornamental que los recursos permitían: altares transitorios a
cielo abierto, itinerarios señalados con enramadas y poco más.
La actitud de disponer “todo lo que fuera menester” para crear
el clima necesario para la celebración y el “regocijo” con “la
solemnidad” correspondiente fue un hecho recurrente toda vez
que el Cabildo reunido debió resolver tales cuestiones120.

De este modo, a pesar del obligado ascetismo material, y


aún, el breve lapso que duraban los festejos, esa fugacidad
insertaba a la ciudad en el mismo medio cultural que
compartían núcleos urbanos importantes y pequeños de toda la
órbita hispanoamericana de la época. Aunque además la
disposición pasajera de ornatos para la evocación puede en el

117
Santiago QUESADA. Op. Cit. nota 7, p. 144.
118
José Antonio Maravail. Op. Cit. nota 103, p. 489. Gabriel GUARDA. “La
liturgia, una de las claves del barroco americano”. En: El Barroco en
Hispanoamérica. Manifestaciones y significación. Santiago. Ed. Bravo Lira.
1981.
119
Cfr. AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1907. Tomo II. Cabildo del 29 de
mayo de 1610, p. 257-258.
120
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908, Tomo IV. Cabildo del 5 de octubre
de 1620, p. 432.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1908. Tomo III. Cabildo del 27 de
octubre de 1614, pp. 110-111.
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1909. Tomo VII. Cabildo del 1 de septiembre
de 1631.

51
contexto singular de Buenos Aires haber cobrado un significado
adicional, generando un nexo entre la aldea sumergida en sus
condiciones reales de existencia y las características
distintivas de su destino de ciudad. Al incorporar elementos
que el uso corriente los aplicaba específicamente en paisajes
urbanos, se convertían éstos en indicadores de ese estado de
cosas, y su proyección en el espacio podía crear la
configuración propicia que irradiara rasgos de modos urbanos
de vida en los habitantes. Se comprende que lo efímero
construía con sus elementos un paisaje urbano aparente, y sin
embargo, suministraba una fuerte presencia cultural que,
aunque se esfumará al finalizar la fiesta, quedaba plasmado en
la experiencia de participantes y testigos. Como en aquella
celebración de Corpus en 1609, en que, más allá de los
decorados en el ámbito público que se confeccionó, se halló
pequeña la iglesia para la necesidad, y “(...) se le añadió
otra muy capaz, de velas de navíos y de dentro muy bien
colgado (...)”121, conformando quizás la primera expresión de
arquitectura efímera de la que ha quedado testimonio.

Las manifestaciones de júbilo en Buenos Aires estuvieron


marcadas cada vez por soluciones exteriores de diverso tenor
que, muy posiblemente, eran expresión de las circunstancias
coyunturales del momento en que tenían lugar. Cuando la ciudad
conmemoró su primer centenario, la jerarquía del despliegue
sólo alcanzó para disponer “(...) que en memoria de ello y
nacimiento de gracias será bien que se haga alguna
demostración de regocijo, cuando menos (...) se pongan
luminarias en las calles y puertas de los vecinos y que así
mismo se pongan en las casas y portales del Cabildo (,..)”122.

Si bien es claro que el aparato de la fiesta no sostenía un

121
“Residencia de Buenos Aires”. Op. Cit. nota 115, p. 53.
122
AGN. Acuerdos..., Buenos Aires. 1917. Tomo XV. Cabildo del 6 de junio de
1680, p. 402.

52
brillo semejante en todas las ocasiones, persistió en este
acontecimiento como en otros la inclinación por aplicar cierto
embellecimiento que denotara la circunstancia excepcional que
estaba transitándose. De esta manera, la acción configuradora
de una expresión cultural, evidenciada en la animación ritual
y festiva, acompañaba y subrayaba el aspecto concreto de la
ciudad y llegaba en algunos casos a delinear lo tangible allí
donde todavía estaba por crearse. El gusto por las
recreaciones efímeras tuvo una extendida continuidad, y su
proliferación, complejidad y riqueza se acentuó
progresivamente a medida que la evolución edilicia fue tomando
cuerpo y el paisaje iba adquiriendo un perfil decididamente
urbano.

53

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