El Antivalor Como Valor Aprendido-Selene Sejas Peña
El Antivalor Como Valor Aprendido-Selene Sejas Peña
El Antivalor Como Valor Aprendido-Selene Sejas Peña
Mayo de 2023
El Antivalor como Valor Aprendido
Por Selene Sejas Peña
“Tus valores definen quién eres realmente. Tu identidad real es la suma total de tus valores.”
(Assegid Hadtewold)
¿Cómo aprendemos los valores? Hemos planteado esta pregunta desde la perspectiva social y
educativa, muchos la respondemos claramente desde un punto de vista mas antropológico y
quizás llenos de alivio procuramos llevar a cabo distintas prácticas cotidianas para denotar este
proceso educativo por el cual la sociedad en nuestra cultura nos conduce hacia una vida
civilizada. Sin embargo, enfrentados constantemente a la crisis de los valores no siempre
tendremos los frutos en el árbol de la moralidad, siempre habrá manzanas que crezcan podridas.
Desde luego podemos distinguir de nuestras propias estructuras familiares una deficiencia que
aqueja a cualquiera que sepa observar detenidamente en el pensamiento colectivo a los valores,
hemos hecho responsable a la educación por la actual indiferencia que tenemos para desarrollar
un método funcional y lograr que los valores tengan relevancia para los jóvenes que se integran
en la sociedad, pero antes de ello tendríamos que examinar la naturalidad del aprendizaje
humano y encontrar donde esta situada la falla de nuestra educación en valores.
En nuestro entorno inmediato podemos construir una jerarquía de valores muy arraigada a
nuestras costumbres y moral familiar, pero fuera de casa también aprendemos. Así como niños,
el poder copiar ciertos comportamientos de nuestros padres para relacionarnos mejor a nivel
social es algo que inconscientemente practicaremos posteriormente en nuestra vida adulta en la
que juicios propios harán que reaccionemos al mundo y a los demás; de esta misma manera
nuestro criterio de gestión social tendrá que ser moldeado a partir de lo que observemos de las
personas y las experiencias. Lo que aprendamos del exterior y de cómo los demás consiguen
satisfacción será una pauta que reconoceremos para poder construir nuestro método para alcanzar
la felicidad y el éxito.
La sensación de que has aprendido algo sin darte cuenta no es magia ni una suerte de
sortilegio cognitivo. Se presenta el aprendizaje latente que define esas situaciones en las que
asentamos conocimientos de manera inconsciente y sin necesidad de refuerzos. Este es un
proceso que desarrollan tanto animales como seres humanos a través de la observación (Cf.
SABATER, 2021).
Edward C. Tolman propone como psicólogo al aprendizaje latente que según su teoría el sujeto
puede adquirir conocimiento de forma inconsciente, es decir, sin tener ningún tipo de
intencionalidad llega a obtenerlo mediante la exposición repetida de los pasos que debe seguir.
En la vida diaria estamos expuestos a la rutina, los caminos que recorremos diario, comerciales,
las noticias, nuestras conversaciones matutinas y nuestra situación colectiva, esta última
refiriéndose a eventos sociales, feriados y hasta personajes políticos. Observamos estos procesos
en otros cercanos y terminamos por conocer también los procedimientos de las acciones de otros,
asimilamos al igual el proceso de nuestro entorno en general. Los patrones sociales están a flor
de piel y en la mayoría de los casos somos inconscientemente un reflejo de estos.
A pesar de que la observación juega un papel fundamental en este tipo de aprendizaje, no es
mediante esta como se internaliza el conocimiento, teniendo en cuenta que la observación es un
proceso consciente; al que nos referimos como latente es puramente inconsciente y no es lo
mismo ver que observar. El aprendizaje latente no se basa en la búsqueda de información
consciente, ni en observar nada en particular y la observación nos exige concentrarnos para
aprender con una finalidad la información necesaria. Podemos concentrarnos entonces en que el
conocimiento al que le damos protagonismo por aprendizaje latente proviene de otras vías; como
la repetición constante de una actividad o la exposición a la misma.
Tenemos comprendido que nuestros valores son adquiridos a lo largo de nuestra vida e incluso
que los aprendemos de acuerdo con el contexto social, pero lo que ocurre con su pérdida nos
alerta de un aumento inmediato de la búsqueda única del bien personal y el egocentrismo
creciente de las personas. Pero a pesar de que el aumento de la violencia, entre disputas, delitos y
la lucha por el poder hayan pasado de ser situaciones preocupantes a ser parte de la cotidianidad
adquiriendo un rol fundamental en el fondo de nuestra vida diaria; no nos podemos limitar a
decir que el mal comportamiento social se debe a la carencia de educación en valores o la falta
de esta en el hogar.
La pérdida de valores en realidad es una transformación en la que algunos de ellos han subido de
escala dependiendo de cada persona, cultura y sociedad (GONZALES, 2020). Consideramos el
cómo se desarrollan en nuestra vida los valores desde que somos niños al escucharlos en casa y
en la escuela practicándolos socialmente dirigidos por negaciones, posteriormente en el lenguaje
y el juego conociendo las reglas para que en la pubertad tengamos nuevos cuestionamientos
desarrollando nuestro juicio, poniendo en balance nuestras emociones y saberes. En este proceso
intervienen con mas protagonismo que la cultura, los procesos fisiológicos que se dan a nivel
cognitivo que hace que los valores se objetivisen haciéndose más inmateriales y amplios.
La pérdida de valores tiene cabida gracias a una sustitución, es decir, pasan a ser antivalores (Cf.
GONZALES, 2020). La tendencia de ir en contra del bien común, la empatía y la solidaridad
existe de manera yuxtapuesta a la enseñanza dogmática de los valores presentada como supuesto
del comportamiento ético que la sociedad aprueba superficialmente. Los valores tienen en su
mayoría connotación prosocial, pero en su antagónico contexto, el antivalor desde un punto de
vista clínico podríamos atribuirlo a psicopatía o sociopatía, considerados trastornos de la
personalidad en las que se pierde el contexto humano despersonalizando a los demás y en estas
condiciones una persona busca sus propios intereses mediante valores individuales contrarios a
los que la sociedad aprueba.
Tomando nuestros argumentos anteriores como una alerta, debemos cobrar conciencia de que
nos enfrentamos a ejemplos destacados de este comportamiento guiado por el antivalor
dirigiendo y administrando nuestro país social, económica, cultural y políticamente. Estamos
siendo testigos de la afición de las próximas generaciones en parecerse a las personas que
obtienen este poder a costa de la anulación de los derechos humanos y sin el reconocimiento de
la verdad y ética profesional.
Según el psiquiatra José Carlos Fuertes, el hecho de defraudar conlleva en algunas personas una
sensación de placer y de cierto “morbo”, al creerse el “defraudador superior al ‘omnipotente
Estado’ siendo capaz de engañarle”. Por eso, afirma, son muy necesarios siempre la existencia de
mecanismos sociales de freno y de control. El psiquiatra descarta que la corrupción o la avaricia
tengan, por el momento, una correlación conocida con las estructuras neuronales: “Pero es muy
probable que en un futuro no lejano se pueda objetivar la existencia de un mal funcionamiento de
sistemas neuronales que expliquen algunos de estos comportamientos”. Lo que sí falla en las
personas corruptas, según Fuertes, son los mecanismos de autocontrol: “Unos sujetos tienen una
moral mucho más estricta y basta con el hecho de que una cosa esté mal para no hacerla. Por el
contrario, hay individuos que tienen una moral mucho más laxa y dan al fraude o al engaño una
lectura positiva, llegando a justificar lo que hacen e incluso a verlo como algo que demuestra su
inteligencia y astucia” (CARBALLAR, 2016).
Comprendemos que los valores pueden ser enseñados mediante un modelo de formación
consiente de esta realidad y solo pueden surgir a partir del pensamiento crítico sobre estas
situaciones que afectan directamente a la educación. Dentro de nuestras soluciones debemos
continuar delimitando los valores en los ámbitos cotidianos que ayuden a normar conductas con
especificaciones claras para tener mayor familiaridad en nuestra rutina y en los contextos
sociales mediatos a nosotros. Debemos al igual ser capaces de someter a juicio crítico estas
situaciones y saber cuestionar nuestro ambiente social
No se han perdido los valores, sino la congruencia y la coherencia social acerca de ellos, de
modo que no hay una continuidad valorativa o axiológica entre las entidades tradicionalmente
formadoras (BERNARDINI, 2010). Nuestro deber es tomar conciencia de que como sociedad en
la historia hubo periodos influyentes en los que se desarrollaron los antivalores, como el racismo,
la aceptación de la esclavitud, la pérdida de la libertad, la discriminación o el machismo. Esto
nos expone todos aquellos rasgos que contribuyen a que estos perfiles sociales crezcan sin
control y causen daño a nuestro desarrollo humano.
Los valores no admiten ser tratados como “objetos” indiferentes a nuestras experiencias
intelectuales y emocionales más profundas. También le decimos “no” al dogmatismo
fundamentalista, que aplasta la autonomía de la conciencia en donde se generan los valores.
Tampoco es admisible convertirlos en puro discurso o declaración retórica de principios, que no
se convierta en experiencia y testimonio concreto, a través de nuestras acciones y de nuestra
manera de ser. Si alguna conciencia crítica tenemos que adquirir es de la esquizofrenia que
padece nuestro medio social por la dualidad entre los valores declarados, de los que tanto
acostumbramos complacernos, y las vivencias concretas. Traducida en términos educativos, la
vivencia de los valores se convierte en el mejor de los métodos: educar con el ejemplo. Es
necesario educar en valores por medio de los valores mismos, que deben estar presentes y
tangibles en el sistema educativo (BERNARDINI, 2010).
En las últimas décadas se han transformado gradualmente la mayoría de las consecuencias que
tuvieron tales antecedentes y continuamos en el deber de seguir cuestionando estas conductas
negativas y contribuir con juicios críticos a la reconceptualización de los valores que nos
dignifican como seres humanos.
BIBLIOGRAFÍA