Carlos Alberto Disandro, El Concilio de La Edad Oscura.
Carlos Alberto Disandro, El Concilio de La Edad Oscura.
Carlos Alberto Disandro, El Concilio de La Edad Oscura.
Disandro
EL CONCILIO DE LA EDAD OSCURA
I
Desde que se anuncio la convocatoria del Concilio Vaticano II, hasta el período
inmediatamente anterior a su tercera etapa de sesiones, hemos oído las afirmaciones más
disparatadas y los programas más revolucionarios, en lo que atañe a la vida de la Iglesia. Sobre
todo el término aggiornamento –usado por Juan XXIII en ocasión muy precisa y con un
sentido obvio, según creemos– ha servido para lanzar los disparates más encontrados. Incluso
se habla ahora, en medios progresistas clérico-laicales, de un periódico con ese nombre, para
tratar los graves problemas de la Iglesia Argentina.
Hemos observado, entre los detalles más curiosos, un estilo increíble como signo de ciertas
rupturas doctrinales. Ese fenómeno se identifica incluso con una sintaxis y un vocabulario
desparejo y contradictorio. En muchos progresistas, la “euforia” del Concilio ha producido una
“alteración” sintáctica, a tal punto que es posible afirmar que andan con la “sintaxis cambiada”.
Hablan por ejemplo de “Iglesia en estado de concilio”, o cosa más notable aún, han forjado un
sinnúmero de expresiones de las que se suprime el artículo la junto al sustantivo Iglesia. Y así
no dicen, por ejemplo, sentido de la Iglesia, vida de la Iglesia, preocupación de la Iglesia,
pasión de la Iglesia, etc., sino “sentido de Iglesia”, “vida de Iglesia”, etc.
La presencia o ausencia de esta palabra LA es mucho más importante como signo
sintáctico (y semántico) de los que muchos creen. Hagamos una breve reflexión. En latín no
hay artículo, y por ello el lenguaje rústico del Lacio, entre otras causas, tuvo y tiene ese sabor
de la gleba concreta, de la aspereza inconfundible de las cosas mismas (que no excluye ni su
profundidad ni su ternura). La presencia del artículo (con sus diversas formas) en las lenguas
romances implica siempre una perspectiva, una suerte de ciclo entre lo concreto y lo abstracto.
Según sea el momento de la lengua o la intención mental del escritor y hablante, la supresión
del artículo puede ser la abolición de lo abstracto, o bien la consolidación de lo abstracto.
Las expresiones o la sintaxis progresistas, signadas por la ausencia del artículo LA, han
alcanzado las más altas formas abstractas, señalan la abolición de los concretos; le hacen
perder al término IGLESIA su objetividad sustantiva, que se ha trasladado a los primeros
términos subordinantes: sentido de..., hombre de Iglesia (dice el clérigo Viscovich en su
declaración del diario Córdoba, 22.7.64, primera respuesta). IGLESIA está ahora, sin artículo,
en el más estricto nivel nominalista, es un nombre a lo más descriptivo o acumulativo de otras
realidades, que son para los progresistas los procesos, la sociedad, el pan, las leyes económicas,
etc. Es fácil pues otorgar a esas abstracciones (sin artículo) contenidos operativos sin
atingencia con la naturaleza de la cosa misma.
Este breve comentario lingüístico corresponde a una subversión más honda desde luego.
Cuando oímos o leemos la expresión “iglesia en estado de concilio”, se cumple en realidad el
mismo proceso de abolición de lo concreto (en cuanto a la Iglesia y en cuanto al concilio), pues
tanto iglesia como concilio figuran allí sin artículo, es decir, están en un nivel abstracto,
nominalista. Además la expresión comporta una grave confusión doctrinal: no hay tal Iglesia
en estado de concilio, ni puede haberla.
La Iglesia tiene su naturaleza teándrica (divino-humana), en cuya operatio e1 concilio es
un órgano. Sería lo mismo pues decir hombre en estado de corazón, de cerebro, o de mano,
porque los concretos corazón, cerebro, mano reciben su sentido de la forma del hombre, que
no puede descender o convertirse en ese supuesto estado. La afirmación iglesia en estado de
concilio es un contrasentido, si es que no esconde un larvado sentimiento docetista.
No existe pues la Iglesia en estado de concilio. El concilio es un órgano de LA IGLESIA.
Como tal órgano puede funcionar bien o funcionar mal, tener éxito o clausurarse sin
consecuencias ciertas, pues no le cuadra al concilio ni la infalibilidad ni la certeza de la
1
inspiración. Ya que se habla de unidad, no está demás recordar el famoso concilio de Ferrara y
de Florencia (siglo XV) que selló aparentemente la unión entre el occidente y el oriente
cristianos, entre Roma y Byzancio, y que desde luego terminó en el más rotundo fracaso, tal
como pudo verse en los cuatro siglos posteriores.
Existe en cambio en la Iglesia una determinada y concreta situación doctrinal, cuyos
lineamientos más pretenciosos y dislocadores se configuran en el progresismo. El concilio
como órgano de la Iglesia puede fracasar doctrinalmente, aunque tenga consecuencias
disciplinarias importantes. Pero esta no es la cuestión fundamental. La cuestión reside en la
Iglesia después del concilio: ¿se ha cumplido acaso una verdadera tarea de confrontación
doctrinal, se han dado las pautas para consolidar el sentido del misterio cristiano en el mundo,
y se han determinado las más adecuadas formas pedagógicas para la experiencia de ese
misterio?
También en esto hay algunos ejemplos. El más notable es quizá el Concilio de Trento,
que sin duda fracasó rotundamente en cuanto a la renovación del sentido del misterio cristiano,
precisamente en orden al mundo nuevo que se abría con el siglo XVI. Las razones de su
fracaso están quizá, aunque parezca paradójico, en un larvado progresismo racionalista, y no
en su supuesta defensa de la tradición. El Concilio de Trento pasa por un concilio reaccionario,
frente al panorama de la mente europea del siglo XVI. En realidad, está en él el principio de la
quiebra del catolicismo europeo de cuño medieval. Sea como fuere, ese concilio fracasó en
cuanto a la vigencia de las formas pedagógicas coherentes con el misterio cristiano.
Finalmente, la Iglesia enfrenta como nunca dos tendencias doctrinales, de una fuerza
quizás inhallable en toda su historia: un proceso ascendente de judaización que arranca desde
la segunda mitad del siglo XlX; un proceso de infiltración del pensamiento gnóstico, que
seguramente procede de los primeros decenios de este siglo. En este sentido, el fracaso del
concilio Vaticano II puede significar que en la ribera de LA IGLESIA, o en la roca de su
magisterio, se quiebra ese doble oleaje, que atenta contra la naturaleza misma de su ser
teándrico. Y lo que parece una derrota en cuanto a esas tendencias, resultaría un triunfo en
cuanto a la perduración de ese misterio dentro de la historia. Una vez más, tenemos nuestras
miradas puestas en LA Iglesia, no en el concilio: los concilios son órganos históricos de SU
NATURALEZA TEANDRICA. Interesa pues el funcionamiento pleno de sus niveles sacros
y sacerdotales (y este sus se refiere en primera instancia a LA Iglesia, y por ende a este y a
cualquier otro concilio, del pasado o del futuro).
La judaización se observa posiblemente en tres direcciones: la interpretación del culto, de
las escrituras, y la configuración de una nueva teología historicista. El culto tiene una
estructura mistagógica, mistérica, y esto es de raigambre helénica. No puede por tanto
reducirse a la cena pascual judía, aunque en el marco de esa cena se produjo el misterio
eucarístico (que trascendió desde luego los concretos judaicos). Las escrituras son
ininteligibles, si excluimos la connotación del Nuevo Testamento; y la Teología sólo existe
como ciencia de la inteligibilidad del misterio cristiano (es decir, es una ciencia griega), y si
no, cesa de ser teología para transformarse en una literatura confusa. Las corrientes judaizantes
pretenden dar por caducas tales instancias, con lo cual tocan y dañan el logos de la Iglesia
misma que tiene en ellas un modo incambiable de su manifestación. Subrayamos que en tal
manifestación, lo helénico tiene valor absoluto dentro del carácter teándrico.
La gnosis progresista se refiere a dos aspectos fundamentales: crear una nueva
antropología y eliminar la significación del teandrismo (que es un legado fundamental en la
concepción de los Santos Padres). Adopta además los rasgos de un positivismo racionalista y
científico para cubrir sus orígenes esotéricos, ocultistas, en que se resuelve finalmente toda su
utilería conceptual.
Judaización y gnosticismo son dos términos absolutamente relacionados y dependientes:
toda tendencia gnóstica abre las puertas a una judaización; todo proceso de judaización
conduce a ciertas formulaciones gnósticas. Y es esto lo que emerge precisamente de las
concepciones progresistas: un ecumenismo que no tiene relación con LA Iglesia; que pretende
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hacer del concilio un substituto de la Iglesia, es decir, una asamblea andro-teística que
presentándose como ecumenismo de iglesia (sin artículo) puede ser en definitiva la destrucción
de ciertas formas temporales (las naciones cristianas, por ejemplo) que tienen alguna relación
con la naturaleza de la Iglesia, en cuanto que tienen relación con la naturaleza del hombre. Pero
no debemos agitarnos demasiado: el concilio es siempre espejo de épocas, preocupaciones, ten-
dencias. Y sin duda es posible que a este Concilio Vaticano II le cuadre la denominación de
concilio de la edad oscura. No por eso está todo perdido. Por el contrario, puede ser –su
éxito o su fracaso– el principio de una gran lumbre doctrinal. Así lo esperamos nosotros.
El bodeguero (pseudónimo habitual del Dr. Disandro para los artículos iniciales de la revista)
La Hostería Volante Nº 16, agosto de 1964
II
Con este mismo título, el Bodeguero destapó una botella de vino agria en el Nº 16 de esta
Hostería chauceriana, chestertoniana y fundacional, que ennegrece el semblante de los fariseos
soi-disants catholiques, particularmente de aquéllos que se han creído los “doctores” de la edad
moderna. Entretanto se desenvolvió “este funesto concilio” con su tercera y cuarta etapa (en la
cual progresamos o nos hundimos). Las reflexiones de la primera nota han procurado discernir
la significación de estas trágicas circunstancias humanas en el marco de la “judaización” del
cristianismo, el detalle más dramático de estos últimos dos siglos. Ahora es preciso advertir
algunos otros aspectos contradictorios en la reunión multitudinaria del Vaticano.
El esquema sobre la libertad religiosa y el debate sobre la Iglesia y el mundo cuentan entre
los disparates más demoledores de la época moderna, y no sólo al nivel de la Iglesia, sino de la
mente humana ut sic. En estas circunstancias ha sorprendido el discurso “reaccionario” del
nuevo general jesuítico, en este Trento al revés, que es la consumación del Trento histórico, tal
como el reverso es la completidad del anverso. Mientras las huestes en las bases de la Jesuit
Company impulsan con denodado fervor (como puede advertirse en la revista ESTUDIOS de la
innominable Universidad del Salvador, Buenos Aires) los brotes más oscuros del progresismo,
las combinaciones más absurdas de gentes y de pensamiento, y las falsificaciones más
siniestras de la teología antigua y moderna; mientras las organizaciones para-jesuíticas
dominan los jóvenes, los viejos, los solteros, los casados, los novios, los divorciados, los
adúlteros, la televisión (y tal vez otras cosas que no pueden nombrarse, ni siquiera en la
Hostería) el general asume el ataque contra la sociedad de los sin dios (con quienes han de
entenderse en el esquema, en el concilio, en la UN, y en cualquier otro lugar). Dejamos esta
paradoja para meditación de los cordobeses “doctos”.
En fin, las actitudes zigzagueantes de Paulo VI, que quiere romper todos los esquemas
(conciliares, político-temporales, doctrinales, curialescos), pero que es en definitiva prisionero
del gran esquema judeo-cristiano. Cabría por ello la pregunta: Quo vadis, Paule? No ha
carecido de perspicacia el periodista alemán que lo describió como Hamlet am Heiligen Stuhl
(en la Silla Sagrada). Esperemos que no tenga el fin de Hamlet, sin embargo.
Nosotros estamos advertidos y hemos puntualizado, hace ya tiempo, antes de este “funesto
concilio”, los siniestros planes de los enemigos del MISTERIO de la IGLESIA. Hemos visto el
desarrollo de esos trabajos, aquí al nivel argentino, en plena euforia de un Podestá (sirviente de
los judeo-cristianos) y de un Segura (bendecidor de rabinos). No nos extrañan por eso los
masivos votos “progresistas” del concilio. En última instancia ellos no pueden salirse de la
mentalidad degradada que los ha criado. Por eso mismo nos encaminamos a lo más oscuro de
la edad oscura, donde es preciso salvar lo que sea de las raíces y anunciar lo que sea celeste.
Este concilio nos devuelve por eso una inigualable urgencia existencial, nos devuelve la
tragedia de la fe, la seguridad de que ha perecido ya el enemigo, en medio de sus poderes
fantásticos, rodeado por la ilusión de la púrpura gloriosa que no ha de tener.
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Creemos sintetizar las tendencias subyacentes en las posiciones intra-conciliares (de las
que estamos poco enterados) y extra-conciliares (que constituyen una plaga mortífera por su
insidioso “ecumenismo”) en dos grandes y pesados términos históricos: docetismo y
monofisismo.
El docetismo está patente o latente en todas las cuestiones y pseudo-soluciones del acuerdo
con el mundo moderno: significa la quebradura del misterio teándrico en una pastoral que
revierte el principio de la conversión. Además comporta una acusación contra la Iglesia
venerable del pasado, contra el martirio de los mártires y la doctrina de los doctores (que están
en los altares, por decisión infalible de esa misma Iglesia). El monofisismo es una forma de la
“judaización”, que se ha visto claramente por ejemplo en las malsanas disquisiciones de la
reunión organizada por Criterio. En la última, sobre todo con participación del canónigo
Moeller, del P. Ochagavía S. J., de Monseñor C. Giaquinta, etc. (La Prensa, 2.8.65), y que en
conjunto debe interpretarse como un intento de des-antropomorfizar el misterio teándrico, es
decir, de romper la unión hipostática, es decir, eliminar a Cristo y poner a Jehová. El
monofisismo es pues, al menos en esta apariencia, judaísmo; contradice además en su
contextura contemporánea los grandes concilios universales, tanto como los contradecía el
antiguo monofisismo, que enfrentaron los Padres.
Al nivel de la Iglesia, monofisismo quiere decir asimilación al mundo, pérdida de su natura
divina, reducción y destrucción de su propio teandrismo. Aquí el monofisismo es pues un
pseudo-humanismo, que lógicamente debe aprovechar las instancias actuales: existencialismo,
demitologización del cristianismo, transformando la teología en una sociología barata, y la vida
interior en una psicología –o en una psiquiatría– nefasta e impúdica. Ya lo ha dicho el
judaizante obispo mejicano –tal vez más judío de lo que pensamos– el innominable Méndez
Arceo, que se ha ganado con eso el título de gran Judas.
Debemos esperar y confiar sin embargo. Las resistencias activas y creadoras son cada vez
más fuertes. La noche no es nunca interminable, y en medio de este desolador panorama,
sabemos que el Espíritu vigila. Vigilemos también nosotros con humildad y audacia. Tal es en
sustancia el mensaje de la Hostería Volante.
III
Para hacer un somero balance de este Concilio es preciso despedir a la Musa Thalía del
convivio hosteril, y cubrirse la cabeza de ceniza para llorar. No cuadra el banquete ni el
enkómion, sino la ululante exclamación de un coro trágico. Este balance debiera ser triple:
1) en cuanto a los documentos del Concilio;
2) en cuanto al espectáculo de una jerarquía trágicamente corroída por las más nefastas
desviaciones doctrinales y espirituales;
3) en cuanto al descenso operativo, a nivel mundial, de las tendencias menos "católicas",
menos "helénicas", menos humanísticas, en contraposición con una noble herencia, hoy
liquidada. No deja de ser igualmente tragicómica la circunstancia de que mientras los
padres conciliares han liquidado el noble culto romano y el nobilísimo y celeste canto de
San Gregorio Magno, piden su conservación los empresarios de la pornografía en el
mundo (pornografía que se presenta hoy como la experiencia de Dios en el mundo): así lo
leemos en un despacho publicado por Clarín (7.2.66) y por el diario La Verdad de Junín
(10.2.66), por cuya noticia nos enteramos de los firmantes de ese “sacro” petitorio de los
pornócratas mundo: Ingmar Bergmann, y otros (unidos desde luego a los piadosos judeo-
cristianos, pornógrafos de otra categoría, como J. Maritain, Borges, etc. etc.).
Aquí, ante el silencio de los conviviales, sumidos en la ceniza de una soledad sin límites, ante
el estupor de muchos espíritus condolidos, sólo es posible mencionar algunos aspectos
fundamentales de la primera cuestión. En cuanto a las dos restantes La Hostería Volante ha ido
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señalando paso a paso algunos de los elementos más visibles, sobre todo en América y en
nuestro país. Nos referiremos pues brevemente al capítulo de ese balance, tal como lo intentan
por ejemplo en Francia los RR.PP. Georges de Nantes, en sus últimas cartas, y Jean Marie
Reusson, La Foi au goût du jour, La Table Ronde, París 1965, 211 págs. Recomendamos
vivamente este bello libro, colmado de piedad, claridad y consuelo. Traspasado también por
esa soledad, en este caso más dramática, si se quiere, pues el autor es un párroco de la estirpe
del Cura de Ars.
El documento De Ecclesia es un centón de definiciones y puntualizaciones doctrinales, en
el cual, como en todo centón, puede estar todo y no haber nada. Carece de aquella noble y
firme contextura romana, donde la sobriedad se unía siempre, a la piedad, y la nitidez teológica
de estilo a una suerte de vivencia de la Fe. Como es lógico NO AGREGA NADA (SPIRITUI
SANCTO GRATIAS) ni cambia nada (de lo cual nos alegramos indudablemente). Este
documento no puede ser fuente de nada, como no lo es ningún centón teológico, poético,
histórico. Pero al mismo tiempo, aquellos ingenuos conciliaristas que quieran apoyarse en este
centón De Ecclesia para combatir las consecuencias operativas de este nefasto concilio sufrirán
una increíble derrota. Les ocurrirá lo que al Cardenal Ottaviani, que termina presidiendo una
comisión como la que estudia el control de la natalidad. El Cardenal Ottaviani est mort, vive le
cardinal.
La constitución sobre Liturgia puede ser calificada como el más estupendo galimatías, que
ha de engendrar “galimatiítas” incontables. Los está engendrando ya, y con una abundancia
vegetativa asombrosa. Cada clérigo quiere su “liturgia”, consulta su perito, busca su “salmito”
musicado au goût du jour; algún obispuelo nos viene con la propaganda de la Misa-Jazz
(Mons. Rau, según La Nación 22.12.65). Otros se dedican a saborear “el cambio”: cambio de
los templos, de las medias, de las escaleras, de las rejas o de los balcones. Viva el cambio,
abajo los trastos viejos de las Iglesias (y de las mentes). Otros en fin transformados en
“mussolinitos” (aunque despotrican contra todos los totalitarismos) concilian psicología y
“cambio” litúrgico, para alcanzar el nivel de las “masas”, y producir según ellos EL GRAN
CAMBIO. (Aquí la censura del bodeguero suprimió o autosuprimió una expresión que
comienza también con “el gran…”). El caso de Mons. Rau es típico de este trastorno (que
llaman cambio). Se ha venido de Alemania con su grabadorcito y su cintita, con los que, según
las leyes de la electricidad y la mecánica, basta con “enchufar” para que oigamos uno de los
cambios (más despampanante que la misa criolla). Usa para tal propaganda las aulas de la
Universidad Católica de Mar del Plata (de la cual será Gran Canciller, y otra vez “el gran…”):
y así oímos esta nueva música de la “missa-Jazz”, que expresa, según el paquidermo de La
Nación, “la nueva mentalidad en lo que hace a la renovación litúrgica” (he aquí uno de los
galimatiítas), seguida desde luego por los increíbles comentarios “litúrgico-musicales” del
obispo.
La declaración sobre libertad religiosa y el increíble desarrollo del Esquema XIII (la
Iglesia y el mundo) demuestran cabalmente la perención del “saber sacro” y del “saber
pontificial”. En cuanto a lo primero, es en vano buscar una vía de conciliación entre el Concilio
de Trento, el concilio Vaticano I y este concilio de la edad oscura. Es en vano asimismo
pretender “armonizar” el pensamiento de pontífices como Gregorio XVI, Pío IX, Pío X, y estas
ensaladas “modernistas”. El debate queda abierto por lo mismo que este Concilio Vaticano II
no es doctrinal, ni define nada (SPIRITUI SANCTO GRAT1AS), sino que es “pastoral”.
Oportunamente habrá que revisar pues la “pastoral” de estos padres cuasi-heréticos. Es
suficiente que hayan fracasado en el nivel dogmático y de las definiciones.
En cuanto a las relaciones de la Iglesia y el mundo, podría calificarse esta cuestión y todos
los textos que la consideran o desarrollan como otro espantoso galimatías, el cual arranca en
verdad de una descuidada (estábamos por decir nonchalante) propensión de los padres
conciliares a creer firmemente que la lógica de Aristóteles está infatigablemente muerta, y que
por tanto no interesa la noción de univocidad y multivocidad de los conceptos (o de los
términos, o del lenguaje, para hablar con mayor propiedad). Y por eso mientras Lenin, Stalin y
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sus sucesores consideran que la cuestión lingüística resulta en definitiva el fundamento de la
orientación marxista-leninista en el mundo, estos padres pobrísimos de doctrina han creído que
pueden hablar de las más graves cuestiones del destino humano confundiendo la tortilla con los
huevos de que se hace (es decir confundiendo los “niveles” del lenguaje o de los términos).
Este gravísimo desfonde doctrinal que manifiesta el Concilio Vaticano II se ejemplifica
claramente con el estudio de la noción de “mundo”: los padres han creído que partiendo ahora
de la “multivocidad” de las técnicas modernas (de suyo neutras) pueden eludir la noción
RELIGIOSA de mundo (qué insensatos e ignorantes). Nos sobrecoge recordar por eso entre
otros muchísimos textos el de Mateo, IV. 1-11, que se lee en el primer Domingo de
Cuaresma, y el tema de la posesión de omnia regna mundi et gloriam eorum (en griego: tas
basileías tou kósmou kai ten doxan autón). El “mundo” tiene una dóxa que es del contexto de
la tentación. A los padres conciliares habría pues que preguntarles: ¿quae sint omnia regna
mundi et gloria eorum?
Aquí nos detenemos. Ha comenzado el coro ululante de esta tragedia a sollozar como en un
anuncio de castigo a la hybris. “Au temps du Concile de Latran V, Rome etait la sentine de
l'univers. Le sac de la Ville eternelle, en 1527, fut l'effroyable châtiment que decreta le Ciel
pour la purifier. La voilá devenue une tribune pour toutes les hérésies, d'oú elles vont se
repandre librement sur le monde. On peut en augurer le plus terrible châtiment qu’annonca,
parait il, la Vierge de Fatima” (G. de Nantes, lettre 216).