Casa de Muñecas I Actooo Guiones Listos.
Casa de Muñecas I Actooo Guiones Listos.
Casa de Muñecas I Actooo Guiones Listos.
CASA DE MUÑECAS
(1879)
NOTA PRELIMINAR
HELMER, abogado.
NORA, su esposa.
El DOCTOR RANK.
KROGSTAD, procurador.
Un Mozo de cuerda.
NORA.
Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera
hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca
el portamonedas.) ¿Cuánto es?
EL Mozo.
Cincuenta bien
NORA.
Tenga: una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias
y se va. NORA cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y
el sombrero. Luego saca del bolsillo un puñado de almendras y come un par de
ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su
marido.) Sí, está en casa. (Se pone a tararear una canción. Otra vez según se
dirige a la mesita de la derecha.)
HELMER. (Desde su despacho.)
¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?
NORA. (A tiempo que abre unos paquetes.) Sí, es ella.
HELMER.
¿Es mi ardilla la que está enredando?
NORA. ¡Sí!
HELMER.
¿Hace mucho que ha llegado mi ardilla?
NORA.
Ahora mismo. (Guarda el cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca.)
Ven aquí, mira lo que he comprado.
HELMER.
¡No me interrumpas por el momento! (Al poco rato abre la puerta y se
asoma con la pluma en la mano.) ¿Has dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se
ha atrevido el pajarito cantor a tirar el dinero?
NORA.
Torvaldo, este año podemos excedernos un poco. Es la primera Navidad
que no tenemos que andar con apuros.
HELMER.
Sí, sí, aunqu e tampoco podemos derrochar, ¿sabes?
.
NORA
Un poquito sí que podremos, ¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que
vas a tener un buen sueldo, y a ganar muchísimo dinero...
HELMER.
Sí, a partir de Año Nuevo. Pero habrá de pasar un trimestre antes que
cobre nada.
NORA.
¿Y qué importa eso? Entre tanto, podemos pedir prestado.
HELMER.
¡Nora! (Se acerca a ella, y bromeando, le tira de una oreja.) ¿Reincides en
tu ligereza de siempre?... Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú
te las gastas durante la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una
teja en la cabeza, y me quedo en el sitio...
NORA.
¡Qué horror! No digas esas cosas.
HELMER.
Bueno; pero suponte que ocurriera. Entonces, ¿qué?
NORA.
Si sucediera semejante cosa, me sería de todo punto igual tener deudas
que no tenerlas.
HELMER.
¿Y a los que me hubiesen prestado el dinero?
NORA.
¡Quién piensa en ellos! Son personas extrañas.
.
HELMER
¡Nora, Nora! Eres una verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que
pienso de todo esto. Nada de deudas, nada de préstamos. En e] hogar fundado
sobre préstamos y deudas se respira una atmósfera de esclavitud, un no sé
qué de inquietante y fatídico que no puede presagiar sino males. Hasta hoy
nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y así seguiremos el poco tiempo
que nos queda de lucha.
NORA.
En fin, como gustes, Torvaldo.
HELMER. (Que va tras ella.)
Bien, bien; no quiero ver a mi alondra con las alas caídas. ¿Qué, acaba
por enfurruñarse mi ardilla? (Saca su billetero.) Nora, adivina lo que tengo
aquí.
NORA. (Volviéndose rápidamente.) ¡Dinero!
HELMER.
Toma, mira. (Entregándole algunos billetes.) ¡Vaya, si sabré yo lo que hay
que gastar en una casa cuando se acercan las
Navidades!
NORA. (Contando.)
Diez, veinte, treinta, cuarenta... ¡Muchas gracias, Torvaldo! Con esto
tengo para bastante tiempo.
HELMER.
Así lo espero.
NORA .
Sí, sí; ya verás. Pero ven ya, porque voy a enseñarte todo lo que he
comprado. Y además, baratísimo. Fíjate... aquí hay un sable y un traje nuevo,
para Ivar; aquí, un caballo y una trompeta, para Bob, y aquí, una muñeca con
su camita, para Emmy. Es de lo más ordinario: como en seguida lo rompe...
Mira: aquí, unos cortes de vestidos y pañuelos, para las muchachas. La vieja
Ana María se merecía mucho más...
HELMER. Y en ese paquete, ¿qué hay?
NORA. (Gritando.)
¡No, eso no, Torvaldo! ¡No lo verás hasta esta noche!
HELMER.
Conforme. Pero ahora dime, manirrota: ¿has deseado algo para ti?
NORA.
¿Para mí? ¡Qué importa! Yo no quiero nada.
HELMER.
¡No faltaba más! Anda, dime algo que te apetezca, algo razonable.
NORA.
No sé... francamente. Aunque sí...
HELMER. ¿Qué?
NORA. (Juguetea con los botones de la chaqueta de su marido, sin mirarle.)
Si insistes en regalarme algo, podrías... Podrías...
HELMER. Vamos, dilo.
NORA. (De un tirón.)
Podrías darme dinero, Torvaldo. Nada, lo que buenamente quieras, y un
día de éstos compraré una cosa.
HELMER.
Pero, Nora...
NORA.
Sí, Torvaldo; oye, vas a hacerme ese favor. Colgaré del árbol dinero
envuelto en un papel dorado, ¿te parece bien?
HELMER.
¿Cómo se llama ese pájaro que siempre está despilfarrando?
NORA.
Ya, ya; el estornino; lo sé. Pero vamos a hacer lo que te he dicho, ¿eh ,
Torvaldo? Así tendré tiempo de pensar lo que necesite antes. ¿No crees que es
lo más acertado?
HELMER. (Sonriendo)
8
¡Ah, qué alegría pensar que estamos en una posición sólida con un buen
sueldo...! ¿No es ya una dicha el mero hecho de pensar en ello?
NORA.
¡Oh, sí! ¡Parece un sueño!
HELMER.
¿Te acuerdas de la última Navidad? Durante tres semanas te encerrabas
todas las noches hasta después de las doce, haciendo flores y otros mil
prodigios para el árbol. ¡Uf! fue la temporada más aburrida que he pasado.
NORA.
¡Entonces sí que no me aburría yo!
HELMER. (Sonriente.)
Pero el resultado fue bastante lamentable, Nora.
NORA.
¡Oh! no dejas de hacerme burla con lo mismo. ¿Qué culpa tengo yo de
que el gato entrase y destrozara todo?
HELMER.
No, claro que no, querida Nora. Ponías el mayor empeño en alegrarnos a
todos, que es lo principal. Pero, en suma, más vale que hayan pasado los
malos tiempos.
NORA.
Es verdad; casi me parece una pesadilla.
HELMER.
10
Casa de muñecas Henrik
Ibsen
SEÑORA LINDE. No.
NORA.
¿Y no tienes hijos?
SEÑORA LINDE. No.
NORA.
Así, pues, ¿nada?
SEÑORA LINDE.
Ni siquiera una pena..., ni una nostalgia.
NORA. (Mirándola, incrédula.) Pero Cristina, ¿cómo es posible?
SEÑORA LINDE. (Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello.) Son
cosas que ocurren a veces, Nora.
NORA.
¡Tan sola! Debe de ser horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños
encantadores. Por el momento no puedes verlos; han salido con la niñera.
Vamos, cuéntamelo todo.
SEÑORA LINDE.
No, no; primero, tú.
NORA.
No; te toca empezar a ti. Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en
tus asuntos. Únicamente voy a decirte una cosa. ¿Te has enterado de la
fortuna que nos ha sobrevenido estos días?
SEÑORA LINDE. No. ¿Qué es?
NORA.
¡Imagínate! ¡A mi marido le han nombrado director del Banco de
Acciones!
SEÑORA LINDE.
¿A tu marido? ¡Qué suerte!
NORA.
¡Sí, grandísima! ¡Es tan insegura la posición de un abogado!... Sobre todo
cuando no quiere ocuparse más que de asuntos lícitos... Y como es lógico, así
ha hecho Torvaldo, en lo cual me hallo de completo acuerdo. No puedes
figurarte lo contentos que estamos. Para Año Nuevo tomará posesión, y
percibirá un buen sueldo, con muchos beneficios. Por fin podremos cambiar del
todo esta manera de vivir... enteramente a nuestro gusto. ¡Oh, Cristina, cuan
feliz me siento! Es algo maravilloso eso de poseer mucho dinero y verse libre
de preocupaciones, ¿verdad?
SEÑORA LINDE.
Sí; al menos, debe de ser una tranquilidad poseer lo necesario.
NORA.
No, no sólo lo necesario, sino dinero en abundancia.
SEÑORA LINDE. (Sonríe.)
¡Nora, Nora! ¿Todavía no tienes sentido común? En el colegio eras una
malgastadora.
NORA. (Sonríe a su vez.)
Sí, eso dice aún Torvaldo. (Amenazando con el dedo.) Pero "Nora, Nora"
no es tan loca como suponéis. Además, no hemos tenido mucho que
derrochar, realmente. Los dos nos hemos visto obligados a .trabajar.
SEÑORA LINDE. ¿También tú'?
NORA.
Sí; nada, pequeñeces: bordar, hacer ganchillo... (Sin darle importancia.)
¡Qué sé yo!... No ignorarás que Torvaldo salió del ministerio cuando nos
casamos. Tenía pocas esperanzas de ascenso, y como había de ganar más que
antes... Pero el primer año se abrumó de trabajo. Debía buscarse toda clase de
quehaceres, según comprenderás, y trabajaba día y noche. Pero no pudo
que se marchara
resistirlo al Mediodía. enfermo. Los médicos declararon indispensable
y cayó gravemente
SEÑORA LINDE.
Es cierto. Estuvisteis un año en Italia...
NORA.
Sí, y no creas que fue nada fácil marcharnos. Justamente acababa de
nacer Ivar... Pero había que partir. Fue un viaje encantador, y gracias a él,
Torvaldo salvó la vida. Eso sí, costó dinero en grande.
SEÑORA LINDE. Ya lo presumo.
NORA.
Unas cuatro mil ochocientas coronas. Bastante, ¿eh?
SEÑORA LINDE.
Sí; pero, en casos como ése, es toda una chiripa poseerlo.
NORA.
Porque nos lo dio papá.
SEÑORA LINDE.
Me ha parecido oír a la doncella que ese señor que entraba conmigo era
un doctor...
NORA.
¡Ah, sí! Es el doctor Rank; pero no viene como médico. Es nuestro mejor
amigo, y nos hace, cuando menos, una visita al día. No., Torvaldo no se ha
sentido enfermo desde entonces. Los niños también están muy sanos, igual
que yo. (Se levanta de repente, palmeteando.) ¡Dios mío! ¡Cristina, es una
delicia vivir y ser feliz!... Pero ¡qué torpeza!... No hago más que hablar de mis
cosas. (Se sienta en un taburete junto a CRISTINA, acodándose en sus propias
rodillas.) ¡No te enfades conmigo!... Dime, ¿es verdad que no querías a tu
esposo? Pues ¿por qué te casaste con él?
SEÑORA LINDE.
En aquel tiempo aún vivía mi madre; pero estaba enferma e inválida. Para
colmo, debía yo sostener a mis dos hermanitos. Por tanto, no juzgué oportuno
rechazar la oferta.
NORA.
Puede que tuvieses razón. ¿Luego era rico?
SEÑORA LINDE.
Sí, creo que gozaba de buena posición. Pero sus negocios eran inseguros,
¿sabes? Cuando murió, se vino todo abajo y no quedó nada.
NORA.
¿Y qué hiciste?
SEÑORA LINDE.
Hube de ingeniarme con una tiendecita, con un modesto colegio y con lo
que pude encontrar. Los tres últimos años han sido para mí como un largo día
de trabajo sin tregua. Pero se acabó todo, Nora. Mi pobre madre no me
necesita ya, y los chicos, tampoco; tienen sus empleos y pueden mantenerse
por sí mismos muy bien.
NORA.
¡Qué alivio debes de sentir!
SEÑORA LINDE.
No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. ¡No tener nadie a quien
consagrarse!... (Se levanta, intranquila.) Por eso no podía aguantar al cabo en
aquel rincón. Aquí debe de ser más fácil encontrar en qué ocuparse y distraer
los pensamientos. Si me cupiera la fortuna de conseguir un empleo; en una
oficina, por ejemplo...
NORA.
Pero, Cristina, ¡es tan fatigoso., y. tú pareces ya tan cansada! Sería mejor
para ti que fueses a un balneario.
SEÑORA LINDE. (Acercándose a la ventana.) Yo no tengo ningún padre que
me pague los gastos, Nora.
NORA. (Se levanta.)
¡Mujer, no lo tomes a mal!
SEÑORA LINDE. (Vuelve hacia ella.)
No, Nora, todo lo contrario. Eres tú la que no debe enfadarse conmigo. Lo
peor de una situación como la mía es que se torna una tan "agria... No se tiene
a nadie por quien trabajar, y sin embargo, se ve una obligada a valerse de
todos. Hay que vivir, y eso nos hace egoístas... No querrás creerme, pero
cuando me has contado vuestro cambio de posición, me alegraba más por mí
que por ti.
NORA.
¡Cómo!... ¡Ah!, sí... comprendo; querrás decir que quizá Torvaldo pueda
hacer algo por ti.
SEÑORA LINDE.
Sí, eso he pensado.
NORA.
Y lo hará. Déjalo en mis manos. ¡Ya verás qué bien voy a prepararlo!
Buscaré algo agradable para predisponerle. ¡Tengo tantas ganas de serte útil!
SEÑORA LINDE.
Eres muy buena al tomarte ese interés por mí, Nora. Doblemente buena,
pues desconoces los sinsabores y las amarguras de la vida.
NORA.
¿Yo?... ¿Que no conozco...?
SEÑORA LINDE. (Sonriendo.)
Sí, mujer... Bordar un poco y labores por el estilo... Eres una niña, Nora.
NORA. (Con un gesto de orgullo lastimado.)
No debías decirlo en ese tono de superioridad.
SEÑORA LINDE. ¿Por qué?
NORA.
Eres lo mismo que los demás. Todos estáis convencidos de que no valgo
para nada serio...
SEÑORA LINDE. ¡Vamos, mujer!
NORA.
...de que no he pasado por dificultades en este mundo.
SEÑORA LINDE.
SEÑORA LINDE.
¿Lo principal?... ¿Qué quieres decir?
NORA.
Me crees demasiado insignificante, Cristina, y no debieras hacerlo. Te
sientes orgullosa de haber trabajado tanto por tu madre.
SEÑORA LINDE.
Yo no creo insignificante a nadie. Pero, eso sí, lo confieso..., me siento
orgullosa y satisfecha de haber conseguido que fuesen tranquilos, hasta cierto
punto, los últimos días de mi madre.
NORA.
Y también te sientes orgullosa pensando en lo que has hecho por tus
hermanos.
SEÑORA LINDE. Creo que estoy en mi derecho.
NORA.
Lo mismo creo yo. Pues ahora, Cristina, voy a decirte algo. Yo también
tengo de qué sentirme orgullosa y satisfecha.
SEÑORA LINDE. No lo dudo. Pero ¿de qué se trata?
NORA.
Habla más bajo, no te vaya a oír Torvaldo. Por nada del mundo conviene
que él... No debe saberlo nadie más que tú.
SEÑORA LINDE.
Pero, criatura, ¿qué es ello?
NORA.
Acércate aquí. (Le hace sentarse a su lado, en el sofá.) Pues verás...
También tengo de qué estar orgullosa y satisfecha. Fui yo quien salvé la vida a
Torvaldo.
SEÑORA LINDE.
SEÑORA LINDE.
No, nunca. Papá murió por aquellas mismas fechas. Yo había pensado
hacerle cómplice en el asunto y rogarle que no revelara nada. Pero ¡estaba tan
enfermo!... Por desgracia, no hubo necesidad.
SEÑORA LINDE.
¿Y después?... ¿Nunca te has confiado a tu marido?
NORA.
¡No lo quiera Dios! ¿Cómo se te ocurre tal idea? ¡A él, tan severo para
estas cosas! Por lo demás, a Torvaldo, con su amor propio de hombre, se le
haría muy penoso y humillante saber que me debía algo. Se habrían echado a
perder todas nuestras relaciones, y la felicidad de nuestro hogar terminaría
para siempre.
SEÑORA LINDE.
¿No piensas decírselo jamás?
NORA. (Pensativa, inicia una sonrisa.)
SEÑORA LINDE.
¡Pobre Nora! Por ende, tus necesidades personales han debido de pagar
las consecuencias.
NORA.
Efectivamente. Era algo que me correspondía. Cada vez que Torvaldo me
daba dinero para mi adorno, sólo gastaba la mitad. Siempre compraba de lo
más barato y corriente. Era una ventaja que todo me sentara a maravilla; de
modo que Torvaldo no ha notado nada. Pero muchas veces se me hacía
demasiado cuesta arriba, Cristina. ¡Es tan agradable ir bien vestida! ¿Verdad?
SEÑORA LINDE. ¡Y tanto!
NORA.
Asimismo he tenido otras fuentes de ingresos. El invierno pasado pude
encontrar un trabajo de copias. Me encerraba y escribía todas las noches hasta
muy tarde. ¡Oh!, con frecuencia me sentía muy cansada. A pesar de todo, era
un placer trabajar y ganar dinero. Parecía casi como si fuese un hombre.
SEÑORA LINDE.
¿Y cuánto has podido devolver así?
NORA.
No sabría decírtelo al detalle. Es muy difícil llevar cuentas en esta clase de
negocios. Sólo sé que he pagado cuanto me ha sido posible reunir. Muchas
veces no se me ocurría ya qué hacer. (Sonríe.) Entonces me quedaba aquí
sentada, ideando que un señor viejo y rico se había enamorado de mí...
SEÑORA LINDE.
¡Cómo!... ¿Quién?
NORA.
...que se había muerto, y que, al abrir su testamento, se leía en letras
muy grandes: "Todo mi dinero será pagado al contado inmediatamente a la
encantadora señora Nora Helmer."
SEÑORA LINDE.
Pero, Nora, ¿qué dices?... ¿De quién estás hablando?
NORA.
¿No te das cuenta?... No existe tal señor; es una cosa que me imaginaba
siempre cuando no sabía qué hacer para encontrar dinero. Pero ¡qué más da!
Por mí, ese dichoso señor viejo puede estar donde le plazca.: no me importan
nada él ni su testamento; ya se acabaron las preocupaciones. (Irguiéndose de
repente.) ¡Dios mío! ¡Qué gusto poder pensarlo, Cristina! ¡Sin preocupaciones!
¡Poder sentirse tranquila, absolutamente tranquila; ju gar y alborotar con los
niños; tener la casa preciosa, todo como le gusta a Torvaldo! ¡Y calcular que
ya se acerca la primavera con su cielo azul! Para entonces quizá podamos
viajar un poco, volver a ver el mar. ¡De veras es magnífico vivir y ser feliz!
(Se oye la campanilla en la antesala.)
SEÑORA LINDE. (Levantándose.) Llaman; será mejor que me vaya.
NORA.
No, quédate. No aguardo a nadie; de fijo, es para Torvaldo...
ELENA. (Desde la. puerta.)
Perdón, señora; hay un caballero que desea hablar con el señor
abogado...
NORA.
Con el señor director, querrás decir...
ELENA.
Sí, señora, con el señor director. Pero como el señor doctor está ahí
dentro... no sabía si...
NORA.
¿Quién es ese caballero?
KROGSTAD. (En la antesala.) Soy yo, señora.
(La SEÑORA LINDE, turbada, se vuelve, estremeciéndose, hacia la ventana.)
NORA. (Avanza un paso hacia él, intrigada y dice a media voz:) ¿Usted?
¿Qué hay? ¿Qué quiere hablar con mi marido?
KROGSTAD.
Nada; asuntos bancarios... Tengo un modesto empleo en el Banco, y he
oído decir que su esposo ha sido nombrado director...
NORA.
Pero ¿es que...?
KROGSTAD.
Negocios a secas, señora, y nada más.
NORA.
Pues haga el favor de entrar por la puerta del despacho. (Saluda con
indiferencia y cierra la puerta de la antesala; luego se acerca a ver el fuego de
la estufa.)
SEÑORA LINDE. Nora... ¿quién es ese hombre?
NORA. Es un tal Krogstad..., procurador.
SEÑORA LINDE. ¡Ah!, ¿es él?
NORA.
¿Le conoces?
SEÑORA LINDE.
Le conocí... hace años. Fue pasante de procurador de nuestro distrito.
NORA.
¡Ah, sí! Ya recuerdo.
SEÑORA LINDE.
¡Qué cambiado está!
NORA.
SEÑORA LINDE.
Y ahora es viudo, ¿no?
Creo que ha sido desdichado en su matrimonio. .
SEÑORA LINDE.
No obstante, los enfermos son, en realidad, los más necesitados.
DOCTOR RANK.(Encogiéndose de hombros.)
Es ese punto de vista el que convierte la sociedad en un hospital.
NORA. (Como abstraída en sus pensamientos y palmeteando.) ¡Ja, ja, ja!
DOCTOR RANK.
¿De qué se ríe usted? ¿Sabe acaso qué es la sociedad?
NORA.
¡Qué me importa la dichosa sociedad!... Me reía de algo muy distinto...
algo verdaderamente gracioso... Dígame, doctor... Todos los que están
empleados en el Banco dependerán desde ahora de Torvaldo, ¿no es así?
DOCTOR RANK.
¿Y eso la divierte a usted tanto?
NORA. (Sonríe y canturrea.)
No me haga caso. (Paseándose.) Sí que es verdaderamente gracioso
pensar que nosotros... que Torvaldo haya ganado tanto autoridad sobre tanta
gente... (Saca del bolsillo un cucurucho de almendras.) ¿Una almendrita,
doctor?
DOCTOR RANK.
¡Cómo! ¿Almendritas? Tenía entendido que eso era mercancía prohibida
aquí.
NORA.
Sí; pero éstas me las ha dado Cristina.
SEÑORA LINDE. ¿Qué? ¿Yo?...
NORA.
¡Vaya, vaya, no te asustes! ¿Qué sabías tú de si Torvaldo me había
prohibido comer almendras? Es porque le da miedo que se me estropeen los
dientes, ¿comprendes? Pero por una vez, no hay cuidado. ¿Verdad, doctor?
DOCTOR RANK.
¡Ah! ¿Sí? ¿Y qué es?
NORA.
Es algo que siento unos deseos irresistibles de decir delante de Torvaldo.
DOCTOR RANK.
¿Y por qué no lo dice?
NORA.
No me atrevo... Es una cosa muy fea.
SEÑORA LINDE. ¿Fea?
DOCTOR RANK.
En ese caso, no le aconsejo que lo diga. Aunque, a nosotros, bien podía...
¿Qué es lo que tiene usted tantas ganas de decir delante de Helmer?
NORA.
Tengo unas ganas enormes de gritar:
DOCTOR RANK.
Pero ¿está usted loca?
SEÑORA LINDE. ¡Por Dios, Nora!
DOCTOR RANK. Ya puede usted decirlo. Aquí viene.
NORA. (Que esconde el cucurucho.)
¡Chis! (HELMER sale del despacho con el sombrero en la mano y el abrigo
colgando del brazo. NORA va hacia él.) ¿Qué, por fin has podido quitártele de
encima?
HELMER.
Sí; acaba de irse.
NORA.
Te voy a presentar; es Cristina, que ha llegado de fuera.
HELMER.
¿Cristina?... Perdón; pero no sé...
NORA.
La señora Linde, Torvaldo; Cristina Linde...
HELMER.
Venga, señora Linde. Permanecer aquí ahora es algo que sólo puede
resistirlo una madre.
(El DOCTOR RANK, HELMER y la SEÑORA LINDE bajan la escalera. ANA MARÍA entra
con los niños en el salón, seguida de NORA, que cierra la puerta.)
(Se ponen a jugar todos, riendo y alborotando, en el salón y en la
biblioteca de la derecha. Por fin, NORA se esconde debajo de la mesa. Los niños
irrumpen precipitadamente, sin encontrarla; pero, al oír su risita contenida, se
lanzan todos hacia la mesa, levantando el tapete, y la descubren. Ruidosa
alegría. NORA sale a gatas como para asustarlos. Mientras, ha llamado alguien a
la puerta, sin que nadie lo note. Se abre la puerta un poco, y aparece KROGS-
TAD. Se detiene un momento en tanto que el juego continúa.)
KROGSTAD.
Usted perdone, señora...
NORA. (Emite un grito ahogado, levantándose a medias.) ¡Ah! ¿Qué desea
usted?...
KROGSTAD.
Dispénseme. Como la puerta estaba abierta... Se habrán olvidado de
cerrarla.
NORA. (Levantándose.)
No está en casa mi marido, señor Krogstad.
KROGSTAD. Ya lo sé.
NORA.
¿A qué viene usted aquí, pues?
KROGSTAD.
A hablar dos palabras con usted.
NORA.
24
¿Conmigo?... (A los niños, en voz baja.) Marchaos con Ana María. ¿Cómo?
No, no, el hombre no va hacer nada malo a mamá. En cuanto se haya ido,
volveremos a jugar. (Conduce a los niños a la habitación de la izquierda y
cierra la puerta tras ellos. Con inquietud, intrigada.) ¿Quería usted
hablarme?...
KROGSTAD.
Sí, eso quiero.
NORA.
¿Hoy?... Pero si aún no estamos a primeros de mes...
KROGSTAD.
No, hoy es Nochebuena; y de usted depende cómo va a pasar estas
Navidades...
NORA.
Habrá de hacerse cargo. Hoy no puede de ninguna manera...
KROGSTAD.
Por ahora no vamos a hablar de eso. Se trata de otra cosa. Me figuro que
podrá dedicarme un momento.
NORA.
¡Oh! sí, claro, por supuesto... aunque...
KROGSTAD.
Muy bien. Estaba yo sentado en el restaurante Olsen, cuando he visto
pasar a su marido...
NORA. Sí, sí.
KROGSTAD.
...con una señora.
NORA.
¿Y qué...?
KROGSTAD.
¿Puedo hacerle una pregunta? ¿No era la señora Linde?
NORA. Sí.
KROGSTAD.
¿Acaba de llegar a la ciudad?
NORA.
Sí, ha llegado hoy.
KROGSTAD.
¿Y es amiga íntima de usted?
NORA.
Sí; pero no veo qué relación...
KROGSTAD.
Yo también la conocía.
NORA. Lo sé.
KROGSTAD.
25
Casa de muñecas Henrik
Ibsen
¿De veras? Así, estará usted enterada. Me lo suponía. Entonces podré
preguntarle con toda franqueza: ¿es verdad que la señora Linde va a tener un
empleo en el Banco?
NORA.
Señor Krogstad, ¿cómo se permite preguntarme eso usted, que es un
subordinado de mi marido? Pero, ya que me lo pregunta, voy a responderle. Es
verdad; la señora Linde tendrá una colaboracion, y además, soy yo quien ha
influido para ello. Ya lo sabe usted, señor Krogstad.
KROGSTAD. He acertado.
NORA. (Paseándose.)
Como puede suponer, una tiene algo de influencia.
ACTO SEGUNDO
NORA. (A la doncella.)
¿Y está esperando en la cocina?
ELENA.
Sí, señora; ha venido por la escalera de servicio...
NORA.
¿No le has dicho que tenía visita?
ELENA.
Sí; pero ha sido en balde.
NORA.
¿No ha querido marcharse?
ELENA.
No; dice que no se irá hasta haber hablado con la señora.
NORA.
Bueno; hazle que pase, pero con cautela... No se lo digas a nadie, Elena;
es una sorpresa para el señor.
ELENA.
Sí, sí, comprendo. (Base.)
NORA.
Ya ha llegado el momento fatal. Tenía que ser... No, no; no puede ser.
(Echa el pestillo a la. puerta del despacho. ELENA, que vuelve, abre la de la
antesala, dando paso a KROGSTAD, y la cierra. KROGSTAD viste abrigo y gorro de
pieles. NORA avanza hacia él.) Hable bajo; mi marido está en casa.
NORA.(Precipitadamente.)
No quiero que vea esa carta. Rómpala. Ya daré con un medio de pagarle.
KROGSTAD.
Perdone usted, señora; pero me parece que acabo de decirle...
NORA.
Si no hablo del dinero que le debo. Dígame la cantidad que va a exigir a
mi marido, y yo la buscaré.
KROGSTAD.
No exijo ningún dinero a su esposo.
NORA. Pues ¿qué se propone usted?
KROGSTAD.
Se lo diré. Deseo rehabilitarme, señora; deseo prosperar, y su esposo va
a ayudarme. Hace año y medio que no he cometido ningún acto deshonroso.
Durante todo este tiempo he luchado contra las circunstancias más adversas.
NORA.
¡Eso no lo hará en la vida!
Lo hará; . le conozco... No se atreverá a protestar. Y cuando yo lo haya
KROGSTAD
logrado, ya verá usted... Antes de un año seré la mano derecha del director.
Quien dirigirá el Banco será Nils Krogstad, y no Torvaldo Helmer.
NORA.
¡Eso no sucederá jamás!
KROGSTAD.
¿Tal vez intenta usted...?
NORA.
Ahora sí que tengo valor para ello.
KROGSTAD.
¡Oh! no crea que me asusta. Una mujer tan mimada como usted...
NORA.
¡Ya lo verá, ya lo verá!
KROGSTAD.
¿Debajo del hielo quizá? ¿En el fondo frío y sombrío?... Y más tarde, por la
primavera, volver a la superficie, desfigurada., desconocida, sin cabello...
NORA.
No me asusta usted tampoco.
KROGSTAD.
Ni usted a mí. Esas cosas no se hacen, señora Helmer. Además, ¿para
qué?... De todos modos, la tengo en mi bolsillo.
NORA.
¿Después, cuando yo ya no...?
KROGSTAD.
Olvida usted que su memoria estará entonces en mis manos. (N ORA le
mira, atónita.) Oiga; ya se lo he advertido. ¡Nada de tonterías! En cuanto
Helmer esposo
propio reciba mi carta,
quien meespero tener noticias
ha obligado de él.
a dar este Y recuerde
paso. No se loque es su
perdonaré
NORA
No, no . (Que
sería entreabre
posible... la puerta
(Abriendo la ypuerta
escucha.)
pocoSe va. No¿Qué
a poco.) ha dejado la carta.
es eso? Se ha
detenido. No se va. ¿Será que se arrepiente? ¿O será...? (Se oye caer una
carta en el buzón, y luego, los pasos de KROGSTAD que se pierden por la
escalera. NORA, tras de ahogar un grito, vuelve corriendo al soja. Pausa corla.)
En el buzón. (Se acerca sigilosamente a la puerta de la sala.) ¡Ahí está!...
¡Torvaldo, Torvaldo... no hay salvación para nosotros!
SEÑORA LINDE. (Entrando con el vestido por la puerta de la izquierda.) No se
puede arreglar más. ¿Quieres probártelo?
NORA. (Con voz ronca.) Cristina, ven aquí.
SEÑORA LINDE. (Dejando el vestido en el soja.) ¿Qué te pasa? Pareces
trastornada...
NORA.
Ven aquí. ¿Ves esa carta?... Ahí; mira por la abertura del buzón.
SEÑORA LINDE. Sí, ya la veo.
NORA.
62
Casa de muñecas Henrik
Ibsen
¿Me ha visto usted exaltada alguna vez?
KROGSTAD.
¿Sería usted verdaderamente capaz de hacer lo que dice?
SEÑORA LINDE. Sí.
KROGSTAD.
Dígame: ¿conoce usted bien mi pasado?
SEÑORA LINDE. Sí.
KROGSTAD.
¿Y sabe cómo me consideran aquí?
SEÑORA LINDE.
Me parece haberle entendido hace poco que presume que conmigo habría
sido otro hombre.
KROGSTAD.
De eso estoy bien seguro.
SEÑORA LINDE.
¿Y no podrá serlo todavía?...
KROGSTAD.
¡Cristina!... ¿Ha reflexionado despacio lo que dice?... ¡Sí, lo veo en su
cara!... ¿Tendrá usted valor...?
SEÑORA LINDE.
Necesito alguien a quien servir de madre. Sus hijos están tan necesitados
de una.
.. Nosotros también nos necesitamos el uno al otro. Krogstad, creo en
su buen fondo... Con usted me atrevo a afrontarlo todo.
KROGSTAD. (Cogiéndole las manos.)
Gracias, gracias., Cristina... Ahora sabré rehabilitarme... ¡Ah! pero me
olvidaba...
SEÑORA LINDE. (Escuchando.)
¡Chis!... ¡La tarantela!... ¡Váyase, váyase!
KROGSTAD.
¿Por qué?... ¿Qué pasa?...
SEÑORA LINDE.
¿Oye esa música? Cuando haya acabado, volverán...
KROGSTAD.
Sí, ya me voy. Todo es inútil. Usted desconoce, naturalmente, el paso que
he dado contra los Helmer.
SEÑORA LINDE.
No, Krogstad; estoy enterada.
KROGSTAD.
Y a pesar de eso, ¿tiene usted valor para...?
SEÑORA LINDE.
Comprendo perfectamente hasta qué extremos lleva la desesperación a un
hombre como usted.
KROGSTAD.
¡Ah! si pudiera deshacer lo que he hecho...
SEÑORA LINDE.
Puede deshacerlo; su carta sigue aún en el buzón.
KROGSTAD.
¿Está usted segura?
SEÑORA. LINDE.
Por completo; pero...
KROGSTAD. (Con una mirada burlona.)
¿Será eso la explicación de todo?... Usted quiere salvar a su amiga, no
importa cómo. Haría mejor en decírmelo francamente. ¿Es así?
SEÑORA LINDE.
KROGSTAD.
Le pediré que me devuelva la carta.
SEÑORA LINDE. ¡No, no!
KROGSTAD.
¡Pues no faltaba más! Aguardaré a que baje Helmer y le diré que tiene
que devolverme la carta... que sólo trata de mi cesantía... y que no debe
leerla...
SEÑORA LINDE.
No, Krogstad; no pida usted esa carta.
KROGSTAD.
Vamos, dígame: ¿no fue en realidad ésa la razón por la cual me citó aquí?
SEÑORA LINDE.
Sí, con el sobresalto del primer momento... Pero han pasado veinticuatro
horas, y durante ese tiempo he sido testigo de cosas increíbles en esta casa.
¡Dése prisa! ¡Váyase, váyase!... Ha terminado la música; ya no estamos
seguros ni un momento más...
SEÑORA LINDE. (Arregla un poco la habitación, y prepara su abrigo y su
sombrero.)
¡Qué giro han tomado las cosas! Ya tengo por quién trabajar... por quién
vivir... un hogar al que llevar un poco de calor... ¡Claro que lo haré!... Pero ¿no
bajan todavía?... (Escuchando.) ¡Ah! ya vienen. Me pondré el abrigo.
(Se pone el abrigo y el sombrero.) (Óyense las voces de los HELMER y el ruido de
la llave en la cerradura. Entra HELMER trayendo casi a la fuerza a NORA. Esta
aparece vestida con el traje italiano y un gran mantón negro sobre los
hombros. HELMER viste de frac y va cubierto con un dominó negro
también.)
SEÑORA LINDE. Buenas noches.
NORA.
¡Cristina!
HELMER.
¡Cómo, señora Linde! ¿Usted aquí, tan tarde?
SEÑORA LINDE.
Sí, perdón; ¡tenía tantas ganas de ver a Nora disfrazada!
NORA.
¿Has estado aquí aguardándome?
Sí. Desgraciadamente, no pude venir a tiempo; cuando llegué, ya habías
SEÑORA LINDE.
subido,
HELMER. ¡Nora!
NORA. (Profiriendo un grito agudo.) ¡Ah!
HELMER.
¿Qué significa esto?... ¿Sabes lo que dice esta carta?
NORA.
Sí, lo sé. ¡Deja que me marche! ¡Déjame salir!
HELMER.
HELMER.
NORA . Sí,
HELMER . así.
saberlo.adjunto,
papel (Rompe precipitadamente
y lanza un gritoel sobre, lee algunas
de alegría.) líneas,
¡Nora! examina
(NORA un
le mira,
interrogante.) ¡Nora!... No; voy a volver a leerlo... Sí, eso es. ¡Estoy salvado!
¡Nora, estoy salvado!
NORA. ¿Y yo?
HELMER.
Tú igual, naturalmente; los dos estamos salvados, tú y yo. Te devuelve el
recibo. Dice que se arrepiente... Un cambio feliz en su vida... Bueno; ¡qué
importa lo que diga! ¡Estamos salvados, Nora! Ya nadie puede hacerte nada...
¡Ah! Nora... primero hay que desentenderse de todas estas abominaciones.
Vamos a ver... (Echa una ojeada al recibo.) No, no quiero verlo; supondré que
todo ha sido una pesadilla. (Rompe las dos cartas y el recibo, arrojándolo lodo
a la estufa, y contempla cómo arden los pedazos.) ¡Ea! se acabó todo... ¡Oh,
qué tres días más horribles has debido de pasar, Nora!
NORA.
Sí; durante estos tres días he sostenido una lucha atroz,
HELMER.
¡Lo que habrás sufrido, sin ver otra salida que...! ¡No! olvidemos todos
estos sinsabores. Sólo debemos alegrarnos y repetir de continuo: "Ya pasó, ya
pasó"... Pero, mujer, Nora, óyeme; parece que no has comprendido... ¡Vamos!
¿Qué es eso... esa cara tan compungida?... ¡Oh! ya comprendo ¡pobrecita! No
puedes creer que te haya perdonado. Créelo, Nora; te lo juro: estás de todo
punto perdonada. Bien sé que lo has hecho por amor a mí.
NORA. Así es.
HELMER.
Me has amado como una esposa debe amar a su marido.
NORA.
Agradezco tu perdón. (Vase por la derecha.)
HELMER.
No; quédate. (Siguiéndola con la mirada.) ¿Qué haces en la alcoba?
Te he. perdonado,
NORA (Desde dentro.)
Nora;Quitándome el disfraz.
te juro que te he perdonado.
NORA.
Jamás me he sentido tan despejada y segura como esta noche.
HELMER.
¿Y con esa lucidez y esa seguridad abandonas a tu marido y a tus hijos?
NORA. Sí.
HELMER.
Entonces no hay más que una explicación posible.
NORA. ¿Cuál?
HELMER.
Que ya no me amas.
NORA.
No, en efecto.
HELMER.
80
Casa de muñecas Henrik
Ibsen
¡Nora!... ¿Y me lo dices así?
NORA.
Lo lamento, Torvaldo, porque has sido siempre bueno conmigo... Pero no
lo puedo remediar; ya no te amo.
HELMER. (Haciendo esfuerzos por dominarse.) Por lo visto, también de
eso estás perfectamente convencida...
NORA.
Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme aquí ni un instante más.
HELMER.
¿Y puedes razonarme cómo he perdido tu amor?
NORA.
Con toda sencillez. Ha sido esta noche, al ver que no se realizaba el
milagro esperado. Entonces comprendí que no eras el hombre que yo me
imaginaba.
HELMER.
Precisa algo más.
NORA.
He esperado durante ocho años con paciencia. De sobra sabía, Dios mío,
que los milagros no se realizan tan a menudo. Por fin llegó el momento
angustioso, y me dije con toda certeza: "Ahora va a venir el milagro." Cuando
la carta de Krogstad estaba en el buzón, no supe ni aun figurarme que
pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre. Estaba firmemente
persuadida de que le dirías: "Vaya usted a contárselo a todo el mundo." Y
cuando hubiera sucedido eso...
HELMER.
¡Como!... ¿Cuándo yo hubiera entregado a mi propia esposa a la
vergüenza y a la deshonra...?
NORA.
...Cuando hubiera sucedido eso, tenía la absoluta seguridad de que te
habrías presentado a hacerte responsable de todo, diciendo: "Yo soy el
culpable."
HELMER. ¡Nora!
NORA.
¿Vas a añadir que yo jamás habría aceptado un sacrificio semejante?
Claro que no. ¿Pero de qué habrían valido mis afirmaciones al lado de las
tuyas?... Era ése el milagro que esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo
quería acabar con mi vida.
HELMER.
Nora, por ti hubiese trabajado con alegría día y noche, hubiese soportado
penalidades y privaciones. Pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser
amado.
NORA.
Lo han hecho millares de mujeres.
HELMER.
Escucha, Torvaldo. He oído decir que, según las leyes, cuando una mujer
abandona la casa de su marido, como yo lo hago, está él exento de toda
obligación con ella. De cualquier modo, te eximo yo. No debes quedar ligado por
nada., como tampoco quiero quedarlo yo. Ha de existir plena libertad por ambas
partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Dame el mío.
HELMER.
¿También eso?
NORA. Sí.
HELMER.
Aquí lo tienes.
NORA.
Bien. Ahora todo ha acabado. Toma las llaves. Las muchachas están al
corriente de cuanto respecta a la casa... mejor que yo. Mañana, cuando me
haya marchado, vendrá Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que
me lo envíen.
HELMER.
¡Todo ha terminado! Nora, ¿no pensarás en mí nunca más?
NORA.
Seguramente, pensaré a menudo en ti, en los niños, en la casa.
HELMER.
¿Puedo escribirte, Nora?
NORA.