ICSE Capitulo VII

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Capítulo VII.

1966-1973. Del golpe de Estado a la


transición a la democracia: experiencias
fallidas
Nicolás Simone

1. Contexto internacional: globalización, tecnología y


represión

A fines de los sesenta y principios de los setenta, la economía


mundial sufrió una fuerte retracción: las tasas de rentabilidad de las
empresas ubicadas en los países más desarrollados, como Estados
Unidos Alemania o Japón, estaban cayendo fuertemente. Los veinte
años posteriores al final de segunda guerra mundial (1945 a 1965)
habían sido de crecimiento económico sostenido. Esto produjo
aumento de la población, mejora en las condiciones de trabajo y en
la calidad de vida, pero el ciclo positivo empezó a mostrar signos de
agotamiento debido a la combinación entre ese descenso en la
rentabilidad de las empresas y los altos costos laborales. El efecto
que produjo esta combinación fue un fenómeno monetario
desconocido hasta el momento: la estanflación; combinación de
inflación (aumento de precios) y el estancamiento (caída del
crecimiento del PBI –ver glosario–). (1)
Este fenómeno era nuevo porque, hasta ese momento, las crisis
económicas habían producido un descenso de precios por la caída
de la demanda, pero en esta época el problema se combinó
negativamente: caída de la economía y alza de precios. Como
consecuencia de este fenómeno, los Estados y las empresas se
orientaron al desarrollo de nuevas tecnologías derivadas de la lucha
armamentista. Aunque la guerra había terminado hacía casi veinte
años, los conflictos armados se diseminaron por el resto del mundo,
con casos emblemáticos como la guerra de Argelia, de Corea o
Vietnam. La salida de la guerra había dejado al mundo dividido en
dos: occidente capitalista y oriente socialista. En los márgenes,
crecía un enorme tercer mundo compuesto por América Latina,
África y el Sudeste asiático.
La violencia y las guerras civiles se diseminaron por todas estas
regiones, cada una con su particularidad, generando una brecha
entre países desarrollados y subdesarrollados que aún pervive. La
respuesta a la crisis económica de los países centrales fue una
fuerte profundización del modo de producción capitalista que
produjo concentración de capitales, ampliación de los mercados
mundiales y desterritorialización de la producción a países donde la
mano de obra fuera más barata. La brecha entre países pobres y
ricos se fue ampliando además como consecuencia de los avances
científico-tecnológicos que los países centrales fueron desarrollando
en aquellos años: se pusieron los primeros satélites en órbita, el
hombre llegó a la luna, se mejoró la tecnología de los motores a
explosión y se extendió el uso de computadoras científicas tanto
para la investigación como para uso personal. (2)
La salida a la crisis abierta a mediados de los sesenta fue el
comienzo de lo que hoy se conoce como globalización que,
mediante el uso de las nuevas tecnologías, permitió a las grandes
empresas y a los países desarrollados dominar nuevamente el
mundo bajo un nuevo paradigma productivo: el toyotismo, que
implicaba abandonar la idea de una producción en serie a bajo costo
(el viejo modelo fordista) para pasar a un modelo a demanda con
una oferta más compleja y destinada a cada consumidor.
Para inicios de los setenta, la demanda de energía a nivel
mundial había crecido exponencialmente y extraer petróleo era cada
vez caro. Esto produjo un aumento del valor impulsado por los
países exportadores de crudo (OPEP –ver glosario–). Durante la
década de 1970, el valor pasó de 1,21 dólares por barril de petróleo
en 1970, a 35,5 dólares para 1980. Este cambio enriqueció a los
países que lo producían y agrandó la brecha en los que lo
consumían porque solo los más desarrollados pudieron hacer frente
a este aumento, mientras que los países periféricos siguieron
empobreciéndose.
Esta situación internacional pegó de lleno en la región de América
latina. La revolución cubana de 1959 y las luchas por las
independencias nacionales en África habían inspirado a grupos
civiles armados a buscar el camino al socialismo. El mundo bipolar
había desplazado los conflictos a la periferia o tercer mundo y la
respuesta occidental fue iniciar una política de represión
indiscriminada e ilegal. Fue el comienzo del terrorismo de Estado en
Argentina que tuvo su primer episodio en la masacre de Trelew de
1972 y que se llegó a su punto máximo entre 1976 y 1983, como
veremos en el capítulo siguiente.
La Escuela de las Américas fue el respaldo formativo para esta
política represiva. Funcionaba en Panamá desde hacía algunas
décadas y se dedicaba a entrenar militares elite de toda la región
para enfrentar y aniquilar al nuevo enemigo que habitaba puertas
adentro. Los militares ya no solo custodiaban las fronteras
territoriales, sino que se incorporaba la frontera ideológica: la lucha
contra el comunismo. (3)
En Argentina, la aplicación de esta doctrina se reflejó en el golpe
de Estado de 1966 que, como veremos en los siguientes apartados,
ya no se trató de un golpe restaurador de la democracia extraviada,
sino que buscó implantar un régimen militar de larga duración que
corrigiera, por fin, los desajustes económicos y políticos arrastrados
por décadas. La dictadura llegaba para quedarse. La reacción de los
sectores populares a esta propuesta represiva desatada por el
régimen militar fue creciendo exponencialmente. Para fines de la
década de 1960, se produjeron levantamientos populares en
Córdoba y Rosario que, de alguna manera, replicaban lo que
sucedía en el mundo: una fuerte reacción de una nueva generación
nacida luego de la guerra mundial que iba a ser protagonista de
infinidad de cambios en la vida cotidiana. (4)
En los diez años que van desde 1966 a 1976, se pueden
distinguir 3 periodos: el del gobierno de Onganía que buscó
construir un régimen burocrático-autoritario de larga duración pero
que duró cuatro años (1966-1970); el del inicio de una transición a la
democracia que se extendió hasta 1973 y el del último gobierno
peronista que terminó el 24 de marzo de 1976, cuando los militares
irrumpieron en el poder por última vez poniendo punto final al largo
periodo del empate que se extendió entre 1955 y 1976 aplicando
una represión feroz y criminal.

2. 1966-1970: Onganía y la revolución argentina

En el capítulo anterior, se analizaron los golpes de Estado a los


gobiernos semidemocráticos de Arturo Frondizi (1958-1962) y de
Arturo U. Illia (1963-1966), para quienes no fue posible resolver su
debilidad de origen. Cuando Illia fue derrocado, el peronismo seguía
proscripto, los militares al acecho, los laboratorios y las petroleras
habían perdido contratos millonarios y el sindicalismo adoptaba la
táctica de golpear y negociar (James, 2010).
Este escenario mostraba esa sociedad dividida que seguía
inmersa en un laberinto que O’Donnell (1976) llamó empate
hegemónico y que, a grandes rasgos, describe al periodo
comprendido entre 1955 y 1976 como un ciclo largo en el que
ningún grupo político -ni civil ni militar- pudo imponer hegemonía.
Como carta de presentación, al mes de asumir, la dictadura de Juan
Carlos Onganía intervino las universidades públicas de todo el país.
En la UBA, esta se dio violentamente cuando la policía ingresó a los
edificios de Exactas y Naturales y Filosofía y Letras. Los militares
detuvieron a cientos de estudiantes y profesores. Aquella jornada se
conoció como “La Noche de los Bastones Largos” y puso fin a la
época dorada de la Universidad Argentina, una de las áreas en las
que había habido adelantos en los gobiernos entre 1958 y 1966 (ver
Capítulo 11). (5)
El golpe de 1966 fue distinto a los anteriores: esta vez no sería de
corta duración buscando una salida semidemocrática rápida; por el
contrario, esta vez no tenía fecha de vencimiento, iba a durar lo que
fuera necesario hasta poder poner en orden el país. Todo bajo la
estricta proscripción ya no solo del peronismo, sino también de
todos los demás partidos políticos (Romero, 2013). (6)
Primero, sería el tiempo económico, de la mano de un fuerte
control autoritario, el gobierno iba a hacer la corrección económica
que los débiles gobiernos semidemocráticos de 1958-1962 y 1963-
1966 no habían logrado. Se reprimieron los conflictos sociales para
permitir la inversión de sectores concentrados de la economía. Se
abandonaba, de esta manera, el modelo de industrialización por
sustitución de importaciones (ISI) focalizado en el desarrollo de las
industrias con capitales nacionales, para pasar a un tipo de
industrialización desarrollada asociada con el capital transnacional.
Como se dijera, para fines de los sesenta y principios de los
setenta, los adelantos científico-tecnológicos obligaban a actualizar
una industria argentina que había quedado rezagada. El plan militar
estimaba que, una vez alcanzado cierto grado de desarrollo, llegaba
una segunda etapa de distensión posterior al ajuste: seria la época
de la cuestión social gracias a que, durante la etapa anterior, el
Estado y las empresas se habrían fortalecido (O’Donnell, 1976).
El objetivo central de este proyecto era desarrollar, al calor de
una fuerte represión, un Estado fuerte que se iba a ocupar de
redistribuir la riqueza concentrada en las empresas. Sería un Estado
modernizado acorde a las nuevas tendencias mundiales, el gobierno
militar buscó construir lo que O’Donnell (1982) definió como “Estado
burocrático-autoritario” (ver glosario). En la tercera etapa se iba a
devolver los derechos políticos a una población que, a fuerza de
represión primero y un poco de distribución después, iba a haber
aprendido a aceptar los programas de gobierno. Para estas tres
etapas, no habría plazos. El gobierno iba a tomarse el tiempo que
hiciera falta.
Los acontecimientos fueron muy distintos a los planes del
gobierno militar. Las primeras medidas económicas tuvieron la
audacia de pretender resolver todos los problemas de forma
simultánea: se devaluó el peso un 40% (aumentó el dólar), se fijaron
retenciones a las exportaciones que oscilaron entre 16% y 25% (los
exportadores se benefician siempre cuando el dólar sube, pero en
este caso, lo que ganaban por la devaluación del 40%, lo pagaban
de impuestos) y se redujeron los aranceles aduaneros (se podía
importar pagando menos impuestos) (Rapoport, 2003).
En los hechos, se trataba de desdoblar el tipo de cambio
dejándolo más bajo para los que exportaban y más alto para los que
importaban. Es decir que los sectores productivos se vieron
perjudicados, los que ganaban con estas medidas eran dos: el
Estado Nacional que recaudaba más impuestos y las empresas de
capitales extranjeros que acumulaban riquezas. Estos dos actores
eran, para el gobierno militar, los que debían empujar el tren del
desarrollo postergado por las experiencias anteriores. Además, se
dispuso de un fuerte aumento de tarifas y de impuestos
acompañados por el congelamiento de los salarios amparados en
una fuerte represión dispuesta por los militares. Se trató de un
experimento audaz que solo podía pensarse en el marco de un
gobierno autoritario que lo habría de imponer con mano dura.
El plan de gobierno de Onganía no cumplió todos sus objetivos,
pero sí tuvo logros parciales. Durante los primeros meses de
gobierno, el PBI (ver glosario) creció levemente y durante los
siguientes años, el gobierno logró hacerlo subir más y a la vez bajar
la inflación. Como muestra el Cuadro 1, entre 1966 y 1969, la
inflación bajo del 31,9% a 7,6%; mientras que, en el mismo periodo,
el PBI creció de un magro 0,6% en 1966 hasta el 8,5% de 1969.
Cuadro 1: Crecimiento del PBI e inflación en Argentina
(1966-1972)

Año Inflación PBI

1966 31,9% 0.6%

1967 29,2% 2,6%

1968 16,2% 4,4%

1969 7,6% 8,5%

1970 13,6% 6,4%

1971 34,7% 4,8%

1972 58,5% 3,1%

Fuente: Rapoport (2003).

A principios de 1967, el gobierno alcanzó un acuerdo con el FMI


(ver glosario) que tenía estos objetivos: bajar la inflación, aumentar
el PBI y, además, fomentar la inversión. Fue una época de
transformaciones políticas, sociales y económicas. Los años
sesenta fueron años de utopía inspirados en las luchas por los
derechos civiles en EE.UU., en el movimiento hippie en todo el
mundo, en las guerras por las independencias de los países de
África y Asia y en los procesos revolucionarios como los de Cuba,
China o Vietnam. También los cambios en la Iglesia Católica, al
calor del Concilio Vaticano II, contribuyeron a la idea de un cambio
profundo de tipo revolucionario.
Este movimiento mundial influyó en Argentina, sobre todo en el
sector universitario y en el movimiento obrero organizado. Ciudades
medianas, como Córdoba y Rosario, en las que “la fábrica” y “la
universidad” tienen visibilidad política e influencia social, fueron el
escenario de los levantamientos populares de 1969 inéditos en el
país: el Cordobazo y el Rosariazo (Romero, 2013).
Los jóvenes, por un lado, nacidos al calor del baby boom (ver
glosario) de los años cuarenta y cincuenta que se habían criado en
el estado de bienestar del peronismo, pero que nunca habían
conocido a Juan Domingo Perón, saltaban a la adultez con un
enorme compromiso político. Fue en esa efervescencia de fines de
los sesenta que nacieron, como se analiza en el siguiente apartado,
nuevos grupos de pertenencia política que iban desde los grupos
civiles armados, sobre todo Montoneros y ERP (ver glosario), los
curas enrolados en el movimiento de Tercer Mundo, hasta partidos
más reformistas como los socialistas, comunistas y los jóvenes
radicales. (7)
Por el otro, el movimiento obrero organizado experimentó, en
1968, una fractura entre los sectores más dialoguistas y los más
combativos. Estos últimos estuvieron liderados por Raimundo
Ongaro que quedó al frente de la CGT de los Argentinos (ver
glosario), mientras que los dialoguistas quedaron nucleados en la
CGT Azopardo y seguían dispuestos a golpear y negociar, táctica
que habían consolidado desde la caída de Juan Domingo Perón en
1955 (James, 2010).
El plan de Onganía estaba agotado para principios de 1970. Este
renunció al cargo de presidente por falta de apoyo interno de las
FF.AA., por el incremento de la protesta de una sociedad que lejos
estaba de quedarse a ver de brazos cruzados cómo se imponía un
régimen autoritario.
En 1969, recrudecieron los levantamientos populares y hubo
varios asesinatos políticos como los de Augusto T. Vandor (líder
metalúrgico) y Pedro E. Aramburu (expresidente militar en 1955-
1958), que precipitaron ese final y la apertura de un largo proceso
de liberalización política que culminó con el llamado a elecciones de
1973. Aquel que consagró primero a Héctor J. Cámpora y,
finalmente, a la formula Juan Domingo Perón-María Estela Martínez
de Perón.

3. 1970-1973: Levingston-Lanusse, liberalización,


violencia y pactos truncos
Como se dijo en el apartado anterior, el periodo iniciado en 1970
fue, por un lado, el de un largo recorrido de liberalización política
que culminó con las elecciones de septiembre de 1973. Por el otro,
fue el inicio de una espiral de violencia política que, además desde
1976, adquirió su faceta más feroz cuando las FF.AA. organizaron
un plan sistemático y genocida de desaparición forzada de
personas. La apropiación de bebés y el carácter secreto de la
represión oscurecieron aún más este accionar criminal. Argentina no
sería la misma luego del azote de la dictadura que se instauró en
1976 y se mantuvo siete años en el poder.
La fase 1970-1973 se asemejó a la 1982-1983 porque en esos
periodos se produjo lo que los académicos llamaron “liberalización”
(O’Donnell, 1988): (8) etapa que transcurre entre el aflojamiento de
ciertas restricciones políticas que permiten negociar el llamado a
elecciones, hasta que esas elecciones se concretan y asume un
gobierno elegido democráticamente. La liberalización es la
transición en sentido estricto.
En sentido amplio, la transición continúa una vez que asume el
nuevo gobierno y aparecen los riesgos de que ese proceso
democrático fracase. Son los problemas de la consolidación a la
democracia entendida como parte de la transición en sentido amplio.

Cuadro 2: Distinción entre dictadura y transición a la


democracia (9)

Dictadura Transición a la democracia (sentido amplio)

Liberalización o
Transición a la
democracia Consolidación a la democracia:
Restriccion
(sentido instalado el régimen democrático, surgen nuevos
es políticas
estricto): desafíos, aparece incertidumbre sobre el éxito o
y represión
apertura política y fracaso de la democracia.
negociación hasta
las elecciones.

Elaboración propia en base a O’Donnell (1988).


Las dictaduras de 1966-73 y 1976-83 (ver capítulo 8) se
extendieron más en el tiempo que las anteriores, fueron más
represivas -sobre todo la última- y derivaron en dos transiciones que
se agregaron para forjar el actual régimen democrático. Fueron las
transiciones de 1973 y 1983 (ver Capítulo 9).
El largo recorrido hasta las elecciones de 1973 comenzó con la
asunción de Roberto M. Levingston a principios de 1970 quien,
durante sus primeros meses de gobierno, mantuvo un tibio intento
por sostener el modelo económico liberal de Adalbert Krieguer
Vasena, ministro de Onganía. El año 1970 fue muy vertiginoso. En
mayo, hizo su aparición pública Montoneros, organización juvenil
armada peronista, que para darse a conocer secuestró y asesinó al
General Aramburu, la cabeza del golpe militar que había derrocado
a Juan Domingo Perón en 1955 (Lanusse, 2005).
Bajo el paraguas de la Revolución Cubana, los jóvenes de los
setenta se sentían capaces de cambiar el mundo por medio de un
proceso revolucionario y la exitosa experiencia cubana confirmaba
esta idea. Montoneros recuperaba parte de la resistencia peronista
de los cincuenta (Fuerzas Armadas Peronistas –ver glosario–), pero
se nutría también de otras tendencias revolucionarias (Fuerzas
Armadas Revolucionarias –ver glosario–) (Eggers Lan, 2014).
También se crearon otras organizaciones armadas de tipo marxista-
trotskista que buscaban la revolución, pero que no creían que el
peronismo fuera un verdadero actor revolucionario. Su organización
más importante fue el PRT-ERP –ver glosario– (Carnovale, 2011).
La reacción a la expansión de estas organizaciones fue la
creación de otras paramilitares, como la Triple A (ver glosario), que
se dedicaron a sembrar el terror y a perseguir a las organizaciones
de izquierda como PRT-ERP (Partido Revolucionario de los
Trabajadores) y peronistas como Montoneros. En este contexto de
nivel creciente de demandas y con claros indicios de que la violencia
política crecía exponencialmente, se produjo un giro drástico en la
política económica hacia fines de 1970. Levingston designó a Aldo
Ferrer, funcionario en el gobierno de Frondizi, nacionalista y
orientado al mercado interno; este economista de origen radical
proponía cerrar el ciclo de la ISI alcanzando un ideal de “vivir con lo
nuestro” (Ferrer, 2009).
La idea de vivir con lo nuestro reforzaba el paradigma
industrialista compartido, a esta altura, por todos los actores
políticos incluyendo a los militares que ya se movían casi como un
partido político más. Si bien este paradigma tenía adhesión
mayoritaria, esto no fue suficiente para domesticar al capital
transnacionalizado que se había instalado luego del golpe de Estado
a Juan Domingo Perón en 1955. Además, todos los gobiernos,
civiles o militares, no tenían legitimidad política para imponer reglas
de juego estables.
El plan de Levingston fracasó rápido cuando las variables
macroeconómicas empezaron a fallar. Como muestra el Cuadro 1,
desde 1970, el crecimiento del PBI cayó drásticamente y la inflación
se disparó. Las opciones de las juntas militares se agotaban, el país
se les iba de las manos con una situación económica, política y
social explosiva (Rapoport, 2003).
Este contexto terminó de convencer a los militares del cambio de
rumbo, estos no estaban dispuestos a regalar la oportunidad de
seguir en el poder y apostaron de nuevo a ser los artífices del
cambio que la sociedad demandaba. Todavía se sentían capaces de
contener la situación y de reemplazar la figura de Juan Domingo
Perón que, ante cada crisis, emergía como la figura política ausente
que podría contener la situación. (10) La experiencia nacionalista de
Levingston duró nueve meses, cuando un nuevo alzamiento en
Córdoba “El Viborazo”, en marzo de 1971, marcó su final.
Así fue como la junta militar tomó el camino que había querido
evitar desde 1955, comenzó una negociación con Juan Domingo
Perón exiliado. Como sucesor de Levingston, el ejército designó al
General Alejandro A. Lanusse como el encargado de pactar una
transición a la democracia. Los militares buscaban controlar el
proceso y abrieron negociaciones con todos los partidos políticos
incluyendo al peronismo. (11)
Simultáneamente, recrudecía la violencia política y empezaba a
notarse que esta venía desde el propio Estado. En agosto de 1972,
un grupo de presos políticos de izquierda y peronista organizó una
fuga del penal de Rawson, algunos lograron escapar, pero otros
fueron detenidos y fusilados. Fue el primer episodio de lo que luego
se conoció como “terrorismo de Estado”.
En este contexto, la apertura democrática ninguneada hasta
hacía pocos años era la solución que le quedaba a los militares. La
propuesta consistía en llamar a elecciones con la libre participación
de todos los partidos políticos, incluso el peronismo, pero en las que
Juan Domingo Perón no podía participar como candidato. Los
partidos rechazaron formalmente el convite a acordar, pero se
amoldaron a las nuevas normas. En consecuencia, el peronismo se
reorganizó luego de casi 20 años de proscripción, se fundaron
partidos como el Socialista Popular (PSP), el Intransigente (PI) o
líneas internas como el Movimiento de Renovación y Cambio
(MRyC), espacio del radicalismo (UCR) liderado por Raúl Alfonsín,
que sería electo presidente en 1983 (Persello, 2007).
El proceso continuó con avances parciales que se fueron
concretando hacia 1972 cuando el ejecutivo sancionó una ley que
fijó nuevas reglas para las elecciones: se abolió el colegio electoral y
estas pasaron a ser directas con un sistema de segunda vuelta con
umbral del 50%; los senadores pasaron a ser tres –dos por mayoría
y uno por minoría– y se fijó un mínimo de tres diputados por
provincia. También se aprobó el actual Código Electoral Nacional
que consagró al sistema proporcional vigente que se usaba desde
1960 de manera precaria. El gobierno militar cumplía con su parte
del acuerdo al fijar las reglas para las elecciones, aunque mantenía
el veto a la candidatura de Juan Domingo Perón (Abal Medina y
Suárez Cao, 2003).
Se abrió un juego de negociaciones encabezado, de un lado, por
un General Lanusse dispuesto a no regalarle protagonismo a Juan
Domingo Perón llegando incluso a fantasear con reemplazarlo o
más bien superarlo. Por el otro, Juan Domingo Perón que
demostraría que sus dotes de político estaban intactas. Así fue
como en su primer regreso al país, a fines de 1972, cerró acuerdos
con las dos facciones del radicalismo –intransigentes y populares–
(12) y con todos los sectores del peronismo en el FreJuLi (Frente
Justicialista de Liberación Nacional) comenzó un periodo de
negociación hacia la salida democrática resumido en la idea del
“duelo de generales” que, en algún sentido, libraron Perón y
Lanusse (Dalmazzo, 2005).
Los intransigentes (PI) se sumaron a las listas del peronismo en
el FreJuLi (ver glosario) y los populares (UCR) sellaron una especie
de acuerdo de convivencia con Juan Domingo Perón simbolizado en
el abrazo que se dieron Juan D. Perón y Ricardo Balbín el 19 de
noviembre de 1972. Ese día dejaron atrás viejos enfrentamientos y
se reconocieron mutuamente como un otro que expresaba un sector
de la sociedad. Comenzaba a tejerse la red sobre la que la
democracia iba a poder asentarse una década después y luego de
la tragedia más grande la historia argentina: la dictadura de 1976-
1983.
Entre 1973 y 1976, se vivió un extraño proceso de transición a la
democracia que terminó siendo fallida. Si bien se logró transitar
desde un gobierno autoritario hacia uno democrático (transición en
sentido estricto), no se logró consolidar el régimen democrático y
este cayó. Sin embargo, este proceso sentó las bases del acuerdo
entre los partidos políticos que, luego de la sangrienta dictadura de
1973 a 1976, terminaron de acordar la necesidad de construir un
régimen político democrático como único vehículo para acceder al
poder. En este contexto explosivo y a contramano de la tendencia
regional en la que prevalecían los gobiernos militares, (13) Argentina
se lanzó a la fallida transición a la democracia de 1973, que se
analiza en el siguiente apartado.

4. 1973-1976: Cámpora y Perón-Perón, la transición


fallida

Las elecciones de marzo de 1973 consagraron a Héctor


Cámpora, el candidato de Juan Domingo Perón quien fue el
verdadero ganador de esta parte del proceso; en el duelo que le
había planteado Lanusse, Juan Domingo Perón se impuso
holgadamente (Dalmazzo, 2005).
En su primer regreso, en 1972, Juan Domingo Perón había
revalidado sus dotes de gran político. Triunfó en base a tres puntos.
El primero, porque consiguió tejer una alianza amplia (FreJuLi) con
apoyos novedosos no solo de todo el peronismo, al que logró
unificar detrás de la candidatura de Cámpora, sino también de
conservadores, socialistas, radicales desarrollistas e Yrigoyenistas,
nacionalistas católicos y demócrata cristianos. Es decir, una amplia
y diversa variedad de opciones que iban desde la izquierda a la
derecha. Por el momento, Juan Domingo Perón lograba encolumnar
una propuesta potente desde lo electoral que se encuadraba en las
normas promulgadas por los militares salientes, pero sin que le haya
sido necesario pactar con estos (Abal Medina y Suárez Cao, 2003).
El segundo fue el acuerdo con el radicalismo encabezado por
Ricardo Balbín y un joven Raúl Alfonsín. Perón le ofreció a Balbín,
en primer término, ser su compañero de fórmula, aunque el radical
rechazó la propuesta, sellaron un acuerdo de mutuo reconocimiento
dejando atrás viejos enfrentamientos.
En las elecciones de marzo de 1973, el FreJuLi logró casi el 50%
de los votos y la UCR el 21%. Fue una diferencia abrumadora y
Juan Domingo Perón mostraba el tercer elemento que le permitió
imponerse a Lanusse: su poder electoral estaba sólido, el apoyo de
los ciudadanos fue contundente. El ciclo de la liberalización
terminaba con la asunción de Cámpora y comenzaban los
problemas de la consolidación del régimen democrático que, como
se analiza más adelante, no logró sus objetivos y volvió a ser
derrocado por otro gobierno militar (Romero, 2013).
Cámpora a poco de asumir advirtió que su poder era nulo ante la
inminencia del regreso definitivo de Juan Domingo Perón y como
efecto del contundente triunfo del general en todos los escenarios. A
los pocos meses de asumir, Juan Domingo Perón decidió volver de
manera definitiva al país y, a pesar de que este había solicitado que
no hubiera movilización, cientos de miles de personas se
movilizaron hacia el Aeropuerto Internacional de Ezeiza para recibir
al general. Se montó un escenario que evidenció las disputas entre
los sectores del peronismo: por un lado, la izquierda peronista
dominada por Montoneros que mostraba ya un crecimiento
exponencial desde 1970 (Lanusse, 2005) y, por el otro, la vieja
estructura del sindicalismo burocrático (James, 2010). La
movilización terminó en masacre, hubo enfrentamientos armados,
corridas, gases lacrimógenos y una cantidad indeterminada de
muertos. La fiesta esperada fue el preludio de la pesadilla que se
avecinaba.
Como consecuencia de estos episodios, el poder de Cámpora
estaba agotado. Los sectores de izquierda no estaban dispuestos a
ceder en el uso de la violencia política y los de derecha no estaban
conformes con la orientación de Cámpora. Este renunció y llamó a
nuevas elecciones en las que sí participó Perón. El círculo se
cerraba y el triunfo del peronismo fue total, este fue electo
presidente en septiembre de 1973 con el 62% de los votos.
Perón asumió el 12 de octubre de 1973 con una sensación de
que la suma de poder público podía permitirle contener una
situación social explosiva. Cuando estaba exiliado, había alentado el
desarrollo de organizaciones armadas pensando que, si lograba
mantenerlas dentro del peronismo, las iba poder controlar después.
Para él, había llegado el momento de ejercer ese control, pero no
pudo. Montoneros, por un lado, mantenía sus continuos reclamos al
presidente y ERP, por el otro, sostenía e incrementaba la lucha
armada. Cada vez le era más difícil al presidente electo con el 62%
de los votos lograr el control de la situación. A Perón le quedaban
los partidos políticos democráticos como sostén, todos
acompañaron el segundo proceso electoral y acataron las reglas
impuestas por el gobierno de Lanusse (Abal Medina y Suárez Cao,
2003).
A su vez, la situación política y económica empeoraba: escalaba
la violencia política de derecha y de izquierda y la economía
explotaba en el marco de la crisis mundial del petróleo. En enero de
1974, el otro grupo armado más importante (ERP) tomó por asalto
un cuartel en la ciudad de Azul y provocó una nueva crisis política
en el peronismo: fue destituido el gobernador de la provincia de
Buenos Aires ligado a la izquierda peronista. El 1º de mayo, con
motivo de la celebración del Día de Trabajador, se produjo un nuevo
quiebre, esta vez definitivo, entre Perón y Montoneros. Ante las
incesantes recriminaciones al general por parte de su juventud, este
decidió expulsarlos de la Plaza. Unos meses después pasaron a
operar en la clandestinidad y volvieron a la lucha armada (Lanusse,
2005).
Simultáneamente, se extendían grupos paramilitares que se
enfrentaban a estas organizaciones, mayormente peronistas y
trotskistas. El nivel de violencia seguía aumentando. Además, Perón
envejecía rápido y se diluía la opción del salvador que pudiera
contener los conflictos. Finalmente, murió el 1º de julio de 1974 y,
lógicamente, los conflictos se profundizaron.
Muerto el líder se desató una furiosa lucha por el poder dentro de
un gobierno débil que había quedado a cargo de su viuda, María
Estela Martínez de Perón (apodada Isabelita), quien se respaldó en
su secretario José López Rega. Mientras la izquierda peronista y
trotskista se replegaba a la clandestinidad y sufría la represión
desatada por los grupos paramilitares, los sindicalistas pretendían
aumentar su poder dentro de un gobierno que no tenía destino, pero
al que estaban dispuestos a acompañar y a la vez sacarle el mayor
rédito posible. Para fines de 1974, se decretó el estado de sitio y la
represión se desató definitivamente (Rapoport, 2003).
En 1975, hubo más de trescientos asesinatos políticos y el
gobierno civil no tenía reacción. Con los nuevos planes económicos,
además, se fue alejando de sus otros apoyos: sindicatos y grupos
económicos locales. Solamente los partidos políticos seguían
sosteniendo el proceso democrático. A mediados de año, los
sindicalistas resistieron una serie de medidas del gobierno de
Marínez de Perón y terminaron enfrentados a un gobierno más
aislado. La presidenta tomó licencia y asumió el presidente del
Senado, Ítalo Lúder, reforzando los aspectos más conservadores y
represivos dentro del gobierno. En este marco, el presidente
provisional firmó los decretos 261/75 (14), 2770, 2771 y 2772/75
(15) (estos últimos tres fueron secretos) mediante los cuales el
gobierno constitucional facultaba a las FF.AA. para aniquilar a los
grupos armados. El primer decreto se limitaba a la provincia de
Tucumán y los restantes ampliaron la represión a todo el territorio.
Durante 1975, el ejército había combatido a grupos armados en
el monte tucumano. El ERP (ver glosario) se había desplazado allí
buscando copiar a los revolucionarios cubanos que habían
preparado la insurrección en la Sierra Maestra del país caribeño
hasta lograr asaltar el poder el 1º de enero de 1959. El repliegue de
los grupos armados era evidente, pero estos lejos estaban de
rendirse. A fines de 1975, el ERP hizo un intento audaz por tomar un
cuartel en el partido de Lanús, en la localidad de Monte Chingolo. La
acción fue descubierta, los militares los estaban esperando y los
resultados fueron trágicos para este grupo armado, fueron muertos y
fusilados más de cien militantes (Carnovale, 2011).
Para fines de ese año, los militares que habían tomado
intervención en el conflicto con las organizaciones armadas, ya las
habían eliminado, amparados en los decretos secretos firmados por
el presidente provisional y en una sociedad que cada vez veía con
mejores ojos el regreso de los militares a la casa de gobierno.
El gobierno peronista que había comenzado con fuerte apoyo
electoral en 1973 se deshacía como un castillo de arena ante la
sucesión de acontecimientos. La economía era un volcán por los
efectos recesivos del plan económico que intentó el gobierno ese
año (el Rodrigazo) que consistió en una fuerte devaluación,
aumento de tarifas y naftas, de transporte, baja de salarios y ajuste
fiscal. Todo en un contexto internacional en el que las variables
económicas cambiaban rápidamente, como se analiza al principio
del capítulo (Rapoport, 2003).
Los márgenes de acuerdo del gobierno se agotaban. La crisis del
petróleo a nivel mundial hacía estallar el acuerdo que había
alcanzado Perón en 1973: ya no contaba con el apoyo de los
jóvenes armados que habían pasado a la clandestinidad, tampoco
de los sindicalistas que se habían enfrentado el gobierno por las
medidas de 1975 y que se veían obligados a pedir cada vez más
aumento de salario, ni de los empresarios que habían abandonado
el interés por el bien común y trasladaban a los precios los
incrementos derivados del aumento del precio del petróleo. Solo los
partidos políticos quedaron defendiendo al gobierno, pero estos no
gozaban por entonces de peso político para imponer condiciones.
Los militares asumieron nuevamente el poder por medio de la fuerza
iniciando una cruel y siniestra dictadura.

5. A modo de cierre
El presente capítulo comprende el periodo 1966-1976 en el que la
Argentina transitó por tres periodos. El primero se extendió hasta
1970 y fue el marcado por el intento de imponer un régimen
autoritario para aplicar una política liberal. Aquel gobierno planteó
aplicar un plan de tres etapas sin importar cuánto tiempo le
demandara la tarea. El segundo es el periodo que abarca hasta las
elecciones de 1973 en las que gobierno militar diseña mecanismos
institucionales para la transición a la democracia y el tercero el que
cubre los gobiernos democráticos de Cámpora y Juan Domingo
Perón-María Estela Martínez de Perón.
En el mundo, los avances científico-tecnológicos fueron
delineando los primeros indicios de lo que hoy llamamos
globalización. El modelo industrial fordista que había funcionado
desde la década de 1920, dejaba paso a uno más complejo y
acorde a los tiempos modernos: el toyotismo. Los países
desarrollados se lanzaron a la lucha por la conquista del espacio y
lograron significativos avances en medicina, comunicaciones,
transporte, desarrollo informático, programación, y cientos de
disciplinas que se modernizaron gracias al uso de las computadoras
y todos sus derivados.
En América Latina, estos avances sucedían lejos y consolidaban
el papel secundario de economías pequeñas como la local. Los
cambios estructurales acontecidos en las décadas del sesenta y
setenta desfavorecieron la región latinoamericana debido a que, en
el mercado mundial, aumentaron fuertemente los precios del
petróleo y descendieron los de los productos agrícolas, que era lo
que se exportaba desde la región.
Este contexto de retracción económica se combinó con el
incremento de las acciones revolucionarias de parte de
organizaciones nutridas por jóvenes influidos por las luchas por las
independencias en Asia y África, la revolución china y la cubana.
También la resistencia a la Guerra de Vietnam y la lucha por los
derechos civiles en EE.UU. influyeron en un clima de época en el
que se vivieron grandes cambios y se soñaron muchos más.
La primera etapa comprende la dictadura de Onganía que aplicó
un plan de estabilización económica basado en las recetas del FMI.
Principalmente se orientó a bajar el déficit fiscal (ver glosario) y la
inflación aplicado bajo un fuerte Estado represivo que, al cabo de
unos años, logró contener ambas variables. En el año 1969, el plan
dio su mejor resultado: la inflación bajo al 8% y el país creció un
8,5% (Cuadro 1). Fueron números muy buenos que no volverían a
verse en Argentina hasta el siglo XXI.
Sin embargo, la situación política fue la que hizo naufragar al
proyecto de instaurar un Estado burocrático-autoritario (O’Donnell,
1982). Los sectores populares reaccionaron fuertemente contra el
gobierno militar y se produjeron levantamientos: el Cordobazo de
1969 fue el más importante y marcó el final del gobierno de
Onganía.
Con la asunción de Levingston comenzó el segundo periodo, el
del largo camino hacia la fallida transición a la democracia de 1973
y, a la vez, el largo declive económico que tendría su pico en 1975
con el “rodrigazo” y que se extendió hasta finales de la década del
ochenta (Halperín Dongui, 2012). Finalmente fue Lanusse, quien
intentó una salida negociada y le planteó a Juan Domingo Perón un
escenario de negociación en el que este último se impuso al final del
proceso.
El camino hasta las elecciones de 1973 estuvo lleno de dudas y
cambios de estrategias. Por un lado, el gobierno militar saliente
fijaba las reglas de juego que los partidos acataron (decretos Ley
19.862 y 19.945 de 1972); por el otro y paralelamente, los partidos
tejían una serie de acuerdos incompletos que empezaron a
devolverle a clase política el protagonismo que los sucesivos
gobiernos militares les habían vedado y que se vería plasmado para
1983, cuando la democracia sí pudo empezar a consolidarse. El
sector sindicalista-empresario acompañó la ilusión que se abría con
el regreso de Juan Domingo Perón y el fin de las restricciones
políticas que se habían sucedido las últimas décadas. Pero este
escenario ideal duró poco, en el tercer periodo se desvanecieron
rápido las ilusiones y la realidad comenzó a golpear duro, sobre todo
desde 1976.
Perón empezó fuerte con el 62% que sacó en las elecciones de
septiembre de 1973, pero fue perdiendo el control rápidamente de la
situación: sindicatos, empresarios, organizaciones juveniles –
armadas o no– y todos los sectores que habían luchado por el
regreso del general en el exilio, no acataron sus órdenes. Perón no
estaba en condiciones de controlar aquello que había instigado para
forzar su regreso. Luego de su muerte, creció la violencia, la
economía se deterioró más y los partidos quedaron al margen. La
democracia y los derechos humanos empezaban a vivir su era más
oscura. Asomaba un nuevo golpe militar, el más siniestro y oscuro
de la Historia argentina.

Bibliografía

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