Alas de Muerte

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Alas de Muerte

Capítulo 1: El Silencio del Parque

Era una mañana tranquila en el Parque Central de la ciudad de Valmont. El


cielo estaba despejado, los árboles danzaban suavemente con la brisa, y los
rayos del sol bañaban los bancos donde los habituales paseantes leían,
conversaban o alimentaban a las palomas que, como de costumbre, se
agolpaban alrededor de ellos.

María, una mujer de mediana edad que trabajaba en un café cercano, había
desarrollado una rutina casi ritual: tomarse un momento cada día para
alimentar a las aves. Para ella, era un acto de paz en su apretada y agitada
vida. Sin embargo, esa mañana notó algo distinto en las palomas. Su
comportamiento había cambiado. Ya no se arremolinaban pacíficamente a su
alrededor en busca de migajas. En cambio, la observaban, con ojos negros y
brillantes, quietas, como si esperaran algo más.

María retrocedió un paso, sintiendo un escalofrío recorrer su columna. En ese


momento, una paloma en particular, más grande y robusta que las demás,
alzó vuelo y se posó en una rama cercana. Sus ojos parecían observarla de
una forma perturbadora, casi como si comprendiera más de lo que debería.

Al día siguiente, el parque amaneció cerrado. Cintas amarillas de la policía


bloqueaban la entrada, y un rumor oscuro se extendía por las calles. Un
hombre había sido encontrado muerto, desangrado en medio del parque. Su
cuerpo había sido cubierto de cortes pequeños pero profundos, como si
cientos de pequeños cuchillos lo hubieran atacado. Nadie podía explicarlo, y
los medios lo describían como "un ataque animal".

María, conmocionada por la noticia, pensó en las palomas. ¿Podría haber


sido una coincidencia? El recuerdo de aquellos ojos oscuros no la dejaba
tranquila. Al caer la noche, no pudo dormir, preguntándose si había algo más
detrás de la muerte.

Capítulo 2: El Enjambre

Días después, los incidentes comenzaron a aumentar. Personas atacadas por


aves en el parque, extraños comportamientos en las palomas que se
extendían por la ciudad. Al principio, solo parecían agresivas, persiguiendo a
la gente, pero pronto los ataques se volvieron más violentos. Los periódicos
hablaban de una "misteriosa enfermedad" que afectaba a las aves, haciendo
que se comportan de manera errática. Sin embargo, las autoridades no
encontraron una explicación coherente.

María ya no se sentía segura. Una tarde, mientras caminaba hacia su casa,


escuchó un ruido extraño, un batir de alas furioso. Miró hacia arriba y vio un
grupo de palomas volando en formación, girando en círculos sobre su
cabeza. El ruido de sus alas era ensordecedor, y el aire se llenaba de un olor
rancio, casi como el de la sangre.

De repente, una de las palomas descendió en picado, dirigiéndose hacia su


rostro. Instintivamente, María se cubrió con los brazos y corrió hacia un
callejón cercano. Las palomas la siguieron, golpeando sus alas contra las
paredes mientras emitían unos graznidos ensordecedores. En un último
esfuerzo, logró refugiarse en el portal de un edificio, cerrando la puerta justo
cuando las aves chocaban contra el vidrio.

Agitada y asustada, María observó cómo las palomas se quedaban allí,


posadas en la acera, con sus ojos negros fijos en ella. Algo estaba
terriblemente mal, y ella lo sabía.

Capítulo 3: La Plaga Aérea

Los días siguientes fueron un caos. La ciudad de Valmont se sumió en el


terror. Los ataques de las palomas se volvieron más frecuentes y letales. No
solo atacaban a las personas en el parque, sino que ahora invadían las
calles, plazas y hasta los edificios. Las ventanas de los apartamentos
cercanos al centro eran golpeadas por sus picos afilados, rompiendo los
cristales y sembrando el miedo entre los habitantes.

Los noticieros no daban abasto con los informes. Algunos reporteros que
intentaban cubrir los ataques fueron víctimas ellos mismos. Se hablaba de
cientos de palomas que, al unísono, descendían sobre sus víctimas,
picoteando sin piedad, causando heridas profundas. Los cuerpos encontrados
estaban desfigurados, como si hubieran sido devorados.

El gobierno local intentó soluciones desesperadas. Se instalaron redes y


barreras en las zonas más afectadas, pero las palomas siempre encontraban
la manera de romperlas. Se contrataron expertos en aves para intentar
entender qué había causado el cambio, pero las respuestas eran nulas. No
había virus, no había toxinas en el ambiente. Parecía que las palomas
simplemente… habían cambiado. Y cada día, más aves llegaban a la ciudad.
María, mientras tanto, no podía sacudirse la sensación de que de alguna
manera estaba conectada con lo que sucedía. Recordaba esa primera
paloma que la miró en el parque, y cómo todo empezó después de ese
momento. Decidió investigar, recurriendo a antiguos libros sobre mitología y
folklore. Lo que encontró la dejó sin aliento: antiguas leyendas hablaban de
palomas como mensajeras de los dioses, pero también de algunas razas que
habían sido maldecidas para traer muerte y destrucción.

Capítulo 4: El Vuelo de la Venganza

Convencida de que algo sobrenatural estaba ocurriendo, María fue en busca


de un viejo amigo de su familia, un hombre llamado Don Manuel, que había
sido criador de aves durante décadas y conocía el comportamiento de las
especies mejor que nadie. Cuando le contó lo que había estado sucediendo,
Don Manuel frunció el ceño.

—Las palomas no actúan así por naturaleza —dijo, mirando por la ventana
como si esperara ver un enjambre descendiendo en cualquier momento—.
Esto es algo que va más allá de lo natural. Hay fuerzas que no podemos ver,
pero siempre han estado ahí, esperando un momento de debilidad.

María se estremeció al escuchar esas palabras, pero también sintió que


estaba cerca de entender la verdad. Junto con Don Manuel, decidieron
regresar al parque, el lugar donde todo había comenzado.

Esa noche, mientras caminaban por el parque desierto, las luces de las
farolas parpadeaban. El silencio era inquietante, roto solo por el aleteo de las
palomas que se posaban en los árboles, observando. A medida que se
acercaban al centro del parque, una sombra grande y oscura apareció entre
las ramas. Era la paloma gigante que María había visto aquel primer día.

—Ahí está —susurró Don Manuel—. Esa no es una paloma común. Es una
señal.

Antes de que pudieran reaccionar, la paloma gigante lanzó un grito agudo, y


en un instante, el cielo se cubrió de cientos, quizá miles de palomas. La nube
de aves descendió sobre ellos como una tormenta negra.

Capítulo 5: La Última Palabra

María y Don Manuel corrieron, pero las palomas eran demasiadas. Don
Manuel, con un palo en la mano, trataba de defenderse, golpeando a las
aves, pero fue derribado por la marea de alas y picos. María apenas podía
ver a través del enjambre, pero sabía que estaba sola.

En ese momento de desesperación, recordó algo que había leído en uno de


los libros: una antigua oración que, según las leyendas, podía apaciguar a las
criaturas aladas. Cerró los ojos, cubriéndose la cabeza, y empezó a recitar las
palabras en voz alta. Las palomas, que hasta entonces parecían implacables,
comenzaron a retroceder lentamente, como si una fuerza invisible las
empujara hacia atrás.

Cuando abrió los ojos, las aves se habían dispersado. La paloma gigante se
desvanecía en la oscuridad, su presencia ominosa desapareciendo en el
viento. María, temblorosa y llena de miedo, sabía que había sobrevivido, pero
comprendió que el peligro no había terminado.

El viento soplaba con fuerza esa noche, mientras la ciudad de Valmont


permanecía en silencio, en espera de un nuevo amanecer.

Fin

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