Alas de Muerte
Alas de Muerte
Alas de Muerte
María, una mujer de mediana edad que trabajaba en un café cercano, había
desarrollado una rutina casi ritual: tomarse un momento cada día para
alimentar a las aves. Para ella, era un acto de paz en su apretada y agitada
vida. Sin embargo, esa mañana notó algo distinto en las palomas. Su
comportamiento había cambiado. Ya no se arremolinaban pacíficamente a su
alrededor en busca de migajas. En cambio, la observaban, con ojos negros y
brillantes, quietas, como si esperaran algo más.
Capítulo 2: El Enjambre
Los noticieros no daban abasto con los informes. Algunos reporteros que
intentaban cubrir los ataques fueron víctimas ellos mismos. Se hablaba de
cientos de palomas que, al unísono, descendían sobre sus víctimas,
picoteando sin piedad, causando heridas profundas. Los cuerpos encontrados
estaban desfigurados, como si hubieran sido devorados.
—Las palomas no actúan así por naturaleza —dijo, mirando por la ventana
como si esperara ver un enjambre descendiendo en cualquier momento—.
Esto es algo que va más allá de lo natural. Hay fuerzas que no podemos ver,
pero siempre han estado ahí, esperando un momento de debilidad.
Esa noche, mientras caminaban por el parque desierto, las luces de las
farolas parpadeaban. El silencio era inquietante, roto solo por el aleteo de las
palomas que se posaban en los árboles, observando. A medida que se
acercaban al centro del parque, una sombra grande y oscura apareció entre
las ramas. Era la paloma gigante que María había visto aquel primer día.
—Ahí está —susurró Don Manuel—. Esa no es una paloma común. Es una
señal.
María y Don Manuel corrieron, pero las palomas eran demasiadas. Don
Manuel, con un palo en la mano, trataba de defenderse, golpeando a las
aves, pero fue derribado por la marea de alas y picos. María apenas podía
ver a través del enjambre, pero sabía que estaba sola.
Cuando abrió los ojos, las aves se habían dispersado. La paloma gigante se
desvanecía en la oscuridad, su presencia ominosa desapareciendo en el
viento. María, temblorosa y llena de miedo, sabía que había sobrevivido, pero
comprendió que el peligro no había terminado.
Fin