5231 - Una Opcion Benedictina de John Senior

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Cuaderno: La supuesta

«opción benedictina» y sus equívocos

¿UNA «OPCIÓN BENEDICTINA»


DE JOHN SENIOR?
Carmelo López-Arias

1. Introducción

Hace una década, con una diferencia de poco menos de


un año, Benedicto XVI formuló dos conceptos que se han
hecho imprescindibles en todo análisis sobre el papel que
ha de jugar la Iglesia en el mundo contemporáneo y sobre
el espacio de futuro que puede razonablemente preverse: la
Iglesia como minoría creativa (1) y la fe como una llama que se
extingue en vastas regiones de la tierra (2).

2. Rod Dreher y las minorías creativas

Que la religión católica mengua en el mundo –más de-


prisa hoy que hace diez años– podemos considerarlo un

(1) «Yo diría que normalmente son las minorías creativas las que de-
terminan el futuro y, en este sentido, la Iglesia católica debe compren-
derse como minoría creativa que tiene una herencia de valores que no
son algo del pasado, sino una realidad muy viva y actual»: BENEDICTO XVI,
Encuentro con los periodistas durante el vuelo hacia la República Checa, 26 de
septiembre de 2009.
(2) «En nuestro tiempo, cuando en vastas regiones de la tierra la fe
corre el riesgo de apagarse como una llama que se extingue, la priori-
dad más importante de todas es hacer presente a Dios en este mundo
y facilitar a los hombres el acceso a Dios»: BENEDICTO XVI, Discurso en
la Bendición de las Antorchas en la explanada del Santuario de Fátima, 12 de
mayo de 2010.
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dato que no precisa demostración. Cuantitativamente, sólo


hallamos cifras esperanzadoras de crecimiento de la Iglesia
en algunos países de Asia y África, insuficientes para com-
pensar la devastación de la apostasía en Occidente (Europa,
América, Oceanía). Cualitativamente, los cristianos de todo
el mundo se mueven entre la persecución física por obra del
islamismo y los restos del comunismo, y la implantación en
curso de una dictadura ideológica que ya condena de facto
a quienes no se adapten a ella a la marginación social y al
linchamiento mediático, y va ensayando de iure formas de re-
presión administrativa y penal.
En este contexto, alcanza todo su sentido la idea de
que, en un mundo que ya puede bautizarse sin exageración
como postcristiano, los católicos han de asumir que son una
«minoría» que ha de resistir la ola de profanación sin ser
desnaturalizada por el ambiente, y que esa minoría debe ser
«creativa» para multiplicar su poder de transformación del
mundo y de reversión de la corriente.
La opción benedictina de Rod Dreher (3) se ha converti-
do en el libro de cabecera y manual de acción que encarna
esta visión de las cosas. Apunta como modelo e inspiración
para nuestros días las comunidades formadas en torno a la
vida monacal de los hijos de San Benito y su decisivo papel
en la cristianización de Europa durante la Alta Edad Media,
que habría de intentarse ahora por vía análoga. Y en esto
puede trazarse un hilo conductor entre la sugerente obra
de Dreher y otra aún más valiosa: La restauración de la cultura
cristiana, de John Senior (4).

3. John Senior en San Ireneo de Arnois

La gran embajadora de Senior en España es la escritora


Natalia Sanmartín Fenollera. Desde 2013, su best seller mun-

(3) Rod DREHER, La opción benedictina, Madrid, Encuentro, 2018 (The


Benedict Option, 2017).
(4) John SENIOR, La restauración de la cultura cristiana, Buenos Aires,
Vórtice, 2016 y Madrid, Homo Legens, 2018 (The restoration of Christian
culture, 1983). La traducción, en ambos casos, es del profesor Rubén
Peretó.
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dial El despertar de la señorita Prim (5) ha enamorado a millo-


nes de lectores no sólo con el discurrir de la vida cotidiana
en el imaginario enclave de San Ireneo de Arnois, sino con
la coincidente visión del mundo de sus dos protagonistas:
Prudencia Prim y el innominado «hombre del sillón», quien
resulta ser un antiguo discípulo del maestro estadounidense.
«La conexión fue incluida», explica Sanmartín en su prólo-
go a La restauración de la cultura cristiana, «como homenaje y
agradecimiento a Senior, como una pista para el improbable
caso de que el libro llegase a manos de alguno de sus alum-
nos; y así ocurrió». La Providencia, en efecto, venció las leyes
de la probabilidad y, por ese camino misterioso que va vincu-
lando entre sí las decisiones humanas, una excelente nove-
la de difusión universal abrió camino a un excelente ensayo
hasta entonces sólo conocido por los asiduos del pensamien-
to conservador y tradicionalista en Estados Unidos.
La restauración de la cultura cristiana consagra la expe-
riencia académica y personal de The Pearson Integrated
Humanities Program, implantado en 1971 en la Univer-
sidad de Kansas por tres de sus profesores: John Senior
(1923-1999), Dennis Quinn (1928-2011) y Franklyn Nelick
(1918-1996), especialistas en lengua inglesa y cultura clásica
y de sólida formación católica. Sus temperamentos y estilos
eran muy distintos, pero todos gozaban de una acreditada
fama docente. El programa, destinado a alumnos de prime-
ro y segundo año de carrera, era profundamente contrario
a la revolución cultural en curso. A lo largo de cuatro se-
mestres, despertaba en los alumnos el amor por conceptos
«quijotescos» (6) como la verdad, la fe, el honor, el amor, la

(5) Natalia SANMARTÍN FENOLLERA, El despertar de la señorita Prim, Bar-


celona, Planeta, 2013. Joseph PEARCE incluye esta novela en su selección
de las doce mejores novelas católicas en lo que va de siglo: «The best of
contemporary Christian fiction», en The Imaginative Conservative (.org), 5
de octubre de 2018.
(6) Así los describen antiguos alumnos del programa, en su iniciativa
para erigir un monumento en memoria de aquella experiencia: cfr. Fund
IHP Memorial (.org). «El Caballero de la Triste Figura vino a simbolizar el
combate desigual pero glorioso de cada ser humano contra lo que parecía
ser la inevitable hegemonía de la tecnología y de la estandarización des-
humanizada», evoca también el abad de Nuestra Señora de Clear Creek,
Dom Philip ANDERSON, OSB, en el «Prólogo» a SENIOR, op. cit., pág. 12.
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cortesía, el decoro, la sencillez y la modestia, pero no como


un anacronismo o un sueño imposible, sino como un para-
digma de cordura. Se trataba de revivir el denominado ca-
non occidental de la cultura como un patrimonio digno de ser
transmitido. La verdad, el bien y la belleza no sólo eran ex-
plicados o contemplados, eran también vividos a través de dis-
ciplinas como la retórica, la caligrafía o la poesía (declama-
da más que leída), la música (tocada más que escuchada)
y la danza (practicada más que contemplada). El alma así
dispuesta sí podía pensar en Dios. Entre aquellos dos cente-
nares de alumnos que siguieron el programa abundaron las
conversiones al catolicismo. Muchos ingresaron en la orden
benedictina y son hoy el alma de las abadías de Fontgom-
bault en Francia y Clear Creek en Estados Unidos. La Uni-
versidad, en la ola del sesentayochismo, cerró el programa
en cuanto comprobó sus benéficos frutos.
Natalia Sanmartín construye en San Ireneo de Arnois
un mundo conforme a estos criterios. Es imaginario, por-
que no existe hoy, pero no es utópico, porque existió ayer y
es propio de la naturaleza humana desear su retorno. ¿Qué
explica, si no, el éxito de la novela en un mundo aún más
apartado de sus fundamentos naturales que en la época del
Programa Pearson?
El hombre nace vinculado y le es connatural amar los vín-
culos. Los establece incluso, sin darse cuenta, el insensato (7)

(7) «Es ésta precisamente la hora histórica del insensato y de su eterno


¿por qué no? justificativo de todo cambio, agresor de toda permanencia y de
cualesquiera límites», escribía por aquellos años Rafael Gambra glosando
la figura definida por Antoine de Saint-Exupéry en Citadelle (1948), vers.
española, Ciudadela, Barcelona, Alba, 1997: «La estructura y la tradición,
la continuidad y lo sagrado por sí (únicas razones que podrían oponérse-
le) no actúan ya sobre las mentalidades de los hombres. La funcionalidad,
la “puesta al día”, el movimiento, el progreso y la revolución, justifican la
pregunta insensata en todos los oídos y en todos los ambientes» (Rafael
GAMBRA, El silencio de Dios, Madrid, Criterio Libros, 1998, pág. 110, 1ª ed.
en Prensa Española, 1968). Esa dialéctica interior del insensato dispuesto
a quebrar todos los vínculos y al mismo tiempo ardientemente necesita-
do de ellos explica la rebelión sin sentido del hombre contemporáneo:
«Extraño desde su nacimiento a un mundo diferenciado y local, descono-
cedor de la resistencia corporativa, ignora también que el verdadero con-
formismo es fidelidad a lo propio, y que la sana rebelión se justifica sólo
por la concreción y la justicia de sus objetivos» (GAMBRA, op. cit., pág. 112).
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poseído por la locura rousseauniana o entregado a las ideo-


logías deconstructivistas y al mito del Progreso. La experien-
cia de la tradición, del saber vivido y transmitido, del contac-
to con las cosas y con las personas (y no sólo con la imagen
de las cosas y de las personas), ancla al hombre a la tierra y,
paradójicamente, cuanto más le ancla a la tierra más le libera
para elevarse al cielo.
Justo por eso, para Senior no hay otro camino para res-
taurar la cultura cristiana (sinónimo en esto de sociedad
cristiana) que trabajar en ese anclaje.

4. Los fundamentos de la civilización cristiana

La gracia no destruye la naturaleza, construye sobre ella.


Dios salva y redime al hombre tal y como lo ha creado. El sal-
to de lo natural a lo sobrenatural es infinito y somos incapa-
ces de darlo sin ayuda, pero esa ayuda se nos presta a través
de lo finito: los sacramentos, signos sensibles que producen la
gracia que significan.
Estos principios esenciales de la teología católica, que
son verdad para cada individuo y para su salvación perso-
nal, lo son aún más para el hombre considerado en socie-
dad. Y son los presupuestos de Senior: «¿Qué es la cultu-
ra cristiana? Esencialmente la Misa. […] La Cristiandad,
que el secularismo llama Civilización Occidental, es la
Misa y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la
arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales,
toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pen-
sar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas
realidades, cuando son buenas, son medios de favorecer y
de proteger el santo sacrificio de la Misa. Para celebrar la
Misa es necesario un altar, y sobre el altar un techo, por si
llueve» (8).
¿Cuál es el diagnóstico del pensador norteamericano
respecto a la situación del mundo en su tiempo, hoy agrava-
da? Que han desaparecido los fundamentos naturales sobre
los cuales construir una cultura que pueda denominarse

(8) SENIOR, op. cit., pág. 36.


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cristiana. Aduce la parábola del Sembrador (Mt. 13, 1-9):


el amor de Cristo «crece sólo en cierta tierra, la tierra de la
cultura cristiana, que es obra de la música en sentido am-
plio, e incluye las canciones, el arte, la literatura, los juegos,
la arquitectura. Son otros tantos instrumentos de una or-
questa que ejecuta día y noche la música de los que aman;
y si se desafina, entonces el amor de Cristo no crecerá» (9).
El problema de los contemporáneos, nuestro problema, es
la ignorancia del lenguaje en el que puede calar la Palabra
de Dios. El insensato ha destruido los cimientos naturales de
la sociedad, y sin ellos es imposible construir sus cimientos
sobrenaturales.
Aplicando la hermosa metáfora de Senior, podríamos
decir que sin «techo, por si llueve», habrá Misa (hasta el fi-
nal de los tiempos lo tenemos asegurado: Portae inferi non
praevalebunt, Mt. 16, 18), pero no Cristiandad. La salvación
individual siempre será posible, porque Dios es más podero-
so que cualquier obstáculo que pongamos a su gracia –salvo
el obstáculo de nuestra voluntad–, pero Él nos creó de otra
forma: nos hizo seres sociales y hemos de respetar los modos
naturales de transmisión de la fe y de la cultura y construir
un mundo en el que la gracia llueva sobre la humanidad a
través de sus canales ordinarios, los sacramentos, en cuanto
cimientos de la comunidad política.
Cuando se escribió La restauración de la cultura cristiana,
en 1983, la inquietud de su autor ante la quiebra del orden
natural se centraba en dos puntos.
Por un lado, la tecnología, que «está matando todo
aquello por lo que vale la pena vivir» (10) al hacer triunfar
los medios sobre los fines (11) y disponer la razón, no al ser-
vicio de la verdad, como en la Edad Media, ni siquiera al ser-
vicio del hombre, como en ese «tiempo de tinieblas» (12)
que fue el Siglo de las Luces, sino como mero instrumento

(9) Ibid., pág. 42.


(10) Ibid., pág. 78.
(11) «Si la sociedad toma sus instrumentos como fines, es gobernada
por una suerte de nada» (ibid., pág. 67).
(12) Ibid., pág. 76.
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«para alcanzar la riqueza» (13), lo que nos ha convertido en


una «generación de epicúreos» (14).
Por otro lado, la televisión, en cuanto instrumento uni-
versal para la destrucción de las formas naturales del conoci-
miento: «La televisión posee dos defectos: su radical pasividad,
física e imaginativa, y la distorsión de la realidad» (15). Es tan
destructiva del orden natural de las cosas, sin el cual la cultu-
ra cristiana no puede germinar ni crecer, que Senior senten-
cia: «No seríamos serios en nuestra intención de restaurar la
Iglesia y la Ciudad si no tenemos el sentido común de destruir
nuestro aparato de televisión». No sólo eso: «Destruyan su apa-
rato de televisión […], compren un piano […] [y restauren]
la lectura en la casa y, sobre todo, la lectura en voz alta» (16).
Es imposible discrepar de Senior cuando, a lo largo
de todo el libro, pero sobre todo en los capítulos iniciales,
plantea este problema y ofrece la solución. Son las páginas
más brillantes y necesarias de la obra y quizá lo mejor que se
haya escrito al respecto. Asusta pensar cómo habría contem-
plado el autor nuestro tiempo de globalización e internet,
de un activismo en redes sociales que ha hundido la lectura
de libros, y de un perfeccionamiento insólito en la calidad y

(13) Ibid., pág. 76.


(14) Ibid., pág. 66. Como señala Romano AMERIO, «la técnica como
dominio y transformación de la naturaleza está universalmente recono-
cida como el principio informante de la civilización contemporánea»,
y la racionalidad que la informa «no es la religiosa o teotrópica, sino la
científica y antropotrópica de una absoluta citerioridad o Diesseitigkeit»: Iota
Unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia católica en el siglo XX (Ma-
drid, Criterio Libros, 1995, págs. 334-335; la edición original italiana es de
1985). Con todo, son importantes dos precauciones en la crítica a la tec-
nificación moderna («la tecnología […] es la inevitable consecuencia del
epicureísmo», apunta SENIOR, ibid. pág. 63). Una, que el saber tecnológico
u operativo –contra lo que pretendería una cierta concepción, de matriz
heideggeriana, de la técnica como opuesta al espíritu– es una excelsa crea-
ción del pensamiento humano. No se pueden ignorar el nivel de abstrac-
ción formal ni la exigencia de rigor lógico, epistemológico y metafísico
que fundamentan logros de nuestro tiempo considerados con demasiada
simplificación dualista, casi maniquea, como materialistas. Dos, que la dis-
tinción entre medios y fines no puede olvidar que todo medio es fin de un
medio anterior, y todo fin es medio para un fin ulterior, salvo el fin último.
(15) SENIOR, op. cit., pág. 45.
(16) Ibid., págs. 43-44.
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en las opciones de escuchar música, al tiempo que decaen


la formación musical (el solfeo) y la habilidad para interpre-
tarla. Todo ha caminado en sentido contrario al que él pro-
pugnaba. Lo cual, sobra decirlo, no quita valor ni al diagnós-
tico ni a la terapéutica.
Un corolario muy importante, y una apreciación po-
lémica pero sugerente, tiene que ver con Santo Tomás de
Aquino, fuente filosófica de la que bebe Senior: «No estoy
preconizando nada que se parezca a una renovación tomis-
ta. Creo que es imposible en las presentes condiciones. El
tomismo está en el lugar en el que debe estar. Santo Tomás
no debe renacer, por el simple hecho de que no ha muerto.
Pero nosotros estamos muertos, o estamos muriendo» (17).
¿Por qué? Porque, «derrotada como está la cultura cristiana,
no hay posibilidades de que podamos construir una catedral
como Chartres o escribir un texto como la Summa theologica,
e incluso, excepto para algunos pocos, de llegar a entender-
la. Santo Tomás sigue siendo el Doctor Común de la Iglesia
Católica pero no hay muchos católicos comunes» (18).
Son afirmaciones dramáticas, pero no menos dramáticas
que éstas: «Hoy, para una gran cantidad de católicos, no so-
lamente la teología sino la misma fe se han convertido en
una superstición. Asentimos sin creer, porque creer impli-
ca cierto grado de comprensión. (…) Con la pérdida de la
cultura y la ayuda de los liturgistas, la mayoría de los católi-
cos ven la Misa como un modo de compartir la presencia de
Cristo con los demás, especialmente a través de la parodia
del beso benedictino de la paz» (19).

(17) Ibid., pág. 120.


(18) Ibid., pág. 118. «El neotomismo de nuestros tiempos no ha podi-
do sobreponerse a las langostas del relativismo y del darwinismo social»,
añade (pág. 119). Cita entre los «pocos tomistas serios» de nuestro tiem-
po a Réginald Garrigou-Lagrange, O.P. y a Charles Boyer, S.I., y a Étienne
Gilson y Louis Salleron como filósofos que percibieron este problema.
También a Jacques Maritain, aunque «tan pronto como dejó su pericia
en la filosofía teórica y se volcó al arte práctico de la política, cayó en el
campo modernista» (págs. 119-120). Es obligado reivindicar aquí a los
grandes tomistas españoles del siglo XX, como los dominicos Francisco
Marín-Sola, Victorino Rodríguez y, sobre todo, Santiago Ramírez.
(19) Ibid., págs. 132-133.
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Éste es el panorama que dibuja Senior: un mundo don-


de la restauración de una cultura cristiana no es posible por-
que faltan todos sus fundamentos naturales. Deben ser re-
construidos. ¿Cómo hacerlo? Fiel al espíritu del Programa
Pearson, sus reflexiones no se agotan en un planteamien-
to teórico, sino que incluyen un plan para la acción: «Éste
debe ser un libro positivo, un programa para la restauración
de la cultura cristiana y no un obituario de su muerte» (20).
Es lo que denomina «la agenda católica», que da título al
tercer capítulo pero permea el texto entero. Y es lo que jus-
tifica enlazar a Senior con La opción benedictina de Dreher,
porque la propuesta de ambos es una huida del caos para
recrear el orden, y un abandono de la pretensión de recons-
truir desde arriba (desde el poder político) para reconstruir
desde abajo (desde comunidades pre-políticas de oración y
cultura) (21).

5. La propuesta de un «gueto católico»

«Propongo que se considere seriamente, incluso por


aquellos que viven en los alrededores de las grandes ciu-
dades (22), restablecer lo que alguna vez se llamó “guetos
católicos”. […] Los Amish, los Dunkards y otras sectas han
luchado contra todo esto mejor que nosotros y viven sus
pobres religiones mejor de lo que nosotros hemos vivido la
nuestra» (23), sostiene Senior, quien sugiere como pasos: el

(20) Ibid., pág. 36.


(21) No utilizo las expresiones huida o abandono de forma valorati-
va, sino descriptiva, y todavía menos como síntoma de pusilanimidad. La
«agenda católica» de Senior o la «opción benedictina» de Dreher, más
allá de las objeciones que puedan recibir doctrinalmente o en la práctica,
exigen presencia de ánimo, determinación y coraje.
(22) Senior hace referencia claramente a los suburbs característicos
del urbanismo norteamericano, más accesibles a la clase media que en
Europa, y en principio más favorables a una vida familiar autónoma y a
la creación de pequeñas comunidades vecinales fuera del entorno rural.
(23) Ibid., págs. 102-103. Dos años después de que se escribiesen estas
líneas, Peter Weir rodó Único testigo (Witness, 1985, con Harrison Ford y
Kelly McGillis), ya un clásico universal que nos permite hoy visualizar, en
la comunidad Amish, a qué se refiere nuestro autor.
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acomunamiento de familias que compartan «este humilde


secreto» incluso comprando «casas antiguas en un mismo
suburbio» para establecerse allí (24); la «restauración de los
conventos y monasterios contemplativos […] que conserven
la liturgia latina» para que puedan ser visitados (25); y «vivir
y trabajar en un oficio honesto en un pueblo católico, re-
servar el diezmo del tiempo para la oración y ofrecer todos
nuestros trabajos, oraciones, gozos y sufrimientos en sacrifi-
cio al Señor» (26).
¿Es legítima la propuesta de un «gueto católico»? En
cierto modo, cualquier padre de familia responsable y cons-
ciente de la urgencia de «hacer algo» –y La restauración de la
cultura cristiana es un instrumento valiosísimo para adquirir
esa conciencia– ha considerado alguna vez algo así; y, de una
u otra forma, intenta asemejar su hogar a ese ideal. Que esa
propuesta sea factible en forma sistemática y más o menos
generalizada, o cómo responder a los desafíos internos de la
propuesta misma (esto es, los que le son inherentes más allá
de la hostilidad exterior) es otra cuestión, pero nada obsta
a, llegado el caso, ponerla en práctica. ¿Por qué no desear
vivir en San Ireneo de Arnois? Diversas comunidades se han
creado ya en todo el mundo con esa finalidad y casi calcan-
do dicho modelo (27).

(24) Ibid. pág. 81.


(25) Ibid., págs. 99 y 100, donde añade que los padres, sacerdotes y
maestros que omitan el deber de hacer que sus guiados frecuenten dichos
monasterios «cometen un pecado de anticoncepción espiritual».
(26) Ibid., pág. 112. Senior apunta como modelos teóricos para su
propuesta práctica Lo pequeño es hermoso, de Ernst Friedrich Schumacher
(1973) y La restauración de la propiedad de Hilaire Belloc (1936). Apuesta,
pues, por el distributismo, aconsejado, en su opinión (ibid., pág. 96), por
las encíclicas características de la doctrina social de la Iglesia.
(27) Valga por todas la ciudad de Ave María, en Florida, impulsada
por el empresario Tom Monaghan, fundador de Domino’s Pizza, e inau-
gurada en 2007. El punto central del plan urbano es la iglesia y su institu-
ción estandarte, la universidad católica Ave María. Sin embargo, el que
sea un municipio de iure ha supuesto obstáculos a la intención inicial. En
otros lugares de Estados Unidos, sin embargo, incipientes comunidades
de facto articuladas en torno a una iglesia con misa tridentina y una escue-
la tradicional superan esos obstáculos, aunque no pueden considerarse
entidades en sí mismas.
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Pero, ¿es cierto que la restauración de la Ciudad debe


inspirarse como referencia en el papel histórico del mona-
cato medieval? Y ¿es legítimo desimplicarse de la ciudad
(con minúsculas) realmente existente? Son dos objeciones
importantes al planteamiento de Senior.

6. La Cristiandad, obra de monjes y de reyes

«Fue a través del testimonio silencioso y paciente de los


monjes en oración durante la Alta Edad Media que se alcan-
zó lo que llamamos Cristiandad» (28), sostiene Senior, quien
añade que «durante mil años, los monasterios benedictinos
civilizaron a la Europa bárbara» (29). Ambas cosas son ver-
dad, y sobre ese fundamento Pablo VI proclamó a San Beni-
to patrón de Europa (30), pero no son toda la verdad. Falta
decir que «lo que llamamos Cristiandad» fue «un tiempo en
que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados», según
el hermoso pasaje de León XIII (31). La Cristiandad medie-
val no podía hacerse sin monjes, pero lo que la caracteriza
en la Historia no es la religión de los monasterios, sino la
religión de los palacios. Esto es algo que Senior no mencio-
na. Lo cual no significa que lo niegue, pero sí constituye una
ausencia notable cuando se están abordando formas de ac-
ción para reconstruir la Ciudad. Para edificarla, es la Igle-
sia, sí, quien «pone los cimientos y dirige los trabajos» (32),
pero en ella la fe solo aparece «adulta y vigorosa» cuando ha

(28) Ibid., pág. 134.


(29) Ibid., pág. 147.
(30) «Con la Cruz, esto es, con la ley de Cristo, dio consistencia y de-
sarrollo a la ordenación de la vida pública privada. […] Enseñó a la hu-
manidad la primacía del culto divino por medio del opus Dei, o sea, de
la oración litúrgica y ritual. Fue así como cimentó [la] unidad espiritual
de Europa»: PABLO VI, carta apostólica Pacis Nuntius de 24 de octubre de
1964. Traducción propia. Asumamos para este caso la asimilación entre
Europa y Cristiandad, sin perjuicio de la conocida contraposición entre
ambos conceptos que propugnó Francisco Elías de Tejada.
(31) LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, núm. 9, 1 de noviembre de 1885,
en Doctrina pontificia. Documentos políticos, Madrid, BAC, 1958, pág. 202.
(32) SAN PÍO X, carta Notre Charge Apostolique, núm. 11, 25 de agosto de
1910, op. cit., pág. 408.
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penetrado «en los campamentos, en los tribunales y en la


misma corte imperial», cuando infunde «todas las venas del
Estado» y éste refleja «la concepción cristiana […] de la vida
pública» (33).
No es que la evangelización precise en sí misma del po-
der temporal, lo cual implicaría una subordinación de la
Causa Primera a las causas segundas y un torpe pelagianis-
mo. Sin poder temporal cristiano puede haber cristianismo,
y de hecho así nació la Iglesia. Pero sin poder temporal cris-
tiano no puede haber Cristiandad, que exige el concurso
de los reyes. Bien se preocuparon los monjes de buscarlo,
y no sólo por deseo de su conversión, sino para ser protegi-
dos de los paganos. Cuando San Benito derribó el ídolo de
Apolo y en su lugar puso la cruz, no lo hizo «sin oposición
y lucha por parte de los idólatras […], y por eso, atendidas
la condiciones jurídicas del tiempo, fue absolutamente ne-
cesaria la intervención del Poder público para dominar la
reacción de los paganos» (34).
«No fueron las enciclopedias ni las estructuras del Im-
perio las que salvaron a la civilización y las almas, sino la Re-
gla de San Benito» (35), formula Senior. Cierto, pero tan
cierto como que fue Carlomagno quien impuso dicha Regla
a todos los monasterios, y a las comunidades de basílicas y
catedrales, para fomentar la pureza de costumbres y el es-
tudio (36), precisamente las virtudes civilizadoras que debe-
mos a los claustros.
La idea, pues, de que es posible recristianizar el mundo
desde guetos choca con la realidad histórica que aduce en
su favor, pues los monasterios benedictinos no fueron guetos:
no evangelizaron por ósmosis, sino en misión. Y requirieron
un amparo del poder político por el que hubo que luchar
también y se convirtió en parte esencial de su éxito.

(33) Las cuatro últimas citas corresponden a Immortale Dei, núms. 22 y


23, op. cit., págs. 216-217.
(34) Julián ALAMEDA, OSB, San Benito, Madrid, Escelicer, 1961, pág.
116.
(35) Ibid., pág. 150.
(36) Alejandro MASOLIVER, Historia del Monacato cristiano, tomo II,
Madrid, Encuentro, 1994, pág. 26.
234 Verbo, núm. 573-574 (2019), 223-237.

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Trascendiendo aquellos siglos primerizos de la Cristian-


dad, una historia de la cristianización del mundo distingue
zonas y periodos en función de la actitud del poder político
ante la Iglesia. Excede la pretensión de estas líneas ahondar
en las causas teológicas de ello (el pecado original, la liber-
tad y la gracia…), pero no deja de interpelar al estudioso de
la Iglesia la exacta correspondencia entre la cristianización
del mundo y la disposición del poder político a impulsarla,
protegerla, tolerarla o exterminarla. Los monasterios hacían
florecer la Cristiandad en la orilla norte del Mediterráneo al
tiempo que desaparecían, junto con ella, en la orilla sur. Si-
glos después, en momentos casi contemporáneos, frailes de
las mismas órdenes y pareja virtud llegaban a América y a Ja-
pón, unos acompañados de soldados, solos los otros. Aqué-
llos crearon una Cristiandad nueva, éstos se ganaron el cielo
con el martirio mientras se apagaba durante siglos el soplo
de la fe sobre sus tumbas.

7. El bien común, aquí y ahora

Un segundo interrogante que plantea la propuesta de


Senior de creación de «guetos católicos» (37) es la propia
licitud de la propuesta, si la propuesta pasa de opción a teo-
ría. La legitimidad del gueto como opción de restauración
de la cultura cristiana no nos permite sustraernos a las obli-
gaciones de justicia y de caridad política respecto a la co-
munidad a la que ya pertenecemos. El hombre es un ser social
porque nace vinculado a otros con lazos que no puede susti-
tuir por otros de su elección, por elevadas que sean las mo-
tivaciones. Nuestro deber de contribuir al bien común per-
siste incluso en condiciones de «disociedad», como definía
Marcel de Corte ese «estado de espíritu que impide que la

(37) No sería justo abusar de la expresión «gueto» de forma tal que


caricaturice la propuesta de Senior. Es, sin embargo, tan expresiva (como
su misma referencia a la experiencia Amish), que resulta obligado utili-
zarla, sin que ello presuponga atribuirle más extensión al concepto de la
que él mismo le da. Dicho sea para honrar la posición del maestro incluso
en la discrepancia.
Verbo, núm. 573-574 (2019), 223-237. 235
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sociedad nazca» (38), pues –añade el filósofo belga– «la na-


turaleza del hombre es la de un ser obligado, de lo cual re-
sultan sus deberes: a un bien recibido corresponde un bien
otorgado».
Este mundo al que pertenecemos se cae a pedazos, pero
es nuestro mundo. Recibimos bienes de él. Podemos poner-
nos a resguardo de sus males, pero ninguna solución indi-
vidual o familiar nos excusa de querer su bien, en vez de
darlo por perdido. En el ámbito de cada una de nuestras
relaciones sociales hay una batalla que dar, y eso afecta so-
bre todo a la política. No tenemos que buscar semejantes
sobre quienes practicar la caridad política, ya los tenemos y
sólo necesitamos saber cómo practicarla: «La prudencia po-
lítica es ingeniosa, y excogita los medios para lograr la con-
servación del bien común, urdiendo en todo momento los
planes más convenientes a la salvación nacional», señalaba
Leopoldo Eulogio Palacios (39). No podemos abandonar el
barco con el pretexto de fundar un mundo mejor en una
isla desierta.

8. Conclusión

Más allá de estas puntualizaciones, que no son triviales


porque el abandono de la política cristiana como objetivo
prioritario ha supuesto siempre –lo enseña la Historia y es
consecuencia necesaria de la naturaleza de las cosas– un re-
troceso del cristianismo, La restauración de la cultura cristia-
na es una obra de gran profundidad al descubrir los males
de nuestro mundo y su remedio. Y lo cierran unas páginas
finales maravillosas donde se identifica la Cristiandad con
el culto a la Santísima Virgen, en cuanto María es causa,
consecuencia y medida de la cultura cristiana. En apoyo de
lo cual cita Senior la clarividencia de un historiador nor-
teamericano no católico, Henry Adams. Éste comprendió

(38) Marcel de CORTE, «De la sociedad a la termitera pasando por la


“disociedad”», Verbo (Madrid), núm. 131-132 (1975), pág. 125.
(39) Leopoldo-Eulogio PALACIOS, La prudencia política, Madrid, Gredos,
1978, pág. 52.
236 Verbo, núm. 573-574 (2019), 223-237.

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que la Cristiandad y la cultura cristiana, como una catedral


gótica, no son sino «una casa destinada a agradar a la Reina
del Cielo, a agradarle tanto que pudiera encontrarse feliz
en ella, para encantarla mientras sonríe» (40).

(40) Ibid., págs. 213-214.


Verbo, núm. 573-574 (2019), 223-237. 237
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