Las Cajas de Madera
Las Cajas de Madera
Las Cajas de Madera
Se despertó con la alarma del celular. No parecía tener apuro en levantarse. Remoloneó
unos minutos. Sacó una mano de entre las cobijas y volvió a mirar el celular. Se sentó en el
borde de la cama y descalza fue al baño. Volvió, se vistió. Caminó hasta la mesada de la
cocina y puso la cafetera eléctrica. La única ventana del monoambiente daba al pulmón del
edificio, la abrió para ver cómo estaba la temperatura y decidió que estaba para campera.
Bajó. Al volver traía un paquete con tres bollos de canela.
Si no fuera por este sudor frío repentino, habría creído que era un día como todos. Cómo
una rutina como la de desayunar café con bollos de canela pudo hacerme olvidar por un
momento la trascendencia de este día. Por fin dejaré de esconderme. Espero que Juan
llegue a horario con el autobús. Y sobre todo que el padre no se dé cuenta de que lo sacó
del taller. Qué genio este Juan. Arreglarlo a escondidas. Pero pobre de él si las cosas no
salen. Y pobre el padre. ¡Mal, mal, mal! ¿Qué estoy pensando? Todos nos sacrificamos por
conseguir algo de bien común. Y si este sacrificio se amplía hasta el padre de Juan y quién
sabe quién más, es por una buena causa. Esa fábrica de venenos ambientales debe
desaparecer.
El bocinazo la sobresaltó. Lavó la taza y la cafetera. Tiró la bolsa de papel a la basura y
acomodó la silla contra la mesa. Sacó con mucho cuidado una caja de madera de abajo de
la cama. Se puso la campera y el gorro de lana negra. Tanteó el bolsillo para comprobar si
el pasamontañas estaba en su lugar. Bajó. Subió al autobús con un murmullo y se acomodó
en un asiento. Apoyó la caja en otro asiento, con mucho cuidado. .Ninguno de los dos
hablaba. Vibró su celular. Lo desbloqueó y leyó el mensaje de Nina:
“Comienzo el último tramo de mi viaje. Camino hasta que alguien me levante. Perdí mi
chalina azul. Fijate si la encontrás y esperame ahí. También dejé la caja de madera
artesanal porque pesaba más que lo que llevaba adentro. Ah, y me olvidé el bolso con mis
cositas personales. Guardámelos hasta que nos veamos”.
Juan la miró por espejo retrovisor con una pregunta en la mirada.
- Yo te aviso dónde parar. Tranquilo. Estoy atenta.
Qué ruta más desolada. Tenía razón Nina. Era el camino más seguro para llegar a la
fábrica. Si solo necesitáramos que el camino fuera seguro. Nada es seguro. Si este
operativo fracasa, será el fin nuestras vidas. En el caso de Nina, literalmente. Es tanta la
pasión que esta causa despierta en ella, que si sale mal, se hace volar por el aire. No lo
dudaría ni un segundo. Quién sabe qué nos pasaría a Juan y a mí. No nos asusta el riesgo,
no nos importa morir. Por eso nos eligieron. Porque sabían que cumpliríamos, que nunca
nos echaríamos atrás ni los traicionaríamos. Yo hablo de Nina, pero somos parecidas. Por
eso vine con Juan y otra caja de madera, por si falla la de Nina. Y no me arrepiento.
Adelante la carretera subía y bajaba por las áridas colinas, de vez en cuando una
curva mostraba un trozo de río, en un rincón de su orilla algunos sauces raquíticos.
Hacía media hora que el autobús había parado junto al viejo ombú en el cruce de la
entrada al pueblo. De una de las ramas más altas colgaba una chalina de seda azul.
En el piso, medio escondido por los raigones, un bolso y una caja de madera.
Al subir la última colina se divisó una columna de humo negro que ascendía desde el
pueblo ensuciando un diáfano cielo. De pronto, se oyó a lo lejos una explosión. La
columna culminó en un hongo y una sonrisa se dibujó en la cara de la única pasajera
Gema/Cristina