Corpus Textual
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La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como
una idiota. Lo había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos
sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo
decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de
sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera
sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien
responde a una canción en el recreo.
Era tan sabía que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos
de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación
despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen
del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería
siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera.
Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y
un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer
a cien hombres. Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales,
entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para
quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para
explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la
redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas.
Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una
noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel,
la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a
su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines,
tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como
a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se
llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo
el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir
a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre
se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin
obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana
siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un
segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se
dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo
algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle
a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso
levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo
siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente,
hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de
la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la
familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y
que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma
y del estómago de aquella náufraga. Era una criatura alegre y ávida. La oyeron opinar.
Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de
que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle
los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba
cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin
embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían
perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la
puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación
con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y
otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé
volvía por otro lado.
-Chicos - le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
- Seguro que era Leo. Así son los de Leo - decía su amiga sacando un libro de horóscopos
para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. - De remate, son
mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de
Tauro.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no
demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las
que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio
cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta,
queso, pan, mantequilla y té.
Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba
a comer sin ofrecerle.
Sí - dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave la piel
de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes - dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
- No te lo voy a decir - contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió
queso y té, pan y mantequilla.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y
limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para
abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela
forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas
veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil
tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
- Ya no quiero ni vengarme - le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del tema.
- ¿Cómo? No te pongas inteligente - dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un asunto de
razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo
mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta
encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la
galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de
Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego
se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza
ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse
la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que
podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca
hacía cuatro meses.
- ¿Y qué sentiste?
- Nada.
- Todo.
- ¿Y qué le contestaste?
- Cerré.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía."
Sonriamos
Femeninas
Inocentes.
Yo tengo y tú también
hermana
dos pechos
y dos piernas y una vulva.
No somos criaturas
que subsisten con suspiros.
Ya no sonriamos
ya no más falsas vírgenes
Ocho de marzo
AMANTES
una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío
ÁRBOL DE DIANA
1
He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.
3
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
6
ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe
7
Salta con la camisa en llamas
de estrella a estrella,
de sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
la que ama al viento.
8
Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero. No es verdad
que vendrá. No es verdad que no vendrá.
9
Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
este lila caliente,
este corazón sólo misterioso.
11
ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada
13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome
14
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.
17
Días en que una palabra lejana se apodera de
mí. Voy por esos días sonámbula y
transparente. La hermosa autómata se canta, se
encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos
donde me danzo y me lloro en mis numerosos
funerales. (Ella es
su espejo incendiado, su espera en hogueras
frías, su
elemento místico, su fornicación de nombres
creciendo solos en la noche pálida.)
20
dice que no sabe del miedo de la muerte del
amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe
21
he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá
22
en la noche
un espejo para la pequeña muerta
un espejo de cenizas
23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
29
Aquí vivimos con una mano en la garganta. Que
nada es posible ya lo sabían los que inventaban lluvias y tejían
palabras con el tormento de
la ausencia. Por eso en sus plegarias había un
sonido de manos enamoradas de la niebla.
30
en el invierno fabuloso
la endecha de las alas en la lluvia
en la memoria del agua dedos de niebla
31
Es un cerrar los ojos y jurar no abrirlos. En
tanto afuera se alimenten de relojes y de
flores
nacidas de la astucia. Pero con los ojos
cerrados
y un sufrimiento en verdad demasiado grande
pulsamos los espejos hasta que las palabras
olvidadas suenan mágicamente.
32
Zona de plagas
donde la dormida
come lentamente
su corazón de medianoche.
33
alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va
34
la pequeña viajera
moría explicando su muerte
sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente
38
Este canto arrepentido, vigía detrás de mis
poemas:
este canto me desmiente, me amordaza.
INFANCIA
Hora en que la yerba crece
en la memoria del caballo.
El viento pronuncia discursos ingenuos
en honor de las lilas,
y alguien entra en la muerte
con los ojos abiertos
como Alicia en el país de lo ya visto.
ENCUENTRO
alguien entra en silencio y me abandona.
Ahora la soledad no está sola.
Tú hablas como la noche.
Te anuncias como la sed.
COMUNICACIONES
El viento me había comido
parte de la cara y las manos.
Me llamaban ángel harapiento.
Yo esperaba.
CAMINOS DEL ESPEJO
I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no
pasara nada, lo cual es cierto.
II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro
se aleje de mi miedo como un pájaro del borde
filoso de la noche.
III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy
viejo súbitamente borrada por la lluvia.
IV
Como cuando se abre una flor y revela el
corazón que no tiene.
V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para
hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona
el viento en el umbral.
VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de
la que serás y asusta a la niña que fuiste.
VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla.
Es la estación de los alimentos fríos.
VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo,
en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.
IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba
a ser de revelaciones.
X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa.
Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé.
Adentro el viento. Todo cerrado y el viento
adentro.
XI
Al negro sol del silencio las palabras se
doraban.
XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo.
Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla.
XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a
cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.
XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.
XV
Delicia de perderse en la imagen presentida.
Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de
quien soy.
Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en
un país al viento.
XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde
nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa que a mí misma.
XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra
fue yo pero me refería al alba luminosa.
XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de
tierra azul. El agua tiembla llena de viento.
XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en
la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano
arrastra
la cabellera de una ahogada que no cesa de
pasar por el espejo. Volver a la memoria del
cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de
comprender lo que dice mi voz.
SOMBRA DE LOS DÍAS A VENIR
Mañana
me vestirán con cenizas el alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración
de un animal que sueña.