Pregón XVII Día de La Sierra

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PREGÓN DEL XVII DÍA DE LA SIERRA, en ALBENDIEGO

Serranas, serranos… gracias por estar aquí, en este decimoséptimo Día de la Sierra, en
Albendiego. Y gracias también, a quien corresponda, por haberme concedido el honor a mí
de proclamar este pregón. A mí, que nací y crecí en Moratalaz pero que llevo más de 10
años hollando esta Sierra Norte de Guadalajara que me ha acogido cariñosamente, igual que
a otras muchas personas.
Hollando esta Sierra Norte. “Hollar” es pisar dejando señal de la pisada. Primero en
Fraguas, ¿se acuerdan?, abandonado forzosamente durante 45 años, recuperado luego con el
sudor de mucha gente muy peligrosa, Tan peligrosa que las administraciones tuvieron a bien
meterles en la cárcel y arrasar el pueblo, para que su nefando ejemplo no cundiese por
doquier. No vaya a ser que a la gente le dé por recuperar pueblos abandonados y vivir en
ellos de manera sostenible, ¡dónde vamos a llegar! El pueblo lo arrasaron, de la cárcel nos
libramos por los pelos. Las ganas de transformar no nos las pudieron quitar.
Luego en Ujados, pueblo pequeño de corazón grande donde al forastero se le recibe con una
cerveza, con un plato de setas, si las hay, o con cualquier otra vianda que la generosidad del
vecindario pone a su disposición. Si todos los pueblos acogiesen como Ujados viviríamos en
la Arcadia feliz, a la que apelan los sueños y los poetas.
Y ahora en Albendiego, anfitrión por un día y motor por siempre, esperamos, de los cambios
que pretendemos. Pueblo protestón e inconformista en el que hasta un pregón de fiestas se
convierte en una reivindicación.
Ya conocéis ese refrán castellano que afirma que uno no es de donde nace sino de donde
pace. Sabiduría sencilla y justa. Yo, aunque foráneo, estoy orgulloso de pacer aquí, junto a
todas vosotras. De nuevo, gracias por dejarme pronunciar estas palabras.

En esta comarca 12.000 almas transitan por 85 municipios. 140 personas por municipio, de
media. Aunque ya sabemos que las medias no son de fiar, muchas veces esconden la
desigualdad. De esos 85 pueblos hay al menos 25 con menos de 30 habitantes, poblaciones
envejecidas, difícil futuro sin intervenciones decididas. Efectivamente la despoblación es
uno de nuestros problemas, quizás el que afecta de alguna manera a todos los demás. Pero
hay más. Algunos difíciles de solventar por mano humana: esos huertos que no brotan hasta
mayo y que se hielan en octubre; ¡esas distancias!… hay que hacer 40 km para cualquier
cosa; o esos fríos tempranos que te quitan las ganas de meterte en la cama, y luego de salir
de ella. Pero, qué le vamos a hacer, hemos aceptado vivir aquí y hay que apechugar con
estas circunstancias.

Más molestos son otros problemas que no son consecuencia de la meteorología o la


geografía sino de la insondable estupidez humana. Y me gustaría comentar brevemente 2 de
ellos que creo concitan mayoritario acuerdo. Por hacérselo notar a las autoridades y para que
pensemos en la Sierra cómo abordarlos.
El primero, no menor, es la insoportable burocracia a la que estamos sometidos. Igual que
para alguien que sólo tiene un martillo todo son clavos, para un burócrata todo se soluciona
con un nuevo documento, por triplicado. Nos invitan a “emprender”, la acción más excelsa
del espíritu humano, al parecer. Y cuando quieres poner un huerto para vender algunos
tomates resulta que con el aluvión de papeles que se deben presentar no te queda tiempo ni
para regar. Hay que hacer dos cursos de prevención de riesgos laborales para coger la azada;
cumplimentar varias solicitudes a la confederación para arrimar el agua de la reguera; darse
de alta en autónomos para quitar los chupones, en el epígrafe adecuado; mandar un tomate
de cada diez a Guadalajara para el control de calidad; etiquetas, trazabilidades, informes
preceptivos, memorias… Después de la primera cosecha estás lleno de callos. Pero no en las
manos, de la azada, sino en los dedos, de tanto teclear. No me quiero ni imaginar lo que
debe suponer en trámites burocráticos una explotación ganadera, los vecinos de Cantalojas
seguro que lo saben bien.
Señores y señoras burócratas: descansen, por favor, descansen. Tómense unas largas
vacaciones, un par de meses, o de años. En ellas pueden sellar, timbrar, cotejar, revisar y
firmar documentos sin parar. Pero por aquí creo que en general estamos hasta la coronilla de
tanto papeleo que sólo sirve para disipar las ilusiones de la gente.

El segundo problema, resoluble con audacia y voluntad, es el de la vivienda. Problema


general en la nación que aquí adopta características muy especiales. Se da la increíble
situación de pueblos en riesgo de despoblación, con censos escasos, en los que no hay ni
una casa para alquilar o comprar. ¿Dónde quieren que vivan, señores, los supuestos nuevos
pobladores que han de venir? ¿En una ruina? Quizás puedan comprarla y arreglarla. Pues ni
eso, aunque de ruinas vamos sobrados. Te enteras de cómo va la susodicha ruina y resulta
que pertenece a alguien muerto hace 20 o 30 años. Contactas con los supuestos herederos,
que a estas alturas ya son 10, 12, 15… Algunos no han pisado el pueblo en su vida. Y te
dicen que es difícil que se pongan de acuerdo para hacer algo en esa ruina, que, total, les
importa una higa, que se caiga. ¿Es esto lícito? Pensábamos que tener una propiedad
implicaba ciertas responsabilidades. Pero qué va. Eso es en la ciudad. ¿Se imaginan ustedes
tener una ruina en ese estado en el centro de Guadalajara o de Madrid? ¡Te crujen por todos
lados! No se sabe si serán los de Patrimonio, o los de Urbanismo, o la Hacienda Pública;
pero lo que es seguro es que sales escaldao. Pues aquí la ley protege a quien dice esa frase
cargada de futuro, que se caiga. Debe ser que las ruinas quedan bonitas, con ese aire
decadente que embellece la postal rural. Y si alguna se cae, no sabemos si encima de
alguien, pues qué le vamos a hacer, estas cosas pasan en los poblachos, la vida es así. Ahí se
vislumbra el desprecio soterrado hacia lo rural. Lo que no se permitiría en la capital aquí es
la norma. Creo que todos compartimos que no queremos vivir en pueblos decadentes y
ruinosos. Queremos vivir en pueblos vigorosos, dinámicos, en pueblos vivos con niños y
niñas correteando por sus calles, y además sin miedo a que se les caiga una casa encima.
Solucionar el problema de vivienda, este de las ruinas y muchos otros a su alrededor, es más
importante que las fibras ópticas, el estado de las carreteras o la promoción turística, si lo
que queremos es que los pueblos tengan vida real y permanente, y no sean sólo un escenario
rural. Pónganse manos a la obra a este respecto, por favor. Pongámonos manos a la obra a
este respecto, por favor.

Cómo facilitar la permanencia de los mayores en los pueblos; una educación pública que
carece de medios suficientes, por estar donde está; las fibras que ya vienen y nunca llegan…
podría seguir hasta aburrir a la audiencia, ya que problemas no nos faltan. Pero lo que
también hay en esta Sierra, lo que más me enamora de ella, es el potencial que aquí
manifiesta lo común, la fuerza de lo común. En más de 25 años de activismo social,
intentando a toda costa la improbable tarea de cambiar el mundo, he aprendido pocas cosas,
a vista de los resultados. Pero las que he aprendido son firmes. La más importante: uno a
uno la nada; todos a una la fuerza. Fuerza para cambiar las cosas, fuerza para lograr
objetivos. En la Sierra hay al menos 30 asociaciones activas. Muchas más, seguro. Con estas
30 mantenemos contactos. Están formadas por personas, muchas de ellas aquí presentes,
que dedican sus tiempos y sus dineros en asistir a reuniones, hacer kilómetros, generar
eventos (más de 15 sólo este mes), materializar reivindicaciones, y sueños. En definitiva
personas, no sólo de asociaciones, que conspiran para vivificar la Sierra. Que conspiran, sí.
“Conspirar” es respirar en colectivo, y enfrentar el discurso del “tú solo puedes, tú te bastas,
no pierdas el tiempo”. Cada vez que nos reunimos, que montamos un acto cultural, o lúdico,
cada vez que convocamos una protesta, que formamos un grupo de música, de lectura, de
pilates, cada vez que reivindicamos un derecho, cada vez que elaboramos un plan, con otras
personas, para transformar la realidad, no estamos ni mucho menos perdiendo el tiempo. Lo
estamos ganando. Se lo estamos ganando al futuro. Se lo estamos ganando a la apatía, a la
desidia, a la desesperanza. Se lo estamos ganando a los que creen que los problemas se
solucionan desde una silla, delante de un ordenador o de un móvil, convencidas como
estamos de que hay que arrimar el hombro en el territorio, siempre con las demás.
A todas esas asociaciones, a la gente que las nutre con su esfuerzo, es a quien quiero dedicar
este pregón y agradecerlas infinitamente que estén ahí, que sigan ahí. ¿Os imagináis esta
Sierra sin el trabajo del tejido asociativo? ¿Os imagináis el desierto cultural y social en el
que se convertiría? ¡Esto mismo no sería posible! Son esas personas las que pueden plantear
soluciones reales a los problemas antes mencionados y a otros que vendrán. Porque juegan
en el terreno. Y porque están imbuidas de la fuerza de lo común. Son las que pueden insuflar
vida a tantos ayuntamientos polvorientos y apolillados, que huelen a cerrado desde hace ya
demasiado tiempo. Lo pueden hacer porque llevan consigo el aire fresco de lo común. Lo
pueden todo porque es gente comprometida y en movimiento.
Ojalá el año que viene podamos sumar una docena de asociaciones a esta creciente lista.
Ojalá que lo podamos contar el próximo Día de la Sierra. Y ojalá que más personas se
incorporen al compromiso y al placer de juntarse con los demás para lograr lo que
queremos. Una a una, la nada; todas a una, la fuerza.

Muchas gracias y…
...¡VIVA LA SIERRA DE GUADALAJARA!

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