El Tenorio 2024

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“EL TENORIO” 2024

Adaptación Mario Alberto Aguirre


a partir de “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla

Personajes
DON JUAN TENORIO
COMENDADOR DON GONZALO DE ULLOA y SU ESTATUA
DON LUIS MEJÍA.
DON DIEGO TENORIO.
DOÑA INÉS DE ULLOA. Y SU SOMBRA
DOÑA ANA DE PANTOJA.
BUTARELLI.
CIUTTI.
BRÍGIDA.
PASCUAL
CAPITÁN CENTELLAS.
LA ABADESA DE LAS CALATRAVAS DE SEVILLA.
LA TORNERA DE ÍDEM.
ESCULTOR.
DOS ALGUACILES
CABALLEROS SEVILLANOS, ENCUBIERTOS, CURIOSOS

La acción en Sevilla por los años 1545, últimos del Emperador Carlos V.
Los cuatro primeros actos pasan en una sola noche. Los tres restantes, cinco años después, y en otra
noche.

PRIMER ACTO
CUADRO PRIMERO

Libertinaje y escándalo
DON JUAN, DON LUIS, DON DIEGO, DON GONZALO, BUTARELLI,
CIUTTI, CENTELLAS, PASCUAL CURIOSOS, ENMASCARADOS.

Hostería del Laurel. Puerta en el fondo que da a la calle: mesas, jarros y demás utensilios propios de
semejante lugar.

Escena I
DON JUAN, con antifaz, sentado a una mesa escribiendo; BUTARELLI
Y CIUTTI dialogan. Al levantarse el telón, se ven pasar por la puerta del fondo hombres y mujeres con
máscaras, antifaces y músicos.
D. JUAN: (Escribiendo una carta)

1
Doña Inés del alma mía
Luz de donde el sol la toma
Hermosísima paloma
Privada de libertad
Si os dignáis por estas letras
Pasar vuestros lindos ojos
No los tornéis con enojos
Sin concluir acabad.

HOMBRE:
¡Vamos a otra taberna!
MUJER:
¡Que viva el Carnaval!
OTRO:
¡Que viva Sevilla!

DON JUAN:
¡Cuál gritan esos malditos! Pero, ¡mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus
gritos! (Sigue escribiendo.)

BUTARELLI: (A CIUTTI)
Buen carnaval.
CIUTTI: (A BUTARELLI.)
Buen agosto para rellenar la arquilla.
BUTARELLI:
¡Quia! Corre ahora por Sevilla poco gusto y mucho mosto.
CIUTTI:
Pero hoy te ha ido bien, no os podéis quejar
BUTARELLI:
Hoy es carnaval no entra en la cuenta, se ha hecho buen trabajo.
CIUTTI:
¡Chist! Habla un poco más bajo, que mi señor se impacienta pronto.
BUTARELLI:
¿A su servicio estás?
CIUTTI:
Ya ha un año.
BUTARELLI:
¿Y qué tal te sale?
CIUTTI:
No hay prior que se me iguale; tengo cuanto quiero y más. Tiempo libre, bolsa llena, buenas mozas y
buen vino.
BUTARELLI:
¡Cuerpo de tal, qué destino!
CIUTTI:
(Señalando a DON JUAN.) Y todo ello a costa ajena.
BUTARELLI:

2
¿Rico, ¿eh?
CIUTTI:
Varea la plata.
BUTARELLI:
¿Franco?
CIUTTI:
Cómo un estudiante
BUTARELLI:
¿noble?
CIUTTI:
Como un infante.
BUTARELLI:
¿bravo?
CIUTTI:
Como un pirata.
BUTARELLI:
¿español?
CIUTTI:
Creo que sí.
BUTARELLI:
¿Su nombre?
CIUTTI:
Lo ignoro, en suma.
BUTARELLI:
¡Bribón! ¿Y dónde va?
CIUTTI:
Aquí.
BUTARELLI:
Largo plumea.
CIUTTI:
Es gran pluma.
BUTARELLI:
¿Y a quién mil diablos escribe, tan cuidadoso y prolijo?
CIUTTI:
A su padre.
BUTARELLI:
¡Vaya, un hijo!
CIUTTI:
Para el tiempo en que se vive, es un hombre extraordinario.
(D. JUAN: Cerrando la carta.) Firmo y plego. ¡Ciutti ¡
CIUTTI:
¿Señor?
D. JUAN:
Este pliego irá dentro del orario en que reza doña Inés a sus manos a parar.

3
CIUTTI:
¿Hay respuesta que aguardar?
D. JUAN:
Del diablo con guardapiés que la asiste, de su dueña que mi intención sabe, recogerás una llave, una
hora y una seña: y más ligero que el viento
aquí otra vez.
CIUTTI:
Bien está. (Vase.)

Escena II
DON JUAN y BUTARELLI
D. JUAN:
Butarelli vieni qua
BUTARELLI:
Eccellenza!
D. JUAN:
y dime ¿don Luis Mejía ha venido hoy?
BUTARELLI:
a saber, no ha llegado a Sevilla.
D. JUAN:
¿Su ausencia dura en verdad todavía?
BUTARELLI:
Tal creo.
D. JUAN:
¿Y noticia alguna no tienes de él?
BUTARELLI:
¡Ah! Una historia me viene ahora a la memoria que os podrá dar…
D. JUAN:
¿Oportuna luz sobre el caso?
BUTARELLI:
Tal vez.
D. JUAN:
Habla, pues.
BUTARELLI:
Pues es el caso señor, que el caballero Mejía por quien preguntáis, dio un día en la ocurrencia peor
que ocurrírsele podía.
D. JUAN:
Suprime al hecho lo extraño; que apostaron me es notorio a quien haría en un año, con más fortuna, más
daño, Luis Mejía y Juan Tenorio.
BUTARELLI:
¿La historia sabéis?
D. JUAN:
Entera; por eso te he preguntado por Mejía.
BUTARELLI:
¡Oh! Yo quisiera que la apuesta se cumpliera, que pagan bien y al contado.

4
D. JUAN:
Basta ya. Toma. (le da dos monedas de oro)
BUTARELLI:
¡Excelencia!
BUTARELLI:
¿Vendrán, pues?
D. JUAN:
Al menos uno; mas por si acaso los dos dirigen aquí sus huellas el uno del otro en pos, tus dos mejores
botellas prevénles.
BUTARELLI:
Mas...
D. JUAN:
¡Chito!... Adiós.

Escena III
BUTARELLI:
¡Santa Madonna! De vuelta Mejía y Tenorio están sin duda... y recogerán los dos la palabra suelta. ¡Oh!,
sí; ese hombre tiene traza de saberlo a fondo, (Ruido en la calle.) ¿Pero qué es esto? (Se asoma a la
puerta.) ¡Anda! ¡El forastero está riñendo en la plaza! ¡Válgame Dios! ¡Qué bullicio! ¡Cómo se le
arremolina chusma... ¡Y cómo la acoquina él solo... ¡Puf! ¡Qué estropicio! ¡Cuál corren delante de él!
No hay duda, están en Castilla los dos, y anda ya Sevilla toda revuelta.

Escena IV
BUTARELLI y DON GONZALO
D. GONZALO:
Aquí es. ¿Patrón?
BUTARELLI:
¿Qué se ofrece?
D. GONZALO:
Quiero hablar con el hostelero.
BUTARELLI:
Con ella habláis; decid, pues.
D. GONZALO:
¿Sois vos?
BUTARELLI:
Sí; mas despachad, que estoy de priesa.
D. GONZALO:
En tal caso, ved si es cabal y de paso esa dobla, y contestad.
BUTARELLI:
¡Oh, excelencia!
D. GONZALO:
¿Conocéis a Don Juan Tenorio?
BUTARELLI:
Sí.

5
D. GONZALO:
¿Y es cierto que tiene aquí hoy una cita?
BUTARELLI:
Esta mesa les preparo; si os servís en esotra colocaros, podréis presenciar la cena que les daré... ¡Oh!
Será escena que espero que ha de admiraros.
D. GONZALO:
Lo creo.
BUTARELLI:
Son, sin disputa, los dos mozos más gentiles de España.
D. GONZALO:
Sí, y los más viles también.
BUTARELLI:
¡Bah! Se les imputa cuanto malo se hace hoy día; más la malicia lo inventa, pues nadie paga su cuenta
como Tenorio y Mejía.
D. GONZALO:
¡Ya!
D. GONZALO:
No es necesario: mas...
BUTARELLI:
¿Qué?
D. GONZALO:
Quisiera yo ocultamente verlos, y sin que la gente me reconociera.
BUTARELLI:
A fe que eso es muy fácil, señor. Las fiestas de carnaval, al hombre más principal permiten, sin deshonor
de su linaje, servirse de un antifaz, y bajo él, ¿quién sabe, hasta descubrirse, de qué carne es el pastel?
D. GONZALO:
Mejor fuera en aposento contiguo...
BUTARELLI:
¿Conmiguo?... Ninguno cae aquí.
D. GONZALO:
Pues entonces, trae el antifaz.
BUTARELLI:
Al momento.

Escena V
DON GONZALO
D. GONZALO:
No cabe en mi corazón que tal hombre pueda haber, y no quiero cometer con él una sinrazón. Yo mismo
indagar prefiero la verdad..., mas, a ser cierta la apuesta, primero muerta que esposa suya la quiero. No
hay en la tierra interés que, si la daña, me cuadre; primero seré buen padre, buen caballero después.
Enlace es de gran ventaja, mas no quiero que Tenorio del velo del desposorio la recorte una mortaja.

Escena VI
DON GONZALO y BUTARELLI, que trae un antifaz
BUTARELLI:
Ya está aquí.

6
D. GONZALO:
Gracias, ¿Tardarán mucho en llegar?
BUTARELLI:
Si vienen no han de tardar, cerca de las Siete son.
D. GONZALO:
¿Ésa es la hora señalada?
BUTARELLI:
Cierra el plazo, y es asunto de perder, quien no esté a punto de la primera campanada.
D. GONZALO:
Quiera Dios que sea una chanza, y no lo que se murmura.
BUTARELLI:
No tengo aún por muy segura de que cumplan, la esperanza; pero si tanto os importa lo que ello sea
saber, pues la hora está al caer, la dilación es ya corta.
D. GONZALO:
Cúbrome, pues, y me siento. (Se sienta en una mesa y se pone el antifaz.)
BUTARELLI:
(Curioso el viejo me tiene del misterio con que viene... Y no me quedo contenta hasta saber quién es él.)
(BUTARELLI Limpia, mirándole de reojo)
D. GONZALO:
(¡Que un hombre como yo tenga que esperar aquí, y se avenga con semejante papel! En fin, me importa
el sosiego de mi casa, y la ventura de una hija sencilla y pura, y no es para echarlo a juego.)

Escena VII
DON GONZALO, BUTARELLI y DON DIEGO,
a la puerta del fondo

D. DIEGO:
La seña está terminante, aquí es: bien me han informado; llego, pues.
D. DIEGO:
¿Ha de esta casa?
BUTARELLI:
Adelante.
D. DIEGO:
¿La hostería del Laurel?
BUTARELLI:
En ella estáis, caballero.
D. DIEGO:
¿Sois vos BUTARELLI?
BUTARELLI:
Si
D. DIEGO:
¿Es verdad que reservó Tenorio aquí una mesa?
BUTARELLI:
Sí.
D. DIEGO:
¿Y ha venido por ella?

7
BUTARELLI:
No.
D. DIEGO:
¿pero acudirá?
BUTARELLI:
No sé.
D. DIEGO:
¿Le esperáis vos?
BUTARELLI:
Por si acaso venir le place.
D. DIEGO:
En tal caso, yo también le esperaré. (Se sienta en el lado opuesto a DON GONZALO.)
BUTARELLI:
¿Que os sirva vianda alguna queréis mientras?
D. DIEGO:
No: tomad. (Da dinero.)
BUTARELLI:
¡Excelencia!
D. DIEGO:
Y excusad conversación importuna.
BUTARELLI:
Perdonad.
D. DIEGO:
Vais perdonado: dejadme, pues.
BUTARELLI:
(¡Jesucristo! En toda mi vida he visto hombre más mal humorado.)
D. DIEGO:
(¡Que un hombre de mi linaje descienda a tan ruin mansión! Pero no hay humillación a que un padre no
se baje por un hijo. Quiero ver por mis ojos la verdad y el monstruo de liviandad a quien pude dar el
ser.)

(BUTARELLI, que anda arreglando sus trastos, contempla desde el fondo a DON GONZALO y a DON
DIEGO, que permanecerán embozados y en silencio.)

BUTARELLI:
¡Vaya un par de hombres de piedra! Para éstos sobra mi abasto: mas, ¡pardiez!, pagan el gasto que no
hacen, y así se medra.

Escena VIII
BUTARELLI, DON GONZALO, DON DIEGO, CENTELLAS, MUJER
CENTELLAS:
Vinieron, y os aseguro que se efectuará la apuesta.
MUJER:
Entremos, pues.
CENTELLAS:
¡Butarelli!

8
BUTARELLI:
Señor capitán Centellas, ¿vos por aquí?
CENTELLAS:
Si ¿Cuándo aquí, sin mi presencia, tuvieron lugar las orgias que han hecho raya en la época?
BUTARELLI:
Como ha tanto tiempo ya que no os he visto...
CENTELLAS:
Las guerras del emperador, a Túnez me llevaron; mas mi hacienda me vuelve a traer a Sevilla; y, según
lo que me cuentan, llego lo más a propósito para renovar añejas amistades. Conque apróntanos luego
unas cuantas botellas, (BUTARELLI se va) y en tanto que humedecemos la garganta, verdadera relación
haznos de un lance sobre el cual hay controversia.
BUTARELLI: voz off
Hay Falerno, Borgoña, Sorrento.
CENTELLAS:
De lo que quieras sirve, y dinos: ¿qué hay de cierto en una apuesta por Don Juan Tenorio a un año y don
Luis Mejía hecha?
BUTARELLI: (regresando con vino en mano) Señor capitán, no sé tan a fondo la materia que os pueda
sacar de dudas, pero diré lo que sepa.
CENTELLAS:
Habla, habla.
BUTARELLI:
Yo, la verdad, aunque fue en mi casa mesma la cuestión entre ambos, como pusieron tan larga fecha a su
plazo, creí que tal fecha no llegaría. Mas esta tarde, sería el atardecerer apenas, entróse aquí un caballero
pidiéndome que le diera recado con que escribir una carta: y a sus letras atento no más, me dio tiempo a
que charla metiera con un paje que traía, paisano mío, de Génova. No saqué nada del paje, que es, ¡por
Dios!, muy brava pesca; más cuando su amo acababa su carta, le envió con ella a quien iba dirigida. El
caballero, en mi lengua me habló, y me pidió noticias de don Luis. Dijo que entera sabía de ambos la
historia, y que tenía certeza de que al menos uno de ellos acudiría a la apuesta. Yo quise saber más de él,
mas púsome dos monedas de oro en la mano, diciéndome así, como a la deshecha:
«Y por si acaso los dos
al tiempo aplazado llegan,
ten prevenidas para ambos
tus dos mejores botellas.»
Largóse sin decir más, y yo, atenta a sus monedas, les puse en el mismo sitio donde apostaron, la mesa.
Y vedla allí con dos sillas, dos copas y dos botellas.
MUJER:
Pero silencio.
MUJER 2:
¿Qué pasa?
SEVILLANO:
A dar el reló comienza los cuartos para las siete.
SEVILLANO 2:
Ved, ved la gente que se entra.
MUJER:
Como que está de este lance curiosa Sevilla entera.

9
(DON JUAN, con antifaz, se llega a la mesa que ha preparado BUTARELLI en el centro del escenario,
y se dispone a ocupar una de las dos sillas que están delante de ella. Inmediatamente después de él, entra
DON LUIS, también con antifaz, y se dirige a la otra. Todos los miran).

Escena IX
DON DIEGO, DON GONZALO, DON JUAN, DON LUIS, BUTARELLI,
CENTELLAS, CABALLEROS, CURIOSOS y ENMASCARADOS

D. JUAN: (A DON LUIS.)


Esa silla está comprada, hidalgo.
D. LUIS: (A DON JUAN.)
Lo mismo digo, hidalgo; para un amigo tengo yo esotra pagada.
D. JUAN:
Que ésta es mía haré notorio.
D. LUIS:
Y yo también que ésta es mía.
D. JUAN:
Luego, sois don Luis Mejía.
D. LUIS:
Seréis, pues Don Juan Tenorio
D. JUAN:
Puede ser.
D. LUIS:
Vos lo decís.
D. JUAN:
¿No os fiáis?
D. LUIS:
No.
D. JUAN:
Yo tampoco.
D. LUIS:
Pues no hagamos más el coco.
D. JUAN:
Yo soy don Juan. (Quitándose la máscara.)
D. LUIS:
Yo don Luis. (Íd.)

(Se descubren y se sientan. CENTELLAS, BUTARELLI y algunos otros se van a ellos y les saludan,
abrazan y dan la mano, y hacen otras semejantes muestras de cariño y amistad. DON JUAN Y DON
LUIS las aceptan cortésmente).

CENTELLAS:
¡Don Juan!, ¡Don Luis! ¡Oh, amigos! ¿Qué dicha es ésta? Sabía vuestra apuesta, y he acudido a veros.
D. LUIS:
Don Juan y yo tal bondad en mucho os agradecemos.

10
D. JUAN:
El tiempo no malgastemos, pues. (A los otros.) Sillas arrimad. (A los que están lejos.)
Damas y Caballeros, supongo que a ustedes también aquí les trae la apuesta, y por mí a antojo tal no me
opongo.
D. LUIS:
Ni yo; que, aunque nada más fue el empeño entre los dos, no ha de decirse ¡por Dios! que me avergonzó
jamás
D. JUAN:
Ni a mí, que el orbe es testigo de que hipócrita no soy, pues por doquiera que voy va el escándalo
conmigo.
D. LUIS:
¡Eh! Y esos dos ¿no se llegan a escuchar? Vos.
D. DIEGO:
Yo estoy bien.
D. LUIS:
¿Y Vos?
D. GONZALO:
De aquí oigo también.
D. LUIS:
Razón tendrán si se niegan.
D. JUAN:
¿Estamos listos?
D. LUIS:
Estamos
D. JUAN:
Como quien somos cumplimos.
D. LUIS:
Veamos, pues, lo que hicimos
D. JUAN:
Bebamos antes.
D. LUIS:
Bebamos. (Lo hacen.)
D. JUAN:
La apuesta fue...

D. LUIS:
Porque un día dije que en España entera no habría nadie que hiciera lo que hiciera Luis Mejía.
D. JUAN:
Y siendo contradictorio al vuestro mi parecer, yo os dije: Nadie ha de hacer lo que hará Don Juan
Tenorio ¿No es así?
D. LUIS:
Sin duda alguna: y vinimos a apostar quién de ambos sabría obrar peor, con mejor fortuna, en el término
de un año; juntándonos aquí hoy a probarlo
D. JUAN:
Y aquí estoy.

11
D. LUIS:
Y yo.
CENTELLAS:
¡Empeño bien extraño, por vida mía!
D. JUAN:
Hablad, pues.
D. LUIS:
No, vos debéis empezar.
D. JUAN:
Como gustéis, igual es, que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí, buscando mayor espacio para mis hazañas, di sobre Italia, porque allí tiene el
placer un palacio. De la guerra y del amor antigua y clásica tierra, y en ella el emperador, con ella y con
Francia en guerra, díjeme: «¿Dónde mejor? Donde hay soldados hay juego, hay pendencias y amoríos.»
Di, pues, sobre Italia luego, buscando a sangre y a fuego amores y desafíos. En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé, entre hostil y amatorio, en mi puerta este cartel:
«Aquí está Don Juan Tenorio para quien quiera algo de él.»
Las romanas, caprichosas, las costumbres, licenciosas, yo, gallardo y calavera: ¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas? Salí de Roma, por fin, como os podéis figurar: con un disfraz harto ruin,
y a lomos de un mal rocín, pues me querían ahorcar.
Fui al ejército de España; mas todos paisanos míos, soldados y en tierra extraña, dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos. Nápoles, rico vergel de amor, de placer emporio, vio en mi segundo cartel:
«Aquí está Don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba;
y a cualquier empresa abarca,
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.»
Esto escribí; y en medio año que mi presencia gozó Nápoles, no hay lance extraño, no hay escándalo ni
engaño en que no me hallara yo.
Por donde quiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, y en todas partes dejé memoria amarga de mí. A quien
quise provoqué, con quien quiso me batí, y nunca consideré que pudo matarme a mí aquel a quien yo
maté. A esto don Juan se arrojó, y escrito en este papel está cuanto consiguió:
y lo que él aquí escribió, mantenido está por él.
D. LUIS:
Leed, pues.
D. JUAN:
No; oigamos antes vuestros bizarros extremos, y si traéis terminantes vuestras notas comprobantes, lo
escrito cotejaremos.

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D. LUIS:
Allá va. Buscando yo, como vos, a mi aliento empresas grandes, dije: «¿Dónde iré, ¡vive Dios! ¿de amor
y lides en pos, que vaya mejor que a Flandes? Allí, puesto que empeñadas guerras hay, a mis deseos
habrá al par centuplicadas ocasiones extremadas de riñas y galanteos.»
Y en Flandes conmigo di, mas con tan negra fortuna, que al mes de encontrarme allí todo mi caudal
perdí, dobla a dobla, una por una. En tan total carestía mirándome de dineros, de mí todo el mundo huía;
mas yo busqué compañía y me uní a unos bandoleros. Lo hicimos bien, ¡voto a tal!, y fuimos tan
adelante, con suerte tan colosal, que entramos a saco en Gante el palacio episcopal. ¡Qué noche! Por el
decoro de la Pascua, el buen Obispo bajó a presidir el coro, y aún de alegría me crispo al recordar su
tesoro. Todo cayó en poder nuestro: más mi capitán, avaro, puso mi parte en secuestro: reñimos, fui yo
más diestro, y le crucé sin reparo. Juróme al punto la gente capitán, por más valiente: juréles yo amistad
franca, pero a la noche siguiente hui, y les dejé sin blanca.
Yo me acordé del refrán de que quien roba al ladrón ha cien años de perdón, y me arrojé a tal desmán
mirando a mi salvación. Pasé a Alemania opulento: más un provincial jerónimo, hombre de mucho
talento, me conoció, y al momento me delató en un anónimo. Compré a fuerza de dinero la libertad y el
papel; y topando en un sendero al fraile, le envié certero una bala envuelta en él. Salté a Francia. ¡Buen
país!, y como en Nápoles vos, puse un cartel en París diciendo:
«Aquí hay un don Luis
que vale lo menos dos.
Parará aquí algunos meses,
Y no trae más intereses
ni se aviene a más empresas,
que a adorar a las francesas
y a reñir con los franceses.»
Esto escribí; y en medio año que mí presencia gozó París, no hubo lance extraño, ni hubo escándalo ni
daño donde no me hallara yo. Y cual vos, por donde fui la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la
justicia burlé, y a las mujeres vendí. Mi hacienda llevo perdida tres veces: más se me antoja reponerla, y
me convida mi boda comprometida con doña Ana de Pantoja. Mujer muy rica me dan, y mañana hay
que cumplir los tratos que hechos están; lo que os advierto, don Juan, por si queréis asistir.
A esto don Luis se arrojó, y escrito en este papel está lo que consiguió y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.
BUTARELLI:
La historia es tan semejante que está en el fiel la balanza.
DON JUAN:
mas vamos a lo importante, que es el guarismo a que alcanza el papel conque adelante.
D. LUIS:
Razón tenéis, en verdad. Aquí está el mío: mirad, por una línea apartados traigo los nombres sentados,
para mayor claridad.
D. JUAN:
Del mismo modo arregladas mis cuentas traigo en el mío: en dos líneas separadas, los muertos en
desafío, y las mujeres burladas. Contad.
TODOS:
Contad.
D. JUAN:
Veinte y tres.

13
D. LUIS:
Son los muertos. A ver vos. ¡Por la cruz de San Andrés! Aquí sumo treinta y dos.
D. JUAN:
Son los muertos.
D. LUIS:
Matar es.
D. JUAN:
Nueve os llevo.
D. LUIS:
Me vencéis.
Pasemos a las conquistas.
D. JUAN:
Sumo aquí cincuenta y seis.
D. LUIS:
Y yo sumo en vuestras listas setenta y dos.
D. JUAN:
Pues perdéis.
D. LUIS:
¡Es increíble, don Juan!
D. JUAN:
Si lo dudáis, apuntados los testigos ahí están, que si fueren preguntados os lo testificarán.
D. LUIS:
¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
D. JUAN:
Desde una princesa real a la hija de un pescador, ¡oh!, ha recorrido mi amor toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
D. LUIS:
Sólo una os falta en justicia.
D. JUAN:
¿Me la podéis señalar?
D. LUIS:
Sí, por cierto: una novicia que esté para profesar.
D. JUAN:
¡Bah! Pues yo os complaceré doblemente, porque os digo que a la novicia uniré la dama de algún amigo
que para casarse esté.
D. LUIS:
¡Pardiez, que sois atrevido!
D. JUAN:
Yo os lo apuesto si queréis.
D. LUIS:
Digo que acepto el partido. Para darlo por perdido, ¿queréis veinte días?
D. JUAN:
Seis.
D. LUIS: ¡Por Dios, que sois hombre extraño! ¿cuántos días empleáis en cada mujer que amáis?
D. JUAN:
Partid los días del año entre las que ahí encontráis: Uno para enamorarlas, otro para conseguirlas,

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otro para abandonarlas, dos para sustituirlas y una hora para olvidarlas.
Pero, la verdad a hablaros, pedir más no se me antoja, porque, pues vais a casaros, mañana pienso
quitaros a doña Ana de Pantoja.
D. LUIS:
Don Juan, ¿qué es lo que decís?
D. JUAN:
Don Luis, lo que oído habéis.
D. LUIS:
Ved, don Juan, lo que emprendéis.
D. JUAN:
Lo que he de lograr, don Luis.
D. LUIS:
Pascual (Llamando.)
PASCUAL:
¿Señor?
D. LUIS:
Ven acá (Habla DON LUIS en secreto con PASCUAL y éste se va precipitadamente.)
D. JUAN:
¿Ciutti?
CIUTTI:
¿Señor?
D. JUAN:
Ven aquí.
(DON JUAN habla en secreto con CIUTTI, y éste se va precipitadamente.)
D. LUIS:
¿Estáis en lo dicho?
D. JUAN:
Sí.
D. LUIS:
Pues va la vida.
D. JUAN:
Pues va (DON GONZALO, levantándose de la mesa en que ha permanecido inmóvil
durante la escena anterior, se afronta con DON JUAN y DON LUIS).

ESCENA X
D. GONZALO:
¡Insensatos! ¡Vive Dios que, a no temblarme las manos a palos, como a villanos, os diera muerte a los
dos!
D. LUIS:
Veamos.
D. GONZALO:
Excusado es, que he vivido lo bastante para no estar arrogante donde no puedo.
D. JUAN:
Idos, pues,

15
D. GONZALO:
Antes, don Juan, de salir de donde oírme podáis, es necesario que oigáis lo que os tengo que decir.
Vuestro buen padre don Diego, porque pleitos acomoda, os apalabró una boda que iba a celebrarse
luego; pero por mí mismo yo, lo que erais queriendo ver, vine aquí al anochecer, y el veros me
avergonzó.
D. JUAN:
¡Por Satanás, viejo insano, que no sé cómo he tenido calma para haberte oído sin asentarte la mano! Pero
di pronto quién eres, porque me siento capaz de arrancarte el antifaz con el alma que tuvieres.
D. GONZALO:
¡Don Juan!
D. JUAN:
¡Pronto!
D. GONZALO:
Mira, pues.
D. JUAN:
¡Don Gonzalo!
D. GONZALO:
El mismo soy. Y adiós, don Juan: más desde hoy no penséis en doña Inés, porque antes que consentir en
que se case con vos, el sepulcro, ¡juro a Dios!, por mi mano la he de abrir.
D. JUAN:
Me hacéis reír, don Gonzalo; pues venirme a provocar, es como ir a amenazar a un león con un mal
palo. Y pues hay tiempo, advertir os quiero a mi vez a vos, que o me la dais, o ¡por Dios, que a
quitárosla he de ir.
D. GONZALO:
¡Miserable!
D. JUAN:
Dicho está: sólo una mujer como ésta me falta para mi apuesta; ved, pues, que apostada va.

ESCENA XI
(DON DIEGO levantándose de la mesa en que ha permanecido encubierto mientras la escena anterior,
baja al centro de la escena, encarándose con DON JUAN.)
D. DIEGO:
No puedo más escucharte, vil don Juan, porque recelo que hay algún rayo en el cielo preparado a
aniquilarte. ¡Ah...! No pudiendo creer lo que de ti me decían, confiando en que mentían, te vine esta
noche a ver. Pero te juro, malvado, que me pesa haber venido para salir convencido de lo que es para
ignorado. Sigue, pues, con ciego afán en tu torpe frenesí, más nunca vuelvas a mí; no te conozco, don
Juan.
D. JUAN:
¿Quién nunca a ti se volvió, ni quién osa hablarme así, ni qué se me importa a mí que me conozcas o no?
D. DIEGO:
Adiós, pues: mas no te olvides de que hay un Dios justiciero.
D. JUAN:
Ten
D. DIEGO:
¿Qué quieres?

16
D. JUAN:
Verte quiero.
D. DIEGO:
Nunca, en vano me lo pides.
D. JUAN:
¿Nunca?
D. DIEGO:
No.
D. JUAN:
Cuando me cuadre.
D. DIEGO:
¿Cómo?
D. JUAN:
Así. (Le arranca el antifaz.)
TODOS.
¡Don Juan!
D. DIEGO:
¡Villano! ¡Me has puesto en la faz la mano!
D. JUAN:
¡Válgame Cristo, mi padre!
D. DIEGO:
Mientes, no lo fui jamás.
D. JUAN:
¡Reportaos, con Belcebú!
D. DIEGO:
No, los hijos como tú son hijos de Satanás. Comendador, nulo sea lo hablado.
D. GONZALO:
Ya lo es por mí; vamos.
D. DIEGO:
Sí, vamos de aquí donde tal monstruo no vea. Don Juan, en brazos del vicio desolado te abandono: me
matas..., más te perdono de Dios en el santo juicio. (Salen Don Gonzalo y Don Diego de la Taberna)
D. JUAN:
Largo el plazo me ponéis: más ved que os quiero advertir que yo no os he ido a pedir jamás que me
perdonéis. Conque no paséis afán de aquí en adelante por mí, que como vivió hasta aquí, vivirá siempre
don Juan.

Escena XII
DON JUAN, DON LUIS, CENTELLAS, BUTARELLI, CURIOSOS y MÁSCARAS
D. JUAN:
¡Eh! Ya salimos del paso: y no hay que extrañar la homilía; son pláticas de familia, de las que nunca
hice caso. Conque lo dicho, don Luis, van doña Ana y doña Inés en apuesta.
D. LUIS:
Y el precio es la vida.
D. JUAN:
Vos lo decís: vamos.

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D. LUIS:
Vamos. (Al salir se presenta una ronda, que les detiene).

Escena XIII
DICHOS Y ALGUACILES

ALGUACIL: (Puede ser un actor o voz off)


¡Alto allá! ¿Don Juan Tenorio?
D. JUAN:
Yo soy.
ALGUACIL:
Sed preso.
D. JUAN:
¿Soñando estoy? ¿Por qué?
ALGUACIL:
Después lo verá.
D. LUIS: (Acercándose a DON JUAN y riéndose.)
Tenorio no lo extrañéis, pues mirando a lo apostado…
PASCUAL:
Yo me he adelantado, para que vos no ganéis.
D. JUAN:
¡Hola! Pues no os suponía con tal despejo, ¡pardiez!
D. LUIS:
Id, pues, que, por esta vez, don Juan, la partida es mía.
D. JUAN:
Vamos, pues
ALGUACIL 2:
¡Ténganse allá! ¿Don Luis Mejía?
D. LUIS:
Yo soy.
ALGUACIL 2:
Sed preso.
D. LUIS:
¿Soñando estoy? ¡Yo preso!
D. JUAN: (Soltando la carcajada.)
¡Ja, ja, ja, ja! Mejía, no lo extrañéis, pues mirando a lo apostado, mi paje os ha delatado para que no me
estorbéis
D. LUIS:
Satisfecho quedaré, aunque ambos muramos.
D. JUAN:
Vamos. Conque, señores, quedamos en que la apuesta está en pie.
(Las rondas se llevan a DON JUAN y a DON LUIS; muchos los siguen)

18
CUADRO SEGUNDO
DESTREZA

DON LUIS MEJÍA, DOÑA ANA DE PANTOJA,


CIUTTI, PASCUAL, LUCÍA, BRÍGIDA y TRES EMBOZADOS DEL SERVICIO DE DON JUAN.

Exterior de la casa de DOÑA ANA, vista por una esquina. Las dos paredes que forman el ángulo, se
prolongan igualmente por ambos lados, dejando ver en la de la derecha una reja, y en la izquierda, una
reja y una puerta.

Escena I
DON LUIS MEJÍA, embozado
D. LUIS:
Ya estoy frente de la casa de doña Ana
PASCUAL:
y es preciso que esta noche tenga aviso de lo que en Sevilla pasa. Ahora, señor Don Luis, cada cual con
su fortuna.
DON LUIS: Si honor y vida se juega, mi destreza y mi valor, por mi vida y por mi honor, jugarán...
mas…te confieso Pascual que jamás tal desasosiego tuve y no sé qué vago presentimiento, qué estrago
teme mi alma acongojada.
¡Por Dios que nunca pensé que a doña Ana amara así ni por ninguna sentí lo que por ella...! Y aunque
me tenga por necio, le pediré entrar; que con don Juan las preocupaciones no están para vistas con
desprecio. Tu mantente vigilante y ve por los caballos.
PASCUAL:
A su servicio mi buen señor.

Escena II (Acercándose a la ventana)


DON LUIS y DOÑA ANA
D. LUIS:
Doña Ana, Doña Ana
D.ª ANA:
Don Luis
D. LUIS:
Doña Ana
¿Por la ventana llamas ahora?
D. LUIS:
¡Ay, doña Ana, cuán a buen tiempo salís!
D.ª ANA:
Pues ¿qué hay, Mejía?
D. LUIS:
Un empeño por tu beldad, con un hombre que temo.
D.ª ANA:
Y ¿qué hay que te asombre en él, cuando eres tú el dueño de mi corazón?

19
D. LUIS:
Doña Ana, no lo puedes comprender, de ese hombre sin conocer nombre y suerte.
D.ª ANA:
Será vana su buena suerte conmigo. Ya ves, sólo horas nos faltan para la boda, y te asaltan vanos
temores.
D. LUIS:
Testigo me es Dios que nada por mí me da pavor mientras tenga espada, y ese hombre venga cara a cara
contra ti. Mas, como el león audaz, y cauteloso y prudente, como la astuta serpiente...
D.ª ANA:
¡Bah! Duerme, don Luis, en paz, que su audacia y su prudencia nada lograrán de mí, que tengo cifrada
en ti la gloria de mi existencia.
D. LUIS:
Pues bien, Ana, de ese amor que me aseguras en nombre, para no temer a ese hombre voy a pedirte un
favor.
D.ª ANA:
Di; mas bajo, por si escucha tal vez alguno.
D. LUIS:
Oye, pues.

Escena III
DOÑA ANA y DON LUIS, a la reja derecha; DON JUAN y CIUTTI,
en la calle izquierda

CIUTTI:
Señor, ¡por mi vida, que es vuestra suerte buena y mucha!
D. JUAN:
Ciutti, nadie como yo; ya viste cuán fácilmente el buen alcaide prudente se avino y suelta me dio. Mas
no hay ya en ello que hablar: ¿mis encargos has cumplido?
CIUTTI:
Todos los he concluido mejor que pude esperar. Ésta es la llave de la puerta del convento,
D. JUAN:
Gracias ¿La beata, te dio carta?
CIUTTI:
Ninguna; me dijo que aquí al momento iba a salir de camino; que al convento se volvía, y que con vos
hablaría.
D. JUAN:
Mejor es.
CIUTTI:
Lo mismo opino.
D. JUAN:
¿Y los caballos?
CIUTTI:
Con silla y freno los tengo ya.
D. JUAN:
¿Y la gente?

20
CIUTTI:
Cerca está.
D. JUAN:
Bien, Ciutti; mientras Sevilla tranquila en sueño reposa creyéndome encarcelado, otros dos nombres
añado a mi lista numerosa. ¡Ja!, ¡ja!
CIUTTI:
¡Señor...!
D. JUAN:
¿Qué?
CIUTTI:
¡Callad!
D. JUAN:
¿Qué hay, Ciutti?
CIUTTI:
Al doblar la esquina, en esa reja vecina he visto a un hombre.
D. JUAN:
Es verdad: pues ahora sí que es mejor el lance: ¿y si es ése?
CIUTTI:
¿Quién?
D. JUAN:
Don Luis.
CIUTTI:
Imposible.
D. JUAN:
¡Toma! ¿No estoy yo aquí?
CIUTTI:
Diferencia va de él a vos.
D. JUAN:
Evidencia lo creo, Ciutti; allí asoma tras de la reja una dama.
D. JUAN:
no perdamos lance y fama. Mira, Ciutti: a manera de ronda tú con varios de los míos por esa calle
escurríos, dando vuelta a la redonda a la casa.
CIUTTI:
Y en tal caso cerrará ella.
D. JUAN:
Pues con eso, ella ignorante y él preso, nos dejarán franco el paso.
CIUTTI:
Decís bien.
D. JUAN:
Corre y atájale, que en ello el vencer consiste.
CIUTTI:
¿Mas si el truhán se resiste?
D. JUAN:
Entonces, de un tajo, rájale.

21
Escena IV
DON JUAN, DOÑA ANA y DON LUIS
D. LUIS:
¿Me das, pues, tu asentimiento?
D.ª ANA:
Consiento.
D. LUIS:
¿Complácesme de ese modo?
D.ª ANA:
En todo.
D. LUIS:
Pues te velaré hasta el día.
D.ª ANA:
Sí, Mejía.
D. LUIS:
Páguete el cielo, Ana mía, satisfacción tan entera.
D.ª ANA:
Porque me juzgues sincera, consiento en todo, Mejía.
D. LUIS:
Volveré, pues, otra vez.
D.ª ANA:
Sí, a las diez.
D. LUIS:
¿Me aguardarás, Ana?
D.ª ANA:
Sí.
D. LUIS:
Aquí.
D.ª ANA:
Y tú estarás puntual, ¿eh?
D. LUIS:
Estaré.
D.ª ANA:
La llave, pues, te daré.
D. LUIS:
Y dentro yo de tu casa, venga Tenorio.
D.ª ANA:
Alguien pasa. A las diez.
D. LUIS:
Aquí estaré.

Escena V
DON JUAN y DON LUIS
D. LUIS:
¿Quién va allá?

22
D. JUAN:
Quien vaSoy Don Juan.
DON LUIS:
¿Sois Don Juan?
D. JUAN:
Pardiez, eres bueno en adivinar.
D. LUIS:
¿No os prendieron?
D. JUAN:
Como a vos.
D. LUIS:
¡Vive Dios! Y ¿huisteis?
D. JUAN:
Os imité.
¿Y qué?
D. LUIS:
Que perderéis.
D. JUAN:
No sabemos.
D. LUIS:
Lo veremos.
D. JUAN:
La dama entrambos tenemos sitiada, y estáis cogido.
D. LUIS:
Tiempo hay.
D. JUAN:
Para vos perdido.
D. LUIS:
¡Vive Dios, que lo veremos!
(DON LUIS desenvaina su espada; mas CIUTTI, que ha bajado con los suyos cautelosamente hasta
colocarse tras él, le sujeta.)
D. JUAN:
Señor don Luis, vedlo, pues.
D. LUIS:
Traición es.
D. JUAN:
La boca... (A los suyos, que se la tapan a DON LUIS.)
D. LUIS:
¡Oh!
D. JUAN:
(Le sujetan los brazos.)
Sujeto atrás: más. La empresa es, señor Mejía, como mía. Encerrádmele hasta el día. (A los suyos.) La
apuesta está ya en mi mano. Adiós, don Luis: si os la gano, traición es; mas como mía.

23
Escena VI
DON JUAN

D. JUAN:
Buen lance, ¡viven los cielos! Éstos son los que dan fama: mientras le soplo la dama él se arrancará los
pelos encerrado en mi bodega. ¿Y ella? Cuando crea hallarse con él …Mas por allí un bulto negro se
aproxima..., y, a mi ver, es el bulto una mujer. ¿Otra aventura? Me alegro.

Escena VII
DON JUAN y BRÍGIDA

BRÍGIDA.
¿Caballero?
D. JUAN:
¿Quién va allá?
BRÍGIDA:
¿Sois don Juan?
D. JUAN:
¡Por vida de...! ¡Si es la beata! ¡Y a fe que la había olvidado ya! Llegaos, don Juan soy yo.
BRÍGIDA:
¿Estáis solo?
D. JUAN:
Con el diablo.
BRÍGIDA:
¡Jesucristo!
D. JUAN:
Por vos lo hablo.
BRÍGIDA:
¿Soy yo el diablo?
D. JUAN:
Creoló.
BRÍGIDA:
¡Vaya! ¡Qué cosas tenéis! Vos sí que sois un diablillo...
D. JUAN:
Que te llenará el bolsillo si le sirves.
BRÍGIDA:
Lo veréis.
D. JUAN:
Descarga, pues, ese pecho. ¿Qué hiciste?
BRÍGIDA:
¡Cuánto me ha dicho vuestro paje...! ¡Y qué mal bicho es ese Ciutti!
D. JUAN:
¿Qué ha hecho?
BRÍGIDA:
¡Gran bribón!

24
D. JUAN:
¿No os ha entregado un bolsillo y un papel?
BRÍGIDA:
Leyendo estará ahora en él doña Inés.
D. JUAN:
¿La has preparado?
BRÍGIDA:
Vaya; y os la he convencido con tal maña y de manera, que irá como una cordera tras vos.
D. JUAN:
¡Tan fácil te ha sido!
BRÍGIDA:
¡Bah! Pobre garza enjaulada, dentro la jaula nacida, ¿qué sabe ella si hay más vida ni más aire en que
volar? Si no vio nunca sus plumas del sol a los resplandores, ¿qué sabe de los colores de que se puede
ufanar? No cuenta la pobrecilla diez y siete primaveras, y aún virgen a las primeras impresiones del
amor, nunca concibió la dicha fuera de su pobre estancia, tratada desde su infancia con cauteloso rigor.
Y tantos años monótonos de soledad y convento tenían su pensamiento ceñido a punto tan ruin, a tan
reducido espacio, y a círculo tan mezquino, que era el claustro su destino y el altar era su fin. «Aquí está
Dios», la dijeron; y ella dijo: «Aquí le adoro.» «Aquí está el claustro y el coro.» Y pensó: «No hay más
allá.» Y sin otras ilusiones que sus sueños infantiles, pasó diez y siete abriles sin conocerlo quizá.
D. JUAN:
¿Y está hermosa?
BRÍGIDA:
¡Oh! Como un ángel.
D. JUAN:
¿Y la has dicho...?
BRÍGIDA:
Figuraos si habré metido mal caos en su cabeza, don Juan.
La hablé del amor, del mundo, de la corte y los placeres, de cuánto con las mujeres erais pródigo y
galán. La dije que erais el hombre por su padre destinado para suyo: os he pintado muerto por ella de
amor, desesperado por ella y por ella perseguido, y por ella decidido a perder vida y honor.
En fin, mis dulces palabras, al posarse en sus oídos, sus deseos mal dormidos arrastraron de sí en pos; y
allá dentro de su pecho han inflamado una llama de fuerza tal, que ya os ama y no piensa más que en
vos.
D. JUAN:
Tan incentiva pintura los sentidos me enajena, y el alma ardiente me llena de su insensata pasión. Poco
es el centro de un claustro, ¡al mismo infierno bajara, y a estocadas la arrancara de los brazos de Satán!
¡Oh! Hermosa flor, cuyo cáliz al rocío aún no se ha abierto, a trasplantarte va al huerto de sus amores
don. Juan. ¿Brígida?
BRÍGIDA:
Os estoy oyendo, y me hacéis perder el tino: yo os creía un libertino sin alma y sin corazón.
D. JUAN:
¿Eso extrañas? ¿No está claro que en un objeto tan noble hay que interesarse doble que en otros?
BRÍGIDA:
Tenéis razón.
D. JUAN:
¿Conque a qué hora se recogen las madres?

25
BRÍGIDA:
Ya recogidas estarán. ¿Vos prevenidas todas las cosas tenéis?
D. JUAN:
Todas.
BRÍGIDA:
Pues luego que doblen a las ánimas, con tiento saltando al huerto, al convento fácilmente entrar podéis
con la llave que os he enviado: de un claustro oscuro y estrecho es; seguidle bien derecho, y daréis con
poco afán en nuestra celda.
D. JUAN:
Y si acierto a robar tan gran tesoro, te he de hacer pesar en oro.
BRÍGIDA:
Por mí no queda, don Juan.
D. JUAN:
Ve y aguárdame.
BRÍGIDA:
Voy, pues, a entrar por la portería, y a cegar a sor María la tornera. Hasta después. (Vase)

Escena VIII
DON JUAN y CIUTTI
D. JUAN:
Pues, señor, ¡soberbio envite! Muchas hice hasta esta hora, mas, ¡por Dios que la de ahora, será tal, que
me acredite! Mas ya veo que me espera Ciutti. Lebrel
CIUTTI:
Señor
DON JUAN
Y Don Luis
CIUTTI: Libre por hoy estas de el
Bien Ciutti.
Con oro nada hay que falle: Ciutti ya sabes mi intento: a las nueve en el convento;
a las diez, en esta calle. (Vanse).

CUADRO TERCERO
PROFANACIÓN

DON JUAN, DOÑA INÉS, DON GONZALO, BRÍGIDA, LA ABADESA y LA TORNERA


Escena I
DOÑA INÉS y LA ABADESA

ABADESA.
¿Conque me habéis entendido?
D.ª INÉS:
Sí, señora.
ABADESA:
Está muy bien; la voluntad decisiva de vuestro padre tal es.

26
Sois joven, cándida y buena; vivido en el claustro habéis casi desde que nacisteis; y para quedar en él
atada con santos votos para siempre, ni aún tenéis, como otras, pruebas difíciles ni penitencias que
hacer. ¡Dichosa mil veces vos! que, no conociendo el mundo, no le debéis de temer pues ignorando lo
que hay tras esa santa pared, lo que tras ella se queda jamás apeteceréis. no habiendo salido nunca de la
protectora red, no ansiareis nunca las alas por el espacio tender.
Lirio gentil, cuyo tallo mecieron sólo tal vez las embalsamadas brisas del más florecido mes, aquí a los
besos del aura vuestro cáliz abriréis, y aquí vendrán vuestras hojas tranquilamente a caer.
¡Ay! En verdad que os envidio, venturosa doña Inés, con vuestra inocente vida, la virtud del no saber.
¿Más por qué estáis cabizbaja? ¿Por qué no me respondéis como otras veces, alegre, cuando en lo
mismo os hablé? estáis inquieta por vuestra dueña? A casa de vuestro padre
fue casi al anochecer, y abajo en la portería estará: yo os la enviaré, que estoy de vela esta noche.
Conque, vamos, doña Inés, recogeos, que ya es hora: mal ejemplo no me deis a las novicias, que ha
tiempo que duermen ya: hasta después.
D.ª INÉS:
Id con Dios, madre abadesa.
ABADESA:
Adiós, hija.

Escena II
DOÑA INÉS
D.ª INÉS:
Ya se fue. No sé qué tengo, ¡ay de mí!, que en tumultuoso tropel mil encontradas ideas me combaten a
la vez. Otras noches complacida sus palabras escuché; y de esos cuadros tranquilos que sabe pintar tan
bien, de esos placeres domésticos la dichosa sencillez y la calma venturosa, me hicieron apetecer la
soledad de los claustros y su santa rigidez. Mas hoy la oí distraída, y en sus pláticas hallé,
si no enojosos discursos a lo menos aridez.
Y no sé por qué al decirme que podría acontecer que se acelerase el día de mi profesión, temblé; y sentí
del corazón acelerarse el vaivén, y teñírseme el semblante de amarilla palidez. ¡Ay de mí...! ¡Pero mi
dueña, dónde estará...! Esa mujer con sus pláticas al cabo me entretiene alguna vez. Y hoy la echo
menos... acaso porque la voy a perder, que en profesando es preciso renunciar a cuanto amé. Mas pasos
siento en el claustro; ¡oh!, reconozco muy bien sus pisadas... Ya está aquí.

Escena III
DOÑA INÉS y BRÍGIDA
BRÍGIDA:
Buenas noches, doña Inés.
D.ª INÉS:
¿Cómo habéis tardado tanto?
BRIGIDA:
De vuelta al convento parando hacer diligencias y viendo estrellas
me entretuve bajo el manto.
INÉS:
Ah

27
BRIGIDA
¿habéis mirado el libro que os he traído?
D.ª INÉS:
¡Ay!, se me había olvidado.
BRÍGIDA:
¡Pues me hace gracia el olvido!
D.ª INÉS:
¡Como la madre abadesa se entró aquí inmediatamente!
BRÍGIDA:
¡Vieja más impertinente!
D.ª INÉS:
¿Pues tanto el libro interesa?
BRÍGIDA:
¡Vaya si interesa! Mucho. ¿Pues quedó con poco afán el infeliz!
D.ª INÉS:
¿Quién?
BRÍGIDA:
Don Juan.
D.ª INÉS:
¡Válgame el cielo! ¡Qué escucho! ¿Es Don Juan quien me le envía?
BRÍGIDA:
Por supuesto.
D.ª INÉS:
¡Oh! Yo no debo tomarle.
BRÍGIDA:
¡Pobre mancebo! Desairarle así, sería matarle.
D.ª INÉS:
¿Qué estás diciendo?
BRÍGIDA:
Si ese horario no tomáis, tal pesadumbre le dais que va a enfermar; lo estoy viendo.
D.ª INÉS:
¡Ah! No, no: de esa manera, le tomaré.
BRÍGIDA:
Bien haréis.
D.ª INÉS:
¡Y qué bonito es!
BRÍGIDA:
Ya veis; quien quiere agradar, se esmera.
D.ª INÉS:
Con sus manecillas de oro. ¡Y cuidado que está prieto! A ver, a ver si completo contiene el rezo del
coro. (Le abre, y cae una carta de entre sus hojas.) Mas, ¿qué cayó?
BRÍGIDA:
Un papelito.
D.ª INÉS:
¡Una carta!

28
BRÍGIDA:
Claro está; en esa carta os vendrá ofreciendo el regalito.
D.ª INÉS:
¡Qué! ¿Será suyo el papel?
BRÍGIDA:
¡Vaya, que sois inocente! Pues que os feria, es consiguiente que la carta será de él.
D.ª INÉS:
¡Ay, Jesús!
BRÍGIDA:
¿Qué es lo que os da?
D.ª INÉS:
Nada, Brígida, no es nada.
BRÍGIDA:
No, no; si estáis inmutada. (Ya presa en la red está.) ¿Se os pasa?
D.ª INÉS:
Sí.
BRÍGIDA:
Eso habrá sido cualquier mareíllo vano.
D.ª INÉS
¡Ay! Se me abrasa la mano con que el papel he cogido.
BRÍGIDA:
Doña Inés, ¡válgame Dios! Jamás os he visto así: estáis trémula.
D.ª INÉS:
¡Ay de mí!
BRÍGIDA:
¿Qué es lo que pasa por vos?
D.ª INÉS:
No sé... El campo de mi mente siento que cruzan perdidas mil sombras desconocidas que me inquietan
vagamente; y ha tiempo al alma me dan con su agitación tortura.
BRÍGIDA:
¿Tiene alguna, por ventura, el semblante de don Juan?
D.ª INÉS:
No sé: desde que le vi, Brígida mía, y su nombre me dijiste, tengo a ese hombre siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo con su agradable recuerdo, y si un instante le pierdo, en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación en mis sentidos ejerce, que siempre hacia él se me tuerce la mente y el corazón y
aquí y en el oratorio, y en todas partes, advierto que el pensamiento divierto con la imagen de Tenorio.
BRÍGIDA:
¡Válgame Dios! Doña Inés, según lo vais explicando, tentaciones me van dando de creer que eso
amor es.
D.ª INÉS:
¡Amor has dicho!
BRÍGIDA:
Sí, amor.
D.ª INÉS:
No, de ninguna manera.

29
BRÍGIDA:
Pues por amor lo entendiera el menos entendedor; mas vamos la carta a ver: ¿en qué os paráis? ¿Un
suspiro?
D.ª INÉS:
¡Ay!, que cuanto más la miro, menos me atrevo a leer.
(Lee.)
«Doña Inés del alma mía.»
AMBAS:
¡Virgen Santa, qué principio!
BRÍGIDA:
Vendrá en verso, y será un ripio que traerá la poesía. Vamos, seguid adelante.
D.ª INÉS:
(Lee.)
«Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma privada de libertad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos sin concluir, acabad.»
BRÍGIDA:
¡Qué humildad! ¡Y que finura! ¿Dónde hay mayor rendimiento?
D.ª INÉS:
Brígida, no sé qué siento.
BRÍGIDA.
Seguid, seguid la lectura.
D.ª INÉS:
(Lee.)
«Nuestros padres de consuno
nuestras bodas acordaron,
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos.
Y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz:
y esta llama que en mí mismo
se alimenta inextinguible,
cada día más terrible
va creciendo y más voraz.»
BRÍGIDA:
Es claro; esperar le hicieron en vuestro amor algún día, y hondas raíces tenía cuando a arrancársele
fueron. Seguid.

30
D.ª INÉS:
(Lee.) «En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que, doblando su violencia,
no hoguera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo
entre mi tumba y mi Inés.»
BRÍGIDA:
¿Lo veis, Inés? Si ese horario le despreciáis, al instante le preparan el sudario.
D.ª INÉS:
Yo desfallezco.
BRÍGIDA:
Adelante.
D.ª INÉS:
(Lee.)
«Inés, alma de mi alma, perpetuo imán de mi vida, perla sin concha escondida entre las algas del mar;
garza que nunca del nido tender osastes el vuelo, el diáfano azul del cielo para aprender a cruzar: si es
que a través de esos muros el mundo apenada miras, y por el mundo suspiras de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo de esos muros que te guardan, para salvarte te aguardan los brazos de tu don
Juan.» (Representa.) ¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo! que me estoy viendo morir?

BRÍGIDA:
(Ya tragó todo el anzuelo.) Vamos, que está al concluir.

D.ª INÉS: (Lee.)


«Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.»

BRÍGIDA:
¿Lo veis? Vendría.
D.ª INÉS:
¡Vendría!
BRÍGIDA:
A postrarse a vuestros pies.
D.ª INÉS:
¿Puede?
BRÍGIDA:
¡Oh!, sí.

31
D.ª INÉS:
¡Virgen María!
BRÍGIDA:
Pero acabad, doña Inés.
D.ª INÉS:
(Lee.)
«Adiós, ¡oh luz de mis ojos!
Adiós, Inés de mi alma:
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van:
y si odias esa clausura,
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve
por tu hermosura don Juan.»
(Representa DOÑA INÉS.)
¡Ay! ¿Qué filtro envenenado me dan en este papel, que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él? ¿Qué sentimientos dormidos son los que revela en mí?
¿Qué impulsos jamás sentidos? ¿Qué luz, que hasta hoy nunca vi? ¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán? ¿Quién roba la dulce calma de mi corazón?

BRÍGIDA:
Don Juan.
D: ª INÉS.
¡Don Juan dices...! ¿Conque ese hombre me ha de seguir por doquier? ¿Sólo he de escuchar su nombre?
¿Sólo su sombra he de ver?
BRÍGIDA:
¡Silencio, por Dios! (Se oyen dar las ánimas.)
D.ª INÉS:
¿Qué?
BRÍGIDA:
¡Silencio!
D.ª INÉS:
Me estremeces.
BRÍGIDA:
¿Oís, doña Inés, tocar?
D.ª INÉS:
Sí, lo mismo que otras veces las ánimas oigo dar.
BRÍGIDA:
Pues no habléis de él.
D.ª INÉS:
¡Cielo santo! ¿De quién?
BRÍGIDA:
¿De quién ha de ser? De ese don Juan que amáis tanto,
porque puede aparecer.
D.ª INÉS:
¡Me amedrentas! ¿Puede ese hombre llegar hasta aquí?

32
BRÍGIDA:
Quizá.
Porque el eco de su nombre tal vez llega a donde está.
D.ª INÉS:
¡Cielos! ¿Y podrá?...
BRÍGIDA:
¿Quién sabe?
D.ª INÉS:
¿Es un espíritu, pues?
BRÍGIDA:
No, mas si tiene una llave...
D.ª INÉS:
¡Dios!
BRÍGIDA:
Silencio, doña Inés: ¿no oís pasos?
D.ª INÉS:
¡Ay! Ahora nada oigo.
BRÍGIDA:
Las nueve dan. Suben... se acercan... Señora... Ya está aquí.
D.ª INÉS:
¿Quién?
BRÍGIDA:
Él
D.ª INÉS:
¡Don Juan!

Escena IV
DOÑA INÉS, DON JUAN y BRÍGIDA
D.ª INÉS:
¿Qué es esto? Sueño..., deliro.
D. JUAN:
¡Inés de mi corazón!
D.ª INÉS:
¿Es realidad lo que miro, o es una fascinación...? Tenedme.... apenas respiro... Sombra.... huye por
compasión. ¡Ay de mí...!
(Desmayase DOÑA INÉS y DON JUAN la sostiene. La carta de DON JUAN queda en el suelo
abandonada por DOÑA INÉS al desmayarse.)
BRÍGIDA:
La ha fascinado vuestra repentina entrada, y el pavor la ha trastornado.
D. JUAN:
Mejor: así nos ha ahorrado la mitad de la jornada. ¡Ea! No desperdiciemos el tiempo aquí en
contemplarla, si perdernos no queremos. En los brazos a tomarla voy, y cuanto antes, ganemos ese
claustro solitario.
BRÍGIDA:
¡Oh, vais a sacarla así!

33
D. JUAN:
Necia, ¿piensas que rompí la clausura, temerario, para dejármela aquí? Mi gente abajo me espera,
sígueme.
BRÍGIDA:
¡Sin alma estoy! ¡Ay! Este hombre es una fiera; nada le ataja ni altera... Sí, sí; a su sombra me voy.

Escena V
LA ABADESA
ABADESA:
Jurara que había oído por estos claustros andar, hoy a doña Inés velar algo más la he permitido. Y me
temo... Mas no están aquí. ¿Qué pudo ocurrir a las dos, para salir de la celda? Yo las ataré corto…Mas
siento por allá fuera pasos. ¿Quién es?

Escena VI
LA ABADESA, y LA TORNERA
TORNERA:
Yo, señora.
ABADESA:
¡Vos en el claustro a esta hora! ¿Qué es esto, hermana tornera?
TORNERA:
Madre abadesa, os buscaba.
ABADESA:
¿Qué hay? Decid.
TORNERA:
Un noble anciano quiere hablaros.
ABADESA:
Es en vano.
TORNERA:
Dice que es de Calatrava caballero; que sus fueros le autorizan a este paso, y que la urgencia del caso le
obliga al instante a veros.
ABADESA:
¿Dijo su nombre?
TORNERA:
El señor Don Gonzalo de Ulloa.
ABADESA:
¿Qué puede querer...? Ábrale, hermana: es comendador de la Orden, y derecho tiene en el claustro de
entrada.

Escena VII
LA ABADESA
ABADESA:
¿A una hora tan avanzada venir así...? No sospecho que pueda ser..., más me place, pues no hallando a
su hija aquí, la reprenderá, y así mirará otra vez lo que hace.

34
Escena VIII
LA ABADESA, DON GONZALO y LA TORNERA, a la puerta

D. GONZALO:
Perdonad, madre abadesa, que en hora tal os moleste; más para mí, asunto es éste que honra y vida me
interesa.
ABADESA:
¡Jesús!
D. GONZALO:
Oíd.
ABADESA:
Hablad, pues.
D. GONZALO:
Yo guardé hasta hoy un tesoro de más quilates que el oro, y ese tesoro es mi Inés.
ABADESA:
A propósito…
D. GONZALO:
Escuchad. Se me acaba de decir que han visto a su dueña ir ha poco por la ciudad
hablando con un criado que un don Juan, de tal renombre, que no hay en la tierra otro hombre tan audaz
y tan malvado.
En tiempo atrás se pensó con él a mi hija casar, y hoy, que se la fui a negar, robármela me juró.
Y un día, una hora quizás de imprevisión, le bastara para que mi honor manchara ese hijo de Satanás. He
aquí mi inquietud cuál es: por la dueña, en conclusión, vengo: vos la profesión abreviad de doña Inés.
ABADESA:
Sois padre, y es vuestro afán muy justo, comendador; mas ved que ofende a mi honor.
D. GONZALO:
No sabéis quién es don Juan.
ABADESA:
Aunque le pintáis tan malo, yo os puedo decir de mí, que mientras Inés esté aquí, segura está, don
Gonzalo.
D. GONZALO:
Lo creo; mas las razones abreviemos: entregadme a esa dueña, y perdonadme mis mundanas opiniones.
ABADESA:
Se hará como lo exigís. Hermana tornera, id, pues, a buscar a doña Inés y a su dueña. (Vase LA
TORNERA.)
D. GONZALO:
¿Qué decís, señora? O traición me ha hecho mi memoria, o yo sé bien que ésta es hora de que estén
ambas a dos en su lecho.
ABADESA:
Ha un punto sentí a las dos salir de aquí, no sé a qué.
D. GONZALO:
¡Ay! Por qué tiemblo no sé. ¡Más qué veo, santo Dios! Un papel..., me lo decía a voces mí mismo afán.
(Leyendo.)
«Doña Inés del alma mía...» Y la firma de don Juan. Ved..., ved..., esa prueba escrita. Leed ahí... ¡Oh!
Mientras que vos por ella rogáis a Dios viene el diablo y os la quita.

35
Escena IX
LA ABADESA, DON GONZALO y LA TORNERA
TORNERA:
Señora...
ABADESA:
¿Qué?
TORNERA:
Vengo muerta.
D. GONZALO:
Concluid.
TORNERA:
No acierto a hablar... He visto a un hombre saltar por las tapias de la huerta.
D. GONZALO:
¿Veis? Corramos: ¡ay de mí!
ABADESA:
¿Dónde vais, comendador?
D. GONZALO:
¡Imbécil!, tras de mi honor, que os roban a vos de aquí.

CUARTO CUADRO
EL DIABLO A LAS PUERTAS DEL CIELO
DON JUAN, DOÑA INÉS, DON GONZALO, DON LUIS, CIUTTI, BRÍGIDA, ALGUACILES

Quinta Tenorio cerca de Sevilla y sobre el Guadalquivir. Balcón en el fondo.

Escena I
BRÍGIDA y CIUTTI
BRÍGIDA:
¡Qué noche, válgame Dios! A poderlo calcular no me meto yo a servir a tan fogoso galán. ¡Ay, Ciutti!
Molida estoy; no me puedo menear.
CIUTTI:
¿Pues qué os duele?
BRÍGIDA:
Todo el cuerpo y toda el alma, además.
CIUTTI:
¡Ya! No estáis acostumbrada al caballo, es natural.
BRÍGIDA:
Mil veces pensé caer. ¡uf!, ¡qué mareo!, ¡qué afán!
Veía yo unos tras otros ante mis ojos pasar los árboles como en alas llevados de un huracán, tan apriesa
y produciéndome ilusión tan infernal, que perdiera los sentidos si tardamos en parar.
CIUTTI:
Pues de estas cosas veréis, si en esta casa os quedáis, lo menos seis por semana.
BRÍGIDA:
¡Jesús! ¡Salir así de un convento en medio de una ciudad como Sevilla!

36
CIUTTI:
Es empresa tan sólo para hombre tal.
BRIGIDA:
No he visto hombre de corazón más audaz.
CIUTTI:
A todo osado se arroja, de todo se ve capaz, ni mira dónde se mete, ni lo pregunta jamás.
Allí hay un lance, le dicen; y él dice: «Allá va don Juan.»
BRIGIDA:
¡Más ya tarda, vive Dios!
CIUTTI:
Las doce en la catedral han dado ha tiempo.
BRIGIDA
Y de vuelta debía a las doce estar. ¿por qué no se vino con nosotros?
CIUTTI:
Tiene allá en la ciudad todavía cuatro cosas que arreglar.
BRÍGIDA:
¿Para el viaje?
CIUTTI:
Por supuesto;
CIUTTI:
¿Y esa niña está reposando todavía?
BRÍGIDA:
¿Y a qué se ha de despertar?
CIUTTI:
Sí, es mejor que abra los ojos en los brazos de don Juan.
BRÍGIDA:
¡Jesús, qué ideas. Venid Ciutti a este balcón, y mirad.
¿Qué veis?
CIUTTI:
un bergantín que anclado en el río está.
BRIGIDA:
Me refería a las estrellas, mirad-
CIUTTI:
Bellas pero la luna más.
BRÍGIDA:
¡shhh! Ya siento a doña Inés.
CIUTTI:
Pues yo me voy, que Don Juan encargó que sola vos debíais con ella hablar.
BRÍGIDA:
Y encargó bien, que yo entiendo de esto.
CIUTTI:
Adiós, pues.
BRÍGIDA:
Vete en paz.

37
Escena II
DOÑA INÉS y BRÍGIDA
D.ª INÉS:
Dios mío, ¡cuánto he soñado! Loca estoy: ¿qué hora será? ¿Pero qué es esto, ay de mí? No recuerdo que
jamás haya visto este aposento. ¿Quién me trajo aquí?
BRÍGIDA:
Don Juan.
D.ª INÉS:
Siempre don Juan..., ¿más conmigo aquí tú también estás, Brígida?
BRÍGIDA:
Sí, doña Inés.
D.ª INÉS:
Pero dime, en caridad, ¿dónde estamos? ¿Este cuarto es del convento?
BRÍGIDA:
No tal: aquello era un cuchitril en donde no había más que miseria.
D.ª INÉS:
Pero, en fin, ¿en dónde estamos?
BRÍGIDA:
Mirad, mirad por este balcón,
y alcanzaréis lo que va desde un convento de monjas a una quinta de don Juan.
D.ª INÉS:
¿Es de Don Juan esta quinta?
BRÍGIDA:
Y creo que vuestra ya.
D.ª INÉS:
Pero no comprendo, Brígida, lo que hablas.
BRÍGIDA:
Escuchad. Estabais en el convento leyendo con mucho afán una carta de don Juan, cuando estalló en un
momento un incendio formidable.
D.ª INÉS:
¡Jesús!
BRÍGIDA:
Espantoso, inmenso; el humo era ya tan denso, que el aire se hizo palpable.
D.ª INÉS:
Pues no recuerdo...
BRÍGIDA:
Las dos con la carta entretenidas, olvidamos nuestras vidas, yo oyendo, y leyendo vos. Y estaba, en
verdad, tan tierna, que entrambas a su lectura achacamos la tortura que sentíamos interna. Apenas ya
respirar podíamos, y las llamas prendían ya en nuestras camas nos íbamos a asfixiar, cuando don Juan,
que os adora, y que rondaba el convento, al ver crecer con el viento la llama devastadora, con inaudito
valor, viendo que ibais a abrasaros, se metió para salvaros, por donde pudo mejor.
Vos, al verle así asaltar la celda tan de improviso, os desmayasteis..., preciso; la cosa era de esperar. Y
él, cuando os vio caer así, en sus brazos os tomó y echó a huir; yo le seguí, y del fuego nos sacó.
¿Dónde íbamos a esta hora? Vos seguíais desmayada, yo estaba ya casi ahogada.
Dijo, pues: «Hasta la aurora en mi casa las tendré.»
Y henos, doña Inés, aquí.

38
D.ª INÉS:
¿Conque ésta es su casa?
BRÍGIDA:
Sí.
D.ª INÉS:
Pues nada recuerdo, a fe. Pero..., ¡en su casa...! ¡Oh! Al punto salgamos de ella.... yo tengo la de mi
padre.
BRÍGIDA:
Convengo con vos; pero es el asunto...
D.ª INÉS:
¿Qué?
BRÍGIDA:
Que no podemos ir.
D.ª INÉS:
Oír tal me maravilla.
BRÍGIDA:
Nos aparta de Sevilla...
D.ª INÉS:
¿Quién?
BRÍGIDA:
Vedlo, el Guadalquivir.
D.ª INÉS:
¿No estamos en la ciudad?
BRÍGIDA:
A una legua nos hallamos de sus murallas.
D.ª INÉS:
¡Oh! ¡Estamos perdidas!
BRÍGIDA:
¡No sé, en verdad, por qué!
D.ª INÉS:
Me estás confundiendo, Brígida..., y no sé qué redes son las que entre estas paredes temo que me estás
tendiendo. Nunca el claustro abandoné, ni sé del mundo exterior los usos: más tengo honor. Noble soy,
Brígida, y sé que la casa de don Juan no es buen sitio para mí: me lo está diciendo aquí no sé qué
escondido afán. Ven, huyamos.
BRÍGIDA:
Doña Inés, la existencia os ha salvado.
D.ª INÉS:
Sí, pero me ha envenenado el corazón.
BRÍGIDA:
¿Le amáis, pues?
D.ª INÉS:
No sé ..., mas, por compasión, huyamos pronto de ese hombre, tras de cuyo solo nombre se me escapa el
corazón ¡Ah! Tú me diste un papel de mano de ese hombre escrito, y algún encanto maldito me diste
encerrado en él.
Una sola vez le vi por entre unas celosías, y que estaba, me decías, en aquel sitio por mí. Tú, Brígida, a
todas horas me venías de él a hablar, haciéndome recordar sus gracias fascinadoras.

39
Tú me dijiste que estaba destinado por mi padre para mí y me has jurado en su nombre que me amaba.
¿Que le amo, dices?... Pues bien, si esto es amar, sí, le amo; pero yo sé que me infamo con esa pasión
también. Y si el débil corazón se me va tras de don Juan, tirándome de él están mi honor y mi
obligación. Vamos, pues; vamos de aquí primero que ese hombre venga; pues fuerza acaso no tenga si le
veo junto a mí. Vamos, Brígida.
BRÍGIDA:
Esperad ¿No oís?
D.ª INÉS:
¿Qué?
BRÍGIDA:
Ruido de remos.
D.ª INÉS:
Sí, dices bien; volveremos en un bote a la ciudad.
BRÍGIDA:
Mirad, mirad, doña Inés,
D.ª INÉS:
Acaba..., por Dios, partamos.
BRÍGIDA:
Ya imposible que salgamos.
D.ª INÉS:
¿Por qué razón?
BRÍGIDA:
Porque él es quien en ese barquichuelo se adelanta por el río.
D.ª INÉS:
¡Ay! ¡Dadme fuerzas, Dios mío!
BRÍGIDA:
Ya llegó, ya está en el suelo. Sus gentes nos volverán a casa: más antes de irnos, es preciso despedirnos
a lo menos de don Juan.
D.ª INÉS:
Sea, y vamos al instante. No quiero volverle a ver.
BRÍGIDA: (Los ojos te hará volver el encontrarle delante.)
Vamos.
D.ª INÉS:
Vamos.
CIUTTI:(Dentro.)
Aquí están.
D. JUAN:
(Ídem.) Alumbra.
BRÍGIDA:
¡Nos busca!
D.ª INÉS:
Él es.

40
Escena III
DICHAS y DON JUAN
D. JUAN:
¿A dónde vais, doña Inés?
D.ª INÉS:
Dejadme salir, don Juan.
D. JUAN:
¿Qué os deje salir?
BRÍGIDA:
Señor, sabiendo ya el accidente del fuego, estará impaciente por su hija el comendador.
D. JUAN:
¡El fuego! ¡Ah! No os dé cuidado por don Gonzalo, que ya dormir tranquilo le hará el mensaje que le he
enviado.
D.ª INÉS:
¿Le habéis dicho...?
D. JUAN:
Que os hallabais bajo mi amparo segura, y el aura del campo pura, libre, por fin, respirabais. ¡Cálmate,
pues, vida mía! Reposa aquí; y un momento olvida de tu convento la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena de los sencillos olores
de las campesinas flores que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena que atraviesa sin temor
la barca del pescador que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía, que están respirando amor?
Esa armonía que el viento recoge entre esos millares
de floridos olivares, que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento con que trina el ruiseñor
de sus copas morador, llamando al cercano día,
¿no es verdad, estrella mía, que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas, de sí mismas al calor;
y ese encendido color que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía, que están respirando amor?
¡Oh! Sí. bellísima Inés, espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos, como lo haces, amor es,
mira aquí a tus plantas, pues, todo el altivo rigor
de este corazón traidor que rendirse no creía,
adorando vida mía, la esclavitud de tu amor.
D.ª INÉS:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir, tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión, que, oyéndoos, me parece que mi cerebro enloquece, y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber un filtro infernal sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto, que a vos me atrae en secreto como irresistible imán.

41
Tal vez Satán puso en vos su vista fascinadora, tu palabra seductora, y el amor que negó a Dios. ¿Y qué
he de hacer, ¡ay de mí!, ¿sino caer en vuestros brazos, si el corazón en pedazos me vais robando de
aquí? No, don Juan, en poder mío resistirte no está ya: yo voy a ti, como va al mar ese río. ¡Don Juan!,
yo lo imploro de tu hidalga compasión o arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro.
D. JUAN:
¡Alma mía! Esa palabra cambia de modo mi ser, que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra. No es, doña Inés, Satanás quien pone este amor en mí: es Dios, que quiere
por ti ganarme para él quizás.
No; el amor que hoy se atesora en mi corazón mortal, no es un amor terrenal como el que sentí hasta
ahora; no es esa chispa fugaz que cualquier ráfaga apaga; es incendio que se traga cuanto ve, inmenso
voraz.
Desecha, pues, tu inquietud, bellísima doña Inés, porque me siento a tus pies capaz aún de la virtud. Sí;
iré mi orgullo a postrar ante el buen comendador, y o habrá de darme tu amor, o me tendrá que matar.
D.ª INÉS:
¡Don Juan de mi corazón!
D. JUAN:
¡Silencio! ¿Habéis escuchado?
D.ª INÉS:
¿Qué?
D. JUAN:
Sí, una barca ha atracado debajo de ese balcón, un hombre embozado de ella salta... ¡Brígida, al
momento! Pasad a ese otro aposento, y perdonad, Inés bella, si solo me importa estar.
D.ª INÉS:
¿Tardarás?
D. JUAN:
Poco ha de ser.
D.ª INÉS:
A mi padre hemos de ver.
D. JUAN:
Sí, en cuanto empiece a clarear. Adiós.

Escena IV
DON JUAN, CIUTTI
CIUTTI:
¿Señor?
D. JUAN:
¿Qué sucede, Ciutti?
CIUTTI:
Ahí está un embozado en veros muy empeñado.
D. JUAN:
¿Quién es?
CIUTTI:
Dice que no puede descubrirse más que a vos, y que es cosa de tal priesa, que en ella se os interesa la
vida a entrambos a dos.

42
D. JUAN:
¿Trae gente?
CIUTTI:
No más que los remeros del bote.
D. JUAN:
Que entre.

Escena V
DON JUAN; luego CIUTTI y DON LUIS embozado
D. JUAN:
Jugamos a escote la vida, más si es quizá un traidor que hasta mi quinta me viene siguiendo el paso,
hálleme pues por si acaso con las armas en la cinta. (Se ciñe la espada y suspende al cinto un par de
pistolas que habrá colocado sobre la mesa a su salida en la escena tercera)

Escena VI
DON JUAN y DON LUIS

DON JUAN:
Bienvenido Caballero, Sin cuidado hablad
D. LUIS:
Vengo a mataros, don Juan.
D. JUAN:
Según eso, sois don D. Luis.
D. LUIS:
No os engañó el corazón, y el tiempo no malgastemos, Don Juan los dos no cabemos ya en la tierra.
D. JUAN:
En conclusión, señor Mejía, ¿es decir, que porque os gané la apuesta queréis que acabe la fiesta con
salirnos a batir?
D. LUIS:
Estáis puesto en la razón: la vida apostado habemos, y es fuerza que nos paguemos.
D. JUAN:
Soy de la misma opinión. Mas ved que os debo advertir que sois vos quien la ha perdido. Y por
mostraros mejor mi generosa hidalguía, decid si aún puedo, Mejía, satisfacer vuestro honor. Leal la
apuesta os gané; más si tanto os ha escocido, mirad si halláis conocido remedio, y le aplicaré.
D. LUIS:
No hay más que el que os he propuesto, don Juan. Me habéis maniatado, y habéis la casa de Doña Ana
asaltado usurpando mi puesto; y pues ya que el mío tomasteis para triunfar de doña Ana, no sois vos,
don Juan, quien gana, porque por otro jugasteis.
D. JUAN:
Ardides del juego son.
D. LUIS:
Pues no os los quiero pasar, y por ellos a jugar vamos ahora el corazón.
D. JUAN:
¿Le arriesgáis, pues, en revancha de doña Ana de Pantoja?
D. LUIS:

43
Sí; y lo que tardo me enoja en lavar tan fea mancha. Don Juan, mañana me iba a casa, no sabía cuánto la
amaba hasta esta noche y con lo que habéis osado, imposible la hais dejado para vos y para mí.
D. JUAN:
¿Por qué la apostasteis, pues?
D. LUIS:
Porque no pude pensar que la pudierais lograr. Y.… vamos, por San Andrés, a reñir, que me impaciento.
D. JUAN:
Bajemos a la ribera.
D. LUIS:
Aquí mismo.
D. JUAN:
Necio, afuera Esperad.
D. LUIS:
¿Qué sucede?
D. JUAN:
Ruido siento.
D. LUIS:
Pues no perdamos momento.

Escena VII
DON JUAN, DON LUIS y CIUTTI
CIUTTI:
Señor, la vida salvad.
D. JUAN:
¿Qué hay, pues?
CIUTTI:
El comendador que llega con gente armada.
D. JUAN:
Déjale franca la entrada, pero a él solo.
CIUTTI:
Mas, señor...
D. JUAN:
Obedéceme. (Vase CIUTTI).

Escena VIII
DON JUAN y DON LUIS
D. JUAN:
Don Luis, pues de mí os habéis fiado como dejáis demostrado cuando a mí casa venís, no dudaré en
suplicaros, pues mi valor conocéis, que un instante me aguardéis.
D. LUIS:
Yo nunca puse reparos en valor que es tan notorio, mas no me fío de vos.
D. JUAN:
Ved que las partes son dos de la apuesta con Tenorio, y que ganadas están.
D. LUIS:
¿Lograsteis a un tiempo...?

44
D. JUAN:
Sí, la del convento está aquí: y pues viene de don Juan a reclamarla quien puede, cuando me podéis
matar no debo asunto dejar tras mí que pendiente quede. Aquí entrad, ¡vive Dios! y no tengáis tanto afán
por vengaros, que este asunto arreglado con ese hombre don Luis, yo os juro a mi nombre que nos
batimos al punto.
D. LUIS:
Pero...
D. JUAN:
¡Con una legión diablos! Entrad aquí; que harta nobleza es en mí aún daros satisfacción.
Desde ahí ved y escuchad; franca tenéis esa puerta. Si veis mi conducta incierta, como os acomode
obrad.
D. LUIS:
Me avengo, si muy reacio no andáis.
D. JUAN:
Calculadlo vos a placer: mas, ¡vive Dios!, que para todo hay espacio. Ya suben. (DON JUAN escucha.)
D. GONZALO:
¿Dónde está?
D. JUAN: Él es.

Escena IX
DON JUAN, DON GONZALO
D. GONZALO:
¿A dónde está ese traidor?
D. JUAN:
Aquí está, comendador.
D. GONZALO:
¿De rodillas?
D. JUAN:
Y a tus pies.
D. GONZALO:
Vil eres hasta en tus crímenes.
D. JUAN:
Anciano, la lengua ten, y escúchame un solo instante.
D. GONZALO:
¿Qué puede en tu lengua haber que borre lo que tu mano escribió en este papel? ¡Ir a sorprender,
¡infame!, la cándida sencillez de quien no pudo el veneno de esas letras precaver! ¡Derramar en su alma
virgen traidoramente la hiel en que rebosa la tuya, seca de virtud y fe!
¿Ése es el valor, ¿Tenorio, de que blasonas? ¿Ésa es la proverbial osadía que te da al vulgo a temer? Con
viejos y con doncellas la muestras y para qué, para venir sus plantas así a lamer mostrándote un tiempo
ajeno de valor y de honradez
D. JUAN:
¡Comendador!
D. GONZALO:
Miserable, tú has robado a mí hija Inés de su convento, y yo vengo por tu vida, o por mi bien.

45
D. JUAN:
Jamás delante de un hombre mi alta cerviz incliné, ni he suplicado jamás, ni a mi padre, ni a mi rey. Y
pues conservo a tus plantas la postura en que me ves, considera, don Gonzalo, que razón debo tener.
D. GONZALO:
Lo que tienes es pavor de mi justicia.
D. JUAN:
¡Pardiez! Óyeme, comendador, o tenerme no sabré, y seré quien siempre he sido, no queriéndolo ahora
ser.
D. GONZALO:
¡Vive Dios!
D. JUAN:
Comendador, yo idolatro a doña Inés, persuadido de que el cielo nos la quiso conceder para enderezar
mis pasos por el sendero del bien. No amé la hermosura en ella, ni sus gracias adoré; lo que adoro es la
virtud, don Gonzalo, en doña Inés. Lo que justicias ni obispos no pudieron de mí hacer con cárceles y
sermones, lo pudo su candidez. Su amor me torna en otro hombre, regenerando mi ser, y ella puede
hacer un ángel de quien un demonio fue. Escucha, pues, don Gonzalo, lo que te puede ofrecer el audaz
de rodillas a tus pies. Yo seré esclavo de tu hija, en tu casa viviré, tú gobernarás mi hacienda,
diciéndome esto ha de ser. El tiempo que señalares, en reclusión estaré; cuantas pruebas exigieres de mi
audacia o mi altivez, del modo que me ordenares con sumisión te daré: y cuando estime tu juicio que la
puedo merecer, yo la daré un buen esposo y ella me dará el Edén.
D. GONZALO:
Basta, don Juan; no sé cómo me he podido contener, oyendo tan, torpes pruebas de tu infame avilantez.
Don Juan, tú eres un cobarde cuando en la ocasión te ves, y no hay bajeza a que no oses como te saque
con bien.
D. JUAN:
¡Don Gonzalo!
D. GONZALO:
Y me avergüenzo de mirarte así a mis pies, lo que apostabas por fuerza suplicando por merced.
D. JUAN:
Todo así se satisface, don Gonzalo, de una vez.
D. GONZALO:
¡Nunca, nunca! ¿Tú su esposo? Primero la mataré. ¡Ea! Entrégamela al punto, o sin poderme valer, en
esa postura vil el pecho te cruzaré.
D. JUAN:
Míralo bien, don Gonzalo; que vas a hacerme perder con ella hasta la esperanza de mi salvación tal vez.
D. GONZALO:
¿Y qué tengo yo, don Juan, con tu salvación que ver?
D. JUAN:
¡Comendador, que me pierdes!
D. GONZALO:
Mi hija.
D. JUAN:
Considera bien que por cuantos medios pude te quise satisfacer; y que con armas al cinto tus denuestos
toleré, proponiéndote la paz de rodillas a tus pies.

46
Escena X
DICHOS y DON LUIS, soltando una carcajada de burla
D. LUIS:
Muy bien, don Juan.
D. JUAN:
¡Vive Dios!
D. LUIS:
Ya he visto bastante, don Juan, para conocer cuál uso puedes hacer de tu valor arrogante;
y quien hiere por detrás y se humilla en la ocasión, es tan vil como el ladrón que roba y huye.
DON JUAN:
Don Luis
D. LUIS:
Y pues la ira soberana de Dios junta, como ves, al padre de doña Inés y al vengador de doña Ana, mira
el fin que aquí te espera cuando a igual tiempo te alcanza, aquí dentro su venganza y la justicia allá
fuera.
D. GONZALO:
Ahora comprendo... eres…
D. LUIS:
Soy don Luis Mejía, a quien a tiempo os envía por vuestra venganza Dios.
D. JUAN:
¡Basta, pues, de tal suplicio! Si con hacienda y honor ni os muestro ni doy valor a mi franco sacrificio y
la leal solicitud con que ofrezco cuanto puedo tomáis, ¡vive Dios!, por miedo y os mofáis de mi virtud,
os acepto el que me dais plazo breve y perentorio, para mostrarme el Tenorio de cuyo valor dudáis.
D. LUIS:
Sea; y cae a nuestros pies, digno al menos de esa fama que por tan bravo te aclama.
D. JUAN:
Y venza el infierno, pues. Ulloa, pues mi alma así vuelves a hundir en el vicio, cuando Dios me llame a
juicio, tú responderás por mí. (Le da un pistoletazo.)
D. GONZALO:
¡Asesino! (Cae.)
D. JUAN:
Y tú, insensato, que me llamas vil ladrón, di en prueba de tu razón que cara a cara te mato. (Riñen.)
D. LUIS: (Cae.)
¡Jesús!
D. JUAN:
Tarde tu fe ciega acude al cielo, Mejía, y no fue por culpa mía; pero la justicia llega, y a fe que ha de ver
quién soy.
CIUTTI: (Dentro.)
¿Don Juan?
D. JUAN: (Asomando al balcón.)
¿Qué hay?
CIUTTI:
Por aquí; salvaos.
D. JUAN:
¿Hay paso?
CIUTTI:

47
Sí; arrojaos.
D. JUAN:
Allá voy. Llamé al cielo y no me oyó, y pues su puerta me cierra, de mis pasos en la tierra responda el
cielo, y no yo. (Se arroja por el balcón)

FIN DEL PRIMER ACTO

“EL TENORIO”
Adaptación Mario Alberto Aguirre

ACTO SEGUNDO

CUADRO PRIMERO
La sombra de doña Inés

DON JUAN, EL CAPITÁN CENTELLAS, ESCULTOR y LA SOMBRA DE DOÑA INÉS.


Panteón de la familia TENORIO. El teatro representa un magnífico cementerio hermoseado a manera de
jardín, esculturas o estatuas de piedra de Don Luis, Don Diego, Don Gonzalo y Doña Inés entre otras.
La acción se supone en una tranquila noche de verano, y alumbrada por una clarísima luna.

Escena I
DON JUAN

D. JUAN:
Años ha que falto de España ya, y me chocó al ver al paso cuando a esta Palacio llegué que encontraba
este recinto enteramente distinto de cuando yo le dejé- Mi palacio hecho pantéon.
No os podéis quejar de mí, vosotros a quien maté; si buena vida os quité, mejor sepultura os di.
¡Magnífica es, en verdad, la idea de tal panteón! Y.… siento que el corazón me halaga esta, soledad.
¡Hermosa noche...! ¡Ay de mí! ¡Cuántas como ésta tan puras, en infames aventuras desatinado perdí!
¡Cuántas, al mismo fulgor de esa luna transparente, arranqué a algún inocente la existencia o el honor!

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Sí, después de tantos años cuyos recuerdos me espantan, siento que en mí se levantan pensamientos en
mí extraños. ¡Oh! Acaso me los inspira desde el cielo, en donde mora, esa sombra protectora que por mi
mal no respira.

(Se dirige a la estatua de DOÑA INÉS, hablándola con respeto).

Mármol en quien doña Inés en cuerpo sin alma existe, deja que el alma de un triste llore un momento a
tus pies. De azares mil a través conservé tu imagen pura, y pues la mala ventura te asesinó de don Juan,
contempla con cuánto afán vendrá hoy a tu sepultura. En ti nada más pensó desde que se fue de ti; y
desde que huyó de aquí, sólo en volver meditó.
Inocente doña Inés, cuya hermosa juventud encerró en el ataúd quien llorando está a tus pies; si de esa
piedra a través puedes mirar la amargura del alma que tu hermosura adoró con tanto afán, prepara un
lado a don Juan en tu misma sepultura. Dios te creó por mi bien, por ti pensé en la virtud, adoré su
excelsitud, y anhelé su santo Edén.
Sí; aún hoy mismo en ti también mi esperanza se asegura, y oigo una voz que murmura en derredor de
don Juan palabras con que su afán se calma en tu sepultura.
¡Oh, doña Inés de mi vida! Si esa voz con quien deliro es el postrimer suspiro de tu eterna despedida; si
es que de ti desprendida llega esa voz a la altura, y hay un Dios tras esa anchura por donde los astros
van, dile que mire a don Juan llorando en tu sepultura.

(Se apoya en el sepulcro ocultando el rostro, un vapor que se levanta del sepulcro oculta la estatua de
DOÑA INÉS. Cuando el vapor se desvanece, la estatua ha desaparecido. DON JUAN sale, de su
enajenamiento).

Este mármol sepulcral adormece mi vigor, y sentir creo en redor un ser sobrenatural. Mas... ¡cielos! ¡El
pedestal no mantiene su escultura! ¿Qué es esto? ¿Aquella figura fue creación de mi afán?

Escena II
DON JUAN y LA SOMBRA DE DOÑA INÉS

SOMBRA:
No; mi espíritu, don Juan, te aguardó.
Yo soy doña Inés, que te oyó en su sepultura.
D. JUAN:
¿Conque vives?
SOMBRA:
Para ti; Mas tengo mi purgatorio en ese mármol mortuorio que labraron para mí.
Yo a Dios mi alma ofrecí en precio de tu alma impura, y Dios, al ver la ternura con que te amaba mi
afán, me dijo «Espera a don Juan en tu misma sepultura.
Y pues quieres ser tan fiel a un amor de Satanás, con don Juan te salvarás, o te perderás con él. Por él
vela: más si cruel te desprecia tu ternura, y en su torpeza y locura sigue con bárbaro afán, llévese tu alma
don Juan de tu misma sepultura.»
D. JUAN: (Fascinado.)
¡Yo estoy soñando quizás con las sombras de un Edén!

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SOMBRA:
No y ve que, si piensas bien, a tu lado me tendrás; más si obras mal, causarás
nuestra eterna desventura. Y medita con cordura que es esta noche, don Juan, el espacio que nos dan
para buscar sepultura.
Adiós, pues; y en la ardua lucha en que va a entrar tu existencia, de tu dormida conciencia la voz que va
alzarse escucha; porque es de importancia mucha meditar con sumo tiento la elección de aquel momento
que, sin poder evadirnos, al mal o al bien ha de abrirnos la losa del monumento. (Ciérrese la apariencia;
desaparece DOÑA INÉS)

Escena III
DON JUAN

D. JUAN:
¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?
¡Hasta los muertos así dejan sus tumbas por mí!
Mas sombra, delirio fue. Yo en mi mente la forjé; la imaginación le dio la forma en que se mostró, y
ciego vine a creer en la realidad de un ser que mi mente fabricó. ¡Cielos! La mente me falta, o de
improviso me asalta algún vértigo infernal. ¿Qué dijo aquella visión? ¡Oh! Yo la oí claramente, y su voz
triste y doliente resonó en mi corazón. ¡Ah! ¡Y breves las horas son del plazo que nos augura! No, no
¡de mi calentura delirio insensato es! Mi fiebre fue a doña Inés quien abrió la sepultura. ¡Pasad y
desvaneceos; ¡pasad, siniestros vapores de mis perdidos amores y mis fallidos deseos! ¡Pasad, vanos
devaneos de un amor muerto al nacer; ¡no me volváis a traer entre vuestro torbellino, ese fantasma
divino que recuerda una mujer!
¡Ah! ¡Estos sueños me aniquilan, mi cerebro se enloquece... y esos mármoles parece que estremecidos
vacilan! (Las estatuas se mueven lentamente y vuelven la cabeza hacia él.) Sí, sí; ¡sus bustos oscilan, su
vago contorno medra...! Pero don Juan no se arredra ¡alzaos, fantasmas vanos, y os volveré con mis
manos a vuestros lechos de piedra!
No, no me causan pavor vuestros semblantes esquivos; jamás, ni muertos ni vivos, humillaréis mi valor.
Yo soy vuestro matador como al mundo es bien notorio; si en vuestro alcázar mortuorio me aprestáis
venganza fiera, daos prisa; aquí os espera otra vez. Don Juan Tenorio

Escena IV
DON JUAN, EL CAPITÁN CENTELLAS

CENTELLAS:
(Dentro.)
¿Don Juan Tenorio?
D. JUAN:
(Volviendo en sí.) ¿Qué es eso? ¿Quién me repite mi nombre?
CENTELLAS:
Yo pierdo el seso con la alegría. ¡Don Juan!
D. JUAN:
¡Apartaos, sombra vana!
CENTELLAS:

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Reportaos, señor don Juan... el que está en vuestra presencia ahora, no es una sombra, hombre es, y
hombre cuyo corazón vuestra amistad atesora. A la luz de las estrellas os he reconocido, y un abrazo
hemos venido a daros.
D. JUAN:
Centellas, amigo de tantos años
CENTELLAS:
Mas ¿qué tenéis? ¡Por mi vida que os tiembla el brazo, y está vuestra faz descolorida!
D. JUAN:
(Recobrando su aplomo.)
La luna tal vez lo hará.
CENTELLAS:
No imaginé que volvieras, y menos a este lugar
DON JUAN:
No sabía que mi padre mi casa tiraría.
CENTELLAS:
¿Aquí todo el vulgo sabe que en panteón fue convertida?
D. JUAN:
Ya veo. Y pues me quitan mi herencia para enterrar a estos bien, a mi es muy justo también que me
entierren con decencia, CENTELLAS:
Te escuche hablar: ¿con quién estabais?
D. JUAN:
Mirad a mi alrededor, y no veréis más que amigos de mi niñez, o testigos de mi audacia y mi valor.
Con ellos hablaba. Más un vértigo insensato que la mente me asaltó, un momento me turbó; y a fe que
me dio mal rato. Esos fantasmas de piedra me amenazaban tan fieros, que se hubieran acercado a mí, si
no te apareces pronto.
CENTELLAS:
¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! ¿Os arredra, don Juan, como a los villanos el temor de los difuntos?
D. JUAN:
No a fe; contra todos juntos tengo aliento y tengo manos.
Si volvieran a salir de las tumbas en que están, a las manos de don Juan volverían a morir. Y desde aquí
en adelante sabed, señor capitán, que yo soy siempre don Juan, y no hay cosa que me espante. Un vapor
calenturiento un punto me fascinó, Centellas, mas ya pasó cualquiera duda un momento.
CENTELLAS:
Es verdad.
D. JUAN:
Vamos de aquí.
CENTELLAS:
Vamos, y me contaréis cómo a Sevilla volvéis tercera vez.
D. JUAN:
y a fe que oírse merece, aunque mejor me parece que la oigáis de sobremesa.
¿No opináis...?
CENTELLAS:
Como gustéis.
D. JUAN:
Pues bien cenaréis conmigo y en mi casa.

51
CENTELLAS:
¿No tenéis gato encerrado?
D. JUAN:
¡Bah! Si apenas he llegado: no habrá allí más que vosotros esta noche. Los tres solos cenaremos.
CENTELLAS:
¿Los tres?
DON JUAN:
Ciutti mi criado nos acompañará. O Tal vez quieran acompañarnos alguno de estos también- (Señalando
a las estatuas de los sepulcros.)
CENTELLAS:
Don Juan, dejad tranquilos yacer a los que con Dios están.
D. JUAN:
¡Hola! ¿Parece que vos sois ahora el que teméis, y mala cara ponéis a los muertos? Mas, ¡por Dios que
ya que de mí os burlasteis cuando me visteis así, en lo que penda de mí os mostraré cuánto errasteis!
Por mí, pues, no ha de quedar y a poder ser, estad ciertos que cenaréis con los muertos, y os los voy a
convidar.
CENTELLAS:
Dejaos de esas quimeras.
D. JUAN:
¿Duda en mi valor ponerme, cuando hombre soy para hacerme platos de sus calaveras? Yo, a nada tengo
pavor. (Dirigiéndose a la estatua de DON GONZALO.) Tú, eres el más ofendido; más si quieres, te
convido a cenar comendador. Que no lo puedas hacer creo, y es lo que me pesa; mas, por mi parte, en la
mesa te haré un cubierto poner. Y a fe que favor me harás, pues podré saber de ti si hay más mundo que
el de aquí, y otra vida, en que jamás, a decir verdad, creí.
CENTELLAS:
Don Juan, eso no es valor; locura, delirio es.
D. JUAN:
Como lo juzguéis mejor: yo cumplo así. Vamos, pues. Lo dicho, comendador.

CUADRO SEGUNDO
La estatua de DON GONZALO
DON JUAN, CENTELLAS, CIUTTI, DOÑA INÉS y DON GONZALO.

D. JUAN:
Tal es mi historia Centellas, pagado de mi valor, quiso el mismo emperador dispensarme sus favores. Y
al oír mi historia entera, dijo «Hombre de tanto brío merece el amparo mío; vuelva a España cuando
quiera.» Y heme aquí en Sevilla ya.
CENTELLAS:
¡Y con qué lujo y riqueza!
D. JUAN:
Siempre vive con grandeza quien hecho a grandeza está.
CENTELLAS:
A vuestra vuelta.

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D. JUAN:
Bebamos. ¡Ciutti!
CIUTTI:
¿Señor?
D. JUAN:
Pon vino al Comendador.
CIUTTI:
Al coco… (Señalando el vaso del puesto vacío.)
CENTELLAS:
Don Juan, ¿aún en eso piensa vuestra locura?
D. JUAN:
¡Sí, a fe! Que, si él no puede venir, de mí no podréis decir que en ausencia no le honré y fuera en mí
contradictorio, y ajeno de mi hidalguía, a un amigo convidar y no guardarle el lugar mientras que llegar
podría. Tal ha sido mi costumbre siempre, y siempre ha de ser ésa; y el mirar sin él la mesa me da, en
verdad, pesadumbre. Porque si el Comendador es, difunto, tan tenaz como vivo, es muy capaz de
seguirnos el humor.
CENTELLAS:
Brindemos a su memoria, y más en él no pensemos.
D. JUAN:
Sea.
CIUTTI:
Brindemos.
D. JUAN:
Brindemos.
CIUTTI:
A que Dios le dé su gloria
D. JUAN:
Mas yo, que no creo que haya más gloria que esta mortal, no hago mucho en brindis tal; mas por
complaceros, ¡vaya! Y brindo a Dios que te dé la gloria Comendador. (Mientras beben se oye lejos un
aldabonazo, que se supone dado en la puerta de la calle.) Mas ¿llamaron?
CIUTTI:
Sí, señor.
D. JUAN:
Ve quién.
CIUTTI:
(Asomando por la ventana.)
A nadie se ve. ¿Quién va allá? Nadie responde,
CENTELLAS:
Algún chusco.
CIUTTI:
Algún menguado que al pasar habrá llamado sin mirar siquiera dónde.
D. JUAN: (A CIUTTI.)
Pues cierra y sirve licor. (Llaman otra vez más recio.) Mas ¿llamaron otra vez?
CIUTTI:
Sí.

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D. JUAN:
Vuelve a mirar.
CIUTTI:
¡Pardiez! A nadie veo, señor.
D. JUAN:
Ciutti, si vuelven a llamar suelta un pistoletazo.
(Llaman otra vez, y se oye un poco más cerca.) ¿Otra vez?
CIUTTI:
¡Cielos!
CENTELLAS:
¿Qué pasa?
CIUTTI:
Que ese sonido ha sonado en la escalera, y no en la puerta de la casa.
CENTELLAS:
¿Qué dices? (Levantándose asombrados.)
CIUTTI:
Digo lo cierto nada más: dentro han llamado de la casa.
D. JUAN:
¿Qué os ha dado? ¿Pensáis ya que sea el muerto? Mis armas cargué con bala Ciutti, sal a ver quién es.
(Vuelven a llamar más cerca.)
CENTELLAS:
¿Oísteis?
CIUTTI:
¡Por San Ginés, que eso ha sido en la antesala!
D. JUAN:
¡Ah! Ya lo entiendo; me habéis vosotros mismos dispuesto esta comedia, supuesto que lo del muerto
sabéis.
CIUTTI:
Yo os juro, don Juan...
CENTELLAS:
Y Yo… Señor don Juan, escondido algún misterio hay aquí. (Vuelven a llamar más cerca.)
CENTELLAS:
¡Llamaron otra vez!
CIUTTI:
Sí; y ya en el salón ha sido.
D. JUAN:
¡Ya! Mis llaves en manojo habréis dado a la fantasma, y que entre así no me pasma; mas no saldrá a
vuestro antojo, ni me han de impedir cenar vuestras farsas desdichadas. (Se levanta, y corre los cerrojos
de las puertas del fondo, volviendo a su lugar). Ya están las puertas cerradas ahora el coco, para entrar,
tendrá que echarlas al suelo, y en el punto que lo intente, que con los muertos se cuente, y apele después
al cielo.
CENTELLAS:
¡Qué diablos! Tenéis razón.
DON JUAN:
Mas sigamos con la cena; vuelva cada uno a su puesto, que luego sabremos de esto.
Cariñena, sé que os gusta, capitán.

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CENTELLAS:
Como que somos paisanos.
D. JUAN:
Jerez a los sevillanos (sirviéndose a sí mismo)
CENTELLAS:
¿Ciutti con cuál brindaréis vos?
CIUTTI:
Yo haré justicia a los dos. (risas de los tres)
DON JUAN:
bebamos.
CENTELLAS:
Bebamos. (Llaman a la misma puerta de la escena, fondo derecha.)
D. JUAN:
Pesada me es ya la broma, mas veremos quién asoma mientras en la mesa estamos. (A CIUTTI, que se
manifiesta asombrado.) ¿Y qué haces tú ahí, bergante? ¡Listo! Trae otro manjar: (Vase CIUTTI.) más
me ocurre en este instante que nos podemos mofar de los de afuera, invitándoles a probar su sutileza,
entrándose hasta esta pieza y sus puertas no franqueándoles.
CENTELLAS:
Idea brillante (Llaman fuerte, fondo derecha.)
D. JUAN:
¡Señores! ¿A qué llamar? Los muertos se han de filtrar por la pared; adelante.

(La estatua de DON GONZALO pasa por la puerta sin abrirla)

Escena II
DON JUAN, CENTELLAS, y LA ESTATUA DE DON GONZALO

CENTELLAS:
¡Dios mío!
D. JUAN:
¡Qué es esto!
CENTELLAS:
Yo desfallezco. (Cae desvanecido.)
CIUTTI:
Yo expiro (Cae lo mismo.)
D. JUAN:
¡Es realidad, o deliro! Es su figura, su gesto.
ESTATUA:
¿Por qué te causa pavor quien convidado a tu mesa viene por ti?
D. JUAN:
¡Dios! ¿No es esa la voz del comendador?
ESTATUA:
Siempre supuse que aquí no me habías de esperar.
D. JUAN:
Mientes, porque hice arrimar esa silla para ti. Llega, pues, para que veas que, aunque dudé en un
extremo de sorpresa, no te temo, aunque el mismo Ulloa seas.

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ESTATUA:
¿Aún lo dudas?
D. JUAN:
No lo sé.
ESTATUA:
Pon, si quieres, hombre impío, tu mano en el mármol frío de mi estatua.
D. JUAN:
¿Para qué? Me basta oírlo de ti: más te advierto...
ESTATUA:
¿Qué?
D. JUAN:
Que, si no eres el muerto, no vas a salir de aquí. ¡Eh! Alzad.
ESTATUA: No pienses, no, que se levanten, don Juan; porque en sí no volverán hasta que me ausente
yo. Que la divina clemencia del Señor para contigo, no requiere más testigo
que tu juicio y tu conciencia.
Al sacrílego convite que me has hecho en el panteón, para alumbrar tu razón
Dios asistir me permite. Y heme que vengo en su nombre a enseñarte la verdad; y es: que hay una
eternidad tras de la vida del hombre.
Que numerados están los días que has de vivir, y que tienes que morir mañana mismo, don Juan. Mas
como esto que a tus ojos está pasando, supones ser del alma aberraciones y de la aprensión antojos,
Dios, en su santa clemencia, te concede todavía, don Juan, hasta el nuevo día para ordenar tu conciencia
y su justicia infinita porque conozcas mejor, espero de tu valor que me pagues la visita. ¿Irás, don Juan?
D. JUAN:
Iré, sí; más me quiero convencer de lo vago de tu ser antes que salgas de aquí. (Coge una pistola.)
ESTATUA:
Tu necio orgullo delira, don Juan los hierros más gruesos y los muros más espesos se abren a mi paso
mira. (Desaparece LA ESTATUA sumiéndose por la pared).

Escena III
DON JUAN y CENTELLAS
D. JUAN:
¡Cielos! ¡Su esencia se trueca el muro hasta penetrar,
cual mancha de agua que seca el ardor canicular! «Piensa bien que al lado tuyo me tendrás...», dijo de
Inés la sombra, y si bien arguyo, pues no la veo, sueño es. (Trasparentase en la pared la sombra de
DOÑA INÉS).

Escena IV
DON JUAN, LA SOMBRA DE DOÑA INÉS; CENTELLAS

SOMBRA:
Aquí estoy.
D. JUAN:
¡Cielos!

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SOMBRA: Medita lo que al buen comendador has oído, y ten valor para acudir a su cita. Un punto se
necesita para morir con ventura; elígele con cordura, porque mañana, don Juan, nuestros cuerpos
dormirán en la misma sepultura. (Desaparece LA SOMBRA).
Escena V
DON JUAN, CENTELLAS y CIUTTI

D. JUAN:
Tente, doña Inés, espera; y si me amas en verdad, hazme al fin la realidad distinguir de la quimera. Mas
ya me irrita, por Dios, el verme siempre burlado, corriendo desatentado siempre de sombras en pos. ¡Oh!
Tal vez todo esto ha sido por estos dos, preparado, y mientras se ha ejecutado, su privación ha fingido.
Mas, por Dios, que, si es así, se han de acordar de Don. Juan. ¡Eh!, Ciutti, capitán. Ya basta alzaos de
ahí.

(DON JUAN mueve a CENTELLAS y a, que se levantan como quien vuelve de un profundo sueño).

CENTELLAS:
¿Quién va?
D. JUAN:
Levantad.
CENTELLAS
¿Qué pasa? ¡Hola, sois vos!
CIUTTI:
¿Dónde estamos?
D. JUAN:
Caballeros, claros vamos. Yo os he traído a mi casa, y temo que, a ella al venir, con artificio apostado
habéis, sin duda, pensado, a costa mía reír: más basta ya de ficción, y concluid de una vez.
CENTELLAS:
Yo no os entiendo.
CUITTI:
¡Pardiez! Tampoco yo. (Vase corriendo)
D. JUAN:
En conclusión, ¿nada habéis visto ni oído?
CENTELLAS:
¿De qué?
D. JUAN:
No finjáis ya más.
CENTELLAS:
Yo no he fingido jamás, señor don Juan.
D. JUAN:
Hablad, pues, por compasión.
CENTELLAS:
¡Voto va Dios! ¡Ya comprendo lo que pretendéis!
D. JUAN:
Pretendo que me deis una razón de lo que ha pasado aquí, Centellas, o juro a Dios que te haré saber que
no hay quien me burle a mí.
CENTELLAS:

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sospecho que vos, la burla habéis hecho de mí.
D. JUAN:
¡Me insultáis!
CENTELLAS:
No, por Dios; más si cerrado seguís en que aquí han venido fantasmas, lo sucedido oíd cómo me he
explicado. Yo he perdido aquí del todo los sentidos, sin exceso de ninguna especie, y eso lo entiendo yo
de este modo.
D. JUAN:
A ver, decídmelo, pues.
CENTELLAS:
Vos habéis compuesto el vino, semejante desatino para encajarnos después.
D. JUAN:
¡Centellas!
CENTELLAS:
Vuestro valor al extremo por mostrar, convidasteis a cenar con vos al comendador…Y para poder decir
que a vuestro convite exótico asistió, con un narcótico nos habéis hecho dormir. Si es broma, puede
pasar; mas a ese extremo llevada, ni puede probarnos nada, ni os la he de tolerar.
D. JUAN:
¡Mentís!
CENTELLAS:
Vos.
D. JUAN:
Vos, capitán.
CENTELLAS:
Esa palabra, don Juan...
D. JUAN:
La he dicho de corazón. Mentís; no son a mis bríos menester falsos portentos,
porque tienen mis alientos su mejor prueba en ser míos.
CENTELLAS:
Veamos.
DON JUAN: Poned a tasa vuestra furia, y vamos fuera, no piense después cualquiera que te asesiné en
mi casa.
CENTELLAS:
¡Villano fuera, por Dios!
D. JUAN:
Vamos, capitán.

CUADRO TERCERO
Misericordia de Dios, y apoteosis del Amor

DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO y DOÑA INÉS


Sombras, estatuas, espectros, ángeles. Panteón de la familia

Escena I
DON JUAN, embozado y distraído, entra en la escena lentamente

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D. JUAN:
Culpa mía no fue; delirio insano me enajenó la mente acalorada, necesitaba víctimas mi mano que
inmolar a mi fe desesperada, y al ver a Centellas en mitad de mi camino, presa le hice allí de mi locura.
¡No fui yo, vive Dios!, ¡fue su destino! Sabía mi destreza y mi ventura. ¡Oh! Arrebatado el corazón me
siento por vértigo infernal.... mi alma perdida va cruzando el desierto de la vida cual hoja seca que
arrebata el viento. Dudo..., temo..., vacilo.... en mi cabeza siento arder un volcán.... muevo la planta sin
voluntad, y humilla mi grandeza un no sé qué de grande que me espanta. ¡Jamás creí en fantasmas...!
¡Desvaríos! Más del fantasma aquel, pese a mi aliento, los pies de piedra caminando siento, por doquiera
que voy, tras de los míos ¡La efigie de esa tumba me ha invitado a venir a buscar prueba más cierta de la
verdad en que dudé obstinado... ¡Heme aquí, pues comendador, despierta!

Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena- La tumba de DOÑA INÉS permanece sin
la estatua).

Escena II
DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO, y LAS SOMBRAS

ESTATUA:
Aquí me tienes, don Juan, y he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando
están.
D. JUAN:
¡Jesús!
ESTATUA:
¿Y de qué te alteras, si nada hay que a ti te asombre, y para hacerte eres hombre plato con sus calaveras?
D. JUAN:
¡Ay de mí!
ESTATUA:
Qué, ¿el corazón te desmaya?
D. JUAN:
No lo sé; concibo que me engañé; no son sueños..., ¡ellos son!
(Mirando a los espectros.) Pavor jamás conocido el alma fiera me asalta, y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido.
ESTATUA:
Eso es, don Juan, que se va concluyendo tu existencia, y el plazo de tu sentencia está cumpliéndose ya.
D. JUAN:
¡Qué dices!
ESTATUA:
Lo que hace poco que doña Inés te avisó, lo que te he avisado yo, y lo que olvidaste loco. Mas el festín
que me has dado debo volverte, y así llega, don Juan, que yo aquí cubierto te he preparado.
D. JUAN:
¿Y qué es lo que ahí me das?
ESTATUA:
Aquí fuego, allí ceniza.

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D. JUAN:
El cabello se me eriza.
ESTATUA:
Te doy lo que tú serás.
D. JUAN:
¡Fuego y ceniza he de ser!
ESTATUA:
Cual los que ves en redor en eso para el valor,
la juventud y el poder.
D. JUAN:
Ceniza, bien; ¡pero fuego!
ESTATUA:
El de la ira omnipotente, do arderás eternamente por tu desenfreno ciego.
D. JUAN:
¿Conque hay otra vida más y otro mundo que el de aquí?
¿Conque es verdad, ¡ay de mí!, lo que no creí jamás?
¡Fatal verdad que me hiela la sangre el corazón! Verdad que mi perdición solamente me revela. ¿Y ese
reló?
ESTATUA:
Es la medida de tu tiempo.
D. JUAN:
¡Expira ya!
ESTATUA:
Sí; en cada grano se va un instante de tu vida.
D. JUAN:
¿Y esos me quedan no más?
ESTATUA:
Sí.
D. JUAN:
¡Injusto Dios! Tu poder me haces ahora conocer, cuando tiempo no me das de arrepentirme.
ESTATUA:
Don Juan, un punto de contrición da a un alma la salvación y ese punto aún te le dan.
ESTATUA:
Aprovéchale con tiento, (Tocan a muerto.) porque el plazo va a expirar, y las campanas doblando por ti
están, y están cavando la fosa en que te han de echar. (Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.)
D. JUAN:
¿Conque por mí doblan?
ESTATUA:
Sí.
D. JUAN:
¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA:
Los salmos penitenciales, que están cantando por ti.
D. JUAN:
¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA:

60
Es el tuyo.
D. JUAN:
¡Muerto yo!
ESTATUA:
Centellas te mató a la puerta de tu casa.
D. JUAN:
Tarde la luz de la fe penetra en mi corazón, pues crímenes mi razón a su luz tan sólo ve. Los ve... con
horrible afán porque al ver su multitud ve a Dios en la plenitud de su ira contra don Juan.
¡Más ahí estáis todavía (¡A los fantasmas!) con quietud tan pertinaz! Dejadme morir en paz a solas con
mi agonía. Mas con esta horrenda calma, ¿qué me auguráis, sombras fieras? ¿Qué esperan de mí? (A la
estatua de DON GONZALO.)
ESTATUA:
Que mueras para llevarse tu alma. Y adiós, don Juan; ya tu vida toca a su fin, y pues vano todo fue,
dame la mano en señal de despedida.
D. JUAN:
¿Muéstrasme ahora amistad?
ESTATUA:
Sí: que injusto fui contigo, y Dios me manda tu amigo volver a la eternidad.
D. JUAN:
Toma, pues.
ESTATUA:
Ahora, don Juan, pues desperdicias también el momento que te dan, conmigo al infierno ven.
D. JUAN:
¡Aparta, piedra fingida! Suelta, suéltame esa mano, que aún queda el último grano en el reloj de mi vida.
Suéltala, que, si es verdad que un punto de contrición da a un alma la salvación de toda una eternidad,
yo, Santo Dios, creo en Ti: si es mi maldad inaudita, tu piedad es infinita... ¡Señor, ten piedad de mí!
ESTATUA: Ya es tarde. (DON JUAN se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre
la estatua. Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en cuyo momento aparece ésta.
DOÑA INÉS toma la mano que DON JUAN tiende al cielo).

Escena III
DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO DOÑA INÉS, SOMBRAS, etc.

D.ª INÉS:
¡No! Heme ya aquí, don Juan mi mano asegura esta mano que a la altura tendió tu contrito afán, y Dios
perdona a don Juan al pie de la sepultura.

D. JUAN:
¡Dios clemente! ¡Doña Inés!
D.ª INÉS:
Fantasmas, desvaneceos: su fe nos salva..., volveos a vuestros sepulcros, pues. La voluntad de Dios es
de mi alma con la amargura purifiqué su alma impura, y Dios concedió a mi afán la salvación de don
Juan al pie de la sepultura.
D. JUAN:
¡Inés de mi corazón!
D.ª INÉS:

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Yo mi alma he dado por ti, y Dios te otorga por mí tu dudosa salvación.
Misterio es que en comprensión no cabe de criatura: y sólo en vida más pura los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan al pie de la sepultura. Cesad, cantos funerales (Cesa la música y salmodia.)
callad, mortuorias campanas (Dejan de tocar a muerto.) ocupad, sombras livianas, vuestras urnas
sepulcrales (Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran). volved a los pedestales, animadas
esculturas; (Vuelven las estatuas a sus lugares). y las celestes venturas en que los justos están, empiecen
para don Juan en las mismas sepulturas. (se ilumina el teatro con luz de aurora. DOÑA INÉS cae sobre
un lecho de flores, que quedará a la vista en lugar de su tumba, que desaparece).

Escena última
DOÑA INÉS, DON JUAN y LOS ÁNGELES
D. JUAN:
¡Clemente Dios, gloria a Ti! Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí,
Mas es justo quede aquí al universo notorio que, pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el
Dios de la clemencia, EL DIOS DE DON JUAN TENORIO

(Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, Y mueren ambos

FIN

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