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2. AL ÁNDALUS
La llegada del Islam a la Península Ibérica debe entenderse como un episodio más del
espectacular proceso de expansión llevado a cabo por el Islam desde su origen en la Península
Arábiga en el siglo VII. La Guerra Santa (Yihad) les permitió conquistar vastos territorios en muy
poco tiempo (Imperio Persa, gran parte del Imperio Bizantino, norte de África) y llevarles a las
tierras del Estrecho de Gibraltar.
El norte de África (Ifriqiya) era gobernado por Musa ibn Nusayr; éste era conocedor de los
problemas del reino visigodo más allá del estrecho y envió varias expediciones de
reconocimiento al sur de la península (expedición de Tarif a Tarifa en el 710). El reino visigodo
se hallaba en crisis debido al enfrentamiento entre dos clanes por el trono: por un lado, los
seguidores del rey Rodrigo, y por otro, los llamados witizanos que cuestionaban la legitimidad de
Rodrigo y defendían como rey a Agila II. Con un mayor conocimiento del terreno y conocedor de
la debilidad visigoda, Musa decidió el envío de una expedición militar con el objetivo de
conquistar el territorio.
En el año 711 Tariq ibn Ziyad dirigió un ejército de 7000 hombres mayoritariamente bereberes
(población recientemente islamizada del norte de Marruecos y Argelia). Dicha expedición se hizo
con el control de Gibraltar y después se adentró en el territorio de la baja Andalucía.
Las noticias de la invasión llegaron a Rodrigo, rey de los visigodos, que dejó su campaña contra
Agila II en Pamplona y convocó a su ejército para enfrentarse a Tariq; la dificultad y retraso en
formar dicho ejército permitieron a Tariq recibir otros 5000 hombres.
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En poco tiempo la Península fue conquistada casi en su totalidad con muy pocas resistencias
(712-714). Sólo las zonas cantábrica y pirenaica escaparon a su control. Los factores que
explican una conquista tan rápida fueron varios y de distinta naturaleza:
• La pérdida de poder del rey frente a los nobles y la fractura política entre dos grandes
clanes godos en su lucha por el trono (witizanos vs Rodrigo).
• Las ciudades que se resistían a la nueva dominación solían ser destruidas y su población
esclavizada (Zaragoza). Por ello se generalizaron los Pactos de Capitulación, acuerdo
entre las autoridades islámicas y la población visigoda que solía permitir el
mantenimiento de parte de las antiguas autoridades, el patrimonio y cierta tolerancia
hacia las costumbres de la población civil.
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En esta etapa la Península Ibérica fue una provincia más del Califato de Damasco y, por tanto,
dependiente de la dinastía Omeya. Un emir o valí era la máxima autoridad sobre el terreno.
Durante estos años el poder islámico instauró las bases de su dominio en la península.
Los conflictos con los bereberes (musulmanes pero no árabes) quejosos de la discriminación a
que los sometía la minoría árabe, condujeron a una rebelión en el 741, que fue finalmente
reprimida con ayuda de tropas sirias. *El malestar bereber, tanto en el norte de África como en Al-
Andalus, giraba en torno a dos problemas: los elevados impuestos y la adjudicación de las peores tierras.
En el 750 se produjo una sublevación en el califato por la que los Abasíes sustituyeron a los
Omeyas, que fueron asesinados masivamente. Uno de ellos acabó refugiándose en Al-Ándalus,
donde con ayuda de parte de la nobleza árabe se proclamó emir con el nombre de Abd-al-
Rahman I (756) y estableció la capital en Córdoba. El nuevo emir dejó de respetar la autoridad
política de los califas (independencia política) pero continuó asumiendo su autoridad religiosa
( dependencia religiosa). Entonces empezó una etapa de consolidación y reorganización del
poder musulmán en Al Ándalus.
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Sin embargo, la situación interna se fue deteriorando con algunas zonas (marcas fronterizas)
que pretendían alcanzar la independencia del emir de Córdoba (Zaragoza, Badajoz, Málaga). Y
también las revueltas de la población muladí y mozárabe (jornada del foso de Toledo y motín del
arrabal en Córdoba). Dicha inestabilidad política, la creciente debilidad del poder central y el
avance cristiano hicieron necesario un cambio de rumbo en la historia de Al-Andalus que llegaría
con el Califato.
En el año 929, tras terminar con la inestabilidad política y social, además de frenar el avance
cristiano, el emir Abd-al-Rahman III (912-961) se proclamó Califa, y gracias a ello, se consiguió
la independencia política y religiosa del califato de Bagdad. Este período representó el momento
culminante del poder político musulmán en la península, en especial durante el reinado de Al-
Hakam II.
La última etapa del Califato la encarna la figura de Almanzor (versión castellanizada de Al-
Mansur bi-Allah – “el victorioso por Dios”) que consiguió monopolizar el poder bajo el califato
nominal de Hisham II y establecer una dictadura militar basada en los éxitos militares contra los
reinos cristianos (Barcelona y Santiago). Su autoridad garantizaba el orden y equilibrio entre
árabes, bereberes y eslavos, pero a su muerte (1002), su hijo Abd al-Malik no supo mantener la
misma línea y murió prematuramente en 1008; otro hijo, Abderramán Sanchuelo ocupó el cargo
con igual éxito. Las tensiones entre las distintas etnias y territorios provocaron que el califato se
disgregara en diversos reinos taifas en el año 1031.
Tras la muerte de Almanzor en 1002, el califato de Córdoba fue debilitándose hasta que acabó
desapareciendo en el año 1031 (desde la muerte de Hisham II hasta 1031 se suceden 9 califas).
En su lugar surgieron los primeros reinos de taifas, estructuras políticas independientes producto
de la escasa cohesión interna del Califato, especialmente en los últimos años. Los más
poderosos fueron Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla.
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Este mapa político tan fragmentado refleja las profundas divisiones étnicas y políticas de la
sociedad andalusí. Se distinguen tres tipos de taifas:
• Los reinos taifas árabes o andalusíes eran los descendientes de familias árabes del siglo
VIII, por tanto, de la alta nobleza musulmana. Los más importantes fueron los de
Córdoba, Zaragoza y, especialmente, el de Sevilla, que en tiempos de Al-Mutamid logró
controlar gran parte de las taifas del suroeste.
• Las taifas de origen beréber más importantes son el reino de Toledo y el de Badajoz,
cuyo continuo enfrentamiento contra Sevilla provocó graves problemas militares que
posibilitaron el aumento de la presión castellana.
• Las taifas eslavas se sitúan en los bordes orientales de Andalucía e islas Baleares,
protagonizando continuos enfrentamientos internos. El reino de Murcia, el de Valencia o
el de Denia pertenecen a este grupo étnico.
Estos pequeños reinos, dada su inferioridad militar frente a los cristianos, tuvieron que pagar
tributos (parias) para garantizar su supervivencia.
En 1085 Alfonso VI de Castilla conquista la taifa Toledo, y por ello los musulmanes tuvieron que
pedir ayuda al Imperio Almorávide, un nuevo poder que se había gestado más allá del estrecho,
haciendo desaparecer el poder del califato en dichas tierras.
Los almorávides eran bereberes del norte de África que habían consolidado un poder importante
en la zona. Su islamismo estaba caracterizado por un rigorismo excesivo y la profesión de los
principios más estrictos del Islam. En 1086, al mando de Yusuf ibn Tasfin comienzan su ayuda a
las taifas y la expansión por Al-Andalus frenando a los castellanos en las batallas de Sagrajas,
Consuegra y Uclés. Su avance sólo sería frenado en Valencia (conquistada por el Cid en 1094) y
en Zaragoza (Alfonso I el batallador).
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El reino nazarí de Granada (1237-1492) bajo la dinastía árabe de los Nazaríes, logró sobrevivir
aunque sometido al vasallaje de los monarcas castellanos.
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Economía
La principal fuente de riqueza andalusí siguió siendo la propiedad de la tierra que, tras la
invasión, se vio sometida a un proceso de redistribución. La quinta parte de las tierras quedaron
en manos del estado y gran parte de las restantes pasaron a manos de la aristocracia árabe y
de la nobleza visigoda que llegó a pactos de capitulación (Pacto de Tudmir). Estas tierras eran
trabajadas por campesinos sometidos a la adscripción a la tierra. *Pese a ello, siguió existiendo un
significativo porcentaje de pequeños y medianos propietarios libres.
La agricultura era la base de la economía andalusí. La trilogía mediterránea (trigo, vid, olivo)
continuó siendo la protagonista aunque los musulmanes van a introducir importantes novedades:
Pese a que la mayoría de la población vivía en el ámbito rural, con los musulmanes se produjo
una enorme revitalización del mundo urbano y las ciudades cobraron gran importancia. La
aristocracia árabe residía en ellas y hacia allí convergía la riqueza del reino por medio de los
impuestos, la producción artesanal y las actividades comerciales.
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Las ciudades eran además sedes del poder político y de la administración. Todas ellas se
inscribían en un recinto amurallado en el que podían distinguirse distintas partes: la alcazaba era
la zona más fortificada en donde residían las autoridades políticas; en el centro estaba la
medina, que era el núcleo fundamental donde se encontraba la mezquita mayor, los baños
públicos y un zoco (mercado); después estaban las alcaicerías (dedicadas al comercio de lujo y
propiedad estatal) y las alhóndigas (que estaban dedicadas al depósito de mercancías y
alojamiento de mercaderes y eran privadas). Fuera del centro, la ciudad se organizaba en
distintos barrios, todos ellos caracterizados por el caótico urbanismo musulmán; existían barrios
residenciales de las clases más acomodadas y barrios populares (arrabales) pegados a las
murallas o extramuros.
La producción artesanal fue otro de los sectores relevantes de la economía andalusí. Los
artesanos se agrupaban en barrios y eran controlados por una autoridad (amin) que vigilaba
precios, calidades, etc. La artesanía (sobre todo la de artículos de lujo) se desarrolló mucho. El
sector más importante fue el textil, en el que destacaron los paños de lana y lino. Mención
aparte merece el trabajo de la seda, concentrada en Granada, cuyos productos se exportaban a
todo el mundo. También destacaron los trabajos en piel y cuero, la cerámica artística, la alfarería
y el vidrio. También se introdujo el papel.
Sociedad
En la compleja y diversa sociedad andalusí se pueden utilizar distintos criterios para establecer
diferencias (origen étnico, riqueza, poder). Todos ellos son importantes pero el factor decisivo es
el religioso, en función del cual podemos establecer dos grandes categorías: los musulmanes y
los no musulmanes.
• Muladíes: Eran cristianos que se convirtieron al Islam para librarse de pagar tributos a los
musulmanes e integrarse socialmente. Muchos de ellos pertenecen a los grupos más
acomodados que no quieren perder relevancia social ni poder económico
• Los bereberes: Musulmanes recientemente islamizados del norte de África que se vieron
forzados a establecerse en tierras pobres, donde se dedicaron al pastoreo. Su
marginación favorecerá numerosas revueltas como las del 741. Con el paso del tiempo
también se establecen en las ciudades en las cuales también llevan vidas muy precarias.
Los judíos habían colaborado con los musulmanes en los primeros momentos de la conquista y
gozaron de bastante tolerancia durante casi todos los periodos. Vivían en sus propios barrios y
poseían oficios que les permitían mantener cierto bienestar económico. Fueron siempre una
pequeña minoría y tuvieron especial presencia en las grandes ciudades. Al final de la Edad
Media, la tolerancia se redujo drásticamente, al igual que en los reinos cristianos.
Los mozárabes (nombre que recibían los cristianos que vivían en territorio musulmán
conservando su religión) irán menguando en su número tanto por los que deciden convertirse al
Islam como por los que deciden escapar a los reinos cristianos del norte, especialmente durante
los periodos de dominación almorávide y almohade. La convivencia fue, en general, aceptable
aunque hubiese momentos de especial virulencia (arrabal de Córdoba).
Aunque no eran una pieza clave en la economía, los esclavos eran una pieza importante de la
estructura social y serán cada vez más numerosos. Su lugar de procedencia era doble: los
eslavos, prisioneros de guerra de origen europeo, y negros de origen africano.
Cultura
En literatura destacó la poesía. La creación poética abarcó todos los temas, desde la adulación
cortesana hasta el amor. También fueron importantes los estudios filológicos, las biografías, los
relatos de viajes, la filosofía, la historia, etc...
Entre los numerosos autores podemos destacar a Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma, al
historiador al-Razi, y al filósofo Averroes (estudioso de Aristóteles).
Es destacable también la presencia de Maimónides, médico y filósofo judío, cuya obra sería muy
seguida durante toda la Edad Media
En el campo científico fue fundamental la influencia oriental, a través de la llegada a las
bibliotecas andalusíes de numerosas obras bizantinas e islámicas, que trasladaron tanto el
conocimiento de los clásicos como las nuevas aportaciones. Abundaron los estudios en
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astronomía, matemáticas y medicina (los médicos judíos alcanzaron gran renombre en toda
Europa).
En cuanto al arte, Al Ándalus se caracteriza por mantener gran parte de las pautas del arte
islámico (inspiración religiosa, importancia de la arquitectura frente a las artes figurativas,
predominio de lo decorativo) a las que suma otras originales (influencia romano-visigótica en
arcos de herradura o dovelas bicolores, e influencia cristiana en los estilos mozárabe o
mudéjar).
El resultado final es una mezquita de 19 naves precedida del maravilloso patio de los naranjos y
culminada por el mihrab, en el que la decoración se hace más depurada y bella
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Pero quizá la obra que mejor sintetiza la arquitectura civil andalusí es el palacio-fortaleza de La
Alhambra, construido en Granada por la dinastía Nazarí. Inscrita dentro de un recinto amurallado
flanqueado por torres, en la que conviven un exterior con predominio de volúmenes y líneas
puras, muy austero y un interior profusa y bellamente decorado
Sus recintos más bellos son el Cuarto de Comares, con su excepcional patio de los arrayanes, y
el Patio de los leones, rodeado por fantásticas estancias
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Presentes desde periodo romano, las comunidades judías fueron muy minoritarias en periodo
visigodo y musulmán. Dedicados a actividades fundamentalmente relacionadas con la ley, la
medicina o las finanzas, los judíos vivieron en comunidades separadas (juderías)
distinguiéndose de los demás fundamentalmente por sus hábitos religiosos.
La cultura sefardí se desarrolló enormemente entre los siglos X y XIII. La filosofía, la teología, la
ciencia en general, la gramática y la literatura, la poesía, etc., experimentaron una verdadera
revolución. Se tradujeron textos y se inició una labor cultural de tal calibre, que terminará
influyendo al mundo del pensamiento y de la ciencia desarrollada en la España y en toda la
Europa medieval.
Más visible aún que el legado científico es el legado monumental y urbanístico dejado por la
comunidad sefardí en la península. Es el trazado urbano de las numerosas juderías (Cáceres,
Córdoba) que se pueden pasear hoy o también las preciosas sinagogas (Santa María la Blanca)
que, restauradas, permiten visibilizar dicho legado también presente en museos y casas
particulares recuperadas.
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