Esi Clase 16

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Patriarcado y masculinidades

En la clase anterior, cuando hacíamos mención a los aportes de la antropología para pensar las
cuestiones de género, sostenía Parga (2013) que de lo que se trataba era de "desgastar y
desestabilizar los cimientos y la ideología del patriarcado" en pos de erradicar este modo
estructural social que delinea nuestras costumbres, nuestra afectividad, nuestro modo de ser
en el mundo y con los otros... Pero nos preguntamos: ¿a qué nos referimos cuando hablamos
de patriarcado?

"El término en su origen se refería a un tipo de organización social en la que el varón de mayor
edad controlaba el poder de un linaje o grupo extenso de parentesco. En este sentido se vino
utilizando hasta la llegada del siglo XIX en el que el pensador suizo Johann Jakob Bachofen y el
americano Lewis Morgan introdujeron un correlato del término patriarcado, matriarcado, e
impulsaron un cambio en su significado que influyó de forma evidente en la obra de 1884 de
Friedrich Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Los nuevos matices
introducidos por el pensador alemán en el concepto servirían para que las feministas radicales,
conocedoras de su obra, reelaboraran ese viejo término dándole un significado político y
reivindicativo. En las reflexiones del siglo XIX sobre el patriarcado se presuponía un
matriarcado primigenio, una especie de Edad de Oro, en la que no existía la jerarquía social ni
la propiedad privada, que en el curso de la evolución histórica había dado lugar al patriarcado,
“un sistema de dominación y explotación que habría sustituido al antiguo matriarcado”"
(Fernández Domingo, Sobre el concepto del patriarcado, 2013, p. 13).

La Edad de Oro mencionada por Fernández Domingo se refleja en el siguiente extracto:

"El patriarcado no ha existido siempre. Antes del patriarcado los pueblos se dedicaban a la
caza, pesca, a la recolección y a las primeras formas de agricultura. Todas las personas
pertenecían a una gran tribu. En ella vivían hombres y mujeres, niños y niñas que eran
cuidados por todas las mujeres. Todas las personas dentro de la comunidad trabajaban: los
varones, las mujeres, las personas jóvenes, las personas de edad avanzada. Se consideraba el
trabajo de todos/as igualmente importante. Todos/as cooperaban para poder subsistir. En esta
época se desarrolló un gran respeto, admiración y estima hacia las mujeres, ya que se les
comparaba con la madre tierra. Se pensaba que así como la madre tierra nos producía frutos,
las mujeres podían crear vida. Las mujeres gozaban de alta estima social. No existían las ideas
de que el hombre fuese superior a la mujer" (Huberman y Tufró, Masculinidades plurales,
2012, p. 5-6).

Más allá de la existencia o no esta era, la palabra patriarcado permite dar cuenta de una
organización de la sociedad que se encuentra centrada y regida por varones; y en donde se
valora lo masculino por sobre lo femenino. Sin embargo, esto tampoco significa que los
varones se encuentren en una completa posición de beneficio. El patriarcado también ejerce
violencia sobre los varones. Desde hace algunos años observamos el surgimiento de un
movimiento denominado Masculinidades que intenta dar cuenta, reflexionar y deconstruir
estereotipos de género que violentan a los varones desde la más temprana infancia. Veamos
un extracto de Masculinidades plurales de Huberman y Tufró (2012):

"En familias patriarcales , desde muy pequeños se les inculca a los hombres, de muy diferentes
maneras, la obligación de ser fuertes, valientes, agresivos, y de ejercer el poder y control en
todos los ámbitos de la vida y las personas. Se aprende que ser un “verdadero” hombre es lo
opuesto a lo que la sociedad considera que es ser mujer: los hombres no deben mostrar su
fragilidad ni sus sentimientos y, en muchos casos, tampoco expresar los afectos; ser prácticos,
no complicar las cosas. También es lo opuesto a ser niño: ya que los hombres deben asumir
todas las responsabilidades, no tener miedo, enfrentar las situaciones y demostrar siempre ser
los más fuertes. Y es lo opuesto a ser gay, es decir que los hombres deben manifestar en todo
momento la capacidad de conquistar a todas las mujeres; y no establecer relaciones de cariño
y afecto hacia otros hombres" (p. 12).

Las demandas socioculturales son constantes, potentes y pasan (la mayor de las veces)
inadvertidas. Estas demandas y condicionantes cambian de acuerdo al espacio que habitemos
y a la época en que vivamos; sin embargo, tal como vimos, es posible identificar patrones
comunes que sobreviven décadas. Veamos un ejemplo de ello en el relato de Hernán Casciari
titulado Y que mi padre me perdone (2006).

Todos los esfuerzos que hice en la vida para que Roberto Casciari no me creyese puto acaban
de desvanecerse. También se han hecho trizas mis posibilidades de ser un escritor serio. He
perdido la oportunidad de ser un hombre y de ser un intelectual. Y todo ha ocurrido hoy, qué
día más negro. Esta mañana vinieron unos fotógrafos y me disfrazaron de Mirta Bertotti para
salir en la revista dominical con mayor tiraje en España. Me pintaron los labios, me compraron
un vestido floreado, me pusieron una peluca y me obligaron a planchar y a hacer cosas de
señora.

¡A la mierda! Treinta años de fingir que me gusta el fútbol, y de mentir que leo a Borges,
tirados a la basura por no saber decirle que no a la prensa especializada.

Mi casa, 11:30 am. Siempre tuve una especie de dificultad para negarme a las proposiciones de
los fotógrafos de las revistas, sobre todo cuando vienen de a dos y con equipamiento costoso.

Mientras los reporteros me fotografiaban y me pedían poses femeninas y actitudes sexys, mi


cabeza estaba a miles de kilómetros de distancia, en Mercedes, en el año 1976. A la corta edad
de cinco años, Roberto Casciari me llamó al comedor para tener nuestra primera y única
conversación seria "padre e hijo". No olvidaré jamás sus palabras, que fueron pocas pero muy
significativas:—De ahora en más, Hernán —me dijo—, tu mayor preocupación en la vida serán
los deportes; en fútbol serás de Racing y de Flandria, mientras no compitan en la misma
categoría; en automovilismo hincharás por Mario Andretti y nunca por Reutemann, porque es
un cobarde; en TC serás de Pairetti o de los Hermanos Suárez; no te gustará el boxeo, pero sí
Nicolino Loche, porque era un artista; odiarás el golf y la natación sincronizada, porque son
deportes de putos.

Desde ese día, mi vida comenzó a ser un calvario.

Para mi padre, absolutamente todas las manifestaciones artísticas o culturales en las que no
haya una pelota de por medio, o un ganador claro, fueron siempre divertimentos femeninos.
Chichita cuenta siempre que, de novios, él solamente la llevó al cine una vez. Vieron "Un
hombre y una mujer", de Claude Lelouch. Mi madre recuerda esa película como una historia de
un amor desencontrado; mi padre define la trama como la vida de un tipo que corría en rally

Desde pequeño, solamente pude ver televisión con comodidad mientras Roberto no estaba en
casa. Siempre me gustaron las telenovelas, pero tenía que verlas a escondidas. Lo mismo con
el cine dramático. En un antiguo artículo de Orsai recuerdo el trágico domingo en que Roberto
me descubrió llorando en mitad de Muerte de un viajante a la misma hora que en TyC Sport
pasaban un Rácing—Boca. Aquella tarde fue desastrosa y germinó el principio de una sospecha
paterna que todavía perdura. Roberto Casciari no sabe, exactamente, si soy puto o no. Nunca
podría poner las manos en el fuego.

Para él no significa nada que yo me haya casado, ni que haya engendrado una hija, ni que por
fin me haya aparecido la barba. Su concepto de homosexualidad es más simple que la
complejidad hormonal: según su teoría, el que hace cosas de putos, es puto. Su ecuación es
sencilla: si los domingos te levantás temprano para ver una carrera de Turismo Carretera, sos
hombre. Si te pasás la tarde leyendo un libro que se llama "La insoportable levedad del ser",
sos otra cosa. Y esa otra cosa a él lo avergüenza y lo humilla.

Actualmente, cuando hablamos por teléfono o chateamos, me pregunta incidencias sobre casi
todos los eventos deportivos ocurridos en la semana, para saber si me sigue preocupando el
tema o si, por el contrario, ahora que vivo lejos y soy libre he caído en la tentación de pasarme
por alto algo en la grilla de Fox Sports.

Yo ya estoy acostumbrado, y sé que sus preguntas no son fáciles. Jamás preguntará el


resultado de un partido, porque sabe que lo puedo encontrar rápidamente en Google. Él me
pregunta siempre cosas extrañas:

—¿Viste los octavos de final de la Copa de África? —suelta, por ejemplo.

—Claro: Mozambique 2, Madagascar 1 —le digo—. ¡Qué buen arquero el negro!

—Sí, gran arquero... Fue tremendo lo que le pasó a los 18 minutos del segundo tiempo —me
dice él, y espera a que yo complete la frase.

Si yo le digo lo que pasó, todo bien. Si no le digo nada o cambio de tema, soy puto. No hay
modo de engañarlo nunca. Entonces me paso la vida mirando deportes, día y noche. Cuando
duermo, dejo grabando la NBA. A la mañana, mientras leo con desesperación el diario Olé para
memorizar los resultados del descenso, con el otro ojo recupero los videos nocturnos. El
sábado pasado me tuve que ir de una fiesta divertida porque empezaba el Gran Premio de
Australia a las cinco y media de la madrugada.

—¿De verdad te vas? —me decían los anfitriones— ¿Tan fanático eres del automovilismo?

—No, me aburro como un hongo. Pero mi papá va a llamarme más tarde para preguntarme
cosas raras.

Hoy tengo 35 años y, con la mano en el corazón, no sé si me gusta el fútbol, ni el tenis, ni los
autos. Ni siquiera sé si realmente me gustan las mujeres. Puede que sí, puede que no. Hago
todo lo que hay que hacer: veo en directo todos los deportes, voy a la cancha cada vez que
puedo, miro culos por la calle, converso sobre cosas de hombres, grito los goles y despotrico
contra los jueces de línea, conozco los apellidos de los diez mejores jugadores de casi cualquier
cosa, toco bocina cuando pasa una señorita tetona por la vereda, entiendo casi por completo
las reglas del fútbol australiano, sé qué cosa es un pasing shot, etcétera, pero en el fondo de
mi alma desconozco si todo eso es fruto de un gusto genuino o si se trata de una imposición
cultural por parte de padre, arraigada, enquistada en mi personalidad.

Pero ahora todo ha acabado. Y me siento extraño.

¿En qué momento dejé de ser un escritor serio y un hijo macho? Mi mayor anhelo en esta vida,
desde que tengo memoria, fue usar una polera negra, fumar en pipa, y aparecer en los
suplementos culturales de los diarios de izquierda, diciendo cosas importantes, como por
ejemplo frases que contengan la palabra "empíricamente".

Todos mis esfuerzos, desde la adolescencia, tuvieron que ver con ser alguna vez un intelectual
respetado y con que mi padre se sintiera orgulloso de mi masculinidad. ¿En qué punto todo se
torció, en qué momento mi vida tomó un rumbo distinto al de mis sueños? ¿Qué ocurrió, y
cuándo, para acabar esta mañana con un vestido con flores y los labios pintarrajeados de un
carmín escandaloso?

Hoy, mientras unos desconocidos me vestían de mujer y me retocaban las pestañas con un
delineador, pensé mucho en Roberto Casciari. Por un lado imaginé que debería sentirse
orgulloso de que su hijo aparezca en la prensa española a causa de algo que no tiene que ver
exactamente con un delito; por otro lado, sé que cuando me vea disfrazado de mujer en las
revistas, todo habrá muerto en nuestra relación.

Ya no llamará a horas intempestivas, ya no querrá saber mi opinión sobre la crisis de Racing.


Seremos dos bloques de hielo sin nada que decirse. Un bloque de hielo con pantalón, y otro
bloque con vestido floreado.

Estereotipos de género en la infancia


Si algo nos ha advertido la dimensión socio-antropológica es acerca del carácter construido de
los roles de géneros. Construcción en la que los medios de comunicación masiva y la escuela
tienen mucho que ver. Pensemos simplemente en la tan criticada publicidad de Carrefour del
día del niño del año 2018:

Si bien varios autores afirman que existe en los niños una preferencia por determinados
juguetes a partir de los 3-4 años, lo que estaría aquí en debate es el por qué de la selección de
las imágenes y las palabras: ¿Por qué un niño no sería el destinatario para la compra de una
cocina?, ¿o una niña la destinataria de un carro de carreras?. Si pensamos a los juegues como
elementos que construyen el presente y futuro de los niños, tanto individual como
socialmente, ¿qué les estamos diciendo a los niños destinatarios de este anuncio?

De lo que se trata es de desterrar reproducciones estáticas y preconcebidas a cerca de lo que


un niño o una niña deben querer y hacer. Los invito a que reflexionen en su rol de futuros
docentes:

¿Podrían identificar sus diferentes maneras de tratar a las niñas y a los


niños? ¿Qué conductas esperarían de cada uno de ellos? ¿Qué tipo de
juegos esperarían que realicen unos respecto a otros? ¿Qué juegos y
juguetes les brindarían a unos a diferencia de otros? ¿Qué colores
esperarían que vistan cada uno de ellos? ¿Si un varón deseara jugar en
los recreos con muñecas, lo celebrarían o tratarían de que juegue con
autos o pelotas?

Entonces ¿De qué manera operan los estereotipos en la infancia? ¿Cómo transmite la sociedad
y la cultura los determinantes de género?
Veamos algunos extractos del texto Estereotipos de género en la infancia, del Ministerio de
Justicia de la Nación (2020), para intentar dar respuesta a estos interrogantes.

"Los primeros años de vida de una persona son constitutivos a nivel biológico, cognitivo, social,
emocional y psicológico. En esa etapa se construyen nuestros esquemas y estructuras a través
de los cuales miramos el mundo. De estos esquemas derivan las creencias –atravesadas por las
creencias parentales, sociales y culturales– que nos permiten asignar un significado específico
a los acontecimientos que vivimos. Como padres, madres, familias, docentes y sociedad
estamos atravesados por preconceptos, expectativas y mandatos sociales que muchas veces
no se condicen con los deseos de nuestras/os niñas y niños. Además, existen muchas creencias
fuertemente naturalizadas acerca de cómo ser niño, niña, varón y mujer (...)

¿Es algo natural que muchas niñas elijan el color rosa para vestirse? ¿Los niños nacen amando
jugar al fútbol? ¿Las mujeres hemos nacido para cuidar hijos/as y los hombres para trabajar
fuera del hogar? (...)

La idea de género nos permite pensar en las identidades varón/mujer como producto de una
construcción social que se realiza a partir de la identificación de la genitalidad de las personas.
Los estereotipos basados en las relaciones de género contribuyen en la construcción simbólica
de roles y atributos de las personas a partir del sexo asignado al nacer, estableciendo una
jerarquía en la cual lo masculino es valorado como superior respecto de lo femenino, y
convirtiendo la diferencia sexual en desigualdad social. Los varones y las mujeres no ocupan el
mismo lugar ni son valorados/as de la misma forma; no tienen las mismas oportunidades ni
reciben un trato igualitario (...)

¿Todas las niñas quieren jugar con muñecas y los niños con autos? Entrar a una juguetería sin
mirada crítica hace que, al elegir, pongamos en juego los estereotipos de género y
colaboremos a su reproducción. Comenzar a preguntarnos y poner atención sobre las
elecciones que hacemos en relación con los juguetes y juegos para niñas y niños es comenzar a
desnaturalizar y deconstruir esos estereotipos. No existe nada natural en la elección de una
muñeca o una pelota de fútbol, muchas veces estamos tan acostumbrados que nos resulta
natural, pero es producto de una construcción social que está muy arraigada. Cuando
hablamos de “juguetes sexistas”, hacemos referencia a aquellos juguetes que reproducen los
roles de varón y mujer en nuestra sociedad. Aludimos a que niños y niñas, a través de esos
juguetes, asimilan la discriminación y reproducen los esquemas machistas y patriarcales que
imperan en nuestra sociedad. Estos esquemas van de la mano con la clasificación de los juegos
y juguetes según sexos, creando estereotipos como el del varón fuerte, poderoso (superhéroe)
y la mujer dedicada a la cocina, las actividades de la casa o a ser “princesa” (linda, sumisa),
impidiendo un juego libre que permita desarrollar a cada uno su potencial (...) Las únicas
pautas a considerar a la hora de elegir juguetes es que sean creativos y seguros, favorezcan la
participación y la imaginación, y sean adecuados a la edad (...)

La educación es una de las vías para cuestionar los mandatos sociales y roles de género. Educar
sin estereotipos de género es promover una mirada crítica, enseñar a elegir de acuerdo a
criterios y deseos propios, saber que los medios de comunicación y el mercado nos van a
ofrecer sistemáticamente, de manera dicotómica, productos para niños o niñas, pero aun así
podemos detenernos y pensar en lo que realmente deseamos" (Ministerio de Justicia de la
Nación, 2020, pp 2-6).

Recordemos que en la más de las veces los aprendizajes -y los procesos de socialización- que
realizan los niños no son consecuencia de la instrucción directa de sus adultos, sino que
suceden a través de lo que se denomina aprendizaje vicario o por observación. "El aprendizaje
vicario es el tipo de aprendizaje que ocurre cuando observamos lo que hacen las otras
personas y extraemos una conclusión sobre el funcionamiento de algo. Es una forma de
autoeducación que se realiza socialmente" (Ministerio de Justicia de la Nación, 2020, p 10).
Otros modelos y modelajes vienen de la mano de los cuentos infantiles. "La literatura infantil
ha contribuido a reforzar los estereotipos de género que ubican a la mujer en un lugar pasivo,
de dependencia con relación al varón. El ideal romántico vinculado a la búsqueda del 'príncipe'
salvador y protector ha formado y forma parte de los relatos con los cuales crecen las niñas.
Repensar esta posición de la mujer con relación al ideal romántico es parte del trabajo de
deconstrucción y empoderamiento de género" (Ministerio de Justicia de la Nación, 2020, p 11).
Pensemos asimismo en la imagen que reproducen los medios de comunicación, las
publicidades para consumo infantil, las películas, los dibujos animados... ¿En cuántos de ellos
la princesa salva al príncipe, o la niña juega con autos?

A continuación comparto con ustedes un cuento de López Salamero que intenta deconstruir
nociones clásicas infantiles, se titula La cenicienta que no quería comer perdices (2009).

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