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Resumen
En el texto se exponen una serie de reflexiones sobre el espacio social de las prácticas edu-
cativas, las cuales sintetizan opiniones de las aportaciones de trabajos de investigación de
diversos autores basadas en la psicología cultural, que pueden servir para iniciar un deba-
te desde una perspectiva psicoeducativa. Se abordan aspectos sociales implicados en las
prácticas educativas, tales como el contexto familiar, el contexto institucional…, aspectos
basados en un marco teórico centrado en la construcción del significado, entendido como
el eje que relaciona la mente y la cultura.
Palabras clave: prácticas educativas, contexto familiar, contexto institucional, construc-
ción del significado.
Resum
Al text s’exposen una sèrie de reflexions sobre l’espai social de les pràctiques educatives, les
quals sintetitzen opinions de les aportacions de treballs d’investigació de diversos autors
basades en la psicologia cultural, que poden servir per iniciar un debat des d’una perspec-
tiva psicoeducativa. S’hi aborden aspectes socials implicats en les pràctiques educatives,
com ara el context familiar, el context institucional…, aspectes basats en un marc teòric
centrat en la construcció del significat, entès com l’eix que relaciona la ment i la cultura.
Paraules clau: pràctiques educatives, context familiar, context institucional, construcció
del significat.
Abstract
The author thinks over the social space of educational practices. These reflections synthe-
sise opinions from different studies based on cultural psychology and which could be used
to generate a debate from the psychoeducational view. The article deals with some social
aspects involved in educational practices such as the familiar or the institutional environ-
ment. These aspects are based on a theoretical frame, which focuses on the construction of
meaning, used as the main point relating mind and culture.
Key words: educational practices, familiar-institutional environment, construction of mea-
ning.
56 Educar 22-23, 1998 Ignasi Vila
Sumario
1. Introducción 9. Acerca de los mecanismos de influencia
2. A vueltas con el contexto educativa
3. La actividad autoestructurante 10. Actividad, actividades e interactividad
y el desarrollo humano 11. El concepto de interactividad
4. Actividad autoestructurante 12. Interactividad y análisis del discurso
e influencia educativa
13. Los géneros discursivos o lenguajes
5. Interacción social, mecanismos de sociales
influencia educativa y desarrollo humano
14. Los géneros discursivos como
6. La «zona de desarrollo próximo» procedimientos de mediación semiótica
y la metáfora del «andamiaje»
15. Conocimiento cultural y orientación
7. Comunicación, mediación semiótica y
hacia el aprendizaje
«zona de desarrollo próximo»
8. La construcción de significado 16. La perspectiva de Basil Bernstein y
y la atribución de sentido la reproducción de Pierre Bourdieu
en los procesos educativos Bibliografía
1. Introducción
Cuando Joan Rué me propuso hablar del «espacio social de las prácticas edu-
cativas» acepté encantado, aunque ciertamente en mi consentimiento había
un alto grado de ingenuidad, ya que, meses atrás, era incapaz de comprender
la complejidad de la cuestión. Por eso, lo que sigue no es un «todo» acabado,
sino una serie de reflexiones que, a mi entender, tiene exclusivamente el valor
de sintetizar opiniones e investigaciones, más o menos dispersas, y de poder
iniciar un debate desde una perspectiva psicoeducativa, perspectiva que, hasta
hace bien poco, no se preocupaba en exceso por estas cuestiones.
Antes de abordar directamente los aspectos «sociales» implicados en las
prácticas educativas es importante especificar el marco teórico que guía mi dis-
curso y que da pie al título de esta conferencia. Pienso que la mente crea y, a la
vez, tiene su origen en la cultura humana. En esta concepción, el punto cen-
tral es la construcción del significado (Vigotski, 1993; Bruner, 1995) enten-
dido como el lazo o el vínculo entre la mente y la cultura. La construcción del
significado implica la posibilidad de situar adecuadamente las cosas, los esta-
dos,las acciones, etc. en los contextos culturales de la realidad de cara a cono-
cer qué son. Los significados están «en la mente», pero su origen se sitúa en la
cultura, lo cual asegura su negociación y, en último término, la comunicación.
Así, desde esta perspectiva, el conocimiento y la comunicación son dos pro-
cesos inseparables con un funcionamiento interdependiente y, por tanto, cono-
cer es construir significados compartidos.
Las aportaciones realizadas por la «psicología cultural» han sido determi-
nantes en este planteamiento. De hecho, los trabajos de Bruner, Cole, Scribner,
Edwards, Wertsch, etc., todos ellos tributarios en su origen de las ideas de
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 57
2. Una parte importante de este apartado ha sido publicada por I. Vila y M. Bassedas en la
revista Anuario de Psicología con el título «Acerca de la unidad de análisis en psicología del
desarrollo».
3. Por ejemplo, Glossop (1988) acentúa este aspecto de la perspectiva ecológica y afirma que
el énfasis de Bronfenbrenner sobre el contexto debe entenderse desde el punto de vista de
las relaciones entre los diferentes «contextos».
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 59
En realidad […] para que el suceso (una lección) ocurra los participantes
se deben implicar activamente en un proceso consensuado de «realizar una
lección». Los estudiantes, tanto como los profesores, son cruciales para el
suceso que denominamos una lección, razón por la cual nos referimos a las lec-
ciones como sucesos de enseñanza y aprendizaje. Sin olvidarnos en ningún
momento que el poder de las relaciones entre los participantes entre los suce-
sos y los niveles del contexto son a menudo desiguales, no es menos impor-
tante recordar que la creación del contexto es un proceso activo con dos
caras. (1994: 92)
5. Esta noción fue formulada, en 1981, en los siguientes términos: «lo que estamos sugirien-
do es la imposibilidad de profundizar en la comprensión de lo que hace el alumno si no se toma
en consideración simultáneamente lo que hace el maestro. El análisis de la actividad del alum-
no nos conduce así, lógicamente, al análisis de la interactividad maestro/alumno» (Coll,
1981: 9).
6. Posteriormente, analizamos con más detalle esta noción.
7. El grupo de investigación dirigido por C. Coll y ubicado en el Departamento de Psicología
Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Barcelona ha utilizado ampliamente la
noción de interactividad. Las publicaciones más importantes son: C. COLL, E. BOLEA,
R. COLOMINA, I. DE GISPERT, R. MAYORDOMo, J. ONRUBIA, M.J. ROCHERA y M.T. SEGUÉS
(1992). «Interacció, influència educativa i formes d’organització de l’activitat conjunta».
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ractive processes in teaching-learning activities: A theoretical and methodological challen-
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coneixement a l’aula». Articles de Didàctica de la Llengua i la Literatura, 6, 85-99.
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9. El adulto debe «representarse» la situación inicial del aprendiz cara a «decidir» el tipo de
ayudas a introducir en la actividad conjunta y, a la vez, las propias aportaciones «reales» del
aprendiz en la resolución de la actividad conjunta determinan hasta qué punto la «repre-
sentación» inicial del adulto es adecuada y, en consecuencia, si las ayudas prestadas son ade-
cuadas.
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 67
10. Hacemos esta precisión no porque consideremos que el «hablar» está fuera o es distinto del
«hacer», sino para hacer claramente explícito que la noción de «intersubjetividad» remite
no sólo al tema implicado en el diálogo, sino también a la necesaria «negociación» de todo
tipo de actividad conjunta.
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Además, los mismos trabajos de Rommetveit manifiestan que «al interactuar dos
partes, rara vez ocurre que una de ellas defina por completo la situación y la
otra “se trague” esta definición en su totalidad» (Wertsch, 1989: 5). Al con-
trario, en el transcurso de la interacción social, ambos interlocutores modifican
y transforman su comprensión del escenario discursivo, lo cual implica un pro-
ceso permanente de «negociaciones» para mantener la comunicación.
En relación con nuestro problema de estudio, ello significa que la acti-
vidad conjunta adulto-niño no presupone de entrada un conocimiento com-
partido sobre la situación de interacción. Justamente, uno de los aspectos
importantes implicados en el propio funcionamiento de la «zona de desa-
rrollo próximo» significa que, independientemente de la perspectiva que
adopte cada uno de los participantes, el «éxito interactivo» depende de las
progresivas negociaciones que adulto y niño realizan para compartir la situa-
ción y «aumentar» su intersubjetividad. Por otra parte, la posibilidad de cons-
truir un mundo de significados compartido en relación con la resolución de
la actividad conjunta está directamente en relación con el grado de inter-
subjetividad alcanzado.
Los trabajos realizados desde esta perspectiva en diferentes situaciones de aula
muestran que el «éxito interactivo» depende del grado de intersubjetividad
alcanzado. Por ejemplo, Newman y otros (1991) utilizan el término de «ana-
lizabilidad múltiple» para mostrar las distintas perspectivas que pueden adop-
tarse por el profesor y los alumnos en relación con un objeto de conocimiento
y que, por tanto, uno de los aspectos importantes relativos al funcionamiento
de la «zona de desarrollo próximo» remite a la posibilidad (y necesidad)
de negociar las diferentes perspectivas cara a construir un universo de signifi-
cados compartido. Igualmente, Onrubia (1992), cuando analiza el aprendiza-
je por parte de un grupo de alumnos de un procesador de textos, observa que,
al inicio de la situación, el profesor se refiere a los diferentes dispositivos y
mecanismos del procesador (ordenador, tabulador, ratón, etc.) con expresio-
nes que se sitúan en un «marco social de referencia» como, por ejemplo, «esa
caja» para referirse al ratón, «una flecha» para hablar del puntero o «esos tras-
titos» para designar los tabuladores y, progresivamente, utiliza un «marco espe-
cífico de referencia». En palabras de Coll y Onrubia (1993):
[…] estaríamos pues de este modo ante un dispositivo específico que permite,
al mismo tiempo, que el profesor introduzca nuevas informaciones sobre el
funcionamiento y manejo del procesador de textos y que los alumnos partici-
pen en la actividad conjunta en torno a tareas relativamente complejas inclu-
so en momentos muy iniciales del proceso de enseñanza-aprendizaje, cuando
tienen pocos conocimientos específicos sobre el procesador de textos com-
partidos con el profesor. Este dispositivo posibilita, por lo demás, el estable-
cimiento de una referencia compartida, de una definición inicial intersubjetiva
de la situación, desde el inicio mismo de la actividad conjunta. (1993: 22)
«marco social de referencia» del propio texto es compartido por ambos per-
mite ayudas específicas por parte del profesor en el «marco específico» de la
tarea de aprender a leer y escribir que son eficaces para aumentar las destrezas
lectoras de la alumna.
Las observaciones realizadas hasta el momento me hacen suponer que, muy
posiblemente, la ayuda de la profesora no hubiera servido de gran cosa, si el
texto se hubiera referido a cualquier otro tema alejado de las experiencias per-
sonales de la lectora […] A mi juicio, la similitud de vivencias entre la autora
(en este caso, la profesora12) y su lectora ejerce más influencia en la compren-
sión del texto que la destreza lectora de la segunda. (Ramírez, 1992: 83-84)
14. Nociones como el apego son útiles para comprender el valor para el niño de las activida-
des que sus padres le proponen en el contexto familiar.
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 73
15. Evidentemente, muchos de estos aspectos también se «modifican» a lo largo de los inter-
cambios interpsicológicos en las prácticas educativas.
16. En este caso por «recursos semióticos» únicamente nos referimos a las producciones ver-
bales y no verbales que emplea el que enseña para compartir la atención en relación con
un referente.
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y las formas en que transcurra la actividad del hombre, cualquiera que sea la
estructura que adquiera, no puede examinarse desgajada de las relaciones socia-
les, de la vida de la sociedad […] La actividad del individuo humano repre-
senta un sistema, incluido en el sistema de relaciones de la sociedad. (Leontiev,
1989: 265)
20. El término solitario se refiere a la actividad individual del niño. Normalmente, son acciones
que el niño realiza solo, pero ante la presencia de su madre, la cual está haciendo otras cosas
como, por ejemplo, ordenar la cocina, atender a otro hijo o hablar por teléfono.
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 79
21. Una de las secuencias se realizó con alumnos sin conocimientos previos y la otra con alum-
nos con conocimientos previos.
22. La cursiva es nuestra.
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Bajtín, con este ejemplo, expresa su concepción del lenguaje de forma que
la expresión «tengo hambre» recibe una forma completamente distinta si es
24. Los traductores no siempre están de acuerdo y utilizan simultáneamente los términos enun-
ciado y enunciación, los cuales tienen una definición diferente en el actual funcionalismo
pragmático y en las teorías del discurso. Parece que Bajtín no diferenció ambos términos y
que el significado de enunciación, tal y como se entiende actualmente en la lingüística, es
más adecuado que el de enunciado. Por eso, hemos optado por utilizar enunciación y no
enunciado.
25. La entonación está dada por la elevación o descenso de la voz, que expresa nuestra actitud
hacia el objeto de la enunciación —actitud que puede ser feliz, afligida, maravillada, inte-
rrogativa, etc.— (La nota pertenece al original.)
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Para Bajtín, diálogo y pluralidad de voces son dos términos relacionados. Así,
los enunciados no sólo adoptan una orientación social en el sentido de que
expresan la perspectiva del hablante (perspectiva que incluye la del oyente),
sino que también incluyen «otras voces» sociales como, por ejemplo, en la
parodia. Wertsch (1993) ejemplifica esta idea a partir del uso de la palabra
«inoperante» en la sociedad norteamericana, después de ser utilizada por R.L.
Ziegler, secretario de prensa de la Casa Blanca en el periodo de Nixon, para
desautorizar sus antiguas declaraciones sobre el caso Watergate una vez que
había datos concretos de la implicación del presidente Nixon. Wertsch (1993)
muestra que cuando se utiliza esta palabra no sólo se escucha la voz de quien
la emite, sino también la voz de R.L. Ziegler.
El análisis del lenguaje de Bajtín se completa con su noción de lenguaje
social y de género discursivo. El concepto de lenguaje social, influenciado por
26. Bajtín define la audiencia o auditorio de la enunciación como la «presencia de los partici-
pantes de la situación» (Bajtín, 1993b: 247). Recordemos que dicha «presencia» puede estar
«ausente» físicamente.
27. El ejemplo está tomado de Voloshinov aunque lo hemos atribuido a Bajtín. De hecho, exis-
te una larga discusión, aún sin aclarar, sobre la autoría de los textos de Voloshinov y Medvedev,
aunque no hay dudas que, aunque no fueran escritos directamente por Bajtín, estaban cla-
ramente inspirados por él.
84 Educar 22-23, 1998 Ignasi Vila
28. Las ideas de Marr sobre el origen del lenguaje y su intento de justificar la supremacía de
la lengua rusa sobre otras lenguas que se hablaban en la URSS han sido certeramente cri-
ticadas por numerosos autores. A pesar de que Bajtín y, especialmente Voloshinov, se
apoyó en algunas concepciones de Marr sobre el origen del lenguaje y sobre las relacio-
nes, postuladas por Marr, entre lenguaje y clase social, para formular sus ideas sobre el
lenguaje social, pensamos que algunos aspectos de su análisis son válidos para nuestra
discusión.
29. Es importante entender porque Bajtín utiliza la terminología «nacional». De hecho, duran-
te los años veinte, la influencia del romanticismo y, en concreto, las ideas de Herder, pri-
mero, y de Von Humboldt, después, tenían una gran influencia en la lingüística.
Recordemos que una de las razones del olvido de Marr fue justamente la recuperación
de dicho término por Stalin prácticamente en el mismo sentido que le había dado
Von Humboldt.
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 85
zación en la vida real de una de las formas, de una de las variedades, del inter-
cambio comunicativo social» (Bajtín, 1993b: 247).
Cada uno de los tipos de intercambio comunicativo referidos por nosotros
organiza, construye y completa, a su manera, la forma gramatical y estilística de
la enunciación, su estructura tipo, que a continuación llamamos género. (Bajtín,
1993b: 248)
De hecho, en esta cita, Wertsch (1993) critica, aún sin nombrarla, la con-
cepción del contexto (en este caso, la enunciación) como capas concéntricas,
de modo que, en los enunciados de los participantes, aparecen las voces de
cada una de las capas. De acuerdo con Bajtín, un enunciado no existe al mar-
gen de la situación de enunciación, la cual remite a la perspectiva del hablan-
te, quien, a su vez, incluye la perspectiva del interlocutor. Perspectivas que no
son ajenas al nivel histórico e institucional (en definitiva, al contexto cultural
y social) de la situación en que se genera el enunciado. Desde este punto de
vista, tal y como dice Wertsch (1993), el análisis del discurso de los partici-
pantes en una situación educativa debe ser capaz de poderse interpretar en tér-
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cierto que los «lenguajes sociales» implicados pueden ser muy distintos. Por
eso, es necesario analizar, desde una perspectiva discursiva y sociológica, el dis-
curso que se propone a los aprendices como «apropiado» para actuar en dicho
escenario sociocultural.
Los marcos institucionales, traducidos en textos legales y orientaciones para
la práctica educativa, en algunos casos (y, en otros, simplemente formando
parte de un cierto consenso social) ofrecen recursos y restricciones que median
la actividad de los participantes. Como ya hemos dicho, dicho marco institu-
cional no es determinante para el flujo y el mantenimiento de las prácticas
educativas, pero lo condiciona en alto grado. Por eso, el análisis institucional
debe permitir encontrar índices empíricos sobre el tipo de restricciones y recur-
sos posibilitados y su uso en el ámbito de la realización de las prácticas edu-
cativas. En concreto, hemos defendido que el análisis de los géneros discursivos
—y, consecuentemente, de los lenguajes sociales— implicados en las distin-
tas prácticas educativas puede aportar luz para ello y, por tanto, para el estudio
de los mecanismos de influencia educativa, de forma que las acciones indivi-
duales de los participantes puedan comprenderse en términos instruccionales
en escenarios socioculturales que permiten, a la vez, la individualización y la
socialización.
Wertsch (1993), apoyándose en Bellah y otros (1985), introduce el térmi-
no de privilegiación para designar a «un instrumento mediador, tal como un
lenguaje social, que se concibe como más apropiado o eficaz que otros en un
determinado escenario sociocultural» (1993: 146) y analiza cuatro situaciones
escolares en las que muestra cómo los aprendices se apropian del lenguaje social
que les es propuesto en el transcurso de una práctica educativa. Su análisis lo
realiza mediante tres marcadores lingüísticos: el contenido semántico referen-
cial de los enunciados de los participantes, la relación del hablante con el enun-
ciado y la relación del hablante con el enunciado de otros. Esta manera de
hacer tiene la virtud de mostrar cómo los escolares se apropian de determina-
dos aspectos que se consideran implícitos en el género discursivo que utiliza
la enseñanza formal. Sin embargo, no acaba de dar respuesta a los problemas
que hemos planteado, ya que se da por supuesto que el género discursivo que
utiliza la enseñanza formal es transferible a cualquier situación escolar. Ya
hemos dicho que los actuales trabajos sobre análisis del discurso muestran que
existen características generales en el tipo de habla que utilizan los maestros y
que exigen que dominen los escolares, pero, siguiendo a Bajtín, su puesta en
práctica puede ser muy distinta y, además, los esfuerzos de los maestros para
que los escolares lo dominen pueden ser diferentes, en el sentido de los aspec-
tos que enfatizan, a lo largo de la escolaridad. Por eso, volvemos a repetir, la
posibilidad de comprender dichos esfuerzos requiere un análisis explícito de
los géneros discursivos y de los lenguajes sociales que, en este caso, una comu-
nidad escolar propone que sea dominado. En este sentido, el término privile-
giación puede ser útil para reconocer la plurifuncionalidad de voces que se
«escuchan» en un escenario sociocultural y, a la vez, captar la jerarquía de domi-
nancia que se considera adecuada para la realización de las tareas propuestas.
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30. La escuela estudiada no tiene ninguna relación con el sistema federal de educación indígena.
Además, «no existe ninguna intención oficial o formal de incluir su cultura en el currícu-
lum o en cualquier otro aspecto de la escolarización que se les ofrece» (Paradise, 1991: 77).
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 89
Hay ocasiones en las que un niño ayuda, de manera abierta y directa, a uno
de sus compañeros a realizar y comprender un ejercicio […] El alumno que
sabe cómo realizar el ejercicio simplemente toma el trabajo del otro y lo hace,
sin que el otro se lo haya pedido, excepto por el hecho de sentarse quieto miran-
do alrededor con su tarea no realizada encima de su banca. Cuando un niño
ayuda a su compañero de esta manera no le explica lo que está haciendo, ni
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adopta una posición física que podría facilitar su observación por el otro. El
niño que recibe esta ayuda, por su lado, no hace ninguna pregunta ni comen-
tario, aunque sí observa fijamente, sin moverse, todo lo que el otro hace.
(Paradise, 1991: 81)
Es decir, las «exigencias» del aula —de las actividades de enseñanza y apren-
dizaje— «transforman» el uso de las habilidades desarrolladas por los niños en
su vida cotidiana en relación con el aprendizaje. Ello implica, de una parte,
31. La autora reconoce que los niños aprenden cosas de las explicaciones verbales de los maes-
tros.
El espacio social en la construcción compartida del conocimiento Educar 22-23, 1998 91
Por nuestra parte, adoptamos el mismo punto de vista. Así, pensamos que
el estudio de las ideas, creencias y expectativas de los mediadores culturales
puede aportar elementos para comprender aspectos del marco sociocultural
en que se desarrolla una práctica educativa, pero, en ningún caso, el estudio
de dicho marco se agota en las «teorías implícitas» que utilizan dichos media-
dores. Incluso, probablemente, otro tipo de investigación sea más productiva
para comprender el escenario sociocultural.
92 Educar 22-23, 1998 Ignasi Vila
ricos, sociológicos o antropológicos, entre otros. Este análisis debería ser capaz
de identificar los «géneros discursivos» y, sobre todo, sus patrones de privile-
giación porque, como dice Wertsch:
Uno no puede producir un cambio efectivo simplemente cambiando los géne-
ros discursivos […] Pero la capacidad para identificar géneros discursivos espe-
cíficos y sus patrones de privilegiación proporcionará una herramienta analítica,
una que habitualmente no se halla con mucha frecuencia, para comprender
los escenarios socioculturales y los procesos psicológicos asociados con ellos.
Esto, a su vez, nos permite liberarnos de modelos indeseables y crear nuevos
modelos. No puede existir un objetivo mayor para la investigación en las cien-
cias sociales y las humanidades. (1993: 169)
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