Tarea Academica

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1.

La norma específica como punto de partida

El Código de Protección y Defensa del Consumidor (Ley 29571) establece


en el acápite a) del inciso 1.1 del artículo 1:

Artículo 1. Derechos de los consumidores

1.1 En los términos establecidos por el presente Código, los consumidores


tienen los siguientes derechos:

a. Derecho a una protección eficaz respecto de los productos y servicios


que, en condiciones normales o previsibles, representen riesgo o peligro
para la vida, salud e integridad física.

2. El consumidor y la importancia de su protección

El 15 de marzo de 1962, el entonces presidente de Estados Unidos, John


Fitzgerald Kennedy, en un célebre discurso ante el Congreso de su país,
dijo: “Ser consumidor, por definición, nos incluye a todos […]. Somos el
grupo económico más grande en el mercado, que afecta y es afectado por
casi todas las decisiones económicas públicas y privadas […] pero es el
único grupo importante cuyos puntos de vista a menudo no son
escuchados”. Allí nació la protección del consumidor, que luego se legisló e
institucionalizó, primero en Estados Unidos, luego en Europa y por último
en América Latina, y que llegó al Perú en 1991, con la dación de la primera
Ley de Protección al Consumidor (Decreto Legislativo 716), a la cual siguió,
en 1992, la creación de la Comisión de Protección al Consumidor, dentro
de la estructura orgánica del Instituto Nacional de Defensa de la
Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (Indecopi).

Se trataba de reconocer que en la relación de consumo (plasmada a través


de la contratación) las partes intervinientes difieren una de la otra, mas no
porque una sea “la parte fuerte” y la otra “la parte débil” como antaño se
sostenía, sino porque una cuenta con más y/o mejor información que la
otra, lo que implica el principio de asimetría informativa. Entonces, el
Estado debe asumir un rol tuitivo y para ello establece el sistema de
protección al consumidor, que, por cierto, no protege al consumidor per se,
sino, stricto sensu, al consumidor final (precedente de observancia
obligatoria contenido en la Resolución 101-96-TDC, caso Cheenyi vs.
Konica), el cual podría ser incluso una persona jurídica (precedente de
observancia obligatoria contenido en la Resolución 4222003-TDC, caso
Moquillaza vs. Milne).

Antes de la corriente proconsumidor (que empezó, notoriamente, en


1962), el mercado era distinto, pues la empresa se mostraba como una
insaciable máquina lucrativa, el empresario era el único a quien podía
importarle el destino de la empresa, la información era un privilegio de los
socios mayoritarios, existían solo las grandes empresas, y los monopolios
se adueñaban íntegramente de los sectores económicos más rentables.
Todo ello se traducía en el mundo del derecho, donde las relaciones
económicas se plasmaban en un vetusto derecho comercial que sólo
miraba a los comerciantes o a los actos de comercio. Pero eso fue hace
más de cincuenta años, y desde entonces todo cambió. Hoy en día la
empresa es el motor de la sociedad contemporánea, actúa con
responsabilidad social corporativa, atiende a sus diversos grupos de
interés, incorpora política de gobierno corporativo, convive con pequeñas y
medianas empresas y se somete al marco regulatorio de la libre
competencia.

El derecho, entonces, también cambió. Ya no es el otrora derecho


comercial; hoy estamos ante el derecho empresarial que reconoce a la
empresa como un fenómeno socioeconómico complejo (no inventado por
abogados) en cuyo alrededor encontramos diversos grupos de interés: el
inversionista mayoritario, el inversionista minoritario, el trabajador, el
acreedor, el consumidor, el Estado y la comunidad, entre otros. A todos les
conviene el éxito de la empresa, aunque por diversas razones; así por
ejemplo: al inversionista minoritario, para maximizar la rentabilidad de su
inversión; al consumidor, para gozar de productos de calidad; y al Estado,
para recaudar mayores ingresos por impuesto a la renta. Por consiguiente,
la tarea actual del derecho empresarial es lograr una regulación jurídica
integral, no una simple regulación jurídica, porque eso ya se consiguió: si
enfocamos la relación empresa-trabajador, tenemos el derecho laboral, y si
hacemos lo propio con la relación empresa-acreedor, tenemos el derecho
concursal. Eso ya existe.
El reto hoy en día es conseguir una regulación jurídica integral, es decir,
enfocar con realismo a la empresa y atender, a la vez, a todos los grupos de
interés: ninguno es más importante que otro, pues todos son necesarios.
¿Qué hace una empresa sin inversionistas que se arriesguen por ella?, ¿o
con trabajadores insatisfechos que van a la huelga?, ¿o con consumidores
que organizan un boicot en el mercado? La tarea es ardua, pero es lo que
corresponde en la actualidad. En esa dirección tiene que alinearse el
Código de Protección y Defensa del Consumidor (Ley 29571), sin pretender
una protección única, exclusiva, excluyente e irracional del consumidor,
como si fuese el único grupo de interés y creyendo que la empresa es un
ogro malvado, abusivo y despiadado. No se trata, pues, de ser exagerados:
ni un mercado sin regulaciones (que devenga en anarquía), ni un mercado
con regulaciones excesivas (que asfixie a todos). Se requiere un mercado
con regulaciones adecuadas y razonables; por lo demás, este es el sustento
de una economía social de mercado, siendo éste el régimen económico
consagrado en nuestra Constitución Política.

En suma, la importancia de la protección del consumidor reposa en dos


claras razones: por un lado, la superación de la antigua dicotomía “parte
fuerte / parte débil” en la contratación; por otro, el reconocimiento de la
asimetría informativa en la relación de consumo.

3. El régimen constitucional económico y la protección al


consumidor sin paternalismo

La Constitución Política del Perú dedica el título III al régimen económico,


título que empieza con el capítulo I, relativo a los principios generales,
dentro de los cuales se ubica el siguiente artículo:

Artículo 65.- El Estado defiende el interés de los consumidores y usuarios.


Para tal efecto garantiza el derecho a la información sobre los bienes y
servicios que se encuentran a su disposición en el mercado. Asimismo vela,
en particular, por la salud y la seguridad de la población.

Atendiendo a su carácter constitucional, esta es la norma matriz de la


regulación normativa de la protección al consumidor en el Perú. De ella se
derivan tres funciones básicas del Estado:
a) El Estado asume un rol defensor del interés de los
consumidores y los usuarios, aunque en realidad debería ser un rol
tuitivo, es decir protector, en virtud del actual modelo económico
(la economía social de mercado) que otorga al Estado la tarea
regulatoria, mas no intervencionista, en la economía.

b) El Estado garantiza el derecho a la información que


deberán ofrecer los proveedores sobre los bienes y los servicios
que se encuentran en el mercado a disposición de los
consumidores y los usuarios, precisamente para contrarrestar (en
parte) la natural asimetría informativa.

c) El Estado vela en particular por la salud y la seguridad de la


población, al estimar que se trata de dos bienes jurídicos de
especial relevancia, por lo que merecen una mayor tutela estatal.

Todo lo anterior podríamos vincularlo sosteniendo que el Estado procura la


protección del consumidor y, para ese cometido, garantiza que el
proveedor le dará información al consumidor, lo que es especialmente
trascendente cuando la relación de consumo involucra la salud o la
seguridad del consumidor o usuario. En palabras de Alfredo Quispe Correa:

La empresa, como se sabe, busca utilidad. El consumidor, se supone, busca


calidad y precio. De esa relación asimétrica entre la empresa y el
consumidor, la ventaja marcha al lado de la empresa: tiene mayor
capacidad económica para influir en la decisión del usuario y/o
consumidor, lo que realiza a través de la publicidad y la propaganda,
estudio de mercado, experiencias de laboratorio, etc. El usuario o
consumidor se encuentra indefenso ante una campaña agresiva a favor de
un producto, por lo que el Estado, o la asociación de consumidores, o
quienes están encargados de proteger los llamados intereses difusos,
deben intervenir para equilibrar la presión que se ejerce (2007: 111-112).

Sin embargo, no confundamos lo antes expuesto con el paternalismo, que


“es la tendencia a aplicar las formas de autoridad y protección propias del
padre en la familia tradicional a relaciones sociales de otro tipo, como
políticas” (Vega Castro-Sayán 2010: 180-181). Como bien explica
Victorhugo Montoya Chávez (2009: 164): “[…] no solamente se requiere
una orientación de las actividades económicas necesarias para el desarrollo
real del país, sino también, en algunos casos, es imprescindible una
intervención vigilante y controladora por parte del Estado”. En ese sentido
se pronuncia la sentencia del Tribunal Constitucional recaída en el
expediente 2016-2004-AA/TC, cuando refiere que las políticas públicas que
se realicen como expresión de obligaciones concretas para garantizar los
derechos de las personas importa que tanto el Estado como la comunidad,
a través de un deber de solidaridad, deban intentar conseguir aquellos
bienes que les permitan el goce efectivo de sus derechos económicos. Esta
regulación legal no tiene que ser paternalista, sino promotora de la
actuación del consumidor diligente, informado y razonable.

Así, para Victorhugo Montoya Chávez (2009: 165),

[...] es menester enfatizar que la satisfacción de las necesidades del


consumidor y del usuario (artículo 65 de la Constitución) es el punto de
referencia que debe tenerse en cuenta al momento de determinar el
desenvolvimiento eficiente del mercado, y es así como surge la función
reguladora que debe cumplir. El control de los estándares de calidad del
servicio, la razonabilidad del precio que se le asigne, el desarrollo sostenido
del sector, la acción proactiva y efectiva en el cuidado del medio ambiente
y la competencia técnica son consideradas como conductas a ser asumidas
por los organismos reguladores, ya sea mediante acciones ex ante
(regulaciones previas) como ex post (sanciones disuasivas para el infractor
como para los distintos competidores de atentar contra los valores de un
mercado eficiente y humano).

Véase, entonces, que el actual régimen constitucional económico tiende a


la protección del consumidor, sin que ello suponga una actuación
paternalista que, lejos de ser beneficiosa, termina siendo
contraproducente para todos los que de una u otra manera están
involucrados en el mercado.

4. El gobierno corporativo y la responsabilidad social corporativa como


nuevos referentes para la actuación de las empresas

La doctrina anglosajona desarrolló, en época reciente, una nueva


institución jurídica, denominada corporate governance, que ha arribado al
mundo romanogermánico con el nombre de gobierno corporativo, también
conocido como gobernanza empresarial, buen gobierno corporativo,
gobierno de las sociedades, etc. Se trata de un sistema dentro de la
sociedad empresarial que incluye procedimientos, actividades (prácticas) e
instituciones (normas) en cuanto a la relación entre los accionistas de la
sociedad (titulares) y su administración (directorio y gerencia) (Martínez-
Ortiz 2007: 42). En la medida de lo posible, se procura evitar la
concentración de la propiedad y la administración de la empresa en las
mismas manos, en aras de la transparencia de la marcha empresarial en el
mercado. Especial atención merece la vinculación del gobierno corporativo
con las relaciones de agencia, porque aquel pretende superar los costos
asociados a la agencia (costo directo, costo de supervisión y monitoreo,
costo de información y costo de garantía) que van más allá de la sola
reducción de los costos de transacción (ocasionados por la agencia).

La teoría del gobierno corporativo también vincula a las empresas con la


ética, lo que acaso se creía incongruente hace algunos años. Ante la
pregunta: ¿existe alguna relación entre el buen gobierno corporativo y la
ética empresarial?, Julio Salas Sánchez (2008: 348) responde:

Sí, la decisión de aplicar los principios de gobierno corporativo tiene que


significar que la empresa está dispuesta a crear en ella una cultura de buen
gobierno corporativo, decisión que, por esencia, conlleva una actuación
ética, responsable, transparente, con todo lo que esas experiencias
significan. Esa decisión no puede ser solamente una fachada. Tiene que ser
el sustento real de desarrollar la señalada cultura de buen gobierno
corporativo.

En este devenir, la ética empresarial nos lleva, a su vez, hacia la


responsabilidad social corporativa, la que supone que la empresa asuma el
rol social que le corresponde en relación con su entorno y respecto a los
stakeholders o grupos de interés —los inversionistas, los trabajadores, los
consumidores y usuarios, los acreedores, el Estado, la comunidad, etc.—, lo
cual está vinculado estrechamente al régimen constitucional económico de
la economía social de mercado.

Juan Pedro Sulbarán explica que la responsabilidad social corporativa se


compone de cuatro categorías: la responsabilidad económica (generar
utilidades con eficiencia), la responsabilidad legal (respetar las normas y las
regulaciones), la responsabilidad ética (actuar más allá de lo estrictamente
exigido por las normas) y la responsabilidad filantrópica (contribuir al
bienestar de la comunidad). Si bien existen varios actores involucrados en
la gestión del modelo de responsabilidad social corporativa, para María
Laura Estigarribia Bieber el consumidor cumple un rol esencial, pues
“además de conocer y exigir sus derechos, debe tener presente que él
también tiene una responsabilidad social y considerar el impacto que su
conducta tiene en las relaciones de mercado” (2009: 163). No le falta razón
a la citada autora, más aún cuando, para la Comisión Europea, “la
responsabilidad social empresarial ha evolucionado, en parte, como
respuesta a las expectativas y demandas de los consumidores”. Hoy en día,
el consumidor es un consumidor responsable: informado de sus derechos y
consciente de sus hábitos de consumo.

La responsabilidad social corporativa ha desarrollado diversos criterios


para ilustrar la acción social de la empresa, siendo uno de ellos la acción
compensatoria, que se refiere a las iniciativas de la empresa que buscan
revertir los efectos perjudiciales que su actividad ocasiona respecto al
medio ambiente; es decir, se compensa (de ahí el nombre de acción
compensatoria) parte de la contaminación ambiental (que se juzga
necesaria, atendiendo a las propias circunstancias de la industria),
buscándose el lado positivo a algo que per se es negativo. Hacemos
referencia a la acción compensatoria porque nos ayuda a entender —
mediante una interpretación extensiva— que hay circunstancias,
actividades y hasta productos y servicios que, siendo peligrosos o
riesgosos, son (cuando menos hoy en día) necesarios o, incluso, inevitables,
de ahí que el derecho no pueda prohibirlos, aunque sí puede exigir que se
informe adecuadamente del peligro o el riesgo que conllevan. Esa
información ofrecida por la empresa (más allá de que responda a una
exigencia estrictamente legal) puede entenderse como parte de su
responsabilidad social corporativa, brindándole “un valor agregado a la
misma, convirtiéndola en un modelo para empresas idóneas en un
mercado con mayores valores y que premia cada vez más este esfuerzo”
(Morales Acosta 2011: 69). En palabras de Diego Vega Castro-Sayán: “la
voluntariedad de las empresas que decidan trabajar en responsabilidad
social empresarial no puede verse alterada por una legislación que eleve
costos y altere la economía” (2010: 187).

5. La información a favor del consumidor como medio idóneo para


su protección eficaz

Alicia Ferrer Montenegro anota que “la relación de consumo refiere a una
relación jurídica entre dos sujetos —consumidor y proveedor— que los
vincula en calidad de deudor-acreedor” (2010: 233). El detalle está en que
dicha relación es, por su propia naturaleza, asimétrica, pues usualmente el
proveedor cuenta con mayor y/o mejor información que el consumidor.
Carlos Alberto Montaner nos recuerda que “la lucha por la igualdad ante la
ley, consagrada en todos los textos legales desde las revoluciones liberales
del siglo XVIII, se ha ido depurando y refinando, y hoy, tácitamente, incluye
también el derecho que tiene el consumidor a ser tratado con equidad, y
sin sufrir el agravio comparativo de que otra persona posea privilegios que
a él le son negados” (2004: 9). En sintonía con ese ánimo modernizado de
igualdad ante la ley, y en aras de superar la asimetría informativa, la
legislación contemporánea ensalza la información a favor del consumidor
como un mecanismo idóneo para su protección eficaz.

Actualmente, pues, la información es un derecho consustancial al


consumidor, y así lo entiende nuestro Código de Protección y Defensa del
Consumidor cuando en el inciso b) de su artículo 1.1 regula el “derecho a
acceder a información oportuna, suficiente, veraz y fácilmente accesible,
relevante para tomar una decisión o realizar una elección de consumo que
se ajuste a sus intereses, así como para efectuar un uso o consumo
adecuado de los productos o servicios”. La norma referida no hace más que
reiterar el criterio expuesto en la jurisprudencia del Indecopi, como puede
apreciarse en la Resolución 72-97-TDC, según la cual los proveedores
tienen “la obligación de consignar de manera veraz toda la información
relevante sobre los productos y servicios ofertados”, así como en la
Resolución 102-97-TDC, donde se sostiene que “para determinar qué
prestaciones y características se incorporan a los términos y condiciones de
una operación en caso de silencio de las partes o en caso de que no existan
otros elementos de prueba que demuestren qué es lo que las partes
acordaron realmente, se acudirá a las costumbres y usos comerciales, a las
circunstancias que rodean la adquisición y a otros elementos que se
consideren relevantes”.

La revaloración del consumidor ha colocado en las manos de este un


derecho mínimo: la información oportuna, suficiente, veraz y accesible.
Aquí conviene traer a colación las palabras del chef Gastón Acurio:
“Nosotros entendimos hace tiempo, como cocineros, que un restaurante
no es solo su cocina. Es sobre todo una experiencia. Todo tiene que
significar, decir y transmitir emociones. Servicio, comida, discurso,
ambiente, valor, son variables igual de importantes. Lo más importante es
ser coherente” (Luque 2010: 57). Ante ello subrayamos que para significar,
decir y transmitir es fundamental la información. En otro contexto, Steve
Ballmer, presidente ejecutivo de Microsoft, anunció el 6 de junio del 2002
que el nuevo objetivo de la corporación era la excelencia, en particular la
excelencia en cada punto de la relación con sus clientes, lo cual supondría
información de calidad (Slater 2007: 200), pues, como solía decir Walt
Disney, “en Disneyland, los visitantes son nuestros invitados” (Capodagli y
Jackson 2007: 71). El proveedor que en verdad quiera calificar para tal
título deberá procurar que el consumidor tenga a su disposición la
correspondiente información; no se trata de tener a un consumidor a
ciegas (y retenerlo mientras permanezca así), porque esa será una falsa
percepción, tan irreal como efímera, insostenible en el tiempo.

En este orden de ideas, la información “puede ser conceptualizada como


un bien, en cuanto tiene un valor económico determinado por las
circunstancias y por la utilidad que tiene para los particulares” (Bullard
2000: 292), de modo que “el deber de información debe ser entendido
como el derecho de los consumidores a recibir de los proveedores toda la
información oportuna y necesaria a efectos de tomar una decisión
adecuada en la adquisición de productos o prestación de servicios” (Salas
Valderrama 2010: 188). Atendiendo a los Lineamientos 2006 de la Ley de
Protección al Consumidor, la información antes aludida debe entenderse
como la información relevante: “Existe cierta información mínima que, por
su relevancia para efectos [de] que el consumidor tome su decisión de
consumo, debe ser puesta en conocimiento del consumidor”. Empero hay
veces en que la simple información no es suficiente para conseguir la
protección eficaz del consumidor, lo cual ocurre sobre todo tratándose de
productos o servicios riesgosos o peligrosos.

6. La protección eficaz respecto a productos o servicios riesgosos o


peligrosos

La norma glosada establece como uno de los derechos mínimos del


consumidor el derecho a la seguridad, que se manifiesta como la
“protección eficaz respecto de los productos o servicios que, en
condiciones normales o previsibles, representen riesgo o peligro para la
vida, salud e integridad física”. Algunos autores confunden el alcance de la
referida norma al considerar que procura prevenir “todo peligro que pueda
causar el consumo de un producto mal fabricado o de un servicio mal
realizado” (Carbonell 2010: 87) o que “los proveedores deben tomar las
medidas de seguridad, mínimas y previsibles, para reducir los riesgos que
puedan perjudicar a los consumidores en las transacciones comerciales que
tengan y que puedan repercutir en su salud, seguridad y/o integridad
física” (Salas Valderrama 2010: 186). Pero no es este el sentido del artículo
examinado: hay que ir más allá y entenderlo aplicable a los productos y
servicios que por sí mismos son riesgosos o peligrosos, sin tener que llegar
al extremo de que su fabricación o prestación hayan sido mal realizadas, ni
tener que incidir en el deber mínimo de diligencia esperada del proveedor.

Una comparación del derecho a la seguridad en cuanto a los textos


contenidos tanto en la anterior como en la vigente legislación de la
materia, puede apreciarse claramente en el siguiente cuadro:

Texto Único Ordenado de la Ley


Código de Protección y Defensa
del
del
Sistema de Protección al
Consumidor
Consumidor

Decreto Supremo 006-2009-PCM Ley 29571

Norma derogada Norma vigente


Artículo 5.- Artículo 1. Derechos de los
consumidores
En los términos establecidos por el
presente Decreto Legislativo, los 1.1 En los términos establecidos
consumidores tienen los por el presente Código, los
siguientes derechos: consumidores tienen los
siguientes derechos:
a) Derecho a una protección eficaz
contra los productos y servicios a) Derecho a una protección
que, en condiciones normales o eficaz respecto de los productos
previsibles, representen riesgo o y servicios que, en condiciones
peligro para la salud o la seguridad normales o previsibles,
física. representen riesgo o peligro para
la vida, salud e integridad física.

Del contraste de ambos dispositivos jurídicos se aprecian nítidamente solo


tres cambios: primero, se reemplaza “contra los productos y servicios” por
“respecto de los productos y servicios”, lo que denota una mejor
redacción; segundo, se agrega “la vida” como bien jurídico tutelado, lo cual
también es pertinente porque se aludía a bienes jurídicos menores (la
salud y la seguridad física) y se dejaba de lado un bien jurídico de mayor
relevancia (la vida); y tercero, se reemplaza la “seguridad física” por la
“integridad física”, lo que concuerda con el derecho fundamental de la
persona consagrado en nuestra Constitución Política.

Asentados en la normatividad vigente y desmenuzando el texto pertinente,


caben hasta 24 casos, si trabajamos con cuatro criterios de clasificación:
ofrecimiento, que comprende productos (Prod.) y servicios (Serv.);
condiciones, que pueden ser normales (Norm.) y previsibles

(Prev.); potencialidad, que abarca riesgo (Riesg.) y peligro (Pelig.); y


afectación, que subsume vida (Vida), salud (Salud) e integridad física
(Integ.). Veamos el siguiente cuadro:

N. Ofrecimient Condiciones Potencialida Afectación


º o d
Prod Serv Norm Prev Riesg Pelig Vid Salu Integ
. . . . . . a d .

1 x x x x

2 x x x x

3 x x x X

4 x x x x

5 x x x X

6 x x x X

7 x x x x

8 x x x X

9 x x x X

10 x x x x

11 x x x X

12 x x x X

13 x x x x

14 x x x X

15 x x x X

16 x x x x

17 x x x X

18 x x x X

19 x x x x

20 x x x X
21 x x x X

22 x x x x

23 x x x X

24 x x x X

Es decir:

a) Productos que, en condiciones normales, representen


riesgo para la vida.

b) Productos que, en condiciones normales, representen


riesgo para la salud.

c) Productos que, en condiciones normales, representen


riesgo para la integridad física.

d) Productos que, en condiciones normales, representen


peligro para la vida.

e) Productos que, en condiciones normales, representen


peligro para la salud.

f) Productos que, en condiciones normales, representen


peligro para la integridad física.

g) Productos que, en condiciones previsibles, representen


riesgo para la vida.

h) Productos que, en condiciones previsibles, representen


riesgo para la salud.

i) Productos que, en condiciones previsibles, representen


riesgo para la integridad física.

j) Productos que, en condiciones previsibles, representen


peligro para la vida.

k) Productos que, en condiciones previsibles, representen


peligro para la salud.
l) Productos que, en condiciones previsibles, representen
peligro para la integridad física.

m) Servicios que, en condiciones normales, representen riesgo


para la vida.

n) Servicios que, en condiciones normales, representen riesgo


para la salud.

o) Servicios que, en condiciones normales, representen riesgo


para la integridad física.

p) Servicios que, en condiciones normales, representen


peligro para la vida.

q) Servicios que, en condiciones normales, representen


peligro para la salud.

r) Servicios que, en condiciones normales, representen


peligro para la integridad física.

s) Servicios que, en condiciones previsibles, representen


riesgo para la vida.

t) Servicios que, en condiciones previsibles, representen


riesgo para la salud.

u) Servicios que, en condiciones previsibles, representen


riesgo para la integridad física.

v) Servicios que, en condiciones previsibles, representen


peligro para la vida.

w) Servicios que, en condiciones previsibles, representen


peligro para la salud.

x) Servicios que, en condiciones previsibles, representen


peligro para la integridad física.

En el tema materia de análisis hay un precedente de observancia


obligatoria contenido en la Resolución 095-96-TDC, recaída en el
expediente 202-96-CPC y publicada en el diario oficial El Peruano, el 18 de
diciembre de 1996, en los siguientes términos:

La razonabilidad de una advertencia, sea que esté referida a los riesgos y


peligros que normalmente tienen ciertos productos (es decir, las
advertencias a las que alude el segundo párrafo del artículo 9 del Decreto
Legislativo 716) o que esté referida a los riesgos y peligros no previstos que
se detecten con posterioridad a la colocación de los productos en el
mercado (es decir, la obligación de advertir al consumidor, contenida en la
última parte del artículo 10 del Decreto Legislativo 716) debe ser analizada
en relación a los siguientes elementos básicos:

a) La advertencia debe ser difundida con la debida celeridad.


Se deben difundir las advertencias en un plazo prudencial de
acuerdo con la gravedad del riesgo o peligro involucrado. Esto
implica que, tratándose de un grave daño a la salud de los
consumidores, las advertencias deben ser difundidas de
inmediato, apenas existan indicios razonables para suponer la
existencia del peligro.

b) El uso de un encabezamiento o señal de advertencia


adecuados al riesgo o peligro que se advierte. El “título” con el
que pretende llamar la atención del consumidor debe ser
adecuado para que, sin alarmar innecesariamente, llame la
atención lo suficientemente en relación a la magnitud del riesgo
al segmento de la población afectada que busca advertirse y
permita a los interesados identificar la importancia de la
advertencia para ello.

c) El tamaño y frecuencia de la advertencia deben ser


adecuados. Las dimensiones de la advertencia y la frecuencia
con las que se hace (en el caso que la advertencia se haga por
medios de comunicación) deben permitir razonablemente que
se llegue a la mayoría de los consumidores afectados.

d) Se debe especificar la naturaleza del riesgo o peligro que se


advierte. Esto implica señalar si estamos, por ejemplo, frente a
un riesgo a la salud, o a la propiedad del consumidor, o
simplemente puede implicar la pérdida del producto adquirido.
Por ejemplo, si un producto es tóxico si se bebe o dañino si se
aplica sobre los ojos, debe indicarse tales efectos.

e) Debe utilizarse un lenguaje accesible y entendible por un


consumidor razonable. Debe por tanto descartarse el uso de
lenguaje excesivamente técnico o científico, utilizándose por el
contrario términos que permitan al consumidor entender cuáles
son los riesgos o peligros que se le advierten.

f) Se debe describir el nivel de incertidumbre que rodea al


riesgo o peligro previsible. Si el riesgo es solo potencial o no se
tiene certeza absoluta del mismo, puede indicarse ello en el
aviso, pudiendo en estos casos usarse expresiones
condicionales. Por el contrario, si se trata de un riesgo cierto y
preciso, debe utilizarse un lenguaje que dé a entender ello al
consumidor.

g) Deben explicarse las medidas que se deben adoptar para


evitar el riesgo o para mitigar los efectos que pudieran
producirse. La advertencia debe, de ser posible, señalar cómo
corregir estos problemas de una manera clara y sencilla.

Este precedente, de observancia obligatoria (pronunciado a propósito de


un caso que, en verdad, se refirió a un riesgo injustificado [Atoche 2007:
79]), está hoy recogido en el Código de Protección y Defensa del
Consumidor, en el capítulo IV (Salud y seguridad de los consumidores),
subcapítulo I (Protección a la salud y seguridad de los consumidores),
específicamente en los artículos 25 (deber general de seguridad), 26
(medidas de los proveedores frente a los riesgos previstos), 27
(información de productos o sustancias peligrosas), 28 (medidas de los
proveedores para eliminar o reducir los peligros no previstos) y 29
(criterios aplicables a la información y advertencia sobre el riesgo y la
peligrosidad).

Los productos de tabaco y las bebidas alcohólicas sirven para ilustrar los
supuestos reseñados en líneas anteriores. Sin perjuicio de otros casos,
igualmente interesantes respecto a productos (como los insumos químicos,
los medicamentos y los plaguicidas) o respecto a servicios (como los
servicios médicos en una intervención quirúrgica, que exige el
consentimiento informado), nos referiremos a los productos mencionados.

Podemos categorizar los productos de tabaco como aquellos que, en


condiciones normales, representan peligro para la vida y la salud (Pinillos
et al. 2005). Precisamente, atendiendo a dicha realidad, en los últimos años
se produjo una ola legislativa regulatoria de los productos de tabaco,
pudiendo citarse la Ley 25357 (de 1993, que prohibió fumar en espacios
cerrados de uso público), la Ley 26739 (de 1996, que regula la publicidad
de cigarrillos en la televisión y la radio), la Ley 26849 (también de 1996,
que prohíbe la venta y la publicidad de productos de tabaco en lugares de
acceso público), la Ley 26957 (de 1998, que prohíbe la venta de productos
de tabaco a menores de edad) y la Ley 28705 (del 2006, que derogando
todas las anteriores estableció medidas para la prevención y el control de
los riesgos del consumo del tabaco).

Merece especial mención el Reglamento de la Ley 25357, aprobado


mediante el Decreto Supremo 083-93-PCM, que estableció en su artículo 7:
“Las cajetillas, paquetes o bolsas de productos de tabaco deberán de llevar
de manera ampliamente legible, ocupando no menos de la décima parte
del área total del empaque, la frase ‘Fumar es dañino para la salud, está
prohibido fumar en lugares públicos, según la Ley Nº 25357’”. Esta norma
se encuentra derogada, pero tiene el mérito de haber sido pionera en
imponer el citado texto en los empaques de los productos de tabaco. Hoy
está vigente el Reglamento de la Ley 28705, aprobado mediante el Decreto
Supremo 015-2008-SA (modificado posteriormente por el Decreto
Supremo 001-2010-SA y, recientemente, por el Decreto Supremo 001-
2011-SA), que estipula en su artículo 22.2 que deberán incluirse frases que
constituyen advertencias sanitarias y que son las siguientes:

a) Fumar causa gangrena.

b) Fumar causa cáncer de mama.

c) Fumar causa impotencia sexual.


d) Fumar causa aborto.

e) Fumar causa cáncer de pulmón.

f) El humo del tabaco causa asma en los niños.

g) El humo de tabaco daña a tu bebé.

h) La nicotina es tan adictiva como la heroína.

i) Fumar causa infarto al corazón.

j) Fumar causa cáncer de laringe.

k) Fumar causa infarto cerebral.

l) Fumar causa ceguera.

En cuanto a las bebidas alcohólicas, estas pueden categorizarse como


productos que, en condiciones previsibles, representan riesgo para la vida,
la salud y la integridad física. La Ley 28681 prescribe en su artículo 7: “En
un espacio no menor del 10% del área total del empaque, envolturas o
afines, así como en las etiquetas de los envases que se utilicen para la
comercialización de cualquier bebida alcohólica, se consignará en
caracteres legibles la siguiente frase: ‘Tomar bebidas alcohólicas en exceso
es dañino’”.

Entonces, puede apreciarse que la producción, la comercialización y la


publicidad de los productos de tabaco y de las bebidas alcohólicas son
lícitas, pero el consumo de estos representa —en condiciones normales o
previsibles— riesgo o peligro para la vida, la salud y la integridad física,
según lo anteriormente explicado. De ahí que la legislación de la materia
exija ir más allá de la información que todo proveedor debe ofrecer a los
consumidores, normando específicamente los textos y las características
de dicha información, en procura de conseguir una protección eficaz de
estos últimos.

7. Conclusiones

1. La importancia de la protección del consumidor reposa en


dos claras razones: por un lado, la superación de la antigua
dicotomía “parte fuerte - parte débil” en la contratación; y por otro,
el reconocimiento de la asimetría informativa en la relación de
consumo.

2. El actual régimen constitucional económico contenido en


nuestra Constitución Política tiende a la protección del consumidor,
sin que ello suponga una actuación paternalista que, lejos de ser
beneficiosa, termina siendo contraproducente para todos los que de
una u otra manera están involucrados en el mercado.

3. El gobierno corporativo, la ética empresarial y la


responsabilidad social corporativa son los nuevos referentes para la
actuación de las empresas en el mercado, que, entre otras
cuestiones, hacen énfasis en la revaloración del rol del consumidor.

4. La revaloración del consumidor hace posible que este haya


ganado, cuando menos, un derecho mínimo, cual es la información
oportuna, suficiente, veraz y accesible. Pero hay veces en que la
simple información no es suficiente para conseguir la protección
eficaz del consumidor, lo cual ocurre sobre todo con relación a
productos o servicios riesgosos o peligrosos.

5. El derecho de seguridad es aplicable a los productos y


servicios que por sí mismos son riesgosos o peligrosos, sin tener que
llegar al extremo de que su fabricación o prestación hayan sido mal
realizadas, ni tener que incidir en el deber mínimo de diligencia
esperada del proveedor.

6. La producción, la comercialización y la publicidad de los


productos de tabaco y de las bebidas alcohólicas son lícitas, pero el
consumo de estos representa, en condiciones normales o
previsibles, riesgo o peligro para la vida, la salud y la integridad física;
de ahí que la legislación de la materia exija información específica y
norme los textos y las características de esta, en procura de
conseguir una protección eficaz de los consumidores.

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