Principios para La Convivencia Social

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IV BIMESTRE – DPCC - III° AÑO

“Año del Bicentenario, de la consolidación de nuestra Independencia, y de la conmemoración de las heroicas batallas de Junín y
Ayacucho”

FICHA DE LECTURA

CONVIVENCIA Y VALORES DEMOCRÁTICOS


Para que la convivencia social sea justa y respetuosa de la diversidad étnica y cultural, es fundamental poner en
práctica los valores democráticos en todos los aspectos de la vida social. Esto implica tomar conciencia de la
problemática que se requiere enfrentar, así como comprometerse a respetar las normas jurídicas que surjan del
consenso democrático.
La convivencia democrática necesita de la aplicación de valores fundamentales, como el respeto activo, la igualdad y la
equidad de género. Asimismo, requiere comprender las características del bien común y su relación con las normas
jurídicas que organizan un Estado democrático.

Principios para la convivencia social

La diversidad de nuestra nación nos plantea grandes retos para consolidar una convivencia social basada en principios
democráticos. Para alcanzar ese objetivo, debemos conocer y aplicar los valores éticos.

La democracia como estilo de vida

Por su etimología, la palabra democracia significa “gobierno del pueblo” (del griego demos, “pueblo”, y kratos,
“gobierno”). Este término puede entenderse desde dos perspectivas:

 Por un lado, como un sistema político, es decir, un régimen basado en los principios de respeto, promoción
y garantía de los derechos humanos, así como en la autodeterminación del pueblo, que se expresa a través
del sufragio y la participación. La democracia expresa la voluntad de la mayoría en el momento de votar, pero
además es fundamental el papel de las minorías. ¿Por qué? Porque la mayoría no puede atribuirse la toma de
decisiones sin tener en cuenta los intereses de los grupos menos numerosos e influyentes, que precisamente
tienen la función de controlar y vigilar el desempeño de los que fueron elegidos.

 +por otro lado, como un estilo de vida, la democracia se expresa a través de un conjunto de ideas, valores y
actitudes; es decir, hace posible que las personas respeten y hagan respetar sus derechos y los de los demás
para garantizar la convivencia social. Cuando vivimos en democracia supone cumplir varios procesos. A partir
de ellos, se encuentra el reconocimiento del otro, es decir, de los demás, como interlocutor válido con el que
podemos comunicarnos, dialogar y llegar a acuerdos sin recurrir a la violencia.

Aprendimos a convivir

La palabra convivencia proviene del latín conviviere, que significa “vivir en compañía de otros o cohabitar”. El concepto
de convivencia da cuenta así d un hecho propio, aunque no exclusivo, de los seres humanos. El vivir con otros.
En la vida en comunidad, aprendemos a regular nuestras acciones por que comprometen y afectan la vida de otros.
Requiere, por lo tanto, que seamos capaces de reconocer las carencias físicas o económicas de los demás, así como
sus deseos, aspiraciones o expectativas. Sobre esa base, aprenderemos a respetar a los otros y a exigir lo mismo para
nosotros.

La tolerancia

La tolerancia es un valor que consiste en la capacidad de aceptar ideas, opiniones, creencias y comportamientos con
los que no estamos de acuerdo. Se relaciona con la práctica del diálogo y la escucha activa. Actuar con tolerancia ante
situaciones, eventos y conductas con las que discrepamos (siempre que no dañen a otras personas) equivale a actuar
con cortesía, atención y consideración a los demás.

Según el psiquiatra Alejandro Rocamora, para poner en práctica este valor debemos:

Referencia:
Fonseca, J., Villa, N. y Candela. (2018). Desarrollo Personal, Ciudadanía y Cívica. Ediciones Santillana. pp. 60 - 61
IV BIMESTRE – DPCC - III° AÑO

 Ser tolerantes con nosotros mismos. Conlleva reconocer nuestras capacidades y limitaciones cuando, por
ejemplo, no podamos lograr nuestros proyectos u objetivos, aunque sean buenas.

 Superar el miedo a la intolerancia o al rechazo. Implica comprender que existen personas que no saben ser
tolerantes y, por lo tanto, nunca aprobarán lo que hacemos. No debemos cambiar nuestras convicciones para
agradar a otros.

 Aprender a aceptar a los demás. Consiste en reconocer nuestras diferencias con los otros y valorar
posiciones ajenas a través de la convivencia.

La igualdad

La igualdad es un valor que concibe que todas las personas, independientemente de su religión, color de piel, sexo,
nacionalidad, orientación sexual, etc., deben gozar de los mismos derechos. Cuando la igualdad se consagra en una
sociedad, se puede disfrutar de las mismas oportunidades para llevar una vida digna. En ese sentido, es un valor
fundamental en toda sociedad democrática.

Según la pedagoga Susana Cela López, existe cinco tipos de igualdad:

 Igualdad de género. Es la igualdad que existe entre hombres y mujeres sin estar ilimitados por estereotipos,
roles o perjuicios.

 Igualdad de etnia. Es la igualdad existente entre los individuos, independientemente de su lugar de


nacimiento, cultura, comportamiento, lengua u origen genealógico.

 Igualdad de clase social y económica. Es la igualdad que existe entre todo ser humano en cuanto a sus
derechos como ciudadano, independientemente de su estado social o económico.

 Igualdad religiosa. Es la igualdad existente sobre todos los seres humanos, sin discriminarlos por criterios
religiosos. Las creencias de la fe no pueden suponer impedimento para conseguir sus derechos.

 Igualdad de personas con necesidades especiales. Es la igualdad de condiciones civiles, políticas,


culturales y sociales de la que deben disfrutar estas personas.

La equidad

La equidad es el valor ligeramente distinto a la igualdad, aunque estrechamente relacionado con él. La equidad implica
dar a las personas las mismas posibilidades para que logren su realización. Sin embargo, es importante tener en cuenta
las necesidades particulares y el esfuerzo de cada una. La equidad introduce el principio de justicia en la igualdad. Por
ejemplo, no se puede aplicar la igual absoluta cuando se trata de personas o grupos vulnerables que necesitan de una
acción afirmativa del Estado. Es el caso de las minorías de diverso tipo (étnicas o sexuales) o de la población en
situación de pobreza, que requieren de mayores facilidades que el resto de los ciudadanos para su realización.

La acción afirmativa y la equidad

La acción afirmativa alude al conjunto de políticas o acciones públicas llevadas a cabo para favorecer a determinados
sectores sociales históricamente discriminados, tales como los pueblos indígenas o las mujeres. Debido a la situación
vulnerable de algunos grupos humanos, los Estados implementan un conjunto de normas y procedimientos especiales
para garantizar la protección y promoción de sus derechos. Lo que motiva la protección específica de los derechos
humanos es la búsqueda de la igualdad real en el acceso y en el disfrute de esos derechos por parte de todas las
personas. No se trata de reconocer derechos humanos diferentes a determinados grupos de personas, sino de
identificar la situación relegada que presentan o pueden presentar. Este reconocimiento lleva a crear sistemas y
estrategias para igualar las oportunidades de quienes integran esos grupos en relación con los demás.

La equidad de género

Este concepto alude a la búsqueda de equidad y justicia en las condiciones de vida y las oportunidades de realización
personal de hombres y mujeres. Incluye diversos aspectos, como la salud, la educación, el trabajo o la política. La
Referencia:
Fonseca, J., Villa, N. y Candela. (2018). Desarrollo Personal, Ciudadanía y Cívica. Ediciones Santillana. pp. 60 - 61
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equidad de género no busca que los hombres y las mujeres sean iguales, sino que se generen oportunidades similares
para ambos teniendo en cuenta sus particularidades.

La evolución histórica de la equidad de género

La Revolución francesa (1789) y las demás revoluciones liberales del siglo XIX divulgaron ideologías favorables a la
igualdad jurídica, de libertades y de derechos políticos. De estas ideas surgió el movimiento a favor de la igualdad de la
mujer y su liberación, al que se conoce con el nombre de feminismo.

En sus inicios, una de las principales metas del feminismo fue conseguir el derecho al voto, una tarea por la que
lucharon incansablemente las mujeres comprometidas en el movimiento sufragista. Otro hecho decisivo lo constituyó la
incorporación de la mujer al trabajo durante la Primera Guerra Mundial, cuando empezaron a sustituir en las fábricas a
los hombres que se habían marchado a la guerra. Se inició así una época de reivindicaciones como la mejora de la
educación, la capacitación profesional y la apertura de nuevos horizontes laborales.

La Segunda Guerra Mundial, en la que las mujeres adquirieron un rol activo en el mundo laboral supuso otro paso
importante en el avance de la conciencia de la equidad de género. Eso se vio reflejado en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, que internacionalizó la condena a la discriminación hacia la mujer. No obstante, en muchos
lugares del mundo se sigue justificando una situación de desigualdad y discriminación real debido a tradiciones y
valores culturales diversos. Distintas declaraciones y conferencias internacionales han insistido en la necesidad de
tomar medidas frente a situaciones que vulneran estos derechos, como la violencia, la prostitución y el tráfico de
mujeres, la desigualdad en el mundo del trabajo.

La equidad de género en el Perú

Desde fines del siglo XIX, surgieron líderes sociales y movimientos que desarrollaron la lucha por la equidad de género
en el Perú. Algunas de sus pioneras fueron Clorinda Matto de Turner, Teresa Gonzales de Fanning y Mercedes Cabello
de Carbonera.

En las primeras décadas del siglo XX, surgieron dos importantes figuras a las que se considera fundadoras del
feminismo peruano: María Jesús Alvarado y Zoila Aurora Cáceres. Ambas emprendieron campañas a favor del
reconocimiento legal de los derechos de la mujer. En ese mismo periodo, aparecieron en el movimiento sindical. Su
activa intervención en los procesos sociales contribuyó a que los políticos latinoamericanos toman conciencia de que
mientras las mujeres no tuvieran acceso al voto sería difícil hablar de una autentica ciudadanía en sus sociedades.

En el Perú la constitución de 1933 aprobó un derecho de sufragio restringido para las mujeres: podían votar en
elecciones municipales las que tuvieran más de 21 años o aquellas casadas o madres de familia. Esta disposición
nunca se dio en la práctica, pues las primeras elecciones municipales recién se convocaron en 1963.

En 1955, se otorgó el derecho al voto a las mujeres alfabetas mayores de 21 años o casadas mayores de 18 años. Sin
embargo, el voto universal para las mujeres solo pudo hacerse realidad en 1978, cuando se permitió el voto a quienes
no sabían leer ni escribir. Según datos del censo nacional de 1961, más de la mitad de las mujeres eran analfabetas,
mientras que en 1972 lo era una de cada tres. Otro hecho importante se produjo en 1999, cuando se estableció una
cuota mínima de participación femenina en las listas electorales para estimular una mayor participación política de las
mujeres.

Normas y convivencia social

Una convivencia social adecuada se basa en el respeto a los derechos y las necesidades de los demás. Para regular
esa convivencia, existen normas, leyes y sanciones. La conducta de las personas está ordenada por normas, es decir,
reglas para que indican cómo se debe actuar en cada circunstancia. Algunas veces podemos elegir el tipo de conducta
que deseamos seguir; otras, en cambio, la libertad de elección es menor. Las sanciones sirven para corregir las
conductas equivocadas, aunque también tienen una función educativa.

Referencia:
Fonseca, J., Villa, N. y Candela. (2018). Desarrollo Personal, Ciudadanía y Cívica. Ediciones Santillana. pp. 60 - 61
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La capacidad de elaborar normas y seguirlas es propia del ser humano. Los animales no tienen normas, se mueven por
instinto; las personas, en cambio, además de instintos tienen cultura. Uno de los aspectos de la cultura es,
precisamente, la facultad de elaborar normas o reglas de comportamiento para organizar la vida en sociedad.

Una característica de las normas es que pueden variar según las sociedades y las épocas. Sin embargo, hay algunas
que son comunes a toda la humanidad desde tiempos antiguos y conservan su vigencia. Una de ellas es el
impedimento de matrimonio entre parientes unidos por lazos de sangre. Otro ejemplo es el castigo a aquellos individuos
que hayan atentado contra la integridad de otro. Las sanciones pueden variar según las culturas y los momentos
históricos, pero se conserva una idea esencial: la necesidad de castigar a quienes vulneren la vida.

Actitudes para fortalecer la convivencia social

Para consolidar la convivencia social y potenciar los lazos entre los individuos de una comunidad, es importante tener
en cuenta actitudes concretas, como la empatía y el diálogo.

 Empatía. La empatía es la capacidad de comprender los sentimientos, perspectivas, pensamientos, deseos y


creencias del otro. Es fundamental para establecer relaciones sanas, además de construir un mecanismo de
comprensión entre las personas. A través de la empatía, podemos sentir que participamos de la experiencia de
otros para realizar prácticas comunes.

 El Diálogo. El diálogo es una forma de comunicación que requiere del esfuerzo y la disposición de quienes
participan en ella. No existe la posibilidad de dialogar si no hay capacidad de escucha. El diálogo supone un
constante esfuerzo de comunicar posturas, ideas, deseos y, del mismo modo, de escuchar al otro. Lo contrario
al diálogo es el monologo, una forma de comunicación en las que solo una persona habla mientras las demás
escuchan.

Referencia:
Fonseca, J., Villa, N. y Candela. (2018). Desarrollo Personal, Ciudadanía y Cívica. Ediciones Santillana. pp. 60 - 61

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