Adornadas Cap10

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 24

Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su p orte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus


maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10
CAPÍTULO 10

Una probadita del cielo


Cultivando devoción por el hogar
Amor y labor, hogar y trabajo; estos conceptos necesitan una perspectiva eterna.
CAROLYN McCULLEY

NO FUE NADA SOFISTICADO, PERO FUE UN REGALO MUY DULCE.


Mi esposo y yo nos reunimos en el hogar de nuestros dulces amigos Gaby
y Alex, junto a sus cuatro hijos y otro miembro de la familia una noche. Nos
sentamos a la mesa del comedor para saborear una sopa de pollo y vegetales
y un pan aromático. Conversamos, nos reímos y jugamos a un animado juego
llamado cara o cruz. Luego cerramos la velada con un tiempo de oración
prolongado con todos en círculo. En las paredes de la sala había ilustraciones
originales hermosas que representaban temas bíblicos; esta es tan solo una de
las maneras en que Gaby, que dejó su carrera de consejería matrimonial y
familiar para servir a su esposo e hijos, usa sus dones para adorar a Cristo y
dar testimonio de Él a su familia y sus amigos.
Esta esposa y madre generosa tiene que distribuirse en múltiples tareas
actualmente y hacer malabares para atender las necesidades de su esposo,
hijos pequeños y adolescentes escolarizados en el hogar, padres ancianos, una
hermana con necesidades especiales que está viviendo temporalmente en su
casa y un constante flujo de estudiantes universitarios que encuentran un
refugio bajo su techo cuando están lejos de sus hogares. Y, sin embargo,
intencionalmente ella hace de su hogar un lugar de refugio y hospitalidad.
No suele ofrecer comidas gourmet ni poner la mesa como Martha Stewart.
Lo que ella —junto a su esposo e hijos— ofrece es una extravagancia de
amor, calidez, aceptación, conversaciones profundas y sonrisas. Su casa no es
un ídolo o un fin en sí misma. Es una herramienta, un medio donde mostrar el
evangelio y la gracia de Dios.
Mi amiga les brinda a los que entran por la puerta principal (o por el
garaje) de su casa una probadita del cielo.
Porque ella —como una verdadera mujer de Tito 2— ha desarrollado
devoción por su hogar.
Un currículum basado en el hogar
Hagamos una breve pausa para recapitular un poco:
Las ancianas… que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos
y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas,
sujetas a sus maridos… (Tit. 2:3-5).

Pablo realmente dijo grandes verdades cuando delineó este currículum para
el “ministerio de las mujeres” de la iglesia de Creta hace aproximadamente
veinte siglos. Antes de sumergirnos en estas cualidades individuales, me
gustaría hacer algunas observaciones sobre esta lista en su conjunto.
Para empezar, creo que estarías de acuerdo en que esta lista desafía lo que
muchas personas piensan en estos días. Fue radicalmente contracultural en la
época de Pablo, y no lo es menos en nuestros días. Pero aquellas que confían
en la sabiduría de Dios y están dispuestas a nadar contra la corriente de la
cultura para aceptar este llamado eterno, lo verán como un camino de gran
belleza y gozo.
A continuación, merece la pena señalar lo que no incluye esta lista.
Observa, por ejemplo, que Pablo no menciona nada sobre la vida de oración
de las mujeres. No dice nada sobre su conocimiento de las Escrituras o su
fervor evangelístico.
Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento
separado de nuestra vida y
testimonio espiritual, es el
ámbito primordial donde
expresar el amor de Dios y
la belleza del evangelio.
Eso no quiere decir que estos aspectos no sean importantes. Todo creyente,
hombre o mujer por igual, debería procurar y practicar una vida de oración y
conocimiento bíblico, y Pablo lo enfatiza en otras cartas. Pero no son el punto
central de Pablo en este pasaje en particular. Tampoco incluye instrucciones
sobre la vida profesional de la mujer o sus actividades personales y
ministeriales.
También es interesante notar que, al parecer, Pablo supone que las
cualidades que está mencionando no vienen naturalmente. Dice que las
mujeres jóvenes necesitan aprender sobre estos importantes aspectos de la
vida. Son cualidades a enseñar y aprender, de una generación a la siguiente.
Y, finalmente, la lista de Pablo nos recuerda la prioridad que Dios le asigna
al hogar. Cuatro de estas instrucciones para las mujeres de la iglesia están
directamente relacionadas con la esfera doméstica:
• amar a nuestro esposo
• amar a nuestros hijos
• ser cuidadosas de nuestra casa
• sujetarnos a nuestro esposo
Y aunque el resto —pureza, bondad, dominio propio— son temas más
amplios, todos son vitales dentro del contexto del hogar y las relaciones
familiares.
Por lo tanto, el mensaje principal de este pasaje es que a Dios le importa lo
que ocurre dentro de las paredes de nuestra casa. Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento separado de nuestra vida y testimonio espiritual, es
el ámbito primordial donde expresar el amor de Dios y la belleza del
evangelio.
El hogar, como Dios lo diseñó, no es una tradición cultural o una cuestión
de conveniencia pragmática. Su propósito es ser una parábola de la historia
redentora en la cual Su intención es restaurar el Paraíso, al establecer su
morada entre los hombres y convertir a los pródigos en hijos e hijas. Los
hogares cristianos están destinados a contar esa historia.
Con esto no quiero decir que aquellas que no se casan o no tienen hijos
están excluidas de esta historia o exentas de cumplir con las
responsabilidades y disfrutar de las bendiciones del hogar.
No, en cierto sentido, el currículum de Pablo basado en el hogar es para
todas nosotras.
Por lo tanto, si estás tentada a saltarte estos capítulos porque no perteneces
al grupo demográfico de “joven esposa y madre”, espero que te quedes
conmigo para ver cómo podemos vivir y adornar el evangelio de Cristo en
nuestro hogar.

No es suplementario
Si eres de mi edad, cuando lees la receta de Pablo para las mujeres jóvenes,
podrías imaginar a la generación de los años cincuenta. Y podrías verla como
una buena época: ¡Ah, qué días aquellos…! O podrías horrorizarte ante el
pensamiento: ¿Quedarme en casa para criar hijos, uno tras otro, sin parar?
Sin duda, sería un error idealizar ese período o tratar de volver a otra época.
También sería un error borrar esa porción de las Escrituras como algo
arcaico e irrelevante.
Toda la Palabra de Dios es inspirada y debe tomarse con seriedad.
Debemos esforzarnos por aplicar su verdad eterna a nuestra propia era y
contexto cultural; incluso esa pequeña frase de Tito 2:5: “cuidadosas de su
casa”.
La frase que Pablo usa aquí se traduce un poco diferente en otras versiones
bíblicas. Quienes crecimos con la versión Reina-Valera la recordamos como
“cuidosas de su casa”. Sin embargo, otras versiones dicen:
• “hacendosas en el hogar” [LBLA]
• “a trabajar en su hogar” [NTV]
• “buenas amas de casa” [RVA-2015]
La razón principal de tal diferencia es un desacuerdo en relación con la
palabra compuesta utilizada en el original griego. ¿Lista para una pequeña
lección de lengua? Los manuscritos griegos más antiguos usan la palabra
oikurgós, una palabra compuesta que combina oíkos (“hogar” o “casa”) con
ergos (“trabajo”); literalmente, “una persona no ociosa, que está ocupada en
el hogar y activa en la atención de las tareas domésticas”.
Sin embargo, otros manuscritos utilizan una palabra ligeramente distinta:
oikourós, de oíkos (“casa”) y oúros (“cuidador” o “guarda”).[1] De aquí
obtenemos la traducción “cuidadosas de su casa”, la cual sugiere que se trata
de alguien que cuida del hogar, que custodia los asuntos del hogar.
Algunos estudiosos prefieren la primera palabra como la interpretación más
exacta, mientras que otros se inclinan por la segunda. Felizmente, para
quienes no somos expertas en griego, no tiene mucha importancia. De hecho,
ambas palabras ponen en claro cuál es nuestra misión y nuestro llamado.
Cualquiera que sea el caso, el sentido general de la palabra es el de una
mujer dedicada a su hogar, que tiene devoción por el hogar. Una mujer que
participa activamente de la vida del hogar y cuya responsabilidad es su
máxima prioridad.
Hoy día es común que los hogares sean poco más que estructuras físicas
donde las personas descansan su cuerpo por la noche, toman una ducha por la
mañana y luego se dispersan en cientos de direcciones diferentes al comenzar
el día. El reloj marca la hora sobre la repisa de la chimenea, el termostato se
enciende y se apaga para regular la temperatura, el microondas suena
mientras los residentes corren para tomar una infusión y luego volver a salir
corriendo; pero se comparte muy poca vida allí.
Y ese es el mejor de los casos. En el peor de los casos, los hogares están en
absoluto desorden, caracterizados por una activa hostilidad y automática
negligencia. Podrían estar decorados a la última moda y obsesivamente
actualizados con accesorios para la puerta de entrada según cada estación del
año. Sin embargo, las relaciones dentro de las paredes del hogar se
encuentran gravemente fracturadas o, por lo menos, emocionalmente
distantes y poco sinceras.
Y esto —o algo parecido a esto— es lo que muchas mujeres conocen desde
niñas. Este es su concepto de “hogar”.
Entones aquí viene Tito 2 que, en medio de esta realidad desordenada, nos
recuerda que el hogar no es suplementario en nuestra vida “espiritual”. Es
parte inherente de nuestro discipulado y nuestro llamado como hijas de Dios.
Podemos conocer la Biblia de tapa a tapa. Podemos tener a mano toda una
gama de tonos de marcadores, listas para el estudio bíblico. Pero si no
estamos practicando la prudencia en nuestro hogar, si nuestros hijos o
nuestro esposo (o compañeras de cuarto o invitados) no nos describen como
mujeres buenas y amorosas, entonces algo no está bien.
No podemos separar nuestra vida hogareña de nuestra vida cristiana sin
perder algo que es crítico para nuestra relación con Dios y nuestra utilidad
para Su misión en el mundo. Cuando minimizamos el rol de una esposa y
madre o la importancia de establecer y mantener un hogar centrado en Cristo,
que sea un testimonio del evangelio —o aun cuando nuestro objetivo
principal es mantener todo bajo control y en buen funcionamiento—
disminuimos el enorme impacto que nuestra vida hogareña debería causar
para el reino de Dios.
¿Recuerdas la referencia de Pablo en Tito 1 a los falsos maestros que
estaban “[trastornando] casas enteras”? Él no dio detalles sobre lo que estas
personas estaban diciendo, pero sí indicó que lo estaban haciendo por
“ganancia deshonesta” (v. 11). Probablemente, eso significa que su
enseñanza era muy popular. Tenía gran aceptación. Así que es posible
imaginar, por lo que leemos, que algo de lo que estos individuos enseñaban
estaba subvirtiendo el diseño de Dios para las familias.
Vemos que hoy sucede lo mismo. A una mujer joven, cuyo principal
interés es ser una esposa y una madre piadosa —en oposición, por ejemplo, a
una terapeuta física o a una arquitecta— se la trata como si no tuviera cerebro
o ninguna ambición.
Hace varios años, el anuncio de que un seminario evangélico líder planeaba
ofrecer una licenciatura en humanidades con énfasis en el hogar no causó
mucho revuelo. Un pastor respondió a ese anuncio en su blog y caracterizó el
programa de grado como “frívolo y ridículo”. Este pastor escribió: “Un título
de seminario en la cocción de galletas es tan útil como una maestría en
divinidades con énfasis en la reparación de automóviles”.[2]
A la luz de tales actitudes y suposiciones, incluso entre las mujeres
cristianas, ¿qué debemos hacer con el hecho de que la Palabra incluye ser
“cuidadosas de su casa” en el currículum básico para la formación de mujeres
jóvenes? Una mirada retroactiva a la historia del trabajo y el hogar puede
arrojar luz sobre el tema.

Realidades antiguas y perspectivas modernas


Durante más tiempo del que tú y yo hemos estado vivas, por lo general, ha
habido una clara división entre lo que ocurre en el trabajo y lo que sucede en
casa. La mayoría de las personas que “trabaja” se levanta, sale de su casa y va
a otro lugar (la esfera pública) donde realiza las tareas por las cuales recibe
un pago antes de regresar a su hogar (la esfera privada), gasta su sueldo y
empieza el proceso otra vez.
Pero este modelo, ahora conocido, es relativamente nuevo. Antes de la
Revolución industrial, que abarcó los siglos XVIII y XIX, no existía tal
separación entre el trabajo y el hogar. El hogar era el motor económico de la
sociedad, un lugar de productividad. Las familias —hombres, mujeres y
niños— se unían para producir bienes que hicieran posible satisfacer sus
necesidades y les permitieran suplir otras necesidades. Ambos, el hogar y el
trabajo que se realizaba en él, se consideraban esenciales y de inmenso valor.
Lejos de degradar a las
mujeres, Pablo acogía
la participación y la
colaboración de estas
y otras mujeres en el
ministerio del evangelio.
Para el siglo XX, sin embargo, todo eso había cambiado. En lugar de ser un
lugar de productividad —donde todos ponían el hombro—, el hogar se
convirtió en un lugar de consumo. Hoy día decoramos nuestra casa de manera
que exprese nuestra personalidad y estilo únicos. La mostramos en Pinterest e
Instagram para que otros puedan admirarla. Pero, en su mayor parte, nuestro
“trabajo” y nuestro hogar tienden a correr por rieles separados. Y en general,
la esfera pública —el mercado donde se paga por las labores propias— se ha
convertido en un ámbito más valorado. La esfera privada —los hogares que
son los puestos de avanzada para cultivar matrimonios amorosos, para
disciplinar y educar a los hijos, para cuidar a los miembros discapacitados o
ancianos de la familia y para ofrecer hospitalidad y cuidado a amigos y
vecinos— ha sido devaluada.
Para el mundo, así como para las propias mujeres, el sentido de identidad y
estatus proviene del trabajo productivo que realizan fuera del hogar, trabajo
por el cual reciben una compensación financiera. Y se le confiere menos
estatus a la labor doméstica diaria, que no se recompensa monetariamente. La
división entre la esfera privada y la pública ha provocado un aumento de
debates acalorados (piensa en la “guerra de las madres”) sobre el lugar de las
mujeres y el significado del hogar.
Sin embargo, cuando Pablo exhortó a las ancianas a enseñar a las mujeres
jóvenes a ser “cuidadosas de su casa”, él estaba viviendo en un contexto
totalmente distinto a nuestra era posrevolución industrial. Es importante que
entendamos esto para evitar interpretar pasajes como Proverbios 31 y Tito 2
solo a través de la lente de nuestro contexto cultural moderno.[3]
A nuestra perspectiva del siglo XXI, podría parecer que, al instar a las
mujeres a ser hacendosas en su hogar, Pablo estaba rebajando su valor y
estaba dando a entender que eran menos importantes que los hombres porque,
después de todo, el “trabajo doméstico” no remunerado no es tan importante
como el trabajo realizado en el mercado laboral (la esfera pública).
Podríamos concluir que Pablo no estaba alentando a las mujeres a colaborar
con su iglesia, comunidad o cultura.
Pero eso sería malinterpretar la intención de este mandato.
Lejos de degradar a las mujeres, Pablo era realmente progresista para su
época y su cultura. Llamó a las mujeres cristianas a estar determinadas a
poner su cabeza, su corazón y sus manos al servicio del evangelio. El apóstol
trabajaba con Priscila y su marido en su negocio de fabricación de tiendas.
Recuerda que su ministerio en Filipos recibía el sostenimiento de los
prósperos negocios de Lidia. Pablo acogía la participación y la colaboración
de estas y otras mujeres en el ministerio del evangelio (ver Ro. 16:1-16) y
nunca menospreció su trabajo o sus contribuciones. Más bien, las alentó a
utilizar sus habilidades y maximizar sus bienes para el avance del reino de
Dios.
Al meditar y reflexionar en Tito 2 a la luz de las Escrituras, he llegado a
creer que, cuando Pablo instruye a las mujeres a ser “cuidadosas de su casa”,
no está implicando algunas de estas cosas:
• No estaba mandando a las mujeres a trabajar solo en casa o que el
hogar fuera su única esfera de influencia o inversión. No está diciendo
que sus actividades domésticas deben ser su único objetivo o que su
hogar requiere atención las veinte y cuatro horas del día, los siete días
de la semana, en todo momento.
• No está diciendo que las mujeres son las únicas responsables de hacer
todo el trabajo del hogar o que es inapropiado que los hijos, el marido
y otros la ayuden.
• No está prohibiendo que las mujeres realicen tareas fuera del hogar o
que reciban una compensación económica por ese trabajo.
• No está implicando que las mujeres no tienen lugar en la esfera pública
o que no deben colaborar con su iglesia, comunidad o cultura.

Entonces, ¿qué quiere decir Pablo en este pasaje, y qué implican sus
palabras para las mujeres cristianas?
Para comenzar, la frase “cuidadosas de su casa” pone en claro que las
mujeres deben trabajar. Deben estar productivamente ocupadas. No deben
ser como las jóvenes viudas de Éfeso a quienes Pablo se refirió en su carta a
Timoteo como: “ociosas… chismosas y entremetidas, hablando lo que no
debieran” (1 Ti. 5:13). En cambio, deben vivir honorablemente y ejecutar con
fidelidad cualquier tarea que Dios les haya encomendado.
Como hemos visto, el hogar en los días de Pablo (y en la mayoría de las
épocas previas a la nuestra) era un lugar de trabajo y una unidad de pequeños
negocios de la economía local. Y, dentro de este sistema, era importante que
las mujeres fueran productivas y no ociosas. Aunque nuestros hogares del
siglo XXI no son los centros de productividad que alguna vez fueron, toda
mujer que teme al Señor es aquella que:
Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde (Pr. 31:27).

La traducción alternativa “cuidadosas de su casa” resalta la importancia de


preservar y priorizar nuestro hogar. Como hemos visto, eso no significa
necesariamente que esta sea la única prioridad, o la número uno en todo
momento, sino: “¡no dejar de cumplir con nuestras responsabilidades!”.
La instrucción del apóstol afirma que el trabajo que hacemos en casa
importa no solo para nosotras mismas y nuestras familias, sino para la
comunidad en general y la causa del evangelio. Pablo no nos está llamando
solo a decorar nuestra casa a gusto y a acomodarnos en ella. Como mi amiga
Carolyn McCulley nos recuerda, nuestro trabajo en casa es “una labor de
amor en conjunto con nuestro Creador para el beneficio de otros”.[4]
Aunque nuestra cultura no valide la importancia de este trabajo, Dios lo
valora. Y aunque no recibamos ninguna recompensa tangible por este trabajo,
Dios nos recompensará. El trabajo que hacemos en nuestro hogar tiene un
valor eterno. De modo que Pablo está siendo estratégico para el evangelio
cuando les dice a las mujeres: “No cumplan con negligencia lo que tiene
importancia eterna”.
Este pasaje también implica que las “mujeres jóvenes” —es decir,
mujeres en la etapa de vida de la crianza de los hijos— tienen la clara
responsabilidad de priorizar sus hogares e hijos. Esto no quiere decir que el
hogar y los hijos no importan en otras etapas o que las mujeres sin hijos o no
casadas no necesitan preocuparse por su hogar, sino que ninguna mujer (ni
hombre) pueden tenerlo todo; todos tenemos que tomar decisiones. Y las
mujeres jóvenes con hijos necesitan tener especial cuidado y no permitir que
otras actividades —incluso las buenas— no les hagan descuidar a sus hijos y
sus hogares.
Hoy día parece ser la norma más que la excepción, que las mujeres estén
crónicamente abrumadas con horarios saturados y sin margen. Ahora bien,
estar ocupadas no es necesariamente algo malo; Jesús mismo trabajó
incansablemente y tuvo días llenos de actividades. Pero, en mi experiencia
personal, gran parte del estrés y la presión es el resultado de tratar de hacerme
cargo de actividades y responsabilidades que compiten con mis compromisos
fundamentales y mis prioridades para esa etapa (o ese momento).
Periódicamente, necesitamos presionar el botón de pausa y preguntarnos si
sería mejor posponer esas actividades (trabajos, pasatiempos, incluso
participación en el ministerio) para otro momento cuando las podamos
emprender sin violar otras responsabilidades que Dios nos ha encomendado.
Como las Escrituras nos recuerdan: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se
quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec. 3:1).

Una cuestión de prioridad


Entonces, ¿tener devoción por el hogar significa que cada mujer tiene que
moler su propio trigo y hornear su propio pan? ¿Almacenar en su despensa
frutas y vegetales en conserva, cosechados de su propia huerta (orgánica)?
¿Tejer una manta para el sillón de su marido? ¿Colocar aplicaciones de arte
en las paredes de los dormitorios de sus hijos?
He escuchado a mujeres burlarse y exagerar tales estereotipos de
actividades “domésticas” como una manera de desechar —y, por lo tanto, no
comprender— la idea principal.
Lo que importa —sobre todo para las mujeres casadas y las madres— no es
cómo se ve el hogar de una mujer o lo que hace allí, sino si le está dando la
debida prioridad. ¿Está cumpliendo el llamado que Dios le dio en su hogar y
en la vida de su esposo e hijos? ¿Les está dando más que las sobras de su
tiempo y atención? ¿Está poniendo su corazón y su mejor esfuerzo en estas
vidas inestimables? ¿Está siendo diligente, productiva e intencional en el
cuidado y la supervisión de su hogar y en el cumplimiento de las necesidades
de su familia?
No existe ninguna metodología única, igual para todas, de cómo funciona.
Tener devoción por el hogar será diferente para cada mujer, según la
configuración y las circunstancias particulares de su familia y lo que mejor se
adapte a sus necesidades en cada etapa de la vida.
Tengo amigas y conocidas que han decidido ser “cuidadosas de su casa” a
tiempo completo, al menos mientras están criando a sus hijos. Esta decisión a
menudo requiere un gran sacrificio, pero quienes están dispuestas y logran
hacerlo obtienen muchos beneficios y bendiciones potenciales.
Recientemente tuve una conversación fascinante con Ana, una hermosa y
encantadora joven de veintidós años que reflexionó sobre su crianza. Su
madre, una profesora de gimnasia y entrenadora de baloncesto, se dedicó a su
casa cuando Dios le concedió la bendición de tener hijos con su esposo. “No
teníamos televisión por cable y no salíamos mucho a comer —me dijo esta
hija—, pero no sufrimos. Creo que fue mejor para nosotros de esta manera”.
Me contó que su madre había participado de varios tipos de actividades,
relaciones y ministerios en el vecindario y en la iglesia.
Ahora que los hijos han crecido, la madre de Ana consideró la posibilidad
de volver a trabajar fuera de la casa. Pero, al orar por esta decisión, se dio
cuenta de que limitaría su flexibilidad y disponibilidad. Ahora es libre de
ayudar a sus padres ancianos con las necesidades médicas imprevistas que
están comenzando a surgir. Dirige estudios bíblicos, ayuda a los vecinos con
la jardinería y está disponible para bendecir de muchas maneras prácticas a
aquellos que la rodean.
No conozco a esta madre, pero veo su reflejo en su hija, una joven
profundamente cariñosa que ama y sirve al Señor y a los demás, y espera
seguir los pasos de su mamá. Y veo gran valor en la decisión de la madre de
Ana de dedicar su principal atención y esfuerzo a ser una “cuidadosa de su
casa”. Tal elección debería contar con el apoyo y la aprobación de todos.
Muchas mujeres como ella, que renuncian a un empleo remunerado, se
dedican a un trabajo que, no obstante, es de gran valor eterno para el Reino:
trabajos como cuidar de los hijos, servir a los pobres, enfermos y necesitados,
ofrecer hospitalidad y servicio voluntario a las escuelas y la iglesia.
Dicho esto, también podría presentarte a otras mujeres que, por varios
motivos, decidieron trabajar fuera del hogar, pero no por eso dejaron de sentir
devoción por su hogar. Algunas tienen un trabajo regular de nueve de la
mañana a cinco de la tarde. Otras encontraron distintas maneras de contribuir
al bienestar financiero de su familia. Estoy pensando en:
• madres que dirigen un pequeño negocio de limpieza en el cual pueden
integrar a sus hijos.
• mujeres que trabajan desde su hogar y dan lecciones de piano, hacen
arreglos de ropa, ofrecen servicios contables y servicios de guardería.
• una madre soltera que trabaja incansablemente para solventar sus
gastos y mantener a sus hijos adolescentes; pero cuyo negocio le
permite establecer su propio horario para poder estar con sus hijos
tanto como le sea posible. (Desde que su esposo la dejó, ha vivido en el
hogar de miembros cercanos de su familia, que han sido como una
“familia” para sus hijos).
• una colega, cuyo esposo fue diagnosticado con un caso severo de
demencia temprana a los cuarenta años, que hace malabares para
cuidar de él y atender un trabajo por cuenta propia para solventar sus
necesidades financieras.
• mujeres que han trabajado arduamente para mantener a su familia
durante el encarcelamiento de su esposo mientras se esforzaban por
pastorear el corazón de sus hijos en la ausencia de un padre en casa.
• mujeres que trabajan junto a su esposo en empresas familiares y
organizan sus horarios de tal manera de poder atender las necesidades
de sus hijos, nietos y padres ancianos.
• dos enfermeras que trabajan dos o tres turnos por semana y se
intercambian el cuidado de los hijos entre ellas.

¿Es la vida un acto de malabares para estas mujeres? Absolutamente.


¿Alguna vez pierden ellas su equilibrio y sienten que sus prioridades están
totalmente desordenadas? Sin duda. Pero cada una tiene devoción por su
hogar. Y cada una le está pidiendo al Señor sabiduría para tomar las
decisiones que lo honren de la mejor manera en sus circunstancias actuales.
Disminuiremos el impacto
de nuestro ministerio como
creyentes si permitimos
que el hogar se convierta
en una idea secundaria.
Me doy cuenta de que hay gran cantidad de mujeres que sienten que no
tienen otra opción que trabajar fuera de su casa y organizarse de esa manera.
Vivimos en un mundo convulsionado, donde la situación no siempre es la
ideal y las decisiones no siempre son fáciles. No hemos sido llamadas a
determinar o decidir las opciones específicas de la vida, la familia o el trabajo
de otros. Pero no podemos escapar del hecho de que hemos sido llamadas a
tener devoción por nuestro hogar, de reconocer el valor inestimable y la
importancia estratégica de la inversión eterna que estamos haciendo allí.
Insisto en que este funcionamiento podría cambiar según las diferentes
etapas y los cambios en la vida de una mujer. Puede haber etapas cuando la
mujer podría tener que hacer frente a actividades extensas fuera de su casa sin
descuidar la prioridad de su hogar. Ser “cuidadosa de su casa” es diferente
para mí hoy que durante mis décadas como mujer soltera. Será diferente para
una madre con preescolares que para una mujer, cuyos hijos ya se fueron del
hogar, o para una viuda mayor. Nuestras responsabilidades pueden cambiar,
nuestro control sobre nuestro tiempo y horario puede ser mayor o menor que
el que hayamos tenido en otras etapas de la vida.
Sin embargo, independientemente de las circunstancias o la etapa de la
vida, el hogar es importante para nosotras, las mujeres. Y disminuiremos el
impacto de nuestro ministerio como creyentes si permitimos que el hogar se
convierta en una idea secundaria o si resistimos el llamado de Dios a ser
trabajadoras y cuidadosas del hogar.

Cuando no oyes el llamado al hogar


No creo que sea una coincidencia que a la mujer adúltera de Proverbios 7 se
la describa como “rencillosa; sus pies no pueden estar en casa” (v. 11).
Debido a su negligencia en cumplir con la prioridad que Dios le ha
encomendado de su matrimonio y su hogar, es más vulnerable a la tentación
y a deshonrar al Señor.
Ese fue el caso de una amiga cuyo desdén por su propio hogar casi le costó
su matrimonio. En un intercambio de correos electrónicos, Elena me contó
que su perspectiva de los “quehaceres domésticos” había estado equivocada
desde que era niña:
La pura mención de la palabra “domesticidad” prácticamente me erizaba
la piel. Me imaginaba una vida de aburrimiento, monotonía, ingratitud,
incluso esclavitud. Desde luego, no era algo que alguna vez había
concebido hacer, mucho menos desear.
Aunque mi mamá y mis dos abuelas fueron “amas de casa”, nunca fui
testigo del gozo y la libertad que ese llamado podía producir en una
mujer. Lo que recuerdo ver era un servicio hecho por obligación, sin
deleite en servir. Mi madre fue una pésima ama de casa, que limpiaba
solo cuando la suciedad era insoportable, lavaba los platos sucios solo
cuando eran más que los limpios y lavaba la ropa sucia solo cuando nos
quedábamos sin ropa limpia…
Cuando Jorge y yo nos casamos, todavía tenía esta idea malformada en
mi mente… No disfrutaba en servir ni cuidar de nuestro hogar. Sí
recuerdo intentarlo, pero solo por el sentido del deber, en lugar de
hacerlo con un corazón que se deleitaba en servir al Señor y bendecir a
mi esposo.

Cuando su hija tenía alrededor de siete años, le preguntaron a Elena si


estaría interesada en ayudar a tiempo parcial en un ministerio local. Ansiosa
por escapar de la frustración que experimentaba en su casa y de encontrar
otra vía de escape para su energía, rápidamente aceptó la oportunidad. Eso
sería grandioso.
“Instantáneamente me enamoré de mi trabajo —escribió—. Solo trabajaba
mientras mi hija estaba en la escuela, así que el horario era perfecto. Pero
había veces que, de hecho, me molestaba tener que dejar de trabajar para ir
buscarla a la escuela o tener que quedarme en casa con ella cuando se
enfermaba”.
A medida que pasaba el tiempo y su hija crecía, “el ministerio se convirtió
en mi vida —escribió—. Me quedaba a trabajar cada vez más horas, incluso
en mis días libres. No le daba importancia a pasar tiempo con mi esposo, a
ayudar con la preparación de la comida o lavar la ropa. Él hacía todo por sí
mismo. Y yo pensaba que estaba haciendo exactamente lo que debía hacer…
lo que me encantaba hacer”.
¿Percibes la seducción aquí? ¿La has sentido tú misma? ¿Puedes ver las
justificaciones que llevaron a Elena a pasar por alto las necesidades de su
esposo e hija, a ignorar las señales de advertencia de que la relación con ellos
se estaba deteriorando, mientras dedicaba toda su atención a otras tareas y
relaciones que disfrutaba más… todo bajo el disfraz de servicio cristiano?
Llegó el día cuando el apacible y complaciente esposo de mi amiga dijo
basta. Ella escribió:
Jorge se cansó de sentirse usado y de mi maltrato y desatención, y buscó
otra mujer que —por lo menos en ese momento— parecía disfrutar de
estar con él y complacerlo, y a él le gustaba eso.
Y, así de repente, Jorge se fue a los brazos de otra mujer. Por supuesto,
Elena estaba desolada. Había pensado que estaba haciendo lo que Dios
quería. Para la mayoría de la gente, ella era la “parte inocente” en este
matrimonio destruido. Pero, durante los meses siguientes, sus ojos
comenzaron a abrirse y ver de qué manera había derribado su casa en vez de
edificarla (Pr. 14:1). Sin excusar las decisiones pecaminosas de su esposo,
comenzó a aceptar su responsabilidad de haber desvalorizado y descuidado a
su esposo, su hija y su hogar.
El mensaje central de la
cruz, es el Señor Jesús que
abre Sus brazos de par en
par y nos dice: “Quiero que
vengan a Casa conmigo”.
Cuando edificamos un
hogar donde otros pueden
crecer y recibir atención,
manifestamos el corazón
y el carácter de Dios.
A través de una obra milagrosa del Espíritu en el corazón de ambos, Jorge
y Elena finalmente se reconciliaron. Dios les dio el don del arrepentimiento y
un nuevo conjunto de prioridades. A los cuarenta años de edad comenzaron a
edificar la relación y el hogar que Dios había destinado que establecieran y
disfrutaran años antes.
No obstante, solo piensa lo que se perdieron durante esos años cuando el
corazón de ambos estuvo lejos del hogar.
No te pierdas la enseñanza aquí. El mensaje de la historia de Elena no es la
importancia de cocinar y lavar ropa para la familia. No es una advertencia en
contra de participar de un trabajo o ministerio fuera del hogar. Es solo un
recordatorio de que, en la economía de Dios, se pierde algo vital cuando
descuidamos nuestro llamado al hogar.
El desdén de Elena por los aspectos prácticos de las tareas domésticas fue
sintomático de problemas del corazón más profundos. Necesitaba volver al
corazón de Dios y pedirle sabiduría para saber cómo ser una mujer cuidadosa
de su casa y así servirlo y servir a los demás.
Al fin y al cabo, lo que todas necesitamos hacer.

Un objetivo grande y glorioso


¿Alguna vez has pensado en el hecho de que Dios mismo es cuidadoso de su
casa? En Salmos 68:5-6 se le llama “Padre de huérfanos y defensor de
viudas”, que “hace habitar en familia a los desamparados”. El Salmo 113:9 se
expande sobre el tema y nos recuerda que Dios…
… hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos.
Jesús también es cuidadoso de su casa. “Voy, pues, a preparar lugar para
vosotros”, les dijo a sus discípulos en la víspera de Su traición. “Vendré otra
vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también
estéis” (Jn. 14:2-3).
El mensaje central del evangelio, el mensaje central de la cruz, es el Señor
Jesús que abre Sus brazos de par en par y nos dice: “Quiero que vengan a
Casa conmigo”.
Y cuando edificamos un hogar donde otros pueden crecer y recibir
atención, donde se sienten acogidos, amados y cuidados, manifestamos el
corazón y el carácter de Dios.
Cuando ordenamos el desorden de los juguetes esparcidos y las estanterías
de la despensa, o cuando iluminamos un rincón sombrío de la habitación con
un arreglo de flores o una nueva decoración de otro color, reflejamos a Aquel
que creó el mundo a partir de un vacío sin forma. Damos testimonio del
Creador y les mostramos a quienes viven con nosotros o nos visitan una
muestra tangible de Su belleza.
Cuando preparamos comidas deliciosas y nutritivas para nuestra familia,
les mostramos Quién alimenta a aquellos que están hambrientos y satisface
las almas cansadas y sedientas. Estimulamos su apetito no solo por sus platos
y postres favoritos, sino también por Aquel que suple todas las cosas para que
ellos las puedan disfrutar.
Cuando nos aseguramos de que los armarios y las cómodas de nuestros
hijos contengan ropa que les queda bien y suplan sus necesidades,
proyectamos una faceta de la fidelidad de Dios: Él no solo satisface nuestras
necesidades físicas, sino que también nos viste de Su justicia.
Esta relación puede no ser inmediatamente obvia para nuestra familia.
Podríamos no estar conscientes de ello tampoco. Pero lo que Dios puede
hacer en el corazón de nuestro esposo y nuestros hijos e incluso compañeras
de cuarto, al realizar las labores metódicas, gráciles, creativas y musculares
de nuestro hogar, es mucho más significativo de lo que parece a primera
vista.
El ambiente acogedor que ofrecemos a nuestros familiares y amigos, los
mandados que realizamos, las salidas que planificamos, el cuidado que
brindamos en tiempos de enfermedad y los esfuerzos que llevamos a cabo
para promover el bienestar, cada una de estas acciones cotidianas y miles de
otras revelan en minúscula escala un aspecto de la naturaleza de Dios. Las
tareas a menudo tediosas y triviales de los quehaceres domésticos se
convierten en actos de adoración, nuestras acciones comunes y corrientes son
obras de arte.
Este es el objetivo de todo nuestro “trabajo” y “cuidado” del hogar, una
probadita del cielo que podemos ofrecer a nuestro marido, nuestros hijos,
nuestros vecinos, nuestras compañeras de cuarto y nuestros invitados. Con
cada acto de planificación y cuidado demostramos una realidad superior y
definitiva. Ofrecemos un anticipo de las cosas de arriba. Así como Jesús
anunció su promesa de un hogar celestial como una manera de que nuestro
“corazón” no se “turbe” (Jn. 14:1), nuestro esfuerzo en crear un ambiente
hogareño agradable puede traer paz a los que viven allí o nos visitan incluso
como un anticipo de su hogar celestial eterno.
Mi amiga Jani Ortlund lo expresa de la siguiente manera:
Nuestros hogares, por más imperfectos que sean, deberían ser un reflejo
de nuestro hogar eterno, donde las almas turbadas encuentren paz, los
corazones cansados encuentren descanso, los cuerpos hambrientos
encuentren refrigerio, los peregrinos solitarios encuentren compañía y
los espíritus heridos encuentren compasión.[5]
El ministerio del hogar no es un llamado insignificante.
Y no, no estoy tratando de dar glamour al trabajo de fregar la unión de
cemento de los azulejos con un cepillo de dientes o de sacar un trozo de carne
de seis kilos de su envoltorio ensangrentado o de tratar de seleccionar una de
las doce variedades de destapa cañerías en la sección de plomería. ¡No creo
que haya algo que pueda añadir glamour a tareas como esas! En mi
experiencia, casi cualquier trabajo, no importa cuán impresionante sea su
título, requiere una medida de trabajo pesado, y el trabajo en el hogar no es la
excepción. Sin embargo, las tareas que conlleva ser “cuidadosas de su casa”
(¡incluso el trabajo pesado!) ofrecen importantes oportunidades de invitar la
realidad del cielo a la vida de aquellos que más nos importan.
La “mujer virtuosa” descrita en Proverbios 31 es quizás el ejemplo bíblico
más conocido de una mujer que ofrece una probadita del cielo en su hogar. Y
es bastante impresionante: se levanta antes del amanecer para dar de comer a
su familia, confecciona la ropa que su esposo y sus hijos necesitan, es un
ejemplo de diligencia y buena planificación, se ocupa de que su familia esté
preparada para hacer frente a las inclemencias del invierno. En resumen:
“Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde” (v. 27).
Esta mujer tiene corazón de sierva y atiende conscientemente las
necesidades prácticas de su familia y su hogar. No viene mal —sino que
ayuda— que además sea sabia en las finanzas y experta en los negocios que
administra. En definitiva, su vida proyecta una luz sobre el Dios a quien ella
teme y ama.
Mi propia madre personificaba este ideal de muchas maneras. Ella y mi
padre no solo eran padres primerizos cuando yo llegué como su primera hija
(¡nueve meses y cuatro días después de su boda!), sino que también eran
creyentes relativamente nuevos. Tenían mucho que aprender. Pero el Señor
les dio la sabiduría y la gracia que ellos necesitaban.
Fuimos siete hijos en total; los primeros seis nacieron en los primeros cinco
años de su matrimonio. De modo que la tarea de planear, administrar y
controlar el alboroto de la vida y el ministerio en el hogar de la familia
DeMoss no era para débiles. Y aun así, mi madre manejaba todo esto y más
con una gracia excepcional. Ella servía a su familia y a su Salvador gracias a
su devoción por nuestro hogar. Y un sinnúmero de personas encontraron a
Jesús en ese hogar, a través de la compasiva hospitalidad y el testimonio del
evangelio que mis padres ofrecían.
Mi madre trabajó esforzadamente para crear una atmósfera que reflejara la
belleza de Dios, Su orden y Su corazón misericordioso y acogedor en nuestro
hogar. Al hacerlo, nos permitió probar un poco del cielo en nuestro corazón.
Eso es lo que puede suceder cuando las mujeres se consagran a su
matrimonio, su familia y su hogar. Ese es el tipo de impacto que podemos
causar cuando nuestra vida refleja la importancia y el valor del hogar.

Volvamos al hogar
“Pero mi madre no me enseñó estas cosas —he oído a mujeres jóvenes
lamentarse—. No sé cómo hacer muchas de estas cosas”. Sí, y para nuestro
desconcierto, no hay un manual de entrenamiento que nos regalen cuando
cumplimos veintiún años, que de repente nos conceda el conocimiento
doméstico que las mujeres de este grupo demográfico deben tener.
Es precisamente por eso que Pablo sabiamente delegó esta instrucción de
ser “cuidadosas de su casa” a las ancianas con años de experiencia en el
hogar. Tales mentoras pueden acercarse a las mujeres más jóvenes y darles
lecciones prácticas para el cuidado de su hogar y, más importante, para
transformar su hogar en un refugio de paz, contentamiento y gozo, y una base
de operaciones para el crecimiento y la fructificación espiritual.
En manos de una mentora que le enseñe, la esposa joven puede aprender
que cuando se esfuerza en mantener su casa ordenada, fomenta una atmósfera
confortable que la bendice a ella y a los que viven allí.
A través del aporte gentil de una madre veterana, una joven madre que se
siente abrumada, desanimada o deprimida, incluso casi disfuncional, puede
recuperar su confianza inestable. Puede descubrir cómo servir a su familia sin
sucumbir al caos y las expectativas poco realistas.
Bajo la tutela de una mentora que infunde aliento, una chica universitaria
puede comenzar a ver su apartamento o su cuarto como un lugar de belleza
potencial y hospitalidad cristiana en vez de un lugar donde dormir o un cesto
de lavandería sofisticado.
Seguramente, esto es lo que Pablo estaba imaginando cuando instruyó a las
ancianas a interesarse personalmente en sus hermanas e hijas más jóvenes en
la fe. Él quería ver una transferencia de habilidades para la vida cotidiana, así
como de una perspectiva espiritual, que pasara de una generación a la otra.
Quería abrir nuevas puertas de acceso donde el evangelio pudiera entrar y
tomar el control. Quería ver a la iglesia prosperar y dar testimonio de la
fuerza y la unidad que existe cuando el pueblo de Dios se une en la desafiante
carrera de la vida. Y, en pocos lugares (si los hay), la dinámica de Tito 2
produce un impacto más duradero que cuando se practica en los hogares y las
relaciones familiares.
Habiendo estado soltera por muchos años, quiero añadir que, dentro del
contexto de la familia de Dios, los límites del “hogar” incluyen más (no
menos) que los miembros biológicos de la familia. Esto significa que todas y
cada una de nosotras podemos compartir las responsabilidades y las
recompensas de integrar y cuidar un hogar.
Infinidad de veces he experimentado el gozo de ser invitada al hogar de
otras personas y de encontrar allí los dones de la amistad, la gracia, la paz, el
aliento, la edificación de mi cuerpo y alma, y toneladas de risas. He
encontrado dulce consuelo y oración en la sala de una amiga cuando me
sentía desalentada o llevaba una carga demasiado grande para soportarla sola.
He recibido el sabio consejo de mentoras piadosas. He encontrado una
familia.
También he tenido el gran gozo de abrir mi corazón y mi hogar a otras
personas durante la mayor parte de mi vida como mujer soltera:
• al hacer tartas de calabaza o decorando casas de jengibre en mi cocina
con niños cuyos padres tenían una cita.
• al ordenar pizza para una reunión espontánea de algunas familias
cercanas.
• sentada en el sofá, mientras escuchaba a una mujer abrirme su corazón
sobre un pecado secreto que nunca le había contado a nadie.
• al llorar arrodillada junto a una pareja que estaban echando a perder su
matrimonio por una infidelidad.
• como anfitriona de reuniones semanales de estudios bíblicos con café y
pasteles dulces.
• como anfitriona de recepciones de boda en el patio trasero de mi casa.
• con mi casa llena (realmente, llena) para festejar la llegada del Año
Nuevo con compañerismo, conversaciones, alabanza y adoración
• al abrir mi hogar durante una temporada para una pareja de recién
casados o una familia de misioneros en licencia o a una pareja de
ancianos cuyo aire acondicionado había dejado de funcionar en pleno
mes de julio.
Solo pensar en lo que han significado cada una de esas ocasiones a lo largo
de los años, dibuja una sonrisa en mi rostro.
¿Alguna vez ha significado estrés, cansancio y gasto adicional?
Desde luego.
¿Toda esa actividad e interacción alguna vez fue abrumadora para esta
mujer introvertida?
Sin duda.
¿En algunos momentos me ha molestado el desorden que otros
ocasionaron, así como el deterioro y los rayones en mis “cosas”?
A decir verdad, sí.
¿Pero valió la pena todo eso?
¡Mil veces, sí!
Allí es donde se han forjado amistades profundas y enriquecedoras. Allí es
donde las vidas —tanto la mía como la de mis invitados— han sido
moldeadas. Allí es donde he adquirido padres, hermanos, hijos y nietos
“adoptivos”. Allí es donde hemos crecido, compartido, llorado, arrepentido,
dado y recibido gracia, y nos hemos regocijado al celebrar a Cristo juntos.
En casa.
Algo santificador ocurre cuando estamos cumpliendo la misión que Dios
nos ha encomendado en cualquier etapa de la vida que estemos viviendo.
Cuando estamos enfocadas en el lugar y el rol que Él nos ha asignado,
nuestra mente está protegida del engaño, nuestro corazón está protegido de la
distracción, y nuestros pies, de descarriarnos.
Cuando el caos desorganizado es la norma, cuando estamos en demasiadas
ocupaciones a la vez y cuando siempre estamos furiosas, crónicamente
frustradas y de mal humor, algo está fuera de orden en nuestras prioridades.
A todas nos sucede. Pero no podemos seguir de esa manera indefinidamente
y esperar permanecer cuerdas y espiritualmente fuertes.
El apóstol Pablo no pudo habernos dicho eso hace tantos años.
¡Sin embargo, nos lo dijo!
En lugar de pensar
melancólicamente si tu
vida fuera diferente o si
estuvieras en otra etapa
de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado
como un don de Dios.
Entonces, ancianas, es tiempo de poner en buen uso toda esa sabiduría
adquirida con esfuerzo y la experiencia que has acumulado al atravesar esas
etapas desafiantes de la vida. Toma a una mujer más joven de la mano,
ayúdala gentilmente a hacer frente a las demandas contrapuestas de su vida;
ayúdale a ver el valor de cultivar una devoción por su hogar. Y, cuando se
sienta abrumada o fracasada, ayúdale a fijar sus ojos en Cristo y anímala a
escuchar Su voz en medio del fragor de la lucha. Procura estar dispuesta a
entrar en acción y enseñarle las habilidades prácticas que necesita para
edificar una casa que honre al Señor. Recuérdale que esas fastidiosas labores
interminables en su hogar realmente importan. Ayúdala a ver que lo que ella
está haciendo puede ofrecer a otros una probadita del cielo.
Y, mujer joven, agradécele a Dios por esa mujer que ha estado durante más
tiempo que tú en el camino. Deja que Dios la use para animarte, apoyarte y
enseñarte; y aprende bien, porque, cuando menos lo esperes, te llegará el
turno de tomar una mujer joven bajo tus alas para ayudarle a cultivar
devoción por su hogar. Mientras tanto, en lugar de pensar melancólicamente
si tu vida fuera diferente o si estuvieras en otra etapa de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado como un don de Dios.
Así es como todas volvemos al hogar, a lo que importa.

Reflexión personal
Ancianas
1. Ser cuidadosa de tu casa o ama de casa puede ser diferente en las
distintas etapas de la vida. ¿Cómo es para ti en esta etapa de tu vida?
¿Cómo era para ti en años anteriores?
2. ¿Qué conocimientos y habilidades prácticas has aprendido en el
cuidado de tu hogar que podrías enseñar a una mujer joven para
animarla a hacer de su hogar un lugar de trabajo y ministerio
fructífero?
3. Pídele al Señor que ponga a una mujer joven en tu corazón que
necesite y desee recibir estímulo, enseñanza o ayuda práctica para su
hogar. Pídele que te ayude a estar alerta y sensible a las oportunidades
de servir de esta manera.
Mujeres jóvenes
1. ¿De qué maneras puedes manifestar el evangelio y el corazón de
Cristo a través de tu devoción por el hogar?
2. Ser un ama de casa piadosa no se trata de dar glamour a las tareas
triviales, sino de aprovechar cada oportunidad para “invitar a la
realidad del cielo” a la vida de nuestros seres queridos. ¿Qué observas
en Proverbios 31:10-31 que podría ayudarte a practicar tus propias
tareas diarias para la gloria de Dios?
3. ¿En qué áreas puedes recibir algún tipo de estímulo, enseñanza o
ayuda práctica de una anciana para ser una mujer cuidadosa de su casa
o ama de casa más eficaz? Pídele al Señor que te dirija hacia una
anciana que esté dispuesta y pueda enseñarte.

También podría gustarte