Adornadas Cap10
Adornadas Cap10
Adornadas Cap10
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
Pablo realmente dijo grandes verdades cuando delineó este currículum para
el “ministerio de las mujeres” de la iglesia de Creta hace aproximadamente
veinte siglos. Antes de sumergirnos en estas cualidades individuales, me
gustaría hacer algunas observaciones sobre esta lista en su conjunto.
Para empezar, creo que estarías de acuerdo en que esta lista desafía lo que
muchas personas piensan en estos días. Fue radicalmente contracultural en la
época de Pablo, y no lo es menos en nuestros días. Pero aquellas que confían
en la sabiduría de Dios y están dispuestas a nadar contra la corriente de la
cultura para aceptar este llamado eterno, lo verán como un camino de gran
belleza y gozo.
A continuación, merece la pena señalar lo que no incluye esta lista.
Observa, por ejemplo, que Pablo no menciona nada sobre la vida de oración
de las mujeres. No dice nada sobre su conocimiento de las Escrituras o su
fervor evangelístico.
Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento
separado de nuestra vida y
testimonio espiritual, es el
ámbito primordial donde
expresar el amor de Dios y
la belleza del evangelio.
Eso no quiere decir que estos aspectos no sean importantes. Todo creyente,
hombre o mujer por igual, debería procurar y practicar una vida de oración y
conocimiento bíblico, y Pablo lo enfatiza en otras cartas. Pero no son el punto
central de Pablo en este pasaje en particular. Tampoco incluye instrucciones
sobre la vida profesional de la mujer o sus actividades personales y
ministeriales.
También es interesante notar que, al parecer, Pablo supone que las
cualidades que está mencionando no vienen naturalmente. Dice que las
mujeres jóvenes necesitan aprender sobre estos importantes aspectos de la
vida. Son cualidades a enseñar y aprender, de una generación a la siguiente.
Y, finalmente, la lista de Pablo nos recuerda la prioridad que Dios le asigna
al hogar. Cuatro de estas instrucciones para las mujeres de la iglesia están
directamente relacionadas con la esfera doméstica:
• amar a nuestro esposo
• amar a nuestros hijos
• ser cuidadosas de nuestra casa
• sujetarnos a nuestro esposo
Y aunque el resto —pureza, bondad, dominio propio— son temas más
amplios, todos son vitales dentro del contexto del hogar y las relaciones
familiares.
Por lo tanto, el mensaje principal de este pasaje es que a Dios le importa lo
que ocurre dentro de las paredes de nuestra casa. Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento separado de nuestra vida y testimonio espiritual, es
el ámbito primordial donde expresar el amor de Dios y la belleza del
evangelio.
El hogar, como Dios lo diseñó, no es una tradición cultural o una cuestión
de conveniencia pragmática. Su propósito es ser una parábola de la historia
redentora en la cual Su intención es restaurar el Paraíso, al establecer su
morada entre los hombres y convertir a los pródigos en hijos e hijas. Los
hogares cristianos están destinados a contar esa historia.
Con esto no quiero decir que aquellas que no se casan o no tienen hijos
están excluidas de esta historia o exentas de cumplir con las
responsabilidades y disfrutar de las bendiciones del hogar.
No, en cierto sentido, el currículum de Pablo basado en el hogar es para
todas nosotras.
Por lo tanto, si estás tentada a saltarte estos capítulos porque no perteneces
al grupo demográfico de “joven esposa y madre”, espero que te quedes
conmigo para ver cómo podemos vivir y adornar el evangelio de Cristo en
nuestro hogar.
No es suplementario
Si eres de mi edad, cuando lees la receta de Pablo para las mujeres jóvenes,
podrías imaginar a la generación de los años cincuenta. Y podrías verla como
una buena época: ¡Ah, qué días aquellos…! O podrías horrorizarte ante el
pensamiento: ¿Quedarme en casa para criar hijos, uno tras otro, sin parar?
Sin duda, sería un error idealizar ese período o tratar de volver a otra época.
También sería un error borrar esa porción de las Escrituras como algo
arcaico e irrelevante.
Toda la Palabra de Dios es inspirada y debe tomarse con seriedad.
Debemos esforzarnos por aplicar su verdad eterna a nuestra propia era y
contexto cultural; incluso esa pequeña frase de Tito 2:5: “cuidadosas de su
casa”.
La frase que Pablo usa aquí se traduce un poco diferente en otras versiones
bíblicas. Quienes crecimos con la versión Reina-Valera la recordamos como
“cuidosas de su casa”. Sin embargo, otras versiones dicen:
• “hacendosas en el hogar” [LBLA]
• “a trabajar en su hogar” [NTV]
• “buenas amas de casa” [RVA-2015]
La razón principal de tal diferencia es un desacuerdo en relación con la
palabra compuesta utilizada en el original griego. ¿Lista para una pequeña
lección de lengua? Los manuscritos griegos más antiguos usan la palabra
oikurgós, una palabra compuesta que combina oíkos (“hogar” o “casa”) con
ergos (“trabajo”); literalmente, “una persona no ociosa, que está ocupada en
el hogar y activa en la atención de las tareas domésticas”.
Sin embargo, otros manuscritos utilizan una palabra ligeramente distinta:
oikourós, de oíkos (“casa”) y oúros (“cuidador” o “guarda”).[1] De aquí
obtenemos la traducción “cuidadosas de su casa”, la cual sugiere que se trata
de alguien que cuida del hogar, que custodia los asuntos del hogar.
Algunos estudiosos prefieren la primera palabra como la interpretación más
exacta, mientras que otros se inclinan por la segunda. Felizmente, para
quienes no somos expertas en griego, no tiene mucha importancia. De hecho,
ambas palabras ponen en claro cuál es nuestra misión y nuestro llamado.
Cualquiera que sea el caso, el sentido general de la palabra es el de una
mujer dedicada a su hogar, que tiene devoción por el hogar. Una mujer que
participa activamente de la vida del hogar y cuya responsabilidad es su
máxima prioridad.
Hoy día es común que los hogares sean poco más que estructuras físicas
donde las personas descansan su cuerpo por la noche, toman una ducha por la
mañana y luego se dispersan en cientos de direcciones diferentes al comenzar
el día. El reloj marca la hora sobre la repisa de la chimenea, el termostato se
enciende y se apaga para regular la temperatura, el microondas suena
mientras los residentes corren para tomar una infusión y luego volver a salir
corriendo; pero se comparte muy poca vida allí.
Y ese es el mejor de los casos. En el peor de los casos, los hogares están en
absoluto desorden, caracterizados por una activa hostilidad y automática
negligencia. Podrían estar decorados a la última moda y obsesivamente
actualizados con accesorios para la puerta de entrada según cada estación del
año. Sin embargo, las relaciones dentro de las paredes del hogar se
encuentran gravemente fracturadas o, por lo menos, emocionalmente
distantes y poco sinceras.
Y esto —o algo parecido a esto— es lo que muchas mujeres conocen desde
niñas. Este es su concepto de “hogar”.
Entones aquí viene Tito 2 que, en medio de esta realidad desordenada, nos
recuerda que el hogar no es suplementario en nuestra vida “espiritual”. Es
parte inherente de nuestro discipulado y nuestro llamado como hijas de Dios.
Podemos conocer la Biblia de tapa a tapa. Podemos tener a mano toda una
gama de tonos de marcadores, listas para el estudio bíblico. Pero si no
estamos practicando la prudencia en nuestro hogar, si nuestros hijos o
nuestro esposo (o compañeras de cuarto o invitados) no nos describen como
mujeres buenas y amorosas, entonces algo no está bien.
No podemos separar nuestra vida hogareña de nuestra vida cristiana sin
perder algo que es crítico para nuestra relación con Dios y nuestra utilidad
para Su misión en el mundo. Cuando minimizamos el rol de una esposa y
madre o la importancia de establecer y mantener un hogar centrado en Cristo,
que sea un testimonio del evangelio —o aun cuando nuestro objetivo
principal es mantener todo bajo control y en buen funcionamiento—
disminuimos el enorme impacto que nuestra vida hogareña debería causar
para el reino de Dios.
¿Recuerdas la referencia de Pablo en Tito 1 a los falsos maestros que
estaban “[trastornando] casas enteras”? Él no dio detalles sobre lo que estas
personas estaban diciendo, pero sí indicó que lo estaban haciendo por
“ganancia deshonesta” (v. 11). Probablemente, eso significa que su
enseñanza era muy popular. Tenía gran aceptación. Así que es posible
imaginar, por lo que leemos, que algo de lo que estos individuos enseñaban
estaba subvirtiendo el diseño de Dios para las familias.
Vemos que hoy sucede lo mismo. A una mujer joven, cuyo principal
interés es ser una esposa y una madre piadosa —en oposición, por ejemplo, a
una terapeuta física o a una arquitecta— se la trata como si no tuviera cerebro
o ninguna ambición.
Hace varios años, el anuncio de que un seminario evangélico líder planeaba
ofrecer una licenciatura en humanidades con énfasis en el hogar no causó
mucho revuelo. Un pastor respondió a ese anuncio en su blog y caracterizó el
programa de grado como “frívolo y ridículo”. Este pastor escribió: “Un título
de seminario en la cocción de galletas es tan útil como una maestría en
divinidades con énfasis en la reparación de automóviles”.[2]
A la luz de tales actitudes y suposiciones, incluso entre las mujeres
cristianas, ¿qué debemos hacer con el hecho de que la Palabra incluye ser
“cuidadosas de su casa” en el currículum básico para la formación de mujeres
jóvenes? Una mirada retroactiva a la historia del trabajo y el hogar puede
arrojar luz sobre el tema.
Entonces, ¿qué quiere decir Pablo en este pasaje, y qué implican sus
palabras para las mujeres cristianas?
Para comenzar, la frase “cuidadosas de su casa” pone en claro que las
mujeres deben trabajar. Deben estar productivamente ocupadas. No deben
ser como las jóvenes viudas de Éfeso a quienes Pablo se refirió en su carta a
Timoteo como: “ociosas… chismosas y entremetidas, hablando lo que no
debieran” (1 Ti. 5:13). En cambio, deben vivir honorablemente y ejecutar con
fidelidad cualquier tarea que Dios les haya encomendado.
Como hemos visto, el hogar en los días de Pablo (y en la mayoría de las
épocas previas a la nuestra) era un lugar de trabajo y una unidad de pequeños
negocios de la economía local. Y, dentro de este sistema, era importante que
las mujeres fueran productivas y no ociosas. Aunque nuestros hogares del
siglo XXI no son los centros de productividad que alguna vez fueron, toda
mujer que teme al Señor es aquella que:
Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde (Pr. 31:27).
Volvamos al hogar
“Pero mi madre no me enseñó estas cosas —he oído a mujeres jóvenes
lamentarse—. No sé cómo hacer muchas de estas cosas”. Sí, y para nuestro
desconcierto, no hay un manual de entrenamiento que nos regalen cuando
cumplimos veintiún años, que de repente nos conceda el conocimiento
doméstico que las mujeres de este grupo demográfico deben tener.
Es precisamente por eso que Pablo sabiamente delegó esta instrucción de
ser “cuidadosas de su casa” a las ancianas con años de experiencia en el
hogar. Tales mentoras pueden acercarse a las mujeres más jóvenes y darles
lecciones prácticas para el cuidado de su hogar y, más importante, para
transformar su hogar en un refugio de paz, contentamiento y gozo, y una base
de operaciones para el crecimiento y la fructificación espiritual.
En manos de una mentora que le enseñe, la esposa joven puede aprender
que cuando se esfuerza en mantener su casa ordenada, fomenta una atmósfera
confortable que la bendice a ella y a los que viven allí.
A través del aporte gentil de una madre veterana, una joven madre que se
siente abrumada, desanimada o deprimida, incluso casi disfuncional, puede
recuperar su confianza inestable. Puede descubrir cómo servir a su familia sin
sucumbir al caos y las expectativas poco realistas.
Bajo la tutela de una mentora que infunde aliento, una chica universitaria
puede comenzar a ver su apartamento o su cuarto como un lugar de belleza
potencial y hospitalidad cristiana en vez de un lugar donde dormir o un cesto
de lavandería sofisticado.
Seguramente, esto es lo que Pablo estaba imaginando cuando instruyó a las
ancianas a interesarse personalmente en sus hermanas e hijas más jóvenes en
la fe. Él quería ver una transferencia de habilidades para la vida cotidiana, así
como de una perspectiva espiritual, que pasara de una generación a la otra.
Quería abrir nuevas puertas de acceso donde el evangelio pudiera entrar y
tomar el control. Quería ver a la iglesia prosperar y dar testimonio de la
fuerza y la unidad que existe cuando el pueblo de Dios se une en la desafiante
carrera de la vida. Y, en pocos lugares (si los hay), la dinámica de Tito 2
produce un impacto más duradero que cuando se practica en los hogares y las
relaciones familiares.
Habiendo estado soltera por muchos años, quiero añadir que, dentro del
contexto de la familia de Dios, los límites del “hogar” incluyen más (no
menos) que los miembros biológicos de la familia. Esto significa que todas y
cada una de nosotras podemos compartir las responsabilidades y las
recompensas de integrar y cuidar un hogar.
Infinidad de veces he experimentado el gozo de ser invitada al hogar de
otras personas y de encontrar allí los dones de la amistad, la gracia, la paz, el
aliento, la edificación de mi cuerpo y alma, y toneladas de risas. He
encontrado dulce consuelo y oración en la sala de una amiga cuando me
sentía desalentada o llevaba una carga demasiado grande para soportarla sola.
He recibido el sabio consejo de mentoras piadosas. He encontrado una
familia.
También he tenido el gran gozo de abrir mi corazón y mi hogar a otras
personas durante la mayor parte de mi vida como mujer soltera:
• al hacer tartas de calabaza o decorando casas de jengibre en mi cocina
con niños cuyos padres tenían una cita.
• al ordenar pizza para una reunión espontánea de algunas familias
cercanas.
• sentada en el sofá, mientras escuchaba a una mujer abrirme su corazón
sobre un pecado secreto que nunca le había contado a nadie.
• al llorar arrodillada junto a una pareja que estaban echando a perder su
matrimonio por una infidelidad.
• como anfitriona de reuniones semanales de estudios bíblicos con café y
pasteles dulces.
• como anfitriona de recepciones de boda en el patio trasero de mi casa.
• con mi casa llena (realmente, llena) para festejar la llegada del Año
Nuevo con compañerismo, conversaciones, alabanza y adoración
• al abrir mi hogar durante una temporada para una pareja de recién
casados o una familia de misioneros en licencia o a una pareja de
ancianos cuyo aire acondicionado había dejado de funcionar en pleno
mes de julio.
Solo pensar en lo que han significado cada una de esas ocasiones a lo largo
de los años, dibuja una sonrisa en mi rostro.
¿Alguna vez ha significado estrés, cansancio y gasto adicional?
Desde luego.
¿Toda esa actividad e interacción alguna vez fue abrumadora para esta
mujer introvertida?
Sin duda.
¿En algunos momentos me ha molestado el desorden que otros
ocasionaron, así como el deterioro y los rayones en mis “cosas”?
A decir verdad, sí.
¿Pero valió la pena todo eso?
¡Mil veces, sí!
Allí es donde se han forjado amistades profundas y enriquecedoras. Allí es
donde las vidas —tanto la mía como la de mis invitados— han sido
moldeadas. Allí es donde he adquirido padres, hermanos, hijos y nietos
“adoptivos”. Allí es donde hemos crecido, compartido, llorado, arrepentido,
dado y recibido gracia, y nos hemos regocijado al celebrar a Cristo juntos.
En casa.
Algo santificador ocurre cuando estamos cumpliendo la misión que Dios
nos ha encomendado en cualquier etapa de la vida que estemos viviendo.
Cuando estamos enfocadas en el lugar y el rol que Él nos ha asignado,
nuestra mente está protegida del engaño, nuestro corazón está protegido de la
distracción, y nuestros pies, de descarriarnos.
Cuando el caos desorganizado es la norma, cuando estamos en demasiadas
ocupaciones a la vez y cuando siempre estamos furiosas, crónicamente
frustradas y de mal humor, algo está fuera de orden en nuestras prioridades.
A todas nos sucede. Pero no podemos seguir de esa manera indefinidamente
y esperar permanecer cuerdas y espiritualmente fuertes.
El apóstol Pablo no pudo habernos dicho eso hace tantos años.
¡Sin embargo, nos lo dijo!
En lugar de pensar
melancólicamente si tu
vida fuera diferente o si
estuvieras en otra etapa
de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado
como un don de Dios.
Entonces, ancianas, es tiempo de poner en buen uso toda esa sabiduría
adquirida con esfuerzo y la experiencia que has acumulado al atravesar esas
etapas desafiantes de la vida. Toma a una mujer más joven de la mano,
ayúdala gentilmente a hacer frente a las demandas contrapuestas de su vida;
ayúdale a ver el valor de cultivar una devoción por su hogar. Y, cuando se
sienta abrumada o fracasada, ayúdale a fijar sus ojos en Cristo y anímala a
escuchar Su voz en medio del fragor de la lucha. Procura estar dispuesta a
entrar en acción y enseñarle las habilidades prácticas que necesita para
edificar una casa que honre al Señor. Recuérdale que esas fastidiosas labores
interminables en su hogar realmente importan. Ayúdala a ver que lo que ella
está haciendo puede ofrecer a otros una probadita del cielo.
Y, mujer joven, agradécele a Dios por esa mujer que ha estado durante más
tiempo que tú en el camino. Deja que Dios la use para animarte, apoyarte y
enseñarte; y aprende bien, porque, cuando menos lo esperes, te llegará el
turno de tomar una mujer joven bajo tus alas para ayudarle a cultivar
devoción por su hogar. Mientras tanto, en lugar de pensar melancólicamente
si tu vida fuera diferente o si estuvieras en otra etapa de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado como un don de Dios.
Así es como todas volvemos al hogar, a lo que importa.
Reflexión personal
Ancianas
1. Ser cuidadosa de tu casa o ama de casa puede ser diferente en las
distintas etapas de la vida. ¿Cómo es para ti en esta etapa de tu vida?
¿Cómo era para ti en años anteriores?
2. ¿Qué conocimientos y habilidades prácticas has aprendido en el
cuidado de tu hogar que podrías enseñar a una mujer joven para
animarla a hacer de su hogar un lugar de trabajo y ministerio
fructífero?
3. Pídele al Señor que ponga a una mujer joven en tu corazón que
necesite y desee recibir estímulo, enseñanza o ayuda práctica para su
hogar. Pídele que te ayude a estar alerta y sensible a las oportunidades
de servir de esta manera.
Mujeres jóvenes
1. ¿De qué maneras puedes manifestar el evangelio y el corazón de
Cristo a través de tu devoción por el hogar?
2. Ser un ama de casa piadosa no se trata de dar glamour a las tareas
triviales, sino de aprovechar cada oportunidad para “invitar a la
realidad del cielo” a la vida de nuestros seres queridos. ¿Qué observas
en Proverbios 31:10-31 que podría ayudarte a practicar tus propias
tareas diarias para la gloria de Dios?
3. ¿En qué áreas puedes recibir algún tipo de estímulo, enseñanza o
ayuda práctica de una anciana para ser una mujer cuidadosa de su casa
o ama de casa más eficaz? Pídele al Señor que te dirija hacia una
anciana que esté dispuesta y pueda enseñarte.