Fragmento 1001 Noches
Fragmento 1001 Noches
Fragmento 1001 Noches
En cuanto a Aladino, cuando se vio libre del temor a su padre, no le retuvo ya nada y se entregó a la
pillería y a la perversidad. Y se pasaba todo el día fuera de casa para no entrar más que a las horas de
comer. Y la pobre y desgraciada madre, a pesar de las incorrecciones de su hijo para con ella y del
abandono en que la tenía, siguió manteniéndole con el trabajo de sus manos y el producto de sus
desvelos, llorando sola lágrimas muy amargas. Y así fue cómo Aladino llegó a la edad de quince años. Y
era verdaderanipnte hermoso y bien formado, con dos magníficos ojos negros, y una tez de jazmin, y un
aspecto de lo más seductor.
Un día entre los días, estando él en medio de la plaza que había a la entrada de los zocos del barrio, sin
ocuparse más que de jugar con los pillastres y vagabundos de su especie, acertó a volar por allí un
derviche maghrebín que se detuvo mirando a los muchachos obstinadamente. Y acabó por posar en
Aladino sus miradas y por observarle de una manera bastante singular y con una atención muy
particular, sin ocuparse ya de los otros niños camaradas suyos. Y aquel derviche, que venía del último
confín del Maghreb, de las comarcas del interior lejano, era un insigne mago muy versado en la
astrología y en la ciencia de las fisonomías; y en virtud de su hechicería podría conmover y hacer chocar
unas con otras las montañas más altas. Y continuó observando a Aladino con mucha insistencia y
pensando: “¡He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde hace largo tiempo y en pos del cual
partí del Maghreb, mi país!” Y aproximóse sigilosamente a uno de los muchachos, aunque sin perder de
vista a Aladino, le llamó aparte sin hacerse notar, y por él se informó minuciosamente del padre y de la
madre de Aladino, así como de su nombre y de su condición. Y con aquellas señas, se acercó a Aladino
sonriendo, consiguió atraerle a una esquina, y le dijo: “¡Oh hijo mio! ¿no eres Aladino, el hijo del
honrado sastre?” Y Aladino contestó: “Sí soy Aladino. ¡En cuanto a mi padre, hace mucho tiempo que ha
muerto!” Al oír estas palabras, el derviche maghrebín se colgó del cuello de Aladino, y le cogió en brazos,
y estuvo mucho tiempo besándole en las mejillas, llorando ante él en el límite de la emoción. Y Aladino,
extremadamente sorprendido, le preguntó.. “¿A qué obedecen tus lágrimas, señor? ¿Y de qué conocías a
mi difunto padre? Y contestó el maghrebín, con una voz muy triste y entrecortada: “¡Ah hijo mío! ¿cómo
no voy a verter lágrimas de duelo y de dolor, si soy tu tío, y acabas de revelarme de una manera tan
inesperada la muerte de tu difunto padre, mi pobre hermano? ¡Oh hijo mío! ¡has de saber, en efecto,
que llego a este país después de abandonar mi patria y afrontar los peligros de un largo viaje,
únicamente con la halagüeña esperanza de volver a ver a tu padre y disfrutar con él la alegría del regreso
y de la reunión! ¡Y he aquí ¡ay! que me cuentas su muerte!” Y se detuvo un instante, como sofocado de
emoción; luego añadió: “¡Por cierto ¡oh hijo de mi hermano! que en cuanto te divisé, mi sangre se sintió
atraída por tu sangre y me hizo reconocerte en seguida, sin vacilación, entre todos tus camaradas! ¡Y
aunque cuando yo me separé de tu padre no habías nacido tú, pues aún no se había casado, no tardé en
reconocer en ti sus facciones y su semejanza! ¡Y eso es precisamente lo que me consuela un poco de su
pérdida! ¡Ah! ¡qué calamidad cayó sobre mi cabeza! ¿Dónde estás ahora, hermano mío a quien creí
abrazar al menos una vez después de tan larga ausencia y antes de que la muerte viniera a separarnos
para siempre? ¡Ay! ¿quién puede envanecerse de impedir que ocurra lo que tiene que ocurrir? En
adelante, tú, serás mi consuelo y reemplazarás a tu padre en mi afección, puesto que tienes sangre suya
y eres su descendiente; porque dice el proverbio: “¡Quién deja posteridad no muere!”
Luego el maghrebín, sacó de su cinturón diez dinares de oro y se los puso en la mano a Aladino,
preguntándole: “¡Oh hijo mío! ¿dónde habita tu madre, la mujer de mi hermano?” Y Aladino,
completamente conquistado por la generosidad y la cara sonriente del maghrebín, lo cogió de la mano,
le condujo al extremo de la plaza y le mostró con el dedo el camino de su casa, diciendo: “¡Allí vive!- Y el
maghrebín le dijo: “Estos diez dinares que te doy ¡oh hijo mío! se los entregarás a la esposa de mi
difunto hermano, transmitiéndole mis zalemas. ¡y le anunciarás que tu tío acaba de llegar de viaje, tras
larga ausencia en el extranjero, y que espera, si Alah quiere, poder presentarse en la casa mañana para
formular por sí mismo los deseos a la esposa de su hermano y ver los lugares donde pasó su vida el
difunto y visitar su tumba!”
Cuando Aladino oyó estas palabras del maghrebín, quiso inmediatamente complacerle, y después de
besarle la mano se apresuró a correr con alegría a su casa, a la cual llegó, al contrario que de costumbre,
a una hora que no era la de comer, y exclamó al entrar: “¡Oh madre mía! ¡vengo a anunciarte que, tras
larga ausencia en el extranjero, acaba de llegar de su viaje mi tío, y te transmite sus zalemas!” Y contestó
la madre de Aladino, muy asombrada de aquel lenguaje insólito y de aquella entrada inesperada:
“¡Cualquiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! Porque, ¿quién es ese tío de que me
hablas? ¿Y de dónde y desde cuándo tienes un tío que esté vivo todavía?” Y dijo Aladino: “Cómo puedes
decir ¡oh madre mía! que no tengo tío ni pariente que esté vivo aún, si el hombre en cuestión es
hermano de mi difunto padre? ¡Y la prueba está en que me estrechó contra su pecho y me besó llorando
y me encargó que viniera a darte la noticia y a ponerte al corriente!” Y dijo la madre de Aladino: “Sí, hijo
mío, ya sé que tenías un tío; pero hace largos años que murió. ¡Y no supe que desde entonces tuvieras
nunca otro tío!” Y miro con ojos muy asombrados a su hijo Aladino, que ya se ocupaba de otra cosa. Y no
le dijo nada más acerca del particular en aquel día. Y Aladmo, por su parte, no le habló de la dádiva del
maghrebín.
Al día siguiente Aladino salió de casa a primera hora de la mañana; y el maghrebín, que ya andaba
buscándole, le encontró en el mismo sitio que la víspera, dedicado a divertirse, como de costumbre, con
los vagabundos de su edad. Y se acercó inmediataniente a él, le cogió de la mano, lo estrechó contra su
corazón, y le besó con ternura. Luego sacó de su cinturón dos dinares y se los entregó diciéndo: “Ve a
buscar a tu madre y dile, dándole estos dos dinares: “¡Mi tío tiene intención de venir esta noche a cenar
con nosotros, y por eso te envía este dinero para que prepares manjares excelentes!” Luego añadió,
inclinándose hacia él: “¡Y ahora, ya Aladino, enséñame por segunda vez el camino de tu casa!” Y
contestó Aladino: “Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh tio mío!” Y echó a andar delante y le
enseñó el camino de su casa. Y el maghrebín le dejó y se fue por su camino…