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Y entonces me dediqu� a viajar y a recorrer el mundo, para perfeccionarme en mi

arte. Y he aqu� que lle- gu� a tu imperio, �oh rey espl�ndido y poderoso! Y
entonces fue cuando la noche pasada me ocurri� la de- sagradable aventura con el
jorobado. �Tal es mi historia! Entonces el rey de la China dijo: �Esa historia,
aunque logr� interes�rme, te equivocas, �oh m�dico, por- que no es tan maravillosa
ni sorprendente como la aventura del jorobado; de modo que no me queda m�s que
mandaros ahorcar a los cuatro, y principalmente a ese maldito sastre; que es causa
y principio de vues- tro crimen.� O�das tales palabras, el sastre se adelant� entre
las manos del rey de la China, y dijo: ��Oh rey lleno de gloria! Antes de mandarnos
ahorcar, perm�teme hablar a m� tambi�n y te referir� una historia que encierra
cosas m�s extraordinarias que todas las dem�s historias juntas, y es m�s prodigiosa
que la historia misma del jorobado.� Y �l rey de la China dijo: �Si dicen la
verdad, os perdonar� a todos. Pero �desdichado de ti si me cuentas una historia
poco interesante y desprovista de cosas sublimes! Porque no vacilar� entonces en
empalaros a ti y a tus tres compa�eros, haciendo que os atraviesen de parte a
parte, desde la base hasta la cima.� Enton- ces el sastre dijo:
RELATO DEL SASTRE
�Sabe, pues, �oh rey del tiempo! que antes de mi aventura con el jorobado me hab�an
convidado en una casa donde se daba un fest�n a los principales miembros de los
gremios de nuestra ciudad: sastres, zapate- ros, lenceros, barberos, carpinteros y
otros. Y era muy de ma�ana. Por eso, desde el amanecer, est�bamos todos sentados en
corro para desayunar- nos, y no aguard�bamos m�s que al amo de la casa, cuando le
vimos entrar acompa�ado de un joven fo- rastero, hermoso, bien formado, gentil y
vestido a la moda de Bagdad. Y era todo lo hermoso que s� pod�a desear, y estaba
tan bien vestido como pudiera imaginarse. Pero era ostensiblemente cojo. Luego que
entr� adonde est�bamos; nos dese� la paz, y nos levantamos todos para devolverle su
saludo. Despu�s �bamos a sentarnos, y �l con nosotros, cuando s�bitamente le vimos
cambiar de color y disponerse a salir. Entonces hicimos mil esfuerzos para
detenerle entre nosotros. Y el amo de la casa insisti� mucho y le dijo: �En ver-
dad, no entendemos nada de esto. Te ruego que nos digas qu� motivo te imputa a
dejarnos.� �Entonces el joven respondi�: ��Por Alah te suplico, �oh mi se�or! que
no insistas en retenerme! Porque hay aqu� una persona que me obliga a retirarme, y
es, ese barbero que est� sentado en medio de vosotros.� Estas palabras
sorprendieron extraordinariamente al amo de la casa, y, nos dijo: ��C�mo es posible
que a este joven, que acaba de llegar de Bagdad, le moleste la presencia de ese
barbero que est� aqu�?� Entonces todos los convidados nos dirigimos al joven, y le
dijimos: ��Cu�ntanos, por favor, el motivo de tu repulsi�n hacia ese barbero.� Y �l
contest�: �Se�ores, ese barbero de cara de alquitr�n y alma de bet�n fue la causa
de una aventura extraordinaria que me sucedi� en Bagdad, mi ciudad, y ese maldito
tiene tambi�n la culpa de que yo est� cojo. As� es que he jurado no vivir nunca en
la ciudad en que �l viva, ni sentarme en sitio en donde �l se sentara. Y por eso me
vi obligado a salir de Bagdad, mi ciudad, para venir a este pa�s lejano. Pero ahora
me lo encuentro aqu�. Y por eso me marcho ahora mismo, y �sta noche estar� lejos de
esta ciu- dad, para no ver a ese hombre de mal ag�ero.� Y al o�rlo, el barbero se
puso p�lido, baj� los ojos y no pronunci� palabra. Entonces insistimos tanto, con
el joven, que se avino a contarnos de este modo su aventura con el barbero.
HISIORIA DEL JOVEN COJO CON EL BARBERO DE BAGDAD
(Contada por el colo y repetida por el sastre)
�Sabed, �oh todos los aqu� presentes! que mi padre era uno de los principales
mercaderes de Bagdad, y por voluntad de Alah fui su �nico hijo. Mi padre, aunque
muy rico y estimado por toda la poblaci�n, lle- vaba en su casa una vida pac�fica,
tranquila y llena de reposo. Y en ella me educ�, y cuando llegu� a la edad de
hombre me dej� todas sus riquezas, puso bajo mi mando a todos sus servidores y a
toda la familia, y muri� en la misericordia de Alah, a qui�n fue a dar cuenta de la
deuda de su vida. Yo segu�, como antes, viviendo con holgura, poni�ndome los trajes
m�s suntuosos y comiendo los manjares m�s exquisitos. Pero he de deciros que Alah,
Omnipotente y Glorios�simo, hab�a infundido en mi coraz�n el horror a la mujer y a
todas las mujeres, de tal modo, que s�lo verlas me produc�a sufrimiento y agravio.
Viv�a, pues, sin ocu- parme de ellas, pero muy feliz y sin desear cosa alguna. Un
d�a entre los d�as, iba yo por una de las calles de Bagdad, cuando vi venir hacia
m� un grupo nume- roso de mujeres. En seguida, para librarme de ellas, emprend�
r�pidamente la fuga y me met� en una calleja sin salida. Y en el fondo de esta
calle hab�a un banco, en el cual me sent� a descansar.
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Y cuando estaba sentado se abri� frente a m� una celos�a, y aparecio en ella una
joven con una regadera en la mano, y se puso a regar las flores de unas macetas que
hab�a en el alf�izar de la ventana. �Oh mis se�ores! He de deciros que al ver �
esta joven sent� nacer en m� algo que en mi vida hab�a senti- do. As� es que en
aquel mismo instante mi coraz�n qued� hechizado y completamente cautivo, mi cabeza
y mis pensamientos no se ocuparon m�s que de aquella joven, y todo mi pasado horror
a las mujeres se trans- form� en un deseo abrasador. Pero ella, en cuanto hubo
regado las plantas, mir� distra�damente a la iz- quierda y luego a la derecha, y al
verme me dirigi� una larga mirada que me sac� por completo el alma del cuerpo.
Despu�s cerr� la celos�a y desapareci�. Y por m�s que la estuve esperando hasta la
puesta del sol, no volvi� a aparecer. Y yo parec�a un son�mbulo o un ser que ya no
pertenece a este mundo. Mientras segu�a sentado de tal suerte, he aqu� que lleg� y
baj� de su mula, a la puerta de la casa; el kad� de la ciudad, precedido de sus
negros y seguido de sus criados. El kad� entr� en la misma casa en cuya ventana
hab�a yo visto a la joven, y comprend� que deb�a ser su padre. Entonces volv� a mi
casa en un estado deplorable, lleno de pesar y de zozobra, y me dej� caer en el
lecho. Y en seguida se me acercaron todas las mujeres de la casa, mis parientes y
servidores, y se sentaron a mi al- rededor y empezaron a importunarme acerca de la
causa de mi mal. Y como nada quer�a decirles sobre aquel asunto, no les contest�
palabra. Pero de tal modo fue aumentando mi pena de d�a en d�a, que ca� gra-
vemente enfermo y me vi muy atendido y muy visitado por mis amigos y parientes. Y
he aqu� que uno de los d�as vi entrar en mi casa a una vieja, que en vez de gemir y
compadecerse, se sent� a la cabecera del lecho y empez� a decirme palabras
cari�osas para calmarme. Despu�s me mir�, me examin� atentamente, pidi� a mi
servidumbre que me dejaran solo con ella. Entonces me dijo: �Hijo m�o, s� la causa
de tu enfermedad, pero necesito, que me des pormenores.� Y yo le comuniqu� en
confianza to- das las particularidades del asunto, y me contest�: �Efectivamente,
hijo m�o, esa es la hija del kad� de Bag- dad y aquella casa es ciertamente su
casa. Pero sabe que el kad� no vive en el mismo piso que su hija, sino en el de
abajo. Y de todos modos, aunque la joven vive sola, est� vigilad�sima y bien
guardada. Pero sabe tambi�n que yo voy mucho a esa casa, pues soy amiga de esa
joven, y puedes estar seguro de que no has de lograr lo que deseas m�s que por mi
mediaci�n. �An�mate, pues, y ten alientos!� Estas palabras me armaron de firmeza, y
en seguida me levant� y me sent� el cuerpo �gil y recuparada la salud. Y al ver
esto, se alegraron todos mis parientes. Y entonces la anciana se march�,
prometi�ndome volver al d�a siguiente para darme cuenta de la entrevista que iba a
tener con la hija del kad� de Bagdad. Y en efecto, volvi� al d�a siguiente. Pero
apenas le vi la cara, comprend� que no tra�a buenas noticias. Y la vieja me dijo:
�Hijo m�o, no me preguntes lo que acaba de suceder. Todav�a estoy trastornada.
Fig�rate que en cuanto le dije al o�do el objeto de mi visita, se puso de pie y me
replic� muy airada: �Malhadada vieja, si no te callas en el acto y no desistes de
tus vergonzosas proposiciones, te mandar� castigar como mereces.� Entonces, hijo
m�o, ya no dije nada; pero me propongo intentarlo por segunda vez. No se dir� que
he fracasado en estos empe�os, en los que soy m�s experta que nadie.� Despu�s me
dej� y se fue. Pero yo volv� a caer enfermo con mayor gravedad, y dej� de comer y
beber. Sin embargo, la vieja, como me hab�a ofrecido, volvi� a mi casa a los pocos
d�as, y su cara resplandec�a, y me dijo sonriendo: �Vamos, hijo, �dame albricias
por las buenas nuevas que te traigo!� Y al o�rlo, sent� tal alegr�a que me volvi�
el alma al cuerpo, y dije enseguida a la anciana: �Ciertamente, buena madre, te
deber� el mayor beneficio.� Entonces ella me dijo: �Volv� ayer a casa de la joven.
Y cuando me vio muy triste y abatida y con los ojos arrasados en l�grimas, me
pregunt�: �Oh m�sera! �por qu� est� tan oprimido tu pecho? �Qu� te pasa?� Entonces
se aument� mi llanto, y le dije: ��Oh hija m�a y se�ora! �no recuerdas que vine a
hablarte de un joven apasionadamente prendado en tus encantos? Pues bien: hoy est�
para morir- se por culpa tuya.� Y ella, con el coraz�n lleno de l�stima, y muy
enternecida, pregunt�: ��Pero qui�n es ese joven de que me hablas?� Y yo le dije:
�Es mi propio hijo, el fruto de mis entra�as. Te vio hace algunos d�as, cuando
estabas reganda las flores, y pudo admirar un momento los encantos de tu cara, y
�l, que hasta ese momento no quer�a ver ninguna mujer y se horrorizaba de tratar
con ellas, est� loco de amor por ti. Por eso, cuando le cont� la mala acogida que
me hiciste, recay� gravemente en su enfermedad. Y ahora acabo de dejarle tendido en
los almohadones de su lecho, a punto de rendir el �ltimo suspiro al Creador. Y me
temo que no haya esperanza de salvaci�n para �l.� A estas palabras palideci� la
joven, y me dijo: ��Y todo eso es por causa m�a?� Yo le contest�: ��Por Alah, que
as� es! �Pero qu� piensas hacer ahora? Soy tu sierva, y pondr� tus �rdenes sobre mi
cabeza y sobre mis ojos.� Y la joven: me dijo: �Ve enseguida a su casa, y
transm�tele de mi parte el saludo, y dile que me causa mucho dolor su pena. Y en
seguida le dir�s que ma- �ana viernes, antes de la plegaria, le aguardo aqu�. Que
venga a casa, y ya dir� a mi gente que le abran la puerta, y le har� subir a mi
aposento, y pasaremos juntos toda una hora. Pero tendr� que marcharse antes de que
mi padre vuelva de la oraci�n.� O�das las palabras de la anciana, sent� que
recobraba las fuerzas y que se desvanec�an todos mis pade- cimientos y descansaba
mi coraz�n. Y saqu� del rop�n una bolsa repleta de dinares y rogu� a la anciana que
le aceptase: Y la vieja me dijo: �Ahora reanima tu coraz�n y ponte alegre.� Y yo le
contest�: �En ver-
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dad que se acab� mi mal.� Y en efecto, mis parientes notaron bien pronto mi
curaci�n, y llegaron al colmo de la alegr�a, lo mismo que mis amigos. Aguard�,
pues, de este modo hasta el viernes, y entonces vi llegar a la vieja. Y en seguida
me levant�, me puse mi mejor traje, me perfum� con esencia de rosas, e iba a correr
a casa de la joven, cuando la anciana me dijo: �Todav�a queda mucho tiempo. M�s
vale que entretanto vayas al hammam a tomar un buen ba�o y que te den masaje, que
te afeiten y depilen, puesto que ahora sales de una enfermedad. Veras qu� bien te
sienta.� Y yo respond�: �Verdaderamente, es una idea acertada. Pero mejor ser�
llamar a un barbero, para que me afeite la cabeza, y despu�s podr� ir a ba�arme al
hammam. Mand� entonces a un sirviente que fuese a buscar a un barbero, y le dije,
�Ve en seguida al zoco y busca un barbero que tenga la mano ligera, pero sobretodo
que sea prudente y discreto,, sobrio en palabras y nada curioso, que no me rompa la
cabeza con su charla, coma hacen la mayor parte de los de su profesi�n. Y mi
servidor sali� a escape y me trajo un barbero viejo. Y el barbero era ese maldito
que veis delante de vosotros, �oh mis se�ores! Cuando entr�, me dese� la paz, y yo
correspond� a su saludo de paz. Y me dijo: ��Que Alah aparte de ti toda desventura,
pena, zozobra, dolor y adversidad!� Y contest�: ��Ojal� atienda Alah tus buenos
deseos!� Y prosigui�: �He aqu� que te anuncio la buena nueva, �oh mi se�or! y la
renovaci�n de tus fuerzas y tu sa- lud. �Y qu� he de hacer ahora? �Afeitarte o
sangrarte? Pues no ignoras que nuestro gran Ibn-Abbas dijo: �El que se corta el
pelo el d�a del viernes alcanza el favor de Alah, pues aparta de �l setenta clases
de cala- midades.� Y el mismo Ibn-Abbas ha dicho: �Pero el que se sangra el viernes
o hace que le apliquen ese mismo d�a ventosas escarificadas, se expone a perder la
vista y corre el riesgo de coger todas las enferme- dades.� Entonces le contest�:
��Oh jeique! basta ya de chanzas; lev�ntate en seguida para afeitarme la cabe- za,
y hazlo pronto, porque estoy d�bil y no puede hablar ni aguardar mucho.� Entonces
se levant� y cogi� un paquete cubierto con un pa�uelo, en que deb�a llevar la
bac�a, las navajas y las tijeras; lo abri�, y sac�, no la navaja, sino un
astrolabio de siete facetas. Lo cogi�, se sali� al medio del patio de mi casa,
levant� gravemente la cara hacia el sol, lo mir� atentamente, examin� el
astrolabios, vol- vi�, y me dijo: �Has de saber que este viernes es el d�cimo d�a
del mes de Safar del a�o 763 de la h�gira de nuestro Santo Profeta; �vayan a �l la
paz y las mejores bendiciones! Y lo s� por la ciencia de los n�meros, la cual me
dice que este viernes coincide con el preciso momento en que se verifica la
conjunci�n del pla- neta Mirrikh con el planeta Hutared por siete grados y seis
minutos. Y esto viene a demostrar que el afeitar- se hoy la cabeza es una acci�n
fausta y de todo punto admirable. Y claramente me indica tambi�n que tie- nes la
intenci�n de celebrar una entrevista con una persona cuya suerte se me muestra como
muy afortuna- da. Y a�n podr�a contarte m�s casas que te han de suceder, pero son
cosas que debo callarlas.� Yo contest�: ��Por Alah! Me ahogas con tanto discurso y
me arrancas el alma. Parece tambi�n que no se- pas m�s que vaticinar cosas
desagradables. Y yo s�lo te he llamado para que me afeites la cabeza. Lev�n- tate,
pues, y af�itame sin m�s discursos.� Y el barbero replic�: ��Por Alah! Si supieses
la verdad de las co- sas, me pedir�as m�s pormenores y mas pruebas. De todos modos,
sabe que, aunque soy barbero; soy algo m�s que barbero. Pues adem�s de ser el
barbero m�s reputado de Bagdad, conozco admirablemente, aparte del arte de la
medicina, las plantas y los medicamentos, la ciencia de los astros, las reglas de
nuestro idio- ma, el arte de las estrofas y de los versos, la elocuencia, la
ciencia de: los n�meros, la geometr�a, el �lgebra, la filosof�a, la arquitectura,
la historia y las tradiciones de todos los pueblos de la tierra. Por eso tengo mis
motivos para aconsejarte, �oh mi se�or! que hagas, exactamente lo que dispone el
hor�scopo que acabo de obtener gracias a mi ciencia y al examen de los c�lculos
astrales. Y da gracias a Alah, que me ha tra�do a tu casa, y no me desobedezcas,
porque s�lo te aconsejo tu bien por el inter�s que me inspiras. Ten en cuenta que
no te pido mas que servirte un a�o entero sin ning�n salario. Pero no hay que dejar
de reconocer, a pe- sar de todo, que soy un hombre de bastante m�rito y que me
merezco esta justicia.� A estas palabras le respond�: �Eres un verdadero asesino,
que te has propuesto volverme loco y matarme de impaciencia.�
En este momento de su narraci�n, Schahrazada vio aparecer la ma�ana, y se call�
discretamente.
PERO CUANDO LLEG� LA 29a NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber �oh rey afortunado! que cuando el joven dijo al barbero: �Vas a
volverme loco y a matarme de impaciencia�, el barbero respondi�: �Sabe, sin
embargo, �oh mi se�or! que soy un hombre a quien todo el mundo llama el Silencioso,
a causa de mi poca locuacidad. De modo que no me haces justicia creyendo me un
charlat�n, sobre todo si te tomas la molestia de compararme, siquiera sea por un
momento, con mis hermanos. Porque sabe que tengo seis hermanos que ciertamente son
muy charlatanes, y para que los conozcas te voy a decir sus nombres: el ma-

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