Rober Pe y La Pandilla Azul

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Título original: ROBER PE Y LA PANDILLA AZUL
© 2018, Janina Pérez de la Iglesia
© De esta edición:
2019, Santillana Infantil y Juvenil, S. L.
Calle Juan Sánchez Ramírez No. 9, Ens. Gascue
Apartado Postal 10204 • Santo Domingo, República Dominicana
Teléfono 809-682-1382

ISBN: 978-9945-19-802-7
Registro industrial: 58-347
Impreso por: Litografía e imprenta LIL, S. A.
Impreso en Costa Rica

Primera edición: marzo de 2019

Directora Editorial: Claudia Llibre


Director de Arte y Producción: Moisés Kelly Santana
Subdirectora de Arte: Lilian Salcedo Fernández
Diagramación: Ana Gómez Otaño

Edición: Luis Beiro Álvarez


Ilustraciones: David F. Ardila Suesca

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede


ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada
ni trasmitida por un sistema de recuperación de información,
en ninguna forma ni por un medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier
otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
Rober Pe
y la pandilla Azul
Janina Pérez de la Iglesia
Ilustraciones de David F. Ardila Suesca
Para Angélica,
una niña que ama a los animales y los libros.
Juramento de la pandilla Azul

Juro por mi vida que toda mi vida seré miembro de la 9


pandilla Azul.
Juro por mi vida luchar contra el mal.
Juro por mi vida salvar a los que estén en peligro.

Juro por mi vida que jamás dejaré abandonado a un


amigo.

Juro por mi vida que esta es mi firma.

Firma:
Capítulo 1

Los kikis estrellaron el nido de pájaros contra el 11


andén y comenzaron a pisotear los huevos.
—¡Imbéciles! —gritó Claudia a todo pulmón—.
¡Imbéciles!
—Uy, Claudia, ahora sí —dejó escapar Toño
como un suspiro.
La piedra vino volando en línea recta hacia mí.
—¡Corran! —ordenó Raúl, y dos segundos más
tarde pasaba por mi lado como una flecha, rumbo
a la esquina.
Después pasó Toño.
Puedo correr más rápido que Raúl y Toño si
quiero, porque soy más flaco que ellos. Pero no
quería. A mi lado corría Claudia, y correr al lado
de una niña es lo más increíble del mundo, aunque
termines con una pedrada en la cabeza.
¡Pof!, hizo la piedra al chocar con mi cráneo.
Después, todo quedó a oscuras.
Cuando abrí los ojos otra vez lo primero que vi
fue el cielo, enorme y azul, y eso me gustó. Des-
pués vi la cara de Claudia, y eso me gustó más aún.
—¿Estás bien, Camilo?
—No —dije.
12 Los ojos de Claudia se notaban enormes.
—¿Estás mal?
—¡Me duele muchísimo! —mentí, porque me
gustaba ver a Claudia muerta del susto por mí.
Creo que las cabezas son un poco torpes. La
mía no sabe la diferencia entre una orden y una
mentira.
Nomás terminé de hablar, sentí que un martillo
invisible pegaba muchas veces contra mi nuca.
—¿Estás bien, Camilo?
—¿Estás bien, Camilo?
Toño y Raúl se inclinaban sobre mí. Decidí que
ya era hora de incorporarme. Que una chica te vea
ahí, acostado en medio de la calle y mirando al cie-
lo, está bien, el asunto queda entre ella y tú y has-
ta parece romántico, pero que te vean tus amigos
ya es distinto.
Bien. Solo traté de incorporarme, porque en
verdad no pude. Nomás despegar la cabeza del
suelo todo giró alrededor, y caí otra vez y la cabeza
dolió más aún.
—¡Aaaaaaauuuch! —grité y vi las estrellas,
aunque era de día.
—No está nada bien —dijo Raúl.
—Hay que llamar a la ambulancia. 13
—¡No quiero que venga la ambulancia! —supli-
qué con los ojos cerrados.
—¿Alguien tiene un celular?
—No podemos llamar a la ambulancia, somos
unos niños.
—¿Y eso qué?
—Vendrá la policía y harán preguntas.
—¡No quiero que venga la policía! —supliqué,
con los ojos cerrados aún.
—¿Por qué los niños no pueden llamar adonde
quieren? Le diremos a la policía lo que pasó.
—No vendrán.
—¿Por qué no?
—Porque ahora se ocupan de otras cosas, robos
o crímenes.
—¿Quieres algo más importante que luchar
contra los kikis?
—No llames a la policía. Somos pandilleros.
—No somos pandilleros.
—Somos la pandilla Azul.
—¿Y qué?
—Que sí somos pandilleros.
14 —¿Y qué? Somos una pandilla buena.
—¿Vas a decirle eso a la policía?
—No quiero que venga la policía —repetí.
—¿Le está saliendo sangre?
—No sé. Vamos a ver.
—¡No me está saliendo sangre! —chillé, y abrí
los ojos como dos huevos fritos.
Toño y Raúl me tomaron por los brazos.
Quedé sentado en la calle.
—Mira a ver si hay sangre —dijo Raúl a Toño.
—¡Noooooo! —Toño meneó la cabeza de lado a
lado—. No puedo ver sangre, me desmayo.
—¡No seas cobarde! —se enojó Raúl.
—¿Por qué no miras tú?
Raúl apretó con rabia mi brazo derecho y dijo:
—¿No ves que lo estoy aguantando para que no
se caiga?
—Yo también —dijo Toño, y apretó mi brazo
izquierdo con más rabia aún.
—¡Auch! —volví a gritar, porque ahora me do-
lían los brazos y la cabeza, todo a un tiempo.
—Son unos niños —dijo Claudia, y se colocó
detrás de mí.
Sentí sus manos sobre mis hombros y eso me
gustó. Me gustó más que ver el cielo enorme y azul. 15
Pero después Claudia apartó mi cabello para ver
mejor, y me dolió, así que solté lo mejor que pude:
—¡Aaaaaaaauuuuuuuch!
—Tiene sangre —anunció Claudia mostrando
sus dedos.
Toño soltó mi brazo.
—Me voy a desmayar —dijo.
Puso los ojos en blanco y abrió la boca. Estuvo
así más de un minuto.
—Acaba de hacerlo —lo apuró Claudia al fin.
—¿Hacer qué?
—Desmayarte. Así podemos llamar a la ambu-
lancia. No es lo mismo molestar por dos moribun-
dos, que por uno.
16 Toño cruzó los brazos.
—Ya no quiero desmayarme —dijo—. Me pu-
yarán. Y no soy un moribundo.
—¿Entonces qué hago? —pregunté, porque
esto de llevar la cabeza rota por tanto tiempo no
era lo mejor del mundo.
Ellos soltaron a coro:
—¡Hay que llamar a tu mamá!
Entonces vi la luz. Mi mamá siempre sabe qué
hacer, aun en las peores situaciones.
—Llámenla —dije.
En la sala de Urgencias del hospital cosieron el
agujero de mi cabeza. Regresé a casa en el asiento
trasero del taxi. Mi mamá y el taxista hablaban de
lo mal que está el mundo, y yo pensaba en Claudia,
y en lo valiente que se había portado, a pesar de
ser una niña.
Es que las chicas son valientes. Más que los ni-
ños. Solo que ellas no lo dicen, se quedan calladas
y actúan. Nosotros lo hacemos al revés, decimos
que somos valientes, pero al final ni siquiera pode-
mos ver dos gotas de sangre, porque nos vamos de
cabeza contra el piso.
Estoy enamorado de Claudia, pero aún no le
digo porque soy cobarde, es decir, soy varón. 17
Si Claudia un día de estos llega a enamorarse de
mí, seguro que me dice: Oye Camilo, estoy enamo-
rada de ti.
Un día de estos va y ella me dice. Pero, por aho-
ra somos amigos.
En la noche tuve pesadillas.
Soñé que a Claudia se la llevaba un pájaro enor-
me y oscuro. El pájaro tenía cuerpo de pájaro, pero
su cabeza era la cabeza de Damián.
Damián es el jefe de los kikis. Claudia colgaba de
sus garras y parecía decirme algo. Yo corría detrás
del pájaro Damián, pero nunca llegaba a alcanzarlo.
Finalmente, el pájaro y Claudia desparecían en
un cielo completamente azul.

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