CUANDO EL MAR ES MÚSICA

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CUANDO EL MAR ES MÚSICA


Muchos han tratado de escribir su partitura, hacerlo sonar; pero aún nadie ha conseguido igualar el
misterioso, adormecedor, inquietante, necesario, bravo, dulce, melancólico, potente, sonido del mar. La
enorme masa de agua en movimiento que cubre más de las tres cuartas partes de la superficie que
habitamos ofrece a nuestros oídos múltiples sonoridades.

Se ha cantado al mar; ha sido fuente de inspiración eterna; se ha buscado su sonido en caracolas,


partituras e instrumentos; se han encontrado melodías en sus profundidades, en el canto de las
ballenas y en el ensoñador de las sirenas; cantos y melodías que provienen de esta masa en
movimiento, con ritmo propio, que conforman su paisaje sonoro, por afuera y por adentro.

FUENTE DE INSPIRACIÓN ARTÍSTICA


Son muchos los que han usado el mar como fuente motora para sus creaciones. En
todas las ramas artísticas, y por supuesto, en la música. La música es capaz de
acercarnos a la orilla de la playa para escuchar el batir tranquilo de las olas,
emocionarnos con el ensoñador canto de una sirena o sobrecogernos con el furor de
una tempestad descrita en la partitura de una sinfonía.
Ejemplos de ello lo encontramos en numerosas composiciones. Claude Debussy en
su obra Le mer (La mar) nos transporta a un mundo de diáfana fantasía, cercano al
trance, a la vaguedaz del sueño; melodías que son siempre las mismas pero
permanentemente cambiantes, como el mar; evocando su magia, su carácter, su
pureza. Cuentan que tuvo que alejarse de la costa, irse tierra adentro; y desde las
montañas de Borgoña, desde la melancolía, la nostalgia y el recuerdo rendir
homenaje a “mi viejo amigo el mar, siempre innumerable y bello”.
No sólo Debussy, también Wagner en su ópera El Holandés Errante, en la que
cuenta la historia de un barco fantasma que no puede volver a puerto, condenado a
viajar siempre por los océanos del mundo; Mendelssohn a través de sus oberturas
como Mar en calma y feliz o Camille Saint–Säens en su pieza El Acuario en la que
nos traslada al mundo de las profundidades marinas.
La arquitectura nos habla a menudo de los sonidos del mar. El edificio de La Casa de
la Ópera en Sidney que se apoya en quinientos ochenta pilares hundidos en el mar a
una profundidad de veinticinco metros nos recuerda la sonoridad y el movimiento de
las olas, con sus cúpulas recubiertas de millones de azulejos; mucho más explícito
es el Órgano Marino de Zadar. Se trata de un órgano sumergido en el mar que
produce música gracias al movimiento de las olas. Construido por el arquitecto Nikola
Basic en forma de escalones situados algunos centímetros por encima del nivel del
mar contiene veinticinco tubos de diferente diámetro, altura e inclinación que
producen siete acordes y cinco tonos. Produce una música única y relajante que
acompaña al visitante en el atardecer de este singular lugar en el mundo.
RECORDANDO SU SONIDO
Desde tiempos inmemoriables el hombre ha buscado el sonido de este elemento
único y permanente. Las caracolas marinas junto con el cuerno de algunos animales
fueron los primeros instrumentos de viento utilizados por el hombre. En la India su
sonido forma parte de los ritos religiosos y en algunas de las islas del Pacífico y en
regiones de Sudamérica se utilizan como instrumentos de señalización y
acompañamiento de danzas.
Los primeros pobladores de nuestras islas, los guanches, llamaban a estos
instrumentos bucios y eran un elemento básico de comunicación en ámbitos rurales y
marinos. Hoy en día el sonido de esta caracola forma parte del acervo cultural de las
Islas Canarias. Su sonido era utilizado como elemento básico de comunicación entre
barrancos y laderas, como indicador del comienzo y final de la jornada laboral, como
instrumento disuasorio de plagas o como medio para comunicar situaciones de
emergencia.
Los tambores oceánicos, de origen nepalí, son otra prueba de ello. Sus cientos de
bolitas metálicas se deslizan en el parche de piel produciendo músicas primitivas que
recuerdan el sonido de las olas al arrastrarse por la arena, un sonido relajante e
hipnotizador muy utilizado en la musicoterapia.
LA MÚSICA DE LAS PROFUNDIDADES
El mar es un baúl con infinidad de secretos. La música de sus profundidades
esconde enigmas como el hermoso canto de las ballenas jorobadas.
Estos animales, que producen el canto más largo y complejo del mundo animal,
pueden llegar a entonar canciones de hasta treinta minutos. Una ballena se puede
comunicar desde Canadá con otra ubicada en Puerto Rico, aunque cada vez es más
preocupante las interferencias que produce el tráfico marítimo en la comunicación de
estos animales marinos, sobre todo si consideramos que su única forma de
subsistencia es la comunicación con sonidos, dada su escasa agudeza visual y uso
del olfato en el agua.
Las melodías de las ballenas despiertan numerosas emociones en el ser humano ya
que existe una fuerte conexión entre su música y la nuestra, utilizamos las mismas
leyes musicales. En numerosos estudios se ha investigado el por qué de este canto
submarino y se ha llegado a la conclusión de que las ballenas son seres
tremendamente sociales que, al igual que el ser humano, cantan para expresar sus
sentimientos. El canto es así algo anterior a nuestra especie, algo que heredamos de
nuestros antepasados más distantes.

UN CANTO AL MAR
Desde la Antigüedad los marineros han confundido los sonidos de las ballenas con
los de las sirenas y al igual que Ulises –personaje principal de la Odisea de
Homero–, pensaban que podían quedar hechizados por sus cantos.
Aunque las sirenas nacieron de la imaginación de poetas de la Antigua Grecia, la
tradición que éstas inspiraron se transformó y desarrolló con el paso del tiempo.
Marineros y pescadores de todos los tiempos han contado historias en las que
aparecen estos seres durante siglos. Las primeras observaciones fueron hechas en
Asiria alrededor del año 1.000 a.C. Hay leyendas irlandesas e inglesas que hacen
referencia a la presencia de sirenas a lo largo de sus costas, Cristóbal Colón dijo
haber divisado tres de estas criaturas frente a las Antillas y otros expertos
navegantes y exploradores como Henry Hudson hace referencia a estos seres en
sus cuadernos de bitácora.
Aparecen también en algunos cuentos de Las Mil y una noches como en el titulado
La ciudad de bronce donde las describen como “maravillosas criaturas de largos
cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables, redondos
y duros cual guijarros marinos; pero desde el ombligo su cuerpo era sustituido por el
del pez que se movía a derecha y a izquierda, de la misma manera que las mujeres
cuando advierten que a su paso llaman la atención”.
Sea como fuere, el canto de las sirenas ha acompañado e hipnotizado a marineros y
pescadores a lo largo de los tiempos, un canto enigmático proveniente de las
profundidades del océano, un canto que nos atrapa y nos acerca a nuestra esencia,
el lugar del que todos venimos, el espacio en el que se inició la vida, el mar.
El sonido del mar nos arrastra a nuestro origen, al útero materno, al canto de
nuestros antepasados. Es por ello que el ser humano no se cansa de evocarlo,
porque evocar el mar es evocar lo más profundo de las emociones humanas.

María Larumbe
Licenciada en estudios superiores de violín
y diplomada en educación musical, desarrolla proyectos
pedagógicos con diversas orquestas sinfónicas y
es autora de libros didácticos para la editorial Santillana.

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