Pedofilia
Pedofilia
Pedofilia
Pedofilia, pedofilias
* Cosimo Schinaia
Psicoanálisis y pedofilia
En sus Tres ensayos de teoría sexual, Freud (1905) se refiere a la pedofilia más como un
acto ocasional que como una auténtica perversión. Sólo en ocasiones describe al niño como
objeto sexual exclusivo y absoluto, y más frecuentemente como objeto sustitutorio de quien
no logra mantener relaciones sexuales con otros partners, o no consigue liberar de otro
modo un impulso sexual. En sus conclusiones clínicas son varios los casos de niños inicia-
dos en la sexualidad a través de partners adultos (niñeras, educadores, personal del servi-
cio o tíos impotentes). “Personas sexualmente inmaduras y animales como objetos sexua-
les” es el título del breve capítulo que Freud dedica a la pedofilia. Este título no ha sido bien
traducido al italiano, porque el término alemán geschlechtsunreife (inmadurez sexual)
debería referirse a los niños que no han alcanzado la pubertad; los franceses, en efecto, lo
han traducido como prepúberes. Este único escrito freudiano sobre la pedofilia trata de
poner en evidencia que frecuentemente “el género y el valor del objeto sexual desempeñan
un papel secundario”, y que constituyen un elemento no esencial de la pulsión sexual.
Green (1997) sostiene:
“la pedofilia aparece en la investigación psicoanalítica por la vía indirecta del trabajo
de Freud sobre Leonardo. Freud expone un análisis notablemente articulado: el amor
* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Italiana. Dirección: Via Bernardo Castello 8, (16121) Génova,
Italia.
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1) En la mínima atención que Freud dedicó al niño real respecto del niño presente en
el adulto, al niño analítico; falta de atención histórica que constituyó una de las razo-
nes que probablemente le llevaron sucesivamente a una modificación del valor y del
sentido atribuidos a los traumas sexuales reales padecidos por los niños.
2) En el condicionamiento teórico determinado por el modelo pulsional. “Si la sexua-
lidad no se contempla en su dimensión relacional, si teóricamente está minusvalora-
do el recurso defensivo en la ‘liberación de la libido’ frente a problemas narcisistas, si,
en definitiva, la pulsión sexual se acepta como estructuralmente asocial y necesaria-
mente indiferente al objeto, de esto se podría derivar además una justificación implí-
cita de la pedofilia y del pedófilo, el cual, en el fondo, no haría otra cosa más que bus-
car las condiciones más ventajosas para la propia satisfacción pulsional” (Roccia y
Foti, 1997, pág. 194).
El tratamiento y la argumentación del caso de Dora ponen en evidencia hasta qué punto
se puede considerar a esta joven como objeto de cura, mientras que no existe ningún indi-
cio patológico que pueda ligarse a las atenciones sexuales que el señor K. dirige a una
adolescente. En esta misma línea, Abraham, en un escrito de 1907, señala que “en un
gran número de casos el trauma es deseado por el inconsciente del niño” (pág. 370), y
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parece atribuir a éste y a su sexualidad infantil la responsabilidad del abuso del que es
víctima, a través de la seducción.
Ferenczi, sin embargo, en 1932 escribe respecto a la pedofilia: “La objeción obvia de
que se trate de fantasías sexuales del propio niño, y por lo tanto de mentiras histéricas,
es desgraciadamente refutada por las innumerables confesiones de pacientes en análisis
que aseguran haber violentado niños” (pág. 420). Luego añade: “El adulto confunde los
juegos inocentes del niño con el deseo de una persona sexualmente desarrollada, o se
abandona a actos sexuales sin valorar las consecuencias” (pág. 421).
Ferenczi recuerda que en casos de violencia sexual los niños tienden a identificarse con
el agresor. “Con la introyección del agresor, éste desaparece como realidad externa [...].
El hecho de que la agresión desaparezca como rígida realidad externa, permite que, en
la trance traumática, el niño consiga mantener viva la situación precedente, con su carác-
ter de ternura. Pero en la vida psíquica del niño la mutación más importante, provocada
por la identificación debida al miedo hacia el partner adulto, es la introyección del sentido
de culpa del adulto; ésta convierte en acción culpable un juego considerado inocente
hasta ese momento” (págs. 421 y 422).
El tránsito de la teoría de la seducción real al fantasma traumático ha sido abordado por
diversos autores (entre otros Masson, 1987; Kluzer, 1996; Bonfiglio, 1996 y 1997 Speziale
Bagliacca, 1997).
Mientras que para Freud es constante la preocupación por savalguardar tanto los
aspectos ligados al sujeto como aquellos que se derivan del ambiente, para Ferenczi, a
partir de un determinado punto, el componente ambiental adquiere mayor importancia
(Bonfiglio, 1997).
Freud, en un inicio, cuando escuchó las historias de abusos sexuales, –concretamente
las incestuosas–, vividas por sus propios pacientes, creyó que estos hechos habían aca-
ecido realmente, en honor a las enseñanzas de Paul Brouardel, cuyas obras había cono-
cido en su estancia parisina en el período 1885-1886 (Arveiller, 1998). Más tarde, en 1897,
incluso corrigió su propia “teoría de la seducción”, como se deduce de la carta a Fliess del
21 de septiembre, pero sin abandonarla completamente, yendo en la dirección de una
interpretación de las historias de los pacientes que observaba como fantasías o proyec-
ciones de deseos tan violentos como inaceptables. En Conferencias de introducción al
psicoanálisis (1916-17, págs. 525 y 526), Freud escribe:
“No creáis, por lo demás, que el abuso del niño por parte de parientes próximos de
sexo masculino pertenezca totalmente al reino de la fantasía. La mayor parte de los
analistas ha tratado casos en los cuales tales relaciones eran reales y podían demos-
trarse sin discusión; pero también es cierto que, incluso en estos casos, las relacio-
nes correspondían a la infancia tardía y habían sido trasladadas a un período prece-
dente”.
No opino, como sostiene J. Masson (1987), que Freud abandonase demasiado pronto la
primera teoría debido a un pusilánime y pasivo sometimiento al conformismo de su tiem-
po y por miedo, por lo tanto, al rechazo social que habría generado; creo, sin embargo, en
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una operación visionaria por parte de Freud, tendiente a distinguir la realidad de la fan-
tasía para no correr el riesgo de que el psicoanalista se transformase en un inspector de
policía a la búsqueda, a toda costa, del trauma olvidado, reprimido. En cualquier caso,
Freud continuó otorgando relevancia al ambiente como factor etiológico. Tal como subra-
ya Martin-Cabré (1997), Freud, en “Análisis terminable e interminable”, habla de “fuerza
pulsional del momento” reforzada por nuevos traumas y frustraciones, y no ya sólo de
“fuerza constitucional”.
El descubrimiento de un número cada vez mayor de pedófilos y, en consecuencia, de
traumas sexuales infantiles a menudo padecidos en el seno de la familia, propone un tema
que, hasta hace poco tiempo, la jurisprudencia consideraba como secundario: el valor que
se atribuye a los recuerdos recuperados de la propia infancia. Recientes sentencias, en las
que se han tenido en cuenta recuerdos que se remontaban a veinte o treinta años, han sus-
citado un polémico debate, especialmente en los Estados Unidos. El hecho de que muchas
personas con recuerdos recuperados de abusos sexuales sufridos en la infancia se psico-
analicen, ha permitido reconocer que los psicoanalistas pueden influir indebidamente con
sugerencias explícitas o implícitas en los pacientes; éstos recompensarían a sus terapeu-
tas con revelaciones dramáticas relativas a los señalados abusos. El psicoánalisis, otra
más entre las tantas actividades humanas, puede dar su opinión sobre el ser humano, pero
no puede ocupar el lugar de ningún otro discurso. Y, por lo tanto, el aparato jurídico debe
llevar a cabo su cometido, que consiste no en convertirse en el terapeuta del pervertido,
sino en poner en evidencia el estado de las relaciones de una sociedad en un determina-
do momento histórico, así como en establecer, en cuanto incumbe al derecho penal, qué
puede perjudicar tales relaciones.
Ferenczi continuó sosteniendo con lucidez el carácter histórico del trauma y todavía hoy
se puede afirmar tranquilamente que cada comportamiento destructivo tiene, en cualquier
modo, sus raíces en experiencias infantiles traumáticas. El trauma no es necesariamente
un evento episódico macroscópico, que debido a su gravedad puede marcar definitiva-
mente una existencia, pero puede constituirse como la resultante de comportamientos
sutiles e insidiosos que operarían en el individuo incluso durante períodos de tiempo pro-
longados.
Ya con Freud, “la base de las posibles condiciones traumáticas sexuales se había
extendido del acontecimiento singular a situaciones más generales y paradigmáticas del
desarrollo psico-afectivo infantil, tal como el Edipo, la castración, la vida sexual de los
padres, que más tarde, a partir de 1915, se reagruparán bajo el término de fantasmas ori-
ginarios” (Kluzer, 1996, pág. 407).
El trauma real, y no la fantasía traumática, puede estar presente no necesariamente en
términos sexuales estrictos, como se desprende de este recuerdo de Michel Tournier
(1983), donde es evidente el acontecimiento traumatizante debido a un procedimiento
médico invasivo: “Una mañana dos desconocidos irrumpieron en mi habitación: batas
blancas, un reluciente laringoscopio en la frente. Una aparición de ciencia ficción o de una
película de terror. Se abalanzaron sobre mí, me envolvieron en una de mis sábanas, luego
procedieron a desencajarme las mandíbulas con un dilatador. Acto seguido entraron en
acción las pinzas, porque las anginas no se cortan, se arrancan como los dientes. Me
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quedé literalmente ahogado en mi propia sangre. Me pregunto cómo fue posible reanimar
al pelele jadeante en el que me había convertido aquella innoble agresión. Pero casi
medio siglo después todavía llevo conmigo las huellas de este episodio y continúo siendo
incapaz de revivir la escena con sangre fría” (pág. 101).
McDougall (1985) escribe: “el tema de base del entramado neosexua es invariablemente
la castración [...] el triunfo del escenario neosexual se debe al hecho de que el propósito
de la castración se realiza en el plano del juego [...] [las perversiones] son todas actos sus-
titutivos de la castración que, en cuanto tales, sirven para dominar la angustia de castra-
ción de forma ilusoria, en cada nivel concebible” (pág. 252).
Freud destacó en primer lugar la posición central de la angustia de castración en las
perversiones y “en efecto, el miedo de la castración puede aclarar, al menos parcialmen-
te, el comportamiento del pedófilo, al que asusta el encuentro con una mujer de su misma
generación y, por lo tanto, prefiere la relación con una niña, ya que a través de esta rela-
ción puede alcanzar el orgasmo sin tener que enfrentarse a la penetración genital o, si
ésta tiene lugar, se producirá desde una posición de superioridad y de ‘idoneidad’” (Roccia
y Foti, 1997, pág. 195).
Como se puede observar, en los escasos trabajos psicoanáliticos sobre la pedofilia se
otorga una predominante relevancia a la angustia de la castración.
En 1927, Cassity llevó a cabo una revisión de la literatura, incluyendo las aportaciones
de Krafft-Ebing, Havelock Ellis, Magnan, Bleuler, Stekel y Hadley. Presentó cuatro casos
tratados por él mismo y subrayó los siguientes factores etiológicos:
1) La pérdida precoz del pecho materno (trauma del destete) provoca fuertes ten-
dencias vengativas que son paliadas obligando al objeto de amor a satisfacer insa-
ciables deseos orales y, al mismo tiempo, tratando de dominarlo y controlarlo.
2) La supresión de la angustia de castración mediante la elección de un objeto de
amor con características similares a las de uno mismo.
Karpman (1950) describió un caso donde el conflicto básico parecía centrarse en el miedo
provocado por el bello púbico de la mujer. Este hecho supuso una experiencia traumática
en la infancia del paciente. Experiencia que dicho paciente trataba de evitar manteniendo
relaciones con inofensivas muchachas en edad prepúber. En su escrito se alude tan sólo
de pasada a los aspectos incorporativos, y los mecanismos defensivos no están bien defi-
nidos.
En 1959, Socarides, al describir un caso, remarcó que la escisión del yo y del objeto
eran condiciones necesarias para la transición al acto pedófilo. La perversión conseguía
interrumpir la progresión hacia la psicosis, revelándose una medida preventiva.
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vergüenza y amenazante hasta el punto de hacer necesaria una reacción de rabia para
arreglar el ‘sí’ y corregir la humillación sufrida por parte de un objeto-sí insensible” (pág.
142).
Cada tentativa terapéutica con el pedófilo debe partir de la “terrible angustia originaria
de existencia” (Balier, 1993) que está detrás de la “sexualización”. Ésta enmascara, en un
segundo momento, el vacío con un lleno; más exactamente con un falso lleno.
Balier (1996) distingue claramente los comportamientos perversos de los comporta-
mientos sexuales violentos introduciendo, de manera original, el concepto de “perversidad
sexual”, donde el criminal queda completamente atrapado en la puesta en escena resul-
tante, hasta el punto de ser “actuado” y desaparecer como sujeto. La perversidad sexual
está muy cerca de la psicosis. En la organización perversa, sin embargo, el sujeto es
capaz de reelaboración, de diversificación. Los momentos perversos de los fetichistas,
masoquistas, exhibicionistas y de los voyeurs, permiten a éstos integrar la violencia origi-
nal como tal, limitarla y evitar que se desborde ulteriormente. La pornografía, a menudo
asociada a imágenes sádicas, puede defender de la ejecución de fantasías homicidas.
En los casos graves sucede lo contrario: no solamente el escenario perverso no facilita
la integración de la violencia destructiva, sino que además se pone al servicio de la vio-
lencia. Se puede afirmar que hay perversión de la perversión sexual en el sentido freu-
diano del término; es decir, inversión de la correspondiente organización psíquica, jaque
de lo que de vez en cuando parece funcionar en los perversos que encontramos sobre los
divanes. Para entender cómo funciona esta evolución al contrario, hay que retornar a la
metapsicología de la pulsión parcial. En cada pulsión existen un intento sexual y uno des-
tructivo. Hasta que estos dos intentos se articulan bajo el predominio de la genitalidad los
daños son limitados. Cuando el intento destructivo predomina hasta el punto de relativizar
la satisfacción sexual, sólo entonces existe perversión de la perversión, y se va hacia la
perversidad sexual, con los correspondientes pasajes al acto violentos, lo que implica un
déficit o incluso una ausencia de la capacidad de simbolización. Balier (1996), para apro-
ximarse al tema, se refiere al concepto de pictograma, que sería “lo más originario que
hay en las raíces de cualquier representación de la escena primaria. El modelo sería el
encuentro boca-pecho, donde el objeto no se distingue de la zona erógena. Se trataría
entonces de una especie de ‘vivencia’ del cuerpo que anima las emociones más primiti-
vas donde el ‘desagrado’ se confunde con el placer, el representante con lo representa-
do. El todo constituye, sin embargo, un ‘fondo representativo’, que tomará forma en el
curso de los procesos sucesivos, donde la escena primaria podrá representarse a través
de las relaciones paternas en un après coup. La realización del acto acaba con el pensa-
miento y se convierte en un acto sin sentido” (pág. 9 y 10). A pesar de esto, Balier (1996)
se pregunta si, en su función de espejo del pictograma, este acto pueda conservar una
adecuación de organización al “fondo representativo”.
En este caso debería reservársele el mismo potencial positivo que Winnicott asigna a la
reacción antisocial, que trata de recuperar algo “suficientemente bueno” que se ha perdi-
do.
Se observa que las reflexiones del psicoanalista francés, también partiendo de otras
referencias teóricas, se acercan a las Betty Joseph.
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Más que en otras formas de perversión, en el pedófilo se puede reconocer una visión inte-
gralista de la existencia y de las relaciones, con la consecuente aplicación rígida y cohe-
rente de los principios derivados de su “doctrina ideológica”. El pedófilo está convencido
de que sus pensamientos, deseos y actitudes son justos, y que sólo una sociedad mal-
vada e intrusa le impide amar al niño y prohíbe a éste amar al adulto.
La pedofilia no es, como pensaba Freud, la sustitución de un objeto sexual adulto por
un niño debido a algún motivo inalcanzable, sino una especie de adhesión total al mito de
la eterna juventud, teniendo como fundamento, desde el punto de vista narcisista, la ide-
alización del cuerpo y de la belleza infantil y adolescente. La pedofilia presupone una rela-
ción en la que se suprimen las diferencias entre generaciones y se niega la existencia del
papel y de la función de los padres.
“El pedófilo ama su doble narcisista y goza de aquello que habría querido que hubie-
ran hecho con él. Él ocupa el lugar del niño, pero también el del adulto, a menudo des-
crito como un padre autoritario, severo, violento, una caricatura del padre de la ‘orda
primitiva’. Un padre tirano y sádico que violenta y domina a sus hijos y exige una total
sumisión. En la realidad, el padre del pedófilo a menudo está ausente, muerto o en
cualquier caso desvalorizado en el discurso materno[...]. La identificación con este
tipo de padre presupone una especie de inversión de valores. El padre de la orda,
padre pedófilo, se convierte en el ideal de padre” (Szwec, 1993, pág. 592).
A) El pedófilo desea ser un chico junto a otros chicos en el mundo de los juegos y la
fantasía. Un educador de alrededor de 40 años se expresaba de la siguiente forma
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tras haber sido expulsado de un colegio masculino por “presuntos” episodios de pedo-
filia: “Yo quiero a aquellos niños y sólo deseo ayudarles... pertenecemos al mismo
mundo... no existe distancia entre ellos y yo. Soy un educador sólo sobre el papel,
pero en realidad soy uno de ellos”. La identificación con el mundo adolescente no
parece discutible.
B) Para el pedófilo no existe desarrollo más allá de la adolescencia, de manera que
el objeto de amor se considera perdido en el momento en que adquiere los caracte-
res somáticos del adulto. El idealizado mundo infantil de Peter Pan parece ser la
metáfora del mundo ideal de la pedofilia. Para el paciente, todo el bien se queda en
el mundo infantil, todo el mal pertenece al mundo de los adultos; en el pasado, la
madre, y también los educadores del colegio donde fue recluido de niño; ahora, la
mujer, y hasta el analista en la transferencia.
“En el tratamiento analítico de estos pacientes falta una estructura de elaboración del
trauma; para ellos es posible repetir hechos, pero no promover pensamientos repre-
sentativos y metafóricos del evento o de la situación traumática, ya que los aspectos
traumáticos no pueden ser reabsorbidos por el aparato psíquico ni formulados de
nuevo y vueltos a explicar” (Zerbi Schwartz, 1998, pág. 537).
Las mismas anotaciones realizadas a propósito del análisis de personas que han sufrido
un abuso sexual infantil pueden hacerse, con características de mayor rigidez y fijeza,
para los pedófilos. En los pedófilos que han sido reconocidos culpables de actos violen-
tos se puede percibir, de manera particular, una aparente falta de afectividad, un absolu-
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turar a aquellos mismos niños cuya vitalidad envidiaron y admiraron. Por este motivo, para
el pedófilo, la atracción hacia el niño posee un carácter positivo, vital y conforme al yo, que
es necesario para contrarrestar aquel núcleo mortífero-deprimido” (pág. 24), en el que todo
se lleva a cabo para aferrarse a una relación madre-hijo invertida.
una extrema escalation y se dirija hacia el punto máximo del orgasmo perverso, que coin-
cide con el placer que deriva el poder de matar (De Masi, 1998). Algunos intelectuales
(como el novelista italiano Aldo Busi, e incluso antes Andre Gide), racionalizando la pedo-
filia, y a menudo con el fin de la provocación publicitaria, exaltan, a través de la ideologi-
zazión del libre placer y el rechazo de cualquier idea de límite, de confín, de nefas, de ley
(Dogliani, 1997), la búsqueda de una infancia diversa, totalmente emancipada, donde la
polimorfia sexual no sea sofocada por la hipocresía social, en nombre de una satisfacción
del propio deseo vivido y esgrimido como imperativo categórico. A menudo se citan los
rituales sexuales iniciáticos vigentes en algunas culturas, y se olvida que tales ritos están
inscritos en la cultura y, consecuentemente, en el registro de los símbolos y no de la trans-
gresión (Lopez, 1997). Por ejemplo, los Sambia de Nueva Guinea definen como aberran-
te la figura de un soltero que no permite que los muchachos prepúberes le practiquen una
felatio (Herdt, 1981).
Luther Blisset (1997), nombre inventado y autodefinido como no-copyright, que puede
ser utilizado por cualquiera que desee realizar una labor de contrainformación, sostiene
la necesidad de distinguir el amor hacia los niños de la prostitución infantil y de la vio-
lencia sexual.
Los intelectuales que defienden estas tesis, sin embargo, no señalan que su emanci-
pación, sustancialmente, sea la de las prohibiciones que obstaculizan el poder de seduc-
ción de un adulto hacia un niño, el poder que se instaura en una relación asimétrica y nar-
cisista y no igualmente inocua para ambos miembros. El pedófilo puede sentirse podero-
so sólo con un partner que percibe como inferior y susceptible de seducción. El amor
pedófilo por lo tanto, es, también una forma de defensa de la relación con un objeto per-
cibido como independiente. La intensidad y el calor infantiles se interpretan erróneamen-
te como una invitación a participar en la relación sexual. “Dada la confusión que existe en
la mente del pedófilo, entre promiscuidad sexual y sexualidad, el amor sexual pierde las
connotaciones de mundo íntimo y personal para convertirse en un encuentro público entre
los cuerpos. El niño y el adolescente son ‘sexualizados’ y se afirma la fantasía de que
éstos encuentran placer al ser utilizados sexualmente” (De Masi, 1998, pág. 25). Para un
niño, una cosa es soñar dedicándose a juegos sexuales consigo mismo o con sus coetá-
neos y otra enfrentarse a la realidad del orgasmo del adulto” (Bonnetaud, 1998).
“Algunas niñas prepúberes en análisis pueden presentar una actitud vanidosa, sensual y
seductora. Se trata generalmente de un comportamiento estereotipado y sin consistencia.
Se puede hablar de una defensa del tipo ‘falso sí’ que trata de disimular conflictos interio-
res y dificultades para adquirir nuevos modelos de identificación” (Machado, 1996, pág. 1-
169).
La reivindicación de la pulsión como afirmación gozosa es una invención fantástica que sos-
tiene una negación formidable (Green, 1997). Simona Vinci, joven escritora italiana, en su
novela Dei bambini non si sa niente (1997), muestra con eficaz dureza cómo los juegos eró-
ticos de un grupo de niños, ambiguos e inocentes al mismo tiempo, se transforman, a través
de la contaminación provocada por la mirada de los adultos, en juegos prohibidos cada vez
92 Cosimo Schinaia
No creo que la pedofilia sea un fenómeno cada vez más extendido, sino un fenómeno más estu-
diado; la crónica de estos últimos años señala un cambio radical en el modo en que se presenta
el problema: desde el tabú –algo que se oculta– al escándalo– algo de lo que se habla mucho y
mal–, desde la indiferencia al prejuicio, a veces histérico. En los últimos tiempos, por ejemplo, se
percibe un incremento de las películas sobre el tema de la pedofilia, lo que lleva a pensar en la
elección calculada del argumento que atrae, más que a una auténtica motivación artística. En
estos casos, el cine, haciendo hincapié en la extensión de un problema, acaba por atribuirle un
valor epidémico, y, por lo tanto, lo agrava.
“Entre el polo del silencio y del ‘pasotismo’ y el de la invocación represiva de tipo des-
tructivo hacia los autores de abusos existe una oscilación pendular, existe una continui-
dad de pensamiento y comportamiento, fundada sobre la exigencia común de alejar la
percepción de la violencia y del mal y de mantener a toda costa una imagen idealizada del
mundo adulto; sobre la común incapacidad para percibir de manera adecuada y respon-
sable el fenómeno del abuso sexual hacia los niños; presente, de distintas formas, en
todos los componentes de la sociedad adulta y no solamente en los pedófilos” (Foti, 1998,
págs. 13 y 14).
Quisiera subrayar que cuando un fenómeno tal como la pedofilia o las perversiones en
general pasa del terreno privado y secreto de la personalidad individual a adquirir formas
casi colectivas, y en lugar de limitarse a ponerse en manos de un psicoanalista se con-
vierte en mercado, se oferta en internet y genera un cierto tipo de pornografía no excesi-
vamente clandestina, es preciso preocuparse, porque el fenómeno corre el riesgo de
adquirir connotaciones de epidemia social, “en la que la búsqueda de agregación repre-
Pedofilia, pedofilias 93
senta también la tentativa de eludir la culpa inconsciente del individuo a través de la par-
ticipación” (De Masi, 1998, pág. 22). Se crea entonces el subgrupo social de los pedófilos
con connotaciones criminales y clandestinas, en el que la organización de grupo tiene el
sentido de reforzar la identidad y la visibilidad de los asociados y de socializar la trans-
gresión. “En los grupos fruto de operaciones de escisión tienden a afirmarse actitudes ide-
ológicas rígidas, sin libertad de alternativas. El pensamiento del grupo se convierte en
obsesivo y monotemático. Las situaciones que han sido excluidas del interés del grupo se
convierten en problemas extraños [...] las consecuencias finales son la impotencia y el
empobrecimiento” (Di Chiara, 1999, págs. 24 y 25). Di Chiara (1999) además recuerda
que la implicación de individuos en los subgrupos resultantes de operaciones mentales de
escisión patológica determina la pérdida del sentido de la comunidad: “La adhesión a una
parte supera el sentido de pertenencia al todo” (pág. 26). El encuentro entre el rico mundo
occidental y la miseria de los pueblos del Tercer Mundo permite, a través del turismo sexual,
que la infancia de los débiles sea violada sistemáticamente en escala mundial, como narra
con crudeza, en su libro I Santi Innocenti, el escritor y periodista italiano Claudio Camarca
(1998), en nombre de una especie de descontaminación a través de la relación con la natu-
ral pureza de los más pequeños, todavía mejor si son pobres. Este autor describe el silencio
que acompaña las fotografías de los abusos a menores que se pueden contemplar en
Internet, como lleno de modelos anoréxicas de 12 años, de recién nacidos desnudos que
recorren la nueva línea de azulejos para el baño, de la chiquilla enjaulada que imita a un cana-
rio balanceándose en el columpio y nos recuerda las pesadas responsabilidades de la socie-
dad consumista en el origen de la pedofilia organizada. En este caso, la perversión es prue-
ba de la degradación de la vida civil, donde la necesaria y madura tolerancia ha sido sustituida por
una actitud licenciosa, por la falta del sentido del límite y, sobre todo, por la indiferencia, entendida
como falsa normalización de la perversión y del desorden civil y ético de una población o de una
colectividad más o menos extensa. Todo esto tiene profundas raíces en la familia y la sociedad.
Cuando Visconti, en La caduta degli dei, quiso representar los signos de la decadencia ética de la
familia burguesa alemana entre las dos guerras, plasmó un sintomático episodio de pedofilia como
signo de aquella confusión y degradación trágica que había conducido inexorablemente al nazis-
mo. Petrella, (1997) y Tournier (1997) han propuesto el binomio pedofilia-nazismo; si el fascismo
había sobrevalorado la juventud, convirtiéndola en un valor, un fin en sí misma, una obsesión publi-
citaria, “el nazismo insertándose en esta ‘jovenfilia’ la agrava con actitudes maniáticas [...] y la
jovenfilia conduce a la pedofilia [...] La carne fresca para ser buena debe ser rubia, azul y doli-
cocéfala, y tiene su opuesto en una mala carne morena, negra y braquicéfala” (pág. 77)
La organización social de la pedofilia como fenómeno nuevo de nuestra época, el enla-
ce personal y social siniestro puesto en juego, son demasiado complejos para ser sólo
comprendidos por los limitados recursos de un psiquiatra o de un psicoanalista (Petrella,
1997); se necesita entonces un esfuerzo conjunto de muchos estudiosos de las diversas
fuerzas en juego: ciertamente, junto al psicoanalista debe estar también el sociólogo, el
educador, pero principalmente el político y el legislador. Estos últimos tienen el deber de
proteger al individuo y la comunidad, interpretando los nuevos fenómenos sociales y pro-
poniendo nuevas leyes, armonizando dinámicamente la exigencia individual con la del
colectivo. Contra los mercaderes y clientes de niños, se ha aprobado recientemente en
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Italia un texto de ley que prevé un endurecimiento de las sanciones para los explotadores
de la infancia, la punibilidad para quienes cometen crímenes sexuales también en el
extranjero y para los clientes de menores de menos de 16 años. Multas y dinero confis-
cado en el mercado pedófilo se destinarán a un fondo para financiar programas de pre-
vención, asistencia y recuperación de los niños víctimas.
Pienso que todavía es absolutamente actual el famoso aforismo de Albert Einstein: “El
mundo es peligroso no por causa de aquellos que hacen el mal, sino de aquellos que
miran y dejan hacer”.
Conclusiones
Resumen
El psicoanálisis se ha ocupado poco de la pedofilia y del pedófilo. Freud la describió más como un
acto ocasional y sustitutorio de una relación sexual adulta que como una perversión verdadera.
Sólo las más recientes aportaciones de Balier y de De Masi, integrándose con el concepto freu-
diano de angustia de castración, evidencian una estructura mental específica que, en las formas
violentas, configura un cuadro de perversidad, cercano a la psicosis.
La distinción necesaria de la pedofilia simple de la incitación a la prostitución de menores y del
comportamiento sexual violento tiene el sentido de identificar diferentes cuadros patológicos, que
subyacen en diferentes comportamientos sociales, más que de operar una distinción entre una
pedofilia buena y otra mala.
Résumé
PÉDOPHILIE, PÉDOPHILIES
La psychanalyse a accordé peu de place à la pédophilie et au pédophile. Freud l'avait décrite plutôt
comme un fait occasionnel et substitutif d’un rapport sexuel adulte que comme une véritable perversion.
Il a fallu attendre les apports les plus récents de Balier et de De Masi qui s’intègrent au concept freudien
d’angoisse de castration pour voir se manifester une structure mentale spécifique qui, dans ses formes
violentes, conforme un tableau de perversité, proche de la psychose.
La distinction entre la pédophilie simple, l’incitation à la prostitution de mineurs et le comportement
sexuel violent a pour but plutôt d’identifier de différents tableaux pathologiques qui sont sous-jacents aux
différents comportements sociaux que d'établir une distinction entre une “bonne pédophilie” et une “mau-
vaise pédophilie”.
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Summary
PEDOFILIA, PEDOFILIAS
Psichoanalysis did not study a lot paedophilia. Freud described it more as un occasional act and subs-
titute of an adult sexual intercourse, than as a real perversion. Only the more recent contributions of
Balier and De Masi, integrating Freud’s concept of castration anxiety, highlight a specific mental fra-
mework that, in violent forms, takes shape of perversity, a pathological situation close to the psy-
chosis.
The necessary distinction of simple paedophilia from the instigation to juvenile prostitution and
from the violent sexual behaviour wants to single out different pathologic situations that are behind
different social behaviours, more than to distinguish good and bad paedophilia.
Resumo
PEDOFILIA, PEDOFILIAS
A psicanálise ocupou-se pouco da pedofilia e do pedófilo. Freud a descreveu mais como um ato
ocasional e substitutório de uma relação sexual adulta, que como uma perversão verdadeira.
Somente as mais recentes contribuições de Balier e de De Masi, integrando-se com o conceito
Freudiano da angústia da castração, evidenciam uma estrutura mental específica que, nas formas
violentas, configura um quadro de perversidade, próximo da psicose.
A distinção necessária entre a pedofilia simples e a incitação à prostituição de menores e o com-
portamento sexual violento, tem o sentido de identificar diferentes quadros patológicos, subjacen-
tes em diferentes comportamentos sociais, mais do que fazer uma distinção entre uma pedofilia
boa e outra má.
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