Avellaneda - Cartas a Gracielita
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Avellaneda - Cartas a Gracielita
Cartas a Gracielita
Ilustración: Alejandro Chamorro
PROYECTO
Literatura, en democracia, con memoria e identidad
Ilustración de tapa:
“Graciela Pane, militante comunista”
© Alejandro Chamorro, 2023
Cartas a Gracielita
Mi hermana, víctima del terrorismo de Estado
Lina Avellaneda
Cartas a Gracielita1
Este libro se llama así porque justamente así te
llamaba mamá. Quizás en vida alguna vez no lo
haya hecho y te haya nombrado Graciela2, sin
diminutivo, pero definitivamente desde tu muerte
fuiste Gracielita para la Vieja durante todos los
años en que luchó por sobrevivirte. En cierta
manera es un homenaje también a ella.
1
Existe una versión impresa por la Municipalidad de Avellaneda,
agotada en su 1ra. edición. Esta edición, de circulación educativa,
cuenta con la autorización escrita de la autora.
2
Para más información sobre Graciela Carmen Pane, consultar:
https://www.gracielacarmenpane.com.ar/
Don Bosco, 15 de noviembre de 2020
Un día antes del que sería tu cumpleaños sesenta
y ocho empiezo, por fin, a escribir los recuerdos que
como hermana menor tengo de vos, Graciela. Los
recuerdos reales, los fotográficos, los transmitidos
por la Vieja, los nítidos y los borrosos, todo lo que
pueda servir para hablar de vos, y que no seas
solamente un número dentro del fatídico número
30.000.
Mis vivencias son todo lo que tengo ahora. Soy el
único familiar de sangre vivo que puede hablar de
vos. Solo quedan dos primos hermanos más grandes
que nosotras y con quienes la vida nos ha
distanciado desde aquel día; eso por parte de mamá,
y por parte del Viejo también sabés que nunca
tuvimos contacto con los hijos de Rolando, su
hermano. La vida, las creencias, las pertenencias,
las circunstancias y la propia familia se encargaron
de que hoy no haya nadie para arriba. Pero tranqui
hermana, para abajo sí, y a los costados también.
Tu sobrino es un hombre ya, y está para mimarme
todo lo que puede. Hay comadres y compadres,
ahijados y ahijadas, sobrinas y sobrinos nietos de la
vida, amigas, amigos y mucha gente que aprendió a
conocerme a través de vos. A través de tu historia.
Ah, y de aquellos tiempos no quiero olvidarme de
contarte que Jorge Garra sigue anualmente
llamando para acompañarnos, y algunos
3
compañeros más, cuyos nombres no recuerdo, y que
militaban con vos también, para acompañarnos,
digo, a vos en tu muerte, a mí en tu continuidad,
por decirlo de alguna manera. Hasta hace unos
años llamaban a la Vieja, pero… se nos fue sin
avisar, de arisca, como fue en sus últimos años.
Pero, además, y no es poca cosa, soy tu
“hermanita”. La que lleva como puede la lucha por
la justicia en cuanto a tu atroz asesinato y la lucha
por tu memoria. La verdad ya la sé. Lo que me
faltaba saber, tristemente lo supe en la fiscalía de
Norberto Oyarbide, cuya fiscal pudo acceder a los
resultados de tu autopsia y a los documentos de la
Policía Bonaerense y de la Central de Inteligencia
Americana (CIA), donde daban cuenta de tus
“actividades” y decían literalmente que eras una
“activista estudiantil de una facultad obrera” de la
Universidad Tecnológica Nacional (UTN), gente que
estudiaba y laburaba, gente peligrosa de por sí,
pensaron, y probablemente más influenciada por tu
discurso, hermana.
Pero, como ves, me estoy adelantando mucho. Es
que lo que sigue doliendo sale como puede,
desordenadamente y volviendo una y otra vez a tu
muerte, aun sin quererlo. La impunidad de tu
asesinato, la falta de justicia le hacen zancadillas a
la vida anterior que disfrutamos, lloramos,
peleamos y al fin vivimos juntas. Así que no, no voy
4
a seguir por ese lado… Necesito hablar de vos.
Necesitan todos saber de vos, cómo eras, qué
pensabas, que querías, cómo te relacionabas con los
otros. En fin, todo lo que nos acerque a tu presencia
más que las pocas fotos que quedaron después de
las mudanzas y los escondites, y de los pocos
poemas que encontramos tipeados en una vieja
máquina de escribir a cinta. ¡Si nos vieras hoy! ¡Vos
que creías tanto en la ciencia y la tecnología!
Hablando de eso, y antes de remontar mi
memoria a los más viejos sitios donde pueda
encontrarte, rescatarte y traerte, te cuento que
seleccionando fotos para las redes sociales (¡no
tenés idea lo que pasa en estos tiempos, vos tan
reservada, si supieras! Ahora hay manera de
enterarnos qué come y con quién engaña a su mujer
el vecino de al lado, todo por un invento llamado
internet que originó otros muchos y el más conocido
se llama “redes sociales”). Decía entonces que, en
las redes sociales, mañana estarás y yo postearé
(así se dice) acerca de tu cumple y de la impunidad
de tu muerte y pondré todas las fotos que encontré.
Iba a poner también un nuevo –y viejo– poema
escrito a mano por vos, que recién ayer encontré
entre los papeles de mamá. Se llama: Sin vos3, le
pusiste título y todo, pero me pareció que no
contaba con tu anuencia, los otros tres o cuatro que
3
Ver: “Poemas” de Graciela Pane, en esta colección (N. del E.).
5
encontré ya estaban tipeados a máquina, por eso los
publiqué en tu web (es un lugar donde el que quiera
puede saber quién fuiste). Tal vez este no lo
hubieras querido mostrar… así que lo besé y lo
volví a guardar.
Antes que nada, te cuento que este intento por
dejar tu huella escrita por mi memoria lo he
empezado varias veces… pero siempre lo he tenido
que abandonar. Solo por no soportar el dolor, el
nuevo duelo, el duelar permanentemente una
muerte que no halló justicia, más bien halló dos
veces la muerte. Una la real y otra la de los
juzgados.
Otra cosa que te quiero decir y con esto prometo
no divagar más, es que te extraño mucho,
muchísimo. Que el sentimiento de hermandad que
teníamos, ese que vos dijiste que era una ternura
inmensa que nos iba a durar toda la vida, así
resultó. Me dura.
Y ahora no te hablo a vos sino a quien lea esto.
Yo no soy escritora (vos ya lo sabés de siempre), un
poco letrista y nada más. (Y recuerdo ahora que mi
primera letra y música fue una “canción” que
hicimos juntas en nuestra adolescencia y que
desfachatadamente mandamos al Festival OTI de
la Canción.).
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Me excuso por lo tanto de no recurrir a formas
apropiadas de literatura, reglas, sintaxis y síntesis
correctas. Solo me guía el amor a mi hermana, y la
necesidad enorme de recordar y decir todo lo que
pueda de sus 23 años vividos, casi 20 junto a mí,
para que no sea un número solamente dentro de los
30.000 compañeros, deseando además que todos los
sobrevivientes que puedan dejen sus testimonios
también. Aunque sé que no va a ser fácil, de hecho,
hasta ahora somos minoría los que escribimos
nuestros recuerdos. Incluso, aunque cueste
entenderlo, hay familiares que nunca han iniciado
causa alguna, no han querido ver los nombres de
sus hijos o hermanos en el Nunca más, no adhieren
a la militancia por los Derechos Humanos y no
quieren siquiera escuchar hablar de política, como
si por no hablar no existiera. Las huellas de esa
desmemoria hay que buscarlas en un largo proceso
oscuro de miedo y de desprestigio hacia todos los
luchadores de los tiempos de la Triple A4 y de la
dictadura misma. El “algo habrán hecho” y “eran
guerrilleros” hizo su trabajo en muchas cabezas,
incluso como excusa (creo yo) para no enfrentar el
dolor de pérdidas irreparables y de maneras
horrorosas.
Solo desde el discurso oficial de Néstor Kirchner
y Cristina Fernández se empezó a llamar a las
4
Alianza Anticomunista Argentina (N. del E.)
7
cosas por su nombre. Todos eran militantes del
campo popular. Algunos, como vos, en las
universidades, otros en las fábricas y los menos en
grupos armados alzados contra la más feroz
dictadura que recuerde este país. ¿Error de
apreciación del momento político social para esos
alzamientos?
¿Utilización política de los militantes por cuadros
políticos fundamentalistas oscuros? No lo sé, ponele
que sí, ponele que un poco de todo, de todas
maneras, fueron héroes contra un enemigo
inmenso, poderoso, apoyado por fuerzas del
Imperio. Un enemigo que aniquilaba, mientras
tanto, lo mejor de los militantes de nuestra Patria.
8
16 de noviembre de 2020
Día dos de este propósito que es escribir sobre
vos, Graciela. Fue un día intenso, palabra que se
usa mucho por estos tiempos. Hoy habrías cumplido
68 pirulos, hermanita. Ya sabemos que no debemos
jugar mucho con eso de “qué hubiera pasado si
hubiera hecho tal cosa y no tal otra”, sabemos que
lo contrafáctico no sirve casi para nada a no ser
para sacar un poco de experiencia y no volver a
cometer el mismo error. Sin embargo, también
puede fallar incluso ese supuesto aprendizaje, así
que mejor seguir siempre adelante, siempre seguir,
y que otros hagan los balances, tal como decía tu
cuñado querido.
De todos modos, en tu caso las preguntas son
inevitables y la gran diferencia para ello es que lo
que pudiste hacer fue casi un suspiro en tu tiempo,
no pudiste todo lo que querías, y no fue por propia
elección. No pudiste solo por no haber vivido lo
suficiente. Te mataron tempranamente: 23 años y
un hijo de tres meses que nunca nació. Entonces
hoy, que cumplirías años, una vez más me pregunto
cómo serían nuestras charlas, cuántos hijos
hubieras tenido, cuántos sobrinos yo, cuántos
matrimonios abrigado en ese enorme corazón, o tal
vez si Hugo seguiría siendo tu único compañero, o
vos su viuda y no otra… Qué estarías haciendo
como científica (cosa que nunca dudé que llegarías a
9
ser), si seguirías siendo tan descuidada como
siempre con tu pelo y tu ropa, si tan desordenada
como creativa. Tan vulnerable a la muerte
cotidiana, al hambre y al dolor ajenos, y tan fuerte
para con todos nosotros. ¿Serías vegetariana?
¿Vegana? Feminista de las preclaras fuiste siempre.
Comunista presiento que sí. Afiliada no lo sé… Creo
que no, tal vez te molestaría tanto como a mí
algunas faltas de respuestas y de unión luego del ya
famoso Congreso del Partido Comunista (PC).
Creo que tendrías el pelo lleno de canas, como
papá, ¡y que no se te ocurriría teñírtelo! Y qué sé yo,
mil cosas más de las que hablo con algunas amigas
que más o menos tienen tu edad y que acompañan
estos años raros de la edad madura, como se nos
dice a los grandes, porque decir viejos hoy es mala
palabra.
Debo pensar en vos, me prometí meterme en mi
mente a buscarte… Pero la puta que se hace difícil
recordar. Sin embargo, de la imagen de tu pelo
ensortijado, de tus ojos negros profundos, de tu
aroma a flores, tan tuyo como los tulipanes que
cultivabas, de eso no me olvidé nunca. Imposible
después de tu muerte ver tulipanes y no verte a vos
con uno de ellos.
Y es en tren de recordar que se me aparecen dos
momentos feos de mi infancia donde fuiste vos la
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que me “salvó” casi literalmente, aunque ya
sabemos que no sirve de nada lo contrafáctico, como
ya convinimos. Vos te debés acordar mejor que yo.
Hay una escena en mi memoria (no hay fotos de
ninguno de los dos episodios) que quedó grabada a
fuego, fue cuando me salvaste del tío abuelo Miguel,
¡que quería entrar al baño a bañarme! Yo tenía 13
años entonces. Él ya había entrado y yo me tapaba
como podía. Vos entraste y lo sacaste a empujones.
No sé qué habrá pasado en la familia, no me enteré,
pero nunca más lo vi al tío Miguel. Y la otra escena
de mi memoria que aparece sin pensarla siquiera es
en el campito de la esquina de casa, el potrero,
donde los pibes jugaban al fútbol. Ese día estaban
todos en la canchita y yo casi sin querer o saber me
crucé ese potrero para hacer algún mandado. Uno
de los pibes me echó y yo al correr me caí y fue
entonces que todos empezaron a gritar que tenía la
bombacha colorada. Y era así nomás. En esa época,
y para las niñas, las bombachas no eran de encaje y
yo no tenía más de 11 o 12 años. Fuiste vos la que
escuchó mis gritos (nuestra casa estaba a 2 casas
del potrero) y saliste y los enfrentaste a todos juntos
sin importarte si te iban a pegar o qué te iba a
pasar, a pesar de que solo tendrías 14 o 15 años. No
me acuerdo qué les decías, pero sé que todos se
fueron a sus casas, vos a la nuestra y yo al almacén,
y cuando volví estabas esperándome en la puerta,
medio escondida. Pero yo te vi.
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Esos dos recuerdos medio tormentosos por cierto
me aparecen fuera de los demás. La mayoría de los
agolpados en mi memoria son del secundario de
ambas. Me vienen muchas fotos y diálogos de esa
etapa, no sé si es normal, si a todos le pasa, pero a
mí la infancia primera con vos me cuesta más
traerla…
Pará, acaba de aparecerme un recuerdo de mis 6
o 7 años. Estábamos en la casa de Tata, la abuela
materna, que albergaba a los viejos, a nosotros y al
tío Héctor (el pobre linyera y botellero tío Héctor).
Ya habían vivido ahí la tía Zulema, el tío Arturo y
el tío Ernestito (el que murió tempranamente de
cáncer o, mejor dicho, de eso de lo que no se
hablaba). Estábamos subidas a lo alto del techo de
la galería de chapa que hacía las veces de living, y
que era el separador de la seguidilla de dormitorios
a un lado de la casa chorizo, con la línea de cocinas
al otro. A unos 60 centímetros del techo corría en
mampostería una especie de estante de pared a
pared también de unos 60 centímetros de ancho.
Ese hueco, una vez por año, o dos, se caleaba, como
el resto de las paredes, y ahí solo podían entrar las
“chicas” a hacerlo. No sé si queríamos hacerlo. Lo
recuerdo por un lado con cierto gustito a aventura,
aunque por otro con telarañas y suciedad… Pero
ahí estábamos, juntas. Lo único que tengo claro aún
hoy, es que sin vos jamás me hubiera subido a hacer
12
eso. Vos me calmabas, me sacabas los miedos y me
dabas fuerzas. Además, siempre te reías de
cualquier situación que a mí me asustara. Ves,
recuerdo eso, tu risa. Recién caigo en que se me
hace difícil recordar la infancia primera junto a vos
por la diferencia de edades. Los recuerdos primeros
tuyos no los puedo contar, yo aún no llegaba a esta
vida. Lo que dan fe las fotos desde tu nacimiento al
mío es que eras hermosa. Y por lo que parece, esos
tres años y medio no fueron tan malos. Se te ve en
Mar del Plata con la abuela y la tía, se te ve de beba
en una serie de “fotos encargadas”, esas “fotos de
fotógrafos” típicas de la época, que representaban
algún dinero. Se te ve de vestidos glamorosos y
rulitos ordenados. Tal vez hayas pasado solo esos
tres o cuatro momentos “acomodados” que reflejan
las fotos, no lo sé, pero sí sé por la Vieja que mucho
antes para ella y toda la familia, y dieciocho años
después para nosotras y los viejos, la cosa no estuvo
nada bien.
Es poco lo que escribí hoy, Gra. Estoy algo
cansada y mañana me tengo que levantar muy
temprano para ir a ver a un especialista en
pulmones a Olivos. Después te cuento. Beso grande,
hermana.
13
17 de noviembre de 2020
Acá estoy ya repuesta de un día agitado. Mis
pulmones tendrán que ser controlados cada seis
meses, parece que el cigarrillo tempranamente
algún detalle les dejó… pero nada que no se pueda
contener. Creo. Siempre creo. Yo, atea de dioses,
creo que van a venir mejores cosas. En realidad, no
sé si lo creo o me invento que lo creo. Sirve igual.
Hoy pensé varias veces en nuestra primera
infancia. Aparecen dos muñecas, una rubia y otra
negra. Y yo rompiendo la negra, que era tuya, obvio,
y cargando el llanto culposo durante mucho rato.
Vos también aparecés, pero consolándome y
apaciguando a la Vieja, ¡que me quería matar! Las
dos fuimos cascadas, mucho más por el Viejo que
por ella, claro, ya que eran épocas donde la madre
“le avisaba” al padre cuando regresaba a casa las
macanas que los hijos habían hecho, y él se
encargaba de los castigos. En el fondo no creo que
hubieras jugado mucho con esa muñeca, nadie te
podía sacar del juego de química. ¿Por qué la habré
roto? Se me ocurre que para la misma época pasó lo
del accidente. Yo estaba montada en tu espalda y no
pudiste con el peso, di mi cara contra el suelo y
rompí el tabique de mi nariz, que hasta el día de
hoy es medio de boxeador, digamos.
¿Fue tal vez mi venganza romper tu muñeca?
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La otra hipótesis tiene que ver con tu belleza de
mujer morena. Vos saliste a la Vieja, medio india,
hermosamente oscura… como tu muñeca. Creo que
no lo soporté. Vos, sí, como siempre, todo lo podías.
Como aquella vez en que camino a la Costa de
Domínico, con el jeep del Viejo, nos quedamos
empantanados en un lugar al borde del arroyo.
Nosotras íbamos atrás y había que equilibrar el
peso para no caernos cabeza al río. Yo me quedé
inmóvil y vos, muy despacito, te fuiste acercando a
los asientos de adelante hasta que trepaste a los
brazos del Viejo haciendo que el jeep empezara a
inclinarse para el otro lado. Mamá se animó
entonces a correrse y yo también. Volcamos
“dulcemente” pero no nos pasó nada. ¡Te la debimos
siempre!
¡Ay, la quinta de los mellizos! ¡Qué bien que la
pasábamos ahí! Haciendo vino patero, comprando
cosas ricas y jugando, jugando mucho. Como
jugábamos en el Club Belgrano, a la vuelta de casa,
cerquita de la final del recorrido del 98. En la única
cosa que te ganaba era en la carrera de embolsados,
porque era más chiquita y más ágil que vos. Tus
patas largas, en eso saliste al viejo, te dificultaban
correr dentro de una bolsa algo más corta que ellas.
¿O me dejabas ganar? No tengo muy claro si ahí o
en la escuela Ricardo Gutiérrez, la número 10, se
hacían kermeses y pasábamos horas haciendo
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guirnaldas con papel crepé de dos colores con
harina y agua como engrudo. Y ahora que nombré
el engrudo me acuerdo del día en que me hiciste con
crepé, papel de diario y cañas ¡mi primer barrilete!
Teníamos el potrero de la esquina, el Parque
Domínico y la quinta de los mellizos en primavera
para el barrilete y para cazar mariposas. Y
teníamos libros, vos muchos más y algo “raros” para
mí, pero teníamos libros. ¡Y leías y me leías y nos
leías a toda la familia!
No hay un orden exacto en lo que va viniendo a
mi mente, ahora es el mismo Parque Domínico, hoy
llamado “Los Derechos del Trabajador”. Ahí vos
patinabas en esa pista con patines de cuatro ruedas
y yo iba a la calesita y a los juegos, como la hamaca
y el tobogán. Eras más alta que yo y te encantaba
correr, patinar y bailar. De eso no me olvido. Te veo
casi etérea, siempre saltando y llegando antes que
nadie, ahí donde había que llegar.
Después te me aparecés en la mesa de Tata, esa
que lavaba con cloro y detergente para que la
madera no se contaminara (produciendo un humito
que nos espantaba por un buen rato), decía que te
me aparecés jugando con la abuela y el tío a las
cartas, al culo sucio y a la escoba de quince. Nos
ganabas en buena ley a todos. Mientras nosotros
sumábamos con los dedos o los porotos, vos
mentalmente ya tenías el partido en tus manos.
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Menos con el culo sucio, que era a suerte y verdad.
Si te salía te morías de risa, si me salía a mí me iba
a la cama a llorar desconsoladamente.
Volvés a mostrarte en la galería, que era como
una cocina ampliada, esa de los techos de chapa,
cuando la abuela hacía los churros con su
maquinita o las bolas de fraile que rellenaba con
anchoítas. Nunca te importó, ni de chica ni de más
grande, saber tu peso, y además siempre fuiste
flaca. Comías todo lo que yo comía. Pero no
engordabas nada… de eso también me acuerdo. Y
mientras se freían los churros y las bolas de fraile
vos me sacabas de la cercanía con la olla de aceite
hirviendo. Me alejabas dulcemente… siempre.
Hay una foto que nos muestra en la bici que nos
hizo papá, una bici doble, que todo el mundo
admiraba. ¡Dos asientos, doble pedalera! Vos 12
años, yo 8. Yo enojada (andá a saber por qué) y vos
con cara de madre-hermana-ternura. Un recuerdo
muy borroso nos muestra saltando zanjas y
esquivando el barro para llegar al asfalto y al
arroyo entubado por donde nos deslizábamos. Vos
siempre adelante. Sin miedos.
Nuestra calle, Sarrat, cuando aún vivíamos todos
juntos no tenía asfalto. ¿Te acordás? Y las
sanguijuelas se nos pegaban dos por tres en los
chapoteos que hacíamos frente a casa. Vos
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obviamente eras la encargada de curarme de ellas,
y sobre todo del susto y del asco.
A veces creo que no hubiera sobrevivido de no ser
por tu presencia y cuidado. Tal vez el peor momento
que recuerdo de nuestra infancia en familia, de
cuando vivíamos todos juntos en una pieza de
cuatro por cuatro, es cuando en medio de la noche,
en plena tormenta, alguien prendió la luz y el
cuarto estaba tapizado literalmente de hormigas,
millones de hormigas que subieron desde la tierra
pantanosa rellenada con restos del Mercado
Central, hasta las paredes, los cajones de la
cómoda, las camas y el piso completo. Todo era un
hervidero de hormigas, seguramente tan aterradas
como nosotros. Te veo nítidamente abriendo los
grandes cajones con nuestra ropa llena de hormigas
y limpiando todo lo que podías… Más adulta y
comprometida con la situación que nuestros propios
padres, creo.
Casi cuatro años de diferencia no es poco entre
hermanas: una enseña y la otra juega o aprende. Te
veo entrando ladrillos, ayudando con pastones,
estudiando, siempre estudiando, riendo con la vieja;
y enojada con papá porque nos pegaba con el cinto
cada vez que nos mandábamos alguna macana. Te
veo compitiendo conmigo en sacar los huevos del
gallinero de Tata y trayendo perros a la casa. Me
parece que estoy mezclando tiempos, lo único que
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rescato efectivamente de esa infancia compartida
en la casa de los abuelos es lo del gallinero, los
perros, los teros, las tortugas gigantes y los pájaros
del tío. Creo que lo único tuyo o nuestro eran los
perros, los demás bichos eran todos de Tata, Tato y
el tío Héctor.
Como ya me empiezan a aparecer muchísimos
recuerdos de la adolescencia prefiero dejar acá. Por
ahora. Mañana seguimos recordándote, nena.
19
18 de noviembre de 2020
Casi solo por fotos y algunas referencias de la
Vieja creo que de pequeña eras una niña educada,
cariñosa, estudiosa, vergonzosa y muy curiosa. Sé
por fotos que estudiabas baile clásico. La Vieja supo
guardar toda su vida una zapatilla de punta tuya,
ya decolorada por el tiempo, pero intacta en su
belleza. Me suena que querías estudiar francés o
que habías empezado, pero que no hubo dinero
suficiente para todo, y más luego tus asesinos te
quitarían el tiempo.
De golpe me apareció el recuerdo de tu
guardapolvo blanco, ¡que era derecho! ¡sin tablitas!
Y sé por eso que ya estoy entrando en mis últimos
años de primaria y los primeros de tu secundaria.
Por supuesto yo no quería mi guardapolvo
planchado de tablitas y cuellito de nena, siempre
quise ser grande como vos. Como vos que ibas a la
escuela y le decías a la maestra que no podíamos
pagar la cooperadora, que no tenía que ser
obligatoria, porque la escuela era gratuita y para
todos y además nosotros éramos pobres.
En esos años, ya la abuela, el abuelo y el tío se
habían mudado a otra casa en Bernal Oeste y los
viejos le habían comprado la casa de Sarrat. No sé
cómo se debió hacer el trato, pero presiento que ese
movimiento alejó a los hermanos entre sí. En
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nuestra infancia primera recibíamos los regalos de
la tía abuela María, ¡la que tenía caballo en su casa!
También recibíamos los mimos de Arturo, que nos
llevaba en su camión a la Costa, o de la tía Zulema,
decoradora ella y por cierto la más “adinerada” y
culta, que nos invitaba a ver la tele en su living.
Todo eso cesó en nuestra casa propia, ex casa de
todos. No puedo recordar ni las visitas ni las
juntadas numerosas ni los ñoquis y ravioles que
hacíamos para las fiestas ni a los primos que hasta
ahí estuvieron bastante presentes. ¿Sería por eso
que la Vieja nos llevaba más a pasear y nos dejaba
rodar desde lo alto del Parque Lezama hasta
terminar la barranca, sin reclamar que nos
cuidáramos la ropa?
Sin embargo, yo no estaba contenta con eso…
extrañaba la familia. Y eso que nunca tuve
demasiado carácter y que, por ejemplo, cuando la
abuela Tata me llevaba al cementerio con las calas
en la mano yo no sabía negarme, a pesar de que no
la pasaba nada bien. Me llevaba a ver tumbas de
niños o bebés y me contaba de antiguos indios que
reducían las cabezas de sus enemigos. La abuela
Tata, a quien tanto quise, fue tal vez la que más
temores me hizo tener. Vos en cambio sabías
negarte a esas visitas al cementerio. Suave pero
firmemente decías que no, que tenías que estudiar.
En cambio, yo no me animaba, aunque tuviera
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cosas que hacer. Siempre te admiré y al mismo
tiempo me dabas mucha envidia y bronca. Podías
salirte con la tuya, sin miedos. Sabías decir no
antes de decir sí, y después evaluar. En cambio, yo
lo tuve que aprender con los años, muchos años de
hacerlo todo mal. O como pude. No lo sé.
22
19 de noviembre de 2020
Los años que vinieron en la casa ya nuestra
solamente del Pasaje Rodolfo Sarrat fueron de la
preadolescencia hasta mis 15 años y 18 tuyos. Sin
dudas los que más recuerdo. Debe ser porque
también los recuerdo como los más felices. Qué
pena da saber que fueron tan pocos años los que
disfrutamos a pleno. No creo que hayamos sufrido
horriblemente los años anteriores, pero sí tuvimos
una oscura y gris letrina por baño para todos, una
pieza de cuatro por cuatro para dos niñas, papá y
mamá, mucho barro en la vereda, mucha ropa de
otros, muchos Compendios Bonaerenses prestados o
de la biblioteca. Mucho de poco casi siempre.
Sin embargo, llegó una etapa corta de tiempo
para el Viejo (o audaz y mala jugada al fin) que nos
permitió disfrutar esta nueva casa, con nuevo baño,
con un cuarto para nosotras, con otro al fondo para
las travesuras más picantes de esos días, con
placares, cómodas, tele y pintura real en lugar de
cal color cremita.
Recuerdo tus estudios de piano, las horas y horas
que pasabas practicando. Primero sin piano, solo
con un papel con las teclas dibujadas, hasta el día
en que llegó el piano de cuarto de cola, que para
nosotras era obviamente “de cola” y punto. Tu
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alegría no tenía límites. Todos los límites los iba a
poner la vida unos pocos años después.
Eras una adolescente única. Mientras las otras
chicas bailábamos rock y andábamos en bicicleta
vos soñabas con ser ingeniera y bioquímica.
Hablabas de un mundo que alguna vez debería
cambiar y no dejar morir a los niños y sacrificar a
los árboles. Hablabas obsesivamente de la paz y
estudiabas mucho, tanto como para ser la
abanderada de quinto año de nuestro colegio.
Todo lo hacías bailando sola, cantando y riendo.
Tu vida era tan rica como tu caos. No entendíamos
cómo podías encontrar algo en tu pieza, todo estaba
allí dado vuelta, pocas cosas estaban en su lugar. Es
más, creo que las cosas nunca tuvieron con vos “un”
lugar, que siempre pusiste lo importante por sobre
lo demás, incluso aunque pareciera urgente. A decir
verdad, nuestras únicas peleas fueron por esto.
Te fascinaba el cielo y con él todo: las estrellas,
los planetas, el universo. Adorabas la música y las
poesías. Amabas saber. Saberlo todo.
Me enojaba tu ausencia de ropas a la moda, tu
falta de arreglo personal, tu poca atención a los
“chicos”. Y me daba hasta cierta vergüenza que
ellos me dijeran que vos eras “rara”, y vaya si lo
eras. Hoy, con orgullo de hermana, veo que tu
escasa vida en años fue tan plena de todo lo que
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realmente nos hace bien que alcanzaría como para
llenar varias largas vidas ajenas. Me hincha el
pecho y, aunque no lo merezca, todo es mérito tuyo,
nena, me gusta sentir esto solo porque me siento
más cerquita a vos.
Se van amontonado las fotos mentales de mi
pubertad y tu adolescencia. Las mellizas,
Rubencito, el flaco Yedrasiak, lo del árbol, Gabina,
el primo Eduardo, el jeep del Viejo, la primera
Mochi, el taller de papá. Esas son las de antes del
primer caos, el económico. Mañana te las recuerdo y
nos reímos juntas, hermana.
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22 de noviembre de 2020
Viernes y sábado no me senté a escribir nada. El
viernes, a pesar de no haber hecho grandes cosas,
me sentí muy agotada. Y ayer, como todos los
sábados desde hace un tiempo, cantamos “online”
con algunos alumnos. Eso lleva una preparación y
un corazón enterito y bien dispuesto. No quiero
decir que me disponga mal hablar de vos y con vos.
Siento, por el contrario, que es un gran alivio haber
podido empezar a hacerlo y ojalá lo pueda terminar.
Pero algo dentro de mí sufre y se resquebraja, hace
ruido y me tira abajo un poco. No es del orden
consciente, pero me pasa. Hoy, domingo, me
dispongo a seguir este modesto librito que, creo
humildemente, es testimonio importante y amoroso,
además, desde todos los otros lugares de la vida.
Un cuadro del que no hay fotos, que solo está
grabado en mi memoria a fuego, es el día en que me
“hice señorita”. Así se solía llamar por aquel
entonces a la menstruación y al inicio del ciclo de
fertilidad femenino. Yo mentalmente era aún muy
chiquita, aunque ya tenía 13 años. De modo tal que
en el baño de la casa recién estrenada creí que me
pasaba algo malo, ya que sangraba bastante. Te
llamé a vos. Siempre a vos. Primero a vos. Me
abrazaste mucho tiempo, a mí eso me asustaba
más, pero cuando empezaste a reírte reímos juntas
y me contaste todo lo que me estaba pasando.
26
Casi simultáneamente, y con mucha delicadeza,
me fuiste contando que lo de la cigüeña tenía que
ver con esto, que era un cuento al igual que el de los
Reyes Magos, a quienes desde ese día no volvería
más a ponerles el pastito y el agua para sus
camellos. Así de inocente era y así de iluminada
fuiste para mí en ese entonces.
Lo que no me contaste lo aprendería junto con
vos y aquellas mellizas de largos rulos dorados, que
sabían más que vos y yo juntas, y que nos ayudaron
a investigarnos un poco mutuamente, entre risitas
pudorosas y hormonas indomables. Lo masculino lo
descubriríamos con el pibito de enfrente, el de la
abuela Rubia, ese que nos dejaban a nuestro
cuidado para entretenerlo, sin saber que él nos
entretenía a nosotras mostrándonos “aquello” que
solo tenían los nenes. Pasarían al menos cinco años
para entender que “aquello” no medía
necesariamente a lo sumo cuatro o cinco
centímetros. A estas travesuras de púberes, vos
(que eras más grande y estabas más informada)
ponías límites y explicabas como podías todo lo que
yo te preguntaba.
Todo esto pasaba en la casa que ahora era
nuestra solamente. Imposible hubiera sido en
tiempos en que la abuela, el abuelo, el tío y las
visitas no previstas (y en rigor de verdad no
siempre bienvenidas) ocupaban todos los espacios
27
de la casa chorizo, incluso la terraza de chapa
donde nos sentamos a “conocernos” con las mellizas
y el cuartito de los cachivaches donde Rubencito nos
enseñó in situ sus “dotes” masculinas.
Algunas noches eras sonámbula, y me ordenaban
no asustarme y no despertarte. Subías a la terraza
y andabas por las escaleras con los ojos cerrados.
Erguida y a oscuras me parecías un hada. Me daba
miedo que te lastimaras. Siempre me dio miedo que
te lastimaras o te lastimaran.
Debió ser por ese sonambulismo que un día, para
terror de la Vieja, subiste a la terraza, esa que
conocías incluso dormida, te acercaste a ver desde lo
alto, calculaste lo fuerte de las ramas y te mandaste
a saltar al árbol de la vereda, como Charly García,
pero mucho más bajo, claro, y obviamente saliste
ilesa y riéndote a carcajadas. Solo te ligaste un
sermón de la Vieja, que en el fondo te admiraba
siempre. Que murió admirándote.
Por esos tiempos ella se escapaba a Constitución
a comprarse, lo que según ella era la mejor “sopa
inglesa” del país. Aunque, a decir verdad, la Vieja
no conocía para ese entonces casi nada del país (tan
era así que su luna de miel fue al “Obelisco”, en la
Capital Federal). Ahí, en Constitución, se encontró
un día con una chica de nuestra edad con un papel
en la mano que solo decía “me llamo Gabina
28
Fernández”. Le preguntó si tenía a dónde ir y
cuando la vio sola y desamparada la trajo a casa.
Como una hermana más. Mientras tanto, el plan
era averiguar de dónde venía, qué familiares podía
tener y todo lo referente a su “custodia legal”.
Vos la aceptaste. Y yo también, pero porque vos
lo hiciste, claro. Le enseñamos todo lo que sabíamos
y le insistimos en que estudie algo. Con el tiempo se
hizo enfermera. Poco antes de recibirse ya se había
mudado con un novio a su casita alquilada.
Empezaría una nueva vida antes de que la Vieja
supiera de su antigua vida y le encontrara a sus
parientes. Pasó solo unos años con nosotras, pero la
quisimos mucho. Quería traerla a cuenta hoy
porque en la relación que fuimos construyendo como
familia ampliada vos tuviste mucho que ver. Fuiste
la que les puso los puntos muy claros a los viejos,
era una hermana y nunca sería una sirvienta. No
en nuestra casa. Dudo mucho de que nuestros viejos
la hubieran tratado como a una empleada
doméstica y muchísimo menos como a una
sirvienta, pero sí recuerdo que ante las exigencias
machistas del Viejo vos siempre le decías que Gabi
no había elegido ser su hija, ni mucho menos su
esposa, así que a ella no le pidiera nada. Y entonces
el Viejo asentía. Ya habían pasado las etapas del
cinto bien dispuesto y de nuestras travesuras de
niñas.
29
Ahora nos interesaba lo que mamá hacía por
Constitución, nunca nos creímos mucho lo de la
sopa inglesa. Ahora sabíamos que militaba en la
Unión de Mujeres Argentinas (UMA). Y nosotras
nos preguntamos y le preguntamos todo,
empezando por saber qué quería la UMA. ¿Por qué
ella militaba? Y, por supuesto, ¿qué era militar? Por
otra parte, el abuelo Tato, que se decía amigo del
General5, ya había cofundado el Sindicato de
Papeleros y no quería ni hablar de política con la
Vieja. Se olía en el aire cierta distancia entre la
familia, que solo se superaba por y con amor. No
con todos. Con los abuelos maternos, el tío Héctor y
la tía Zulema sí. Y a pesar de que el tío Arturo era
el más afín a la ideología comunista de la Vieja, no
sé bien por qué, pero se alejó del Viejo y recién en
los últimos años de mamá se volvieron a encontrar.
Esos pocos años dorados de una familia de cuatro
en una casa grande, con piano, con muebles, con
guitarra, con Conservatorio Sarandí de María
Elena Bourdin, con idiomas, con Escuela 10, con
Colegio Nacional Canadá, con tabletas grandes de
chocolate blanco para comer debajo de la parra del
patio delantero mientras hacíamos los deberes con
la Vieja, esos años dorados tuvieron tu primera
perra callejera, la Mochi, la negrita y blanca, la
5
Refiere al general Juan Domingo Perón, ex presidente de Argentina en
tres oportunidades (N. del E.).
30
manchadita que tanto adoraste. Por ahí siguieron
después sus hijas y sus nietas, una de cada una
siguió llamándose Mochi y viviendo con nosotros,
mucho después incluso de tu muerte. Solo para
recordarte y tenerte de alguna otra rara manera
con nosotras.
Papá había podido comprar la casa por el laburo
que tenía en su taller, el taller mecánico de José y
Rolando Pane. Allí nos escapábamos a verlo y a vos
te fascinaban las maquinarias, los silenciadores que
se fabricaban, las motos que se arreglaban, todo lo
que fuera además obra del ingenio del Viejo y del
tío, que con sus estudios de técnicos de escuela
media inventaban lo que no existía o lo que no se
conseguía. De puro envidioso, el pelado de la
esquina de casa un día nos preguntó si papá seguía
haciendo “escupideras”.
A mí en cambio me dejabas al lado, que era la
continuación del taller por un lateral y la casa de
los abuelos paternos. Yo te lo pedía. Así comía
bananas e inspeccionaba esa rara casa que no
conocimos hasta unos años después. Esos raros
abuelos paternos, que hablaban en tano ya
argentinizado y que eran tan rígidos que hasta la
abuela comía después de que el abuelo lo había
hecho. El taller estaba a unas siete cuadras más o
menos de casa. A veces papá nos traía de vuelta en
el Jeep IKA antes de regresar al trabajo por la
31
tarde. Ese jeep donde posaste y yo te tomé una foto.
Ya pondré todas las fotos que tengo tuyas, todas en
este pequeño libro que te nombra y te abraza y un
poco te sigue llorando.
32
23 de noviembre de 2020
Lo del primo Eduardo fue un capricho mío que
casi termina mal y al que te oponías. Pero, como
casi siempre, al final me dejabas… ¡Yo te podía!
Insistí en aprender a manejar a los 14 años, con el
taxi del tío Arturo que ya manejaba Edu, que tenía
18, y que además era el noviecito de Gabi.
Sin contarle nada a nadie ahí fuimos los cuatro,
vos yo, Gabi y Edu. Al volante yo y al lado Edu.
Todo iba bien. Casi perfecto. Yo de golpe quiero
parar a comprar helado. Vos no querías, pero
cediste. Y así seguimos “enseñando a manejar a
Lili”, ¡con el helado en una mano y la otra en el
volante! Hasta que al girar en una bocacalle el auto
no respondió rápido y nos estrellamos contra el
chalet de los pitucos de a la vuelta, que casi se
comen crudos al Viejo y al tío. Salimos ilesos. No así
el auto, y menos la casa. Eso por no hacerte caso.
Una vez más. Hoy es feriado, no laburé, pero vino
tu sobrino Pablo, y cuando él viene yo me olvido de
todo, me hace tan feliz verlo, lo quiero tanto, lo
admiro tanto. Es un hombre muy talentoso y muy
especial tu sobrino. Será por eso y por el sol que
tomé armando la Pelopincho que se me fue el día y
no quise dejar de escribir, aunque sea un poco. Lo
que más temo es que en algún momento flaquee.
Por eso insisto, aunque sea desordenado y escaso.
Mañana tal vez todo sea más y mejor.
33
24 de noviembre de 2020
Hoy me despreocupé un poco de todo, sé que a
veces tengo que hacerlo y entonces me ocupé de mí.
Peluquería, gimnasia, canto… Y ahora acá, con vos,
un rato. ¿Sabés qué estaba pensando? Que los
primeros días no me costaba casi nada venir y
hablar de tu infancia a través de mis recuerdos.
Pero ya estamos llegando a tus años de
universidades (¡sí, dos!) y eso duró tan poco que
seguramente algo tiene que ver con esta resistencia
tristona de acercarme a la compu. Fueron tan pocos
esos años, y encima yo, que al irme de casa a los 17
y tener un hijo a los 19, no pasé mucho rato con vos
por entonces. Duele eso, duele no tener tantas
vivencias juntas para volcar acá, y duele el final de
tu joven vida.
Pero sigamos un trecho más, Gracielita, como
nunca dejó de llamarte la Vieja. Así puedo contar
que por ella, el abuelo y la Sociedad de Fomento de
Belgrano, que reunía gente para pedir el asfalto, un
teléfono público, el gas, las cloacas, en fin, por esas
cosas y algunas más del orden del misterio genético
o de la crianza familiar es que un día, a mis 14 años
recién cumplidos, me fui a la casa de unas vecinas,
hermanas, una recuerdo que se llamaba Tere, la
otra no recuerdo el nombre, a militar en todas las
causas que pudiera, con la impaciencia de mis años,
allí donde estaba la Fede: la Federación Juvenil
34
Comunista, la rama joven del Partido. Casi
inmediatamente me afilié y cuando te enteraste
corriste a ver en qué me había metido y si en
verdad eran los chicos de la Fede (y no algún otro
grupo de los “pesados” que ya empezaban a hacerse
oír). Te hiciste amiga de las hermanas y te afiliaste
también.
Te cuento que hace unos tres o cuatro años
pusieron tu nombre en la calle Ferrer, la última
casa que conocimos juntas y donde no pudiste llegar
aquella noche. Ahí hubo dos momentos muy
especiales para mí que no olvidaré mientras viva.
Uno fue reencontrarme con la hermana de Tere,
hoy escritora y que se ofreció a hacer esto que estoy
haciendo yo en este preciso instante y como puedo.
No sé bien pero no retuve ni su nombre ni sé dónde
puse su tarjeta, vaya la mente las cosas raras que
tiene. De todas maneras, me conmovió verla. El otro
momento que tuve que pasar me tomó de sorpresa y
no tuve reacción: una vecina del barrio, a pocas
casas de la que fue nuestra, la casa de los abuelos
paternos, la última que tuvimos en Sarandí, esa
vecina se me acercó envuelta en un llanto
conmovedor a decirme que era ella la que no te
había abierto su puerta cuando corrías de tus
secuestradores y llamabas a los vecinos, que tenía
miedo, que no sabía qué hacer y que todo pasó muy
rápido. Me congelé, literalmente. La sangre se me
35
heló y el corazón creo que se paró un instante. No
dije nada y la saludé cortés y formalmente. Ay, de
nuevo me estoy apurando, pero todo vino con lo de
nuestra afiliación.
Casi simultáneamente el Viejo empezó a caer
económicamente por préstamos de usura para
pagar sueldos y mantener el taller, más los gastos
de la casa y de nosotras. De un día para otro, en
pleno cumpleaños de 15 mío, nunca festejado, los
viejos nos contaron que nos iban a venir a sacar las
cosas de la casa y que además iban a rematarla, y
al taller también. Nos pusieron un termo de café y
nos sacaron de la escuela, yo en tercer año y vos en
quinto (que pudiste retomar y terminar luego).
Fuimos a vender para comer, mientras la Vieja y el
Viejo hacían en una parte de la casa de los abuelos
paternos (que antes se usaba como baño y depósito
del taller) un par de espacios para dormir, con
ladrillos huecos separando las camas y colocaban en
el resto de ese galponcito una cocina e improvisaban
una mesada. Las camas, la cocina, la heladera y la
ropa fue lo único que nos quedó. Nos embargaron
las cómodas, el placard, los instrumentos, la tele y
todo lo que tuviera algo de valor y no fuera
considerado esencial.
Allí, ya vencidos por un golpe económico previo a
la dictadura que vendría, nos hacinamos y
militamos todo lo que pudimos. Creo que teniendo
36
en mente las dos huir cuanto antes de ese horrible
hueco que la tierra nos había deparado. Yo más que
vos. Como siempre, tu fuerza aparecía e iluminabas
con tu risa el desastre en el que estábamos los
cuatro. Junto a la sorpresa, no muy grata, por
cierto, de los abuelos paternos, con quienes nunca
habíamos tenido demasiado contacto. Al baño de
ese ex taller me llevabas vos, era un espacio con
inodoro y ducha, todo gris cemento y sin ningún
tipo de revestimiento. No se habría limpiado en
años y no sé por qué aún había muchas telarañas
colgando. Presumo que papá ya estaba medio
deprimido y que mamá trataba como podía de
hacernos una comida decente mientras tejía. Y
nosotras, que ya habíamos dejado de vender café en
las calles, armábamos juguetes a porcentaje o
vendíamos productos Avon.
No alcanzó que el nuevo propietario del taller
(que ocupaba todo el terreno lindero a la casa) lo
llamara al Viejo para emplearlo como obrero del
balancín. No solo no alcanzó para alegrarlo, creo
que fue peor. Estábamos un poquito más
desahogados económicamente, pero la tristeza de
tocar sus propias paredes hoy ajenas y trabajar una
máquina que otrora habían comprado con el
hermano no lo dejaba en paz a papá. En ese
paupérrimo sitio vivimos unos pocos años yo, y unos
pocos más vos. Y ya me está costando de nuevo
37
seguir. Hay mucho dolor, nena. Primero por vos,
después por todo.
Mañana retomo.
38
25 de noviembre de 2020
Acaba de morir Diego Armando Maradona. En
este año de mierda, pandémico, incierto, con mucha
más hambre que hasta el año pasado justamente
por este virus mutado que nos tiene a todos
embarbijados y lejos del otro. Tu sobrino me llamó
llorando y yo corrí a contártelo. Estaba releyendo lo
que escribí ayer y para que nos entiendan los que
lean esto, paso a describir mejor el lugar donde
fuimos a parar después del embargo. Los viejos de
papá tenían dos terrenos, en uno de los cuales
construyeron adelante su casa. En el otro, los
hermanos Pepe y Rolando (nuestro tío)
construyeron su taller y tomaron también la parte
de atrás de la casa de los viejos para comunicar
directamente los dos espacios y para tener depósito
y baño para los obreros.
Cuando nos echaron de la casa familiar nos
fuimos a ese fondo de la casa paterna, y solo
usábamos de la misma una pequeña salita que
recuerdo que tenía pisos de madera y que hacía las
veces de oficina del Viejo. Esa salita era la de las
reuniones de la Fede, donde Juan Carlos, de
Recursos, nos pasaba los informes que bajaban
línea. Donde nosotras, fascinadas, recibíamos
volantes para las villas y para las fábricas. Donde
vos dijiste por primera vez “yo voy a militar donde
estudio, en la universidad, para el Centro de
39
Estudiantes, el CEITA de la UTN”. Esa universidad
a la que después de haber cursado un par de
materias simultáneamente en la UBA en Ciencias
Naturales decidiste abrazar. Me juraste que al
terminar la carrera de Ingeniería Química te ibas al
Sur, no me puedo acordar a qué lugar… (¿el
Instituto Balseiro?) Era muy importante y
exclusivo, pero no me puedo acordar ahora.
En la UTN necesitaban gente para trabajar en el
bar del CEITA y en el mimeógrafo, así que yo, que
aún no me casaba, me fui allí a laburar. Pocos
meses, ya que nos conocimos con Jorge, compañero
y estudiante de Ingeniería Química, híper brillante
como vos, y al otro año ya me había casado. Allí vos
te enamoraste de quien nunca sería tu marido, el
flaco Yedrasiak. Un compañero alto como vos, o un
poco más incluso, polaco, rubio, simpático e
inteligentísimo, que además fue testigo de mi
casorio. Un amigo del gordo que supimos albergar
en nuestra casa cuando se puso de novio con una
hija de un notorio evangelista y casi lo buscan con
la Policía y la Gendarmería. Tal vez por esa gran
frustración te enganchaste con Hugo, otro
compañero parecido al gordo mío. Y año y medio
después te casarías vos. No nos vimos casi nada
después de que yo dejé el CEITA, vos militabas
muchísimo y estabas de novia y yo trataba de
entender qué era eso de casarse a los 17 pirulos.
40
En esa circunstancia nos encontramos un día en
casa de los viejos, donde vos vivirías incluso
después de casada, aunque ya tenías el terrenito en
Monte Grande que te había regalado mamá (que
con las sobras de todo lo rematado compró dos lotes
muy lejanos y en calles de tierra, uno en Monte
Grande y otro en Florencio Varela) y donde ella
creía que vos harías tu propia casa y ella la suya.
Ese día yo te aparté de todos para contarte primero
a vos, antes que a nadie, que estaba embarazada.
Tu respuesta fue acorde a tu sensibilidad, ¡te
desmayaste! Ahí, en la puerta de casa. Tu
hermanita menor, tan pequeña para vos, tan frágil
como me veías, ¡esa niña estaba embarazada! Y esa
niña, Graciela, pudo ser madre porque vos le habías
enseñado desde siempre cómo serlo, oficiando de
segunda mamá y a veces de primera.
Mañana voy a volver un poco sobre nuestros años
preadolescentes, el rock, la bici, mi grupo de amigos
y todo eso con respecto a vos y tu realidad tan
distinta. Y luego trataré de recordar, aunque sea
por fotos, un par de cosas que hicimos juntas antes
de tu propio casamiento, cuando ya tu sobrino tenía
más o menos un mes de vida.
Es que aparecen cosas alteradas en cuanto a lo
cronológico, es como si todo se mezclara. Maldigo no
ser un pendrive (es un objeto donde se guardan
41
cosas, como una memoria, pero virtual). Bueno,
nomás por hoy, día negro y encima lluvioso.
Te espero mañana, Gra.
42
26 de noviembre de 2020
Estoy viendo un micro escolar en miniatura que
le regalaste a tu sobrino para cuando nació, todo un
simbolismo aleccionador. Tenía ocho meses cuando
te cegaron para siempre, pero no te olvidó. El
“micrito” lo tuvo mucho tiempo él y un día decidió
dejármelo a mí. No sé si para que me hagas más
compañía o si para él era mucho peso emocional.
Este fue un año tremendo, muy duro por una
pandemia y la falta de abrazos con los afectos.
Tampoco es fácil para nadie entender este mundo
donde un par de docenas de tipos tienen todo el
poder del dinero y las enormes muchedumbres que
somos los pueblos seguimos remando y viviendo
mal. No se entiende si no se milita. Vos lo sabés
muy bien. Muchos compañeros de aquella época y
muchos hijos de los compañeros saben de qué lado
de la vida están, pero no hacen nada para
cambiarla ni siquiera en el pedacito de mundo que
les toca, y yo lo entiendo perfectamente. Entre ver
caer aquel mundo comunista del Este (ya no hay
Unión Soviética) y haber padecido el terror a la
dictadura, a salir de las casas, el miedo a las
sombras y, en casos como el nuestro, las repetidas y
repentinas mudanzas y cambios de colegio para los
hijos porque la cosa se veía venir mal, todo eso los
alejó, y de seguro grabó frustraciones y enconos en
43
lo profundo. La dictadura hizo estragos que aún se
observan.
Perdón por alejarme de tus recuerdos por un
momento y volver a la realidad, pero ya está. Acá
estoy, y una de las cosas que quería recordar era la
cercanía que tuvimos como dos parejas un breve
tiempo: vos y Hugo por un lado y Jorge y yo por el
otro. Mientras ustedes noviaban y nosotros aún no
teníamos a Pablo fuimos a Campo de Mayo a ver al
gordo, que hacía la colimba, y varias veces vinieron
a visitarnos a aquella casita alquilada en Condarco
y Cangallo y a jugar a las cartas y hablar de
política. También pudimos estar juntos en
Bariloche, ustedes de novios y nosotros de mieleros.
El día que te casaste quisiste hacerlo con un
vestido de gasa violeta. Amo el color violeta. ¿Será
por eso? En fin, ese vestido no existía, lo habías
soñado vos, largo, sin cola, bien básico, tipo túnica.
El problema era que nunca habías cosido. La Vieja
te consiguió la gasa y la tela para el forro y entre
ambas pusieron manos a la obra. Cuando te vi me
asusté porque notaba que las terminaciones no solo
no estaban diez puntos, sino que se las veía frágiles.
Pero vos insististe con terminarlo y usarlo. Y vaya
que lo hiciste. Hasta que, en medio del baile en la
casa de los papás de Hugo, en el barrio de la Boca,
el vestido empezó a abrirse y la gasa se fue
deshilachando ocasionando una vez más tu risa y
44
desprejuicio total. Eras hippie sin proponértelo, sin
quererlo y sin experiencia previa. Cuando se
necesitaba atar el pelo una tela casera a modo de
vincha servía, y en cuanto a la moda o el maquillaje
¡ni siquiera eran cuestiones que supieras que
existían!
Eras magia e ingenuidad, picardía e inocencia.
Hippismo intelectual de primera. Eras vos. Solo
vos, única, irrepetible, buena y sincera.
Magistralmente Gracielita. Por eso no integraste mi
grupo básico y barrial de amigotes de bicicletas y
concursos de rock caseros. Por eso a veces me ibas a
“vigilar” desde lejos para no intimidarme, pero para
cuidarme igual en esos largos “asaltos” que a vos te
importaban nada, y donde yo aprendía a besar
larguito. Confieso hoy con vergüenza que me
costaba explicarles a mis amigos tu ropa
desaliñada, tu falta de amoríos, tu interés solo por
los libros. Pero esos años duraron tan poco como mi
vergüenza.
Mañana empiezo, si puedo, la etapa más
tremenda de este relato.
Te abrazo, hermana.
45
30 de noviembre de 2020
Estoy tratando de seguir con este escrito, relato,
documento… no sé cómo llamarlo. Me acaba de
entrar un WhatsApp (otro invento que vino con la
tecnología) pero no voy a atender el celular, que es
un teléfono móvil. Un día te voy a contar todo lo que
se inventó desde que no estás, ¡te va a maravillar!
No lo vas a poder creer. O sí, vos sí. Decía que estoy
tratando de seguir y voy a hacerlo hablando de tus
últimos tiempos de vida, desde un año y pico antes,
cuando fueron con los compañeros de la UTN a
pintar las paredes de la Universidad por afuera por
el boleto estudiantil, el ingreso irrestricto y el
gobierno tripartito. Los llevaron a todos en cana. La
Bonaerense, la maldita brigada Avellaneda-Lanús,
maldita y temida por aquellos tiempos. Los fueron
largando de a uno. Vos fuiste la última en salir.
Cuando los viejos preguntaron el porqué, la
respuesta fue “seguro que es la cabecilla, se niega a
hablar”. Eso te pinta entera. Nada de hablar, de
pedir perdón, de dar explicaciones, solo repetías “no
estaba haciendo nada malo”. Y que si imperaba una
ley por la cual no se podía expresar libremente
nadie, vos no la acatarías porque iba en contra de la
Constitución Nacional. Eso decías antes, dijiste en
ese momento y dirías hasta el final-final. Una
mezcla de ingenuidad y valentía marcó todos tus
actos en tu corta vida.
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Pasó un año y medio, y esos meses fueron muy
especiales para vos, te ibas mostrando como una
dirigente del Centro de Estudiantes de la UTN muy
preocupada y embebida en toda la problemática que
la maldita “Misión Ivanissevich” ocultaba,
ninguneaba y boicoteaba. Ibas aula por aula y te
enfrascaste en discusiones con los matones que
cuidaban al decano. Polo era el apellido de uno y el
otro ahora no quiere venir a mi mente… (ya
aparecerá). Apareció: Bronzzini.
Un día llegaron incluso a meterte en un aula
vacía y a amenazarte de muerte si seguías
militando. Esto lo contó el actual decano, que una
vez habló muy claro ante la Liga Argentina por los
Derechos del Hombre –y de unos cuantos medios de
difusión, incluso de televisión, que no me dejan
mentir– y que cuando lo citaron como testigo no
pudo precisar bien sus recuerdos… Él entonces era
adjunto de una cátedra y casi compañero tuyo. Lo
vio todo. Habló con vos incluso. Pero, bueno, andá a
saber qué miedos le vinieron, uno de los
instigadores de tu secuestro sabe dónde vive él así
que muy probablemente se haya asustado por su
vida o por la de su familia. Aquí han desaparecido
un par de testigos de todos los juicios por delitos de
Lesa Humanidad que hemos podido llevar adelante.
Y eso no es poca cosa. No lo culpo ni lo juzgo.
47
Los compañeros trataban de acompañarte a la
salida hasta el colectivo que te dejaba enfrente de
tu casa, la casa de los viejos, en Ferre 578, en
nuestro Sarandí. Y eso mismo hicieron el 2 de
octubre de 1975, ya instalada en el país la Triple A.
Y aunque había un gobierno democrático, en
realidad José López Rega estaba ejerciendo el poder
desde la oscuridad. Por otra parte, ya algunos
jóvenes se habían organizado en milicias porque
preveían un golpe de Estado y creían poder volver a
la democracia peleando una guerra de guerrillas en
nuestro suelo. Esto es algo que nunca creímos
factible y lo criticamos por lo terrible que podría
ser, no solo para esos novatos “guerrilleros” sino
para todo aquel que luchara por un derecho, ya que
le daba a las Fuerzas de Seguridad la justa excusa
que necesitaban y que efectivamente nos
aniquilaría cuadros militantes de todos los partidos,
especialmente del peronismo y del comunismo.
Y el 2 de octubre llegó y fuiste hasta la parada
acompañada y bajaste como siempre enfrente de tu
casa.
No puedo seguir.
Mañana lo intentaré.
48
6 de diciembre de 2020
Hoy, domingo, limpié un poco, por partes. Vivo
sola pero la casa es bastante grande y sigo teniendo
animales, como teníamos entonces, así que hago lo
que puedo y como puedo.
Pasaron unos días, estuve juntando fuerzas y
aquí estoy para empezar el final de esta historia, tu
historia, que en realidad sigue, porque aún falta
justicia y porque cada día alguien conoce de vos a
través de tu busto y de tu nombre en la placita de
Sarandí , por tus dos calles Graciela Pane, la de tu
colegio y la de tu secuestro, por tu Gabinete de
Computación en la UTN, tu Escuela Nº 28 Graciela
Pane, por la hermosa calle Mujeres Argentinas
donde nuevamente un busto y tu nombre están
presentes junto a otras tremendas mujeres
nuestras, por la placa que recuerda a los
compañeros desaparecidos y asesinados de tu
Escuela Canadá (hoy Simón Bolívar) y por las
muchas banderas y pancartas que llevan y llevarán
tu nombre por siempre. Sin olvidar al emotivo
paredón que está frente al Río de la Plata, en la
Costanera Norte, y que nombra a todos los
asesinados por la triple A y la dictadura, ni tu caso
expuesto en la segunda parte del doloroso y
necesario libro del Nunca más.
49
Pero volviendo a lo que no quisiera recordar y no
vi, solo lo cuento tal como lo contaron los viejos, tu
marido Hugo y los vecinos. Así pasaron las cosas...
Antes de que llegara tu colectivo a la esquina de
Ferre al 500, donde bajabas y solo tenías que cruzar
la calle en diagonal para estar en tu casa, antes
digo llegaron ellos, la misma mierda, los
mercenarios criminales más sangrientos y violentos
de entonces, que según la fiscal tenían
vinculaciones estrechas o incluso pertenecían al
maldito grupo de tareas de Aníbal Gordon, que
“trabajó” para la Triple A desde el 73 hasta el 76.
Al llegar a la casa irrumpieron violentamente
rompiendo la puerta de entrada y a los viejos los
golpearon para saber de vos. Ni ellos ni Hugo
dijeron una palabra. Sin embargo, se notaba que te
iban a esperar. Algunos de ellos salieron a la puerta
y te vieron bajar del colectivo. Gritaron, y todos los
malnacidos fueron a correrte, vos corrías y perdías
un zapato y tus cosas en la corrida. Tuviste tiempo
para pararte a pedir auxilio, pero nadie te abrió
ninguna puerta. No pasaron ni dos minutos que ya
te habían alcanzado y de allí en más fue todo el
horror posible que una familia podía llegar a
imaginar. Te llevaron en un Falcon –había otro
auto del que no recuerdo la marca–, necesitaron ser
como siete u ocho tipos sanguinarios para pegarle a
50
tres personas y secuestrar a una chica de 23 años y
embarazada.
Enseguida nos llamaron. Yo dejé a Pablito, que
tenía ocho meses, con Gloria, su madrina de
mentirita, y en un fitito que creo que era rojo nos
juntamos con los compañeros y empezamos a
buscarte. A los viejos les pedimos que se
resguardaran, pero fueron a un montón de
comisarías y delegaciones municipales y
provinciales. No dejamos nada sin recorrer, en
algunos lugares casi que nos dejan detenidos a
nosotros. Jorge estaba furioso, yo era una zombi.
Así pasaríamos toda la noche del 2 al 3 de octubre,
todo el día 3 y parte de su noche hasta que al
mediodía del 4 de octubre nos enteramos de la
aparición de tu cuerpo en los bosques de Ezeiza.
Se enteraron algunos antes que yo, bajaron del
fitito a hablar por teléfono y se comunicaron con
alguien que ya había sido informado. Hicieron
desde la vereda una seña para que bajaran todos y
a mí me dijeron que me quedara allí un minuto.
Estaban viendo de qué manera decírmelo. Creo que
cuando volvieron al fitito yo ya estaba en llanto, en
ese tipo de llanto que solo se sufre bajo ciertas
circunstancias de impotencia, impunidad,
salvajismo y horror.
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Te velamos frente al cementerio, donde te
conseguiríamos un sitio, un nicho, que aún hoy
conservás. Yo llegué con alguien a mi lado, supongo
que Jorge, no lo sé, y desde la calle vi avanzar a
abrazarme llorando desconsoladamente a una de
las chicas, Tere o su hermana, las que nos afiliaron.
Yo me acerqué al cajón y vi tu piel quemada por
cigarrillos. Alguien me dijo que eso era todo, que te
habían matado de un tiro por la espalda. Me
mintieron. Años después, sola frente al juzgado de
Oyarbide, la fiscal me contaría que tu primera
autopsia fue “perdida” y que se encontró después de
muchas diligencias la segunda, donde se dice que tu
vida se apagó en la mesa de torturas, y se ve que
sin soltar un solo nombre de tus compañeros de la
facultad, habida cuenta de que todos sobrevivieron.
Tu cuerpo para el velorio fue “maquillado” lo mejor
posible. Vino mucha gente y hubo mucha
repercusión. Mamá se hizo de piedra, se endureció,
se volvió otra madre, ya no volvería a reír como
antes, ni a hacer repostería para nosotras, ni a
jugar al carnaval con mi marido, ni a casi nada. No
pudo llorar. Hasta su muerte, nunca pudo llorar la
tuya. Solo se mantuvo viva por el nieto, y supongo
que por mí. Sé que me quiso mucho pero también
presiento que se le fue la primera hija, la más
brillante, la más inteligente y la que más
comunicación siempre tuvo con ella. Papá no pudo.
Apenas disfrutó un poquito al nieto y se enfermó.
52
Él, que nunca había bebido ni fumado, el de la
vida sana y el chiste fácil, se agarró un cáncer, hizo
varias metástasis y terminó con su cuerpo un
tiempo después.
Yo me aferré como pude a mi hijo y a mi marido,
a mis estudios y a la vida, como podía. Para colmo
de males, en unos meses vino la dictadura y hasta
el 83 no íbamos a poder iniciar ninguna causa penal
por delitos de Lesa Humanidad. Tampoco con la
democracia pudimos, ya que salieron las nefastas
leyes de Punto Final y Obediencia Debida que nos
frenaron nuevamente. Los milicos todavía tenían
poder. Recién con Néstor Kirchner pude empezar a
trajinar el cruel camino de la “justicia” de nuestro
país. Pero eso, nena, te lo empiezo a contar luego.
Beso, Gra. Te quiero.
53
14 de diciembre de 2020
Han pasado ocho días sin escribirte, pero las
urgencias cotidianas hay que atenderlas…
Luego de tu entierro en el cementerio de
Avellaneda la Vieja quiso iniciar acciones y puso a
un abogado del PC pero la cosa no prosperó. Ni
siquiera le dieron los resultados de la autopsia
porque, según ellos, se habían “perdido”. Yo en
verdad estaba demasiado ocupada en salvarme y
salvar a mi familia del apellido Pane. Eso y los
miedos me alejaron de cualquier intento de hacer
justicia en ese momento. Para cuando ya pude con
el trauma y el terror, la dictadura se encargó de no
dejarme averiguar nada. Con la llegada del
gobierno democrático creímos que se iba a
destrabar el tema, pero lamentablemente los
milicos –aún fuertes– condicionaron al gobierno de
Raúl Alfonsín. O Alfonsín “se acondicionó” a los
milicos golpistas como para no derramar sangre,
según sus propias palabras, y les otorgó las leyes de
Punto Final y Obediencia Debida que impidieron
los juicios por delitos de Lesa Humanidad. Sin
embargo, los organismos de Derechos Humanos, con
el Nunca Más (un libro en cuyo anexo estás) y el
reconocimiento incesante de cuerpos a cargo de los
Médicos Forenses Argentinos fue haciendo un
colchón sobre el que primero se derogaron las leyes
y luego se abrieron las causas y se empezó a juzgar
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a muchísimos terroristas de Estado y asesinos de la
Triple A.
Nosotros, la Liga Argentina por los Derechos del
Hombre y yo, cuando asumió Néstor Kirchner
empezamos a reunir data para la fiscal del juzgado
que nos tocó, el de Oyarbide. La verdad es que me
fui quedando sola, son muchísimos los casos y
además el tuyo es de muy pocos testigos. Pero la
fiscal trabajó muchísimo y llegó a conseguir, desde
la nada, tu autopsia (la segunda), tus movimientos
previos, las notas encontradas de la CIA, de las
diferentes Fuerzas de Seguridad del país, los
hostigamientos a los que fuiste sometida en la UTN
por Bronzzini y Polo y testimonios de compañeros
tuyos acerca del clima general de época y del miedo
a que te ocurriera algo completaron tu expediente.
Un expediente importante con dos imputados muy
señalados como matones al servicio del decano de
entonces.
De ese expediente el juez del Juzgado Nº 5 dictó
la prisión de ambos imputados y fijó fecha para el
juicio. Luego de esto, hubo una apelación por parte
de Bronzzini y Polo y la Cámara en lo Criminal y
Correccional dictaminó conceder la libertad a
ambos y anular todo lo ejecutado hasta el momento
porque consideró que la causa debió tramitarse en
Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, y ahí
está hoy.
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Hay que empezar de cero, nena, y lo íbamos a
hacer con Claudio Yacoy, el secretario de Derechos
Humanos de Avellaneda, pero vino esta maldita
pandemia que también se lo llevó puesto a él.
Temimos por su salud, pero se está recuperando, el
proceso es lento y además el peligro no pasó aún y
todo está muy demorado. Ojalá no me muera sin
saber que algo se dijo y se hizo en la llamada
“Justicia” de este país para con tu horrible
asesinato. Ya igual no será justicia, han pasado 45
años. No queda casi nadie para seguir peleando y,
aun ganando el caso, los probables involucrados o
autores intelectuales ya estarán muertos de muerte
natural.
En este punto estamos ahora mismo. Mañana
tengo psicóloga y ella está dentro de un sitio
especial donde nos atienden a los familiares de las
víctimas. Allí hay además abogados, que tal vez
pudieran ayudarme, en el supuesto caso de que el
doctor Yacoy no pudiera hacerlo, pero tengo mucha
fe y confianza en Claudio y espero me siga
acompañando.
El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)
no me ayudó oportunamente y Horacio Verbitsky no
consideró la posibilidad de hacerlo. Tal vez
saturados por la cantidad de casos, no lo sé.
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Sí me dieron su apoyo y contención emocional
muchísimos peronistas compañeros, entre otros
desde La Oesterheld, y la Municipalidad de
Avellaneda, con el intendente Jorge Ferraresi a la
cabeza. Para llegar hasta acá además el Comité
para la Defensa de la Salud, la Ética y los Derechos
Humanos (CODESEDH), con Mónica Ghilardone, y
el Instituto Ulloa, con Claudia Salatino y Mónica
Ighy, me han ayudado y aún lo siguen haciendo con
un soporte psicológico y psiquiátrico que no solo me
permite hacer todo lo que hago por vos, hermana
del alma, sino además vivir mi propia vida.
La próxima vez que me siente al teclado será
para revisar lo escrito en la esperanza de haber
logrado ilustrar tus manos delgadas con dedos de
pianista, tus desordenados y ensortijados cabellos
al viento siempre, tus aromas a jazmines y
tulipanes cultivados en toscos jardines caseros, tus
ojos llenos de letras, tus poemas llenos de dolor, tu
risa llena de valentía, tu discurso preciso y de bajo
perfil, tus pies en posición de V de baile y tu infinito
amor de hermana, de hija, de esposa y de
compañera de los tuyos. Esos a los que nunca
abandonaste a su suerte.
Te extraño tanto, hermana, te quiero como
siempre, y aquí está conmigo la ternura intacta que
vos querías, que vos deseabas que conserváramos
durante toda la vida.
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Liliana Lucía Pane, es la hermana de Graciela.
Nació en Villa Domínico (Avellaneda, PBA), un 23
de abril de 1955.
Liliana dedicó su vida a la cultura, como gestora
cultural, cantante, docente, autora y compositora.
Tiene un hijo.
Por medio de su actividad artística, como Lina
Avellaneda ha traspasado las fronteras del país
y ha podido denunciar la situación de los
crímenes de Lesa Humanidad en cada lugar
donde se ha presentado, enarbolando la bandera
de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Se vinculó y colabora con diversas Organizaciones
de Derechos Humanos.
Todavía sigue reclamando justicia en nombre de
su hermana.
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Literatura, en democracia, con
memoria e identidad, es un proyecto que
reúne y difunde la voz de autoras y autores
locales. Las voces de escritoras y escritores
que creemos deben ser escuchadas, porque
constituyen parte de la identidad del pueblo,
pero también construyen memoria. Divulgar
su obra y acercarla a las escuelas, es un acto
democratizante de acceso a la cultura.